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De la gramaticalización de la retórica a la retorización

de la lingüística. Ayudamemoria*

Jean-Michel Adam
Universidad de Lausana

El presente texto tiene un objetivo propedéutico. Examinando lo que, en el


contexto editorial de los últimos treinta años, puede aparecer como un “retorno”
de la retórica y de las teorías de la argumentación, bosqueja un panorama en
forma de ayudamemoria. Operando una lectura de las filiaciones, privilegia las
publicaciones que han sido escritas en francés o traducidas a lengua francesa, en
la medida en que reflejan las tensiones de las ciencias del lenguaje en un
ambiente sociocultural dado (Francia, Bélgica y Suiza francoparlantes) 1. Este
ayudamemoria tiene por finalidad servir de base a una reflexión epistemológica
con vistas a la elaboración de proposiciones del tipo de las que, en este mismo
libro, desarrolla Ruth Amossy en torno al análisis del discurso. Mi propósito se
vincula al de François Rastier, que aboga, desde 1994, por una retorización de la
lingüística. Con el objeto de dar una idea de esta orientación, el tratamiento de la
cuestión retórico-lingüística del ethos es, al final del capítulo, elegida como
ejemplo concreto de retorización de la lingüística de la enunciación.

*
En Koren, R. y Amossy, R. (2002): Après Perelman. Quelles politiques pour les nouvelles
rhétoriques? L´argumentation dans les sciences du langage, París, L´Harmattan, pp. 23 - 55. Sólo
traducimos entre corchetes, en el cuerpo del texto y/o al final en las Referencias, los títulos de la
mayoría de las obras que tienen versión en español; a estas ediciones, de las cuales
proporcionamos los datos bibliográficos, corresponden las indicaciones de los números de
páginas (N. del T.).
Traducción de Nicolás Bermúdez para su uso en la materia Lingüística Interdisciplinaria (FFyL,
UBA), marzo de 2007.
1
Un panorama más amplio es trazado por F. Douay, en “La rhétorique en Europe à travers son
enseignement” (Histoire des idées linguistiques, c. 7, T. II, S. Auroux ed., Bruselas, 1992). Las
publicaciones anglosajonas citadas a continuación fueron elegidas en razón de su importancia y
de su influencia.

1
1. Introducción epistemológica

En La estructura de las revoluciones científicas, Thomas Kuhn desarrolla una


concepción de la evolución de las ciencias basada en la idea de las crisis de los
paradigmas disciplinarios. Esta visión dinámica y progresista –aunque
discontinua– pone el acento sobre las controversias, debates, resistencias y
conversiones que persisten hasta el descubrimiento de un nuevo paradigma que
impone su norma a una comunidad científica, la que, entonces, se reaglutina en
torno a un nuevo consenso, cerrando así un ciclo positivista de progreso: ciencia
“normal”  crisis  revolución-descubrimiento  nueva ciencia “normal”
(consenso)  crisis  etc. Cada vez, los expertos son llevados a trabajar según
el nuevo modelo consensuado que sirve de base a las transposiciones didácticas
y al perfeccionamiento de los manuales. La epistemología de las ciencias
humanas permaneció influida por estos modelos al punto que es en estos
términos que Umberto Eco presenta, por ejemplo, la emergencia de las teorías de
la lectura:
Desde los años sesenta, las teorías de la recepción nacieron como
reacción: 1) a los endurecimientos de ciertas metodologías
estructuralistas que pretendían poder analizar la obra de arte o el texto
en su objetividad de objeto lingüístico; 2) a la rigidez natural de las
semánticas formales anglosajonas que aspiraban a hacer abstracción
de toda situación, circunstancia de empleo o contexto en el cual signos
o enunciados eran emitidos […]; 3) al empirismo de ciertos enfoques
sociológicos (1992: 26).

Jauss anunciaba ya en 1969 un cambio radical en el paradigma de


los estudios literarios y fue indudablemente uno de los protagonistas de
esta conmoción. Pero puesto que los cambios de paradigma nacen de
la acumulación de los debates precedentes, resulta necesario saber si
las nuevas teorías de la lectura constituyen una orientación nueva, y en
qué sentido (1992: 24).

Aunque Kuhn diga haberse inspirado en el caso de la historia del arte, su


modelo de las revoluciones-descubrimientos, en tanto tiende a borrar el pasado
de las disciplinas, es deficiente para las ciencias humanas. Como lo señala Eco
al final de la segunda cita y como consecuencia de su razonamiento, el cambio
de paradigma de los estudios literarios es más bien “la revalorización de una
tradición precedente hasta entonces abandonada”. Y agrega:

2
Morris ya observaba en Fundamentos de la Teoría de los Signos que
incluso las semióticas clásicas hacen siempre referencia al intérprete
(la retórica griega y la latina, la pragmática sofista, la retórica
aristotélica, la semiótica agustiniana que entiende el proceso de
significación en relación con la idea que produce el signo en el espíritu
del intérprete, etc.) (1992: 25).

La cuestión de la retórica es un buen ejemplo de la complejidad de la


dinámica de las ciencias humanas. Cuando en 1970, R. Barthes publica, en el nº
16 de Communications y bajo la forma de un “Ayudamemoria” de 57 páginas, su
seminario de la École Pratique des Hautes Études del año 1964–1965 sobre la
antigua retórica, lo hace porque dice no encontrar en francés ningún manual
disponible. Mientras que la desaparición de los manuales puede ser considerada
como el resultado de un ya antiguo cambio de paradigma, su multiplicación a lo
largo de los años noventa puede aparecer como el indicio de un retorno al
paradigma abandonado:
 Patillon, M.: Élements de rhétorique classique, Nathan, 1990.
 Reboul, O.: Introduction à la rhétorique, PUF, 1991.
 Declercq, G.: L´Art d´argumenter, Éditions Universitarires, 1992.
 Boissinot, A.: Les texts argumentatifs, Bertrand-Lacoste et CRDP de
Toulouse, coll. Didactiques, 1992.
 Robrieux, J.-J.: Élements de rhétorique et d´argumentation, Dunod,
1993.
 Gardes-Tamine, J.: La Rhétorique, A. Colin, coll. Cursus, 1996.
 Bertrand, D.: Parler pour convaincre, Gallimard, 1999.

¿De qué cambios es la huella esta proliferación de manuales? ¿Cómo se sitúan


las ciencias del lenguaje en relación con un paradigma retórico sometido él
mismo a una evolución compleja? ¿Estamos frente a un regresivo retorno a la
retórica o a un retorno de la retórica que designaría un conjunto de cuestiones no
resueltas por las ciencias del lenguaje?
La creciente tecnicidad de la lingüística contemporánea, las rivalidades entre
los equipos de investigación endurecidas por el debilitamiento de numerosos
departamentos de lingüística –debilitamiento que resulta de la fuga de
estudiantes hacia otras disciplinas (en particular hacia las “ciencias de la
comunicación” cuyo punto débil es generalmente la cuestión de la lengua y del
discurso)– incitan a los lingüistas a endurecer su concepción de la ciencia. La
puesta en marcha de una “nueva” teoría se hace cada vez más sobre el esquema
de la tabla rasa y en la ignorancia de la historia de las ciencias del lenguaje. Unas

3
increíbles negligencias epistemológicas permiten a algunos redactar, con pocos
trazos, un retrato caricatural de las teorías rivales. Es contra semejante tendencia
intelectual, particularmente grave en las ciencias del lenguaje, sometidas a
frecuentes e insidiosos “retornos” de paradigmas disciplinares, que el presente
ayudamemoria quiere muy modestamente luchar manteniéndose fiel a Saussure.
Mientras definía la lingüística moderna como una rama de la semiología, este
último escribía:
Semiología: morfología, gramática, sintaxis, sinonimia, retórica,
estilística, lexicología, etc., son un todo inseparable.

Esta nota manuscrita inédita prueba que Saussure consideraba la semiología


como un campo transdisciplinario que engloba la lingüística y como un “todo
inseparable” de disciplinas. Antes de considerar el caso de la retórica, tomemos
el ejemplo de las implicaciones de la afirmación sobre el carácter de
“inseparables” de la gramática y de la estilística. Esta idea no se halla, al
comienzo del siglo, más que en la “translingüística” del grupo Bajtín, bajo la
pluma, en primer lugar, de V. N. Voloshinov, que declara “metodológicamente
impropio e incluso imposible trazar una frontera estricta entre la gramática y la
estilística, entre el modelo gramatical y su modificación estilística. Esta frontera
es inestable en la misma vida de la lengua” (1992: 167). Algunos años más tarde,
M. Bajtín precisa:
Se puede decir que la gramática y la estilística convergen y se bifurcan
dentro de cualquier fenómeno lingüístico concreto: si se analiza tan
sólo dentro del sistema de la lengua, se trata de un fenómeno
gramatical, pero si se analiza dentro de la totalidad de un enunciado
individual o de un género discursivo, es un fenómeno de estilo. La
misma selección de una forma gramatical determinada por el hablante
es un acto de estilística. Pero estos dos puntos de vista sobre un
mismo fenómeno concreto de la lengua no deben ser mutuamente
impenetrables y no han de sustituir uno al otro de una manera
mecánica, sino que deben combinarse orgánicamente (a pesar de la
escisión metodológica muy clara entre ambos) sobre la base de la
unidad real del fenómeno lingüístico […] (2002: 255).

