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JR

Books

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potente creatividad y la humanidad de sus
personajes.

Ha trabajado tanto en teatro como en cortometrajes


de terror. Estudió Literatura Dramática y Teatro en
la Facultad de Filosofía y Letras FFyL de la UNAM, en
Ciudad de México.

Algunas de sus adaptaciones teatrales son "Yerma",


obra original de Federico García Lorca "La
Numancia", de Miguel de Cervantes Saavedra "La
Flor de España", basada en la novela "Carmen" de
Prosper Mérimée y "Titus Andronicus", de William
Shakespeare.

Participó como guionista y asistente de dirección en


cortometrajes de terror tales como "MIMO" y
"Solos" con la compañía independiente Spartans
Reino del Lago" publicada con Editorial Alebrijez y
"Gala", así como de antologías de relatos como "El
lugar de la bruja y otros cuentos", "Relatos
Vampíricos", "Historias de Fantasmas" y "Brujas,
antología de relatos", publicadas en Amazon.

Premios:
2015 - Premios Wattys Categoría: Novela, Gemas sin
descubrir.
2021 - Premio Alebrijez Categoría: Fantasía

Para más información, visite la página de la autora:


www.joannaruvalcaba.com

Joanna Ruvalcaba


El Reino
del Lago


JR Books
México, 2018

www.joannaruvalcaba.com

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Licencia CreativeCommonsAttribution-
NonCommercial-ShareAlike 4.0
Código de registro: 1505054020008
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fragmento de esta obra, diríjase directamente a la
autora por medio de su página:
www.joannaruvalcaba.com

Diseño del logo y de portada:
Rod Ruvalcaba

Hombres y dioses conviven en un mismo


reino... hasta que el miedo los lleva a la guerra.
La diosa del agua, la Guardiana de los
Hombres, ahora quiere destruirlos porque no
ve bondad en ellos.

La pequeña Vanessa estaba sentada junto a


la ventana de su habitación. Sus dedos
jugaban distraídos con la cadena de plata que
colgaba de su cuello y sostenía una gema azul
del tamaño de una nuez. Se la había dado su
padre cuando cumplió los cinco años y desde
entonces, nunca se la había quitado. La gema
había pertenecido a su madre, quien murió al
dar a luz. Vanessa no la extrañaba mucho,
aunque disfrutaba de la atención de los
adultos cuando, con fingido dolor les decía
que le hubiera gustado conocerla. Muy en el
fondo, no estaba segura de si era verdad. Por
otro lado, esa pequeña gema azul de brillos
iridiscentes le fascinaba. Podía pasar horas
observando sus cambiantes tonos y brillos. Su
mayor problema era que se aburría. Su padre
la entendía y rara vez la regañaba seriamente.

Ahora estaba sentada junto a la ventana,


mirando el horizonte. No en vano se llamaba
el Reino del Lago, pues, en medio de cinco
montes enormes, había un lago profundo y
frío. Encima de ese río, estaban el reino y su
castillo. Era un verdadero espectáculo para
hombres y dioses, y quizás fuera por eso la
ciudad donde mejor convivían ambas razas.
Pero los ojos de Vanessa en este momento no
veían el etéreo paisaje; recordaban. Hacía
apenas unos minutos, había preparado una
broma para los cocineros del castillo. Debido
a que su madre había sido una diosa de las
aguas, ella tenía cierta habilidad con este
atender nada con demasiada urgencia debido,
seguramente, a que vivían mucho más que los
hombres. Como el mensajero aún no volvía,
ella solo practicaba travesuras. Esta vez, había
logrado sacarle toda el agua a las frutas que
había en una mesa, pero de manera que la
cáscara pareciera intacta. Cuando la cocinera
las tomara, se le desharían en las manos.

Vanessa sonrió, pensando que esta vez,


nadie tendría tiempo de regañarla. Hoy habría
un eclipse total de Sol. Todos en el castillo
estaban muy alborotados. Ramsés, su mentor
temporal, le había explicado que los dioses se
debilitan demasiado durante los eclipses
solares, por lo que había que aumentar la
seguridad no solo en el castillo, sino en toda la
malo para la vista y peligroso para dioses y
semidioses. Pensó en esconderse pero
Ramsés era experto encontrándola. Era
pasado el mediodía. La luna ya estaba muy
cerca del sol que bañaba todo con su luz
dorada. Será espectacular, pensó con
amargura. Escuchó dos golpecitos en su
puerta, pero no respondió. Sabía que su
mentor entraría de todas formas.

–Estamos listos, su Alteza.

Vanessa suspiró. Y lo miró de frente, a los


ojos. Él no bajó la mirada, aunque tampoco la
miraba de manera insolente. Por eso le caía
bien.

–La Guardia Real realmente apesta. ¿Para


qué vigilan si de todas formas debemos
–Medidas tontas. Por favor, déjame ver el
eclipse. Prometo no decirle nada a mi padre.

–Lamento mucho no poder concederle su


deseo, Princesa.

Vanessa miró de nuevo hacia el horizonte.


La Luna taparía al Sol en menos de cinco
minutos. Ramsés también lo veía y empezó a
sentir angustia.

–Le ruego que me siga. Ya casi es hora.


Prometo que no será mucho tiempo.

Vanessa sabía que esta vez no habría


negociación posible y se encaminó hacia la
puerta, pero la voz de su mentor la detuvo.

–Le aconsejo que lleve su capa. Pronto hará


frío.

–Prometiste que volveríamos pronto.


Vanessa caminó tan lento como pudo hacia
su guardarropa. Tomó su capa negra y se la
puso en los hombros. Miró por última vez el
Sol. Tenía la esperanza de ver siquiera un
poco del eclipse, pero Ramsés la esperaba con
gesto duro. Vanessa cruzó el umbral de la
puerta y lo siguió por largos pasillos que ella
conocía muy bien, hasta llegar a los jardines
orientales. Al fondo de estos, estaban las
puertas que llevaban a las afueras del castillo.
Vanessa se detuvo de golpe.

–¿Por qué me traes aquí? Pensé que me


llevarías a las cámaras de seguridad.

–Lo siento, Alteza, son órdenes de su padre,


el Rey. Esta vez la resguardaré en un
escondite entre los muros. Ahí, ¿ve? Detrás de
Ramsés miró al cielo, impaciente, y retomó
la marcha, pero Vanessa echó a correr hacia el
castillo. Ramsés tuvo que correr tras ella, pero
por más que lo intentaba, no lograba
atraparla. Ella usaba el agua del ambiente y de
las plantas cercanas para tenderle trampas
como pequeños charcos y lloviznas que le
daban en la cara. Corrían hacia las
habitaciones del rey. Vanessa llegó justo antes
de que su padre cerrara la puerta escondida
tras el tapiz.

–¡Vanessa! ¿Qué haces aquí? ¿Dónde está


Ramsés?

–¡Quería sacarme del castillo! Me llevó a los


jardines orientales, pero ya estoy aquí, papá.
Lo dejé patinando en el pasillo.
entrara. Ramsés llegó corriendo y tuvo que
bajar la frente casi hasta el piso cuando vio al
Rey. Quedaba muy poco tiempo y ya no
podrían llevar a la Princesa al escondite.
Sentía vergüenza de no haber cumplido las
órdenes de su soberano. A lo lejos se escuchó
un cañón. Todos los sirvientes se miraron
confundidos. Ese reino había estado en paz
desde hacía casi cien años. El capitán envió a
dos guardias a investigar. El Rey tomó a su
hija en brazos y cruzó la puerta escondida tras
el tapiz. Ramsés los siguió y después entraron
algunos guardias de élite. Los demás
sirvientes volvieron a cubrir la puerta con el
tapiz y corrieron a sus propios escondites.

–No debiste venir, Vanessa. Este no es el


–¿De verdad le pediste que me sacara?

-No, hija. Le pedí que te escondiera. Hoy es


un día funesto.

Dicho esto, miró en todas direcciones como


si quisiera asegurarse de que nadie los
escuchaba. Vanessa, al verlo así por primera
vez en su vida, entendió que había un peligro
real que nadie había mencionado. Otro cañón
sonó en el cielo, pero esta vez fue
acompañado de un fuerte temblor que cimbró
todo el castillo. Vanessa abrazó a su padre y se
escondió en su cuello. Tenía miedo.

Al fin, llegaron a una cámara húmeda y


oscura, poco más grande que una cama. Dos
guerreros se quedaron afuera, custodiando el
pasillo. En la siguiente cámara entraron el
guardia cerró la puerta por dentro y pasó una
enorme madera para atrancarla. Vanessa vio
otra puerta en la pared de al lado que
enseguida abrió otro guardia. Cruzaron ese
umbral que llevaba a un nuevo pasillo oscuro
de piedra. Vanessa se preguntó si la humedad
se debería a la profundidad, ya que cada vez
sentía que bajaban más y más. Solo dos
guardias se quedaron en la cámara de dos
puertas, pero no encendieron las antorchas.
Vigilarían desde la oscuridad. Uno de ellos
llevaba una espada en el cinto, pero el otro, no.
Vanessa supuso que era hijo de dioses y que
tendría algún poder especial para
defenderlos.

Mientras caminaban, solo escuchaban sus


el pecho, como si el Rey no creyera que él
podía cuidarla. Al final del pasillo, había otra
puerta. Un guardia la abrió y dejó entrar al
Rey y a la Princesa. Ramsés también se quedó
afuera. El Rey bajó a su hija y, antes de que el
guardia cerrara por fuera el cuarto, llamó a
Ramsés.

–Entra. Tú cuidarás de ella –dijo en voz


muy baja–. Si... si algo pasa, ella será tu
responsabilidad.

El Rey lo miraba a los ojos y, por primera


vez, fue incapaz de esconder el dolor que
sentía en esos momentos. Ramsés se sentía
incapaz de opinar; él solo asintió, mudo de
sorpresa. El Rey salió hacia el pasillo y dejó
que Ramsés entrara a la pequeña cámara.
despedía de su Princesa. Vanessa no entendía
nada, salvo el silencioso adiós de su padre. El
guardia cerró la gruesa puerta de madera y la
trabó con una pesada viga de roble.

Esta cámara era todavía más pequeña que


la anterior. Estaba fría, oscura y húmeda.
Vanessa seguía viendo hacia la puerta. Debajo
de esta, se veían las sombras vacilantes
producidas por la antorcha que llevaba el
sirviente. Vanessa reconocía las sombras de
los pies de su padre. Otro cañón sonó a lo
lejos, junto con otra sacudida del castillo.
Empezó a escucharse un tumulto que crecía,
y el Rey ordenó apagar la antorcha. Todo era
silencio en la cámara y los pasillos. Vanessa
empezó a llorar pero no sabía por qué.
–No se preocupe –le dijo Ramsés en voz
muy baja, para que solo ella pudiera oírlo–,
nadie sabrá que lloró.

