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René Descartes (1596 – 1650)

1. Marco histórico, sociocultural y filosófico


1.1. Marco histórico y social
Durante el siglo XVII continúa el proceso de centralización del poder que se había
iniciado desde finales del s. XV. Surge así el tipo de gobierno característico del Antiguo
Régimen, la Monarquía Absoluta, cuyos rasgos distintivos son: Concentración del poder: el
rey controla la economía y la política del país e nterviene en la vida intelectual y religiosa.
Desarrollo de la organización política: mejora del ejército, de la administración y de la
diplomacia. Centralización: se gobierna desde la capital del reino.
España y Francia, modelos de monarquías absolutas, son las grandes potencias de la
época que se enfrentarán por la hegemonía en Europa. La Guerra de los Treinta Años marcará
el inicio de la decadencia de España.
La Guerra de los Treinta Años (1618 – 1648): Aunque inicialmente se trató de
un conflicto religioso entre partidarios de la reforma y partidarios de la contrarreforma, la
intervención paulatina de las distintas potencias desembocó en un conflicto generalizado
por alcanzar la hegemonía en el escenario europeo 1. La Paz de Westfalia (1648) puso fin
a esta guerra. Supuso el inicio de la decadencia de España y el fortalecimiento de
Francia, potencias que habrían de seguir enfrentándose en años sucesivos.
René Descartes tomó parte en la Guerra de los Treinta Años desde 1619,
cuando se enrola en el ejército del duque Maximiliano de Baviera, quien estaba al frente de la
Liga católica de los príncipes alemanes. Acuartelado cerca de Baviera durante el invierno,
Descartes concibe la idea de una ciencia universal, de un verdadero saber que renueve la
ciencia y la filosofía, y elabora su método.
Hay que señalar que el siglo XVII es un siglo de contrastes. En general, es un siglo
de crisis tanto a nivel económico como a nivel social y cultural, sin embargo, también se
produce un desarrollo económico sin precedentes debido a la expansión colonial, que
impulsará importantes transformaciones.
En efecto, a lo largo del siglo XVII tuvieron lugar varios rebrotes de peste y una
sucesión de malas cosechas que provocaron la miseria y el hambre en buena parte de Europa.
A esto se sumaron las guerras, de modo que en algunos territorios europeos el descenso de la
población llegó a ser de hasta un 20%. Pero, como apuntamos, también se produce la
expansión de los imperios coloniales que se había iniciado con el descubrimiento de
América por España y las exploraciones marítimas de los portugueses, pues a lo largo del s.
XVII Francia, Inglaterra y Holanda iniciarán su propia expansión. Esto da lugar a un desarrollo
del comercio que arroja grandes beneficios. Las innovaciones técnicas, por su parte,
repercuten en las actividades agrícolas, mineras y artesanas. Y todo ello impulsa el desarrollo
del capitalismo mercantil que, con el fin de eliminar las viejas estructuras que lo
obstaculizaban, acabará imponiendo cambios fundamentales a nivel social y político. De hecho,
si bien desde el punto de vista social los reyes absolutistas apoyaban su poder en la aristocracia
que, de este modo, mantenía sus privilegios y ocupaba los altos cargos del Estado, desde el
punto de vista económico, necesitaban de la alta burguesía: banqueros y comerciantes ricos
que obtenían beneficios de la Corona a cambio de la financiación de sus empresas, sobre todo,
bélicas. Así las cosas, animada por su creciente influencia, la burguesía mercantil postulará
el principio de igualdad: pedirá tanto un espacio uniforme que facilite el comercio como
criterios válidos para todos. Es decir, exigirá nuevas reglas políticas. De este modo, frente a
las teorías defensoras del absolutismo, como la de Bossuet (origen divino del poder del
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Aunque Francia era un país católico, el Cardenal Richelieu, primer ministro de Luis XIII, decidió aliarse
con los holandeses y suecos a fin de sustraer al poder de España los territorios limítrofes del este de
Francia y las Provincias Unidas.

