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de la lingüística. Ayudamemoria*
Jean-Michel Adam
Universidad de Lausana
*
En Koren, R. y Amossy, R. (2002): Après Perelman. Quelles politiques pour les nouvelles
rhétoriques? L´argumentation dans les sciences du langage, París, L´Harmattan, pp. 23 - 55. Sólo
traducimos entre corchetes, en el cuerpo del texto y/o al final en las Referencias, los títulos de la
mayoría de las obras que tienen versión en español; a estas ediciones, de las cuales
proporcionamos los datos bibliográficos, corresponden las indicaciones de los números de
páginas (N. del T.).
Traducción de Nicolás Bermúdez para su uso en la materia Lingüística Interdisciplinaria (FFyL,
UBA), marzo de 2007.
1
Un panorama más amplio es trazado por F. Douay, en “La rhétorique en Europe à travers son
enseignement” (Histoire des idées linguistiques, c. 7, T. II, S. Auroux ed., Bruselas, 1992). Las
publicaciones anglosajonas citadas a continuación fueron elegidas en razón de su importancia y
de su influencia.
1
1. Introducción epistemológica
2
Morris ya observaba en Fundamentos de la Teoría de los Signos que
incluso las semióticas clásicas hacen siempre referencia al intérprete
(la retórica griega y la latina, la pragmática sofista, la retórica
aristotélica, la semiótica agustiniana que entiende el proceso de
significación en relación con la idea que produce el signo en el espíritu
del intérprete, etc.) (1992: 25).
3
increíbles negligencias epistemológicas permiten a algunos redactar, con pocos
trazos, un retrato caricatural de las teorías rivales. Es contra semejante tendencia
intelectual, particularmente grave en las ciencias del lenguaje, sometidas a
frecuentes e insidiosos “retornos” de paradigmas disciplinares, que el presente
ayudamemoria quiere muy modestamente luchar manteniéndose fiel a Saussure.
Mientras definía la lingüística moderna como una rama de la semiología, este
último escribía:
Semiología: morfología, gramática, sintaxis, sinonimia, retórica,
estilística, lexicología, etc., son un todo inseparable.
4
lengua y del texto. Confrontado al desarrollo de la semiótica narrativa de A. J.
Greimas, M. Arrive manifestó, sin embargo, en la publicación de las actas del
coloquio de Cluny de 1968, consagrado a la “Lingüística y literatura”, un punto de
vista más matizado. Declaraba entonces que una estilística atenta a las
“unidades pertinentes al plano de la expresión del sistema de signos literarios”
era absolutamente necesaria al lado de una semiótica “que relega en las tinieblas
de lo no significante una buena parte del tejido textual” (1968: 173). La posición
de H. Meschonnic es más tajante: “La reforma no es posible, porque implica una
visión anticuada del estilo, y eso no se remedia” (1970: 13). Esta posición radical
se distingue del retorno editorial, ecuménico e impreciso de una estilística que
permanece apoyada en la dicotomía lengua-gramática vs. estilo-estilística (Adam
1997, cap. 1).
Hizo falta un tiempo para que la visión del estilo engendrada por una
concepción de la retórica restringida a la lexis-elocutio fuera reconsiderada en el
marco más general del texto, por una parte, y del conjunto del dispositivo retórico,
por otra. La obra de Chaïm Perelman, al insistir en la inventio y la argumentación,
permitió, en 1958, reconciliarse con la retórica de Aristóteles y Quintiliano. La
primacía de la inventio acompañó un retorno a la retórica antigua, más allá de
una retórica de la época clásica que, privilegiando la elocutio, no había
desaparecido en absoluto de la enseñanza y de las ciencias del lenguaje
nacientes.