Vanessa le sonrió agradecida. Sabía que,


aunque ella no lo veía, él sí podía verla
perfectamente, pues su don era el control de
las sombras, por lo que él siempre podía ver a
los demás, a pesar de la oscuridad. Él fue el
primero en enseñarle sobre el control de los
dones. Otro cañón sacudió el castillo.
Finalmente, Vanessa se atrevió a hablar.

–¿Qué está pasando?

Ramsés miró indeciso hacia la puerta.

–Por favor –rogó ella.

Él se sentó a su lado. Sus ojos grises apenas


–Es una guerra –le dijo, pero se dio cuenta
de que ella no entendía del todo–. Es una
guerra entre dioses y hombres.

–¿Por qué? Siempre hemos vivido en paz


las dos razas.

–Sí.

No sabía cómo explicarle.

–Sí hemos vivido en paz pero... las cosas


han cambiado y los hombres tienen miedo.

–¿Quieren matar a mi padre?

–No.

Vanessa sintió un escalofrío en su espalda.


Miró a su alrededor. Ella estaba más protegida
que el Rey en ese momento.
como si quisiera fundirse con las sombras.
Una explosión sonó muy cerca y se
escucharon gritos a lo lejos del pasillo.
Ramsés se puso de pie junto a Vanessa. Al otro
lado de la puerta, dos personas
desenvainaron sus espadas: el Rey y su
sirviente. Otro estallido inundó el pasillo y
una turba de hombres furiosos corrieron
chocando sus espadas en las paredes y
gritando. Hombres y dioses luchaban en
ambos bandos. Vanessa se pegó a la puerta
tratando de escuchar qué pasaba. Quería
saber si su padre estaba bien, pero los sonidos
se confundían. Ramsés la tomó de los
hombros y la arrastró al fondo del cuarto.
Alguien golpeó la puerta con fuerza hasta casi
derribarla. Vanessa no veía nada pero
puerta. Ramsés la ocultó en las sombras y le
tapó la boca. Cinco hombres se asomaron al
pequeño cuarto, pero no vieron nada. Uno de
ellos, creó en su mano una llama y entró para
inspeccionar. Ramsés se cubrió lo mejor que
pudo con las sombras y empezó a empujar
poco a poco a la Princesa hacia la entrada. Ella
se sorprendió de estar tan cerca de los
hombres y que estos no pudieran verla.

–Debe ser una trampa –dijo uno de ellos–.


Busquen bien.

Vanessa sintió que Ramsés la empujaba a la


salida, pero ella no veía cómo pasar entre los
hombres sin que la sintieran. El hombre con la
llama en la mano estaba a punto de llegar a
ellos. Ramsés empujó a Vanessa, quien logró
–Nos han engañado –respondió este–. No
está en el castillo.

–¿Cómo que no está en el castillo? –


amenazó uno de ellos con una espada en la
mano. La espada del Rey–. ¡Tú dijiste...!

–Lo sé –lo interrumpió Ramsés, mirando


hacia donde estaba Vanessa.

Todos voltearon para ver hacia donde él


tenía los ojos pero no lograron distinguir
entre las sombras a la niña que los miraba
asustada, dando pasitos hacia atrás en el
pasillo de piedra.

–¿Y el Rey? –preguntó Ramsés.

–Está muerto.

–Bien.
creada por el mismo Ramsés. Ya no escuchó
qué más decían, solo quería huir. En el
camino, tropezó con un cuerpo al que
reconoció por su barba larga y su nariz
ganchuda: era su padre que miraba con terror
hacia el fondo del pasillo por el que ella venía.
Vanessa lo empujó y lo sacudió cuanto pudo,
pero estaba muerto. Escuchó tras de sí unos
pasos. Debía huir. Corrió tan rápido como
pudo esquivando hombres y dioses batidos de
sangre que esperaban órdenes; cadáveres,
brazos y armas que cubrían el suelo como
enormes raíces de árbol y hasta uno que otro
perro que olisqueaba el aire impregnado de
sangre. Atrás escuchó que peleaban de nuevo
y tuvo miedo de que la hubieran escuchado y
que la fueran siguiendo. Llegó al final del
el agua a su alrededor era sangre. Cuando la
sintió, pegó un grito de desesperación y de
miedo. Una mano le cubrió la boca. Se zafó
como pudo pero no supo adónde correr.

–Soy yo.

Era Ramsés, pero ella no se tranquilizó al


escucharlo.

–Estás con ellos.

–La sacaré de aquí. Tiene mi palabra. Pero,


por una vez, tendrá que hacer lo que le diga.

Vanessa asintió en silencio con la cara


cubierta de lágrimas saladas. Ramsés usó toda
su fuerza para abrir la puerta. La alcoba del
Rey estaba cubierta de cuerpos
ensangrentados. Ramsés cargó a la Princesa y
pudo. El eclipse estaba acabando. Aún se oían
espadas por todos lados.

Al fin salieron a los jardines orientales.


Ramsés corrió a lo largo del muro para
mantenerse oculto hasta que llegó tras las
bugambilias. Ahí bajó a Vanessa.

–No entiendo –dijo ella al fin.

–Asesinarán a todos los hijos de dioses


para salvarse.

–¿Por qué los ayudas? Tú también eres hijo


de dioses.

Ramsés miró al suelo, buscando las


palabras correctas. Al fin, la miró a los ojos,
pero ella sentía como si se hubiera puesto una
máscara.
–¿Por qué?

–Debo irme. Corra. Pronto.

Ramsés se desvaneció entre las sombras.


Vanessa miró por última vez el castillo que
ahora ardía y humeaba. Se despidió en
silencio y se metió por la puertecita de
madera a un oscuro pasillo que la sacaría del
castillo, muy lejos, más allá del Reino del Lago.

Un fénix nacerá de entre las aguas.

Su sombra acabará con nuestra gente

y solo el mítico zircón azul

podrá con las tinieblas de la muerte.

Era aún de noche cuando Kal despertó en


su cuarto. Estaba asustado pero no podía
recordar su sueño. Era como si alguien
hubiera encendido su mente así, de repente.
Se escuchaba la respiración profunda de sus
compañeros de cuarto. Pronto, sería hora de
empezar el entrenamiento. Como ya era un
guerrero de élite, no tenía entrenador que lo
presionara, pero le gustaba empezar
temprano. Bajó de la litera de un silencioso
hacia estos jardines, por si debían acudir de
inmediato ante el Rey, y otra, que daba al
patio de entrenamiento, una especie de
plataforma sobre el lago, ligeramente alejada
del puente que llevaba al pueblo. Esta mañana
estaba especialmente fría y Kal no sentía
ganas de empezar el entrenamiento, sino de
volver a sus cobijas. Sin embargo, sintió que
Beraru estaba despertando, por lo que
empezó a vestirse, como si nada.

–Hoy es temprano –murmuró Beraru con


los ojos aún cerrados.

Kal no respondió. Sacudió un poco a Urli y,


una vez que este abrió los ojos, salió al patio.

–Vamos, aprovechemos que aún no sale el


Sol –dijo antes de salir.
estirar sus rayos desde Oriente. Kal se
sorprendió al llegar al centro del patio y ver a
Laya, parada en un tronco, sobre el agua y
mirando hacia la Luna.

–¡Buenos días!

Laya no respondió de inmediato, sino que


se mantuvo en silencio. Kal estaba
acostumbrado a su manera tan tajante de
tratar a la gente, por lo que simplemente, fue
a una parte del patio y comenzó el
calentamiento. Al poco rato, salió Beraru y,
mucho después, Urli. Poco a poco, fueron
llegando las demás: Zil, Ifra, Tarlia y Lua.
Todos comenzaron sus propios ejercicios y, al
poco tiempo, hicieron equipos para practicar
combate.
muy lentamente hacia el grupo de guerreros.
Laya fue la primera en detener su práctica.
Beraru se adelantó, pero Urli lo detuvo.
Beraru no era precisamente la persona más
amigable, por lo que sería mejor que Urli se
encargara de esto.

–¿Quién eres?

–Me llamo Eduardo –contestó el joven con


una voz ronca y muy baja–. Me envía Tehna
para formar parte de la Guardia del Rey.

Extendió un pergamino enrollado y sellado


con lacre verde. Ifra caminó hacia el joven con
gesto adusto y tomó el pergamino. Lo revisó
brevemente y distinguió la firma del capitán
del ejército y la letra de Tehna.

–Pareces demasiado joven. ¿Cómo pasaste


ocasiones. Por eso, ahora que su Rey busca
guerreros, Tehna me envió y el capitán me ha
aceptado. Como ven, vengo con mis espadas,
por lo que pueden estar seguros de que nada
tengo que ver con los dioses.

Ifra lo miraba llena de sospechas, pero lo


dejó pasar. Zil se acercó discretamente a Kal y
le susurró con su diminuta voz de hada: "Él es
tu verdadero amor". Kal se rió de la broma.
Era cierto que Zil tenía el don de ver a quienes
se complementaban y se amarían en algún
momento, pero también es cierto que solía
molestarlo enjaretándole a cualquiera que le
pareciera incompatible. Eduardo se guardó el
pergamino entre sus ropas de piel y ajustó la
cadena que le rodeaba el brazo derecho,
que Urli continuó su entrenamiento con Laya
y Lua.

–Lo siento –dijo Kal al extranjero–. No


somos los mejores dando bienvenidas.
Guerreros, ya sabes.

–No hay problema –dijo el chico sin una


sola muestra de ser capaz de sonreír.

Tarlia entrenaba con Beraru, como


siempre, pero miraba de vez en cuando hacia
donde estaba el recién llegado. Kal sacó su
espada.

–Empecemos. Quiero ver qué tan hábil


eres. Así, si resultas un desastre, te ahorraré
la entrevista de mañana con el Rey.

El joven parecía divertido con el alarde de


–No tengas miedo. Soy un guerrero de élite.
No podrás herirme. Vamos, ataca.

Eduardo se quitó la capa de viaje luciendo


un cuerpo esbelto y pequeño cubierto con
ropa de piel oscura y botas de nieve. Parecía
que por fin tomaba en serio el entrenamiento.
Atacaba con fuerza calculada y sus
movimientos eran ágiles, casi elegantes.

