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UNIDAD DIDÁCTICA I:
LOS CAMBIOS REVOLUCIONARIOS
(1776 – 1815)
2 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 3
1.- INTRODUCCIÓN.
La Corona británica poseía en el siglo XVIII una serie de colonias en América del norte y
Canadá que había ido consolidando desde los siglos XVI y XVII. Las colonias norteamericanas,
situadas en la costa atlántica, eran las más beneficiosas para la Corona, puesto que habían sido
ocupadas por colonos en su mayoría irlandeses, escoceses e ingleses que eran todavía fieles a
Inglaterra y que habían emigrado en busca de una vida mejor. Eran gente emprendedora que
aportaban a la metrópoli materias primas y un buen mercado para los productos ingleses. El
comercio con estas colonias era fácil debido a su relativa cercanía con Inglaterra ya que sólo había
que atravesar el Atlántico para llegar a ellas; fue por eso que la Corona eligió estos territorios para
colonizar. En total sumaban trece colonias que limitaban al este con el Atlántico y al oeste con la
gran cordillera de los Apalaches, sólo franqueable por algunos difíciles pasos y salvajes ríos. Pero la
dificultad de adentrarse en el continente se agravaba con el gran peligro de los indígenas, muy
intolerantes con el hombre blanco y en general con cualquier intruso que decidiera atravesar sus
territorios. Por otro lado los españoles y franceses también habían colonizado territorios colindantes
lo que provocó numerosas guerras y refriegas entre ingleses, franceses y españoles. Por todos estos
motivos los ingleses no intentarían en serio la expansión hacia el oeste hasta ya bien adentrado el
siglo XIX, cuando las nuevas técnicas de la Revolución industrial se lo permitieran (ferrocarril,
barco a vapor, armas más rápidas y efectivas...) y sus vecinos franceses y españoles estuvieran más
debilitados o hubieran sido vencidos.
Las trece colonias no eran del todo homogéneas, es decir, a pesar de que el 80% de la
población blanca era de origen inglés, escocés e irlandés, había muchas diferencias entre ellas. La
diversidad de estructuras sociales, económicas y mentales podía apreciarse con claridad:
Las cuatro colonias del Centro (Nueva Jersey, Nueva York, Delaware y Pensilvania)
prestaban mayor complejidad étnica y religiosa --holandeses, suecos, hugonotes, alemanes y
judíos-- que superaban en número a los ingleses. Sus ciudades, Nueva York y Filadelfia,
eran centros de exportación de trigo y madera. No obstante se integraron bien a la cultura
anglosajona.
En el Sur (Virginia, Maryland, Georgia y las dos Carolinas), donde opulentos plantadores
anglicanos, dueños de los dominios del tabaco, arroz y algodón, formaban una casta
aristocrática. Eran, en su mayoría, nobles ingleses a los que el rey les había concedido
grandes lotes de tierra. Las nueve décimas partes de los negros se encontraban en las
colonias del Sur trabajando como esclavos en estas plantaciones que tanto interesaban a la
metrópoli y a los dueños aristócratas, puesto que surtían el mercado inglés de productos
tropicales que eran muy difíciles de obtener y muy apreciados, luego eran una fuente segura
4 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
A pesar de estas diferencias también hay semejanzas entre las trece colonias, como la fuerte
natalidad, el aumento del flujo de inmigrantes, la preponderancia del protestantismo (calvinismo)
aunque dividido en diversas confesiones (congregacionalistas, anglicanos, presbiterianos, luteranos,
baptistas, metodistas, quáqueros y puritanos), predominio de la lengua inglesa, el prestigio de la
enseñanza, etc... . Todas las colonias estaban sometidas a las decisiones del Parlamento de Londres
pero para hacer más efectivo el control el rey nombró a un gobernador, representante de la Corona y
del Parlamento. Pero sus poderes se ven limitados cuando a principios del siglo XVIII el rey decide
dotar a estas colonias de una cierta independencia mediante el consentimiento de que se creasen
asambleas locales, formándose así trece estados coloniales. Son bicamerales, a imitación del
Parlamento de Londres.
Sin embargo habrá tensiones entre los fuertes terratenientes del Sur y los protestantes del Norte.
Se inicia así una colonización muy distinta a la española.
Los colonos protestaron enérgicamente contra unas leyes que ellos mismos no habían votado
ya que no tenían representación en el Parlamento de Londres. Entre 1763 y 1776 los
norteamericanos intentarían luchar diplomáticamente contra las leyes británicas.
Filadelfia) y desata una serie de turbulencias en Boston a partir de 1770. Franklin aconseja el
boicot y se genera un "estado de opinión" que sería muy peligroso para la metrópoli.
Los radicales Samuel Adams (1722-1803), Thomas Jefferson y Richard Lee fundan en
Massachusetts comités de correspondencia, embrión de un movimiento separatista que alcanzaría
gran difusión con el panfleto "Common sense" ("Sentido común") en 1776 de Thomas Paine. Por
estas fechas, Samuel Adams fundaría la organización revolucionaria los "Hijos de la Libertad".
A pesar de todo el gobierno de la metrópoli desoye las protestas de los colonos sobre los impuestos,
aunque, no obstante, suprime los especiales, menos el del té, que sigue monopolizando la Compañía
de las Indias Orientales (té indú). Esto provoca el "motín del té en Boston" en 1773, donde grandes
cargamentos de tres barcos ingleses fueron arrojados al mar por hombres disfrazados de pieles
rojas. El Parlamento decretó entonces las Intolerable Acts por las que el puerto de Boston quedaba
cerrado, se limitaba la autonomía de Massachusets y se declaraba el estado de excepción.
En 1774 tendría lugar el primer Congreso continental de Filadelfia, donde se reunieron los
principales representantes de las colonias. Aunque rechazaban el Parlamento, aceptaban la
autoridad de la corona, siempre bajo la petición de mayor libertad e independencia, sobre todo en
materia económica. Redactaron una Declaración de Derechos y decidieron suspender el comercio
con Inglaterra mientras no se restablecieran los drechos anteriores a 1763.
No obstante, incluso dentro de las colonias se produce una división: los demócratas que
apoyan la independencia, y los partidarios del rey Jorge (principalmente nobles sureños cuyo sueño
es emparentar sus familias con la nobleza militar inglesa allí asentada).
Sin embargo, el hecho que más molestó a los colonos, especialmente a los ricos plantadores
del Sur, fue la prohibición de ocupar los territorios del Mississippi y del otro lado de los Apalaches.
Éste sería el principal motivo por el que muchos de éstos se unieron a la sublevación contra los
ingleses.
El ejército inglés estaba bien preparado y surtido, con buenos oficiales y armas. Sin
embargo, aunque el dominio del mar era una especialidad inglesa, en esta ocasión les resultó casi,
por no decir imposible, controlar los 1.500 kms de costa de las trece colonias. El sistema era el
bloqueo por tierra y por mar de una ciudad hasta que caía, así lo intentaron con Nueva Inglaterra,
Nueva York, etc. Por otro lado, utilizaban el sistema antiguo de lucha, con alineaciones y ataques
frontales de la artillería, la caballería, la infantería, llegando incluso al cuerpo a cuerpo.
Los rebeldes o "insurgentes", por el contrario, carecían de milicia organizada, por lo que
tuvieron que improvisarla (no olvidemos que el ejército que siempre habían poseído las colonias era
el de ocupación inglés). No tenían buenos estrategas (si exceptuamos a algunos como George
Washington, comandante en jefe del ejército rebelde)y sus oficiales eran inexpertos, además,
sufrían escasez de armas, de municiones y de hombres, así como de alimentos. El hambre y la
desesperación empujaron a gran cantidad de deserciones. Sin embargo, los rebeldes tenían una gran
ventaja: conocían muy bien el terreno "de juego". Con esta baza decidieron usar un método nuevo
de lucha: la guerra de guerrillas. Los ingleses, lejos de la madre patria, sin conocimiento detallado
de la orografía (ya que la mayoría venían de Inglaterra y nunca antes habían estado en las colonias
americanas), se veían obligados a cruzar estrechos pasos a través de ríos caudalosos para así poder
atravesar las difícil cadena montañosa de los Apalaches o rodear alguna ciudad, era entonces
cuando se veían inmersos en una emboscada rebelde de difícil escapatoria. De esta manera, con
pocos hombres y con ataques puntuales los americanos se defendían muy bien, aunque no lo
suficiente como para ganar la guerra. Sin embargo, contaban con otro punto a su favor: las
guerrillas alargaban demasiado el transcurso de la contienda por lo que la economía inglesa se iba
resintiendo cada vez más. Era muy costoso mantener un ejército tan lejos de la metrópoli.
Continuos barcos cargados de oro, municiones, armas, hombres, víveres... , suponían para la corona
un peso económico insostenible. Por este motivo Inglaterra siempre se quedó con aquellos
territorios que no le proporcionaban demasiadas dificultades (Canadá, Australia...) abandonando
aquellos otros que no le resultaban rentables. Sin embargo se resistía a dejar los territorios
americanos ya que eran un buen mercado para Inglaterra.
Mientras, en la metrópoli, Jorge III, que siempre se había caracterizado por poner como
primer ministro a un conservador (tory), ahora puso en su lugar a un whig (liberal), Pitt el Joven,
que gobernó desde 1783 hasta 1806 (con excepción de 1801-a 1804). El rey siempre ponía en estos
cargos a sus simpatizantes o amigos (especie de despotismo). Sin embargo tenía que responder ante
un Parlamento formado por los tres estamentos (nobleza y clero en la Cámara alta o de los Lores, y
Tercer estado en la Cámara baja o de los Comunes). Lord North, presidente de la Cámara de los
Comunes y ministro del Interior, fracasó en su intento de combinar a conservadores y moderados al
terminar la guerra. La situación económica de Inglaterra quedó tan mal que Pitt tuvo que hacer
grandes esfuerzos por mejorarla. Los tories se apoyaban en la Iglesia anglicana y los whigs en los
disidentes protestantes. Fue imposible el acuerdo entre unos y otros, ya que defendían intereses
distintos. Unos eran representantes de los ricos comerciantes y burgueses de las nuevas ciudades
(los whigs) mientras que los otros (los tories) apoyaban a los lores y ricos terratenientes de los
antiguos núcleos poblacionales.
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Los ingleses contaban, en la guerra americana, del apoyo de los canadienses, de algunos
indios y de los radicales blancos del Sur, es decir, de aquellos nobles sureños que eran familiares
directos de ingleses. Esto no quiere decir que todos los terratenientes sureños estuviesen a favor de
la metrópoli porque, como se ha dicho, uno de los factores detonantes de la guerra fue precisamente
el enojo de éstos al enterarse de que no podían obtener tierras del oeste para aumentar sus cultivos y
plantaciones.
Los rebeldes se vieron solos (si exceptuamos alguna ayuda indígena) hasta que Francia y
España decidieron intervenir a su favor, eso sería a partir de 1780. No obstante consiguieron
algunas victorias como las de Trenton y Princeton en 1776 y la famosa de Saratoga en 1777 por el
general Gates.
Los rebeldes americanos habían ido preparando el camino para recibir ayuda del exterior. En
1777, Benjamín Franklin (1706-1790), como primer embajador de los Estados Unidos, viajó a
Francia para iniciar una campaña a favor de la causa americana. Allí se encontró con una corte
dirigida por un rey borbón, Luis XV, que había emprendido una serie de reformas (militar..., aunque
no del sistema productivo). La libertad mercantil no existía, era intervenida por el gobierno con las
leyes de timbre, etc... . Las fábricas que había eran propiedad del Estado y estaban controladas por
nobles. Toda esta situación indicaba que era un país anclado en el Antiguo Régimen, luego, ¿qué
interés podía tener en favorecer el surgimiento de unos nuevos estados liberales en América?. La
respuesta hay que buscarla en la rivalidad franco-británica. La economía francesa había empezado a
quebrar a mediados del XVIII debido a la invasión de productos ingleses más competitivos en los
mercados francos. Esto se debía a que las colonias británicas favorecían la obtención de una serie de
productos que escaseaban en Europa o eran más bien caros. Los ingleses introducían así sus
productos coloniales con gran facilidad en el continente, hundiendo casi los mercados nacionales y
regionales. Si los franceses conseguían la independencia para las trece colonias americanas, estaban
arrebatando a su terrible competidora (Inglaterra) un mercado muy importante así como un
suministrador de productos coloniales (algodón, cacao, café, azúcar, maíz...). Sin embargo, la
marina británica era muy poderosa por lo que el apoyo francés no podía ser masivo. Fue una ayuda,
en principio, diplomática y económica (contrabando de armas...). España se veía unida a Francia, en
cuestiones bélicas, por la política de "pactos de familia" tan favorecida por Carlos III. Sin embargo,
esta vez, en la cuestión americana, fue España la que se adelantó en la lucha. Bernardo de Gálvez
conquistó el Mississippi (Luisiana) en 1780. Fue un logro importante ya que la retaguardia estaba
ya fuera del poder inglés.
