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El sentido de la vida1

En cierta ocasión hicieron una encuesta en USA, entre 100 jóvenes triunfadores, de las
mejores Universidades del país -como Harvard-, que tenían todo, talento, posición económica,
un futuro prometedor, etc, y la respuesta mayoritaria, contrariamente a lo que cabría esperar
fue "no me siento feliz, porque no le encuentro sentido a mi vida".

¿Qué significa que la vida no tenga sentido? Para encontrarlo, ¿hay que irse con la
madre Teresa de Calcuta a cuidar leprosos a la India?…. ¡No! (aunque lo de la madre Teresa es
fenomenal, desde luego). Hay que examinar las cosas que hacemos, como al trasluz, examinar
nuestras acciones buscando qué ideal perseguimos en las cosas que hacemos.

Una acción nuestra tiene sentido si está bien orientada. Si quiero ir a Buenos Aires no
puedo coger un avión a Tokio, aunque me caiga mejor la tripulación, o el avión me parezca más
cómodo y me apetezca más que el mío, el que me lleva donde quiero ir.

Que nuestra vida tenga sentido, orientar bien nuestras acciones, ir a donde queremos
ir, depende en gran medida de tener un ideal para nuestra vida. ¿Cuál es el ideal adecuado? El
que conduce a la unidad, al amor, al encuentro, a la concordia, a construir. Decía el P.
Ketternich, Fundador del Movimiento de Schöenstat, que los problemas -tantos, en apariencia
tan complejos- de los jóvenes se solucionan cuando se encuentra un ideal.

Un ideal es más que una idea, es una idea motriz, que atrae, que arrastra por sí misma,
sin imponer nada. En la actualidad hay un único consenso, y que además está avalado por los
últimos descubrimientos científicos y antropológicos: el ser humano, lo es para el encuentro.
Las personas necesitan ser acogidos, no sólo alimentados. Por eso se aconseja a las madres que
den el pecho a sus hijos, y no solamente un biberón con la cantidad de calorías y proteínas
necesarias.

¿Qué es el encuentro? No es cruzarse por la calle con alguien, y saludarse; no es sólo


estar juntos, aunque sean muchos años; no es ir al Prado y ver uno o varios cuadros e
identificar los autores en un catálogo. Es, en este último ejemplo, "estar" con Velázquez o con
Murillo. Es un estado de enriquecimiento mutuo. No es sólo oír, es escuchar; poner corazón en
las cosas que hacemos; prestar atención a las personas, dejar lo que estemos haciendo -por
importante que sea, por ocupados que estemos- y centrarnos en el otro, que nos pide ayuda,
que necesita que le escuchemos. Cinco minutos de conversación de verdad con una persona
pueden crear más intimidad que 40 años de trato superficial.

1
Estas notas son transcripción bastante literal –creo- de una conferencia a la que asistí del prof. López Quintás
pronunciada en Madrid, el 26 de abril de 2005. Si este texto cae en tus manos, y lo lees, y te gusta o te ayuda en algún
sentido, te agradeceré un montón que me hagas llegar tus comentarios (fdieze@nebrija.es) para que puedan servirle
también a otras personas. (F. Díez)
Podemos decir que hay una serie de condiciones para que se dé ese “encuentro”:

1) Generosidad, generar vida, abrirse a los demás, no centrarnos en nosotros mismos. Si


