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Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 1

HISTORIA UNIVERSAL CONTEMPORÁNEA


1º GRADO CAV

UNIDAD DIDÁCTICA I:
LOS CAMBIOS REVOLUCIONARIOS
(1776 – 1815)
2 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 3

TEMA 1. LA REVOLUCIÓN NORTEAMERICANA.

1.- INTRODUCCIÓN.

La Corona británica poseía en el siglo XVIII una serie de colonias en América del norte y
Canadá que había ido consolidando desde los siglos XVI y XVII. Las colonias norteamericanas,
situadas en la costa atlántica, eran las más beneficiosas para la Corona, puesto que habían sido
ocupadas por colonos en su mayoría irlandeses, escoceses e ingleses que eran todavía fieles a
Inglaterra y que habían emigrado en busca de una vida mejor. Eran gente emprendedora que
aportaban a la metrópoli materias primas y un buen mercado para los productos ingleses. El
comercio con estas colonias era fácil debido a su relativa cercanía con Inglaterra ya que sólo había
que atravesar el Atlántico para llegar a ellas; fue por eso que la Corona eligió estos territorios para
colonizar. En total sumaban trece colonias que limitaban al este con el Atlántico y al oeste con la
gran cordillera de los Apalaches, sólo franqueable por algunos difíciles pasos y salvajes ríos. Pero la
dificultad de adentrarse en el continente se agravaba con el gran peligro de los indígenas, muy
intolerantes con el hombre blanco y en general con cualquier intruso que decidiera atravesar sus
territorios. Por otro lado los españoles y franceses también habían colonizado territorios colindantes
lo que provocó numerosas guerras y refriegas entre ingleses, franceses y españoles. Por todos estos
motivos los ingleses no intentarían en serio la expansión hacia el oeste hasta ya bien adentrado el
siglo XIX, cuando las nuevas técnicas de la Revolución industrial se lo permitieran (ferrocarril,
barco a vapor, armas más rápidas y efectivas...) y sus vecinos franceses y españoles estuvieran más
debilitados o hubieran sido vencidos.

2.- LA FORMACIÓN DE LOS ESTADOS.

Las trece colonias no eran del todo homogéneas, es decir, a pesar de que el 80% de la
población blanca era de origen inglés, escocés e irlandés, había muchas diferencias entre ellas. La
diversidad de estructuras sociales, económicas y mentales podía apreciarse con claridad:

 Al Norte las cuatro colonias de Nueva Inglaterra (Massachusetts, Connecticut, New


Hampshire y Rhode Island) poseían un cierto desarrollo con sus industrias derivadas del
pescado y sus astilleros, un extenso comercio marítimo canalizado en Boston, y una
recepción más intensa de la ilustración europea en sus universidades de Harvard y Yale.
Fueron colonizadas en su mayoría por irlandeses, escoceses e ingleses puritanos y cuáqueros
que huyeron de Inglaterra en busca de una nueva tierra donde poder levantar sus ciudades
teóricas y utópicas según el sueño de Tomás Moro, bajo un gobierno más tolerante con estas
religiones y más "democrático". Se convirtieron en pequeños propietarios que cultivaban
cereales y criaban caballos y ganado bovino.

 Las cuatro colonias del Centro (Nueva Jersey, Nueva York, Delaware y Pensilvania)
prestaban mayor complejidad étnica y religiosa --holandeses, suecos, hugonotes, alemanes y
judíos-- que superaban en número a los ingleses. Sus ciudades, Nueva York y Filadelfia,
eran centros de exportación de trigo y madera. No obstante se integraron bien a la cultura
anglosajona.

 En el Sur (Virginia, Maryland, Georgia y las dos Carolinas), donde opulentos plantadores
anglicanos, dueños de los dominios del tabaco, arroz y algodón, formaban una casta
aristocrática. Eran, en su mayoría, nobles ingleses a los que el rey les había concedido
grandes lotes de tierra. Las nueve décimas partes de los negros se encontraban en las
colonias del Sur trabajando como esclavos en estas plantaciones que tanto interesaban a la
metrópoli y a los dueños aristócratas, puesto que surtían el mercado inglés de productos
tropicales que eran muy difíciles de obtener y muy apreciados, luego eran una fuente segura
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de ingresos. El número de población negra superaba a la blanca, característica que no se


daba en las colonias del Norte ni del Centro. La sociedad que crean es una perfecta
imitación de la inglesa, como también ocurrió en las colonias del Centro (Pensilvania).

A pesar de estas diferencias también hay semejanzas entre las trece colonias, como la fuerte
natalidad, el aumento del flujo de inmigrantes, la preponderancia del protestantismo (calvinismo)
aunque dividido en diversas confesiones (congregacionalistas, anglicanos, presbiterianos, luteranos,
baptistas, metodistas, quáqueros y puritanos), predominio de la lengua inglesa, el prestigio de la
enseñanza, etc... . Todas las colonias estaban sometidas a las decisiones del Parlamento de Londres
pero para hacer más efectivo el control el rey nombró a un gobernador, representante de la Corona y
del Parlamento. Pero sus poderes se ven limitados cuando a principios del siglo XVIII el rey decide
dotar a estas colonias de una cierta independencia mediante el consentimiento de que se creasen
asambleas locales, formándose así trece estados coloniales. Son bicamerales, a imitación del
Parlamento de Londres.

Sin embargo habrá tensiones entre los fuertes terratenientes del Sur y los protestantes del Norte.
Se inicia así una colonización muy distinta a la española.

En el Norte sólo los puritanos tenían acceso a la administración, ocupando puestos


relevantes en el gobierno. Sin embargo no ocurrirá igual con los quáqueros, evangelistas o
católicos, que se verán en un segundo lugar.

3.- LA DECLARACIÓN DE INDEPENDENCIA.

Los colonos americanos pudieron disfrutar de su relativa independencia de la metrópoli


hasta que se produce la Paz de París (1763), que cierra el conflicto de La Guerra de los Siete años.
Francia perdió la Luisiana en favor de Inglaterra. Se trataba de una victoria importante ya que era
un lugar estratégico que cubría la retaguardia de las trece colonias. Se consiguió también Quebec,
los Apalaches y el Mississippi. Era una noticia tranquilizadora para los colonos que veían como se
alejaba el peligro francés y la competencia comercial, al tiempo que fortalecía la conciencia política
de éstos y sus aspiraciones de conseguir una mayor autonomía económico-administrativa. Sin
embargo, las esperanzas se vieron frustradas cuando Jorge III (1760-1820) y su grupo parlamentario
King's Friends decidieron imponer una política centralista en las colonias. Durante el proceso los
norteamericanos se beneficiaron con el contrabando con las Antillas francesas y españolas, así que
la metrópoli pensó en gravar los beneficios para poder pagar los gastos originados por el conflicto
bélico. Se impusieron tarifas aduaneras sobre la melaza, el vino, el café, el índigo, el ron que
provocaron gran malestar entre los colonos. La tensión se acentuó cuando la metrópoli prohibió la
apertura de nuevas fábricas para así evitar la formación de una industria autóctona. Querían que los
norteamericanos siguiesen comprando todos los productos manufacturados a Inglaterra, que
comenzaba, por entonces, su desarrollo industrial. Y, para colmo, también se prohibió colonizar el
oeste de los montes Apalaches y el Mississippi, reservándolos para nuevos colonos y emigrantes
canadienses, así como impuso limitaciones para el comercio interior.

Los colonos protestaron enérgicamente contra unas leyes que ellos mismos no habían votado
ya que no tenían representación en el Parlamento de Londres. Entre 1763 y 1776 los
norteamericanos intentarían luchar diplomáticamente contra las leyes británicas.

Para colmo, en 1765, además de la prohibición de acuñar moneda y de la obligación de dar


alojamiento a las tropas, se les impone la "ley del timbre" o Stamp Act, impuesto sobre documentos
jurídicos, períodicos y libros. Pitt el Viejo y Burke consiguen la abolición de dicha ley (1765). La
imposición de nuevas tasas aduaneras para las importaciones americanas (papel, plomo, vidrio y te)
(Townshend Acts, 1767) acarrea el boicot de los productos ingleses (Boston, Nueva York,
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Filadelfia) y desata una serie de turbulencias en Boston a partir de 1770. Franklin aconseja el
boicot y se genera un "estado de opinión" que sería muy peligroso para la metrópoli.

Los radicales Samuel Adams (1722-1803), Thomas Jefferson y Richard Lee fundan en
Massachusetts comités de correspondencia, embrión de un movimiento separatista que alcanzaría
gran difusión con el panfleto "Common sense" ("Sentido común") en 1776 de Thomas Paine. Por
estas fechas, Samuel Adams fundaría la organización revolucionaria los "Hijos de la Libertad".
A pesar de todo el gobierno de la metrópoli desoye las protestas de los colonos sobre los impuestos,
aunque, no obstante, suprime los especiales, menos el del té, que sigue monopolizando la Compañía
de las Indias Orientales (té indú). Esto provoca el "motín del té en Boston" en 1773, donde grandes
cargamentos de tres barcos ingleses fueron arrojados al mar por hombres disfrazados de pieles
rojas. El Parlamento decretó entonces las Intolerable Acts por las que el puerto de Boston quedaba
cerrado, se limitaba la autonomía de Massachusets y se declaraba el estado de excepción.

En 1774 tendría lugar el primer Congreso continental de Filadelfia, donde se reunieron los
principales representantes de las colonias. Aunque rechazaban el Parlamento, aceptaban la
autoridad de la corona, siempre bajo la petición de mayor libertad e independencia, sobre todo en
materia económica. Redactaron una Declaración de Derechos y decidieron suspender el comercio
con Inglaterra mientras no se restablecieran los drechos anteriores a 1763.

El primer enfrentamiento armado tuvo lugar en Lexington el 18 de abril de 1775. Se


producen las batallas de Concord y Bunker Hill. Así comienza la Guerra de la Independencia
norteamericana (1775-1783). Al año siguiente, más concretamente el 4 de Julio de 1776 se
elaborará la famosa Declaración de Independencia de los trece Estados (simbolizados en las trece
barras de la bandera americana) redactada por Thomas Jefferson (1743-1826). Se produce la
primera formulación de los derechos del hombre resumidos en "Vida, Libertad y búsqueda de la
Felicidad". Además, se justifica el derecho de resistencia frente a todo aquel gobierno que no los
garantizara. Estaban muy en boga las tesis de Locke que afirmaban que un rey era tirano cuando
persistía en su política aunque el pueblo la desaprobase. Este argumento lo recoge en Los ensayos
del político. Llega a justificar el tiranicidio (no olvidemos que los ingleses fueron pioneros en éste
con la muerte de Carlos II en el siglo XVII). Resalta la propiedad y los principios individuales.

No obstante, incluso dentro de las colonias se produce una división: los demócratas que
apoyan la independencia, y los partidarios del rey Jorge (principalmente nobles sureños cuyo sueño
es emparentar sus familias con la nobleza militar inglesa allí asentada).

Sin embargo, el hecho que más molestó a los colonos, especialmente a los ricos plantadores
del Sur, fue la prohibición de ocupar los territorios del Mississippi y del otro lado de los Apalaches.
Éste sería el principal motivo por el que muchos de éstos se unieron a la sublevación contra los
ingleses.

Cabe preguntarse si se trató de un acto revolucionario o de una mera guerra independentista.


Hay distintas posturas al respecto. No existe duda de que se produjo una "revuelta de los
privilegiados", ya que fueron éstos los que dirigieron la emancipación, como lo prueba el hecho de
que durante cincuenta años la clase política permaneció homogénea, y sus primeros presidentes, así
como "los padres fundadores" fueran todos de clase acomodada (George Washington por ejemplo
era un rico plantador de Virginia). Aquí se marca una clara diferencia con la Revolución Francesa,
ya que no hubo alternancia de clases sociales en el poder, como sí la hubo en Francia.
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4.- LA GUERRA Y LA INTERVENCIÓN EXTERIOR. LOS ACUERDOS DE PAZ.

Se divide en tres fases:


 La guerra de guerrillas (1776-1779).
 La intervención extranjera de Francia y España (1780-1783).
 La independencia y los acuerdos de paz por separado.

4.1. La guerra de guerrillas (1776-1779).

El ejército inglés estaba bien preparado y surtido, con buenos oficiales y armas. Sin
embargo, aunque el dominio del mar era una especialidad inglesa, en esta ocasión les resultó casi,
por no decir imposible, controlar los 1.500 kms de costa de las trece colonias. El sistema era el
bloqueo por tierra y por mar de una ciudad hasta que caía, así lo intentaron con Nueva Inglaterra,
Nueva York, etc. Por otro lado, utilizaban el sistema antiguo de lucha, con alineaciones y ataques
frontales de la artillería, la caballería, la infantería, llegando incluso al cuerpo a cuerpo.

Los rebeldes o "insurgentes", por el contrario, carecían de milicia organizada, por lo que
tuvieron que improvisarla (no olvidemos que el ejército que siempre habían poseído las colonias era
el de ocupación inglés). No tenían buenos estrategas (si exceptuamos a algunos como George
Washington, comandante en jefe del ejército rebelde)y sus oficiales eran inexpertos, además,
sufrían escasez de armas, de municiones y de hombres, así como de alimentos. El hambre y la
desesperación empujaron a gran cantidad de deserciones. Sin embargo, los rebeldes tenían una gran
ventaja: conocían muy bien el terreno "de juego". Con esta baza decidieron usar un método nuevo
de lucha: la guerra de guerrillas. Los ingleses, lejos de la madre patria, sin conocimiento detallado
de la orografía (ya que la mayoría venían de Inglaterra y nunca antes habían estado en las colonias
americanas), se veían obligados a cruzar estrechos pasos a través de ríos caudalosos para así poder
atravesar las difícil cadena montañosa de los Apalaches o rodear alguna ciudad, era entonces
cuando se veían inmersos en una emboscada rebelde de difícil escapatoria. De esta manera, con
pocos hombres y con ataques puntuales los americanos se defendían muy bien, aunque no lo
suficiente como para ganar la guerra. Sin embargo, contaban con otro punto a su favor: las
guerrillas alargaban demasiado el transcurso de la contienda por lo que la economía inglesa se iba
resintiendo cada vez más. Era muy costoso mantener un ejército tan lejos de la metrópoli.
Continuos barcos cargados de oro, municiones, armas, hombres, víveres... , suponían para la corona
un peso económico insostenible. Por este motivo Inglaterra siempre se quedó con aquellos
territorios que no le proporcionaban demasiadas dificultades (Canadá, Australia...) abandonando
aquellos otros que no le resultaban rentables. Sin embargo se resistía a dejar los territorios
americanos ya que eran un buen mercado para Inglaterra.

Mientras, en la metrópoli, Jorge III, que siempre se había caracterizado por poner como
primer ministro a un conservador (tory), ahora puso en su lugar a un whig (liberal), Pitt el Joven,
que gobernó desde 1783 hasta 1806 (con excepción de 1801-a 1804). El rey siempre ponía en estos
cargos a sus simpatizantes o amigos (especie de despotismo). Sin embargo tenía que responder ante
un Parlamento formado por los tres estamentos (nobleza y clero en la Cámara alta o de los Lores, y
Tercer estado en la Cámara baja o de los Comunes). Lord North, presidente de la Cámara de los
Comunes y ministro del Interior, fracasó en su intento de combinar a conservadores y moderados al
terminar la guerra. La situación económica de Inglaterra quedó tan mal que Pitt tuvo que hacer
grandes esfuerzos por mejorarla. Los tories se apoyaban en la Iglesia anglicana y los whigs en los
disidentes protestantes. Fue imposible el acuerdo entre unos y otros, ya que defendían intereses
distintos. Unos eran representantes de los ricos comerciantes y burgueses de las nuevas ciudades
(los whigs) mientras que los otros (los tories) apoyaban a los lores y ricos terratenientes de los
antiguos núcleos poblacionales.
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Los ingleses contaban, en la guerra americana, del apoyo de los canadienses, de algunos
indios y de los radicales blancos del Sur, es decir, de aquellos nobles sureños que eran familiares
directos de ingleses. Esto no quiere decir que todos los terratenientes sureños estuviesen a favor de
la metrópoli porque, como se ha dicho, uno de los factores detonantes de la guerra fue precisamente
el enojo de éstos al enterarse de que no podían obtener tierras del oeste para aumentar sus cultivos y
plantaciones.

Los rebeldes se vieron solos (si exceptuamos alguna ayuda indígena) hasta que Francia y
España decidieron intervenir a su favor, eso sería a partir de 1780. No obstante consiguieron
algunas victorias como las de Trenton y Princeton en 1776 y la famosa de Saratoga en 1777 por el
general Gates.

4.2. Intervención de Francia y España (1780-1783).

Los rebeldes americanos habían ido preparando el camino para recibir ayuda del exterior. En
1777, Benjamín Franklin (1706-1790), como primer embajador de los Estados Unidos, viajó a
Francia para iniciar una campaña a favor de la causa americana. Allí se encontró con una corte
dirigida por un rey borbón, Luis XV, que había emprendido una serie de reformas (militar..., aunque
no del sistema productivo). La libertad mercantil no existía, era intervenida por el gobierno con las
leyes de timbre, etc... . Las fábricas que había eran propiedad del Estado y estaban controladas por
nobles. Toda esta situación indicaba que era un país anclado en el Antiguo Régimen, luego, ¿qué
interés podía tener en favorecer el surgimiento de unos nuevos estados liberales en América?. La
respuesta hay que buscarla en la rivalidad franco-británica. La economía francesa había empezado a
quebrar a mediados del XVIII debido a la invasión de productos ingleses más competitivos en los
mercados francos. Esto se debía a que las colonias británicas favorecían la obtención de una serie de
productos que escaseaban en Europa o eran más bien caros. Los ingleses introducían así sus
productos coloniales con gran facilidad en el continente, hundiendo casi los mercados nacionales y
regionales. Si los franceses conseguían la independencia para las trece colonias americanas, estaban
arrebatando a su terrible competidora (Inglaterra) un mercado muy importante así como un
suministrador de productos coloniales (algodón, cacao, café, azúcar, maíz...). Sin embargo, la
marina británica era muy poderosa por lo que el apoyo francés no podía ser masivo. Fue una ayuda,
en principio, diplomática y económica (contrabando de armas...). España se veía unida a Francia, en
cuestiones bélicas, por la política de "pactos de familia" tan favorecida por Carlos III. Sin embargo,
esta vez, en la cuestión americana, fue España la que se adelantó en la lucha. Bernardo de Gálvez
conquistó el Mississippi (Luisiana) en 1780. Fue un logro importante ya que la retaguardia estaba
ya fuera del poder inglés.

Franklin consiguió, en Francia, atraerse a voluntarios aristócratas como el marqués de La


Fayette, el héroe polaco Kosciuszco y el general prusiano Von Steuben. Eran buenos estrategas con
experiencia, lo cual benefició enormemente a la causa americana, que carecía, precisamente, de
buenos mandos militares. Así se consiguieron victorias importantes como la ya mencionada de
Saratoga y también la de Yorktown. Mientras, los españoles conquistaron Menorca y sitiaron
Gibraltar (1779-1782) aunque sin conseguir recuperar esta última plaza.

En 1780 Holanda, Rusia, Suecia, Dinamarca, Austria y Prusia se proclamaron neutrales ante
la guerra del corso británica en el mar. En el mismo año tropas francesas, a las órdenes de
Rochambeau, desembarcaron en Rhode Island.

Los norteamericanos, con la ayuda de franceses y españoles, empiezan a salir del


estancamiento en el que se habían visto sumidos. Hasta entonces había sido una guerra de desgaste,
sin vencedores ni vencidos, pero a partir de la ayuda franco-española las cosas empiezan a cambiar
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a favor de los rebeldes. Tras la derrota británica en Yorktown en 1781, los ingleses ven con
desesperación su triste final.

4.3. Los acuerdos de paz.


En 1783 se acuerda la Paz de Versalles, por la que Inglaterra reconoce la independencia de
los Estados Unidos; Francia recupera Tobago, Santa Lucía y el Senegal; España recobra Menorca,
la Florida y algunos territorios en Honduras, aunque no consigue la devolución de Gibraltar. Se
firma así la paz entre las tres potencias. Sin embargo España y Francia fueron muy reacias a firmar
la paz, querían continuar con la guerra. Washington firmará al final la paz por separado con
Inglaterra, dejando a un lado a España y a Francia.

Consecuencias de esta paz:

 Para Inglaterra supondrá la pérdida de un mercado muy importante así como un fuerte
desgaste económico. Además, representa la primera derrota de la potencia inglesa tras la
Guerra de los Cien Años y el declive de su imperio atlántico.

 Para Francia supuso un agravamiento de la crisis económica que sufría la Hacienda, así
como una afluencia de ideales liberales que a la postre influirían en la Revolución Francesa
y en el derrocamiento de los borbones y del Antiguo Régimen.

 Para España significó un nuevo empuje militar y económico, a pesar de los gastos de la
guerra. Sin embargo, facilitó la propagación de ideas liberales e independentistas en sus
dominios americanos, lo que a la postre desembocaría en la independencia de esos
territorios.

