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EXHORTACIÓN A LOS MÁRTIRES

(AD MARTYRES)

"La Exhortación a los Mártires" más que un tratado es un discurso dirigido por Tertuliano a los
cristianos encarcelados por la fe en la ciudad de Cartago, por los meses de enero y febrero del año 197
para animarlos a perseverar en su confesión y a merecer la gracia del martirio.

Es la más antigua de las obras, de las que han llegado hasta nosotros, de este fecundo autor. Precede
en algunos meses a su "Apología" que tanta celebridad le alcanzó no sólo entre sus contemporáneos,
sino también ante la posteridad. Quizá no haría mucho que se había convertido a la Religión Cristiana,
abandonando con el paganismo una vida disoluta y también un porvenir brillante en el foro, atraído
precisamente por el espectáculo de valiente serenidad y heroica resistencia ofrecido por tantos fieles,
de toda edad y condición, que preferían morir entre los más horrorosos tormentos, antes que
regenerar de su fe en Cristo, y luchando para alcanzarles a todos los hombres del futuro una libertad
de conciencia, que el despotismo imperial romano no toleraba.

El sacrificio por él realizado de una segura fama forense, iba a proporcionarle a través de todas las
edades otra celebridad más noble e inmortal, la de abogado de los fieles de Cristo. La presente obrita
es el glorioso pórtico de esta su trama imperecedera. Antes de dirigir su alegato a los jueces
imperiales y antes de redactar aquel otro documento a todos los pueblos -Ad nationes-, en defensa de
miles de inocentes, parece que hubiera sentido la necesidad de volverse hacia los que quería defender
para consagrarles todo su ingenio, su elocuencia y su afecto. Aún no había alcanzado la dignidad del
sacerdocio.

Es un laico que desea asociarse a los demás fieles que, bajo la guía de su obispo, acude ante los
confesores, ante los encarcelados y perseguidos por la fe, para llevarles lo que habían podido ahorrar
con sus ayunos y lo ganado con el comercio de su trabajo, y aliviar así sus necesidades y, a la vez,
testimoniarles su afecto, adhesión y homenaje. Pero esto a él no le basta. Quería además ofrecerle no
tanto recursos materiales, cuanto un don espiritual que contribuyese al sostenimiento de sus almas
estimulándolas a perseverar en la lucha hasta alcanzar su glorioso destino.

Con tal propósito, escribe la "Exhortación a los Mártires" delicada joya de la primitiva literatura
cristiana, que posteriormente ejercerá una influencia enorme en la producción de este mismo
carácter y finalidad. Comienza su discurso lamentando la humildad de su persona e indicando el
carácter de su ofrenda. Pídeles que mantengan entre ellos la paz y la concordia para poder gozar de la
fortaleza del Espíritu Santo y proporcionar con su conducta esos mismos bienes a la Santa Iglesia.

Como atletas de Cristo deben considerar la cárcel, en la que se encuentran, como la palestra donde
con enérgico entrenamiento han de prepararse para el certamen final y la victoria definitiva. Ahí debe
fortalecerse su fe considerando que el mundo es una prisión más dañina para el alma, de lo que
pueda ser la cárcel material para el cuerpo. Ahí debe acrecentarse el espíritu de oración como si se
hallasen en la soledad tan amada de los profetas.

El recuerdo de las arduas acciones realizadas por tantos hombres movidos por el afán de gloria, de
lucro o vanidad, han de servirles de estímulo para ganar la corona inmarcesible de la dicha
sempiterna. Pero los sufrimientos corrientes de la vida, las sorpresas dolorosas, que de continuo
acechan, hora tras hora, a toda clase de personas, ocultan una lección de la Providencia con la cual los
exhorta a la lucha por la verdad y la salvación.

Tal es en síntesis la estimulante consolación que les dirige para confortarlos. No se encuentra en ella
la enérgica combatividad de sus otras obras. Por el contrario, la perfuma un respetuoso sentido de
humildad, la anima un afectuoso interés por su triunfo, y la compenetra una emoción viril, totalmente
ajena al sentimentalismo; pero que patentiza el entusiasmo de un alma grande que conoce y avalora
toda la poderosa importancia y la suprema belleza moral del sacrificio que estas almas ofrendan en el
ara de su fe. Esta entonación emotiva está impregnada de una cierta nostalgia de no ser él también
uno de estos afortunados distinguidos por Dios, de no poderlos emular en la serena tranquilidad con
que avanzan hacia un morir de los más afrentosos e implacables.

Después de haber leído el tratado de Tertuliano acerca de la paciencia, ningún otro de sus escritos
queda mejor que esta “Exhortación a los Mártires”. El martirio, en efecto, es la más gloriosa corona y
el supremo triunfo de la paciencia cristiana sobre la debilidad y el terror al sufrimiento de la
naturaleza humana. Es el reflejo de la divina e insuperable paciencia del Mártir máximo. Cristo
Crucificado, que ilumina con destellos de inmortalidad la débil carne de los hombres, elevada por la
gracia a las cumbres mismas de la fortaleza. Además, estas preciosas páginas, escritas hace diez y
ocho siglos y medio, parecen traer de los mártires de entonces a los fieles de hoy, el eco grandioso de
un canto de verdad y heroísmo que invita a unos a contemplar con serenidad el momento crucial que
atraviesa, tan al borde de la persecución; para otros, para los hermanos que gimen tras las cortinas
comunistas, en las angustias de la Iglesia del Silencio, traen unas palabras consolatorias, un ejemplo
de constancia y una esperanza de triunfo; y para todos, el mandato de proclamar, cada uno en su
medio y según sus fuerzas, los derechos de la criatura humana a la libertad de los hijos de Dios, y que
Cristo -ayer, hoy y siempre- vive en su Iglesia para salvación de los hombres de todas las épocas y de
todos los pueblos.
Arsenio Seage

CAPITULO I: NECESIDAD DE LA CONCORDIA

Entre los alimentos que para el cuerpo ¡Oh escogidos y dichosos mártires! os envía a la cárcel la
señora Iglesia, nuestra madre, sacados de sus pechos y del trabajo de cada uno de los fieles, recibid
también de mí algo que nutra vuestro espíritu; porque no es de provecho la hartura del cuerpo
cuando el espíritu padece hambre 31. Y si todo lo que está enfermo debe ser curado, con mayor razón
ha de ser mejor atendido lo que está más enfermo. No soy ciertamente yo el más indicado para
hablaros; sin embargo, los gladiadores, aun los más diestros, sacan ventaja no tan sólo de sus
maestros y jefes, sino también de cualquier ignorante e incapaz, que desde las graderías los exhortan,
y no pocas veces sacaron provecho de las indicaciones sugeridas desde el público. Por tanto, en
primer lugar ¡Oh bendecidos de Dios! no contristéis al Espíritu Santo (Efes. IV, 3), que entró en la
cárcel con vosotros, pues sin Él nunca la hubieseis podido aguantar. Esforzaos, pues, para que no os
abandone y así, desde ahí, os conduzca al Señor. En verdad la cárcel es también casa del demonio,
donde encierra a sus familiares y seguidores: pero vosotros habéis entrado en ella para pisotearlo
precisamente en su propia casa, después de haberlo maltratado afuera cuando se os perseguía.

¡Atentos! que no vaya ahora a decir: En mi casa están: los tentaré con rencillas y disgustos,
provocando entre ellos desavenencias". ¡Que huya de vuestra presencia y escóndase deshecho e
inutilizado en el infierno, como serpiente dominada y atontada por el humo! De modo que no le vaya
tan bien en su reino que os pueda acometer, sino que os encuentre protegidos y armados de
concordia, porque vuestra paz será su derrota. Esta paz debéis custodiarla. Acrecentarla y defenderla
entre vosotros, para que podáis dársela a los que no la tienen con la Iglesia y suelen ir a suplicársela a
los mártires encarcelados 32.

CAPITULO II: LA CÁRCEL DEL MUNDO

Los demás impedimentos y aún vuestros mismos parientes os han acompañado tan sólo hasta la
puerta de la cárcel. En ese momento habéis sido segregados del mundo. ¡Cuánto más de sus cosas y
afanes! ¡No os aflijáis por haber sido sacados del mundo! Si con sinceridad reflexionamos que el
mundo es una cárcel, fácilmente comprenderíamos que no habéis entrado en la cárcel, sino que
habéis salido. Porque mucho mayores son las tinieblas del mundo que entenebrecen la mente de los
hombres 33. Más pesadas son sus cadenas, pues oprimen a las mismas almas. Más repugnante es la
fetidez que exhala el mundo porque emana de la lujuria de los hombres. En fin, mayor número de
reos encierra la cárcel del mundo, porque abarca todo el género humano amenazado no por el juicio
del procónsul, sino por la justicia de Dios 34. De semejante cárcel ¡Oh bendecidos de Dios! fuisteis
sacados, y ahora trasladados a esta otra que, si es oscura, os tiene a vosotros que sois luz 35; que, no
obstante, sus cadenas, sois libres delante de Dios 36; que, en medio de sus feos olores, sois perfume
de suavidad 37. En ella un juez os espera a vosotros, a vosotros que juzgaréis a los mismos jueces 38.

Ahí se entristece el que suspira por las dichas del mundo; pero el cristiano, que afuera había
renunciado al mundo, en la cárcel desprecia a la misma cárcel. En nada os preocupe el rango que
ocupáis en este siglo, puesto que estáis fuera de él. Si algo de este mundo habéis perdido, gran
negocio es perder, si perdiendo habéis ganado algo mucho mejor. Y ¡cuánto habrá que decir del
premio destinado por Dios para los mártires! Entre tanto sigamos comparando la vida del mundo con
la de la cárcel. Mucho más gana el espíritu que lo que pierde el cuerpo. Pues, a éste no le falta nada
de lo que necesita, gracias a los desvelos de la Iglesia y a la fraterna caridad de los fieles 39. Además,
el espíritu gana en todo lo que es útil a la fe. Porque en la cárcel no ves dioses extraños, ni te topas
con sus imágenes, ni te encuentras mezclado con sus celebraciones, ni eres castigado con la fetidez de
sus sacrificios inmundos. En la cárcel no te alcanzará la gritería de los espectáculos, ni las atrocidades,
ni el furor, ni la obscenidad de autores y espectadores 40. Tus ojos no chocarán con los sucios lugares
de libertinaje público. En ella estás libre de escándalos, de ocasiones peligrosas, de insinuaciones
malas y aun de la misma persecución.

La cárcel es para el cristiano lo que la soledad para los profetas (Mat.,1, 3, 4, 12 y 35). El mismo Señor
frecuentaba los lugares solitarios para alejarse del mundo y entregarse más libremente a la oración
(Luc., VI, 12); y finalmente, fue en la soledad donde reveló a sus discípulos el esplendor de su gloria
(Mat., XVII, 1-9) 41. Saquémosle el nombre de cárcel y llamémosle retiro. Puede el cuerpo estar
encarcelado y la carne oprimida, pero para el espíritu todo está patente. ¡Sal, pues, con el alma! !
Paséate con el espíritu, no por las umbrosas avenidas ni por los amplios pórticos, sino por aquella
senda que conduce a Dios! ¡Cuantas veces la recorras, tantas menos estarás en la cárcel! ¡El cepo no
puede dañar tu pie, cuando tu alma anda en el cielo! El espíritu es el que mueve a todo el hombre y lo
conduce a donde más le place, porque "donde está tu corazón, allí está tu tesoro" (Mat., Vl, 21). Pues
bien, ¡que nuestro corazón se halle, donde queramos que esté nuestro tesoro!

CAPÍTULO III: LA CÁRCEL, PALESTRA DE LA VICTORIA

Sea así ¡Oh amados de Dios! que la cárcel resulte también molesta para los cristianos. Pero, ¿no
hemos sido llamados al ejército del Dios vivo y en el bautismo no hemos jurado fidelidad? El soldado
no va a la guerra para deleitarse; ni sale de confortable aposento, sino de ligeras y estrechas tiendas
de campaña, donde toda dureza, incomodidad y malestar tiene asiento. Y aun durante la paz debe
aprender a sufrir la guerra marchando con todas sus armas, corriendo por el campamento, cavando
trincheras y soportante la carga de la tortuga 42. Todo lo prueban con esfuerzo para que después no
desfallezcan los cuerpos ni los ánimos: de la sombra al sol, del calor al frío, de la túnica a la armadura,
del silencio al griterío, del descanso al estrépito. Así pues, vosotros ¡Oh amados de Dios! todo cuanto
aquí os resulta dañoso tomadlo como entrenamiento, tanto del alma como del cuerpo. Pues recia
lucha tendréis que aguantar.

Pero en ella el agonoteto 43 es el mismo Dios; el xistarco 44 es el Espíritu Santo; el premio, una
corona eterna; los espectadores, los seres angélicos; es decir, todos los poderes del cielo y la gloria
por los siglos de los siglos. Además, vuestro entrenador es Cristo Jesús 45, el cual os ungió con su
espíritu. Él es quien os condujo a este certamen y quiere, antes del día de la pelea, someteros a un
duro entrenamiento, sacándoos de las comodidades, para que vuestras fuerzas estén a la altura de la
prueba. Por esto mismo, para que aumenten sus fuerzas, a los atletas se los pone también aparte, y se
los aleja de los placeres sensuales, de las comidas delicadas y de las bebidas enervantes. Los violentan,
los mortifican y los fatigan porque cuanto más se hubieran ejercitado, tanto más seguros estarán de la
victoria. Y éstos -según el Apóstol- lo hacen para conseguir una corona perecedera, mientras que
vosotros para alcanzar una eterna (I Cor., IX, 25). Tomemos, pues, la cárcel como si fuera una palestra;
de donde, bien ejercitados por todas sus incomodidades, podamos salir para ir al tribunal como a un
estadio. Porque la virtud se fortifica con la austeridad y se corrompe por la molicie.

CAPITULO IV: EJEMPLOS PAGANOS DE HEROICIDAD

Si sabemos por una enseñanza del Señor que "la carne es débil y el espíritu pronto", no nos hagamos
muelles; porque el Señor acepta que la carne sea débil, pero luego declara que el espíritu está pronto
para enseñarnos que a éste debe aquélla estarle sujeta. Es decir, que la carne sirva al espíritu, que el
más débil siga al más fuerte, y participe así de la misma fortaleza. Entiéndase el espíritu con el cuerpo
sobre la común salud. Mediten, no tanto sobre las incomodidades de la cárcel, como sobre la lucha y
batalla finales. Porque quizás el cuerpo teme la pesada espada, la enorme cruz, el furor de las bestias,
la grandísima tortura del fuego y, en fin, la habilidad de los verdugos en inventar tormentos.

Entonces el espíritu ponga, ante sí y ante la carne, que, si todo esto es ciertamente muy grave, sin
embargo, ha sido soportado con gran serenidad por muchos; y todavía por otros muchos más tan sólo
por el deseo de alcanzar fama y gloria. Y no sólo por hombres sino también por mujeres. De modo que
vosotras ¡Oh bendecidas de Dios! habéis de responder también por vuestro sexo. Largo sería, si
intentase enumerar todos los casos de hombres que por propia voluntad perecieron 46. De entre las
mujeres está a la mano Lucrecia que, habiendo sufrido la violencia del estupro, se clavó un puñal en
presencia de sus parientes para salvar así la gloria de su castidad. Mucio dejó que se quemara su
mano derecha en las llamas de un ara, para con este hecho conseguir fama. Menos hicieron los
filósofos. Sin embargo, Heráclito se hizo abrasar cubriéndose con estiércol de ganado. Empédocles se
arrojó en el ardiente cráter del Etna. Peregrino no hace mucho que se precipitó a una hoguera 47. En
cuanto a las mujeres que despreciaron el fuego está Dido, que lo hizo para no verse obligada a casarse
nuevamente después de la muerte de su marido, por ella amado tiernamente. Asimismo, la esposa de
Asdrúbal, enterada de que su esposo se rendía a Escipión, se arrojó con sus hijos en el fuego que
destruía a su patria, Cartago. Régulo, general romano, prisionero de los cartagineses, no consintiendo
ser canjeado tan sólo él por muchos prisioneros enemigos retorna al campo adversario para ser
encerrado en una especie de arca llena de clavos, sufriendo así el tormento de muchísimas cruces.

Cleopatra, mujer valerosa, prefirió las bestias, y se hizo herir por víboras y serpientes -más horribles
que el toro y el oso- antes que caer en manos del enemigo. Pero pudiera creerse que más es el miedo
a los tormentos que a la muerte. En este sentido, ¿acaso aquella meretriz de Atenas cedió ante el
verdugo? Conocedora de una conjuración, fue atormentada para que traicionara a los conjurados;
entonces, para que atendiesen que con las torturas nada le podrían sacar aun cuando siguiesen
atormentándola, se mordió la lengua y se la escupió al tirano. Nadie ignora que hasta hoy la mayor
festividad entre los espartanos es la de la flagelación. En esta solemnidad los jóvenes de la nobleza
son azotados delante del altar y en presencia de sus padres y parientes, que los animan a perseverar
en el suplicio.

Consideran que no hay renombre y gloria de mayor título que perder la vida antes que ceder en los
sufrimientos. Luego, si por afán de terrena gloria tanto puede resistir el alma y el cuerpo de llegar
hasta el desprecio de la espada, el fuego, la cruz, las bestias y todos los tormentos, y tan sólo por el
premio de una alabanza humana; entonces puedo afirmar que todos estos sufrimientos son muy poca
cosa para alcanzar la gloria del cielo y la merced divina. Si tanto se paga por el vidrio, ¿cuánto no se
pagará por las perlas? ¿Quién, pues, no dará con sumo gusto por lo verdadero, lo que otros dieron por
lo falso?

CAPITULO V: LECCIÓN DE LOS JUEGOS


Dejemos estos casos motivados por el afán de gloria. Hay también entre los hombres otra manía y
enfermedad del alma que los lleva a soportar tantos juegos llenos de sevicia y crueldad. ¿A cuántos
ociosos la vanidad no los hizo gladiadores, pereciendo luego a causa de las heridas?48. ¡Cuántos otros,
llevados del entusiasmo, luchan con las mismas fieras y se juzgan más distinguidos cuantas más
mordeduras y cicatrices ostentan! Algunos otros se contratan para vestirse por algún tiempo con una
túnica de fuego 49. No faltan los que se pasean calmosamente, mientras van recibiendo en sus
pacientes espaldas los latigazos de los cazadores 50. Todas estas atrocidades ¡Oh bendecidos de Dios!
no las permite el Señor en estos tiempos sin motivo. Con ellas trata ahora de exhortarnos, o quizás de
confundirnos el día del juicio, si tuviéramos temor de padecer por la verdad y para nuestra salvación,
lo que estos jactanciosos realizaron por vanidad y para su perdición.

CAPÍTULO VI: LOS PADECIMIENTOS DE LA VIDA

Dejemos ahora también estos ejemplos que nos vienen de la ostentación. Volvamos nuestras miradas
y consideremos las adversidades que son ordinarias en la vida humana. Ella nos enseñará con cuánta
frecuencia sucede a los hombres, de modo inevitable, lo que sólo algunos soportaron con ánimo
invicto. ¡Cuántos han sido abrasados vivos en los incendios! ¡A cuántos otros devoraron las fieras, y no
sólo en la selva sino en el mismo centro de las ciudades, por haberse escapado de sus encierros! 51
Cuántos fueron exterminados por las armas de los ladrones o crucificados por los enemigos, después
de haber sido atormentados y vejados con todo género de ignominias!

No hay hombre que no pueda padecer por la causa de otro hombre, lo que algunos dudan de sufrir
por la causa de Dios. Para esto, los acontecimientos presentes han de servirnos de lección 52. Porque,
¡cuántas y cuan distinguidas personalidades de toda edad; ilustres por nacimiento, dignidad y valor
han encontrado la muerte por causa de un solo hombre! De ellos, unos fueron muertos por él mismo
porque eran sus adversarios; y otros, por serle partidarios, lo fueron por sus adversarios.

NOTAS

31. En tiempo de persecución, la Iglesia por medio de sus obispos. sostenía en sus necesidades materiales a los confesores de la fe:
encarcelados, perseguidos, a los que habían huido dejándolo todo ante el temor de apostatar y a los que se les habían confiscado sus bienes
por ser católicos. En una obra antiquísima, la Didascalia de los Apóstoles", escrita probablemente en Siria, antes del año 250 se lee: "Si alguno
de los fieles por el nombre de Dios o por la Fe o por la Caridad fuese enviado al fuego, a las fieras o a las minas, no queráis apartar de él los
ojos... procurad suministrarle, por medio de vuestro obispo, socorros, alivios y alimento... el que sea pobre ayune y dé a los mártires lo que
ahorre con su ayuno... si abunda en bienes proporcióneles de sus haberes para que puedan verse libres... porque son dignos de Dios: han
cumplido en absoluto con aquello del Señor: «A todo el que confesare mi nombre delante de los hombres, lo confesaré yo delante de mi
Padre»´´ (V, I ).
32. Se refiere en primer lugar, a la paz de todos los fieles con Dios, alcanzada por los méritos de los mártires y de los confesores para toda la
Iglesia y para conversión del mundo pagano. Secundaria y principalmente se refiere aquí a la reconciliación de los cristianos, que por algún
grave pecado habían sido excomulgados. Éstos recurrían a los confesores de la fe pidiéndoles escribiesen a los obispos intercediendo por ellos
a los efectos de que se les levantara la penal o se les acortara la penitencia impuesta.
33. Prudencio (348, + 405), que muy bien conocía los horrores de las cárceles romanas, describe así aquella en que fue arrojado San Vicente
después del tormento: "Es arrojado a un ciego subterráneo... En el fondo hay un lugar más negro que las mismas tinieblas, un cobacho formado
por las piedras de una bóveda inmunda"... (Peristph.. V, 238/44). Ésta de Cartago está descrita por estas palabras de Santa Perpetua, que se
leen en su Pasión: Nos metieron en la cárcel. ¡Qué horror! Jamás había sufrido tal oscuridad. ¡Terrible aquel día! ¡Insoportable estrechez por la
aglomeración!... (Pass.,III).
34. De aquí se deduce que estos mártires se hallaban encarcelados en Cartago, ciudad gobernada por un procónsul, por ser capital de una
provincia proconsular.
35. Jesús dice: Vosotros sois la luz del mundo´´ (Mat V 14): y San Pablo: "Un tiempo erais tinieblas, mas ahora luz en el Señor´´ (Ef V.X).
36. ´´Si el Hi jo os libertare -dice Jesús- seréis realmente libres" (Jn, VlIl. 36).
37. Somos buen olor de Cristo´´ (2 Co. 2, 15).
38. "Y Jesús les dijo: En verdad os digo que vosotros, los que me habéis seguido... Os sentaréis en doce tronos para juzgar a las doce tribus de
Israel´´ (Mt. XIX, 28).
39. Véase la nota número 1 de De patientia.
40. Tertuliano escribió por el año 200, un opúsculo De spectaculis (Migue, P. L.. 1. 701- 738) repudiando estos juegos y espectáculos paganos,
tan frecuentes por aquellos tiempos, y todos ellos desbordando crueldad y lujuria; donde el nombre de Dios era blasfemado, donde tantos
cristianos eran martirizados y donde todo crimen y refinada maldad era aplaudida. Muchos autores paganos los repudiaron en sus obras sin
mayor éxito. Antes que Tertuliano, ya Taciano, entre el 170 y 172, los había escarnecido (Orat adv. gr. 22-24).
41. Y además: Mc IX 2-10; Lc IX, 28-36 y 2 Pedro 1, 17-18.
42. La tortuga, en el lenguaje militar romano, era un blindaje formado por los soldados estrechamente juntos entre si y sosteniendo cada uno
su propio escudo sobre la cabeza. Formaban así un techo defensivo contra el enemigo. A veces, para atacar un fuerte, sobre el primer techo de
escudos se levantaba un segundo y hasta un tercero, con gran agobio de los de abajo (Conf., T. Livio. XLIV).
43. El agonoteto era el presidente del certamen y el que daba los premios.
44. El xistarco era el que hacia cumplir las leyes del juego, el juez.
45. Al entrenador se lo denominaba epistato.
46. En este lugar insinúa Tertuliano que el verdadero mártir debe dejarse llevar no de su voluntad sino de la de Dios. El martirio es una
evocación; por tanto, el provocar al perseguidor y ser por éste muerto, podría considerarse como una forma de suicidio.
47. Peregrino o Proteo es un personaje, cuya biografía escribió Luciano de Somosata por el año 170. Lo presenta como un tipo impostor,
filósofo de la escuela cínica. Aulo Gelio, por el contrario, en sus Noches Áticas (Xll, 11) lo pondera como varón sabio y honorable. Se le tributaba
culto como si fuera un dios; Conf. Eshenagorae Supplicatio pro Christianis. 26.
48. Los gladiadores eran casi siempre reos condenados a las bestias; pero no faltaban voluntarios. Tanto unos como otros, al hacerse
gladiadores, estaban condenados a una muerte violenta y prematura. Petronio, en su Satyricon (CXVII). nos ha dejado su juramento: "Juramos
sufrir la esclavitud, el fuego, los azotes, la misma muerte, todo lo que quiera de nosotros (¿el lenista, el patrón?), declarándonos suyos en
cuerpo y alma como gladiadores legalmente contratados".
49. La túnica de fuego era un suplicio -algunos, sin embargo, se ofrecían voluntariamente a ponérsela en los juegos para ganarse los aplausos
de la plebe, que condenaba al reo a ser vestido con una túnica empapada en materias combustibles: pez, resina, betún. Algunos mártires
tuvieron que sufrirla antes de ser arrojados a la hoguera, como San Erasmo. De este suplicio hace mención Séneca. Epist.. 14.
50. Entre los juegos del circo había la caza de bestias feroces. Los cazadores perseguían a los animales con látigos de cuero y nervio de buey. No
faltaban los que se ofrecían en espectáculo desfilando con sus espaldas desnudas, entre dos filas de cazadores que zurraban sin piedad estas
"pacientísimas espaldas” como las llama Tertuliano.
51. Las ciudades que poseían circo, debían tener cuevas donde se encerraban y cuidaban las fieras para los juegos. Hubo veces que, por
descuido de los cuidadores o por ferocidad de los animales, consiguieron escaparse de su encierro realizando verdaderas matanzas entre la
población de la ciudad.
52. Alude Tertuliano a un acontecimiento de aquellos días. Se trata de las ejecuciones realizadas en todo el Imperio Romano por causa del
emperador Septimio Severo contra los partidarios de sus rivales Clodio Albino y Pescenio Níger. A su vez, los seguidores de éstos llevaron a
cabo igual procedimiento contra los secuaces del emperador. De esta referencia se deduce que la presente obrita haya sido escrita en los
primeros meses del año 197, algunos años antes de su famoso Apologeticum.

DE LA CONTINENCIA
Versión e introducción del P. LOPE CILLERUELO, O. S. A
Revisión: José Rodríguez Díez, OSA

CAPÍTULO I: Exordio: la continencia sexual, virtud interior y don de Dios

1. Difícil tarea es analizar esa virtud que llamamos continencia en una forma de dignidad y
conveniencia. Pero Aquel de quien es don generoso tal virtud sostendrá mi poquedad bajo tanta
carga. El mismo que otorga la virtud a sus servidores cuando por ella pelean es quien otorga la palabra
a sus ministros cuando de ella hablan. Resuelto, pues, a tratar tema de tan gran monta como Dios me
dé a entender, comienzo diciendo y demostrando que la continencia es un don de Dios. En el libro de
la Sabiduría leemos que nadie puede ser continente si Dios no le otorga la dádiva 1. Y, hablando de la
continencia más perfecta y gloriosa, que renuncia al mismo vínculo conyugal, dijo Cristo: no todos
entienden esa palabra, sino a quienes fue concedido 2. No guarda la castidad conyugal sino quien
renuncia a todo prohibido comercio carnal. Ahora bien, al hablar de ambos estados, virginal y
conyugal, nos enseñó el Apóstol que en ambos casos se trata de un don de Dios, diciendo: desearía
que todos fuesen como yo; pero cada uno recibe de Dios su carisma; unos, de un modo; otros, de otro
3.

2. Para que nadie piense que tan solo es necesario esperar de Dios la continencia sexual, canta el
salmo: coloca, Señor, una guarda en mi boca y una puerta de continencia a mis labios 4. Si en este
testimonio de la palabra divina damos al término boca la máxima extensión, aparecerá como don de
Dios la continencia de que allí se hace mención. De poco sirve apretar los dientes para que no broten
de ellos palabras inconvenientes. Dentro se abre la boca del corazón, y para ella pide a Dios guardas y
puertas el salmista al formular su petición y al consignarla para que la repitamos en nuestra oración.
Hartas cosas hay que con la boca del cuerpo las callamos y con el corazón las gritamos. En cambio, no
brotará palabra alguna de la boca de quien mantiene el corazón en silencio. Lo que dentro no suena,
fuera no resuena. Lo que brota dentro, cuando es malo, mancha la conciencia, aunque no remueva la
lengua. Allí hay que poner la continencia, donde incluso los mudos hacen hablar a la conciencia. En
suma, la puerta de la continencia es la que impide que brote del interior algo que contamine la vida de
la mente aunque estén sellados los labios de la carne.

CAPÍTULO II: Continencia del corazón o verbo interior


3. El Señor mostró en el pasaje citado que se refería a la boca interior. En efecto, al decir: coloca,
Señor, una guarda a mi boca y una puerta de continencia a mis labios, añadió: para que no dejes que
mi corazón se incline a palabras malignas 5. ¿Qué significa inclinar el corazón sino consentir? Nada
dice quien no consiente, quien no rinde el corazón a las sugestiones con que le solicita el ambiente.
Pero, si consintió, ya sonó algo en su corazón, aunque nada haya resonado en sus labios. Ni la mano ni
miembro alguno del cuerpo se decidió a mover, y ya se da por hecho todo aquello que tiene
determinado de hacer. Reo es ante las divinas leyes, aunque no lo descubran los humanos sentidos.
Reo es por el fallo que en su corazón pronunció, aunque nada el cuerpo ejecutó. Cierto, no puede
moverse un miembro para consumar una acción si no precede el fallo íntimo como principio de la
ejecución. Atinadamente se escribió que por el verbo comienza toda obra 6. Hartas cosas hacen los
hombres con la boca cerrada, quieta la lengua, muda la voz. Pero no comienza la corporal ejecución si
no lo decreta primero el corazón. Así hay en los pronunciamientos interiores muchos pecados que no
se revelan en hechos consumados. Pero ningún pecado hay en las obras exteriores que no tenga su
precedente en los pronunciamientos interiores. Por lo tanto, cuando se coloca en los labios interiores
la puerta de la continencia, en ambas zonas se guarda la pureza de la inocencia.

Doctrina evangélica sobre continencia

4. Dijo también el Señor por su propia boca: purificad lo que está dentro y quedará purificado lo que
está fuera 7. Refutó las palabras necias de los escribas, que calumniaban a sus discípulos por comer
sin lavarse las manos, y añadió: no contamina al hombre lo que entra por la boca; sino lo que sale por
la boca, eso contamina al hombre 8. Tal sentencia es ininteligible si la aplicamos exclusivamente a la
boca sensible. A quien no mancha la comida, tampoco le mancha el vómito. Si la comida es lo que
entra en la boca, el vómito es lo que sale de ella. A la boca del cuerpo se refiere, sin duda, la primera
parte, que dice: no contamina al hombre lo que entra por la boca. Pero se refiere a la boca del
corazón la segunda parte, que dice: lo que sale por la boca, eso es lo que contamina al hombre.
Cuando el apóstol Pedro pidió a Jesús que explicase esta parábola, Él respondió: ¿también vosotros
estáis todavía sin entender? ¿O no veis que todo lo que entra por la boca pasa al vientre y se expulsa
al retrete? 9 Aquí, sin duda alguna, se trata de la boca del cuerpo, ya que entra en ella el alimento. La
torpeza de nuestro corazón apenas podría descubrir que se refiere a la boca cordial lo que sigue, si la
Verdad misma no se hubiese dignado caminar con los torpes. Dice, pues, a continuación: lo que sale
por la boca brota del corazón 10. Es como si dijera: "Cuando oyes decir por la boca, entiende del
corazón. A ambas me refiero, pero explico la una por la otra. El hombre interior tiene su boca interior,
y el oído interior la descubre. Lo que procede de esa boca, del corazón sale, y eso es lo que mancilla al
hombre". Y, dejando a un lado el término boca, que pudiera aplicarse a la corporal, nos expone con
mayor claridad el sentido: porque del corazón salen pensamientos malvados, asesinatos, adulterios,
fornicaciones, hurtos, perjurios, blasfemias; esto es lo que contamina al hombre 11.

Tales crímenes pueden perpetrarse también con los miembros del cuerpo, pero ninguno de ellos deja
de ir precedido por el pensamiento. Éste mancha al hombre, aunque por interponerse un obstáculo
no se siga la actividad criminal y torpe de los miembros. ¿Quedará libre de culpa el corazón del
asesino porque sus manos no ejecutaron el asesinato cuando no pudieron? ¿Dejará alguien de ser
ladrón en su intención porque no todos los que quieran robar pueden lograrlo? ¿O dejará alguien de
ser fornicario cuando fue en busca de la ramera y ella no se encontraba dentro del lupanar? ¿No
habrá pronunciado con su boca interior un perjurio el que pretendió dañar a su prójimo con mentira
porque le faltó tiempo o lugar para ello?

Y el que en su corazón dice no hay Dios 12, ¿acaso dejará de ser blasfemo porque temió a los hombres
y se abstuvo de pronunciar con la lengua su blasfemia? A esos tales los mancilla el mero
consentimiento mental, es decir, el fallo maligno de la boca interior. Por eso, el salmista, temiendo
que su corazón se rebajase a tales vicios, pide a Dios que ponga una puerta de continencia en la boca
íntima, una puerta que contenga al corazón 13 para que no se rebaje a pronunciar fallos malignos. El
vocablo contener significa que del pensamiento no se pasa al consentimiento, pues de ese modo, en
conformidad con el precepto apostólico, no reina el pecado en nuestro cuerpo mortal, ni exhibimos
nuestros miembros como armas de iniquidad en manos del pecado 14. No cumplen ese precepto los
que no movilizan sus miembros para pecar cuando no pueden; los que, cuando pueden, al punto
manifiestan con el movimiento de sus miembros, a semejanza de un movimiento de armas, quién es
el que reina en su interior. En cuanto de ellos depende, ofrecen al pecado sus miembros como armas
de iniquidad, pues pretenden el mal, y si no lo ejecutan es porque no encuentran oportunidad.

Continencia interior y conducta exterior

5. Suele denominarse continencia la castidad que refrena los movimientos sexuales. Pues bien, no
podrá violarla ninguna violencia mientras se mantenga en el corazón esa superior continencia de la
que venimos hablando. Por eso, al decir el Señor que del corazón salen los malos pensamientos,
añadió cuáles son esos malos pensamientos, a saber, asesinatos, adulterios 15, etc. No los mencionó
todos; mencionó algunos a modo de ejemplo, y nos invitó a entenderlos todos. Ninguno de ellos
puede realizarse si no va precedido por el mal pensamiento, que dentro autoriza lo que fuera se
realiza. Al salir el decreto de la boca del corazón, mancilla ya al hombre, aunque no lo ejecuten
exteriormente los miembros del cuerpo por falta de poder para ello. Colocada, pues, la puerta de la
continencia en la boca del corazón, de la que sale todo lo que mancilla al hombre, nada impuro podrá
salir de allí. De ese modo se logra la pureza de que puede gozar la conciencia, si bien no se logra una
perfecta continencia que no tenga que luchar con la concupiscencia. Ahora, mientras la carne apetece
contra el espíritu y el espíritu apetece contra la carne 16, harto es no consentir con el mal que
sentimos. Cuando se otorga el consentimiento, sale de la boca del corazón lo que mancilla al hombre.
Mas cuando por obra de la conciencia se deniega el consentimiento, no podrá dañarnos la malicia de
la carnal concupiscencia, pues lucha contra ella la continencia espiritual.

CAPÍTULO III: Lucha temporal contra la carne mortal

6. Una cosa es pelear bien, y esto ha de realizarse acá, mientras vivimos conteniendo la muerte; otra
cosa distinta es carecer de enemigo, y eso ha de realizarse allá, cuando será aniquilada esa muerte,
nuestra postrera enemiga 17. En tanto que la continencia reprime y cohíbe la libido, ejercita un doble
cometido: apetece el bien inmortal, al que tendemos, y rechaza el mal, con el que en esta mortalidad
contendemos. Al primero lo ama y espera; al segundo lo hostiga y vigila; en ambos busca lo honesto y
rehúye lo deshonesto. No se fatigaría la continencia en reprimir los apetitos si no hubiese en ellos algo
que nos estimula contra la honestidad, si no hubiese en el apetito malo algo que repugna a la buena
voluntad. El Apóstol clama: sé que en mí, es decir, en mi carne, no habita el bien; el querer el bien lo
tengo al alcance, pero no el realizarlo 18. Acá, mientras denegamos el consentimiento a la mala
concupiscencia, el bien es realizado; cuando la concupiscencia sea consumida, el bien será
consumado. Asimismo clama el Doctor de las gentes: me deleito en la ley de Dios según el hombre
interior; pero descubro en mis miembros otra ley que guerrea con la ley de la razón 19.

Ley y gracia

7. Esta contienda no la experimentan sino los luchadores de la virtud, los vencedores del vicio; porque
a ese mal de la concupiscencia no le hace frente sino el bien de la continencia. Hay quienes ignoran en
absoluto la ley de Dios y ni siquiera cuentan entre los enemigos los deseos sórdidos; les prestan
vasallaje en su ciega ruindad y aun se reputan felices cuando logran mantenerlos más bien que
contenerlos. Y hay quienes los descubren por medio de la ley: ya que por la ley viene el conocimiento
del pecado 20; y yo ignoraría los malos deseos si la ley no dijese: no tendrás malos deseos 21; pero
quienes son vencidos en la lid, viven bajo la ley, y la ley manda lo que es bueno, pero no lo da: no
viven bajo la gracia, pues la gracia por el Espíritu Santo da lo que la ley exige. A estos tales la ley se
entrometió para que proliferara el delito 22; el vedado aumentó la apetencia y la hizo invencible; así
sobrevino la prevaricación, que sin la ley no se da, pero sin pecado tampoco se da, porque donde no
hay ley no hay transgresión 23. Cuando la gracia no ayuda, la ley veda el pecado; y así se convierte en
incentivo del mal el vedado. Por eso dice el Apóstol: el poder del pecado, la ley 24. No es maravilla
que la debilidad humana saque de la ley buenas fuerzas para el mal, pues para cumplir la misma ley
estriba en su fuerza personal. Ignorando la justicia de Dios, el cual se la presta al débil, y queriendo
afirmar una justicia propia, de la que carece el débil, no se somete a la justicia de Dios 25 y se hace
réprobo y soberbio. Mas cuando la ley fuerza a buscar un médico, al ruin, parece que le hiere más
sañudamente con ese fin; entonces es la ley un pedagogo que nos lleva a la gracia 26. Por el atractivo
pernicioso nos abatía la concupiscencia; contra él nos brinda Dios el atractivo benéfico por el que
preferimos la continencia, y entonces nuestra tierra da fruto 27, y el fruto sustenta al combatiente, y
éste, con la ayuda de Dios, vence al pecado.

