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La literatura según Terry Eagleton

(selección de citas elaborada por Víctor Vich)

El lenguaje
El estudio de la literatura requiere una atención especial al lenguaje.

En un mundo de legibilidad instantánea, hemos perdido la experiencia misma del


lenguaje.

Se requiere atender a la forma y la textura de las palabras.

Las obras literarias son creaciones retóricas en la que lo que se dice debe interpretarse
en función a cómo se dice.

El lenguaje no es un celofán que empaqueta las ideas. El lenguaje de una obra literaria
es constitutivo de sus ideas.

El lenguaje forma parte de la realidad o la experiencia, en lugar de ser un simple


vehículo para transmitirlas.

La poesía no solo se preocupa del significado de la experiencia, sino también de la


experiencia del significado.

Los textos literarios están hechos con palabras. Los formalistas estudiaron la
materialidad del lenguaje atendiendo a su estructura interna y a su desvío de la norma
oficial. La literariedad significa que el lenguaje es consciente de sí mismo.

Se trata de un lenguaje que se desfamiliariza del uso automatizado del discurso


cotidiano.

Lukacs afirmó que el verdadero elemento social de la literatura era su forma. No se trata
de oponerse a todos los formalismos, sino a aquellos que no ven la en la forma un
producto social.

La propia forma literaria es ideológica. Los cambios en la forma literaria proceden de


los cambios ideológicos y materiales.

Lo estético trae consigo un materialismo implícito.

Lo específicamente literario
No existe una definición exacta de la literatura.

Se trata de afirmar una posición “anti-esencialista” acerca de la naturaleza de la


literatura: los textos calificados de literarios no tienen en común ninguna propiedad
individual, ni siquiera un conjunto de rasgos comunes. Pero el hecho de que no tenga
ninguna esencia no le quita legitimidad como categoría.

Lo que sí hay son rasgos que funcionan como orientaciones o criterios para tratar de
arrojar luz sobre la naturaleza del habla de la literatura.
Entre todos los textos llamados literarios no hay una esencia común pero sí una
compleja red de parecidos que se superponen y se entrecruzan.

Lo literario parece quedar inscrito alrededor de estas características:

a) Es ficción
b) Utiliza el lenguaje de un modo especial: la función estética es lo dominante.
c) No tiene utilidad especial: no hay una función directa, definida.
d) Son formas de conocimiento moral. Arrojan intuiciones significativas sobre la
experiencia humana. Son obras morales, sensibilidad para los matices de la
conducta humana, sus reflexiones sobre cómo vivir de una manera más
enriquecedora. Pero se trata de una moral diferente: “mientras el moralismo
abstraía los juicios morales del resto de la existencia humana, las obras literarias
los devolvían a sus complejos sistemas vitales”.

La literatura son textos cuya función no podemos determinar de antemano qué usos o
lecturas se pueden hacer en una u otra situación. Están intrínsecamente abiertos, pues
son capaces de ser transportados de un contexto a otro y de acumular nuevos
significados en el proceso.

El contexto
Los textos no son autónomos frente a la historia.

Las obras surgen de contextos específicos pero no están confinadas a esos contextos.

El discurso ficcional siempre está en deuda con algo exterior a sí mismo.

Las obras literarias son producto de un gran número de factores históricos: género,
lengua, historia, ideología, códigos semióticos, deseos inconscientes, normas
institucionales, experiencias, etc. Todo eso moldea a la obra.

La crítica analiza la literatura situándola en la historia, es decir, de acuerdo a sus


condiciones de producción, a los condicionamientos históricos que posibilitan el poder
de una estética, la transmisión un determinado un mundo de representaciones y, por
tanto, la construcción de una ideología.

No es que el arte “refleje” un momento histórico, sino que está marcado por los
antagonismos y las contradicciones de éste (Foster, 76).

Comprender una obra literaria requiere reconstruir el contexto ideológico que plantea la
pregunta de que la obra es respuesta.

La idea es situar a la literatura en su contexto social, económico e histórico y


comprender cómo las ideas se desarrollaron en la obra literaria en relación a los ideales
y valores que circulaban en la sociedad de su tiempo.

