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Diario de un traidor:

La Santa Mentira.
Traidor o traición:
Familiarmente, la traición consiste en defraudar a familia, amigos, grupo
étnico, religión, u otro grupo al cual pueda pertenecerse, haciendo
contrariamente a los que los otros espetan. A menudo, cuando se acusa de
traidor, tales acusaciones son controvertidas y disputadas, cuando la
persona no puede identificarse con el grupo del cual es miembro, o de lo
contrario está en desacuerdo con los líderes del grupo que hacen el cargo1.

1
http://es.wikipedia.org/wiki/Traici%C3%B3n
Incontinencia verbal.

“Buscamos la felicidad, pero sin saber dónde, como los borrachos buscan su
casa, sabiendo que tienen una” (Voltaire).

El auténtico motor de la humanidad no fue otro que la búsqueda de la


felicidad. Los grandes imperios, ciudades estado, poblados y hasta la aldea
más ínfima oculta en algún lugar remoto del Amazonas, todos, buscamos la
felicidad. No hay nadie que haya buscado deliberadamente su sufrimiento,
ni el más ignorante que pisara la tierra. Ser felices es más que un derecho o
una obligación, es un imperativo en tanto seres humanos, tan innato como
el instinto de supervivencia.

La siguiente pregunta viene ya dada automáticamente ¿Qué es lo que hace


feliz a la humanidad? Y aquí quien no se adapta a una respuesta que ya
existe como es el caso de aquellos que se adhieren a una religión o a una
filosofía concreta, se inventa la suya propia. Pero no es que el hombre
busque solo la felicidad, sino que también huye del dolor, digamos que el
ser humano es por esencia hedonista. Estas son las características que
marcan cada acto del ser humano sobre la tierra: la huida del dolor y la
búsqueda de placer. Entre estas dos etapas el hombre vive o malvive
dependiendo de la inclinación de su balanza particular.

Las respuestas no solo varían de un lugar a otro, sino también en el tiempo.


Lo bello para la época de Pedro Pablo Rubens (mujeres rellenas) no tiene
nada que ver con lo que se entiende actualmente en nuestra sociedad
(mujer prácticamente esquelética). Por tanto, la sociedad de cada momento
daba respuestas e interpretaba el mundo de acuerdo a su propia historia, a
modismos, a los acuerdos sociales predominantes, etc.

Si se acepta todo lo que está expuesto hasta ahora nos cabe formular otra
pregunta: ¿De qué huimos y qué ideal de felicidad buscamos en la
actualidad?

Los siete días de la creación: el tiempo es oro.

Para entender el estado actual en que se encuentra la humanidad, la


sociedad en que vivimos, el mundo que hemos creado por convención social
hay que conocer antes de dónde venimos.

El mundo actual lo creamos en siete pasos. Lo llamaré los siete días de la


creación (es una versión para paletos). Cada uno de estos siete días nos
acerca más a la sociedad en que vivimos.
El primer día se creó el intercambio. Al principio de los tiempos los hombres
acordaban el valor de cada cosa y de ese acuerdo nacía el intercambio.
Entonces, si un hombre hacía vasijas y otro tenía vacas se realizaba un
intercambio de bienes (también se podían intercambiar servicios) y así se
satisfacían las necesidades existentes de mutuo acuerdo: “te cambio ocho
vasijas por un vaca”.

El segundo día se crearon las piedras. Conforme la sociedad se iba haciendo


más compleja los intercambios se iban haciendo cada vez más abstractos y
el acuerdo cada vez implicaba una visión convencional que comprendía a un
mayor número de personas que secundaban dichos intercambios. El hombre
se empezó a fijar en las piedras preciosas como el oro y la plata de tal modo
que era socialmente aceptado cambiar un trozo de oro por una vaca. Es
interesante resaltar que todo esto nacía de un acuerdo entre hombres
libres, independientemente de lo racional, o no, que fuera (como contempla
de la Ley actual, lo acordado por las partes contratantes supera lo
establecido por la norma). Cada sociedad acordaba lo que para ellos era
importante dependiendo de las necesidades que tuvieran, así, por ejemplo,
los territorios del África subsahariana intercambian su oro por la sal traída
por los comerciantes árabes, simplemente porque allí la sal escaseaba.