Resistencia a la concupiscencia

8. A tales luchadores los enardece la trompeta apostólica con esta llamada: No reine el pecado en
vuestro cuerpo mortal para obedecer a sus deseos; ni ofrezcáis vuestros miembros al pecado como
instrumentos de injusticia, sino poneos a disposición de Dios, como resucitados de la muerte, y
brindad vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia. Así el pecado no os dominará,
porque no vivís bajo la ley, sino bajo la gracia 28. Y en otro lugar: Por lo tanto, hermanos, no somos
deudores de la carne [instinto], para vivir según la carne. Si viviereis según la carne, moriréis; mas si
mortificáis con el espíritu las obras de la carne, viviréis. Todos los que se dejan gobernar por el espíritu
de Dios, hijos son de Dios 29.

Mientras esta vida mortal fluye bajo la gracia, ese es nuestro empeño: que no reine en nuestro cuerpo
mortal el pecado, es decir, la concupiscencia del pecado, pues la concupiscencia se llama pecado en
este lugar. El acatamiento a su imperio es prueba de nuestro cautiverio. Vive, pues, en nosotros la
concupiscencia del pecado, pero no hemos de tolerar su reinado. Hemos de resistir a sus demandas
para que no reine sobre vasallos sumisos. No usurpe para sí la concupiscencia nuestros miembros; es
la continencia quien ha de reclamarlos en propiedad para que sirvan a Dios como instrumentos de
justicia y no al pecado como armas de iniquidad. De ese modo no nos sojuzgará el pecado. No vivimos
ya bajo la ley, que prescribe el bien y no lo da; vivimos bajo la gracia, que eso mismo que la ley
prescribe nos lo hace amar, y así puede sobre corazones libres imperar.

Las obras de la carne y los frutos del espíritu

9. Asimismo, nos recomienda el Apóstol que no vivamos según la carne para que no muramos, sino
que amortigüemos con el espíritu las obras de la carne para que vivamos. Esa trompeta que vibra nos
denuncia la guerra en que vivimos y nos arrastra a pelear denodados, a mortificar a nuestros
enemigos para no ser por ellos mortificados. Bien claramente señala los enemigos. Son esos a quienes
tenemos que amortiguar, a saber, las obras de la carne, pues dijo así: mas si por el espíritu
mortificareis las obras de la carne, viviréis 30. Para saber cuáles son esas obras, oigámosle de nuevo
cuando escribe a los Gálatas y dice: las acciones de la carne [instinto] son manifiestas: fornicación,
indecencia, desenfreno, idolatría, hechicería, enemistades, reyertas, envidias, celos, ambición,
herejías, facciones, borracheras, comilonas y cosas semejantes; sobre eso os predico lo que os
prediqué, a saber, que los que tal hacen no poseerán el reino de Dios 31.

Al expresarse así denunciaba la guerra, enardecía a los luchadores con esa celeste y espiritual
trompeta cristiana para que mortifiquen a la hueste malsana. Antes había dicho: yo os encargo que
procedáis según el espíritu y no ejecutéis los deseos carnales. Porque la carne apetece contra el
espíritu y el espíritu contra la carne. Ambos mutuamente son tan opuestos que no hacéis lo que
queréis. Pero si os dejáis guiar por el espíritu, no estáis bajo la ley 32. Por lo tanto, quiere que los que
vivan bajo la gracia sostengan el combate contra las obras de la carne, y para denunciar las obras de la
carne añadió el pasaje que antes cité: y manifiestas son las obras de la carne, a saber, fornicación 33,
etc. Obras de la carne son las que citó y las que dejó sobrentender, máxime teniendo en cuenta que
añade: y cosas semejantes. Además, al sacar a plaza en esta batalla, frente a esa especie de ejército
carnal, una hueste espiritual, dice: Por el contrario, los frutos del espíritu son: amor, gozo, paz,
paciencia, amabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y continencia. Contra semejantes frutos no
hay ley 34.

No dijo contra estos para que no creamos que no hay otros. Bien es verdad que, aunque lo hubiese
dicho, deberíamos aplicarlo a todos los frutos del mismo linaje que podamos pensar. Lo cierto es que
dijo: contra semejantes, es decir, contra estos y otros tales. Y hasta parece que procuró con énfasis
imprimir en nuestra memoria esta continencia de que me propuse tratar, y de la que ya he dicho
hartas cosas. Por eso la nombró en último lugar entre los frutos mencionados, porque tiene la mayor
importancia en esta guerra en la que el espíritu apetece contra la carne; es que crucifica en cierto
modo las apetencias mismas de la carne. Y por eso, después de hablar así, continúa el Apóstol: mas los
que son de Jesucristo han crucificado su carne con pasiones y concupiscencias 35. He ahí la obra de la
continencia y he ahí cómo se mortifican las obras de la carne. En cambio, éstas, a su vez, mortifican a
los que consienten en la ejecución y se dejan arrastrar por la concupiscencia por haberse apartado de
la continencia.

CAPÍTULO IV: La continencia, incompatible con la autosuficiencia

10. Para no apartarnos de la continencia debemos velar contra la insidia de las sugestiones diabólicas,
sin presumir de fuerzas propias. Porque maldito quien confía en un hombre 36. ¿Y quién ha de ser ese
sino el hombre? Quien la ponga en sí, siendo hombre, no podrá afirmar con verdad que no la pone en
el hombre. ¿Y qué es vivir según el hombre sino vivir según la carne? Escuche, pues, quien se sienta
seducido por el orgullo humano y tiemble si carece de sentido cristiano. Oiga, pues: si viviereis según
la carne, moriréis 37.

11. Quizá replique alguien: "No es lo mismo vivir según la carne que vivir según el hombre. El hombre
es criatura racional, el alma racional es su atributo, y en eso se distingue del bruto; en cambio, la
carne es nuestra parte ínfima y terrena, por lo cual vivir según la carne no es cosa buena. Quien vive
según el hombre, no vive según la carne, sino según su específico atributo, a saber, según la razón con
que aventaja al bruto". Tal discusión pudiera ser de algún interés en la escuela de los filósofos. Pero
para entender nosotros al Apóstol de Cristo hemos de atender al estilo cristiano. Todos aquellos cuya
vida es Cristo creyeron, sin duda alguna, que el Verbo de Dios asumió al hombre entero, no privado de
alma racional, como algunos herejes pretendieron. Y, sin embargo, leemos: el Verbo se hizo carne 38.
¿Qué significa aquí carne sino hombre? Y toda carne verá la salvación de Dios 39. ¿Qué quiere decir
sino todo hombre? A ti vendrá toda carne 40. ¿Quién ha de venir sino todo hombre? Le diste poder
sobre toda carne 41. ¿Sobre quién sino sobre todos los hombres? Por las obras de la ley no se justifica
ninguna carne 42. ¿Qué quiere decir esto sino que no se justificará hombre alguno? Es lo que en otro
lugar dice más claramente: no se justifica el hombre por las obras de la ley 43. Reprende a los
Corintios diciendo: ¿es que no sois carnales y camináis según el hombre? 44 Les llama carnales, y, con
todo, no dice que caminan según la carne, sino según el hombre. Aunque bien se ve que quiere decir
"según la carne". Si fuese culpa el vivir según la carne y virtud el vivir según el hombre, no les
reprendería diciendo: camináis según el hombre. Reciba el hombre la reprensión, cambie la intención,
evite la sanción. Escucha, hombre: no camines según el hombre, sino según aquel que hizo al hombre;
no te apartes de aquel que te hizo a ti ni siquiera para buscarte a ti. Eso lo dijo un hombre que, sin
embargo, no vivía según el hombre: porque no soy idóneo para pensar por mí algo como de propia
cosecha, sino que mi capacidad viene de Dios 45. Mira si podía vivir según su propia humanidad quien
tal cosa pudo asegurar con verdad. Es que cuando el Apóstol avisa al hombre para que no viva según
el hombre, devuelve a Dios el hombre. Quien es hombre y no vive según el egoísmo, sino según Dios,
no vive ni siquiera según él mismo. Mas cuando su egoísmo no se destrona, dice el Apóstol que vive
según la carne, porque al nombrar la carne, como ya mostré, se sobrentiende la persona. Del mismo
modo se entiende todo el hombre cuando se cita a sola el alma. Y así se dice sométase toda alma -es
decir, todo hombre- a los poderes superiores 46. Y también: setenta y cinco almas -es decir, setenta y
cinco hombres- bajaron a Egipto con Jacob 47. No vivas según tú mismo, ¡oh hombre! Ahí
precisamente pereciste, pero te buscaron. Repito: no vivas según tú mismo; ahí pereciste y te
encontraron. No condenes la naturaleza carnal cuando oyes decir: si viviereis según la carne, moriréis
48. Del mismo modo pudo decir: "Si vivís según vosotros, moriréis", y hubiese dicho bien. En efecto, el
diablo carece de carnalidad; y, no obstante, por querer vivir según él mismo, no permaneció en la
verdad 49. No es, pues, maravilla lo que de él dice con verdad la Verdad, pues el diablo vive según él
mismo: cuando habla mentira, de lo suyo habla 50.

CAPÍTULO V: Desconfianza propia, confianza divina y responsabilidad personal

12. Cuando oyes decir: el pecado no reinará en vosotros 51, no te fíes de ti para que no reine el
pecado en ti. Fíate de aquel a quien dice el justo en su oración: Dirige mis caminos según tu palabra y
no reine en mí iniquidad alguna 52. Quizá al escuchar el pecado no reinará en vosotros, podíamos
engreírnos, atribuyéndolo a fuerzas propias. Bien lo vio el Apóstol. Para evitarlo, dijo a continuación:
porque no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia 53. Si no reina en ti el pecado, a la gracia lo debes. No
confíes en ti, no sea que por eso mismo reine en ti el pecado más y mejor. Cuando oímos decir: si
mortificareis con el espíritu las obras de la carne, viviréis 54, no atribuyamos a nuestro espíritu ese
heroísmo, como si pudiera lograrlo por sí mismo. Para que no apliquemos una interpretación tan
carnal a un espíritu muerto más bien que mortificador, añadió el Apóstol: todos los que se dejan
gobernar por el Espíritu de Dios, hijos son de Dios 55. Por lo tanto, si hemos de mortificar con el
espíritu las obras carnales, ha de gobernarnos el espíritu divino. Él da la continencia, con cuya virtud
podemos reprimir, domar y vencer a la concupiscencia.

La herida del pecado

13. En esta gran batalla en que el hombre sometido a la gracia se debate, socorrido por ella cuando
mantiene con dignidad el combate, se regocija y estremece en el Señor. Pero aun los combatientes
más aguerridos, los victoriosos mortificadores de los sentidos, no se libran de algunas llagas del
pecado. Y para sanar tienen que repetir con verdad cada día: perdona nuestras ofensas 56. Luchan en
la oración con mayor acritud y juicio contra el pecado y contra el diablo, príncipe y rey del vicio; así
invalidan las mortíferas. sugestiones con las que el demonio instiga al pecador a excusar más bien que
a acusar los pecados; de manera que no solo no cicatricen las heridas, sino que se conviertan en
graves y mortales las que eran comedidas. Aquí necesitamos de más cauta continencia para cohibir la
engreída concupiscencia. El pecador se complace en su vida miserable y no quiere aparecer
responsable; rehúye el ser convencido de pecado cuando peca; no acepta su propia acusación con
saludable humildad, antes bien con ruinosa altivez inventa mil excusas. Para cohibir al altivo sofista
pidió al Señor la continencia este salmista, cuyas palabras cité al principio y recomendé cuanto pude.
Dijo él: coloca, Señor, una guarda a mi boca y una puerta de continencia a mis labios para que no
descienda mi corazón a palabras malignas. Y para explicar mejor el motivo de su preocupación añadió:
inventando excusas en los pecados 57. ¿Hay algo más maligno que las palabras con que el malo niega
ser malo? ¿Aunque se le convenza de haber obrado mal y no pueda negarlo? No puede ocultar el
hecho, ni denominarlo bien hecho, ni negar que él lo ha hecho; y entonces pretende hallar otro a
quien cargar con la acción para escapar de la sanción. Al negarse a ser reo, aumenta su reato; al no
acusar, sino excusar su conciencia, olvida que no se priva del castigo, sino de la indulgencia. Cuando
los jueces son hombres y pueden engañarse, parece que aprovecha, por lo menos de momento, el
embellecer la fechoría con alguna falacia. Pero ante Dios, que no puede engañarse, no hay que
recurrir a una vana protección, sino a una llana confesión.

Responsabilidad personal ante el pecado

14. Entre esos que suelen excusar sus pecados hay quienes se lamentan de la fatalidad, que les
determina a delinquir, como si fuese imposición de las estrellas, como si el cielo pecase al planear
para que el pecador pueda después ejecutar. Otros prefieren atribuir su caída a la fortuna, pensando
que todo acaece por combinaciones fortuitas; pero aseguran que lo saben y mantienen con su cuenta
y razón, no con fortuita presunción. ¿No será demencia atribuir sus cálculos a la razón y sus acciones
al azar? Otros atribuyen al diablo cuanto hacen de malo, pero niegan tener relación alguna con él,
pudiendo sospechar que, en efecto, les persuadió a obrar mal con ocultas sugestiones, y no pudiendo
dudar de que otorgan su consentimiento, vengan ellas de donde vinieren. Otros hay que convierten su
excusa en una acusación contra Dios; por divinos juicios son míseros, y por su propio frenesí,
blasfemos. Inventan frente a Dios, como principio contrario, la sustancia rebelde del mal; Dios no
hubiese podido resistir a la sustancia mala si no hubiese mezclado con ella una parte de su divina
naturaleza y sustancia, condenándola a ser contaminada y corrompida. Afirman luego que pecan
cuando la naturaleza del mal sobrepuja a la naturaleza de Dios. Tal suena la torpe locura de los
maniqueos, cuyos artificios diabólicos desbarata sin artificio la verdad, asentando de fijo que la
naturaleza de Dios es incontaminable e incorruptible. ¿Qué linaje de culposa contaminación y
corrupción no será en estos herejes creíble, cuando al mismo Dios, suma e incomparablemente
bueno, le creen contaminable y corruptible?

CAPÍTULO VI: Dios saca bien del mal permitido y aborrecido

15. Hay quienes al excusar sus pecados acusan a Dios, diciendo que los pecados le agradan. Si le
desagradasen, dicen ellos, en modo alguno permitiría con su omnipotente poder que se cometieran.
¡Como si Dios permitiese que los pecados queden impunes aun en sujetos a quienes la remisión libra
de la eterna condenación! A nadie se le condena la pena grave y merecida si no sufre alguna pena,
aunque sea mucho menor que la debida. De esa traza se ejercita la largueza de la misericordia divina
sin olvidar la justicia de la disciplina. Ese pecado que parece quedar sin castigo lleva su
correspondiente sanción; quien se duele de su culpa, paga con la dentera, y quien no se duele, paga
con la ceguera. Dices tú: ¿Por qué lo permite Dios, si le desagrada? Digo yo: ¿Por qué lo castiga, si le
agrada? Confieso yo que, si ello se produce, el Omnipotente lo tiene que permitir. Confiesas tú que no
se puede tolerar lo que el Justo tiene que castigar. Abstengámonos de lo que Él castiga, y quizá
merezcamos saber por inspiración suya por qué permite realizar lo que tiene que castigar. Porque,
como está escrito, el alimento sólido es propio de perfectos 58. Los que ya han crecido, nutriéndose
de ese alimento, entienden que es más digno de la omnipotencia de Dios el permitir esos males, que
provienen del libre albedrío del hombre. Porque es tan grande la bondad omnipotente, que de los
mismos males puede sacar unos bienes, ya perdonando, ya sanando al pecador; ora adaptando y
trocando el pecado en beneficio del justo, ora sancionándolo con justicia. Todo esto es bueno, todo
ello es muy digno de un Dios bueno y omnipotente; y, con todo, no se obtendrían estos bienes si no
hubiese males. ¿Habrá algún ser más bueno y más omnipotente que quien no hace ningún mal y
además utiliza el mal para hacer bien? Los reos claman a Dios: perdona nuestras ofensas 59. Él
escucha y perdona. Los que persiguen a sus siervos se ensañan; Él utiliza la saña para hacer mártires.
En fin, Él condena a los que encuentra dignos de condenación; mientras ellos padecen sus males, Él
hace lo que es bueno. En efecto, no puede dejar de ser bueno lo que es justo, y así como es injusto el
pecado, así es justo el suplicio del malvado.

Impecancia presente e impecabilidad futura

16. No le faltó a Dios poder para formar un hombre que no pudiese caer. Prefirió hacer un hombre
que pudiese pecar si quería, no pecar si no quería. Prohibiendo pecar, preceptuó no pecar; de modo
que el no pecar ahora sería para el hombre un mérito bueno y el no poder pecar después sería para él
un premio justo. Al fin del mundo hará Dios a los santos tales, que no podrán pecar en absoluto; como
actualmente conserva a los ángeles tales, que podamos amarlos en Él, sin temor a que alguno se
convierta en diablo por infiel. No presumimos tanto de ningún hombre justo en la mortalidad de la
vida presente, aunque confiamos en que seremos todos como los ángeles en la inmortalidad de la
vida futura. ¿Qué bienes nos otorgará el Omnipotente, que sabe sacar bienes aun de nuestros males,
cuando nos liberte de todos los males? Me podría extender más y con mayor sutileza sobre el buen
uso del mal, pero no es tema de este sermón, cuya prolongada extensión debo evitar.
CAPÍTULO VII: Continencia y justicia, binomio de paz

17. Volvamos ya al motivo que ha originado el anterior comentario. Necesitamos poseer la


continencia y conocer que es un don divino para que no se deslice nuestro corazón a palabras
malignas, para que no inventemos excusas en los pecados. ¿Qué pecado no tendrá necesidad de la
continencia para ser evitado, cuando ella tiene que evitar que se defienda con orgullo su
perpetración? Tenemos, pues, una necesidad universal de la continencia para no hacer el mal. En
cambio, hemos de recurrir a otra virtud, a saber, a la justicia, para hacer el bien. Nos lo advierte el
sagrado salmo, donde leemos: apártate del mal y obra el bien, y a continuación nos da el motivo:
busca la paz y síguela 60. Tendremos la paz perfecta cuando nuestra naturaleza se una
inseparablemente a su Creador y no haya oposición en nuestro interior. Eso es lo que nos da a
entender Jesús, a mi juicio, cuando dice: mantened ceñidos vuestros lomos y encendidas las lámparas
61. ¿Qué significa ceñir los lomos? Reprimir la libido, lo que es propio de la continencia. ¿Qué significa
mantener las lámparas encendidas? Brillar y afanarse en buenas obras, lo que es propio de la justicia.
Y no pase en silencio la finalidad por la que hemos de obrar así, pues dice a continuación: y seréis
semejantes a aquellos que esperan a su Señor cuando venga de las bodas 62. Cuando viniere, nos
premiará, pues nos contuvimos de lo que nos sugirió la carnalidad e hicimos lo que nos exigió la
caridad, para que de ese modo reinemos en su perfecta y sempiterna paz, cuando ya rechacemos sin
oposición alguna el mal y gocemos del bien con pleno solaz.

Naturaleza humana buena, aunque enferma

18. Por lo tanto, todos los que creemos en un Dios vivo y verdadero, cuya naturaleza sumamente
buena e inmutable no hace ni padece ningún mal, de quien procede todo bien, aun el que admite
disminución, sin que Él pueda disminuirse en su propio bien, que es Él mismo, oímos al Apóstol, que
dice: caminad en espíritu y no satisfagáis las concupiscencias de la carne, porque la carne codicia
contra el espíritu, y el espíritu contra la carne. Ambas mutuamente se oponen para que no hagáis lo
que apetecéis 63. Cuando oímos esto, no creamos eso que propala el delirio de los maniqueos, a
saber, que aquí se anuncian dos naturalezas rivales que proceden de principios contrarios, una del
bien y otra del mal. En efecto, esas naturalezas son buenas ambas; bueno es el espíritu y buena es la
carne; y el hombre, que consta de ambas, una gobernadora y otra gobernable, un bien es, aunque
mudable. Ello no sería así si el hombre no fuese obra del Bien permanente, Autor de todo bien, grande
o pequeño. Aunque un bien sea pequeño, obra es de un gran Bien; y aunque sea obra grande un bien,
en modo alguno se puede comparar con su Hacedor.

Solo que en esta naturaleza del hombre, bien fundada y organizada por el Bien, se produce la guerra,
porque falta el vigor. Sanad su debilidad y tendréis la paz. Y la debilidad merecida por la culpa no es
natural. La divina gracia perdonó ya esa culpa a los fieles cristianos mediante el lavatorio de la
regeneración; pero la naturaleza continúa con sus flaquezas languideciendo bajo tratamiento y
curación. En ese conflicto no puede haber otra salud que la victoria completa; esa es la salud, no
temporal, sino eterna, en la que no solo ha de tener fin la flaqueza, sino que ha de quedar asegurada
la entereza. Por eso, el justo exhorta a su alma diciendo: bendice, alma mía, al Señor y no olvides sus
premios. Él se muestra propicio frente a tus iniquidades y sana todas tus debilidades 64. Se muestra
propicio con las iniquidades cuando perdona los delitos, sana las flaquezas cuando endereza los
apetitos. Se muestra propicio con las iniquidades otorgando la indulgencia, sana las flaquezas
otorgando la continencia. Lo primero se les otorgó en el bautismo a los confesantes, lo segundo se les
otorga en la batalla a los combatientes. En esta batalla hemos de dominar nuestra flaqueza con la
ayuda divina. Lo primero se realiza también ahora, cuando Dios escucha nuestra suplica: perdona
nuestras ofensas; y se realiza lo segundo cuando escucha nuestro ruego: y no nos dejes caer en la
tentación 65. Porque, como dice el apóstol Santiago, cada uno es tentado por su propia
concupiscencia que lo arrastra y seduce 66. Contra un tal achaque pedimos el socorro medicinal a
aquel que puede curar nuestro mal, no despojándonos de la naturaleza extraña, sino reparando la
naturaleza nuestra. Por eso, el citado apóstol no dice solamente: cada uno es tentado por su
concupiscencia, sino que añade propia, para que quien lo oiga entienda cómo debe rezar: yo dije,
Señor, ten piedad de mí; remedia mi alma, pues pequé contra ti 67. No necesitaría el alma remedios si
al pecar no se hubiese desequilibrado de modo que su carne codiciara contra ella, es decir, si no
hubiese encontrado oposición dentro de su ser cuando su carne empezó a enflaquecer.

CAPÍTULO VIII: Amar la carne es resistir a sus vicios contra el espíritu

19. Nada apetece la carne sino mediante el alma. Pero se dice que apetece contra el espíritu cuando
se produce la concupiscencia carnal y el alma lucha contra el espíritu. Ese es nuestro compuesto. Esta
carne que muere cuando se aparta de ella el alma y es nuestra parte ínfima, no se rechaza para ser
abandonada, sino que se depone para ser recuperada para siempre jamás: se siembra un cuerpo
animal y resucitará un cuerpo espiritual 68. Nada apetecerá entonces la carne contra el espíritu,
cuando ella misma se denominará espiritual, porque se someterá al espíritu -no solo sin repugnancia
alguna, sino también sin necesidad alguna de alimento corporal- para que la vivifique el espíritu.
Pidamos y hagamos que concuerden estos dos elementos que ahora se oponen dentro de nosotros,
ya que en ambos está nuestra personalidad. Ninguno de los dos es enemigo nuestro, sino el vicio, por
el que la carne codicia contra el espíritu. Sanado el vicio, desaparece el vicio; y ambas sustancias
quedan sanas; no puede haber entre ellas conflicto.

Oigamos al Apóstol: sé que el bien no habita en mí, es decir, en mi carne 69. Eso dice porque no es
bueno el vicio de la carne, aunque resida en una sustancia buena; suprimido el vicio, ella subsiste,
pero no ya viciada ni viciosa. Para mostrar que la carne pertenece a nuestra naturaleza, empieza
diciendo el Apóstol: sé que el bien no habita en mí. Y para explicarse añade: es decir, en mi carne. De
ese modo afirma que su carne es él. Luego no es ella nuestra enemiga. Cuando resistimos a sus vicios
la amamos, puesto que la curamos, ya que nadie tuvo jamás odio a su carne 70, como dice el mismo
Apóstol. Y en otro lugar dice: por lo tanto, yo mismo sirvo con la mente a la ley de Dios, mientras con
la carne sirvo a la ley del pecado 71. ¿Cómo sirve con la carne a la ley del pecado? ¿Acaso dando su
consentimiento a la concupiscencia carnal? Nunca. Es que siente en la carne un movimiento de deseos
que no quiere tener, y que, sin embargo, ha de padecer. Pero sirve con su mente a la ley de Dios al no
consentir y reprime sus miembros para que no puedan servir como armas de pecado.

Temporalidad de la oposición carne y espíritu

20. Surge, por lo tanto, dentro de nosotros el mal deseo, pero no vivimos mal cuando no consentimos
en el devaneo. Surge dentro de nosotros la concupiscencia pecaminosa, pero no ejecutamos el mal
mientras resistimos, aunque no sea consumado nuestro bien mientras la sentimos. Ambas cosas nos
muestra el Apóstol, a saber: no es perfecto el bien, pues el mal se apetece; ni es consumado el mal,
cuando a tal concupiscencia no se la obedece. Lo primero lo expresa diciendo: al alcance tengo el
querer, pero no tengo el consumar el bien 72; lo segundo lo expresa así: proceded según el espíritu y
no ejecutéis las concupiscencias del instinto 73. En el primer pasaje no dice que no pueda hacer, sino
consumar, el bien; en el segundo no nos prohíbe sentir concupiscencias carnales, sino consumarlas.
Surgen en nosotros las malas concupiscencias cuando place lo que prohíbe Dios; pero no se consuman
mientras reprimimos la libido con la mente sometida a la ley de Dios. De igual modo obramos el bien
cuando no ejecutamos el mal que nos solivianta, porque triunfa en nosotros la delectación santa; pero
no se consuma el bien perfecto mientras por la carne, sometida a la ley del pecado, nos inclina el
afecto; aunque se la reprime, no se la suprime.

Algún día ha de ser consumado el bien cuando sea consumido el mal; aquel será sumo, éste será nulo.
Si creemos que en esta mortalidad podemos esperarlo, erramos. Entonces sobrevendrá cuando la
muerte desaparecerá. Ello será allá, donde la vida eterna se dará. En aquel siglo y en aquel reino
tendremos el bien sumo y el mal nulo, porque entonces y allí será sumo el amor de la sapiencia y nulo
el trabajo de la continencia. Por lo tanto, no es mala la carne si carece de mal, es decir, del vicio con
que fue viciado el hombre, un hombre que no fue mal hecho, sino que fue el hacedor del mal. El buen
Dios hizo el bien al formarle de ambos elementos, cuerpo y alma, pero él hizo el mal, con que se hizo
malo. Se le condonó el reato de ese mal por indulgencia, pero tiene que seguir peleando con su vicio
mediante la continencia. Así no pensará que fue liviano lo que hizo. Muy lejos el pensar que los que
reinen en la paz futura tendrán vicio alguno, pues durante esta pelea se van menoscabando en los que
avanzan no solo los delitos, sino también esos apetitos con los que peleamos cuando resistimos y con
los que pecamos cuando consentimos.

La gracia redentora supera los dones perdidos

21. Cierto, la carne apetece contra el espíritu; en nuestra carne no habita el bien; la ley de nuestros
miembros se opone a la ley de la mente. Pero todo eso no es mezcolanza de dos naturalezas oriundas
de principios encontrados, sino división de una naturaleza contra sí misma, impuesta como sanción de
pecados. En Adán no fuimos así, antes de que nuestra naturaleza desdeñase y ofendiese a su Autor
por escuchar y seguir a su burlador. No es esta la vida constitutiva del hombre creado, sino el castigo
consecutivo del hombre condenado. Libres de la condenación por la gracia de Jesucristo, tienen que
pelear con la sanción los hombres libres, sin salud perfecta, pero con garantías de salud. Entre tanto,
los no libres continúan, reos del vicio, envueltos en el suplicio.

Acabada esta vida, los reos continuarán para siempre sometidos a la pena por su culpa y los libres se
emanciparán para siempre de la culpa y de la pena, y ya permanecerán para siempre ambas
sustancias buenas, espíritu y carne, pues las creó buenas, aunque mudables, el Señor bueno e
inmutable. Subsistirán mejoradas para jamás empeorarse, pues quedarán consumidos ambos males,
el que el hombre cometió injustamente y el que padeció justamente. Al perecer ambos males, el de la
iniquidad precedente y el de la infelicidad consiguiente, la voluntad del hombre se mantendrá recta
sin desviación alguna. Allí será claro y notorio para todos lo que ahora muchos fieles creen y pocos
entienden, a saber, que el mal no es una sustancia, sino que, a semejanza de una llaga en el cuerpo,
comenzó a existir al comenzar la peste en la sustancia, que se vició a sí misma. Dejará de existir el mal
cuando se recobre la salud original. ¿Cuál será esa doble sustancia nuestra cuando desaparezca de
nosotros el mal que comenzó por nosotros y se aumente y perfeccione nuestro bien hasta el remate
de una felicísima incorrupción e inmortalidad? Vivimos ahora en esta mortalidad y corrupción, y el
cuerpo corruptible abruma al alma 74. Como dice el Apóstol, muerto está el cuerpo por el pecado 75.
Y, sin embargo, da el Señor de nuestra carne, es decir, de nuestra parte ínfima y terrena, un
testimonio como el que antes cité: Nadie tuvo jamás odio a su cuerpo. Y añade a continuación: sino
que lo alimenta y cuida como Cristo a la Iglesia 76.

CAPÍTULO IX: San Pablo niega la maldad sustancial de la naturaleza

22. ¿Cuál será, no digo la equivocación, sino la aberración de los maniqueos, cuando asignan nuestra
carne a no sé qué fabulosa gente de las tinieblas, afirmando que esa gente tuvo sin principio
naturaleza mala? ¿No exhorta el Doctor veraz a los varones para que amen a sus mujeres como a su
propia carne, presentándoles con ese fin el ejemplo de Cristo y de su Iglesia? Vamos a citar entero el
texto de la epístola paulina, que viene harto oportuno: varones, amad a vuestras mujeres como Cristo
amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola por el baño del agua y la palabra; y
consagrarla para presentar una Iglesia gloriosa sin mancha ni arruga o cosa semejante, sino santa e
irreprochable. Así tienen los maridos que amar a sus mujeres como a su cuerpo. Quien ama a su
mujer, a sí mismo se ama 77. Después añade lo que antes cité: porque nadie tuvo jamás odio a su
cuerpo, sino que lo alimenta y cuida como Cristo a la Iglesia 78.

¿Qué dice a esto la demencia de esa tan torpe impiedad? ¿Qué decís a esto, maniqueos? Tratáis de
imponernos, en nombre de los escritos apostólicos, dos naturalezas sin principio, una del bien y otra
del mal, y entre tanto no queréis escuchar esos escritos apostólicos, que os apartarían de vuestro
sacrilegio inmoral. Vosotros leéis: la carne apetece contra el espíritu 79. Y también: no habita el bien
en mi carne 80. Pues leed asimismo: nadie tuvo jamás odio a su cuerpo, sino que lo alimenta y cuida
como Cristo a su Iglesia 81. Vosotros leéis: veo otra ley en mis miembros, que se opone a la ley de mi
mente 82. Pues leed asimismo: del mismo modo que Cristo amó a su Iglesia, así los maridos tienen
que amar a sus mujeres como a su cuerpo 83. No seáis embaucadores en los primeros testimonios, ni
falsos en los segundos, y seréis correctos en ambos. Porque, si interpretáis los segundos en su
dignidad, os esforzaréis por entender los primeros en su verdad.

Bondad de la naturaleza humana en San Pablo

23. A tres linajes de unión se refirió el Apóstol: Cristo y la Iglesia, marido y mujer, espíritu y carne. Los
primeros miembros de estas uniones miran por los segundos, los segundos sirven a los primeros.
Todos ellos son buenos; mantienen la hermosura del orden, tanto los primeros, que presiden con
excelencia, como los segundos, que se someten con decencia. Para saber cómo han de comportarse
mutuamente el varón y la mujer reciben un precepto y un ejemplo. El precepto es: someteos... las
mujeres a los maridos como al Señor, ya que el marido es cabeza de la mujer 84. Y también: varones,
amad a vuestras mujeres. A las mujeres les presenta el ejemplo de la Iglesia, a los varones el de Cristo,
diciendo: como la Iglesia se somete a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. De igual modo,
después de intimar a los varones el precepto de amar a sus mujeres, les presenta el ejemplo: como
Cristo amó a la Iglesia 85. Pero a los varones les presenta el ejemplo también de una cosa inferior, y
no solo el de una cosa superior como es Dios. No les dice tan solo: varones, amad a vuestras mujeres
como Cristo amó a la Iglesia, que es un ejemplo superior, sino que añade: los maridos tienen que amar
a sus mujeres como a su cuerpo 86, que es un ejemplo inferior. Porque buenos son tanto el superior
como el inferior. No se le cita a la mujer el ejemplo de la carne o cuerpo para que se someta a su
marido como la carne al espíritu. Quizá quiere el Apóstol que se sobrentienda, aunque no lo citó. O
quizá no quiso presentar a la mujer ese ejemplo de sujeción porque, en la mortalidad y dolencia de la
presente vida, la carne apetece contra el espíritu. Se lo citó a los varones porque, aunque el espíritu
apetece contra la carne, lo hace mirando por el bien de la carne; por el contrario, la carne que apetece
contra el espíritu, con su oposición no mira por el espíritu, ni siquiera por sí misma. No miraría por el
bien de la carne el espíritu bueno, ya cuando nutre y vigoriza la naturaleza carnal por la providencia,
ya cuando resiste a sus vicios por la continencia, si no patentizasen ambas sustancias a su Causa divina
con el decoro de su correspondiente disciplina. ¿Por qué, auténticos dementes, os vendéis por
cristianos? Lucháis sin tino contra las Escrituras cristianas, con los ojos cerrados o más bien apagados,
afirmando que Cristo apareció a los mortales en una carne falsa; que la Iglesia pertenece a Cristo en
cuanto al alma, y al diablo en cuanto al cuerpo; que el sexo masculino y el femenino son obra de
Satanás y no del Omnipotente, y que la carne se une al espíritu como una sustancia pésima se une a
otra excelente.

CAPÍTULO X: Contradicciones del dualismo maniqueo

24. Si os parece que no son decisivos los textos de los escritos paulinos que acabo de citar, escuchad
aún otros, si es que tenéis oídos. ¿Qué es lo que dice el loco de Manés acerca de la carne de Cristo?
Que no era verdadera, sino falsa. ¿Y qué dice a eso el bienaventurado Apóstol? Recuerda que
Jesucristo resucitó de entre los muertos y pertenece al linaje de David, según mi evangelio 87. Y el
mismo Cristo dijo: tocad y ved; un fantasma no tiene carne y huesos, como veis que yo tengo 88.
¿Cómo ha de haber en esa doctrina maniquea verdad, cuando afirma que en la carne de Cristo había
falsedad? ¿Cómo no iba Cristo a merecer censura si hubiese habido en Él tal impostura? Para esos
hombres demasiado puros es un mal la carne verdadera y no es un bien el dar la carne falsa por
verdadera; es un mal la carne verdadera de Cristo cuando nació del linaje de David, y, en cambio, no
sería un mal la lengua embustera de Cristo cuando dice: tocad y ved; un fantasma no tiene carne y
huesos, como veis que yo tengo.

¿Y qué dice acerca de la Iglesia el seductor de los hombres en ese mortífero error? Afirma que por
parte de las almas pertenece a Cristo, pero que pertenece al diablo por parte de los cuerpos. ¿Y qué
dice a eso el Doctor de las gentes en la fe y en la verdad? Afirma: ¿No sabéis que vuestros cuerpos son
miembros de Cristo? 89 ¿Qué dice acerca del sexo masculino y femenino el hijo de la perdición?
Afirma que ambos sexos no proceden de Dios, sino del diablo. ¿Y qué dice a eso el Vaso de elección?
Afirma: si la mujer procede del varón, también el varón nace de la mujer y ambos proceden de Dios
90. ¿Qué dice acerca de la carne, por medio de Manés, el espíritu inmundo? Afirma que es sustancia
mala, creada no por Dios, sino por el enemigo. ¿Y qué dice a eso, por medio de Pablo, el Espíritu
Santo? Afirma: como el cuerpo es uno y tiene muchos miembros, y, a pesar de ser muchos los
miembros del cuerpo, éste es uno, del mismo modo Cristo 91. Y poco después añade: colocó Dios los
miembros a cada uno de ellos en el cuerpo según le plugo 92. Y luego: Dios organizó el cuerpo dando
más honor al que carece de él, de modo que no hubiera fisuras en el cuerpo, sino que y todos los
miembros se interesaran recíprocamente unos por otros; si un miembro sufre, sufren con él todos los
miembros; si un miembro es glorificado, se congratulan todos los miembros 93.

¿Cómo ha de ser mala la carne, cuando se amonesta a las mismas almas a que imiten la paz que
guarda ella en sus miembros? ¿Cómo ha de ser obra del enemigo, cuando las mismas almas, que rigen
los cuerpos, han de imitar a los miembros del cuerpo para no permitir divisiones entre ellas, cuando
tienen que desear tener por gracia lo que Dios estableció en el cuerpo por naturaleza? Con razón
escribía Pablo a los Romanos: os exhorto, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis
vuestros cuerpos como sacrificio vivo, santo, agradable a Dios 94. En vano diríamos que las tinieblas
no son la luz, ni la luz es tiniebla, si en estos cuerpos, procediendo de las tinieblas, presentamos un
sacrificio vivo, santo y agradable a la divina Majestad.

