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Historia de las

Relaciones
Internacionales
Unidad 1

La sociedad pre-
revolucionaria:
En primer lugar, el mundo de la época era mucho más pequeño, con vastas

extensiones geográficas aún no exploradas y en donde los transportes no

estaban muy desarrollados. No solamente el mundo conocido era más

pequeño, sino también el mundo real, en términos demográficos, la tierra

tenia solo una fracción de la población de hoy.

Esta condición de un mundo más pequeño venía acompañada de las

dificultades de comunicación y transporte. El transporte por medio acuático

era el más fácil, barato y, también, el más. Tampoco había periódicos, salvo

para un escaso número de lectores de las clases media y alta, y, en todo

caso, muchos no sabían leer. Las noticias eran difundidas por los viajeros,

aunque también llegaban por vías oficiales del Estado o la Iglesia.

Por otra parte, en términos económicos, se trataba de una sociedad

preponderantemente rural y agraria. Incluso en regiones con fuerte

tradición urbana, el tanto porciento rural o agrícola era altísimo. También

alude a las ciudades provincianas en las que vivían realmente la mayor

parte de sus habitantes. Si bien la ciudad provinciana pudo ser una


comunidad próspera y expansiva a finales del SXVIII, toda esta prosperidad

y expansión procedía del campo.

Además, las relaciones sociales y políticas eran de corte estamental. El

vínculo entre gran propiedad rural y clase dirigente era muy firme y

cerrado, incluso en las sociedades más flexibles. A finales del SXVIII, la gran

expansión demográfica, el aumento de urbanización, comercio y

manufactura, impulsaron y hasta exigieron el desarrollo agrario, aunque

presentara una gran cantidad de obstáculos.

Frente a esta clase dirigente terrateniente, estaba tomando fuerza una

nueva clase social: la burguesía. El mundo del comercio y de la manufactura,

de las actividades técnicas e intelectuales, era confiado y animado. Se dio

un vasto despliegue del trabajo relacionado con las comunidades

mercantiles, favorecidas por el sistema de comunicaciones marítimas. Los

mercaderes parecían ser los verdaderos triunfadores económicos de la

época, sólo comparables a los grandes funcionarios y financieros.

En términos ideológicos, esta nueva clase burguesa era portadora de un

espíritu nuevo, de un cuerpo de ideas innovador y progresista: La

Ilustración. Este movimiento debió su fuerza, ante todo, al evidente

progreso de la producción y el comercio, y al racionalismo económico y

científico.

Todos estos hombres pertenecían a logias masónicas en las que contaban las

diferencias de clase y se propagaba la ideología de la Ilustración. Un

individualismo secular, racionalista y progresivo, dominaba el pensamiento

ilustrado. Su objetivo principal era liberar al individuo de las cadenas que le

oprimían. La apasionada creencia en el progreso del típico pensador

ilustrado reflejaba el visible aumento de conocimientos y técnica, en

riqueza, bienestar y civilización que podía ver en torno suyo.

La ilustración puede considerarse como una ideología revolucionaria, a pesar

de la cautela y moderación política de muchos de sus paladines

continentales, la mayor parte de los cuales, hasta 1780, ponían su fe en la

monarquía absoluta ilustrada. El despotismo ilustrado supondría la abolición


del orden político y social existente en la mayor parte de Europa. Pero era

demasiado esperar que los anciens régimes se destruyan a sí mismos

voluntariamente.

La revolucion industrial
El principal significado de la revolución industrial es que, entre 1780 y

1790, por primera vez el poder productivo de la humanidad se libera de

todos los obstáculos que lo habían restringido anteriormente. Los factores

que habían limitado el poder productivo, tienden a desaparecer. También

supuso el tránsito de la economía agraria a otra industrial y mecanizada,

caracterizada por las nuevas tecnologías.

La revolución industrial se dio en Gran Bretaña porque la misma poseía las

condiciones básicas y necesarias, que ninguna de las otras potencias

continentales había afianzado. De todas formas, el adelanto británico no se

debía a una superioridad científica y técnica.

Por fortuna, eran necesarios pocos refinamientos intelectuales para hacer la

Revolución Industrial. Fue el marco social y político de Gran Bretaña lo que

permitió esta revolución, que estaba mejor predispuesto que en el resto del

continente. Había pasado más de un siglo desde que el primer rey fue

procesado en debida forma y ejecutado por su pueblo, y desde que el

beneficio privado y el desarrollo económico habían sido aceptados como los

objetivos supremos de la política gubernamental. Además, la solución

británica para el problema agrario ya había sido encontrada, se trataba de

los Enclosures Acts o leyes de cercamiento. Esto jugó como un estímulo para

los terratenientes, que querían sacar el mayor rendimiento posible a sus

tierras. Como consecuencia, se dispara la actividad agrícola.

La actividad agrícola estaba preparada, pues, para cumplir sus tres

funciones fundamentales en una era de industrialización: 1) aumentar la

producción y la productividad para alimentar a una población agraria en

rápido y creciente aumento; 2) proporcionar un vasto y ascendente cupo

de potenciales reclutas para las ciudades y las industrias, y 3) suministrar


un mecanismo para la acumulación de capital utilizable por los sectores

más modernos de la economía.

Para que estos beneficios de la transformación agrícola se traduzcan en

crecimiento industrial, se requerían dos cosas: primero, una industria

primitiva que ofrezca excepcionales retribuciones para el fabricante que

pudiera aumentar rápidamente su producción total con innovaciones

baratas y sencillas; en segundo lugar, un mercado mundial ampliamente

monopolizado por la producción de una sola nación. Ambas cosas estaban

garantizadas en Gran Bretaña, tenía una economía lo bastante fuerte y un

Estado lo bastante agresivo para apoderarse de los mercados de sus

competidores. Además, Gran Bretaña poseía una industria admirablemente

equipada para acaudillar la Revolución industrial en las circunstancias

capitalistas, y una coyuntura económica que se lo permitiría: la industria

algodonera y la expansión colonial. El comercio colonial había creado la

industria del algodón y continuaba nutriéndola. El algodón fue el primer

paso de la Revolución industrial inglesa, fue la primera industria

revolucionada.