 Norteamérica fue la más beneficiada, a pesar de los enormes gastos y muertos que supuso la
guerra (70.000 defunciones aprox.). Consiguió el reconocimiento de su independencia,
formándose una Estado Confederado, más tarde de la Unión Federal, con sede en
Washington. Sin embargo no tiene fronteras definidas, tan sólo la que limita al norte con el
río Hudson. Esto permitía la deseada expansión hacia el oeste. No obstante los ingleses se
aseguraron de que los norteamericanos no pudieran hacer alianzas con las potencias
europeas que los habían apoyado, ya que sus sistemas políticos eran incompatibles (los
estadounidenses consiguen el sistema democrático, con participación civil en el gobierno).
La sociedad estaría conformada por un sistema complejo dado que el origen de la
colonización fue de dos maneras distintas: los terrenos concedidos por el rey a nobles en el
Sur; y los terrenos colonizados por emigrantes en el Norte, de forma más aventurera. Esta
diferencia ocasionaría graves problemas dentro de la estabilidad federal, peligrando la
unidad así como provocando desacuerdos a la hora de elaborar una constitución común.

5.- LA SOCIEDAD DE LA UNIÓN FEDERAL (1776-1787).

Washington fue el que aglutinó a todo ese cuerpo heterogéneo, dirigiéndolo hacia la lucha.

En el Norte tenemos Nueva Inglaterra, con una sociedad dividida: grupos más cercanos al
gobierno (financieros, banqueros, comerciantes, monopolistas...) y grupos más cercanos al pueblo
(artesanos y campesinos).

Los colonos cultivaban, en las tierras frías de la costa, patatas, maiz, leguminosas... . Eran
lugares muy húmedos y lluviosos por lo que abundaría el pasto y, por tanto, la ganadería, que
llegaría incluso a imponerse sobre la agricultura. Como la mano de obra era escasa la que había
estaba muy bien pagada, por lo que proliferan el sector de los artesanos, comerciantes y
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profesionales. Además, con las nuevas conquistas en el oeste aparecían más posibilidades de
conseguir trabajo. Esto será un factor importante a tener en cuenta porque mientras que en Europa
haya miseria y bajos jornales en las fábricas cuando llegue la Revolución industrial e incluso antes,
en Norteamérica, sin embargo, los salarios serán altos y no habrá paro ni miseria obrera. Esto será
un buen reclamo para atraer población del "viejo continente", con lo que aparecerá con fuerza el
fenómeno migratorio.

Sin embargo hay problemas, la confrontación con los indígenas, anclados en el Paleolítico,
que lucharán por conservar las tierras que los blancos desean arrebatarles para continuar con la
expansión hacia el oeste. No obstante, se produce un importante desarrollo social en Nueva
Inglaterra.

En 1763 los ingleses deciden limitar la expansión hacia el oeste, delimitando bien las
fronteras de las trece colonias. Por otro lado, la llegada de muchos británicos a las colonias, bien
preparados e instruidos, hace que ocupen los mejores puestos (comerciantes, trabajadores navales...)
y se los arrebaten a los colonos, haciendo escasear el trabajo y, por tanto, descender los salarios
junto con el nivel de vida. Estas dos cuestiones son las que determinarán la adhesión al movimiento
independentista de las colonias del Norte. Los independentistas les prometieron que todos los
americanos podrían viajar libremente por las colonias para buscar trabajo, llegando incluso a ocupar
cargos administrativos.

En el Sur también tendrán el problema de la prohibición de expansión hacia el oeste,


cuestión que irritó mucho a los grandes propietarios, descendientes de lores británicos. Éstos se
sentían muy fuertes frente a la metrópoli ya que sus cultivos tenían gran importancia para Inglaterra,
así que decidirían sublevarse también.

Los independentistas (propietarios ricos de plantaciones) prometieron a los "blancos del


Sur" que trabajaban en las ciudades (blancos no ricos) que se disminuirían los privilegios, pudiendo
acudir a las universidades todos aquellos que lo desearan, sin necesidad de que fueran anglicanos.
El pueblo norteamericano, en su conjunto, basaba su organización en su economía, de tipo regional.
La economía, dividida en islas de crecimiento sin cohesión alguna, ocasionó fuertes diferencias
entre las distintas colonias, que no tenían en su conjunto ningún tipo de sistema político general,
que abarcase todo el territorio, así como carecían de un mercado en común. Cada colonia tenía su
gobierno parlamentario; para el Sur era bicameral (imitación del británico), y para los del Norte era
unicameral. Así que los Congresos de Filadelfia se reunían para deliberar, como órgano consultivo
en común, pero la última palabra siempre la tenía el parlamento de cada colonia. Así era muy difícil
tomar decisiones que afectaran a todas las colonias porque cada una tenía su parecer. Cuando se
acordó la guerra, en el 3º Congreso de Filadelfia (una de las pocas decisiones en que todos
estuvieron de acuerdo), se habló de crear una confederación de Estados, pero nunca de uno solo. La
idea era estar unidos bajo el confederalismo mientras conviniese, aunque siempre respetándose la
libertad de cada Estado. Sin embargo no quedó clara la cuestión de si se respetaría el deseo de un
Estado de separarse cuando quisiera. Este hecho traería como consecuencia la posterior guerra de
Secesión de la década de los sesenta del siglo XIX.

La Unión tenía graves problemas de organización; crisis financiera y económica; y un gran


desorden.

En 1777 cada uno de los Estados sustituye sus estatutos coloniales por Constituciones
propias que garantizan: la soberanía del pueblo, basada en unos derechos democráticos
fundamentales, según la Declaración de Derechos del Hombre que redactó Jefferson en 1776; la
división de poderes y la electividad de todos los cargos públicos; la separación de la Iglesia y el
Estado, declarando la libertad religiosa y creando Estados laicos (1785). Aunque todo esto se
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acuerda en 1777 realmente se pondrá en práctica, tras largas discusiones en el Congreso de


Filadelfia, en 1780. Como puede verse hay puntos comunes entre todas esas constituciones a los
que hay que añadir: libertad individual y respeto a la propiedad; y soberanía popular ejercida por un
gobernador y una o dos asambleas que vigilan el poder ejecutivo del mismo.

También hay diferencias como que el derecho de sufragio se somete a un censo variable, y
que las disposiciones que se toman sobre la Iglesia y la esclavitud varían según el lugar. Así, por
ejemplo, en los Estados del Sur la esclavitud continuará hasta la Guerra de Secesión, o la
discriminación, en algunas universidades y Estados, a aquellos estudiantes que no fueran
anglicanos.

En 1777 el Congreso conseguía acuñar moneda, ocuparse de la política exterior y arbitrar los
conflictos entre las distintas colonias.

La Confederación suponía un Estado de libre veto, que acordaría la recaudación de


impuestos, la reglamentación del comercio, la organización del ejército y de la marina, aunque las
leyes las aplicaría cada Estado individualmente. Sin embargo, de esta manera no se pudo hacer
frente a la crisis financiera, puesto que en varias ocasiones se rechazó la aprobación del impuesto
general. Por otro lado, la interrupción momentánea, debido a la guerra, del comercio con Inglaterra
provocó una crisis comercial. No se podía acudir a Francia para que solucionara el problema ya que
sus productos eran caros y, además, estaba protegida con leyes mercantilistas. Es necesario recordar
que por estas fechas (finales del siglo XVIII) casi ningún país, por no decir ninguno, tenía leyes
librecambistas, eso vendría posteriormente con el liberalismo. La crisis comercial afectó más a las
colonias del Norte, que trataron, aunque sin éxito, de colocar sus productos en los mercados del
norte de Europa y de China.

Los hombres de negocios del Norte pedían la creación de aduanas para proteger la incipiente
industria, mientras que los granjeros del Oeste se sublevaban contra las tasas (1786). Los
especuladores se aprovechaban de la venta de tierras confiscadas a los legitimistas y de las situadas
en la cuenca del Ohio. La cotización del papel moneda se hundía y, con él, el crédito del Estado
confederado.

Este último problema se resolvió en 1785 con la división del país en townships de seis millas
cuadradas, repartidas en lotes vendidos a bajo precio a los colonos, a los veteranos de guerra o a las
escuelas. En 1787, una ordenanza dispone que una región que poseyera más de 5.000 habitantes se
convertiría en un "territorio" con cierta autonomía, y si superaba los 60.000, se convertiría en un
Estado.

Pero el problema del desorden y de la anarquía necesitaba una solución urgente. Frente a la
desconfianza general que despertaba el poder ejecutivo, que recordaba a la dominación inglesa,
John Adams sostenía que era imprescendible reforzar alguna institución decisoria. Ante la
multiplicación de los centros de autoridad y el libre veto de los Estados, la extrema debilidad del
poder central se estaba convirtiendo en un obstáculo, incluso en el terreno económico. Así que el
Estado de Virginia propuso una Convención de representantes de los distintos Estados, que se
reunió en Filadelfia en 1787 bajo la presidencia de Washington. Los asistentes, pertenecientes a la
burguesía, pretendieron salvaguardar el orden público, garantizar la propiedad, la unidad y el
crédito del Estado confederado. El resultado fue la elaboración de la Constitución de 1787, que
privaba en gran parte a los Estados de su independencia, reduciendo el poder de las Asambleas
locales. Era un paso decisivo hacia la democracia, tan revolucionario como el inicio de la
emancipación.
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6.- LA CONSTITUCIÓN (1787-1790).

En 1787 la Convención de Filadelfia reunía a 55 delegados de las trece colonias para acordar
el establecimiento de una República Federal Presidencial. Para conseguirlo Benjamín Franklin y
James Madison tuvieron que poner de acuerdo a federalistas centralistas, entre los que estaban
Alexander Hamilton, John Adams y el mismo George Washington, y a republicanos federalistas
(más tarde demócratas) con Jefferson a la cabeza.

La Convención promulgó el 17 de septiembre de 1787 la Constitución de los Estados


Unidos de América (primera constitución escrita).

Las principales características son la división de poderes: Presidente (poder ejecutivo),


Congreso (poder legislativo) y Tribunal Supremo (poder judicial).

Se introduce un sistema de control mutuo por el que el ciudadano es a la vez súbdito de su


Estado y de la Unión mediante un estricto régimen legal. El gobierno federal se encargaría de los
asuntos relacionados con la defensa, la moneda, el comercio y la política exterior, mientras que los
diferentes Estados se encargarían de las comunicaciones internas, el culto, la justicia, la policía, la
educación, el comercio interior, etc.

Se establece la soberanía popular y el equilibrio entre los derechos de los Estados y la


autoridad federal.

En cuanto a la separación de los tres poderes examinemos despacio los distintos órganos de
gobierno:
 El Presidente es el jefe del Estado y primer ministro. Una vez designado candidato por los
partidos, es elegido cada cuatro años mediante sufragio indirecto por los compromisarios de
los Estados. Puede ser destituido tras la acusación de delito grave (traición, corrupción).
Políticamente está sometido al control del Congreso, y constitucionalmente al del Tribunal
Supremo. Los Secretarios, jefes de los diferentes departamentos o ministerios son elegidos
por él. Representa el poder ejecutivo.

 El Congreso formado por dos cámaras: la Cámara de los Representantes, elegida cada dos
años por sufragio directo y compuesta por un número de representantes proporcional al de
habitantes de cada Estado; y la del Senado, formada por dos miembros de cada Estado
elegidos cada seis años, aunque cada dos años se renueva un tercio de los componentes. El
Congreso tenía poder para dirigir el comercio interior y exterior, regular el valor de la
moneda, reclutar el ejército, declarar la guerra y formular leyes. Sin embargo se veía
limitado por el poder de veto del Presidente y por el Tribunal Supremo que también se
encargaba de las leyes.

 Finalmente el Tribunal Supremo, compuesto de nueve miembros nombrados por el


presidente, ejercía el control constitucional sobre los actos legislativos y podía mediar los
conflictos surgidos entre el poder federal y los distintos Estados.

Como puede verse el sistema se basaba en el control mutuo de unos organismos sobre otros, así
como el de los ciudadanos sobre éstos y el de los mismos sobre los ciudadanos. Sin embargo cabía
una preocupación, los enormes poderes que tenía el Presidente. Eran amplísimos, casi propios de un
régimen monárquico. Podía vetar las leyes aprobadas por el Congreso si lo creía conveniente, firmar
tratados, mantener un gabinete de asesores..., sin embargo también estaba controlado puesto que
había leyes que argumentaban su destitución en casos de corrupción o traición.
12 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Otro asunto era el de los esclavos. Era incompatible su manteniemiento en un Estado basado
en la Declaración de los Derechos del Hombre. Para poder continuar con ellos, los ricos sureños
argumentaron que se trataban de propiedades y, como tales, debían ser garantizadas por los poderes
públicos. ¿Por qué tanto interés en mantener la esclavitud por los Estados del Sur?. Sencillo,
además de aportarles poder económico puesto que eran mano de obra que se ahorraban (siempre era
más barato mantener un esclavo que pagar un jornal a un hombre libre ya que los sueldos en los
Estados de la Unión, a diferencia de Europa, se mantuvieron altos puesto que era un territorio vasto
donde escaseaba la mano de obra), por otro lado, los esclavos también aportaban poder político a
sus dueños. ¿Cómo es esto?. Por aquella época se estableció que cinco esclavos equivalían a los
votos de tres hombres libres. Por lo tanto, al dueño de una plantación le interesaba poseer cuantos
más esclavos mejor, ya que poseía más votos a su disposición para él apoyar al individuo que
quisiera en las elecciones. Era la mejor forma que tenía el Sur de llevar al gobierno sus proyectos y
sus representantes, por supuesto, los de la clase propietaria y acomodada. El hecho de que se les
consintiera estaba determinando el poder real que tuvieron los Estados del Sur en la Unión, que fue
enorme.

El resultado fue un Estado federal más fuerte que el de la antigua Confederación, aunque para
nada restrictivo en su totalidad de las libertades de cada Estado. Se trataba de conjugar lo federal
con lo estatal, llegando a un equilibrio.

La aceptación de la Constitución americana por los distintos Estados fue lenta, aunque al final
se consiguió.

7.- LA CONSOLIDACIÓN DE LA REPÚBLICA FEDERAL.

Norteamérica surge como entidad alrededor de 1790, cuado la mayor parte de las trece
colonias habían firmado la constitución, exceptuando a Rhode Island. La Independencia da lugar a
un nuevo período floreciente, momento en el que se configura la nueva nación.

EE.UU. contaba con una tradición democrática, aunque diferente a la actual. Lo que sí se
puede afirmar es que existía una constitución y un sistema unificado que afectaba a todo el pueblo
norteamericano. El período que va desde 1790 hasta 1800 está determinado por la pugna entre dos
partidos o tendencias políticas:

 El Partido Federal, defensor de la constitución y de la unificación política federada.


 El Partido Republicano.

7.1. Washington y su política.

Washington formó el primer gobierno con el ministro de economía George Hamilton, quien
logró convencer al nuevo Estado de la política que debía seguir. Se trataba de un Estado aún en
crecimiento que tenía que organizar. El Estado federal carecía de forma, por lo que resultaba casi
imposible llevar a cabo una política concreta, así que Hamilton elaboró un sistema eficaz de
Hacienda, aunque aún "en pañales".

Hamilton propuso hacer efectivas las deudas de la guerra. Para ello pagó los bonos al 100%
cuando habían sufrido una devaluación del 75 o del 50%. La acumulación de bonos la realizaron
aquellos que podían guardarlos. Hamilton quería que la devolución se realizara en un lugar
concreto. Con este motivo se eligió Washington como capital del nuevo Estado.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 13

También se centralizan las finanzas creándose un Banco Nacional. Tendrá varias


funciones:
 banco central
 banco financiero, fomentando el crédito para ayudar a la realización de actividades concretas
 recaudación, controlando los beneficios, atrayendo el capital para pagar deudas aunque sea
endeudándose con el Banco de Londres.

El resultado de todo esto será una política económica centralizada, que facilitará los créditos a
bajo coste, fomentando el sistema industrial americano que llegará a alcanzar una gran importancia.
Hamilton hará posible que se devuelva la deuda de guerra a la Banca de Londres y de Amsterdam.
A pesar de endeudarse para ello conseguirá obtener poderosos aliados en estos bancos. La política
de Hamilton fue un éxito, un éxito diplomático.

En lo que respecta a la Hacienda pública, la recaudación se estableció por vez primera con el
censo de 1790. Los impuestos eran mayoritariamente indirectos (whiski, el timbre, el rapé, el
tabaco, los carruajes...) en definitiva, sobre productos de lujo.

En 1798 se establece el primer impuesto sobre propiedades, viviendas y tierras. Por cada
esclavo de 12 a 50 años de edad se pagaría 50 centavos.

De todas las importaciones y exportaciones las aduanas costeras sureñas ingresaban en el


anualmente pingües beneficios en el Banco Nacional. Se establecieron créditos para la agricultura,
para las manufacturas ("primas") y para los aranceles.

Una parte del capital obtenido en el comercio se destinaba a la agricultura de exportación,


luego a las manufacturas y por último a las importaciones. Por lo tanto, salieron más perjudicados
los importadores que los poseedores de obligaciones o bonos.

El Sur compraba principalmente a G. Bretaña (no se autoabastecía ya que su agricultura


estaba dedicada a monocultivos de algodón, tabaco, cereales..., luego tenía que importar los
productos básicos para sobrevivir), mientras que el Norte no necesitaba importar puesto que era
autosuficiente. El Sur sería ayudado por el Norte pero a cambio tendría que gravar por sus tierras,
esclavos y producción.

El Banco Nacional norteamericano pronto contará con importantes accionistas europeos y de


todo el mundo, haciéndose muy relevante.

Las corporaciones mixtas serán las que integren el capital público con el privado, a veces
dando buenos resutados, otras veces no debido a la corrupción.

El Banco Nacional favoreció más al Norte que al Sur, ya que financió sus industrias, su
comercio y sus finanzas, mientras que el Sur se vio arrastrado por la política económica de
Hamilton.

A Washington y su labor centralizadora, le sustituyó John Adams en 1797, federalista. Con


él comenzaron los conflictos con los Estados del Sur debido a la promulgación de leyes federales
sobre extranjeros y sedición interna.

7.2. Thomas Jefferson y su período de gobierno (1801- 1809).

Era demócrata, enemigo del centralismo, pero un tanto pragmático. Rompió con la política
seguida por Washington y John Adams. Jefferson llegó al poder como opción reformadora opuesta
14 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

al centralismo, sin embargo, no alterará el sistema político heredado de Washington, a pesar de


criticarlo, ganándose los votos de los conservadores. Aunque en un principio intentó seguir una
política reformadora como prometió, a los cuatro años de gobierno dio un giro hacia la derecha
centralista, siguiendo una política moderada que favorecía la estabilidad de la nación. Esta posición
ambigua terminó generando una ausencia de oposición de partidos hasta 1854. Parece una ironía
que en uno de los países abanderados de la democracia no existiera oposición parlamentaria.

El Partido Republicano Democrático de Jefferson terminó llamándose sólo Demócrata.

Hacia 1816 puede decirse que EE.UU. tenía un gobierno estable. Un Estado independiente.
Aunque ya no gobernaba Jefferson, continuaba la misma tendencia.

A partir de 1812, EE.UU. comenzó a encargarse de los asuntos del propio continente dada la
imposibilidad de G. Bretaña de intervenir debido a su guerra con Napoleón. EE.UU. empezó a
ganarle terreno. En 1819 compraba la Florida a España.

Sin embargo, a pesar de la centralización y estabilidad del Estado estadounidense, seguía


careciendo de una buena organización, ya que ésta no había cambiado desde el proceso de
independencia. La unificación no se llevó a cabo con la suficiente claridad. Continuaban existiendo
demasiadas diferencias entre el Norte y el Sur, con diferencia de intereses.

Surgieron entonces las disputas. El Norte defendía los derechos humanos y la libertad,
mientras que el Sur sólo quería mantener la mano de obra esclava, de la que tanto se beneficiaba.
Estos problemas continuaron latentes por la ausencia de oposición en el Parlamento hasta 1860. Era
un tema "tabú" en el Congreso. Sin embargo nos encontramos con ciertos núcleos políticos en el
Norte relacionados con grupos religiosos y comerciantes que estaban interesados en que ciertos
productos del Sur no salieran al mercado puesto que abarataban demasiado la oferta. Los
especuladores también estaban interesados en esto mismo. Sin embargo, el argumento que se
esgrime para conseguir estos objetivos económicos era moral: la injusticia que suponía la
esclavitud. ¿Por qué este argumento?. Por la sencilla razón de que si se abolía la esclavitud los
grandes terrateniente sureños perderían dos cosas: poder económico y poder político (cinco esclavos
valían por tres votos, luego cuantos más esclavos se poseyese, más influencia política se tendría).
Jefferson, al pertenecer a la aristocracia sureña, no podía sacar a relucir este tema, quedando
soterrado. Sin embargo, el Norte, a partir de 1816, querría provocar una ruptura con los esclavistas
del Sur. Con este motivo se fundará Monrovia en la costa atlántica africana, lugar para devolver a
los esclavos negros liberados.