CAPÍTULO XI: La Iglesia, pueblo de Dios, anhela el fin de sus debilidades

25. Pero dirán: ¿Dónde está la semejanza para comparar la carne con la Iglesia? ¿Acaso la Iglesia
apetece contra Cristo, habiendo dicho el Apóstol: la Iglesia está sometida a Cristo? 95 En efecto, la
Iglesia está sometida a Cristo. Por eso apetece el espíritu contra la carne, para que la Iglesia se someta
a Cristo plenamente. Solo que también la carne apetece contra el espíritu, porque la Iglesia no ha
recibido aún la paz perfecta que se le prometió. Por eso, la Iglesia está sometida a Cristo con garantías
de convalecencia, mientras la carne apetece contra el espíritu por debilidades de la dolencia.
Miembros de la Iglesia eran esos miembros a quienes se dijo: proceded según el espíritu y no ejecutéis
las concupiscencias de la carne. Porque la carne apetece contra el espíritu, y el espíritu contra la
carne. Y son tan opuestos que no hacéis lo que queréis 96. Esto le decían a la Iglesia. Si no hubiera
estado sometida a Cristo, no hubiese apetecido el espíritu contra la carne mediante la continencia, ya
que gracias a eso podía abstenerse de consumar la concupiscencia de la carne. Ahora, mientras la
carne apetecía contra el espíritu, no podía lograr lo que quería, es decir, no podía carecer de las
concupiscencias carnales.

Además, ¿por qué no habíamos de confesar que la Iglesia está sometida a Cristo en los hombres
espirituales, mientras que apetece todavía contra Cristo en los carnales? ¿Acaso no apetecían contra
Cristo aquellos a quienes se preguntaba: Se ha dividido Cristo? 97 Y también: No pude hablaros como
a espirituales, sino como a carnales. Como a párvulos en Cristo os di a beber leche, no comida, porque
no podíais soportarla, ni aun ahora podéis, porque aún sois carnales. ¿Es que no sois carnales
habiendo entre vosotros celos y disensiones? 98 ¿Contra quién apetecen los celos y las disensiones
sino contra Cristo? Estas concupiscencias carnales, Cristo en los suyos las sana, pero en nadie las ama.
Por eso, mientras haya en la Iglesia miembros tales, ella es santa, pero no está aún sin mancha ni
arruga.

Tengamos en cuenta, además, aquellos pecados por los que cada día clama toda la Iglesia: perdona
nuestras ofensas 99. Ni siquiera los espirituales carecen de ellas. Para que no nos hagamos ilusiones,
dijo, no uno cualquiera de los carnales, ni cualquiera de los espirituales, sino aquel que sobre el pecho
de Cristo descansó y a quien con preferencia a todos Él amó 100: si decimos que carecemos de
pecado, nos engañamos a nosotros mismos y no habita en nosotros la verdad 101. En todo pecado,
más en el mayor, menos en el menor, hay una apetencia contra la justicia. Y de Cristo está escrito:
Dios le hizo para nosotros sabiduría y justicia, santificación y redención 102. Luego en todo pecado se
apetece contra Cristo.

Mas cuando el que cura todas nuestras dolencias 103 haya otorgado a su Iglesia la prometida curación
de la nuestra, no habrá ni la más pequeña mancha ni arruga en ninguno de sus miembros. Entonces
no apetecerá en modo alguno la carne contra el espíritu y el espíritu no tendrá ya motivos para
apetecer contra la carne. Entonces acabarán los lamentos y habrá suma concordia entre ambos
elementos. Desaparecerá lo carnal, hasta el punto de que la misma carne se denominará espiritual.
Esto que ahora ejecuta con su carne todo el que vive según Cristo, apeteciendo contra las malas
apetencias de ella, conteniéndola para sanarla, pues no la tiene sana, nutriendo y vigorizando, sin
embargo, su naturaleza buena, ya que nadie tuvo jamás odio a su carne 104, todo eso lo ejecuta Cristo
con la Iglesia, en cuanto cabe comparar las cosas pequeñas con las grandes. La contiene con sus
sanciones para que no se extravíe engreída con la impunidad; la reanima con sus consolaciones para
que no sucumba abrumada por su debilidad. Por eso dice el Apóstol: Si nos examinamos nosotros
mismos, no nos aplicaríamos el juicio; y si nos juzga el Señor es que nos escarmienta para no
condenarnos con este mundo 105; y el salmo dice: según la muchedumbre de dolores de mi corazón,
tus consolaciones alegraron mi alma 106. Cuando la Iglesia de Cristo retenga sin temor la seguridad
inalterable, entonces hay que esperar para nuestra carne sin oposición la salud inquebrantable.

CAPÍTULO XII: Falsa continencia de maniqueos y herejes

26. Baste esta defensa de la verdadera continencia contra los maniqueos, falsos continentes. No vayan
a creer que la fatiga fructífera y gloriosa de la continencia es tortura hostil y no castigo saludable de
esta ínfima parte nuestra, es decir, del cuerpo; cuando lo desviamos y apartamos de las ilícitas y
desordenadas complacencias. El cuerpo es extraño, sin duda, a la naturaleza del alma, pero no es
extraño a la naturaleza del hombre. No entra el cuerpo en la composición del alma, pero el hombre
consta de alma y cuerpo, y cuando Dios nos redime, al hombre entero redime. El Salvador al hombre
entero asumió, dignándose redimir en nosotros la totalidad que Él formó. ¿Qué aprovecha a los que
se oponen a esta verdad el reprimir su liviandad? Eso suponiendo que los maniqueos la repriman.
Siendo impura su continencia, ¿qué podrán purificar con ella? Ni siquiera hemos de llamarla
continencia, ya que el pensar lo que ellos piensan es un virus diabólico, mientras que la continencia es
un don divino. No todo el que padece algo o tolera bravamente cualesquiera desastres posee esa
virtud que llamamos paciencia y que es también un don de Dios; hay quien soporta interminables
torturas para no denunciarse a sí mismo o a sus cómplices en el crimen; otros, para satisfacer fogosas
concupiscencias, para obtener o no perder aquellos objetos a los que están encadenados con el lazo
de un ruin amor; otros, por múltiples y fatídicos errores en los que viven aprisionados. Líbrenos Dios
que estos tales tengan una paciencia auténtica. Pues del mismo modo, no todo el que se contiene,
aunque contenga ferozmente las concupiscencias de la carne y del alma, posee esa continencia de
cuya utilidad y belleza vengo hablando. Puede parecer paradójico, pero es cierto; hay quienes se
contienen por incontinencia. Pongo por ejemplo una mujer que se contiene del comercio carnal con
su marido porque se lo tiene jurado al adúltero. Otros se contienen por injusticia. Pongo por ejemplo
la mujer que niega el débito conyugal a su marido porque ella puede prescindir con facilidad de ese
apetito del cuerpo; y digo lo mismo del varón. Asimismo, hay quienes se contienen seducidos por una
fe falsa, porque esperan y pretenden vanidades: ahí tenemos a los herejes y a todos los que bajo el
nombre de religión son burlados por alguna aberración. Su continencia sería verdadera cuando fuese
verdadera su fe. Pero es el caso que no puede ni denominarse fe la que es falsa; por tanto, su
continencia es indigna de tal nombre. ¿O es que vamos a identificar el pecado con la continencia, de la
que dijimos con verdad que es un don de Dios? Lejos de nuestro corazón tan detestable locura. Y, sin
embargo, dice el bienaventurado Apóstol: todo lo que no brota de la fe es pecado 107. No hemos,
pues, de llamarla continencia cuando carece de la fe.

La continencia conyugal, moderadora de la concupiscencia


27. No faltan quienes sirven descaradamente a los espíritus malignos. Se abstienen de ciertos placeres
corporales para satisfacer, valiéndose de los espíritus, otras apetencias nefandas, cuyo impulso y
ardor no reprimen. Voy a sugerir algo, aunque callaré lo demás por no alargar la exposición. Hay
quienes no tocan a sus mujeres propias porque, simulando purificarse mediante artes mágicas,
pretenden alcanzar mujeres ajenas. ¡Oh admirable continencia, o mejor, oh perversidad y torpeza
singular! Si fuese verdadera la continencia, mejor haría apartándose del adulterio que del deber
conyugal para cometer el adulterio. La continencia conyugal suele dar alguna satisfacción a la
concupiscencia carnal, pero puede frenarla y limitarla de modo que no se dé, ni aun dentro del
matrimonio, una inmoderada licencia. Se guarda la moderación que conviene a la fragilidad del
cónyuge, ya que el Apóstol lo permite, aunque no lo exige 108, o bien la que conviene a la procreación
de los hijos, causa única de la unión carnal permitida a los antiguos patriarcas. La continencia modera,
pues, y limita, en cierto modo, en los cónyuges la concupiscencia, ordenando, dentro de un cierto
reglamento, su inquieto y desordenado movimiento. Cuando eso hace, utiliza bien el mal del hombre
para hacer buena y perfecta a la persona. También Dios utiliza a los malos por razón de los buenos, a
quienes perfecciona.

CAPÍTULO XIII: Ámbito de continencia en cuerpo y espíritu

28. De la continencia dice la Escritura: pertenece a la sabiduría conocer cúyo es este don 109. Pero no
digamos que la poseen los que al contenerse rinden pleitesía al error o dominan algunos apetitos
menguados para satisfacer otros por cuya violencia se sienten dominados. La continencia verdadera
que viene de lo alto no trata de sojuzgar unos con otros males, sino de curar males con bienes.
Podemos resumir así su actividad: la función de la continencia es procurar reprimir y sanar los gozos
de la concupiscencia cuando se oponen al deleite de la sabiduría. Por lo tanto, reducen su misión con
exceso los que le reservan únicamente las apetencias corporales. Mucho mejor definen la continencia
los que, no mencionando el cuerpo, le asignan en general el gobierno de la concupiscencia o libido.
Porque este vicio de la concupiscencia no es de solo el cuerpo, sino también del alma. Descubrimos la
concupiscencia corporal en la fornicación y en la embriaguez; pero ¿acaso son placeres carnales, y no
más bien movimientos y perturbaciones espirituales las enemistades, riñas, celos y animosidades? 110

El Apóstol llamó obras de la carne a todos estos vicios, ya pertenezcan propiamente al alma, ya a la
carne, porque dio el nombre de carne al hombre entero. Aquí se oponen las obras del hombre a las de
Dios. Porque el hombre que las ejecuta y cuando las ejecuta vive según él mismo y no según Dios. Es
que hay otras obras del hombre que más bien merecen el nombre de obras de Dios. Así dijo el
Apóstol: porque Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar según la buena voluntad 111. Y
también: cuantos se dejan llevar del espíritu de Dios, son hijos de Dios 112.

Continencia necesaria de los renacidos en Cristo

29. Cuando el espíritu del hombre se une al de Dios, apetece contra la carne, es decir, contra sí
mismo. Pero apetece también en favor de sí mismo, ya que esos movimientos carnales o espirituales,
que son según el hombre y no son según Dios, y que subsisten por la contraída dolencia, son
reprimidos para conseguir la salud por la continencia. Así el hombre que no vive según el hombre
puede repetir: vivo, pero no yo, sino que Cristo vive en mí 113. Donde no vivo, allí vivo más feliz. Y así,
cuando surge el movimiento réprobo según el hombre, el que resiste, porque sirve con su
pensamiento a la ley de Dios, puede decir: ya no lo produzco yo 114. A estos tales se dirigen aquellas
palabras que nosotros debemos escuchar como compañeros y partícipes: si habéis resucitado con
Cristo, buscad las cosas de arriba, en donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; gustad las cosas
de arriba, no las de la tierra. Porque muertos estáis y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios.
Cuando apareciere Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis con Él en la gloria 115.
Entendamos a quienes se dirige, escuchemos con mayor atención. ¿Habrá cosa más diáfana y segura?
Se dirige, sin duda, a los que habían resucitado con Cristo, no aún en la carne, pero sí en la mente. Los
llamó muertos, y por eso mismo más vivos, pues dice: vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. De
tales muertos procedía aquella voz: vivo, pero no yo, sino que Cristo vive en mí. Su vida estaba oculta
en Dios, y se les amonestó para que mortificasen sus miembros, que estaban sobre la tierra. Por eso
sigue: mortificad vuestros miembros terrenales. Y para que nadie demasiado torpe creyera que tienen
que mortificar estos miembros visibles del cuerpo, aclaró a continuación: la fornicación, impureza,
pasión, concupiscencia mala y avaricia, que es una especie de idolatría 116. ¿Acaso hemos de pensar
que esos tales, que ya estaban muertos, cuya vida estaba oculta con Cristo en Dios, fornicaban aún,
vivían aún en obras y costumbres inmundas, servían aún a las perturbaciones de la mala
concupiscencia y de la avaricia? Tan solo un loco puede atribuirles tales vicios. Pues ¿qué es lo que
han de mortificar con esa actividad de la continencia sino los movimientos mismos que viven cuando
nos solicitan, aunque el consentimiento mental no lo demos, aunque con el cuerpo nada ejecutemos?
¿Y cuándo los mortificamos por obra de la continencia? Cuando rehusamos ese consentimiento
mental, cuando no les ofrecemos como instrumento el órgano corporal. Y esto hemos de procurar con
mayor celo de la continencia; cuando nos apartamos para que no se deleite en el pecado nuestro
pensamiento y lo empleamos con mayor deleite en algún espiritual entretenimiento, aunque nos
resintamos del toque y solicitación del movimiento malo. Para eso los menciona el Apóstol en sus
escritos, para que no habitemos en ellos, sino que huyamos de ellos. Y ello se logra si escuchamos con
eficacia lo que Dios nos intima por su Apóstol: buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a
la diestra de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra 117.

CAPÍTULO XIV: Las obras de continencia, refrendo de la fe verdadera

30. Después de citar esos vicios, dice [Pablo] a continuación: por ellos viene la ira de Dios sobre los
hijos de la infidelidad 118. Infunde un temor saludable para que los fieles no piensen que pueden
salvarse por sola su fe aunque vivan dentro de los vivos. El apóstol Santiago clama contra ese modo de
sentir, y abiertamente reclama: Si alguien dice que tiene fe y no tiene obras, ¿acaso la fe podrá
salvarle? 119 Por esa razón dice aquí el Doctor de las gentes que la ira de Dios viene sobre la ira de la
infidelidad por causa de los vicios. Al añadir: así procedíais también vosotros mientras vivíais de ese
modo 120, indica con harta claridad que ya no vivían en tales vicios. En efecto, estaban muertos, y su
vida estaba oculta con Cristo en Dios. Ya no vivían en ellos, y se les manda que los mortifiquen. No
vivían en ellos los vicios, pero vivían en ellos los movimientos de los vicios, como antes mostré. Y
denomina miembros a esos vicios que habitaban en sus miembros. Es usual el nombrar el contenido
por el continente, y así se dice: "Toda la plaza habla de eso", es decir, la gente que está en la plaza. Por
ese modo de hablar canta el salmo: que te adore toda la tierra 121, es decir, todos lo que están en la
tierra.

El cristiano no exento de la ley de continencia

31. Dice Pablo: renunciad ahora también vosotros a todos [los vicios] 122. Y menciona muchos de
tales vicios. Pero ¿por qué no le basta decir: renunciad a todos ellos, sino que añade: también
vosotros? Para que no pensaran que podían tener los vicios y vivir impunemente en ellos, imaginando
que su fe había de librarlos de la ira, ya que esa ira viene sobre los hijos de la infidelidad cuando
tienen esos vicios y sin fe en ellos viven. Dijo pues: renunciad también vosotros a esos vicios, por los
que viene la ira de Dios sobre los hijos de la infidelidad, y no os prometáis la impunidad de los mismos
por ningún mérito de vuestra fe. Ya habían renunciado a tales vicios en cuanto que ni daban su
consentimiento ni ofrecían sus miembros como instrumento de pecado. Y, sin embargo, les intima:
renunciad. Es que la vida de los cristianos, mientras somos mortales, así es y en esa actividad se
emplea. Mientras el espíritu apetece contra la carne, toda la preocupación se encamina a la tarea de
resistir a los deleites pecaminosos, las concupiscencias torpes, los movimientos carnales y bajos con la
hermosura de la justicia, con el amor de la castidad, con la fortaleza espiritual y con los atractivos de la
continencia. Así renuncian a los vicios los que están muertos a ellos, los que no viven en ellos, porque
no prestan su consentimiento. Así renuncian, repito, mientras los reprimen sin cesar, para que no
resuciten, con una perseverante continencia. En cuanto alguien se sienta seguro y cese en la renuncia
con optimismo prematuro, los vicios asaltarán la fortaleza de la mente y arrojarán de la fortaleza a la
continencia. La reducirán a servidumbre y la mantendrán en desordenado cautiverio. Entonces reinará
el pecado en el cuerpo mortal del pecador, porque éste se someterá al deseo del vencedor y
entregará sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad 123, y lo nuevo será peor que lo
viejo 124. En efecto, más tolerable es no comenzar el certamen represivo que abandonarlo para
convertir al luchador y aun al vencedor en cautivo. Por eso no dice el Señor: el que comenzare, sino: el
que perseverare hasta el fin, será salvo 125.

Exhortación conclusiva a la humildad

32. Pero demos gloria a quien nos regala la continencia, tanto cuando luchamos con bravura para no
ser derrotados en la jornada como cuando vencemos con una facilidad agradable e inesperada.
Recordemos a cierto justo que dijo en su optimismo: no seré derrocado jamás 126. Se le demostró
cuán temerario era atribuir a su desvelo la seguridad que le venía del cielo. Por él mismo lo sabemos,
pues a continuación nos confesó: Señor, en tu voluntad fortaleciste mi belleza. Pero apartaste tu
rostro y perdí la cabeza 127. Le abandonó un tanto por su providencia el que le inspiraba para que por
su soberbia perniciosa no abandonase él a quien le gobernaba. Acá peleamos con nuestros vicios para
sojuzgar y menoscabar su hueste. Allá, al fin de todo, careceremos de enemigo, porque no vendrá con
nosotros ninguna peste. Y acá y allá esto pretende de nosotros el Salvador: quien se gloríe, gloríese en
el Señor 128.

LA SANTA VIRGINIDAD
Traductor: Pío de Luis, OSA

CAPÍTULO I: Prólogo

1. Hace poco di a la luz pública una obra titulada La bondad del matrimonio. Como en ésta, también
en ella aconsejé y exhorté a los hombres y mujeres que han abrazado la virginidad por Cristo a no
despreciar, comparándolos con la excelencia del don mayor que ellos han recibido de Dios, a quienes
en el pueblo de Dios han optado por la paternidad y maternidad. Y, a fin de que no se enorgullezcan
en su condición de acebuche injertado, tampoco han de despreciar a aquellos a los que el Apóstol
encarece porque son el olivo 1. Dado que ellos servían a Cristo, (entonces) aún futuro, también
mediante la procreación de hijos, no los han de considerar inferiores en mérito porque, conforme al
derecho divino, la continencia se anteponga al matrimonio y la virginidad consagrada a la vida
conyugal. En ellos, en efecto, se preparaban y alumbraban realidades futuras que ahora vemos
cumplirse de forma maravillosa y eficaz. De tales realidades fue anuncio profético incluso su vida
conyugal. Tal es la razón por la que, no en conformidad con los acostumbrados deseos y gozos
humanos, sino según un muy arcano plan de Dios, en algunos de ellos fue digna de ser honrada la
fecundidad y en otros hasta mereció volverse fecunda su esterilidad. Por otra parte, a quienes en el
tiempo presente se dijo: Si no pueden guardar la continencia, cásense 2, se les ha de consolar más que
exhortar. En cambio, a quienes se dijo: Quien pueda abrazarla, que la abrace 3, hay que exhortarles a
que no tengan miedo e infundirles temor para que no se enorgullezcan. Así pues, no sólo hay que
ensalzar la virginidad para estimular el amor a ella; también hay que ponerla sobre aviso para que no
se envanezca.

CAPÍTULO II: La Iglesia, virgen y madre como María

2. Lo uno y lo otro me he propuesto hacer en este tratado. Que me ayude Cristo, hijo de virgen y
esposo de vírgenes, nacido físicamente de seno virginal y unido espiritualmente en desposorio
virginal. Si, según palabras del Apóstol 4, también la Iglesia es, en su totalidad, virgen desposada con
un único varón, Cristo, ¡de cuánto honor son dignos aquellos miembros suyos que guardan hasta en la
carne lo que guarda en la fe toda ella, imitando a la madre de su esposo y señor! En efecto, también la
Iglesia es virgen y madre. Pues, si no es virgen, ¿de quién es la integridad por la que miramos? O, si no
es madre, ¿de quién son hijos aquellos a los que hablamos? María dio a luz corporalmente a la cabeza
de este cuerpo, la Iglesia da a luz espiritualmente a los miembros de esa cabeza. En ninguna de las dos
la virginidad impide la fecundidad; ni en una ni en otra la fecundidad aja la virginidad. Por tanto,
considerando que la Iglesia entera es santa en el cuerpo y en el espíritu, pero no toda ella es virgen en
el cuerpo, aunque sí en el espíritu, ¡cuánto más santa será en aquellos miembros en que es virgen en
el cuerpo y en el espíritu!

CAPÍTULO III: Dos tipos de parentesco

3. Consta en el evangelio que, cuando anunciaron a Jesús que su madre y hermanos, es decir, sus
parientes de sangre, le esperaban fuera porque no podían acercarse a él a causa de la muchedumbre,
él replicó: ¿Quién es mi madre o quiénes son mis hermanos? Extendiendo la mano sobre sus
discípulos, dijo: Estos son mis hermanos; y todo el que cumple la voluntad de mi padre es mi
hermano, madre y hermana 5. Con estas palabras nos enseña a anteponer nuestro parentesco
espiritual al carnal. Nos enseña, además, que los hombres no hallan su felicidad en estar
emparentados mediante lazos de consanguinidad con justos y santos, sino en adherirse, mediante la
obediencia e imitación, a la enseñanza y modo de vida de Jesús. Así pues, María fue más dichosa por
aceptar la fe en Cristo que por concebir la humanidad de Cristo. En efecto, a alguien que gritó:
Bienaventurado el seno que te llevó, él replicó: Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra
de Dios y la cumplen 6. Por último, ¿qué provecho obtuvieron del parentesco sus hermanos, esto es,
sus parientes de sangre, que rehusaron creer en él? De idéntica manera, de ningún provecho le
hubiese sido a María su condición de Madre si no se hubiese sentido más feliz por llevar a Cristo en su
corazón que por llevarlo en su cuerpo.

CAPÍTULO IV: La virginidad de María, una opción libre por amor

4. Una circunstancia hace más grata y apreciable esta misma virginidad de María: una vez concebido,
Cristo podía sustraer a su madre al varón que pudiera ajar su virginidad que él quería que conservara;
pero, ya antes de su concepción, prefirió nacer de esa virginidad que ella había consagrado a Dios. Es
lo que indican las palabras con que María replicó al ángel que le anunciaba que estaba encinta: ¿Cómo
-dice- acontecerá eso, si no conozco varón 7? Palabras que ciertamente no hubiera pronunciado si no
hubiese consagrado con anterioridad su virginidad a Dios. Pero como los usos judíos aún rechazaban
esa práctica, fue desposada con un varón justo, quien, más que arrebatársela por la fuerza, había de
proteger contra los violentos la virginidad que ella ya había prometido con voto. Supongamos que solo
hubiese dicho: ¿cómo acontecerá eso?, sin añadir: pues no conozco varón. Ciertamente no hubiese
preguntado cómo una mujer iba a dar a luz al hijo que se le prometía si se hubiese casado pensando
en mantener relaciones sexuales. Cabía también la posibilidad de que se ordenara permanecer virgen
a la mujer en la que el Hijo de Dios, mediante el milagro adecuado, iba a recibir la condición servil.
Mas, como iba a constituirse en ejemplo para las santas vírgenes, a fin de evitar que alguien juzgase
que solo debía ser virgen la mujer que mereciese concebir un hijo incluso sin trato carnal, consagró a
Dios su virginidad aun antes de saber a quién iba a concebir. De esta manera hizo realidad en su
cuerpo mortal y terreno una reproducción de la vida celeste por decisión personal, no por imposición
de otro; porque el amor la llevó a esa opción, no porque su condición de esclava la obligase a ello. Así,
al nacer de una virgen que ya había determinado permanecer tal antes de saber quién iba a nacer de
ella, Cristo prefirió aprobar, antes que imponer, la santa virginidad. Y de ese modo quiso que la
virginidad fuese libre hasta en la mujer de la que tomó la condición de siervo.

CAPÍTULO V: El distinto parentesco con Cristo

5. No tienen, pues, motivo para contristarse las vírgenes de Dios porque, al profesar la virginidad, no
pueden ser madres en sentido físico. En efecto, solo la virginidad podía dar a luz decorosamente a
aquel a quien nadie se le podía asemejar en el modo de nacimiento. Con todo, el parto de aquella
única santa virgen es la honra de todas las santas vírgenes. También ellas son con María madres de
Cristo si cumplen la voluntad de su Padre. A esto se debe la mayor loa y dicha que aporta a María el
ser madre de Cristo, conforme a su declaración antes mencionada: Todo el que cumple la voluntad de
mi Padre que está en los cielos ese es mi hermano y hermana y madre 8. En estos términos muestra
todas las relaciones de parentesco espiritual que tiene en el pueblo que redimió: tiene por hermanos
y hermanas a los varones santos y a las mujeres santas porque participan con él de la herencia celeste.
Madre suya es la Iglesia entera, puesto que, por gracia de Dios, ella es la que evidentemente alumbra
a sus miembros, esto es, a los que creen en él. Asimismo, toda alma piadosa que hace la voluntad del
Padre es, gracias a la fecundísima caridad, madre suya en aquellos a los que con dolor va dando a luz
hasta que Cristo sea formado en ellos 9. Por consiguiente, María físicamente es solo madre de Cristo,
pero, al cumplir la voluntad del Padre, espiritualmente es, a la vez, hermana y madre.

CAPÍTULO VI: María y la Iglesia

6. Solo esa única mujer es madre y virgen a la vez no solo espiritual, sino también físicamente.
Espiritualmente no es madre de nuestra cabeza, el Salvador en persona, de quien más bien nació ella,
porque a todos los que creen en él, entre quienes está también ella, se les llama con razón hijos del
esposo 10; pero sí es madre de los miembros de Cristo, nosotros mismos, porque con su caridad
cooperó a que naciesen en la Iglesia los fieles que son los miembros de aquella cabeza. Físicamente,
en cambio, es madre de la cabeza misma. Convenía, pues, que nuestra cabeza, por un extraordinario
milagro, naciese de una mujer físicamente virgen, para significar que sus miembros habían de nacer
espiritualmente de la Iglesia virgen. Así pues, solo María fue espiritual y físicamente madre y virgen:
madre de Cristo y virgen de Cristo. En cambio, la Iglesia es, en cuanto al espíritu, plenamente madre
de Cristo, plenamente virgen de Cristo en los santos que han de poseer el reino de Dios. En cuanto al
cuerpo, sin embargo, no lo es en su totalidad, sino que en unos es virgen de Cristo y en otros es
madre, pero no de Cristo. Y, puesto que cumplen la voluntad del Padre, en cuanto al espíritu son
también madres de Cristo las mujeres bautizadas, tanto las casadas como las vírgenes consagradas a
Dios, en virtud de sus santas costumbres, de la caridad que brota de un corazón puro, de una
conciencia recta y de una fe no fingida 11. En cambio, las que en la vida conyugal dan a luz
físicamente, no dan a luz a Cristo, sino a Adán. Y como conocen qué es lo que han alumbrado, se
apresuran a convertir en miembros de Cristo a sus hijos, haciéndoles partícipes de los sacramentos.

CAPÍTULO VII: El matrimonio y la virginidad no son equiparables

7. He dicho esto para evitar que la fecundidad conyugal se atreva a rivalizar con la integridad virginal
y, con referencia a María, decir a las vírgenes consagradas: "Ella tuvo en su cuerpo dos cosas
honorables: la virginidad y la fecundidad, puesto que conservó su integridad y dio a luz. Pero como ni
vosotras ni nosotras hemos podido tener tal dicha en su plenitud, nos la hemos repartido, de modo
que vosotras sois vírgenes y nosotras madres. Que la virginidad que conserváis os consuele de la falta
de hijos y que la ganancia que ellos significan nos compense a nosotras la integridad perdida".

Esas palabras de las esposas cristianas a las vírgenes consagradas se podrían tolerar en cierto modo si,
al dar a luz físicamente, los hijos naciesen ya cristianos. En este caso, dejando de lado su virginidad, la
fecundidad carnal de María solo aventajaría a la de las mujeres santas en el hecho de que ella procreó
a la cabeza de estos miembros; ellas, en cambio, a los miembros de esa cabeza. Pero, aunque quienes
así rivalizan se casen y se unan a sus maridos con el único objetivo de tener hijos y, respecto de ellos,
no piensen más que en lograrlos para Cristo y lo hagan lo más pronto que les sea posible, lo cierto es
que de su carne no nacen cristianos. Cristianos se hacen después, cuando los alumbra la Iglesia en su
condición de madre espiritual de los miembros de Cristo, de quien es, espiritualmente también,
virgen. Parto santo al que cooperan asimismo las madres que no dieron a luz en el cuerpo a sus hijos
ya cristianos, para que lleguen a ser lo que saben que no pudieron dar a luz físicamente. Cooperan, sin
embargo, mediante lo que las hace a ellas también vírgenes y madres de Cristo, esto es, la fe que obra
por la caridad 12.
CAPÍTULO VIII: Qué otorga valor a la virginidad

8. No hay, pues, fecundidad física alguna que pueda compararse con la virginidad también física.
Tampoco ésta es objeto de honra por ser virginidad, sino por estar consagrada a Dios. Aunque se
practique en la carne, la guarda la piedad y devoción del espíritu. Por este motivo es espiritual incluso
la virginidad física que promete y guarda la continencia por motivos de piedad. Como nadie hace un
uso impuro de su cuerpo si el espíritu no ha concebido antes la maldad, así tampoco nadie guarda la
pureza en su cuerpo si no ha albergado antes en su espíritu la castidad. Aunque la pureza conyugal se
practica en la carne, no se le atribuye a la carne, sino al espíritu, pues, presidiendo y gobernando él, la
carne misma no se une a nadie que no sea el propio cónyuge. Si esto es así, ¡cuánto más y con cuánta
mayor honra no habrá que computar entre los bienes del espíritu aquella continencia por la que se
ofrece, consagra y conserva la integridad de la carne al creador del espíritu y de la carne!

CAPÍTULO IX: La fecundidad física de la esposa no compensa la virginidad perdida

9. Las mujeres que en el momento presente no buscan en el matrimonio otra cosa que hijos para
hacerlos siervos de Cristo, no deben pensar que la fecundidad física es compensación suficiente por la
virginidad perdida. En los tiempos antiguos -es cierto-, cuando aún había de venir en la carne, Cristo
tuvo necesidad de una estirpe carnal en determinado pueblo grande y profético. Pero ahora, cuando
ya es posible congregar miembros de Cristo de toda raza humana y de todos los pueblos para
constituir el pueblo de Dios y la ciudad del reino de los cielos, el que pueda abrazar la virginidad
consagrada, que la abrace 13, y cásese solo la que no puede vivir en continencia 14. ¿No es así?
Imaginad que una mujer rica asignara una elevada cantidad de dinero a la buena obra de rescatar
esclavos de diversos países para hacerlos cristianos. ¿No procurará engendrar miembros de Cristo en
mayor número del que le permite la fecundidad de su seno, sea la que sea? Y, con todo, ni aun así
osará comparar su dinero con el don de la virginidad consagrada. Pero si la fecundidad de la carne,
unida al propósito de hacer cristianos a los hijos que nazcan, compensase adecuadamente por la
pérdida de la virginidad, sería negocio más fructífero vender la virginidad a buen precio y con ella
comprar, para hacerlos cristianos, muchos más niños de los que pueden nacer del seno de una mujer,
por grande que sea su fecundidad.

CAPÍTULO X: Aunque del matrimonio nazcan vírgenes...

Esa propuesta es sumamente necia. Por tanto, posean las esposas cristianas el bien que les es propio -
sobre el que escribí en otro libro cuanto me pareció procedente- y, según su habitual y rectísimo
proceder, honren aún más el bien superior de las vírgenes consagradas, de que me ocupo en la
presente obra.

10. Tampoco deben los cónyuges compararse en méritos a los continentes por el hecho de que las
vírgenes nazcan de ellos. Pues eso no es un bien del matrimonio, sino de la naturaleza. Naturaleza que
Dios ordenó de tal modo que, de cualquier unión de hombre y mujer, tanto si es conforme al orden y
a la honestidad como si es torpe e ilícita, toda mujer nace virgen, pero ninguna nace virgen
consagrada. Tan es así que hasta de un estupro nace una virgen, pero una virgen consagrada no nace
ni siquiera del matrimonio.

CAPÍTULO XI: Lo que da valor a la virginidad no es fruto del matrimonio

11. Lo que nosotros celebramos en las vírgenes no es tampoco el que sean vírgenes sin más, sino el
que sean vírgenes consagradas a Dios a través de una continencia que nace de la piedad. Pues -y no
creo pecar de temerario- me parece más dichosa la mujer casada que la soltera que piensa casarse,
pues aquélla posee ya lo que ésta todavía desea, sobre todo si aún no está siquiera prometida a nadie.
La casada se preocupa de agradar al único varón al que ha sido entregada; la soltera se esfuerza por
agradar a muchos, al no saber a quién será dada como esposa. El hecho de no buscar entre esos
muchos hombres un adúltero sino un marido es lo que salvaguarda ante la muchedumbre la pureza de
su pensamiento.

Hay un tipo de virgen que justamente hay que anteponer a la mujer casada. Es aquella que no se
exhibe ante la multitud de hombres buscando entre ellos uno que la ame, ni se acicala para él una vez
que lo ha hallado, poniendo su mente en cosas mundanas, esto es, en cómo agradar al marido 15; es
aquella que de tal manera se ha enamorado del más bello de los hijos de los hombres 16 que, al no
poder concebirlo en su carne como María, tras haberlo concebido en su corazón, le reservó la
integridad de su cuerpo.

CAPÍTULO XII: La Iglesia, madre de las vírgenes

Esta clase de vírgenes no es fruto de ninguna fecundidad física, ni es descendencia de la carne y de la


sangre. Si se busca a su madre, es la Iglesia. Solo engendra vírgenes consagradas la Virgen consagrada
que ha sido desposada al único varón para ser presentada inmaculada a Cristo 17. De ella, que no es
enteramente virgen en el cuerpo, pero sí en el espíritu, nacen las vírgenes santas en el cuerpo y en el
espíritu.

Comparación entre el bien del matrimonio y el de la virginidad

12. Posean los cónyuges su bien específico. Un bien que no consiste simplemente en procrear hijos,
sino en procrearlos honesta, legítima y castamente y en conformidad con el ordenamiento social, y en
darles, una vez procreados, una educación unitaria, mirando por su salvación y sin desistir nunca de
dicha tarea en guardar la fidelidad del lecho, y en no violar el sacramento del matrimonio.

CAPÍTULO XIII: Virginidad y escatología

Con todo, cuanto he indicado son tareas que se quedan en el ámbito de lo humano; en cambio, la
integridad virginal y el abstenerse de todo trato carnal, fruto de la continencia que nace de la piedad,
es participación en la vida angélica y anticipo en la carne corruptible de la incorrupción perpetua. Ceda
ante esta virginidad toda fecundidad física, toda pureza conyugal; aquélla no está en poder del
hombre, ésta no se encuentra en la vida eterna; el libre albedrío no tiene en su poder la fecundidad
carnal, en el cielo no hay pureza conyugal. Efectivamente, todos los que, estando aún en la carne,
posean ya algo que no es propio de ella, dispondrán, en la inmortalidad participada por todos, de algo
extraordinario de que carecerán los demás.

13. Por ello caen en una extraña necedad quienes juzgan que el bien vinculado a esta continencia
resulta necesario no en atención al reino de los cielos, sino a la vida presente, dado que los
matrimonios sufren las tensiones de las muchas y angustiosas preocupaciones terrenas de que
carecen quienes viven en virginidad y continencia. ¡Como si la única razón que hace preferible no
casarse fuera el liberarse de las angustias del tiempo presente y no su utilidad para la vida futura! Para
que no aparezca que esta vana afirmación es fruto de la vacuidad de su propio corazón, aducen un
testimonio del Apóstol. Se trata del pasaje donde dice: A propósito de las vírgenes no dispongo de
precepto del Señor; no obstante, doy un consejo como persona que ha recibido de Dios la
misericordia de ser fiable. Estimo que esto es un bien en atención a los agobios del tiempo presente,
pues es un bien para el hombre permanecer así 18.

He aquí -sostienen- el texto en que el Apóstol declara que es un bien en atención a la necesidad
presente, no con miras a la eternidad futura. ¡Como si el Apóstol juzgase sobre la necesidad presente
sin mirar por el futuro y sin tenerlo en cuenta! Toda su actuación es una llamada a la vida eterna.

CAPÍTULO XIV: Los agobios que sufren los casados


14. Así pues, hay que evitar los agobios del tiempo presente que conllevan algún tipo de impedimento
para conseguir los bienes futuros. Es el agobio que obliga a los cónyuges a pensar en las cosas del
mundo: al varón en cómo agradar a la mujer o a la mujer en cómo agradar al marido. No se trata de
que estas cosas aparten del reino de los cielos como hacen los pecados que, por esa misma razón, se
ordena -no se aconseja- evitarlos, puesto que es merecedor de condena no obedecer lo que manda el
Señor. Pero lo que en el mismo reino de Dios se podría obtener en mayor plenitud si se pensase más
en cómo agradar a Dios, se poseerá en menor grado si se piensa menos en ello a causa de los agobios
inherentes al matrimonio. Por esa razón dijo: A propósito de las vírgenes no tengo precepto del Señor
19. En efecto, quien desobedece un precepto se convierte en reo y se hace acreedor a un castigo. Por
tanto, como no es pecado ni que se case el varón ni que se case la mujer, no hay precepto alguno del
Señor a propósito de las vírgenes. Si fuese pecado, algún precepto lo prohibiría.

Para entrar en la vida eterna es preciso haber evitado los pecados o haber recibido el perdón de ellos.
En ella existe cierta gloria excepcional que no se ha de otorgar a todos los que han de vivir allí por
siempre, sino solo a algunos. Para conseguirla no basta con hallarse libre de pecado, si no se ofrece en
voto al libertador algo que no ofrecerlo no sea pecado y que el ofrecerlo y cumplirlo reporte alabanza.
Es la razón por la que dijo: Doy un consejo como persona que ha recibido de Dios la misericordia de
ser fiable 20. Y no debo escatimar este consejo, puesto que no soy fiable por mis méritos, sino por la
misericordia de Dios. Estimo, pues, que esto es un bien en atención a los agobios del tiempo presente
21. Esto -dijo- a propósito de lo cual no tengo precepto del Señor, pero sobre lo que doy un consejo, o
sea, el tema de la virginidad, juzgo que es un bien en atención a los agobios del momento presente. Sé
a qué obligan esos agobios a que están sometidos los cónyuges, hasta el punto que piensan en las
cosas de Dios menos de lo requerido para conseguir aquella gloria que no alcanzarán todos aunque se
hallen en la vida y salvación eterna: Una estrella difiere de otra en gloria. Así acontecerá también en la
resurrección de los muertos 22. Por tanto, es un bien para el hombre permanecer así 23.

