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La Auto justificación – Hablando Claramente

El problema de la autojustificación es casi tan antiguo como la humanidad, en


realidad tiene sus orígenes (obviamente) en la caída del hombre y encontramos
evidencias de tal preocupación desde los mismos orígenes de la historia bíblica,
occidental, o de cualquier otra cultura, en mayor o menor grado, directa o
indirectamente.
En nuestro medio, tiene un valor ambivalente, por no decir hipócrita, se considera
algo bueno cuando me libra, y es vista como algo más negativo cuando va en contra
mía, es decir, cuando alguien me transfiere la responsabilidad de sus hechos
negativos. Sin entretenernos en cómo querramos particularmente llamarlo, nos
referimos al pecado, pero la autojustificación es un asunto mucho más grave, ya que
no responde en primer lugar a la culpa, sino a la vergüenza. Para aclarar, si la culpa
puede terminar siendo constructiva, la vergüenza es mortalmente destructiva desde
cualquier ángulo de análisis.
Cuando Dios le preguntó a Adán dónde estaba y por qué había desobedecido, su
respuesta es clara y simple, estaba escondido porque tenía vergüenza y echó la
culpa a su mujer, y ésta a su vez a la serpiente. Hoy en día, ya sea que nos
escondamos detrás del volante, una mujer, una necesidad, o el púlpito, seguimos
siendo tentados a auto-justificarnos de la misma manera, por la vergüenza que nos
corroe el alma como ácido sobre los huesos, sin saber cómo escapar de ella.
Un capítulo no es suficiente, y sin la ayuda divina, la vida entera nos resulta
insuficiente para tratar el tema.
En el pensamiento cristiano, preferimos hablar de justificación y autojustificación
principalmente para diferenciar entre la obra redentora de Cristo en la cruz por cada
uno de nosotros y la lucha interior de ser finalmente aceptado por méritos propios.
Basados en la RAE, definimos a la autojustificación como el hecho de justificarme a
mí mismo proveyendo las causas, motivos y razones convincentes frente a lo que
reconocemos como justo, inocente y bueno, lo cual constituye un lobo rapaz con
piel de oveja que devora la conciencia ya que a su vez pretendemos afirmar que “no
hay justo ni aún uno, no hay quien haga el bien,” y que “todos nos descarriamos
como ovejas,” cada uno desviándonos a nuestro antojo.
Si reconocemos que la justicia es la expresión evidente de la verdad, la
autojustificación es la defensa de mi verdad supuesta a cualquier precio y bajo
cualquier circunstancia, sin importar ni querer considerar en qué medida puedo
estar o no en lo cierto o equivocado, es pretender ser completo y cabal frente a los
demás; podríamos escribir tomos enteros al respecto, pero finalmente es declarar
tímida o descaradamente que yo no necesito de Dios, ni de su obra en la cruz, ni del
perdón, porque soy inocente, suficientemente bueno, o por lo menos
aceptablemente justo porque mi verdad me libra, me cubre, y es pura.
Suena maravilloso, porque me ilusiona con la libertad anhelada, sólo que tal idea
cauteriza nuestra conciencia y borra el sentido del bien y mal, de la necesidad
personal del Salvador, de ser perdonado y finalmente de crecer, madurar y alcanzar
tanto la imagen como los propósitos de Dios en mi vida.
Se han escrito miles de tomos durante los últimos milenios demostrando que este es
el engaño que sólo es resuelto en la cruz de Cristo al morir por cubrirme con su
justicia y librarme de mi castigo, por limpiarme de mi pecado y aceptarme como hijo
de Dios al ser lavado en su sangre. Si no somos capaces de comprender al Espíritu
Santo en este asunto básico, todo lo demás en lo que podamos ser excelentes
maestros, no nos sirve de nada.
