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ROBERT JOHNSON

Eric Clapton dijo una vez con respecto a Robert Johnson:

“De entre todos sus iguales, supe que hablaba con el alma a pesar de no conciliar con nadie”

Cuentan las crónicas que, en cierta ocasión en que Robert Johnson se encontraba tocando de espaldas
(siempre lo hacía así en presencia del público blanco; sólo mostraba su cara al tocar si la audiencia era de su
mismo color) entonces, se dio vuelta después de interpretar su tema “ Come on in my kitchen” y pudo ver
que casi todos los rostros estaban llorando a causa de la emoción que había despertado su interpretación.

Hoy más de setenta años después y con la frialdad que puede interponer una reproducción fonográfica, no
cuesta nada en absoluto comprender dicho sentimiento al escuchar “Come on in my kitchen” en la única
grabación que Robert Johnson dejó de dicha canción.

Tal vez sea porque la música y la voz de Johnson no son asuntos a los que se pueda acceder de cualquier
manera. La cosa funciona en las dos direcciones: es necesario un estado de ánimo especial para penetrar en
ella y extraerle todo su significado; pero además, después de haberlo hecho, nuestra sensibilidad ha tenido
que sufrir necesariamente un cambio, se ha visto afectada, sacudida, implicada, vuelta al revés.

Una parte de la letra dice: será mejor que entres en mi cocina/porque va a empezar a llover fuera/ he
sabido que ella se ha ido y que no volverá.

Su esposa Virginia Travis Penton murió en el parto en abril de 1930.

Dentro de la música popular de todo el mundo, el blues siempre ha sido la forma más perfecta, más pura,
que el hombre ha utilizado para expresar sus sentimientos, especialmente aquellos que tienen que ver con el
dolor y la pena anímicas; desde su nombre mismo ( el color azul siempre ha estado asociado con la tristeza),
el blues ha representado el lamento solitario del hombre abandonado a sí mismo: no es desde luego una
casualidad el que hayan sido los negros sus creadores, una de las razas más maltratadas de toda la
humanidad.

Pero no es éste el momento de remontarnos en el tiempo y hacer Historia con mayúscula. Lo que importa
aquí y ahora, es la personalidad y la figura de uno de los máximos protagonistas de esta pequeña historia, de
uno de los hombres que supieron mostrar su alma al desnudo y darle una forma musical que, por la fuerza de
su sinceridad y por lo depurado de sus elementos, permanecerá inalterada y perpetuamente vigente por
mucho que pasen los años y la sensibilidad de las gentes adopte una u otra forma.

Y es que el mensaje de Robert Johnson no puede quedar nunca obsoleto: se trata pura y simplemente, de la
desesperación del hombre enfrentado al mundo, de los fantasmas que acosan a aquél cuya vida se ha visto
sacudida por desgracia, de quien ha sentido morir sus ilusiones y ser sustituidas por la cruda realidad, es
decir, de cualquiera de nosotros mismos.
Un pequeño trozo de la canción “Crossroads” dice:

He estado en el cruce de caminos/caído sobre mis rodillas/ nadie se para a mi lado/ todo el mundo pasa de
largo/ y creo que me estoy hundiendo

Personalidad errática y escurridiza. Robert Johnson no puede ser liquidado con el habitual derroche de cifras
y fechas, entre otras razones porque los datos que de él se tienen son muy escasos, como si existiese una
deliberada voluntad de ocultamiento, de des- encarnación, hasta dejar todo circunscripto al simple y terrible
hecho de la música.

Mientras unos sitúan el nacimiento de Johnson en 1910, otros lo hacen avanzar hasta 1917, aunque todos
coinciden en señalar Commerce, un arrabal de Memphis, como lugar del acontecimiento. Huérfano a una
edad muy temprana, el primer instrumento al que se dedica es la harmónica.

En Robinsonville conoce al gran bluesero Son House, de quién se hace discípulo. Pero Robert es demasiado
inquieto como para permanecer demasiado tiempo en un mismo lugar: desaparece durante largas temporadas
sin dar aviso y sin que nadie sepa decir dónde está metido.

En una de estas misteriosas ausencias, se produce el hecho decisivo que dará sentido a la trayectoria de
Robert Johnson y le conferirá su particular aura a su personalidad: después de esta última desaparición
volvió junto a sus conocidos con un inexplicable dominio de la guitarra, instrumento que ninguno de ellos le
había visto manejar jamás.