Cuando, en el nº 3 (1969) de Langue Française (Larousse), los lingüistas


estructuralistas entierran la estilística, pretenden llevar a cabo un cambio radical
de paradigma (la estilística de la desviación que les servía de cobertizo). Pero no
logran, por esto, la complementariedad entre una estilística y una lingüística de la

4
lengua y del texto. Confrontado al desarrollo de la semiótica narrativa de A. J.
Greimas, M. Arrive manifestó, sin embargo, en la publicación de las actas del
coloquio de Cluny de 1968, consagrado a la “Lingüística y literatura”, un punto de
vista más matizado. Declaraba entonces que una estilística atenta a las
“unidades pertinentes al plano de la expresión del sistema de signos literarios”
era absolutamente necesaria al lado de una semiótica “que relega en las tinieblas
de lo no significante una buena parte del tejido textual” (1968: 173). La posición
de H. Meschonnic es más tajante: “La reforma no es posible, porque implica una
visión anticuada del estilo, y eso no se remedia” (1970: 13). Esta posición radical
se distingue del retorno editorial, ecuménico e impreciso de una estilística que
permanece apoyada en la dicotomía lengua-gramática vs. estilo-estilística (Adam
1997, cap. 1).
Hizo falta un tiempo para que la visión del estilo engendrada por una
concepción de la retórica restringida a la lexis-elocutio fuera reconsiderada en el
marco más general del texto, por una parte, y del conjunto del dispositivo retórico,
por otra. La obra de Chaïm Perelman, al insistir en la inventio y la argumentación,
permitió, en 1958, reconciliarse con la retórica de Aristóteles y Quintiliano. La
primacía de la inventio acompañó un retorno a la retórica antigua, más allá de
una retórica de la época clásica que, privilegiando la elocutio, no había
desaparecido en absoluto de la enseñanza y de las ciencias del lenguaje
nacientes.

2. Una corriente proveniente de la retórica de la época clásica: la “retórica


restringida”

Entre los siglos V y XV, el lugar de la retórica en el seno del trivium se debilitó en
beneficio de la gramática y de la lógica. Esta desarticulación, que se traduce en
una reducción ornamental únicamente a las figuras, es acelerada por una
cristianización de la retórica fundada en la idea de que el Antiguo Testamento es
una alegoría del Nuevo y que la Biblia, como los Evangelios, están llenos de
figuras. Los grandes retóricos (por ejemplo, Baltasar Gracián y su Art et figures

5
de l´esprit de 1647**) son a menudo jesuitas o al menos están inmersos en la
corriente de una Contrarreforma que limita la retórica a las figuras del estilo
(elocutio) y a la voluntad de conmover (movere) y de agradar (placere). Esta
reducción es acompañada por una gramaticalización que evitará el rechazo puro
y simple de la retórica por parte de la Ilustración. Si d´Alembert no ve en la
retórica más que “puerilidades pedantescas” (en el artículo “Colegio” de La
Enciclopedia), se debe a que “Sin el sostén de la fe, las figuras no son más […]
que ornamentos inútiles con respecto a la razón” (Rastier 1994: 89).

2.1. Permanencia de la cuestión de las figuras y de los tropos en las


ciencias del lenguaje
La gramaticalización de la elocutio tiene su origen en el tratado De los tropos, de
Dumarsais (1730) que, a su manera, se prolonga en el manual Las figuras del
discurso, de Fontanier (1821). La posición de Dumarsais es la siguiente:
Este tratado me parece ser una parte esencial de la Gramática, puesto
que es competencia de la Gramática hacer entender la verdadera
significación de las palabras y en qué sentido son empleadas en el
discurso.
Por mucho que las figuras se alejen del lenguaje ordinario de los
hombres, serían, al contrario, los modos de hablar sin figuras los que
de él se alejan, siempre que fuera posible hacer un discurso donde no
hubiera más que expresiones no figuradas.

La retórica restringida vacila entre dos tendencias: entre la multiplicación de


las figuras y su reducción a cuatro (metáfora, metonimia, sinécdoque e ironía) o a
tres o, incluso, a las dos primeras solamente. La primera tendencia prosigue sin
rupturas ni “retorno” hasta el Dictionnaire de Poétique et de Rhétorique de H.
Morier (PUF, 1961). En la más pura tradición taxonómica, esta obra traza un
panorama de figuras con el cual que vendrá a competir, en 1970, la Rhétorique
générale del Grupo µ (Larousse) [Retórica general, Barcelona, Paidós, 1987].
Estos últimos, a diferencia de Morier, se reivindican como pertenecientes a una
corriente lingüística que tiene su origen en las tesis de los Círculos de Moscú y
de Praga. La tendencia reductora es constante; posee una rama o corriente
filosófica, atenta a la lingüística moderna, representada por La métaphore vive
**
Literalmente, Arte y figuras del espíritu. En el campo cultural hispanoparlante es conocido por su
título original: Agudeza y arte de ingenio.

6
de Paul Ricœur (Seuil, 1975) [La metáfora viva, Madrid, Ediciones Cristiandad,
1980] o por Méthaphore et concept de Claudine Normand (Complexe, Bruselas,
1976). Esta corriente filosófico-lingüística se prolonga en la Grammaire
philosophique des tropes de M. Prandi (Minuit, 1992) [Gramática filosófica de los
tropos, Madrid, Visor, 1995] y, más cerca de nosotros, en La métaphore entre
philosophie et rhétorique (G. Kleiber y N. Charbonnel ed., PUF, 1999).
Roman Jakobson continúa la gramaticalización de la retórica restringida a
través de una reducción y una redefinición lingüística de las figuras. Al haber
encontrado muy pronto en la obra de Mikolaj Krushewski una teoría de las
asociaciones por similaridad y contigüidad, Jakobson apoya en esta oposición en
la lengua tanto su enfoque de los dos tipos de afasia como su distinción entre
funcionamiento de la metáfora y de la metonimia-sinécdoque en literatura, cine o
pintura2. De forma muy saussuriana distingue la combinación-contextura (relación
con el co(n)texto) y la selección-sustitución (relación con el código). La retórica
restringida es así repensada lingüísticamente y el dominio de las figuras aparece
como un objeto fundamental de la reflexión lingüística moderna.
En 1966, en Figures I [Figuras. Retórica y Estructuralismo, Córdoba,
Nagelkop, 1970], Gerard Genette inscribe su artículo consagrado a las
“Hipérboles” en la línea de Jakobson y concluye el ensayo que lleva por título
“Figuras” con esta frase: “Para nosotros, actualmente, la obra de la retórica sólo
tiene, en su contenido, un interés histórico (por otra parte subestimado)” (1970:
246). Como este paréntesis lo deja entender, Genette abandonará su reflexión
sobre la retórica restringida3 a la que critica desde Communications nº 16. En ese
mismo número, que aparece en 1970 (Seuil), Tzvetan Todorov insiste en la
importancia de la sinécdoque (“Synecdoques”) y J. Cohen desarrolla una “Teoría
de la figura” decididamente fundada en una concepción logicista de la noción de
desvío: “Desvío lingüístico y desvío lógico tienden a confundirse, y en adelante se
vuelve teóricamente posible construir un modelo lógico de las figuras poéticas, un
algoritmo susceptible, quizás, por un desarrollo ulterior, de proporcionar una base
2
“Deux aspects du langage et deux types d´aphasie”, texto de 1965 retomado en Essais de
linguistique générale I (Minuit, 1963: 43 – 67) [“Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de
trastornos afásicos”, en Jakobson, R. y M. Halle: Fundamentos del lenguaje, Madrid, Ayuso,
1973]; “Vers une typologie linguistique des troubles aphasiques”, conferencia de 1963 retomada
en Langage enfantin et aphasie (Minuit 1969 et Champs- Flammarion nº 88, 1980); “Les pôles
métaphorique et métonymique” (1963: 61 – 67).
3
En particular en “Rhétorique et enseignement” y “Proust et le langage indirect”, Figures II, Seuil,
1969.