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monarca) o la de Hobbes (el poder absoluto del soberano es el único medio de evitar la guerra
de todos contra todos) a lo largo del s. XVII se irá abriendo paso la concepción
democrático-liberal del estado que contará con el apoyo de importantes filósofos
racionalistas.
1.2. Marco cultural
En el terreno cultural la crisis a la que nos hemos referido se manifiesta en la
coexistencia de una cultura oficial ya caduca, sólo sustentada sobre la autoridad y la
persecución de quienes se atrevieran a ponerla en duda, y una cultura sustentada en la
iniciativa individual que, entre otros logros, daría lugar a las incipientes sociedades
científicas. Las polémicas entre pensadores de marcado individualismo, los signos de vitalismo
exacerbado junto a visiones del mundo desengañadas y un buen número de fuertes contrastes
caracterizan la cultura de la época.
En efecto, buena parte de la vida cultural del s. XVII se desarrolla al margen de la
ciencia oficial –o en confrontación con ella- representada por la Iglesia de Roma y sus
Universidades, pues la escolástica ya había entrado en crisis en el s. XIV y durante los dos
siglos siguientes se produciría la pugna entre visiones enfrentadas que no lograban
imponerse a pesar de los valiosos hallazgos parciales que cada una aportara. Europa se hallaba
sin su tradicional punto de apoyo, sin la visión del mundo unitaria que representara la
escolástica durante siglos.
En el s. XVII los científicos y filósofos no pertenecen ya a órdenes religiosas sino que
tienen un oficio, poseen fortuna, imparten clases, etc. lo cual fomenta un marcado
individualismo y frecuentes polémicas. Esto se reflejará, entre otras cosas, en el estilo y las
composiciones de la época que dan muestra de mayor libertad: frente al comentario o la
summa medievales, proliferarán el ensayo, el diálogo al estilo platónico, las cartas... El uso del
latín irá dando paso al de las lenguas vernáculas, en gran medida, debido a la creciente
demanda del público burgués que no ha estudiado en la universidad y que no domina el latín.
Y la actividad investigadora así como la difusión de sus resultados a nivel internacional será
alentada por sociedades científicas2 que se proponen fortalecer las relaciones entre teoría y
práctica, entre la cultura y la industria, y dar a conocer al público los avances científicos y
técnicos, objetivos compartidos por Descartes, Mersenne, Boyle, Leibniz y muchos otros.
En el s. XVII, con Kepler, Galileo y Newton culmina la revolución científica que se
había iniciado en el Renacimiento. Para la ciencia y la filosofía modernas el ser de las cosas
reside en el concepto y la verdad es concebida como certeza . Así, las matemáticas son
consideradas la ciencia por excelencia, pues su contenido se desarrolla aplicando el método
deductivo al punto de partida: definiciones y elementos simples dados en una intuición
intelectual. De este modo, la matematización de la comprensión de la realidad se
convierte en el ideal a alcanzar. La obra de Descartes se desarrolla en este contexto. La
mecánica de Newton es la culminación de este proceso en el ámbito de la ciencia natural.
El Barroco es el estilo artístico característico del s. XVII. Se desarrolló, sobre todo, en
los países católicos vinculados a la contrarreforma. Sus rasgos principales son: el predominio
del movimiento y del contraste, del detalle, de los juegos de luz... Todo ello nos habla de la
mudanza, de la inestabilidad y de la fugacidad de la vida y de la necesidad de vivir
apasionadamente que configuran el sentir de la época. En las diversas artes hubo autores tan
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Las primeras sociedades y academias científicas fueron apareciendo en Europa a lo largo del s. XVII. Surgieron al
margen del poder eclesiástico y sus universidades como lugares de discusión e investigación donde se fomentaba
la colaboracíón entre científicos por encima de las fronteras entre los Estados o los particularismos culturales. La
Accademia dei Lincei (fundada en Roma en 1603 por el príncipe Federico Cesi) y la Royal Society de Londres
(reconocida en 1662 por Carlos II de Inglaterra pero que funcionaba desde 1645) fueron las primeras.

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destacados como Cervantes, Lope, Calderón, Góngora, Quevedo, Shakespeare, Bach, Händel,
Pachelbel, Borromini, Bernini...
En general, la cultura del barroco está teñida de pesimismo y desconfianza.
Transmite la inseguridad del sujeto frente a una realidad hostil. De ahí los grandes
temas de la literatura barroca: el mundo como gran teatro, la vida como sueño… que también
están presentes en el intento de Descartes de hallar un terreno firme para la razón y
la ciencia.