La producción de las demás manufacturas era casi insignificante,

empleaban a muy poca gente; su poder de transformación era mucho más

pequeño, escasamente afectaban a la economía general, pero la demanda

derivada del algodón contribuyó en cambio en gran parte al progreso

económico de Gran Bretaña; y la expansión de la industria algodonera

dominó los movimientos de la economía total del país.

El crecimiento de las ciudades había hecho que la explotación de las minas

de carbón se extendiera rápidamente desde el siglo XVI. Esta inmensa

industria era lo suficientemente amplia para la invención básica que iba a

transformar a las principales industrias de mercancías: el ferrocarril. Las

minas no solo requerían máquinas de vapor en grandes cantidades y de

gran potencia para su explotación, sino también unos eficientes medios de

transporte para trasladar las grandes cantidades de carbón. El ferrocarril

constituía el gran triunfo del hombre por medio de la técnica.


La revolucion francesa
Las nuevas ideas de la Ilustración que portaban los burgueses generaban una

gran tensión entre las fuerzas de la vieja sociedad y la nueva sociedad

burguesa. La ruptura entre ambas se da con el acontecimiento de la

revolución francesa. El significado de esta fue el pasaje del antiguo orden,

caracterizado por la vigencia de las monarquías absolutas y una

organización social estamental, jerárquica y rígida en la que la nobleza y el

clero constituyen sus capas más privilegiadas, a una modernidad política.

No es posible pensar a la revolución francesa como un evento aislado ya que

no fue la única. La era de las revoluciones comienza con la revolución

americana de 1776, pero la revolución francesa fue la más importante de

todas y va a culminar con las revoluciones de 1848.

Sus orígenes datan con los problemas financieros de la monarquía francesa

que iban en aumento. La estructura administrativa y fiscal estaba muy

anticuada y el intento de remediarlo mediante las reformas de 1774-

1776 por el ministro Turgot fracasó, derrotado por la resistencia de los

intereses tradicionales encabezados por los parlements. Entonces, Francia se

vio envuelta en la guerra de independencia americana. La victoria sobre

Inglaterra se obtuvo a costa de una bancarrota final, por lo que la

revolución norteamericana puede considerarse causa directa de la francesa.

La crisis gubernamental brindó una oportunidad a la aristocracia y a los

parlaments, pero se negaron a pagar sin la contrapartida de un aumento

de sus privilegios. La primera brecha en el frente del absolutismo fue abierta

por una selecta pero rebelde Asamblea de los Notables, convocada en 1787

para asentir las peticiones del gobierno. La segunda, y decisiva, fue la

desesperada decisión de convocar los Estados Generales. Así pues, la

revolución empezó como un intento aristocrático de recuperar los mandos

del Estado.
Unas seis semanas después de la apertura de los Estados Generales, los

comunes constituyeron una Asamblea Nacional con derecho a reformar la

Constitución.

El tercer Estado triunfó frente a la resistencia unida del rey y de los

órdenes privilegiados. Representaba no sólo los puntos de vista de los

filósofos de la ilustración, sino los de la poderosa fuerza de trabajadores

pobres de las ciudades, así como el campesino revolucionario. Pero lo que

transformo una limitada agitación reformista en verdadera revolución fue

el hecho de que la convocatoria de los Estados Generales coincidiera con una

profunda crisis económica y social.

La contrarrevolución movilizó a las masas de Paris, en defensa de la nueva

Asamblea. El resultado de aquella movilización fue la toma de la Bastilla el

14 de julio de 1789, la prisión del Estado que simbolizaba la autoridad

real, en donde los revolucionarios esperaban encontrar armas. La caída de

la Bastilla extendió la revolución a las ciudades y los campos de Francia. Al

cabo de tres semanas desde el 14 de julio, la estructura social del

feudalismo rural francés y la maquina estatales de la monarquía francesa

yacían en pedazos.

Entre 1789 y 1791 la burguesía moderada victoriosa, actuando a través

de la que entonces se había convertido en Asamblea Constituyente,

estableció la constitución de 1791 que instauró una monarquía

constitucional. Sin embargo, la monarquía tradicional no podía resignarse al

nuevo régimen. Esto contribuyó a impulsar al rey a la desesperada y suicida

tentativa de huir del país. Fue detenido en Varennes en 1791, y en

adelante el republicanismo se hizo una fuerza masiva. Al mismo tiempo,

cada vez era más evidente para los nobles y los gobernantes de derecho

divino de todas partes, que la restauración del poder de Luis XVI no era

simplemente un acto de solidaridad de clase, sino una importante

salvaguardia contra la difusión de las espantosas ideas propagadas desde

Francia. En abril de 1792 estalla la guerra.


En agosto y septiembre fue derribada la monarquía, establecida la

Republica. El partido dominante de la nueva Convención era el de los

girondinos, belicosos en el exterior y moderados en el interior, pero su

política era absolutamente imposible. En marzo de 1793, Francia estaba en

guerra con la mayor parte de Europa y había empezado la anexión de

territorios extranjeros. Pero la expansión de la guerra, sobre todo cuando la

guerra iba mal, solo fortalecía las manos de la izquierda y los sans-culottes,

única capaz de ganarla. Un rápido golpe de los sans-culottes desbordó a los

girondinos el 2 de junio de 1793, instaurando la República Jacobina.

La primera tarea del régimen jacobina era la de movilizar el apoyo de las

masas contra la disidencia de los girondinos y los notables, y conservar el

ya existente de los sans-culottes parisenses. Se promulgó una nueva

Constitución radicalísima, varias veces aplazada por los girondinos. Aquella

fue la primera genuina Constitución democrática promulgada por un

Estado moderno.