7
de cálculo se las figuras” (1970: 4). El retorno a Port-Royal (vía Chomsky) es aquí
manifiesto. Gramática y lógica parecen definitivamente haber desechado la
retórica.
A partir de esta época, antes de que sea replanteada, más ampliamente, la
cuestión de los tropos y de la derivación de un sentido figurado a partir de un
sentido propio o literal, libros y números de revistas consagrados a las figuras no
cesan de multiplicarse. Si bien se encuentran algunos números temáticos
consagrados a la sinécdoque (Le Français moderne nº 51/4, 1983), a la
metonimia (Poetics Today nº 5, Universidad de Tel Aviv, 1984) y a la ironía
(Poétique nº 36, 19784), es sobre todo la metáfora la que prevalece, al punto de
aparecer como la figura mayor5: primero con los números 5 y 7 de Foundations of
Language (“Prolegomena to a Linguistic Theory of Metaphor”, 1969, y
“Concerning a Linguistic Theory of Metaphor”, 1971), luego Le Français moderne
nº 43/3 (1975), Littérature nº 17 (1975), Poetics nº 4 (1975), Langages nº 54
(1979), TRANEL nº 17 (Universidad de Neuchâtel, 1991), ALFA nº 5 (Universidad
Dalhousie, Halifax, 1992). La síntesis más reciente es la de los números 101 y
129 de Langue Française (“Les figures de la rhétorique et leur actualité en
linguistique”, 1994, y “Les figures entre langue et discours”, 2001). Los trabajos
desarrollados siguen las grandes orientaciones de la lingüística contemporánea:

 El enfoque sintáctico, más allá de la sintaxis expresiva de A. Henry


(Métonymie et métaphore, Klincksieck, 1971), puede ser ilustrado por el
artículo de J. Tamine “Les métaphores en de: le feu de l´amour”, en
Langue Française nº 30 (Larousse 1976) y por las páginas 157 – 164
de Introduction à l´analyse linguistique de la poésie de J. Molino y J.
Tamine (PUF, 1982).

 El enfoque semántico restringido es ilustrado por Sémantique de la


métaphore et de la métonymie de M. Le Guern (Larousse, 1973) [La
metáfora y la metonimia, Madrid, Cátedra, 1985] y por la Linguistique
de la métonymie, de M. Bonhomme (P. Lang, Berna, 1987). El enfoque
semántico de los tropos es representado por Le sens figuré de I.
Tamba-Mecz (PUF, 1981) que presta igual atención a la sintaxis, a la
semántica y a la retórica, y por la semántica textual de F. Rastier
(“Tropes et sémantique linguistique”, Langue Française nº 101, 1994).
Con este último, la cuestión de los tropos permite plantear el problema

4
Sin olvidar la publicación, en 1974, del importante libro de Wayne Booth: A Rhetoric of Irony
(Chicago-Londres, University of Chicago Press).
5
No hay que olvidar la publicación, en 1958, del libro muy citado de Christine Brooke-Rose: A
Grammar of Metaphor (Londres, Secker & Warburg)

8
de los recorridos interpretativos que tienen al texto por unidad. La
semántica lexical se vuelve entonces co(n)textual y puede articularse a
una semántica textual ya proyectada por H. Weinrich en 1967
(“Semantik der Metapher”, Folia Lingüística – Acta Societatis
Linguisticae Europeae I/1-2, Mouton, La Haya).

 El enfoque pragmático va del capítulo de Expressión and Meaning de


J.R. Searle consagrado a la metáfora (Cambridge U. P., 1979) al
capítulo sobre la ironía de los Élements de pragmatique linguistique de
A. Berrendonner (Minuit, 1981) [Elementos de pragmática lingüística,
Barcelona, Gedisa, 1990), pasando por la sintaxis de L. Perrin
consagrado a la ironía y a la hipérbole (L´ironie mise en trope, Kimé,
1996). El enfoque general de los tropos va de “Les figures revisités:
Rhétorique et pragmatique” de C. Kerbrat-Orecchioni (Langue
Française nº 101, 1994) a las proposiciones de M. Bonhomme en Les
figures clés du discours (Seuil, 1998), “Les tropes revisités par la
pragmatique” (en Ballabriga ed. 1998: 323 – 335) y “Rhétorique
modulaire et figures du discours” (en Adam y Nølke 1999: 163 – 186).

Una corriente cognitivista va de Les Métaphores dans la vie quotidienne de


G. Lakoff y M. Johnson (Universidad de Chicago, 1980) [Metáforas de la vida
cotidiana, Madrid, Cátedra, 1986] hasta los últimos capítulos de Relevance.
Communication, and Cognition (Basil Blackwell, Oxford, 1986) de D. Sperber y D.
Wilson [Relevancia, Madrid, Visor, 1994]. Desde el punto de vista más lingüístico
de una semántica cognitiva, hay que citar “Métaphore: le problème de la
déviance” de G. Kleiber (Langue Française nº 101, 1994), que localiza las
desviaciones y los mecanismos interpretativos activados en las categorizaciones
lexicales juzgadas defectuosas.
Esta retórica restringida a las figuras del estilo y a las pasiones está todavía
en el centro de la actual renovación de la corriente semiótica. Testimonio de ello
son, en primer lugar, Les passions de H. Parret (Bruselas, Mardaga, 1986) [Las
pasiones, Buenos Aires, Edicial, 1995], Sémiotique des passions de A. J.
Greimas y J. Fontanille (Seuil, 1991) [Semiótica de las pasiones, México, Siglo
XXI, 1994], el nº 21-2 de Protée: “Sémiotique de l´affect” (Montreal, 1993), Le
Pouvoir comme passion de A. Hénault (PUF, 1994), luego “Tropes, valeur et
passions” de J. Fontanille y “Approche schématique de la rhétorique” de C.
Zilberberg (en Ballabriga ed. 1998), así como en un reciente número de
Langages (nº 137, 2000): “Sémiotique du discours et tensions rhétoriques” . Si
bien Perelman es citado en la introducción, se comprueba rápidamente que las
profundas transformaciones de las cuales vamos a hablar más adelante no
parecen haber tocado la semiótica de la Escuela de París, que inscribe su trabajo
de reconcepción en el marco restringido de la retórica clásica. El manual de D.
Bertrand (1999), citado más arriba, es una interesante tentativa de un más amplio
examen.

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2.2. Dos críticas principales formuladas ya en 1970
Desde la salida del nº 16 de Communications (1970), la retórica restringida es,
por una parte, criticada por G. Genette (“La rhétorique restreinte”) y por P. Kuentz
(“La rhétorique ou la mise à l´écart”; este último reincide en el nº 4 de Littérature
(“Rhétorique générale o rhétorique théorique?”, 1971). La retórica restringida es,
por otra parte, ampliamente sobrepasada por el ayudamemoria que escribe R.
Barthes y que apunta a “a la ampliación del fenómeno retórico” (1970: 174).

2.2.1. Pierre Kuentz: retorno y bricolage instrumental


El “retorno” de la retórica que se comprueba observando la lista de manuales y
de publicaciones de los años noventa o, mejor aún, por no tomar más que un
ejemplo, el título de un reciente coloquio parisiense: “Actualité de la rhétorique”
(L. Pernot ed. Klincksieck, 2000), comienza en 1970. Ese año, P. Kuentz escribe,
en Communications 16, estas palabras que se podrían retomar treinta años más
tarde:
Desechada desde hace más de medio siglo, la retórica parece estar de
regreso entre nosotros: reediciones de manuales clásicos, tentativas de
formular del modo más riguroso el catálogo de las figuras,
investigaciones con vista a fundar, por las necesidades de la escuela,
una “nueva retórica” (1970: 143).

Plantea las cuestiones epistemológicas esenciales:


¿Retorno “normal” del péndulo? ¿Simple retorno de un “ir” de la historia
que hoy percibiríamos como excesivo? ¿Recusación contra una
condena injustificada? ¿Redescubrimiento de un saber indebidamente
abandonado en el cual se buscaría obtener al menos los restos “que
todavía pueden servir”, materiales de reempleo para un bricolage que
espera su constitución en teoría? (1970: 143).

Más allá del caso de la Retórica general del Grupo µ, su crítica se apoya en
los peligros, mucho más amplios, de un eclecticismo positivista “que permite
practicar, en nombre de una supuesta unidad dada de la ciencia, préstamos entre
sistemas incompatibles” (1971: 111). Cito largamente lo que dice P. Kuentz
acerca del eclecticismo que caracteriza la mayor parte de las recuperaciones
actuales de la retórica:
La pareja que une positivismo y eclecticismo es particularmente visible
en el empleo que aquí se hace de la lingüística. El rol conferido a esta
disciplina se considera esencial. Es ella la que representa el aporte de

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la modernidad; es por su aplicación al dominio de la retórica que se
espera la transformación de esta ciencia, o más bien su acceso a la
cientificidad. Pero se trata siempre de una lingüística que se pidió
prestada, de una lingüística recibida, y los préstamos son hechos sobre
el único criterio de su “valor operativo”. Así, pueden coexistir en este
taller herramientas tan poco compatibles como los métodos de
Jakobson y de Ullmann, de Greimas y de Bally, de Riffaterre y de
Martinet. Lo que facilita tal asimilación, hay que decirlo, es, además de
la regla de la eficacia, una cierta laxitud en la práctica de las
operaciones lingüísticas […]
Tales “préstamos” no son posibles más que sobre el fondo de una
concepción positivista de la ciencia. Si existe una “ciencia lingüística”
dada, es legítimo pedirle prestado tal o cual instrumento, separándolo
de la teoría del cual constituye la práctica. Pero si se entiende por
ciencia un sistema coherente de conceptos, tal bricolage instrumental
debe ser considerado con mucha desconfianza (1971: 111 – 112).