1.3. Marco filosófico


En el s. XVII se dan, principalmente, dos actitudes intelectuales que impregnan el
contenido, el planteamiento y los intentos de solución de problemas filosóficos: la escéptico-
estoica3 y la combinatoria4. La primera conducirá a reconocer nuestra ignorancia, pero
también a investigar en el terreno de la epistemología y de la gnoseología. La segunda
conducirá a la reflexión sobre el método para obtener conocimientos nuevos. Ambos caminos
confluyen en Descartes, iniciador de la filosofia moderna.
En efecto, la posición escéptica impone la duda. Esta duda sólo se detendrá ante el
individuo, el yo, el sí mismo, el sujeto. Sólo desde aquí se puede alcanzar una imagen estable
del mundo. El conocimiento no puede ser mero reflejo del mundo en el individuo, por lo tanto,
habrá de ser búsqueda de orden en el caos. Esta búsqueda partirá de lo indubitable y,
ayudándose de un método que garantice la certeza, llegará a la verdad, aunque esta verdad
dependa del sujeto que busca y acota metódicamente.
En el s. XVII la ciencia es considerada el saber por excelencia. Por eso numerosos
filósofos modernos intentaron hacer de la filosofía una ciencia. Descartes será el iniciador del
racionalismo al que se opondrá la otra gran corriente de la filosofía moderna, el empirismo.
Kant, a finales del s. XVIII sintetizará ambas.
Las características principales del racionalismo son:
La plena confianza en la razón humana. Los racionalistas consideran que la razón puede
sacar de sí misma las verdades primeras y fundamentales: las ideas innatas. Y a partir de ellas,
por deducción, puede obtener todas las demás verdades y construir el sistema del mundo. Para
los racionalistas la razón es una facultad sistemática y conincide con la realidad. La confianza
que tienen en ella razón es tal que acepta su poder y valor sin crítica previa, por lo que Kant
afirmará que una “razón dogmática”.
La búsqueda del método que permita descubrir nuevas verdades sin caer en errores.
El modelo en el que se inspiran es el método matemático, pues aspiran a obtner la misma
evidencia y necesidad de los sistemas matemáticos.

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Frente a la actitud clásica que afirmaba la correspondencia entre el macro y el microcosmos, entre el mundo y el
individuo, por lo que el conocimiento sería fiel reflejo de la estructura real del mundo, los escépticos negaban que
existiera armonía entre el individuo y el mundo y que el conocimiento fuera posible. Las guerras de religión, las
revueltas campesinas y el caos social de los siglos XVI y XVII fomentan la propagación del escepticismo y la
búsqueda de refugio en la propia intimidad. Montaigne (1533 – 1592) ejemplifica esta actitud de búsqueda de una
salida individual, de refugio en la propia intimidad, ante la desconfianza que suscita el gran teatro del mundo.
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Esta actitud se remontaría a los esfuerzos de Ramón Llull (1232-1316) por hallar un “Ars magna” que es un ars
invinendi, un arte de la invención fundada en la idea de la mathesis universalis que es posible porque hay un fondo
racional y comprensible en la realidad que permite a la razón hallar verdades por deducción lógica desde los
principios de la ciencia general dentro de la cual estarían contenidos todos los saberes particulares. Esta idea
inspirará también al gran matemático y filósofo racionalista Leibniz y, en cierto modo, enlazaría con la inspiración
pitagórica presente en científicos como Kepler y Galileo.

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René Descartes (1596 – 1650)

El subjetivismo. El pensamiento medieval era objetivista y realista: el ser humano era parte
de un mundo de cuya realidad era imposible dudar. En el s. XVII, en cambio, el ser humano se
vuelve sobre sí mismo y considera que lo único que conoce directamente es su propio
pensamiento. No conocemos las cosas directamente, sino que las conocemos en nuestras ideas.
Por ello es posible dudar de su existencia. La realidad del mundo ya no es evidente. Sin
embargo, la razón es una facultad objetiva y si la usamos adecuadamente podemos llegar a
conocer la realidad con certeza. Por eso los racionalistas construyen sistemas metafísicos que
pretenden dar cuenta de la realidad entera.

