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de Timothy Keller
El evangelio no son consejos. Son las buenas noticias de que no tienes que ganarte
el camino a Dios; Jesús ya lo ha hecho por ti. Y es un regalo que se te ha dado por
pura gracia, a través del favor perfecto e inmerecido de Dios. Si aceptas este regalo
y sigues aferrado a él, entonces la llamada de Jesús no te llevará al fanatismo o a la
moderación. La pasión de tu vida será hacer que Jesús sea tu objetivo absoluto y tu
prioridad, que tu vida gire en torno a él; pero cuando conozcas a alguien que tiene
prioridades distintas, una fe diferente, no asumirás que son inferiores a ti. En
realidad, buscarás servirlos en vez de oprimirlos. ¿Por qué? Porque el evangelio no
consiste en seguir un consejo, sino en ser llamado para seguir a un Rey. No se trata
tan solo de alguien con el poder y la autoridad para decirte lo que tienes que hacer,
sino que se trata de Aquel que tiene el poder y la autoridad para hacer lo que es
necesario y entonces ofrecértelo como buenas noticias.
"Entraron en Capernaún; y tan pronto como llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga
y se puso a enseñar. La gente se asombraba de su enseñanza, porque la impartía
como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley". (Marcos 1:21-22)
Marcos emplea el término autoridad por primera vez; esta palabra significa
literalmente “de lo original”. Proviene de la misma raíz que la palabra autor. Lo que
Marcos pretende decir es que Jesús no estaba enseñando sobre la vida con una
autoridad derivada, sino con una autoridad original.
¿Cómo sería tu vida, y cómo te verían los demás, si entregaras toda tu vida a este
Rey perfecto? Tu vida laboral, tu vida amorosa, tu vida familiar, tus finanzas, tu vida
social.
2. “Sanidad profunda”
Marcos 2:1-17
Jesús sabe algo que el hombre no sabe: tiene un problema mucho mayor que su
estado físico. Jesús de hecho le está diciendo: “Entiendo tus problemas. He visto tu
sufrimiento. Y ahora me encargaré de todo ello. Pero, por favor, date cuenta de que
el problema principal en la vida de cualquier ser humano nunca es su sufrimiento; es
su pecado”.
¿Por qué el perdón era la necesidad más profunda del paralítico? ¿Por qué es
nuestra necesidad más profunda? ¿Qué otras “necesidades” nos creemos que son
más profundas que nuestra necesidad de perdón?
A veces cuando voy a Jesús, él deja que ocurran cosas que no entiendo. No hace
las cosas según mi plan, o de un modo que para mí tenga sentido. Pero si Jesús es
Dios, es lo suficientemente grande para tener razones para dejarte pasar por cosas
que no entiendes. Su poder no tiene límites, pero su sabiduría y su amor tampoco.
La naturaleza no se preocupa por ti, le eres indiferente, pero el amor de Jesús por ti
es un amor “indomable”. Si los discípulos hubiesen entendido que Jesús les amaba,
si en verdad hubieran entendido que no solo es poder, sino que también es amor, no
hubiesen tenido miedo. Su premisa de que si Jesús les amaba no les ocurriría nada
malo era errónea. Puede amar a alguien y aún así dejar que le ocurran cosas malas,
porque es Dios y sus planes son mayores que los nuestros.
Si crees que Dios es tan grande y poderoso que puedes enfadarte con Él porque no
evita tu sufrimiento, entonces también tienes que creer que un Dios tan grande y
poderoso puede hacer cosas que tú no entiendes. Tienes que aceptarlo. Mi maestra
Elisabeth Elliot lo expresó de manera hermosa a través de dos frases breves: “Dios
es Dios, y porque es Dios es digno de mi adoración y mi servicio. No encontraré
descanso en ningún sitio que no sea su voluntad, y, necesariamente, esa voluntad
está infinitamente, inmensurablemente, indescriptiblemente más allá de mi
entendimiento sobre los planes de Dios”. Si estás a merced de la tormenta, su poder
es incontrolable, y la tormenta no te ama. El único lugar en el que estarás a salvo es
en la voluntad de Dios. Pero debido a que Él es Dios y tú no, nunca llegarás a
entender de forma completa qué es lo que va a hacer, porque, necesariamente, su
voluntad es demasiado grande y demasiado asombrosa para que nosotros podamos
entenderla. Quizá pienses, “¿y eso no es peligroso?”. “¿Quién ha dicho que no sea
peligroso? Pero Él es bueno. Él es el Rey”.
¿Cómo podemos tener paz en Cristo en medio de circunstancias que normalmente
provocan ansiedad o desesperación? ¿En qué área de tu vida estás esperando que
Jesús provea de su ayuda?
1. “Asertividad atrevida”
Marcos 7:14-37
"—Sí, Señor —respondió la mujer—, pero hasta los perros comen debajo de la
mesa las migajas que dejan los hijos. Jesús le dijo: — Por haberme respondido así,
puedes irte tranquila; el demonio ha salido de tu hija. Cuando ella llegó a su casa,
encontró a la niña acostada en la cama. El demonio ya había salido de ella".