Entre los siglos V y XV, el lugar de la retórica en el seno del trivium se debilitó en
beneficio de la gramática y de la lógica. Esta desarticulación, que se traduce en
una reducción ornamental únicamente a las figuras, es acelerada por una
cristianización de la retórica fundada en la idea de que el Antiguo Testamento es
una alegoría del Nuevo y que la Biblia, como los Evangelios, están llenos de
figuras. Los grandes retóricos (por ejemplo, Baltasar Gracián y su Art et figures
5
de l´esprit de 1647**) son a menudo jesuitas o al menos están inmersos en la
corriente de una Contrarreforma que limita la retórica a las figuras del estilo
(elocutio) y a la voluntad de conmover (movere) y de agradar (placere). Esta
reducción es acompañada por una gramaticalización que evitará el rechazo puro
y simple de la retórica por parte de la Ilustración. Si d´Alembert no ve en la
retórica más que “puerilidades pedantescas” (en el artículo “Colegio” de La
Enciclopedia), se debe a que “Sin el sostén de la fe, las figuras no son más […]
que ornamentos inútiles con respecto a la razón” (Rastier 1994: 89).
6
de Paul Ricœur (Seuil, 1975) [La metáfora viva, Madrid, Ediciones Cristiandad,
1980] o por Méthaphore et concept de Claudine Normand (Complexe, Bruselas,
1976). Esta corriente filosófico-lingüística se prolonga en la Grammaire
philosophique des tropes de M. Prandi (Minuit, 1992) [Gramática filosófica de los
tropos, Madrid, Visor, 1995] y, más cerca de nosotros, en La métaphore entre
philosophie et rhétorique (G. Kleiber y N. Charbonnel ed., PUF, 1999).
Roman Jakobson continúa la gramaticalización de la retórica restringida a
través de una reducción y una redefinición lingüística de las figuras. Al haber
encontrado muy pronto en la obra de Mikolaj Krushewski una teoría de las
asociaciones por similaridad y contigüidad, Jakobson apoya en esta oposición en
la lengua tanto su enfoque de los dos tipos de afasia como su distinción entre
funcionamiento de la metáfora y de la metonimia-sinécdoque en literatura, cine o
pintura2. De forma muy saussuriana distingue la combinación-contextura (relación
con el co(n)texto) y la selección-sustitución (relación con el código). La retórica
restringida es así repensada lingüísticamente y el dominio de las figuras aparece
como un objeto fundamental de la reflexión lingüística moderna.
En 1966, en Figures I [Figuras. Retórica y Estructuralismo, Córdoba,
Nagelkop, 1970], Gerard Genette inscribe su artículo consagrado a las
“Hipérboles” en la línea de Jakobson y concluye el ensayo que lleva por título
“Figuras” con esta frase: “Para nosotros, actualmente, la obra de la retórica sólo
tiene, en su contenido, un interés histórico (por otra parte subestimado)” (1970:
246). Como este paréntesis lo deja entender, Genette abandonará su reflexión
sobre la retórica restringida3 a la que critica desde Communications nº 16. En ese
mismo número, que aparece en 1970 (Seuil), Tzvetan Todorov insiste en la
importancia de la sinécdoque (“Synecdoques”) y J. Cohen desarrolla una “Teoría
de la figura” decididamente fundada en una concepción logicista de la noción de
desvío: “Desvío lingüístico y desvío lógico tienden a confundirse, y en adelante se
vuelve teóricamente posible construir un modelo lógico de las figuras poéticas, un
algoritmo susceptible, quizás, por un desarrollo ulterior, de proporcionar una base
2
“Deux aspects du langage et deux types d´aphasie”, texto de 1965 retomado en Essais de
linguistique générale I (Minuit, 1963: 43 – 67) [“Dos aspectos del lenguaje y dos tipos de
trastornos afásicos”, en Jakobson, R. y M. Halle: Fundamentos del lenguaje, Madrid, Ayuso,
1973]; “Vers une typologie linguistique des troubles aphasiques”, conferencia de 1963 retomada
en Langage enfantin et aphasie (Minuit 1969 et Champs- Flammarion nº 88, 1980); “Les pôles
métaphorique et métonymique” (1963: 61 – 67).
3
En particular en “Rhétorique et enseignement” y “Proust et le langage indirect”, Figures II, Seuil,
1969.
7
de cálculo se las figuras” (1970: 4). El retorno a Port-Royal (vía Chomsky) es aquí
manifiesto. Gramática y lógica parecen definitivamente haber desechado la
retórica.
