En cierta ocasión hicieron una encuesta en USA, entre 100 jóvenes triunfadores, de las
mejores Universidades del país -como Harvard-, que tenían todo, talento, posición económica,
un futuro prometedor, etc, y la respuesta mayoritaria, contrariamente a lo que cabría esperar
fue "no me siento feliz, porque no le encuentro sentido a mi vida".
¿Qué significa que la vida no tenga sentido? Para encontrarlo, ¿hay que irse con la
madre Teresa de Calcuta a cuidar leprosos a la India?…. ¡No! (aunque lo de la madre Teresa es
fenomenal, desde luego). Hay que examinar las cosas que hacemos, como al trasluz, examinar
nuestras acciones buscando qué ideal perseguimos en las cosas que hacemos.
Una acción nuestra tiene sentido si está bien orientada. Si quiero ir a Buenos Aires no
puedo coger un avión a Tokio, aunque me caiga mejor la tripulación, o el avión me parezca más
cómodo y me apetezca más que el mío, el que me lleva donde quiero ir.
Que nuestra vida tenga sentido, orientar bien nuestras acciones, ir a donde queremos
ir, depende en gran medida de tener un ideal para nuestra vida. ¿Cuál es el ideal adecuado? El
que conduce a la unidad, al amor, al encuentro, a la concordia, a construir. Decía el P.
Ketternich, Fundador del Movimiento de Schöenstat, que los problemas -tantos, en apariencia
tan complejos- de los jóvenes se solucionan cuando se encuentra un ideal.
Un ideal es más que una idea, es una idea motriz, que atrae, que arrastra por sí misma,
sin imponer nada. En la actualidad hay un único consenso, y que además está avalado por los
últimos descubrimientos científicos y antropológicos: el ser humano, lo es para el encuentro.
Las personas necesitan ser acogidos, no sólo alimentados. Por eso se aconseja a las madres que
den el pecho a sus hijos, y no solamente un biberón con la cantidad de calorías y proteínas
necesarias.
1
Estas notas son transcripción bastante literal –creo- de una conferencia a la que asistí del prof. López Quintás
pronunciada en Madrid, el 26 de abril de 2005. Si este texto cae en tus manos, y lo lees, y te gusta o te ayuda en algún
sentido, te agradeceré un montón que me hagas llegar tus comentarios (fdieze@nebrija.es) para que puedan servirle
también a otras personas. (F. Díez)
Podemos decir que hay una serie de condiciones para que se dé ese “encuentro”:
En el fondo, las características que acabamos de predicar del encuentro son los valores,
ocasiones que tenemos para enriquecernos. Y asumir valores como principios de nuestro obrar,
nos lleva a convertirlos en virtudes. Nos dan la capacidad del encuentro.
2) El encuentro da alegría, porque nos desarrolla como personas. "Todo lo que soy en la
vida lo debo a un serie de encuentros privilegiados" (Marcel). De aquí se deriva también el
entusiasmo, que es sentirse lleno de lo perfecto, lleno de experiencias de plenitud. La persona
que ha perdido la capacidad de entusiasmarse, ha envejecido, está moribunda, ha perdido la
capacidad de encontrarse de manera absoluta con la realidad.
Hoy mucha gente busca la alegría, y no la encuentra. Alegría es un movimiento del alma,
que se sabe poseedora de un bien. Según sea la naturaleza del bien, así será la alegría. Un bien
material (un coche, una casa, el dinero, el placer físico, la comida), da algo de alegría,
evidentemente. Pero un avaro, un egoísta, o incluso un rico, ¡cuántas veces son personas
tristes! Cuanto más inmaterial es el bien, mejor, porque el bien poseído queda dentro de
nosotros, no fuera. Por eso el amor es lo único que, de verdad, produce la alegría. Querer, y
ser querido; amar, y sentirnos amados.