2. El conocimiento
El objetivo de Descartes era desarrollar un sistema de proposiciones verdaderas
en el que no se diese por supuesto nada que no fuera evidente por sí mismo e indudable. De
este modo, el sistema entero reposaría sobre un fundamento seguro y sería impermeable al
escepticismo. Descartes busca la certeza en el conocimiento. Claridad y distinción son las
características de la certeza. La verdad se dará sólo cuando sea imposible dudar, cuando se
produzcan juicios indudables que sean vistos por el entendimiento como absolutamente ciertos.
Así el conocimiento será válido para cualquier conciencia, será universal. Y será necesario en
tanto no se puede dudar de la verdad alcanzada.
Para los racionalistas la razón es la única fuente segura de conocimiento y, como
hemos visto, la verdad es concebida como certeza. Descartes cree que hay un determinado
modo de proceder de la razón que garantiza la certeza y considera que el conocimiento
matemático es la prueba de ello. Por ello se propone descubrir y aplicar ese modo de proceder
de los matemáticos a todas las ciencias. De esta forma quedarían estructuradas formando el
sistema que busca: una especie de “árbol de las ciencias” cuya raíz sería la metafísica, cuyo el
tronco sería la física y cuyas ramas serían la medicina, la mecánica y la ética.
La metafísica es la raíz del árbol porque es concebida por Descartes como la ciencia de
los primeros principios del conocimiento y éstos son las certezas fundamentales sobre la que
todo el sistema ha de ser construido. Para alcanzar esas certezas fundamentales y construir
desde ellas el árbol de las ciencias Descartes formula un método que consta de cuatro
reglas:
Evidencia: consiste en no admitir como verdadero nada que no se conozca como evidente, es
decir, clara y distintamente, sin posibilidad de duda. El acto por el que la mente llega a la
evidencia es llamado intuición.
Análisis: consiste en dividir lo complejo en sus partes simples para percibirlas clara y
distintamente, es decir, en una intuición pura. Como los datos de la experiencia son confusos,
la Física deberá proceder a descomponerlos en partes simples como triángulos, puntos, líneas,
etc.
Síntesis: consiste en reconstruir deductivamente el saber. Se parte, para ello, de los elementos
simples conocidos or intuición. Así, para Descartes la deducción consiste en elaborar un saber
más complejo desde esos elementos simples. Por ejemplo, partiendo de la intuición simple de
triángulo, podemos ir eleborando un sistema de saber más complejo en el que descubrimos que
la suma de sus ángulos mide 180º, etc. Hay que tener en cuenta que la validez de la deducción
descansa en la intuición, por lo que cada paso ha de verse también como evidente.
Enumeración: dado que la deducción no se lleva a cabo en un sólo momento, es necesario
repasar con frecuencia los pasos que han sido dados para asegurarse de que no se ha cometido
un error. Es la forma de lograr que la certeza del punto de partida no se pierda en el proceso y
que, de este modo, el punto de llegada, la nueva verdad descubierta, sea también cierta.

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René Descartes (1596 – 1650)

3. La realidad
Una vez sacados a la luz los pasos implícitos en el método matemático, Descartes los
aplicará a la metafísica. Procediendo de este modo se proponía hallar una evidencia: el
punto de partida que, a modo de axioma, le permitiese construir, de nuevo, desde el principio,
todo el sistema del conocimiento. Para ello Descartes aplicará la duda metódica: dudará de
todo aquello sobre lo que sea posible dudar con el objevo o la esperanza de encontrar algo
indudable, una certeza absoluta. Se trata de ver hasta dónde puede llegar a dudar cualquier
entendimiento.
Características de la duda:
Universal: se aplica a todo aquello que puede ser puesto en duda.
Metódica: es puesta en práctica como etapa preliminar en la búsqueda de la certeza y en el
camino de lo falso a lo verdadero.
Provisional: Descartes no tiene como objetivo necesarimente sustituir las proposiciones en las
que antes creía por otras nuevas. Ya que podría ser que algunas proposiciones que
anteriormente no eran más que opiniones aceptadas por proceder de alguna autoridad,
resultasen ser ciertas sobre bases puramente racionales.
Teorética: pues no debe extenderse a la conducta, ámbito en el que Descartes recurre a una
“moral provisional” para evitar la desorientación en el orden moral, político y religioso.