A partir de esta época, antes de que sea replanteada, más ampliamente, la
cuestión de los tropos y de la derivación de un sentido figurado a partir de un
sentido propio o literal, libros y números de revistas consagrados a las figuras no
cesan de multiplicarse. Si bien se encuentran algunos números temáticos
consagrados a la sinécdoque (Le Français moderne nº 51/4, 1983), a la
metonimia (Poetics Today nº 5, Universidad de Tel Aviv, 1984) y a la ironía
(Poétique nº 36, 19784), es sobre todo la metáfora la que prevalece, al punto de
aparecer como la figura mayor5: primero con los números 5 y 7 de Foundations of
Language (“Prolegomena to a Linguistic Theory of Metaphor”, 1969, y
“Concerning a Linguistic Theory of Metaphor”, 1971), luego Le Français moderne
nº 43/3 (1975), Littérature nº 17 (1975), Poetics nº 4 (1975), Langages nº 54
(1979), TRANEL nº 17 (Universidad de Neuchâtel, 1991), ALFA nº 5 (Universidad
Dalhousie, Halifax, 1992). La síntesis más reciente es la de los números 101 y
129 de Langue Française (“Les figures de la rhétorique et leur actualité en
linguistique”, 1994, y “Les figures entre langue et discours”, 2001). Los trabajos
desarrollados siguen las grandes orientaciones de la lingüística contemporánea:
4
Sin olvidar la publicación, en 1974, del importante libro de Wayne Booth: A Rhetoric of Irony
(Chicago-Londres, University of Chicago Press).
5
No hay que olvidar la publicación, en 1958, del libro muy citado de Christine Brooke-Rose: A
Grammar of Metaphor (Londres, Secker & Warburg)
8
de los recorridos interpretativos que tienen al texto por unidad. La
semántica lexical se vuelve entonces co(n)textual y puede articularse a
una semántica textual ya proyectada por H. Weinrich en 1967
(“Semantik der Metapher”, Folia Lingüística – Acta Societatis
Linguisticae Europeae I/1-2, Mouton, La Haya).
9
2.2. Dos críticas principales formuladas ya en 1970
Desde la salida del nº 16 de Communications (1970), la retórica restringida es,
por una parte, criticada por G. Genette (“La rhétorique restreinte”) y por P. Kuentz
(“La rhétorique ou la mise à l´écart”; este último reincide en el nº 4 de Littérature
(“Rhétorique générale o rhétorique théorique?”, 1971). La retórica restringida es,
por otra parte, ampliamente sobrepasada por el ayudamemoria que escribe R.
Barthes y que apunta a “a la ampliación del fenómeno retórico” (1970: 174).
Más allá del caso de la Retórica general del Grupo µ, su crítica se apoya en
los peligros, mucho más amplios, de un eclecticismo positivista “que permite
practicar, en nombre de una supuesta unidad dada de la ciencia, préstamos entre
sistemas incompatibles” (1971: 111). Cito largamente lo que dice P. Kuentz
acerca del eclecticismo que caracteriza la mayor parte de las recuperaciones
actuales de la retórica:
La pareja que une positivismo y eclecticismo es particularmente visible
en el empleo que aquí se hace de la lingüística. El rol conferido a esta
disciplina se considera esencial. Es ella la que representa el aporte de
10
la modernidad; es por su aplicación al dominio de la retórica que se
espera la transformación de esta ciencia, o más bien su acceso a la
cientificidad. Pero se trata siempre de una lingüística que se pidió
prestada, de una lingüística recibida, y los préstamos son hechos sobre
el único criterio de su “valor operativo”. Así, pueden coexistir en este
taller herramientas tan poco compatibles como los métodos de
Jakobson y de Ullmann, de Greimas y de Bally, de Riffaterre y de
Martinet. Lo que facilita tal asimilación, hay que decirlo, es, además de
la regla de la eficacia, una cierta laxitud en la práctica de las
operaciones lingüísticas […]
Tales “préstamos” no son posibles más que sobre el fondo de una
concepción positivista de la ciencia. Si existe una “ciencia lingüística”
dada, es legítimo pedirle prestado tal o cual instrumento, separándolo
de la teoría del cual constituye la práctica. Pero si se entiende por
ciencia un sistema coherente de conceptos, tal bricolage instrumental
debe ser considerado con mucha desconfianza (1971: 111 – 112).