Cabe destacar que ya el simple hecho de darle al oro o la plata un valor


determinado era en sí un acuerdo arbitrario. Así como en el caso expuesto
de los países subsaharianos, también los nativos americanos no le daban la
menor importancia al valor del oro (“la piedra amarilla que vuelve loco al
hombre blanco”2), mientras que el hombre blanco entró en guerra para
quitarles las tierras solo por la codicia poseer el metal.

El tercer día se creó la moneda. El oro (y la plata) que todos conocían fue
tomando forma hasta convertirse en moneda. Socialmente la voz era la
siguiente: “este trozo de oro vale igual que tres monedas”. Era la
convención.

El cuarto día se creó el billete. De nuevo todos estuvieron de acuerdo en


que una moneda tenía el mismo valor que un billete de papel. Lo uno era
sinónimo de lo otro de manera que si tenías un billete de un dólar lo podrías
cambiar por la moneda en cualquier momento, porque era lo mismo. Es
interesante notar cómo el dinero y el valor de las cosas cada vez se hace
más intangible y se lleva a un terreno más abstracto. Eso sí, era lo
acordado.

El quinto día el billete se separó de la moneda. El billete se emancipa de su


equivalente en oro, la moneda, y ahora el billete empieza a tener nombre
propio. Ahora el billete vale lo que vale. Aquí, al cualquier inexperto e
ingenuo, como yo, se le podría ocurrir la siguiente suposición: si mi dinero
depende de la cantidad de oro que tiene el país y en función a eso se
fabrica este papel llamado billete ¿Podría ir yo al banco y canjear mi dinero
2
ALCE NEGRO HABLA (2ª ED.) G. NEIHARDT, JOHN. ISBN: 9788476519134 Plaza
edición: PALMA DE MALLORCA
por el equivalente en oro? ¿Si mi dinero depende del oro del país puedo
exigir que me den el oro correspondiente? Ni se te pase por la cabeza.

El sexto día se creó la tarjeta de crédito. Aquí el billete ya se queda un paso


atrás. Ahora se puede comprar lo que se quiera y pagarlo en otro
momento. Ésta a posteriori sería la característica del dinero más importante
para secundar la sociedad de consumo y satisfacer la necesidad de compra
en el momento en que se tenga. Antes, cuando una persona no tenía dinero
para pagar aquel objeto que suscitaba su interés sencillamente se tenía que
esperar y ahorrar (sin generar deuda), ahora con la tarjeta puedes tenerlo
en el momento en que quieras y ya te preocuparas de pagarlo en un futuro,
carpe diem. Vivimos en la sociedad del ahora y la tarjeta es su aliada.

El séptimo día se creó la Bolsa. Ahora el dinero es electrónico. Personas en


lugares tan distantes del globo como sea posible imaginar pueden pasar de
la ruina a la gloria en un segundo. Según el documental Zeitgeist3, tan solo
el 3% del dinero que se maneja en Estados Unidos es dinero en efectivo, el
resto es electrónico. Desde la visión de un ingenuo la pregunta es: ¿Si mi
dinero depende del oro de un país, por qué cada vez hay más dinero
circulando por el mundo, quién lo crea y base a qué criterio? Así pues el
séptimo día la sociedad de consumo descansó y contempló la obra que
había creado. Y sonrió orgullosa.

Los buenos van al paraíso

La única forma en que se pude comprender la sociedad actual es


comprendiendo qué entendemos por la felicidad. Este concepto, como todos
los demás, viene determinando por un acuerdo (o, mejor dicho, un
consentimiento) compartido por el conjunto de la sociedad. Como se dijo
anteriormente, está convención variaba de una sociedad a otra (¿Qué era la
felicidad?), ahora hay una característica que hace que el consenso colectivo
abarque cada vez más a un mayor número de personas y sociedades: la
globalización. En la búsqueda de la felicidad de una sociedad globalizada
encontramos en la cúspide la pirámide un único elemento: el dinero. Desde
la sociedad continuamente se nos está identificando directa o
indirectamente la felicidad de un miembro con el dinero que tiene “¿Quieres
felicidad? Consigue dinero y cómprala.”