Hacia 1820 tiene lugar el "Compromiso de Missouri", donde se trata el tema de la expansión
hacia el Oeste. El problema era que el Sur se había dedicado a conquistar territorios del oeste,
ganando terreno al Norte, ya que necesitaba amplios terrenos para convertirlo en explotaciones
agrarias. Entonces, mediante este acuerdo, se trazó una línea fronteriza hacia el oeste (a la altura de
Virginia y Pensilvania), llamada de Maxon-Dixon, entre los territorios que podía conquistar el
Norte y los que competían al Sur. En realidad separaba los territorios esclavistas de los no
esclavistas.

Es extraño que nadie pusiera objeciones a este pacto, ni siquiera el Sur, que era el que salía
más perjudicado. Podremos entenderlo cuando años después EE.UU arrebate a México Texas, que
pasaría a poder del Sur.

Hasta 1833 G. Bretaña no se decidió a abolir la esclavitud. ¿Por qué en ese momento?. Por
varios factores: porque habían subido al poder elementos de las clases trabajadoras, más
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 15

identificados con los esclavos; y porque quizás fuera más interesante una máquina que un
esclavo, rendía más.

Lo cierto es que la economía surista era esclavista, sacando casi todos su beneficios de este
sistema. Mientras, en el Norte, se empezaron a alzar voces contra la esclavitud, siguiendo el
ejemplo británico, voces que el Congreso desoyó hasta que un historiador republicano, Abraham
Licoln, se hizo con la presidencia de los EE.UU. en 1861. Éste representaba a esos sectores del
Norte contrarios a la esclavitud (los ya citados anteriormente junto con los fabricantes de
maquinaria). La opinión pública lo respaldó. La guerra estaba ya servida. Lincoln, no obstante, no
decidió acabar con la esclavitud hasta 1863.

8. LA EXPANSIÓN HACIA EL OESTE Y LA DEMOCRACIA.

En 1819 EE.UU. hacía una importante adquisición, la compra de la Florida a España. Era un
punto estratégico excelente, puerta del Caribe.

En segundo lugar comenzó la expansión hacia el oeste, siguiendo el Mississippi hasta


asegurar los asentamientos de Ohio y Tennessee. Se formará el Estado de Missouri aunque quedará
patente el problema de si era un estado esclavista o no. Dicho asunto se solucionará mediante el
"Compromiso de Missouri" en 1820, como ya expliqué. Mediante este pacto Missouri quedaría
dividido en dos, una parte esclavista al sur de la línea Maxon-Dixon (paralelo 36º30'), y otra libre al
norte.

Durante la misma etapa aparecerán nueve Estados más en el Norte, mientras que el Sur sólo
podría crear Arkansas.

Se favorece la inmigración europea para la colonización de las zonas despobladas del Oeste
pertenecientes al Norte. La población de 1820 se ve triplicada en 1830 y cuadruplicada en 1840.
La política llevada a cabo por el Norte terminaría debilitando la capacidad demográfica del Sur,
luego su sistema agrario expansivo esclavista y su peso político. La expansión hacia el oeste tuvo
una clara connotación económica.

El Sur no contaba con una economía que sirviese para estimular un mercado americano, sino
internacional. Lo cierto es que al Sur le convenía más ese tipo de comercio enfocado a la
exportación hacia Europa, puesto que de él obtenía maquinaria inglesa a un precio menor a la
americana, a cambio de abastecer de algodón y demás productos exóticos a G. Bretaña a bajo
16 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

precio. En un principio, el Sur era proteccionista pero cuando vio sus posibilidades se pasaron al
librecambismo, lo que molestó enormemente al Norte.

Así que el Sur vio con recelo la propuesta de reforma arancelaria de la que eran partidaria
los elementos del Norte. Como los terratenientes sureños tenían una gran influencia en la política
del país consiguieron salirse con la suya, sin embargo, con la pérdida paulatina de ese control, la
tensión se fue agravando, llegando Carolina a estar a punto de ser invadida.

El Sur quería unirse con el Oeste, ya que sus demandas tampoco eran atendidas por
Washington. Mientras, el Norte se dedicaba a crear periódicos abolicionistas que trataban de
centralizar el Estado. A partir de 1830 el Sur se siente aislado por la opinión pública.

Un problema básico para la "conquista del Oeste" serán las comunicaciones. En el Sur nos
encontramos con el Mississippi, y en el Norte con la costa atlántica. El ferrocarril se extenderá con
rapidez, alterando las zonas de influencia. Enlazará puntos del Norte hacia el Oeste tales como
Boston, New York, Detroit, Philadelphia, Chicago, etc. Se construirán dos líneas: la Central
Pacific, y la Union Pacific. Ambas competirán.

La propaganda será excesiva, tanto abolicionista en el Norte, como antiabolicionista en el


Sur. El motivo es que había una serie de intereses ocultos. En el Parlamento irán ganando terreno
los abolicionistas.

Si no hubiera aparecido el maquinismo, el problema no habría tenido solución, pero como


las máquinas sustituían la mano de obra esclava, al final no se perdía tanto.

En 1840 un grupo de terratenientes que habían comprado terrenos en Texas (por entonces de
México) plantearon un referendum: ¿Quería Texas seguir perteneciendo a México o pasar a formar
parte de EE.UU.?. Lógicamente los tejanos prefirieron pertenecer a una nación que empezaba a
perfilarse con gran fuerza: EE.UU. Aún así México no se conformó y hubo un enfrentamiento.
EE.UU. tomó Río Grande, atacando por la retaguardia, anexionándose también Nuevo México y
California. El proceso acabó en 1848. Un año después se produciría la "fiebre del oro" en
California. Por este motivo fue el Norte el que transgredió las normas tomando bajo su influencia el
Estado de California, impidiendo al Sur la salida al Pacífico.

9. CONSECUENCIAS DE LA INDEPENDENCIA DE LOS EE.UU.

La Independencia fue llevar a la práctica el ideal republicano de un Estado independiente, no


colonial. ¿Era posible que un Estado no europeo se dotara de un sistema de gobierno que tuviera en
principio un representante de la nación sin dinastía vinculada a lo religioso?. Sí, lo que produjo
honda sensación en Europa y en Sudamérica, contagiando los deseos de independencia a las
colonias francesas y españolas.

Los representantes del gobierno jacobino francés llevaron un programa en el que se


planteaba una ruptura en el sistema político y económico. Tuvieron que decidirse por un sistema
estatal. Esto mismo afectó a las trece colonias de la costa este de Norteamérica, como en las islas y
demás territorios americanos.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 17

TEMA 2: LA REVOLUCIÓN FRANCESA.

1.- INTRODUCCIÓN.

La Revolución Francesa se enmarca dentro del ciclo de transformaciones políticas y


económicas, que marcaron el fin de la Edad Moderna y el comienzo de la Edad Contemporánea.

A partir de fines del siglo XVIII y hasta el siglo XIX el enfrentamiento entre el absolutismo
y los nuevos planteamientos políticos derivados de la ilustración, que proponían una nueva forma
de organización política, provocaron uno de los periodos más revolucionarios de la historia
occidental.

Los excesos de la revolución francesa, cuyo origen intelectual se remonta a las ideas de la
ilustración, generaron en un primer momento un fuerte rechazo por parte de las monarquías
europeas. Sin embargo, en pocas décadas, sus ideas penetraron políticamente e impulsaron fuertes
cambios en la organización de las naciones. Este proceso no estuvo exento de dificultades. En la
mayor parte de los países surgieron diferentes tipos de gobiernos que establecían la separación de
los poderes del estado, convirtiéndose de esta manera, el sistema republicano, en la forma política
adoptada por la mayoría de los países del mundo occidental.

2.- CAUSAS DE LA REVOLUCIÓN.

Estas se generan desde los principios del reinado de Luis XVI. La deuda pública acrecentada
por el conflicto con Gran Bretaña, apenas dejaba margen de maniobra a la monarquía francesa,
mientras tanto protestas por las dificultades económicas y sociales se extendían y cobraban
virulencia, además de la mala administración, las pérdidas que acarreó, la guerra (1775 - 1783)
entre Francia e India y también los prestamos y cooperaciones financieras que Francia había
gastado en ayuda de Norte América.

Todas las causas materiales tienen que ver con el hecho de que Francia- cuna de la
ilustración- no tuvo en el momento decisivo un ―rey ilustrado‖ y a fines del siglo XVIII todavía
mantenía una sociedad feudal, con tres clases sociales o estamentos: el clero, la nobleza y ―Tercer
Estado‖ o Estado Llano. La iglesia y los nobles poseían la tercera parte de las tierras, no pagaban
impuestos y ocupaban los más altos cargos públicos. Los burgueses debían pagar impuestos por sus
actividades económicas (pertenecían al Estado Llano). Los campesinos, artesanos, obreros y otros,
poseían el último tercio de las tierras pero debían pagar impuestos al estado, nobleza y el clero.

La crisis fue general, ideológica, política y económica. Con esto el Estado Real se debilitó.
Los audaces intentos del controlador general de finanzas Anne Robert Jacques Turgot (1774)
habían fracasado y agravando las dificultades financieras. Teniendo que renunciar por presiones de
los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero (apoyados por la reina María Antonieta de
Austria). Sus sucesores de Turgot tuvieron los mismos problemas, proponían reformas para evitar la
banca rota. Calonne que contaba con la posibilidad de recaudar impuestos entre las clases
privilegiadas del reino, Calonne sabía que los parlamentarios se opondrían a dichas propuestas por
lo cual quiso que estas propuestas fueran aprobadas por una asamblea escogida por el Rey, pero lo
rechazaron porque esto atentaba contra los privilegios de los parlamentarios.

El estado era incapaz de liquidar sus deudas e impotente ante sus problemas económicos (el
campo se empobreció y las industrias quebraron).Con esta situación Luis XVI se vio obligado a
convocar a los estados generales (estas eran asambleas formadas por representantes del clero,
nobleza y el tercer estado), cuando su última reunión se había formado en 1614.
18 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

En septiembre de 1788 fue aceptado que se convocaran los estados generales pero cada
una de las órdenes que constituían la nación francesa dispondrían del mismo número de
representantes: que el tercer estado (pueblo) fuera igual al primer estado (clero) y el segundo estado
(nobleza).

3.- DE LOS ESTADOS GENERALES A LA ASAMBLEA CONSTITUYENTE.

El 5 de mayo, se reunieron los estados generales de Versalles, las delegaciones que


representaban a los estamentos privilegiados se enfrentaron inmediatamente a la Cámara,
rechazando los nuevos métodos de votación. El objetivo de las propuestas era conseguir el voto por
individuo, no por estamento. El estado reclamaba el voto individual y al no conseguirlo se retira de
la Asamblea. Hasta que el 17 de junio declararon que al representar mínimo el 96% de la nación,
sólo constituían la asamblea nacional. A esta se le unieron el clero y la nobleza y así la asamblea se
declara el 20 de junio con el denominado ´´Juramento del Juego de la Pelota``, con el compromiso a
no disolverle hasta dar una nueva constitución a Francia. Así la nueva asamblea nacional fue un
desafío para el gobierno monárquico. Luis XVI al principio aceptó, pero luego trató de reprimirla.

4.- COMIENZO DE LA REVOLUCIÓN.

Entre mayo y octubre de 1789, los franceses asistieron al final e un mundo: el absolutismo
monárquico cedió el paso a la soberanía nacional.

Luis XVI bajo las presiones de la reina María Antonieta y del conde Artois, cedió y llamó a
los leales regimientos extranjeros que se concentrarían en París y Versalles, y el 11 de julio despidió
a Necker. Dos días antes, la asamblea se había proclamado ―Asamblea Nacional‖.

5.- LA TOMA DE LA BASTILLA.

El 14 de julio, teniendo el uso del ejército en su contra, el pueblo instaló barricadas en la


ciudad. Corrió el rumor de que Luis XVI quería dispararle al pueblo desde la Bastilla. Frente a esto,
una multitud se agolpó frente al viejo castillo, convertido en prisión estatal. Los intentos de
conciliación fracasaron y se empezó a disparar sobre la multitud. Finalmente la Bastilla fue tomada
gracias a la intervención de los guardias que se unieron a los manifestantes.

Este suceso fue llamado ―Toma de la Bastilla‖, que se transformó en el símbolo de la


revolución y hasta nuestros tiempos es considerado el día nacional de Francia.

El 15 de julio el rey anunció a la Asamblea, la retirada de las tropas de París y el 16 del


mismo mes Necker fue reincorporado. Muchos de los que a partir de entonces, los ―Aristócratas‖
emprendieron el camino del exilio obteniendo el nombre de ― Émigrés‖.

La noticia de la toma de la Bastilla provocó movimientos de entusiasmo popular en las


provincias. Siguiendo el ejemplo de París, en toda la ciudad los patriotas asumieron el control de
una revolución municipal que expulsó a los agentes del rey.

Con el regreso de Necker se legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la asamblea y
los diversos gobiernos provisionales de las provincias.

El estandarte de los borbones fue sustituido por el símbolo revolucionario, escarapela


tricolor (azul, blanca y roja) que pasó hacer la bandera nacional.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 19

6.- LA NUEVA CONSTITUCIÓN DE FRANCIA.

Alarmada por todos los disturbios y desordenes que se estaban produciendo en las
provincias la Asamblea Nacional Constituyente comenzó a actuar el 4 de agosto de 1789 aboliendo
todos los privilegios de la nobleza y del clero, por otra parte aprobó una legislación donde quedaba
abolido el Régimen Feudal y Señorial, también se suprimió el diezmo aunque habían
compensaciones el algunos casos. Así fue como el día 4 de agosto de 1789 se termina ―El Antiguo
Régimen‖.

Luego de abolir el Régimen Antiguo la Asamblea Nacional Constituyente comenzó la


redacción de una nueva Constitución en la llamada declaración de los derechos del hombre y de
ciudadanos inspirados en los ideales de esta Revolución los cuales eran Libertad, Igualdad y
Fraternidad.

Mientras la Asamblea deliberaba sobre la hambruna en París la población se encontraba


irritada por los rumores de conspiraciones reclamando alimentos y soluciones a sus problemas.

El día 5 y 6 de octubre la población parisina, en su mayoría mujeres, se dirigió a Versalles


sitiando el Palacio Real. Al presentarse esta situación el rey Luis XVI y su familia fueron rescatados
y escoltados hasta Paris por La Fayette debido a las peticiones del pueblo. Cuando se trasladó la
familia real a Paris algunos de los miembros conservadores de la Asamblea Constituyente
presentaron su renuncia. En Paris la presión que ejercía el pueblo tenía cada vez más influencia en
la Corte y en la Asamblea. El radicalismo se apoderó de la Cámara pero el objetivo inicial aún se
mantenía (el objetivo consistía en la implantación de la Monarquía Constitucional como régimen
político).

El 14 de Julio de 1790 un monarca francés aprobó el primer escrito de la Constitución en


donde estuvieron presentes varios delegados del país. Este documento anulaba la separación
provincial de Francia y generaba un sistema administrativo cuyas sedes eran los departamentos, los
cuales dispondrían de organismos locales elegibles. Se ilegitimizaron los títulos hereditarios, se
propuso un cambio imprescindible a la legislación francesa y se formaron los juicios con jurados en
las causas penales. De acuerdo a la institución que ponía requisitos de propiedad para llegar al voto,
la Constitución establecía que el electorado quedara delimitado a los estratos altos y medios. El
reciente estatuto entregaba el Poder Legislativo a la Asamblea Nacional, formada por 745
integrantes elegidos por un mecanismo de votación indirecta.

A pesar de que el Poder Ejecutivo todavía estaba dirigido por el rey, se implantaron firmes
limitaciones. Su poder de desaprobación tenía una fisonomía netamente suspensiva, y era la
Asamblea quien poseía el dominio efectivo del manejo de la política del exterior. Se implantaron
transcendentales cambios que delimitaban el poder de la Iglesia Católica a través de un numero de
artículos llamados ―Constitución Civil del Clero‖, siendo el más destacables la confiscación de los
bienes de la Iglesia. Con el fin de amortiguar la crisis financiera se dejó a cargo del Estado entregar
un nuevo tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas.

Por lo mismo, la Constitución convenía que los obispos y sacerdotes fueran nombrados por
los votantes y obtuvieran un pago del Estado, también prestaron un juramento de lealtad al Estado y
las órdenes monásticas fueron diluidas.

En el transcurso de 15 meses que pasaron entre la aceptación del Primer Borrador


Constitucional por parte de Luis XVI y la dictación del documento final, los lazos entre las fuerzas
de Francia revolucionaria experimentaron grandes cambios.
20 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Estos fueron impulsados, primeramente, por el resentimiento y por una mala aceptación del
grupo de ciudadanos que se encontraban exentos del electorado.

Las clases sociales que no poseían de propiedades buscaban entrar al voto y desligarse de la
miseria económica y social, que apresuraron en tomar posiciones radicales.

Este desarrollo se expandió apresuradamente por toda Francia a través de los clubes de los
jacobinos y de los codeliers, obtuvo gran empuje cuando supo que María Antonieta entablaba
conversación con su hermano Leopoldo II (emperador del Sacro Imperio Romano Germánico).
Como la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo refugió a un significativo número de
emigres, sin esconde3r su oposición a los hechos revolucionarios producidos en Francia. La duda
popular de acuerdo a las tareas de la Reina y los lazos que tenía Luis XVI quedó confirmada cuando
la familia Real al intentar huir de Francia en un carruaje hacia Varennes fue detenida, suceso
ocurrido el 21 de Junio.

7.- RADICALIZACIÓN DEL GOBIERNO.

Gracias a los miembros de una tendencia revolucionaria radical aumentaron las diferencias
del sector burgués y el republicano de la población; ya que los miembros de esta revolución querían
la proclamación de la Republica por la que hubo enfrentamientos con la Guardia Nacional.

A raíz de esto la Asamblea Constituyente tuvo que suspender por un tiempo las funciones del
rey, ya que este había sido detenido. Pero más adelante con el fin de detener el radicalismo y de que
no hubiera una intervención extranjera el poder fue devuelto al rey.

Después del suceso en que el 14 de septiembre de 1791 la Constitución fue modificada y el rey
juró respetarla, se reemplazó la Asamblea Constituyente por la Asamblea Legislativa, la cual se
caracterizaba por estar dividida en:

 FEUILLANTS: (parte moderada) estos fueron partidarios de una Monarquía Constitucional,


referida en 1791
 LLANO: (parte central) ellos carecían de opinión política definida pero se oponían al sector
radical.
 GIRONDINOS: (a la izquierda) estos defendían la transformación de la Monarquía
Constitucional a una Republica Federal.
 MONTAGNARDS: (a la izquierda) ellos estaban formados por los jacobinos y los
cordeliers. Estaban a favor de una Republica centralizada.

Mientras en la Asamblea Legislativa tenían el poder los girondinos (presididos por Roland),
Leopoldo II y Federico Guillermo II (reyes de Austria y de Prusia, respectivamente) amenazan a
Francia con una intervención armada con el fin de defender el absolutismo monárquico. Los
girondinos, al ser partidarios de una República Federal, declararon la guerra a Austria y Prusia (20
de Abril de 1792).

8.- REFORMAS HACIA LA LIBERTAD.

El gabinete dirigido por Roland cayó el 13 de Junio de 1792 provocando por esta causa la
intranquilidad que llevó al pueblo, a realizar un asalto a las Tullerías (residencia de la familia Real).
La desconforme ciudadanía, a raíz de la mala gestión del gabinete girondino y más importante aún,
por el testimonio del aliado William de Ferdinad cuya declaración consistía en destruir la capital si
la familia real era maltratada, creó una sublevación en Paría el 10 de agosto, la cual estaba dirigida
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 21

por radicales y grupos de voluntarios (integrados por personas de todo el país, con la finalidad de
conformar una fuerza resistente hacia Cerdeña y Prusia).

Luis XVI se oculta con su familia en una cámara próxima a la Asamblea Legislativa, en la
cual, en esta última detiene sus funciones de monarca, seguido con su arresto.

Los montagnards, quienes fueron liberados por Danton, controlaron el nuevo gobierno
parisino y tomaron el poder de la Asamblea Legislativa. Esta última aprobó la elección por sufragio
universal de una nueva Asamblea llamada Convención Nacional, reemplazando de esta manera la
Asamblea Legislativa, creando así una naciente forma de gobierno que sería la República.

La Convención Nacional se juntó en París, un día después de la victoria en Valmy.


Oficialmente la primera decisión fue la anulación de la monarquía y la proclamación de la primera
República Francesa. Los montagnards pidieron a la Convención que se juzgara al Rey por el motivo
de traición.

La mayoría aprobó su propuesta y el monarca fue declarado culpable y condenado a muerte,


de este modo Luis XVI el 21 de enero de 1793 fue muerto en la guillotina. La ejecución de Luis
XVI dio a conocer la formación de un convenio entre las monarquías de Europa en contra de
Francia. A su vez sectores clericales monárquicos que formaban la posición a la República,
motivaron a los campesinos de la Vendée una sublevación, mientras estos estaban en contra de estas
medidas.