El centro del nuevo gobierno, aun representando una alianza de los

jacobinos y los sans-culottes, se inclinaba hacia la izquierda. Esto se reflejó

en el reconstruido Comité de Salud Pública, pronto convertido en el efectivo

gabinete de guerra de Francia. Maximilian Robespierre llegó a ser su

miembro más influyente. Pero cuando las masas de parís le abandonaron,

se produjo su caída. La tragedia de Robespierre y de la República jacobina

fue la de tener que perder, forzosamente, ese apoyo. Solo la crisis bélica los

mantenía en el poder. Pero cuando a finales de junio del mismo año, los

nuevos ejércitos de la República demostraron su firmeza derrotando

decisivamente a os austriacos, el final se preveía. En julio de 1794, la

Convención derribó a Robespierre.

El problema de la nueva Convención era el de conseguir una estabilidad

política y un progreso económico sobre las bases del programa liberal

original de 1789-1791. El problema irresoluble en apariencia, lo resolvió

el ejército. Este ejército revolucionario fue el hijo más formidable de la

República jacobina. El ejército se convirtió en el pilar del gobierno


postermidoriano, y a su jefe Napoleón Bonaparte en el personaje indicado

para concluir la revolución burguesa y empezar el régimen burgués. Fue

nombrado Primer Cónsul en 1799, luego cónsul vitalicio y, por último,

emperador.

Ciclo de guerras (1792-


1815)
Desde 1792 hasta 1815 hubo guerra en Europa, casi sin interrupción,

combinadas o coincidentes con otras guerras accidentales fuera del

continente. Las consecuencias de la victoria o la derrota en aquellas guerras

fueron considerables, pues transformaron el mapa del mundo.

Los beligerantes estaban muy desigualmente divididos. Aparte Francia, sólo

había un Estado de importancia al que sus orígenes revolucionarios y su

simpatía por la Declaración de derechos del hombre pudieran inclinar

ideológicamente del lado de Francia: los Estados Unidos de América. Sin

embargo, los Estados Unidos permanecieron neutrales casi todo el tiempo.

El jacobinismo extranjero tuvo alguna importancia militar y, los extranjeros

jacobinos residentes en Francia tuvieron una parte importante en la

formación de la estrategia republicana. Pero no puede decirse que ese grupo

o grupos fueran decisivos. Si Francia contaba con la ayuda de fuerzas

revolucionarias en el extranjero, también los antifranceses.

La primera potencia anti francesa era Gran Bretaña, los ingleses deseaban

eliminar a su principal competidor económico a fin de conseguir el total

predominio de su comercio en los mercados europeos, el absoluto control de

los mercados coloniales y ultramarinos, que a su vez suponía el dominio

pleno de los mares. Las demás potencias antifrancesas estaban empleadas

en una lucha menos encarnizada. Todos esperaban derrocar a la Revolución

francesa, aunque no a expensas de sus propias ambiciones políticas: Austria


era la más tenaz anti francesa por lo que tomó parte en todas las grandes

coaliciones contra Francia. Rusia fue anti francesa intermitentemente.

Prusia se encontraba indecisa, la iniciativa francesa favorecía sus

ambiciones. La política de los restantes países que de cuando en cuando

entraban en las coaliciones antifrancesas mostraba parecidas fluctuaciones.

Estaban en contra de la revolución, pero tenían otras cosas en que pensar y

nada en sus intereses estatales les imponía una firme hostilidad hacia

Francia. Aun así, los más seguros aliados de Francia eran los pequeños

príncipes alemanes.

Sin embargo, aun teniendo en cuenta las divisiones del bando antifrances y

los aliados potenciales con los que Francia podía contar, la coalición anti

francesa era sobre el papel mucho más fuerte que los franceses. A pesar de

ello, la historia de las guerras es una serie de interrumpidas victorias de

Francia. La razón de esos triunfos está en que la revolución transformó las

normas bélicas, haciéndolas inconmensurablemente superiores a las de los

ejércitos del antiguo régimen.

En 1813 el ejército francés fue derrotado, y los aliados avanzaron

inexorablemente por tierras de Francia mientras los ingleses invadían desde

la península. Paris fue ocupado y el emperador abdicó el 6 de abril de

1814. Intentó restaurar su poder en 1815, pero la batalla de Waterloo, en

junio de aquel año, acabó con él para siempre.

Las guerras napoleónicas tuvieron importantes consecuencias. Lo más

importante de todo fue una racionalización general del mapa político de

Europa, especialmente de Alemania e Italia. La revolución francesa termino

la edad Media europea. El característico Estado modero es una zona

territorial coherente e indivisa, con fronteras bien definidas, gobernada por

una sola autoridad soberana conforme a un solo sistema fundamental de

administración y ley. También fueron importantes los cambios

institucionales introducidos directa o indirectamente por las conquistas

francesas. Las instituciones de la revolución francesa y el Imperio

napoleónico eran automáticamente aplicadas o servían de modelo para la


administración local: el feudalismo había sido abolido, regían los códigos

legales franceses, etc. Estos cambios serian más duraderos que las

alteraciones de las fronteras. Pero los cambios en las fronteras, leyes e

instituciones gubernamentales no fueron nada comparados con la profunda

transformación de la esfera política.

El resultado de las guerras fue clarísimo, Gran Bretaña elimino

definitivamente en su más cercano y peligroso competidor y se convirtió en

el taller del mundo. Inglaterra estaba ahora mucho más a la cabeza de

todos los demás Estados de lo que había estado en 1789.

El orden de Viena
Las potencias absolutistas y el Reino Unido creían necesario erradicar las

ideas de la revolución lo más pronto posible. Tras la derrota de Napoleón,

se reunieron en Viena. Los objetivos principales eran: 1) la restauración del

trono de los reyes; 2) rediseñar el mapa político europeo; 3) defender las

estructuras del Antiguo Régimen; 4) establecer la cooperación para evitar el

surgimiento de nuevos focos revolucionarios. Para Gran Bretaña, el objetivo

era evitar que una nueva potencia alterara el equilibrio y perjudicara su

predominio y supremacía.