Se reconoce aquí la tendencia actual al bricolage de numerosos manuales de


estilística y retórica. La ausencia de marco teórico unificado en el seno del cual
operar una verdadera reconceptualización de los préstamos desemboca en un
eclecticismo justificado por la sola eficacia pedagógica y por la rentabilidad
descriptiva. Estamos lejos de una necesaria operación de retorización de la
lingüística que no pase “por la simple importación de conceptos y de categorías
heredadas de la retórica, sino más bien por la descripción lingüística de los
fenómenos sobre los cuales trataba la retórica, esta extensión de la lingüística a
los problemas del texto oral o escrito va en contra de la gramaticalización de la
retórica” (Rastier 1994: 100). Tomar en cuenta sólo tropos y figuras redujo la
retórica a lo que la morfosintaxis podía tolerar y la dessocializó:
Su reducción volvió la retórica pensable para la lingüística
contemporánea, que se define como una lingüística de la lengua y no
del uso. Privándola de su dimensión discursiva o textual, fue posible
tratarla en el marco familiar y cómodo de la frase. Así escolarizado y
gramaticalizado, el problema de los tropos se vuelve lisa y llanamente
una cuestión de semántica léxica (Rastier 1994: 80).

2.2.2. Roland Barthes: Retórica y análisis del discurso


Barthes considera “el arte retórico como una máquina sutilmente agenciada, un
árbol de operaciones, un programa destinado a producir discurso” (1970: 175).
Distingue la retórica estilística de las figuras de la “proto-retórica” de Córax, a la
que califica de “gran sintagmática”, de retórica “del discurso, y no del rasgo, de la
figura” (1970: 175). Cuando la lingüística intentó volverse una lingüística de los

11
textos y del discurso, fue conducida, naturalmente, a rebasar el marco
microlingüístico de la elocutio:
De las cuatro o cinco partes de la retórica tradicional, sólo la elocutio se
beneficia de una verdadera retoma. Es demasiado pronto para prever
si la inventio, la dispositio, la actio, la memoria abandonaron para
siempre nuestro horizonte intelectual o si, con la ayuda de algún rodeo,
no hacen más que esperar para volver (Barthes 1970: 2).

En 1966, Barthes había ya considerado la necesidad de una “segunda


lingüística”:
Es evidente que el discurso mismo (como conjunto de frases) está
organizado y que por esta organización aparece como el mensaje de
otra lengua, superior a la lengua de los lingüistas: el discurso tiene sus
unidades, sus reglas, su “gramática”: más allá de la frase y aunque
compuesto únicamente de frases, el discurso debe ser naturalmente
objeto de una segunda lingüística. Esta lingüística del discurso tuvo
durante mucho tiempo un nombre glorioso: la Retórica (Œuvres
Complètes 2: 76).

Dos años más tarde, al comienzo de su artículo introductorio al nº 12 de


Langages consagrado a “Linguistique et littérature” (1968), Barthes vuelve sobre
la importancia de la retórica antigua:
En su desarrollo, la Retórica puso al día nociones, clasificaciones,
problemas de los cuales la modernidad puede sacar –y ya sacó–
provecho. En relación con una ciencia lingüística de la literatura, las
intuiciones de la Retórica fueron a menudo profundas: percibió la obra
como un verdadero objeto del lenguaje y, elaborando una técnica de la
composición, prefiguraba fatalmente una ciencia del discurso. Aquello
que, visto hoy, lo obstaculizaba, era su posición normativa: código de
reglas para observar más que conceptos de análisis.
Por eso, no es más que a partir de la antigua Retórica […] que una
ciencia del discurso (llamamos así, de modo muy general, la
confluencia de la lingüística y de la literatura) pudo salir a la luz, o –
para ser prudentes– pudo reclamar su existencia. (Œuvres Complètes
2: 502).

Según Barthes, la lingüística del discurso naciente debe permitir retomar


como nuevas las cuestiones que planteaba la retórica antes que se deslice hacia
los estudios literarios y desaparezca de la enseñanza. En un artículo de 1970, “La
linguistique du discours”, artículo escrito para una obra colectiva (Signe, langage,
culture, Mouton, La Haya, 1970), acerca el dominio de la translingüística 6 al de la
6
En este texto, Barthes es uno de los pocos comentadores en señalar, en la obra de Benveniste,
la idea de una “translingüística de los textos, de las obras” que abría unas perspectivas nuevas

12
antigua retórica. Insiste, por una parte, en los altos niveles composicionales
puestos en relieve por la retórica:
Este territorio es inmenso. Ya fue explorado […] por Aristóteles y sus
sucesores, que intentaron dividir el discurso (no mimético) en unidades
de tamaño creciente, de la frase a las grandes partes de la dispositio,
pasando por el período y el “fragmento” (ekphrasis, descriptio) (Œuvres
Complètes 2: 969).
Por otra parte, hace hincapié en las situaciones discursivas, los géneros, que
ella cataloga:
La retórica, ancestro de la translingüística, tuvo igualmente por objetivo,
durante siglos, establecer un código del habla (es verdad, normativo), y
[…] para establecer este código, comenzó, también ella, por distinguir
cuidadosamente algunas situaciones de discurso (mimético,
deliberativo, judicial, epidíctico) (Œuvres Complètes 2: 972).

Barthes no ampliará esta reflexión sobre el lugar de la retórica en el campo


general de la semiología. Al comprobar que la lingüística era incapaz de
retorizarse, abandonará la idea de una lingüística del discurso y le confiará a la
“semiología negativa” el encargo de reconstruir la lingüística. Retengamos
solamente que planteó bien, antes de este viraje deconstruccionista, la cuestión
de la superación de una lingüística de la frase limitada a la retórica restringida por
una translingüística que no puede ignorar el conjunto del campo cubierto por la
retórica antigua.

3. Dos formas de retorno a la retórica antigua

3.1. La teoría de la argumentación


Si, en plena ola estructuralista, la atención a la antigua retórica permaneció vivaz
a pesar de la desaparición casi total de su enseñanza, ello se debió menos a la
permanencia de la retórica restringida que a los desarrollos de la teoría de la
argumentación. En 1958, ambos en referencia al derecho y contra el racionalismo
y contra el logicismo, respectivamente, aparecen el Traité de l´argumentation: la
nouvelle rhétorique de Chaïm Perelman y Lucie Olbrechts-Tyteca (Éditions de l
´Université de Bruxelles) [Tratado de la argumentación. La nueva retórica,

para el naciente análisis del discurso.

13
Madrid, Gredos, 19897] y The uses of argument, de Stephen Toulmin (Cambridge
U.P.)8. Sin entrar aquí en el detalle de las diferencia entre estos dos enfoques de
la argumentación9, subrayemos que Toulmin no solamente proporcionó un
esquema de la argumentación que fue retomado por muchos autores.
Epistemólogo y filósofo del conocimiento, Toulmin es, sobre todo, uno de los
primeros en oponerse al positivismo y al logicismo anglosajón. La teoría de la
argumentación moderna nace de una oposición común a un positivismo que
reduce lo racional a lo demostrable y hace recaer en lo irracional la conducción
de los asuntos humanos. Para Perelman, la distinción entre demostración y
argumentación pasa por una teoría de la interacción discursiva. El auditorio es
construido por el orador (§ 4) que se adapta a él (§ 5) como lo enseñaba la
retórica antigua. La argumentación es un estudio de los “medios discursivos para
obtener la adhesión de los espíritus” a las tesis que se presentan a su
consentimiento.
Se pueden distinguir tres filiaciones de Perelman y de Toulmin.

3.1.1. Corriente semiológica: la lógica natural de Jean-Blaise Grize


Como la teoría de la argumentación de Toulmin tiende hacia una reforma de la
lógica, como Perelman rompe, en nombre de una lógica argumentativa no formal,
con “una concepción de la razón y del razonamiento descendiente de Descartes”
(1989: 30), J.-B. Grize desarrolla, desde los años setenta, en el seno del Centro
de Investigaciones Semiológicas de la Universidad de Neuchâtel, una “lógica
natural” que saca provecho ampliamente de estos avances. La semiología de la
Escuela suiza de Neuchâtel (J.-B. Grize, M.-J. Borel, D. Miéville y D. Apothéloz)
puede ser delimitada a partir de dos libros de Grize que marcan bien la dinámica
del proyecto: De la logique à l´argumentation (Droz, Ginebra, 1982) y Logique

7
En las elecciones bibliográficas que siguen al Ayudamemoria de Barthes, M. Lacaste subraya el
carácter innovador de este tratado: “Las figuras solo interesan a los autores en tanto pueden ser
factores de persuasión. Esta tendencia es, pues, original y se sitúa al margen de la mayor parte
de las retomas modernas de la retórica (1970: 235).
8
Los países anglosajones no conocieron la retirada y luego el desmantelamiento de la retórica y
de su enseñanza. Los trabajos sobre la retórica antigua nunca cesaron en los Estados Unidos,
por ejemplo, desde I. A. Richards (The Philosophy of Rhetoric, New York 1936) hasta W. C. Booth
(The Rhetoric of Fiction, Chicago U. P. 1961), pasando por las síntesis de E. Stackpole & W. R.
Winterword (The Relevance of Rhetoric, Boston 1966).
9
Reenvío al primer capítulo de Essais sur l´argumentation de Ch. Plantin (Kimé 1990) y a la
segunda parte de la Histoire des théories de l´argumentation de Ph. Breton y G. Gauthier (La
Découverte, 2000). Para una introducción, L´argumentation ,de Ch. Plantin, es una excelente obra
(Seuil, 1996) [La argumentación, Barcelona, Ariel, 1998]

14
naturelle et communications (PUF 1996). Basado en el concepto de
esquematización10 (representación discursiva), esta teoría original de la
interacción verbal ha sido elaborada, al final de los años sesenta, en contacto con
M. Pêcheux, uno de los más importantes representantes del análisis del discurso
francés. El vínculo de esta semiología –definida por Saussure como “ciencia que
estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”– con el análisis del
discurso es lo suficientemente natural para considerar los trabajos de J.-B. Grize
una de las más fecundas prolongaciones de la “nueva retórica” de Perelman y de
la teoría de la argumentación de Toulmin. Los trabajos recientes de D. Miéville y
D. Apothéloz se dirigieron tanto a ciertos conectores y al apuntalamiento de los
argumentos como a las anáforas, dentro de una perspectiva de gramática del
texto y de macrosintaxis.

