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Sensibilidad punitiva
G T
5 noviembre, 2020- Tiempo de lectura: 4 min

 Concentración en la plaza Seregni al día siguiente de la represión policial a un grupo de


integrantes del Colectivo Antirracista. H P

 La sensibilidad social es una estructura emotiva, moral y de


 poder, incluso estética, que, básicamente, establece lo que
 está bien y lo que está mal en una sociedad dentro de un
contexto espacial y temporal. Ella «se pone al servicio» de

los individuos, los grupos y las instituciones como una
especie de esquema de inteligibilidad de la realidad social,
del comportamiento humano. Ahora bien, la comprensión
no es unívoca. Las estructuras son interpretadas, hasta
cierto punto, por los individuos –en sus encuadres
colectivos– y ello tiene consecuencias concretas en la
Buscar …
acción. Así, entonces, la sensibilidad social es una
estructura de inteligibilidad del comportamiento humano
que, al mismo tiempo, es alterada fenomenológicamente, en
determinada medida, por el propio comportamiento
humano.
El concepto tiene un vasto recorrido histórico, con diversas
nomenclaturas. Se lo puede rastrear en Émile Durkheim y
George Simmel hace más de un siglo y en Norbert Elias
décadas más tarde. En Uruguay, fue José Pedro Barrán
quien aprovechó como nadie la potencia explicativa del
concepto, bajo la influencia foucaultiana, en su clásica obra
Historia de la sensibilidad en el Uruguay. En el campo de
estudio sobre el delito y la criminalidad, se destacan los
trabajos de David Garland y Pieter Spierenburg, entre otros.

Una forma de conocer las sensibilidades de una sociedad y


su campo de disputa y dominio es a través de la siguiente
pregunta: ¿cómo se distribuyen las leyes penales y las
políticas de seguridad pública en la sociedad? Otra vía es
responder cómo el gobierno y la oposición gestionan las
preocupaciones sociales en materia delictiva y hacia dónde
canalizan los malestares y ansiedades sociales sobre el
tópico en cuestión. De forma concreta, podríamos
preguntarnos cómo se administra la vigilancia, el control y
el castigo en la sociedad, considerando, de manera
interseccional, dimensiones analíticas como generación,
género, clase social, raza, etnia, territorio, argot, movimiento
corporal y otras tantas. Una de las sensibilidades que brinda
respuestas a estas interrogantes se denomina punitiva.
Desde el siglo pasado, la sensibilidad punitiva se estructura
(no me refiero a su origen) en lo que en el campo de estudio
sobre el delito y la criminalidad se conoce como ideología
de la defensa social y realismo de derecha. Veamos, grosso
modo, de qué se tratan.

La ideología de la defensa social parte de una concepción


ideal, teleológica y moral de lo que tiene que ser una
sociedad. Creada en Europa en la década de 1940, la Escuela
de la Defensa Social tuvo fuerte influencia en América
Latina. Un elemento que promovió la Escuela y que se
arrastra hasta nuestros días es la desconexión entre la
protección social y la falta o hecho delictivo.1 Ello provoca
que los etiquetados como «antisociales» –categoría
expulsora y meritocrática utilizada por esta perspectiva
para llamar a las personas captadas por el sistema de
justicia– no sean merecedores de los bienes y servicios
estatales, ni siquiera para los procesos de desistimiento
delictivo, para una vida digna en la cárcel, etcétera.
Inversión social cero, diríamos en estos tiempos de
discusión presupuestal. Los antisociales son meros cuerpos
Buscar … desprotegidos, a menudo jurídicamente
«indeterminados».2 De aquí deriva una separación directa y
concreta, aunque ficticia, extraordinariamente vigente en la
politización de la seguridad pública uruguaya. Me refiero a
la construcción de un relato por oposiciones binarias, de
inclusión y exclusión, que ya nos enseñaba el jurista,
filósofo y miembro del partido nazi, Carl Schmitt, con su
clásico concepto de amigo/enemigo.3

