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En este contexto, por medio del pensamiento político se difundió la idea de la

libertad como seguridad; entonces, se hizo común que la finalidad de todo


gobierno era garantizarla, puesto que con ésta se aseguraría la libertad. Con base
en esta idea se pensó que debía reservarse al Estado la aplicación de las leyes
con las cuales fuese posible ofrecer garantías de seguridad a los individuos y a
partir de su consecución, el disfrute de derechos y propiedades.

En el mundo de la política moderna el individuo pasó a convertirse en el centro de


todas las argumentaciones, ya que su potencialidad radicó en su crecimiento
interno, autonomía y ausencia de interferencia externa. En este sentido, aparece
la idea de que un contrato originario pactado entre individuos racionales
(sociedad) y el Estado, permitía el establecimiento del gobierno, entendido como
agente mediador entre los intereses de los dos primeros. Este modelo teórico
debía limitar las manifestaciones irracionales de los individuos, su naturaleza. De
allí en adelante, la unanimidad política se empezó a expresar por medio de leyes,
acuerdos, edictos.

En resumen, la esfera política moderna empezó a entenderse como libertad o


liberación del yugo opresor, más garantía de seguridad y pleno disfrute de la
propiedad. Estos valores y principios políticos surgidos en el “sistema mundo
moderno” y delineados desde el siglo XV estimularon la apelación que iniciaran
los americanos de las Reformas Borbónicas, expresión concreta del
cuestionamiento a la realidad colonial, y posteriormente alimentaron las
argumentaciones y acciones de las independencias.

Según Bracho, era generalizada la idea de que la América hispana constituía, por
lo menos así lo reflejan las argumentaciones de los americanos durante 1808-
1810, una porción territorial del reino, de ahí los requerimientos de autonomía en
concordancia con derechos similares o equitativos con las provincias ubicadas en
la península. En América se observó la constitución de la Regencia, al no
considerar la representación de las provincias fuera de la península, como un acto
espurio, no acorde a lo establecido en las leyes del reino.

Estos razonamientos no tenían otro sustento que el de la idea de soberanía, cuyo


uso, por lo menos desde el siglo XVI, estaba asociado con el derecho de
resistencia que una comunidad política podía invocar ante la tiranía de un
monarca. Por su parte, la idea de tiranía se asociaba con mal gobierno, es decir la
usurpación del derecho a la libertad y seguridad bajo las cuales todo individuo
podría usufructuar su propiedad y hacer uso de las riquezas circundantes para su
prosperidad. Según el razonamiento de quienes protagonizaron el año 1810,
continúa Bracho, la Regencia usurpaba el derecho a la soberanía; al actuar
investidos por el derecho a la resistencia, así como por la necesidad de restitución
del orden del reino, quedaron justificadas las acciones del mes de abril de aquel
año.

En este contexto aparece el vocablo revolución, término que fue asociado por los
independentistas con restitución de los derechos subrogados. Revolución significó
reivindicación, devolución y reconocimiento de la dignidad e individualidad del
ciudadano. Aunque a partir de 1811 el concepto revolución se nutrió de la idea de
restitución del bienestar y libertad usurpada por la tiranía, también empieza a
expresarse en conjunción con regeneración, y comenzó a entenderse como
sustitución de las jerarquías políticas, y no como salvaguarda de los derechos del
monarca depuesto.

El razonamiento revolucionario estuvo grandemente sustentado en la idea de


ciudadano, esta noción se nutrió de los aportes del liberalismo, a partir del cual se
extendió la idea de individualidad en asociación con voluntad. Bajo estas
argumentaciones no existía ninguna manifestación previa a las instituciones que
pudiera garantizar la libertad individual, de allí en adelante la institucionalidad se
convirtió en el desiderátum para la consecución de un nuevo orden. Al momento
de las independencias se presenta la posibilidad de plantear un orden jurídico
asociado a la monarquía, la aristocracia o la república representativa, la cuestión
central era la representación por medio de la cual una voluntad general delega su
soberanía. Bracho afirma que la opción elegida fuese el republicanismo como
mecanismo diferenciador, de distanciamiento, con respecto no solo al imperio
español, sino también, a la Europa en su totalidad, donde la monarquía estaba
representada extensamente.

La república habría de asegurar la felicidad, seguridad, libertad. La libertad o su


posible realización se asociaron con el establecimiento de leyes, con su extensión
y cumplimiento a todo el cuerpo social. Mientras que la igualdad fue pensada
como viable, en el marco de la ley, ya que esta aseguraba su extensión entre los
hombres por medio del goce de sus propiedades, la manifestación de
pensamiento y opiniones. En este sentido, la república, la independencia, la ley,
fueron pensadas en tanto oposición a la monarquía, con facultades para alcanzar
lo que se suponía era derecho natural de la América hispana: constituirse como
nación, elegir sus autoridades y darse leyes para regir la vida de sus ciudadanos
conforme a esos señalamientos.