En 1780 Holanda, Rusia, Suecia, Dinamarca, Austria y Prusia se proclamaron neutrales ante
la guerra del corso británica en el mar. En el mismo año tropas francesas, a las órdenes de
Rochambeau, desembarcaron en Rhode Island.
a favor de los rebeldes. Tras la derrota británica en Yorktown en 1781, los ingleses ven con
desesperación su triste final.
Para Inglaterra supondrá la pérdida de un mercado muy importante así como un fuerte
desgaste económico. Además, representa la primera derrota de la potencia inglesa tras la
Guerra de los Cien Años y el declive de su imperio atlántico.
Para Francia supuso un agravamiento de la crisis económica que sufría la Hacienda, así
como una afluencia de ideales liberales que a la postre influirían en la Revolución Francesa
y en el derrocamiento de los borbones y del Antiguo Régimen.
Para España significó un nuevo empuje militar y económico, a pesar de los gastos de la
guerra. Sin embargo, facilitó la propagación de ideas liberales e independentistas en sus
dominios americanos, lo que a la postre desembocaría en la independencia de esos
territorios.
Norteamérica fue la más beneficiada, a pesar de los enormes gastos y muertos que supuso la
guerra (70.000 defunciones aprox.). Consiguió el reconocimiento de su independencia,
formándose una Estado Confederado, más tarde de la Unión Federal, con sede en
Washington. Sin embargo no tiene fronteras definidas, tan sólo la que limita al norte con el
río Hudson. Esto permitía la deseada expansión hacia el oeste. No obstante los ingleses se
aseguraron de que los norteamericanos no pudieran hacer alianzas con las potencias
europeas que los habían apoyado, ya que sus sistemas políticos eran incompatibles (los
estadounidenses consiguen el sistema democrático, con participación civil en el gobierno).
La sociedad estaría conformada por un sistema complejo dado que el origen de la
colonización fue de dos maneras distintas: los terrenos concedidos por el rey a nobles en el
Sur; y los terrenos colonizados por emigrantes en el Norte, de forma más aventurera. Esta
diferencia ocasionaría graves problemas dentro de la estabilidad federal, peligrando la
unidad así como provocando desacuerdos a la hora de elaborar una constitución común.
Washington fue el que aglutinó a todo ese cuerpo heterogéneo, dirigiéndolo hacia la lucha.
En el Norte tenemos Nueva Inglaterra, con una sociedad dividida: grupos más cercanos al
gobierno (financieros, banqueros, comerciantes, monopolistas...) y grupos más cercanos al pueblo
(artesanos y campesinos).
Los colonos cultivaban, en las tierras frías de la costa, patatas, maiz, leguminosas... . Eran
lugares muy húmedos y lluviosos por lo que abundaría el pasto y, por tanto, la ganadería, que
llegaría incluso a imponerse sobre la agricultura. Como la mano de obra era escasa la que había
estaba muy bien pagada, por lo que proliferan el sector de los artesanos, comerciantes y
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profesionales. Además, con las nuevas conquistas en el oeste aparecían más posibilidades de
conseguir trabajo. Esto será un factor importante a tener en cuenta porque mientras que en Europa
haya miseria y bajos jornales en las fábricas cuando llegue la Revolución industrial e incluso antes,
en Norteamérica, sin embargo, los salarios serán altos y no habrá paro ni miseria obrera. Esto será
un buen reclamo para atraer población del "viejo continente", con lo que aparecerá con fuerza el
fenómeno migratorio.
Sin embargo hay problemas, la confrontación con los indígenas, anclados en el Paleolítico,
que lucharán por conservar las tierras que los blancos desean arrebatarles para continuar con la
expansión hacia el oeste. No obstante, se produce un importante desarrollo social en Nueva
Inglaterra.
En 1763 los ingleses deciden limitar la expansión hacia el oeste, delimitando bien las
fronteras de las trece colonias. Por otro lado, la llegada de muchos británicos a las colonias, bien
preparados e instruidos, hace que ocupen los mejores puestos (comerciantes, trabajadores navales...)
y se los arrebaten a los colonos, haciendo escasear el trabajo y, por tanto, descender los salarios
junto con el nivel de vida. Estas dos cuestiones son las que determinarán la adhesión al movimiento
independentista de las colonias del Norte. Los independentistas les prometieron que todos los
americanos podrían viajar libremente por las colonias para buscar trabajo, llegando incluso a ocupar
cargos administrativos.
En 1777 cada uno de los Estados sustituye sus estatutos coloniales por Constituciones
propias que garantizan: la soberanía del pueblo, basada en unos derechos democráticos
fundamentales, según la Declaración de Derechos del Hombre que redactó Jefferson en 1776; la
división de poderes y la electividad de todos los cargos públicos; la separación de la Iglesia y el
Estado, declarando la libertad religiosa y creando Estados laicos (1785). Aunque todo esto se
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También hay diferencias como que el derecho de sufragio se somete a un censo variable, y
que las disposiciones que se toman sobre la Iglesia y la esclavitud varían según el lugar. Así, por
ejemplo, en los Estados del Sur la esclavitud continuará hasta la Guerra de Secesión, o la
discriminación, en algunas universidades y Estados, a aquellos estudiantes que no fueran
anglicanos.
En 1777 el Congreso conseguía acuñar moneda, ocuparse de la política exterior y arbitrar los
conflictos entre las distintas colonias.
Los hombres de negocios del Norte pedían la creación de aduanas para proteger la incipiente
industria, mientras que los granjeros del Oeste se sublevaban contra las tasas (1786). Los
especuladores se aprovechaban de la venta de tierras confiscadas a los legitimistas y de las situadas
en la cuenca del Ohio. La cotización del papel moneda se hundía y, con él, el crédito del Estado
confederado.
Este último problema se resolvió en 1785 con la división del país en townships de seis millas
cuadradas, repartidas en lotes vendidos a bajo precio a los colonos, a los veteranos de guerra o a las
escuelas. En 1787, una ordenanza dispone que una región que poseyera más de 5.000 habitantes se
convertiría en un "territorio" con cierta autonomía, y si superaba los 60.000, se convertiría en un
Estado.
Pero el problema del desorden y de la anarquía necesitaba una solución urgente. Frente a la
desconfianza general que despertaba el poder ejecutivo, que recordaba a la dominación inglesa,
John Adams sostenía que era imprescendible reforzar alguna institución decisoria. Ante la
multiplicación de los centros de autoridad y el libre veto de los Estados, la extrema debilidad del
poder central se estaba convirtiendo en un obstáculo, incluso en el terreno económico. Así que el
Estado de Virginia propuso una Convención de representantes de los distintos Estados, que se
reunió en Filadelfia en 1787 bajo la presidencia de Washington. Los asistentes, pertenecientes a la
burguesía, pretendieron salvaguardar el orden público, garantizar la propiedad, la unidad y el
crédito del Estado confederado. El resultado fue la elaboración de la Constitución de 1787, que
privaba en gran parte a los Estados de su independencia, reduciendo el poder de las Asambleas
locales. Era un paso decisivo hacia la democracia, tan revolucionario como el inicio de la
emancipación.
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En 1787 la Convención de Filadelfia reunía a 55 delegados de las trece colonias para acordar
el establecimiento de una República Federal Presidencial. Para conseguirlo Benjamín Franklin y
James Madison tuvieron que poner de acuerdo a federalistas centralistas, entre los que estaban
Alexander Hamilton, John Adams y el mismo George Washington, y a republicanos federalistas
(más tarde demócratas) con Jefferson a la cabeza.
En cuanto a la separación de los tres poderes examinemos despacio los distintos órganos de
gobierno:
El Presidente es el jefe del Estado y primer ministro. Una vez designado candidato por los
partidos, es elegido cada cuatro años mediante sufragio indirecto por los compromisarios de
los Estados. Puede ser destituido tras la acusación de delito grave (traición, corrupción).
Políticamente está sometido al control del Congreso, y constitucionalmente al del Tribunal
Supremo. Los Secretarios, jefes de los diferentes departamentos o ministerios son elegidos
por él. Representa el poder ejecutivo.
El Congreso formado por dos cámaras: la Cámara de los Representantes, elegida cada dos
años por sufragio directo y compuesta por un número de representantes proporcional al de
habitantes de cada Estado; y la del Senado, formada por dos miembros de cada Estado
elegidos cada seis años, aunque cada dos años se renueva un tercio de los componentes. El
Congreso tenía poder para dirigir el comercio interior y exterior, regular el valor de la
moneda, reclutar el ejército, declarar la guerra y formular leyes. Sin embargo se veía
limitado por el poder de veto del Presidente y por el Tribunal Supremo que también se
encargaba de las leyes.
Como puede verse el sistema se basaba en el control mutuo de unos organismos sobre otros, así
como el de los ciudadanos sobre éstos y el de los mismos sobre los ciudadanos. Sin embargo cabía
una preocupación, los enormes poderes que tenía el Presidente. Eran amplísimos, casi propios de un
régimen monárquico. Podía vetar las leyes aprobadas por el Congreso si lo creía conveniente, firmar
tratados, mantener un gabinete de asesores..., sin embargo también estaba controlado puesto que
había leyes que argumentaban su destitución en casos de corrupción o traición.
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Otro asunto era el de los esclavos. Era incompatible su manteniemiento en un Estado basado
en la Declaración de los Derechos del Hombre. Para poder continuar con ellos, los ricos sureños
argumentaron que se trataban de propiedades y, como tales, debían ser garantizadas por los poderes
públicos. ¿Por qué tanto interés en mantener la esclavitud por los Estados del Sur?. Sencillo,
además de aportarles poder económico puesto que eran mano de obra que se ahorraban (siempre era
más barato mantener un esclavo que pagar un jornal a un hombre libre ya que los sueldos en los
Estados de la Unión, a diferencia de Europa, se mantuvieron altos puesto que era un territorio vasto
donde escaseaba la mano de obra), por otro lado, los esclavos también aportaban poder político a
sus dueños. ¿Cómo es esto?. Por aquella época se estableció que cinco esclavos equivalían a los
votos de tres hombres libres. Por lo tanto, al dueño de una plantación le interesaba poseer cuantos
más esclavos mejor, ya que poseía más votos a su disposición para él apoyar al individuo que
quisiera en las elecciones. Era la mejor forma que tenía el Sur de llevar al gobierno sus proyectos y
sus representantes, por supuesto, los de la clase propietaria y acomodada. El hecho de que se les
consintiera estaba determinando el poder real que tuvieron los Estados del Sur en la Unión, que fue
enorme.
El resultado fue un Estado federal más fuerte que el de la antigua Confederación, aunque para
nada restrictivo en su totalidad de las libertades de cada Estado. Se trataba de conjugar lo federal
con lo estatal, llegando a un equilibrio.
La aceptación de la Constitución americana por los distintos Estados fue lenta, aunque al final
se consiguió.
Norteamérica surge como entidad alrededor de 1790, cuado la mayor parte de las trece
colonias habían firmado la constitución, exceptuando a Rhode Island. La Independencia da lugar a
un nuevo período floreciente, momento en el que se configura la nueva nación.
EE.UU. contaba con una tradición democrática, aunque diferente a la actual. Lo que sí se
puede afirmar es que existía una constitución y un sistema unificado que afectaba a todo el pueblo
norteamericano. El período que va desde 1790 hasta 1800 está determinado por la pugna entre dos
partidos o tendencias políticas:
Washington formó el primer gobierno con el ministro de economía George Hamilton, quien
logró convencer al nuevo Estado de la política que debía seguir. Se trataba de un Estado aún en
crecimiento que tenía que organizar. El Estado federal carecía de forma, por lo que resultaba casi
imposible llevar a cabo una política concreta, así que Hamilton elaboró un sistema eficaz de
Hacienda, aunque aún "en pañales".