La sociedad se puede resumir con la premisa que reza: “El tiempo es oro”.
La sociedad nos educa con impulsos puramente mecanicistas: si actúas bien
te recompensamos, si actúas mal te castigamos. ¿Qué es lo socialmente
aceptable y por qué hemos de buscarlo? La respuesta ya nos la dejo
entrever Aristóteles con su (manoseada) frase “El hombre es un animal
social” (zoon politikon). Ciertamente cada ser humano tiene dentro de sí
una necesidad de pertenencia al grupo y un profundo miedo a la soledad.
Sin profundizar mucho en la sociología de grupos, existen los llamados
3
Zeitgeist: http://video.google.com/videoplay?docid=8883910961351786332
grupos de referencias, que es aquel “grupo, real o imaginario, ajeno al
individuo, cuyas normas, valores y formas de vida sirven de referencia para
su conducta; bien para imitarlos (grupos de referencia positivos), bien para
evitarlos (grupos de referencia negativos)”4. Estos podríamos traducirlos
como educarte (o adoctrinarte en el sistema social) poniéndote
simultáneamente ejemplos positivos, socialmente aprobados, junto con
ejemplos negativos o socialmente repudiados. Pero somos ante todo seres
racionales y el motivo que nos lleve a seguir fielmente (y ciegamente) esta
sociedad ha de ser por sí mismo de peso, ya que si no esos ejemplos no
tendrían ningún valor. Este motor motivacional es doble: por lado la
búsqueda hedonista a nivel individual de la felicidad y, por otro lado, a nivel
social es la pertenencia al grupo. El sentido de pertenencia y la búsqueda de
la felicidad están tan interconectados en la sociedad que son
incomprensible la una sin la otra.

El alfa y el omega

El reloj precede cada movimiento en nuestra sociedad de tal manera que


sería inimaginable entender una sociedad sin relojes, sin un tiempo
milimétricamente calculado. Los días se convierten sobre todo en las
grandes ciudades en una contrarreloj. No hay tiempo que perder, desde que
empieza el día tienes que ser socialmente productivo, tienes calculado el
tiempo que inviertes en cada actividad porque el tiempo es oro. Si el
tiempo es oro y tú lo desperdicias la sociedad nos dice que estamos
perdiendo dinero. Con tanta prisa no tenemos tiempo para pensar (tampoco
interesa), solo hay tiempo de actuar. Nos irritamos si nos hacen perder el
tiempo ¿Por qué es tan importante comprender que el tiempo es oro?
Porque se ha entronado en la cumbre de la felicidad al Dinero. El motor de
todo es el dinero como sinónimo de la felicidad. No somos muy diferentes a
los cristianos, musulmanes, a la cosmovisión maya, hinduista o a cualquier
otro sistema de creencias que buscaba dar respuesta a esta misma
pregunta; cada cual halló la respuesta y la diosificó, como era de esperar.
Nuestra sociedad es un sistema de creencias como cualquier otro, un
sistema de creencias lleno de fieles incondicionales, radicales o extremistas,
moderados, pero eso sí, creyentes ante todo. Desde aquí cada elemento del
universo que creamos viene a secundar la visión de mundo que hemos
consensuado, ya sean las escuelas, la política, la televisión o los demás
agentes de socialización. Nuestro sistema de creencia se llama
Consumismo.

Como cualquier sistema de creencia repudia a aquellos que ponen en


cuestión los pilares sobre los que se sustenta la sociedad. El mismo sistema,
independientemente de que se les aparezca su Dios, es defendido por los
propios feligreses que hacen piña y tachan como disparatado cualquier
concepción diferente a la suya. Hemos creado un Dios para después

4
http://www.diagnosticomedico.es/descripcion/Grupo_De_Referencia--14027.html
dejarnos esclavizar por él. La sociedad rinde pleitesía a aquellos sujetos que
poseen dinero, un profundo culto, llegando al punto de la mismísima
beatificación de esos que están tan cerca de Dios. Por la gracia de Dios
(hecho dinero) ellos pueden hacer o deshacer lo que quieran porque son
dioses que pisan la tierra y, no solo eso, deben mostrar su condición de
dioses haciendo milagros de ostentosidad públicos. Siempre ha de ser
público, extravagante, pomposo. Hay otros que al no estar tan en contacto
como los semidioses (o endiosados) piensan que imitando, en la medida de
lo posible, sus formas podrán parecerse a esos santurrones, aunque no
dejan de ser farsantes. Eso sí, socialmente aceptados. Así es como se
entiende correctamente los grupos de referencia en su vertiente positiva.