CAPÍTULO XV: La virginidad es un consejo, no un precepto

15. Luego el mismo Apóstol añade lo siguiente: ¿Estás unido a una mujer? No busques la separación.
¿Estás libre de mujer? No busques mujer 24. La primera de estas hipótesis está regulada por un
precepto contra el cual no está permitido obrar. En efecto, no es lícito despedir a la mujer, a no ser
que medie motivo de fornicación, como dice el Señor mismo en el evangelio 25. En cambio, al decir:
¿Estás desligado de mujer? No busques mujer, da un consejo, no un precepto. Esto es, está permitido
buscarla, pero es mejor no hacerlo. Por último, añadió acto seguido: Pero si te has casado, no has
pecado; y, si una joven virgen se casa, tampoco peca 26. Cuando antes dijo: ¿Estás unido a una mujer?
No busques la separación, ¿acaso añadió: "Y si te separas, no pecas"? Ya antes había dicho: Mas a los
casados les ordeno, no yo, sino el Señor, que la mujer no se separe del marido; o, en caso de
separarse, que no vuelva a casarse o que se reconcilie con su marido 27. En efecto, puede darse el
caso de que una mujer se separe por culpa del marido, no suya propiamente. Luego continúa:
Tampoco el marido despida a la mujer. Aunque presentó esas palabras como provenientes de un
precepto del Señor, tampoco allí añadió: Y si la despide, no peca. Se trata efectivamente de un
precepto, desobedecer al cual es pecado; no de un consejo que, si no lo sigues, no obras mal, aunque
será inferior el bien que consigas. Por esa razón, como no ordenaba evitar una acción mala, sino que
pretendía que se obrase de modo mejor, tras haber dicho: ¿Estás desligado de mujer? No busques
mujer, añadió de inmediato: Si te has casado, no has pecado; y si una joven se casa, tampoco peca 28.

CAPÍTULO XVI: La tribulación de la carne

16. El Apóstol añadió: Sufrirán, no obstante, la tribulación de la carne; con todo, yo soy indulgente con
vosotros 29. Al exhortar de este modo a la virginidad y continencia perpetua, en cierta medida
apartaba también del matrimonio; discretamente por cierto, no como si se tratase de un mal o algo
ilícito, sino como de algo oneroso y molesto. Pues una cosa es aceptar el desorden moral de la carne y
otra padecer sus tribulaciones. Lo primero equivale a cometer un pecado, lo segundo a sufrir una
molestia. Molestia que, en la mayor parte de los casos, los hombres no rehúsan, incluso al servicio de
obligaciones de todo punto honestas. Mas aceptar la tribulación de la carne, que el Apóstol vaticina a
quienes se casan, por aferrarse al matrimonio aun en este tiempo en que con la procreación de los
hijos ya no se sirve a Cristo, que había de llegar por vía de la generación carnal, sería el colmo de la
necedad. Se exceptúa el caso de los que son incapaces de vivir en continencia, de quienes se teme
que, tentados por Satanás, acaben cometiendo pecados merecedores de condena eterna. Respecto a
cómo interpretar su declaración de que es indulgente con aquellos de los que dice que han de
padecer la tribulación de la carne, de momento no se me ocurre nada más sensato que decir esto: él
no quiso revelar y explicar con palabras la tribulación de la carne que vaticinó a quienes optan por
casarse, que incluye, por ejemplo, las sospechas y celos entre los esposos, el procrear y sacar adelante
a los hijos, el temor y la tristeza de quedarse sin ellos. En efecto, ¿quién habrá que, atado con las
cadenas conyugales, no se sienta arrastrado y agitado por esas inquietudes? Inquietudes que no debo
exagerar, pues, de lo contrario, no sería indulgente con aquellos con los que el Apóstol juzgó que tenía
que serlo.

CAPÍTULO XVII: La indulgencia del apóstol no implica una condena del matrimonio

17. Aunque solo sea por lo que acabo de exponer brevemente, el lector ha debido mostrarse cauto
frente a los que toman pie del pasaje: Sufrirán la tribulación de la carne, pero yo soy indulgente con
vosotros, para denigrar el matrimonio. Argumentan que su condena va implícita en la frase Pero yo
soy indulgente con vosotros, como si el Apóstol no hubiera querido pronunciar claramente su
condena. El resultado sería que, siendo indulgente con ellos, no lo fue consigo mismo, si mintió al
decir: Y si te casas, no pecas; y si una joven se casa, tampoco peca 30. Quienes creen o quieren que se
crea esto de la Sagrada Escritura lo hacen para procurarse una especie de atajo seguro que les
legitime el mentir o para sostener su perversa opinión, allí donde piensan diversamente de lo que
exige la sana doctrina. Pues si se les presenta un texto bíblico que refute inequívocamente sus errores,
tienen siempre a mano, a guisa de escudo -con el que como protegiéndose contra la verdad dejan
descubiertos sus flancos para que les hiera el diablo-, el sostener que allí el autor del libro no dijo la
verdad, ya para condescender con los débiles, ya para amedrentar a quienes le desprecian, según qué
argumento defienda mejor su equivocado parecer. Y de este modo, a la vez que optan por defender
sus opiniones antes que por corregirlas, intentan quebrar la autoridad de la Sagrada Escritura, la única
contra la que se quiebran todas las cervices por altivas y duras que sean.

CAPÍTULO XVIII: El bien de la virginidad, superior al del matrimonio

18. Como consecuencia de lo dicho, amonesto a cuantos y a cuantas profesan la continencia perfecta
y la sagrada virginidad a que antepongan al matrimonio, aunque sin juzgarlo un mal, el bien específico
de ella. Sepan que el Apóstol dijo con toda verdad, no con engaño: Quien da en matrimonio (a una
joven) obra bien y quien no la da obra mejor 31. Y si te casas, no pecas; y si una joven se casa,
tampoco peca. Y poco después: Con todo, será más dichosa si permanece como le aconsejo. Y para
que nadie pensara que se trata de una declaración de valor simplemente humano añade: Pues pienso
que también yo poseo el Espíritu de Dios 32. La enseñanza apostólica, la enseñanza auténtica y sana
es esta: elegir los dones mayores, sin que resulten condenados los menores.

Mejor es la verdad de Dios presente en la Escritura divina que la virginidad, espiritual o física, de
cualquier persona. Ámese la castidad, pero sin negar la verdad. Pues ¿qué mal no pueden excogitar
también a propósito de su carne quienes creen que la lengua del Apóstol no se mantuvo virgen, esto
es, no se libró de la corrupción de la mentira, precisamente en el pasaje en que recomendó la
virginidad física? Lo primero y más importante es que quienes eligen el bien de la castidad mantengan
con toda firmeza que las Sagradas Escrituras no han mentido en absoluto y que, en consecuencia, son
también verdaderas estas palabras: Y si te casas, no pecas; y si una joven se casa, no peca. No piensen
tampoco que mengua el gran bien de la integridad si el matrimonio no es un mal. Al contrario, la que
no temió verse condenada si se casaba, sino que deseó recibir una corona más honrosa por no
casarse, confíe en que por ello se le ha preparado un trofeo más glorioso. Por tanto, quienes quieran
mantenerse célibes, no huyan del matrimonio como de un antro de pecado. Antes bien, trasciéndanlo
cual si fuera una colina, que representa el bien menor, para reposar en el monte de la continencia,
bien superior. Los que moran en esa colina están sometidos a una ley que no les permite abandonarla
cuando quieran. Pues la mujer está atada mientras viva su marido 33. Sin embargo, desde esa colina,
como si se tratase de un escalón, se puede ascender a la continencia en el estado de viudez. Pensando
en la virginidad, hay que alejarse de esa colina, no dando consentimiento a quienes solicitan que se
vaya a ella, o hay que sobrepasarla, anticipándose a posibles pretendientes.

CAPÍTULO XIX: Dos planteamiento erróneos

19. Para que nadie piense que el premio de una acción buena va a ser idéntico al de otra mejor, se
hizo necesario polemizar con quienes interpretan la afirmación de Apóstol: Estimo, pues, que esto es
un bien en atención a los agobios del tiempo presente 34, en el sentido de que la virginidad es útil
mirando al momento actual, no pensando en el reino de los cielos. ¡Como si quienes hubiesen elegido
este bien mejor no fuesen a tener más que los otros en aquella vida eterna! Cuando en el curso de la
discusión llegué a las palabras del Apóstol: Sufrirán la tribulación de la carne, pero yo soy indulgente
con vosotros 35, desvié mi exposición dirigiéndola contra otros litigantes que ya no equiparan el
matrimonio a la continencia perpetua, sino que lo condenan sin más. Ambos planteamientos son
erróneos; tanto el equiparar el matrimonio a la virginidad consagrada como el condenarlo.
Poniéndose uno en el extremo opuesto del otro, ambos errores se combaten frontalmente al rehusar
mantener el término medio. Ubicados en este término medio, apoyándonos en la recta razón y en la
autoridad de las Sagradas Escrituras, nosotros ni hallamos que el matrimonio sea pecado ni lo
equiparamos al bien de la continencia, ya la virginal, ya, incluso, la del estado de viudez.

CAPÍTULO XX: La bondad del matrimonio, avalada por la escritura

Enamorados de la virginidad, algunos juzgaron que había que detestar el matrimonio como si de un
adulterio se tratase; otros, por el contrario, en su afán por defender el matrimonio, pretendieron que
la excelencia de la continencia perpetua no merecía mayor recompensa que la pureza conyugal, como
si el bien de Susana implicase el rebajamiento del bien de María, o como si el bien superior de María
debiese llevar consigo la condena del bien de Susana.

20. ¡Lejos de mí aceptar que el Apóstol dijera: Pero yo soy indulgente con vosotros 36, refiriéndose a
quienes ya están casados o piensan casarse, como eludiendo señalar qué pena está reservada a los
casados en el siglo futuro! ¡Líbreme Dios de afirmar que Pablo envíe al infierno a la mujer que Daniel
libró de un juicio temporal! ¡Lejos de mí sostener que el lecho matrimonial se convierta, ante el
tribunal de Cristo, en merecedor de castigo para quien, por mantener su fidelidad a él, eligió correr el
peligro o (incluso) morir como resultado de una calumnia! ¿De qué le hubiera valido confesar: Es
preferible para mí caer en vuestras manos a pecar en la presencia de Dios 37, si Dios, en vez de
salvarla por salvaguardar la pureza conyugal, fuera a condenarla por haberse casado? Y aún ahora,
cuantas veces la verdad de la Sagrada Escritura defiende la castidad conyugal contra quienes
calumnian y acusan al matrimonio, otras tantas defiende el Espíritu Santo a Susana de los falsos
testigos y otras tantas la exculpa de la falsa acusación de pecado. En realidad, lo que está en juego es
mucho más. Pues entonces se intentó poner en entredicho a una sola mujer casada, ahora a todas;
entonces se procedía contra un adulterio oculto y falso, ahora contra el matrimonio público y válido.
Entonces se acusó a una única mujer sobre el testimonio de unos malvados ancianos, ahora se acusa a
todos los esposos y esposas suponiendo que el Apóstol quiso ocultar algo. "Silenció -dicen- vuestra
condenación al afirmar: Pero yo soy indulgente con vosotros". ¿Quién dijo esto? Evidentemente quien
había dicho antes: Y si te casas, no pecas; y si una joven se casa, tampoco peca 38. ¿Por qué, pues,
sospecháis que bajo sus prudentes palabras se oculta la condena del matrimonio como pecaminoso?
¿Por qué no reconocéis en su claro pronunciamiento la defensa del mismo? ¿Acaso condena con su
silencio a los que absolvió con sus palabras? ¿Acaso no es falta más leve acusar a Susana, no ya de
haberse casado, sino incluso de haber cometido adulterio, que acusar de mentira la enseñanza del
Apóstol? ¿Qué deberíamos hacer en situación tan peligrosa, si no fuese tan cierto y claro que no se
debe condenar el matrimonio, como es cierto y evidente que la Sagrada Escritura no puede mentir?

CAPÍTULO XXI: Las reflexiones anteriores y la virginidad

21. Llegados aquí, replicará alguien: ¿Qué tiene que ver esto con la virginidad consagrada o la
continencia perpetua cuya alabanza motivó este tratado? A ése le respondo, en primer lugar, lo que
mencioné anteriormente, esto es, que la mayor gloria de aquel bien superior no deriva de que evita el
matrimonio como si fuera un pecado, sino de que, por conseguirla, se sobrepasa el bien que él
significa. Si, al contrario, se guardase la continencia perpetua porque contraer matrimonio fuese
pecado, bastaría solo con no vituperar su bien en vez de alabarlo por encima del matrimonio. En
segundo lugar, puesto que a los hombres hay que exhortarlos a conseguir don tan excelente con la
autoridad de la Escritura divina, no con palabrería humana, no se debe actuar a la ligera y como de
paso, no sea que alguien saque la impresión de que la divina Escritura ha mentido en algún punto.
Quienes impulsan a las vírgenes consagradas a permanecer en ese estado apoyándose en que el
matrimonio ha sido condenado, más que exhortarlas, las disuaden. ¿Cómo pueden confiar en que es
verdad lo escrito: Quien no la da en matrimonio obra mejor, si juzgan falto de verdad lo escrito
inmediatamente antes: Quien entrega a su hija, aún virgen, obra bien 39? Si, por el contrario, creen
sin la menor duda lo que afirma la Escritura sobre el bien específico del matrimonio, correrían con
fervorosa y confiada alegría al bien superior que poseen ellas, afianzadas por la misma autoridad,
plenamente veraz, de la palabra divina.

La verdad católica, justo medio entre dos errores

Ya he dicho lo suficiente en pro de la causa asumida. Y, en cuanto he podido, he demostrado que


tampoco hay que entender las palabras del Apóstol: Juzgo, sin embargo, que esto es un bien en
atención a los agobios del tiempo presente 40, como si en el tiempo presente las vírgenes
consagradas fueran mejores que los cónyuges bautizados, pero que en el reino de los cielos y en el
siglo futuro serán iguales a ellos. He demostrado asimismo que las palabras dirigidas a quienes
piensan casarse, esto es, sufrirán, sin embargo, la tribulación de la carne; pero yo soy indulgente con
vosotros 41, tampoco hay que entenderlas en el sentido de que prefirió silenciar a proclamar el
pecado que significa el matrimonio y la condenación que conlleva. Al no entender ninguna de estas
dos afirmaciones, defendieron dos errores opuestos. Los que pretenden igualar a los casados con los
célibes aducen en favor de su tesis la sentencia referente a los agobios del tiempo presente; los que
osan condenar a quienes contraen matrimonio, aquella otra en que se dice: Pero yo soy indulgente
con vosotros. Conforme a la enseñanza sana y fiable de las Sagradas Escrituras, nosotros afirmamos
que el matrimonio no es pecado y, sin embargo, ponemos su bien específico por debajo de la
continencia, ya del estado virginal, ya del estado de viudez; a la vez sostenemos que los agobios del
tiempo presente, propios de los casados, no les impiden merecer la vida eterna, sino la excelsa gloria y
honor reservados a la continencia perpetua. Afirmamos que en el tiempo presente el matrimonio solo
es útil a quienes son incapaces de guardar la continencia y que el Apóstol ni quiso silenciar la
tribulación de la carne, proveniente del afecto carnal, sin el que no puede darse el matrimonio de los
incapaces de contenerse, ni quiso entrar en más detalles por condescendencia con la debilidad
humana.

CAPÍTULO XXII: Virginidad por el reino de los cielos

22. Con los testimonios evidentísimos de las divinas Escrituras que la capacidad de mi memoria me
permita recordar, haré ver ahora, con mayor claridad, que no hay que amar la continencia perpetua
en razón de la vida en el presente, sino en atención a la futura que se nos promete en el reino de los
cielos. ¿Quién hay que no lo advierta en lo que dice el mismo Apóstol poco después, esto es: El que
está sin mujer piensa en las cosas del Señor, en cómo agradar al Señor; en cambio, quien está unido
en matrimonio piensa en las cosas del mundo, en cómo agradar a la mujer. Distinta es también la
situación de la mujer soltera y virgen. Ésta se preocupa de las cosas del Señor, para ser santa e
inmaculada en el cuerpo y en el espíritu; la casada, en cambio, está ocupada en las cosas del mundo,
en cómo agradar al varón? 42 No dice: "Piensa en su seguridad en este mundo para pasar la vida sin
mayores molestias". Tampoco dice que la mujer soltera y virgen se separe de la casada, esto es, se
distinga y diferencie, con la finalidad de hallarse segura en esta vida y evitar las molestias propias del
tiempo presente, de las que no carece la casada. Lo que dice es: Piensa en las cosas del Señor, en
cómo agradar al Señor y se preocupa de las cosas del Señor para ser santa en el cuerpo y en el espíritu
43. A no ser que alguien sea tan necio y pendenciero que ose afirmar que nosotros queremos agradar
al Señor no con miras al reino de los cielos, sino en atención al tiempo presente; o que ellas son santas
en el cuerpo y en el espíritu en función de esta vida, no de la eterna. Creer esto, ¿qué otra cosa
significa sino ser los más desgraciados de todos los hombres? Así dice, en efecto, el Apóstol: Si
esperamos en Cristo solo por esta vida, somos los más miserables de todos los hombres 44. Si es un
necio el que reparte su pan con el hambriento pensando solo en esta vida, ¿será sabio el que castiga
su cuerpo con la continencia, renunciando hasta a la unión conyugal, si no le va a ser de provecho
alguno en el reino de los cielos?

CAPÍTULO XXIII: La prueba (Mt 10,10-12)

23. Por último, escuchemos cómo el Señor mismo afirma algo que no deja lugar a dudas. Cuando,
infundiendo un terror divino, indicaba que los esposos no debían separarse más que si mediaba
fornicación, le dijeron los discípulos: Si esa es la condición (del varón) con la mujer, mejor es no
casarse. A los que él respondió: No todos entienden este precepto. Porque hay eunucos que lo son
por nacimiento; pero hay otros que se hicieron a sí mismos eunucos por el reino de los cielos. Quien
abraza esto, que lo abrace 45. ¿Se pudo decir algo más verdadero y más lúcido? Es Cristo, es la
Verdad, es el Poder y la Sabiduría de Dios quien dice que quienes se contienen de tomar mujer por
una motivación de piedad filial se castran a sí mismos por el reino de los cielos. ¡Y, sin embargo, la
vanidad humana pretende con impía temeridad que quienes así obran únicamente evitan los agobios
del tiempo presente, consistentes en las molestias conyugales, pero que en el reino de los cielos no
tendrán nada que los demás no posean también!

CAPÍTULO XXIV: Nuevo argumento tomado de Is 56,5

24. Pero ¿de qué eunucos habla Dios por boca del profeta Isaías, a quienes dice que ha de darles un
puesto elevado en su casa y dentro de sus murallas, algo mucho mejor que (tener) hijos e hijas 46,
sino de los que se castran a sí mismos por el reino de los cielos? Pues aquellos cuyo miembro viril ha
sido privado de vigor para que no pueda engendrar -cuales son los eunucos de los ricos y de los reyes-,
cuando se hacen cristianos y cumplen los mandamientos de Dios no lo hacen con la intención de
obtener un puesto mejor al consistente en tener hijos e hijas. Si les fuese posible, tendrían mujeres y
se equipararían a los demás fieles que, en la casa de Dios, viven casados, educan en el temor de Dios a
la descendencia recibida lícita y honestamente, enseñándoles a que pongan en Dios su esperanza. Si
no se casan no es por virtud del espíritu, sino por una necesidad que les impone su físico. Contienda,
pues, quien quiera, sosteniendo que el profeta predijo lo indicado de los eunucos mutilados
físicamente; incluso este error sufraga la causa (cuya defensa) he asumido. Efectivamente, Dios no
antepuso estos eunucos a los que carecen de puesto en su casa, sino a aquellos que poseen el mérito
asociado a una fecunda vida conyugal. Pues al decir: Les daré un puesto mucho mejor 47, muestra que
también concede un puesto a los casados, aunque muy inferior.

Concedamos que la profecía indica que en la casa de Dios habían de existir eunucos físicos que no
existieron en Israel; vemos que, de hecho, no se hacen judíos, pero sí cristianos. Concedamos
asimismo que el profeta no habló de los que, movidos por el propósito de continencia, renuncian al
matrimonio y se hicieron a sí mismos eunucos por el reino de los cielos: ¿puede darse que alguien se
oponga a la verdad con tanta demencia que crea, de una parte, que en la casa de Dios los eunucos
físicos han de recibir un puesto más elevado que el de los casados, y, de otra, pretenda equiparar en
méritos a los casados y a los que guardan la continencia impulsados por una motivación de piedad
filial, castigan su cuerpo hasta desechar el matrimonio, haciéndose a sí mismos eunucos no en el
cuerpo, sino en la raíz de la concupiscencia, anticipando en la mortalidad terrena la vida celeste y
angélica? ¿Puede un cristiano oponerse a la verdad con tanta demencia que contradiga a Cristo, que
alabó a quienes se hicieron eunucos no por este mundo, sino por el reino de los cielos, afirmando que
tal proceder es útil para la vida presente y no para la futura? ¿Qué les queda a esos sino afirmar que el
reino de los cielos está implicado en esta vida temporal en que nos hallamos ahora? ¿Qué impide que
la ciega presunción llegue a esa locura? ¿Y qué hay más fuera de razón que tal afirmación? Pues,
aunque a veces se designa reino de los cielos a la Iglesia que peregrina en el tiempo presente, se la
designa así porque se congrega con vistas a la vida futura y sempiterna. Aunque la promesa que tiene
se refiera tanto a la vida presente como a la futura 48, en todas sus buenas obras no tiene en el punto
de mira lo que se ve, sino lo que no se ve. Pues lo que se ve es temporal; lo que no se ve, eterno 49.

CAPÍTULO XXV: Ulterior prueba, tomada de Is 56,5

25. Tampoco el Espíritu Santo calló algo que había de valer como argumento claro e inconcuso contra
estos que a la obstinación añaden el sumo de la desvergüenza y locura; argumento que, como
inexpugnable defensa, había de repeler el ataque bestial contra su rebaño. Tras haber dicho de los
eunucos: les daré en mi casa y dentro de mi muralla un puesto elevado, algo mucho mejor que (tener)
hijos e hijas 50, para evitar que alguien, demasiado carnal, pensase que esas palabras permitían
esperar algo temporal, añadió de inmediato: les daré un nombre eterno que nunca les faltará 51.
Como si dijera: ¿por qué lo tergiversas, ceguera impía? ¿Por qué? ¿Por qué extiendes la niebla de tu
perversidad contra la claridad de la verdad? ¿Por qué en medio de la luz tan radiante de la Escritura
buscas tinieblas en que tender tus asechanzas? ¿Por qué prometes solo la utilidad temporal a los
santos que abrazan la continencia? Les daré un nombre eterno. ¿Por qué te esfuerzas en relacionar
con el bienestar temporal a quienes se abstienen de todo trato sexual y, por el hecho mismo de
abstenerse de él, piensan en las cosas del Señor, en cómo agradarle? Les daré un nombre eterno. ¿Por
qué te empeñas en sostener que el reino de los cielos por el que se emascularon a sí mismos los
eunucos santos hay que entenderlo solo referido a esta vida? Les daré un nombre eterno. Y si, tal vez,
este "eterno" pretendieras entenderlo en el sentido de "duradero", añado, reitero, recalco: Y nunca
les faltará. ¿Qué más quieres? ¿Qué tienes que añadir? Este nombre eterno, consista en lo que
consista, que claramente significa cierta gloria excelsa que les es propia, no la compartirán los
eunucos con muchos otros aunque moren en el mismo reino y en la misma casa. Pues quizá se habló
de "nombre" porque distingue de los demás a aquellos a quienes se otorga.

CAPÍTULO XXVI: Identidad y diversidad en la gloria futura

26. Replican ellos: "¿Qué significa el único denario con que, concluido el trabajo de la viña, se
retribuye a todos por igual, tanto a los que trabajaron desde el inicio de la jornada como a los que
trabajaron solo una hora? 52". ¿Qué significa, en verdad, sino algo que todos poseerán en común,
como es la vida eterna, el mismo reino de los cielos en que se hallarán todos los que Dios predestinó,
llamó, justificó, glorificó? 53. Pues conviene que este cuerpo corruptible se vista de incorrupción y
este cuerpo mortal se vista de inmortalidad 54: este es el denario, recompensa para todos. Sin
embargo, una estrella difiere de otra estrella en gloria; así acontecerá también en la resurrección de
los muertos 55. He aquí la diferencia en los méritos de los santos. Pues, si con el único denario se
significa el cielo, ¿no es algo común a todos los astros? No obstante, una es la gloria del sol, otra la de
la luna, otra la de las estrellas 56. Si con el denario se significa la salud del cuerpo, cuando estamos
perfectamente sanos, ¿no es la salud algo común a todos los miembros? Y, si permanece hasta la
muerte, ¿acaso no se halla en todos los miembros a la vez e igualmente? No obstante, Dios ha puesto
los miembros, asignando a cada uno su lugar en el cuerpo, según le plugo 57, de modo que ni todo es
ojo, ni todo oído, ni todo olfato. Todo miembro tiene su especificidad, aunque posea la salud en el
mismo grado que los demás. Así pues, dado que todos los santos poseerán juntos la misma vida
eterna, se ha asignado a todos un mismo denario; mas como en la misma vida eterna resplandecerán
en grado diverso las luces de los merecimientos, en la casa del Padre hay muchas mansiones 58. Y por
ello, como el denario es igual para todos, no vive uno más que otro; pero, como hay muchas
mansiones, uno es honrado con más gloria que otro.

CAPÍTULO XXVII: Seguir al cordero adondequiera que vaya

27. ¡Adelante, pues, santos de Dios, chiquillos y chiquillas, varones y mujeres, célibes de uno y otro
sexo! Caminad con perseverancia hasta el fin. Alabad más dulcemente al Señor en quien pensáis más
frecuentemente; esperad con más dicha a aquel a quien servís con mayor asiduidad; amad con mayor
ardor a aquel a quien ponéis más esmero en agradar 59. Con los lomos ceñidos y las lámparas
encendidas, estad a la espera del Señor cuando vuelva de la boda 60. A las bodas del Cordero aportáis
el cántico nuevo que cantaréis con vuestras cítaras. No un cántico como el que entona la tierra entera
a la que se dice: Cantad al Señor un cántico nuevo; cantad al Señor, tierra entera 61, sino un cántico
que solo vosotros estáis capacitados para cantar. Pues así os vio en el Apocalipsis 62 cierta persona a
la que el Cordero amaba más que a los demás, persona que solía recostarse sobre su pecho 63 y bebía
y eructaba realidades maravillosas superiores a las celestiales: la Palabra de Dios. Él os vio en número
de ciento cuarenta y cuatro mil santos citaristas, distinguidos con la virginidad inmaculada en el
cuerpo y con la verdad inviolada en el corazón. Escribió acerca de vosotros porque seguís al Cordero
adondequiera que vaya.

Y ¿a qué lugar pensamos que va el Cordero, al que nadie, sino vosotros, osa o puede seguirle?
¿Adónde pensamos que se encamina? ¿A qué bosques y praderas? Allí -creo- donde el pasto son los
gozos. No los gozos vanos de este mundo, ni sus locuras engañosas; tampoco gozos como los que
tendrán en el reino de Dios sus restantes moradores no vírgenes, sino otros, cualitativamente
distintos de todos los demás. El gozo de quienes han asumido la virginidad por Cristo es gozo de
Cristo, en Cristo, con Cristo, tras de Cristo, a través Cristo, en razón de Cristo. Los gozos propios de
quienes han aceptado la virginidad por Cristo no son los mismos de quienes no la han aceptado,
aunque también pertenezcan a Cristo. Para estas personas hay otros gozos, pero aquellos son solo
para ellos. Corred tras estos gozos, seguid al Cordero, puesto que también la carne del Cordero fue
ciertamente virgen. Al crecer retuvo en sí lo que no quitó a su madre al ser concebido y nacer. Con
razón le seguís, con la virginidad del corazón y de la carne, adondequiera que vaya. En efecto, ¿qué es
seguirle sino imitarle? Pues Cristo padeció por nosotros dejándonos el ejemplo, como dice el apóstol
Pedro, para que sigamos sus huellas 64. Se le sigue en la medida en que se le imita. No en el hecho de
ser el Hijo único de Dios que hizo todas las cosas, sino en lo que, como Hijo del hombre, ofreció en sí
para que lo imitases porque convenía. Y son muchas las cosas que en él se proponen a la imitación de
todos los hombres, pero la virginidad física no a todos. Nada pueden hacer por recuperar la virginidad
aquellos que de hecho ya la han perdido.

CAPÍTULO XXVII: Todos los cristianos siguen al cordero por la senda de las bienaventuranzas

28. Así pues, los demás fieles, los que perdieron la virginidad física, sigan al Cordero no adondequiera
que vaya, sino hasta donde personalmente puedan. Ahora bien, pueden seguirle a todas partes,
excepto cuando avanza por el camino de la belleza virginal. Bienaventurados los pobres de espíritu 65:
imitad a quien, siendo rico, por vosotros se hizo pobre 66. Bienaventurados los humildes 67: imitad a
quien dijo: Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón 68. Bienaventurados los que lloran
69: imitad a quien lloró por Jerusalén 70. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia 71:
imitad a quien dijo: Mi alimento es hacer la voluntad de quien me envió 72. Bienaventurados los
misericordiosos 73: imitad a quien socorrió al hombre al que los salteadores habían abandonado, en
medio del camino, herido, moribundo y sin esperanza 74. Bienaventurados los de corazón limpio 75:
imitad a quien no cometió pecado y en cuya boca no se halló engaño 76. Bienaventurados los
hacedores de paz 77: imitad a quien dijo en favor de sus perseguidores: Padre, perdónales porque no
saben lo que hacen 78. Bienaventurados los que sufren persecución porque son justos 79: imitad a
quien sufrió por vosotros dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas 80. Quienes imitan estas
acciones, al hacerlo, siguen al Cordero. No hay duda de que también los casados pueden caminar
sobre estas huellas; aunque no calquen su pie exactamente sobre ellas, avanzan por la misma senda.

CAPÍTULO XXIX: Seguimiento por el camino de la virginidad

29. Mas he aquí que el Cordero avanza por el camino de la virginidad. ¿Cómo irán tras él los que la
perdieron sin poder recuperarla ya? Así pues, marchad tras él, vírgenes que le pertenecéis. Id también
allí tras él, puesto que solo gracias a la virginidad le seguís adondequiera que vaya. En efecto, puedo
exhortar a los casados a que le sigan por cualquier otro don de santidad, pero no por este que
perdieron irremediablemente. Vosotros, por tanto, seguidle cumpliendo con perseverancia lo que
prometisteis con ardor. Hacedlo mientras aún os es posible, no sea que perezca en vosotros el bien de
la virginidad, sin poder hacer después nada para recuperarlo. Os contemplará el resto de los fieles que
no puede seguir al Cordero hasta esa meta. Os contemplará, pero no os envidiará, y participando de
vuestra alegría poseerá en vosotros lo que no tiene en sí. Tampoco podrá entonar aquel cántico nuevo
que es propiedad vuestra, aunque podrá escucharlo y deleitarse en vuestro bien tan excelente. Pero
vosotros, que lo cantaréis y lo escucharéis, porque os escucharéis a vosotros mismos cantarlo,
exultaréis con mayor felicidad y reinaréis con mayor gozo. Sin embargo, nadie que carezca de ese gozo
sentirá tristeza porque lo poseáis vosotros. Con toda certeza el Cordero, al que vosotros seguís
adondequiera que vaya, no abandonará a quienes no pueden seguirle hasta la meta a la que le seguís
vosotros. Hablo del Cordero omnipotente. Irá al frente de vosotros, pero sin apartarse de ellos, puesto
que Dios será todo en todos 81. Y quienes menos tengan no os rehuirán, dado que, donde no hay
envidia, se participa de lo que poseen los demás. Tened, pues, seguridad y confianza; sed fuertes,
perseverad los que hacéis al Señor vuestro Dios votos 82 de continencia perpetua y los cumplís, no
con la mira puesta en el tiempo presente, sino en el reino de los cielos.

CAPÍTULO XXX: Exhortación a la fidelidad

30. Y entre vosotros, los que aún no habéis hecho voto de virginidad, quien pueda abrazarlo, que lo
abrace 83; perseverad en la carrera hasta conseguir el reino. Que cada cual tome sus ofrendas y entre
a los atrios del Señor 84, no forzados por alguna necesidad, sino como corresponde a quienes
disponen de la propia voluntad. En efecto, no se puede decir: "No te casarás" en el mismo sentido que
no fornicarás, no matarás 85. Lo último es algo exigido, lo primero algo ofrecido. No casarse merece
alabanza; fornicar y matar, condena. En esto el Señor os impone algo a lo que estáis obligados; en
aquello, si le habéis dado algo más de lo exigido, os lo pagará al regreso 86. Pensad que, sea lo que
sea, dentro de su muralla tenéis un puesto elevado mucho mejor que (tener) hijos e hijas. Considerad
el nombre eterno que tenéis allí 87. ¿Quién puede explicar qué clase de nombre será? No obstante,
sea el que sea, será eterno. Creyendo, esperando y amando tal nombre pudisteis no ya evitar el
matrimonio como si estuviera prohibido, sino sobrepasarlo aunque está permitido.

CAPÍTULO XXXI: La grandeza de la virginidad reclama humildad

31. En la medida de mis fuerzas, os he exhortado a abrazar este don de la virginidad. Su grandeza, su
excelencia y condición de don divino es una llamada a mi preocupación pastoral a que no hable solo
de la laudabilísima castidad, sino que diga también algo de la inexpugnable humildad. Una vez que
quienes han profesado la continencia perpetua se hayan comparado con los casados y hayan
descubierto que, según las Escrituras, éstos le son inferiores en cuanto a la tarea y a la recompensa,
en cuanto al voto y al premio, inmediatamente han de recordar lo que está escrito: En la medida en
que seas grande, humíllate en todo y hallarás gracia ante Dios 88. La medida de la humildad le ha sido
tasada a cada uno por la medida de su grandeza. Grandeza que tiene un peligro en la soberbia que
acecha más a los dones mayores. A ésta le sigue la envidia como hija y lacaya y la está dando a luz
continuamente, pues nunca existe sin tal hija y compañera. Ambos vicios, la soberbia y la envidia,
hacen diablo al diablo. Por eso, la disciplina cristiana se enfrenta sobre todo a la soberbia, madre de la
envidia. La disciplina cristiana, en efecto, enseña la humildad con la que adquirir y custodiar la caridad.
A propósito de la cual, tras haber dicho: La caridad no es envidiosa, como si buscáramos la causa de
por qué no es envidiosa, añadió seguidamente: No se engríe 89. Como si dijera: "Carece de envidia,
porque carece de soberbia".

Por eso, Cristo, maestro de humildad, se anonadó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho
semejante a los hombres y hallado hombre en su manifestación; se humilló a sí mismo, hecho
obediente hasta la muerte y muerte de cruz 90. Y respecto a su doctrina, ¿quién podrá explicar
fácilmente con cuánto esmero inculca la humildad y con cuánta vehemencia e insistencia la intima?
¿Quién podrá acumular todos los testimonios para demostrarlo? Intente hacerlo o hágalo quien desee
escribir específicamente sobre la humildad; el propósito emprendido en esta obra es otro; al referirse
a una realidad tan grandiosa, reclama una precaución máxima contra el orgullo.

CAPÍTULO XXXII: La enseñanza de Cristo sobre la humildad

32. Así pues, voy a aducir unos pocos testimonios tomados de la enseñanza de Cristo sobre la
humildad; los que el Señor se digna ofrecer a mi mente. Tal vez bastarán para el objetivo que me he
propuesto. El primer y más largo discurso que dirigió a sus discípulos comienza con estas palabras:
Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos 91. En tales personas
entendemos, sin que nadie lo discuta, a los humildes. El Señor alabó particularmente la fe del
centurión y afirmó no haber hallado otra tan grande en Israel 92, porque creyó con tanta humildad
que dijo: No soy digno de que entres bajo mi techo 93. Mientas Lucas deja ver con toda claridad que
no fue él directamente a Jesús, sino que envió a sus amigos 94, Mateo afirma que se había acercado él
en persona. La razón es que con su humildad, llena de fe, se acercó él más que sus emisarios. A eso se
refiere también lo dicho por el profeta: El Señor es excelso, pero pone sus ojos en las cosas humildes;
las elevadas, en cambio, las conoce de lejos 95. ¡Sin duda porque no se le acercan! Por lo mismo dijo
también: ¡Oh mujer, grande es tu fe! Hágase como deseas 96, a aquella mujer cananea a la que antes
había llamado perro y dicho que no había que echarle el pan de los hijos 97. Palabras a las que,
aceptándolas humildemente, había replicado: Así es, Señor; pero también los perros comen las
migajas que caen de la mesa de sus señores 98. Y de esa manera mereció por su humilde confesión lo
que no conseguía con su insistente gritar.

Con los ojos puestos en quienes se tienen por justos y desprecian a los demás, a este propósito nos
presenta el caso de los dos hombres, uno fariseo y otro publicano, que estaban orando en el templo,
en el que resulta preferida la confesión de los pecados a la enumeración de los méritos 99. No hay
duda de que el fariseo daba gracias a Dios por los méritos de que personalmente tanto se complacía:
Gracias te doy -decía- porque no soy como los demás hombres: injustos, raptores, adúlteros, o como
ese publicano. Ayuno dos veces por semana y doy el diezmo de cuanto poseo. El publicano, por el
contrario, se mantenía de pie a lo lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo, sino que golpeaba su
pecho diciendo: ¡Oh Dios, séme propicio, que soy pecador! A lo que sigue la sentencia de Dios: En
verdad os digo que el publicano bajó del templo justificado, más que el fariseo. Luego aduce la razón
de por qué eso era justo: Porque el que se humilla será exaltado y el que se exalta será humillado 100.
Puede, pues, acontecer que alguien evite verdaderos males, advierta en sí auténticos bienes y dé
gracias por ellos al Padre de las luces, de quien desciende toda dádiva óptima y todo don perfecto
101, y, no obstante, haya que recriminarle el vicio del orgullo, si en su soberbia denigra -aunque lo
haga solo en el pensamiento patente a Dios- a los otros pecadores, especialmente a los que confiesan
sus pecados en la oración, a quienes no se les debe dirigir un reproche altanero, sino ofrecer la
misericordia que abre a la esperanza.