I. Causas
Ya hemos aclarado que la raíz de la autojustificación es la vergüenza como
consecuencia del pecado, sin importar cómo querramos personalmente llamarlo, es
el afán de pretender escondernos, de no ser conocidos al desnudo, de auto
encubrirnos con cualquier hoja marchita o trapo de inmundicia, de salvar nuestra
reputación, el honor personal o cualquier forma de expresión del ser que se siente
amenazado; es pretender librarnos de la pestilencia a destrucción sobre la
conciencia moribunda y para ello somos capaces de cualquier cosa, desde la típica
sonrisita hipócrita, la religiosidad descarada, formular ideas tan fantásticas como la
superación de las especies, la supremacía étnica, sexual, intelectual, o promover una
guerra civil, destruir quienes más amamos o querer desaparecer a todo el que
signifique alguna sombra que me recuerde mi desnudez y vergüenza.
II. Consecuencias
Aunque algo hemos hablado al respecto, vale la pena enumerarlas brevemente:
- Agudización de la vergüenza
- El rechazo
- La falta de pertenencia
- La incapacidad de medir el daño que ocasiono
- La autodestrucción
III. Solución
Quien se auto-justifica, a no ser que ya tenga la manía de hacerlo automáticamente,
tiene conciencia de su necesidad de ser librado, rescatado y restituido, entonces
este no es realmente el tema, lo cual nos enfrenta a un hecho aun más profundo.
El simple hecho de querer comprender la autojustificación ya constituye una
autojustificación en sí misma, y podemos caer en el pozo sin fondo de dar vueltas en
el mismo asunto cubriéndonos simplemente de nuevas hojas marchitas hasta la
podredumbre infinita.
Efectivamente, muchas veces el consumirnos hasta el último aliento en nuestro
escondite va a abrir la puerta a aceptar la ayuda externa que requerimos y es esta
actitud la que desencadena el primer paso, el aceptar que solos no podemos cubrir
nuestra desnudez, sin embargo, la lucha personal se traslada al hecho de hasta qué
punto puedo lograrlo.
Somos libres de la autojustificación en la medida que aceptamos el oportuno
socorro de Dios mismo acudiendo en nuestro auxilio en situaciones específicas, que
todo lo demás, tarde o temprano es trapo de inmundicia que me lleva por caminos
que parecen agradables, pero cuyo fin es la destrucción y muerte. La mayor trampa
y el mayor error como cristianos es, a mi entender personal, aceptar la obra de
Cristo en la cruz sólo como un hecho general en mi vida. Si bien es un manto que me
cubre, me esconde, y me abriga, pero aún debo ser consciente del lodo y las
manchas que todavía cargo entre los pliegues más íntimos de mi ser interior y
necesito que el bálsamo de su presencia gota a gota penetre conscientemente en
cada rincón de mi espíritu, alma y cuerpo; entre las arrugas específicas de mi
pasado, mi presente y mis sueños, anhelo o planes para el futuro.
A veces puede parecer una tarea de nunca acabar, y en verdad, por lo menos en
este lado de la vida, efectivamente lo es, sólo cuando seamos llevados a la presencia
de Cristo lo conoceremos tal y como él es, siendo finalmente transformados a la
medida de la estatura de la plenitud de su ser, y esto aún, no sucederá en un abrir y
cerrar de ojos, sino que requeriremos toda la eternidad para ello, siendo
transformados de gloria en gloria, a su misma imagen.
Mientras tanto, debo ser consciente de que muchas veces me encierro entre la
sombra de mis miedos y necesito que la presencia del Cristo resucitado traspase los
muros fríos de mi ser, y aun cuando no soy capaz de abrir la puerta al escuchar sus
latidos llamándome incansablemente, puedo confiar que va a sentarse en mi mesa,
conmigo y que quiere quedarse conmigo para siempre.
Si bien la autojustificación disfrazada de arrogancia, dominio propio, orgullo, auto-
suficiencia, desvalor, o cualquier otro trapo de inmundicia, se opone primariamente
a la obra redentora de Cristo en nuestras vidas, una vez salvos, es el mayor
obstáculo hacia la santificación ya que simplemente toma formas de legalismo,
religiosidad, desvalía, conformismo, superioridad, sensibilidad, etc., frente a lo cual
vez tras vez nos toca morir al yo; no hablamos de luchar contra la carne, contra el
orgullo, la autojusticifación, sino de simplemente aniquilarla; muerto el perro,
muerta la rabia; muerto el pavo, muerto el orgullo, así de simple.