Hamilton propuso hacer efectivas las deudas de la guerra. Para ello pagó los bonos al 100%
cuando habían sufrido una devaluación del 75 o del 50%. La acumulación de bonos la realizaron
aquellos que podían guardarlos. Hamilton quería que la devolución se realizara en un lugar
concreto. Con este motivo se eligió Washington como capital del nuevo Estado.
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El resultado de todo esto será una política económica centralizada, que facilitará los créditos a
bajo coste, fomentando el sistema industrial americano que llegará a alcanzar una gran importancia.
Hamilton hará posible que se devuelva la deuda de guerra a la Banca de Londres y de Amsterdam.
A pesar de endeudarse para ello conseguirá obtener poderosos aliados en estos bancos. La política
de Hamilton fue un éxito, un éxito diplomático.
En lo que respecta a la Hacienda pública, la recaudación se estableció por vez primera con el
censo de 1790. Los impuestos eran mayoritariamente indirectos (whiski, el timbre, el rapé, el
tabaco, los carruajes...) en definitiva, sobre productos de lujo.
En 1798 se establece el primer impuesto sobre propiedades, viviendas y tierras. Por cada
esclavo de 12 a 50 años de edad se pagaría 50 centavos.
Las corporaciones mixtas serán las que integren el capital público con el privado, a veces
dando buenos resutados, otras veces no debido a la corrupción.
El Banco Nacional favoreció más al Norte que al Sur, ya que financió sus industrias, su
comercio y sus finanzas, mientras que el Sur se vio arrastrado por la política económica de
Hamilton.
Era demócrata, enemigo del centralismo, pero un tanto pragmático. Rompió con la política
seguida por Washington y John Adams. Jefferson llegó al poder como opción reformadora opuesta
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Hacia 1816 puede decirse que EE.UU. tenía un gobierno estable. Un Estado independiente.
Aunque ya no gobernaba Jefferson, continuaba la misma tendencia.
A partir de 1812, EE.UU. comenzó a encargarse de los asuntos del propio continente dada la
imposibilidad de G. Bretaña de intervenir debido a su guerra con Napoleón. EE.UU. empezó a
ganarle terreno. En 1819 compraba la Florida a España.
Surgieron entonces las disputas. El Norte defendía los derechos humanos y la libertad,
mientras que el Sur sólo quería mantener la mano de obra esclava, de la que tanto se beneficiaba.
Estos problemas continuaron latentes por la ausencia de oposición en el Parlamento hasta 1860. Era
un tema "tabú" en el Congreso. Sin embargo nos encontramos con ciertos núcleos políticos en el
Norte relacionados con grupos religiosos y comerciantes que estaban interesados en que ciertos
productos del Sur no salieran al mercado puesto que abarataban demasiado la oferta. Los
especuladores también estaban interesados en esto mismo. Sin embargo, el argumento que se
esgrime para conseguir estos objetivos económicos era moral: la injusticia que suponía la
esclavitud. ¿Por qué este argumento?. Por la sencilla razón de que si se abolía la esclavitud los
grandes terrateniente sureños perderían dos cosas: poder económico y poder político (cinco esclavos
valían por tres votos, luego cuantos más esclavos se poseyese, más influencia política se tendría).
Jefferson, al pertenecer a la aristocracia sureña, no podía sacar a relucir este tema, quedando
soterrado. Sin embargo, el Norte, a partir de 1816, querría provocar una ruptura con los esclavistas
del Sur. Con este motivo se fundará Monrovia en la costa atlántica africana, lugar para devolver a
los esclavos negros liberados.
Hacia 1820 tiene lugar el "Compromiso de Missouri", donde se trata el tema de la expansión
hacia el Oeste. El problema era que el Sur se había dedicado a conquistar territorios del oeste,
ganando terreno al Norte, ya que necesitaba amplios terrenos para convertirlo en explotaciones
agrarias. Entonces, mediante este acuerdo, se trazó una línea fronteriza hacia el oeste (a la altura de
Virginia y Pensilvania), llamada de Maxon-Dixon, entre los territorios que podía conquistar el
Norte y los que competían al Sur. En realidad separaba los territorios esclavistas de los no
esclavistas.
Es extraño que nadie pusiera objeciones a este pacto, ni siquiera el Sur, que era el que salía
más perjudicado. Podremos entenderlo cuando años después EE.UU arrebate a México Texas, que
pasaría a poder del Sur.
Hasta 1833 G. Bretaña no se decidió a abolir la esclavitud. ¿Por qué en ese momento?. Por
varios factores: porque habían subido al poder elementos de las clases trabajadoras, más
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identificados con los esclavos; y porque quizás fuera más interesante una máquina que un
esclavo, rendía más.
Lo cierto es que la economía surista era esclavista, sacando casi todos su beneficios de este
sistema. Mientras, en el Norte, se empezaron a alzar voces contra la esclavitud, siguiendo el
ejemplo británico, voces que el Congreso desoyó hasta que un historiador republicano, Abraham
Licoln, se hizo con la presidencia de los EE.UU. en 1861. Éste representaba a esos sectores del
Norte contrarios a la esclavitud (los ya citados anteriormente junto con los fabricantes de
maquinaria). La opinión pública lo respaldó. La guerra estaba ya servida. Lincoln, no obstante, no
decidió acabar con la esclavitud hasta 1863.
En 1819 EE.UU. hacía una importante adquisición, la compra de la Florida a España. Era un
punto estratégico excelente, puerta del Caribe.
Durante la misma etapa aparecerán nueve Estados más en el Norte, mientras que el Sur sólo
podría crear Arkansas.
Se favorece la inmigración europea para la colonización de las zonas despobladas del Oeste
pertenecientes al Norte. La población de 1820 se ve triplicada en 1830 y cuadruplicada en 1840.
La política llevada a cabo por el Norte terminaría debilitando la capacidad demográfica del Sur,
luego su sistema agrario expansivo esclavista y su peso político. La expansión hacia el oeste tuvo
una clara connotación económica.
El Sur no contaba con una economía que sirviese para estimular un mercado americano, sino
internacional. Lo cierto es que al Sur le convenía más ese tipo de comercio enfocado a la
exportación hacia Europa, puesto que de él obtenía maquinaria inglesa a un precio menor a la
americana, a cambio de abastecer de algodón y demás productos exóticos a G. Bretaña a bajo
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precio. En un principio, el Sur era proteccionista pero cuando vio sus posibilidades se pasaron al
librecambismo, lo que molestó enormemente al Norte.
Así que el Sur vio con recelo la propuesta de reforma arancelaria de la que eran partidaria
los elementos del Norte. Como los terratenientes sureños tenían una gran influencia en la política
del país consiguieron salirse con la suya, sin embargo, con la pérdida paulatina de ese control, la
tensión se fue agravando, llegando Carolina a estar a punto de ser invadida.
El Sur quería unirse con el Oeste, ya que sus demandas tampoco eran atendidas por
Washington. Mientras, el Norte se dedicaba a crear periódicos abolicionistas que trataban de
centralizar el Estado. A partir de 1830 el Sur se siente aislado por la opinión pública.
Un problema básico para la "conquista del Oeste" serán las comunicaciones. En el Sur nos
encontramos con el Mississippi, y en el Norte con la costa atlántica. El ferrocarril se extenderá con
rapidez, alterando las zonas de influencia. Enlazará puntos del Norte hacia el Oeste tales como
Boston, New York, Detroit, Philadelphia, Chicago, etc. Se construirán dos líneas: la Central
Pacific, y la Union Pacific. Ambas competirán.
En 1840 un grupo de terratenientes que habían comprado terrenos en Texas (por entonces de
México) plantearon un referendum: ¿Quería Texas seguir perteneciendo a México o pasar a formar
parte de EE.UU.?. Lógicamente los tejanos prefirieron pertenecer a una nación que empezaba a
perfilarse con gran fuerza: EE.UU. Aún así México no se conformó y hubo un enfrentamiento.
EE.UU. tomó Río Grande, atacando por la retaguardia, anexionándose también Nuevo México y
California. El proceso acabó en 1848. Un año después se produciría la "fiebre del oro" en
California. Por este motivo fue el Norte el que transgredió las normas tomando bajo su influencia el
Estado de California, impidiendo al Sur la salida al Pacífico.
1.- INTRODUCCIÓN.
A partir de fines del siglo XVIII y hasta el siglo XIX el enfrentamiento entre el absolutismo
y los nuevos planteamientos políticos derivados de la ilustración, que proponían una nueva forma
de organización política, provocaron uno de los periodos más revolucionarios de la historia
occidental.
Los excesos de la revolución francesa, cuyo origen intelectual se remonta a las ideas de la
ilustración, generaron en un primer momento un fuerte rechazo por parte de las monarquías
europeas. Sin embargo, en pocas décadas, sus ideas penetraron políticamente e impulsaron fuertes
cambios en la organización de las naciones. Este proceso no estuvo exento de dificultades. En la
mayor parte de los países surgieron diferentes tipos de gobiernos que establecían la separación de
los poderes del estado, convirtiéndose de esta manera, el sistema republicano, en la forma política
adoptada por la mayoría de los países del mundo occidental.
Estas se generan desde los principios del reinado de Luis XVI. La deuda pública acrecentada
por el conflicto con Gran Bretaña, apenas dejaba margen de maniobra a la monarquía francesa,
mientras tanto protestas por las dificultades económicas y sociales se extendían y cobraban
virulencia, además de la mala administración, las pérdidas que acarreó, la guerra (1775 - 1783)
entre Francia e India y también los prestamos y cooperaciones financieras que Francia había
gastado en ayuda de Norte América.
Todas las causas materiales tienen que ver con el hecho de que Francia- cuna de la
ilustración- no tuvo en el momento decisivo un ―rey ilustrado‖ y a fines del siglo XVIII todavía
mantenía una sociedad feudal, con tres clases sociales o estamentos: el clero, la nobleza y ―Tercer
Estado‖ o Estado Llano. La iglesia y los nobles poseían la tercera parte de las tierras, no pagaban
impuestos y ocupaban los más altos cargos públicos. Los burgueses debían pagar impuestos por sus
actividades económicas (pertenecían al Estado Llano). Los campesinos, artesanos, obreros y otros,
poseían el último tercio de las tierras pero debían pagar impuestos al estado, nobleza y el clero.
La crisis fue general, ideológica, política y económica. Con esto el Estado Real se debilitó.
Los audaces intentos del controlador general de finanzas Anne Robert Jacques Turgot (1774)
habían fracasado y agravando las dificultades financieras. Teniendo que renunciar por presiones de
los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero (apoyados por la reina María Antonieta de
Austria). Sus sucesores de Turgot tuvieron los mismos problemas, proponían reformas para evitar la
banca rota. Calonne que contaba con la posibilidad de recaudar impuestos entre las clases
privilegiadas del reino, Calonne sabía que los parlamentarios se opondrían a dichas propuestas por
lo cual quiso que estas propuestas fueran aprobadas por una asamblea escogida por el Rey, pero lo
rechazaron porque esto atentaba contra los privilegios de los parlamentarios.
El estado era incapaz de liquidar sus deudas e impotente ante sus problemas económicos (el
campo se empobreció y las industrias quebraron).Con esta situación Luis XVI se vio obligado a
convocar a los estados generales (estas eran asambleas formadas por representantes del clero,
nobleza y el tercer estado), cuando su última reunión se había formado en 1614.
18 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
En septiembre de 1788 fue aceptado que se convocaran los estados generales pero cada
una de las órdenes que constituían la nación francesa dispondrían del mismo número de
representantes: que el tercer estado (pueblo) fuera igual al primer estado (clero) y el segundo estado
(nobleza).
Entre mayo y octubre de 1789, los franceses asistieron al final e un mundo: el absolutismo
monárquico cedió el paso a la soberanía nacional.
Luis XVI bajo las presiones de la reina María Antonieta y del conde Artois, cedió y llamó a
los leales regimientos extranjeros que se concentrarían en París y Versalles, y el 11 de julio despidió
a Necker. Dos días antes, la asamblea se había proclamado ―Asamblea Nacional‖.
Con el regreso de Necker se legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la asamblea y
los diversos gobiernos provisionales de las provincias.