uno va a la plaza de San Pedro, y quiere estar en el centro, ¿qué hace, ir al obelisco? No, ir a
las dos fuentes que están a los lados, porque la planta que diseñó Bernini no es una
circunferencia, es una elipse. Y ésa es la clave de toda la esplendorosa arquitectura barroca, la
tensión y dinámica que se genera a partir de ese doble eje. Los hombres, igual. Somos una
elipse, dos centros, no una circunferencia -cuyo medio orgullosamente ocupamos nosotros-, dos
centros, cada uno de los cuales lanzan y apoya al otro, el yo y el tú.
2) Apertura al otro, que es estar dispuesto a compartir sus problemas, y que él
comparta los nuestros, y lo mismo las alegrías, las inquietudes, las banalidades también.
3) Confianza y cordialidad, que significa tener fe en el otro, estar dispuesto a dejarse
caer, sin red de seguridad, sino sabiendo que él está ahí para recogernos, que no va a dejarnos
ir al suelo. Esto hoy en día cuesta especialmente; de las muchas dificultades que atraviesa la
sociedad actual, quizá una de las más preocupantes es la generalización de la desconfianza, la
cultura de la sospecha, que impide las relaciones interpersonales.
4) Fidelidad, que significa seguir creando lo que uno ha prometido crear, siempre. Un
matrimonio no se "mantiene", eso lo hacen las cosas; una mesa que hace un carpintero, si está
bien hecha, está acabada, se mantiene. En la vida de los hombres hay que todos los días luchar,
seguir creando, ser leal a lo que uno ha dicho que va a hacer, aunque se pase la ilusión. Y eso
exige comprometerse, y esto es algo a lo que la gente de hoy -especialmente los jóvenes- le
tiene verdadero pánico.
5) Paciencia, que no es un mero aguantar; como antes, el aguante se predica de los
objetos. Una mesa, una silla, una ventana, un edificio, aguantan, perviven con el paso del
tiempo. La paciencia es mucho más que eso.
6) Compartir acciones nobles. Saint Exupery decía que amarse no es mirarse, es mirar
juntos en una misma dirección, y yo completaría esta hermosa cita diciendo que mirando en una
dirección valiosa, haciendo algo noble, que merezca la pena. Eso une mucho, es la única forma
de crear vínculos verdaderos y estables con otra persona. Se puede ver gráficamente en los
montañeros y el duro ascenso a las cumbres, todos con la mirada en la meta, pero avanzando
unidos, hasta físicamente atados, en una cordada.

En el fondo, las características que acabamos de predicar del encuentro son los valores,
ocasiones que tenemos para enriquecernos. Y asumir valores como principios de nuestro obrar,
nos lleva a convertirlos en virtudes. Nos dan la capacidad del encuentro.

¿Cuándo experimentamos los frutos del encuentro?

1) Con la capacidad de sufrimiento, que es lo que da de verdad fuerzas para hacer en la


vida las cosas que realmente merecen la pena. El gran compositor y músico Rubinstein, le decía
a su mujer, en algunas ocasiones antes de un concierto "no tengo fuerzas para el concierto, por
favor, di que lo suspendan". Pero ella, que tenía mucha intuición y lo conocía muy bien, le
llevaba, le arrastraba hasta la sala. Y cuando veía el piano, se la pasaba el cansancio. Y cuando
se sentaba, y empieza a interpretar una melodía de Mozart, se emocionaba, y tocaba con la
fuerza y el vigor de siempre. Un intérprete de verdad no ve un teclado, un piano, se encuentra
con la música, con el autor y con su público. Hay una interacción, y de ahí saca las fuerzas.

2) El encuentro da alegría, porque nos desarrolla como personas. "Todo lo que soy en la
vida lo debo a un serie de encuentros privilegiados" (Marcel). De aquí se deriva también el
entusiasmo, que es sentirse lleno de lo perfecto, lleno de experiencias de plenitud. La persona
que ha perdido la capacidad de entusiasmarse, ha envejecido, está moribunda, ha perdido la
capacidad de encontrarse de manera absoluta con la realidad.

Hoy mucha gente busca la alegría, y no la encuentra. Alegría es un movimiento del alma,
que se sabe poseedora de un bien. Según sea la naturaleza del bien, así será la alegría. Un bien
material (un coche, una casa, el dinero, el placer físico, la comida), da algo de alegría,
evidentemente. Pero un avaro, un egoísta, o incluso un rico, ¡cuántas veces son personas
tristes! Cuanto más inmaterial es el bien, mejor, porque el bien poseído queda dentro de
nosotros, no fuera. Por eso el amor es lo único que, de verdad, produce la alegría. Querer, y
ser querido; amar, y sentirnos amados.