¿Qué decir del hecho de que, discutiendo los discípulos entre sí sobre quién sería el mayor de ellos,
Jesús puso un niño pequeño ante sus ojos y les dijo: Si no os hacéis como este niño, no entraréis en el
reino de los cielos? 102 ¿No recomendó al máximo la humildad y puso en ella el criterio de grandeza?
Traigamos a la mente la escena en que los hijos del Zebedeo deseaban situarse uno a su derecha y el
otro a su izquierda, en los puestos de más alta dignidad. Él les respondió que, antes de solicitar con
deseo rebosante de orgullo ser preferidos a los demás, pensasen en beber el cáliz de su pasión en la
que se humilló hasta la muerte y muerte de cruz 103. Con esa respuesta ¿no les hizo saber que
otorgaría la dignidad apetecida a quienes previamente le siguieran en su condición de maestro de
humildad? 104

Qué gran encarecimiento de la humildad fue el que, poco antes del inicio de su pasión, lavase los pies
a los discípulos y los exhortase clarísimamente a que hiciesen con sus condiscípulos y consiervos lo
que él, Maestro y Señor, había hecho con ellos 105. Para encarecer esa virtud eligió el preciso
momento en que, ya próximo a la muerte, los discípulos fijaban en él sus ojos con enorme ansiedad,
momento que retendrían en su memoria, vinculándolo sobre todo con la última lección que el
Maestro les dejó para que lo imitasen. Lo hizo en ese preciso momento él que, sin duda alguna, podía
haberlo hecho en otro momento de su convivencia con ellos. Solo que, si lo hubiera hecho antes,
aunque el mensaje hubiese sido el mismo, la recepción hubiese sido distinta.

CAPÍTULO XXXIII: Cuanto mayor es el tesoro que se guarda, mayor ha de ser la vigilancia

Todos los cristianos han de practicar la humildad, habida cuenta que reciben el nombre de Cristo,
cuyo evangelio nadie examina con atención sin que le encuentre como maestro de humildad. Si las
cosas son así, conviene que le sigan y perseveren en esta virtud de un modo particular aquellos que
destacan sobre los demás por algún gran bien, preocupándose de cumplir ante todo el primer
precepto que cité: En la medida en que seas grande, humíllate en todo y hallarás gracia ante Dios 106.
Por tanto, como la continencia perpetua y sobre todo la virginidad constituyen un gran bien de los
santos de Dios, hay que extremar la vigilancia para que no lo corrompa el orgullo.

El apóstol Pablo tilda de malas a las viudas curiosas y charlatanas, y sostiene que su vicio proviene de
la ociosidad. Escribe: Al mismo tiempo, al no tener nada que hacer, aprenden a ir de casa en casa.
Además de ociosas, son curiosas y charlatanas, hablando lo que no conviene 107. Refiriéndose a ellas,
había escrito antes: Rehúye, en cambio, a las viudas jóvenes. Pues, tras haber vivido en Cristo entre
placeres, quieren volver a casarse incurriendo en condenación, porque no mantuvieron la fidelidad
primera 108, esto es, porque no perseveraron en lo que antes habían prometido.

CAPÍTULO XXXIV: En quiénes se teme el orgullo y en quiénes no

Pero no dice (el Apóstol): Se casan, sino quieren volver a casarse. A muchas de ellas, en efecto, las
retrae de casarse no el amor de un excelso propósito, sino el temor a la pública deshonra, que
proviene también del orgullo, por el que teme más desagradar a los hombres que a Dios. Así pues,
esas que quieren casarse y no lo hacen porque no pueden hacerlo impunemente, ¡cuánto mejor
harían casándose que abrasándose, esto es, antes de ver devastada su conciencia por la oculta llama
del deseo! Lamentan su estado y se avergüenzan de confesarlo. A menos que dirijan a Dios su
corazón, una vez enderezado, y venzan de nuevo la concupiscencia por temor a él, hay que contarlas
entre las muertas, ya vivan entre placeres -razón de las palabras del Apóstol: Sin embargo, la que vive
entre placeres ya en vida está muerta 109-, ya en medio de fatigas y ayunos, inútiles por carecer de un
corazón bien orientado y estar más al servicio de la ostentación que de la enmienda. Personalmente
no inculco gran preocupación por la humildad a esas mujeres en las que el mismo orgullo se ve
confundido y cubierto de la sangre que mana de la herida de la conciencia.

Tampoco impongo esta gran preocupación por la humildad a las viudas borrachas, o a las avaras, o a
las que están postradas por cualquier otra clase de enfermedad merecedora de condena, cuando han
profesado la continencia corporal, profesión a la que no se ajustan sus costumbres erráticas. A no ser
que, tal vez, osen hacer ostentación de tales males, no bastándoles el diferir sus tormentos.
Excluyo asimismo a aquellas que manifiestan cierto deseo de agradar o con un atuendo más elegante
de lo que exige tan excelsa profesión, o con un llamativo tocado de cabeza, ya con abultados moños,
ya con velos tan finos que dejan entrever las redecillas puestas debajo. A éstas aún no hay que darles
preceptos sobre la humildad, sino sobre la castidad misma o sobre la integridad de la pureza.

Dame una persona que profese la continencia perpetua y que carezca de estos vicios y manchas
morales y de cuantas se les parecen. En ella temo el orgullo; tan gran bien me infunde temor en ella
previendo la hinchazón del orgullo. Cuanto más tiene en qué complacerse, tanto más temo que,
agradándose a sí, desagrade a quien resiste a los orgullosos, pero da su gracia a los humildes 110.

CAPÍTULO XXXV: Qué quiere Cristo que aprendamos de Él

35. Por supuesto, es en Cristo mismo en quien hay que contemplar al primer maestro y modelo de la
integridad virginal. Según eso, ¿qué precepto puedo dar acerca de la humildad a los que practican la
continencia que no sea lo que él dice a todos: Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón?
Inmediatamente antes había recordado su propia grandeza, queriendo mostrar cuán grande era el
que por nosotros se hizo tan pequeño: Yo te alabo, Padre -son sus palabras-, Señor del cielo y de la
tierra, porque escondiste estas cosas a los sabios, y las revelaste a los pequeños. Así es, Padre, porque
así ha sido de tu agrado. Todas las cosas me las ha entregado mi Padre y nadie conoce al Hijo sino el
Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo quiera revelárselo. Venid a mí todos
los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de mí
que soy manso y humilde de corazón 111. Él, a quien el Padre entregó todas las cosas y a quien nadie
conoce sino el Padre, y el único que conoce el Padre junto con aquel a quien él quiera revelarlo, no
dice: "Aprended de mí a crear el mundo o a resucitar muertos, sino: que soy manso y humilde de
corazón". ¡Oh enseñanza salvífica! ¡Oh Maestro y Señor de los mortales, que bebieron la muerte en el
vaso del orgullo, participando así en ella! No quiso enseñar lo que no era él, ni quiso mandar lo que él
no hacía.

Apóstrofe a Jesús, maestro de humildad

Buen Jesús, con los ojos de la fe que me has abierto, te estoy viendo proclamar y decir como ante una
asamblea de todo el género humano: Venid a mí y aprended de mí 112. A ti, Hijo de Dios, por quien
fueron hechas todas las cosas, e Hijo del hombre, también hecho entre todas las cosas, te suplico,
¿para aprender qué cosa de ti venimos a ti? Que soy manso -dice- y humilde de corazón. ¿Todos los
tesoros de la sabiduría y de la ciencia escondidos en ti 113 han quedado reducidos a tener por algo
grandioso aprender tu lección de mansedumbre y humildad? ¿Tan grande es ser pequeño que solo se
puede aprender de ti, que eres tan grande? Así es verdaderamente. En efecto, para hallar reposo el
alma no tiene más remedio que eliminar la perturbadora hinchazón, que ella tiene por grandeza
propia y que para ti es una enfermedad.

CAPÍTULO XXXVI: Sigue el apóstrofe

36. Que te escuchen y vengan a ti, aprendan de ti a ser mansos y humildes los que buscan tu
misericordia y tu verdad, viviendo para ti, para ti, no para sí. Escuche esto quien se encuentre fatigado
y cargado, quien se encuentre tan abrumado por su carga que no ose elevar los ojos al cielo; escuche
aquel pecador que golpeaba su pecho y, estando lejos, se hallaba cerca 114. Escuche aquel centurión
que no se consideraba digno de que entrases bajo su techo 115(). Escuche Zaqueo, el jefe de los
publicanos, que devuelve el cuádruplo de las ganancias obtenidas con sus condenables pecados 116.
Escuche la mujer pecadora de la ciudad, que derramó a tus pies tantas más lágrimas cuanto más lejos
se hallaba de tus huellas 117. Escuchen las meretrices y los publicanos, que preceden a los escribas y
fariseos en el reino de los cielos 118. Escuchen los que sufren cualquier clase de enfermedad, con
quienes participaste en banquetes, participación que te imputaron como pecado quienes, creyendo
estar sanos, no te buscaban como médico, no obstante que no habías venido a llamar al
arrepentimiento a los justos sino a los pecadores 119. Cuando todos estos se convierten a ti, se
vuelven fácilmente mansos y se humillan en tu presencia, acordándose de su vida inicua en extremo y
de tu indulgentísima misericordia, puesto que donde abundó el pecado, ha sobreabundado la gracia
120.

Prosigue el apóstrofe

37. Pero vuelve los ojos a los ejércitos de vírgenes, chiquillos y chiquillas santos. Esta estirpe se ha
criado en tu Iglesia; en ella creció para ti, alimentándose de sus pechos maternales; en ella soltó su
lengua para proclamar tu nombre; un nombre que, siéndole infundido, mamó como leche para su
infancia. Nadie de entre ellos puede decir: Yo que antes fui blasfemo y perseguidor y opresor, pero he
conseguido misericordia, porque lo hice desde la ignorancia antes de venir a la fe 121. Al contrario,
arrebataron, prometieron con voto lo que no mandaste, limitándote a proponerlo a los que lo
quisieran con estas palabras: Quien pueda abrazarlo, que lo abrace 122. Y, tras la invitación, no
amenaza, tuya, se hicieron eunucos por el reino de los cielos.

CAPÍTULO XXXVII: Apóstrofe al alma virgen

Grítales; que te escuchen decir que eres manso y humilde de corazón. Cuanto mayores son, más se
humillen en todo, para hallar gracia ante ti. Son justos, pero ¿acaso como tú que justificas al impío?
Son castos, pero en pecado los alimentaron sus madres en sus senos 123. Son santos, pero tú eres
también el santo de los santos. Poseen la virginidad, pero tampoco han nacido de madres vírgenes.
Poseen la integridad en el cuerpo y en el espíritu, pero no son la Palabra hecha carne 124. Con todo,
aprendan no de aquellos a quienes perdonas los pecados, sino de ti mismo, el Cordero de Dios 125;
aprendan que eres manso y humilde de corazón 126.

38. ¡Virgen amante de la piedad y del pudor que ni siquiera en el lícito ámbito conyugal diste rienda
suelta al apetito carnal, que ni siquiera para obtener descendencia transigiste con tu cuerpo mortal,
que suspendiste en lo alto tus miembros terrenos con su excitación, ajustándolos a las costumbres
celestes! No te envío para que aprendas la humildad a los publicanos y pecadores, que, sin embargo,
precederán en el camino hacia el reino de los cielos a los orgullosos. No te envío a ellos, pues quienes
han sido liberados de la vorágine de la impureza no merecen ser puestos como modelos de
inmaculada virginidad. Te envío al rey del cielo, a quien creó a los hombres y, en bien de los hombres,
fue creado entre ellos; te envío al más bello entre los hijos de los hombres 127, pero despreciado por
ellos a favor de ellos; te envío a quien, dominando sobre los ángeles inmortales, no desdeñó servir a
los hombres mortales. A él, ciertamente, no le hizo humilde la maldad, sino la caridad, la caridad que
no envidia, no se engríe, no busca lo suyo 128. Porque Cristo no se agradó a sí mismo; al contrario,
según está escrito de él, los insultos de quienes te insultaban cayeron sobre mí 129. Ponte en
movimiento, ven a él y aprende de su boca que es manso y humilde de corazón. No irás a quien no
osaba elevar sus ojos al cielo a causa del peso de su maldad 130, sino a quien descendió desde el cielo
131 arrastrado por el peso de la caridad. No irás a la mujer que regó con lágrimas los pies de su Señor,
sino a aquel que, tras otorgarle el perdón de todos los pecados, lavó los pies de quienes eran sus
siervos 132.

Conozco la dignidad de tu condición virginal. No te propongo que imites al publicano que acusa
humildemente sus pecados, pero temo en ti al fariseo que se jactaba orgullosamente de sus méritos
133. No te digo: "Sé como aquella mujer de la que se dijo: Se le perdonan sus muchos pecados porque
amó mucho 134", pero temo que ames poco, porque juzgas que se te perdona poco.

CAPÍTULO XXXVIII: El temor y el amor

39. Grande es -digo- mi temor por ti; temor de que, por gloriarte de seguir al Cordero adondequiera
que vaya, la hinchazón de tu orgullo te impida seguirle por sus caminos estrechos. Es un bien para ti,
alma virginal, que, igual que eres virgen, así también, conservando en el corazón tu segundo
nacimiento y en la carne el primero, mediante el temor del Señor concibas y des a luz el espíritu de
salvación 135. Ciertamente en la caridad no hay temor, sino que, como está escrito, la caridad
perfecta expulsa el temor 136, pero el temor a los hombres, no a Dios; el temor a los males
temporales, no al juicio definitivo de Dios. No te engrías, sino teme 137. Ama la bondad de Dios, teme
su severidad; una y otra te impiden ser orgullosa. Pues, si le amas, temes ofender gravemente a tu
amado y amante. En efecto, ¿puede haber ofensa más grave que desagradar por el orgullo a quien por
ti desagradó a los orgullosos? ¿Y dónde debe estar más presente aquel temor casto que permanece
por los siglos de los siglos 138 que en ti, que no piensas en las cosas del mundo, esto es, en cómo
complacer a tu cónyuge, sino en las del Señor, o sea, en cómo complacerle a él? 139 Aquel primer
temor no se da en la caridad; este temor casto, por el contrario, no se separa de ella. Si no amas, teme
perecer; si amas, teme desagradarle. A aquel temor lo expulsa la caridad; con este corre hacia el
interior. Dice también el apóstol Pablo: Pues no hemos recibido el espíritu de servidumbre para recaer
en el temor, sino que hemos recibido el Espíritu de adopción de hijos por el que gritamos: Abba, Padre
140. Pienso que se refiere al temor otorgado en el Antiguo Testamento, temor a perder los bienes
temporales que Dios había prometido no aún a hijos bajo la gracia, sino a siervos todavía bajo la ley.
Existe también el temor al fuego eterno; pero si se sirve a Dios para evitar éste, no se trata del temor
que acompaña a la caridad perfecta. Pues una cosa es el deseo del premio y otra el miedo al castigo.
Una cosa es: ¿A dónde iré lejos de tu espíritu? y ¿a dónde huiré de tu presencia? 141 Y otra es: Una
cosa he pedido al Señor, esa buscaré: Habitar en la casa del Señor todos los días de mi vida para
contemplar las delicias del Señor y ser protegido en cuanto templo tuyo 142, o: No apartes de mí tu
rostro 143; o: Mi alma desea y desfallece (por entrar) en los atrios del Señor 144. La primera frase
pudo haberla pronunciado el publicano que no osaba levantar sus ojos al cielo y la pecadora que
regaba con lágrimas los pies (del Señor) con el fin de conseguir el perdón para sus graves pecados; las
otras pronúncialas tú que te preocupas de las cosas del Señor para ser santa en cuerpo y espíritu. De
la primera se hace acompañar el temor que atormenta y al que expulsa la caridad perfecta; de las
otras, el casto temor del Señor que permanece por los siglos de los siglos.

A unos y a otros hay que decir: No te engrías, sino teme 145, para evitar que el hombre se
enorgullezca o tomando la defensa de sus pecados, o presumiendo de su justicia. Pues el mismo Pablo
que escribió: Pues no habéis recibido el espíritu de servidumbre para recaer de nuevo en el temor
146, lleno de caridad acompañada de temor, dice: Con gran temor y temblor fui a vosotros 147. Él
mismo se sirvió de la frase mencionada: No te engrías, sino teme, para evitar que el acebuche
injertado se enorgulleciera frente a las ramas desgajadas del olivo 148. Es también él quien,
amonestando en general a todos los miembros de Cristo, dice: Obrad vuestra salvación con temor y
temblor, pues Dios es quien obra en vosotros el querer y el obrar, según su buena voluntad 149, para
que no parezca que pertenece (solo) al AT lo escrito: servid al Señor con temor y regocijaos ante él
con temblor 150.

CAPÍTULO XXXIX: La humildad se descubre necesaria

40. ¿Y qué miembros de su cuerpo santo, la Iglesia, deben preocuparse más de que sobre ellos
descanse el Espíritu Santo que los que profesan la santidad virginal? Pero ¿cómo descansará donde no
encuentra su lugar? ¿Y cuál es este sino un corazón humillado que (pueda) llenar, no uno del que
(tenga que) alejarse; uno que (pueda) elevar, no uno que (tenga que) abatir? La razón es que está
dicho con toda claridad: ¿Sobre quién reposará mi Espíritu? Sobre el humilde y tranquilo y sobre quien
se estremece ante mis palabras 151. Ya vives conforme a la justicia, a la piedad; ya vives conforme a la
pureza, la santidad y la castidad virginal; sin embargo, viviendo aún en este mundo, ¿no te rindes a la
humildad cuando oyes: Acaso no es una prueba la vida humana sobre la tierra 152? ¿No te apartan del
orgullo y de la excesiva confianza las palabras: ¡Ay del mundo a causa de los escándalos!? 153 ¿No te
asusta el poder ser contado entre los muchos cuya caridad se enfría por la abundancia de maldad?
154 ¿No golpeas tu pecho cuando oyes decir: Por lo cual, quien cree estar de pie, mire no caiga? 155
En medio de tantas advertencias divinas y peligros humanos como los mencionados, ¿aún me fatigo
de esta manera en persuadir la humildad a quienes han abrazado la santa virginidad?

CAPÍTULO XL: Las caídas de unos, lección para otros

41. Dios permite que se agreguen al número de quienes profesáis la virginidad muchos y muchas que
han de caer. ¿Cuál es la razón sino aumentar, con sus caídas, vuestro temor que reprima el orgullo?
Orgullo tan odiado por Dios que el único motivo de la humillación del Altísimo fue hacerle frente a él.
A no ser que, tal vez, le temas menos y te engrías más, hasta el punto de amar menos a quien te amó
tanto que se entregó a sí mismo por ti 156, por el hecho de haberte perdonado poco, al haber vivido
desde la niñez conforme a la religión, pureza, castidad consagrada, inmaculada virginidad. ¡Como si no
debieras amarle con mucho mayor ardor a él! A los lascivos que se convirtieron a él les perdonó todas
sus faltas, pero a ti no te permitió caer en ellas. ¿O la obcecación de aquel fariseo en el error de juzgar
que se le tenía que perdonar poco, por lo que amaba poco 157, tuvo otro origen que ignorar la justicia
divina y buscar afirmar la suya, en vez de someterse a la de Dios? 158.

Recibir un don mayor exige un mayor amor

Mas también vosotros, raza escogida y selectos entre los selectos, coros virginales que seguís al
Cordero, habéis sido salvados gratuitamente por la fe; y ello no por vosotros mismos, puesto que es
don de Dios; no por las obras, para evitar que alguien se enorgullezca. Pues somos hechura suya,
creada en Cristo Jesús en función de las obras buenas que Dios preparó para que caminemos en ellas
159. Así que ¿cuanto más os ha adornado con sus dones, tanto menos vais a amarle? ¡Sea él quien
aparte de vosotros tan horrenda demencia!

La Verdad afirmó, conforme a verdad, que a quien poco se le perdona poco ama; así pues, para amar
con todo el ardor a aquel por cuyo amor os mantenéis libres de los lazos del matrimonio, juzgad que
se os ha perdonado absolutamente todo cuanto bajo su guía no habéis cometido. Estén, pues,
vuestros ojos siempre elevados al Señor porque él sacará vuestros pies del cepo 160. Y Si el Señor no
hubiera guardado la ciudad, en vano se habría mantenido de guardia el centinela 161. Y hablando de
la continencia misma dice el Apóstol: Quiero que todos los hombres sean como yo; pero cada uno ha
recibido de Dios su propio don: uno de una manera, otro de otra 162. ¿Quién es, pues, el que los
otorga? ¿Quién distribuye los propios dones a cada cual como quiere? 163 Dios ciertamente, en quien
no hay injusticia 164. Por eso mismo, al hombre le resulta imposible o absolutamente difícil conocer
en virtud de qué equidad a unos los hace de una manera y a otros de otra. Pero que lo haga ajustado a
equidad no es lícito dudarlo. ¿Qué tienes, pues, que no hayas recibido? 165 O ¿por qué extravío amas
menos a aquel de quien más has recibido?

CAPÍTULO XLI: La virginidad es un don de Dios

42. Por lo cual, el primer pensamiento de quien vive en virginidad ha de ser revestirse de humildad.
No piense que es lo que es por méritos propios, (olvidando) que ese don extraordinario desciende
más bien del Padre de las luces, en quien no se da cambio ni ensombrecimiento pasajero 166. De esta
manera no llegará a pensar que se le ha perdonado poco, con la consecuencia de amarle poco 167 e,
ignorando la justicia de Dios y queriendo afirmar la suya propia, no se someta a la de Dios 168. Error
en que cayó aquel Simón a quien aventajó la mujer a la que se perdonaron muchos pecados porque
amó mucho.

Pero todavía tiene que pensar con mayor cautela y verdad que se han de considerar como
perdonados todos los pecados que no se cometen gracias a la protección de Dios. Prueba de ello son
las piadosas súplicas presentes en las Sagradas Escrituras que muestran que incluso lo que manda
Dios no se puede cumplir sin el don y la ayuda de quien lo manda. Sería una farsa pedirlo si
pudiéramos hacerlo personalmente sin la ayuda de su gracia. ¿Hay precepto más universal e
importante que la obediencia por la que se cumplen los mandatos de Dios? Y, sin embargo, hallamos
que también ella es objeto de súplica. Dice (el salmista): Tú ordenaste que tus mandamientos se
cumpliesen al detalle; y sigue luego: ¡Ojalá mis caminos se dirijan al cumplimiento de tus
disposiciones; entonces no quedaré confundido, en tanto pongo mis ojos en tus mandatos! 169 Lo
que en un primer momento presentó como mandatos divinos, luego deseó poder cumplirlos: correcto
proceder para no pecar. Y, en el caso de que haya pecado, se le manda arrepentirse, no sea que,
defendiendo y disculpando su falta, perezca por su orgullo quien lo cometió, al no querer hacerlo
desaparecer mediante el arrepentimiento. También esto lo pide a Dios para dar a entender que no se
tiene si no lo otorga aquel a quien se pide. Pon -dice-, Señor, una guarda a mi boca, y una puerta de
contención en torno a mis labios; no dejes inclinarse mi corazón hacia palabras malvadas para buscar
excusa a sus pecados, en compañía de hombres que obran la maldad 170. Si, pues, hasta la obediencia
por la que guardamos sus mandatos y el arrepentimiento por el que nos acusamos y no nos
excusamos de nuestros pecados, es objeto de deseo y súplica, resulta manifiesto que, cuando existe,
se obtiene por don de Dios y se cumple con su ayuda. Más claramente se afirma a propósito de la
obediencia: El Señor dirige los pasos de los hombres y aceptará su camino 171. También respecto del
arrepentimiento dice el Apóstol: Por si tal vez Dios les da el arrepentimiento 172.

También la continencia es un don de Dios

43. ¿Y no está dicho con toda claridad a propósito de la continencia misma: Y como supiese que nadie
puede ser continente si Dios no se lo otorga, el mismo conocer de quién era don era ya sabiduría? 173

CAPÍTULO XLII: ... Y la sabiduría

Pero tal vez la continencia sea un don de Dios y, sin embargo, el hombre se otorgue a sí mismo la
sabiduría, gracias a la cual conoce que la continencia es don de Dios, no propio. Al contrario, el Señor
hace sabios a los ciegos 174, y el testimonio del Señor es fiel, él otorga la sabiduría a los pequeños
175, y si alguno carece de sabiduría, pídasela a Dios, que da a todos con generosidad, sin reprochar
nada, y se la concederá 176. Ahora bien, conviene que quienes han optado por la virginidad posean la
sabiduría, no sea que se apaguen sus lámparas 177. ¿Y cómo pueden conseguir la sabiduría, a no ser
evitando el orgullo y dejándose atraer por lo humilde? 178 En efecto, la Sabiduría misma dijo al
hombre: He aquí que la sabiduría se identifica con la piedad 179. Si, pues, nada tienes que no hayas
recibido, no te engrías, sino teme 180. Y no ames poco, como si se te hubiera perdonado poco; antes
bien, ama mucho a quien tanto te otorgó. Pues si ama a quien le concedió no deber, ¡cuánto más
debe amar a quien le otorgó poseer! En efecto, si uno permanece puro desde siempre, es porque él lo
gobierna; y si uno se convierte de impuro en puro, es porque él lo endereza; y si uno sigue impuro
hasta el final, es porque él lo abandona. Él puede realizar esto por un juicio oculto, pero nunca injusto.
Y quizá el que nos quede oculto mire a aumentar el temor y disminuir el orgullo.

CAPÍTULO XLIII: Despreciar a los demás, una forma de orgullo

44. Así pues, sabiendo ya el hombre que es lo que es por la gracia de Dios, evite caer en otro lazo del
orgullo -el desprecio a los demás- ensoberbeciéndose de la misma gracia de Dios. Este vicio arrastraba
a aquel fariseo a agradecer a Dios los bienes que poseía y a ponerse, no obstante, lleno de orgullo, por
encima del publicano que reconocía sus pecados 181. ¿Qué ha de hacer, por tanto, quien profesó la
virginidad, qué ha de pensar para no enaltecerse sobre los demás, hombres y mujeres, que carecen de
tan gran don? Pues no debe simular la humildad, sino mostrarla, dado que simularla es orgullo mayor.
Es la razón por la que la Escritura, queriendo manifestar que conviene que la humildad sea auténtica,
tras haber dicho: Cuanto mayor eres, tanto más has de humillarte en todo, inmediatamente añadió: Y
hallarás gracia ante Dios 182, justamente allí donde no cabe la falsa humildad.

CAPÍTULO XLIV: No siempre la virgen es mejor que la casada


45. ¿Qué diremos entonces? ¿Hay algo verdadero que una virgen consagrada a Dios pueda pensar
para que no ose anteponerse a otra mujer cristiana, sea viuda o casada? No me refiero a una virgen
que viva de modo reprobable, pues ¿quién ignora que es preferible cualquier mujer obediente a una
virgen desobediente? Pero, puestos en el caso de que ambas obedezcan los preceptos de Dios,
¿temerá preferir la santa virginidad a las nupcias, incluso las castas, y la continencia al matrimonio;
anteponer el fruto del ciento al del treinta por uno? Al contrario, no dude en anteponer
objetivamente lo primero a lo segundo. Sin embargo, a nivel subjetivo, ninguna virgen, aunque sea
obediente y temerosa de Dios, ose anteponerse a cualquier otra mujer, ya no virgen, también
temerosa de Dios; de no ser así, no se mostrará humilde, y Dios resiste a los orgullosos 183. ¿Qué ha
de pensar, pues? Que los dones de Dios son ocultos y que solo la prueba -eso es la tentación- revela a
cada cual incluso lo que se refiere a sí mismo. Pongamos el ejemplo de una virgen ocupada en las
cosas del Señor, en cómo agradarle 184. ¿Cómo sabe si, tal vez, a causa de alguna debilidad espiritual
que le resulta desconocida, aún no está madura para el martirio, mientras que otra mujer casada, a la
que ella se anteponía, puede ya beber el cáliz de la humildad del Señor que él contraofertó a los
discípulos amantes de dignidades para que lo bebieran antes de conseguirlas? 185 ¿Cómo puede
saber -digo- si, tal vez, ella aún no es Tecla y la otra es ya Crispina?

CAPÍTULO XLV: Ciertamente, salvo que sobrevenga la prueba, no cabe manifestación alguna de tal
don. Clasificación de los dones de Dios por sus frutos.

46. Se trata de un don tan grande que algunos interpretan referido a él el fructificar el ciento por uno.
Un testimonio de la máxima categoría lo otorga la autoridad de la Iglesia. Apoyándose en ella, los
fieles conocen en qué momento de la celebración eucarística se hace memoria de los mártires, y en
cuál otro, de las vírgenes consagradas ya difuntas. Pero qué significado tenga esa diferencia en el
producir fruto, júzguenlo quienes tienen una inteligencia de ello superior a la mía, ya sea que el
fructificar el ciento por uno corresponda al estado de virginidad, el sesenta por uno al estado de
viudez y el treinta por uno al estado conyugal; ya sea que, más bien, la fertilidad del ciento por uno se
atribuya al martirio, la del sesenta por uno a la vida en continencia, la del treinta por uno al
matrimonio; ya que la profesión de virginidad, junto con el martirio, produzca fruto del ciento por
uno, ella sola el sesenta por uno y los casados que producen el treinta por uno, lleguen al sesenta por
uno en caso de ser mártires; ya haya que entender que los dones son muchos más como para poder
clasificarlos en las tres categorías -opinión que me parece más probable, puesto que los dones de la
gracia divina son numerosos y uno es mayor y mejor que otro, por lo que dice el Apóstol: Imitad los
dones mejores 186-. En primer lugar, para no dejar sin fruto alguno a la continencia de viudos y viudas
o rebajar su mérito hasta el nivel de la pureza conyugal, o equipararlo a la gloria propia de la
virginidad; o para no juzgar que la corona del martirio, ya se dé en la disposición del alma aunque no
verificada por la prueba, ya en la experiencia del tormento, no aporta ningún plus de fertilidad unida a
cualquiera de aquellos tres niveles de castidad. En segundo lugar, ¿qué puesto reservamos a tantos
hombres y mujeres que, aunque guardan la continencia virginal, no cumplen, sin embargo, las
palabras del Señor: Si quieres ser perfecto, vete, vende lo que tienes y dalo a los pobres y tendrás un
tesoro en el cielo, y ven y sígueme 187, ni se atreven a cohabitar en compañía de aquellos entre
quienes nadie considera nada como propio, sino que lo ponen todo en común? 188 ¿Hemos de creer,
acaso, que hacer eso no añade ningún fruto a los que consagran a Dios su virginidad, o que, si no lo
hacen, su virginidad queda estéril?

CAPÍTULO XLVI: Los mejores dones, orientados a la vida eterna

Existen, pues, muchos dones, unos más sublimes y mayores que otros; cada persona tiene los propios.
Y a veces una aporta fruto con pocos dones, aunque más excelentes, y otra con dones inferiores, pero
más abundantes. Mas ¿qué hombre podrá discernir si se igualarán o distinguirán a la hora de recibir
los honores eternos? En todo caso ha de constar, de una parte, que los dones son muchos y
diferentes, y, de otra, que los mejores son de provecho no para el tiempo presente, sino para la vida
eterna. Pero juzgo que el Señor quiso mencionar tres clases de frutos 189, dejando para quienes
consigan comprenderlos determinar los restantes. La prueba 190 está en que otro evangelista solo
mencionó el ciento por uno. ¿Hay que juzgar de ahí que desaprobó o ignoró los otros dos grados de
fructificación? ¿No habrá que pensar más bien que lo dejó para que los averiguáramos?

El martirio, don superior al de la virginidad

47. Mas, como había comenzado a decir, sea que a la virginidad consagrada a Dios corresponda el
fruto del ciento por uno, sea que haya que entender tal diferencia en el porcentaje de fructificación de
algún otro modo, coincida con el mencionado anteriormente o no, juzgo que nadie -a cuanto creo-
osará preferir la virginidad al martirio y que nadie dudará de que este último don permanece oculto si
falta la prueba que lo verifique.

CAPÍTULO XLVII: Por qué una virgen no debe creerse mejor que una casada

Así pues, quien profesó la virginidad tiene argumentos que le ayuden a mantenerse humilde para no
violar la caridad que descuella sobre todos los demás dones y sin la cual nada son cualesquiera otros
que pudiera poseer, pocos o muchos, grandes o pequeños. Tiene -digo- razones para no envanecerse
ni sentir celos 191. Esto es, aunque reconoce que el bien de la virginidad es mucho mayor y mejor que
el bien específico del matrimonio, ignora, sin embargo, si cualquier otra mujer casada ya está
capacitada para sufrir por Cristo, mientras ella misma aún no lo está y el que la tentación no ponga a
prueba su flaqueza es una condescendencia para con ella. Dice el Apóstol: Fiel es Dios, que no
permitirá que seáis tentados por encima de vuestras fuerzas; pero con la prueba os dará también la
salida, para que podáis resistirla 192.

Por tanto, cabe que personas casadas mantengan un estilo de vida digno de encomio conforme a su
estado, estén ya capacitadas para enfrentarse en combate al enemigo que las fuerza a cometer la
maldad, aun con desgarramiento de vísceras y efusión de sangre, mientras otras que vivieron en
continencia desde la niñez y que se mutilaron por el reino de los cielos aún no son capaces de
soportar tales tormentos en pro de la justicia o de la pureza misma. Una cosa es, en efecto, no dar,
por amor a la verdad y al propósito santo, el consentimiento a quien incita o halaga y otra no ceder
ante quien hasta tortura y hiere. Se trata de posibilidades y fuerzas ocultas en el espíritu que la
prueba saca a la luz y la experiencia divulga. Por tanto, para no envanecerse por lo que claramente ve
que puede, piense humildemente que ignora si tal vez está capacitado para algo más excelente y que,
al contrario, otros que no poseen aquello por lo que él se siente honrado pueden lo que no puede él.
De esta manera se mantendrá en la auténtica, no falaz, humildad, anticipándose cada cual en el
otorgar honor al otro 193 y juzgando cada cual que el otro es superior a sí mismo 194.

CAPÍTULO XLVIII: Nuevo motivo de humildad: ¿Quién se gloriará de estar limpio de pecado?

48. ¿Qué diré, por fin, de la precaución y vigilancia necesarias para no pecar? ¿Quién se gloriará de
tener casto el corazón o quién se gloriará de estar limpio de pecado? 195 Supongamos que alguien ha
conservado intacta la virginidad desde el seno materno; pero -dice- nadie está limpio en tu presencia,
ni siquiera el niño de un día de vida sobre la tierra 196. Supongamos también que alguien, gracias a su
fe inviolada, conserva la castidad virginal por la que la Iglesia, virgen casta, se une a un único varón.
Pero este único varón enseñó a orar no solo a los bautizados vírgenes de cuerpo y espíritu, sino
absolutamente a todos los cristianos, desde los espirituales a los carnales, desde los apóstoles hasta el
último penitente; por así decir, desde la cima de los cielos hasta su otro extremo 197. En tal oración
exhortó a pronunciar estas palabras: Y perdónanos nuestras ofensas, como también nosotros
perdonamos a los que nos ofenden 198. Palabras de súplica por medio de las cuales nos mostró lo que
hemos de recordar que somos. Y si en esa oración nos mandó decir: perdónanos nuestras ofensas,
como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, no lo hizo en atención a las ofensas de
nuestra entera vida pasada que confiamos nos fueron perdonadas en el bautismo, al otorgarnos su
paz; de lo contrario, serían más bien los catecúmenos quienes deberían recitar esta oración hasta que
fuesen bautizados. Mas como la recitan los bautizados, los dirigentes junto con sus comunidades, los
pastores con sus rebaños, resulta suficientemente claro que en esta vida -toda ella una prueba 199-
nadie debe gloriarse como si estuviese libre de todo pecado.

CAPÍTULO XLIX: Nadie está libre de pecado

49. Por tanto, incluso quienes consagraron su virginidad a Dios y viven de modo ciertamente
irreprensible siguen al Cordero adondequiera que vaya 200 gracias a la purificación obtenida de sus
pecados y a la guarda de la virginidad que, una vez perdida, no se recupera. Pero como el Apocalipsis,
en que los vírgenes se manifestaron al autor del libro, virgen él también, los alaba también porque en
sus labios no se halló mentira 201, recuerden que han de ser también veraces a este respecto, no sea
que osen decir que carecen de pecado. Es el mismo Juan, que tuvo tal visión, el que dijo: Si decimos
que no tenemos pecado nos engañamos a nosotros mismos y la verdad no mora en nosotros. Porque
si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y purificarnos de
toda maldad. Porque si decimos que no hemos pecado, le haremos mentiroso a él y su palabra no
estará en nosotros 202. Palabras dirigidas no a estos o a aquellos cristianos, sino a todos, entre los
cuales deben reconocerse los que guardan la virginidad. De esa manera carecerán de mentira, tal
como se manifestaron en el Apocalipsis. Y por ello, mientras están a la espera de la perfección en la
excelsitud del cielo, los hace irreprochables la humilde confesión.

El perdón del pecado no debe estimular el pecado

50. A su vez, para que nadie, amparado en una seguridad fatal, tome motivo de esta afirmación para
pecar y permita que el pecado lo arrastre, como si una fácil confesión del mismo lo borrase al
instante, añadió a continuación: Hijitos míos, os he escrito esto para que no pequéis; pero si alguno
peca, tenemos como abogado ante el Padre al justo Cristo Jesús, y él es propiciador por nuestros
pecados 203. Por tanto, que nadie se aparte del pecado pensando en retornar a él, ni se amarre a la
maldad con una especie de pacto de alianza, hasta el punto que le agrade más confesar el pecado que
precaverse de él.

CAPÍTULO L: Aunque sea leve el pecado, no deja de ser pecado

También a quienes se esfuerzan y mantienen vigilantes para no pecar se les infiltran, de algún modo y
debido a la fragilidad humana, pecados que no dejan de serlo aunque sean pequeños o pocos. Esos
mismos pecados se convierten en grandes y graves, si el orgullo les añade volumen y peso. No
obstante, el sacerdote que tenemos en el cielo los purifica para plena felicidad si antes los hace
desaparecer la piadosa humildad.

Contra la doctrina pelagiana de la impecabilidad

51. Mas no es mi intención entrar en polémicas con quienes sostienen que el hombre puede vivir esta
vida sin pecado alguno no discuto con ellos, no les llevo la contraria. Tal vez medimos a los grandes
con el metro de nuestra miseria 204 y comparándonos a nosotros con nosotros mismos, no los
llegamos a entender. Una sola cosa sé: que estas personas grandes -grandeza ajena a nosotros y que
aún no hemos experimentado- en la medida en que son grandes, en esa misma medida han de
humillarse en todo para hallar gracia ante Dios 205. Pues, por grandes que sean, no es el siervo mayor
que su señor o el discípulo superior a su maestro 206. Y evidentemente él es el Señor que dice: Todo
me lo ha entregado mi Padre, y él el maestro que proclama: Venid a mí todos los que estáis cansados
y fatigados y aprended de mí. Pero ¿qué aprendemos de él? Que soy manso -dice- y humilde de
corazón 207.