–Vamos, peleas como una niña. ¿Es todo lo


que tienes?

Eduardo se mantenía en silencio pero la


situación se intensificaba a cada golpe. Poco a
poco, los demás se fueron acercando para ver
la batalla. Si bien ninguno de los dos estaba
dando todo de sí, era evidente que el
extranjero era todo un guerrero al nivel de
desde lejos.

La batalla se intensificó aún más y Zil


repitió a sus amigos que ese joven sería el
verdadero amor de Kal. Nadie supo qué tan en
broma hablaba esta vez, excepto Laya que,
discretamente, tocó el hombro de Zil para ver
en su mente. Los dos guerreros giraban en
una peligrosa danza de espadas. Ambos
tenían ya algunos cortes delgados en los
brazos y piernas, y sudaban profusamente. De
repente, Kal dejó de pelear y le sonrió al joven.

–Bienvenido. Serás un digno compañero.

Las comisuras de los labios de Eduardo se


elevaron casi imperceptiblemente, pero Har
lo tomó como todo un gesto de
agradecimiento. Todos volvieron a su propio
gritó:

–¿Quién quiere ir al bar?

Todos aceptaron encantados. Urli se acercó


al recién llegado y le señaló su dormitorio.

–Ahí dormimos los hombres -hizo énfasis


en esta última palabra-. Los otros dos cuartos
son de las nenas y el del fondo, tiene armas.
Lleva tus cosas rápido. Te enseñaremos el
pueblo.

Eduardo obedeció en silencio. Ifra le dio un


puñetazo en el hombro a Urli.

–¿Qué?

–Deja de llamarnos así. Cualquiera de


nosotras podría ponerte en tu lugar.

–No me refería a que fueran débiles, sino a


mujeres con facilidad. Ifra decidió no discutir
más con él. Eduardo ya venía de regreso, por
lo que solo le dio otro golpe en el hombro y
comenzó a caminar. Laya y Lua también le
dieron un golpe al pasar y Zil lo empujó con
fuerzas.

–¿Y eso por qué? –preguntó consternado.

–No sé; parecía divertido.

Y se fue muy contenta tras las otras chicas.


Kal le pasó un brazo por el hombro a Urli y
otro a Eduardo.

–Como verás, somos todos muy humanos,


con nuestros defectos y virtudes, pero te
acostumbrarás.

Eduardo no dijo nada pero a Kal le pareció


mencionar los pasadizos secretos, pues no
sería parte de la Guardia del Rey hasta que él
mismo lo aprobara al día siguiente. Le
mostraron el pueblo y finalmente, cuando el
Sol ya tocaba las montañas de Occidente,
entraron a su taberna preferida. A Eduardo le
asombró que permitieran la entrada a sus
compañeras pero supuso que debía ser
porque eran guerreras de élite. Pidieron
tarros de cerveza para todos y comenzaron a
hablar muy animadamente. Había hombres
bebiendo por todas partes y la música sonaba
alegre y fuerte en todo el lugar. Cualquiera
diría que era un pueblo en tiempos de paz.

–¿Por qué no hay dioses aquí? –preguntó


Eduardo en voz baja a Kal mientras Lua e Ifra
atención.

–Fue hace casi veinte años. Surgió una


profecía que decía que un dios acabaría con
nuestra raza. Así que los humanos
aprovecharon un eclipse de Sol para asesinar
a la Princesa, pues era ella el dios mencionado
en la profecía. Al menos eso se creía. Todos los
dioses fueron asesinados o expulsados del
Reino. A nadie le gusta mucho hablar de eso.

–¿Así que todos ustedes son humanos?

Kal sonrió amargamente y agradeció que


llegaran con la cerveza.

–¿Por qué tan serios? –preguntó Laya con


aire despreocupado pero observando con
disimulo al extranjero.
–No hay nadie de raza pura –corrigió Laya.

–Sí, bueno, pero si tus dos padres son


humanos y naces sin dones, eres humano.

Eduardo meditó un momento la respuesta.


Ifra y Lua venían de regreso a la mesa. Zil, que
parecía la más locuaz de todos, empezó a
explicarle.

–Yo puedo ver quiénes son almas gemelas;


Laya puede leerle la mente a cualquiera con
solo tocarlo –dijo señalando a su amiga.

Ifra y Lua se unieron a la plática.

–Y ver su futuro –agregó Urli.

–Ifra controla la electricidad de una


manera escalofriante, si quieres mi opinión.
lo que él tuvo que robar la de Kal.

–Y Lua puede ver las muertes ocurridas en


algún lugar cuando se para en él.

–¿Y yo? –preguntó Urli falsamente


indignado, pero Zil ya estaba bebiendo de su
tarro–. Aunque no parezca, también tengo lo
mío –agregó con un guiño a Ifra, pero ella
fingió no notarlo–. Tengo el poder de la
telequinesis.

Eduardo parecía asombrado. Hacía mucho


que ese don no vivía en nadie de los reinos de
agua.

–Bueno, más o menos –agregó Lua,


socarrona–. Digamos que puede mover
objetos con gran precisión pero no levanta
una silla completa.
–¿Por qué un rey que odia a los hijos de
dioses recluta a esos mismos hijos de dioses
como su guardia personal? –preguntó
Eduardo.

Momento incómodo. Esta vez fue Kal quien


habló.

–Poca gente lo sabe, pero nuestro Rey


nunca encontró el cuerpo de la Princesa, por
lo que cree que ella podría volver, como el
fénix que menciona la profecía.

–Tiene miedo –concluyó Eduardo.

Silencio. Todos miraban a puntos


diferentes, ligeramente incómodos.

–No te preocupes. Pasarán años antes de


que el Consejo de los Dioses se dé cuenta de
Eduardo no supo cómo responder pero Zil
le dio un manotazo a Laya para que lo dejara
en paz. Laya lo soltó, guardó silencio y tomó
de su cerveza.

–Ya les dije que está apartado.

Eduardo la miró con curiosidad, pero Zil


trató de desviar la mirada.

–Mejor sigamos hablando de Urli y de su


poder minúsculo –dijo Zil en voz baja.

Todos rieron. Eduardo se puso de pie y se


disculpó argumentando que debía descansar.
Todos lo miraron alejarse en silencio. Ifra le
dio un codazo a Kal y le señaló a Eduardo con
la mirada.

–Tal vez sí sea tu verdadero amor.


Zil, pero se levantó y siguió a Eduardo. Lo
alcanzó a media cuadra de distancia y vio que
caminaba directo hacia el castillo. Estaba
oscuro y ya no se veía gente en las calles.

–¿Ya te vas a dormir? Es temprano –


preguntó Kal para hacer conversación.

–Debo entrenar.

–Ah.

Silencio.

–No te molestes con ellos. Son buenas


personas...

Eduardo se detuvo y lo miró de frente.

–Lo sé.

Reanudó el camino y Kal, un poco


confundido, lo siguió. A lo lejos vio que venía
los empujaron con el hombro. Kal tomó al
hombre del piel blanca por el cuello de la capa
y lo tiró de espaldas. El hombre se transformó
en una serpiente, pero Beraru la detuvo justo
antes del ataque.

–Tarlia.

La serpiente cambió de nuevo de forma y


volvió a mostrarse como la guerrera que
había visto Eduardo en el entrenamiento.

–Un traidor más. ¡Qué alegría! –dijo Tarlia


con voz fría.

Eduardo soltó la empuñadura de su


espada, pero se mantuvo alerta. Observó que
Beraru no los miraba a los ojos, casi como si
estuviera ciego. Sus ojos eran del color de la
sangre, por lo que también debía de ser un
–Eso no importa. Hombres y dioses
vivíamos en paz hasta que asesinaron a la
Princesa, futura soberana del Reino del Lago,
hija de la guardiana elegida por el Consejo de
los Dioses. Era la perfecta unión de las dos
razas. Y ahora, protegen al asesino.

Tarlia miraba desafiante a Eduardo


mientras hablaba.

–¿Y ustedes? –preguntó Eduardo con voz


firme–. Son también de la Guardia del Rey, ¿no
es cierto?

–Nosotros lo hicimos por sobrevivir,


extranjero. Ellos, en cambio, parecen
orgullosos de servir al humano.

Tarlia dio un paso hacia Eduardo,


amenazante, pero Kal se interpuso.
la paz –trató de calmarla Har.

–No lo creo. Y, por su bien, ojalá tarden


mucho en venir.

–Tú también has matado dioses.

Eduardo se sorprendió al escucharse y se


arrepintió al momento. Beraru lo miró
entonces a los ojos, proyectándole sus peores
miedos. Eduardo cayó al suelo, retorciéndose
con los ojos cerrados, tratando de huir de las
visiones.

–¡Basta! –gritó Kal.

Beraru dejó en paz a Eduardo y les dio la


espalda. Natalia retomó su imagen de hombre
de tez blanca y juntos siguieron su camino. Kal
corrió a socorrer a Eduardo que se limpiaba
Eduardo lo guardó de inmediato y comenzó a
andar deprisa hacia el castillo. Kal lo siguió
hasta el patio de entrenamientos y lo vio
practicar golpes contra un costal.

–¿Quién eres? –preguntó Kal.

–No quiero hablar de eso.

Kal se interpuso entre él y el costal, y


desvió el golpe de Eduardo quien,
desprevenido y ciego de coraje, casi cayó al
suelo.

–No es asunto tuyo. Quítate.

Kal sacó su espada. Eduardo atacó


rápidamente con ambas espadas, pero Kal era
muy ágil. Esta vez, ambos oponentes
buscaban dañar al otro, esta vez habría
Finalmente, rasgó la manga del brazo derecho
de Eduardo y debió abrir la piel, porque un
líquido oscuro empezó a gotear por los dedos
del extranjero. Ambos respiraban con
dificultad y se miraban con cautela. Eduardo
intentó atacar de nuevo, pero Kal desvió su
golpe y lo tiró al suelo. Con un pie sobre su
muñeca, trató de tomar el cristal, pero
Eduardo giró sobre sí mismo con fuerza y se
alejó. De milagro no se rompió la muñeca ni
perdió el cristal, pero Kal alcanzó a
vislumbrar algo así como una venda que
empezaba a escaparse de debajo de la camisa
de Eduardo. ¿Estaría herido aún? ¿Tehna no
habría podido sanarlo del todo? ¿Por qué
tenía prisa por llegar al reino? Lo único
seguro es que ese joven tenía el zircón azul.
Eduardo lo miró desconcertado y Kal
supuso que, como era extranjero, desconocía
la profecía.

