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¿Quién apoya a los supremacistas blancos?

Cómo la academia y la
política alimentan el racismo y ocultan sus consecuencias

Por Dawn A. Dennis

El “supremacismo blanco” se suele ligar al fanatismo religioso, pero la autora destaca


que la ciencia y la filosofía han colaborado mucho a su fortalecimiento, apoyando la
esclavitud y la idea de razas superiores. Hoy, acusa la autora, los cursos de historia “no
solo omiten la verdad, sino además sostienen una interpretación racista del pasado que
enaltece a los hombres blancos como héroes”. Por ello afirma que “el mundo académico
es cómplice de esta historia” escribe. También la política.

Traducción de Ángela Vergara, PhD.

Que los Estados Unidos representa la “tierra de los libres”, donde “todos los hombres
son iguales”, es un mito. Esta narrativa no solo elimina o desplaza la historia de las
comunidades indígenas, negras, chinas, mexicanas, e inmigrantes, sino que además
coloca a los grupos blancos, considerados superiores, por sobre otras etnias y razas.
Como señala James W. Loewen, los Estados Unidos es un “territorio que niega” su
pasado. Hay “un impulso por recordar lo que es atractivo y halagador, e ignorar el
resto”, agrega Michael Kammen[1].

En 2020, las grandes manifestaciones contra el racismo han comenzado a remover los
símbolos de la supremacía blanca. En el Reino Unido, los manifestantes lanzaron al río
Avon el monumento de Edward Colston cuya fortuna se atribuye al comercio de
esclavos; en Amberes, Bélgica, la estatua del Rey Leopoldo II fue blanco de ataques, y
en Nueva Zelandia, fue removida la figura de John Hamilton, conocido por ser artífice
de la guerra contra el pueblo Māori. En 1965, Malcolm X auguraba, “al final, los
oprimidos y los opresores se enfrentarán”[2].  Así comienza a escribirse una nueva
historia …

¿Quiénes son los que niegan la historia, el racismo, y la violencia racial? Negar la
historia es ocultar la verdad, pero lo que se ha callado volverá a conocerse. La violencia
racial se sustenta y expresa a través de un lenguaje racista. Tal como señala el escritor
Ralph Ellison, “la forma de segregación más insidiosa y menos comprendida es la de la
palabra. Porque si la palabra tiene la potencia de revivir y hacernos libres, también tiene
el poder de cegar, encarcelar y destruir».

La retórica de la supremacía blanca ha existido desde los inicios de Estados Unidos.


Surgió en el mundo Atlántico en el siglo XVI. Ibram X. Kendi señala que fueron los
españoles (siglo XVI) los primeros en traer la ideología racial a América del Norte,
seguidos, un siglo después, por los ingleses[3]. En las trece colonias, tanto las
tradiciones religiosas como las teorías científicas justificaron la esclavitud. Los
colonizadores europeos, explica Ronald Takaki, percibían a los indígenas como
bárbaros y salvajes incivilizados, y los asociaban con el demonio. Durante el período de
la Ilustración, el nuevo pensamiento científico incorporó las ideas raciales y propulsó el
racismo científico. Filósofos como Benjamin Franklin, Carolus Linnaeus, John Locke, y
Thomas Jefferson creían que los americanos blancos eran superiores a las personas
esclavizadas provenientes de África, los negros libres, y la población indígena.

A fines del siglo XVIII, las revoluciones atlánticas cuestionan el colonialismo europeo y
expanden nuevas ideas políticas, pero solo la revolución haitiana (1791-1804) culmina
con el fin de la esclavitud. En Estados Unidos, la constitución fue escrita por hombres
blancos para hombres, una carta fundamental que excluyó a las mujeres, negros, y
pueblos originarios. Bajo la influencia del darwinismo social, personalidades como
Samuel Cartwright y quienes apoyaban la democracia Jacksoniana reforzaron la
creencia que la raza blanca era superior. A comienzos del siglo XIX, el Nordicismo, la
idea de que los pueblos nórdicos pertenecían a una raza superior, se expandió. Los
textos de Arthur Schopenhauer, filosofo alemán que atribuía a la raza blanca una
supremacía cultural, tuvieron gran recepción en EE. UU[4]. El 12 de abril de 1860, el
senador y futuro líder de la Confederación Jefferson Davis  se refería a la esclavitud
como una institución natural, sostenida por la religión y la historia, las poblaciones
negras, por el color de su piel, “fueron pisoteados desde el comienzo”[5].