11
textos y del discurso, fue conducida, naturalmente, a rebasar el marco
microlingüístico de la elocutio:
De las cuatro o cinco partes de la retórica tradicional, sólo la elocutio se
beneficia de una verdadera retoma. Es demasiado pronto para prever
si la inventio, la dispositio, la actio, la memoria abandonaron para
siempre nuestro horizonte intelectual o si, con la ayuda de algún rodeo,
no hacen más que esperar para volver (Barthes 1970: 2).
12
antigua retórica. Insiste, por una parte, en los altos niveles composicionales
puestos en relieve por la retórica:
Este territorio es inmenso. Ya fue explorado […] por Aristóteles y sus
sucesores, que intentaron dividir el discurso (no mimético) en unidades
de tamaño creciente, de la frase a las grandes partes de la dispositio,
pasando por el período y el “fragmento” (ekphrasis, descriptio) (Œuvres
Complètes 2: 969).
Por otra parte, hace hincapié en las situaciones discursivas, los géneros, que
ella cataloga:
La retórica, ancestro de la translingüística, tuvo igualmente por objetivo,
durante siglos, establecer un código del habla (es verdad, normativo), y
[…] para establecer este código, comenzó, también ella, por distinguir
cuidadosamente algunas situaciones de discurso (mimético,
deliberativo, judicial, epidíctico) (Œuvres Complètes 2: 972).
13
Madrid, Gredos, 19897] y The uses of argument, de Stephen Toulmin (Cambridge
U.P.)8. Sin entrar aquí en el detalle de las diferencia entre estos dos enfoques de
la argumentación9, subrayemos que Toulmin no solamente proporcionó un
esquema de la argumentación que fue retomado por muchos autores.
Epistemólogo y filósofo del conocimiento, Toulmin es, sobre todo, uno de los
primeros en oponerse al positivismo y al logicismo anglosajón. La teoría de la
argumentación moderna nace de una oposición común a un positivismo que
reduce lo racional a lo demostrable y hace recaer en lo irracional la conducción
de los asuntos humanos. Para Perelman, la distinción entre demostración y
argumentación pasa por una teoría de la interacción discursiva. El auditorio es
construido por el orador (§ 4) que se adapta a él (§ 5) como lo enseñaba la
retórica antigua. La argumentación es un estudio de los “medios discursivos para
obtener la adhesión de los espíritus” a las tesis que se presentan a su
consentimiento.
Se pueden distinguir tres filiaciones de Perelman y de Toulmin.
7
En las elecciones bibliográficas que siguen al Ayudamemoria de Barthes, M. Lacaste subraya el
carácter innovador de este tratado: “Las figuras solo interesan a los autores en tanto pueden ser
factores de persuasión. Esta tendencia es, pues, original y se sitúa al margen de la mayor parte
de las retomas modernas de la retórica (1970: 235).
8
Los países anglosajones no conocieron la retirada y luego el desmantelamiento de la retórica y
de su enseñanza. Los trabajos sobre la retórica antigua nunca cesaron en los Estados Unidos,
por ejemplo, desde I. A. Richards (The Philosophy of Rhetoric, New York 1936) hasta W. C. Booth
(The Rhetoric of Fiction, Chicago U. P. 1961), pasando por las síntesis de E. Stackpole & W. R.
Winterword (The Relevance of Rhetoric, Boston 1966).
9
Reenvío al primer capítulo de Essais sur l´argumentation de Ch. Plantin (Kimé 1990) y a la
segunda parte de la Histoire des théories de l´argumentation de Ph. Breton y G. Gauthier (La
Découverte, 2000). Para una introducción, L´argumentation ,de Ch. Plantin, es una excelente obra
(Seuil, 1996) [La argumentación, Barcelona, Ariel, 1998]
14
naturelle et communications (PUF 1996). Basado en el concepto de
esquematización10 (representación discursiva), esta teoría original de la
interacción verbal ha sido elaborada, al final de los años sesenta, en contacto con
M. Pêcheux, uno de los más importantes representantes del análisis del discurso
francés. El vínculo de esta semiología –definida por Saussure como “ciencia que
estudia la vida de los signos en el seno de la vida social”– con el análisis del
discurso es lo suficientemente natural para considerar los trabajos de J.-B. Grize
una de las más fecundas prolongaciones de la “nueva retórica” de Perelman y de
la teoría de la argumentación de Toulmin. Los trabajos recientes de D. Miéville y
D. Apothéloz se dirigieron tanto a ciertos conectores y al apuntalamiento de los
argumentos como a las anáforas, dentro de una perspectiva de gramática del
texto y de macrosintaxis.