–Un fénix nacerá de entre las aguas. Su


sombra acabará con nuestra gente y solo el
mítico zircón azul podrá con las tinieblas de la
muerte.

Eduardo repitió la profecía en voz baja ,


memorizándola.

–Última vez –dijo Kal con la espada en la


mano, listo para atacar–. ¿Quién eres?

Eduardo miró alrededor. Nadie los veía.


Tehna le había advertido que tuviera cuidado
con su identidad, pero ya había peleado con
Kal y había visto que, aún siendo humano, era
–Este zircón fue un regalo de mi madre, la
diosa de las aguas y Guardiana de los
Hombres en este reino. Mi nombre es Vanessa
y he venido a vengar la muerte de mi padre.

Kal apenas podía creer lo que escuchaba.

–Eres la princesa perdida. El Rey tenía


razón.

Eduardo, o mejor dicho, Vanessa, no


respondió.

–Tu cabello... –trató de argumentar Kal.

–Lo sé. Buscan a una joven de cabellos


rojos, como mi padre. De niña, mi cabello era
blanco, pero conforme crecí se fue volviendo
más y más azul, como mi madre... supongo. Lo
corté sabiendo que nadie sospecharía de un
irse. Debía ver al rey a la mañana siguiente.

–Debes entender. Necesito ver al Rey


mañana y vengar la muerte de mi padre.

–No lo hagas. Por favor. Los dioses


enviarán a otro guardián que protegerá tanto
a los hombres como a los dioses y la paz
volverá. Pero nadie podrá detener la guerra si
matas al Rey. Sin Rey y sin Guardián, ¿qué nos
salvará de los otros reinos? ¿Quién te
protegerá a ti de quienes ambicionan el zircón
azul?

–Eso no importa. Yo soy el fénix nacido


entre las aguas, ¿no es cierto?

–Nos equivocamos. Ni siquiera tienes el


cabello rojo.
filo de las espadas humanas.

–Puedes huir de ese destino y tener uno


mejor. Nada es definitivo. Puedes elegir algo
mejor para ti y para el reino que deberías
proteger, por encargo del Consejo de los
Dioses.

–Yo cumpliré con mi destino con honor. Tú


puedes hacer lo que mejor te plazca.

Antes de que pudiera darse vuelta, Kal la


tomó del brazo y la jaló hacia sí mismo. La
tomó de la cintura y la miró a los ojos. Vanessa
podía sentir sus respiraciones agitadas,
cruzándose de piel a piel. Los ojos de Kal
bajaron hasta los labios de ella y entonces la
besó. Ella se apartó de golpe.

–¿Qué haces?
Vanessa lo miró con asco. Kal bajó un poco
la mirada. Sabía que había sido la táctica más
estúpida del mundo. De seguro, ni siquiera
Urli lo habría intentado.

–Así que una anciana profesa el fin de los


humanos y todos se lanzan a atacar su propio
castillo. Un amiga bromista te promete el
amor de una extraña y tú la besas. Me queda
claro que los hombres carecen de juicio.

Vanessa corrió como una sombra y huyó


del patio. Kal se arrepentía de todos sus
intentos por evitar la guerra y se sentía un
idiota. Ese beso había sido fingido e inútil. Sin
embargo, sus labios ardían. Ahora era él quien
golpeaba el costal con furia. Cuando volvieron
sus amigos, no tuvo más remedio que
anunció que debían advertir al rey cuanto
antes.

Vanessa caminaba por el castillo. Era de


noche y la Luna brillaba blanca y fantasmal
por los pasillos. No había ni un solo guardia a
la vista. A lo lejos, al final del pasillo y entre
sombras, apareció Kal. Vanessa tuvo el
impulso de correr hacia él, pero se detuvo en
seco: Kal tenía a su padre arrodillado, y
sonreía maliciosamente.

–Detente –dijo él casi en un susurro.

Sacó su espada y la puso contra el cuello del


antiguo monarca. Vanessa sintió que se le
oprimía el pecho. "No lo perderé. No otra vez".
Se dijo a sí misma mientras corría con todas
sus fuerzas para detener a Kal, pero fue
demasiado lenta. Kal deslizó su espada por el
cuello del Rey y la sangre empezó a inundar el
Vanessa despertó con la cara cubierta de
lágrimas y el corazón confundido. Estaba
dormida sobre la rama de un enorme y viejo
roble. Casi siempre soñaba con su padre, pero
siempre era un hombre alto y de mirada
oscura quien lo degollaba. Esta vez había sido
el propio Kal. Saboreó el nombre en su boca y
volvió a sentir que sus labios ardían. Se
reprimió al instante. Se limpió la cara con la
manga y miró al cielo. La Luna todavía se veía
en el horizonte, pero el Sol ya empezaba a
salir, perezoso, de entre las montañas. Miró el
lago que parecía un enorme espejo oscuro y
frío, y finalmente miró hacia el castillo, al final
del pueblo, justo en medio del enorme lago.
Después de casi veinte años, Vanessa
su cintura, listas para la batalla. Cubrió bien su
brazo derecho con la manga de cuero a fin de
que no se viera la horrible herida que tenía
arriba de la muñeca, ni el zircón azul que le
había heredado su madre. Estaba lista.

Se escabulló entre las calles dormidas del


pueblo y cruzó como una sombra hasta las
puertas del castillo. No estaba segura de que
la Guardia del Rey hubiera dado la alarma. Por
si acaso, respiró hondo y jaló una gran
cantidad de agua del lago. La convirtió en una
densa neblina que inundó todo el castillo.
Esperó unos minutos para que la humedad
fuera absorbida por su entorno y tocó a la
puerta con el aldabón. Un hombre de aspecto
somnoliento apareció tras la puerta. Parecía
al trono que venía a vengarse. Sin decir una
palabra, Vanessa le mostró al buen hombre su
carta de presentación sellada por Tehna y
firmada por el Capitán de la Guardia. El vigía
hizo un enorme esfuerzo por desperezarse y
observar detenidamente al jovencito que
tenía enfrente. Entonces recordó que había
llegado el día anterior, por lo que
seguramente hoy tendría audiencia con el
Rey. Se hizo a un lado y lo dejó pasar. Vanessa
le agradeció con un gesto seco y volvió a
guardar el pergamino entre su ropa. En el
pergamino, usaba el nombre de Eduardo y,
como tenía el cabello azul y corto, parecía un
joven de alrededor de quince años. Caminó
con calma hacia el castillo y observó que nadie
parecía esperar que pasara algo ese día. Había
guerrero de élite, por lo que la entrada fue de
lo más fácil. Vanessa se horrorizó ante el
desinterés que todos esos humanos
demostraban hacia su trabajo.

Cruzó por varias puertas de vigías


somnolientos, aunque ninguno parecía haber
dormido, a excepción del primero que se
había encontrado. Vanessa empezó a sentirse
nerviosa. ¿Kal no había dicho nada o era una
trampa? La respuesta vino a sus ojos en
cuanto llegó a la Sala del Trono. Faltaban
cinco minutos para la audiencia. El Sol ya se
asomaba por el horizonte, iluminando
vagamente los pasillos del castillo. Al fondo la
esperaba la Guardia del Rey con Kal a la
cabeza. Vanessa puso su mano derecha sobre
hubiera sido tan estúpido como para
contarles absolutamente todo. Cuando hubo
llegado a un metro de Kal, se detuvo, alerta a
cualquier movimiento o sonido.

–Por favor, no hagas esto –rogó él


saltándose cualquier otro tipo de protocolo.

Vanessa no respondió. Todos parecían


estar listos para el ataque, excepto Kal. Le
sorprendió no ver a Tarlia ni a Beraru. Algo
estaba mal. De repente, las puertas de la Sala
del Trono se abrieron y todos acudieron a sus
armas. Un desconcertado sirviente humano
los miró con los ojos como platos. Con una voz
baja y ligeramente temblorosa anunció que el
caballero Eduardo ya podía entrar. Kal se
interpuso para hablar con el hombrecillo.
a este caballero como parte de su guardia
personal y luego seguirá con sus asuntos
urgentes.

El hombrecito hizo pasar a Vanessa sin


advertir nada extraño en ella y trató de
cerrarle la puerta a Kal, pero este tenía más
fuerza. Ifra. Lua, Laya, Urli y Zil lo siguieron
hasta quedar frente al monarca, que parecía
disgustado ante el alboroto en su presencia. El
hombrecillo trató de disculparse, pero el Rey
estaba furioso por su ineptitud y le ordenó
salir de inmediato; ya después le asignaría el
justo castigo.

Vanessa se asombró al ver que habían


cubierto los altos ventanales con gruesas
cortinas oscuras, ribeteadas con oro, y había
Parecía un hombre cansado. Tenía la barba y
el bigote crecidos y salpicados de canas
amarillentas. Su cuerpo estaba poco
ejercitado pero Vanessa pudo adivinar que
fue un hombre fuerte en algún tiempo. Desde
lejos, daba la impresión de ser viejo, pero sus
ojos todavía mostraban decisión y vitalidad.
Esos ojos negros eran los mismos que había
visto años atrás, en el pasillo de piedra por el
que escapó de los hombres. Ese hombre de
mirada oscura que la perseguía en sueños
había tomado el lugar de su padre como Rey
de los hombres del Reino del Lago. Vanessa
hubiera querido asesinarlo en ese mismo
instante, pero la falta de luz solar había
mermado considerablemente sus fuerzas.
Con todo el autocontrol aprendido en sus
igual que los demás guerreros.

–Siento mucho esta desobediencia, Su


Majestad, pero...

–¡Desobediencia! –rió el Rey


sarcásticamente–. Han entrado aquí por la
fuerza, atropellando a mi sirviente,
desobedeciendo mis órdenes y faltando al
respeto a este valeroso caballero que he
mandado traer desde las tierras del Norte.
¡Desobediencia no es la palabra correcta!

Vanessa se sorprendió de que Kal pudiera


ser tan leal a un hombre tan idiota.

–Lo siento mucho, pero esto es una


emergencia.

Kal miró a Vanessa y luego al Rey que,


–¿Qué es esto?