Se provocó en la convención una crisis entre los girondinos y los montagnards, por las
amenazas que venían del exterior y el interior. Los montagnards se toman el poder y crean un
gobierno conocido como el Reinado del Terror.

9.- EL TERROR.

La Convención, el 6 de Abril de 1773, formó el Comité de Salvación Pública, la cual


llevaría a cargo el poder ejecutivo de la Republica y la reestructuración del Comité de Seguridad
General y el Tribunal Revolucionario. La rebelión parisina conducida por el periodista radical
Jacques René Hébert, obligó a la Convención ordenar la detención de 29 delegados girondinos junto
con los ministros que los conformaban, como, Pierre Henri Hélène Marie Lebrun-Tondu y Étienne
Clavière ( 2 de Junio ). En ese momento, la parte jacobina radical que controlaba el gobierno
cumplió un papel decisivo en el posterior desarrollo de la Revolución. El 10 de Julio, los jacobinos
fueron transferidos a la presidencia del Comité de Salvación Pública, en donde reorganizaron las
funciones de éste organismo. Tres días más tarde, el político radical Jean-Paul Marat, líder de los
jacobinos, fue asesinado por un simpatizante de los girondinos llamado Charlotte de Corday. El
suceso de este acontecimiento provocó gran indignación y molestia pública que hizo que aumentara
destacablemente la influencia de los jacobinos dentro de todo el país. Por consiguiente Maximilien
de Robespierre (dirigente jacobino) fue miembro del Comité de Salvación Pública (27 de Julio),
convirtiéndose en un personaje destacable. Robespierre, apoyado por Louis Saint-Just, Lazare
Carnot, Georges Couthon y otros jacobinos, logró implantar medidas policiales para que actuaran
en contra cualquier tipo de acción que fuera en contra la revolución. Los poderes del Comité
mensualmente fueron renovados por la Convención Nacional desde abril de 1793 hasta julio de
1794, a este periodo se denomina Reinado del Terror.

La situación Republicana, militarmente era extremadamente peligrosa. Las potencias


enemigas habían reanudado la ofensiva en todos los frentes. Prusianos habían recuperado
Maguncia, Condé-Sur-L'Escaut y Valenciennes, mientras los británicos mantenían sitiado Tolón.
Los insurgentes monárquicos y católicos controlaban gran parte de La Vendée y Bretaña. Caen,
22 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban bajo el poder de los
girondinos. Se crea el 23 de Agosto un nuevo decreto de reclutamiento para todos los franceses
masculinos con buen estado de salud. En poco tiempo se crearon catorce nuevos ejércitos —cerca
de 750.000 hombres—, equipados y enviados al frente rápidamente. A parte de estas medidas, el
Comité reprimió violentamente la oposición interna.

El 16 de Octubre la reina de Francia (María Antonieta) fue ejecutada y el 31 del mismo mes,
murieron guillotinados 21 destacados girondinos. Tras estas represalias iniciales fueron declarados
culpables y condenados a morir en la guillotina por los tribunales revolucionarios a miles de
monárquicos, sacerdotes y girondinos por realizar actividades contra revolucionarias o de
simpatizar por esta causa. La cantidad de personas condenadas a muerte en París se elevó a 2.639.
Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más severas en muchos
departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la insurrección monárquica.
Dentro de un periodo de tres meses se ejecutaron más de 8.000 personas por el tribunal de Nantes,
presidido por Jean-Baptiste Carrier, caracterizándose como el más severo con los cómplices de los
rebeldes de La Vendée. También resultaron responsables ante una ejecución, los tribunales y los
comités revolucionarios, en la cual murieron casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El total de
víctimas durante el Reinado del Terror alcanzó el número de 40.000. Entre los condenados por los
tribunales revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el
14% pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el
reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos.

El Comité de Salvación Pública, presidido por Robespierre, intentó reformar Francia


basándose de forma fanática en sus propios conceptos de patriotismo, humanitarismo e idealismo
social. El Comité, motivado por el deseo de establecer una República de la Virtud, apoyó la
dedicación por la república y la victoria y adoptó reglas contra el acaparamiento y la corrupción.
Asimismo, la Comuna de París ordenó el 23 de noviembre de 1793, clausurar todas las iglesias de
París, decisión que fue adoptada mas adelante por las autoridades locales de Francia y comenzando
a promover el Culto a la Razón, conocida como la religión revolucionaria. Esta postura, que
auspiciaba el jacobino Pierre Gaspard Chaumette y sus seguidores extremistas (Hébert), destacó las
desigualdades entre los jacobinos centristas, liderados por Robespierre, y los seguidores de Hébert,
una fuerza poderosa en la Convención y en la Comuna de París. Durante este periodo, la guerra se
convirtió favorable para Francia. El general Jean Baptiste Jourdan acabó a los austriacos (16 de
octubre de 1793), generando una serie de victorias para Francia. Al termino de ese año, se inició la
ofensiva contra las fuerzas de invasión del Este en el Rin, y Tolón había sido liberado. También fue
de gran importancia el que el Comité de Salvación Pública hubiera reprimido la gran parte de las
insurrecciones de los monárquicos y girondinos.

10.- LA BATALLA POR EL PODER.

La competencia entre el Comité de Salvación Pública y el grupo extremista liderado por


Hébert, terminó con la ejecución de éste y sus principales seguidores (24 de marzo de 1794). Dos
semanas más tarde, Robespierre formó acciones contra los seguidores de Danton, que habían
comenzado a solicitar el fin del reinado del Terror y por consiguiente la paz. Fueron decapitados el
6 de abril, Georges-Jacques Danton y sus principales correligionarios. Robespierre perdió gran parte
del apoyo de importantes jacobinos —principalmente por aquellos que temían por sus propias
vidas— a causa de represalias generalizadas contra los partidarios de diferentes lados. Los triunfos
de los ejércitos de Francia, entre los que destacan el combate de Fleurus del 26 de junio en Bélgica,
que ayudó en la reconquista de los Países Bajos austriacos, aumentaron la confiabilidad del pueblo
en la victoria final. Por esta causa, empezó a expandirse el repudio a las normas de seguridad
impuestas por Robespierre. El descontento general con el líder del Comité de Salvación Pública no
demoró en convertirse en una auténtica conspiración. El 27 de julio de 1794 (el 9 de termidor del
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 23

año III según el calendario republicano) Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores
fueron apresados, y decapitados al día siguiente. Se toma en cuenta que el 9 de termidor fue el día
en que se puso término a la República de la Virtud.

La Convención Nacional fue controlada hasta el término del año 1794 por el grupo
―termidoriano‖ que sacó o derrocó a Robespierre y puso término al Reinado del Terror. Se cerraron
los clubes jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados
varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y
precios de los productos. Luego a que la Convención volviera a estar regida por los girondinos, el
conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento reaccionario. Durante 1795,
se crearon en París varios tumultos, en los que el pueblo exigía alimentos, y manifestaciones de
protesta que se expandieron a otros sectores de Francia. Estas rebeliones fueron diluidas y se
tomaron severas represalias contra los jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.

Permaneció inalterable la moral de los ejércitos de Francia frente a los sucesos ocurridos en
el interior. Durante 1794-1795, las fuerzas francesas organizadas por el general Charles Pichegru
penetraron en los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas instituyendo la República
Bátava y ganaron a las tropas aliadas del Rin. Este asenso de derrotas generó el rompimiento de la
coalición antifrancesa. El 5 de abril de 1795, Prusia y varios estados alemanes firmaron la paz con
el gobierno francés en el Tratado de Basilea. El 22 de julio España también se retiró de la guerra,
quedando sólo Gran Bretaña, Cerdeña y Austria en la lucha con Francia. Sin embargo, no hubo
cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con
las Guerras Napoleónicas.
24 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Se propició la paz en las fronteras, y la invasión de un ejército formado por émigrés fue
acabada en Gran Bretaña en julio. La Convención Nacional terminó la creación de una nueva
Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación daba el
poder ejecutivo a un Directorio, compuesto por cinco integrantes nombrados directores. El poder
legislativo se ejercería por una asamblea bicameral, constituida por el Consejo de Ancianos (250
miembros) y el Consejo de los Quinientos. El periodo de un director y de un tercio de la asamblea
se renovaría cada un año a partir de mayo de 1797, y el derecho de sufragio quedaba limitado a los
contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su distrito electoral. Esta
Constitución introducía otras disposiciones que mostraban el alejamiento de la democracia
defendida por los jacobinos. Este régimen no pudo establecer un medio para impedir que el
ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que generó frecuentes disputas por
el poder entre los integrantes del gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la
inoperancia en la dirección de los asuntos del país. Pese a esto, la Convención Nacional, que seguía
siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó cautela para
evitar la restauración de la monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los
primeros directores y dos tercios del cuerpo legislativo tenían que ser elegidos entre los integrantes
de la Convención. El 5 de octubre de 1795, los monárquicos parisinos reaccionaron violentamente
contra este decreto y organizaron un levantamiento. Esta sublevación fue reprimida con rapidez por
las tropas dirigidas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos revolucionarios
de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con el nombre de Napoleón I
Bonaparte. El 26 de octubre, el régimen de la Convención concluyó, y el 2 de noviembre el nuevo
gobierno creado de acuerdo con la Constitución entró en funcionamiento.

A partir de los primeros tiempos el Directorio tuvo algunas dificultades, a pesar de la gran
labor que realizaron unos políticos, tales como Charles Maurice de Tallevrand-Périgord y Joseph
Fouché. Los problemas que surgieron fueron provocados por los defectos estructurales
característicos al aparato de gobierno y otros problemas fueron causados por la confusión
económica y política la cual se generó por el triunfo del conservadurismo. Además el Directorio
heredó una grave crisis financiera que se agudizó por la depreciación que sufrieron los asignados
(esta depreciación fue de casi un 99% de su valor). A despecho de que los líderes jacobinos (por lo
menos la mayoría) habían fallecido su espíritu se encontraba en el extranjero u ocultos, pero aun
pervivía en las clases más bajas y los miembros de las clases altas hacían una campaña abiertamente
pidiendo la restauración de la monarquía. Las agrupaciones políticas burguesas, decididas a
mantener su predominio en Francia, no tardaron en darse cuenta las ventajas que significaba
reconducir toda la energía que tenía la población durante la Revolución hacia fines militares. Había
aun asuntos por solucionar con el Sacro Imperio Romano. Por otra parte el absolutismo, que era una
amenaza para la Revolución, seguía dominando la mayor parte de Europa.

11.- CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN.

Una consecuencia directa de la Revolución fue la abolición de la monarquía absoluta en


Francia y al mismo tiempo, este proceso puso fin a los privilegios de la aristocracia y el clero. La
servidumbre, los derechos feudales y los diezmos fueron eliminados; las propiedades se separaron y
se introdujo el principio de distribución equitativa en el pago de impuestos. Gracias a la
redistribución de la riqueza y de la propiedad de la tierra, Francia pasó a ser el país europeo con
mayor proporción de pequeños propietarios independientes. Otras de las consecuencias sociales y
económicas iniciadas durante este periodo fueron la anulación de la pena de prisión por deudas, la
introducción del sistema métrico y la abolición del carácter sobresaliente de la primogenitura en la
herencia de la propiedad territorial.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 25

La Revolución también sirvió para la religión. Los principios de la libertad de culto y la


libertad de expresión tal y como fueron enunciados en la Declaración de Derechos del hombre y del
ciudadano, pese a no aplicarse en todo momento en el periodo revolucionario, condujeron a la
concesión de la libertad de conciencia y de derechos civiles para los protestantes y los judíos. La
Revolución inició el camino hacia la separación de la Iglesia y el Estado.

Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la base de las reformas liberales de Francia y
Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones latinoamericanas
independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la democracia.

12.- CONCLUSIÓN.

Concluimos que la revolución francesa fue un proceso social y político que llego en
respuesta a una gran inestabilidad y pésima organización económica.

En el año 1789, tras la junta de los tres estados generales se formó una nueva constitución
para Francia, los derechos del hombre y ciudadanos, los cuales se sintetizaron en tres principios:
libertad, igualdad y fraternidad, los cuales pasaron a ser los ideales de la revolución.

El pueblo que no estaba de acuerdo con algunos puntos de la constitución, presionó a la


Asamblea Constitucional la cual al ceder levemente a las demandas comenzó a mostrar rasgos
radicalistas. A fin de que estos rasgos siguieran ascendiendo el rey se vio forzado a jurar lealtad
hacia la constitución.

Tras varios cambios de asamblea se logro constituir la Convención Nacional, en la cual se


toma como primera decisión la abolición de la monarquía y se da inicio a la primera república
francesa. Tras esto Luis XVI fue declarado culpable de traición y ejecutado en la guillotina debido a
las amenazas externas e internas los montagnards impusieron un gobierno de tal dureza que fue
conocido como la Reinado del terror.

La revolución llego en este periodo a su máximo radicalismo con la formación del tribunal
revolucionario y un comité de salud pública.

La convención temerosa por los excesos dictatoriales de Robespierre (líder jacobino),


ordeno su arresto y ejecución. Tras esto se creó una nueva constitución que le otorgo el poder a un
directorio.

Tras diversos golpes de estado se derriba el directorio y se forma el consulado, en donde fue
nombrado como primer cónsul Napoleón, comenzando así una nueva época de en la historia
francesa.
26 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 27

TEMA 3. LA EUROPA NAPOLEÓNICA.

1. LAS CONSECUENCIAS DE LA REVOLUCIÓN FRANCESA.

Tras una década, la Revolución Francesa había trastornado Europa. Había dividido el
continente entre partidarios (patriotas, jacobinos, radicales) y enemigos (contrarrevolucionarios).
Una división que se acompañaba de enfrentamientos, en el terreno ideológico y en el terreno
militar, entre Francia y casi todos los demás estados, pero también de enfrentamientos dentro de
cada estado, Francia incluida, entre defensores y adversarios. En último término, los primeros sólo
se impondrían allá donde contaban con el apoyo de las bayonetas francesas, lo cual sería al mismo
tiempo señal de su debilidad y germen de una mayor oposición.

En principio, los sucesos de Francia (1789-91), no suscitaron reacción contraria de las


potencias europeas. Al margen de algún inconveniente, como los efectos negativos que la abolición
de los derechos feudales tuvo sobre los príncipes alemanes con posesiones en territorio francés, la
revolución era vista como factor de debilitamiento del estado galo y, por tanto, bien recibida por
Austria, Prusia y Gran Bretaña; además, Francia era el estado absolutista por excelencia, factor que
propiciaba la simpatía o condescendencia hacia la revolución por parte de las monarquías
reformistas --Austria-- o parlamentarias --Gran Bretaña--. Pero cuando los acontecimientos
mostraron la profundidad de una revolución que ponía en peligro la persona de los mismos
monarcas franceses, emparentados --María Antonieta era la tía de Francisco II-- con los austríacos,
subvertía las bases del Antiguo Régimen y amenazaba con exportar esta subversión, debido a la
universalidad del mensaje revolucionario, el enfrentamiento resultó inevitable.

Desde 1792-93 los estados europeos lucharon contra la revolución desde diversos frentes. Desde
el punto de vista de las ideas destacan:

 Contrapropaganda: Los fundamentos ideológicos del rechazo de la revolución fueron


establecidos por los intelectuales que se oponían a ella. El pionero, y más influyente, fue
Burke, que en sus Reflexiones sobre la Revolución en Francia (1790) contrapuso el
gradualismo del proceso inglés con el rupturismo francés; mientras que la sociedad inglesa
había ido evolucionando sin romper con su pasado, en armonía con las leyes naturales, los
revolucionarios franceses habían desgarrado el tejido social, sustituyendo la sabia gestión
del progreso natural por la dictadura de los principios abstractos, basados en la razón, que
amenazaban con la destrucción de la propiedad, en nombre de la igualdad, y con la
implantación de la tiranía, en nombre de los derechos de un individuo aislado frente al
estado en una sociedad desprovista de cuerpos sociales jerarquizados. Otra obra importante
fue la del abate Barruel, Memorias al servicio de la historia del jacobinismo (1797-98),
alegato contra partidarios de la Ilustración, filósofos y masones, todos ellos responsables del
complot urdido para traer la Revolución; las ideas de Barruel habrían de influir
especialmente en el pensamiento ultraconservador español durante la monarquía de
Fernando VII. Pero la difusión de estas obras se encontraba limitada por el restringido
círculo del público, eminentemente culto, que podía acceder a ellas. Por ello resultó más
efectiva, desde el punto de vista de la formación de una opinión pública hostil a la
revolución, la difusión de una literatura popular de contenido contrarrevolucionario
(folletos, caricaturas, poemas). Fue en Gran Bretaña donde esta propaganda, apoyada,
inspirada o dirigida por el gobierno y destinada al consumo interno, alcanzó mayor
resonancia, porque era allí donde existía una mayor libertad de prensa que había permitido,
en un primer momento, la difusión de literatura prorrevolucionaria que ahora había que
contrarrestar: entre noviembre de 1792 y enero de 1793 (cuando se produjo el juicio y
ejecución de Luis XVI e inquietaba la amplia difusión de la obra de Paine, Derechos del
28 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

hombre) aparecieron numerosas publicaciones antirrevolucionarias que se hacían eco de la


argumentación de Burke, simplificando sus ideas, y presentaban de forma caricaturizada las
de sus adversarios, al tiempo que apelaban al miedo y al patriotismo de sus compatriotas
como resortes en la lucha contra la revolución.

 Censura: Fue la política seguida por la monarquía española, interesada en impedir que sus
súbditos conociesen los cambios que se producían en Francia, por temor a sus efectos
contagiosos, aunque no se adoptaron medidas sistemáticas de control y represión hasta 1792,
cuando se asoció la Inquisición al control de las entradas de libros; un año más tarde se
prohibía la publicación en el país de todo tipo de noticias, favorables o no, sobre la
revolución en el país vecino. Pero España no era una excepción. En la misma Gran Bretaña
también se adoptaron medidas de censura a través de sucesivas disposiciones que
prohibieron la publicación y circulación de escritos sediciosos (1792), cualquier tipo de
relación con Francia sin el consentimiento previo del gobierno (1793), cualquier ofensa oral
o escrita contra el monarca y su gobierno (1795) y, de forma más sutil, aumentando los
impuestos sobre la prensa, con la finalidad de encarecerla y dificultar así la circulación de
los periódicos populares (1796).

Por otro lado dando marcha atrás en el terreno de las reformas, que eran vistas como el camino
que conducía a la revolución. Es lo que ocurrió en España, desde los últimos años del ministerio de
Floridablanca y durante el valimiento de Godoy. Esta trayectoria, que sin embargo no era rectilínea,
sino que estaba sujeta a los vaivenes derivados del estado de las relaciones con Francia, tuvo como
hitos destacados la supresión de las cátedras de derecho público y de derecho natural y de gentes, el
retorno de los jesuitas exiliados en Roma (1797) y, sobre todo, la caída en desgracia de Jovellanos
(1798). Pero no solamente en España: otras monarquías también se volvieron atrás en el camino de
las reformas. En Austria, la reforma agraria de José II fue suspendida por Leopoldo II. En Gran
Bretaña, el temor a la revolución condujo al gobierno de Pitt a la suspensión del Habeas Corpus en
1794 (medida que estuvo vigente entre 1794 y 1795 y de nuevo entre 1798 y 1801, y que
significaba la posibilidad de encarcelamiento sin juicio), la prohibición de mítines (1795) y al
fortalecimiento de las disposiciones legales contra los sindicatos (1799 y 1800).

Por último, enfrentándose en el terreno militar con el estado revolucionario. Este enfrentamiento
opuso a Francia con Prusia y Austria desde 1792 y, desde 1793, con una Primera Coalición en la
que figuraron todos los países europeos, con excepciones menores (Dinamarca, Turquía, algunos
principados alemanes). Los triunfos franceses propiciaron la expansión de la nación revolucionaria
hasta alcanzar las fronteras naturales (Pirineos, Alpes y Rin) y la retirada de la mayoría de sus
contrincantes: al finalizar 1795 sólo se mantenían en la lucha Gran Bretaña y Austria. No conviene
exagerar las motivaciones ideológicas en una lucha en la que también tuvieron su parte factores más
convencionales: expansionismo francés, al margen de la voluntad de los pueblos; apetencias
territoriales o económicas de las potencias enfrentadas a Francia. Este último elemento explica, por
ejemplo, los recelos existentes entre austríacos, prusianos y rusos, enfrascados en hacerse con los
despojos de Polonia (repartos de 1793 y 1795), en perjuicio de las operaciones contra Francia y el
cambio de campo de España, que en virtud del tratado de San Ildefonso (1796) reanudó la
tradicional política de alianza con Francia y rivalidad con Gran Bretaña, el enemigo que
obstaculizaba las relaciones con las colonias de América.