Una tercera dimensión de la autojustificación, y muy consentida muchas veces aun
entre los grandes líderes, es el ser aprobados por mi propio mérito, por mi propio
esfuerzo, por mi capacidad, mis dones, mis… mi.. mi, dejando de aceptar el favor de
Dios en asuntos específicos por muy insignificantes que parezcan, lo cual debe ser
tratado cuidadosamente.
Si bien por un lado estamos para llevar fruto y que nuestro fruto permanezca, y
estamos para adornar la gracia de Dios, pero nada de ello nos hace ser más, ni
menos aceptados en su presencia, es por gracia, no por obras, ni frutos, ni
resultados, ni nada de lo que debemos de ofrecer a Dios, somos aceptados porque
el Cordero se ofreció a sí mismo por cada uno de nosotros.
Por el otro lado, aun ya siendo salvos nos toca aceptar que todavía no hemos sido
constituidos en la plenitud de la imagen de Cristo, es un proceso de toda la vida, mi
santidad de hoy no es suficiente para mañana, mi pureza de ayer es algo marchito el
día de hoy, mi entrega en un área no justifica la exaltación de mi yo en otro aspecto
de mi vida, el cultivar el fruto del Espíritu en un aspecto o un determinado momento
no significa madurez en otro.
Aniquilamos a la bestia de la autojustificación que cuidadosamente disfrazamos
entre nuestras manchas y arrugas más íntimas, simplemente cuando dejamos de
vernos a nosotros mismos y no encontramos en nosotros mismos nada a lo cual
aferrarnos, sino que vemos a Jesús delante nuestro, el Autor y Consumador de
nuestra fe, quien por el gozo puesto delante de él, sufrió el desprecio hasta la
muerte y muerte de cruz. Somos libres de la auto justificación en la medida en que
rendimos cada partícula de nuestro ser a los pies de la cruz.
Descubrimos los escondites más secretos de nuestra autojustificación cuanto más
desnudos nos humillamos a tomar nuestra cruz y seguimos a Cristo hasta el Calvario
aunque la mayoría a nuestro alrededor no nos comprenda, especialmente nuestros
seres más queridos, nuestros compañeros de batalla, nuestros amigos más íntimos,
nuestros discípulos o nuestros mentores o sea quien sea que querramos que de una
forma u otra cubra nuestra desnudez o nos aliente en cada pisada desgastada.
Aprendemos a ser libres de la autojustificación en la medida que Jesús es el todo
que lo llena el todo en nuestras vidas, aprendemos a ver con los mismos ojos el
éxito y el fracaso, nuestras victorias y derrotas, sin tener nada a qué aferrarnos, sino
Jesús y sólo Jesús y nada más, entonces en medio de todo aprendemos a descubrir
su voluntad, sus propósitos, el sentido y el rumbo que Jesús es en nuestras vidas.
Sabemos elegir entre ser justificados o autojustificarnos en la medida que Jesús lo es
todo, en la medida que menguamos y morimos, en la medida que para mí el vivir es
Cristo y el morir es ganancia.

Ejercicios:
1. Leyendo Génesis 3, qué aprendo de la justificación y autojustificación,
2. Qué pasajes bíblicos puedo mencionar para sustentar mi punto de vista,
3. Qué consecuencias prácticas puedo ver en mi vida frente a ello.
4. Leyendo Mateo 19:16-26; Marcos 10:17-31; Lucas 18:18-30, cómo me veo
frente a la justificación y autojustificación
5. En qué áreas de mi vida recurro más frecuentemente a ser justificado en
Cristo y la autojustificación
6. En qué asuntos prácticos de mi vida veo un avance y en qué otros un
retroceso respecto a ser justificado en Cristo y la autojustificación durante
los últimos doce meses
7. Cómo veo que el auto-justificarme me limita de aceptar mejor el propósito
de Dios en mi vida, mencionar asuntos específicos y qué pasos puedo dar al
respecto.

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