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La sierva del Señor declara: “Es el privilegio de cada creyente hablar primero
con Dios en su intimidad, y luego, como vocero de Dios, hablar con otros. Para
tener algo que impartir, debemos recibir diariamente luz y bendiciones” (Dios nos
Cuida, 166) “Acerquémonos a Cristo para que nuestras almas puedan ser llenadas
de su gracia y de un deseo de dar su gracia a los demás” (Carta 17, 1903). La
causa de Dios necesita niños, jóvenes y adultos, que tengan a Cristo en su corazón,
que sean una bendición en sus hogares, que dejen brillar la luz de Jesús en sus
conversaciones y en su comportamiento.
Para que esto sea una feliz realidad, permanezcamos en Jesús, “la Luz del
Mundo” y gocemos el privilegio de resplandecer por él.