CAPÍTULO LI: Relación entre la virginidad, la humildad y la caridad


52. Llegados a este punto, dirá alguien: Esto ya no es escribir sobre la virginidad, sino sobre la
humildad. Como si yo hubiera asumido ensalzar cualquier clase de virginidad y no la que es según
Dios. Cuanto más contemplo cuán gran bien es, más temo que el orgullo, cual ladrón, la haga perecer.
Pues nadie, a no ser Dios mismo que lo otorgó, puede proteger el bien de la virginidad; ahora bien,
Dios es caridad 208. Guardián, por tanto, de la virginidad es la caridad; mas la morada de este
guardián es la humildad. En ella habita quien proclamó que su Espíritu descansa sobre el humilde, el
manso y el que tiembla ante sus palabras 209. ¿Qué hice de extraño, pues, si, buscando la protección
del bien que alabé, me preocupé también de preparar la morada para quien la custodia? Sin temer
que se enfaden conmigo aquellos a quienes, lleno de preocupación, amonesto a que compartan mi
temor por ellos, proclamo con seguridad: más fácilmente siguen al Cordero, si no adondequiera que
vaya, sí hasta donde ellos están capacitados, los esposos humildes que quienes viven en virginidad, si
son orgullosos. Pues ¿cómo es posible que alguien siga a aquel a quien no quiere acercarse? O ¿cómo
se le acerca quien no va a él con la intención de aprender que soy manso y humilde de corazón? 210 El
Cordero, por tanto, guía adondequiera que va a los que le siguen, si primero ha encontrado en ellos
donde reclinar su cabeza. Pues también cierta persona orgullosa y falaz le había dicho: Señor, te
seguiré adondequiera que vayas, a la que respondió: Las zorras tienen sus guaridas y las aves del cielo
sus nidos; pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar su cabeza 211. Bajo el término zorras
recriminaba la astuta doblez y bajo aves el vacío orgullo de aquella persona en la que no hallaba la
piadosa humildad en que reposar. Y por esta razón no siguió al Señor absolutamente a ningún lugar
quien había prometido caminar a su lado, no determinado trayecto, sino adondequiera que fuese.

CAPÍTULO LII: La humildad conduce a la cima

53. Por lo tanto, he aquí lo que debéis hacer los que vivís que vaya. Pero antes venid a aquel a quien
vais a seguir y aprended de él que es manso y humilde de corazón. Venid humildes al humilde, si es
que le amáis, y no os alejéis de él para no caer. El que teme apartarse de él, le suplica con estas
palabras: No me alcance el pie del orgullo 212. Recorred el camino de las cimas con el pie de la
humildad. Él, que no tuvo reparo en descender hasta los que yacían en el camino, exalta a los que le
siguen en humildad. Confiadle sus dones para que os los guarde; custodiad vuestra fortaleza,
poniéndola en él 213. Considerad que os ha perdonado todo el mal que su custodia os evita cometer,
no sea que, juzgando que os ha perdonado poco, lo améis poco y, con una jactancia que significaría
vuestra ruina, despreciéis a los que, cual publicanos, golpean sus pechos 214. Sabedores de lo limitado
de vuestras fuerzas, tomad precauciones para no engreíros por haber podido soportar algo; respecto
de las que aún no habéis experimentado, orad para no sufrir una prueba superior a la que podáis
soportar. Juzgad que hay personas ocultamente superiores a vosotros, que en lo que se ve les lleváis
la delantera. Cuando bondadosamente creéis en los bienes de otras personas, que quizá os resultan
desconocidos, no disminuyen, al compararlos, los vuestros conocidos; antes bien se afianzan con el
amor; y los que quizá os falten aún, se os darán tanto más fácilmente cuanto más humildemente los
deseéis. Los que de entre vosotros se mantienen fieles, que os den ejemplo; los que han caído,
aumenten vuestro temor. Amad la perseverancia de los primeros para imitarla; llorad la caída de los
segundos para no engreíros. No afirméis vuestra propia justicia; someteos a Dios que os justifica.
Otorgad el perdón a los pecados ajenos; orad a causa de los vuestros; evitad cometerlos en el futuro
mostrándoos vigilantes, borrad los pasados confesándolos.

CAPÍTULO LIII: Cuando la virginidad manifiesta la vida angélica

54. He aquí que ya sois tales que también os ajustáis por las demás virtudes a la virginidad profesada y
conservada. No solo os abstenéis ya de homicidios, de sacrificios y abominaciones diabólicas, de
hurtos y rapiñas, de engaños y perjurios, de todo derroche y avaricia, de todo tipo de simulación,
envidia, impiedad y crueldad 215; tampoco se hallan ni se encuentran en vosotros aquellos pecados
que son o se juzgan más leves: el descaro en el rostro, el mariposear de los ojos, el desenfreno de la
lengua, la risa petulante, el chiste grosero, un vestir indecente o un andar afectado o desgarbado; ya
no devolvéis mal por mal 216 ni maldición por maldición; por último, ya cumplís con la medida
establecida para el amor, esto es, entregáis vuestras vidas por vuestros hermanos 217. Ya sois así,
porque también así debéis ser. Sumadas estas virtudes a la virginidad, manifestáis a los hombres la
vida angélica y las costumbres del cielo. Mas en la medida en que sois grandes los que lo sois en el
modo indicado, en esa misma medida humillaos en todo para hallar gracia ante Dios 218, no sea que
oponga resistencia a los orgullosos 219, humille a quienes se exaltan a sí mismos e impida pasar por
sus sendas estrechas a los hinchados. En realidad, es superflua la preocupación de que falte la
humildad donde hierve la caridad.

CAPÍTULO LIV: Virginidad y amor a Cristo

55. Por tanto, si habéis renunciado al matrimonio humano por medio del cual engendraríais hombres,
amad de todo corazón al más hermoso entre los hijos de los hombres 220. Estáis libres; libre está
vuestro corazón de los lazos conyugales. Poned los ojos en la belleza de quien os ama: pensadle igual
al Padre, sometido también a la madre; pensadle también como Señor en el cielo y como siervo en la
tierra; creando todas las cosas, creado entre ellas. Mirad qué bello es incluso aquello de lo que en él
se mofan los orgullosos; con los ojos interiores mirad sus heridas cuando pendía de la cruz, sus
cicatrices una vez resucitado, su sangre cuando moría, el precio que pagó por el creyente, el trueque
por el rescate.

CAPÍTULO LV: Cristo en su condición de esposo

Pensad en el gran valor de todo lo mencionado. Pesadlo en la balanza de la caridad, y todo el amor
que habíais pensado encauzar hacia vuestro matrimonio dirigidlo hacia él.

56. Felicitaos porque él busca vuestra belleza interior, por la que os otorgó poder ser hijos de Dios
221; no la belleza de la carne, sino la de las costumbres, con que refrenéis también la carne. No hay
nadie que pueda mentirle en contra de vosotros y le haga sentirse celoso y cruel. Ved con cuánta
seguridad amáis a aquel a quien no teméis que desagraden infundadas sospechas. El marido y la
mujer se aman porque se ven, pero temen el uno en el otro lo que no ven. Ni siquiera disfrutan con
absoluta seguridad de lo que tienen ante los ojos cuando sospechan se da en lo oculto lo que, la
mayor parte de las veces, no existe en realidad. En el esposo que no veis con los ojos, pero
contempláis con la fe, no tenéis ningún defecto objetivo que reprender, ni teméis que llegue a
ofenderse por una sospecha falsa. Así pues, si deberíais amar intensamente a vuestros cónyuges,
¡cuánto más debéis amar a aquel por el cual renunciasteis a tener cónyuge! Quede clavado en vuestro
corazón el que por vosotros fue clavado en la cruz. Que él posea enteramente en vuestro corazón
todo lo que no quisisteis que ocupase un cónyuge. No os es lícito amar poco a aquel por quien
renunciasteis a amar hasta lo que sería lícito. Si así amáis a quien es manso y humilde de corazón, no
temo en vosotros el más mínimo orgullo.

CAPÍTULO LVI: Conclusión: Himno de alabanza

57. Así pues, en la medida de mi capacidad, he hablado ya lo suficiente tanto acerca de la santidad por
la que se os designa justamente como religiosas como de la humildad por la que conserváis la
grandeza que se os otorga. Con todo, mucho mejor pueden exhortaros sobre el tema tratado en este
opúsculo mío los tres jóvenes a quienes, envueltos en llamas, ofrecía refrigerio aquel a quien amaban
con todo el ardor de su corazón; de forma más breve en cuanto al número de palabras, pero más
sublime por el enorme peso de su autoridad, lo hacen mediante el himno con que glorificaron a Dios.
Pues uniendo humildad y la santidad en su alabanza a Dios, clarísimamente enseñaron que cada cual
ha de precaverse de que le engañe el orgullo y tanto más cuanto más santo es lo que ofrece. Por
tanto, alabad también vosotras a quien os otorga no abrasaros en medio de las llamas de este mundo,
a pesar de no uniros en matrimonio. Y orando también por mí, bendecid al Señor, santos y humildes
de corazón; cantadle un himno y ensalzadle por encima de todo, por los siglos de los siglos 222.
EL TRABAJO DE LOS MONJES
Traductor: Lope Cilleruelo, OSA
Revisión: Isaías Díez del Río, OSA

CAPÍTULO I Origen de la obra. Actitud ociosa de algunos monjes de Cartago, y razones en que se
basan

1. Cuanto más claro veo, santo hermano Aurelio, quién es el que por tu ministerio me solicita, tanto
mejor comprendo mi obligación de responder a tu demanda. Porque en tu interior mora nuestro
Señor Jesucristo. Él es quien te infunde esa preocupación de paterna y fraterna caridad. Él, valiéndose
de tu voluntad y lengua para sus designios, me ordena consignar por escrito lo que yo pienso sobre el
problema que me planteas. ¿Hemos de inhibirnos ante la licencia que se toman esos monjes, hijos y
hermanos nuestros, que se niegan a obedecer al apóstol Pablo cuando les dice: quien no quiera
trabajar, que no coma? 1 Asístame, pues, el Señor también a mí para que obedezca de manera que,
por la utilidad y el fruto de mi trabajo, llegue a comprender que por su gracia he sido dócil a su
voluntad.

2. Veamos, en primer lugar, los argumentos que aducen esos monjes que se niegan a trabajar. A
continuación, si demostramos que están equivocados, veremos lo que puede hacerse para lograr su
corrección. Afirman ellos que, cuando el Apóstol dice: quien no quiera trabajar, que no coma 2, no se
refiere al trabajo físico, en el que se afanan campesinos y artesanos, ya que no puede contradecir al
Evangelio en el que afirma el Señor: En razón de eso, os digo: no os acongojéis por el cuidado de hallar
qué comer para sustentar vuestra vida o de dónde sacaréis vestidos para cubrir vuestro cuerpo. ¡Qué!
¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido? Mirad las aves del cielo, cómo no
siembran, ni siegan, ni tienen graneros, y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿Pues no valéis vosotros
mucho más sin comparación que ellas? Y ¿quién de vosotros a fuerza de discursos puede añadir un
codo a su estatura? Y acerca del vestido, ¿a qué propósito inquietaros? Contemplad los lirios del
campo cómo crecen: no labran, ni tampoco hilan. Sin embargo, yo os digo que ni Salomón en medio
de toda su gloria se vistió con tanto primor como uno de estos lirios. Pues si una hierba del campo,
que hoy es y mañana se echa en el horno, Dios así la viste, ¿cuánto más a vosotros, hombres de poca
fe? Así que no vayáis diciendo acongojados: ¿Dónde hallaremos qué comer y beber? ¿Dónde
hallaremos con qué vestirnos? Como hacen los paganos, los cuales andan ansiosos tras todas estas
cosas; que bien sabe vuestro Padre la necesidad que de ellas tenéis. Así que buscad primero el reino
de Dios y su justicia, y todas las demás cosas se os darán por añadidura. No andéis, pues, acongojados
por el día de mañana; que el día de mañana harto cuidado traerá por sí; bástele ya a cada día su
propio afán 3.

He aquí un texto, argumentan ellos, en el que el Señor nos manda que esperemos confiados nuestro
vestido y alimento. ¿Cómo podría el Apóstol sostener un pensamiento contrario al del Señor,
exigiéndonos una actitud solícita por lo que hemos de comer, beber y vestir, mediante la imposición
de trabajos, cuidados y oficios propios de los artesanos? Por lo tanto, cuando el Apóstol dice: quien no
quiera trabajar, que no coma, hemos de referirlo, dicen ellos, al trabajo espiritual, del que afirma en
otro lugar: según el don que a cada uno ha concedido el Señor. Yo planté, regó Apolo, pero Dios ha
dado el incremento; y poco después: cada uno recibirá su propio salario a medida de su trabajo.
Porque somos coadjutores del Señor; vosotros sois el campo de Dios, el edificio de Dios. Y yo, según la
gracia que Él me ha dado, eché, cual perito arquitecto, el cimiento del edificio 4. Como el Apóstol
trabaja plantando, regando, edificando y echando cimientos, así hay que entender el quien no quiera
trabajar, que no coma. En efecto, ¿de qué sirve comer espiritualmente, esto es, alimentarse de la
palabra de Dios, si con ello no se opera la edificación del prójimo? ¿Qué le aprovechó al siervo
perezoso el esconder el talento que recibió, renunciando al lucro esperado por su señor? ¿No se lo
quitaron al fin y le arrojaron a las tinieblas exteriores? 5 Así obramos nosotros, dicen ellos: nos
ocupamos de la instrucción de los hermanos, que, cansados del mundanal ruido, vienen a nosotros
para encontrar, a nuestro lado, la paz en la palabra de Dios, en la oración, en los salmos, himnos y
cánticos espirituales. Les hablamos, consolamos, y exhortamos, intentando construir en su vida lo
que, de acuerdo con su estado, descubrimos que todavía les falta por edificar. Si no realizásemos estas
obras, con grave riesgo recibiríamos del Señor el mismo alimento espiritual. A esto es a lo que se
refiere precisamente el Apóstol cuando afirma: quien no quiera trabajar, que no coma. En definitiva,
en esto se basan esos monjes para creer acatar la doctrina del Apóstol a la par que la del Evangelio: en
que, por una parte, piensan que el Evangelio prohíbe preocuparse por las necesidades corporales y
temporales de esta vida; y, por otra, en que el Apóstol, cuando dice: quien no quiera trabajar, que no
coma, habla de la comida y del trabajo espirituales.

CAPÍTULO II Respuesta a base de las mismas palabras del Evangelio y del propio Apóstol

3. No se percatan estos monjes de que otro, con el mismo derecho, podría sostener que el Señor,
hablando evidentemente en parábolas y comparaciones, se refiere al alimento y vestido espirituales,
para que no vivan preocupados por ellos sus seguidores. Así se desprende de este otro texto
evangélico: cuando os hicieren comparecer ante los tribunales, no penséis lo que habéis de hablar.
Porque se os dará en aquella hora lo que habléis; no seréis vosotros los que habléis, sino que el
Espíritu de vuestro Padre hablará por vosotros 6. Porque aquí evidentemente se habla de sabiduría
espiritual; y les ordena que no se inquieten por ella, prometiéndoles que les será otorgada sin ellos
preocuparse por ella. Sin embargo, el Apóstol, como es habitual en él, expresándose con mayor
precisión, y hablando en sentido propio más que figurado, como podemos constatar en otros muchos,
si no en todos, los pasajes de sus Cartas, cuando dice: quien no quiera trabajar, que no coma 7, se
refiere expresamente al trabajo manual y a la comida material. Esto debería bastar a estos monjes
para hacerles dudar de su interpretación. A menos que, examinando otras palabras del Señor,
encuentren algún otro texto en el que se evidencie que el Señor mandó a sus discípulos no afanarse
por el alimento y el vestido corporales cuando dice: no os preocupéis por lo que habéis de comer o
beber o con qué os habéis de vestir; porque, si observan lo que, a modo de ejemplo, a continuación
añade: porque todo eso lo buscan los gentiles 8, aparece claro que aquí el Señor se refiere a cosas
corporales y temporales. Si el Apóstol hubiese dicho en una sola ocasión quien no quiera trabajar, que
no coma, el sentido del texto podría ser motivo de discusión. Pero acontece que sobre este tema el
Apóstol aclara su pensamiento hasta la saciedad en otros muchos pasajes de sus Epístolas. Por lo
tanto, en vano se esfuerzan éstos por no ver ni dejar que otros vean. Con su actitud no solo rehúsan
hacer el bien que ordena la caridad, sino también se niegan a entender al Apóstol o a dejar que otros
le entiendan, no temiendo lo que está escrito: no quiso entender para obrar bien 9.

CAPÍTULO III Las palabras de San Pablo en su contexto y el ejemplo de vida del Apóstol

4. Comenzaré, pues, por demostrar que el Apóstol quiso que los siervos de Dios realicen trabajos
manuales, por los que como fin han de recibir una gran recompensa espiritual; de ese modo, además,
no necesitarán recibir de nadie el alimento y el vestido, puesto que se lo procurarán con su propio
esfuerzo. Después demostraré que no son contrarios al precepto y al ejemplo de San Pablo esos
preceptos evangélicos, en los que esos monjes se basan para fomentar no solo su pereza, sino
también su arrogancia. Veamos, pues, lo que dice el Apóstol antes de llegar a las palabras quien no
quiera trabajar, que no coma. Del contexto y de las circunstancias del pasaje se nos aclarará el sentido
de la frase. Dice así: Por lo que os intimamos, hermanos, en nombre de nuestro Señor Jesucristo, que
os apartéis de cualquiera de entre vuestros hermanos que proceda desordenadamente y no conforme
a la tradición que ha recibido de nosotros. Pues bien sabéis vosotros mismos lo que debéis hacer para
imitarnos; por cuanto no anduvimos desordenadamente entre vosotros, ni comimos el pan de balde a
costa de otro, sino con trabajo y fatiga, trabajando de noche y de día por no ser gravosos a ninguno de
vosotros. No porque no tuviésemos potestad para hacerlo, sino a fin de daros en nuestra persona un
dechado que imitar. Así es que, aun estando entre vosotros, os imitábamos en esto; quien no quiere
trabajar, tampoco coma. Porque hemos oído que andan entre vosotros algunos bulliciosos que no
entienden en otra cosa que en indagar lo que no les importa. Pues a estos tales les apercibimos y les
rogamos encarecidamente por nuestro Señor Jesucristo que, trabajando quietamente, coman su
propio pan o el que ellos se ganen 10. ¿Qué podrá responderse a esto? Para que nadie en adelante
pudiese interpretarlo según su capricho y no conforme exige la caridad, ilustró con su propio ejemplo
el sentido de su prescripción. Dios le había facultado para vivir a expensas del Evangelio por su
condición de apóstol, predicador del Evangelio, soldado de Cristo, plantador de la viña y pastor del
rebaño. Él, sin embargo, se abstuvo de exigir el estipendio que se le debía, a fin de servir de modelo a
los que pretendían exigir lo que no se les debía. Como se lo dice a los Corintios: ¿Quién pelea a sus
propias expensas, planta una viña y no come de su fruto? ¿Quién apacienta un rebaño y no participa
en la leche de las ovejas? 11 No quiere recibir lo que se le debe para, con su ejemplo, tener a raya a
los que, gozando de menor autoridad que él en la Iglesia, pretendían exigir lo que, según ellos, se les
debía. Por eso añade: no hemos comido gratis el pan de nadie, sino que de día y de noche hemos
trabajado con sudor y fatiga para no ser gravosos. Y no porque no tuviésemos derecho, sino para
serviros de modelo para que nos imitéis. Óiganlo esos a quienes el precepto les fue dado, y que no
tienen en la Iglesia dignidad semejante a la de Pablo, pues pretenden contentarse con un trabajo
espiritual y comer el pan gratuitamente, sin ganárselo con su trabajo físico. Recordemos las palabras
del Apóstol: Mandamos y rogamos en Cristo que trabajen en silencio para comer su pan. Contra
palabras tan claras del Apóstol no disputen, pues también esto entra a formar parte del silencio con
que deben trabajar para comer su pan.

CAPÍTULO IV Aclaración del pensamiento paulino con textos de otras epístolas

5. Me detendría en estudiar y exponer con mayor profundidad y diligencia el pasaje de referencia, si


no tuviese en las Epístolas otros textos mucho más explícitos, con cuya confrontación se aclara mucho
más la interpretación que venimos sosteniendo. Aunque el pasaje de referencia faltara, bastarían los
que a continuación voy a citar para resolver la cuestión. Escribiendo Pablo a los Corintios sobre este
mismo tema, se expresa así: ¿No soy yo libre? ¿No soy apóstol? ¿No vi a nuestro Señor Jesucristo?
¿No sois vosotros obra mía en el Señor? Si para los demás no soy apóstol, para vosotros lo soy. Sois el
sello de mi apostolado en el Señor. Esa es la contestación que doy a quienes me preguntan. ¿No tengo
yo derecho a comer y beber? ¿No tengo yo derecho a llevar una mujer hermana, como los otros
apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas? 12

Observa que lo primero que aquí presenta Pablo es el derecho que tiene precisamente por ser
apóstol. Comienza diciendo: ¿No soy libre? ¿No soy apóstol? Y prueba su condición de Apóstol,
agregando: ¿No he visto a nuestro Señor Jesucristo? ¿No sois vosotros obra mía en el Señor? Una vez
demostrada su condición de apóstol, declara que tiene el mismo derecho que los demás apóstoles, es
decir, el derecho a estar exento del trabajo manual, y a vivir a expensas del Evangelio, como el Señor
lo había establecido. Lo que seguidamente demuestra con el propio testimonio de su ejemplo. En
efecto, ahí estaban esas mujeres cristianas que acompañaban a los apóstoles con sus bienes, con los
que les mantenían, de forma que no tuviesen que preocuparse ellos de las necesidades materiales de
la vida. Demuestra Pablo que él tenía el mismo derecho a hacer lo que los otros apóstoles hacían,
pero advierte, un poco más adelante, que nunca quiso hacer uso de su derecho. Por cierto que
algunos han entendido mal esa frase del Apóstol: ¿No tengo yo derecho a llevar conmigo a una mujer
hermana?, y han traducido esposa en lugar de hermana. Les indujo a engaño la ambigüedad de la
palabra griega, pues el mismo vocablo se utiliza para decir tanto mujer como esposa. Pero no
deberían haberse confundido, ya que el Apóstol no dice tan solo mujer, sino mujer hermana; y no dice
tomar mujer, sino llevar consigo una mujer. Otros traductores lo han interpretado bien, traduciendo
mujer y no esposa.

CAPÍTULO V La conducta de Pablo y de los Apóstoles imitaba el ejemplo de Cristo

6. Si alguien estima imposible que mujeres de intachable conducta acompañasen a los Apóstoles
adondequiera que iban predicando el Evangelio, para suministrarles de sus bienes cuanto necesitaban
para vivir, lea el Evangelio y reconozca que lo hacían imitando el ejemplo del mismo Jesús. Porque a
nuestro Señor hubiesen podido servirle los ángeles. Pero, amoldándose, según costumbre de su
misericordia, a los más débiles, tenía talega, y en ella se depositaba el dinero que los buenos fieles le
ofrecían para el vital sustento. Esa escarcela se la encomendó a Judas, para que aprendiésemos en la
Iglesia a tolerar a los ladrones, en el caso de no poder evitarlos. De Judas, en efecto, está escrito que
sustraía lo que allí depositaban 13. Consintió Jesús que unas mujeres le acompañasen, para preparar y
suministrar los artículos de necesidad, con el fin de enseñar con su ejemplo que las obligaciones del
pueblo de Dios para con sus soldados -los heraldos del Evangelio y ministros del Señor- son similares a
las que los habitantes de provincia tienen para con los soldados del emperador. Si alguien no quiere
hacer uso de su derecho, como es el caso del apóstol Pablo, mayor es el beneficio que presta a la
Iglesia, ya que no exige lo que se le debe, sino que gana con su trabajo el sustento cotidiano. Al
mesonero evangélico, al serle entregado el herido, se le dijo: si algo más gastares, a la vuelta te lo
pagaré 14. Algo más le costaba el sustento al apóstol Pablo, que vivía a sus expensas, como él mismo
nos lo cuenta 15. En el Evangelio leemos: Después iba por las alquerías y villas predicando y
evangelizando el reino de Dios. Y con Él iban los Doce y algunas mujeres a quienes había curado de
espíritus malignos y enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que había arrojado siete
demonios, y Juana, mujer de Cusa, procurador de Herodes, y Susana, y otras muchas que con su
hacienda les atendían 16. Imitando ese ejemplo del Señor, los Apóstoles recabaron el sustento que se
les debía, y de ello habla claramente el mismo Señor: Id y predicad, diciendo que se acerca el reino de
los cielos. Curad a los enfermos, resucitad a los muertos, limpiad a los leprosos, arrojad los demonios.
Gratuitamente dad, pues gratuitamente recibís. No poseáis oro, ni plata ni dinero en vuestra bolsa; ni
alforja para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias ni cayado. Porque digno es el obrero de su alimento
17. He ahí las palabras con que el Señor estableció la norma que el Apóstol recuerda. El Señor dice
precisamente que no lleven nada en el viaje, porque, en caso de necesidad, recibirán lo que necesiten
de aquellos a quienes anuncian el reino de Dios.

CAPÍTULO VI Esta concesión, no imposición, no era exclusiva de los Apóstoles

7. Para que nadie piense que esa concesión era exclusiva de los Apóstoles, vea lo que nos narra San
Lucas: después de esto designó el Señor otros setenta y dos, y los envió de dos en dos a todas las
ciudades y lugares adonde había de ir Él mismo. Y les decía: La mies es mucha, mas los trabajadores
pocos. Rogad, pues, al Señor de la hacienda que envíe obreros a su mies. Id, he aquí que os envío
como corderos entre lobos. No llevéis bolsillo, ni alforja, ni zapatos, ni os paréis a saludar a nadie por
el camino. Al entrar en cualquier casa, decid ante todo: "La paz sea en esta casa"; que, si en ella
hubiere algún hijo de la paz, descansará vuestra paz sobre él; donde no, tornará a vosotros. Y
perseverad en aquella misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan, pues el que trabaja
merece su recompensa 18. Aquí se aprecia con claridad que no se trata de una imposición, sino de una
concesión. Quien quiera hacer valer su derecho, puede hacerlo por ese privilegio del Señor. Si alguien
no quiere, no va contra el precepto, sino que renuncia a su derecho. Obrando así, su conducta es más
misericordiosa y generosa para el Evangelio, pues no quiere recibir lo que, según el Evangelio, le es
debido. De no ser así, tendríamos que decir que el Apóstol obró contra el precepto del Señor; por eso
vemos que, inmediatamente después de afirmar su derecho, añade: pero no he querido hacer valer
mi derecho 19.

CAPÍTULO VII El trabajo al que se refiere el Apóstol es de naturaleza física

8. Pero volvamos al orden que nos hemos impuesto y examinemos con cuidado todo el pasaje de la
Epístola: ¿Acaso, dice, no tenemos derecho a comer y beber? ¿No tenemos derecho a llevar con
nosotros una mujer hermana? 20 ¿A qué derecho se refiere sino al que otorgó el Señor a los que envió
a predicar el Evangelio del reino de los cielos cuando les dijo: comed de lo que tengan? ¿Porque digno
es el obrero de su galardón? 21 ¿No se presentó Jesús a sí mismo como ejemplo de ese derecho al
permitir que unas fieles mujeres le suministrasen de sus bienes cuanto necesitaba? El apóstol Pablo va
todavía más lejos, al incluir a sus coapóstoles como prueba de ese derecho otorgado por el Señor. Al
decir: como los otros apóstoles, los hermanos del Señor y Cefas, no lo hace como reprensión, sino
para probar su propia renuncia a ese derecho, que quedaba demostrado por la costumbre de sus
compañeros. ¿Acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar? 22 Con esta
expresión arranca, hasta de los más torpes corazones, toda duda sobre la clase de trabajo al que se
está refiriendo. Dice esto: ¿acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar?,
precisamente porque todos los evangelistas y ministros de la palabra de Dios habían recibido del
Señor la potestad de no trabajar con sus manos, sino de vivir del Evangelio, dado que sus actividades
debían ser exclusivamente espirituales: la predicación del reino de los cielos y la edificación de la paz
de la Iglesia. Nadie puede afirmar, por tanto, que se refiere a las actividades espirituales esta frase:
¿Acaso tan solo yo y Bernabé carecemos de ese derecho de no trabajar?, ya que todos los apóstoles
tenían ese derecho. Quien pretende forzar y torcer los preceptos del Apóstol trayéndolos a su opinión,
diga, si se atreve, que todos los evangelistas recibieron del Señor el derecho de no evangelizar. Si el
suponer eso es la cosa más estúpida y absurda, ¿por qué no admiten lo que para todos es evidente, es
decir, que recibieron la exención del trabajo físico, ese trabajo manual con el que uno se gana el
sustento, porque digno es el obrero de su galardón 23, como dice el Evangelio? No eran solamente
Pablo y Bernabé los que tenían el derecho de no trabajar; todos lo poseían. Pero ellos no lo utilizaban,
siendo así más generosos con la Iglesia, porque creían que esta conducta estaba más en consonancia
con los débiles de aquellos lugares en los que predicaban.

Y para que nadie pensase que Pablo reprendía a sus compañeros, añadió: ¿Quién hace la guerra a sus
expensas? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche de las ovejas? ¿Quién planta una viña
y no come de sus frutos? ¿Es que hablo yo según el hombre? ¿Por ventura no lo dice la ley? En la ley
de Moisés está escrito: No pondrás bozal al buey que trilla. ¿Acaso se ocupa Dios de los bueyes? ¿No
dice esto por nosotros? Por nosotros se escribió, porque en esperanza debe arar el que ara, y también
el que trilla en la esperanza de recoger fruto 24. Bien claramente indica el Apóstol con esas palabras
que sus coapóstoles no usurpan derechos indebidos, cuando no trabajan físicamente, para cubrir las
necesidades de la vida. Tal como el Señor lo había establecido, vivían del Evangelio al recibir
gratuitamente el pan de aquellos a quienes gratuitamente predicaban la gracia. Recibían como
soldados su estipendio; tomaban del fruto de la viña por ellos plantada lo que necesitaban; percibían
la leche del rebaño que apacentaban, y el alimento de la era en que trillaban.

CAPÍTULO VIII Se trata claramente de trabajo manual

9. Todavía lo expresa con mayor claridad, quitando toda clase de ambigüedad y de duda, diciendo: si
entre vosotros hemos sembrado lo espiritual, ¿será mucho que recojamos lo carnal entre vosotros?
25 ¿Qué semillas espirituales sembró sino la palabra y el insondable misterio del reino de los cielos?
¿Y qué cosas carnales se permite recoger sino estos bienes temporales que se otorgan para hacer
frente a la vida y a la indigencia de la carne? Pone de manifiesto, sin embargo, que ni buscó ni aceptó
lo que se le debía, para no crear obstáculos al Evangelio de Cristo. ¿Qué nos queda sino entender que,
para conseguir el sustento, Pablo trabajó en labores materiales con sus manos de carne y hueso? Si
hubiese pretendido obtener el alimento y el vestido con sus actividades espirituales, recibiéndolos de
aquellos a quienes edificaba en el Evangelio, no hubiese sacado esta consecuencia: si otros
participaron de vuestra hacienda, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Pero no usamos de él, sino
que todo lo toleramos para no crear un obstáculo al Evangelio de Cristo 26. ¿Qué derecho es ese que
no utilizó, sino el que había recibido del Señor sobre los fieles, es decir, el derecho de percibir el fruto
material con el que sustentar esta vida que vivimos en la carne? Derecho este que también
disfrutaban aquellos que, a pesar de no ser los primeros en anunciarles el Evangelio, habían llegado,
no obstante, más tarde a su Iglesia con esa misma intención de predicarlo. Dice pues: si hemos
sembrado entre vosotros lo espiritual, ¿será mucho si recogemos entre vosotros lo carnal? Y añade: si
los otros participan de vuestra hacienda, ¿no tenemos nosotros mayor derecho? Y, una vez
demostrado el derecho que tenía, sigue: pero no usamos de él, sino que todo lo toleramos para no
crear un obstáculo al Evangelio de Cristo. Que nos digan éstos cómo ganaba el Apóstol el sustento
material con sus actividades espirituales, cuando él mismo nos dice que no quiso usar de su derecho.
Y, si no conseguía el sustento vital con actividades espirituales, solo resta que lo ganara con el trabajo
corporal. Por eso pudo decir: no he recibido gratuitamente el pan de nadie, sino que he trabajado día
y noche con sudor y fatiga para no gravar a ninguno de vosotros. Y no porque no tuviese derecho, sino
para serviros de modelo que pudieseis imitar 27. Precisa más: todo lo toleramos para no crear un
obstáculo al Evangelio de Cristo.

CAPÍTULO IX Aportan una prueba aún más clara las absurdas implicaciones

10. Vuelve de nuevo el Apóstol sobre el asunto, e insiste una y otra vez por todos los medios en
probar el derecho que le asiste y, a su vez, su negativa en utilizarlo, diciendo: ¿no sabéis que los que
trabajan en el templo comen de la hacienda del templo? ¿Los que sirven al altar, del altar participan?
Así, el Señor estableció que los que anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio. Pero yo ninguno de
esos derechos he utilizado 28. ¿Hay palabras más explícitas y claras? Hasta temo que, por tratar yo de
esclarecerlas, mi razonamiento oscurezca lo que de por sí es claro y manifiesto. Los que no entienden
esas palabras o fingen no entenderlas, mucho menos entenderán las mías, o reconocerán que las
entienden. A no ser que las mías digan entenderlas, porque de las mías son libres para burlarse de
ellas, mientras que no les es permitido burlarse de las palabras del Apóstol. Por eso, cuando no
pueden interpretar éstas en otro sentido, para hacerlas coincidir con su opinión, las que son claras y
manifiestas elocuciones dicen que son oscuras e inciertas expresiones; y eso, porque no llegan a
atreverse a calificarlas de malas y perversas. Clama el hombre de Dios: el Señor estableció que los que
anuncian el Evangelio, vivan del Evangelio. Pero yo ninguno de esos derechos he utilizado. Pero la
carne y la sangre se empeñan en pervertir lo recto, cerrar lo abierto y oscurecer lo claro, y así
sentencian: trabajaba en obras espirituales y de ellas vivía. Si es así, efectivamente vivía del Evangelio.
Pero, entonces, ¿por qué dice: el Señor estableció que los que anuncian el Evangelio, vivan del
Evangelio. Pero yo ninguno de esos derechos he utilizado? Si este término vivir, que aquí se emplea,
ha de referirse a la vida espiritual, el Apóstol no tenía esperanza alguna en Dios, pues no vivía del
Evangelio, ya que dijo: ninguno de esos derechos he utilizado. Para abrigar esperanza cierta de la vida
eterna, el Apóstol había de vivir espiritualmente del Evangelio. Por tanto, al decir: ninguno de esos
derechos he utilizado, sin duda alguna quiere que refiramos a la vida -que se vive en la carne- lo que el
Señor estableció. Y lo que el Señor estableció fue que los que anuncian el Evangelio, vivan del
Evangelio; es decir, que se provean de lo necesario a costa del Evangelio, pues necesitan vestidos y
alimentos. Eso mismo afirmó poco antes Pablo acerca de sus compañeros de apostolado, citando las
palabras del Señor: digno es el obrero de su comida 29; y también: digno es el obrero de su galardón
30. Ahora bien, el Apóstol no recibió de aquellos a quienes evangelizaba esos alimentos y ese salario,
destinados a sustentar esta vida, y que los evangelistas estaban autorizados a percibir. Por eso dice la
verdad al afirmar: yo no he hecho uso de ninguno de estos derechos.

CAPÍTULO X Razones de Pablo para no vivir a costa del Evangelio

11. El Apóstol prosigue en su exposición, y, por si alguien sospecha que él no recibió esas donaciones
porque nadie se las ofertó, continúa diciendo: no escribo esto para que obréis así conmigo; para mí la
muerte es preferible a que nadie destruya mi gloria. ¿De qué gloria habla sino de la que quería tener
ante Dios sufriendo en Cristo con los débiles? Por eso dice a continuación: por evangelizar no me
corresponde la gloria, puesto que me urge la necesidad 31, es decir, la necesidad que se me impone
para poder sustentar mi vida. Por eso añade: ¡ay de mí si no evangelizare!; es decir, si no evangelizo,
lo pasaré mal, porque me atormentará el hambre y no tendré de qué vivir. Después prosigue diciendo:
si lo hago espontáneamente, merezco galardón. Dice que lo hace espontáneamente cuando lo hace
sin que le urja necesidad alguna de atender a los menesteres de esta vida, y que por eso merece
galardón, el galardón de la vida eterna, que le dará Dios. Si lo hago obligado, se me ha concedido la
dispensación 32. Es decir, si me veo forzado a evangelizar por la necesidad de sustentar mi vida, esa es
una misión que me ha sido confiada. Esto significa que, si ejerzo el ministerio de la predicación del
Evangelio y de la Verdad, actuando por oportunismo, o por buscar mi interés, o por verme forzado por
la necesidad material, puede suceder que otros salgan beneficiados; y yo, en cambio, no logre
conseguir ante Dios la eterna recompensa de la gloria. Entonces, ¿cuál será, se pregunta, mi
recompensa? Si él se pregunta, no adelantemos nosotros la respuesta hasta que él conteste. Y para
entenderlo mejor, hagámosle nosotros mismos la pregunta: ¿cuál será, oh Apóstol, la recompensa? Si
no recibes ese galardón material que les es debido a los celosos heraldos del Evangelio por su labor
evangelizadora, aunque no evangelicen por la recompensa, ya que ese es un galardón ligado a su
acción evangelizadora por expreso mandato del Señor, ¿qué galardón has de obtener? ¿Cuál ha de
ser, en definitiva, tu recompensa? Veamos qué responde: para no poner, al evangelizar, precio al
Evangelio. Es decir, la recompensa será el conseguir que la predicación del Evangelio no les resulte
gravosa a los creyentes; que no piensen que, cuando se les evangeliza, los evangelistas se dedican a
mercadear. Pero, con todo, vuelve una y otra vez sobre ese derecho divino que le asiste, y al que
renuncia diciendo: para no abusar de mi derecho en el Evangelio 33.