10
Examino, desde el punto de vista de la lingüística del discurso, el interés del concepto de
esquematización de J.-B. Grize en Adam 1999.
15
De la argumentación en la lengua a la argumentación en los textos/discurso,
el camino a recorrer es, no obstante, bastante grande. A diferencia de Ch.
Perelman, J.-C. Anscombre y O. Ducrot no se interesan demasiado en la
dimensión textual del fenómeno. La Grammaire du discours argumentatif de E.
Eggs (Kimé 1994) y los estudios de ejemplos que maneja C. Plantin en sus
Essais sur l´argumentation ya citados (Kimé 1990) abren algunas líneas en este
sentido.
16
Como la proposición, la frase como unidad no resiste el menor análisis. La
comprensión de un texto de cualquier extensión y naturaleza “no es una
operación analítica de descomposición frástica” (1986: 225):
La frase no existe en la utilización real que se hace del lenguaje, donde
siempre hay un contexto de enunciación que sitúa la frase, o, mejor
dicho, las frases, porque aislar una frase es ya una operación particular
de uso en el interior del discurso (1986: 225).
17
Théories du symbole de T. Todorov [Teorías del símbolo, Caracas, Monte Ávila,
1995) y de Rhétorique de la lecture de M. Charles. Este último reivindicaba
entonces una utilización de la palabra retórica que no tenía nada de restringido:
[…] lo mejor para designar una teoría de la eficacia del discurso. Ahora
bien, postular el problema de la lectura es inevitablemente considerar
un proceso en donde están en juego unas fuerzas. Un conjunto retórico
se encuentra así en el centro, en la encrucijada, de los análisis
literarios y los informa. Resulta necesario, para elaborar una retórica de
la lectura, practicar una (re)lectura de la retórica que permita volver a
las fuentes de la poética (Charles 1977: 10).
18
mismo que Le Traité du Sublime de Longin (Livre de poche, 1995). Las
actualizaciones de calidad sobre la retórica antigua son numerosas. Citemos,
ante todo, La Rhétorique Antique de F. Desbordes (Hachette, 1996) y La
Rhétorique dans l´Antiquité de L. Pernot (LGF, 2000).
La dinámica es tal que es posible leer hoy actualizaciones eruditas tanto sobre
La rhétorique des passions (G. Mathieu-Castellani, PUF, 2000) como sobre el
epidíctico La Rhétorique de l´eloge dans le monde gréco-romain, de L. Pernot
(Institut des Études augustiniennes, 1993), sobre L´Éloge paradoxal (P. Dandrey,
PUF, 1997), sobre el discurso judicial (F. Martineau: Le discours polémique. Essai
sur l´ordre judiciaire, Quai Voltaire, 1994).
Encontramos, igualmente, para no hablar más que de la bibliografía en lengua
francesa, dos muy bellas meditaciones sobre la memoria: la de J. Roubaud (L
´invention du fils de Leoprepes, Circé, 1993) y la de H. Weinrich (Léthé. Art et
critique de l´oubli, Fayard, 1997). Este último, al inaugurar el 23 de febrero de
1990 en el Collège de France su curso de lingüística textual en la cátedra
europea, eligió hablar de La mémoire linguistique de l´Europe. Cuando proyecta
“repensar la lingüística a partir de la memoria”, la define como un lugar de
encuentro interdisciplinario, a condición, no obstante, de que “se conciba, en lo
que concierne a sus programas de investigación, con un espíritu de generosidad
que respete el rigor de los métodos científicos, manteniéndose mientras abierta a
las más leves sugestiones de la historia cultural” (Collège de France, 1990: 30).
