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Muchas veces las dificultades y las ambigüedades que expresan las muje-
res cuando se discute sobre el salario para el trabajo doméstico emergen del
hecho de que reducen la idea de un salario para el trabajo doméstico a una
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1 Mantenemos la palabra gay, siendo fieles al texto original, aunque el término lesbiana está aceptado
desde la década de los setenta por influencia de la Segunda Ola del feminismo. [N. de la T.]
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Aun así, lo poco natural que es ser ama de casa se demuestra mediante el
hecho de que requiere al menos veinte años de socialización y entrenamiento
día a día, dirigido por una madre no remunerada, preparar a una mujer para
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este rol y convencerla de que tener hijos y marido es lo mejor que puede espe-
rar de la vida. Incluso eso, raramente sucede. No importa lo bien que se nos
entrene, pocas mujeres no se sienten traicionadas cuando tras la luna de miel
se encuentran a sí mismas frente a un fregadero sucio. Muchas de nosotras
aún mantenemos la ilusión de que nos casamos por amor. Muchas otras reco-
nocemos que nos casamos en aras de conseguir dinero y seguridad; pero es
momento de reconocer que aunque el dinero que aporta es bastante poco, el
trabajo que conlleva es enorme. Es por ello que las mujeres mayores siempre
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con esos servicios para ser una mujer de verdad y lograr un matrimonio «exi-
toso». También en este caso, cuanto mayor es la pobreza familiar, mayor es la
esclavitud a la que se ve sometida la mujer y no tan solo debido a la situación
económica. De hecho el capital mantiene una política dual, una para la clase
media y otra para las familias de clase trabajadora. No es accidental que sea en
esta última donde encontramos el machismo menos sofisticado: cuantos más
golpes se lleva un hombre en el trabajo más y mejor entrenada tiene que estar la
mujer para absorber los mismos, y más permitido le estará el recuperar su ego
Salarios contra el trabajo doméstico 39
Este fraude que se esconde bajo el nombre de amor y matrimonio nos afec-
ta a todas, incluso si no estamos casadas, porque una vez que el trabajo do-
méstico está totalmente naturalizado y sexualizado, una vez que ha pasado a
ser un atributo femenino, todas nosotras como mujeres estamos caracteriza-
das por ello. Si hacer determinadas tareas es natural, entonces se espera que
todas las mujeres las lleven a cabo e incluso que les guste hacerlas, también
aquellas mujeres que, debido a su posición social, pueden escaparse de parte
de este trabajo y hasta de la mayor parte de él, ya que sus maridos pueden
pagar criadas y psiquiatras y pueden disfrutar de diferentes tipos de relax y
entretenimiento. Puede que no sirvamos a un hombre, pero todas nosotras
nos encontramos en una situación de servilismo respecto a todo el mundo
masculino. Esta es la razón por la que ser denominada mujer es tan degra-
dante, un desprecio. «Sonríe, cariño, ¿qué te pasa, qué problema tienes?» es
algo que cualquier hombre se siente legitimado a decirte, ya sea tu marido, el
revisor del tren o tu jefe en el trabajo.
La perspectiva revolucionaria
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Reclamar el salario para el trabajo doméstico socavará por sí mismo las ex-
pectativas que la sociedad tiene acerca de nosotras ya que estas expectativas
―la esencia de nuestra socialización― son todas ellas funcionales a nuestra
condición de no asalariadas en el hogar. En este sentido, es absurdo comparar
la lucha de las mujeres por un salario para el trabajo doméstico con las luchas
por un aumento salarial de los trabajadores masculinos en las fábricas. Cuan-
do se lucha por incrementos salariales, el trabajador asalariado desafía su rol
social pero permanece en él. Cuando reclamamos un salario para el trabajo
doméstico luchamos sin ambigüedades y de manera directa contra nuestro
rol social. Del mismo modo, existe una diferencia cualitativa entre las luchas
de los trabajadores asalariados y las luchas de los esclavos por un salario y
contra esa esclavitud. Tiene que quedar completamente claro que cuando lu-
chamos por la consecución de un salario no luchamos para así poder entrar
dentro del entramado de relaciones capitalistas, ya que nunca hemos estado
fuera de ellas. Nos rebelamos para destruir el rol que el capitalismo ha otor-
gado a las mujeres, papel crucial dentro del momento esencial que supone
para el capitalismo la división del trabajo y del poder social de la clase traba-
jadora, y gracias al cual el capital ha sido capaz de mantener su hegemonía.
