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JOSÉ ALBERTO MOJICA PATIÑO14 de abril 2022, 09:02 A. M.
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La guardiana está vestida con una túnica celeste de satín y lleva alrededor de su cabeza un
velo vino tinto que se desliza hasta debajo de su cintura. Agarra un radioteléfono y acerca su
boca al aparato. Pregunta si puede abrir el portón de ocho metros de alto que separa, por
temporadas, a los israelitas colombianos del resto de los mortales.
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Los paisas son los más católicos del país; los de la Costa, los menos
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Se visten a la usanza del pueblo bíblico de Israel dentro y fuera del Campo Real. Creen
firmemente en que la segunda venida de Cristo a la Tierra está cerca y que las catástrofes
naturales, las guerras y el calentamiento climático son muestras claras de que el fin del
mundo está llegando. Pero ellos esperan ser salvos, como lo fue Israel, el pueblo escogido de
Dios (eso sí, aclaran que no tienen nada que ver con el pueblo judío).
Esta comunidad religiosa llegó al país en 1989. Eulalio Ponce es su líder. Peruano de 60 años,
fue delegado hace 24 por su compatriota Ezequiel Ataucusi, profeta y fundador de esta
congregación, para que evangelizara en tierras colombianas. Llegó a Cali con su hijo de 10
años, sin nada en los bolsillos. De ahí cogió camino para Santander de Quilichao y empezó a
buscar almas para su redil. Al principio le gritaban que era un loco y un pordiosero, y le
tiraban las puertas en la cara, pero con el tiempo empezó a ganar adeptos. Hoy, afirma, son
cerca de 3.000 los israelitas que hay en todo el país, principalmente en Valle, Cauca y
Nariño.
No hay un dato oficial de cuántos israelitas –de este credo– hay en el mundo, pero solo en
Perú se calculan 600.000. En Lima hay más de 300 iglesias. La comunidad ya está en toda
América Latina y hay colonias en EE. UU., España, Italia y Japón. “Cada vez somos más
porque promulgamos la verdad y nos regimos por las Sagradas Escrituras”, dice Ponce, que al
igual que la mayoría de israelitas colombianos se gana la vida cultivando la tierra.
Con su acento peruano intacto, explica las máximas de su congregación: creen en el Padre
Jehová, en el Hijo y el Espíritu Santo, y siguen los dos testamentos de la Biblia. Descansan
los sábados para honrar a Dios y se visten de esa manera porque así lo ordena la Biblia, desde
el Génesis hasta el Apocalipsis. Se rigen por los Diez Mandamientos, que no son iguales a
los católicos. “Son los mismos que dejó Dios en la mano de Moisés; lo que pasa es que
fueron adulterados por el Imperio Romano”. En su versión, por ejemplo, el primero no es
“Amarás a Dios sobre todas las cosas”, sino “Amarás a Dios de corazón, alma y mente”.
Tampoco cobran diezmo, dice. “En Colombia el ciento por ciento de las iglesias lo exige, y
por eso hay tantas sectas. Además, aquí todos tienen que trabajar gratis”, enfatiza Ponce
sobre la filosofía de los israelitas, una de las 2.000 iglesias no católicas inscritas en el
Ministerio del Interior de Colombia.
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En las celebraciones, las alabanzas se interpretan con música folclórica peruana, país donde nació esta
congregación.
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Campo Real, el santuario de los israelitas, es una finca de 8 hectáreas rodeada de cultivos de
café, plátano y yuca. La compraron con aportes de los fieles. Su centro es un templo grande y
sin paredes para que el viento circule fresco. Hay una panadería, una papelería, un comedor
gigante y puestos de ventas de frituras.