Así pues, con el objetivo de hallar el principio indudable desde el que construir
el conocimiento, Descartes pondrá a prueba, una a una, nuestras certezas
fundamentales. Se propone poner a prueba el saber tradicional y para ello sólo es necesario
examinar los principios sobre los cuales está fundado -señala en las “Meditaciones metafísicas”-.
Si tales principios se revelan inciertos, las consecuencias de los mismos perderían todo valor.
Por lo tanto, Descartes va a aplicar la duda al testimonio de los sentidos, a la realidad y al
entendimiento mismo. Si mediante este procedimiento no hallase ninguna verdad indudable,
tendría que rechazar el saber tradicional. Si, por el contrario, la hallase, esa verdad sería el
comienzo de una larga cadena de razonamientos, sería el fundamento del saber indudable al
que aspira.

A) La duda aplicada al testimonio de los sentidos: Ocurre que buena parte del saber
tradicional pretende estar basado en la experiencia sensible. Respecto a ésta Descartes afirma
en el “Discurso del método”:
“Dado que los sentidos algunas veces nos engañan, decidí suponer que ninguna
cosa era tal como nos la representaban los sentidos”.
Sin embargo, admite que hay ejemplos de percepciones sensibles de las que sería extravagante
pensar que nos engañamos como, por ejemplo, acerca de la existencia del propio cuerpo.

B) La duda aplicada a la realidad: imposibilidad de distinguir entre vigilia y sueño


No obstante, podría ser que “estemos dormidos, y que todas esas particularidades, por
ejemplo, que abrimos los ojos, movemos la cabeza, extendemos las manos, e incluso, quizá,
que tenemos manos, no sean verdaderas”, afirma Descartes en las “ Meditaciones metafísicas”.
Es decir, Descartes pone en duda que aquello que nos parece real, lo sea: podría resultar ser
solamente un sueño. Idea ésta que, como hemos dicho, refleja bien la sensibilidad de la época
(“La vida es sueño” escribe Calderón).

C) La duda aplicada al entendimiento: el Dios engañador y la hipótesis del genio maligno

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René Descartes (1596 – 1650)

Al examinar las verdades matemáticas Descartes encuentra en principio que la duda no puede
afectarlas:
“Porque tanto despierto como si estoy dormido, dos y tres son cinco, y el
cuadrado no puede nunca tener más de cuatro lados, y no parece posible que se sospeche que
proposiciones tan claras y manfiestas sean inciertas”
Sin embargo, Descartes irá más allá: considerará la posibilidad de que Dios, que es
todopoderoso, le haya constituido de modo que se engañe incluso al pensar que son
verdaderas las proposiciones que inevitablemente parecen ciertas. Y ante lo arriesgada que
resultaba en la época semejante hipótesis, Descartes decidirá que si dios existe –algo que
todavía no ha probado- no puede engañarle dado que es infinitamente bueno. Pero no
renunciará a poner en duda las verdades matemáticas y sugerirá la hipótesis del “genio
maligno”. Esta hipótesis, según indica el propio autor, convierte la duda en “hiperbólica” al
permitirle extender la duda al modelo mismo de la certeza: las verdades matemáticas.
Así supone que “algún genio maligno, tan poderoso como engañoso, haya empleado
todas sus energías en engañarme”. Con esto Descartes deja constancia de que ninguna
proposición, por evidente que pueda parecer su verdad, debe ser exceptuada de ser puesta en
duda.
Descartes aplicó la duda metódica para tratar de descubrir si había alguna verdad
indudable. Pues bien, por mucho que dude tengo que existir. De lo contrario no podría dudar.
En el acto mismo de la duda se pone de manifiesto mi existencia. Aquí tenemos la verdad
buscada, pues es inmune incluso a la hipótesis del genio maligno: si me engaño, tengo que
existir para estar engañado; si sueño, tengo que existir para soñar. Lo mismo había observado
San Agustín: “Si fallor, sum” (si me equivoco, existo). Así pues, para Descartes la duda es una
forma de pensamiento:
“Por la palabra pensar entiendo todo aquello de lo que somos conscientes como
operante en nosotros”.
Y, además, formula su verdad en forma no hipotética :
“Cogito, ergo sum” (Pienso, luego existo)
Pienso, soy. La propia existencia es aprehendida en la misma intuición del propio pensamiento ,
inmediatamente. Así, en el Discurso del Método, después de decir que para dudar o
equivocarme tengo que existir y que si dejase de pensar no tendría razón alguna para decir que
existía, observa:
“Conocí que yo era una sustancia, toda la esencia o naturaleza de la cual no es
sino pensar, y que no necesita, para ser, de ningún lugar, ni depende de cosa material alguna”
Es decir, sólo cabe la seguridad de la propia existencia como “res cogitans” o “cosa que piensa”.
Nada más. El resto de la realidad –el propio cuerpo, el mundo, las verdades matemáticas-
sigue afectada por la duda. Ahora es necesario pasar de la existencia aprehendida en el acto de
pensar a la existencia del resto de los ámbitos puestos en duda. Es decir, hay que justificar, ya
sea intuitivamente, ya sea demostrativamente, que existe algo aparte del yo.
Para hallar la salida desde el propio pensamiento al mundo, Descartes procederá del siguiente
modo:
- Analiza el propio pensamiento intentando encontrar en él la salida al mundo que busca.
- Asimila la idea de infinitud a la idea de perfección y, desde aquí,
- Prueba la existencia de Dios, que se convierte en el garante de toda verdad, incluyendo
la validez del criterio de certeza.

