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La idea de familia comprende las relaciones entre padres e hijos (filiación) y las relaciones entre

abuelos, tíos, sobrinos y primos (parentesco). La vida diaria de las niñas y los niños está sujeta a la
voluntad y a las decisiones de los adultos que nos rodean; por ello, tienen el deber de brindarnos
cuidado y atención para nuestro buen desarrollo, tanto biológico como psicológico y social.

Al respecto, el artículo 4o. de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos establece,
en sus párrafos sexto, séptimo y octavo, que:

Los niños y las niñas tienen derecho a la satisfacción de sus necesidades de alimentación, salud,
educación y sano esparcimiento para su desarrollo integral.

Los ascendientes, tutores y custodios tienen el deber de preservar estos derechos. El Estado
proveerá lo necesario para propiciar el respeto a la dignidad de la niñez y el ejercicio pleno de sus
derechos.

El Estado otorgará facilidades a los particulares para que coadyuven al cumplimiento de los
derechos de la niñez.

Una autoridad familiar patriarcal, un Estado autoritario y una iglesia masculina se volvieron
fenómenos interdependientes que permitieron que la subordinación de las mujeres en la Nueva
España se convirtiera en pieza fundamental para la construcción del Estado colonial y base de las
complejas expresiones de la vida cotidiana en una emergente sociedad mestiza. Fuertes
mecanismos de control social se establecieron a través de un sistema que interrelacionó la raza, la
clase y el género.

Los mestizos y mulatos ricos con frecuencia compraban movilidad social o “blanqueamiento”.
Estos cambios tendían a confundir las distinciones sociales basadas en la raza o el género. En sus
esfuerzos por reforzar el viejo orden social, los gobiernos coloniales de España y Portugal
establecieron leyes a fines de la década de 1770 que fortalecían los derechos de los padres para
vetar las decisiones de sus hijos en cuanto a la selección de sus parejas matrimoniales. Aun cuando
a primera vista estas leyes podrían parecer de importancia marginal, eran señales a tomar en
cuenta en lo que se refiere a los intentos del Estado por reforzar una concepción más absolutista
de la autoridad patriarcal en el hogar y en el cuerpo político 18.

La sociedad colonial situó a la familia como la base de todo el orden social, con el objeto de
reforzar el control y el poder político sobre todas las capas sociales, responsabilizando al padre de
las conductas adecuadas a lo “políticamente correcto” de todos los miembros de su familia.

La Iglesia católica hacía su parte a través de los sermones, las misas y los consejos de confesionario
además del auxilio espiritual de las personas que acudían al sacerdote en busca de consejo 19, en
una época en que no existían los psicólogos ni los terapeutas familiares laicos. Todos los
paradigmas de regulación social eran apoyados por los ideales católicos de moralidad sexual.

El amor heterosexual era la piedra angular de la familia patriarcal, la que daba lugar a una
identidad nacional de “hombres a toda prueba” casados con “mujeres de su hogar”, que producían
“hijos legítimos”, en “hogares honorables”, en la que todos estaban de acuerdo.

De este modo, la familia como institución es el instrumento para el control de la sexualidad de sus
miembros. Los valores de honor y respeto crean una expectativa de conducta sexual “adecuada”;
asimismo, la decencia y buena reputación son valores que la sociedad espera sean transmitidos a
los hijos por las madres, a partir de un código ampliamente aceptado de moralidad sexual.

En la mayor parte del territorio nacional es habitual y aceptable que las mujeres jóvenes tengan un
amigo varón respetable, hijo de una familia de nivel social y cultural equivalente al de ella, que
con el paso del tiempo se convierte en novio, el cual, llegado el momento visitará a los padres de la
muchacha para “pedir su mano” con intenciones de desposarla.

La joven recibe un anillo “de compromiso” en señal de aceptación y luego se casa, ya sea por lo
civil o por la iglesia. El matrimonio es un ritual de paso moral mediante el cual su familia le otorga
el permiso para tornarse sexualmente activa sin ningún problema. Los hijos legítimos son los que
nacen después de que la pareja contrajo matrimonio.

En la familia patriarcal, los roles son muy claros: el padre es el propietario de la sexualidad de sus
hijos, aunque la madre, quien trabaja para el padre, es la guardiana directa de la sexualidad de
hijas e hijos. Cualquier falta de la hija indica que la madre no ha logrado educarla exitosamente en
lo que a moralidad sexual se refiere.

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