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La columna de opinión.

EN SILENCIO
Por Angélica Gorodischer
Por un momento pensé que el mundo había enmudecido. No se asuste, estimado señor, fue
una impresión, una sorpresa, un desconcierto. Sí, algo había pasado en el teléfono y en la
computadora. Supongo que los técnicos, que ya están avisados de la urgencia de esta crisis
llegarán algún día y explicarán con palabras totalmente para mí desprovistas de sentido lo
que les ha pasado a mi teléfono y a mi computadora. Terrible, le confieso: todo esto es
terrible y me obliga a mirar hacia atrás y tratar de recordar cómo funcionaban las cosas
antes de la comunicación.  Y peor: esto viene a suceder como  un castigo del destino. De
los dioses, aceptemos. Más aún: de los antiguos dioses acerca de los cuales yo había estado
leyendo. ¿A usted qué le parece, querida señora? ¿Es posible que los antiguos dioses se
hayan complotado con Bill Gates y con el señor Hawking que está desde hace rato
anunciando la muerte de la humanidad? Ya sé, ya sé, me pongo demasiado trágica.
Concedo: no es para tanto. Pero por si acaso me gusta suponer que ha habido un complot
que atraviesa el tiempo y el espacio, para sumirme en la más espantosa soledad
comunicacional. Y, fíjese usted, yo sé de dónde viene la cosa. Viene de que me metí no ya
con los antiguos dioses sino con los actuales, contemporáneos espíritus de la
comunicación. Vamos, ¿qué es eso de andar criticando los celulares, eh? Yo diría, señores
complotados, que no soy tan importante como ustedes parecen creer, y que lo que hice no
fue tan grave. No los critiqué a ustedes, ah, no, por supuesto que no. Me las agarré con
ciertas personas que dependen en demasía de los aparatitos esos. De los cuales, claro,
poseo uno que suele estar muy bien guardado en el estante de abajo del placard del pasillo,
lo siento. Bueno, ¿vieron que no era para tanto? Francamente si a alguien se le fue la mano
no es a mí, de ninguna manera. Miren que dejarme sorda y muda para el mundo sólo
porque me atreví a hablar mal de los celulares, ay no, perdón, de los usuarios abusivos de
los celulares. Es mucho. Con una reprimenda suave hubiera bastado. Creo que tendríamos
que sellar una paz honorable nosotros, los antiguos dioses, los técnicos del teléfono y de la
computadora, el destino y quizás también con ciertos genios menores que sin duda
recorren alegremente cables, aparatos, el espacio real, el espacio virtual y quizás también 
nuestras almas inmortales.

FASCINACIÓN DE LAS SELFIES

Por Diana Sahovaler de Litvinoff *

“Este soy yo”, con mi novia en la playa, solo en el medio de la montaña, en el medio de
mis amigos, antes de la fiesta, después de la fiesta... Y de todo dejo testimonio en una
foto y la subo a la web y espero opinión. Un sinuoso camino ha llevado desde el
autorretrato, pintado en una tela, que podía llevar meses de trabajo al artista, a las
instantáneas tomadas con el celular y compartidas en el momento con los contactos en
una red social; la imagen que plasma un momento de la vida se ha convertido en algo
rápido y fácilmente difundible.

El deseo de atrapar la imagen propia fascinó desde siempre, en un intento de capturar el


secreto de nuestro ser, de vernos y de darnos a ver. La imagen tiene un valor de realidad
que refleja nuestra identidad, que nos da consistencia como personas y comunica a otros
quiénes somos. Compartir es parte de nuestra dinámica vital, vivimos con otros y para
La columna de opinión.

otros. Su opinión es fundamental para construir nuestra autoestima, definir nuestro lugar
en el mundo, alimentarnos de afectos, y también para provocar afectos de todo tipo:
valoración, alegrías, envidias.

Hay en la vida momentos de cambios cruciales en que la identidad tambalea y se hace


más necesario ver y mostrar la imagen para reasegurar un perfil, una constancia. Pero
todo momento es propicio para dar cuenta de lo que uno es y hace. La época en la que
vivimos, cuando la imagen y la exhibición están exaltados por la importancia del
consumo, cuando todo tiende a transformase en una vidriera para ser comprado y
cuando la fama pasa por el ser visto, hace que esto se potencie. Mostrarse para ser
aceptados e intentar recortar la identidad es el modo de ir construyendo y
reconstruyendo nuestra subjetividad en una interacción activa. Pero es preciso tener en
cuenta que, a pesar del empuje de nuestra época, no somos una mercadería para
consumir. Nuestra identidad no se agota en la pretendida perfección de la imagen, que
es siempre parcial; somos mucho más que las fotos que nos sacamos.

En definitiva, descubrimos que los momentos vividos, aunque se intente eternizarlos en


el retrato, son evanescentes. Y muchas veces perdemos su intensidad y frescura al “vivir
para la foto”. Centrarse en la perfección de la imagen propia, que será vista por alguien
que juzgará “me gusta”, puede llevarnos a olvidar a quien está a nuestro lado en ese
preciso momento, o a nosotros mismos en nuestra profundidad, que requiere de más de
dos dimensiones. Por lo demás, las “selfies” son divertidas y creativas: vale la pena
aprovecharlas.

* Miembro de la comisión directiva de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).

Fuentes:
https://www.perfil.com/noticias/columnistas/en-silencio-20160123-0010.phtml
https://www.pagina12.com.ar/diario/psicologia/9-256564-2014-10-02.html

ACTIVIDADES
1) Señalen con una X las opciones que no describen a estas columnas.
Brinda información objetiva
Muestra distintas posiciones.
Presenta una opinión en un registro informal.

2) Indiquen con una X los temas que abordan:


La falta de comunicación.
La telefonía celular.
Las apariencias.
La falta de respeto.

3) Respondan las siguientes preguntas:


La columna de opinión.

a- ¿Qué diferencias encuentran entre estas columnas y una noticia?


b- ¿A quiénes se dirigen las autoras?
c- ¿Con quienes “se metió” la autora antes de escribir “En silencio”?
d- ¿Qué se critica en “Fascinación de las selfies”?
e- ¿Qué similitudes encuentran entre las dos columnas?
f- Sinteticen en una frase la opinión de cada una de las autoras.

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