Al analizar el propio pensamiento, Descartes encuentra tres clases de ideas: -


Adventicias: las que parecen provenir de la experiencia externa.

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Facticias (de factum= hecho): ideas construidas en la mente a partir de ideas adventicias.
Innatas: las que desarrolla la razón por sí misma, como son las ideas de extensión,
pensamiento o infinitud.
Descartes asimila la idea de infinitud a la de perfección sosteniendo implícitamente
algunas consideraciones de la teología medieval:
- El mal es privación, ausencia de algo (pues afirmar lo contrario sería afirmar que Dios habría
creado el mal y el pecado).
- De lo anterior se sigue que donde no hay falta de nada, como ocurre en lo infinito, no puede
haber mal y, por lo tanto, se da la perfección.

De este modo, Descartes considera que si tenemos la idea de infinitud, tenemos la idea
de perfección. Y para probar la existencia de Dios identifica la idea de Dios con la idea de
un ser infinito y, por lo tanto, perfecto. Desde aquí desarrolla dos líneas de argumentación:
La primera consiste en asumir los principios escolásticos “ Todo lo que existe tiene una
causa eficiente de su existencia” y “La causa de algo no puede ser inferior a lo causado”.
Y, desde aquí afirma: yo tengo la idea de un ser perfecto pero no tengo las perfecciones
que encuentro en esa idea y, por lo tanto, no puedo ser yo su causa. Con lo que concluirá que
tiene que haber una realidad actual que sea la causa de la idea de perfección. Esa causa es
Dios.
La segunda línea de argumentación se desarrolla como sigue: parte de la misma
afirmación que vimos antes: yo tengo la idea de un ser perfecto pero no tengo las perfecciones
que encuentro en esa idea. Y añade: si yo fuese la causa de mí mismo me hubiera dado todas
las perfecciones que encuentro en la idea del ser perfecto, pues la voluntad siempre es movida
por el bien conocido. Pero encuentro que no las tengo pues, por ejemplo, dudo. Por lo tanto,
tiene que haber un ser perfecto que me haya producido.

