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La nueva imaginación histórica


El teórico estadounidense Hayden White reflexiona
en esta entrevista, antes de su próxima visita a la
Argentina, sobre los estrechos vínculos que, en su
visión, existen entre narración e historia
8 de abril de 2011lanacionar
Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica
Uno de los síntomas de la relevancia del pensamiento del téorico de la historia
Hayden White es que siempre resulta necesario comenzar refutando a aquellos
que distorsionan sus teorías. Es algo que suele sucederles a quienes han dislocado
algo de lo establecido, a quienes han invertido de tal modo el sentido común
académico que se tornan difíciles de asimilar. Sus reflexiones, desde su
fundacional libro Metahistoria (1973) hasta el más reciente La ficción de la
narrativa (2010), abrieron un camino imprevisto cuando exigieron que el
discurso histórico se analizara en términos de teoría literaria. Su propuesta -que
inauguró la tradición narrativista en la filosofía de la historia, asociada al
posmodernismo- implica hacer del análisis de la historia en términos discursivos
un instrumento con claras consecuencias políticas. La lectura superficial corrió
por cuenta de quienes infirieron que de allí se desprendía una negación de la
realidad del pasado. White, como fundador de la nueva filosofía de la historia, ha
abierto un camino compartido -y también disputado- por pensadores como Paul
Ricoeur, Arthur Danto y Frank Ankersmit. La inminente visita del teórico
estadounidense a Buenos Aires para participar de un simposio organizado por la
Universidad Nacional de Tres de Febrero y el Grupo Metahistorias del Instituto
de filosofía de la UBA (dictará dos conferencias gratuitas, el lunes 11 y el miércoles
13, en la sala 3 del Centro Cultural Borges) será una oportunidad para mostrar las
complejas consecuencias de su pensamiento. También lo es la reciente
publicación de Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica (Prometeo)
y el próximo lanzamiento de la version en español de La ficción de la narrativa
(Eterna Cadencia). En esta entrevista que otorgó a adn antes de su llegada el
historiador habla de sus intereses más recientes.

-Uno de sus conceptos clave -vinculado al debate sobre la


representación del Holocausto- es el de "acontecimiento
modernista": aquellos hechos que por inesperados cuestionan
los mecanismos tradicionales de representación. ¿Usted cree
que los desafíos que representan se deben a las cualidades de los
acontecimientos mismos o a un cambio en la conciencia histórica
contemporánea?
-A ambas cosas. No estamos hablando sólo de nuevos acontecimientos, sino de
una nueva clase de hechos cualitativamente diferentes, hechos que son posibles
por las nuevas tecnologías y nuevas formas de organización social que aparecen
como inclasificables. Puede parecer nuevo y sorprendente que un Estado vuelque
su poder de policía sobre sus ciudadanos para establecer una dictadura, pero no
es un tipo de acto inclasificable. En cambio, la utilización del Estado capitalista
industrial moderno, burocráticamente gobernado para llevar a cabo la
destrucción de pueblos enteros -los judíos, pero también los gitanos y los eslavos-
, fue desde el punto de vista cualitativo un tipo de acontecimiento nuevo, vale
decir, "modernista".

-Pero, entonces, ¿usted no estaría de acuerdo en caracterizar


estos hechos como indecibles porque cualquier representación
sería irrespetuosa de su excepcionalidad?
-El término "acontecimiento indecible" es una metáfora o, más bien una
hipérbole. No debe ser tomado en sentido literal porque, desde una perspectiva
antropológica, nada que sea conocido o cognoscible es indecible. La indecibilidad
es una categoría inherente en las ideas del lenguaje literario. La poesía existe,
entre otros hechos, para expresar lo indecible (el amor es indecible, la muerte es
indecible). La expresión poética trabaja en el límite entre lo decible y lo indecible.
Siempre muestra lo inadecuado del discurso literal para los extremos de la
experiencia humana. Lo que es indecible en un tipo de registro resulta bastante
decible en otro.

-¿Es en este sentido que usted sostiene que la literatura de la


modernidad es la mejor estrategia para representar sucesos
como el Holocausto?
-Creo que desde el punto de vista de los historiadores que desean presentar una
serie de hechos ocurridos en el pasado como un tipo de relato, la escritura del
siglo XX ofrece técnicas -fluir de la conciencia, fragmentos, constelación,
comentarios- contrapuestas a la narrativa clásica que permiten la representación
moderna de acontecimientos modernistas. Son mejores que las técnicas de la
prosa narrativa convencional. Estas nuevas técnicas en la representación de los
hechos reales del pasado aparecen en libros como La señora Dalloway, de Virgina
Woolf; En busca del tiempo perdido, de Marcel Proust; Un viaje, de H. G. Adler;
Austerlitz, de W.G. Sebald; o El sistema periódico de Primo Levi. Estas técnicas
tienen sus equivalentes en películas y otros géneros modernos, como la novela
gráfica (Maus, de Art Spiegelman, por ejemplo). El cine comercial de Hollywood
tiende a sentimentalizar todo al pretender construir un relato sobre la totalidad.
El montaje y los fundidos otorgan modos de presentar lo siniestro. Noche y
niebla, de Alain Resnais, Shoah de Claude Lanzmann y muchos de los trabajos de
directores de cine como Pier Paolo Pasolini y Jean-Luc Godard son ejemplos de
esto último.
-En años recientes el papel de los testigos de los genocidios se
transformó en central para la comprensión de este tipo de
acontecimientos. ¿Por qué considera que se ha producido este
cambio?
-Esto está relacionado con el hecho de que, a pesar de que cientos de miles de
investigaciones sobre el Holocausto nos han dado más y más información, la
comprensión del hecho se mantiene incierta. Se ha decidido, creo, volver a la
"experiencia" del acontecimiento, cómo fue sentido. Esto es lo que agrega el
testimonio del testigo.