Los infieles

Pero la definición de grupo de referencia también hacía alusión a un ejemplo


negativo, es decir, algo que se debe evitar ¿Qué es lo que se debe de evitar
en esta sociedad ante todo? En una sociedad de creencia Consumista y que
tiene como dios, como gran ideal y sueño, lograr dinero, ¿Cuál sería ese
ejemplo evitable que nos motivaría, junto con la búsqueda de la felicidad, a
defender esta sociedad y sus valores? La respuesta es la aporofobia. La
etimología deriva del griego: a-poro (pobre) y fobéo (miedo), que no es otra
cosa que sentir desprecio, odio, hostilidad y repugnancia hacía los pobres.
En una sociedad en que se ha encumbrado al capital, aquellos que no lo
poseen son literalmente deshechos sociales, son personas sin derecho de
admisión. Una sociedad que tiene como máxima tener dinero para comprar
la felicidad consumiendo, quien no tiene dinero no aporta nada. A estas
personas el mismo mecanismo social los expulsa sin piedad condenándolos
a la soledad de la calle. Por tanto, no debemos subestimar ni pasar por alto
la importancia de los vagabundos en nuestra sociedad consumista, ya que
actúan como agentes correctores. Al estilo más mecanicista y
ejemplarizante la sociedad nos dice: “Si no quieres ser pobre y vivir aislado,
más vale que trabajes en algo socialmente productivo. De ti depende”. Un
vagabundo es entonces un ejemplo (en negativo) tan potente como los que
nos brindan en el sueño americano en su típica historia de “empezó
vendiendo cosméticos a domicilio y hoy tiene una gran mansión en Beverly
Hill”. Para que el humano corra necesita algo de lo que huir y algo tras lo
que correr, llámese huir de la pobreza y el aislamiento de sus congéneres y
correr tras la felicidad del dinero y el reconocimiento del grupo. Es, pues, en
el punto del aislamiento, de la exclusión en donde nace la razón de ser del
consumismo: el grupo, el zoon politikon, la necesidad social del hombre. Es
por esta necesidad innata en nuestros genes que el hombre busca la
pertenencia a un grupo y, cuando existe una necesidad, siempre hay
alguien dispuesto a sacarle provecho. Está prohibido pensar, es más, no hay
tiempo, ahora está perdiendo dinero, haz algo productivo.
El aquí y ahora

Esto es el fondo psico-biológico que se esconde tras la compleja sociedad


del consumo. El consumismo tiene su razón de ser en la búsqueda de la
felicidad prometida (innato y positivo), la insatisfacción inherente (lo siento,
pero tu chaqueta de Dolce & Gabanna no te hará feliz) así como en la huida
de lo socialmente indeseable. El consumismo responde a una lógica muy
sencilla: El tiempo es oro, no pierdas tu tiempo, (porque) tanto tienes, tanto
vales y lo que no vale (en esta sociedad) se tira. El “factor tiempo”
manifestado en la prisa no solo se entendería como habilitador para ganar
dinero-felicidad dependiendo de la buena (o mala) inversión que de él se
haga, sino que también se entendería como instantaneidad. Las modas van
pasando, apenas has conseguido algo con que estar a la última para que a
los dos meses (tirando por lo alto) se haya pasado de moda y te hayan
creado una nueva necesidad de un producto “indispensable”. Por tanto, la
instantaneidad aquí se entiende como comprar ya antes de que sea
demasiado tarde. Para ello, respondiendo a la prisa, se han inventando
tarjetas de créditos “¿No tienes dinero? ¡No importa! Llévatelo ahora y ya lo
pagarás dentro de unos meses porque ¿qué hay mejor que tú felicidad?
¿Acaso no merece la pena ser feliz? ¿Hay algo más importante?” Y lo
compras. Y tienes colgado de tu cuello un collar de felicidad de TOUS, unos
tenis de felicidad con sistema de torsión, una Televisión de plasma -pantalla
plana, por supuesto- encima del mueble del salón como si fuera un trofeo de
tu felicidad. Así llegamos al punto crucial: la deuda.