Actualmente pocos temas resultan más polémicos en América Latina que


Venezuela y su crisis multifacética, la cual se vio marcada el 30 de abril por un
levantamiento precipitado y de corta duración. Por un lado, están los gobiernos
que apoyan el chavismo, el movimiento establecido por el difunto presidente de
Venezuela, Hugo Chávez, que ha regido al país durante los últimos veinte años;
por el otro, la mayoría de los Estados, que consideran al sucesor de Chávez,
Nicolás Maduro, como un dictador que está desestabilizando la región.

La marcada polarización ya ha causado estragos en las instituciones de


cooperación regional de América Latina. Una de ellas, la Unión de Naciones
Suramericanas (UNASUR), ha cesado de existir después de una década de su
creación. Por su parte, la Organización de los Estados Americanos (OEA), está
profundamente fracturada.

Posiblemente el foro regional más activo en este momento es el Grupo de Lima


conformado por catorce países (incluido Canadá), creado en agosto de 2017 con
el objetivo de restaurar la democracia venezolana.

El Grupo de Lima reconoce al líder de la oposición y presidente de la Asamblea


Nacional, Juan Guaidó, como presidente interino de Venezuela. Muchos de sus
miembros expresaron su apoyo a la iniciativa de los líderes de la oposición,
respaldada por un puñado de soldados, para restaurar el “orden constitucional” en
el levantamiento de abril. Mientras tanto, los países latinoamericanos que
continúan apoyando a Maduro (Bolivia, Cuba y Nicaragua) son cada vez más
objeto de una retórica amenazadora por parte de funcionarios de EE. UU. y
esperan ansiosos el apoyo de las principales potencias extrarregionales, Rusia y
China.

Las embajadas venezolanas vacías en ciertos países de las Américas ilustran la


incertidumbre diplomática entre las partes: la mayoría de los países ha expulsado
a los diplomáticos de Maduro y ha acogido a los emisarios de Guaidó, pero estos
últimos no tienen recursos ni autoridad real.

Las divisiones respecto a Venezuela también son profundas entre países. Desde
el momento en que tomó el poder en 1999, Chávez ha dividido la opinión pública
latinoamericana en dos, y Maduro solo ha incrementado la brecha. Elecciones tras
elecciones en toda la región han sido marcadas por la polémica sobre qué tan
cerca están los candidatos izquierdistas de Chávez y Maduro.

El alineamiento entre el actual liderazgo de la oposición venezolana y la


administración Trump, con su bombardeo anacrónico para repeler el socialismo e
invocar la doctrina Monroe, solo ha agudizado la polarización, permitiendo así que
gran parte de la izquierda describa el conflicto como un esfuerzo por resistir a un
EE. UU. imperialista, de quien consideran que Guaidó no es más que un títere.

La lucha de los países en desarrollo para salir de su situación económica


desventajosa sirve a los autores para reanudar el diálogo ideológico que el experto
J. B. Donges (véase EL PAÍS de los días 31 de diciembre de 1986 y 2 de marzo
de 1987) planteaba, desde una concepción que este artículo define como
neoliberal, sobre los límites y posibilidades de sus políticas económicas. En este
artículo se afirma que la gestión que los Gobiernos de los países subdesarrollados
pueden desarrollar está condicionada por agentes externos e internos de carácter
no económico.

Más allá de nuestros notables desacuerdos con las posiciones neoliberales en


economía, nos parece ciertamente importante el tema central de la polémica
suscitada entre J. B. Donges y nosotros, referida a los límites y posibilidades de
las políticas económicas de los Gobiernos de los países subdesarrollados, en su
intento de salir de su situación de subdesarrollo.Donges cree que dichas políticas
económicas internas son el factor crucial del éxito o el fracaso de los distintos
Gobiernos de los países subdesarrollados en el empeño de alcanzar el desarrollo
económico. Nosotros creemos, por el contrario, que, si bien esas políticas
económicas internas juegan sin duda un papel muy importante, no son el factor
exclusivamente determinante y ni tan siquiera en la mayoría de los casos el más
decisivo.

La situación del subdesarrollo no es sólo resultante de factores


económicos; también se da asimismo todo un conjunto de elementos
condicionantes, económicos y no económicos, externos e internos al país en
cuestión, que impiden cualquier generalización o reducción simplista del
fenómeno: desarrollo histórico, localización geográfica y geopolítica, estructura de
clases, sistema político e institucional, dotación de recursos e infraestructura, nivel
cultural y, sobre todo, el tipo de inserción en el contexto económico mundial, del
que derivan las relaciones específicas que tienen los países subdesarrollados
respecto a los principales centros de poder económico y político en el mundo.