Los contenidos de los cursos de historia no solo omiten la verdad, sino además
sostienen una interpretación racista del pasado que enaltece a los hombres blancos como
héroes de la historia.

Si bien la Guerra Civil (1861-1865) terminó con la esclavitud, surgieron grupos


terroristas como el Ku Klux Klan que utilizaban la violencia extrema para defender la
hegemonía de la supremacía blanca y establecer la segregación racial. Estos grupos,
señala Kidada E. Williams, aterrorizaban a la población negra[6].

En 1896, Corte Suprema, en el famoso caso Plessy v. Ferguson, declaró que la práctica
“separados pero iguales” no contradecía la constitución. En los años siguientes, se
aprobaron numerosas leyes que segregaron los espacios públicos, también se
construyeron monumentos y memoriales. El mito de la “causa perdida” influyó sobre la
memoria colectiva de los estados del sur y se convirtió en la base de una nueva
interpretación histórica sobre la Confederación y la Guerra Civil.

En Richmond, Virginia, por ejemplo, un grupo de mujeres blancas crearon Confederate


Memorial Literary Society, institución que tenía como solo objetivo construir una
narrativa positiva sobre la esclavitud y enaltecer la confederación en  la memoria
colectiva. De hecho, durante este período que se inicia a partir de 1896, los neo-
Confederados introdujeron la teoría de los derechos de los estados, y “enseñaron que la
supremacía blanca era la forma correcta de organizar la sociedad”[7]. La
conmemoración de la Confederación y la conservación del poder de los grupos blancos
en los estados del sur ocurrió al mismo tiempo que los Estados Unidos  expandía su
imperio y sus ideas raciales en el Caribe y en Pacífico.

El mundo académico es cómplice de esta historia, y algunas disciplinas han contribuido


a sostener ideológicas racistas y a fortalecer “este territorio que niega” la historia. La
antropología cultural surgió de la mano del racismo científico, mientras que la
historiografía, hasta la década de 1970, excluyó la historia de negros, centros
americanos, mexicanos, y otras personas racializadas.  Durante una reunión de la
Sociedad Americana de Archivistas, en 1970, el historiador Howard Zinn señaló que
“por mucho tiempo los archivos olvidaron a gran parte de la sociedad y privilegiaron a
los ricos y poderosos”. Los contenidos de los cursos de historia no solo omiten la
verdad, sino además sostienen una interpretación racista del pasado que enaltece a
los hombres blancos como héroes de la historia. En los cursos sobre “civilización
occidental” no se abarca con profundidad la historia de la violencia racial o cómo surgió
el lenguaje racista que la sustenta.

Diana Roberts, acusa a académicos como Michael Hill, fundador de la Southern League
en 1994, de “convertir la bandera confederada en un fetiche. Y a los confederados en
héroes”. En 2017, el historiador  William Scarborough invocó el “patrimonio histórico”
para justificar su apoyo a la bandera confederada en Mississippi. Dinesh D’Souza utiliza
un lenguaje cargado de connotaciones racistas y, con frecuencia, ataca a historiadores
como Kevin Kruse. Académicos como Steven Pinker buscan relativizar la relación que
existe entre racismo y ciencia, mientras  Martin J. Medhurst , experto en retórica, ha
recibido duras críticas de parte de importantes académicos por sus intentos de
menoscabar la existencia del racismo estructural. En twitter se puede seguir este debate
así como la experiencia de académicas y académicos negros #BlackintheIvory .

En las trece colonias, tanto las tradiciones religiosas como las teorías científicas
justificaron la esclavitud. Los colonizadores europeos, explica Ronald Takaki, percibían
a los indígenas como bárbaros y salvajes incivilizados, y los asociaban con el demonio.

Los símbolos y el lenguaje de la Confederación así como la apropiación por varios


grupos neo-Confederados se ha convertido en un fenómeno global. Organizaciones de
supremacistas blancos tanto en los Estados Unidos como en Europa flamean la bandera
confederada en demostraciones y manifestaciones anti-inmigrantes.