3.1.2. Corriente lingüística: la argumentación en la lengua


Considerando la distinción clásica entre sintaxis, semántica y pragmática como
positivista, Jean-Claude Anscombre y Oswald Ducrot propusieron
tempranamente una retórica o pragmática “integrada”, una teoría de la
argumentación en la lengua que reactivó de modo considerable el estudio de
ciertas unidades lingüísticas, como los conectores (pero, incluso, puesto que,
etc.) y le dio un estatuto lingüístico a la antigua noción de topoï. Desde la teoría
estándar de L´argumentation dans la langue (Mardaga, Bruselas, 1983) [La
argumentación en la lengua, Madrid, Gredos, 1994], que define la lengua como
fundamentalmente retórica, lugar de encadenamientos inferenciales de tipo
argumento(s)  conclusión, la teoría de los topoï fue afinada en dos direcciones.
J.-C. Anscombre radicalizó la reflexión sobre al presencia de los topoï desde el
nivel léxico interesándose en los proverbios (dirigió el nº 139 de Langages (2000),
consagrado a “La parole proverbiale”; ver asimismo “Proverbes et formes
proverbiales: valeur évidentielle et argumentative”, Langue Française nº 102,
1994). O. Ducrot, por su parte, dirigió su atención a la paradoja (M. Carel y O.
Ducrot, Langue Française nº 123, 1999). Volveré, más adelante, sobre el modo
en el que la teoría de la polifonía enunciativa de O. Ducrot participó en la
reactivación del estudio del ethos.

10
Examino, desde el punto de vista de la lingüística del discurso, el interés del concepto de
esquematización de J.-B. Grize en Adam 1999.

15
De la argumentación en la lengua a la argumentación en los textos/discurso,
el camino a recorrer es, no obstante, bastante grande. A diferencia de Ch.
Perelman, J.-C. Anscombre y O. Ducrot no se interesan demasiado en la
dimensión textual del fenómeno. La Grammaire du discours argumentatif de E.
Eggs (Kimé 1994) y los estudios de ejemplos que maneja C. Plantin en sus
Essais sur l´argumentation ya citados (Kimé 1990) abren algunas líneas en este
sentido.

3.1.3. Corriente filosófica: la problematología de Michel Meyer


Mientras que el anclaje teórico de la semiología de J.-B. Grize es la lógica y el de
J.-C. Anscombre y O. Ducrot la lingüística, el de Michel Meyer es la filosofía. Por
una parte, persigue un proyecto de clarificación de la historia de la retórica
antigua dirigiendo, por ejemplo, el volumen Histoire de la rhétorique des Grecs à
nos jours (LGF, 1999). Por otra parte, desarrolla una teoría original que propuso
llamar la “problematología” (De la problématologie, Mardaga, Bruselas, 1986).
Apoya su teoría en las definiciones de la retórica como “facultad de descubrir
especulativamente lo que, en cada caso (Meyer traduce “cuestión”), puede ser
apropiado para persuadir” (Aristóteles, Retórica, Libro I, 1355) o como el “arte de
hablar que plantea un problema en los asuntos civiles, para persuadir”
(Quintiliano, Institutio oratoria). Considerando la retórica como la “negociación de
la distancia entre los hombres a propósito de una cuestión, de un problema”
(1993: 22), distribuye los géneros retóricos sobre una escala que atiende a su
carácter problemático: máximo (cuestión dudosa sin criterio de decisión) en el
deliberativo, elevado (cuestión incierta, pero con los criterios del derecho) en el
género judicial, muy reducido (cuestión planteada como resuelta) en el género
epidíctico-demostrativo. Al reprocharle a Aristóteles haber sometido su retórica a
la lógica proposicional, llega a cuestionar la unidad de los lógicos:
Las proposiciones nunca existen más que en el interior de discursos
o contextos, […] aislarlas es ya un resultado, una práctica, y no un
dato. Ahora bien, en los manuales sobre el lenguaje y la semántica se
estudian las proposiciones como entidades lógicamente autónomas, y
se lo hace sin dudarlo” (Meyer 1986: 238).

16
Como la proposición, la frase como unidad no resiste el menor análisis. La
comprensión de un texto de cualquier extensión y naturaleza “no es una
operación analítica de descomposición frástica” (1986: 225):
La frase no existe en la utilización real que se hace del lenguaje, donde
siempre hay un contexto de enunciación que sitúa la frase, o, mejor
dicho, las frases, porque aislar una frase es ya una operación particular
de uso en el interior del discurso (1986: 225).

Extrayendo todas las consecuencias de este cuestionamiento, Meyer


desemboca en una concepción del texto hoy admitida ampliamente:
El texto es un todo, y no una simple combinación de proposiciones
independientes (analizables como tales) unidas unas con otras.
De hecho, el sentido de un texto se determina por sus componentes
pero no se reduce a ellos: cada frase del texto reenvía a este último
como a su sentido profundo (Meyer 1986: 252).

Encontramos así la dimensión textual de una retórica que ya no puede ignorar


la dispositio. En cuanto a su dimensión propiamente discursiva, siguiendo a
Perelman, M. Meyer la recupera dándole nuevamente toda su importancia a la
relación entre logos, ethos y pathos, cuestión que se tratará más adelante.

3.2. La corriente historicista y erudita


A diferencia de Laurent Pernot, en su conclusión de La Rhétorique dans l
´Antiquité, no considero la publicación de L´Age de l´éloquence de Marc Fumaroli
(Droz, Ginebra, 1980) como una ruptura.
En los últimos decenios del siglo XX, mientras el estructuralismo
llegaba al final de sus descubrimientos, Marc Fumaroli reintrodujo la
retórica en los estudios literarios bajo una forma nueva: ya no se
trataba de la retórica restringida, es decir, reducida a las figuras y
presentada como un utensilio intelectual abstracto y fuera del tiempo,
sino de la retórica en su historia, en tanto que rama de la historia
general (Pernot 2000: 276).

M. Fumaroli participa, claro está, en la salida de la retórica restringida y en la


historización de la reflexión sobre la retórica, pero no es el único 11. No hay que
olvidar el excelente libro de A. Kibedi-Varga: Rhétorique et Littérature (Didier
1970) y la aparición, en 1977 en la colección “Poétique” de la editorial Seuil, de
11
La revista americana Philosophy and Rhetoric está, desde 1968, consagrada a la historia de la
retórica y a las relaciones de la retórica con otras disciplinas.

17
Théories du symbole de T. Todorov [Teorías del símbolo, Caracas, Monte Ávila,
1995) y de Rhétorique de la lecture de M. Charles. Este último reivindicaba
entonces una utilización de la palabra retórica que no tenía nada de restringido:
[…] lo mejor para designar una teoría de la eficacia del discurso. Ahora
bien, postular el problema de la lectura es inevitablemente considerar
un proceso en donde están en juego unas fuerzas. Un conjunto retórico
se encuentra así en el centro, en la encrucijada, de los análisis
literarios y los informa. Resulta necesario, para elaborar una retórica de
la lectura, practicar una (re)lectura de la retórica que permita volver a
las fuentes de la poética (Charles 1977: 10).

En 1980, aparecía un ensayo de Michel Beaujour –Miroirs d´encre. Rhétorique


de autoportrait (Seuil12)- que corrige la idea común de una « muerte » progresiva
de la retórica y muestra, de Montaigne a Leiris, y hasta en un discurso de la
propia subjetividad (autorretrato) que los románticos presentaron como
antirretórico, la presencia de los esquemas colectivos de la antigua retórica.
La atención a las categorías de la retórica y a los debates históricos que
rodearon su enseñanza y su práctica, permite delimitar una parte de las
condiciones de producción del discurso en general y de cada texto literario en
particular. El conocimiento del contexto cultural, inseparable de la formación
escolar de los autores, es un enfoque esencial de las condiciones y de las
estrategias de producción de los discursos. ¿Cómo leer a Corneille, a Baudelaire,
a Malraux o a Ponge sin tener en cuenta las categorías que forjaron su
concepción del uso de la palabra? Sobre el primero, un ensayo como el de M.
Fumaroli: Héros et orateurs: Rhétorique et dramaturgie cornéliennes (Droz,
Ginebra, 1990) es de una utilidad innegable. Me entregué, después de otros, a un
ejercicio de este tipo en relación a la obra de Ponge, cuyo proyecto se explica
singularmente cuando se comprende su vínculo con la retórica (Adam 2000).
Los últimos veinte años del siglo XX se caracterizan por una relectura atenta
de los grandes textos retóricos y por una útil historización. Se puede citar a modo
de ejemplo las decenas de páginas que J. Starobinski consagra a “la cátedra, la
tribuna, el foro”, en el tomo II de Lieux de mémoire (Gallimard, 1986). Los
manuales y las ediciones de bolsillo se multiplicaron con el mismo desigual valor
que en los siglos precedentes, comenzando por las traducciones de la Retórica
de Aristóteles accesible hoy, al fin, en edición de bolsillo (Gallimard, 1998), lo
12
Enfoque que se extendió, en 1999, por la reunión de una serie de artículos, en Terreur et
Rhétorique (Place, París).