Cabe considerar como marcas de este espíritu interdisciplinario el nº 79 de
Langue Française: “Rhétorique et littérature” (dirigida por M. Meyer, 1988) y
coloquios como Rhétorique et discours critique (Presses de l´École Normale
Supérieure, 1989), Figures et conflits rhétoriques, (Universidad de Bruselas,
1990). Citemos sobre todo cuatro manifestaciones recientes de la alianza posible
de diversas disciplinas de las ciencias humanas. Una obra de la colección
“Champ du Signe”, coordinada por M. Ballabriga, reúne, alrededor de Semántique
et rhétorique, unos ensayos de orientación lingüística, semiótica, pragmática y
estilístico-poética (Éds. Universitaires du Sud, 1998). R. Amossy dirigió la primer
obra colectiva en lengua francesa sobre el ethos: Images de soi dans le discours
(Delachaux et Niestlé, Lausana-París, 1999). M. Dominicy y M. Frédéric
coordinaron la primera obra de lingüistas consagrada a la epidíctica: La mise en
scène des valeurs (Delachaux et Niestlé, Lausana-París, 2001). C. Plantin, M.
19
Dory y V. Traverso dirigieron una obra interdisciplinaria sobre Les émotions dans
les interactions (P.U. Lyon 2000) que entraña una excelente síntesis de
orientación lingüística de C. Kerbrat-Orecchioni. La presente obra colectiva va
exactamente en el mismo sentido.
Para mostrar concretamente lo que puede ser una relectura lingüística de una
parte importante de la inventio de Aristóteles, volvamos, en conclusión, sobre
algunas proposiciones de O. Ducrot y sobre el esquema de la comunicación de
J.-B. Grize13. Describiendo la estructura compleja de la inventio, Aristóteles
considera tres grandes tipos de pruebas:
Las primeras consisten en el carácter del orador; las segundas, en las
disposiciones en las que se pone al auditorio; las terceras se refieren al
discurso mismo, a saber, que demuestre o parezca demostrar
(Retórica, L I, 2, 1356 a).
Al valor demostrativo del discurso –el polo del logos–, Aristóteles agrega otros
dos componentes: el “carácter” o costumbres del orador –el ethos– y la
13
Retomo y corrijo puntualmente aquí las páginas 108 – 115 de Adam 1999. El anclaje de la
reflexión sobre el ethos en una lingüística del discurso aparece mejor en ese trabajo. No ilustro
aquí más que una relectura de Aristóteles a la luz de los trabajos mencionados más arriba. El
trabajo dirigido por R. Amossy (1999), citado en el parágrafo precedente, da una idea más
completa de una posibilidad de reconceptualización lingüística del ethos y el de C. Plantin et al.
(2000) del pathos.
20
disposición o estado pasional del auditorio: el pathos. Las teorías modernas de la
argumentación tuvieron, no obstante, tendencia a privilegiar únicamente el polo
del logos (ejercicio de la razón) tanto en la inventio –búsqueda de los
argumentos– como en la dispositio –su puesta en orden– y en la elocutio –su
puesta en palabras-. Un pasaje de l´Empire rhétorique permite constatar que
Perelman, aunque haya privilegiado el logos, tenía conciencia de la unidad del
dispositivo aristotélico:
Que se trate no de hechos, sino de opiniones, y sobre todo de
apreciaciones, que se considere no solamente la persona del orador,
sino también la función que ejerce, el papel que asume, influye
innegablemente en el modo en que el auditorio recibirá sus palabras
[…]
Pero inversamente, los propósitos del orador dan de él una imagen
cuya importancia no debe ser subestimada: Aristóteles la consideraba,
bajo el nombre de ethos oratorio, como una de los tres componentes
de la eficacia en la persuasión; los otros dos eran el logos y el pathos,
la apelación a la razón por medio de argumentos y los procedimientos
retóricos que apuntan a provocar las pasiones del auditorio (Perelman
1977: 111).
Propuse resumir este dispositivo en un triángulo que subraya hasta qué punto
los tres polos están sometidos, según el discurso o los momentos de un mismo
discurso, a ponderaciones y a un juego de dominante(s):
LOGOS
(argumentos)
INVENTIO
(pruebas)
ETHOS PATHOS
(costumbres) (pasiones)
21
racional tendiente hacia la objetividad. En cambio, cuando los polos del ethos o
del pathos dominan al logos, la manipulación no está lejos. El polo del pathos
corresponde a los procedimientos retóricos que apuntan a promover las pasiones
del auditorio (“piedad, indignación, cólera, odio, envidia, emulación, espíritu de
contradicción”, Libro III, 1419 b):
Se persuade por medio de la disposición de los oyentes, cuando fueren
conmovidos por el discurso; porque no juzgamos de igual manera
cuando estamos tristes que cuando estamos alegres, o cuando
amamos que cuando odiamos (Libro I, 2, 1356 a).