3) Por tanto, el encuentro da, en el fondo, la felicidad, en el sentido más profundo de la


expresión, felicidad que está en el encuentro con los demás, no cuando uno domina las cosas, o
tiene muchos bienes, o una gran cuenta corriente llena de dinero. La felicidad se nos da de
forma oblicua, es decir, si no la perseguimos directamente. En Italia hicieron, en un programa
televisivo típica encuesta telefónica, en al que iban preguntando a la gente, de forma aleatoria,
si eran felices. Las respuestas eran de lo más variopintas, y en general la gente que más
desesperadamente buscaba la felicidad era la que estaba más lejos de encontrarla. Sin
embargo, le tocó la llamada a una monja, que dijo, "pues mire, la verdad que no sé si soy feliz;
más que nada es que no pienso en ello, estoy todo el día con mis hermanas de la congregación,
cuidando enfermos, dando clase a niños pequeños...". Ella no buscaba la felicidad como fin
último, ni siquiera pensaba en ello, pero era feliz.

Se manifiesta en la paz interior, el sosiego y el gozo festivo. Como s. Pedro y s. Pablo en


la cárcel mamertina, en Roma. Pese a estar encarcelados, están contentos, escriben cartas en
las que hablan de amor. Los soldados que les custodian se sorprenden, y les preguntan cómo es
que están así, en vez de estar maldiciendo su suerte o a los que les han metido ahí. Hacen
apostolado y convierten a los romanos. En esta vida tan llena de penas, cuando me encuentro
con alguien siento alegría, entonces mi vida se centra en el encuentro. Concordia, ¡qué bonita
expresión del lenguaje castellano!, con-cordare, unidad de corazones. Hemos descubierto el
ideal. Y también nuestra vocación al encuentro.

Cuando uno descubre el ideal, se le aparecen de repente todos los valores importantes
de la vida: el más importante, la libertad interior, la de buscar y conseguir el encuentro, no
simplemente la libertad de maniobra -la de elegir una prenda de vestir u otra, o ir al cine o al
teatro, o tomar una bebida u otra; la libertad interior, la importante, es la que se ajusta al
ideal de unidad, la que nos hace crecer como personas. La libertad interior es cuando uno
empieza a hacer las cosas conforme al ideal, no al egoísmo. La que no nos hace esclavos de mis
apetencias, o de los reclamos publicitarios; no es la libertad de simplemente gozar de muchas
posibilidades, como si la vida fuera un gran supermercado en la que lo que importa es poder
elegir entre una gran variedad de productos. La libertad interior es no elegir lo que destruye,
sino lo que construye, mi vida y la vida de los demás. En la vida hay que hacer muchos
sacrificios; la pedagogía nacida de la cultura hedonista nos dice que no hay que hacer ningún
tipo de sacrificio, que eso nos reprime. Es mentira, no es ningún tipo de represión es elegir un
bien superior, frente a un bien inferior (como cuidarse -haciendo una serie de sacrificios-
cuando uno esta enfermo -para un bien superior, que es la salud-).

¿Cómo saber si una acción en mi vida tiene sentido? si está orientada hacia el ideal que
tenemos, que nos hemos propuesto, el fin que perseguimos. Los valores no sólo existen, se
hacen valer. La virtud de la piedad, ayudar a un menesteroso, es bueno siempre, hace siglos y
ahora, y en todos los sitios, y para todos los hombres. Atraen, son sugestivos. Y colman, nos
hacen felices. Si paso de los demás, y voy a lo mío, al llegar la noche la conciencia me
remuerde, se encarga de recordarme que he hecho mal las cosas. Y eso acaba en la tristeza, en
la soledad, en definitiva, en la infelicidad.