El príncipe von Metternich fue el negociador de Austria, aunque, como el

congreso se reunía en Viena, el emperador austriaco nunca estuvo lejos del

escenario. El rey de Prusia envió al príncipe von Hardenberg, y el recién

repuesto en el trono, Luis XVI de Francia, confío en Talleyrand. El zar

Alejandro I acudió a hablar por sí mismo. El secretario británico de

exteriores, Lord Castlereagh, negoció en nombre de Gran Bretaña. Estos

cinco personajes lograron lo que se habían propuesto. Después del congreso

de Viena, Europa experimentó el más prolongado periodo de paz jamás

conocido.

Frente a este escenario, había dos alternativas para enfrentar la

heterogeneidad que introduce la revolución francesa. Por un lado, la


alternativa es la intervención mediante el uso de la fuerza, por otro lado,

establecer un consenso. Ambos elementos van a estar presentes en Viena. El

Congreso instaura, por un lado, una “paz distributiva”, es decir, se redefine

el mapa político de Europa. También es una “paz regulativa”, es decir,

establece mecanismo para salvaguardar acuerdos. Se establece una nueva

legitimidad monárquica, que era necesaria como fundamento del orden. Se

habilita la intervención como instrumento para preservar la observancia de

ese principio legitimista. Este principio de legitimidad no se funda en el

derecho divino de los monarcas, sino que se va a fundar en un tratado

respaldado por las grandes potencias del Concierto. De esta manera, la

legitimidad pasó a ser el vínculo que mantenía unido el orden internacional.

No sólo existía el equilibrio físico, sino también moral. El poder y la justicia

se encontraron en sustancial armonía. El equilibrio del poder reduce las

oportunidades de recurrir a la fuerza, y el sentido de la justicia reduce el

deseo de emplearla.

El mapa político de Europa se simplificó un tanto. Pero esta simplificación

no tuvo en cuenta para nada con el nuevo principio de las nacionalidades.

No les preocupó en lo más mínimo crear estados homogéneos étnicamente

a partir de los territorios reconquistadosa Napoleón. Los estadistas de Viena

además se propusieron consolidar Alemania, pero no unificada. A pesar de

qué eran más de 300 los estados que había antes de Napoleón, fueron

reducidos a unos 30, unidos en una nueva entidad llamada Confederación

Germánica. El propósito de la Confederación era impedir la unidad

alemana sobre una base nacional, conservar los tronos de los diversos

príncipes y monarcas alemanes e impedir una agresión francesa. Y lo

consiguió en todos los aspectos.

Los estadistas de Viena concluyeron que Europa estaría más seguras y

Francia se sentía relativamente satisfecha, y no resentida y disconforme.

Francia fue despojado de sus conquistas, pero si le concedieron sus fronteras

antiguas, es decir, las que tenía antes de la revolución. El éxito de Viena


radica en que logra modular la paz con los requisitos mínimos de seguridad

de los vencedores sin generar resentimiento en los vencidos.

En 1815 se creía que sólo Francia podría destruir eventualmente los

tratados. Por tanto, se elabora contra ella un sistema embrionario de

organización europea, que se conoce con el nombre de Santa Alianza. La

Santa Alianza, interpretaba el imperativo religioso como una obligación

para sus signatarios de conservar el statu quo interno en Europa y unió a

los monarcas conservadores para convertir la revolución, pero también los

obligó a actuar solo de común acuerdo. Su significación funcional consistió

en introducir un elemento de freno moral en las relaciones de las grandes

potencias.

Por otro lado, fue firmada la Cuádruple Alianza, una alianza automática

ante el caso de que un Bonaparte volviera a subir al trono de Francia, y

una promesa de consulta si la llama revolucionaria brotaba de nuevo en

Francia. Su artículo número 6°, institucionalizaba el concierto europeo, es

decir, el concierto de las grandes potencias, y preveía la celebración

periódica de conferencias destinadas a examinar las medidas pertinentes

para mantener la paz y hacer respetar los grandes intereses comunes. Los

estadistas de Viena forjaron la Cuádruple Alianza, destinada a sofocar de

raíz toda tendencia agresiva de Francia con fuerzas abrumadoras.

En el periodo que siguió al congreso de Viena, Metternich desempeña un

papel decisivo administrando el sistema internacional e interpretando las

exigencias de la Santa Alianza. Se vio obligado a adoptar este papel porque

Austria se encontraba en el centro de todas las tempestades, y sus

instituciones internas eran cada vez menos compatibles con las corrientes

nacionales y liberales del siglo. Su política consistió en evitar crisis formando

un consenso moral, y en desviar las que no podían evitarse apoyando

discretamente a cualquier nación que estuviese dispuesta a soportar el

mayor peso del enfrentamiento. Creía que una Europa central fuerte era

indispensable para garantizar la estabilidad europea, y resuelto a evitar


toda prueba de fuerza, se preocupó tanto por establecer un estilo

moderador como por acumular simple fuerza.

La segunda parte de la estrategia de Metternich fue mantener la unidad

conservadora. La destreza de Metternich permitió a Austria imponer al

ritmo de los acontecimientos durante una generación convirtiendo a Rusia,

país al que tenía, en su asociado gracias a la unidad de los intereses

conservadores, y a Gran Bretaña, en la que confiaba, en el último recurso

para oponerse a los desafíos del equilibrio del poder.

La Europa de 1815 se dividía en monarquías absolutas y en monarquías

constitucionales. Pero, en la inmensa mayoría de estas últimas, al tener la

carta carácter de concesión, el principio de legitimidad se mantenía intacto

en sus líneas esenciales. En su deseo de eliminar las huellas de la revolución

y las conquistas del imperio, la Europa de 1815 se convirtió en un Europa

legitimista, clerical y reaccionaria. Sin embargo, los gérmenes de las ideas

de 1789 permanecieron vivos.