El realismo de derecha recoge los antecedentes de las


teorías de las «ventanas rotas» a partir de un artículo de
James Wilson y George Kelling publicado en 1982.4 Sin
embargo, los primeros antecedentes se registran a finales de
la década de 1960 con los experimentos del psicólogo Philip
Zimbardo y los programas de patrullaje policial del estado
de Nueva Jersey, en Estados Unidos. El ejemplo
paradigmático del realismo de derecha es la política de
«tolerancia cero» o «mano dura» de la alcaldía de Rudolph
Giuliani en Nueva York entre los años 1994 y 2002. La
característica esencial de la teoría de las ventanas rotas es la
primacía del orden por sobre todas las cosas, incluso sobre
la impartición de justicia y el bienestar económico y más
allá de cómo se logre. Esta posición prioriza el
fortalecimiento del control y la vigilancia policíaca, así
como la organización «normal» del espacio público y la
circulación, en detrimento de políticas contra la
desigualdad, programas de inserción social, etcétera. La
primacía del orden por sobre todas las cosas se detecta
cuando respondemos a la interrogante: ¿cómo se utiliza el
ejercicio de la violencia por parte de las fuerzas de
seguridad públicas? Ello se puede observar en infinidad de
objetos de estudio: normas, políticas, procedimientos
policiales, etcétera. Por ejemplo, para el caso de las
concentraciones de personas en espacios públicos en el
contexto del covid-19, podemos acercarnos a la sensibilidad
del gobierno con el decreto 114/020 del 31 de marzo de
2020, que facultó al Ministerio del Interior y al Ministerio
de Defensa Nacional para evitar y disuadir aglomeraciones
y no a las secretarías de salud, educación y social para
realizar una labor de mediación extrajudicial. Hasta podría
haber recurrido a la mediación judicial, pero no lo hizo. Y
así podríamos seguir señalando indicadores que evidencian
la primacía del orden (un orden) por sobre todas las cosas.

La ideología de la defensa social y el realismo de derecha


son mucho más que dos perspectivas para entender la
criminalidad, estructuran la sensibilidad punitiva
latinoamericana de las últimas décadas en materia de
política criminal. Gestionan el malestar social
administrando dolor, de forma desigual y en distintas
intensidades. Instalan un estilo de ley y orden en el que el
poder soberano se expande desmesuradamente
reafirmando el segregacionismo.5

La sensibilidad punitiva es incapaz de desestructurar el


Buscar …
poder y alivianar las asimetrías. Reacciona violentamente a
la desobediencia. Se radicaliza peligrosamente en su
desvelo por lograr la meta imposible de una sociedad
ordenada según su estructura emotiva, moral y estética.
Más aún en el recrudecimiento de las desigualdades, que es
el terreno fértil de la radicalización de las relaciones de
poder. La obsesión punitiva es de temer.

Este marco conceptual, aunque breve pero necesario,


plantea algunas herramientas teóricas y señales históricas
para saber de qué hablamos cuando decimos punitivismo.
También es un llamado de atención o, más bien, el planteo
de una pregunta de necesaria discusión pública: ¿estamos
en la antesala de un nuevo «momento punitivo»? 6

1. Del Olmo, R. (2010). América Latina y su criminología. Ciudad de México, Siglo


XXI.

2. Agamben, G. (2003). Homo Sacer. El poder soberano y la nuda vida. Valencia, Pre-
textos.

3. Schmitt, C. (1991). El concepto de lo político. Madrid, Alianza Editorial.

4. Wilson, J., y Kelling, G. «Broken windows. The police and neighborhood


safety», The Atlantic, marzo de 1982.

5. Garland, D. (2001). La cultura del control. Crimen y orden social en la sociedad


contemporánea. Barcelona, Gedisa.

6. Fassin, D. (2018). Castigar. Buenos Aires, Adriana Hidalgo.

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