Cuando uno descubre el ideal, también descubrimos la creatividad, aunque no seamos


genios, orientando nuestra vida hacia ese ideal. Un ama de casa, que es uno de los oficios ahora
más desacreditados, que parece que no tiene ninguna categoría ni posición en la escala social,
crea vida de hogar. Su vida tiene una dignidad grandísima. Crea la "urdimbre afectiva", vital
para la familia. Soy un apasionado de J. S. Bach, sin embargo, si tuviera que poner en una
balanza y elegir entre las obras de Bach y las madres que cuidan a sus hijos, les aseguro que
sin ninguna duda elegiría las madres. El mundo sería mucho más aburrido y menos interesante
sin las Sinfonías, pero sería sencillamente imposible, "in-vivible" sin las madres de familia.
Víctor Frankl, en su imprescindible obra "EL hombre en busca de sentido" cuenta cómo cuando
uno en el campo de concentración de Auswitch preguntaba a la vida "qué más puedes darme",
sucumbía; sin embargo, cuando aún en medio de semejantes atrocidades y miserias humanas
uno se preguntaba más bien "a quién puedo ayudar todavía", no se sabe cómo, y con qué
fuerzas, pero entonces sobrevivías.

El ideal es fuente de vida, está dentro de nosotros, pero a la vez fuera, nos da fuerzas.
Beethoven no se suicidó, pese a quedarse sordo, y perder lo que para él era más valioso y
precioso, su oído, la música, porque pese a que en muchos momentos se desesperaba, y sufría,
tenía un ideal, y así dice en su testamento, "sólo la virtud puede hacernos felices". ¿Cuál era
para él la virtud, él que era un auténtico virtuoso del piano? ¿Transmitir la belleza a través del
lenguaje musical? No, era la solidaridad, el encuentro entre los hombres entre sí y entre éstos
y el Creador. Lo que hoy conocemos como oda a la alegría, la novena sinfonía, es esto, la oda a
la solidaridad, a la unión, al encuentro.
¿Por qué tiene tanta importancia esto del sentido? Frankl decía que sentido de la vida
se puede encontrar en la libertad y en la esclavitud, en la salud y en la enfermedad, en la
escasez y en la abundancia. Los filósofos existencialistas no descubrieron el sentido de la vida,
y acabaron amargados. Sartre decía que la existencia era una náusea. Camus, sin embargo, se
preguntaba ¿vale la pena vivir la vida? Sí, decía, y es ésta la cuestión principal, lo más
importante que tiene uno que responder. Por eso la razón para vivir también lo puede ser para
morir, como han demostrado los grandes idealistas en la historia, como demostraron los
primeros mártires del cristianismo. Si no hay un sentido para la vida, llega el hastío, la
desesperación. Es sorprendente hoy en día que existan naciones que nadan en la abundancia en
cuanto a medios económicos, y sin embargo reina la desgana, el tedio, y hay unas tasas de
suicidio alarmantes entre la gente joven. Es porque falta sentido a la vida, y ante una situación
límite, la solución no es dejarse caer al vacío y hundirse. Decía el holandés Nouen que no
podemos estar tan ocupados que no sepamos a dónde vamos. Eso conduce directamente al
nihilismo, a concluir que la vida no tiene sentido.

El aburrimiento procede de la falta de creatividad, y de la falta de sentido. Para


evitarlo, es bueno por ejemplo no esperar -en el caso de que alguien con quien tenemos una cita
se retrase- sin hacer nada, no matar el tiempo; aprovechar mientras para leer, oír música,
hablar con alguien, etc. Si no, uno se acaba hundiendo el tedio. En el libro "¿Porqué se alejan?",
que se refiere a los jóvenes y la fe, es triste comprobar cómo más que una opción intelectual o
una actitud de rebeldía, lo que hay frente a la práctica de la religión es simplemente
aburrimiento: "la misa no me dice nada, me aburre, y por eso dejo de ir".

En su libro Frankl recoge la famosa frase de Nietzsche, "quien tiene un porqué para
vivir, casi siempre tolerará cualquier cómo". Hay q buscar un porqué, unas metas, unas
finalidades, una razón para vivir y para luchar. No es lo que esperamos de la vida (que van a ser
muchas veces cosas malas, injusticias, arbitrariedades, incomprensión, etc.), es lo que la vida
espera de nosotros (toda la gente a la que podemos ayudar, todos los encuentros que tenemos
por delante, toda la unidad, el amor que podemos "provocar"). A eso se dedicaron él y los que
siguieron su escuela (la logoterapia).