Los principios revolucionarios tuvieron una mayor o menor acogida en cada territorio en
función de las circunstancias económicas, sociales y políticas del área en cuestión, y también en
función de la capacidad de intervención francesa. En última instancia, el triunfo de la revolución,
cuando estalló fuera de Francia, se hizo posible gracias al apoyo decisivo de las bayonetas
francesas, necesarias para su mantenimiento. Tal situación crearía tensiones que iban a obstaculizar
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 29

el arraigo de la revolución y a dar fuerza a los movimientos de oposición, algo que puede
entenderse si se tiene en cuenta que la presencia francesa significaba:

2. FRANCIA DURANTE EL CONSULADO Y EL IMPERIO.

El período que nos ocupa no estuvo solamente marcado por las guerras. Junto a las
alteraciones de las fronteras europeas como producto de los conflictos armados y de los acuerdos
diplomáticos que les siguieron, se produjeron cambios profundos en el ordenamiento político y
social de la misma Francia y de los pueblos que sufrieron el impacto de la expansión francesa, de
forma directa, al quedar incluidos en los límites del Imperio, o indirecta, sujetos a su influencia o,
incluso, obligados a reformarse para resistirla. Vamos a considerar, en primer lugar, lo ocurrido en
el corazón del Imperio, Francia, para, en el siguiente capítulo, hacer lo propio con los restantes
territorios del Imperio y de las áreas adyacentes.

2.1. Orígenes y asentamiento del régimen napoleónico.

El 9 de noviembre de 1799 (el 18 de Brumario, de acuerdo con el antiguo calendario


revolucionario) un golpe de estado, planeado por elementos civiles que tuvieron en el joven general
Napoleón Bonaparte la espada necesaria para imponer una solución de fuerza, acabó con el
Directorio, el régimen que se había instalado sobre las cenizas de la dictadura revolucionaria
simbolizada por Robespierre. En un contexto fluido en el que, tras el viraje conservador de
Termidor (julio de 1794), realistas y jacobinos pugnaban por hacerse con el control del estado, la
inestabilidad política que venía caracterizando al Directorio, falto de mecanismos de arbitraje entre
un ejecutivo y un legislativo sujetos a renovación parcial cada año, facilitó que desde el mismo
régimen hombres como Sieyès (miembro del Directorio y reputado autor, en 1789, del folleto ¿Qué
es el tercer estado?), se decantasen por la implantación de un poder ejecutivo fuerte. La marcha de
la guerra contra la Segunda Coalición, desfavorable a Francia por entonces (1799), y sobre todo los
continuos bandazos del régimen, amenazado a derecha e izquierda, y la inseguridad interior
(aumento del bandolerismo, agitación realista en Burdeos, Toulouse y oeste de Francia) atrajeron a
esta idea a sectores de la burguesía financiera y de negocios, que, como compradores de bienes
nacionales, se sentían en peligro tanto por los "anarquistas" como por el retorno de los emigrados.
Faltaba disponer de apoyo militar, en forma de un general de prestigio: tras la muerte de Joubert y
la renuncia de Moreau, Bonaparte, recién llegado de Egipto, fue el indicado. La solución de fuerza
se procuró mantener, al menos formalmente, dentro de los márgenes de la legalidad: se trataba de
imponer la dimisión de los Directores no conformes con el plan (2 sobre 5), convencer a los cuerpos
legislativos de la necesidad de reunirse fuera de París debido a un supuesto complot jacobino y, una
vez allí, mediante el soborno y la presión, conseguir que diesen su aprobación a los cambios
institucionales que sancionasen la nueva situación. Aunque la ejecución del plan no se pudo hacer
con la limpieza prevista, pues hubo que recurrir a la tropa para vencer la resistencia de los
diputados, a la postre se lograron los objetivos: Sieyès y Ducos (ambos antiguos Directores) y
Bonaparte, el nuevo hombre fuerte, recibieron plenos poderes como "cónsules de la República
francesa" y se puso en marcha la redacción de una nueva constitución que había de regularizar la
situación surgida tras Brumario.

La Constitución del año VIII (diciembre de 1799), aunque difería de las tres constituciones
existentes desde el triunfo de la revolución, tanto por la forma de su elaboración (no fue discutida
por una asamblea elegida a tal efecto, sino redactada por los beneficiarios de la nueva situación)
como por su contenido (deliberadamente "breve y oscura", concedía amplios poderes a la cabeza
del ejecutivo), no rompía por completo con los textos anteriores, ya que admitía, siquiera fuese
nominalmente, la división de poderes y la soberanía nacional. De hecho, la Constitución filtró el
ejercicio del voto mediante un mecanismo electoral indirecto, en tres grados (distrito municipal,
ayuntamiento y departamento), perfeccionado en 1802 con la introducción de la riqueza como
30 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

criterio: el último escalón del proceso estaría reservado a los 600 mayores contribuyentes de cada
departamento. La apariencia participativa se completaba con el plebiscito, oportunamente invocado,
y amañado, para sancionar el mismo texto constitucional.

La Constitución estableció al frente del gobierno un primer cónsul (Bonaparte), por un


período de 10 años, renovable, con amplios poderes que desbordaban la esfera ejecutiva (iniciativa
en la proposición de leyes, nombramiento de los ministros y de los miembros del Consejo de Estado
--con funciones asesoras del primer cónsul-- así como de los jueces y otros altos funcionarios;
dirección de la política exterior), acompañado de otros dos cónsules que sólo tenían voz consultiva.
Frente a esta concentración de poder en la persona del primer cónsul, el legislativo disponía de
atribuciones incompletas y se hallaba, además, fragmentado en varias cámaras: Senado, compuesto
por miembros vitalicios, en parte elegidos por los propios cónsules, que debía velar sobre la
constitucionalidad de las leyes y estaba encargado del nombramiento de tribunos y miembros del
cuerpo legislativo. Tribunado, renovable por quintas partes cada año, que debía discutir los
proyectos de ley presentados por el gobierno y exponer su opinión ante el cuerpo legislativo, pero
no tenía derecho a voto. Y Cuerpo legislativo, igualmente renovable en 1/5 cada año, que oía la
opinión de los tribunos y, sin capacidad de debatirla, debía aprobar o rechazar el proyecto de ley en
voto secreto.

Al tiempo que se establecían las bases institucionales del régimen consular, éste procuró
afianzarse neutralizando a aquellos sectores que, a derecha o a izquierda, disentían del él: a los
realistas se les ofreció la oportunidad de integración, que muchos emigrados aprovecharon, pero se
reprimió la revuelta realista en el oeste de Francia ("chouannerie") y se utilizó un complot contra la
vida del primer cónsul (diciembre de 1800) para extender la represión a los jacobinos, cuyos
principales líderes fueron deportados, pese a probarse con posterioridad la paternidad realista del
atentado. Por otro lado, los triunfos militares sobre la Segunda Coalición también contribuyeron al
asentamiento del régimen, que pudo abordar desde una posición favorable la negociación con la
iglesia católica, enfrentada durante más de una década con la revolución y cuyo concurso era
necesario para asegurar la pacificación, como muy bien comprendió Bonaparte ("no veo en la
religión el misterio de la encarnación, sino el misterio del orden social"). La ascensión al solio de
Pío VII (1800), menos beligerante que su antecesor, facilitó el acuerdo entre la Iglesia y el Estado.

El Concordato (1801) suponía una serie de concesiones y reconocimientos mutuos, de los


que ambas partes se beneficiaron. La Iglesia asumió la irreversibilidad de las pérdidas sufridas
durante la revolución (los territorios papales --legaciones-- incorporados al estado francés y las
propiedades del clero convertidas en bienes nacionales) y renunció al carácter de religión oficial del
estado que el catolicismo había tenido antes de la revolución. A cambio, obtuvo del Consulado el
abandono de la Constitución civil del clero (que, desde su implantación en 1790, había enfrentado a
la Iglesia y al estado revolucionario) y el derecho de investidura canónica sobre los obispos
nombrados por el Estado, lo que, unido a la simultánea renuncia de todos los obispos,
constitucionales o refractarios, y a la autoridad que el Concordato concedía a los obispos sobre el
clero, aseguraba al Papado el control de la iglesia católica en Francia. En este nuevo contexto de
reconocimiento mutuo, la Iglesia pasaba a ser sufragada por el Estado y era objeto de un tratamiento
privilegiado: exención del servicio militar a los seminaristas; autorización de las procesiones;
subvención a las misiones apostólicas en territorio francés; control episcopal de la enseñanza
religiosa en las escuelas (1807) y permiso de restablecimiento de las congregaciones religiosas
femeninas. Tratamiento que la iglesia recompensó haciéndose portavoz y difusor de las glorias
imperiales (los curas leían en el púlpito los boletines de la Grande Armée), colaborando con las
autoridades administrativas y aceptando el Catecismo imperial (1806), que precisaba los deberes de
los cristianos para con su emperador: "amor, respeto, obediencia, fidelidad, servicio militar, los
tributos ordenados para la conservación y la defensa del imperio y de su trono".
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 31

El afianzamiento del régimen corrió paralelo al fortalecimiento del poder de Bonaparte,


quien, por su prestigio militar y su protagonismo como primer Cónsul, se encontraba en
condiciones de capitalizar los éxitos exteriores y la pacificación interna. Las constituciones de 1802
y 1804 son los hitos más destacados en la marcha hacia esta concentración de poder. La primera,
promulgada en agosto de 1802, aprovechando la popularidad de Napoleón tras las paces de
Lunéville y Amiens y la firma del Concordato con la Santa sede (1801), aseguró a Bonaparte el
ejercicio vitalicio del cargo de primer cónsul, con derecho a nombrar sucesor y a revisar e
interpretar la constitución previo acuerdo con el Senado, que quedaba bajo la influencia de
Bonaparte, al estar éste facultado para nombrar senadores suplementarios y, sobre todo, disponer de
prebendas --"senatoréries"-- con que premiar a los senadores de su agrado. La Constitución
aprobada en mayo de 1804 sustituyó la república por un Imperio hereditario, en la persona de
Napoleón, tomando como pretexto la situación de orfandad a que se exponía el régimen en caso de
fallecimiento de su primer cónsul, al carecer de un mecanismo de sucesión automática. Era la
conclusión del camino hacia la concentración del poder iniciado en 1799, aunque se produjo no sin
resistencias. Realistas recalcitrantes, junto con militares descontentos de su postergación todavía
fueron capaces de urdir un complot contra la vida de Napoleón, descubierto en 1804 (complot de
Cadoudal). Y, en la Asamblea legislativa y en el Tribunado, existió una tibia protesta contra las
excesivas prerrogativas de Napoleón, acallada tras la renovación parcial de ambas cámaras en 1802
y, definitivamente, con la supresión del Tribunado en 1807.

2.2. La reforma administrativa y las bases sociales.

Si las constituciones dieron forma legal a una estructura política piramidal, con Bonaparte
en su cúspide, para asegurar la transmisión de las órdenes hasta la base era necesario disponer de
unos agentes ejecutivos eficaces; de ahí el desarrollo de una administración centralizada. El
elemento clave de esta centralización en cada departamento fue el prefecto, cargo creado en 1800,
que disponía de amplias atribuciones (impulsar iniciativas económicas, asegurar el cumplimiento de
la conscripción y la recaudación de las contribuciones) y tenía la misión de ser el representante del
poder en la provincia, situado --a imagen del Primer Cónsul-- como elemento apaciguador por
encima de las disputas partidistas. El perfil socioprofesional de los 300 prefectos que ocuparon el
cargo en los departamentos del Consulado y del Imperio era el de un hombre con experiencia
política (el 23% de ellos habían sido miembros de las asambleas revolucionarias), conocimientos
administrativos y origen burgués (el 61%). Subprefectos y alcaldes completaban la cadena de
trasmisión de órdenes a escala de distrito y local. En todos los casos, estos cargos debían su
nombramiento al Primer Cónsul (excepto los alcaldes de localidades menores de 5.000 habitantes) y
disponían de amplios poderes, apenas contrapesados por la existencia de Consejos (de
departamento, distrito y municipales), escogidos --y no elegidos directamente-- entre las listas de
mayores contribuyentes o las personalidades del lugar.

Esta administración jerárquica y centralizada se acompañó de un entramado legislativo que,


sobre todo mediante el Código Civil (1804), reguló las reglas de juego sociales, más allá de los
límites temporales del propio régimen (con la salvedad del divorcio, el Código Civil se mantuvo en
Francia sin cambios importantes hasta la década de 1880), al tiempo que asentaba los principios
básicos de la revolución (igualdad ante la ley, abolición del feudalismo, carácter laico del estado,
primacía de la propiedad individual, inviolable y sagrada) y facilitaba su difusión en aquellos
lugares del Imperio y de su área de influencia donde se implantó. Pero, junto a este asentamiento y
expansión de las adquisiciones revolucionarias, el Código Civil impregnó de conservadurismo
social las relaciones laborales (en nombre de la libertad, prohibía las coaliciones obreras) y la esfera
familiar. En este último terreno, si bien mantenía ciertas adquisiciones de la época revolucionaria
(estado civil, secularización del matrimonio, divorcio), a cambio organizaba la familia bajo el
principio de autoridad y asignaba ésta al varón: necesidad de permiso paterno para contraer
matrimonio; dependencia de la mujer casada de su esposo, encargado de administrar los bienes del
32 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

matrimonio y a quien su mujer debía obediencia; distinto tratamiento del divorcio y del adulterio
según el sexo, siempre en beneficio del marido, aunque los supuestos de divorcio fueron más
restrictivos que los contemplados por la legislación revolucionaria.

El Código Civil sirvió de elemento cohesivo de la sociedad, pero en favor de las clases
propietarias. No fue el único de los elementos de trabazón social que se establecieron por entonces.
Porque, en palabras de Napoleón, convenía "colocar sobre el suelo varios bloques de granito" que
fijasen los granos de arena de una sociedad deshecha tras diez años de revolución. Una sociedad en
la que sus dirigentes naturales, los notables, identificados preferentemente como propietarios de
tierras, fuese una u otra su actividad profesional, gozaban desde el Consulado de un amplio
reconocimiento público y eran el grupo humano entre el que, cada vez en mayor medida, el régimen
escogía sus servidores. Para homogeneizar a los notables, y para que éstos cumpliesen
adecuadamente su función de "bloque de granito" que mantuviese unido, mediante su ascendencia,
a los "granos de arena" que constituían el pueblo, se adoptaron diversas medidas: el ya comentado
establecimiento de relaciones de colaboración con la Iglesia; la reorganización de la enseñanza; la
creación de una nobleza imperial; la relevancia concedida a los valores militares, en el marco de la
concepción del ejército como amalgama de la sociedad.

Aunque para Napoleón la difusión de la educación estaba ligada a la estabilidad social y


política, el régimen mostró poco interés por la enseñanza primaria, a cargo de los municipios y
sobre todo de la Iglesia, que lograron mejorar ligeramente la tasa de alfabetización. Mayor
preocupación despertó la enseñanza secundaria, que había de servir para preparar los cuadros de
funcionarios del futuro y difundir entre las élites la aceptación del sistema napoleónico, motivos por
los cuales se crearon (1802) 45 liceos, internados en los que los alumnos estaban sujetos a un
régimen de disciplina militar. Ante el poco éxito entre las clases a que iban destinados, que
prefirieron para sus hijos establecimientos privados, eclesiásticos en su mayoría, se creó en 1806 la
Universidad imperial, "cuerpo encargado exclusivamente de la enseñanza y de la educación
públicas en todo el Imperio", con el monopolio de la concesión de títulos (bachillerato, licenciatura,
doctorado). En la práctica la mayor parte de la enseñanza de alto nivel se mantuvo fuera de la
universidad, a cargo de instituciones como la Escuela politécnica (fundada en 1794 y orientada
durante el Imperio hacia las necesidades militares: artillería, ingeniería), el Colegio de Francia y el
Museo de historia natural.

La creación de una nueva nobleza tenía como objetivo amalgamar la burguesía


revolucionaria con la antigua aristocracia, a la que se alejaría de los Borbones. En realidad, el
intento fracasó por partida doble: no logró la aceptación sincera de la vieja nobleza y tampoco
consiguió satisfacer plenamente a una burguesía que no olvidaba su perdida libertad, al tiempo que
atemorizó innecesariamente a la población campesina. El primer paso en la constitución de la
nobleza fue la institución de la Legión de honor (1802), destinada a premiar a militares y
ciudadanos distinguidos. El número excesivo --en 1814 existían más de 32.000 legionarios, en su
mayoría militares (sólo 1.500 civiles)-- y la falta de fondos con que recompensar materialmente a
los legionarios, acabaron devaluando la Legión de honor. La creación de las "senatoréries" (1803)
fue el siguiente paso: dotación, como recompensa a algunos senadores, de casa y renta vitalicia
anual (procedente de bienes nacionales) por un valor (20.000 a 25.000 francos) similar al de sus
ingresos como senadores.

Poco después el establecimiento del Imperio (1804), al acompañarse de la creación de una


corte, preparó el camino a la aparición de una nueva nobleza. En 1804 se restablecía el título de
príncipe, que recayó en los miembros de la familia imperial; en 1806 Napoleón instituyó feudos
ducales hereditarios en Italia, desligados de todo tipo de soberanía y sin ingresos vinculados al
control de un determinado territorio, fórmula que se extendió en años sucesivos a otras áreas y que
sirvió para recompensar sobre todo servicios militares. Por fin, en 1808 se reimplantaban la mayoría
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 33

de las restantes denominaciones nobiliarias. La nueva nobleza, aunque atentaba al igualitarismo


revolucionario, no significaba una vuelta a la nobleza de Antiguo Régimen, pues: a) no comportaba
privilegio de ningún tipo, ya que estaba sujeta a tributación y a la legislación general; b) era una
recompensa a título personal (se podía transmitir hereditariamente, en caso de formación de
mayorazgo, aunque para ello era preciso vincular al título la percepción de unas determinadas
rentas). Entre 1808 y 1814 se produjeron unos 3.500 ennoblecimientos, acompañados en muchas
ocasiones de dotaciones en tierras o en rentas situadas en los reinos satélites, que fueron a parar en
su mayoría a militares de profesión (59%) y burgueses de origen (58%).

Pero quizá fue el ejército la institución a través de la que el régimen confió en mayor medida
conseguir la cohesión de las élites. La difusión más allá de las esferas militares de la noción de
honor, entendida como servicio al estado, la impregnación de los valores militares en la enseñanza,
el tratamiento privilegiado recibido por los militares, que gozaban tanto de preeminencias
honoríficas (la ya comentada participación mayoritaria en la Legión de honor y en los títulos de
nobleza o la presidencia de las ceremonias oficiales, en detrimento de las autoridades civiles y
eclesiásticas) como de privilegios materiales (sueldos más altos que los de los cargos civiles
equivalentes, educación gratuita, exención parcial de impuestos) contribuyeron a realzar el prestigio
social de la carrera militar y a acercar a ella a los hijos de los notables: en contraste con los tiempos
de la revolución, cuando aproximadamente la mitad de los oficiales eran de extracción humilde y no
disponían de rentas propias, entre los oficiales nombrados durante el Consulado y el Imperio
predominaban los procedentes de las filas de los notables y tan sólo un tercio de ellos no tenían
patrimonio.

La importancia de los valores militares, el tratamiento privilegiado de los miembros del


ejército y el hecho de que el propio Napoleón fuese militar, han llevado a algunos historiadores a
calificar de dictadura militar al régimen napoleónico. Si bien es indudable el carácter personal del
gobierno de Bonaparte, y en este sentido es razonable considerarlo una dictadura, aunque el término
"bonapartista" conviene reservarlo para el régimen implantado durante el Segundo Imperio por su
sobrino Luis Napoleón Bonaparte, es discutible el carácter militar de un régimen encabezado por
alguien de quien se dijo era "el más civil de los militares", y que no gobernó mayoritariamente a
través de y en interés de los generales.

2.3. Economía y sociedad.

Durante el período napoleónico no se produjeron cambios espectaculares en la economía


francesa, ni tampoco grandes transformaciones sociales. Francia era, y siguió siendo, un país
esencialmente agrícola, con una gran mayoría de su población residiendo en áreas rurales y con
unas pautas demográficas que contrastaban, por su baja natalidad, con las de otros países vecinos, lo
que se tradujo en un lento incremento de sus efectivos: poco más de un millón entre 1799 (cerca de
29 millones) y 1815 (unos 30 millones), dentro de un mismo perímetro fronterizo que excluye las
incorporaciones producto de la expansión de aquellos años. La economía de la Francia napoleónica
gozó de una década de prosperidad, interrumpida por la crisis de 1810-11 y el posterior curso
desfavorable de la guerra, prosperidad repartida sectorial, geográfica y socialmente de forma
desigual, es cierto, pero que fue la base material sobre la que se asentó la aceptación popular del
régimen y la posterior leyenda napoleónica.