Cuando uno descubre el ideal, se le aparecen de repente todos los valores importantes
de la vida: el más importante, la libertad interior, la de buscar y conseguir el encuentro, no
simplemente la libertad de maniobra -la de elegir una prenda de vestir u otra, o ir al cine o al
teatro, o tomar una bebida u otra; la libertad interior, la importante, es la que se ajusta al
ideal de unidad, la que nos hace crecer como personas. La libertad interior es cuando uno
empieza a hacer las cosas conforme al ideal, no al egoísmo. La que no nos hace esclavos de mis
apetencias, o de los reclamos publicitarios; no es la libertad de simplemente gozar de muchas
posibilidades, como si la vida fuera un gran supermercado en la que lo que importa es poder
elegir entre una gran variedad de productos. La libertad interior es no elegir lo que destruye,
sino lo que construye, mi vida y la vida de los demás. En la vida hay que hacer muchos
sacrificios; la pedagogía nacida de la cultura hedonista nos dice que no hay que hacer ningún
tipo de sacrificio, que eso nos reprime. Es mentira, no es ningún tipo de represión es elegir un
bien superior, frente a un bien inferior (como cuidarse -haciendo una serie de sacrificios-
cuando uno esta enfermo -para un bien superior, que es la salud-).
¿Cómo saber si una acción en mi vida tiene sentido? si está orientada hacia el ideal que
tenemos, que nos hemos propuesto, el fin que perseguimos. Los valores no sólo existen, se
hacen valer. La virtud de la piedad, ayudar a un menesteroso, es bueno siempre, hace siglos y
ahora, y en todos los sitios, y para todos los hombres. Atraen, son sugestivos. Y colman, nos
hacen felices. Si paso de los demás, y voy a lo mío, al llegar la noche la conciencia me
remuerde, se encarga de recordarme que he hecho mal las cosas. Y eso acaba en la tristeza, en
la soledad, en definitiva, en la infelicidad.
El ideal es fuente de vida, está dentro de nosotros, pero a la vez fuera, nos da fuerzas.
Beethoven no se suicidó, pese a quedarse sordo, y perder lo que para él era más valioso y
precioso, su oído, la música, porque pese a que en muchos momentos se desesperaba, y sufría,
tenía un ideal, y así dice en su testamento, "sólo la virtud puede hacernos felices". ¿Cuál era
para él la virtud, él que era un auténtico virtuoso del piano? ¿Transmitir la belleza a través del
lenguaje musical? No, era la solidaridad, el encuentro entre los hombres entre sí y entre éstos
y el Creador. Lo que hoy conocemos como oda a la alegría, la novena sinfonía, es esto, la oda a
la solidaridad, a la unión, al encuentro.
¿Por qué tiene tanta importancia esto del sentido? Frankl decía que sentido de la vida
se puede encontrar en la libertad y en la esclavitud, en la salud y en la enfermedad, en la
escasez y en la abundancia. Los filósofos existencialistas no descubrieron el sentido de la vida,
y acabaron amargados. Sartre decía que la existencia era una náusea. Camus, sin embargo, se
preguntaba ¿vale la pena vivir la vida? Sí, decía, y es ésta la cuestión principal, lo más
importante que tiene uno que responder. Por eso la razón para vivir también lo puede ser para
morir, como han demostrado los grandes idealistas en la historia, como demostraron los
primeros mártires del cristianismo. Si no hay un sentido para la vida, llega el hastío, la
desesperación. Es sorprendente hoy en día que existan naciones que nadan en la abundancia en
cuanto a medios económicos, y sin embargo reina la desgana, el tedio, y hay unas tasas de
suicidio alarmantes entre la gente joven. Es porque falta sentido a la vida, y ante una situación
límite, la solución no es dejarse caer al vacío y hundirse. Decía el holandés Nouen que no
podemos estar tan ocupados que no sepamos a dónde vamos. Eso conduce directamente al
nihilismo, a concluir que la vida no tiene sentido.
En su libro Frankl recoge la famosa frase de Nietzsche, "quien tiene un porqué para
vivir, casi siempre tolerará cualquier cómo". Hay q buscar un porqué, unas metas, unas
finalidades, una razón para vivir y para luchar. No es lo que esperamos de la vida (que van a ser
muchas veces cosas malas, injusticias, arbitrariedades, incomprensión, etc.), es lo que la vida
espera de nosotros (toda la gente a la que podemos ayudar, todos los encuentros que tenemos
por delante, toda la unidad, el amor que podemos "provocar"). A eso se dedicaron él y los que
siguieron su escuela (la logoterapia).
