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Piececitos de niño,

azulosos de frío,
¡cómo os ven y no os cubren,
Dios mío!

Si la abeja se entra al lirio,


no se siente su aletear.
Cuando escondes a tu hijito
ni se le oye respirar...

El viento hace a mi casa su ronda de sollozos


y de alarido, y quiebra, como un cristal, mi grito.

Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto


vienen de tierras donde no están los que no son míos;

Y la interrogación que sube a mi garganta


al mirarlos pasar, me desciende, vencida:
hablan extrañas lenguas y no la conmovida
lengua que en tierras de oro mi pobre madre canta.

cuando en versos y en cuentos


estén los verdaderos relatos del mundo,
entonces una sola palabra secreta
desterrará las discordancias de la tierra entera.

Ten Fe. Doquiera tu barca empujen


brisas que braman u ondas que rugen,
Dios (no lo olvides) gobierna el cielo,
y tierra, y brisas, y barquichuelo.
El rocío de la mañana
se hundió frío en mi frente:
lo sentía como el aviso
de lo que ahora siento.

cada hoja es felicidad para mí


mientras se agita en su árbol otoñal.

En la hora matutina, cuando callan los campos


y el son triste y sencillo de la zampoña suena,
¿no la habéis escuchado?

Mecerse en una flor abierta apenas,


Del ala sacudir el oro fino,
Y luego alzando el vuelo
Perderse en las serenas
Regiones de la luz; tal tu destino,

Te estoy amando aún entre estas frías cosas.

Deja que afuera, por siniestro caso,


En son medroso la tormenta brame,
el peregrino a nuestra puerta llame,

o eras tú la cintura de aquella guitarra

que toqué en las tinieblas 

Óyeme estas palabras que me salen ardiendo,

y que nadie diría si yo no las dijera.


Yo soy el que cortó las guirnaldas rebeldes

para el lecho selvático fragante a sol y a selva.

l que trajo en los brazos jacintos amarillos.

Y rosas desgarradas. Y amapolas sangrientas.

El río desatado rompe a llorar y a veces

se adelgaza su voz y se hace pura y trémula.

Retumba, atardecida, la queja azul del agua.

A veces amanezco, y hasta mi alma está húmeda.

la cascada de cobre de tu risa

no apagará la sed de mis rebaños.

Hostia que no probó tu boca fina,

Me peina el viento los cabellos

como una mano maternal:


Me moriré besando tu loca boca fría,

abrazando el racimo perdido de tu cuerpo,

¡oh hermosa!

si teniendo en mis manos las tuyas

pudiera, al oído, cantártelo a solas.

¡Cuánta nota dormía en sus cuerdas,

como el pájaro duerme en las ramas,

esperando la mano de nieve

que sabe arrancarlas!

 hasta el sauce, inclinándose a su peso,

al río que le besa, vuelve un beso.

 hasta el sauce, inclinándose a su peso,

al río que le besa, vuelve un beso.

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