Kal miró una vez más a Vanessa. Sus ojos


suplicaban que se arrepintiera, pero ella ya
sentía hervir su sangre, por lo que dio un paso
desenfadado hacia el Rey. Observó que los
guardias junto a los ventanales llevaban las
manos hacia sus espadas. Humanos, pensó
ella con desprecio. Con un movimiento ágil,
sacó su espada y corrió hacia el Rey, pero Laya
ya estaba frente a ella, blandiendo un báculo
enorme, y al poco tiempo, ya tenía a toda la
guardia encima. Vanessa era rápida y contaba
con que la mayoría la seguía tratando como a
una humana. Vio por el rabillo del ojo, que se
llevaban al Rey, mientras este murmuraba
algo sobre el destino.
ambos le ofrecieron su apoyo a Vanessa, como
su legítima Reina. Ella aprovechó la ayuda y
desvió todos los golpes acercándose
discretamente al ventanal que daba al Este.
Saltó sobre el hombro de Ifra y la cabeza de un
guardia hasta lo más alto que pudo. Se agarró
de la cortina, y usó su propio peso para que se
viniera encima. Laya, previendo siempre sus
movimientos, fue la única en escapar de la
pesada tela. La luz del Sol abrazó a Vanessa,
pero también a los otros hijos de dioses.
Beraru al fin pudo usar su don para debilitar
a sus contrincantes, mostrándole a cada uno
su peor temor. Tarlia se transformaba en
objetos y personas de diferentes formas y
tamaños, de manera que resultaba imposible
darle un solo golpe. Ella, en cambio, había
agua de la niebla que rodeaba al castillo, y la
deslizó como una serpiente hasta el tobillo del
rey.

Kal ordenó que tuvieran cuidado, por lo


que bajaron la intensidad del ataque y
Vanessa alcanzó finalmente al Rey.

–¿Quién eres? –gritó este tratando de


esconder su miedo.

–Sabías que volvería –respondió Vanessa.

El Rey palideció y miró furioso a Kal y a su


guardia.

–¡Mátenla! –ordenó.

Pero nadie se movía. Vanessa había sacado


sus espadas y estaba lista para degollar al rey.
Por otro lado, lo había envuelto con agua, de
Ramsés. A pesar de los años, no parecía haber
cambiado en absoluto, como todos los dioses,
una vez que pasaban los veinticinco años. Él
miró atónito la escena, sin saber qué hacer.

–¡Mátenla! –volvió a ordenar el rey–. No


importa mi vida. Los dioses no volverán a
gobernarnos con sus oscuros poderes.
¡Mátenla por el bien del Reino!

Ifra ya se disponía a atacarla, pero un


ejército de sombras la rodeó, al igual que a
todos los presentes. De repente, nadie podía
ver nada, excepto Vanessa. Los guardias
intentaron inútilmente encender antorchas,
pero Ramsés consumía toda luz presente y
ahora caminaba hacia Vanessa, con los ojos
brillantes de alegría. Su ejército de sombras
aguas.

–Ramsés –lo llamó el Rey–, quítamela de


encima.

Vanessa estaba confundida.

–Estás con ellos –dijo ella, como lo había


hecho hacía muchos años.

El rostro de Ramsés se endureció al


escuchar aquello.

–He hecho todo por la paz.

–¡No es cierto! ¡Tú los dejaste entrar y


matar a mi padre!– Vanessa sentía que perdía
fuerzas y se recriminó tanta debilidad ante
sus sentimientos. Pasó saliva con mucho
esfuerzo y tomó aire. Cuando volvió a mirar a
su antiguo mentor, ya no había ni rastro de
quiero volver a verte.

Ramsés la miraba como un padre cariñoso


y triste. Se hincó ante ella. El rey humano se
removía, furioso. Él no sabía que la princesa
había escapado gracias a Ramsés, su más fiel
servidor.

–He vivido para protegerte y he esperado


veinte años para verte en el trono. Por eso te
salvé.

Vanessa estaba confundida. Tenía en sus


manos al rey humano y ante ella, de rodillas y
llorando a uno de los hijos de dioses más
poderosos que podía mencionar. Su recuerdo
la había atormentado todos esos años, porque
nunca había entendido por qué la había
salvado si había ayudado también a los
–Solo me querían a mí. ¿Por qué los
ayudaste a entrar al castillo?

Ramsés parecía buscar las palabras


adecuadas pero no se levantaba del suelo. El
Rey tampoco se movía. Parecía querer saber
él también lo que había hecho su consejero
aquella noche.

–Solo perteneciendo a su selecto grupo


logré descubrir cómo pensaban matarte. Tu
padre -la sola mención hizo que tanto a
Ramsés como a Vanessa se les llenaran de
lágrimas los ojos–, tu padre aceptó su propia
muerte y me pidió que siguiera ayudando a
los humanos al mismo tiempo que
planeábamos cómo salvarte. Ninguno había
visto nunca un eclipse total de Sol, por lo que
pero...

En ese momento la miró a los ojos y ella no


pudo evitar volver a sentir hacia él el mismo
cariño que le tuvo cuando niña.

–Por otro lado –continuó él–, soy feliz de


verte de nuevo.

Silencio. Vanessa tenía un mar de


sentimientos encontrados, lo que la enfureció
aún más. Los dioses suelen ser fieles y rectos
a sus principios; solo los humanos cambiaban
de parecer según sus sentimientos. Aunque
amó a su padre, maldijo la parte humana que
corría por sus venas.

–Eres un desgraciado, Ramsés –dijo al fin el


Rey–. Por ti morirá la raza humana.
–No. Volverá la paz... con tu muerte. Ella
tiene sangre de hombres y dioses. Ella podrá
retomar su lugar como la legítima soberana
del Reino del Lago y como Guardiana de los
Hombres.

Luego, mirando fijamente a Vanessa a los


ojos, dijo casi en un susurro:

–Mátalo. Por el bien del Reino.

Vanessa al fin decidió confiar en él, que iba


retirando poco a poco las sombras, pero no a
sus oscuros soldados. Kal estaba sometido
con el pecho contra el frío suelo. Laya de
repente profirió un terrible grito y Kal lo
entendió: Vanessa había tomado una decisión.
Deslizó ambas espadas por el cuelo del Rey y
la cabeza rodó por el suelo dejando un camino
el poderoso ejército de sombras. Ramsés le
sonrió benevolente a Vanessa como si todavía
fuera una pequeña niña que había hecho bien
su tarea. La llevó a la Silla Real y le puso la
corona del rey en la cabeza. Las sombras
obligaron a todos a hincarse ante su nueva
soberana.

–Llévatelos –ordenó ella a Ramsés–.


Llévatelos a las mazmorras, mientras decido
qué hacer con ellos.

Kal la miraba suplicante, por lo que


Vanessa trató de no mirarlo. Ramsés ordenó a
todos los guardias que corrieran la voz de que
al día siguiente sería la coronación, por lo que
todo dios y todo hombre debían asistir, pero
Vanessa lo interrumpió y aclaró que deseaba
obedecer.

Los preparativos se hicieron rápido. Se


ordenó quitar todas las cortinas de terciopelo
color vino para poner unas nuevas, vaporosas
y de color azul claro, como el cabello de la
nueva Reina. La bañaron unas asustadas
sirvientes humanas y le trajeron en seguida
un vestido hermoso que había pertenecido a
su madre. Le quitaron la corona del Rey y
mandaron traer aquella que había
pertenecido a la Diosa de las Aguas, pero
Vanessa se negó y ordenó que prepararan la
primera, pues deseaba usarla para la
coronación, de manera que a nadie le
quedaran dudas de que su Rey estaba muerto.

Mientras, Kal estaba en un rincón oscuro


detenido a Vanessa cuando pudo... y de
amarla a pesar de que seguramente ella
misma le cortaría la cabeza frente a todo el
pueblo para evitar levantamientos contra su
nuevo gobierno. El fénix había resurgido
entre las aguas.

Vanessa, por primera vez, no estaba


nerviosa. Por primera vez no tenía miedo de
nadie, ni esperaba ansiosa qué dirían los
demás. Respiró hondo y disfrutó por un
momento volver a estar en el castillo. Se miró
en el enorme espejo de lo que había sido la
habitación de sus padres y no pudo evitar
sentir orgullo al verse con el vestido de su
madre y la corona de su padre. Sintió el peso
sobre su cabeza e irguió el cuello. El zircón
azul ya no se ocultaba en su manga derecha
sino que brillaba colgado de su cuello.

En menos de una hora comenzaría la


ceremonia de coronación que solo verían sus
guardias y su fiel vasallo: Ramsés. Después
saldría al balcón para hablar con su pueblo. El
mentor, pero sabía que él deseaba verla
coronada. Luego ajustarían cuentas con
calma.

Después de reorganizar el castillo y


ordenar su propia coronación, Vanessa le
había contado a Ramsés parte de sus planes,
observando atentamente cada una de sus
reacciones. Para su sorpresa, Ramsés parecía
preocupado. No lo había vuelto a ver desde
entonces, pero suponía que estaba ayudando
a coordinar el evento. Vanessa se quitó la
corona de la cabeza y la dejó en la almohadilla
de terciopelo rojo. Miró por la ventana.
Dentro de muy poco, retornaría oficialmente
como Reina y como Guardiana. Pero algo
oprimía su pecho: la traición. Los dioses
gobernado con sabiduría y amor, pero eso no
había bastado. Sin la protección de su madre,
los humanos habían ansiado el poder. Uno de
ellos aprovechó el pánico creado por una
profecía humana, había asaltado el castillo y
asesinado al Rey. Desde entonces, los dioses
habían tenido que huir u ocultarse. ¿De quién?
De los humanos, de los mismos humanos que
trataban de proteger. Vanessa había tenido
que huir también, pero ahora había vuelto
para liberar a los hijos de dioses y vengar a su
padre. Ahora que sabía que los humanos no
eran capaces de amar y respetar, ahora que
sabía que los humanos eran débiles y
mezquinos, ahora que sabía que eran capaces
de traicionar, ahora estaba segura de su
decisión. Los humanos debían huir del reino o
Kal estaba sentado en el frío suelo de su
celda, recriminándose una y otra vez por su
debilidad. Sentía que era el único que
realmente había luchado por la paz. Los
demás, en cambio, solo defendían a los suyos.
Dioses y hombres habían vivido en armonía
hasta la aparición de la profecía. El miedo los
había llevado a la guerra y ahora él no sabía
qué más hacer. Había visto el dolor y la rabia
contenidos en los ojos de Vanessa. Sabía que
ella había vivido marginada y escondida, por
lo que ahora les tocaría a los humanos el
mismo castigo. Por un lado, deseó con todas
sus fuerzas salir a defender a su gente, pero
por otro tenía miedo de enfrentarse a ella y a
su ira. Él era el único humano de la antigua
Guardia Real. ¿Qué oportunidad tenía contra
eran hijos de dioses, ninguno deseaba atacar
a los humanos, lo que seguramente haría
enfurecer a la nueva reina. Todos habían
luchado por detenerla y ahora se encontraban
encadenados en las mazmorras, esperando su
muerte.