Para pasar de la propia existencia como ser pensante a la existencia del propio
cuerpo y de los demás cuerpos, Descartes parte de facultades y actividades como el
movimiento y recurre a la garantía que ofrece Dios: nuestra capacidad de trasladarnos y, en
general, de movernos, implica la existencia de una sustancia corpórea o extensa, el cuerpo. Y
en la percepción clara y distinta de esos movimientos está incluida la extensión, no el pensar.
Además, la percepción sensible implica cierta pasividad, pues recibimos impresiones y lo que
recibo no depende de mí, incluso a veces recibo impresiones contra mi voluntad. Por lo cual
creo que vienen a mí desde cuerpos distintos del mío. Y puesto aque Dios me ha dado “una
grandísima inclinación a creer que aquellas (impresiones o ideas sensibles) me son transmitidas
por objetos corpóreos”, dado que no es engañador, estoy en lo cierto. Es posible que los
objetos no sean como la percepción sensible sugiere, pero tienen que existir como objetos
externos respecto a todo lo que percibimos de ellos clara y distintamente, pues la existencia de
Dios garantiza la validez de las leyes del entendimiento para el mundo.
Pero aquello de lo que tengo certeza es lo matemáticamente formulable, lo
cuantificable, es decir, la pura extensión. Mundo y extensión, por lo tanto, se identifican. Así
pues, en la realidad encontramos tres ámbitos a los que Descartes llama sustancias: el
pensamento, Dios y la extensión.
Descartes define la sustancia como “una cosa existente que no requiere más que de sí
misma para existir”. Y señala en los Principios de Metafísica: “A decir verdad, nada excepto Dios
responde a esa descripción, como el ser que es absolutamente auto-subsistente” .

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Por lo tanto, para Descartes la palabra sustancia no puede ser predicada en el mismo
sentido de Dios y de otros seres, pero las cosas creadas, ya sean corpóreas o pensantes, son
sustancias en el mismo sentido: sólo necesitan del concurso de Dios para existir.
4. Dios
Como vimos, Descartes examina la verdad indudable que ha hallado, “Cogito, ergo
sum” y extrae de ella un criterio de certeza: claridad y distinción. Pero admite que también
dicho criterio puede ser puesto en duda, por lo que necesitará probar la existencia de Dios y
que no puede ser engañador para garantizar la posibilidad del conocimiento del mundo.
Pero la prueba de la existencia de Dios no puede hacerse recurriendo al mundo
exterior, pues siguiendo el método, de lo único que estamos seguros es de que existimos
como “cosa que piensa”, nada más-. Por lo tanto, la prueba habrá de partir de las ideas que
el sujeto tiene en la mente.
Si consideramos las ideas como “modos de pensamiento”, modificaciones subjetivas, las
ideas son todas semejantes. Pero consideradas como representaciones, cada una representa
una cosa distinta y unas, por lo tanto, tienen más “realidad objetiva” que otras.
Y así, Descartes considerará que la idea de Dios como ser perfecto e infinito que
encuentra en su mente le permite pasar a la afirmación de la existencia de Dios. Veamos su
razonamiento:
- Porque soy sustancia puedo sacar de mí la idea de sustancia. Pero siendo sustancia finita no
puedo sacar de mí la idea de una sustancia infinita, pues hay más realidad en la infinita que en
la finita y en la causa ha de haber más realidad objetiva que en el efecto.
- Además, la idea de infinito ha de ser anterior a la de finito pues, de lo contrario, yo no podría
tener noción de mi finitud. Y lo mismo puede decirse de mi imperfección.
Por lo tanto, según Descartes, si tengo idea de que soy finito e imperfecto sólo puede
venir de compararme con un ser infinito y perfecto. Así, la idea de Dios, sustancia infinita, ser
perfecto, ha de ser innata. Sólo Dios puede ser la causa de dicha idea y, por lo tanto, tiene que
existir.
Descartes también utliza el argumento ontológico para probar la existencia de Dios:
considera que la existencia es una perfección y, por lo tanto, que pertenece a la esencia
divina. Descartes afirma que no puede concebir a Dios sino como existente porque, en este
sentido, la idea de Dios es una idea privilegiada. Y teniendo en cuenta que Descartes considera
que todo lo que conoce clara y distintamente como perteneciente a un objeto, le pertenece
realmente, concluye que la existencia de Dios queda probada desde las perfecciones contenidas
en la idea de Dios al considerar la existencia como una perfección.