Althusser: la obra literaria abre una distancia interna entre sí misma y su contexto
ideológico. Una distancia interpeladora.
Las obras literarias son resoluciones imaginarias de contradicciones reales.

El mundo
La idea de que la literatura “refleja” la vida ha sido siempre una respuesta fácil. Esto es
falso y absurdo porque esta afirmación asume una relación pasiva y mecánica entre
literatura y sociedad como si la obra, como un espejo, reflejara, de manera inerte, lo que
está por detrás.

La creación artística es, por el contrario, una desviación y una transformación de la


realidad según las propias leyes del arte.

El arte supone una elaboración nueva de la experiencia. No es, por tanto, un reflejo
pasivo.

La literatura deforma la realidad más que imitarla.

La literatura, por tanto, no está en relación de uno a uno, reflexiva, simétrica, con el
objeto que representa. El objeto es siempre refractado y disuelto en la literatura puesto
que lo que ha ocurrido es una labor transformadora.

Si la imagen se vuelve idéntica a ella, deja de ser imagen.

El autor
Un texto esta despegado de su autor desde que nace. La “falacia intencional”
(Wimsatt y Beardley).

Tras la creencia de que el autor es quien tiene la clave del significado de una obra, hay
una concepción concreta de la literatura. Creer que una obra literaria es la expresión
“sincera! de una experiencia que el autor ha vivido y desea compartir con los demás es
algo que Homero, Dante y Chaucer se sorprenderían.

No leemos un texto literario para saber cómo se sentía el poeta cuando lo escribió (quizá
no sentía gran cosa más allá de la batalla que libró con el tono y las imágenes), sino para
conocer algo nuevo sobre el mundo contemplándolo bajo la luz de los sentimientos
ficcionalizados en el poema.

Los significados literarios, al igual quelas obras de arte, o los valores morales, no son la
expresión de estados mentales subjetivos. Son parte del mobiliario del mundo real y se
pueden analizar y debatir sin hacer referencia a un sujeto putativo.

Es cierto que las obras literarias suelen producir el efecto de la experiencia vivida, pero
de lo único que están hechas es de signos escritos. Todo lo que sucede en una obra
literaria sucede en el ámbito de la escritura. Los personajes, sucesos y emociones no son
más que constelaciones de marcas sobre una página.

El lector
Las obras literarias no significan una sola cosa. Son capaces de generar amplios
repertorios de significados, algunos de los cuales varían a medida que cambia la
historia, y puede que no todos respondan a una intención consciente.
Es mejor no ver las obras literarias como textos con un significado fijo, sino como bases
capaces de generar un elenco completo de significados posibles.

No se trata tanto de que contengan significado, sino que lo generen.

Las obras literarias son transacciones no objetos materiales inertes. No hay literatura sin
lector..

Leer es entregarse a un conjunto de estrategias con el fin de descifrar otro conjunto de


estrategias.

No tratamos con una estructura estable, sino con un proceso de estructuración.

El arte es un discurso instalado en un constante estado de crisis.

Ideología
Una obra literaria posee forma y estructura pero, a la vez, existe en el tiempo y en el
espacio, en la historia y en la sociedad.

Se trata de demostrar las maneras en que una obra cumple una misión ideológica al
legitimar una estructura de poder dada y de generar formas específicas de falsa
conciencia.

Una categoría central es la ideología. La literatura se concibe como un espacio donde


ocurre una gran visibilidad de ideologías. La crítica, a través del texto literario, aspira a
comprender cómo funcionan las ideologías en el mundo.

Las formas en las que representamos el mundo determinan las maneras en las que
actuamos en él.

Las obras deben entenderse como formas de percepción o maneras particulares de ver el
mundo. ¿Por qué se mira el mundo así? ¿Por qué se representa así?

Las obras literarias tienen estrecha relación con las ideologías sociales y con la base
material desde donde se producen.

Todas las artes nacen de una concepción ideológica del mundo y no puede existir
ninguna obra desprovista de ese contenido. Todas las obras son escritas desde un lugar.
Y ese lugar -el lugar de enunciación- siempre está condicionado y tiene un interés.