Todo va bien en la vida de una persona que trabaja y obtiene ingresos…


hasta que genera deudas. Necesitamos un coche, una casa, una televisión,
un portátil, necesitamos ropa de invierno, verano, de entretiempo, etcétera.
En algún momento mordemos el anzuelo que nos lanza el consumismo y
eso se traduce a una palabra: deuda. La deuda que contraemos complica
aún más (si cabe) la estructura mecanicista de la sociedad. Ahora no
corremos huyendo de la pobreza, en busca de un reconocimiento grupal
convertido en dinero-felicidad; ahora corremos porque la felicidad que
compramos ha generado deuda y todos sabemos qué ocurre cuando
generas deuda con un banco. No interesa, así que corre y tampoco
protestes mucho, no sea que te quedes sin dinero por perder el tiempo en
insignificancias. A grandes rasgos, en un principio el dinero que se gana
trabajando te da para comprar lo que quieras en positivo, pero después de
la deuda, el dinero que se gana se usa para pagar la deuda (ya en
negativo). El hombre no puede alcanzar ninguna felicidad posible si pasa un
mínimo de ocho horas al día amargado con un trabajo enajenante: el trabajo
ha de ser en sí mismo un instrumento a favor de la felicidad, que sirva para
realizarse. Una vez generada la deuda (y más dependiendo del nivel en que
nos endeudemos) no te puede permitir el lujo de rechazar un trabajo o de
abandonar el que ya tienes solo porque no te llene. El trabajo se convierte
en un lastre asfixiante que nos atormenta día a día, excepto en las dos
semanas de vacaciones que nos conceden al año. El hombre, que un día
disfrutaba de su esfuerzo viendo un producto final (en la forma que fuera),
ahora está totalmente desligado del resultado, alienado del potencial
creador que debería de tener el trabajo. El no ver los frutos de nuestro
trabajo, ni siquiera en forma de dinero (en positivo) y que sea entregado
prácticamente en su totalidad nos aleja de nuestra misma esencia. Esta se
podría definir como una “situación en la cual un individuo está bajo el
dominio de otro, perdiendo la capacidad de disponer libremente de sí
mismo” (y de sus bienes) o lo que es lo mismo: esclavitud5.

La esclavitud que sufrimos actualmente es de una forma más sutil pero no


por ello menos efectiva. Se nos habla de libertad constantemente mientras
se nos señala una estatua, se agita una bandera, se muestra un hombre-
ejemplo enriquecido desde la miseria, o un político de origen humilde que
llegó a un puesto de poder y todos nos creemos libres. En este sentido
Nietzsche atinadamente preguntaba: “¿Libre te llamas? Tú pensamiento
quiero oír no que te has liberado de un yugo”. La libertad se ejerce
mediante el poder de pensar sin coacción alguna; solo libre del miedo o la
necesidad nace la decisión de un hombre libre. El problema es que esta
esclavitud ni si quiera se intuye porque no hay tiempo para pensar y el
tiempo que tenemos libre o lo gastamos en descansar, en salir a consumir o
llenarnos la cabeza con basura de la televisión y sus informativos
manipulados por macrogrupos económicos. A parte de Nietzsche, en Max
Weber podemos encontrar también como una de las formas de expresar el
poder es de manera encubierta, de modo que A ejerce poder sobre B sin
que éste último lo note. Lo cierto es que “El mejor truco que hizo el diablo
fue convencer al mundo de que no existía"6.

La esclavitud antes era palpable, tenía un componente físico. Hace


cincuenta años la esclavitud era una jornada laboral de de sol a sol, sin
apenas descanso. Una persona trabaja muy duro para no tener casi nada,
apenas algo que comer, pero al menos tenía la capacidad de reír en el
tiempo libre de que disponían, podían pensar. En la actualidad la esclavitud
ha dejado de ser física (desde punto de vista del primer mundo), ahora la
esclavitud es mental. En una sociedad sobreinformada, en la que reloj
siempre va en nuestra contra y tienes prisas para ganar dinero para pagar
las deudas y seguir “comprando felicidad” carecemos de tiempo para
pensar. El trabajo que antes se realizaba con la fuerza de una persona ahora
se realiza con máquinas y los oficios que se realizan desde un plano
intelectual han aumentado. En muchas ocasiones las personas se llevan
trabajo a casa, durando la jornada laboral mucho más tiempo, ocupando
nuestros pensamientos y agotando nuestras energías. El problema de la
esclavitud mental radica en que nadie moverá un dedo para conseguir algo
que ya posee, si ya somos libres no necesitamos liberarnos de nada. Ya Bob