18
mismo que Le Traité du Sublime de Longin (Livre de poche, 1995). Las
actualizaciones de calidad sobre la retórica antigua son numerosas. Citemos,
ante todo, La Rhétorique Antique de F. Desbordes (Hachette, 1996) y La
Rhétorique dans l´Antiquité de L. Pernot (LGF, 2000).
La dinámica es tal que es posible leer hoy actualizaciones eruditas tanto sobre
La rhétorique des passions (G. Mathieu-Castellani, PUF, 2000) como sobre el
epidíctico La Rhétorique de l´eloge dans le monde gréco-romain, de L. Pernot
(Institut des Études augustiniennes, 1993), sobre L´Éloge paradoxal (P. Dandrey,
PUF, 1997), sobre el discurso judicial (F. Martineau: Le discours polémique. Essai
sur l´ordre judiciaire, Quai Voltaire, 1994).
Encontramos, igualmente, para no hablar más que de la bibliografía en lengua
francesa, dos muy bellas meditaciones sobre la memoria: la de J. Roubaud (L
´invention du fils de Leoprepes, Circé, 1993) y la de H. Weinrich (Léthé. Art et
critique de l´oubli, Fayard, 1997). Este último, al inaugurar el 23 de febrero de
1990 en el Collège de France su curso de lingüística textual en la cátedra
europea, eligió hablar de La mémoire linguistique de l´Europe. Cuando proyecta
“repensar la lingüística a partir de la memoria”, la define como un lugar de
encuentro interdisciplinario, a condición, no obstante, de que “se conciba, en lo
que concierne a sus programas de investigación, con un espíritu de generosidad
que respete el rigor de los métodos científicos, manteniéndose mientras abierta a
las más leves sugestiones de la historia cultural” (Collège de France, 1990: 30).
Cabe considerar como marcas de este espíritu interdisciplinario el nº 79 de
Langue Française: “Rhétorique et littérature” (dirigida por M. Meyer, 1988) y
coloquios como Rhétorique et discours critique (Presses de l´École Normale
Supérieure, 1989), Figures et conflits rhétoriques, (Universidad de Bruselas,
1990). Citemos sobre todo cuatro manifestaciones recientes de la alianza posible
de diversas disciplinas de las ciencias humanas. Una obra de la colección
“Champ du Signe”, coordinada por M. Ballabriga, reúne, alrededor de Semántique
et rhétorique, unos ensayos de orientación lingüística, semiótica, pragmática y
estilístico-poética (Éds. Universitaires du Sud, 1998). R. Amossy dirigió la primer
obra colectiva en lengua francesa sobre el ethos: Images de soi dans le discours
(Delachaux et Niestlé, Lausana-París, 1999). M. Dominicy y M. Frédéric
coordinaron la primera obra de lingüistas consagrada a la epidíctica: La mise en
scène des valeurs (Delachaux et Niestlé, Lausana-París, 2001). C. Plantin, M.

19
Dory y V. Traverso dirigieron una obra interdisciplinaria sobre Les émotions dans
les interactions (P.U. Lyon 2000) que entraña una excelente síntesis de
orientación lingüística de C. Kerbrat-Orecchioni. La presente obra colectiva va
exactamente en el mismo sentido.

4. Retórica y lingüística: el ejemplo de la cuestión del ethos

Para mostrar concretamente lo que puede ser una relectura lingüística de una
parte importante de la inventio de Aristóteles, volvamos, en conclusión, sobre
algunas proposiciones de O. Ducrot y sobre el esquema de la comunicación de
J.-B. Grize13. Describiendo la estructura compleja de la inventio, Aristóteles
considera tres grandes tipos de pruebas:
Las primeras consisten en el carácter del orador; las segundas, en las
disposiciones en las que se pone al auditorio; las terceras se refieren al
discurso mismo, a saber, que demuestre o parezca demostrar
(Retórica, L I, 2, 1356 a).

La presentación que se encuentra al comienzo del Libro II es particularmente


clara:
Como la retórica tiene por finalidad el juzgar (en efecto, se juzgan los
consejos y la sentencia de un tribunal es un juicio), es necesario no
solamente considerar la argumentación y los medios que la vuelven
apta para demostrar y para persuadir, sino también que el orador esté
en cierto estado de ánimo y que disponga al que decide. Porque es de
gran importancia para la persuasión, principalmente en las
deliberaciones, pero también en los juicios, que el orador se muestre
con cierta disposición de ánimo y que los oyentes crean que se halla de
algún modo dispuesto con respecto a ellos, y además, que estos se
encuentren dispuestos de alguna manera para con el orador (L II, 1,
1377 b).

Al valor demostrativo del discurso –el polo del logos–, Aristóteles agrega otros
dos componentes: el “carácter” o costumbres del orador –el ethos– y la

13
Retomo y corrijo puntualmente aquí las páginas 108 – 115 de Adam 1999. El anclaje de la
reflexión sobre el ethos en una lingüística del discurso aparece mejor en ese trabajo. No ilustro
aquí más que una relectura de Aristóteles a la luz de los trabajos mencionados más arriba. El
trabajo dirigido por R. Amossy (1999), citado en el parágrafo precedente, da una idea más
completa de una posibilidad de reconceptualización lingüística del ethos y el de C. Plantin et al.
(2000) del pathos.

20
disposición o estado pasional del auditorio: el pathos. Las teorías modernas de la
argumentación tuvieron, no obstante, tendencia a privilegiar únicamente el polo
del logos (ejercicio de la razón) tanto en la inventio –búsqueda de los
argumentos– como en la dispositio –su puesta en orden– y en la elocutio –su
puesta en palabras-. Un pasaje de l´Empire rhétorique permite constatar que
Perelman, aunque haya privilegiado el logos, tenía conciencia de la unidad del
dispositivo aristotélico:
Que se trate no de hechos, sino de opiniones, y sobre todo de
apreciaciones, que se considere no solamente la persona del orador,
sino también la función que ejerce, el papel que asume, influye
innegablemente en el modo en que el auditorio recibirá sus palabras
[…]
Pero inversamente, los propósitos del orador dan de él una imagen
cuya importancia no debe ser subestimada: Aristóteles la consideraba,
bajo el nombre de ethos oratorio, como una de los tres componentes
de la eficacia en la persuasión; los otros dos eran el logos y el pathos,
la apelación a la razón por medio de argumentos y los procedimientos
retóricos que apuntan a provocar las pasiones del auditorio (Perelman
1977: 111).

Propuse resumir este dispositivo en un triángulo que subraya hasta qué punto
los tres polos están sometidos, según el discurso o los momentos de un mismo
discurso, a ponderaciones y a un juego de dominante(s):

LOGOS
(argumentos)

INVENTIO
(pruebas)

ETHOS PATHOS
(costumbres) (pasiones)

El carácter equilateral del triángulo es completamente teórico. La dominación


del polo del logos puede ser considerada un procedimiento de demostración

21
racional tendiente hacia la objetividad. En cambio, cuando los polos del ethos o
del pathos dominan al logos, la manipulación no está lejos. El polo del pathos
corresponde a los procedimientos retóricos que apuntan a promover las pasiones
del auditorio (“piedad, indignación, cólera, odio, envidia, emulación, espíritu de
contradicción”, Libro III, 1419 b):
Se persuade por medio de la disposición de los oyentes, cuando fueren
conmovidos por el discurso; porque no juzgamos de igual manera
cuando estamos tristes que cuando estamos alegres, o cuando
amamos que cuando odiamos (Libro I, 2, 1356 a).

El polo del ethos es particularmente importante en la argumentación porque,


como dice Aristóteles, la convicción viene de la confianza que el auditorio es
conducido a otorgarle al orador a partir de las cualidades personales que emanan
de su discurso. A esta imagen discursiva de sí la denomina ethos:
Se persuade por medio del carácter cuando se pronuncia el discurso
de tal manera que haga al orador digno de ser creído, porque a las
personas honestas les creemos más y con mayor rapidez, en general,
en todos los asuntos, pero principalmente en aquello en que no hay
evidencia, sino una opinión dudosa. Pero conviene también que esto
suceda por medio del discurso y no porque la opinión haya anticipado
este juicio respecto del orador” (Libro I, 2, 1356 a).