(Marcos 7:28–30)
La mujer dice en otras palabras: Sí, Señor. Pero los cachorritos también comen de
la mesa y yo he venido a por lo mío. Jesús le ha contado una parábola en la que le
ha lanzado tanto un desafío como una oferta, y ella lo capta. Responde al desafío:
“Vale, lo entiendo. No soy de Israel, no adoro al Dios de los israelitas. Por lo tanto,
no tengo sitio en la mesa. Lo acepto”.
¿No es increíble? No se ofende, no defiende sus derechos. Dice: “Está bien. Puede
que no tenga sitio en la mesa; sin embargo, en la mesa hay más que suficiente para
todo el mundo y yo necesito mi parte ahora”. Está manteniendo un pulso con Jesús -
de una forma totalmente respetuosa -, y no va a aceptar un no por respuesta. Me
encanta lo que esta mujer hace.
En las culturas occidentales no existe nada parecido a este tipo de asertividad. Solo
reivindicamos nuestros derechos. No sabemos luchar a no ser que estemos
defendiendo nuestros derechos, nuestra dignidad y nuestra bondad diciendo: “Esto
es lo que se me debe.” Pero esta mujer no está haciendo eso. Ella está pidiendo
aunque carece de derechos, algo a lo que no estamos nada acostumbrados. Es
como si estuviera diciendo: “Señor, no te digo que me des lo que me merezco en
base a mi bondad; lo que digo es que me des lo que no merezco en base a tu
bondad. Y lo necesito ahora”. ¿Ves lo increíble que es que la mujer reconozca y
acepte tanto el desafío, como la oferta que ese desafío encierra?
Por eso en cuanto Jesús dice esas palabras, Pedro empieza a “reprenderle”. Este
verbo es el que se utiliza en otras ocasiones para explicar lo que Jesús hace con los
demonios. Por lo tanto, Pedro está condenando a Jesús con un lenguaje muy fuerte.
¿Por qué Pedro se siente tan destrozado como para dirigirse a Jesús así, justo
después de haberle reconocido como el Mesías? Desde la infancia, a Pedro le
habían dicho que el Mesías vendría a derrotar el mal y la injusticia sentándose en el
trono. Sin embargo, Jesús dice aquí: “Sí, soy el Mesías, el Rey, pero no he venido a
vivir sino a morir. No estoy aquí para tener más poder sino para perderlo. No he
venido a gobernar sino a servir. Así es como voy a derrotar el mal y restaurar el
mundo”.
Jesús no solo dijo que el Hijo del hombre sufriría; dijo que el Hijo del hombre tenía
que sufrir. Esta expresión es tan importante que aparece dos veces: “el Hijo del
hombre tiene que sufrir y [...] es necesario que lo maten”. Es una expresión que
determina y controla toda la oración, y significa que todos los elementos de la lista
son una necesidad. Jesús tiene que sufrir, tiene que ser rechazado, tiene que morir,
tiene que resucitar. ¡Es una de las palabras más importantes de la historia del
mundo! Lo que Jesús dijo no es solo “He venido a morir”, sino “Tengo que morir”. Es
absolutamente necesario que muera. Si no muero, el mundo no será restaurado, ni
tampoco tu vida”. ¿Por qué era absolutamente necesario que Jesús muriese?
A Pedro le costó aceptar que era necesario que Jesús muriera. ¿Por qué le costó
aceptarlo? ¿Por qué a nosotros también nos cuesta?
En este encuentro, Jesús estaba diciendo que todos nosotros tenemos un serio
problema; pero el dinero tiene el poder de no dejarnos ver la realidad tal como es.
De hecho, tiene tanto poder para engañarnos sobre nuestro verdadero estado
espiritual que, para poder verlo necesitamos la intervención misericordiosa y
milagrosa de Dios. Sin Dios, sin un milagro, es imposible. Sin la gracia, es
imposible.
Observa cómo Jesús aconseja a este hombre. Sí, este joven necesitaba consejo,
aunque por fuera pareciese que lo tenía todo. Era rico, era joven y es probable que
fuese atractivo; es difícil ser rico y joven y no ser guapo. Pero no lo tenía todo. Si
hubiese sido así, no habría ido a Jesús para preguntarle: “¿qué debo hacer para
heredar la vida eterna?”
Cualquier judío devoto sabía la respuesta a esta pregunta. Los rabíes siempre
planteaban esta pregunta en sus escritos y enseñanzas. Y la respuesta siempre era
la misma; no existían escuelas que difiriesen en este asunto. La respuesta era:
“Obedece todos los mandamientos y evita el pecado”. Y seguro que el joven
conocía esa respuesta. Entonces, ¿por qué se lo preguntó a Jesús?