En ese marco de elementos diversos y adversos, las políticas económicas de los


países subdesarrollados suelen tener unos márgenes de actuación
extraordinariamente estrechos, con posibilidades de éxito muy limitadas. Las
limitaciones se explican, en gran medida, por las distintas manifestaciones de la
dependencia, tanto externa como interna: dependencia comercial de los mercados
de los países centrales, en los que se llevan a cabo todo tipo de prácticas
proteccionistas frente a los productos de los países subdesarrollados, y de los
canales de distribución, controlados generalmente por grandes grupos
monopólicos; dependencia tecnológica de un modelo exógeno, diseñado según
las finalidades de los grandes grupos industriales, al que no pueden acceder los
países subdesarrollados más que con la adquisición de dicha tecnología, en un
proceso que aumenta las distancias de continuo; dependencia financiera de un
sistema monetario y financiero internacional controlado por los principales países
industrializados capitalistas, y de forma notoria por Estados Unidos, el país emisor
de la principal moneda de reserva mundial, que es hoy, además, el país más
endeudado del mundo; dependencia cultural de un modelo de consumo de masas
estandarizado y funcional en la producción en masa, difundido a través de las
principales agencias monopólicas de medios de comunicación e información
internacionales, y, en última instancia, dependencia política y militar, ya que las
presiones políticas e incluso la presencia militar condicionan severamente las
posibilidades de actuación política y economía internas, como la historia pone de
manifiesto reiteradamente.

Junto a estas manifestaciones externas de la dependencia, están también las


manifestaciones internas, que se articulan y posibilitan por la existencia de una
estructura social interior polarizada, según la cual, sectores sociales potenciados y
ligados al capital transnacional y a poderes políticos exteriores suelen ejercer a
menudo las funciones políticas rectoras en los países subdesarrollados al margen
de los intereses del resto de la población.
Porque si no, ¿cómo explicar la realidad del desarrollo en países como Afganistán,
Líbano o Nicaragua, si no tomamos en consideración los factores sociales y
políticos no sólo internos, sino principalmente externos? ¿O es que el orden
monetario y financiero internacional puede considerarse neutral? ¿Es que las
exiguas ayudas de los organismos internacionales y de los países desarrollados
no exigen, por lo general, el establecimiento de modelos económicos y políticos
que, en última instancia, generan nuevas dependencias?

Para nosotros, son estas múltiples formas de dependencia, y no las supuestas


torpezas o incapacidades para diseñar correctas políticas de desarrollo por parte
de los Gobiernos de los países subdesarrollados, las que explican básicamente el
mantenimiento, en general, del subdesarrollo.

Donges, al etiquetar estas interpretaciones de "radicadas en las conocidas teorías


del imperialismo y la dependencia", parece querer descalificarlas buscando la
complicidad de aquellas personas que encuentran en estas expresiones
terminologías trasnochadas. Pero desde la clásica presentación de estas
interpretaciones teóricas se han hecho formulaciones más completas y menos
maniqueas, que suelen ser, por lo demás, bastante desconocidas por aquellos que
las desprecian, y ello a pesar de que tales interpretaciones suelen ser bastante
más ajustadas a los hechos de la realidad económica internacional que las
recurrentes suposiciones del fantasioso mundo de equilibrios, mercados
homogéneos y competencia libre, de los que nos hablan tan a menudo los teóricos
e ideólogos del liberalismo económico.

¿Son pues los múltiples mecanismos de dependencia solamente una inversión de


teorías trasnochadas, y que son descalificables por generarse precisamente en
zonas subdesarrolladas y no tener espacio en el discurso económico ortodoxo de
los países industrializados?

Por otra parte, es necesario insistir en que para la explicación de la realidad


económica y, por tanto, para una correcta formulación de la política económica, no
basta con tomar en consideración los factores estrictamente económicos; la
realidad no se explica exclusivamente con las estadísticas usuales de producción,
empleo, inflación, comercio exterior, etcétera, sino que han de tomarse en
consideración los demás factores sociales, institucionales, culturales, políticos,
etcétera, relevantes al fenómeno, y tan difíciles de apresar para los entusiastas de
la simplificación economicista.