Nueva estructura de poder


El sistema internacional que se desarrolló durante el periodo de más de

medio siglo que siguió a la caída de Napoleón tuvo una desacostumbrada

serie de características. En primer lugar, el continuo y espectacular

crecimiento de una economía mundial integrada que atrajo a más regiones

a un comercio transoceánico y transcontinental y a una red financiera

centrados en la Europa occidental y en particular, en Gran Bretaña. En

segundo lugar, si bien había una ausencia de guerras entre las grandes

potencias, la guerra continuaba contra pueblos menos desarrollados,

además, todavía hubo conflictos regionales, sobre todo por cuestiones de

nacionalidad y fronteras territoriales. En tercer lugar, la tecnología

derivada de la revolución industrial empezó a producir un impacto sobre el

arte de la guerra militar y naval.

Las consecuencias de la introducción de esta nueva maquinaria fueron

estupendas, pero el punto vital fue el enorme aumento de la productividad,


sobre todo las industrias textiles, que a su vez se estimuló la demanda de

más máquinas, materias primas, más hierro, más barcos, mejores

comunicaciones, etc.

Lo que hizo la revolución industrial fue fortalecer la posición de un país que

había obtenido ya grandes éxitos en las luchas pre industriales y

mercantilistas del siglo XVIII y que se había transformado entonces en una

clase diferente de potencia. En lo que Gran Bretaña era fuerte, y en

realidad no tenía rival era en la industria moderna y productora de

riqueza, con todos los beneficios inherentes a ellos.

La ideología de la economía política de laissez-faire, que floreció en este

periodo temprano de industrialización, predicaba la causa de la paz eterna,

los gastos bajos del gobierno, especialmente en defensa, y la reducción de

los controles estatales sobre la economía y los individuos. Podría ser

necesario, como había reconocido Adam Smith, tolerar el mantenimiento

de un ejército y una Marina para proteger a la sociedad británica de la

violencia y la invasión de otras sociedades independientes, pero, como las

fuerzas armadas per se eran improductivas y no añadían valor a la riqueza

nacional como una fábrica una explotación agrícola, tenían que reducirse a

nivel más bajo posible que permitiese la seguridad nacional. Como

consecuencia de ello, la modernización de la industria de las comunicaciones

británicas no fue igualada por mejoras en el ejército.

Sin embargo, aún era fuerte en algunos otros sectores, cada uno de los

cuales era considerado por los ingleses como mucho más valioso que un

numeroso y costoso ejército. El primero de estos sectores en el naval, la

Royal Navy había sido, durante más de un siglo antes de 1815, la mayor

del mundo. El segundo ámbito importante de la influencia británica se

encuentra en su expansivo imperio colonial. Ahora, aparte de las ocasionales

alarmas producidas por los movimientos franceses en el pacífico por las

intuiciones rusas, ya no quedaban rivales serios como si en los siglos

anteriores. El tercer rasgo de la particularidad y la fuerza británica se halla

en el campo de las finanzas. Desde luego, este elemento difícilmente puede


separarse del general progreso industrial y comercial del país. La larga paz

y la facilidad de la autorización del capital en el Reino Unido, así como las

mejoras instituciones financieras del país, estimularon a los británicos a

invertir más que nunca en el extranjero.

Este último generó dos consecuencias que más tarde afectaría en el poder

relativo de Gran Bretaña en el mundo. La primera fue la manera en que

contribuyó al país a la expansión a largo plazo de otras naciones con, tanto

para establecer y desarrollar las industrias y la agricultura extranjera con

repetidas inyecciones financieras, como para construir ferrocarriles, puertos

y barcos de vapor para que permitieran los productores de llamar

rivalizará indicar futuras con su propia producción. La segunda debilidad

estratégica potencial reside en el comercio internacional, y lo que es más

importante aún, con respecto a las finanzas internacionales.

Sin embargo, aunque la máquina de vapor, el tener mecánico y el

ferrocarril hicieron algunos progresos en Europa continental, entre 1815 y

1848 los rasgos tradicionales de la economía siguieron predominando: la

superioridad de la agricultura sobre la producción industrial, la falta de

medios de transporte baratos y rápidos, y la prioridad dada a los bienes de

consumo sobre la industria pesada. Las condiciones políticas y diplomáticas

prevalecientes en la Europa de la restauración se combinaron también para

congelar el status quo internacional o, al menos, para permitir tan sólo

alteraciones en pequeña escala del orden existente.

La posición internacional de Prusia en las décadas que siguieron a 1815 se

vio claramente afectada por las condiciones generales sociales y políticas.

Las disputas sobre política interior de Prusia se complicaron todavía más a

costa del debate sobre la cuestión alemana. Esto hacía revivir la rivalidad

con el imperio austriaco. Era la menor de las grandes potencias, estaba

perjudicada por la geografía, se veía oscurecida por vecinos poderosos,

distraída por problemas internos alemanes y era completamente incapaz de

representar un papel importante en los asuntos internacional.


La ventaja de Prusia consistía en el sistema militar prusiano, que

proporcionaba a Prusia un ejército de primera línea mucho más numerosa,

en relación a su población, que el de cualquier otra gran potencia. Este

dependía, a su vez, de un relativamente alto nivel de la educación primaria

del pueblo y dependía también de una organización soberbia para manejar

tan elevados números: el cuerpo que controlaba esta fuerza era el Estado

Mayor General prusiano, que pasó a ser el cerebro del ejército bajo el genio

del viejo Moltke.