Laya, de repente, levantó la mirada hacia


Kal y, desde su propia celda, le habló.

–Hay esperanza.

Todos voltearon a verla.

–Me veo corriendo por las calles del reino


–dijo en voz baja, pero firme–. Y tú vas al
frente, Kal.

Se hizo el silencio. Todos sabían que Laya


podía ver el futuro y que nunca había fallado,
comunicaba con las celdas. Le abrieron, pero
nadie lo acompañó después. Urli se asomó por
entre los barrotes. Ramsés venía solo por el
pasillo. Solo. No venía con nadie de su ejército
de sombras ni con nadie de la Guardia Real. Se
acercó en silencio y esperó hasta que los
guardias se hubieran alejado de la reja, para
hablar con Kal.

–Vaya, vaya. ¿Qué tenemos aquí?

Kal no respondió, pero lo miraba lleno de


ira. Sabía que Ramsés había traicionado a
todos para quedar siempre del lado de los
vencedores. Y estaba casi seguro de que haría
hasta lo imposible por llevar a Vanessa por
caminos oscuros.

–Traidores, por lo que veo –dijo Ramsés


Ramsés dio un paso adelante, quedando
muy cerca de los barrotes.

–Los necesarios –respondió para que solo


Kal pudiera oírlo. Lua, Ifra, Urli, Zil y Laya se
acercaron todo lo que pudieron al pasillo,
pero no oyeron nada desde sus celdas. Kal, en
cambio, se puso de pie de un salto y tomó a
Ramsés de la solapa de su gabardina negra.

–Si le haces algo a la reina...

Ramsés lo miró divertido. Las sombras


empezaron a expandirse desde sus esquinas
hasta cubrirlo todo, excepto las antorchas. Kal
entendió la amenaza pero no lo soltó. Seguía
mirándolo a los ojos.

–¿Qué? –preguntó Ramsés con tono


Ramsés se acercó al oído de Kal– que todos los
humanos salgan del reino antes del
anochecer... o soltará contra ellos a mi
ejército. La prueba serán las cabezas de la
antigua Guardia Real... colgadas de las
almenas.

Ramsés se alejó un poco para ver la


reacción de Kal. Estaba pálido. Sus peores
temores se hacían realidad. Vanessa se
vengaría con todos los humanos del reino.

–No puede –dijo Kal poco convencido–. Es


la Guardiana de los Hombres.

Ramsés sonrió con crueldad.

–Sí, pero los hombres trataron ya dos veces


de asesinarla. Creo que el Consejo de los
Dioses lo entenderá.
sombras volvieran a su lugar.

–Tú has estado envenenando su mente–


dijo Kal.

No era una pregunta, por lo que Ramsés no


respondió sino ensanchando más su sonrisa.

–Ahora entiendo. Te has enamorado.

Eso tampoco era una pregunta. Kal no


respondió, en parte porque no estaba seguro
de la respuesta.

–Será mejor que te apures –dijo Ramsés


sombríamente–. Se acaba el tiempo.

Dicho esto, se alejó por el pasillo. Kal era


consciente de las miradas de sus amigos. Un
guardia le abrió a Ramsés y este salió. Una vez
que se quedaron solos, Kal pudo notar un
electrocutarlo –dijo Ifra con unas chispas
rodeando sus puños.

–¿Vieron que vino solo? –apuntó Laya–. Es


como si no temiera nada.

Kal no les hacía caso. Se había agachado


junto a la reja y tomado el pequeño saco.

–Es por el Sol –explicó Lua–. Aquí ni él ni


nosotros podemos hacer gran cosa.

–O tal vez –dijo Kal– tramaba algo.

Todos lo miraban confundidos. Él alargó la


mano fuera de su celda y les mostró un
enorme manojo de llaves.

–No vino a burlarse; vino a informarnos


antes de que Vanessa dicte la orden.
oyeran.

Kal buscó con cuidado entre las llaves


hasta abrir sus propias cadenas sin hacer caso
de las advertencias de Ifra.

–Tiene razón –dijo Urli–. Podría ser una


trampa para que Vanessa tenga una excusa
para sentenciarnos.

–Para ser hijos de dioses –respondió Kal


con una sonrisa en los labios– tienen muy
poca fe en el futuro.

Estaba terminando de liberarse y, tratando


de no hacer ruido con las llaves, estaba
buscando abrir su celda.

–Sea o no una trampa, no pienso quedarme


aquí a esperar mi muerte–dijo Kal.
organizar la revuelta. Ningún humano se iría
del reino mientras él estuviera en pie.

–Si ella quiere guerra, eso es lo que tendrá.


¿Quién viene conmigo?

Parecían confundidos e indecisos. A lo


lejos, sonaron campanas indicando que la
coronación había terminado. Rápidamente,
todos sus amigos se pusieron en acción. Kal
repartió las llaves según indicaciones de Laya
para que todos pudieran abrir sus grilletes y
celdas. Mientras, les repetía rápidamente lo
que le había dicho Ramsés, ya que ninguno
había podido escuchar claramente.

–No me sorprende –dijo Lua en voz baja–.


Cuando la conocí como Eduardo, pude sentir
todo su dolor mitigado durante años con una
Al llegar al castillo, había podido ver la
mayoría de las muertes del día del eclipse,
pero solo cuando lucharon contra Vanessa en
la Sala Real había entendido la ambición
humana y el miedo del rey anterior, tratando
de salvar a su hija de las espadas. Pero ya
habría tiempo para discutir todo con calma.
Primero, debían salir del castillo y reunir a la
mayor cantidad de humanos que fuera
posible.

Cuando los guardias llegaron atraídos por


el ruido, ya todos estaban libres, por lo que
Kal y los demás no necesitaron más que un
segundo para derribar a la mayoría y alcanzar
los pasillos de las mazmorras adonde llegaba
la luz del Sol. Ifra, en cuanto sintió que la
atrapando e inmovilizando lo mejor que
podían a todos los guardias con los que se
encontraban. Al final, habían logrado que no
se pasara la voz de su huida, pues todos los
encargados de las mazmorras estaban
desmayados por el suelo, pero escucharon
pasos a lo lejos: pasos de los soldados que los
llevarían a la muerte pública. Los seis ex
soldados de élite del reino salieron a
hurtadillas tratando de no llamar la atención.
Cuando lograron salir del castillo, estaban
cansados de tanto luchar, pero felices de
haber escapado de la muerte. A lo lejos,
pudieron ver el balcón real desde el cual la
nueva Reina hablaba a su pueblo. Acababa de
anunciar su nuevo decreto a favor de los
dioses y todo el mundo parecía nervioso. Una
de sombras parecía listo para la acción.
Ramsés se acercó al oído de la Reina para
susurrarle algo. Kal estaba seguro de que le
estaba anunciando la fuga de los rehenes. La
vio dar órdenes a Tarlia y dirigirse de nuevo
hacia su pueblo. Recalcó que los hijos de
dioses podrían ser libres de nuevo y anunció
la expulsión de los humanos. La gente empezó
a gritar y a levantar sus puños al cielo, pero el
ejército de sombras rompió filas y ahuyentó a
la gente con fuerza. La gente salió en
desbandada hacia sus casas en cuanto la
Reina terminó su sermón y se metió al castillo.

Kal, Urli, Ifra, Zil, Laya y Lua se mezclaron


con los ríos de gente asustada, aprovechando
para huir y pasar la voz: en el viejo sauce del
de su ejército de sombras, en el centro de un
claro en el bosque. Como seguramente
también correría a su guardia humana, Kal
tendría gente suficiente para armar la
revuelta. Discretamente, empezó a reunir
gente y a convencerla de huir hacia el bosque
y verse en el viejo sauce.

La ciudad se convirtió en un caos. Muchos


humanos se rehusaban a dejar su casa,
mientras que otros salían corriendo con sus
hijos y cuanto pudieran cargar en la espalda.
Algunos enviaban a sus mujeres a algún
pueblo tras las montañas, mientras ellos se
reunían bajo el viejo sauce. El Sol ya estaba en
lo alto. Kal esperaba con sus amigos a que
llegara suficiente gente. Tendrían que atacar
poderosa, pero Kal lo tranquilizó: si llegaban
hasta ella, también podrían quitarle la mítica
gema. Discutieron un rato sobre Vanessa y
sobre todo, sobre Ramsés.

–Es claro que quería que ella se coronara –


apuntó Urli–. Lo que no entiendo es por qué
nos liberó.

Todos se quedaron un momento en


silencio.

–Tal vez ahora piensa traicionarla a ella y


ser, al fin, el Rey –dijo Ifra mirando las llamas
de la hoguera que acababa de encender con
un rayo.

Sonaba lógico, pero entonces, ¿quién usaba


a quién? Vanessa tampoco podía estar
completamente confiada con él, así que
–Esto pudo ser perfecto –dijo Lua
arañándose la cara con desesperación.

Los demás la miraron sin entender, por lo


que ella empezó a explicarles.

–Esta vez, al fin pude ver claramente lo que


ocurrió. El rey deseaba que Vanessa
encarnara la unión de los dos pueblos. Pero
ninguna de sus precauciones fueron
suficientes para protegerla. Él vio cómo
pasaban sobre su cuerpo y corrían a buscarla.
Ella era solo una niña. En lugar de aprender a
amar a ambas razas, aprendió a odiarlas. Si no
fuera por la profecía, ella hubiera encarnado
la unión.

–No fue la profecía –dijo Ifra.


para atacar el castillo el día del eclipse. Luego,
no hizo más que mentirnos para quedarse él
con el poder. Mi padre estaba en su guardia
pero...

Nadie sabía mucho del pasado de Ifra, por


lo que esa revelación era algo único.

–El Rey merecía morir. Pero la venganza


debió detenerse ahí. La gente no tiene la
culpa.