¿Y porqué no disfrutar del momento, porqué tanta complicación con esto del sentido, y
del ideal? ¿No es más sencillo el carpe diem de Horacio, disfrutar del momento? Pues no, no
vale, porque lleva al egoísmo, porque los hombres somos dinámicos, no estáticos, abiertos a los
valores, por naturaleza. La felicidad la encontramos ahí, no en otros productos sucedáneos.
Querría, para ir acabando esta conferencia, hablar de tres niveles en los que puede
situarse un hombre, situar su vida. El nivel tres es el de los grandes valores. La justicia hay
que practicarla siempre, aunque me ofrezcan sobornos, aunque nadie se vaya a enterar, aunque
todo el mundo lo haga, aunque no perjudique a nadie. El perdón hay que concederlo siempre,
aunque el otro "no se lo merezca", aunque sepa que él no va a perdonarme a mi, aunque me
suponga una humillación, aunque la gente que me quiere me critique. Dicen hoy los jóvenes "no
me caso porque no tengo garantía de que el amor dure". ¡Claro!, es que lo que compromete esa
garantía es solamente la autenticidad, la búsqueda del encuentro (que sería el nivel dos), y no
sólo el manejo egoísta de bienes (nivel uno). Ahora necesito preguntarles, y que Uds. se
pregunten, ¿En qué nivel estamos ahora situados cada uno de nosotros?
Necesitamos dar un sentido a la vida porque cuando descubrimos los valores en estado
puro, encontramos la razón de vivir, venciendo el odio con el amor. La fecundidad del sentido,
el ser útiles a otros, tiene también una serie de frutos, tiene mucha eficacia. Supone un poder
elevador, transfigurador. Por eso tener fe es tener tanta fuerza ante la vida y los problemas.
Por ejemplo, un profesor, que tiene como tarea formar a los alumnos, puede dar a esa tarea
más o menos sentido, según el ideal que tenga, lo que aspire para sus alumnos: conseguir hacer
que aprueben los exámenes; o puede intentar además que saquen un título; o más aún,
enseñarles a ejercer una profesión; o puede ayudarles también a desarrollar su personalidad; o
más aún, hacer de ellos profesionales de prestigio; o puede aspirar a más, y esforzarse por
formarles y hacer de ellos que sean buenos guías de otros; puede, en fin, poner todo su
empeño y conocimiento en conseguir que sus alumnos sean felices ayudándoles a alcanzar los
fines últimos del hombre. Pues así ocurre con todo; depende de dónde ponga uno el listón, de
dónde ponga el ideal, del sentido que le de a las cosas que hace, desde las más prosaicas a las
más sublimes.
Todos los medios que Víctor Frankl y su escuela pusieron, tanto en Auswitch como
después, para ayudar a los necesitados, era esto, está aquí dicho: es dar sentido a cada
circunstancia. Edith Stein dejó sus clases en la Universidad en Alemania para consolar a su
amiga Ana Reichgn, cuando falleció el marido de ésta. Y resulta que fue al revés, y fue Anna la
que consoló a Edith, y eso que estaba con la muerte de su marido tan reciente. Edith Stein se
dio cuenta entonces que sus estudios, su ciencia, todo lo que hacía con su maestro Husserl,
pues en realidad no era lo importante, y se dio cuenta entonces de que le faltaba conocer el
verdadero sentido de la vida. Tras una noche entera en la que no durmió, leyendo la vida de
Santa Teresa de Jesús, se convirtió al catolicismo y después ingresó en el Carmelo.
Ayudar a que una persona encuentre el sentido de su vida, es el mayor favor que
podemos hacerle. Cuando uno ve que la vida tiene sentido, se encuentra en su elemento. Que no
nos pase como a ese mono, que al verle sacando un pez el agua y poniéndole en una rama de un
árbol le dijeron, "¡Eh!, pero ¿qué haces?", a lo que respondió "le estoy salvando de perecer
ahogado".