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de Alissa Brontë.
Sentía la ropa como una segunda piel, mi cuerpo sudaba por la excitación y la
abrumadora muchedumbre del local. Cansada de manos largas y lenguas suel-
tas, decidí salir a fumar un pitillo y refrescarme. Aún me quedaban por delante
varias horas antes de que la discoteca cerrase.
Abrí la puerta oscura y pesada de metal que solo empleábamos los trabajado-
res, y que daba a un sucio y oscuro callejón sin salida en la parte de atrás. El aire,
a pesar de estar viciado por la suciedad de los cubos de basura que acumu-
laban montañas de desperdicios, me despejó y refrescó mi cuerpo. No sé por
qué esa noche en especial sentía una necesidad sexual apremiante. Bueno, sí
sabía por qué: por él.
Un hombre misterioso y oscuro que tan solo se había acercado a pedir un co-
ñac, cosa que me sorprendió, y al rozar su mano, sentí una corriente eléctrica
que me envolvió. Desde ese preciso instante, no pude dejar de pensar en él, en
tenerle debajo enterrado entre mis piernas y apresado por mi cuerpo desnudo.
Estaba loca, sin duda, tanto trabajar de noche me estaba afectando, porque
además habría jurado que sus ojos destellaban como las llamas del mismo in-
fierno.
Me apoyé en la sucia pared y vi cómo el callejón solo estaba iluminado por una
triste y solitaria luz titilante. El aire era freso, la luna se ocultaba vergonzosa tras
una oscura bruma. Eché la cabeza hacia atrás y até mi larga melena en un im-
provisado recogido, usando mi propio cabello como sujeción.
Nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, se dejaron llevar por una danza que
solo ambos conocíamos, me gustaba sentirle dentro, podía notar como la ten-
sión se acumulaba en mi estómago para liberarse.
—¿Estas a punto de correrte? —preguntó.
—Sí —susurré desesperada.
—Todavía, no —sentenció mientras sacaba su polla de mi interior y me dejaba
hambrienta y helada.
Sin poder reaccionar, me había dado la vuelta y me penetraba desde atrás, sus
movimientos de nuevo se hicieron acelerados, salvajes. Sus embestidas llena-
ban todo mi cuerpo y no estaba segura de poder resistir tanta pasión.
—¿Te gusta cómo te follo?
—Sí, no pares, por favor —gemí.
La súplica le excitó más, agarró de nuevo mi larga melena entre sus dedos y tiró
de mi cabeza hacia atrás, haciendo que mi cuerpo se arquease y que el placer
me llegase más adentro. El temblor de nuevo surgió, supe que en breve el tan
ansiado clímax libraría a mi cuerpo de toda la pasión contenida, liberándome
y dejándome saciada y vacía a la vez. Temblaba, lo sentía y justo cuando iba
a correrme, me dio un cachete sonoro. ¿Debía doler? Quizás, pero en ese ins-
tante había sido revelador, liberador y placentero. Tras el cachete, el orgasmo
llego arrasándome. Sus gemidos se unieron a los míos lo que hizo enardecer mi
cuerpo. Las sacudidas se sucedían al igual que el mar cuando trata de calmar-
se tras una tormenta, arrastrándolo todo hacia la orilla y aguas más tranquilas.
Abrí los ojos y pude ver que alguien nos observaba tras la puerta. Solo un instan-
te, un cruce de miradas, pero sabía que esa persona estaba masturbándose
mientras nos miraba. De nuevo, supe que debía gritar, asustarme, indignarme,
sin embargo, eso hizo crecer el deseo y hacer que mi orgasmo fuese más in-
tenso y dilatado. Cuando las sacudidas se calmaron me incorporé, el seguía
fusionado a mí, sus brazos fuertes me apresaron dejando mi espalda fundida a
su pecho caliente y sudoroso.
—Ha sido un verdadero placer devorarte —susurró.
Cerré los ojos, para grabar ese momento en la memoria. Al abrirlos, me sentí fría
y vacía, y advertí que el misterioso hombre había desaparecido engullido por
la noche. Se había ido de mi vida tan misteriosamente como había aparecido.
Supe que nunca volvería a ser igual con ningún otro, pues estaba segura de
que había besado la boca del Diablo.