Además la política económica aplicada en muchos países subdesarrollados a lo


largo de los últimos años se ha efectuado al dictado de organismos
internacionales y por expertos con propuestas y formulaciones muy en la línea de
lo que continúa defendiendo Donges, olvidándose las consecuencias de la muy
importante destrucción de la planta industrial nacional en esos países como
resultado de dichas políticas (recuérdense los casos de Chile, Argentina o
Uruguay, por ejemplo), y su mayor incapacidad actual para sustentar un proceso
autónomo de crecimiento económico y desarrollo. Esos países, entre otros, han
conocido hasta qué punto el dogmatismo monetarista de seguidores de un premio
Nobel de Economía (Miltor Friedman) puede hipotecar durante décadas el
desarrollo económico, social y político de sus pueblos.

La intervención pública

El cariño y entusiasmo con que los neoliberales nos muestran los éxitos de Corea
del Sur, Taiwan, Singapur o Hong Kong, con altas tasas de crecimiento en los
años de crisis, y presentados como ejemplos de adecuada aplicación de políticas
económicas neoliberales, les lleva a omitir que tales procesos se han conseguido
gracias a la fuerte presencia e intervención pública en apoyo de asociaciones
empresariales locales y transnacionales, con utilización de criterios proteccionistas
(algo bastante alejado de la idílica alusión a la llamada libertad del
mercado); condiciones de extrema sobreexplotación de la mano de obra; trato
especial en la financiación por parte de la banca norteamericana; interés
específico de Estados Unidos por razones geoestratégicas en esa zona del
sureste asiático, y fuerte autoritarismo sindical y político, con negación de
derechos humanos fundamentales. En conjunto, un modelo de industrialización de
enclave para la exportación mundial, asociado al capital transnacional, claramente
no generalizable para todos los países subdesarrollados como alternativa de
desarrollo.

¿O es que pueden convertirse todos los países subdesarrollados en productores


de microchips, ingenios electrónicos o laboratorios genéticos?, ¿para vendérselos
a quién?

Estamos de acuerdo con Donges en que el análisis económico no tiene por qué
limitarse a constatar que hay subdesarrollo, pero nos parece imprescindible
explicar las circunstancias que perpetúan dicho fenómeno, así como
el funcionamiento interno de dichas sociedades subdesarrolladas, pues sin ello
cualquier estrategia que se proponga puede ser errada, y así se ha demostrado
cuando en los países subdesarrollados se ha tratado de imitar modelos de
desarrollo de los países industrializados. No se puede hacer una política de
desarrollo correcta sin conocer pues las circunstancias y causas reales del
subdesarrollo, y ello no significa quedarse en la mera constatación del fenómeno.

No estamos de acuerdo, sin embargo, en la afirmación de que "subdesarrollo en el


mundo lo ha habido desde comienzos de la humanidad, también en los países hoy
industrializados", pues la expresión de subdesarrollo se utiliza como contrapuesta
a otra situación, la de desarrollo (o países desarrollados), y cuando en los países
hoy industrializados se daban condiciones de riqueza material significativamente
menores a las actuales, no existían otros países desarrollados respecto a los
cuales se pudiese definir su situación de subdesarrollo relativo.
1 Venezuela, Argentina, Brasil, Colombia, Perú, Bolivia, Chile, Costa rica,
Ecuador, Uruguay, Paraguay, Cuba, México, Panamá, Honduras.

3 Es un movimiento político y social que aboga por una estrecha


coordinación, relación, asociación y cooperación entre los países de América
Latina y el Caribe

4 El subdesarrollo no es sólo un resultante de factores económicos,


también se da asimismo todo un conjunto de elementos condicionantes,
económicos y no económicos, externos e internos al país en cuestión, que impiden
cualquier generalización o reducción del mismo.

5 Es el proceso por el cual una comunidad progresa y crece económica,


social, cultural o políticamente.

6 La calidad de vida de un país desarrollado es el conjunto de factores que


da bienestar a una persona, tanto en el aspecto material como en el emocional.
Además, la calidad de vida es una serie de condiciones de las que debe gozar un
individuo para poder satisfacer sus necesidades.

7 La dependencia de un país es una situación de dependencia en la que se


encuentra una entidad estatal o una comunidad nacional, de otra entidad estatal,
de tal modo que su voluntad se encuentra anulada o limitada para tomar
decisiones fundamentales. dentro de su entidad

8 Un Estado es una organización política constituida por un conjunto de


instituciones burocráticas estables, a través de las cuales ejerce el monopolio del
uso de la fuerza aplicada a una población dentro de unos límites territoriales
establecidos.

9 La economía es un área de la producción, distribución y comercio, así


como el consumo de bienes y servicios por parte de diferentes individuos.

10 insuficiencia alimentaria. Alto porcentaje de analfabetismo.


Enfermedades de masas. Explotación infantil. Enormes desigualdades sociales.
Alto porcentaje de agriculturas de baja productividad.

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