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Este libro no podrá ser reproducido, distribuido o realizar cualquier transformación de la obra ni

total ni parcialmente, sin el previo permiso del autor. Todos los derechos reservados.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares y sucesos que aparecen en ella,
son fruto de la imaginación de la autora o se usan ficticiamente. Cualquier parecido con personas
reales, vivas o muertas, lugares o acontecimientos es mera coincidencia.

Algunos fragmentos de canciones incluidos en este libro, se han utilizado única y


exclusivamente con el motivo de darle más realismo a la historia, sin intención alguna de plagio.

Título original: Amor a quemarropa & Perfecta.


©Mabel Díaz, enero 2022.
Imágenes de la cubierta: Adobe Stock.
Diseño de portada y maquetación: Marien F. Sabariego (ADYMA Design).
Nota de la autora:

Obra registrada en el Registro de la Propiedad Intelectual.


Tienes en tus manos una obra de ficción. Los nombres, personajes,
lugares y acontecimientos que en ella se narran son totalmente inventados
por la autora; fruto de su imaginación, por lo que cualquier parecido con
personas reales, vivas o muertas, negocios, eventos o locales es pura
casualidad.
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de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de
esta obra sin contar con la autorización de la titular de la propiedad
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Índice
AMOR A QUEMARROPA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Capítulo 28
Capítulo 29
Capítulo 30
Capítulo 31
Epílogo

PERFECTA
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Capítulo 13
Capítulo 14
Capítulo 15
Capítulo 16
Capítulo 17
Capítulo 18
Capítulo 19
Capítulo 20
Capítulo 21
Capítulo 22
Capítulo 23
Capítulo 24
Capítulo 25
Capítulo 26
Capítulo 27
Epílogo
Agradecimientos
Biografía de la autora
Otras novelas de la autora
Amor a quemarropa
Los flechazos son disparos a quemarropa
que van directos al corazón.

Melendi.
Capítulo 1

El sonido del despertador lo sobresaltó.


A pesar de llevar despierto varias horas, pensando en lo que sucedería
esa mañana, rezando para que todo saliera igual de bien que las otras veces,
Aarón no pudo evitar que el corazón le diera un vuelco al escuchar la
alarma.
Lo apagó de un manotazo y se irguió en la cama. Sentado en ella miró
por la ventana. La noche anterior había caído tan exhausto que no bajó las
persianas y, ahora, el amanecer de Valencia le daba los «Buenos Días»
Tras ducharse, fue a la cocina, donde su compañero Ximo tomaba café.
—¿Qué pasa, colega? —saludó a su amigo, casi un hermano para él.
Aarón y Ximo se habían criado juntos en el barrio del Cabañal, cuando
la familia del segundo acogió en su casa a Aarón, de once años de edad, al
ingresar en la cárcel de Picassent el padre del muchacho. Su madre había
muerto de sobredosis hacía dos años y del resto de su familia —abuelos,
tíos y primos— nadie sabía nada.
Así que, como su padre había nombrado tutores legales de Aarón a la
familia de Ximo, por si algún día a él le pasaba algo, el pequeño recogió sus
pocas pertenencias y se trasladó a la casa del final de la calle.
De eso habían pasado ya veinte años.
Ahora compartían una casita de planta baja y piso superior, cuya
fachada de cerámica azul recordaba el barrio pescador que fuera antaño.
—¿Repasamos los detalles mientras desayuno?
Aarón se sirvió un café en una taza que sacó del armario superior,
encima de la cocina de gas.
—¡Qué pesado, che! Los hemos repasado mil veces. Estate tranquilo.
Todo va a salir bien —le contestó.
—No está de más hacerlo otra vez —Aarón se sentó en la silla frente a
su amigo— Sabes que no me gusta correr riesgos. Lo quiero todo bien
atado.
Ximo bufó y puso los ojos en blanco. Aarón era muy meticuloso
cuando se enfrentaban a un trabajito de los suyos y a él le desesperaba su
perfección.
Sin embargo, sabía que gracias a esto todos sus planes habían salido
bien y el grupo seguía actuando con todos sus miembros intactos.
Se acercó más a Aarón por encima de la mesa y, con un gesto de la
mano, le dio la señal para que comenzara a hablar.