5
http://es.wikipedia.org/wiki/Comercio_de_esclavos
6
Sospechosos Habituales. Película estadounidense de 1995 escrita por Christopher
McQuarrie (quien ganó un Oscar al mejor guión original por este trabajo) y dirigida
por Bryan Singer. Protagonizada por Kevin Spacey (Oscar al mejor actor de reparto),
Gabriel Byrne, Stephen Baldwin, Benicio del Toro y Kevin Pollak.
Marley (considerado como enemigo del gobierno americano por sus letras)
dice en su canción:

Redemption Songs: Emancipate yourselves from mental slavery


None but ourselves can free our minds7

DIRIGI(EN)DO A LOS NIÑOS: SUJETO COMO OBJETO

En septiembre de 2005 se estrenó el documental Grande Superficies8, en el


que se trata el consumismo de la sociedad actual. A continuación aporto la
transcripción de una entrevista realizada a un grupo de jóvenes de unos
quince años.

Chica 1: “El primer día de colegio me pondré… vale, como soy”.

Chica 2: “con marcas” –interrumpe otra chica-.

Chica 1: “No con marcas… Pero iré arreglada para dar una buena
impresión, porque si no…”

Chica 2: “Una buena impresión es ir con marcas”-En este punto de la


entrevista todos asienten-.

Por otra parte, encontramos en el diario El País un artículo con el siguiente


titular: “El uniforme escolar regresa con la bandera igualitaria”9 en el que se
habla de que se va a volver a implantar el uniforme escolar pese a las
connotaciones que pueda tener (algo retrógrado, el fascismo y sus
símbolos, etc.) ya que “el uniforme es también una forma práctica de
afrontar problemas sociales diversos. El más evidente es la diferencia de
clases que se refleja en la vestimenta, lo caro, el lujo. El uniforme evita las
disputas por las marcas en la ropa y en colegios como los públicos, en los
que tienen cabida los niños de cualquier procedencia sociocultural es un
modo, lejos de uniformar, de hacer ver que todos somos iguales ante el
derecho a la educación y la cultura”.

No son pocos los autores que ante la desesperanza de hacer entrar en razón
a los adultos se han dirigidos a los más jóvenes de la casa, a los niños. La
potencialidad de cambio que existe en un niño es muy grande, ya que no
tiene sus juicios formados, son maleables. Esto no sería malo si esta
volubilidad se usara impartiéndoles una educación adecuada, libre de

7
Libérate de la esclavitud mental, nadie excepto nosotros puede liberar nuestras mentes

8
Dirección y realización: María González, Pedro Ramiro e Isidro Jiménez. Se puede
ver en http://www.letra.org/spip/article.php?id_article=688
9
El uniforme escolar regresa con la bandera igualitaria, Susana Pérez de Pablos, El
País, 17/06/2008.
http://www.elpais.com/articulo/sociedad/uniforme/escolar/regresa/bandera/igualitari
a/elpepisoc/20080617elpepisoc_1/Tes
intereses sesgados destinados a resaltar el orgullo patrio, adoctrinadores en
hábitos sociales como el consumo y, en definitiva, de cualquier intento de
usar esa potencialidad como arma política o instrumento de manipulación.
Esta circunstancia fue conocida por muchos hombres de saber, que, con
miras sociales, como Antoine De Saint-Exupery, Enrique Barrios o Mark
Twin, escribieron cuentos (no libros) con un fin verdaderamente educativo y
mucho más elevado. El problema es que esta potencialidad se viene usando
como arma arrojadiza y en las escuelas (como metáfora de la educación) se
han metido intereses de muy variada índole. Esto ha hecho que el
estudiante sea un soldado y las clases pelotones de reclutamiento
obligatorio. Quizás parezca radical e injusta la metáfora, pero la verdad es
que el único tesoro que puede tener una sociedad que aspire a ideales más
elevados es darle a estos potenciales ciudadanos (no consumidores) una
antorcha para que iluminen la ignorancia reinante. Por tanto, no creo que
peque de catastrofista. El problema es que en las escuelas, en las mentes
de los niños, se han metido las grandes multinacionales y han inculcado
valores tan precisos como las matemáticas. En la primera entrevista vemos
la mentalidad de los niños, como ven las relaciones sociales en relación a
los valores que llevar una marca les otorga. En el artículo de El País vemos
un intento de un gobierno autonómico por frenar está escalada que nos
lleva al clasismo más crudo. Cuando los gobiernos han reaccionado (sin
querer valorar su eficacia) ha sido demasiado tarde, para ese entonces ya
los niños habían aprendido las reglas de aceptación del grupo: tanto tienes,
tanto vales.