Alarmada por todos los disturbios y desordenes que se estaban produciendo en las
provincias la Asamblea Nacional Constituyente comenzó a actuar el 4 de agosto de 1789 aboliendo
todos los privilegios de la nobleza y del clero, por otra parte aprobó una legislación donde quedaba
abolido el Régimen Feudal y Señorial, también se suprimió el diezmo aunque habían
compensaciones el algunos casos. Así fue como el día 4 de agosto de 1789 se termina ―El Antiguo
Régimen‖.
A pesar de que el Poder Ejecutivo todavía estaba dirigido por el rey, se implantaron firmes
limitaciones. Su poder de desaprobación tenía una fisonomía netamente suspensiva, y era la
Asamblea quien poseía el dominio efectivo del manejo de la política del exterior. Se implantaron
transcendentales cambios que delimitaban el poder de la Iglesia Católica a través de un numero de
artículos llamados ―Constitución Civil del Clero‖, siendo el más destacables la confiscación de los
bienes de la Iglesia. Con el fin de amortiguar la crisis financiera se dejó a cargo del Estado entregar
un nuevo tipo de papel moneda, los asignados, garantizado por las tierras confiscadas.
Por lo mismo, la Constitución convenía que los obispos y sacerdotes fueran nombrados por
los votantes y obtuvieran un pago del Estado, también prestaron un juramento de lealtad al Estado y
las órdenes monásticas fueron diluidas.
Estos fueron impulsados, primeramente, por el resentimiento y por una mala aceptación del
grupo de ciudadanos que se encontraban exentos del electorado.
Las clases sociales que no poseían de propiedades buscaban entrar al voto y desligarse de la
miseria económica y social, que apresuraron en tomar posiciones radicales.
Este desarrollo se expandió apresuradamente por toda Francia a través de los clubes de los
jacobinos y de los codeliers, obtuvo gran empuje cuando supo que María Antonieta entablaba
conversación con su hermano Leopoldo II (emperador del Sacro Imperio Romano Germánico).
Como la mayoría de los monarcas europeos, Leopoldo refugió a un significativo número de
emigres, sin esconde3r su oposición a los hechos revolucionarios producidos en Francia. La duda
popular de acuerdo a las tareas de la Reina y los lazos que tenía Luis XVI quedó confirmada cuando
la familia Real al intentar huir de Francia en un carruaje hacia Varennes fue detenida, suceso
ocurrido el 21 de Junio.
Gracias a los miembros de una tendencia revolucionaria radical aumentaron las diferencias
del sector burgués y el republicano de la población; ya que los miembros de esta revolución querían
la proclamación de la Republica por la que hubo enfrentamientos con la Guardia Nacional.
A raíz de esto la Asamblea Constituyente tuvo que suspender por un tiempo las funciones del
rey, ya que este había sido detenido. Pero más adelante con el fin de detener el radicalismo y de que
no hubiera una intervención extranjera el poder fue devuelto al rey.
Después del suceso en que el 14 de septiembre de 1791 la Constitución fue modificada y el rey
juró respetarla, se reemplazó la Asamblea Constituyente por la Asamblea Legislativa, la cual se
caracterizaba por estar dividida en:
Mientras en la Asamblea Legislativa tenían el poder los girondinos (presididos por Roland),
Leopoldo II y Federico Guillermo II (reyes de Austria y de Prusia, respectivamente) amenazan a
Francia con una intervención armada con el fin de defender el absolutismo monárquico. Los
girondinos, al ser partidarios de una República Federal, declararon la guerra a Austria y Prusia (20
de Abril de 1792).
El gabinete dirigido por Roland cayó el 13 de Junio de 1792 provocando por esta causa la
intranquilidad que llevó al pueblo, a realizar un asalto a las Tullerías (residencia de la familia Real).
La desconforme ciudadanía, a raíz de la mala gestión del gabinete girondino y más importante aún,
por el testimonio del aliado William de Ferdinad cuya declaración consistía en destruir la capital si
la familia real era maltratada, creó una sublevación en Paría el 10 de agosto, la cual estaba dirigida
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 21
por radicales y grupos de voluntarios (integrados por personas de todo el país, con la finalidad de
conformar una fuerza resistente hacia Cerdeña y Prusia).
Luis XVI se oculta con su familia en una cámara próxima a la Asamblea Legislativa, en la
cual, en esta última detiene sus funciones de monarca, seguido con su arresto.
Los montagnards, quienes fueron liberados por Danton, controlaron el nuevo gobierno
parisino y tomaron el poder de la Asamblea Legislativa. Esta última aprobó la elección por sufragio
universal de una nueva Asamblea llamada Convención Nacional, reemplazando de esta manera la
Asamblea Legislativa, creando así una naciente forma de gobierno que sería la República.
Se provocó en la convención una crisis entre los girondinos y los montagnards, por las
amenazas que venían del exterior y el interior. Los montagnards se toman el poder y crean un
gobierno conocido como el Reinado del Terror.
9.- EL TERROR.
Lyon, Marsella, Burdeos y otras importantes localidades se hallaban bajo el poder de los
girondinos. Se crea el 23 de Agosto un nuevo decreto de reclutamiento para todos los franceses
masculinos con buen estado de salud. En poco tiempo se crearon catorce nuevos ejércitos —cerca
de 750.000 hombres—, equipados y enviados al frente rápidamente. A parte de estas medidas, el
Comité reprimió violentamente la oposición interna.
El 16 de Octubre la reina de Francia (María Antonieta) fue ejecutada y el 31 del mismo mes,
murieron guillotinados 21 destacados girondinos. Tras estas represalias iniciales fueron declarados
culpables y condenados a morir en la guillotina por los tribunales revolucionarios a miles de
monárquicos, sacerdotes y girondinos por realizar actividades contra revolucionarias o de
simpatizar por esta causa. La cantidad de personas condenadas a muerte en París se elevó a 2.639.
Las penas infligidas a los traidores o presuntos insurgentes fueron más severas en muchos
departamentos periféricos, especialmente en los principales centros de la insurrección monárquica.
Dentro de un periodo de tres meses se ejecutaron más de 8.000 personas por el tribunal de Nantes,
presidido por Jean-Baptiste Carrier, caracterizándose como el más severo con los cómplices de los
rebeldes de La Vendée. También resultaron responsables ante una ejecución, los tribunales y los
comités revolucionarios, en la cual murieron casi 17 mil ciudadanos en toda Francia. El total de
víctimas durante el Reinado del Terror alcanzó el número de 40.000. Entre los condenados por los
tribunales revolucionarios, aproximadamente el 8% eran nobles, el 6% eran miembros del clero, el
14% pertenecía a la clase media y el 70% eran trabajadores o campesinos acusados de eludir el
reclutamiento, de deserción, acaparamiento, rebelión u otros delitos.
año III según el calendario republicano) Robespierre, Saint-Just, Couthon y 98 de sus seguidores
fueron apresados, y decapitados al día siguiente. Se toma en cuenta que el 9 de termidor fue el día
en que se puso término a la República de la Virtud.
La Convención Nacional fue controlada hasta el término del año 1794 por el grupo
―termidoriano‖ que sacó o derrocó a Robespierre y puso término al Reinado del Terror. Se cerraron
los clubes jacobinos de toda Francia, fueron abolidos los tribunales revolucionarios y revocados
varios decretos de carácter extremista, incluido aquél por el cual el Estado fijaba los salarios y
precios de los productos. Luego a que la Convención volviera a estar regida por los girondinos, el
conservadurismo termidoriano se transformó en un fuerte movimiento reaccionario. Durante 1795,
se crearon en París varios tumultos, en los que el pueblo exigía alimentos, y manifestaciones de
protesta que se expandieron a otros sectores de Francia. Estas rebeliones fueron diluidas y se
tomaron severas represalias contra los jacobinos y sans-culottes que los protagonizaron.
Permaneció inalterable la moral de los ejércitos de Francia frente a los sucesos ocurridos en
el interior. Durante 1794-1795, las fuerzas francesas organizadas por el general Charles Pichegru
penetraron en los Países Bajos austriacos, ocuparon las Provincias Unidas instituyendo la República
Bátava y ganaron a las tropas aliadas del Rin. Este asenso de derrotas generó el rompimiento de la
coalición antifrancesa. El 5 de abril de 1795, Prusia y varios estados alemanes firmaron la paz con
el gobierno francés en el Tratado de Basilea. El 22 de julio España también se retiró de la guerra,
quedando sólo Gran Bretaña, Cerdeña y Austria en la lucha con Francia. Sin embargo, no hubo
cambio en los frentes bélicos durante casi un año. La siguiente fase de este conflicto se inició con
las Guerras Napoleónicas.
24 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Se propició la paz en las fronteras, y la invasión de un ejército formado por émigrés fue
acabada en Gran Bretaña en julio. La Convención Nacional terminó la creación de una nueva
Constitución, que se aprobó oficialmente el 22 de agosto de 1795. La nueva legislación daba el
poder ejecutivo a un Directorio, compuesto por cinco integrantes nombrados directores. El poder
legislativo se ejercería por una asamblea bicameral, constituida por el Consejo de Ancianos (250
miembros) y el Consejo de los Quinientos. El periodo de un director y de un tercio de la asamblea
se renovaría cada un año a partir de mayo de 1797, y el derecho de sufragio quedaba limitado a los
contribuyentes que pudieran acreditar un año de residencia en su distrito electoral. Esta
Constitución introducía otras disposiciones que mostraban el alejamiento de la democracia
defendida por los jacobinos. Este régimen no pudo establecer un medio para impedir que el
ejecutivo entorpeciera el gobierno del ejecutivo y viceversa, lo que generó frecuentes disputas por
el poder entre los integrantes del gobierno, sucesivos golpes de Estado y fue la causa de la
inoperancia en la dirección de los asuntos del país. Pese a esto, la Convención Nacional, que seguía
siendo anticlerical y antimonárquica a pesar de su oposición a los jacobinos, tomó cautela para
evitar la restauración de la monarquía. Promulgó un decreto especial que establecía que los
primeros directores y dos tercios del cuerpo legislativo tenían que ser elegidos entre los integrantes
de la Convención. El 5 de octubre de 1795, los monárquicos parisinos reaccionaron violentamente
contra este decreto y organizaron un levantamiento. Esta sublevación fue reprimida con rapidez por
las tropas dirigidas por el general Napoleón Bonaparte, jefe militar de los ejércitos revolucionarios
de escaso renombre, que más tarde sería emperador de Francia con el nombre de Napoleón I
Bonaparte. El 26 de octubre, el régimen de la Convención concluyó, y el 2 de noviembre el nuevo
gobierno creado de acuerdo con la Constitución entró en funcionamiento.
A partir de los primeros tiempos el Directorio tuvo algunas dificultades, a pesar de la gran
labor que realizaron unos políticos, tales como Charles Maurice de Tallevrand-Périgord y Joseph
Fouché. Los problemas que surgieron fueron provocados por los defectos estructurales
característicos al aparato de gobierno y otros problemas fueron causados por la confusión
económica y política la cual se generó por el triunfo del conservadurismo. Además el Directorio
heredó una grave crisis financiera que se agudizó por la depreciación que sufrieron los asignados
(esta depreciación fue de casi un 99% de su valor). A despecho de que los líderes jacobinos (por lo
menos la mayoría) habían fallecido su espíritu se encontraba en el extranjero u ocultos, pero aun
pervivía en las clases más bajas y los miembros de las clases altas hacían una campaña abiertamente
pidiendo la restauración de la monarquía. Las agrupaciones políticas burguesas, decididas a
mantener su predominio en Francia, no tardaron en darse cuenta las ventajas que significaba
reconducir toda la energía que tenía la población durante la Revolución hacia fines militares. Había
aun asuntos por solucionar con el Sacro Imperio Romano. Por otra parte el absolutismo, que era una
amenaza para la Revolución, seguía dominando la mayor parte de Europa.
Los ideales revolucionarios pasaron a integrar la base de las reformas liberales de Francia y
Europa en el siglo XIX, así como sirvieron de motor ideológico a las naciones latinoamericanas
independizadas en ese mismo siglo, y continúan siendo hoy las claves de la democracia.
12.- CONCLUSIÓN.
Concluimos que la revolución francesa fue un proceso social y político que llego en
respuesta a una gran inestabilidad y pésima organización económica.
En el año 1789, tras la junta de los tres estados generales se formó una nueva constitución
para Francia, los derechos del hombre y ciudadanos, los cuales se sintetizaron en tres principios:
libertad, igualdad y fraternidad, los cuales pasaron a ser los ideales de la revolución.