22
-lo que el texto consigue afectar en el auditorio (pathos),
-todo esto pasando por lo que el texto insinúa de las costumbres del sujeto
hablante (ethos).
23
subjetiva encarnada que cumple el papel de garante” (1999: 79). El mecanismo
del modo en el que el interpretante (auditor o lector) se relaciona con el ethos del
enunciador es un mecanismo de “incorporación”:
La instancia subjetiva que se manifiesta a través del discurso no se
deja concebir allí solamente como estatuto o rol, sino como “voz”, y,
más allá, como “cuerpo que enuncia”, históricamente especificado e
inscripto en una situación que su enunciación, a la vez, presupone y
valida progresivamente (Maingueneau 1999: 76).
24
Precisando, no obstante, que distinguir no quiere decir compartimentar de
modo estanco, podemos considerar muchos niveles de identidad del sujeto que
interactúan permanentemente:
25
habla (“declaro”) en tanto que Presidente del Consejo que acaba de ser
convocado y llevado a la cabeza del Estado para resolver la crisis en
Argelia y se apoya enteramente en este ethos previo subyacente en la
desinencia del verbo “estar”***. Insiste sobre este ethos previo implícito
cuando, hacia el final de este mismo discurso, declara:
26
distintiva en la comunidad” (id.). O. Ducrot (1986: 198) toma el ejemplo del
enunciado “yo, el infrascrito”. Desde el momento en que alguien lo hace
seguir de su nombre, aparece como el locutor (sea que invente él mismo la
continuación de la carta o que esta continuación haya sido previamente
impresa a la espera de la firma). La firma propiamente dicha, en tanto que
nombre propio, cumple el rol de designación de la identidad del locutor y
de relación jurídica con una persona del mundo. Este movimiento de ida y
vuelta entre locutor e identidad del sujeto en el mundo es, como puede
verse, capital para la fuerza de los actos de enunciación realizados. El
discurso no cesa de actuar sobre la distancia más o menos amplia que los
separa.
Nunca // más que aquí // y en esta tarde // sentí // cuán bella // cuán
grande // cuán generosa // es Francia,
27
adverbio negativo del verbo al cual modifica (“nunca… sentí” *******) y de
ubicar “Francia” al final del período (y al final de todo el discurso, del cual
es objeto de peroración). Los intensificadores (“nunca”, “más que” y
“cuán”) concurren lexicalmente a reforzar una emoción que los adjetivos
(“bella”, “grande”, “generosa”) axiologizan positivamente. Sólo el
enunciado “Nunca…. sentí” plantea explícitamente un ethos que responde
al ethos planteado al comienzo de la alocución (“Los comprendí”). La
introducción del verbo “sentir” le permite a de Gaulle postularse no
solamente como aquel que comprende intelectualmente las cosas, sino
que llega, durante su viaje por Argelia, a experimentar la situación. La
participación emotiva está, pues, en el período final, a la vez mostrada e
implícita.
En el original está disociada la doble negación: “Jamais // plus qu´ici // plus que ce soir // je n
*******
28
ESQUEMATIZACIÓN
Preconstruidos
Sujeto en el y finalidades
mundo A y
locutor Imagen de A/L
representaciones de B
de la situación y del PROPUESTA
objeto del discurso (ethos discursivo)
representación
extralingüística
de sí
Imagen de B
ser de discurso
representaciones Sujeto en
A/L de A de la
situación y del
el mundo
objeto del B
Preconstruidos discurso
y finalidades
imaginario
RECONSTRUIDO representación
extralingüística
de sí
29
Referencias bibliográficas complementarias
ADAM, J.-M. (1997): Le style dans la langue, Lausana-París, Delachaux et Niestlé.
ADAM, J.-M. (1999): Linguistique textuelle. Des genres du discours aux textes, París,
Nathan.
ADAM, J.-M. y NØLKE, H. eds. (1999): Approches modulaires: De la langue au discours,
Lausana-París, Delachaux et Niestlé.
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