Decidieron buscar la manera de no llevar la


revuelta a una nueva matanza sin sentido. Por
una vez, escuchaban a Kal y todos estaban de
acuerdo en buscar la paz. Apresar a la Reina y
llevarla ante el Consejo de los Dioses era una
buena idea, pero necesitarían mucha ayuda
para esto.
quería dejar el pueblo y muchos de ellos, hijos
de dioses, se negaban a dejar partir a sus seres
queridos. Atacar el castillo no sería nada fácil,
pero no había otra solución si querían
rescatar su reino de las sombras. Kal y sus
amigos se esforzaron mucho por dejar en
claro que la Guardia Real era en parte gente
del pueblo, por lo que el objetivo no era el
combate abierto. El ejército de sombras era
otra cosa, claro. Ifra y algunos otros hijos de
dioses capaces de producir luz, ya fuera con
fuego, rayos o alguna otra forma mágica, se
encargarían de ahuyentarlos. Los demás
debían luchar contra quienes se hubieran
aliado con la Reina en las últimas horas. Kal y
los demás alcanzarían a la Reina y, si ella no
accedía a negociar, la llevarían hasta las
desalojando el reino. El caos generado por
quienes se resistieran, les permitiría entrar.
Así, la mitad debía resistirse como pudiera
mientras los seis guerreros entraban al
castillo. Todos estuvieron de acuerdo y
muchos volvieron a sus hogares para
defenderlos. A lo lejos se escuchaban los
murmullos de gente que huía atemorizada
por las sombras que invadían el reino.

Para sorpresa de Vanessa, nadie se había


resistido demasiado. Pensaba en Kal y le
asombraba al tiempo que agradecía no haber
tenido que enfrentarse con él. Mientras, al
otro lado del lago, Kal luchaba por
concentrarse, pero no podía dejar de pensar
en el dolor que le producía pensar en ella

El Sol caía por el horizonte y se reflejaba en


destellos rojos y dorados en el lago en calma.
El reino era un hervidero de gritos y gente en
movimiento. Algunos se atrincheraban en sus
casas, otros huían. Algunos seguían indecisos,
mientras que otros ya se habían marchado.
Quienes parecían más confundidos eran los
hijos de dioses. Muchos se habían aliado a la
nueva Reina e incluso se habían ofrecido para
protegerla mientras el ejército de sombras
exiliaba a los humanos, pero la mayoría se
debatía entre la felicidad de no tener que
seguirse escondiendo y el dolor de ver partir
a sus amigos. Algunos incluso habían huido
como si fueran humanos con tal de no
perderlos.
viera cómo la antigua Guardia Real se
escabullía hasta el castillo. Una vez adentro,
tendrían que protegerse tanto del ejército de
sombras como de los nuevos aliados de la
Reina. La guardia humana había sido
remplazada, por lo que los humanos contaban
con gente preparada para la batalla.

La campana de la torre marcó las siete. Esa


era la señal. Kal, Urli, Zil, Lua, Laya e Ifra
salieron del bosque y caminaron hacia el
pueblo. Ahí ya había empezado la batalla.
Laya iba al frente previendo no encontrarse ni
con Tarlia ni con Beraru, ni con ninguna otra
dificultad grave. Atrás iban Urli, Ifra, Kal, Zil y
Lua. Zil se fue quedando atrás a propósito y
detuvo a Kal, de manera que este también
vieran los soldados oscuros.

–¿La amas? –preguntó Zil en un susurro tan


leve, que Kal tardó en descifrar lo que le había
preguntado.

Al instante sintió cómo una pesa enorme


caía en su pecho. Frunció el entrecejo y evitó
la mirada de su amiga.

–No lo creo –admitió.

Zil buscaba su mirada como si tratara de


leer hasta el fondo de su cráneo.

–Ella es tu alma gemela. Te lo dije en el bar,


¿recuerdas? Yo no sabía que era mujer –
agregó con una pícara sonrisa en los labios–
pero estaba segura de que ella es tu alma
gemela.
Laya dio la orden y todos corrieron hacia la
barda. Uno a uno fueron saliendo. Kal se
aseguró de que todos pasaran sin problemas,
pero evitó la mirada de Zil cuando esta pasó a
su lado. El reino estaba irreconocible. Había
ventanas cegadas con tablas, casas
abandonadas y en desorden. Objetos
personales tirados en el suelo, cuyos dueños
seguramente no habían tenido tiempo de
recogerlos, eran robados por personas que
pasaban corriendo y los miraban como a
tesoros inigualables. Kal entendió por un
momento el desprecio que sentía Vanessa por
ellos. Pero lo más aterrador eran las sombras
por todos lados que parecían estarse
tragando el reino entero. Las paredes que
antes lucían vivos colores y adornos de
Pasaron por una calle desierta, esquivando
vagas sombras que comenzaban a tomar
forma de soldados hasta llegar a la calle
principal. En ella había mucho más
movimiento, pero el ambiente era igual de
fúnebre.

Acordaron no usar sus dones hasta haber


llegado al castillo para no atraer la atención
de los guardias, pero era difícil pasar frente a
la gente sin ayudarlos. Ifra y Urli no pudieron
contenerse en un par de ocasiones y alejaron
a golpes a un par de soldados de sombras que
empezaron a agrandarse hasta que Laya les
mostró una salida. Todos salieron corriendo
con el corazón latiéndoles ferozmente en el
pecho. Al contrario de los hijos de dioses, que
una familia de raza pura, muy antigua entre
los dioses.

Llegaron a las puertas del castillo y Urli


utilizó su don para abrir por dentro las
pesadas puertas de roble que giraron sobre
sus goznes para dejarlos pasar. Todos se
pusieron alerta en cuanto entraron a los
jardines, pero no había ni un solo soldado
protegiendo la entrada. Esto los puso aún más
nerviosos. Pasaron por un angosto camino de
piedra cuyas paredes estaban cubiertas por
una tupida enredadera hasta unirse en lo alto,
formando un techo en forma de bóveda que
no dejaba pasar la luz de la Luna, ni los
últimos rayos del Sol. Avanzaron con cuidado
y muy lentamente. Kal iba justo al lado de
pasto, peinando a una muñeca. La niña los
miró desde el suelo pero no dijo nada y pronto
volvió la mirada hacia su muñeca a la que
parecía hablarle en voz baja.

Kal se acercó hasta la niña.

–¿Qué haces aquí, pequeña? Ya es tarde.

–Aquí vivo –respondió ella sin siquiera


mirarlo.

–¿Eres hija de dioses?

–Sí.

Kal los miró desconcertado. De repente, la


niña se puso de pie y los miró con una sonrisa
que había dejado de ser tierna.

–Si quieren entrar, tendrán que ir por esa


puerta.
Laya dio un respingo y sacó su espada hacia la
niña. Esta sonrió y se transformó en Ramsés.

–Sí –dijo este–. La Reina ya los espera en la


Sala del Trono.

–Tarlia –murmuró Urli.

–¿Dónde está Beraru? –preguntó Ifra.

Ramsés ahora se transformaba en Beraru y


los miraba con sus ojos rojos.

–Aquí está, si tanto lo extrañas.

Ifra le lanzó un rayo pero Tarlia lo esquivó


con sorprendente habilidad. Se transformó en
un perro grande y negro que salió corriendo
hasta perderse en el vasto jardín. Los demás
miraron hacia el muro de piedra. Y fue Laya
quien encontró la pequeña puerta de madera
–Sí –aseguró Laya tocando el hombro de
Lua.

Todos entraron por la pequeña puerta y


cruzaron un largo y estrecho pasillo de piedra
de techo bajo, iluminado por pequeñas
antorchas colgadas de la pared. La puerta se
cerró sola tras ellos, pero nadie los atacó, ni
pasó nada en todo el camino. Subieron y
bajaron diferentes escaleras de piedra.
Pasaron frente a algunas puertas de madera
que resultaron no llevar a ningún lado o ser
completamente falsas, pintadas en la lisa
pared. Al final, encontraron una puerta
grande de fierro sin cerrojo. Kal abrió con
cautela y salió a un amplio pasillo que
reconoció de inmediato. Hizo una señal para
no haber encontrado obstáculos. Tarlia
seguramente se había colado entre la gente
cuando se organizaron en el viejo sauce y le
había contado a la reina sobre su plan. Ahora
ya no había marcha atrás pero eran
conscientes de que habían perdido el
elemento sorpresa.

Cuando estaban a solo dos metros de la


puerta, esta se abrió. Adentro, los altos
ventanales dejaban entrar la luz exterior, de
manera que la Luna ya empezaba a bañar con
sus rayos argénteos la Sala del Trono. Vanessa
los esperaba al fondo, sentada junto a su fiel
servidor Ramsés, quien estaba de pie sin
mirarla. Parecían estar solos y era evidente
que los esperaban. Todos sacaron sus espadas
torturando.

–Basta –ordenó Vanessa y Beraru liberó a


Zil de sus pesadillas–. ¿A qué han venido? –les
preguntó.

–Queremos negociar la paz –dijo Kal


intentando que su voz sonara firme, pero no
estaba seguro de haberlo logrado.

–¿La paz? –siseó Vanessa–. Los humanos


no quieren la paz, sino el poder. Ya hice
mucho permitiéndoles marcharse "en paz".
Pero veo que son traicioneros por naturaleza.
Les di tiempo de sobra para irse ¿y que veo?
Una revolución en las calles principales y a la
antigua guardia tratando de entrar por la
fuerza a mi castillo.

Kal sintió una punzada de dolor en el pecho


luchando por algo más grande, y llevar luz
dentro.

–Sé que los humanos nos hemos


equivocado, pero si nos dieras una
oportunidad...

–¿Otra? ¿Para qué? ¿Para ver si esta vez


logran matarme?

Vanessa se había puesto de pie y ahora


avanzaba a hacia ellos. Vestida así, con la
corona en la cabeza, parecía evidente que no
era ningún jovencito inexperto, sino la
legítima heredera al trono. Todos se
movieron para cubrir a Kal, pero para su
sorpresa, Vanessa buscaba a Laua con la
mirada.

–Ya has estado en este lugar. ¿No les has


las sombras. Kal se fijó en que Ramsés no
decía nada ni parecía interesarse siquiera en
lo que estaba pasando, pero lo había mirado
fugazmente, como si tratara de decirle algo.

–¿O te dio vergüenza descubrir la verdad


sobre los humanos?

Lua no respondió.

–Te pregunté algo.

Lua siguió sin contestar. Vanessa elevó sus


manos en dirección suya y Lalu se empezó a
retorcer de dolor.

–¿Qué le haces? –preguntó Laya en un


grito.

–Todos somos agua, ¿no lo sabías? Tres


cuartas partes de nuestro cuerpo son agua. Es
–Extraerla.

Finalmente, la soltó y Lua cayó al suelo.

Ifra no se contuvo más y convocó un rayo


que rompió el alto ventanal en dirección a la
Reina. Beraru, Tarlia y otros hijos de dioses
aparecieron de la nada para protegerla. Kal
detuvo a Ifra para evitar que convocara un
segundo rayo.