La bandera de la Confederación, al igual que la de Rhodesia durante el apartheid en Sud


África, es un símbolo de odio y racismo[8]. Ha sido utilizada en actos de odio como el
caso de Dylan Roof, fue vista entre la muchedumbre que recibió al Presidente Trump en
Polonia en julio de 2017, e inclusos apareció en partidos de fútbol en Italia e Irlanda del
Norte.

A comienzos de junio 2020, Trump defendió el derecho de algunas bases militares de


llevar el nombre de generales de la confederación ya que era un derecho a conmemorar
el pasado; pero, esta actitud solo contribuye a reafirmar que los Estados Unidos
pertenecen a los americanos blancos.

En discursos y editoriales se continúa utilizando la retórica de la supremacía blanca, lo


que refuerza la narrativa del racismo y la discriminación y la violencia racial en los
Estados Unidos. Este discurso no sólo busca influir en la opinión pública, sino
reescribir una historia que minimiza el impacto y el legado de la discriminación
racial y la violencia racial en los Estados Unidos. En las redes sociales y foros
virtuales, políticos, líderes mundiales, y académicos han refinado la retórica racial; sus
declaraciones, controvertidas y agresivas, han resonado con amplios sectores de la
población.

Después de las elecciones presidenciales de 2016, resurgió un lenguaje racista que no es


siempre explícito, pero que busca llegar a las bases políticas de Trump. Este discurso
apela a sus partidarios que van desde los sectores evangélicos hasta grupos racistas
violentos, como los Boogaloo Boys. Durante su campaña, Trump «se distanció
renuentemente» de David Duke, ex lider del Ku Klux Klan y político de Luisiana. En
lugares público, conferencias de prensa, y en Twitter, Trump ataca a musulmanes,
inmigrantes, académicos, religiosos anti-racistas, disidentes, y críticos de su
administración.

Filósofos como Benjamin Franklin, Carolus Linnaeus, John Locke, y Thomas Jefferson
creían que los americanos blancos eran superiores a las personas esclavizadas
provenientes de África, los negros libres, y la población indígena.

Este discurso racista y anti-inmigratorio no es nuevo. Estados Unidos prohibió el


ingreso de musulmanes en la década de 1790 y las leyes de Extranjería y Sedición
definieron la composición racial aceptable de los Estados Unidos. Los ataques de
Trump contra China recuerdan un pasado xenófobo tales como la prohibición a la
inmigración china en 1882 y la deportación de residentes chinos en 1889. El acoso se
extiende a otras comunidades de inmigrantes. Durante una reunión sobre inmigración en
2018, Trump declaró que no quería que llegaran inmigrantes provenientes «de países de
mierda«, como Haití, El Salvador, y países de África «.

Trump también ha atacado a los inmigrantes mexicanos, un discurso que resuena en su


base de seguidores. Al describir a los inmigrantes mexicanos como “animales”, Trump
utiliza la misma ideología racial que Shakespeare usó para describir Calibán en La
Tempestad, y que siglos más tarde impulsó la violencia de los ingleses hacia las
comunidades indígenas.

En 2018, la senadora estadounidense Cindy Hyde-Smith bromeó sobre el linchamiento


público en un evento en Tupelo, Mississippi, y relativizó la supresión de votantes,
mientras aparecían sus fotos con una gorra confederada. El presentador del programa de
entrevistas Dennis Prager se quejó contra las normas que prohíben usar un lenguaje
racista en televisión, y el presentador de Fox New, Tucker Carlson, continúa utilizando
un lenguaje racista para referirse a grupos como Black Lives Matter, y el levantamiento
actual contra la supremacía blanca, el cual se ha extendido a otros países.

En Twitter, el 29 de mayo de 2020, Trump escribió «cuando comienza el saqueo,


comienza el tiroteo», en referencia a los manifestantes de Minneapolis; un eslogan
utilizado por primera vez en 1967 por el jefe de policía de Miami, Walter Headley.