Una vez que los jóvenes (a los adultos ya los doy por perdidos) aceptan la
premisa básica de que llevar tal marca habla de ti, en ese momento se
siembra el germen que desembocará en un futuro exhibicionismo, en una
conversión de la persona en objeto. Se pasa a ser un objeto que se expone
al mejor postor en el escaparate de la sociedad.

Los colegiales –dice Zygmunt Bauman- que exponen con avidez y


entusiasmos sus atributos con la esperanza de llamar la atención y ganar
así algo de ese reconocimiento y esa aprobación que les permita seguir en
el juego de la socialización […] son instadas, empujadas u obligadas a
promocionar un producto deseable y atractivo, y por lo tanto hacen todo lo
que pueden, empleando todas las armas que encuentran a su alcance, para
acrecentar el valor de mercado de lo que tienen para vender. Y el producto
que están dispuestos a promocionar y poner en venta en el mercado no es
otra cosa que ellos mismos10.

En la web se puede apreciar ese exhibicionismo de una manera clara en


páginas como Facebook, Tuenti, Hi5, etc. En ellas lo más importante es que
los usuarios estén actualizando constantemente el contendido, ya que en
una sociedad de consumo se valora sobre todo la instantaneidad. Todo lo
que queda obsoleto se tira, aquí la vida dura poco y se le puede aplicar a la
perfección la frase renovarse o morir. Por tanto, estas páginas son
10
Página 17.
escaparates de autopromoción donde se valora el componente visual sobre
todas las cosas. En los sitio online de contactos, por ejemplo, se te explicita
la facilidad que hay a la hora de conocer a alguien y si no te interesas pues
habrán muchas personas más: hay un producto esperando por ti. Ni que
decir tiene que como cualquier producto, en nuestra sociedad, lo efímero
del ciclo de vida es lo predominante. Como en el mercado tradicional, no
todos los productos destinados a satisfacer una determinada “necesidad”
valen igual, dependiendo de los materiales y los acuerdos sociales se
revaloriza el producto y el intercambio (en el que se vende) ha de ser por
otro producto del mismo rango o superior en el mercado. Así es como se
entiende, en general, el amor. Uno parte de una carencia y la otra persona
te viene completar. Se supone que lo que le falta a un miembro de una
pareja es lo que la otra tiene de más, y viceversa. No hace falta ser muy
inteligente para notar que jamás una decisión que quiera llamarse libre
pueda realizarse bajo la coacción, el miedo o necesidad. Estás relaciones
están condenadas al fracaso, más aún en una sociedad en la que las
personas son productos etiquetados en grupos homogéneos en los que ver
la singularidad es algo casi imposible. Quizás las relaciones vengan a ser
luchas de necesidades. Erich Fromm a este respecto hace un interesante
análisis social de lo que se ha convertido el mercado del amor11:

“Toda nuestra cultura está basada en el deseo de comprar, en la idea de un


intercambio mutuamente favorable […] Un hombre o una mujer atractivos
son los premios que se quieren conseguir. Atractivo significa habitualmente
un buen conjunto de cualidades que son populares y por las que hay
demanda en el mercado de la personalidad […] De cualquier manera, la
sensación de enamorarse solo se desarrolla con respecto de las mercaderías
humanas que están dentro de nuestras posibilidades de intercambio […] En
una cultura en la que prevalece la orientación mercantil y en la que el éxito
material constituye el valor predominante, no hay en realidad motivos para
sorprenderse de que las relaciones amorosas humanas sigan el mismo
esquema de intercambio que gobierna el mercado de bienes y de trabajo”.

¿Por qué soy un traidor?

Por eso soy traidor. Porque no me callo, porque rechazo al grupo al que
pertenezco. Porque reniego de los representantes del pueblo que solo
piensan en ellos y en su posición. Por huyo de los medios que nos
anestesian. Como decía Nietzsche: Lo que me preocupa no es que me hayas
mentido, sino que, de ahora en adelante, ya no podré creer en ti.

Porque creo en la humanidad.

11
El arte de amar, Erich Fromm, páginas 14 y 15.

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