La observación final distingue claramente un ethos discursivo (“por medio del


discurso”) y una imagen previa (“la opinión haya anticipado este juicio respecto
del orador”). Según Aristóteles, la honestidad de la persona del orador en la vida
–sus “costumbres reales”- no garantiza de ningún modo el hecho de que su
discurso logre o no la adhesión. Aristóteles le reprocha a los retóricos insistir
demasiado sobre la persona del orador y no atender a lo que le da fuerza al
discurso. La identidad del orador, su pertenencia social, su edad, lo que se sabe
de él, su función, no deben ni garantizar ni arruinar la argumentación por
adelantado. Esta es una posición democrática un poco idealista sobre la que la
ciudad ateniense intenta fundar la retórica. Un simple ciudadano debe poder
litigar con el mismo derecho que alguien conocido. Lo que cuenta es lo que el
discurso ponga de manifiesto sobre su sinceridad, su indignación, su inteligencia,
su elegancia; lo que cuenta es:
-lo que dice el texto, que informa por medio del logos (en el sentido, a la vez,
de enunciado o habla y de ejercicio de la razón),

22
-lo que el texto consigue afectar en el auditorio (pathos),
-todo esto pasando por lo que el texto insinúa de las costumbres del sujeto
hablante (ethos).

La retórica es necesaria para compensar, corregir o simplemente confirmar


posiciones socio y psicodiscursivas previas. La consecuencia es un desacople
entre el sujeto en el mundo y el sujeto hablante, de las costumbres reales (ser) y
el ethos discursivo (parecer). Este desdoblamiento pondrá en un aprieto a los
maestros de la retórica de la época clásica preocupados por la predicación
religiosa. B. Lamy, en La Rhétorique ou l´art de parler, “no hay dudas en que se
pueda hacer un muy mal empleo del arte que enseñamos […]. Es posible apelar
a la máscara de hombre honesto para sorprender a aquellos que tienen
veneración por todo lo que posee las apariencias de la virtud” (Lamy, 1675, Cap.
V). Si sólo cuentan las costumbres oratorias, es decir las virtudes eventuales del
orador que los enunciados emitidos suscitan en la imaginación del auditorio, el
hombre de iglesia de dudosas costumbres puede predicar la fe con elocuencia y
eficacia.
La pragmática y la lingüística del discurso tomaron en cuenta tardíamente el
concepto de ethos. Las primeras observaciones de M. Le Guern (1978) no han
sido verdaderamente consideradas más que por O. Ducrot, en Le Dire et le dit
(1984) [El decir y lo dicho, Barcelona, Paidós, 1986], y por D. Maingueneau en
varios de sus trabajos (1987, 1991, 1993, 1996, 1998). Este último se mantiene
fiel a Aristóteles cuando insiste sobre el hecho de que el ethè de la retórica
antigua corresponde “a las propiedades que se confieren implícitamente los
oradores a través de su manera de decir” (1993: 137). Tanto él como M. Le
Guern sitúan claramente el ethos en la enunciación: no es dicho, no es
explicitado en el enunciado. Pero la originalidad del trabajo de D. Maingueneau
consiste en devolverle, incluso en la escritura, una cierta importancia a la actio
retórica, es decir, a la vocalización y a la gestualización, al dispositivo paraverbal,
y en considerar su presencia en el “tono” tanto de los textos orales (ethos oral)
como de los escritos (ethos escritural). El tono de voz, el ritmo del habla, las
mímicas y los gestos señalan tanto como las palabras, sino más, la posición del
sujeto de la enunciación. En la versión extendida del ethos que propone D.
Maingueneau, “la lectura hace emerger un origen enunciativo, una instancia

23
subjetiva encarnada que cumple el papel de garante” (1999: 79). El mecanismo
del modo en el que el interpretante (auditor o lector) se relaciona con el ethos del
enunciador es un mecanismo de “incorporación”:
La instancia subjetiva que se manifiesta a través del discurso no se
deja concebir allí solamente como estatuto o rol, sino como “voz”, y,
más allá, como “cuerpo que enuncia”, históricamente especificado e
inscripto en una situación que su enunciación, a la vez, presupone y
valida progresivamente (Maingueneau 1999: 76).

Sin avanzar hasta la comprensión de estas operaciones complejas -


movilizadas ampliamente por el paratexto-, examinemos de cerca el modo en el
que O. Ducrot integra el ethos en su teoría de la estratificación polifónica de la
enunciación:
Para el orador, uno de los secretos de la persuasión, según se la
analizó a partir de Aristóteles, es dar de sí mismo una imagen
favorable, imagen que seducirá al oyente y captará su benevolencia.
Está imagen del orador, designada como ethos o “carácter”, en
ocasiones también es llamada –expresión rara pero significativa-
“costumbres oratorias”. Con ellos se alude a las costumbres que el
orador se atribuye a sí mismo por la manera en que ejerce su actividad
oratoria. No se trata de las afirmaciones jactanciosas que puede emitir
sobre su propia persona dentro del contenido de su discurso,
afirmaciones que por el contrario arriesgan chocar al oyente, sino de la
apariencia que le confieren la cadencia, la calidez o severidad de la
entonación, la elección de las palabras, de los argumentos […]” (1986:
205).

O. Ducrot liga el ethos tanto a la inventio (elección de los argumentos) como a


la elocutio (elección de las palabras) y a la actio (cadencia, entonación). Tiene
también el mérito de ser el primero en integrar la cuestión del ethos en una teoría
de la enunciación que distingue cuidadosamente ser en el mundo y sujeto
hablante:
Acudiendo a mi terminología, diré que el ethos es atribuido a L, el
locutor como tal: por ser fuente de la enunciación se ve ataviado con
ciertos caracteres que, por contragolpe, tornan aceptable o rechazable
esa enunciación. Lo que el orador podría decir de sí mismo en cuanto
objeto de la enunciación, concierne en cambio a λ, el ser en el mundo,
y no es éste quien está en juego en la parte de la retórica a que me
refiero” (1986: 205).

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Precisando, no obstante, que distinguir no quiere decir compartimentar de
modo estanco, podemos considerar muchos niveles de identidad del sujeto que
interactúan permanentemente:

a. Un nivel extratextual: el del “sujeto en el mundo”, el de la persona


provista de un documento de identidad y de un estado civil, de una
identidad sexual, con o sin patrimonio, casado o soltero, etc. Esta entidad
no lingüística es un elemento determinante del contexto, en la medida en
que es siempre sobre un fondo de discursos anteriores que se sedimenta
una identidad. La identidad del sujeto en el mundo es un componente de la
memoria discursiva, desde luego fuera del texto, pero siempre susceptible
de ser verbalizado. Todo sujeto puede estar dotado de un ethos previo
ligado a su función, a lo que es posible conocer de él paratextualmente y/o
por otros relevos mediáticos.

b. Un nivel textual: el del locutor, es decir, el del sujeto comprometido


en una interacción verbal de la cual el texto es el medio y el resultado. En
este nivel, O. Ducrot propone distinguir dos modos posibles de ser locutor.
El primero está relacionado con ese elemento de la experiencia que es el
sujeto en el mundo; el segundo corresponde más exactamente al ethos de
los retóricos:

b1. Expresiones relacionadas con el locutor en tanto que ser del


mundo (ethos explicitado, mostrado): en este caso, se dirá que el
locutor habla desde una función (lugar) y desde el (o los) rol(es) que
asume hablando. Por ejemplo, en el célebre discurso pronunciado en el
foro de Argelia, el 4 de junio de 1958, cuando el general de Gaulle afirma:

Declaro la renovación // en todos los aspectos // sin embargo con


mucha razón // ustedes desearon // que esta comience // por el
comienzo // es decir // por nuestras instituciones // y es por eso que
aquí estoy

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habla (“declaro”) en tanto que Presidente del Consejo que acaba de ser
convocado y llevado a la cabeza del Estado para resolver la crisis en
Argelia y se apoya enteramente en este ethos previo subyacente en la
desinencia del verbo “estar”***. Insiste sobre este ethos previo implícito
cuando, hacia el final de este mismo discurso, declara:

Puedan incluso participar / aquellos // que por desesperación // se


creyeron en el deber de dirigir sobre este suelo // un combate // me
reconozco uno de ellos // que es valiente porque no está ausente la
valentía // sobre la tierra de Argelia

De Gaulle se apoya abiertamente, a través de la forma pronominal “me”


que Benveniste fue el primero en considerar como un “nombre propio del
locutor” (1977: 202)****, sobre el hecho de que es también, en la memoria
discursiva, el militar que pronunció, desde Londres, el acta de fundación
de la resistencia francesa. Es en este sentido que se autoriza no sólo a
decir “reconozco”, sino que además, diciendo “me”, convoca una imagen
que conlleva el pronombre “aprovechando a la vez de su situación
pronominal y su consonancia onomástica” (id.). De manera esclarecedora,
en el pasaje que sigue (separado del precedente por los aplausos del
auditorio), una aposición identificatoria completa el pronombre personal *****
con el nombre propio:

que es valiente / pero no es menos cruel / y fraticida // yo [moi] // de


Gaulle / a aquellos // les abro la puerta / de la reconciliación.