Por tanto, comprender una obra literaria no es solamente estudiar su lenguaje y su


relación con la historia literaria sino, sobre todo, comprender las complejas relaciones
entre las obras y los mundos ideológicos que ellas promueven desde lugares específicos
de producción cultural.

Se trata de realizar una crítica a la ideología: la ideología actúa en la literatura para


enmascarar las contradicciones sociales. Toda ideología enmascara contradicciones
sociales. Las huellas de la “lucha de clases” son indelebles y es posible de rastrearlas en
la literatura.
En todo arte, se oyen los ecos de la represión social.

En el arte, sale a la luz la irracionalidad oculta de una sociedad racionalizada.

Sin embargo, hay que notar que toda ideología tiene fisuras y deja huellas.

Se trata de analizar los efectos reales de determinados usos del lenguaje en


determinadas coyunturas sociales. Articulaciones entre discurso y poder.

Crítica literaria
Conocer el texto literario no significa escuchar un discurso preexistente y traducirlo:
implica producir un nuevo discurso que hace hablar los silencios del texto. Una
operación de esa naturaleza, sin embargo, no debe ser mal entendida como la
recuperación hermenéutica de un sentido o de una estructura oculta en la obra, un
sentido que posee pero que disimula; más bien, se trata de establecer un nuevo
conocimiento discontinuo con respecto a la obra misma, disjunto de aquella.

La necesidad del texto –lo que lo hace legible y nos cede un determinado objeto de
análisis- es más bien inherente a lo que el texto produce en sí, despliega y activa sus
múltiples líneas de significado sin que medie conformidad con la intención, el modelo
de la normativa predeterminada o la realidad externa. La tarea del crítico consiste en
descubrir en cada texto las leyes de su autoproducción o (lo que viene a ser lo mismo)
las condiciones de posibilidad de una obra… la composición específica de la diversidad
concreta de sus elementos.

Sin lugar a dudas hay que denunciar el postulado del término “unidad”, que siempre ha
obsesionado un poco a la crítica burguesa; lo que está en juego no es la unidad, sino la
distancia que separa a los diversos significados de la obra. La confrontación mutua entre
estos significados divergentes en el texto da cuenta de cierto estado incompleto: la obra
no está cerrada en sí misma, como una totalidad que gira en torno a un centro oculto,
sino radicalmente descentrada e irregular, inacabada e insuficiente.

Sin embargo, este estado incompleto o “vacío” del artefacto no es algo que la crítica
pueda corregir agregándole algo; más bien, se trata de un determinado estado
incompleto que no es posible alterar. El texto, por así decirlo, está completo en su
estado incompleto, inacabado en virtud de la misma realidad que implica. Lo que le
falta –su ausencia- es precisamente lo que lo constituye en tanto objeto.

Explicar una obra, entonces, consiste en demostrar que no existe en sí misma como un
ideal de plenitud de significado, sino que lleva inscritas en su misma letra las marcas de
algunas ausencias determinadas que constituyen el principio de su identidad.

Así, la obra literaria no consiste en la elaboración de un único significado, sino en el


conflicto y la incompatibilidad de numerosos significados. Pero, además, ese conflicto
es lo que vincula a la obra con la realidad: la ideología está presente en el texto bajo la
forma de silencios elocuentes, sus huecos y fisuras significativos.

La crítica, por el contrario, no se sitúa en el mismo espacio que el propio texto… se


instala en la singularidad misma del texto para teorizar ese vacío de plenitud –para
explicar la necesidad ideológica de sus “no dichos”, sus silencios constitutivos, lo que
se puede mostrar pero no se puede decir. Son estos silencios los que el crítico debe
hacer hablar; es a la inconsistencia de la obra a la que interroga, una inconsistencia que
no es ni más ni menos que el juego de la historia en los márgenes de la obra.

Es decir, en el texto, la ideología comienza a hablar de sus ausencias y manifiesta sus


límites –no en el sentido que le da Lukacs en cuanto a que la potencia estética de la obra
permite extralimitar las mediaciones ideológicas en un encuentro más directo con la
verdad histórica, sino porque, al transformar la ideología en lugar de simplemente
reproducirla, el texto necesariamente echa luz sobre lo “no dicho” que es la estructura
significante de lo dicho.