5. El ser humano
La concepción del ser humano de Descartes es dualista: considera que el ser humano
está compuesto por dos sustancias separadas, el alma o sustancia pensante, y el cuerpo,
sustancia extensa. Esto le plantea una serie de problemas que no logrará resolver
satisfactoriamente.
En efecto, Descartes afirma “conocí que yo era una sustancia, toda la esencia o
naturaleza de la cual no es sino pensar, y que no necesita, para ser, de ningún lugar, ni
depende de cosa material alguna”. Desde esta consideración parece claro que, si el cuerpo no
piensa y no está incluido en mi idea clara y distinta de mi yo como cosa pensante, el cuerpo no

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pertenece a mi esencia o naturaleza. Así, sólo quedaría la concepción del ser humano como un
alma alojada en el cuerpo.
Pero en la sexta meditación Descartes proclama que el yo no está alojado en el cuerpo
como el piloto en la nave, pues la naturaleza le enseña que tiene un cuerpo que es afectado
por el dolor, etc., en lo cual tiene que haber alguna verdad dado que Dios no es engañador.
Así tenemos que, por una parte, el criterio de claridad y distinción le lleva a
subrayar la separación de alma y cuerpo. Pero, por otra, no puede dejar de lado que
el cuerpo y el alma se influyen mutuamente. Descartes se esforzará en hallar la clave de
la interacción. Su solución será decir que, hay una cierta parte en la que el alma ejerce sus
funciones sobre el cuerpo: una glándula muy pequeña que está situada en el centro de la
sustancia cerebral; se refiere a la glándula pineal.

La conciencia de la libertad
Para Descartes la libertad es la mayor perfección del hombre. Es la razón por la
que nos hacemos merecedores de alabanzas o inculpación, lo cual hace evidente que todos
perecibimos de modo natural que el hombre es libre. Además, la posesión de libertad es lo que
hace posible dudar, resistirse a las inclinaciones naturales como son creer en la existencia de
cosas materiales o en las demostraciones matemáticas. Sin embartgo la libertad humana se
vuelve problemática cuando consideramos la omnisciencia de Dios. Así Descartes oscilará
entre posiciones cercanas al jansenismo, que sostenían que la gracia divina es irresistible y la
libertad se reduce a espontaneidad, y posiciones cercanas a las de los jesuitas, quienes
afirmaban que Dios prevé y predetermina las acciones humanas pero no determina la voluntad
del hombre.

En cuanto a la doctrina moral, Descartes no elabora una Teoría ética. En el Discurso del
método, antes de comenzar a aplicar la duda metódica, asume un conjunto de máximas que
constituyen una “moral provisional”: obedecer las leyes y costumbres de su país, ser firme y
resuelto en sus acciones y seguir incluso las opiniones dudosas una vez su mente las ha
aceptado.
Pero eso es todo. Descartes no da cumplimiento a su proyecto de elaborar el sistema
completo de las ciencias cuya corona era, precisamente, “la más alta y más perfecta ciencia
moral, que presuponiendo un conocimiento de las demás ciencias, es el último grado de la
sabiduría”.
En cuanto a la parte irracional del hombre, los deseos y las pasiones, Descartes
considera que son todos buenos en su naturaleza pero que podemos hacer un mal uso de ellos
y permitir que crezcan en exceso. Por eso es necesario que los controlemos, algo que sólo el
alma. Para ello Descartes da unas reglas:
- Hacer todos los esfuerzos para conocer lo que debe hacerse y lo que no, en todas las
circunstancias de la vida.
- Tener una resolución firme y constante de llevar adelante los dictados de la razón sin dejarse
desviar por la pasión. En esto consiste la virtud.
- Considerar que los bienes que no se poseen están fuera del alcance del propio poder y
acostumbrarse a no desearlos.
6. La sociedad
Descartes no elaboró un pensamiento político. Teniendo en cuenta la importancia de la
razón y el subjetivismo que caracterizan su sistema filosófico así como la influencia del
estoicismo en sus posiciones éticas, podemos suponer que se inclinaría hacia posiciones
individualistas, liberales, aunque no muy cercanas a la democracia, si tenemos en cuenta que

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René Descartes (1596 – 1650)

cultivó relaciones con personajes poderosos como el cardenal Beroulle, la princesa Elisabeth de
Bohemia o la reina Cristina de Suecia.

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