La revolución llego en este periodo a su máximo radicalismo con la formación del tribunal
revolucionario y un comité de salud pública.
Tras diversos golpes de estado se derriba el directorio y se forma el consulado, en donde fue
nombrado como primer cónsul Napoleón, comenzando así una nueva época de en la historia
francesa.
26 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 27
Tras una década, la Revolución Francesa había trastornado Europa. Había dividido el
continente entre partidarios (patriotas, jacobinos, radicales) y enemigos (contrarrevolucionarios).
Una división que se acompañaba de enfrentamientos, en el terreno ideológico y en el terreno
militar, entre Francia y casi todos los demás estados, pero también de enfrentamientos dentro de
cada estado, Francia incluida, entre defensores y adversarios. En último término, los primeros sólo
se impondrían allá donde contaban con el apoyo de las bayonetas francesas, lo cual sería al mismo
tiempo señal de su debilidad y germen de una mayor oposición.
Desde 1792-93 los estados europeos lucharon contra la revolución desde diversos frentes. Desde
el punto de vista de las ideas destacan:
Censura: Fue la política seguida por la monarquía española, interesada en impedir que sus
súbditos conociesen los cambios que se producían en Francia, por temor a sus efectos
contagiosos, aunque no se adoptaron medidas sistemáticas de control y represión hasta 1792,
cuando se asoció la Inquisición al control de las entradas de libros; un año más tarde se
prohibía la publicación en el país de todo tipo de noticias, favorables o no, sobre la
revolución en el país vecino. Pero España no era una excepción. En la misma Gran Bretaña
también se adoptaron medidas de censura a través de sucesivas disposiciones que
prohibieron la publicación y circulación de escritos sediciosos (1792), cualquier tipo de
relación con Francia sin el consentimiento previo del gobierno (1793), cualquier ofensa oral
o escrita contra el monarca y su gobierno (1795) y, de forma más sutil, aumentando los
impuestos sobre la prensa, con la finalidad de encarecerla y dificultar así la circulación de
los periódicos populares (1796).
Por otro lado dando marcha atrás en el terreno de las reformas, que eran vistas como el camino
que conducía a la revolución. Es lo que ocurrió en España, desde los últimos años del ministerio de
Floridablanca y durante el valimiento de Godoy. Esta trayectoria, que sin embargo no era rectilínea,
sino que estaba sujeta a los vaivenes derivados del estado de las relaciones con Francia, tuvo como
hitos destacados la supresión de las cátedras de derecho público y de derecho natural y de gentes, el
retorno de los jesuitas exiliados en Roma (1797) y, sobre todo, la caída en desgracia de Jovellanos
(1798). Pero no solamente en España: otras monarquías también se volvieron atrás en el camino de
las reformas. En Austria, la reforma agraria de José II fue suspendida por Leopoldo II. En Gran
Bretaña, el temor a la revolución condujo al gobierno de Pitt a la suspensión del Habeas Corpus en
1794 (medida que estuvo vigente entre 1794 y 1795 y de nuevo entre 1798 y 1801, y que
significaba la posibilidad de encarcelamiento sin juicio), la prohibición de mítines (1795) y al
fortalecimiento de las disposiciones legales contra los sindicatos (1799 y 1800).
Por último, enfrentándose en el terreno militar con el estado revolucionario. Este enfrentamiento
opuso a Francia con Prusia y Austria desde 1792 y, desde 1793, con una Primera Coalición en la
que figuraron todos los países europeos, con excepciones menores (Dinamarca, Turquía, algunos
principados alemanes). Los triunfos franceses propiciaron la expansión de la nación revolucionaria
hasta alcanzar las fronteras naturales (Pirineos, Alpes y Rin) y la retirada de la mayoría de sus
contrincantes: al finalizar 1795 sólo se mantenían en la lucha Gran Bretaña y Austria. No conviene
exagerar las motivaciones ideológicas en una lucha en la que también tuvieron su parte factores más
convencionales: expansionismo francés, al margen de la voluntad de los pueblos; apetencias
territoriales o económicas de las potencias enfrentadas a Francia. Este último elemento explica, por
ejemplo, los recelos existentes entre austríacos, prusianos y rusos, enfrascados en hacerse con los
despojos de Polonia (repartos de 1793 y 1795), en perjuicio de las operaciones contra Francia y el
cambio de campo de España, que en virtud del tratado de San Ildefonso (1796) reanudó la
tradicional política de alianza con Francia y rivalidad con Gran Bretaña, el enemigo que
obstaculizaba las relaciones con las colonias de América.
Los principios revolucionarios tuvieron una mayor o menor acogida en cada territorio en
función de las circunstancias económicas, sociales y políticas del área en cuestión, y también en
función de la capacidad de intervención francesa. En última instancia, el triunfo de la revolución,
cuando estalló fuera de Francia, se hizo posible gracias al apoyo decisivo de las bayonetas
francesas, necesarias para su mantenimiento. Tal situación crearía tensiones que iban a obstaculizar
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 29
el arraigo de la revolución y a dar fuerza a los movimientos de oposición, algo que puede
entenderse si se tiene en cuenta que la presencia francesa significaba:
El período que nos ocupa no estuvo solamente marcado por las guerras. Junto a las
alteraciones de las fronteras europeas como producto de los conflictos armados y de los acuerdos
diplomáticos que les siguieron, se produjeron cambios profundos en el ordenamiento político y
social de la misma Francia y de los pueblos que sufrieron el impacto de la expansión francesa, de
forma directa, al quedar incluidos en los límites del Imperio, o indirecta, sujetos a su influencia o,
incluso, obligados a reformarse para resistirla. Vamos a considerar, en primer lugar, lo ocurrido en
el corazón del Imperio, Francia, para, en el siguiente capítulo, hacer lo propio con los restantes
territorios del Imperio y de las áreas adyacentes.
La Constitución del año VIII (diciembre de 1799), aunque difería de las tres constituciones
existentes desde el triunfo de la revolución, tanto por la forma de su elaboración (no fue discutida
por una asamblea elegida a tal efecto, sino redactada por los beneficiarios de la nueva situación)
como por su contenido (deliberadamente "breve y oscura", concedía amplios poderes a la cabeza
del ejecutivo), no rompía por completo con los textos anteriores, ya que admitía, siquiera fuese
nominalmente, la división de poderes y la soberanía nacional. De hecho, la Constitución filtró el
ejercicio del voto mediante un mecanismo electoral indirecto, en tres grados (distrito municipal,
ayuntamiento y departamento), perfeccionado en 1802 con la introducción de la riqueza como
30 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
criterio: el último escalón del proceso estaría reservado a los 600 mayores contribuyentes de cada
departamento. La apariencia participativa se completaba con el plebiscito, oportunamente invocado,
y amañado, para sancionar el mismo texto constitucional.
Al tiempo que se establecían las bases institucionales del régimen consular, éste procuró
afianzarse neutralizando a aquellos sectores que, a derecha o a izquierda, disentían del él: a los
realistas se les ofreció la oportunidad de integración, que muchos emigrados aprovecharon, pero se
reprimió la revuelta realista en el oeste de Francia ("chouannerie") y se utilizó un complot contra la
vida del primer cónsul (diciembre de 1800) para extender la represión a los jacobinos, cuyos
principales líderes fueron deportados, pese a probarse con posterioridad la paternidad realista del
atentado. Por otro lado, los triunfos militares sobre la Segunda Coalición también contribuyeron al
asentamiento del régimen, que pudo abordar desde una posición favorable la negociación con la
iglesia católica, enfrentada durante más de una década con la revolución y cuyo concurso era
necesario para asegurar la pacificación, como muy bien comprendió Bonaparte ("no veo en la
religión el misterio de la encarnación, sino el misterio del orden social"). La ascensión al solio de
Pío VII (1800), menos beligerante que su antecesor, facilitó el acuerdo entre la Iglesia y el Estado.
Si las constituciones dieron forma legal a una estructura política piramidal, con Bonaparte
en su cúspide, para asegurar la transmisión de las órdenes hasta la base era necesario disponer de
unos agentes ejecutivos eficaces; de ahí el desarrollo de una administración centralizada. El
elemento clave de esta centralización en cada departamento fue el prefecto, cargo creado en 1800,
que disponía de amplias atribuciones (impulsar iniciativas económicas, asegurar el cumplimiento de
la conscripción y la recaudación de las contribuciones) y tenía la misión de ser el representante del
poder en la provincia, situado --a imagen del Primer Cónsul-- como elemento apaciguador por
encima de las disputas partidistas. El perfil socioprofesional de los 300 prefectos que ocuparon el
cargo en los departamentos del Consulado y del Imperio era el de un hombre con experiencia
política (el 23% de ellos habían sido miembros de las asambleas revolucionarias), conocimientos
administrativos y origen burgués (el 61%). Subprefectos y alcaldes completaban la cadena de
trasmisión de órdenes a escala de distrito y local. En todos los casos, estos cargos debían su
nombramiento al Primer Cónsul (excepto los alcaldes de localidades menores de 5.000 habitantes) y
disponían de amplios poderes, apenas contrapesados por la existencia de Consejos (de
departamento, distrito y municipales), escogidos --y no elegidos directamente-- entre las listas de
mayores contribuyentes o las personalidades del lugar.
matrimonio y a quien su mujer debía obediencia; distinto tratamiento del divorcio y del adulterio
según el sexo, siempre en beneficio del marido, aunque los supuestos de divorcio fueron más
restrictivos que los contemplados por la legislación revolucionaria.
El Código Civil sirvió de elemento cohesivo de la sociedad, pero en favor de las clases
propietarias. No fue el único de los elementos de trabazón social que se establecieron por entonces.
Porque, en palabras de Napoleón, convenía "colocar sobre el suelo varios bloques de granito" que
fijasen los granos de arena de una sociedad deshecha tras diez años de revolución. Una sociedad en
la que sus dirigentes naturales, los notables, identificados preferentemente como propietarios de
tierras, fuese una u otra su actividad profesional, gozaban desde el Consulado de un amplio
reconocimiento público y eran el grupo humano entre el que, cada vez en mayor medida, el régimen
escogía sus servidores. Para homogeneizar a los notables, y para que éstos cumpliesen
adecuadamente su función de "bloque de granito" que mantuviese unido, mediante su ascendencia,
a los "granos de arena" que constituían el pueblo, se adoptaron diversas medidas: el ya comentado
establecimiento de relaciones de colaboración con la Iglesia; la reorganización de la enseñanza; la
creación de una nobleza imperial; la relevancia concedida a los valores militares, en el marco de la
concepción del ejército como amalgama de la sociedad.
Pero quizá fue el ejército la institución a través de la que el régimen confió en mayor medida
conseguir la cohesión de las élites. La difusión más allá de las esferas militares de la noción de
honor, entendida como servicio al estado, la impregnación de los valores militares en la enseñanza,
el tratamiento privilegiado recibido por los militares, que gozaban tanto de preeminencias
honoríficas (la ya comentada participación mayoritaria en la Legión de honor y en los títulos de
nobleza o la presidencia de las ceremonias oficiales, en detrimento de las autoridades civiles y
eclesiásticas) como de privilegios materiales (sueldos más altos que los de los cargos civiles
equivalentes, educación gratuita, exención parcial de impuestos) contribuyeron a realzar el prestigio
social de la carrera militar y a acercar a ella a los hijos de los notables: en contraste con los tiempos
de la revolución, cuando aproximadamente la mitad de los oficiales eran de extracción humilde y no
disponían de rentas propias, entre los oficiales nombrados durante el Consulado y el Imperio
predominaban los procedentes de las filas de los notables y tan sólo un tercio de ellos no tenían
patrimonio.
La agricultura se vio favorecida por la tendencia alcista de los precios y por una buena serie
de cosechas, factores que permitieron, sin sustanciales aumentos de la producción y menos aún de
los rendimientos, mayores ingresos a quienes vivían de ella, aunque no todos los sectores
implicados se beneficiaron en la misma medida. Para precisar esto conviene recordar que la
revolución, además de abolir las cargas feudales, había abierto el paso a una redistribución parcial
de la tierra con la nacionalización y puesta en venta de las propiedades de la iglesia y de la nobleza
34 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
La producción industrial mejoró durante el Consulado y los primeros años del Imperio, pero
no está claro si hasta el punto de superar el nivel alcanzado antes de la Revolución. En todo caso,
ésta había sentado las bases favorables para que, una vez superados los trastornos de la época
revolucionaria, se produjese su posterior desarrollo: libertad de producción, gracias a la abolición de
los gremios; unificación del mercado nacional, tras la supresión de las aduanas internas; mejora de
la capacidad adquisitiva del campesinado, liberado del diezmo y de la fiscalidad señorial. El período
napoleónico aportó un nuevo factor de efectos ambivalentes: el bloqueo continental, dirigido contra
Inglaterra, que facilitó a los productos franceses el acceso a un mercado protegido de vastas
dimensiones, pero que originó una distorsión de los flujos comerciales que acabó perjudicando a la
misma producción industrial, al privarle de materias primas, como le ocurrió a la hasta entonces
dinámica industria algodonera.