La obra literaria, por tanto, presenta una relación significativa con la realidad histórica,
aunque se trata de una relación de una especie altamente mediatizada y refractada.

Si la obra tiene un sentido interior, es lo que se exhibe como exterior: la obra no


esconde nada, no guarda ningún secreto, es legible en su totalidad y está la vista.

El sentido del texto no ha de ser hallado “en” sino “al lado de” , en sus márgenes, donde
se relaciona con lo que no es, en las condiciones mismas de su posibilidad.

Valoración
¿Qué convierte a una obra literaria en “buena”, “mala” o “regular”?

Una obra es “buena” por la profundidad del conocimiento, la verosimilitud, la unidad


formal, el atractivo universal, la complejidad moral, la inventiva verbal, la visión
imaginativa….

Los buenos textos son aquellos donde se da una interacción satisfactoria entre lo
predecible y lo disruptivo, entre el sistema y la trasgresión de este; los poemas malos
son aquellos que resultan excesivamente predecibles o excesivamente arbitrarios. 69.

Un texto literario deber ser rico en información porque cada uno de sus elementos se
halla en interacción de varios sistemas superpuestos.

Las obras más valiosas son aquellas que se distancian de las suposiciones de fondo
contra las que se leen, convirtiéndolas en un objeto perceptible para el lector y, por
tanto, liberándolo de sus constricciones.

En consecuencia, una obra que se limita a satisfacer las expectativas de lectura debe
tenerse en baja estima estética.

Para Lukacs, los mejores artistas son aquellos que pueden recobrar y recrear la totalidad
de la vida humana. En una sociedad fragmentada y alienada como la capitalista, el gran
artista es el que puede reunir dialécticamente la totalidad de la vida social.

Un personaje típico debe encarnar las fuerzas históricas sin dejar por ello de estar muy
individualizado. Más allá del compromiso o de la ideología de su autor, todo arte es
“progresista” si comprende las fuerzas típicas de su tiempo.
“Enseñar” y “predicar” son funciones antiguas de la literatura y solo una época para la
que la palabra doctrina alberga ecos amenazadores de autoritarismo, en lugar de denotar
con más neutralidad un cuerpo de creencias consolidado, se sentiría tan reacia a que su
arte hablara de vez en cuando en nombre de la causa de credos específicos.

Las obras de arte abordan aspectos permanentes de la existencia humana: la alegría, el


sufrimiento, el dolor, la muerte, la pasión sexual, etc.

Cuando afirmo que la literatura trabaja con códigos morales no me refiero a códigos
éticos o prohibiciones religiosas, sino a cuestiones de sentimientos, acciones e ideas
humanas.

Solo un animal lingüístico puede ser un animal moral.

Se trata de producir una crítica literaria que, al interpretar, contribuya a la emancipación


humana, es decir que rompa con la ideología oficial para mostrar otras formas de
organizar la vida.

La labor crítica no es transmitir información sino estimular al lector para reflexionar


sobre su propia situación en el mundo.

La literatura es la descripción de la realidad más espesa que tenemos.

Política: el presente es siempre un proyecto inacabado. Hay que transformarlo.

Bibliografía
Eagleton, Terry. Cómo leer literatura. Barcelona: Península, 2013.
Eagleton, Terry. El acontecimiento de la literatura. Barcelona: Península, 2012.
Eagleton, Terry. Cómo leer un poema. Traducción de Mario Jurado. Madrid: Akal,
2010.
Eagleton, Terry. A contrapelo. Buenos Aires: Nueva Visión, 2013.
Eagleton, Terry. Dulce violencia. La idea de lo trágico. Madrid: Trotta, 2011.
Eagleton, Terry. La estética como ideología. Madrid: Trotta, 2011.
Eagleton, Terry. Después de la teoría. Barcelona: Debate, 2005.
Eagleton, Terry. Literatura y crítica marxista. Buenos Aires: paidós,
Eagleton, Terry. Walter Benjamin. Hacia una crítica revolucionaria. Madrid: Cátedra,
1998.
Eagleton, Terry. Las ilusiones del posmodernismo. Barcelona: Paidós, 1997.

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