Al fondo, al descolgarse por una cuesta empedrada, quedan las viviendas, que fueron
levantadas con ladrillo y madera –algunas apenas armadas con palos–. Sobre los pisos de
tierra tienden sus colchones. Hay familias con casa propia; otras las comparten. Parece un
barrio humilde, pero en realidad es un sitio de retiros espirituales a donde todos –no importa
dónde estén– deben acudir tres veces al año a celebrar las fiestas bíblicas establecidas en el
Deuteronomio: Pascua, en abril; Pentecostés, en mayo, y las Cabañas, en octubre. El resto
del tiempo el pueblo queda desolado, pero custodiado. Cada fiesta dura, en promedio,
unos 13 días.
(Lea: Los paisas son los más católicos del país; los de la Costa, los menos)
cambio de época, al relativismo moral actual y a una desilusión frente de las religiones
tradicionales
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A las 6:30 de la tarde suenan las campanas y todos acuden al templo, que está decorado
con racimos de plátano, mandarinas, aguacates y flores. Las mujeres se ubican a la
derecha. Los hombres, a la izquierda. Para reverenciarlas, ellas deben estar separadas durante
la ceremonia.
Un grupo de jóvenes, con guitarras y bajos eléctricos, toca alabanzas al ritmo de la música
folclórica peruana, como un homenaje al país donde nació esta confesión. Parece un grupo de
rock inspirado en la Biblia. Uno de los fieles se acerca al altar y empieza a danzar, a dar
brincos con los ojos cerrados. Poco a poco se van sumando otros, hasta formar un baile
colectivo de movimientos involuntarios. Aletean. Se arrodillan. Algunos se mueven como
posesos.
(Lea: Tres pautas sencillas para una Semana Santa responsable con el planeta)
“Esto es un derramamiento del Espíritu Santo sobre los que obedecen los Mandamientos –
explica John Campo, de 35 años y futuro abogado–. Todo esto se puede ver raro, pero es en
lo que creemos.
Nelson Ortega es pastor de la iglesia del barrio Siloé, en Cali, donde se gana el sustento como
comerciante informal. Ortega, de 44 años, dice que en su comunidad se demuestra lo que se
promulga. Se refiere, por ejemplo, al calentamiento global. “Y la luz de la Luna será como la
luz del Sol; y la luz del Sol, siete veces mayor, como la luz de siete días”, recita a Isaías 30-
26. “Pero la salvación hay que guerrearla. No porque nos vistamos así vamos a ser
salvos”. La que habla es Martha Cecilia Aldana, líder de esta comunidad en La Tebaida
(Quindío), donde fue concejal. “Dios dice que habrá una diferencia entre el que guarda los
Mandamientos y el que no. Dentro del caos que se avecina, tal vez sea más manejable para el
primero”, dice la mujer, de 49 años.
Señalados y burlados
Los israelitas colombianos son una comunidad a la que pertenecen personas de todo tipo.
Aunque la mayoría son pequeños agricultores o comerciantes informales, también hay
profesionales. Es el caso de Salena Manjarrez, bióloga de 28 años con una maestría, que llegó
a este credo gracias a su novio matemático, hoy su esposo, en sus épocas de estudiante. “Es
difícil creer cuando perteneces al mundo científico. Pero todo aquí es bíblico, y a la Biblia no
le puedes dar interpretaciones científicas. Todo esto es cuestión de fe, de creer o no creer, y
yo creo firmemente”, dice.
Es difícil creer cuando perteneces al mundo científico. Pero todo aquí es bíblico, y a la Biblia
Entre los israelitas también hay niños, convencidos y conocedores de sus creencias. Yesid
Adrián Rialpe tiene 10 años e ingresó a la comunidad gracias a un tío. Sus padres, católicos,
se opusieron al principio pero cedieron al comprender que, pese a su corta edad, era capaz de
defender su fe. En el colegio los compañeros le gritan “¡peluca vieja!, ¡mechas!”, pero él no
se achanta. Una vez, una profesora le exigió que se cortara el pelo –negro, liso y largo hasta
la mitad de la espalda– y él le respondió: “En Levíticos 19:27 dice: ‘No cortaréis en forma
circular los extremos de vuestra cabellera, ni dañaréis los bordes de vuestra barba’. Y la dejé
callada”