Otro factor que empeoró la existencia de las clases populares fueron los impuestos. El
régimen napoleónico mantuvo los impuestos directos heredados de la Revolución y elaboró un
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 35
catastro que habría de permitir una más correcta evaluación del más importante de ellos, la
contribución territorial, pero al mismo tiempo restableció el sistema de contribuciones indirectas del
Antiguo Régimen, que resultaban particularmente onerosas para la población con menores recursos
porque gravaban artículos de consumo básico como el tabaco, la sal y las bebidas alcohólicas. A
pesar de todo, no se produjo un incremento significativo de la presión tributaria hasta los últimos
tiempos del Imperio, pues hasta entonces los gastos generados por las guerras consiguieron en
buena parte financiarse a expensas de los vencidos.
La policía aumentó su poder, sin por ello llegar a alcanzar cotas de épocas más recientes,
dado el menor desarrollo general del aparato del Estado. La represión policial obró al margen del
control judicial, pero fue selectiva y se situó dentro de unos límites moderados, aunque resultó
efectiva en la medida en que aseguró el control y la vigilancia de los descontentos. La censura
también ayudó a esta tarea. Desde el inicio del régimen la prensa había estado a las órdenes del
poder. Napoleón, conocedor de la importancia de la propaganda, se sirvió de ella: Le Moniteur fue
el órgano oficial del gobierno, que asimismo utilizó el Bulletin de la Grande Armée para difundir
los éxitos imperiales. Por esta misma razón, procuró controlar y limitar las publicaciones
independientes: en 1810 se redujo el número de periódicos a uno por departamento y a cuatro en
París. El mismo año la creación de una Dirección General de Imprenta y de censores imperiales
supuso el establecimiento formal de la censura. Por entonces, episodios como el exilio de Madame
de Stäel y la postergación de Chateaubriand, dos de las figuras intelectuales más importantes de la
época y ambos críticos respecto a Napoleón, ya habían mostrado que la libertad de opinión no era
tolerada.
3. LA EUROPA NAPOLEÓNICA.
En su expansión, la Francia napoleónica llevó mas allá de sus fronteras su modelo político y
social, aunque al contacto con otras realidades este modelo perdió parte de sus características en
aras de una mejor aceptación. Surgieron así, sobre buena parte de Europa, las bases de una nueva y
más homogénea identidad, que, a pesar de sus contradicciones, sobrevivió hasta la derrota militar de
Napoleón.
Si tomamos como punto de referencia la situación a inicios de 1812, las fronteras estrictas
de la Francia imperial (la Francia gobernada directamente por el Emperador) abarcaban 750.000
km2, con 44 millones de habitantes y 130 departamentos: 102 dentro de las fronteras naturales
heredadas de la República y 28 procedentes de territorios incorporados (9 departamentos en
Holanda, 4 en la Alemania del mar del Norte, 15 en los Alpes e Italia). Pero los límites entre lo que
era territorio formalmente integrado en el Imperio y lo que eran estados vasallos permanecieron
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 37
fluidos: en una situación intermedia figuraban las provincias Ilirias y Cataluña, que llegó a
dividirse, en 1812, en 4 departamentos bajo administración francesa.
Más allá del Imperio había una serie de estados vasallos: los reinos de España, Italia,
Nápoles y Westfalia, el Gran Ducado de Berg y el Gran Ducado de Varsovia, también sujetos a una
situación inestable: en su origen, habían sido cedidos mayoritariamente a miembros del clan
familiar napoleónico, pero la actitud independiente de algunos de ellos, que no renunciaron a
gobernar sin supeditarse a los intereses franceses, provocó tensiones y posteriores incorporaciones
(Holanda, en 1810), en el marco de la tendencia a sustituir la fórmula federativa por el modelo
unitario como organización del Imperio. Junto a los estados vasallos, y con un mayor grado de
autonomía, existían federaciones ligadas al imperio por una alianza permanente: Confederación
Helvética y Confederación del Rin (que en su momento de máxima extensión, en 1808-1809,
comprendía 38 estados --entre ellos Baviera, Baden, Sajonia, Württemberg y Mecklemburgo--,
355.000 km2 y 14 millones de habitantes); pero también aquí los límites eran imprecisos: Westfalia
y Berg formaban parte de la Confederación del Rin; el monarca de Sajonia era Gran duque de
Varsovia. Dentro de algunos de estos territorios (en Alemania e Italia) existían feudos, áreas de
menor entidad que Napoleón había concedido a personalidades ligadas al Imperio como
recompensa por sus servicios; tales feudos tenían un grado de soberanía limitada y necesitaban, para
la transmisión hereditaria, el consentimiento del emperador. Por fin, fuera de los límites del
imperio, había estados aliados (Rusia, Prusia, Austria, Suecia), que mantenían con aquél acuerdos
coyunturales, sujetos a las fluctuaciones de la política, aunque la intención del Imperio fuese la de
convertirlos en permanentes.
A juzgar por la anterior descripción, el Imperio no era una entidad homogénea, sino un
conjunto de estratos superpuestos: la Francia imperial (en la que a su vez podían diferenciarse la
vieja Francia y las anexiones posteriores a 1792), los estados vasallos, las federaciones. Y entre
estos componentes se daban diversos grados de desarrollo económico, estructuras sociales
diferentes y una desigual integración en el Imperio, en función de los nexos que mantenían con éste,
del tiempo de duración de los mismos y de la mayor o menor similitud de su sociedad con la de la
propia Francia.
38 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Fue el Imperio, cada vez más conservador y con mayor recelo a la obra de la Revolución,
quien extendió las conquistas de 1789, de forma que lo más perdurable de la obra napoleónica no
fue la unificación política y administrativa de Europa, intento corto e inacabado, sino la difusión de
los principios de la Revolución francesa.
Napoleón quiso extender las instituciones revolucionarias por convicción ideológica, pues
creía en la superioridad de los ideales de racionalidad y justicia propios de la Revolución, y por
consideraciones prácticas: contribuirían a la unificación del imperio y servirían para asegurar su
control, eliminando cuerpos intermedios y privilegios, para suministrar dinero y hombres y para
atraer a la burguesía y al campesinado. Pero la extensión de estas instituciones se acompañó de la
flexibilidad en su puesta en práctica. Esta flexibilidad, junto con la progresiva moderación del
régimen, hizo que la fidelidad en la implantación de los principios revolucionarios de que eran
portadoras las instituciones fuese diversa, en función de:
la época en que ello tenía lugar: no fueron lo mismo los primeros momentos que los últimos
años del Imperio, cuando el régimen se había hecho más conservador. En términos generales
puede decirse que hubo una mayor fidelidad al modelo conforme era más temprana y mayor
la integración al Imperio y más grande la afinidad inicial a la sociedad francesa. Por último,
tampoco hay que olvidar que, para la realización de las reformas, se tuvo que contar con el
personal administrativo adecuado, que en sus estratos bajos era necesariamente local, y con
la colaboración de los notables del lugar, factores ambos que tendieron a diluir la
profundidad de las transformaciones.
una de las piezas clave en el entramado reformista, pues, junto a los mecanismos para la
representación política, establecieron unos principios básicos --separación de poderes, libertades
personales, igualdad ante la ley-- de acuerdo con los cuales se iba a desarrollar la legislación
posterior y unas líneas generales sobre las que se establecería la organización administrativa.
Además, ayudaron a la legitimación del nuevo poder político al procurar integrar a grupos sociales
poderosos y potencialmente peligrosos --la nobleza en los casos de Varsovia, España o Nápoles--,
aunque no siempre lo consiguiesen.
Si la Constitución estableció las reglas del juego político y sentó las bases del entramado
legal, el Código Civil concretó las leyes por las que se iban a regir las relaciones civiles. En teoría,
su implantación suponía la unificación de las leyes, iguales para todos, lo que conllevaba la
abolición de los privilegios y de las limitaciones de los derechos, el reconocimiento del carácter
laico estado y el establecimiento de un concepto de propiedad no sujeto a restricciones. Napoleón
estaba interesado en aplicarlo en todos los territorios que anexionaba o controlaba más o menos
indirectamente por su carácter transformador de la sociedad. Por esta razón se introdujo de
inmediato en todo el Imperio francés y progresivamente en la mayoría de los estados vasallos pero
en este caso no sin resistencias, tanto de los mismos gobernantes de los lugares donde había de regir
como del aparato judicial, de la iglesia y de la nobleza. Estas resistencias fueron las responsables de
cambios en su contenido y de que, en algunos casos, permaneciese sin virtualidad una vez
promulgado, con el resultado global de una pérdida considerable de su potencialidad
transformadora. Así se explica que en el Gran Ducado de Varsovia el Código no confirmase los
temores de la nobleza y de la Iglesia: la primera mantuvo sus tierras, que siguieron explotadas con
el recurso al trabajo forzado de los campesinos, y la Iglesia no vio peligrar los privilegios de la
religión católica, a pesar de la introducción del matrimonio civil y del divorcio, que fueron muy
raramente practicados en una sociedad cuyos hábitos eran católicos, mientras que los judíos
siguieron sujetos a trato discriminatorio. Tampoco en Alemania el Código, en aquellos casos en que
se implantó, demolió las estructuras sociales antiguas, pues, aunque introdujo la igualdad ante la
ley, la pérdida de los privilegios jurisdiccionales de la nobleza y la abolición de la servidumbre se
acompañó, como en el Gran Ducado de Varsovia, de un paralelo reconocimiento de la posición de
la nobleza como propietaria de tierras. Sin embargo, en la península italiana, la aplicación del
Código civil en los territorios incorporados al Imperio y en los reinos de Italia (1806) y Nápoles
(1808), sin poner tampoco en peligro la posición de la nobleza, sí fue trascendente por lo que tuvo
de precedente unificador de la legislación peninsular.
En los primeros, en algunos de los cuales el proceso de disolución del feudalismo ya estaba
muy avanzado, se procedió a su abolición en los términos establecidos para Francia en 1793:
Bélgica, noroeste de Italia, orilla izquierda del Rin. De todas maneras, el acceso a la propiedad del
campesinado en esas áreas no fue tan logrado como en Francia, pues la cronología tardía de la venta
de los bienes nacionales jugó en su contra: éstas no comenzaron en Bélgica sino al final del
Directorio; en Renania (orilla izquierda del Rin) las órdenes religiosas se suprimieron en 1802 y las
40 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
ventas no tuvieron lugar hasta 1804; en Piamonte, donde las órdenes se abolieron en 1803, las
ventas se iniciaron también un año más tarde. En todos estos casos, las modalidades de la venta
hicieron difícil que los campesinos pudiesen adquirir tierras.
En los territorios incorporados en los últimos años del Imperio o no ligados formalmente a
él, la abolición del régimen feudal no fue radical, produciéndose componendas diversas, que por lo
general supusieron la desaparición de los vínculos personales y los privilegios y los monopolios,
repudiados como rasgos feudales, la supresión con indemnización de otras prestaciones que se
consideraron producto de una relación libre y legítimamente adquirida por sus beneficiarios --
categoría en la que podían figurar desde los diezmos (impuestos proporcionales a las cosechas)
percibidos por los laicos hasta los impuestos en trabajo (corveas) y los censos que gravaban la
tierra-- y el mantenimiento de los antiguos señores en la propiedad, ahora plena y sin limitaciones,
tal como la definía el nuevo Código, de buena parte de sus antiguas posesiones. Tampoco en estas
áreas, en los casos en los que salieron a la venta bienes nacionales --por lo general, en zonas
católicas, patrimonio eclesiástico desamortizado--, el campesinado pudo acceder a él. Todo esto
significó el mantenimiento de la nobleza en una posición económica privilegiada y la no creación
de un campesinado propietario, factores que, en contraste con lo ocurrido en la Francia
revolucionaria, han permitido hablar de un proceso incompleto y de una revolución agraria fallida.