-¿Cree que su trabajo teórico ha influido en el modo en que los


historiadores hacen historia?
-Hay varios historiadores jóvenes muy influidos por mi idea de pensar la
historiografía como un discurso, pero cada uno tiene su propia manera de usarlo.
Ése era el espíritu de mi propuesta: abrir la escritura histórica a la
experimentación. Para algunos, el libro de Saul Frieländer, Los años del
exterminio, constituye un alejamiento de su deseo de producir una narrativa
normada de la Shoah y el acercamiento hacia la utilización de técnicas modernas
de escritura.

-Usted ha señalado que la historia es, y debe ser, constantemente


reescrita. Como consecuencia de esto, ¿qué tipo de relación se
establece entre historia y política?
-Esto está relacionado con la disyunción de si uno investiga el pasado por razones
científicas o por razones prácticas. Si uno está tratando de determinar los hechos
de una materia dada, la investigación es en principio científica. Si uno está
tratando de derivar lecciones del pasado para aplicarlas a la escena política
presente, la investigación es práctica. Sin embargo, desde el momento en que la
investigación histórica no es en realidad una ciencia, a menudo es dificil decir si
una determinada investigación está políticamente motivada o no. Pero el ‘pasado’
práctico es el pasado al que nos aproximamos para aprehender un problema del
día de hoy. Y es esta estrategia la que creo resulta relevante, no la de pretensiones
científicas que busca disolver la relación inevitable entre literatura e historia. Por
lo general pensamos este pasado como ‘histórico’ pero el pasado histórico existe
sólo en los libros de historia.

-¿Cuál es entonces el papel de la historia para el modo en que


imaginamos nuestro futuro?
-Es un problema complejo sobre el que reflexionaron mejor los filósofos, los
novelistas y los poetas que los historiadores profesionales. Es necesario que el
futuro histórico se perfile como una visión más que como el tipo de predicción,
pronóstico o proyecciones hechos por las ciencias sociales. Aun los economistas,
que se proclaman científicos, son malos a la hora de predecir el futuro. Lo mejor
que pueden hacer son enunciados probabilísticos. Noto que usted pregunta sobre
cómo imaginamos nuestro futuro. La imaginación es poética. Ésta es la razón por
la cual todo gran trabajo histórico que implica algún tipo de futuro tiene
elementos de poiesis en ellos. La poiesis imagina las simbolizaciones que están
latentes en el propio presente del historiador.

ADN HAYDEN WHITE


Nacido en 1928, el historiador estadounidense trabaja actualmente en la
prestigiosa Universidad de Stanford. Especializado en historia medieval, a partir
de los años sesenta centró su atención en el trabajo del historiador. En
Metahistoria (1973) desarrolló una lectura sobre el discurso histórico de
inspiración estructuralista que aplicó a figuras tan disímiles como Karl Marx,
Alexis de Tocqueville y Jules Michelet.

EL DEBATE POSMODERNO
Una de las características distintivas de Hayden White es que durante los últimos
años optó por la escritura de ensayos. Ya no se trata de artículos clásicamente
académicos ni de libros dedicados a acumular argumentos alrededor de un eje,
sino del uso de una estrategia en la que la retórica, las digresiones y los ejemplos
destemperados forman parte de la misma hipótesis.

Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica compila diez de los más
recientes trabajos de White. En la primera parte del volumen se reúnen textos
dedicados a analizar la relación entre historiografía y narrativa: el problema del
realismo histórico a partir de una lectura de La guerra y la paz, un recorrido por
la historia literaria según Erich Auerbach o la inevitabilidad de la narrativa en la
reconstrucción histórica.

La segunda parte incluye artículos centrados en el concepto de "acontecimiento


modernista", empleado para explicar acontecimientos inesperados tales como el
Holocausto, la caída de las Torres Gemelas o la explosión del Challenger. White
aborda allí el problema de la representación tanto para la historia académica
como para el cine, la literatura o la discusión sobre el papel del testimonio en la
representación del pasado. Sus energías se focalizan no sólo en mostrar las
consecuencias ético-políticas de las elecciones formales de los historiadores, sino
también en proponer una complejización de las nociones mismas de realidad y
verdad.

White ha sido frecuentemente presentado como un vocero del posmodernismo.


Lejos de desmentirlo, en estos trabajos muestra que pertenece a una tradición
con vocación por el debate ético capaz de profundizar cada una de las discusiones
en las que interviene.

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