La agricultura se vio favorecida por la tendencia alcista de los precios y por una buena serie
de cosechas, factores que permitieron, sin sustanciales aumentos de la producción y menos aún de
los rendimientos, mayores ingresos a quienes vivían de ella, aunque no todos los sectores
implicados se beneficiaron en la misma medida. Para precisar esto conviene recordar que la
revolución, además de abolir las cargas feudales, había abierto el paso a una redistribución parcial
de la tierra con la nacionalización y puesta en venta de las propiedades de la iglesia y de la nobleza
34 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

emigrada. Este proceso, consolidado durante el Consulado y el Imperio, significó transferencias


de tierras que aumentaron la propiedad de campesinos y burgueses, en detrimento de la nobleza y,
sobre todo, de la iglesia, aunque la falta de suficientes estudios impide ofrecer una panorámica
detallada de tales cambios para el conjunto de Francia. Lo que sí se puede afirmar es que persistió la
gran propiedad, despojada de sus connotaciones feudales y distribuida entre nobles y burgueses, y
subsistió un amplio número de campesinos con propiedades escasas o sin ellas, que tuvieron que
recurrir a cultivar tierras ajenas en régimen de arrendamiento o aparcería y a trabajar como
jornaleros en las medianas y grandes explotaciones. Tales circunstancias incidieron en el reparto de
la riqueza agraria: quienes más se beneficiaron fueron los grandes propietarios, que vieron como la
renta de sus tierras crecía por encima de los precios gracias a una mayor demanda y, quizá, a un
ligero aumento de los rendimientos, mientras que los campesinos acomodados participaron del
alivio que suponía la desaparición de las exacciones feudales, no contrarrestada por la fiscalidad
estatal; en el otro extremo, los pequeños arrendatarios y los aparceros sufrieron en sus carnes la
presión de la renta y los jornaleros, a pesar de conseguir aumentar sus salarios debido a la escasez
de mano de obra generada por las necesidades en hombres de la guerra, se vieron perjudicados por
el aumento de los precios.

La producción industrial mejoró durante el Consulado y los primeros años del Imperio, pero
no está claro si hasta el punto de superar el nivel alcanzado antes de la Revolución. En todo caso,
ésta había sentado las bases favorables para que, una vez superados los trastornos de la época
revolucionaria, se produjese su posterior desarrollo: libertad de producción, gracias a la abolición de
los gremios; unificación del mercado nacional, tras la supresión de las aduanas internas; mejora de
la capacidad adquisitiva del campesinado, liberado del diezmo y de la fiscalidad señorial. El período
napoleónico aportó un nuevo factor de efectos ambivalentes: el bloqueo continental, dirigido contra
Inglaterra, que facilitó a los productos franceses el acceso a un mercado protegido de vastas
dimensiones, pero que originó una distorsión de los flujos comerciales que acabó perjudicando a la
misma producción industrial, al privarle de materias primas, como le ocurrió a la hasta entonces
dinámica industria algodonera.

La actividad comercial fue la principal víctima del bloqueo y, en general, de la situación de


guerra casi permanente con Inglaterra. Hubo que esperar a mediados de la década de 1820 para
recuperar los valores alcanzados por las exportaciones e importaciones en los años previos a la
revolución. Pero esta disminución global del comercio oculta comportamientos muy desiguales: de
un lado, la ruina del gran comercio oceánico, afectado por la pérdida de las colonias y el control
británico de los mares, que produjo la decadencia de la fachada atlántica francesa, con Burdeos
como principal víctima; de otro lado, la revitalización de del comercio interior, a relacionar con los
nuevos flujos creados con la implantación de un mercado continental protegido y con la mejora de
las comunicaciones, que permitió la prosperidad de áreas cercanas a los Alpes o al Rin, como
Estrasburgo y su "hinterland" alsaciano.

La población empleada en la industria y en el comercio componía un universo heterogéneo,


mayoritariamente urbano y artesanal, sujeto en sus estratos inferiores a la subordinación y el
control: mantenimiento de la ley Le Chapelier (1791), represora de las asociaciones de trabajadores;
restablecimiento del "livret" o cartilla de trabajo (1803), especie de pasaporte interior que permitía a
autoridades y patronos vigilar la movilidad de los trabajadores; disposiciones de los códigos Civil y
Criminal regulando las relaciones laborales en favor de los patronos. El nivel de vida de estos
sectores populares parece que mejoró moderadamente a lo largo del Consulado y del Imperio,
aunque sus miembros siempre estuvieron sujetos a la amenaza de indigencia, en especial en épocas
de crisis, cuando se aunaban paro y alza cíclica del precio de los alimentos.

Otro factor que empeoró la existencia de las clases populares fueron los impuestos. El
régimen napoleónico mantuvo los impuestos directos heredados de la Revolución y elaboró un
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 35

catastro que habría de permitir una más correcta evaluación del más importante de ellos, la
contribución territorial, pero al mismo tiempo restableció el sistema de contribuciones indirectas del
Antiguo Régimen, que resultaban particularmente onerosas para la población con menores recursos
porque gravaban artículos de consumo básico como el tabaco, la sal y las bebidas alcohólicas. A
pesar de todo, no se produjo un incremento significativo de la presión tributaria hasta los últimos
tiempos del Imperio, pues hasta entonces los gastos generados por las guerras consiguieron en
buena parte financiarse a expensas de los vencidos.

2.4. Los últimos años del Imperio.

En sus años finales el régimen napoleónico acentuó su carácter conservador y represivo, en


tanto que la crisis económica le restaba apoyo social, pero su caída no se debió a estos factores, sino
a la derrota militar, por lo que Napoleón todavía pudo retomar las riendas del poder y ejercerlo
durante cien días hasta su destierro definitivo a Santa Elena.

La evolución conservadora del Imperio, puesta de relieve con la creación de la nobleza, se


manifestó también en el terreno de la justicia, con un Código Penal (1810) cuya concepción del
delito y de la reforma del delincuente se situaba a medio camino entre el Antiguo Régimen --en el
que dominaba la idea de la venganza social, con penas arbitrarias, desiguales, extremadamente
rigurosas y a menudo corporales-- y el Código Penal revolucionario de 1791, con penas fijas e
iguales, menos rigurosas y no corporales. El nuevo código aumentó la dureza de las penas
(mantenimiento de la condena a muerte y aumento de los supuestos de aplicación), restableció los
castigos corporales (aunque no la tortura) y, en lugar de la pena fija implantada en 1791 y la pena a
discreción del magistrado característica de la época prerrevolucionaria, estableció un baremo
indicativo dentro del cual el juez tenía libertad de decisión.

La policía aumentó su poder, sin por ello llegar a alcanzar cotas de épocas más recientes,
dado el menor desarrollo general del aparato del Estado. La represión policial obró al margen del
control judicial, pero fue selectiva y se situó dentro de unos límites moderados, aunque resultó
efectiva en la medida en que aseguró el control y la vigilancia de los descontentos. La censura
también ayudó a esta tarea. Desde el inicio del régimen la prensa había estado a las órdenes del
poder. Napoleón, conocedor de la importancia de la propaganda, se sirvió de ella: Le Moniteur fue
el órgano oficial del gobierno, que asimismo utilizó el Bulletin de la Grande Armée para difundir
los éxitos imperiales. Por esta misma razón, procuró controlar y limitar las publicaciones
independientes: en 1810 se redujo el número de periódicos a uno por departamento y a cuatro en
París. El mismo año la creación de una Dirección General de Imprenta y de censores imperiales
supuso el establecimiento formal de la censura. Por entonces, episodios como el exilio de Madame
de Stäel y la postergación de Chateaubriand, dos de las figuras intelectuales más importantes de la
época y ambos críticos respecto a Napoleón, ya habían mostrado que la libertad de opinión no era
tolerada.

La situación económica se agravó bruscamente en 1810, cuando una combinación de falta de


mercados para la producción industrial francesa, debido al encarecimiento de las materias primas
como producto del bloqueo, y de problemas en las finanzas provocados por la especulación, que
impidieron atender las necesidades de crédito de la industria, condujo a una primera crisis. Sin
tiempo para superarla, se superpuso en 1811 una crisis agraria, con sus secuelas de altos precios de
las subsistencias y depresión de la actividad industrial. En 1812, cuando una nueva y más abundante
cosecha permitía remontar la última crisis, la pérdida del mercado oriental europeo debido a las
hostilidades con Rusia introdujo nuevos inconvenientes a la recuperación económica.

A estas dificultades económicas se añadieron nuevos factores de inestabilidad en los últimos


años del régimen: el empeoramiento de las relaciones con Pío VII, tras la incorporación de los
36 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Estados Pontificios al Imperio (1809), acabó produciendo un distanciamiento entre la iglesia


francesa y el Estado, con repercusiones entre los fieles; las nuevas exigencias en hombres y en
dinero para hacer frente a una nueva guerra tras el fracaso de la campaña de Rusia suscitaron más
resistencias de lo habitual. Pero la falta de una oposición organizada, inexistente desde los últimos
años del Consulado gracias al éxito de la política combinada de captación y represión, permitió
sobrellevar estos momentos sin otros sobresaltos que un disparatado complot militar (1812) y un
perceptible aumento de insumisos y desertores. La caída del régimen, cuando ésta se produjo, la
decidieron los ejércitos aliados, que también fueron los responsables de la restauración en Francia
de la monarquía borbónica.

La persistencia de la popularidad de Napoleón entre el ejército y los campesinos y los


trabajadores urbanos, junto a la falta de apoyo social de la monarquía restaurada, que ciertas
actitudes revanchistas de sus partidarios contribuyeron a fomentar, posibilitaron que el militar corso
llevase a buen puerto su última aventura: la que le condujo desde la isla de Elba, lugar de su
confinamiento, a ser nuevamente aclamado como emperador en su paseo triunfal hasta París y a
ejercer como tal durante Cien Días, hasta la nueva derrota (Waterloo) y la definitiva abdicación y
destierro a la remota isla de Ascensión, en el Atlántico sur. Pero el retorno de Napoleón también
puso de manifiesto el desapego de los notables y la desafección de algunos de quienes habían sido
sus más cercanos colaboradores. Y es que la conservación de lo adquirido ya no pasaba por la
continuidad del régimen.

3. LA EUROPA NAPOLEÓNICA.

En su expansión, la Francia napoleónica llevó mas allá de sus fronteras su modelo político y
social, aunque al contacto con otras realidades este modelo perdió parte de sus características en
aras de una mejor aceptación. Surgieron así, sobre buena parte de Europa, las bases de una nueva y
más homogénea identidad, que, a pesar de sus contradicciones, sobrevivió hasta la derrota militar de
Napoleón.

3.1. Las fronteras del Imperio.

El Imperio napoleónico no fue una entidad estable en el tiempo, ni su evolución obedeció a


un plan prefijado, como no fuese el de su constante expansión, aunque ésta tampoco tuvo unos
pasos previstos, pese a que Napoleón, desde su exilio en Santa Elena, intentó presentarse como
arquitecto de la unidad europea ("uno de mis mayores propósitos había sido la aglomeración, la
concentración de los propios pueblos geográficos que las revoluciones y la política han disuelto o
troceado"). La Francia que durante la Convención luchaba por conquistar y defender sus fronteras
naturales dio paso a una Francia que, a lo largo del Directorio y del Consulado, desbordó estas
fronteras a través de repúblicas hermanas y se constituyó, a partir de 1804, en el centro de un Gran
Imperio, con estados satélites, para configurarse por último, tras la paz de Tilsit (1807), como
impulsora de un Sistema continental que pretendía integrar como aliados en torno al Imperio a
todos los estados continentales. El logro estuvo a punto de cumplirse (en 1808 solamente Suecia
figuraba al margen), aunque por breve tiempo. Probablemente tampoco era éste el objetivo final.
Tras la campaña de Rusia (1812) se produjo un rápido derrumbamiento de todos los sueños
imperiales.

Si tomamos como punto de referencia la situación a inicios de 1812, las fronteras estrictas
de la Francia imperial (la Francia gobernada directamente por el Emperador) abarcaban 750.000
km2, con 44 millones de habitantes y 130 departamentos: 102 dentro de las fronteras naturales
heredadas de la República y 28 procedentes de territorios incorporados (9 departamentos en
Holanda, 4 en la Alemania del mar del Norte, 15 en los Alpes e Italia). Pero los límites entre lo que
era territorio formalmente integrado en el Imperio y lo que eran estados vasallos permanecieron
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 37

fluidos: en una situación intermedia figuraban las provincias Ilirias y Cataluña, que llegó a
dividirse, en 1812, en 4 departamentos bajo administración francesa.

Más allá del Imperio había una serie de estados vasallos: los reinos de España, Italia,
Nápoles y Westfalia, el Gran Ducado de Berg y el Gran Ducado de Varsovia, también sujetos a una
situación inestable: en su origen, habían sido cedidos mayoritariamente a miembros del clan
familiar napoleónico, pero la actitud independiente de algunos de ellos, que no renunciaron a
gobernar sin supeditarse a los intereses franceses, provocó tensiones y posteriores incorporaciones
(Holanda, en 1810), en el marco de la tendencia a sustituir la fórmula federativa por el modelo
unitario como organización del Imperio. Junto a los estados vasallos, y con un mayor grado de
autonomía, existían federaciones ligadas al imperio por una alianza permanente: Confederación
Helvética y Confederación del Rin (que en su momento de máxima extensión, en 1808-1809,
comprendía 38 estados --entre ellos Baviera, Baden, Sajonia, Württemberg y Mecklemburgo--,
355.000 km2 y 14 millones de habitantes); pero también aquí los límites eran imprecisos: Westfalia
y Berg formaban parte de la Confederación del Rin; el monarca de Sajonia era Gran duque de
Varsovia. Dentro de algunos de estos territorios (en Alemania e Italia) existían feudos, áreas de
menor entidad que Napoleón había concedido a personalidades ligadas al Imperio como
recompensa por sus servicios; tales feudos tenían un grado de soberanía limitada y necesitaban, para
la transmisión hereditaria, el consentimiento del emperador. Por fin, fuera de los límites del
imperio, había estados aliados (Rusia, Prusia, Austria, Suecia), que mantenían con aquél acuerdos
coyunturales, sujetos a las fluctuaciones de la política, aunque la intención del Imperio fuese la de
convertirlos en permanentes.

A juzgar por la anterior descripción, el Imperio no era una entidad homogénea, sino un
conjunto de estratos superpuestos: la Francia imperial (en la que a su vez podían diferenciarse la
vieja Francia y las anexiones posteriores a 1792), los estados vasallos, las federaciones. Y entre
estos componentes se daban diversos grados de desarrollo económico, estructuras sociales
diferentes y una desigual integración en el Imperio, en función de los nexos que mantenían con éste,
del tiempo de duración de los mismos y de la mayor o menor similitud de su sociedad con la de la
propia Francia.
38 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Sobre este escenario heterogéneo e inestable se procuraron implantar unas instituciones


comunes, tomadas del modelo francés, aunque atemperándolo en función de la realidad del lugar
sobre el que se aplicaban y el momento en que dicha aplicación se producía.

3.2. La difusión de las instituciones revolucionarias.

Fue el Imperio, cada vez más conservador y con mayor recelo a la obra de la Revolución,
quien extendió las conquistas de 1789, de forma que lo más perdurable de la obra napoleónica no
fue la unificación política y administrativa de Europa, intento corto e inacabado, sino la difusión de
los principios de la Revolución francesa.

Napoleón quiso extender las instituciones revolucionarias por convicción ideológica, pues
creía en la superioridad de los ideales de racionalidad y justicia propios de la Revolución, y por
consideraciones prácticas: contribuirían a la unificación del imperio y servirían para asegurar su
control, eliminando cuerpos intermedios y privilegios, para suministrar dinero y hombres y para
atraer a la burguesía y al campesinado. Pero la extensión de estas instituciones se acompañó de la
flexibilidad en su puesta en práctica. Esta flexibilidad, junto con la progresiva moderación del
régimen, hizo que la fidelidad en la implantación de los principios revolucionarios de que eran
portadoras las instituciones fuese diversa, en función de:

 el grado de control de la sociedad en la que se aplicaban, diferente según se tratase de


territorios incorporados al Imperio o de estados vasallos o simplemente aliados.

 las características de la sociedad en que se aplicaba, distintas según hubiesen experimentado


o no un proceso de reforma previo y dispusiesen o no de estructuras más o menos parecidas
a las francesas

 la época en que ello tenía lugar: no fueron lo mismo los primeros momentos que los últimos
años del Imperio, cuando el régimen se había hecho más conservador. En términos generales
puede decirse que hubo una mayor fidelidad al modelo conforme era más temprana y mayor
la integración al Imperio y más grande la afinidad inicial a la sociedad francesa. Por último,
tampoco hay que olvidar que, para la realización de las reformas, se tuvo que contar con el
personal administrativo adecuado, que en sus estratos bajos era necesariamente local, y con
la colaboración de los notables del lugar, factores ambos que tendieron a diluir la
profundidad de las transformaciones.

La extensión de la influencia napoleónica se acompañó, en casi todos los casos, de la


aprobación de una Constitución, modelada de acuerdo con la Constitución francesa más próxima en
el tiempo, que durante el Imperio fue siempre la de 1804, aunque, a diferencia del prototipo francés,
la promulgación de la Constitución no acostumbró a someterse a la sanción popular a través de un
plebiscito. Como su homónima francesa, estas constituciones otorgaban al ejecutivo un cometido
preponderante, a expensas de los restantes poderes, y, más aún que su modelo, reducían al
legislativo a un papel secundario y restaban representatividad a los mecanismos electivos. Pero
entre estas constituciones existieron diferencias tanto en su grado de aplicación --algunas, como la
española de 1808 (Estatuto de Bayona), o la del reino de Nápoles (1808), copia de la española, no
llegaron a ponerse en práctica-- como en sus características: lo más común fue que la burguesía
estuviese mejor representada en aquellos lugares donde tenía más consistencia mientras que, por el
contrario, la nobleza dispuso en los organismos legislativos de una presencia importante --caso del
Gran Ducado de Varsovia-- allí donde era predominante. En las áreas menos directamente
controladas por Napoleón, a veces ni siquiera llegó a implantarse una constitución, como sucedió en
varios estados de la Confederación del Rin, y en la propia Confederación, ante el temor a la pérdida
de soberanía de algunos de sus miembros. Pero, pese a sus limitaciones, las Constituciones fueron
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 39

una de las piezas clave en el entramado reformista, pues, junto a los mecanismos para la
representación política, establecieron unos principios básicos --separación de poderes, libertades
personales, igualdad ante la ley-- de acuerdo con los cuales se iba a desarrollar la legislación
posterior y unas líneas generales sobre las que se establecería la organización administrativa.
Además, ayudaron a la legitimación del nuevo poder político al procurar integrar a grupos sociales
poderosos y potencialmente peligrosos --la nobleza en los casos de Varsovia, España o Nápoles--,
aunque no siempre lo consiguiesen.

Si la Constitución estableció las reglas del juego político y sentó las bases del entramado
legal, el Código Civil concretó las leyes por las que se iban a regir las relaciones civiles. En teoría,
su implantación suponía la unificación de las leyes, iguales para todos, lo que conllevaba la
abolición de los privilegios y de las limitaciones de los derechos, el reconocimiento del carácter
laico estado y el establecimiento de un concepto de propiedad no sujeto a restricciones. Napoleón
estaba interesado en aplicarlo en todos los territorios que anexionaba o controlaba más o menos
indirectamente por su carácter transformador de la sociedad. Por esta razón se introdujo de
inmediato en todo el Imperio francés y progresivamente en la mayoría de los estados vasallos pero
en este caso no sin resistencias, tanto de los mismos gobernantes de los lugares donde había de regir
como del aparato judicial, de la iglesia y de la nobleza. Estas resistencias fueron las responsables de
cambios en su contenido y de que, en algunos casos, permaneciese sin virtualidad una vez
promulgado, con el resultado global de una pérdida considerable de su potencialidad
transformadora. Así se explica que en el Gran Ducado de Varsovia el Código no confirmase los
temores de la nobleza y de la Iglesia: la primera mantuvo sus tierras, que siguieron explotadas con
el recurso al trabajo forzado de los campesinos, y la Iglesia no vio peligrar los privilegios de la
religión católica, a pesar de la introducción del matrimonio civil y del divorcio, que fueron muy
raramente practicados en una sociedad cuyos hábitos eran católicos, mientras que los judíos
siguieron sujetos a trato discriminatorio. Tampoco en Alemania el Código, en aquellos casos en que
se implantó, demolió las estructuras sociales antiguas, pues, aunque introdujo la igualdad ante la
ley, la pérdida de los privilegios jurisdiccionales de la nobleza y la abolición de la servidumbre se
acompañó, como en el Gran Ducado de Varsovia, de un paralelo reconocimiento de la posición de
la nobleza como propietaria de tierras. Sin embargo, en la península italiana, la aplicación del
Código civil en los territorios incorporados al Imperio y en los reinos de Italia (1806) y Nápoles
(1808), sin poner tampoco en peligro la posición de la nobleza, sí fue trascendente por lo que tuvo
de precedente unificador de la legislación peninsular.