Por otro lado, el imperio austriaco actuaría en el nuevo orden como punto

de apoyo central del equilibrio, pues contendría las ambiciones francesas en

Europa occidental y en Italia, preservaría el status quo en Alemania contra

los nacionalistas de la gran Alemania y los expansionistas prusianos, y

levantaría una barrera a la penetración rusa en los Balcanes. En opinión de

algunos historiadores, en la paz general que prevaleció en Europa durante

los decenios después de 1815 se debió principalmente a la posición en las

funciones del imperio austriaco

Pero los intentos de Metternich de aplastar a los movimientos

independentistas fueron aumentando de manera constante el imperio de

los Habsburgo. Además, el emperador austriaco gobernaba un revoltijo

étnico. Aunque esto hacía que el ejército fuese casi tan pintoresco y variado

creaba también toda clase desventajas cuando se comparaba con las mucho

más homogéneas tropas francesas o persianas. Esta potencial debilidad

militar se utilizaba por la falta de fondos adecuados, lo cual era debido en

parte a la dificultad de aumentar los impuestos del imperio, pero

principalmente a la franquicia de su base comercial o industrial.

A pesar de sus pérdidas durante la guerra napoleónica, la posición de

Francia durante el medio siglo que subió a 1815 fue mucho mejor que la de

Prusia o la del imperio austríaco en muchos aspectos. A pesar de todo, el

poder relativo de francés estaba ilusionando en términos económicos y en

todos aspectos. Aunque Francia era más grande que producción que imperio
austríaco, no había ninguna escena en la que fue seguir al decisivo, como lo

había sido un siglo atrás.

El poder relativo de Rusia empezó a declinar en los decenios de paz

internacional y de industrialización que siguieron a 1815, aunque eso no se

evidenció plenamente hasta la guerra de Crimea. Sin embargo, Rusia tenía

el papel como guardián de Europa, acrecentado cuando el mesiánico

Alejandro I fue sucedido por el autócrata Nicolás I.

A nivel económico y tecnológico, Rusia estaba perdiendo terreno de una

manera alarmante. La campaña de Crimea de 1854-1855 constituyó una

triste confirmación del atraso de Rusia. Esto condujo a los reformadores del

Estado ruso a toda una serie de cambios radicales, sobre todo la abolición

de la servidumbre. Además, la construcción de ferrocarriles y la

industrialización fueron mucho más fermentadas fomentadas con Alejandro

II que con su padre.

Con respecto a los Estados Unidos, el aislamiento de la joven República de

las luchas europeas por el poder, y el cordón sanitare impuesto por la Royal

Navy para separar el viejo mundo de nuevo, significaban que en lugar de

tener que invertir en recursos financieros a gran escala en gastos de

defensa, los estratégicamente seguros Estados Unidos podían concentrar sus

propios fondos para desarrollar su gran potencial económico. El resultado

de todo esto fue que, incluso antes de que estallara la guerra civil en abril

de 1861, los Estados Unidos se habían convertido en un gigante económico,

aunque su distancia de Europa, concentración el desarrollo interior y la

naturaleza accidentado del terreno disimulaban en parte aquel hecho.

En conclusión, el medio siglo posterior a la batalla de Waterloo se

caracterizó por el continuo crecimiento de una economía internacional, por

el aumento productivo en gran escala causado por el desarrollo industrial y

el cambio técnico, por la relativa estabilidad del sistema de grandes

potencias y por el estallido de guerras localizadas y cortas. La principal

beneficiaria de este cambio de medio de siglo había sido Gran Bretaña; en

términos de poder productivo y de influencia mundial. Los principales


perdedores habían sido las sociedades agrícolas y no industrializadas del

mundo extra europeo, que no podían resistir los productos industriales ni

las incursiones militares de occidente. Por la misma razón fundamental, las

grandes potencias europeas menos industrializadas empezaron a perder su

anterior posición.

Oleadas revolucionarias
Se puede decir que entre 1815 y 1849 Europa conoció tres oleadas
revolucionarias sucesivas. La primera oleada fue la de 1820. En ella, el
papel más importante lo desempeñaron las sociedades secretas
revolucionarias. El fin era político: quería obligarse a los diversos gobiernos a
conceder constituciones. Las agitaciones se dieron en Alemania, en España
(allí el rey tuvo que reestablecer la constitución de 1812 que el mismo
había abolido), en Nápoles y en Piamonte, en donde también se concedieron
constituciones. Desde Italia, el movimiento se propagó a Francia. El último
país alcanzado por esta oleada revolucionaria fue Rusia, se intentó
transformar el régimen autocrático en un régimen constitucional. Sin
embargo, todos los casos mencionados fueron reprimido por los ejércitos de
la Santa Alianza, tanto por tropas austríacas o francesas. Esta primera
oleada fue fundamentalmente burguesa, pero también fue acompañada de
algunas revueltas nacionales. Las revueltas nacionales fueron las únicas
exitosas.
La segunda oleada se extendió por Francia en julio de 1830. Carlos X quiso
invalidar la carta constitucional, lo que motivó que el pueblo de París, con
la aprobación de la burguesía liberal y gracias a la acción de las sociedades
secretas republicanas, se sublevarse contra el régimen de la restauración.
Sin embargo, los vencedores burgueses no instauraron la república e
hicieron subir al trono a Luis Felipe, Duque de Orleans. El resultado fue que
las sociedades republicanas, irritadas, volvieron a la carga. De París la
revolución pasó a Bruselas y luego a Polonia, ambas de carácter nacional,
Los belgas consiguieron el objetivo, pero en Polonia la insurrección fue
aplastada por las tropas zaristas 10 meses después. El movimiento
prosiguió en Italia central, aunque también las tropas austriacas no
tardaron en aplastar esta revuelta. La agitación alcanzó también Alemania,
pero esta insurrección no fue de carácter sangriento, y una vez más se
restableció el orden.
La tercera oleada tiene que ver con la crisis económica de 1846 y 1847,
sumada a las malas cosechas, acrecentó terriblemente los sufrimientos de
los artesanos, de los obreros, e incluso de la parte menos favorecidas de la
burguesía a través de toda Europa. Esta oleada fue denominada “la
primavera de los pueblos”, justamente por la masiva participación popular.
El brote de 1848 es bastante más radical y masiva, y demandaba derechos
y libertades radicales, no sólo de carácter nacional-burgués, sino de
carácter social. Sin embargo, A fines de 1850 todavía acabado. La
revolución había sido destrozada por doquier. En todas partes tuvieron el
poder y los hacían de manera muy enérgica, todas las esperanzas
nacionalistas quedaron tu cadas. El mapa de Europa no sufrió ningún
cambio.
Sin embargo, algo esencial subsistió de todo este inmenso movimiento. En
primer lugar, Francia mantuvo el sufragio universal. Pese a que con él no se
consiguió impedir el golpe de Estado el restablecimiento del imperio, a lo
largo plazo constituyó una victoria esplendorosa para la democracia. En
segundo lugar, fueron abolidos los últimos vestigios del régimen señora, sin
posibilidad de que fuesen de nuevo en plantados. Y para finalizar, la mayor
parte de los estados mantuvieron las constituciones, ya otorgadas y vetadas.