Desde la perspectiva napoleónica, no cabe, sin embargo, considerar como un fracaso algo que
nunca se pretendió llevar a cabo.
Los efectos de la política económica imperial difirieron según los territorios y los sectores
de actividad. Fueron más negativos en aquellas áreas en las que, como el reino de Italia, se produjo
una mayor subordinación a los intereses de Francia, evidenciada a través de unas desiguales tarifas
aduaneras que dejaban desprotegidos los productos italianos, pero incluso en este caso hubo
sectores que, como la industria lanera o la agricultura, supieron sacar partido de las oportunidades
ofrecidas por la liberalización del tráfico interno de mercancías, la existencia del mercado francés y
la demanda generada por el ejército. En zonas en las que la intervención en favor de la economía
gala fue menor, como ocurrió en buena parte de Alemania, con fronteras terrestres difíciles de
preservar del contrabando, con estados aliados aunque independientes y con circuitos comerciales
que tampoco convenía al Imperio interrumpir, las posibilidades de aprovechamiento de las
oportunidades que en forma de mercado amplio y cerrado a Gran Bretaña se ofrecían a sus
industrias fueron mayores. En tales áreas fue la agricultura la que salió peor parada, al no disponer
del mercado británico, donde antes del bloqueo podía colocar sus excedentes.
La política fiscal aplicada en el Imperio y sus áreas de influencia fue una mezcla de
racionalización administrativa y explotación. Aunque también aquí cabría hacer diferencias entre
las áreas más tempranamente incorporadas al estado napoleónico y los territorios en la periferia del
Imperio o no incluidos en él, de forma general puede afirmarse que el sistema impositivo que
emergió resultó ser más equitativo en el reparto de la carga tributaria que aquellos a los que
sustituía, entre otras razones por la paralela abolición de los privilegios fiscales de la nobleza, y
supuso una simplificación y homogeneización del mosaico de impuestos, según las pautas del
modelo francés. Pero estas virtudes se vieron crecientemente contrarrestadas por una puesta en
práctica que, al necesitar de la complicidad de las tradicionales clases dirigentes, tuvo efectos
desvirtuadores, y, sobre todo, por el aumento de la presión fiscal, necesaria para el mantenimiento
de la maquinaria bélica.
trascendencia se produjeron entre las tierras de propiedad municipal del norte de España, en
especial en el País Vasco, con el resultado de una consolidación de la estructura de propiedad
existente, pequeños propietarios incluidos, en perjuicio de los campesinos más pobres, para quienes
el disfrute de los bienes municipales constituía un complemento de sus economías.
Al igual que en Francia, en los restantes territorios del Imperio y en sus zonas de influencia
el régimen napoleónico buscó entre las élites la base social que, más que en Francia, era necesaria
para conseguir la aplicación de la política de reformas. La naturaleza moderada de estas reformas y
las compensaciones ofrecidas a quienes aceptaron apoyarlas no siempre pudieron contrarrestar la
tendencia al retraimiento producida por el mantenimiento de las antiguas fidelidades y por la falta
de poder de decisión de los organismos de representación política, pero consiguieron que la mayoría
de los notables acabase aviniéndose, desde posturas que implicaban aceptación tácita o
colaboración activa, con el nuevo estado de cosas. La excepción fue España, donde las posiciones
colaboracionistas de los afrancesados constituyeron una minoría entre las élites, a las que el
levantamiento popular antifrancés alineó momentáneamente en un frente común antinapoleónico.
Más acorde con las pautas comunes fue lo ocurrido en la península italiana. Tanto en el
norte (en lo que fue primero república y luego reino de Italia) como en el sur (reino de Nápoles) la
existencia de una tradición reformista previa entre la nobleza facilitó la atracción de, al menos, parte
de ésta, alguno de cuyos miembros ocupó puestos relevantes en la república italiana (Melzi) y en el
Nápoles de Murat (Zurlo). En el primero de los casos el intento deliberado de Melzi de apoyarse
con exclusividad en esta élite cerrada acabó fracasando porque no consiguió captar el suficiente
número de nobles, lo que facilitó una apertura hacia sectores burgueses, en sintonía con los
intereses napoleónicos de conseguir la amalgama entre clases propietarias que ampliase la base
social de apoyo al régimen. En el reino de Nápoles, las heridas abiertas por la crisis de 1799
hicieron difícil la formación de un bloque de apoyo a la nueva monarquía, aunque las medidas
tomadas por el régimen fueron en general favorables a la nobleza y al conjunto de clases
propietarias, pues la primera vio confirmada en lo esencial su posición económica a pesar de la
abolición del feudalismo y una y otras se beneficiaron de la venta de bienes de la Iglesia y del
reconocimiento de la deuda contraída por los Borbones. Un factor específico del reino napolitano,
pero que no consiguió en la medida esperada el consenso de los notables en torno a Murat,
probablemente por no acompañarse de una verdadera cesión de poder, fue la adopción de una
política de defensa de los intereses del reino napolitano frente a las exigencias napoleónicas, con la
selección de personal local para los cargos públicos y el intento de creación de un ejército
independiente. En ambos estados de la península el tibio colaboracionismo de la tradicional clase
dirigente y la amalgama más o menos incompleta de las clases propietarias se acompañó de la
participación en el proyecto reformista napoleónico de componentes burocráticos y profesionales,
algunos de los cuales habían tenido una previa militancia jacobina durante el Trienio, y cuya
permanencia, más allá de la Restauración, dio un cierto sentido de continuidad a las
transformaciones jurídicas y administrativas del período napoleónico.
la desaparición o atenuación de cosas tan diversas como las cofradías, las corporaciones, las
instituciones eclesiásticas de beneficencia o los derechos de uso de la tierra. Pero tampoco conviene
insistir en los aspectos negativos que la nueva situación suponía para el grueso de la población --una
vez más, habría que diferenciar por grupos, áreas y épocas-- ni creer que tales circunstancias
condujeron a posiciones generalizadas de resistencia a los gobiernos pronapoleónicos.
En realidad, las formas de resistencia activa fueron más la excepción que la regla: península
Ibérica al margen, durante los años del Imperio tan sólo se produjeron rebeliones de cierta entidad
en el Tirol (1809) y, de forma más endémica, en Calabria. Esta circunstancia se explica porque las
formas abiertas y violentas de enfrentamiento suponen un grado de compromiso difícil de asumir y
porque el régimen fue afinando sus mecanismos preventivos y represivos, pero también porque, a
pesar de todo, seguían existiendo elementos de mediación entre unas élites más o menos satisfechas
con la nueva situación y el resto de la población. El más importante de estos elementos fue, en los
países de tradición católica, la Iglesia romana, al menos hasta los últimos años del Imperio.
4. EL LEGADO NAPOLEÓNICO.
El Imperio se hundió en mayo de 1814 y, de forma definitiva, en junio de 1815. Seis años
más tarde moría Napoleón, en el destierro de Santa Elena, muy lejos de una Europa en la que
parecían haber triunfado las viejas monarquías del Antiguo Régimen y los principios políticos y
sociales que las inspiraban. Pero, más allá de la muerte física del Emperador, sobrevivió su leyenda,
capaz todavía de movilizar a sus compatriotas décadas más tarde, y, lo más importante,
sobrevivieron buena parte de las reformas que habían transformado a Europa y de los ideales que
las inspiraron. La herencia napoleónica, la herencia de la Revolución y del Imperio, cualquiera que
sea la valoración que merezca, sin lugar a dudas marcó profundamente la historia contemporánea.
Como otros grandes personajes históricos, Napoleón Bonaparte tiene un papel tan
destacado en la época en la que vive que parece, con su sola presencia, llenar el escenario y hacer
girar a su alrededor el argumento del drama, incluso escribirlo. Pero esta impresión no es del todo
correcta: Napoleón fue un hombre de su época y, en este sentido, estuvo condicionado por la
sociedad en la que vivió, aunque su singularidad, sus dotes personales, le permitieron explotar al
máximo las oportunidades que la situación ofrecía a quien, como él, fuese un joven militar
ambicioso en una Francia en expansión y que a la vez deseaba encalmar la Revolución. En 1796
Napoleón, hijo de una familia de la pequeña nobleza de Córcega (los Buonaparte), nacido en 1769,
era uno de los jóvenes militares promocionados por la revolución y llegados al generalato antes de
los 30 años. Hasta entonces, se había movido primero entre los círculos patriotas corsos en los años
iniciales de la Revolución, frente a realistas y, luego, a independentistas que se oponían al
mantenimiento de los vínculos con el estado francés, al que la isla había sido incorporada en 1768.
Tenía en su haber una acción distinguida en el sitio de Toulon (1793), al frente de la artillería,
enturbiada por sus simpatías con la izquierda robespierrista, que le supusieron una marginación
temporal con el régimen surgido de Termidor (1794), situación de la que salió al intervenir de
forma destacada en la represión de la insurrección realista de Vendimiario (octubre) de 1795. Por
entonces, ya olvidadas sus simpatías jacobinas, entró en relación con Barras, uno de los hombres
fuertes del Directorio, y en 1796 se casó con Josefina, una criolla del círculo de Barras, viuda de un
militar, lo que le ayudó a su inmediata promoción como general en jefe del ejército de Italia. Desde
este momento su biografía se confunde progresivamente con la historia de la época, al tiempo que
comienza a crearse la leyenda napoleónica merced a la habilidad con la que el joven general sabe
hacer propaganda de sus éxitos.
Tras su ascenso al poder, la figura de Napoleón fue oportunamente ensalzada por la
historiografía militar oficial, mientras se difundía el culto del Emperador a través del Catecismo
imperial, la fiesta de San Napoleón (el 15 de agosto, en lugar de la Asunción) o las múltiples
acciones de gracias (que incluían un Te Deum anual conmemorativo del triunfo de Austerlitz) y
proliferaban las representaciones pictóricas de Napoleón, como héroe conquistador o como
majestuoso emperador. Su abdicación y posterior exilio a Santa Elena no acabaron con la exaltación
napoleónica. Al contrario, las tristes condiciones de su confinamiento, unidas a las difíciles
circunstancias económicas de la Francia de los primeros años de la Restauración y a los temores que
despertaba el revanchismo de los realistas, dieron pie a que se propagase la leyenda napoleónica a
través de los relatos de los veteranos de las campañas militares y de los escritores románticos. El
mismo Napoleón aprovechó su destierro para contribuir a su propia leyenda, al presentarse en las
conversaciones con Las Cases (publicadas póstumamente en 1823 con el título de Memorial de
Sainte-Hélène) como defensor de los principios de 1789, partidario del liberalismo y de la libertad
de los pueblos y obligado a entrar en continuas guerras por la coalición de las potencias
reaccionarias. En lo sucesivo, los años napoleónicos quedaron mitificados como una época dorada,
en la que la grandeza de la nación francesa se acompañó de la prosperidad de quienes vivían en ella.
De este mito, y de su calado entre las clases populares rurales, se habría de aprovechar Luis
Napoleón Bonaparte, sobrino de Napoleón, para acceder, tras la revolución de 1848, a la
presidencia de la nueva República y para fundar, tras un nuevo "Brumario", el Segundo Imperio.
Por encima del mito, lo que importa es conocer cuál fue el significado real de la época
napoleónica, qué legado, ideológico y material, dejó a la posteridad. Podría parecer, a la vista de la
rápida reposición de las viejas monarquías conservadoras europeas y del clima de reacción que se
instaló en Europa a partir de 1815, que los años napoleónicos, y por extensión el mismo período
revolucionario, fueron episodios tan espectaculares como poco consistentes. Pero es una impresión
engañosa, porque, pese a la pretensión de los gobernantes que, reunidos en el Congreso de Viena,
trazaron las líneas de la Europa de la Restauración, ésta no pudo eliminar la impronta del cuarto de
siglo anterior. En efecto, tanto en el ámbito territorial y político como en el terreno administrativo,
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 45
fiscal o jurídico, así como en el de las relaciones sociales, perduraron las huellas dejadas por la
época revolucionaria y napoleónica.