–Vienes a negociar la paz, pero no estás


dispuesto a ceder en nada –gritó Vanessa
desde atrás de su nueva guardia–. Vienes
hasta mi castillo, entras como un ladrón,
vienes armado y con un escuadrón dispuesto
a herirme. No tendrás la paz que deseas
porque los humanos no conocen la bondad.
Los guerreros se lanzaron contra Kal, Urli,
Ifra, Laya y Zil. Lua seguía postrada en el
suelo, tratando de recuperarse, mientras los
demás ya habían formado un círculo
alrededor de ella y se defendían. Los habían
rodeado, pero los truenos de Ifra les daban
ventaja. Kal alcanzó a ver que Ramsés discutía
con Vanessa, pero ni uno solo de sus
guerreros de sombras había aparecido en la
batalla. Zil había logrado cubrir los ojos de
Beraru. Estaba sentada sobre su espalda,
mientras él intentaba ponerse de pie y Zil le
ataba una cinta de cuero sobre los párpados.
Pero Tarlia se transformó en un lobo y mordió
a Zil en el tobillo. Laya entró a su rescate, pero
Beraru ya se había puesto de pie. Kal logró
zafarse de su contrincante, un hábil dios del
–Nadie me devolverá a mi padre ¿o sí? –
preguntó ella con rencor.

–Pero eres tú quien puede evitar que otros


niños pierdan a sus padres –pero no había
hablado Kal, sino Ramsés, que la miraba
fijamente–. Hice todo por protegerte, porque
eras la promesa de hombres y dioses. No
puedes expulsarlos de su propio reino.

Kal lo miraba asombrado. Ahora entendía


por qué había ayudado al Rey anterior, a
Vanessa y luego a él mismo. Ramsés seguía el
plan original del Rey Blanco, padre de
Vanessa.

Atrás de ellos, la batalla seguía. Vanessa los


miró con odio, como si fuera una criatura
acorralada.
Trono. Kal miró horrorizado cómo esas
plantas se convertían en polvo y el agua
extraída giraba con furia alrededor de
Vanessa, como cuchillas. Ahora sí aparecieron
largas sombras que rodearon la sala,
cubriéndolo todo. Todos recordaban lo que
esas sombras podían hacer, pero esta vez Ifra
atrajo tantos rayos como podía, por lo que el
breve resplandor que causaba permitía que se
defendieran de los enemigos de tinieblas.
Ramsés se estaba a acercando a Vanessa
mientras ella retrocedía.

–Debes detenerte –le pedía él– en nombre


de tu padre. Él nunca quiso esto.

–Pero está muerto y nunca sabré lo que


quería –dijo ella con lágrimas en los ojos–.
Vanessa empezó a lanzarle el agua de
forma tan rápida que parecían finas navajas.
Ramsés no tardó en sangrar por las pequeñas
y numerosas heridas que sufría. Se cubrió de
penumbras lo mejor que pudo. Kal sacó su
espada y vio que Vanessa hacía lo mismo. No
quería herirla, pero no encontraba otra forma
de acercarse. Ella usaba ambas espadas de
manera paralela a las navajas de agua con las
que luchaba Ramsés. El mítico zircón de
cristal, el Zircón Azul colgaba del cuello de la
Reina y empezaba a brillar. Kal supuso que
estaba liberando todo su poder. Afuera, el lago
había empezado a agitarse.

–¿Qué pretendes con el lago?

–Les di tiempo de marcharse –respondió


ella con un dejo de tristeza– pero son
Kal se detuvo en seco. Había considerado
que ella los expulsara, pero jamás se le ocurrió
que limpiaría de una forma tan definitiva a
todo ser humano que hubiera en el reino.

–¿Matarás a todos los humanos? –preguntó


ya sin atacar.

–A todos los que hayan tenido el orgullo


para quedarse y desafiarme. En cambio, los
más egoístas ya se han ido. No me equivoqué:
No queda nada de luz en los corazones de los
hombres.

Kal no lo podía creer. Ella de verdad era


incapaz de dar una segunda oportunidad, sin
importar lo que hiciera o dijera. Ella estaba
decidida y sus razones sonaban como nobles
y justas. Incluso les había dado la oportunidad
–¿Y yo? ¿No hay bondad en mí?

Vanessa se detuvo un momento y Ramsés


logró alejarse de las navajas para
contraatacar desde otro punto.

–Por eso te dejé huir –Vanessa tenía la


mandíbula tan apretada de furia que apenas
podía articular–. Pero volviste para
defenderlos.

–No –Kal no estaba seguro de cómo decirlo,


pero lo intentó–. Volví por ti.

Para su sorpresa, ella soltó una risotada


escéptica.

–Mentiroso. Eres como todos y por eso


morirás con ellos.

Vanessa alzó los brazos y todos pudieron


alzados de la Reina y volvió al cielo o mejor
dicho, al muro de agua que estaba creando y
que pretendía soltar sobre el reino.

–¡Por favor, detente! –rogó Kal.

Pero ahora el agua se había fundido con el


rayo y se estaba formando un huracán que ya
no controlaba Vanessa y que, sin embargo,
cobraba más fuerza cada vez. Ya nadie
peleaba. Todos miraban asustados cómo el
agua electrizada giraba en torno al castillo,
produciendo tormentas de aire y corrientes
de agua que amenazaban con destruirlo todo.

Vanessa miró desconcertada a Ifra y luego


a Kal que la miraba arrodillado en el suelo.

–No tienes que hacer esto.


nada.

Todos la miraban sin poder moverse


siquiera. Ahora el vestido y la corona parecían
ridículos en esa jovencita de grandes y
asustados ojos. Miró por el ventanal roto y
murmuró algo.

Kal se le acercó.

–¿Recuerdas ese beso?

Ella solo lo miraba, incapaz de hablar.

–¿Qué significó? –insistió él.

Los ojos de ella empezaron a llenarse de


lágrimas.

–No lo sé. No debió pasar. Eres humano y


yo debía vengarme.
podremos descubrir qué significó ese beso.

–Mientes –ahora ella lloraba


profusamente–, mientes como ellos.

–No. Es verdad.

–Solo quieres salvarlos.

Algunos habían emprendido la huida, pero


otros sabían que estaban completamente
rodeados y miraban desesperados por el
ventanal roto cómo el huracán tomaba fuerza
y se ceñía cada vez más a las paredes del
castillo, arrancando algunas piedras de este y
haciéndolas girar.

–Quiero salvarte a ti.

Vanessa dio un paso atrás.

–No puedes. He matado a su Rey y de eso


–Yo te protegeré.

–¡No puedes! –gritó ella–. ¿No entiendes?


Asesiné a su Rey y estoy a punto de acabar con
el único hombre que aún luchaba por la paz.
El único hombre que...

Kal se había ido acercando poco a poco


hasta quedar a solo unos centímetros de su
rostro. El zircón empezó a brillar y a vibrar
preocupantemente mientras el aire empezaba
a jalarlos hacia fuera.

–Ya no podemos hacer nada –explicó ella


ya sin llorar–. El poder de Ifra y el mío se
unieron y ya nadie los puede detener.
Moriremos todos aquí como símbolo de la
guerra entre hombres y dioses. Alguien más
empezará de nuevo, pero no nosotros.
estaba a punto de absorberlo todo.

–Entonces –dijo Kal–, permíteme morir


contigo.

Vanessa quería oponerse, pero muy dentro


de sí algo la detuvo y le hizo reconocer que
ella también deseaba ese abrazo. Sintió que
Kal le quitaba ambas espadas y ella ya no tenía
voluntad alguna para oponerse a esos ojos
cálidos que la abrazaban aun sin tocarla. Se
dejó llevar. Podía sentir el viento fuerte a su
alrededor, pero no le importaba. Por una vez
pudo cerrar los ojos y no sentir más ese
rencor ni esa sed de venganza que la habían
atormentado tantos años. Y de repente, sin
saber cómo, volvió a besarlo, pero esta vez no
tuvo miedo ni vergüenza. Su collar dejó de
huracán fue absorbiéndose en el zircón azul
hasta dejar solo una tenue llovizna. La luz lo
inundó todo por un tiempo indefinible. Todos
pudieron sentir su vibración avasalladora y
silenciosa que lo suspendía todo. Pasado el
destello, solo hubo silencio y calma, como en
un despertar común.

Vanessa miró alrededor. El castillo estaba


destrozado y sin techo. Todos estaban en el
suelo, protegiéndose como podían. Ya nadie
peleaba, pero ya tampoco había un reino por
el cual pelear.

–¿Qué he hecho? –se horrorizó Vanessa.

–Supongo que fuimos todos –admitió Ifra.

–Tendremos que reconstruir el reino


entero –agregó Laya mirando alrededor.
Vanessa. Era la única que sonreía. Todos la
miraban desconcertados.

–¿Qué? No, no podría –dijo Vanessa al


tiempo que tiraba su corona al suelo.

Pero Zil se apresuró a tomarla y se acercó.

–Tienes razón: los hombres no son puros,


pero pueden amar y aprender –Zil la miraba
con gentileza. Intentó ponerle de nuevo la
corona, pero se contuvo al primer gesto
negativo de Vanessa–. Tal vez destruiste el
reino, pero también nos salvaste usando el
zircón azul. Sigues siendo nuestra Guardiana
y Protectora.

–Pudiste encarnar la unión de dos razas en


lugar de destruirlas –agregó Lua.
todos y, por primera vez, podía apreciar su
verdadera esencia. Miró a Lua sin un atisbo de
amenaza para darle a entender que podía
seguir hablando.

–Todavía puedes encarnar ese ideal, por el


bien de todos.

Vanessa sentía todas las miradas sobre sí.


Hijos de hombres y de dioses por igual la
veían clamando una esperanza. Ella podía
dársela si tan solo ella pudiera perdonarse
por provocar tanto dolor, por su ceguera.
Ahora podía ver en la mirada de todos que
estaban hartos de pelear, pero la que más
temía ver era la de Kal. ¿Él la perdonaría?

–Sí –respondió Ramsés desde lejos, como si


le hubiera leído el pensamiento–. Los
más hermoso en su vida y todos los demás
habían empezado a arrodillarse frente a ella.
A lo lejos, la Luna brillaba sobre el apacible
lago arrancando destellos plateados de las
ondas. Zil y Kal también se arrodillaron y el
zircón volvió a brillar. Por primera vez,
Vanessa sentía un enorme deseo que nada
tenía que ver con la venganza.


El Reino del Lago

Gala

Relatos Vampíricos

Historias de Fantasmas

BRUJAS
Antología de relatos
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