¿Y porqué no disfrutar del momento, porqué tanta complicación con esto del sentido, y
del ideal? ¿No es más sencillo el carpe diem de Horacio, disfrutar del momento? Pues no, no
vale, porque lleva al egoísmo, porque los hombres somos dinámicos, no estáticos, abiertos a los
valores, por naturaleza. La felicidad la encontramos ahí, no en otros productos sucedáneos.

Querría, para ir acabando esta conferencia, hablar de tres niveles en los que puede
situarse un hombre, situar su vida. El nivel tres es el de los grandes valores. La justicia hay
que practicarla siempre, aunque me ofrezcan sobornos, aunque nadie se vaya a enterar, aunque
todo el mundo lo haga, aunque no perjudique a nadie. El perdón hay que concederlo siempre,
aunque el otro "no se lo merezca", aunque sepa que él no va a perdonarme a mi, aunque me
suponga una humillación, aunque la gente que me quiere me critique. Dicen hoy los jóvenes "no
me caso porque no tengo garantía de que el amor dure". ¡Claro!, es que lo que compromete esa
garantía es solamente la autenticidad, la búsqueda del encuentro (que sería el nivel dos), y no
sólo el manejo egoísta de bienes (nivel uno). Ahora necesito preguntarles, y que Uds. se
pregunten, ¿En qué nivel estamos ahora situados cada uno de nosotros?

Necesitamos dar un sentido a la vida porque cuando descubrimos los valores en estado
puro, encontramos la razón de vivir, venciendo el odio con el amor. La fecundidad del sentido,
el ser útiles a otros, tiene también una serie de frutos, tiene mucha eficacia. Supone un poder
elevador, transfigurador. Por eso tener fe es tener tanta fuerza ante la vida y los problemas.
Por ejemplo, un profesor, que tiene como tarea formar a los alumnos, puede dar a esa tarea
más o menos sentido, según el ideal que tenga, lo que aspire para sus alumnos: conseguir hacer
que aprueben los exámenes; o puede intentar además que saquen un título; o más aún,
enseñarles a ejercer una profesión; o puede ayudarles también a desarrollar su personalidad; o
más aún, hacer de ellos profesionales de prestigio; o puede aspirar a más, y esforzarse por
formarles y hacer de ellos que sean buenos guías de otros; puede, en fin, poner todo su
empeño y conocimiento en conseguir que sus alumnos sean felices ayudándoles a alcanzar los
fines últimos del hombre. Pues así ocurre con todo; depende de dónde ponga uno el listón, de
dónde ponga el ideal, del sentido que le de a las cosas que hace, desde las más prosaicas a las
más sublimes.

Todos los medios que Víctor Frankl y su escuela pusieron, tanto en Auswitch como
después, para ayudar a los necesitados, era esto, está aquí dicho: es dar sentido a cada
circunstancia. Edith Stein dejó sus clases en la Universidad en Alemania para consolar a su
amiga Ana Reichgn, cuando falleció el marido de ésta. Y resulta que fue al revés, y fue Anna la
que consoló a Edith, y eso que estaba con la muerte de su marido tan reciente. Edith Stein se
dio cuenta entonces que sus estudios, su ciencia, todo lo que hacía con su maestro Husserl,
pues en realidad no era lo importante, y se dio cuenta entonces de que le faltaba conocer el
verdadero sentido de la vida. Tras una noche entera en la que no durmió, leyendo la vida de
Santa Teresa de Jesús, se convirtió al catolicismo y después ingresó en el Carmelo.

Ayudar a que una persona encuentre el sentido de su vida, es el mayor favor que
podemos hacerle. Cuando uno ve que la vida tiene sentido, se encuentra en su elemento. Que no
nos pase como a ese mono, que al verle sacando un pez el agua y poniéndole en una rama de un
árbol le dijeron, "¡Eh!, pero ¿qué haces?", a lo que respondió "le estoy salvando de perecer
ahogado".

Alguna bibliografía recomendada:

LÓPEZ QUINTÁS, A., Descubrir la grandeza de la vida


VICTOR FRANKL, El hombre en busca de sentido
JORGE BUCAY, Cuentos para pensar
JACQUES PHILLIPE, La libertad interior

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