Declive del orden de Viena


La estabilidad del sistema de Viena dependía de tres factores: de la vigencia

del principio legitimista; suprimir los movimientos nacionales y liberales; y

de las relaciones entre las grandes potencias. Estos tres pilares están siendo

desafiados a partir de 1848 y van a ser los factores que llevarán el fin del

orden de Viena.

En primer lugar, el ascenso de Napoleón III a Francia como una

consecuencia de la revolución de 1848 representa un gran desafío para

Viena, por que el republicanismo instaurado en 1848 rompe con la

homogeneidad ideológico-política de Europa y también, al asumir un

Bonaparte en el poder, el cual Viena se había ocupado de borrar desde


1815. Napoleón III había sido en su juventud, miembro de sociedades

secretas italianas que luchaban contra la dominación austriaca en Italia, era

un liberal nacionalista de la época. Elegido presidente en 1848, Napoleón se

declaró emperador tras encabezar un golpe de estado en 1852. Napoleón

odiaba el sistema de Viena porque había sido expresamente acordado para

contener a Francia. A la larga, el desplome de Viena iba a ser

contraproducente para Francia. Al terminar este periodo, Alemania surgió

como la mayor potencia del continente

La destrucción del sistema de Viena, que Napoleón comenzará, la completó

Bismarck. De acuerdo con la Realpolitik de Bismarck, la política exterior se

configuró como una prueba de fuerza.

La guerra de Crimea es el segundo desafío para el Orden de Viena ya que el

sistema de consenso y autolimitación entra en crisis. Crimea es producto del

choque de intereses entre Rusia y Gran Bretaña en el Imperio Otomano,

que se encontraba muy desestabilizado.

Cuando el zar logra que le reconociesen un protectorado sobre los cristianos

ortodoxos del imperio otomano, para lograr intervenir en los Balcanes,

Gran Bretaña se alarma y responde con un bloqueo al acceso al mar

mediterráneo a Rusia para proteger su posición imperial e incitó a Turquía

a resistir la pretensión rusa. Así, pues, se inició una dura guerra en la única

gran base Naval rusa en el mar negro, Sebastopol en Crimea. En esta

guerra también intervino Napoleón III del bando turco, que no fue otra cosa

que una simple cuestión de prestigio para Francia, que quería cumplir el rol

protagónico en los movimientos nacionalistas. Los aliados, franceses, ingleses

y turcos, a los que pronto se unió un pequeño ejército piamontés,

impidieron que las tropas de socorro del zar llegasen hasta la ciudad. El

congreso de la paz se reunió en París en marzo y abril de 1856, indicando

el prestigio de Francia en los asuntos europeos. Pareció que Napoleón III se

convertiría en el árbitro de Europa.

El gran vencedor fue Inglaterra; Rusia quedó excluida de los Balcanes

durante un tiempo, y a la garantía de bloqueo de los estrechos para la flota


rusa, que se había conseguido en la convención de 1841, se añado una

magnífica garantía suplementaria: la neutralización del mar negro.

Además, la independencia de Rumania como consecuencia de la guerra

demuestra el avance del nacionalismo. Al mismo tiempo, la guerra favorece

la cuestión italiana ya que Cavour, por haber mandado un pequeño ejército

a Crimea, paso a ser jefe de gobierno de un pequeño país, admitido en el

sacrosanto Concierto europeo y posteriormente obtuvo el apoyo del ejército

de Napoleón III contra Austria para el liberar el norte de Italia. Por último,

las deficiencias en los ejércitos de Rusia y Gran Bretaña son expuestas en

Crimea.

El desplome del sistema de Viena, como consecuencia de la guerra de

Crimea, provocó casi dos décadas de conflictos: la guerra del Piamonte y

Francia contra Austria en 1859, la guerra por Schleswig-Holstein de

1864, la guerra austro-prusiana de 1866 y la franco-prusiana de 1870.

De este desorden surgiría en Europa un nuevo equilibrio de poder. Francia,

que había participado en tres de las contiendas y alentando a las demás,

perdió su posición hegemónica ante Alemania. Y desaparecieron los frenos

morales del sistema de Metternich. Esta convulsión quedó simbolizada con el

uso de un nuevo término para definir una política de equilibrio de poder: el

término alemán Realpolitik.

Finalmente, los movimientos nacionalistas van a ser el fin definitivo de

Viena porque significan el éxito de nacionalismo sobre el principio

legitimista. Sus expresiones más extremas fueron la unificación de Italia y la

unificación alemana, que definieron el nuevo orden europeo. Es destacable

que los procesos de unificación solo fueron posibles con el auspicio de un

Estado mayor, Piamonte en Italia y Prusia en Alemania.

La Europa de 1815 era un desafío al sentimiento nacional que ya había

surgido en todas partes. Motivado, a la vez, por la difusión de las ideas de

la revolución y por el odio contra el conquistador francés. El sentimiento

nacional se había convertido en una fuerza política en todas partes.