Es por todo esto que la exigencia de un salario para el trabajo doméstico es
una demanda revolucionaria no porque por sí misma pueda destruir el capi-
talismo sino porque fuerza al capital a reestructurar las relaciones sociales en
términos más favorables para nosotras y consecuentemente más favorables a
la unidad de clase. De hecho reclamar el salario para el trabajo doméstico no
significa que si nos pagasen seguiríamos llevando a cabo este trabajo. Signifi-
ca precisamente lo contrario. Reivindicar el carácter asalariado de este trabajo
es el primer paso para rechazar tener que hacerlo, puesto que la demanda de
salario lo hace visible, y esta visibilidad es la condición más indispensable
para empezar a rebelarse contra esta situación tanto en su aspecto de trabajo
doméstico como en su insidioso carácter propio de la feminidad.
Esta es la perspectiva más radical que podemos adoptar porque podemos pe-
dir guarderías, salario equitativo, lavanderías gratuitas… pero no lograremos
nunca un cambio real a menos que ataquemos directamente la raíz de nuestro
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rol femenino. Nuestra lucha por los servicios sociales, es decir, por mejores
condiciones laborales, siempre se verá frustrada hasta que no se establezca
en primer lugar que nuestro trabajo es trabajo. Hasta que no luchemos contra
todo ello, nunca lograremos victoria alguna en ningún momento. Fracasare-
mos en la demanda de lavanderías gratuitas a no ser que antes nos alcemos
contra el hecho de que no podemos amar si no es al precio de trabajo infinito,
trabajo que día a día encoge y daña nuestros cuerpos, nuestra sexualidad,
nuestras relaciones sociales, y a no ser que escapemos primero del chanta-
je por el cual nuestra necesidad de recibir afecto se nos devuelve como una
obligación laboral, por la que nos sentimos constantemente resentidas contra
nuestros maridos, hijos y amigos y después culpables por este resentimiento.
Adquirir un segundo trabajo no cambia ese rol como han demostrado años
y años de trabajo femenino fuera de casa. Un segundo trabajo no solo incre-
menta nuestra explotación sino que únicamente reproduce nuestro rol de di-
ferentes maneras. Donde sea que miremos podemos observar que los trabajos
llevados a cabo por mujeres son meras extensiones de la labor de amas de
casa. No solo nos convertimos en enfermeras, criadas, profesoras, secretarias
para todo, labores en las cuales se nos adoctrina en casa, sino que estamos en
el mismo aprieto que entorpece nuestras luchas en el hogar: el aislamiento, el
hecho de que dependan de nosotras las vidas de otras personas y la imposibi-
lidad de ver dónde comienza y termina nuestro trabajo, dónde comienzan y
acaban nuestros deseos. ¿Llevarle un café al jefe y charlar con él acerca de sus
problemas maritales es trabajo de secretaria o un favor personal? El que ten-
gamos que preocuparnos acerca de nuestra imagen en el trabajo, ¿es una con-
dición laboral o resultado de la vanidad femenina? De hecho, hasta hace poco
en Estados Unidos, las azafatas eran pesadas periódicamente y tenían que
estar constantemente a dieta ―una tortura que conocen todas las mujeres―
por miedo a ser despedidas. Como se dice a menudo cuando las necesidades
del mercado de trabajo asalariado requieren su presencia: «Una mujer puede
llevar a cabo cualquier trabajo sin perder su feminidad», lo cual simplemente
significa que no importa lo que hagas ya que tan solo eres un «coño».
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nosotras hemos derribado esa barrera hace mucho tiempo y hemos descubier-
to que los monos de trabajo no nos proporcionan más poder que el delantal
―y muchas veces todavía menos puesto que tenemos que realizar ambas ta-
reas por lo que nos queda menos tiempo incluso para luchar. Lo que tenemos
que demostrar es nuestra capacidad de mostrar el trabajo que ya realizamos,
lo que el capital nos está haciendo y nuestra fuerza para oponernos a ello.
La pregunta es: ¿por qué son estas nuestras únicas alternativas y qué tipo
de luchas nos llevan más allá de ellas?