CAPÍTULO XI Acomodación de Pablo a las características personales de los evangelizandos

12. Para saber que Pablo obraba así por compasión hacia los débiles, oigamos lo que sigue: Siendo
libre, en todo me hice siervo de todos para ganar a muchos; para los que viven bajo la ley, me hice
como bajo la ley, aunque no estoy sometido a la ley para ganar a los que viven bajo la ley; para los que
viven sin ley, me hice como sin ley, aunque no vivo sin ley de Dios, sino en la ley de Cristo, para ganar
a aquellos que viven sin ley 34. No obraba por astuto disimulo, sino por misericordia compasiva. Es
decir, no se fingió judío, como algunos pensaron, observando en Jerusalén las prescripciones del
Antiguo Testamento. Obró así por seguir su libre criterio, que formula así de claro: ¿Quién ha sido
llamado de la circuncisión? No alegue ya el prepucio. Es decir, no trate de vivir como un circunciso
atado a la ley de la que se ha despojado, tal como lo explica en otro lugar: tu circuncisión se ha
convertido en prepucio 35. Acorde con este criterio: ¿quién ha sido llamado estando circuncidado?
Que no alegue ya la incircuncisión. ¿Quién ha sido llamado sin circuncidar? Que no se circuncide 36, el
Apóstol realizó con total sinceridad todo aquello que los que no entienden, o prestan muy poca
atención, creen que fue puro fingimiento. Era judío, y fue llamado circunciso. No quiso negar su
condición de circuncidado, es decir, no quiso vivir como si no estuviera circuncidado. Tal era ya su
derecho. Estaba de hecho sometido a la ley, pero no como aquellos que servilmente la cumplían; en
realidad, vivía en la ley de Dios y de Cristo. Porque no eran estas dos leyes diferentes, como suelen
afirmar los pérfidos maniqueos. Si hemos de creer que al comportarse así fingió, entonces también
fingió ser pagano y sacrificó a los ídolos, ya que también dice que se comportó como un hombre sin
ley para asemejarse a los que estaban sin ley. Se refiere aquí, sin duda, a los gentiles, a quienes
llamamos paganos. Porque son cosas distintas vivir bajo la ley, en la ley, y sin la ley. Bajo la ley viven
los judíos no renacidos a la gracia. En la ley, es la condición de los hombres espirituales, judíos y
cristianos, ya que por ella los judíos mantuvieron las costumbres de sus antepasados, pero sin
imponer a los gentiles conversos cargas insólitas, aunque también éstos fueron circuncidados. Sin ley
viven los gentiles, que aún no han llegado a creer. Afirma, no obstante, el Apóstol que se acomodó a
éstos por una compasión misericordiosa, no por una falsa simulación. Es decir, socorre al pagano y al
judío, en cuanto hombres carnales, de la misma forma que él hubiese deseado verse socorrido, si él
mismo fuese pagano o judío no renacido a la gracia; es decir, acomodándose a su flaqueza con
misericordiosa compasión, no engañándoles con una falaz ficción. Por eso dice a continuación: me
hice débil con los débiles para ganar a los débiles 37.

Aquí condensa todo lo que hasta aquí ha venido diciendo. Al hacerse débil con los débiles, no mentía;
por tanto, tampoco mentía cuando dijo lo que antes hemos mencionado. ¿En qué consistía su
debilidad para con los débiles sino en acomodarse a ellos, es decir, en no recibir lo que se le debía por
derecho divino, para no aparecer como un mercader del Evangelio, impidiendo de ese modo el éxito
de la palabra de Dios entre los ignorantes por inducirlos a una falsa sospecha? Pero, si lo hubiese
aceptado, no mentía, porque realmente se le debía; y, si lo rehusó, no por eso mintió. No dice que no
se le deba. Por el contrario, probó que se le debía, y se limitó a declarar que no había hecho uso de su
derecho, ni quería hacerlo; y por eso mismo se hizo débil, por renunciar a su derecho. Se había llenado
de un afecto tan misericordioso, que le empujó a pensar la forma en que él mismo desearía verse
tratado, si su debilidad le llevase a poder sospechar que los que le predicaban el Evangelio hacían un
intercambio de mercancía, viéndoles aceptar recompensas materiales.

CAPÍTULO XII Pablo vive de su trabajo para evitar el escándalo de los débiles

13. De esa su debilidad dice Pablo en otro lugar: me he aniñado en medio de vosotros como una
nodriza que educa a sus pequeños. Esto es lo que indica todo el contexto, pues dice: porque nunca viví
en palabra de adulación ni en ocasión de avaricia, pongo a Dios por testigo; ni busqué la gloria de los
hombres, ni de vosotros, ni de nadie, aunque hubiese podido seros gravoso como apóstol de Cristo;
sino que me he aniñado en medio de vosotros como una nodriza que educa a sus pequeños 38. Lo que
dice a los Corintios, es decir, que retenía el derecho de su apostolado como los demás apóstoles, pero
que nunca hizo uso de ese derecho, es lo mismo que repite a los Tesalonicenses en este pasaje:
aunque hubiese podido seros gravoso, como apóstol de Cristo, por aquello que dijo el Señor: digno es
el obrero de su galardón 39. Lo que aquí quiere decir se deduce de lo que dijo poco antes: ni en
ocasión de avaricia, pongo a Dios por testigo. Por precepto divino tenían ese derecho los buenos
evangelistas. No evangelizaban por esa recompensa, sino por buscar el reino de Dios; pero, como
consecuencia de esa acción, lo demás les venía dado por añadidura. Pero en ese hecho hallaban un
pretexto aquellos otros de quienes dice: los tales no sirven a Dios, sino a su vientre 40. Para quitarles,
pues, a éstos todo pretexto, renunciaba el Apóstol incluso a lo que en justicia se le debía. En la
segunda Epístola a los Corintios lo manifiesta claramente al afirmar que otras iglesias proveyeron a sus
necesidades perentorias. Por lo que parece, había llegado a tal indigencia, que hubieron de proveerle
de lo necesario iglesias muy lejanas, no recibiendo, en cambio, nada de aquellos entre los que vivía.
Así dice: ¿acaso falté humillándome para que vosotros fueseis exaltados, cuando os prediqué
gratuitamente el Evangelio de Dios? A otras iglesias despojé, admitiendo su contribución, para
predicaros a vosotros. Aunque padecí necesidad cuando ahí estuve, a nadie fui gravoso. A mi
necesidad proveyeron los hermanos que habían venido de Macedonia, y en todo me guardé y me
guardaré de seros gravoso a vosotros. Tengo la verdad de Cristo, y os aseguro que no me perderé esa
gloria en las regiones de Acaya. ¿Por qué? ¿Es que no os amo? Dios lo sabe. Pero lo hago y seguiré
haciéndolo para quitar el pretexto a los que lo buscan; así, en eso de que se glorían, aparecerán como
yo 41.

Ese pretexto, que aquí dice tratar de cortar, es al que se refiere cuando advierte: ni en ocasión de
avaricia, pongo a Dios por testigo. Y lo que aquí apunta: humillándome yo para que vosotros fueseis
exaltados, es lo mismo que atestigua en la primera a los Corintios: me hice flaco con los flacos 42 y lo
que dice a los Tesalonicenses: me aniñé en medio de vosotros como una nodriza que educa a sus
pequeños. Ahora fijémonos en lo que sigue: por buscaros a vosotros, me place brindaros no solo el
Evangelio de Dios, sino también mi vida. Acordaos, hermanos, de mi trabajo y necesidad cuando
trabajé día y noche para no seros gravoso 43. Es lo que poco más arriba dijo: aunque hubiera podido
seros gravoso, como apóstol de Cristo. En suma, obró con entrañas de padre y madre por miedo al
riesgo que corrían los débiles, los cuales, movidos por falsas sospechas, podían odiar al Evangelio, al
considerarlo como una mera mercancía. Es lo que repite en los Hechos de los Apóstoles cuando desde
Mileto envió a llamar a los presbíteros de la Iglesia de Éfeso, a quienes, entre otras cosas, les dice:
bien sabéis que no codicié plata, oro o vestido de nadie; porque para mis necesidades y para las de
aquellos que están conmigo me serví de estas manos. Todo os lo mostré, ya que era menester trabajar
de ese modo para ayudar a los débiles, recordando las palabras del Señor Jesús, que dijo:
Bienaventurado es el dar más bien que el recibir 44.

CAPÍTULO XIII El trabajo honesto del apóstol

14. Quizá alguien podría preguntar: Si el Apóstol realizaba trabajos corporales para procurarse la vida,
¿qué trabajos eran ésos, y cómo podía compaginar el trabajo con la predicación del Evangelio? A eso
respondo: Supongamos que lo ignoro. Sigue, no obstante, estando fuera de toda duda que trabajó
físicamente, que vivía de su trabajo, que no hizo uso del derecho que el Señor otorgaba de vivir del
Evangelio a quien lo anunciaba, como ya he demostrado. He citado muchos y extensos pasajes, para
que ningún habilidoso dialéctico pueda tergiversarlos, desviándolos e interpretándolos en otro
sentido diferente. Toda resistencia queda aplastada con esa inmensa y variada cantidad de textos de
tan prestigiosa autoridad que van en su contra. Entonces, ¿por qué me preguntan qué oficio ejercía o
cuándo lo ejercía el Apóstol? Tan sólo sé que no robaba, que no era ladrón, salteador, auriga, cazador,
histrión o prestamista, sino que producía honrada y honestamente objetos útiles para los usos
humanos, tales como son los servicios de los carpinteros, albañiles, sastres, agricultores y demás.
Tales trabajos no los condena la decencia, sino el orgullo de quienes desean ser llamados honestos,
sin querer serlo de verdad. No se sintió deshonrado el Apóstol por dedicarse a trabajos del campo o a
cualquiera otra labor de artesanía. No sabría decir ante quienes pudiera avergonzarse en esta materia
quien dijo: vivid sin ofensa para los judíos, para los griegos y para la Iglesia de Dios 45. Si se dijere ante
los judíos, no olvidemos que los patriarcas guardaron rebaños; si ante los gentiles o paganos, éstos
tuvieron filósofos de gran prestigio ejerciendo el oficio de zapateros; si ante la Iglesia de Dios,
carpintero fue 46 aquel justo, elegido para testigo de la siempre perdurable virginidad conyugal, con
quien fue desposada la Virgen María, madre de Cristo. Buenas son, pues, todas las artes que los
hombres ejercen cuando las ejercen con honradez y sin fraude. Esto es precisamente lo que el Apóstol
quiere evitar: que nadie, por esa urgencia de sustentar su vida, se rebaje a hacer malas obras,
advirtiendo: el que hurtaba, no hurte ya; antes bien, trabaje el bien con sus manos para ganar con que
ayudar a quien lo necesite 47. Bástenos, pues, saber que el trabajo manual, en el se ocupaba el
Apóstol, era una actividad honesta.

CAPÍTULO XIV Laboriosidad de Pablo frente a la ociosidad de algunos monjes

15. Cuándo solía trabajar el Apóstol, es decir, en qué momentos del día trabajaba, con el fin de que
esta circunstancia no fuese obstáculo para la evangelización, nadie podrá precisarlo. De cualquier
modo, él mismo nos refiere que trabajaba de día y de noche 48. Y digo yo: ¿qué es lo que hacen estos
que preguntan por el horario de trabajo, como si ellos vivieran sumamente ocupados y atareados?
¿Acaso han difundido el Evangelio por todo el territorio que va desde Jerusalén, y todo el entorno,
hasta Iliria? ¿O han tomado a su cargo lo que de los pueblos bárbaros quedó por ser alcanzado y
llenado de la paz de la Iglesia? Sabemos que se han constituido en una santa asociación, donde llevan
una vida extremadamente ociosa. Obra, por eso, digna de admiración es la que realizó el Apóstol, que,
a pesar de lo solicitado que estaba por todas las iglesias, fundadas o por fundar, que tenía bajo la
responsabilidad de su cargo, desarrollaba un trabajo manual. Es más, cuando estuvo en Corinto y
padeció necesidad, no fue gravoso a ninguno de aquellos entre quienes vivía, sino que de lo que
necesitó le proveyeron los hermanos venidos de Macedonia 49.

CAPÍTULO XV Generosidad de los fieles para con los evangelizadores

16. Pablo también conocía situaciones de indigencia de los fieles; los cuales, aunque obedecieran sus
preceptos y trabajasen en silencio para ganar su pan, por motivos diversos podían necesitar de que
otros suplieran lo que les faltaba para su sustento. Por eso, primero dice, a modo de enseñanza y
admonición: a los que así viven, les mandamos y suplicamos en nuestro Señor Jesucristo que trabajen
en silencio para ganar su pan. Mas, con el fin de que eso no sirva de pretexto a los fieles con
posibilidades económicas para descuidar la obligación que tienen de proveer de lo necesario a los
siervos de Dios, inmediatamente añade esta provisión: y vosotros, hermanos, no os descuidéis de
ejercitar la beneficencia 50. A Tito le escribe: envía solícito por delante al abogado Zena y a Apolo para
que nada les falte. Y a continuación explica por qué no debe faltarles nada: aprendan los nuestros a
proveer a sus necesidades con buenas obras para que den su fruto 51. El Apóstol sabía que Timoteo, a
quien llama queridísimo hijo, estaba delicado de salud, como lo prueba el consejo que le da de no
beber agua, sino un poco de vino, por sus frecuentes achaques de estómago 52. Temía que, al no
poder trabajar físicamente y, tal vez, tampoco querer mendigar el sustento cotidiano de aquellos a
quienes predicaba el Evangelio, se dedicase a otros negocios que podían absorberle toda su atención.
(Porque una cosa es trabajar corporalmente manteniendo el ánimo libre, como lo hace el artesano,
con tal de no ejercer el fraude, la avaricia o la ambición de poseer, y otra cosa muy distinta es
desvelarse en actividades que deparan el dinero sin trabajo físico, como lo hacen los comerciantes,
administradores y contratistas; estos tales, aunque no trabajan con sus manos, trabajan con el
esfuerzo de su mente, y, por ende, tienen su ánimo ocupado por el ansia de poseer.) Pues bien, a este
Timoteo, que por sus achaques no podía realizar trabajos manuales, le encomienda que no se meta en
tales negocios. De esta manera le exhorta, amonesta y consuela: trabaja como buen soldado de
Jesucristo. Nadie que guerree por Dios se enreda en negocios seculares, si ha de agradar a quien se
consagró. El que lucha en el estadio, no es coronado si no lucha legítimamente 53. Para que no se
angustiase diciendo: no puedo cavar y me avergüenzo de mendigar 54, le añade: es preciso que el
agricultor que trabaja sea el primero en percibir los frutos 55. Que es lo mismo que había dicho a los
Corintios: ¿Quién guerrea a sus propias expensas? ¿Quién planta la viña y no come de sus frutos?
¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche de sus ovejas? 56 De ese modo tranquilizó al fiel
y honesto evangelista, que, por una parte, evangelizaba desinteresadamente, y, por otra, no podía
ganarse con sus manos lo necesario para sustentar la vida. Así le dio a entender que no era
mendicidad, sino un derecho, el tomar lo que necesitaba de aquellos proveedores provincianos por
quienes peleaba, a los que con su trabajo cultivaba como a una viña y como a un rebaño apacentaba.

CAPÍTULO XVI La limosna de los fieles no dispensa del trabajo a los siervos de Dios

17. Teniendo en cuenta las ocupaciones de los siervos de Dios y los achaques corporales, que nunca
pueden faltar, no solo permitió el Apóstol que los buenos fieles suplieran la pobreza de los santos,
sino que les exhorta a ello como la cosa más saludable. Dejemos aparte ese derecho, que Pablo no
utilizó según nos dice él, pero que los fieles tienen que aceptar, según el Apóstol manda cuando
afirma: el que recibe la catequesis de la palabra, dé parte de todos sus bienes a quien le catequiza 57.
Aparte ese derecho que, según su reiterado testimonio, tienen los predicadores de la palabra sobre
aquellos a quienes la predican, también manda y exhorta a las iglesias de los gentiles a que provean
de lo necesario a los santos, que habían vendido y distribuido todos sus bienes y habitaban en
Jerusalén en santa comunión de vida, sin llamar propio a nada, teniendo todas las cosas en común, y
un alma y un corazón en Dios 58. De esta iniciativa escribe a los Romanos: ahora estoy de partida para
Jerusalén en servicio de los santos. Porque Macedonia y Acaya han tenido a bien hacer una colecta
para socorrer a los pobres de entre los santos de Jerusalén. Así les plugo y era su obligación. Porque si
los gentiles han sido hechos participantes de los bienes espirituales de los judíos, deben también
aquéllos hacer participar a éstos de sus bienes temporales 59. Pensamiento afín expresa a los
Corintios: hemos sembrado lo espiritual entre vosotros; ¿será mucho que recojamos entre vosotros lo
carnal? 60 Idéntica opinión manifiesta en la segunda Carta a los Corintios: os hago saber, hermanos, la
gracia que Dios ha hecho a las iglesias de Macedonia. Fueron colmadas de gozo a proporción de las
muchas tribulaciones con que han sido probadas; su extrema pobreza ha derramado con abundancia
las riquezas de su buen corazón. Debo dar testimonio de que han dado cuanto han podido y aun más
de lo que podían. Nos rogaron con muchas instancias que aceptásemos sus limosnas y permitiésemos
que contribuyesen por su parte al socorro que se envía a los santos. No solo han hecho lo que de ellos
esperábamos, sino que se han entregado a sí mismos primeramente al Señor y después a nosotros
mediante la voluntad de Dios; esto nos ha hecho rogar a Tito que, conforme ha comenzado, acabe
también de conduciros al cumplimiento de esta buena obra. Siendo, como sois, ricos en todo: en fe,
en palabra, en ciencia, en toda solicitud y aun en el amor que me tenéis, sedlo también en esta gracia.
No os lo digo mandando, sino para excitaros con el ejemplo de la solicitud de los otros a dar pruebas
de vuestra sincera caridad. Conocéis la liberalidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se
hizo pobre por vosotros a fin de que vosotros fueseis ricos por medio de su pobreza. Y así, os doy
consejo en esto como cosa que os importa; puesto que no solo ya lo comenzasteis a hacer, sino que
espontáneamente formasteis el designio de hacerlo desde el año pasado; cumplidlo, pues, ahora de
hecho; para que así como vuestro ánimo es pronto en querer, así lo sea también en ejecutar según las
facultades que tenéis. Porque cuando el ánimo es pronto, debe serlo según lo que tiene y no según lo
que no tiene. No es justo que los otros abunden y vosotros necesitéis, sino que haya igualdad,
supliendo al presente vuestra abundancia la necesidad de los otros; para que asimismo su abundancia
supla también a vuestra indigencia, de donde resulte igualdad, según está escrito: "El que recogía
mucho, no se hallaba con más, ni con menos el que recogía poco" 61. Pero gracias a Dios, que ha
inspirado en el corazón de Tito este celo por vosotros. No solo se ha movido por mis ruegos, sino que,
movido aún más por su voluntad hacía vosotros, partió espontáneamente para ir a veros. Enviamos
con él a nuestro hermano, célebre ya en todas las iglesias por el Evangelio; le han escogido las iglesias
para acompañarme en mi viaje y colaborar conmigo en el cuidado de este socorro por la gloria de Dios
y para mostrar nuestra pronta voluntad. Evitamos que nadie nos pueda vituperar con motivo de la
administración de este caudal. Pues atendemos a portarnos bien no solo delante de Dios, sino
también delante de los hombres 62.

En estas palabras aparece su exigencia de que el pueblo santo se cuide de proveer lo necesario a los
santos siervos de Dios; y da ese consejo porque la donación aprovecha más a quien la hace que a
quien la recibe. A los siervos de Dios les aprovecha el hacer buen uso del obsequio de sus hermanos,
aunque no han de servir a Dios por el obsequio, ni, menos, han de utilizarlo para fomentar la
ociosidad, sino para cubrir la indigente necesidad. Además, se ve que la escrupulosidad del
bienaventurado Apóstol por esa administración que, por medio de Tito, se le confiaba era tan grande,
que nos habla de un compañero de viaje designado por las iglesias para este fin, un hombre de Dios
de excelente fama, cuyas alabanzas predican todas las iglesias por el Evangelio. Advierte que las
iglesias le designaron ese compañero para evitar el chismorreo de la gente, para que los débiles en la
fe y los impíos no pudieran pensar que, por carecer del testimonio de los santos en este asunto de
hermandad, recibía para sí y aplicaba para su propio provecho lo que recibía para subvenir las
necesidades de los santos, y que él había de llevar y distribuir personalmente a los indigentes.

18. Un poco más adelante dice: en orden al socorro que se prepara en favor de los santos, para mí es
por demás el escribiros. Pues sé bien la prontitud de vuestro ánimo, de la cual me glorío entre los
macedonios; porque Acaya está pronta desde el año pasado y vuestro ejemplo ha provocado la
emulación de muchos. Pero he enviado a esos hermanos a fin de que no me haya gloriado de vosotros
en vano respecto a este asunto y para que estéis prevenidos, como he dicho. No fuera que al venir los
macedonios conmigo hallasen que no teníais recogido nada y tuviésemos nosotros, por no decir
vosotros, que avergonzarnos por esta causa. Por tanto, he juzgado necesario rogar a dichos hermanos
que se adelanten y den orden para que esa limosna de antemano prometida esté a punto, de modo
que sea un don ofrecido por la caridad y no arrancado a la avaricia. Lo que digo es: que quien
escasamente siembra, cogerá escasamente, y quien siembra a manos llenas, a manos llenas recogerá.
Haga cada cual conforme haya resuelto en su corazón, no de mala gana o como por fuerza. Porque
Dios ama al que da con alegría. Poderoso es Dios para colmarnos de todo bien, de suerte que,
contentos con tener lo suficiente, estéis sobrados para ejercitar toda especie de buenas obras, según
lo que está escrito: "La justicia del que a manos llenas dio a los pobres dura por los siglos". Dios, que
provee de simiente al sembrador, os dará también pan que comer, y multiplicará vuestra sementera, y
hará crecer más y más los frutos de vuestra justicia; para que así, siendo ricos en todo, ejercitéis con
sincera caridad toda suerte de limosnas, las cuales nos harán tributar a Dios acciones de gracias.
Porque estas ofrendas que estamos encargados de recoger no solo remedian las necesidades de los
santos, sino que también contribuyen mucho a la gloria del Señor por la gran multitud de acciones de
gracias que se le tributan; pues los santos, al recibir estas pruebas de vuestra liberalidad, se mueven a
glorificar a Dios por la sumisión que mostráis al Evangelio de Cristo y por la sincera caridad con que
dais parte de vuestros bienes, ya a ellos, ya a todos; y con las oraciones que hacen por vosotros dan
un buen testimonio del amor que os tienen a causa de la eminente gracia que habéis recibido de Dios.
Sea, pues, Dios loado por su don inefable 63. ¡Cuál no sería la santa alegría que inundaba al Apóstol al
hablar de la recíproca compensación, que mutuamente se hacían los fieles proveedores y los soldados
de Cristo, intercambiando aquellos sus bienes materiales por los bienes espirituales de éstos, pues,
rebosante de santo gozo, se ve impulsado a exclamar: ¡Sea, pues, Dios loado por su don inefable!

19. El Apóstol, mejor dicho, el Espíritu de Dios que poseía, y llenaba y movía su corazón, no cesó de
exhortar a los fieles hacendados a que socorriesen a las necesidades de los siervos de Dios, que
prefirieron vivir un más alto grado de santidad en la Iglesia, rompiendo todos los lazos de la esperanza
secular y dedicándose al servicio de Dios con toda libertad de espíritu. Del mismo modo deben
también los monjes obedecer los preceptos del Apóstol y compadecerse de los débiles. Carentes
como están de propiedad privada, deben trabajar manualmente para la comunidad y obedecer sin
murmurar a sus superiores; los fieles buenos suplirán con sus oblaciones lo que vean que necesiten
estos siervos de Dios cuyos ingresos, a pesar de trabajar ordinariamente y ocuparse de ganar el
sustento, no llegan a cubrir sus necesidades, ya sea porque algunos carecen de salud, ya sea por las
ocupaciones eclesiásticas o ya por el tiempo que dedican a enseñar la doctrina de la salvación.

CAPÍTULO XVII Compatibilidad del trabajo físico con la actividad espiritual

20. Llegados aquí, me gustaría saber en qué se ocupan y qué hacen los que se niegan a trabajar
físicamente. Dicen ellos que se ocupan en oraciones, salmodias, lecturas y predicación de la palabra
de Dios. Vida, por cierto, verdaderamente santa y, por lo que atañe a la gozosa experiencia de Cristo,
digna de alabanza. Pero, si no les sacamos de estas ocupaciones, ni comeríamos, ni podríamos
disponer cada día de tiempo suficiente para preparar las viandas que todos los días deben servirse y
consumirse. Supongamos que algún achaque de salud obliga a los siervos de Dios a emplearse
exclusivamente en dichas ocupaciones durante algunas temporadas. ¿Por qué no hemos de reservar
también otras temporadas a obedecer los preceptos apostólicos? Dios escucha una sola oración del
obediente antes que diez mil del desobediente. El cantar himnos santos es perfectamente compatible
con el trabajo manual; es dulcificar el mismo trabajo con un ritmo de cadencia divina. ¿Acaso no
vemos cómo los artesanos cantan con el corazón y la lengua motivos insulsos y hasta licenciosos
sacados de las obras teatrales sin quitar la mano de su trabajo? ¿Qué le impide al siervo de Dios,
mientras trabaja con sus manos, meditar en la ley del Señor 64 y cantar salmos al nombre del Altísimo
Señor? 65 Le basta con disponer de tiempo suficiente para aprender de memoria lo que luego tiene
que meditar y cantar. Precisamente la limosna de los fieles debe suplir con su óbolo lo que es
necesario para evitar que esas horas, empleadas por los siervos de Dios en el cultivo del espíritu,
sustrayéndolas al trabajo manual, les lleven a caer en la completa miseria. Pero esos que dicen
entregarse a la lectura, ¿nunca se han encontrado en sus lecturas con lo que manda el Apóstol acerca
del trabajo? ¿Qué perversidad es esa de entregarse a la lectura y no querer obedecerla; de rehusar
llevar a la práctica el bien que se encuentra en la lectura, para, así, poder prolongar más esa lectura?
¿Quién ignora que el que lee algo edificante, tanto antes sacará de ello provecho cuanto antes ponga
en práctica lo que lee?

CAPÍTULO XVIII La solución del problema está en poner orden en el trabajo, distribuyendo
sabiamente el tiempo

21. Admitamos que un monje tenga el encargo de exponer a alguien la palabra del Señor, y estar en
esta tarea tan ocupado que no le queda tiempo disponible para dedicarse al trabajo manual. Pero
¿acaso todos los que viven en el monasterio están capacitados para realizar esa tarea? ¿Acaso quienes
vienen al monasterio, de procedencia y vida tan distintas, están todos capacitados para impartir
lecciones de Sagrada Escritura o disertar con éxito sobre algunas cuestiones de las Sagradas
Escrituras? Y, si no todos están capacitados, ¿por qué entonces todos quieren, con ese pretexto, verse
eximidos del trabajo manual? Aunque todos tuviesen esa capacidad, deberían hacerlo por turno, para
evitar que se abandonen las tareas imprescindibles y, además, porque, para hablar a muchos oyentes,
basta un solo locutor. ¿Cómo hubiese podido el Apóstol emplearse en trabajos manuales, si no
hubiese fijado determinadas horas para predicar la palabra de Dios? No quiso Dios que este hecho
pasase inadvertido. La Sagrada Escritura nos refiere, en efecto, el oficio que ejercía y las horas del día
que destinaba a explicar el Evangelio. Estando en una ocasión en Tróade el primer día de la semana, y
urgiéndole emprender el viaje de marcha, se juntó con los hermanos que estaban reunidos para la
fracción del pan, y tal fue la fascinación de su palabra y tan útil la conversación, que la charla se
prolongó hasta la medianoche 66, como si hubiesen olvidado que aquel día no era vigilia. Y cuando
llegaba a alguna localidad y se dedicaba cada día a catequizar, ¿qué duda cabe que había de tener
horas expresamente señaladas para atender a esta tarea? Por ejemplo, estando en Atenas, donde se
encontró con gentes ávidas de saber, nos refiere de él la Escritura que disputaba con los judíos en la
sinagoga y con los gentiles del país en el foro durante todo el día en presencia de todos 67. No podía
hablar todos los días en la sinagoga, porque era costumbre dedicar el sábado al sermón, pero sí lo
hacía todos los días en el foro por aquella avidez de los atenienses. Por eso añade: algunos filósofos
epicúreos y estoicos discutían con él 68. Y poco después advierte: los atenienses y los huéspedes
transeúntes solo se ocupaban en decir u oír algo nuevo 69. Podemos imaginar que, durante los días
que el Apóstol pasó en Atenas, no tuvo posibilidad de dedicarse al trabajo manual. Eso explica que
proveían a sus necesidades los de Macedonia, según nos cuenta en la segunda Carta a los Corintios 70.
Aunque también pudo trabajar a otras horas del día o durante la noche, pues su robustez de cuerpo y
espíritu se lo permitía. De todos modos, veamos qué dice la Escritura después que Pablo salió de
Atenas. Cuando estaba en Corinto, disputaban en la sinagoga todos los sábados 71, nos dice de sí
mismo. En cambio, estando en Tróade -cuando la sesión tuvo que prolongarse hasta la medianoche
por la urgencia de su partida-, era el primer día de la semana, es decir, domingo. De este hecho
deducimos que no estaba con los judíos, sino con los cristianos, pues, además, el autor sagrado nos
precisa que se habían reunido para la fracción del pan. Este es el mejor gobierno: asignar a cada
actividad un tiempo determinado y realizarlas en el orden fijado, con el fin de que no sea, a causa de
la confusión y el desorden, el espíritu humano perturbado

CAPÍTULO XIX Trabajo manual de Pablo. Peligro de contagio de la pereza

22. En ese mismo lugar se nos refiere lo que hacía concretamente el Apóstol: después de esto salió de
Atenas y vino a Corinto. Y allí encontró a un cierto judío llamado Aquila, oriundo del Ponto, que
acababa de llegar de Italia, con su mujer, Priscila, porque Claudio había ordenado que saliesen de
Roma todos los judíos. Y se reunió con ellos y se quedó a trabajar con ellos por la semejanza de
profesión, ya que se dedicaban a hacer tiendas 72. Si esos monjes se empeñan en explicar
alegóricamente este pasaje, mostrarán cuánto han progresado en el conocimiento de la Escritura
sagrada, tarea a la que dicen dedicar su tiempo. En relación con esto ya hemos aducido anteriormente
varios textos. Por ejemplo: ¿Acaso solo yo y Bernabé carecemos del derecho de no trabajar? 73 No
hemos utilizado ese derecho 74. Aunque hubiésemos podido seros gravosos como apóstoles de Cristo
75. Trabajando día y noche para no ser gravosos a ninguno de vosotros 76. El Señor estableció que los
que anuncian el Evangelio vivan del Evangelio, pero yo no he utilizado ese derecho 77. Den a estos
textos, y a otros parecidos, una interpretación distinta de lo que en sí dicen, o, si se doblegan a la clara
luz de la verdad, deben entender lo que dicen y llevar a la práctica lo que expresan. En fin, si no
quieren o no pueden obedecer personalmente, por lo menos confiesen que son mejores que ellos los
que quieren, y más felices todavía los que quieren y pueden. Una cosa es alegar una enfermedad
corporal verdadera o fingir una falsa, y otra cosa peor es engañarse y engañar, de modo que la
santidad conseguida entre los siervos de Dios parezca tanto mayor cuanto mayor es el grado en que
ha conseguido imponerse entre los ignorantes la pereza. Quien alega una enfermedad real del cuerpo,
ha de ser tratado con humanidad; quien alega una falsa, y no puede ser convencido de su impostura,
ha de ser dejado al juicio de Dios. Ninguno de esos dos individuos establece una norma perniciosa.
Porque el buen siervo de Dios sirve a su hermano, cuando está manifiestamente enfermo. Sin
embargo cuando el hermano alega una falsa enfermedad, el buen siervo de Dios le cree o no le cree.
Si le cree, no imita la maldad, pues no la supone; si no le cree, tampoco la imita, pues conoce la
falsedad. Por el contrario, supongamos que alguien dice: "Ésta es la verdadera santidad: imitar a las
aves del cielo holgando físicamente, porque el que trabaja físicamente obra en contra del Evangelio".
En este caso, el débil que lo escucha y lo cree, es digno de compasión, no porque así huelga, sino
porque así yerra.

CAPÍTULO XX Pretexto sacado de la conducta de los Apóstoles

23. Aquí surge un nuevo problema, pues alguien puede decir: ¡Cómo! ¿Pecaban los demás apóstoles,
los hermanos de Señor y Cefas, por no trabajar? ¿O creaban obstáculos al Evangelio, ya que dice San
Pablo que él no utilizó este derecho para no crear precisamente un obstáculo al Evangelio de Cristo? Si
pecaron por no trabajar, no es por haber recibido precepto alguno de holgar, sino de vivir del
Evangelio. Y si habían recibido ese derecho, puesto que el Señor estableció que los que anunciaban el
Evangelio viviesen del Evangelio, añadiendo que digno es el obrero de su galardón 78, derecho al que
Pablo por generosidad renunció, no pecaron. Y si no pecaron, no pudieron crear obstáculos al
Evangelio. Pues, en verdad, es pecado el impedir la propagación del Evangelio. Estando así las cosas,
dicen, queda también a nuestro albedrío el utilizar o no utilizar ese derecho.

24. Podría yo solucionar este problema rápidamente diciendo -porque me asiste para ello toda la
razón- que hemos de creer al Apóstol. Él sabía por qué en las iglesias de los gentiles no convenía
presentar el Evangelio como una mercancía. Con ello no culpaba a sus compañeros, sino que
simplemente exponía la singular circunstancia de su propio ministerio. Se habían distribuido, sin duda
bajo la inspiración del Espíritu Santo, las provincias que habían de evangelizar, de modo que Pablo y
Bernabé fueron a los gentiles, mientras los demás fueron a la comunidad judaizante 79. Todo cuanto
llevamos diciendo hasta aquí prueba que Pablo dio el precepto de trabajar a quienes no disfrutaban
de ese derecho.

CAPÍTULO XXI Comprensible ociosidad de algunos monjes

Pero estos hermanos nuestros se arrogan, a mi juicio, temerariamente ese derecho. Porque, si fuesen
evangelizadores, confieso que lo tienen. Lo mismo si son ministros del altar, dispensadores de los
sacramentos, ciertamente no se lo arrogan, sino que justamente lo reclaman.

25. Tratándose de aquellos que, cuando vivían en el siglo, tenían con qué mantenerse fácilmente sin
trabajar, y, al convertirse a Dios, lo dieron todo a los pobres, hemos de creer en su fragilidad y
tolerarla. Porque esos tales suelen recibir una crianza no mejor, como muchos piensan, sino, lo que es
más cierto, más delicada, y no pueden soportar el agobio de los trabajos físicos. Quizá había muchos
de ésos en Jerusalén, pues está escrito que vendieron sus haciendas y pusieron el precio a los pies de
los apóstoles para que se diese a cada uno según su necesidad 80. Ellos estaban cerca de Dios 81 y
fueron útiles a los gentiles, que desde antiguo fueron llamados del culto de los ídolos, según lo que se
dijo: de Sión saldrá la ley, y la palabra del Señor de Jerusalén 82. Por eso dijo el Apóstol que los
cristianos de Palestina eran acreedores de los cristianos venidos de la gentilidad, los cuales son
deudores de ellos. Y añade por qué: si comunicaron a los gentiles sus bienes espirituales, éstos deben
hacerlos partícipes de sus bienes materiales 83.

CAPÍTULO XXII Incomprensible ociosidad de algunos monjes que, además, intentan con su conducta
apartar a otros del trabajo

Hoy, sin embargo, la mayoría de los que vienen a la profesión monástica procede de la esclavitud, o se
trata de libertos, que han obtenido la libertad o la promesa de la libertad por el hecho de ingresar en
el servicio de Dios, o bien eran sencillos artesanos o labriegos; todos ellos han recibido una educación
tanto más afortunada cuanto más dura. Sería un crimen rechazarlos, pues muchas de estas gentes han
llegado a ser hombres importantes y dignos de imitación. Aparte de que: Dios eligió lo débil del
mundo para confundir a lo fuerte; eligió a los necios para confundir a los sabios; eligió, y las que no
son, como si fuesen, para dejar a un lado las cosas viles que son; para que no se gloríe ningún hombre
delante de Dios 84. Este piadoso y santo pensamiento es causa de que se abran las puertas del
monasterio incluso a los que no presentan pruebas de un cambio de vida hacia mejor. No se sabe, de
hecho, si llegan con el propósito de servir a Dios, o vienen porque, al estar carentes de todo, huyen de
una vida mísera y trabajosa, con la intención de lograr alimentarse y vestirse y, sobre todo, de verse
honrados por aquellos que en el siglo solían despreciarlos y atropellarlos. Éstos no pueden alegar la
excusa de la fragilidad corporal para no trabajar, ya que lo desmiente el género de vida que antes
llevaron. Se amparan en la oscuridad de una doctrina falsa para intentar, partiendo de una errónea
interpretación de los Evangelios, pervertir los preceptos del Apóstol. Son aves del cielo, solo porque
vuelan alto sobre las alas de su soberbia; y, al mismo tiempo, heno del campo, pero por sus
sentimientos carnales.

26. Les acaece exactamente lo que el Apóstol trata de precaver en las indisciplinadas viudas más
jóvenes, cuando dice: al mismo tiempo pueden aprender a vivir ociosas; y no solo ociosas, sino
también curiosas y parleras, hablando de lo que no conviene 85. Lo que el Apóstol decía de aquellas
pobres mujeres, lo lamentamos y lloramos nosotros en estos pobres hombres, que, ociosos y
charlatanes, hablan lo que no conviene contra el mismo San Pablo, en cuya Epístola leemos el texto
citado. Si han venido a la santa milicia con el propósito de agradar a Aquel a quien se consagraron 86,
vigor y salud no les faltan no solo para aprender, sino también para trabajar siguiendo el precepto del
Apóstol. Pero prestan oídos a las palabras de los ociosos y relajados, a quienes por falta de formación
no pueden juzgar, y por su pestilente contagio contraen la misma enfermedad. No solo no imitan la
obediencia de los santos, que trabajan en paz, y de los otros monasterios que viven dentro de la
disciplina acorde con la norma apostólica, sino que insultan a los mejores, predicando la ociosidad
como fidelidad al Evangelio y denunciando la misericordia como si fuese su transgresión. Mayor obra
de misericordia ejercita con el alma de los hermanos débiles quien procura la buena fama de los
siervos de Dios que quien reparte el pan a los cuerpos hambrientos de los pobres. ¡Ojalá esos que
declaran la huelga de brazos caídos declarasen también la de la lengua! No lograrían que les imitasen
tantos, si los ejemplos de ociosidad que dan con su vida no fuesen, al mismo tiempo, celebrados de
palabra.