La abolición del feudalismo supuso en la Francia revolucionaria la supresión de lo que los


juristas de la época llamaban el "complejo feudal", que incluía tanto la servidumbre (en el caso
francés, los vestigios residuales en forma de prestaciones de escasa cuantía), las jurisdicciones y
monopolios señoriales, los diezmos y las cargas que se derivaban del derecho del señor sobre la
tierra, componentes que, junto con los servicios en trabajo, en su totalidad o parcialmente y en
grado diverso estaban presentes en los diferentes territorios afectados por la expansión napoleónica.
En aquellos lugares en los que se estableció la Constitución y el Código Civil, éstos ya presuponían
la desaparición del feudalismo, aunque las modalidades concretas de su abolición se precisaron en
legislaciones específicas. También en este terreno existieron diferencias entre los territorios
incorporados al Imperio en los primeros años y los incluidos con posterioridad o tan sólo ligados
indirectamente a él.

En los primeros, en algunos de los cuales el proceso de disolución del feudalismo ya estaba
muy avanzado, se procedió a su abolición en los términos establecidos para Francia en 1793:
Bélgica, noroeste de Italia, orilla izquierda del Rin. De todas maneras, el acceso a la propiedad del
campesinado en esas áreas no fue tan logrado como en Francia, pues la cronología tardía de la venta
de los bienes nacionales jugó en su contra: éstas no comenzaron en Bélgica sino al final del
Directorio; en Renania (orilla izquierda del Rin) las órdenes religiosas se suprimieron en 1802 y las
40 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

ventas no tuvieron lugar hasta 1804; en Piamonte, donde las órdenes se abolieron en 1803, las
ventas se iniciaron también un año más tarde. En todos estos casos, las modalidades de la venta
hicieron difícil que los campesinos pudiesen adquirir tierras.

En los territorios incorporados en los últimos años del Imperio o no ligados formalmente a
él, la abolición del régimen feudal no fue radical, produciéndose componendas diversas, que por lo
general supusieron la desaparición de los vínculos personales y los privilegios y los monopolios,
repudiados como rasgos feudales, la supresión con indemnización de otras prestaciones que se
consideraron producto de una relación libre y legítimamente adquirida por sus beneficiarios --
categoría en la que podían figurar desde los diezmos (impuestos proporcionales a las cosechas)
percibidos por los laicos hasta los impuestos en trabajo (corveas) y los censos que gravaban la
tierra-- y el mantenimiento de los antiguos señores en la propiedad, ahora plena y sin limitaciones,
tal como la definía el nuevo Código, de buena parte de sus antiguas posesiones. Tampoco en estas
áreas, en los casos en los que salieron a la venta bienes nacionales --por lo general, en zonas
católicas, patrimonio eclesiástico desamortizado--, el campesinado pudo acceder a él. Todo esto
significó el mantenimiento de la nobleza en una posición económica privilegiada y la no creación
de un campesinado propietario, factores que, en contraste con lo ocurrido en la Francia
revolucionaria, han permitido hablar de un proceso incompleto y de una revolución agraria fallida.
Desde la perspectiva napoleónica, no cabe, sin embargo, considerar como un fracaso algo que
nunca se pretendió llevar a cabo.

3.3. Economía y hacienda.

El Imperio y su zona de influencia fueron, además de un área sobre la que proyectar el


modelo político y administrativo francés, o sobre la que extender una legislación revolucionaria
atemperada, un espacio económico común, aligerado de las barreras a la libre circulación de
mercancías propias del antiguo régimen, en el que se implantó una política económica orientada al
fomento de los intereses del núcleo francés del Imperio y a la asfixia de Gran Bretaña. Ya antes de
que se formalizase el bloqueo continental se habían aplicado en los territorios bajo la órbita francesa
medidas de desarme unilateral de su legislación aduanera, tendentes a asegurar la entrada de
productos franceses sin facilitar a cambio la exportación de mercancías que podían resultar
competitivas en el mercado francés. Pero fue a partir del decreto de 1806 cuando, al imponerse el
cierre del continente a los productos británicos, se establecieron las condiciones para la existencia
de un mercado continental protegido en beneficio de Francia.

En la práctica, ni el continente europeo fue un espacio cerrado, pues el contrabando resultó


muy efectivo durante la mayor parte del bloqueo, ni las relaciones que se establecieron en su
interior favorecieron siempre a Francia. La permeabilidad de las fronteras europeas al comercio con
Gran Bretaña se explica en función de los intereses que satisfacía este comercio: suponía la entrada
de artículos coloniales, materias primas para la industria y manufacturas a precios competitivos, al
tiempo que representaba un mercado para los productos agrarios y las materias primas del
continente; estas relaciones comerciales sustentaban la prosperidad de sectores mercantiles situados
en los enclaves portuarios. El bloqueo desarticuló estas conexiones sin que el Imperio francés fuese
capaz de sustituir a Gran Bretaña en sus funciones suministradoras y de mercado, lo que generó la
resistencia de las áreas afectadas --con implicaciones políticas, como hemos visto-- y el desarrollo
del contrabando. En los primeros años del bloqueo, los puertos del mar del Norte y del Báltico
aseguraron el mantenimiento del comercio con Gran Bretaña, pero el fortalecimiento del control
napoleónico de esta zona (1810) potenció el desplazamiento de las principales vías de agua del
bloqueo al área oriental y mediterránea, favorecido por la presencia británica en Malta, Sicilia y las
islas Jónicas y por la negativa de Murat a supeditar los intereses económicos del reino de Nápoles a
los de Francia.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 41

Los efectos de la política económica imperial difirieron según los territorios y los sectores
de actividad. Fueron más negativos en aquellas áreas en las que, como el reino de Italia, se produjo
una mayor subordinación a los intereses de Francia, evidenciada a través de unas desiguales tarifas
aduaneras que dejaban desprotegidos los productos italianos, pero incluso en este caso hubo
sectores que, como la industria lanera o la agricultura, supieron sacar partido de las oportunidades
ofrecidas por la liberalización del tráfico interno de mercancías, la existencia del mercado francés y
la demanda generada por el ejército. En zonas en las que la intervención en favor de la economía
gala fue menor, como ocurrió en buena parte de Alemania, con fronteras terrestres difíciles de
preservar del contrabando, con estados aliados aunque independientes y con circuitos comerciales
que tampoco convenía al Imperio interrumpir, las posibilidades de aprovechamiento de las
oportunidades que en forma de mercado amplio y cerrado a Gran Bretaña se ofrecían a sus
industrias fueron mayores. En tales áreas fue la agricultura la que salió peor parada, al no disponer
del mercado británico, donde antes del bloqueo podía colocar sus excedentes.

La política fiscal aplicada en el Imperio y sus áreas de influencia fue una mezcla de
racionalización administrativa y explotación. Aunque también aquí cabría hacer diferencias entre
las áreas más tempranamente incorporadas al estado napoleónico y los territorios en la periferia del
Imperio o no incluidos en él, de forma general puede afirmarse que el sistema impositivo que
emergió resultó ser más equitativo en el reparto de la carga tributaria que aquellos a los que
sustituía, entre otras razones por la paralela abolición de los privilegios fiscales de la nobleza, y
supuso una simplificación y homogeneización del mosaico de impuestos, según las pautas del
modelo francés. Pero estas virtudes se vieron crecientemente contrarrestadas por una puesta en
práctica que, al necesitar de la complicidad de las tradicionales clases dirigentes, tuvo efectos
desvirtuadores, y, sobre todo, por el aumento de la presión fiscal, necesaria para el mantenimiento
de la maquinaria bélica.

En realidad, la costumbre adquirida durante el período revolucionario de financiar la guerra


a costa de los territorios ocupados se prolongó durante el Imperio, arruinando con ello las
expectativas de un más justo reparto de la tributación. Así ocurrió en Westfalia, junto a Berg uno de
los estados modelo creados por Napoleón en Alemania con la pretensión de arrastrar al resto de los
componentes de la Confederación del Rin por el camino de las reformas: tuvo que soportar los
gastos originados por la presencia de un ejército francés con unos ingresos mermados por la política
de dotaciones a la nobleza imperial a cargo del patrimonio de la Corona, con lo que el reino no tuvo
otro remedio que imponer contribuciones extraordinarias para costear su funcionamiento. La
península italiana vivió una historia parecida, con dotaciones a dignatarios consulares e imperiales
que también mermaron sus fondos y, en el caso del reino de Nápoles, con el reconocimiento de la
deuda contraída por los Borbones, por lo que asimismo fue imprescindible aumentar la presión
fiscal, si bien tanto en la república y luego reino de Italia como en Nápoles la venta de los bienes de
la iglesia supuso un balón de oxígeno para las arcas nacionales.

En los territorios de implantación católica, en los que la Iglesia acaparaba extensas


propiedades en régimen de amortización, la expropiación por el estado y posterior venta de estos
bienes sirvió, como acabamos de ver, para proporcionar fondos a la Hacienda pública, pero también
tuvo implicaciones sociales por sus efectos sobre el reparto de la propiedad de la tierra, aunque en
uno y otro caso no hay que exagerar sus consecuencias. En la península italiana, donde en conjunto
estas ventas tuvieron más envergadura, se transfirió aproximadamente poco más del 4% de la
superficie de la república de Italia y entre el 2% y el 3% de la del reino de Nápoles, porque en
ambos casos la mayor parte de las propiedades eclesiásticas siguieron inmovilizadas. La estructura
de la propiedad se mantuvo sustancialmente inalterada en beneficio de los terratenientes, burgueses
o nobles, que en el reino de Nápoles adquirieron el 65% de la tierra, pero también hubo resquicio
para las pequeñas compras de los campesinos. En España, otra de las grandes áreas católicas, el
proceso se vio obstaculizado por la precariedad del poder de José I, y las ventas de mayor
42 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

trascendencia se produjeron entre las tierras de propiedad municipal del norte de España, en
especial en el País Vasco, con el resultado de una consolidación de la estructura de propiedad
existente, pequeños propietarios incluidos, en perjuicio de los campesinos más pobres, para quienes
el disfrute de los bienes municipales constituía un complemento de sus economías.

3.4. Colaboración y resistencia.

Al igual que en Francia, en los restantes territorios del Imperio y en sus zonas de influencia
el régimen napoleónico buscó entre las élites la base social que, más que en Francia, era necesaria
para conseguir la aplicación de la política de reformas. La naturaleza moderada de estas reformas y
las compensaciones ofrecidas a quienes aceptaron apoyarlas no siempre pudieron contrarrestar la
tendencia al retraimiento producida por el mantenimiento de las antiguas fidelidades y por la falta
de poder de decisión de los organismos de representación política, pero consiguieron que la mayoría
de los notables acabase aviniéndose, desde posturas que implicaban aceptación tácita o
colaboración activa, con el nuevo estado de cosas. La excepción fue España, donde las posiciones
colaboracionistas de los afrancesados constituyeron una minoría entre las élites, a las que el
levantamiento popular antifrancés alineó momentáneamente en un frente común antinapoleónico.

Más acorde con las pautas comunes fue lo ocurrido en la península italiana. Tanto en el
norte (en lo que fue primero república y luego reino de Italia) como en el sur (reino de Nápoles) la
existencia de una tradición reformista previa entre la nobleza facilitó la atracción de, al menos, parte
de ésta, alguno de cuyos miembros ocupó puestos relevantes en la república italiana (Melzi) y en el
Nápoles de Murat (Zurlo). En el primero de los casos el intento deliberado de Melzi de apoyarse
con exclusividad en esta élite cerrada acabó fracasando porque no consiguió captar el suficiente
número de nobles, lo que facilitó una apertura hacia sectores burgueses, en sintonía con los
intereses napoleónicos de conseguir la amalgama entre clases propietarias que ampliase la base
social de apoyo al régimen. En el reino de Nápoles, las heridas abiertas por la crisis de 1799
hicieron difícil la formación de un bloque de apoyo a la nueva monarquía, aunque las medidas
tomadas por el régimen fueron en general favorables a la nobleza y al conjunto de clases
propietarias, pues la primera vio confirmada en lo esencial su posición económica a pesar de la
abolición del feudalismo y una y otras se beneficiaron de la venta de bienes de la Iglesia y del
reconocimiento de la deuda contraída por los Borbones. Un factor específico del reino napolitano,
pero que no consiguió en la medida esperada el consenso de los notables en torno a Murat,
probablemente por no acompañarse de una verdadera cesión de poder, fue la adopción de una
política de defensa de los intereses del reino napolitano frente a las exigencias napoleónicas, con la
selección de personal local para los cargos públicos y el intento de creación de un ejército
independiente. En ambos estados de la península el tibio colaboracionismo de la tradicional clase
dirigente y la amalgama más o menos incompleta de las clases propietarias se acompañó de la
participación en el proyecto reformista napoleónico de componentes burocráticos y profesionales,
algunos de los cuales habían tenido una previa militancia jacobina durante el Trienio, y cuya
permanencia, más allá de la Restauración, dio un cierto sentido de continuidad a las
transformaciones jurídicas y administrativas del período napoleónico.

Las presentes consideraciones sobre el colaboracionismo implican tan solo a la minoría de


una sociedad cuyos estratos inferiores ocupaba una población --artesanos y asalariados urbanos,
campesinos que en muchos casos explotaban tierras de las que no eran propietarios o que trabajaban
en ellas como jornaleros-- sobre la que no se efectuó ningún intento sistemático de atracción y que
además, y a diferencia de sus iguales franceses, no disfrutaron de los beneficios que reportaba
formar parte del centro del Imperio. Bien al contrario, tuvieron que cargar con los inconvenientes de
la explotación --exigencias militares en hombres, aumento de la presión fiscal-- en un contexto en el
que los cambios en el antiguo orden de cosas aportaban desprotección y ruptura de elementos de
mediación que habían ayudado a cohesionar la sociedad tradicional, pues tales fueron los efectos de
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 43

la desaparición o atenuación de cosas tan diversas como las cofradías, las corporaciones, las
instituciones eclesiásticas de beneficencia o los derechos de uso de la tierra. Pero tampoco conviene
insistir en los aspectos negativos que la nueva situación suponía para el grueso de la población --una
vez más, habría que diferenciar por grupos, áreas y épocas-- ni creer que tales circunstancias
condujeron a posiciones generalizadas de resistencia a los gobiernos pronapoleónicos.

En realidad, las formas de resistencia activa fueron más la excepción que la regla: península
Ibérica al margen, durante los años del Imperio tan sólo se produjeron rebeliones de cierta entidad
en el Tirol (1809) y, de forma más endémica, en Calabria. Esta circunstancia se explica porque las
formas abiertas y violentas de enfrentamiento suponen un grado de compromiso difícil de asumir y
porque el régimen fue afinando sus mecanismos preventivos y represivos, pero también porque, a
pesar de todo, seguían existiendo elementos de mediación entre unas élites más o menos satisfechas
con la nueva situación y el resto de la población. El más importante de estos elementos fue, en los
países de tradición católica, la Iglesia romana, al menos hasta los últimos años del Imperio.

A diferencia de la época de la Convención y del Directorio, en la que la beligerancia de la


Iglesia católica había alimentado el enfrentamiento a los regímenes revolucionarios, en los años
napoleónicos predominaron relaciones oficiales de convivencia, de nuevo con la excepción
española, donde la mayor parte de la jerarquía y, sobre todo, del clero, se opuso militantemente a la
influencia francesa.

El papel desempeñado por el nacionalismo en la resistencia antinapoleónica fue más bien


escaso, incluso cuando, a partir de la campaña de Rusia, se generalizaron las sublevaciones contra la
administración imperial o la de los estados satélites. En tales casos, la movilización, si la dirigió el
estado, se procuró hacer dentro del marco tradicional, que excluía llamamientos en defensa de la
libertad de la nación al modo revolucionario francés o de la unidad de los pueblos pertenecientes a
una misma cultura, porque se temían las implicaciones políticas del primer planteamiento, que
conllevaba la soberanía de los integrantes de la nación, y porque la idea de un alma nacional
desarrollada por la filosofía alemana al final del siglo XVIII todavía no había impregnado la vida
política. Y, cuando la lucha contra el régimen napoleónico surgió de la iniciativa popular, su
objetivo fue la defensa del entorno más o menos cercano de las agresiones de que se creía víctima y
su referente fue la estructura estatal tradicional. Incluso en España, la lucha popular de liberación
contra la presencia francesa se desarrolló dentro de este marco, de forma que el patriotismo de los
combatientes fue menos la expresión de un sentimiento nacional, particularista o español, que la
manifestación de las tradicionales fidelidades a la tierra y costumbres de los antepasados. Otra cosa
es que, simultáneamente, desde los organismos centrales de la resistencia se procurase insuflar un
contenido nacional a la guerra y se aprovechase ésta para intentar construir una identidad nacional
basada en la participación de los ciudadanos en la dirección del estado.

4. EL LEGADO NAPOLEÓNICO.

El Imperio se hundió en mayo de 1814 y, de forma definitiva, en junio de 1815. Seis años
más tarde moría Napoleón, en el destierro de Santa Elena, muy lejos de una Europa en la que
parecían haber triunfado las viejas monarquías del Antiguo Régimen y los principios políticos y
sociales que las inspiraban. Pero, más allá de la muerte física del Emperador, sobrevivió su leyenda,
capaz todavía de movilizar a sus compatriotas décadas más tarde, y, lo más importante,
sobrevivieron buena parte de las reformas que habían transformado a Europa y de los ideales que
las inspiraron. La herencia napoleónica, la herencia de la Revolución y del Imperio, cualquiera que
sea la valoración que merezca, sin lugar a dudas marcó profundamente la historia contemporánea.

4.1. El hombre y el mito.


44 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

Como otros grandes personajes históricos, Napoleón Bonaparte tiene un papel tan
destacado en la época en la que vive que parece, con su sola presencia, llenar el escenario y hacer
girar a su alrededor el argumento del drama, incluso escribirlo. Pero esta impresión no es del todo
correcta: Napoleón fue un hombre de su época y, en este sentido, estuvo condicionado por la
sociedad en la que vivió, aunque su singularidad, sus dotes personales, le permitieron explotar al
máximo las oportunidades que la situación ofrecía a quien, como él, fuese un joven militar
ambicioso en una Francia en expansión y que a la vez deseaba encalmar la Revolución. En 1796
Napoleón, hijo de una familia de la pequeña nobleza de Córcega (los Buonaparte), nacido en 1769,
era uno de los jóvenes militares promocionados por la revolución y llegados al generalato antes de
los 30 años. Hasta entonces, se había movido primero entre los círculos patriotas corsos en los años
iniciales de la Revolución, frente a realistas y, luego, a independentistas que se oponían al
mantenimiento de los vínculos con el estado francés, al que la isla había sido incorporada en 1768.
Tenía en su haber una acción distinguida en el sitio de Toulon (1793), al frente de la artillería,
enturbiada por sus simpatías con la izquierda robespierrista, que le supusieron una marginación
temporal con el régimen surgido de Termidor (1794), situación de la que salió al intervenir de
forma destacada en la represión de la insurrección realista de Vendimiario (octubre) de 1795. Por
entonces, ya olvidadas sus simpatías jacobinas, entró en relación con Barras, uno de los hombres
fuertes del Directorio, y en 1796 se casó con Josefina, una criolla del círculo de Barras, viuda de un
militar, lo que le ayudó a su inmediata promoción como general en jefe del ejército de Italia. Desde
este momento su biografía se confunde progresivamente con la historia de la época, al tiempo que
comienza a crearse la leyenda napoleónica merced a la habilidad con la que el joven general sabe
hacer propaganda de sus éxitos.
Tras su ascenso al poder, la figura de Napoleón fue oportunamente ensalzada por la
historiografía militar oficial, mientras se difundía el culto del Emperador a través del Catecismo
imperial, la fiesta de San Napoleón (el 15 de agosto, en lugar de la Asunción) o las múltiples
acciones de gracias (que incluían un Te Deum anual conmemorativo del triunfo de Austerlitz) y
proliferaban las representaciones pictóricas de Napoleón, como héroe conquistador o como
majestuoso emperador. Su abdicación y posterior exilio a Santa Elena no acabaron con la exaltación
napoleónica. Al contrario, las tristes condiciones de su confinamiento, unidas a las difíciles
circunstancias económicas de la Francia de los primeros años de la Restauración y a los temores que
despertaba el revanchismo de los realistas, dieron pie a que se propagase la leyenda napoleónica a
través de los relatos de los veteranos de las campañas militares y de los escritores románticos. El
mismo Napoleón aprovechó su destierro para contribuir a su propia leyenda, al presentarse en las
conversaciones con Las Cases (publicadas póstumamente en 1823 con el título de Memorial de
Sainte-Hélène) como defensor de los principios de 1789, partidario del liberalismo y de la libertad
de los pueblos y obligado a entrar en continuas guerras por la coalición de las potencias
reaccionarias. En lo sucesivo, los años napoleónicos quedaron mitificados como una época dorada,
en la que la grandeza de la nación francesa se acompañó de la prosperidad de quienes vivían en ella.
De este mito, y de su calado entre las clases populares rurales, se habría de aprovechar Luis
Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, para acceder, tras la revolución de 1848, a la
presidencia de la nueva República y para fundar, tras un nuevo "Brumario", el Segundo Imperio.