Trump se ha destacado por convocar a los nacionalistas blancos y afirmar que Estados
Unidos es un país de hombres blancos. Como señaló Roxanne Dunbar-Ortiz, “los
nacionalistas blancos no son marginales en el proyecto estadounidense; deben ser
entendidos como los descendientes espirituales de los colonos». El eslogan “Make
America Great Again” se basa en el deseo de retroceder en el tiempo. Volver al país
anterior a la Ley de Derechos Civiles de 1964 y la Ley de Inmigración y Nacionalidad
de 1965. Para las actuales organizaciones de supremacistas blancos y grupos racistas,
estas leyes simbolizan el fin de una época.  Utilizan conceptos como «genocidio
blanco«, «despojo blanco«, y “la gran teoría del reemplazo” para crear miedo y
legitimarse. También utilizan los mitos de «crímenes de negros contra negros» para
validar las ideologías raciales y la idea del Renacimiento estadounidense, que es
impulsada por una organización seudo-académica que difunde el mito de la
criminalidad negra, el racismo científico y la eugenesia. El nacionalista blanco de
Rhodesia del Sur, Arthur Kemp, ensalza los hechos de las sociedades blancas del
pasado y las superpotencias coloniales en Europa: The History of the White Race.[9]

Trump recurre con frecuencia a la frase «ley y orden”. Su forma de criticar a la


izquierda, condenar a la prensa, y describir a Antifa son un fiel reflejo de su visión
racista de la historia. Al describir a la prensa como enemiga del pueblo y reprimir a los
manifestantes que protestaban en Lafayette Park, en las cercanías de la Casa Blanca,
Trump nos recuerda la censura y las tácticas represivas utilizadas por Augusto Pinochet
y el presidente brasileño Jair Bolsonaro. Con estas estrategias, Trump invoca la
tradicional estrategia del sur,  esa práctica de utilizar una terminología benigna para
atraer a los blancos racistas del sur. En 2019, Candace Owens declaró ante la comisión
de justicia de la Cámara de Diputados que la llamada estrategia del sur no existía. Pero
Owens es conocida por sus declaraciones controvertidas. En el pasado había declarado
que Hitler  habría sido un buen líder si hubiera permanecido en Alemania.

RACISMO PRESIDENCIAL

Trump no es el primer político en utilizar un lenguaje racista. Los gobernadores George


Wallace (Alabama), Orval Faubus (Alabama) y Ross Barnett (Mississippi) fueron
famosos por sus tácticas de amedrentamiento y acoso. Ronald Reagan criticó la cultura
que existía en la Universidad de California en Berkeley. Al igual que Wallace, Reagan
jugó con los ansiedades y temores, y usó un lenguaje racista para describir a los
delegados de la ONU de Tanzania, para él eran “monos”.

Cuando  Richard Nixon anunció en 1971 una «guerra contra las drogas», esta se dirigió
contra los «hippies» y los negros. En 1981, el estratega republicano Lee Atwater reveló
durante una entrevista la estrategia de utilizar un lenguaje específico para atraer a los
racistas, una estrategia que había comenzado en 1940 cuando los demócratas dejaron de
apoyar la legislación racista.

George Bush, utilizó la historia de Willie Horton para cuestionar la entrega de permisos
de salida a presos.  El comportamiento de Trump tampoco es nuevo. Fue acusado de
prácticas discriminatorias en la vivienda en 1973 y publicó un anuncio de página
completa en apoyo de la pena de muerte tras el arresto de los Central Park Five, un
grupo de adolescentes afroamericanos y latinos acusados de golpear y violar a una
mujer blanca.

Hoy somos testigos de un importante realineamiento del mundo. En una entrevista


reciente con la televisión británica, Angela Davis afirmó que este momento en la
historia presenciamos un «cuestionamiento global al racismo». Prestemos atención.

NOTAS Y REFERENCIAS

[1] James Lowen, (1999) Lies Across America: What Our Historic Site Get Wrong, 27.

[2] Iam A. Freeman, (2014) Seeds of Revolution: A Collection of Axioms, Passages and
Proverbs, Volume 2, 556

[3] Ibram X. Kendi, Stamped from the Beginning: A Definitive History of Racist Ideas
in America. (2016)
[4] C.M. Vasey, Nazi Ideology, Maryland: Hamilton Books, 63-64

[5] Ibram X. Kendi, 3.

[6] Kidada E. Williams, “Jim Crow, Racial Politics, and Global White Supremacy, in
Williams, Chad. 2016. Charleston Syllabus: Readings on Race, Racism, and Racial
Violence. University of Georgia Press, 157.

[7] James Lowen, The Confederate and Neo-Confederate Reader,Oxford: University


Press of Mississippi, 282.

[8] Benjamin Foldy, “Rhodesian Flag, Confederate Flag: Rood and the Legacies of
Hate,” in Charleston Syllabus, 186

[9] Kevin C. Thompson, 33

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