CAPÍTULO XXIII Recta interpretación del Evangelio frente a la doctrina y la incoherencia de vida de
los ociosos

27. Van todavía más lejos, pues frente a las palabras del Apóstol de Cristo nos citan las palabras del
Evangelio de Cristo. Tan maravillosas son las obras de estos holgazanes, que pretenden impedir con
palabras del Evangelio lo que el Apóstol mandó y observó precisamente para que no hubiese
obstáculo alguno al Evangelio. Sin embargo, si les obligásemos a vivir conforme a las palabras del
Evangelio, tal como ellos las entienden, serían los primeros en convencernos de que esas palabras no
deben entenderse como ellos las interpretan. Afirman que no deben trabajar, porque tampoco
siembran ni recogen las aves del cielo, a las que Cristo propuso por modelos para que no pensemos en
tales menesteres. Pero ¿por qué no prestan atención a lo que a continuación sigue diciendo? Porque
no dice tan solo que no siembran ni recogen, sino que también añade: ni almacenan en la despensa
87. Los depósitos y almacenes pueden traducirse literalmente por despensa. ¿Por qué, pues, quieren
ellos tener las manos ociosas y la despensa llena?, ¿por qué recogen los frutos del trabajo ajeno y los
guardan y conservan, para ir consumiendo de ellos cada día?, ¿por qué muelen y cocinan? Eso no lo
hacen las aves del cielo. Es posible que hallen modo de encomendar a otros hacer ese trabajo, de
suerte que todos los días les sean servidas las provisiones ya preparadas. Pero, por lo menos, toman el
agua de las fuentes y se sirven de cisternas y pozos para obtenerla y conservarla, cosa que no hacen
las aves del cielo. Supongamos, si os place, que también logren que los buenos y próvidos fieles,
proveedores del Rey eterno, les deparen también esos servicios a estos sus valientes soldados,
ahorrándoles el trabajo de la provisión de agua; tal vez han logrado un grado de santidad tan
extraordinario, que sobrepuja al de aquellos santos de Jerusalén. Porque, cuando a éstos les urgió el
hambre, que de antemano habían anunciado los profetas, se encargaron los buenos fieles griegos de
mandarles trigo 88. Es de suponer que con ese trigo ellos se hicieron pan o, al menos, procuraron que
otros se lo hicieran. Nada de eso hacen las aves. Pero supongamos que es verdad, como iba diciendo,
que esos monjes han sobrepasado ya en santidad a los santos de Jerusalén, y en todo lo que afecta a
la vida presente se portan como las aves. Demuéstrennos que ha de haber hombres al servicio de las
aves, como ellos quieren que haya otros a su servicio, salvo cuando se trata, naturalmente, de las aves
capturadas y enjauladas, de las que uno no puede fiarse, no sea que logren escaparse y no vuelvan a
regresar. Pues, con todo, estas aves prefieren gozar de libertad y conseguir en el campo cualquier cosa
para sobrevivir, antes que tomar lo que les preparan y sirven los hombres.
28. Además, en este sentido esos monjes, a su vez, pronto se verán superados en santidad por otros
que se propusieran por norma el salir cada día a buscar la comida en el campo, tomar cuanto durante
ese tiempo encuentren y, una vez saciada el hambre, regresar a casa. Pero, ¡ojo!, hay que contar con
los guardas de los campos. Sería, por eso, bueno que el Señor se dignase otorgarles también alas a
esos siervos de Dios para que, al ser sorprendidos en las haciendas ajenas, no sean capturados como
ladrones, sino puestos en fuga como estorninos. En ese caso, el mejor imitador de las aves sería aquel
que lograse escapar del cazador. Concedamos aún que todos van a permitir a los siervos de Dios que
vayan a sus campos cuando quieran, y regresen de ellos seguros y con el estómago saciado. De hecho,
al pueblo de Israel se le prohibió por una ley molestar al ladrón sorprendido en propiedad ajena, con
tal de que no llevase consigo nada de la propiedad; se mandaba dejarlo ir en libertad e impune si no
cogía más que lo que comía 89. Por eso, los judíos acusaron de quebrantar el reposo del sábado, más
bien que de hurto, a los discípulos del Señor que cogieron espigas 90. Pero ¿cómo se las arreglarán en
aquellas estaciones del año en que nada hay en el campo que pueda comerse directamente en su
estado natural? Pues, si alguien pretendiese llevarse a casa algo para cocinarlo y comerlo,
ateniéndonos a la opinión de éstos tendríamos que decirle con el Evangelio: "Déjalo, que eso no lo
hacen las aves".

29. Admitamos incluso todo esto: que durante todo el año pudiese hallarse en el campo alguna fruta,
hortaliza o raíz que poder comer crudas, o que tengan tal capacidad de estómago, que puedan ingerir
crudas, sin hacerles mal, las cosas que solemos comer cocidas; y que puedan salir a los huertos
durante la temporada más cruda del invierno para buscar alimento. En tal caso, no necesitan llevarse
nada a casa para prepararlo, ni dejar nada para el día siguiente. Pero todo esto no es de aplicación
para los que se apartan durante mucho tiempo de la convivencia con los hombres, y no se dejan ver
por nadie, enterrándose en vida, puesto todo su afán en dedicarse intensamente a la oración. Éstos,
es cierto, suelen contentarse con alimentos corrientes y de poco valor, pero siempre deben llevar
consigo los suficientes para poder vivir durante todo el tiempo que van a estar en completa soledad.
Esto tampoco lo hacen las aves. No critico esa vida de admirable continencia, siempre que haya
tiempo libre para poder vivirla y se proponga a la imitación ajena no por orgulloso engreimiento, sino
por caritativa santidad. Por el contrario, reconozco que mi alabanza no llega a expresar todo cuanto se
merecen. Pero, ¿qué diríamos de estos tales, si nos atenemos a la interpretación que los monjes
ociosos hacen de las palabras evangélicas?, ¿acaso que tales eremitas, cuanto más santos son, menos
imitan a las aves? Porque, si no se reservan comida para muchos días, no podrán retirarse a vivir en
soledad mucho tiempo, como de hecho hacen. Porque a ellos, como a nosotros, se les dijo: no penséis
en el mañana 91.

30. En conclusión, y resumiendo: aquellos que, basándose en una errónea interpretación del
Evangelio, pretenden corromper preceptos del Apóstol tan manifiestos, una de dos, o no piensen en el
mañana, como las aves del cielo, u obedezcan al Apóstol, como hijos amados. Mejor dicho, hagan las
dos cosas, pues ambas son compatibles. No podría Pablo, apóstol de Jesucristo 92, proponer una
doctrina contraria a la de su Señor. Nuestro mensaje a estos monjes es bien claro: si queréis apelar a
las aves del cielo, de las que habla el Evangelio, para sustraeros del trabajo manual con que proveeros
de alimentos y vestidos, no guardéis nada para el mañana, puesto que nada guardan las aves del cielo.
Pero, si reserváis algo para mañana, eso puede no estar en contradicción con aquel texto del
Evangelio: mirad las aves del cielo, que ni siembran, ni recogen ni amontonan en los almacenes 93.
Puede compaginarse perfectamente con el Evangelio y con la conducta de las aves del cielo el
sostener esta vida terrenal con el sudor del trabajo manual.

CAPÍTULO XXIV El Evangelio no prohíbe ser previsor

31. Si, argumentando con el Evangelio, urgimos a esos monjes a que no reserven nada para mañana,
pueden con razón responder: "¿Por qué el mismo Señor tenía bolsa donde guardar el dinero que
recibía? 94 ¿Por qué con tanta presteza se envió trigo a los santos padres de Jerusalén, cuando
amenazaba el hambre? 95 ¿Por qué los apóstoles tomaron tanto interés en recoger lo necesario para
aliviar la pobreza de los hermanos en la fe de Jerusalén, de forma que nada les faltase en el
porvenir?". Esta es la respuesta que nos da Pablo en su Epístola a los Corintios: en cuanto a las
colectas para los santos, haced lo mismo que ordené a las iglesias de Galacia: el domingo, cada uno de
vosotros pondrá aparte en su casa lo que estime conveniente para que no se hagan las colectas
cuando yo vaya. Mas, cuando llegue yo, enviaré a llevar vuestra gracia a Jerusalén a aquellos que
vosotros recomendéis por carta. Y, si vale la pena de que yo vaya, irán conmigo 96. Estos y otros
muchos y auténticos textos aducen esos monjes. Pero les replicamos: el Señor dijo: no penséis en el
mañana, y, sin embargo, este texto no es para vosotros obstáculo alguno para reservar algunas cosas
para mañana. Pues ¿por qué no tomáis a las aves del cielo por modelos cuando se trata de almacenar,
y os empeñáis en tomarlas para no trabajar?

CAPÍTULO XXV Adecuación personal y santidad del trabajo manual

32. Alguno podrá decir: ¿Qué le aprovecha al siervo de Dios el haber renunciado a las actividades que
en el siglo tenía y haberse consagrado a esta vida y milicia espirituales, si tiene que volver a ocuparse
de negocios que son propios de un obrero? No es fácil explicar con palabras cuánto le valió al rico, que
solicitaba un consejo para alcanzar la vida eterna, lo que el Señor le mandó hacer si quería ser
perfecto: vender sus bienes, repartir el precio entre los pobres y seguirle 97. Por otra parte, ¿quién ha
seguido al Señor con paso más expedito que aquel que dijo: no he corrido en vano ni he trabajado en
vano? 98 Y, sin embargo, no solo ordenó él esos trabajos, sino que también los realizó personalmente.
A quienes estamos formados e instruidos por tan excelso maestro debía bastarnos ese ejemplo no
solo para abandonar las riquezas del siglo, sino también para asumir el trabajo manual. Mas, con
ayuda del mismo Señor, quizá podamos de algún modo comprender cuánto les aprovecha a los
siervos de Dios, que trabajan manualmente, el haber abandonado sus negocios en el siglo.
Supongamos que es un rico el que se consagra a este género de vida y no se ve impedido por algún
achaque de salud. ¿Tan torpes somos en la degustación de las cosas de Cristo que no entendamos que
se ha curado el cáncer de su vieja soberbia al renunciar a todo lo superfluo, eso que antes le inflamaba
el corazón para su perdición, aceptando la humildad del artesano para obtener aquellas pequeñas
cosas que siguen siendo indispensables para la vida de cada día? Y, si el que viene al monasterio es de
condición pobre, no debe pensar que el trabajo que ahora hace es el mismo que antes hacía. El amor
egoísta de antes por acrecentar, aunque fuese un poquito, los bienes propios, lo ha cambiado ahora
por amor sobrenatural; y no solícito ya por buscar las cosas propias, sino las de Jesucristo 99, vive en
sociedad con aquellos que tienen una sola alma y un solo corazón en Dios, de modo que nadie llama
propio a nada, sino que todo es de todos 100. Los héroes antiguos de la república civil suelen ser
celebrados por la brillante elocuencia de sus literatos por anteponer a sus bienes privados el bien
común de los ciudadanos. Fue, por ejemplo, el caso de uno de ellos [Escipión el Africano] que,
habiendo obtenido los honores del triunfo, después de haber conquistado África, no tenía dote que
dar a su hija al casarse, y ésta hubo de recibirla del Estado en virtud de un decreto especial del
Senado. Frente a tales ejemplos, ¿qué intenciones debe abrigar el ciudadano de la ciudad eterna, la
Jerusalén celeste, para con su propia patria, sino el tener en común con el hermano los bienes que ha
conseguido con sus propias manos y, si algo faltare, recibirlo de la comunidad? Así podrá repetir con el
Apóstol, cuyo precepto y ejemplo siguió, aquello de como quien nada tiene y todo lo posee 101.

33. Una palabra para quienes abandonan o distribuyen copiosos u opulentos bienes, buscando, con
piadosa y meritoria humildad, contarse entre los pobres de Cristo. Si tienen salud y están libres de
ocupaciones eclesiásticas, deben trabajar con sus manos, para quitar todo pretexto a los holgazanes
que vienen de una condición plebeya, y, por lo mismo, más acostumbrados al trabajo corporal.
Cuando así obran, son más misericordiosos que cuando repartieron sus bienes a los pobres. Bien es
verdad que traen una prueba tan manifiesta de sus rectas intenciones y han contribuido tanto con sus
propios bienes a remediar la pobreza de la comunidad, que los bienes comunes y la caridad fraterna
deben proveerlos del necesario sustento. Pero si se niegan a trabajar corporalmente, ¿quién estaría
legitimado a forzarlos? Para ellos hay que buscar en el monasterio ocupaciones más adecuadas, que
no exijan esfuerzo corporal, aunque exijan celo mayor y administración más vigilante, para que
tampoco ellos coman gratuitamente su pan, que es ya común. No importa en qué monasterio o en
qué localidad repartieron a los pobres lo que tenían, pues una sola es la familia de los cristianos.
Quien distribuye sus bienes a los cristianos, dondequiera que fuere, de los bienes de Cristo recibe, a su
vez, dondequiera que se lo den, lo que necesita. Porque, cuando él dio a los pobres, sea cual fuere el
lugar donde hizo la donación, ¿quién lo recibió sino Cristo? Mas aquellos que, antes de ingresar en
esta santa familia de la religión, se ganaban el sustento con el trabajo corporal -que son la mayoría de
los que vienen al monasterio, como es natural, pues esta clase social es la más numerosa del género
humano-, éstos, si se niegan a trabajar, que no coman 102. En la milicia de Cristo no van a humillarse
por piedad los ricos, para que se engrían por orgullo los pobres. No es de recibo que en esta vida, en la
que se hacen laboriosos los senadores, se hagan ociosos los obreros; y que aquí, adonde llegan los
señores de las haciendas, dejando sus comodidades, se hagan exigentes y cómodos los simples
campesinos.

CAPÍTULO XXVI Importancia de la recta intención en el ejercicio de la evangelización

34. Sigamos con las objeciones. Dijo el Señor: no viváis preocupados por lo que necesita el alma para
comer o el cuerpo para vestir. Y con toda la razón, puesto que antes había dicho: no podéis servir a
Dios y al lucro 103. Cuando uno predica el Evangelio con la mira puesta en procurarse el sustento
cotidiano y el vestido, puede pensar que, a la vez que sirve a Dios, ya que anuncia el Evangelio, sirve
también al dinero, pues lo hace para sacar lo imprescindible para vivir. Pero el Señor dijo que esta
combinación no es posible. La razón es clara: quien anuncia el Evangelio con esa finalidad, debe
convencerse de que no sirve a Dios, sino al dinero, aunque Dios sepa servirse de él, sin él darse
cuenta, para hacer bien a otras personas. A reglón seguido del texto anterior, el Señor añade: por eso,
os digo que no viváis solícitos por lo que necesite vuestra alma para comer o vuestro cuerpo para
vestir. Quiere decir que no dejen de procurarse lo necesario para vivir, siempre que puedan hacerlo
lícitamente. Lo que se les prohíbe es que en la predicación del Evangelio busquen el dinero, hasta el
punto de hacerlo por esa motivación. Llama "ojo" a la intención con la que se hace algo. De él decía un
poco más arriba, antes de llegar a este texto: la lámpara de tu cuerpo es tu ojo; si tu ojo fuere sencillo,
será brillante todo tu cuerpo; mas, si tu ojo fuere nublado, será todo tu cuerpo tenebroso 104. Es
decir, tales serán tus obras cual fuere la intención con que las haces. Y en texto precedente, hablando
de la limosna, había dicho: no reunáis tesoros en la tierra, donde los destruyen el orín y la polilla,
donde los ladrones asaltan y roban. Reservaos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín los
corrompen, donde los ladrones no asaltan ni roban. Porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón
105; y seguidamente añade: la lámpara de tu cuerpo es tu ojo. Así habla para que los que dan
limosnas no lo hagan con intención de agradar a los hombres o de buscar en la tierra la recompensa
de lo que hacen. Cuando el Apóstol encarga a Timoteo que amoneste a los ricos, hace esta
advertencia: distribuyan y repartan fácilmente, reservándose un fundamento bueno para el porvenir,
para que conquisten la vida verdadera 106. El Señor dirige el ojo de los que dan limosna hacia la vida
futura, hacia el galardón celeste, para que, siendo sencillo el ojo, sean brillantes las acciones. A
propósito de la remuneración final vale lo que dice en otra parte: quien a vosotros recibe, me recibe a
mí, y quien me recibe, recibe a aquel que me envió. Quien recibe al Profeta en nombre de profeta,
recibirá el galardón del profeta; y quien recibe al justo por su nombre de justo, recibirá el premio del
justo; y quien diere a beber a uno de estos pequeñuelos un vaso de agua fría por el mero nombre de
discípulo, no perderá su galardón 107. Podría suceder que, estando sano el ojo de los que remedian
las necesidades de los pobres, profetas, justos y discípulos del Señor, esté, en cambio, enfermo el ojo
de los que reciben los favores, hasta el punto de querer servir a Cristo para recibir esas mercedes.
Para evitar eso añade: nadie puede servir a dos señores; y poco después: no podéis servir a Dios y al
lucro. Y al fin concluye: Por lo tanto, os digo que no viváis preocupados por lo que necesita vuestra
alma para comer o vuestro cuerpo para vestir.

35. Lo que a continuación expone acerca de las aves del cielo y de los lirios del campo, lo dice para que
nadie piense que Dios no se cuida de las necesidades de sus siervos, siendo así que su sapientísima
providencia llega hasta crear y gobernar esas criaturas. Dios es quien nutre y viste incluso a aquellos
que trabajan físicamente. Pero el Señor, para que no se distorsione el carácter de la milicia cristiana,
convirtiéndola en una conquista de lo material, advierte a sus siervos que en el ejercicio de su
ministerio sagrado no busquen bienes materiales, sino el reino de Dios y su justicia. Todo lo demás se
les dará por añadidura, tanto a los que trabajan corporalmente, como a los que por enfermedad no
pueden trabajar, como a los que están tan absorbidos en el ejercicio de su ministerio pastoral, que no
pueden ocuparse en otra cosa.

CAPÍTULO XXVII Hemos de utilizar nuestras propias fuerzas para no tentar a Dios

35. Por cierto que había dicho Dios: invócame en el día de la tribulación: yo te salvaré y tú me
glorificarás 108. Según este texto, el apóstol no debió huir y hacerse descolgar por el muro en un
serón, para esquivar las manos de los perseguidores 109. Al contrario, debió esperar ser capturado y
ser liberado por Dios, igual que lo hizo con los tres jóvenes librándolos de las llamas 110. Por esta
razón tampoco debió decir el Señor: si os persiguen en una ciudad, huid a otra 111, puesto que él
mismo había asegurado: si algo pidiereis al Padre en mi nombre, os lo dará 112. Pudiera también
objetarse a los que huyen de la persecución por qué no desisten e invocan a Dios, para que los libre
mediante un milagro, como fue librado Daniel de los leones 113 y Pedro de las cadenas 114. A lo que
podría responderse que no debemos tentar a Dios. Él ejecutará el milagro, si quiere, cuando la víctima
no encuentre solución, porque mientras Dios proporcione ocasión de huir, aunque ellos se libren por
la huida, no se libran sino por obra de Dios. Supongamos, en nuestro caso concreto, que los siervos de
Dios tienen tiempo libre y salud para seguir el precepto y el ejemplo del Apóstol, y se ganan con sus
manos el alimento. Y si alguien se lo reprocha a base del Evangelio, que habla de las aves del cielo que
no siembran, ni recogen ni almacenan en graneros; y de los lirios del campo, que no trabajan ni hilan,
a éstos podrá respondérseles: si por una enfermedad u ocupación no pudiéramos trabajar, Dios nos
nutrirá y vestirá como a las aves y a los lirios, que no ejecutan esas operaciones; pero, dado que
podemos, no debemos tentar a Dios; esto que podemos, lo podemos por merced divina, y cuando de
ello vivimos, vivimos de quien nos hace esa merced. Por eso no nos preocupamos de estas
necesidades, porque, cuando podemos trabajar, nos nutre y viste el que viste y nutre a todos los
hombres; y cuando no podemos trabajar, nos nutre y viste el que viste y nutre a los lirios y a las aves,
ya que somos más que ellos. En esta nuestra milicia no pensamos en el mañana. Porque no es por
conseguir bienes temporales, que hacen referencia al mañana, sino por lograr bienes eternos, que se
caracterizan por ser un hoy-sin-fin, por lo que nos consagramos a Dios, con el fin de agradarle
desembarazados de los negocios seculares 115.

CAPÍTULO XXVIII Exhortación paterna a los monjes ociosos y vagabundos

36. Estando así las cosas, permíteme, querido hermano, puesto que el Señor se sirve de ti para
inspirarme gran confianza, que me dirija directamente a esos monjes, hijos y hermanos nuestros.
Conozco con cuánto amor los das a luz conmigo, hasta lograr verlos formados en las enseñanzas del
Apóstol 116. ¡Oh siervos de Dios, soldados de Cristo!, ¿así encubrís las asechanzas del más astuto
enemigo, que trata por todos los medios de oscurecer con sus hedores vuestra buena fama, ese
exquisito olor de Cristo 117, de forma que no puedan decir las almas buenas: corremos en pos de la
fragancia de sus perfumes 118, y así escapar de sus lazos? Este es el motivo por el que el enemigo ha
dispersado por todas partes tanta gente hipócrita con hábito de monje. Entre esa gente, unos
recorren las provincias, sin estar para ello comisionados, estando siempre en continuo movimiento,
nunca quietos, nunca domiciliados; otros negocian con reliquias de mártires, si es que son de mártires;
otros airean sus fimbrias y filacterias; otros mienten afirmando al incauto haber oído que allá, sabe
Dios dónde, viven sus padres o parientes, y que muy pronto vendrán a verle. Y todos piden, todos
exigen, bien el beneficio de su rediticia pobreza, bien el precio de su fingida santidad. Entre tanto,
cuando en algún lugar son sorprendidos en sus fechorías o éstas de algún modo llegan a divulgarse,
bajo el nombre genérico de monjes es desacreditado el estado de vida consagrada que profesáis, una
institución tan buena, tan santa, tan digna de ser difundida por toda el África como lo está en otros
países. ¿No os enardece el celo de Dios? ¿No os abrasa el corazón en vuestro interior y arde el fuego
119 en vuestra meditación, con el fin de borrar con buenas obras las tropelías de esos infelices, para
arrebatarles la ocasión de sus torpes negocios, con los que padece vuestro nombre y se da motivo de
escándalo a los débiles? Tened compasión y caridad, demostrad a los hombres que no buscáis una
vida fácil en la holganza, sino el reino de Dios en el estrecho y áspero camino de la profesión religiosa.
Vuestro motivo para trabajar es el mismo que tuvo el Apóstol: quitar la ocasión 120 a los que la
buscan, para que los que son ahuyentados por el hedor de ellos sean fortalecidos con vuestra
fragancia.

CAPÍTULO XXIX Agustín expone su propia situación en relación con el trabajo manual

37. No queremos arrojar sobre vosotros cargas pesadas ni abrumar vuestros hombros con pesos que
ni con el dedo quiera rozar yo 121. Preguntad e informaos del trabajo de mis ocupaciones, de la
debilidad física de mi cuerpo para ciertos trabajos, de la costumbre de las Iglesias a cuyo servicio
estoy, y veréis que no me dejan tiempo disponible para entregarme a las labores que a vosotros os
aconsejo. Aparte de que yo podría decir: ¿Quién hace la guerra a sus propias expensas? ¿Quién planta
una viña y no come de sus frutos? ¿Quién apacienta el rebaño y no participa de la leche del rebaño?
122 Pero pongo por testigo sobre mi alma a Jesucristo, en cuyo nombre os digo sin recelo estas cosas,
que, por lo que toca a mi comodidad, preferiría mil veces ocuparme en un trabajo manual cada día y a
horas determinadas -como está prescrito en los monasterios donde rige la disciplina-, y poder
disponer de las restantes horas del día libres para leer, orar, y escribir algo acerca de las divinas
Escrituras, en lugar de tener que sufrir las zozobras y angustias de pleitos ajenos sobre asuntos
mundanos, que hay que dirimir con una sentencia o cortar con una decisión personal. Son éstas las
molestias con que me tiene clavado el mismo Apóstol, no por su voluntad, sino por la de Aquel que
hablaba por su boca, aunque no leo que él las hubiera padecido. Su apostolado, por el continuo correr
de un lugar a otro, era distinto del mío. No dijo él: si tuviereis pleitos seculares, traedlos a nosotros o
constituidnos jueces para vuestras causas, sino que afirmó: elegid -antes que a los jueces infieles- a los
que son ínfimos en la Iglesia. ¿No hay entre vosotros ningún hábil que pueda juzgar entre sus
hermanos, sino que un hermano pleitea con otro, y eso en el tribunal de los infieles? 123 Quiso que se
encargaran de resolver tales pleitos los fieles sabios y santos, que tenían domicilio fijo, no los que iban
de una parte a otra predicando el Evangelio. Por eso, jamás leemos que el Apóstol se haya entregado
a estas tareas, mientras que yo no puedo librarme de ellas, por más que sea una insignificante
persona. Porque, a falta de sabios, prefirió en esta tarea incluso a los insignificantes, antes que llevar a
los tribunales civiles los asuntos de los cristianos. Y, con todo, yo acepto ese trabajo, aparte del
consuelo del Señor por la esperanza de la vida eterna, por la esperanza de poder sacar algún fruto de
bien con el ejercicio de la paciencia. Servidor soy de su Iglesia, máxime de sus miembros más débiles,
sin que importe saber qué clase de miembro soy respecto al cuerpo entero. Omito otras innumerables
preocupaciones eclesiásticas, que quizá nadie crea, salvo quien las haya experimentado. Por lo tanto,
no arrojo sobre vosotros cargas pesadas ni abrumo vuestros hombros con pesos que yo me niegue a
tocar con un solo dedo. Dios, que prueba los corazones, ve que, si estuviese en mi poder, salvo las
exigencias de mi cargo, preferiría hacer lo que os aconsejo a vosotros antes que hacer lo que me veo
obligado a realizar. Cierto es que para todos los que trabajan, para vosotros y para mí, según el cargo
y profesión que desempeña cada cual, es áspero el camino, y lleno de trabajos y angustias. Sin
embargo, para todos los que estamos animados por el gozo de la eterna esperanza, es suave el yugo y
ligera la carga del Señor 124 que nos llamó al descanso, el cual se adelantó a atravesar este valle de
lágrimas, en el que ni Él mismo se libró de tribulaciones. Por tanto, si sois hermanos o hijos nuestros,
si unos y otros somos siervos de Cristo, si nosotros somos servidores vuestros en Cristo, prestad oídos
a nuestro consejo, dad acogida a nuestros mandatos, asumid lo que os ordenamos. Aunque fuese yo
un fariseo que impusiera cargas pesadas sobre vuestros hombros, haced lo que os digo, aunque
condenéis lo que yo hago 125. Nada me importa ser juzgado por vosotros o por un tribunal humano
126. Dios, a cuyo divino juicio presento mis acciones, conoce con qué fraterno amor me preocupo de
vosotros. En fin, pensad de mí lo que queráis. Es el apóstol Pablo quien en el Señor os manda y
aconseja que trabajando en silencio, es decir, en quietud y obediente disciplina, comáis vuestro pan
127. Pienso que a él no le atribuiréis mala intención, pues habéis creído en Aquel que habla por su
boca.

CAPÍTULO XXX Invitación a no dejarse contagiar por la indisciplina de los monjes ociosos

38. Aquí tienes, mi querido hermano Aurelio, merecedor de todo mi respeto, en las entrañas de
Jesucristo, lo que sin demora me ha sido inspirado escribir, acerca del trabajo de los monjes, por
Aquel que se valió de ti para mandármelo. He procurado ante todo que esos buenos hermanos, que
acatan los preceptos apostólicos, no sean denostados como prevaricadores del Evangelio por los
perezosos e indisciplinados. Por lo menos, para que los que no trabajan, no duden en juzgarse
inferiores a los que trabajan. Por lo demás, ¿quién puede tolerar que los rebeldes, que con tenacidad
resisten a los saludables consejos del Apóstol, sean ensalzados como más santos y no tolerados como
más débiles? ¿Cómo puede admitirse que los monasterios fundados en la más sana doctrina se relajen
por esa doble seducción: la disolución licenciosa de la holgazanería y el falso nombre de santidad?
Sepan, pues, aquellos otros hermanos e hijos nuestros, que por ignorancia suelen favorecer a estas
personas y defender su presunción, que han de cambiar de proceder para que ellos puedan
corregirse, y no favorecerles para que empeoren. No les reprendemos por el hecho de suministrar a
los siervos de Dios con diligencia y entusiasmo lo que necesitan; todo lo contrario, alabamos
cordialmente esa acción. Decimos esto no sea que, por una mal entendida compasión, vayan a dañar
más su vida futura que a mejorar su vida presente.

39. Menos se peca cuando no se alaba al pecador que sigue los deseos de su corazón que cuando se
elogia al que practica la iniquidad 128.

CAPÍTULO XXXI Contra los monjes melenudos y sus débiles razones

¿Hay perversión más grande que buscar ser obedecido por los inferiores y, a su vez, rehusar obedecer
a los superiores? Al decir "superior" me refiero al Apóstol, no a mí, a quien no obedecen cuando se
dejan crecer la cabellera. En ese punto, el Apóstol no admitió discusión alguna, pues dijo: si alguien
quiere discutir, yo no tengo esa costumbre, y la Iglesia de Dios tampoco la tiene. Y lo que mando es
esto 129. Es decir, aquí no importa el ingenio de quien diserta, sino la autoridad de quien ordena. Por
lo que toca a la cabellera larga, ¿hay, por favor, algo más abiertamente contrario al precepto del
Apóstol? ¿O hay que llevar la vagancia hasta el punto de llegar a quitar el trabajo a los peluqueros?
Dicen que imitan a las aves del cielo. ¿Es que temen no poder volar si son depilados? No quiero
extenderme sobre ese vicio por respeto a algunos hermanos de larga cabellera, cuya conducta admiro
casi en todo, menos en eso. Cuanto más los amo en Cristo, con tanta mayor solicitud les amonesto. No
temo que su humildad rechace esta amonestación mía, pues yo mismo deseo que ellos me reprendan
en mis dudas o yerros. Reprendo, pues, a tan santos varones, para que no se dejen impresionar por
los vanos argumentos de los necios y los imiten en esa aberración, ya que su conducta tanto dista de
la de ellos en todo lo demás. Ellos pasean una hipocresía en busca de lucro, pues temen que una
santidad rasurada se pague menos que una melenuda; pretenden que quien los vea, piense en Samuel
y en todos aquellos antiguos personajes de quienes habla la Escritura, que no se tonsuraban 130. No
ven la diferencia que existe entre el velo profético y el desvelamiento o revelación evangélica, de la
que dice el Apóstol: cuando pases a Cristo, se alzará el velo 131. En aquel remoto tiempo, la cabellera
de los santos simbolizaba lo mismo que el velo colocado entre el rostro de Moisés y la vista del pueblo
de Israel 132. El mismo Apóstol dice que la larga cabellera representa al velo, y éste es la autoridad
por la que estos (melenudos) se mueven. Ante la constatación de que el Apóstol claramente dice: es
una ignominia para el varón el llevar cabellera 133, éstos replican: aceptamos la ignominia como
castigo de nuestros pecados. Tienden el tenderete de una fingida humildad para, bajo su sombra,
poner en venta su soberbia. Como si el Apóstol enseñase la soberbia cuando dice: todo varón que ora
o profetiza con la cabeza cubierta, deshonra su cabeza; y también: el varón no debe cubrir su cabeza,
pues es imagen y gloria de Dios 134. ¿No sabrá acaso enseñar la humildad el que dice no debe? No
obstante, si es por humildad por lo que aprecian esto que, en tiempos evangélicos, es una ignominia,
y, en tiempos de la profecía, era un símbolo, rasúrense y velen su cabeza con un cilicio. Claro que en
este caso su figura ya no será rentable, pues Sansón no se cubría con un cilicio, sino con su propia
cabellera 135.

CAPÍTULO XXXII Simbolismo del velo en la Sagrada Escritura

40. No es fácil expresar lo tristemente ridículo que es el otro argumento que se han inventado para
defender sus largas cabelleras. El Apóstol, dicen, prohibió llevar cabellera a los varones. Pero los que a
sí mismos se castraron por el reino de los cielos 136 ya no son varones. ¡Qué singular estupidez! Quien
eso dice, sin duda se enfrenta con intención impía y perversa a los pronunciamientos más claros de la
Sagrada Escritura, se adentra en un camino tortuoso y pretende introducir una doctrina pestilente;
todo lo contrario de aquel de quien se dijo: bienaventurado el varón que no intervino en el consejo de
los impíos y no entró por el camino de los pecadores ni se sentó en la cátedra de la pestilencia 137. Si
meditasen en la ley del Señor día y noche, se enterarían de que el apóstol Pablo profesó la más
perfecta castidad, pues dice: quisiera que todos los hombres fuesen como soy yo 138, y, no obstante,
se presentó como varón íntegro no solo por la vida que llevaba, sino también por la doctrina que
predicaba. Así, en efecto, se nos confesó: cuando era niño, hablaba como niño, sentía como niño,
pensaba como niño; cuando me hice varón, abandoné las cosas de niño 139. No sé para qué cito al
Apóstol, cuando esos que sostienen estas teorías no saben lo que piensan acerca de nuestro Señor
Jesucristo, ya que de Él, y no de otro, se dice: hasta que lleguemos todos a la unidad de fe y
conocimiento del Hijo de Dios, al varón perfecto en la medida de la edad de la plenitud de Cristo; para
que no seamos ya niños lanzados y zarandeados por todo viento de doctrina, en ilusión de los
hombres y en astucia para maquinar errores 140.

¡Con qué ilusión engañan éstos a los ignorantes, con qué astucia y diabólicas maquinaciones son ellos
mismos zarandeados, arrastrando consigo, en sus vaivenes, a los débiles que se les adhieren,
obligándoles en cierto modo a rodar hasta el punto de no saber, unos y otros, dónde están! Han oído
y leído lo que está escrito: todos los que estáis bautizados en Cristo, estáis revestidos de Cristo, en el
cual no hay judío ni griego, ni siervo ni libre, ni varón ni mujer 141. No entienden que esto se refiere a
la concupiscencia de la sexualidad, puesto que en la interioridad del hombre, donde somos
espiritualmente renovados 142, no existen funciones sexuales. No digan, pues, que no son varones
porque se abstienen de la función carnal del varón. Los esposos cristianos, que ejercitan esa función,
no son cristianos por la función que ejercitan, es decir, por lo que tienen en común con los no
cristianos e incluso con los animales. Una cosa es lo que se concede a la fragilidad o a la función que se
ejercita para la propagación de la especie mortal, y otra cosa es lo que, bajo el prisma de la fe, sirve de
signo para conseguir la vida eterna e incorruptible. Por tanto, el precepto dado a los varones por el
Apóstol de no cubrir la cabeza, hay que entenderlo como un símbolo en el cuerpo y una realidad en la
mente, donde el hombre es imagen y gloria de Dios, como lo indican las mismas palabras: el varón no
debe cubrir su cabeza, pues es imagen y gloria de Dios 143. Dónde está esa imagen, lo precisa el
Apóstol cuando dice: no os engañéis recíprocamente; despojándoos del hombre viejo con sus actos,
revestíos del nuevo, que se renueva en el conocimiento de Dios según la imagen del que le creó 144.
¿Quién puede dudar de que se trata de una renovación del espíritu? El que lo dude, escuche una
expresión más explícita, en la que, para inculcar lo mismo, se nos dice: como la verdad está en Jesús,
despojaos, en cuanto a vuestra conducta antigua, del hombre viejo, que se corrompe según las
concupiscencias del error, y renovaos en el espíritu de vuestra mente, revistiéndoos del hombre
nuevo, creado según Dios 145. ¿Qué decir?, ¿acaso que las mujeres no tienen esa renovación del
espíritu, en la que reside la imagen de Dios?, ¿quién tendrá la osadía de decir semejante cosa? En
cambio, su sexo corporal no simboliza esta imagen de Dios; por eso se les manda cubrirse con el velo.
La mujer, en cuanto mujer, simboliza más bien la parte que pudiéramos llamar concupiscencial, la
parte sobre la que el espíritu ejerce el dominio, espíritu que, a su vez, cuando se lleva una vida
sumamente recta y ordenada, está sometido a Dios. En un solo hombre distinguimos espíritu y
concupiscencia. El primero gobierna y la segunda es gobernada; el primero domina y la segunda
obedece. Esa doble realidad la expresamos simbólicamente mediante la figura del varón y de la mujer.
De ese simbolismo habla el Apóstol cuando dice que el varón no debe cubrirse, mientras que sí debe
hacerlo la mujer. Con tanta mayor gloria se eleva el espíritu a las cosas superiores con cuanta mayor
diligencia es refrenada la concupiscencia de las cosas inferiores. Así, el hombre entero, a pesar de este
cuerpo frágil y mortal, llegará a revestirse de incorrupción e inmortalidad cuando en la resurrección
final la muerte quede devorada por la victoria 146.

CAPÍTULO XXXIII Ruego a los melenudos de buena fe que se corten el pelo. Despedida

41. En definitiva, los que no quieren obrar el bien, dejen por lo menos de enseñar el mal. Pero quedan
otros, a quienes aquí reprendemos, que no tienen otro defecto, contra el precepto apostólico, que ese
de los cabellos largos, con el que también ofenden y perturban a la Iglesia. Pues sucede que, mientras
unos, resistiéndose a pensar mal de ellos, se ven obligados a interpretar erróneamente las palabras
tan claras del Apóstol, otros prefieren mantener la interpretación correcta de las Escrituras antes que
adular a los hombres, cualesquiera que éstos sean. Nacen, así, entre los hermanos más débiles y las
más fuertes disputas amargas y harto peligrosas. Si los débiles lograran informarse bien, sin duda que
se corregirían también en esto, pues, en el resto de su conducta, los admiramos y amamos. A ellos no
les reprendo, sino que les ruego y suplico, por la divinidad y humanidad de Cristo y por la caridad del
Espíritu Santo, que dejen de escandalizar a los débiles, por los que Cristo murió 147, y de colmar de
dolor y angustia mi corazón. Digo de mi corazón, porque sé cuán fácilmente esta reprobable conducta
puede ser imitada por los malvados con vistas a engañar a los hombres, si la ven encarnada en
aquellos a quienes, por imperiosa obligación de caridad cristiana, ven que honramos por tantas otras
cosas buenas. Si después de esta amonestación, o más bien súplica mía, creen que deben perseverar
en su conducta, nada haré sino lamentarlo y penar. Me basta que lo sepan. Si son siervos de Dios,
tendrán compasión de mí. Si no me compadecen, no quiero emitir sobre ellos un juicio más severo. Si
apruebas esta exposición, en la que quizá me he extendido más de lo que permiten mis obligaciones y
las tuyas, dala a conocer a nuestros hermanos e hijos, por los que te dignaste imponerme esta carga.
Si crees que algo se debe abreviar o corregir, démelo a conocer su beatitud a través de una carta.

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