Reaparece el orgullo de pertenecer a un gran pueblo. Los poetas exaltan la

nacionalidad, los historiadores reencuentran las glorias pasadas, los filólogos

depuran la lengua y restauran su nobleza. Al movimiento intelectual se

sobreponen los movimientos políticos reformistas o revolucionarios, como la

masonería.

En resumen, por todas partes surge una potencia nueva, y todos los que

miran hacia el futuro consideran con simpatía este crecimiento de la

libertad y de la línea humana. Napoleón III fue el primer jefe de Estado de

una gran potencia que creyó en el principio de las nacionalidades. Iba a

hacer todo lo posible para que se realiza en la unidad italiana e incluso la

alemana.

La unificación de Italia se compone desde 1848 en adelante, se dio un

movimiento de unificación más moderado ante los fracasos de los métodos

revolucionarios, personificado por Cavour. Para Cavour, el orden de Viena

era un obstáculo, igual que para Bismarck en Prusia.

En 1850, los gobernantes de Piamonte sabían que neceistaban de la alianza

de una potencia mayor para derrotar a los Austriacos en el norte, y este

apoyo procedio de Francia, ya que Napoleón III tenia la intención de dirigir

todos los movimientos nacionalistas y, además, porque Piamonte habia

acompañado a Francia en Crimea. En 1858 se produce la guerra contra

Austria. Sin embargo, Piamonte no consigue la totalidad del terrotirio

porque Francia se retiró antes de terminar.

Este primer movimiento impulsa que el resto del territorio italiano se rebele

ante sus autoridades, pidiendo la anexion a Piamonte. Francia acepta esta

anexión, pero pide quedarse con los territorios de Niza y Saboya. Garibaldi,

en el sur, se enfurece por este hecho y, como consecuencia, emprende una

invasión contra los Piamonteses y el ejercito de Napoleón III. Más tarde, el

Rey de Piamonte logra convencer a Garibaldi de la anexión, y el sur pasa a

formar parte del Piamonte. En 1861 se proclama el Reino de Italia, en

1866 se anexiona el Véneto gracias a la guerra austro-prusiana y, en

1870 se obtiene Roma.


La unificación alemana era una cuestión de dos alternativas: 1) la Gran

Alemania, que incluía Austria; y 2) la pequeña Alemania, que dejaba a

Austria fuera. La unidad se da como proyecto moderado, descartando la

voluntad popular, y en torno a Prusia como líder, que estaba dirigida por el

canciller Otto von Bismarck.

Bismarck se convirtió en ministro de Prusia en septiembre de 1862. La

vida de Bismarck comenzó en pleno auge del sistema de Metternich, en un

mundo que constaba de tres elementos principales: el equilibrio europeo del

poder, un equilibrio alemán interno entre Austria y Prusia y un sistema de

alianzas basado en la unidad de los valores conservadores. Bismarck desafió

cada una de estas premisas. Bismarck se preocupaba principalmente por

aplicar la Realpolitik para destruir el mundo que había encontrado. Esto

exigió apartar a Prusia de la idea de que el predominio Austria con

Alemania era habitual para la seguridad de Prusia y para el mantenimiento

de los valores conservadores. Por muy cierto que estuviese sido en la época

del congreso de Viena, ha mediado del siglo XIX Prusia ya no necesitaba la

alianza austriaca para mantener la estabilidad interna o la tranquilidad

europea. A sus ojos, unos intereses nacionales compartidos constituirían la

unión adecuada, y la Realpolitik prusiana podría sustituir a la unidad

conservadora. Bismarck vio Austria como obstáculo para la misión alemana

de Prusia, y no como asociada a ella. Además, trató la inquieta diplomacia

de Napoleón como una oportunidad estratégica, y no como una amenaza, a

diferencia de las opiniones de casi todos sus contemporáneos, salvo tal vez

la del primer ministro piamontés Cavour.

Para lograr la unidad, el proyecto de Bismarck dispuso de tres conflictos

bélicos. El primero se dio en 1864: la guerra de los ducados, dirigida por

Austria y Prusia contra Dinamarca. Tenía la finalidad aparente impedir que

el rey de este país y anexionase los ducados de Schleswig y de Holstein que

sólo poseía a título personal. Pero el objetivo real de Bismarck había sido

comprometer a Austria y crear un motivo de conflicto. Así pues, la

segunda guerra fue la guerra Austro prusiana de 1866.


La victoria de Sadowa el 3 de julio de 1866, decidió la cuestión a favor de

Prusia. Austria quedó excluida de Alemania, luego de que la vieja

Confederación Germánica se disolviera. Prusia se engrandeció. Alrededor de

ella se constituyó la Confederación de la Alemania del Norte con el

Reichstag elegido mediante sufragio universal y un presidente, el rey de

Prusia. A los estados alemanes del sur se les permitió conservar su

independencia al precio de firmar tratados con Prusia que dejaban sus

ejércitos bajo el mando militar prusiano en caso de guerra con una potencia

extranjera. Sólo faltaba una crisis más para llegar a unificación de

Alemania: la guerra franco-prusiana.

Napoleón se dio cuenta de qué había contribuido a que se constituyese al

lado de su frontera, una Prusia poderosa con un potente ejército. La

ocasión se dio cuando Francia rechazó la candidatura de un Hohenzollern

para el torno de España y el ministro de asuntos exteriores de Francia

reclamó una promesa por escrito del rey de que la candidatura sería

cancelada. Bismarck convirtió la carta del rey en algo insultante y Francia

declaró una guerra en 1871.

Pero el ejército francés fue aplastado en sedán. El emperador había sido

vencido y hecho prisionero acarreo a la caída del régimen. Mientras tanto,

se había proclamado el Imperio Alemán en el salón de los espejos de

Versalles y la anexión de Alsacia Lorena por parte de Prusia. Con todo esto,

se había formado un nuevo orden internacional, con Alemania como

potencia. El orden de Viena desaparece por completo.

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