Rápidamente, se comienza a hablar que ha tenido que ser un pacto con el mismo diablo lo que le ha
permitido acceder a su nueva condición, ya que nadie es capaz de llegar a conocer una guitarra en poco
tiempo, y menos aún tocarla como Robert Johnson lo hace sin que medie algo sobrenatural en ello y
comienza a tejerse en torno a él una suerte de leyenda que le convierte en un personaje conocido dentro del
mundo del blues.

Esta relativa celebridad entre su gente propicia el descubrimiento de Johnson por parte de Don Low,
propietario de un modesto sello discográfico. Low se desplaza hasta San Antonio, Texas, con su equipo de
grabación a cuestas y registra una primera sesión de las canciones de Robert Johnson, que se prolonga
durante los días 23, 24 y 27 del mes de noviembre de 1936. Al año siguiente, el encuentro se produce en
Dallas y los días de grabación son el 19 y 20 de Junio. Estas serán las únicas veces que el peculiar bluesman
se sentará ante un aparato grabador, pues cuando Low vuelve a buscarle por tercera vez en 1938 se
encuentra con que Johnson ha muerto.

Y como sucedía con su nacimiento, las circunstancias de su muerte quedan envueltas en la bruma de lo
incierto. Si bien se sabe que murió en Greenwood(Mississippi), las causas de su muerte difieren según las
diferentes fuentes : unos dicen que fue envenenado por un marido cornudo, otros dicen que le apuñaló una
mujer despechada.
En el balance menos de treinta años de vida, una única foto publicada y un total de 29 canciones legadas a la
posteridad. Una posteridad que tuvo que esperar hasta 1961 para que alguien de la discográfica CBS
descubriese y editase en dos álbumes dicho legado y que ni aún entonces hizo mayor caso de él.

Tuvieron que ser ciertos espíritus avisados los que fueran acercando la música de Robert Johnson al mundo
a través de versiones de sus temas. Los Stones lo hicieron con “Love In Vain”, Cream lo hizo con
“Crossroads” etcétera, etcétera.

Dicen que todo fue resultado de un pacto con el diablo. No sé si tal cosa será cierta o no, pero de lo que sí
estoy seguro es de que la vida de Robert Johnson se vió atormentada por muchos demonios, esos demonios
interiores que hacen que un hombre no pueda echar raíces ni amoldarse a una vida acomodaticia. Las
frecuentes huídas de Johnson, sugieren un espíritu que necesita calmar las turbulencias que lo agitan con un
continuo cambio de escenario, abandonando los lugares conocidos y lanzándose a un ciego viaje sin objeto.

Así, con la ineludible veracidad del blues, quedan estrechamente unidas música y vida, dos aspectos que
corren indisolublemente interrelacionados en la creación de Robert Johnson y de todos aquellos que viven
para hacer música y hacen música para poder seguir viviendo.

Si de estrechas relaciones hablamos, hay que referirse a la identificación que presentan forma y fondo en las
canciones de Johnson. A sus terribles historias se corresponde una música estilizada hasta el límite,
desnudas de todo ornamento que pudiese distraer la atención sobre su verdad, una música purificada que por
su misma desnudez llega a hacer auténtico “daño”.

La guitarra de Robert Johnson alcanza unas cotas de expresividad, mediante escuetas pulsaciones de
aparente sencillez, que muchos de los reyes de la digitación vertiginosa quisieran para sí. Porque Johnson
sabía que no es necesario acumular nota tras nota para decir lo que se pretende: el dolor se expresa mucho
más adecuadamente de manera escueta, directa, reduciendo al mínimo los elementos de expresión.

Para completar el conjunto, sólo falta un elemento, tal vez el más importante, el determinante, la voz. La voz
de Robert Johnson es de esas que pueden mostrar todo el dramatismo de una situación sin perder ni un
gramo de su virilidad, alcanzando clímax de intensa emoción que , en efecto, enredan un nudo en la
garganta.

Escuchándolo, uno sabe que todo es cierto, absolutamente cierto, que no hay trampa ni cartón ni lugar para
la simulación. Una vez más, nadie puede cantar de esa forma si no ha vivido en propia carne lo que está
cantando; nadie puede transmitir tales grados de impactante emotividad si no hubiese experimentado hasta la
médula los infiernos que está describiendo. Una voz y una guitarra que desgarran tus fibras interiores como
un fino cuchillo al rojo vivo.
De todas maneras, creo que Robert Johnson debió quedar satisfecho de su pacto. No se obtiene tanto a
cambio de poco, y seguramente a nuestro hombre no le importó sacrificar su alma para conseguir lo que
buscaba y sin duda lo logró.

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