4.2. La herencia napoleónica.

Por encima del mito, lo que importa es conocer cuál fue el significado real de la época
napoleónica, qué legado, ideológico y material, dejó a la posteridad. Podría parecer, a la vista de la
rápida reposición de las viejas monarquías conservadoras europeas y del clima de reacción que se
instaló en Europa a partir de 1815, que los años napoleónicos, y por extensión el mismo período
revolucionario, fueron episodios tan espectaculares como poco consistentes. Pero es una impresión
engañosa, porque, pese a la pretensión de los gobernantes que, reunidos en el Congreso de Viena,
trazaron las líneas de la Europa de la Restauración, ésta no pudo eliminar la impronta del cuarto de
siglo anterior. En efecto, tanto en el ámbito territorial y político como en el terreno administrativo,
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 45

fiscal o jurídico, así como en el de las relaciones sociales, perduraron las huellas dejadas por la
época revolucionaria y napoleónica.

La reordenación del mapa territorial, aunque devolvió a Francia a sus dimensiones previas a
la expansión y acabó con los estados satélites del Imperio napoleónico, introdujo cambios sensibles
respecto a la situación prerrevolucionaria: además de cuestiones de detalle (como las
incorporaciones a Francia del condado papal de Aviñón o enclaves fronterizos en Alsacia y
Lorena), una considerable simplificación del mapa alemán, la reunión de las Provincias Unidas y de
los antiguos Países Bajos austriacos en un único estado (el reino de los Países Bajos) y el
reconocimiento de buena parte de las adquisiciones coloniales británicas conseguidas en las guerras
con Francia. Más que un retorno a 1789, la caída del Imperio fue para las potencias vencedoras
(Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) la ocasión de rehacer en su provecho las fronteras europeas
y coloniales. En el terreno político, junto a la restauración de las monarquías absolutas (como los
Borbones españoles y napolitanos) se produjo la aceptación de los principios constitucionales, tanto
en el caso francés (en forma de Carta otorgada por el monarca) como, de manera más clara, en el
reino de los Países Bajos.

La obra de reforma institucional napoleónica estuvo lejos de abolirse en su totalidad.


Perduraron en Francia sus líneas maestras: la división departamental, con la centralización
administrativa que comportaba, el Código Civil, la reforma fiscal, el Concordato, la organización de
la enseñanza. Pero también en otros estados europeos el impulso de racionalización y centralización
de sus instituciones debió mucho al período napoleónico, a las reformas que los gobernantes de las
áreas sujetas a la influencia del Imperio introdujeron o a las que, en busca de la propia
supervivencia como estado, otros gobernantes se vieron obligados a implantar.

El caso de Prusia es significativo en este último sentido: la situación límite a que se había
visto abocada tras las derrotas de 1806 y la paz de Tilsit (1807) propició la puesta en práctica de
unas reformas que, sin poner en peligro sus bases sociales, permitirían, en un primer momento,
afrontar las exigencias económicas de los franceses y, más adelante, oponerse con éxito a ellos; la
transformación del viejo ejército de Federico el Grande fue, como ya vimos, parte de este proceso;
pero también se incluyen en él cambios en la estructura de gobierno y en la administración local,
que mejoraron su funcionamiento aunque sin introducir mecanismos importantes de
representatividad, modestos --y pasajeros-- esfuerzos por implantar un impuesto sobre la renta y una
contribución agraria que acabasen con el privilegiado tratamiento de la nobleza, y una abolición de
la servidumbre (edicto de 1807 y posterior regulación en 1811) que, a juicio de la reciente
historiografía alemana, supuso, además de la eliminación de los vínculos de dependencia, el acceso
a la propiedad de una parte importante del campesinado, a pesar de la interpretación restrictiva que
se introdujo en 1816, cuando ya no era necesaria la colaboración campesina en la guerra. El caso
español, más conocido, es igualmente significativo: la obra de reforma de los organismos centrales
de la resistencia contra la presencia francesa, simbolizada en la legislación de las Cortes de Cádiz
(Constitución de 1812, abolición del régimen señorial y de la Inquisición) perduró, más allá de los
episodios absolutistas (1814-1820 y 1823-1833), a través del Trienio Constitucional (1820-1823),
para configurarse como patrimonio del régimen liberal que se instaló tras la muerte de Fernando VII
(1833).

Los efectos de la reforma institucional repercutieron sobre las sociedades de forma a veces
más duradera que la propia pervivencia de las instituciones. De manera general, podría decirse que
sentaron las bases de la sociedad del siglo XIX: unas clases propietarias en las que las diferencias
entre la vieja nobleza y la burguesía se estaban difuminando, unas distinciones basadas más en la
fortuna --en la propiedad-- que en los privilegios, un marco propicio para el desarrollo de la
iniciativa privada y la economía de mercado, dentro del cual se desarrollaría el proceso de
industrialización.
46 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

En el terreno de las ideas, la época napoleónica también contribuyó a diseminar la semilla


del liberalismo y del nacionalismo procedente de la Revolución Francesa. También aquí la
aportación napoleónica resultó paradójica en la medida en que no fue solamente la aplicación de
estas ideas en las áreas de influencia lo que aseguró su difusión, sino la reacción suscitada por el
comportamiento del régimen napoleónico a la hora de hacer efectivos estos principios, lo que
facilitó el arraigo de los mismos. Pero tampoco conviene exagerar la influencia francesa en la
gestación de unas corrientes que también bebían de otras fuentes: en el caso del liberalismo, la
corriente anglosajona, en la doble vertiente norteamericana y británica, pues no hay que olvidar que
la Revolución americana había precedido a la francesa, y que en Inglaterra existía un régimen
constitucional peculiar, cuyo origen se remontaba a la segunda mitad del siglo XVII, y una corriente
partidaria de la ampliación de las libertades políticas vinculada a la burguesía de confesión religiosa
disidente; en el caso del nacionalismo, junto al filón revolucionario francés, el de la nación como
conjunto de ciudadanos libres y soberanos, también existía la veta de origen alemán, la del
"volkgeist" de los filósofos e intelectuales románticos de fines del siglo XVIII, idealista y apegada a
las tradiciones lingüísticas y culturales.

Una última consideración a efectuar dentro de este apartado es la herencia material, medida
en términos de costes y beneficios, recibida por Francia de los años napoleónicos. Costes humanos,
en primer lugar: las bajas francesas durante las guerras habidas entre 1799 y 1815 se acercan al
millón de personas, cifra considerable, desde luego, sobre todo tratándose de población joven, en su
edad más productiva, pero que no bastó para variar significativamente la tendencia a un lento
crecimiento que la población francesa venía ya manifestando con anterioridad. Más interesante, y
más controvertido, es el tema de los costes económicos. La pregunta que se han hecho los
historiadores es si el conjunto del período revolucionario y napoleónico acarreó el retraso
económico de Francia, debido al coste de las guerras, a las dislocaciones del comercio internacional
y de transmisión de conocimientos tecnológicos y, por encima de todo, a los efectos supuestamente
negativos de unas reformas que, en lugar de conducir a la proletarización del campesinado y a la
consolidación de la gran propiedad, favorecieron la persistencia de un campesinado en parte
compuesto por pequeños propietarios, acarreó el retraso económico de Francia. Quizá baste con
decir que, en la actualidad, está lejos de probarse la inferioridad en el largo plazo de la vía francesa,
que en términos de crecimiento de la renta per cápita a lo largo del siglo XIX resiste la comparación
con Gran Bretaña --el que sería modelo ejemplar, basado en la gran propiedad agraria con métodos
de gestión capitalista y empleo de asalariados, y en el desarrollo de una producción fabril-- y que
consigue este crecimiento con unos costes humanos menores en la medida en que se acompañó de
menores dosis de desigualdad, explotación y desarraigo social.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 47

TEMA 4. EL CONGRESO DE VIENA Y LA EUROPA DE LA RESTAURACIÓN.

1.- INTRODUCCIÓN

Desde el punto de vista cronológico la Europa de la Restauración abarca un periodo corto,


desde la caída de Napoleón en 1814 hasta las revoluciones europeas de 1830. Durante estos
dieciséis años se intentó, por parte de muchos gobiernos europeos, reaccionar frente a los logros de
la Revolución Francesa y volver a los presupuestos del Antiguo Régimen. De ahí, deriva la
denominación Restauración, es decir, borrar las transformaciones de las monarquías y estados del
XVIII, así como los cambios revolucionarios que había expandido Napoleón por Europa.

Se trata de una época compleja. Gran parte de esta complejidad se explica por la
heterogeneidad de las fuerzas que vencieron a Napoleón: unos luchaban contra el intento imperial
de romper el equilibrio de occidente; otros, los nacionalistas, se levantaron contra el proyecto
unitario que suponía; por último, estaban los que se oponían al ideal girondino napoleónico de
extender los principios revolucionarios por toda Europa .

Estas fuerzas eran contradictorias entre sí, pero la política del equilibrio europeo consistirá
en no permitir la formación de una gran potencia territorial europea. La Restauración interpretó que
la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto ese equilibrio y era necesario volverlo
a construir. Las potencias debían ayudarse para mantener a sus gobernantes legítimos y abortar
cualquier conato de revolución.

2.- LA RESTAURACIÓN

El nombre de Restauración, entre 1814 y 1830, tan sólo es aplicable a un espacio geográfico
muy concreto: la Europa continental. En el Reino Unido (Gran Bretaña e Irlanda), el Imperio
otomano, los continentes Americano y Asiático, no se restaura nada.

2.1. Principios sobre los que se asienta la Restauración.

La política internacional europea de la época queda configurada por los principios de


legitimidad, equilibrio e intervención. En virtud del principio de legitimidad se restaurarán las
dinastías del Antiguo Régimen, recuperando los territorios que antes le pertenecían. Sin embargo, el
nuevo mapa político no se configuró exactamente como antes de la Revolución Francesa. Los
espacios alemán e italiano fueron discutidos y repartidos buscando compensaciones. Rusia se
fortaleció por el Este y Prusia por el Oeste. También se crearon estados-tapón. Se entendía que la
Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto el equilibrio europeo y había que
reconstruirlo. Así entraba en juego el segundo principio: el del equilibrio.

La clave de la política europea acabó siendo la aplicación del principio de intervención.


Consistía en el compromiso entre las potencias de intervenir en cualquier país donde surgiera un
estallido revolucionario.

2.2. Rasgos del sistema político de la Restauración.

La aplicación de los tres principios citados, da origen a los dos rasgos que caracterizaron el
sistema político de la Restauración.

El primero consiste en la fórmula de Directorio. Se trata de la dirección mancomunada de la


política europea por parte de las grandes potencias. Gran Bretaña, Rusia, Prusia y Austria-Hungría,
que en un primer momento constituyeron la Cuádruple Alianza. Poco después la conveniencia
48 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

política incluiría a Francia en la Alianza, formándose así una Pentarquía. En Europa se imponía la
supremacía de las grandes potencias.

El segundo es la convocatoria de Congresos o Conferencias. Para poner en práctica la


política mancomunada de las grandes potencias había que ponerse de acuerdo. En ocho años se
celebraron seis grandes Congresos Internacionales: nunca hubo tantos en tan poco tiempo. En
octubre de 1814 dio comienzo el Congreso de Viena, en los últimos meses de 1818 se celebró el de
Aquisgrán, al que sucedieron hasta 1812 los de Carlsbad, Troppau, Liubliana y Verona.

3.- EL CONGRESO DE VIENA

Se celebró entre octubre de 1814 y junio de 1815, aunque las dificultades de concentración
obligasen a aplazar una y otra vez las fechas de las sesiones. Hubo también numerosas reuniones
parciales y entrevistas privadas. Al Congreso asistieron emperadores y reyes, ministros,
intelectuales y artistas.

3.1. Los protagonistas.

 El emperador de Austria Francisco I y su canciller Metternich desempeñaron


respectivamente los papeles de anfitrión y principal negociador.

 El zar de Rusia, Alejandro I, el cual, sorprendió a todos con un proyecto de Santa Alianza.

 El rey de Prusia, Federico Guillermo III, delegó en su activo colaborador el príncipe


Hardenberg, que a su vez se apoyaba en Humboldt. Para equilibrar el engrandecimiento ruso
se ampliarán los dominios del reino prusiano con los territorios de Renania y Westfalia;
desde entonces habrá dos Prusias: la Oriental y la Occidental.

 Castlereagh, por parte de Gran Bretaña, es una pieza clave en el Congreso. Fue el primero
en hablar de la necesidad de un sistema de equilibrio europeo.

 Por parte de Francia, el ministro de Asuntos Exteriores, Talleyrand, hombre de


extraordinaria capacidad diplomática.

Los representantes de las medianas y pequeñas potencias tuvieron poco que hacer en el
Congreso de Viena. Entre ellos no destacó especialmente el representante español Gómez Labrador.
Hay que tener en cuenta que España aunque había figurado entre los primeros y más decisivos
vencedores de Napoleón, tenía mermado su potencial por la guerra de la Independencia y el
conflicto americano que terminaría con la independencia de sus colonias.

3.2. Las decisiones.

En junio de 1815 se firmó el acta final del Congreso. Apenas se trataron más de dos
cuestiones fundamentales de derecho internacional. Una se refería a la libre navegación de los
grandes ríos, garantizada por todos los países ribereños, y otra fue la abolición de la trata de
esclavos, aunque no se arbitraron medidas para hacerla efectiva.

El capítulo más amplio fue el de las decisiones. Se centró en la reorganización del mapa
europeo. La creación de fronteras artificiales, en muchos casos, provocará problemas nacionalistas
en un futuro próximo.
 Rusia se anexionaba Finlandia y el Reino de Polonia quedaba bajo la soberanía del zar.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 49

 Austria retenía por el norte la Galitzia polaca, mientras que conseguía una especie de
tutela sobre todo el territorio italiano. Controlaba de forma efectiva Lombardía, Venecia y
las provincias Ilíricas.
 En los reinos de Italia la aplicación del principio de legitimidad permitió a Víctor Manuel I
recuperar Saboya y Génova; Fernando V volvió a Nápoles; el Papa a los Estados Pontifícios;
Fernando III a Toscana y Francisco IV a Módena.
 En el conjunto del mundo alemán se procedió a una simplificación del mapa, reduciendo a
39 el complicadísimo mosaico de pequeños Estados que pasaron a configurar la
Confederación de Estados Germánicos. Se redactó un Acta Federal y se prometió un
parlamento alemán en Francfort.
 Prusia adquiría Posen, Dantzig, la Pomerania sueca, parte de la orilla del Rin, Westfalia,
algunas plazas del Elba y parte de Sajonia. El engrandecimiento de Prusia frenaba el
expansionismo ruso, a la vez que preparaba vías para la unidad de Alemania.
 Suecia obtuvo la soberanía sobre Noruega, mientras que Bélgica, Holanda y Luxemburgo
constituían un estado-tapón en la zona que más interesaba proteger a Gran Bretaña.
 Suiza volvió a su configuración cantonal.
 En cuanto a España, nadie discutió los derechos de Fernando VII al trono. Recuperaba lo
que le habían arrebatado los sucesos anteriores a las revoluciones, pero no le atendieron en
sus peticiones de ayuda para calmar la situación en las colonias españolas en América.

Estas fronteras se mantendrán en algunos casos, muchos años como, por ejemplo, en Polonia,
país que no conseguirá la independencia hasta los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra
Mundial en 1918. Sin embargo, en otros, cambiaron muy pronto, como por el ejemplo el caso belga.

4.- OTROS CONGRESOS

El segundo congreso, después del de Viena, fue el de Aquisgrán. Se celebró en los últimos
meses de 1818. El principal tema del congreso fue regularizar la situación de Francia, excluida
inicialmente de la Cuádruple Alianza. En Aquisgrán se facilitó a Francia el pago de las reparaciones
de guerra en cómodos plazos e ingresó en el Directorio, es en este momento cuando la Cuádruple se
convierte en Pentarquía.

El panorama europeo de aquel momento era tranquilizador aunque comenzaban a aflorar


ciertas diferencias ideológicas, aunque dichas diferencias no afectaban a la unidad, según el propio
Metternich, había dos bloques con el mismo fin .De un lado estaban las potencias absolutistas
(Austria, Rusia y Prusia); y de otro las de régimen constitucional (Gran Bretaña y Francia).

En los primeros meses de 1819 hubo agitaciones promovidas por las asociaciones
estudiantiles alemanas. Metternich convocó la conferencia pangermánica de Carlsbad a la que
asistieron representantes de los principales Estados; esta conferencia sirvió para que los príncipes
germánicos reforzaran su autoridad y para frenar las revueltas en Alemania, que no volverán a darse
hasta 1848.

En 1820 la revolución liberal resurgía en los reinos de España, Portugal, Nápoles y


Piamonte con gran fuerza. Los monarcas tuvieron que aceptar regímenes constitucionales.

La conferencia de Troppau se continuó en Laibach (Liubliana) en enero de 1821. la


habilidad de Metternich se puso de manifiesto y mientras Austria recibía plenos poderes para
intervenir en Italia y restaurar los regímenes de plena soberanía, Francia e Inglaterra que no estaban
de acuerdo con la resolución , tampoco se opusieron.
50 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I

En 1821, los planes revolucionarios italianos y españoles a otra gran reunión de la


Pentarquía en Verona a finales de 1822 en la cual se decidió redactar una nota a las Cortes
españolas, amenazando con la intervención si no se producía un cambio sustancial. Si la nota de las
potencias se rechazaba, entraría en España un ejercito francés, respaldado por la Pentarquía.
Después de Verona prevalecería la política individual de cada potencia sobre la global. La nueva
oleada revolucionaria de 1830 dará al traste con el Sistema Metternich.

6.- PANORAMA DE LA EUROPA RESTAURADA

 Gran Bretaña durante el periodo que nos ocupa está cubierta de gobiernos tories que
rechazarán cualquier tendencia revolucionaria en las Islas y que practicarán una política
ajena a los asuntos del continente europeo. Gran Bretaña favoreció la emancipación de las
colonias españolas en América. Se convertirá en el principal productor y exportador
mundial de algodón y siderurgia del planeta. En 1820 murió Jorge III, y ocupó el trono Jorge
IV; un cambio sin mayores efectos políticos.

 Rusia: El imperio ruso se había engrandecido con la anexión de Finlandia y la soberanía


sobre Polonia, pero su hegemonía europea se vio frenada por la aplicación del principio de
equilibrio. Cuando llegó el ciclo revolucionario de 1820, se mostró radicalmente antiliberal.

 Francia: La primera obra de Luis XVIII al subir al trono fue la promulgación de una Carta
Otorgada, ley que emana de la autoridad real, pero que reconoce los derechos del pueblo.
Las instituciones revolucionarias y napoleónicas se respetaron en su gran mayoría. Luis
XVIII puso en marcha una política conciliadora, teniendo que hacer frente a serios
problemas durante su reinado, sobre todo en los primeros años por el intento napoleónico de
los Cien días, pero las reformas y el éxito militar de Los Cien Mil Hijos de San Luis
contribuyeron a restaurar el prestigio interior y exterior del régimen de la restauración en
Francia.

 España: Fernando VII tuvo que reinar en circunstancias muy desfavorables, pero a pesar de
ello gozó de gran popularidad, aunque sus torpezas y las de sus gobiernos, y la depresión
económica minaron en parte aquella popularidad. Los liberales representaban en España a
las clases más ilustradas, y la oposición les favorecía: así se explica que en 1820 vieran caer
a Fernando VII con indiferencia muchos de los que lo habían aclamado en 1814.

 El mundo germano: El mundo germánico esperaba con ansia la unidad alemana. La


Confederación de los 39 Estados Germánicos configurada en el Congreso de Viena, contaba
con un Parlamento en Francfort en el que se trataban asuntos muy generales. Ni Austria ni
Prusia renunciaban al protagonismo en la formación de la Gran Alemania. Prusia era ya la
primera gran potencia del mundo germánico, se extendía desde Polonia hasta el Rhin.
Estaba gobernada por el rey Federico Guillermo, contaba con el ejercito mejor organizado
de Europa; pero Austria contaba con el mejor político, hábil diplomático y enérgico
gobernante, Metternich, que se mantendría en el poder con su emperador Francisco I hasta
1848.

 Italia: En Italia predominaba por el momento el liberalismo sobre el nacionalismo. Austria


se quedó con Venecia y Milán, Víctor Manuel de Saboya volvió al reino de Piamonte; los
mismo ocurrió con los príncipes de Parma y el Gran Ducado de Toscana; Pío VII se hizo
otra vez con los Estados Pontificios, y Fernando IV con el reino de Nápoles y Sicilia.
Prevaleció el régimen de soberanía real y los descontentos fueron mayores que en otras
partes de Europa.
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7. CONCLUSIONES

Los años 1815-1830 trajeron consigo una estabilidad que mejoró la condición humana,
debido principalmente a la ausencia de guerras y perturbaciones civiles a nivel continental. Después
de Waterloo se establecía un orden internacional que se mantendría a lo largo de todo el siglo.

Viena fue la primera conferencia de paz moderna: un intento no sólo de resolver todas las
cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base
permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de todas las conferencias internacionales.

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