Así, acumula “yo [moi], nombre propio instantáneo de todo locutor,


suirreferencia en el discurso, antónimo” (1977: 203) y de Gaulle, “nombre
propio permanente de un individuo, referencia objetiva en la sociedad,
antropónimo” (id.). Como lo dice además Benveniste, esta conjunción del
antónimo y el antropónimo en aposición identificatoria “define el sujeto a la
vez por su situación contingente de hablante, y por su individualidad
***
En la versión original, el elemento gramatical en cuestión es el pronombre régimen directo del
“je” (“yo”) francés: “me”. El enunciado de de Gaulle es: “…et c´est pourquoi me voilá” (N. del T.).
****
Aunque elidiendo el nominativo, mantenemos la estructura reflexiva del original (“dont je
reconnais moi”) entre los dos casos pronominales. En el artículo que menciona Adam, Benveniste
examina el pronombre autónomo “moi” contrastando sus funciones con las del pronombre
personal “je” y con las del nombre propio. Así, la función discursiva de “moi” es la designación
áutica de aquel que habla, aquél que hace referencia a sí mismo en tanto que hablante (N. del T.).
*****
El pronombre autónomo “moi” en el original (N. del T.).

26
distintiva en la comunidad” (id.). O. Ducrot (1986: 198) toma el ejemplo del
enunciado “yo, el infrascrito”. Desde el momento en que alguien lo hace
seguir de su nombre, aparece como el locutor (sea que invente él mismo la
continuación de la carta o que esta continuación haya sido previamente
impresa a la espera de la firma). La firma propiamente dicha, en tanto que
nombre propio, cumple el rol de designación de la identidad del locutor y
de relación jurídica con una persona del mundo. Este movimiento de ida y
vuelta entre locutor e identidad del sujeto en el mundo es, como puede
verse, capital para la fuerza de los actos de enunciación realizados. El
discurso no cesa de actuar sobre la distancia más o menos amplia que los
separa.

b2. Expresiones al locutor en tanto que tal (ethos implícito,


insinuado): La tradición lingüística del ethos discursivo considerado por la
retórica pasa por enunciados del tipo “¡Qué desgracia!”, “¡Qué bien!”,
“¡Bah!”, “¡Puaj!”******. Este ethos, al que cabe llamar implícito o insinuado, es
movilizado por un léxico evaluativo, por una sintaxis expresiva
exclamativa, por las suspensiones y otras frases inacabadas, pero, sobre
todo, en la oralidad, por las entonaciones y la dicción. En el discurso
pronunciado en Argelia, de Gaulle marca la intensidad de su adhesión a su
declaración en la construcción optativa y en la exclamación (es mío el
subrayado):

¡Ah! // que puedan participar en masa // en esta inmensa


demostración // todos aquellos // de vuestras ciudades / de vuestros
campamentos // de vuestras llanuras / de vuestras montañas

Como también lo hace claramente en el largo período ternario final del


discurso:

Nunca // más que aquí // y en esta tarde // sentí // cuán bella // cuán
grande // cuán generosa // es Francia,

la emoción del locutor se marca implícitamente en el corte rítmico muy


lento y en la construcción segmentada de la frase que permite disociar el
******
“Hélas!”, “Chic!”, “Bof!”, “Pouah!” son las exclamaciones en el original en francés (N. del T.).

27
adverbio negativo del verbo al cual modifica (“nunca… sentí” *******) y de
ubicar “Francia” al final del período (y al final de todo el discurso, del cual
es objeto de peroración). Los intensificadores (“nunca”, “más que” y
“cuán”) concurren lexicalmente a reforzar una emoción que los adjetivos
(“bella”, “grande”, “generosa”) axiologizan positivamente. Sólo el
enunciado “Nunca…. sentí” plantea explícitamente un ethos que responde
al ethos planteado al comienzo de la alocución (“Los comprendí”). La
introducción del verbo “sentir” le permite a de Gaulle postularse no
solamente como aquel que comprende intelectualmente las cosas, sino
que llega, durante su viaje por Argelia, a experimentar la situación. La
participación emotiva está, pues, en el período final, a la vez mostrada e
implícita.

Estos desdoblamientos aparecen claramente cuando emergen


contradicciones entre b1 y b2 (del tipo: “estoy emocionado (b1)” ante la cual un
testigo replicaría: “¡no parece! (b2)”) o en la confrontación de una representación
psicosocial anterior (a) con el ethos discursivamente textualizado de manera
explicita (b1) o insinuado (b2). Surge así la figura de un sujeto siempre imaginario
para aquel que interpreta un texto (oral o escrito). Este sujeto imaginario es
designado A/L en el esquema de la comunicación presentado abajo, que apunta
solamente a subrayar los desajustes de las representaciones.

En el original está disociada la doble negación: “Jamais // plus qu´ici // plus que ce soir // je n
*******

´ai senti…” (N. del T.).

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ESQUEMATIZACIÓN
Preconstruidos
Sujeto en el y finalidades
mundo A y
locutor Imagen de A/L
representaciones de B
de la situación y del PROPUESTA
objeto del discurso (ethos discursivo)

representación
extralingüística
de sí

Imagen de B
ser de discurso

representaciones Sujeto en
A/L de A de la
situación y del
el mundo
objeto del B
Preconstruidos discurso
y finalidades
imaginario
RECONSTRUIDO representación
extralingüística
de sí

Este esquema -inspirado en las proposiciones de J.-B. Grize brevemente


enunciadas más arriba– pone en evidencia la complejidad de las
representaciones de sí y del otro. En la oralidad, la condición de sinceridad puede
incitar a unir o a disociar las dos representaciones (las previas y las producidas
por la escucha del texto). En las escritura, en cambio, y particularmente en la
producción artística, la tentación de confundir el ethos que se produce al final de
la lectura con la persona del autor es uno de los múltiples contrasentidos que ya
deploraba Balzac, en el prefacio de 1836 a El lirio del valle, “El yo es peligroso
para el autor. Si la masa lectora crece, la suma de la inteligencia pública no
aumenta en proporción […] Muchas personas se entregan aún hoy al ridículo de
considerar al escritor cómplice de lo sentimientos que le atribuye a sus
personajes; y, si usa el “yo”, casi todos se tientan a confundirlo con el narrador”.

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Referencias bibliográficas complementarias
 ADAM, J.-M. (1997): Le style dans la langue, Lausana-París, Delachaux et Niestlé.
 ADAM, J.-M. (1999): Linguistique textuelle. Des genres du discours aux textes, París,
Nathan.
 ADAM, J.-M. y NØLKE, H. eds. (1999): Approches modulaires: De la langue au discours,
Lausana-París, Delachaux et Niestlé.
 ARRIVÉ, M. (1968): “Stylistique littéraire et sémiotique littéraire”, La nouvelle critique,
número especial, Coloquio de Cluny.
 BAKHTINE, M. (1984): Esthétique de la création verbale, París, Gallimard [Bajtín, M.
(2002): Estética de la creación verbal, Buenos Aires, Siglo XXI].
 BALLABRIGA, M. ed. (1998): Sémantique et Rhétorique, Toulouse, EUS.
 BARTHES, R. (1970): Introduction de Recherches rhétoriques et “L´ancienne rhétorique.
Aide-mémoire”, Communications nº 16, 1 – 2 y 172 – 229. [(1982): Investigaciones
retóricas I. La antigua retórica. Ayudamemoria, Barcelona, Ediciones Buenos Aires].
 BARTHES, R. (1993-95): Œuvres Complètes, París, Seuil.
 BENVENISTE, E. (1974): Problèmes de linguistique générale, II, Paris, Gallimard. [(1977):
Problemas de lingüística general II, Siglo XXI, 2001]
 DUCROT, O. (1984): Le Dire et le dit, París, Minuit. [(1986): El decir y lo dicho, Barcelona,
Paidós].
 ECO, U. (1992): Les limites de l´interprétation, París, Grasset [(2000): Los límites de la
interpretación, Barcelona, Lumen].
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 MAINGUENEAU, D. (1984): Genèse du discours, Bruselas, Mardaga.
 MAINGUENEAU, D. (1987): Nouvelles tendances en analyse du discours, París,
Hachette.
 MAINGUENEAU, D. (1991): L´Analyse du discours, París, Hachette.
 MAINGUENEAU, D. (1993): Le Contexte de l´œuvre littéraire, París, Dunod.
 MAINGUENEAU, D. (1996): “Ethos et argumentation philosophique. Le cas du discours
de la méthode”, en Descartes et l´argumentation philosophique, F. Cosutta ed. París,
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 MAINGUENEAU, D. (1998): L´Analyse des textes de communication, París, Dunod.
 MESCHONNIC, H. (1970): Pour la poétique, París, Gallimard.
 RASTIER, F. (1994): “Tropes et sémantique linguistique”, Langue Française nº 101, París,
Larousse.
 VOLOCHINOV, V. N. (1977): Le marxisme et la philosophie du langage, París, Minuit
[Voloshinov, V. N. (1992) : El marxismo y la filosofía del lenguaje, Madrid, Alianza].

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