La perspicaz afirmación de Jesús “Una sola cosa te falta” nos deja entrever por
dónde va la inquietud de aquel joven. En el fondo está diciendo: “¿Sabes? He hecho
todo bien. He tenido éxito con el dinero, en mi vida social, en el plano moral y
también en el religioso. He oído que eres un buen rabí y me estaba preguntando si
hay algo que haya pasado por alto. Tengo la sensación de que me falta algo”.
Por supuesto que le faltaba algo. Ya que cualquiera que cuenta con lo que hace
para conseguir la vida eterna descubrirá que, a pesar de todo lo que ha logrado,
siempre hay un vacío, una inseguridad, un duda penetrante. Siempre falta algo.
¿Cómo se puede saber si uno es lo suficientemente bueno?
¿Cómo podemos perseguir una carrera profesional exitosa sin caer en la trampa de
las riquezas? Enumera algún ejemplo de cómo el evangelio ha cambiado —o podría
cambiar— tu actitud hacia el dinero.
1. “Comunión y comunidad”
Marcos 14:12-25
"Después tomó una copa, dio gracias y se la dio a ellos, y todos bebieron de ella.
—Esto es mi sangre del pacto, que es derramada por muchos —les dijo—. Os
aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta aquel día en que beba el
vino nuevo en el reino de Dios".
(Marcos 14:22–25)
Con estos simples gestos de tomar el pan y el vino, y las simples palabras “Esto es
mi cuerpo [...], esta es mi sangre”, Jesús está diciendo que todas las liberaciones
previas, los sacrificios, los corderos en la Pascua, estaban apuntándole a Él. Del
mismo modo que la primera Pascua se celebró la noche antes de que Dios
redimiese a los israelitas de la esclavitud a través de la sangre de los corderos, esta
Pascua se celebró la noche antes de que Dios redimiese al mundo del pecado y de
la muerte a través de la sangre de Jesús.
¿Qué cosas deben ocurrir en tu corazón y en tu mente para que puedas tomar de
forma sincera lo que Jesús está ofreciendo?
De todas las cosas que Jesús pudo haber dicho (había muchos textos, temas,
imágenes, metáforas y pasajes en las Escrituras hebreas que podía haber usado
para explicar quién era), dice que Él es el juez. Al elegir este texto, Jesús nos está
obligando, de manera deliberada, a ver la paradoja. Se ha producido un giro
incomprensible. Él es el juez de todo el mundo y está siendo juzgado por el mundo.
Debería sentarse en el tribunal y nosotros deberíamos estar sentados en el
banquillo de los acusados. Todo está al revés.
En cuanto Jesús dice ser este juez, en cuanto dice ser Dios, la respuesta es
explosiva. Marcos narra:
"—Sí, yo soy —dijo Jesús—. Y veréis al Hijo del hombre sentado a la derecha del
Todopoderoso, y viniendo en las nubes del cielo. —¿Para qué necesitamos más
testigos? —dijo el sumo sacerdote, rasgándose las vestiduras—. ¡Habéis oído la
blasfemia! ¿Qué os parece? Todos ellos lo condenaron como digno de muerte.
Algunos comenzaron a escupirle; le vendaron los ojos y le daban puñetazos.
—¡Profetiza! —le gritaban. Los guardias también le daban bofetadas".
(Marcos 14:62–65)
El sumo sacerdote rasga sus ropas, señal de la mayor ofensa, del mayor horror y de
la mayor pena posible. Y entonces todo el juicio empeora. De hecho, ya no es un
juicio; es un campo de batalla. El jurado y los jueces comienzan a escupirle y a
golpearle. En medio del juicio, se vuelven completamente locos. De inmediato, le
declaran culpable de blasfemia y lo condenan a muerte.
Si pensamos en esa repetición, nos damos cuenta de que está ocurriendo algo
curioso. El tercer día tras la muerte de Jesús, no hay ningún seguidor de Jesús,
ningún discípulo. Las que aparecen en escena son esas mujeres, esas seguidoras,
pero llevan especias y perfumes caros con los que según la costumbre se ungía el
cuerpo del muerto. Nadie estaba esperando la resurrección. Si fueses Marcos, el
autor del Evangelio, y estuvieses intentando escribir una obra de ficción creíble, y
sabes que Jesús había dicho una vez tras otra a sus discípulos que resucitaría al
tercer día, incluirías a un discípulo que se queda pensativo. Aunque fuera solo uno,
que les dijera al resto: “Eh, es el tercer día. Quizás deberíamos ir a echar un vistazo
a la tumba de Jesús. No perdemos nada”. Sería razonable. Pero nadie dijo nada
parecido. De hecho, no esperaban que la resurrección tuviese lugar. No se les había
ocurrido. El ángel de la tumba vacía se lo tuvo que recordar a las mujeres: “Allí lo
veréis, tal como os dijo”. Si Marcos se hubiese inventado la historia, no la habría
escrito de esta manera.
¿Te cuesta creer que Jesús resucitó de los muertos? ¿De qué modo la resurrección
de Jesús te da esperanza?