La reordenación del mapa territorial, aunque devolvió a Francia a sus dimensiones previas a
la expansión y acabó con los estados satélites del Imperio napoleónico, introdujo cambios sensibles
respecto a la situación prerrevolucionaria: además de cuestiones de detalle (como las
incorporaciones a Francia del condado papal de Aviñón o enclaves fronterizos en Alsacia y
Lorena), una considerable simplificación del mapa alemán, la reunión de las Provincias Unidas y de
los antiguos Países Bajos austriacos en un único estado (el reino de los Países Bajos) y el
reconocimiento de buena parte de las adquisiciones coloniales británicas conseguidas en las guerras
con Francia. Más que un retorno a 1789, la caída del Imperio fue para las potencias vencedoras
(Gran Bretaña, Rusia, Austria y Prusia) la ocasión de rehacer en su provecho las fronteras europeas
y coloniales. En el terreno político, junto a la restauración de las monarquías absolutas (como los
Borbones españoles y napolitanos) se produjo la aceptación de los principios constitucionales, tanto
en el caso francés (en forma de Carta otorgada por el monarca) como, de manera más clara, en el
reino de los Países Bajos.
El caso de Prusia es significativo en este último sentido: la situación límite a que se había
visto abocada tras las derrotas de 1806 y la paz de Tilsit (1807) propició la puesta en práctica de
unas reformas que, sin poner en peligro sus bases sociales, permitirían, en un primer momento,
afrontar las exigencias económicas de los franceses y, más adelante, oponerse con éxito a ellos; la
transformación del viejo ejército de Federico el Grande fue, como ya vimos, parte de este proceso;
pero también se incluyen en él cambios en la estructura de gobierno y en la administración local,
que mejoraron su funcionamiento aunque sin introducir mecanismos importantes de
representatividad, modestos --y pasajeros-- esfuerzos por implantar un impuesto sobre la renta y una
contribución agraria que acabasen con el privilegiado tratamiento de la nobleza, y una abolición de
la servidumbre (edicto de 1807 y posterior regulación en 1811) que, a juicio de la reciente
historiografía alemana, supuso, además de la eliminación de los vínculos de dependencia, el acceso
a la propiedad de una parte importante del campesinado, a pesar de la interpretación restrictiva que
se introdujo en 1816, cuando ya no era necesaria la colaboración campesina en la guerra. El caso
español, más conocido, es igualmente significativo: la obra de reforma de los organismos centrales
de la resistencia contra la presencia francesa, simbolizada en la legislación de las Cortes de Cádiz
(Constitución de 1812, abolición del régimen señorial y de la Inquisición) perduró, más allá de los
episodios absolutistas (1814-1820 y 1823-1833), a través del Trienio Constitucional (1820-1823),
para configurarse como patrimonio del régimen liberal que se instaló tras la muerte de Fernando VII
(1833).
Los efectos de la reforma institucional repercutieron sobre las sociedades de forma a veces
más duradera que la propia pervivencia de las instituciones. De manera general, podría decirse que
sentaron las bases de la sociedad del siglo XIX: unas clases propietarias en las que las diferencias
entre la vieja nobleza y la burguesía se estaban difuminando, unas distinciones basadas más en la
fortuna --en la propiedad-- que en los privilegios, un marco propicio para el desarrollo de la
iniciativa privada y la economía de mercado, dentro del cual se desarrollaría el proceso de
industrialización.
46 Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I
Una última consideración a efectuar dentro de este apartado es la herencia material, medida
en términos de costes y beneficios, recibida por Francia de los años napoleónicos. Costes humanos,
en primer lugar: las bajas francesas durante las guerras habidas entre 1799 y 1815 se acercan al
millón de personas, cifra considerable, desde luego, sobre todo tratándose de población joven, en su
edad más productiva, pero que no bastó para variar significativamente la tendencia a un lento
crecimiento que la población francesa venía ya manifestando con anterioridad. Más interesante, y
más controvertido, es el tema de los costes económicos. La pregunta que se han hecho los
historiadores es si el conjunto del período revolucionario y napoleónico acarreó el retraso
económico de Francia, debido al coste de las guerras, a las dislocaciones del comercio internacional
y de transmisión de conocimientos tecnológicos y, por encima de todo, a los efectos supuestamente
negativos de unas reformas que, en lugar de conducir a la proletarización del campesinado y a la
consolidación de la gran propiedad, favorecieron la persistencia de un campesinado en parte
compuesto por pequeños propietarios, acarreó el retraso económico de Francia. Quizá baste con
decir que, en la actualidad, está lejos de probarse la inferioridad en el largo plazo de la vía francesa,
que en términos de crecimiento de la renta per cápita a lo largo del siglo XIX resiste la comparación
con Gran Bretaña --el que sería modelo ejemplar, basado en la gran propiedad agraria con métodos
de gestión capitalista y empleo de asalariados, y en el desarrollo de una producción fabril-- y que
consigue este crecimiento con unos costes humanos menores en la medida en que se acompañó de
menores dosis de desigualdad, explotación y desarraigo social.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 47
1.- INTRODUCCIÓN
Se trata de una época compleja. Gran parte de esta complejidad se explica por la
heterogeneidad de las fuerzas que vencieron a Napoleón: unos luchaban contra el intento imperial
de romper el equilibrio de occidente; otros, los nacionalistas, se levantaron contra el proyecto
unitario que suponía; por último, estaban los que se oponían al ideal girondino napoleónico de
extender los principios revolucionarios por toda Europa .
Estas fuerzas eran contradictorias entre sí, pero la política del equilibrio europeo consistirá
en no permitir la formación de una gran potencia territorial europea. La Restauración interpretó que
la Revolución Francesa y el Imperio Napoleónico habían roto ese equilibrio y era necesario volverlo
a construir. Las potencias debían ayudarse para mantener a sus gobernantes legítimos y abortar
cualquier conato de revolución.
2.- LA RESTAURACIÓN
El nombre de Restauración, entre 1814 y 1830, tan sólo es aplicable a un espacio geográfico
muy concreto: la Europa continental. En el Reino Unido (Gran Bretaña e Irlanda), el Imperio
otomano, los continentes Americano y Asiático, no se restaura nada.
La aplicación de los tres principios citados, da origen a los dos rasgos que caracterizaron el
sistema político de la Restauración.
política incluiría a Francia en la Alianza, formándose así una Pentarquía. En Europa se imponía la
supremacía de las grandes potencias.
Se celebró entre octubre de 1814 y junio de 1815, aunque las dificultades de concentración
obligasen a aplazar una y otra vez las fechas de las sesiones. Hubo también numerosas reuniones
parciales y entrevistas privadas. Al Congreso asistieron emperadores y reyes, ministros,
intelectuales y artistas.
El zar de Rusia, Alejandro I, el cual, sorprendió a todos con un proyecto de Santa Alianza.
Castlereagh, por parte de Gran Bretaña, es una pieza clave en el Congreso. Fue el primero
en hablar de la necesidad de un sistema de equilibrio europeo.
Los representantes de las medianas y pequeñas potencias tuvieron poco que hacer en el
Congreso de Viena. Entre ellos no destacó especialmente el representante español Gómez Labrador.
Hay que tener en cuenta que España aunque había figurado entre los primeros y más decisivos
vencedores de Napoleón, tenía mermado su potencial por la guerra de la Independencia y el
conflicto americano que terminaría con la independencia de sus colonias.
En junio de 1815 se firmó el acta final del Congreso. Apenas se trataron más de dos
cuestiones fundamentales de derecho internacional. Una se refería a la libre navegación de los
grandes ríos, garantizada por todos los países ribereños, y otra fue la abolición de la trata de
esclavos, aunque no se arbitraron medidas para hacerla efectiva.
El capítulo más amplio fue el de las decisiones. Se centró en la reorganización del mapa
europeo. La creación de fronteras artificiales, en muchos casos, provocará problemas nacionalistas
en un futuro próximo.
Rusia se anexionaba Finlandia y el Reino de Polonia quedaba bajo la soberanía del zar.
Historia Universal Contemporánea – Unidad didáctica I 49
Austria retenía por el norte la Galitzia polaca, mientras que conseguía una especie de
tutela sobre todo el territorio italiano. Controlaba de forma efectiva Lombardía, Venecia y
las provincias Ilíricas.
En los reinos de Italia la aplicación del principio de legitimidad permitió a Víctor Manuel I
recuperar Saboya y Génova; Fernando V volvió a Nápoles; el Papa a los Estados Pontifícios;
Fernando III a Toscana y Francisco IV a Módena.
En el conjunto del mundo alemán se procedió a una simplificación del mapa, reduciendo a
39 el complicadísimo mosaico de pequeños Estados que pasaron a configurar la
Confederación de Estados Germánicos. Se redactó un Acta Federal y se prometió un
parlamento alemán en Francfort.
Prusia adquiría Posen, Dantzig, la Pomerania sueca, parte de la orilla del Rin, Westfalia,
algunas plazas del Elba y parte de Sajonia. El engrandecimiento de Prusia frenaba el
expansionismo ruso, a la vez que preparaba vías para la unidad de Alemania.
Suecia obtuvo la soberanía sobre Noruega, mientras que Bélgica, Holanda y Luxemburgo
constituían un estado-tapón en la zona que más interesaba proteger a Gran Bretaña.
Suiza volvió a su configuración cantonal.
En cuanto a España, nadie discutió los derechos de Fernando VII al trono. Recuperaba lo
que le habían arrebatado los sucesos anteriores a las revoluciones, pero no le atendieron en
sus peticiones de ayuda para calmar la situación en las colonias españolas en América.
Estas fronteras se mantendrán en algunos casos, muchos años como, por ejemplo, en Polonia,
país que no conseguirá la independencia hasta los tratados que pusieron fin a la Primera Guerra
Mundial en 1918. Sin embargo, en otros, cambiaron muy pronto, como por el ejemplo el caso belga.
El segundo congreso, después del de Viena, fue el de Aquisgrán. Se celebró en los últimos
meses de 1818. El principal tema del congreso fue regularizar la situación de Francia, excluida
inicialmente de la Cuádruple Alianza. En Aquisgrán se facilitó a Francia el pago de las reparaciones
de guerra en cómodos plazos e ingresó en el Directorio, es en este momento cuando la Cuádruple se
convierte en Pentarquía.
En los primeros meses de 1819 hubo agitaciones promovidas por las asociaciones
estudiantiles alemanas. Metternich convocó la conferencia pangermánica de Carlsbad a la que
asistieron representantes de los principales Estados; esta conferencia sirvió para que los príncipes
germánicos reforzaran su autoridad y para frenar las revueltas en Alemania, que no volverán a darse
hasta 1848.
Gran Bretaña durante el periodo que nos ocupa está cubierta de gobiernos tories que
rechazarán cualquier tendencia revolucionaria en las Islas y que practicarán una política
ajena a los asuntos del continente europeo. Gran Bretaña favoreció la emancipación de las
colonias españolas en América. Se convertirá en el principal productor y exportador
mundial de algodón y siderurgia del planeta. En 1820 murió Jorge III, y ocupó el trono Jorge
IV; un cambio sin mayores efectos políticos.
Francia: La primera obra de Luis XVIII al subir al trono fue la promulgación de una Carta
Otorgada, ley que emana de la autoridad real, pero que reconoce los derechos del pueblo.
Las instituciones revolucionarias y napoleónicas se respetaron en su gran mayoría. Luis
XVIII puso en marcha una política conciliadora, teniendo que hacer frente a serios
problemas durante su reinado, sobre todo en los primeros años por el intento napoleónico de
los Cien días, pero las reformas y el éxito militar de Los Cien Mil Hijos de San Luis
contribuyeron a restaurar el prestigio interior y exterior del régimen de la restauración en
Francia.
España: Fernando VII tuvo que reinar en circunstancias muy desfavorables, pero a pesar de
ello gozó de gran popularidad, aunque sus torpezas y las de sus gobiernos, y la depresión
económica minaron en parte aquella popularidad. Los liberales representaban en España a
las clases más ilustradas, y la oposición les favorecía: así se explica que en 1820 vieran caer
a Fernando VII con indiferencia muchos de los que lo habían aclamado en 1814.
7. CONCLUSIONES
Los años 1815-1830 trajeron consigo una estabilidad que mejoró la condición humana,
debido principalmente a la ausencia de guerras y perturbaciones civiles a nivel continental. Después
de Waterloo se establecía un orden internacional que se mantendría a lo largo de todo el siglo.
Viena fue la primera conferencia de paz moderna: un intento no sólo de resolver todas las
cuestiones pendientes en el continente europeo, sino también de preservar la paz sobre una base
permanente. Sus procedimientos fijaron la pauta de todas las conferencias internacionales.