***

Emma terminó su desayuno y se fue directa al armario de su habitación


para elegir la ropa que se pondría ese día. Estaba muy contenta porque, por
fin, había regresado a Valencia, la ciudad que la vio nacer y de la que se
marchó siendo apenas una niña. Sus padres buscaban un futuro mejor para
sus hijos y trasladaron su residencia a Madrid, pero Emma nunca olvidó las
calles donde corría y jugaba en su infancia.
Así que cuando la entidad bancaria donde trabajaba comunicó a sus
empleados que había una plaza libre en una de las sucursales de la ciudad
del Turia, Emma fue la primera en solicitar el traslado y tuvo la suerte de
conseguirlo.
Hacía tres semanas que había vuelto a su barrio de toda la vida, el del
Cabañal, a pesar de que podía haberse instalado en otro mejor, pues con su
sueldo se lo podía permitir. Pero no. Ella necesitaba reencontrarse con sus
raíces, sentir el olor de la sal que traía la brisa del mar cuando paseaba por
las calles, la arena entre los dedos de los pies al caminar por la playa…
La ciudad había cambiado mucho en su ausencia. El barrio también.
Habían rehabilitado algunas casas, pero otras seguían en un estado
lamentable. Se había modernizado una zona, a pie de playa, con
restaurantes, hoteles y demás. Pero de espaldas al mar, en las calles del
interior, el entorno continuaba siendo el de siempre. Algunas casas
mantenían sus fachadas con azulejos azules, verdes y amarillos. Otras
estaban pintadas de varios colores. Todo ello recordaba el ambiente
marinero, que no había perdido con el paso de los años y la degradación a la
que se vio sometido por las luchas políticas, en cuanto a la remodelación
del Cabañal para llevar una de sus avenidas hasta el mar. Esto suponía
seccionar en dos el barrio, derribar seiscientos edificios y más de mil
viviendas. Pero muchos cabañaleros no querían abandonar sus casas,
heredadas de sus antepasados, por lo que sufrieron el expolio, las presiones
y las amenazas del Gobierno. Como resultado a todo esto, el barrio se vio
sometido al abandono y la fractura vecinal. Ahora, trataba de recuperarse
poco a poco y con mucho esfuerzo.
Emma eligió un vestido rojo, de manga francesa, largo hasta las
rodillas, y se lo puso. Se maquilló un poco y se calzó unos zapatos de tacón.
Cogió la chaqueta de punto negra, que tenía colgada al lado de la puerta, en
el perchero de la entrada, porque el aire acondicionado de la sucursal lo
ponían muy alto y ella pasaba un poco de frio. No entendía por qué lo
tenían a tope, si aún estaban a principios de mayo y el clima no era tan
caluroso como para usarlo. Cuando llegase julio o agosto no quería pensar
en el congelador en el que se convertiría la entidad bancaria.
Salió a la calle y se encaminó hacia la parada del autobús. Cuando
cobrase el siguiente mes buscaría un coche de segunda mano para
comprarlo. Pero de momento tenía que usar el transporte público para
moverse por la ciudad. Por ahora había gastado mucho dinero adquiriendo
el pequeño piso en el que vivía, muy cerca de la que fue su casa cuando era
niña. Su intención al trasladarse a Valencia era comprar dicha casa, pero
cuando vio el estado ruinoso en el que se hallaba y lo que le iba a costar
reformarla, optó por la solución más práctica y se compró el piso.
Aspiró una bocanada de brisa marina y se dijo que, al volver del
trabajo, comería rápido y pasaría la tarde en la playa.
Capítulo 2

La furgoneta negra paró frente a la entidad bancaria y sus ocupantes se


miraron entre sí.
—Vamos allá, tíos —les animó el jefe del grupo— Esta sucursal no
tiene arco de seguridad. Será pan comido.
Se colocaron sus máscaras de Freddy Krueger, cubriéndose por
completo la cabeza, y cogieron las armas.
Con rapidez descendieron del vehículo y entraron en el banco.
—¡Todo el mundo al suelo! ¡Esto es un atraco! —gritaron a la vez los
tres miembros de la banda criminal.
Las pocas personas que había a esas horas en la sucursal hicieron lo
que les habían ordenado, entre chillidos histéricos y llantos atemorizados,
excepto la cajera que se había quedado petrificada en la silla, detrás del
mostrador.
—Si tocas el botón de la alarma, te pego un tiro —siseó uno de los
atracadores, encañonando al director de la oficina, con el arma apuntando a
su frente.
El hombre, de unos cincuenta años de edad, levantó las manos hacia el
cielo para que el delincuente comprobase que no iba a hacer aquello de lo
que le acusaba. Su vida valía más que el dinero que guardaban en la caja
fuerte.
Uno de los integrantes de la banda ordenaba a los rehenes que
depositasen los teléfonos móviles, carteras, joyas y demás, dentro de una
bolsa que él portaba.
El otro se acercó a la chica de la ventanilla, que observaba todo con el
miedo reflejado en sus pupilas y temblando ligeramente.
—Eh, tú, levántate y llévame hasta la caja fuerte —le dijo.
Emma se alzó de la silla, con las manos en alto y el corazón
saliéndosele por la boca, y condujo al delincuente hasta la cámara
acorazada.
—Ábrela —le ordenó el hombre con voz dura mientras la apuntaba
con su arma en mitad de la espalda.
Ella, al sentir el contacto de aquel instrumento hecho para matar, se
estremeció. Un sudor frio la recorrió entera y los pequeños temblores que
había sufrido hasta entonces comenzaron a agudizarse.
—No…No…No ten…go…la…cla…ve…
— ¡Tres! — gritó el delincuente y la chica pegó un salto asustada—
¡Trae al Director!
El otro atracador hizo lo que su compañero le pedía.
—Ábrela —ordenó al director de la entidad, con la voz amortiguada
por la máscara que llevaba.
Emma se hizo a un lado y comenzó a agacharse para ponerse en el
suelo otra vez, igual que estaban todos los rehenes del banco.
—No, preciosa. Quédate de pie. Vas a tener que ayudarme a sacar de
ahí dentro —Señaló con una mano la caja fuerte y con la otra le tendió una
bolsa de basura— todo lo que hay.
Ella asintió con la cabeza mientras las lágrimas bañaban sus mejillas.
Se quedó de pie, al lado del atracador, hasta que la cámara acorazada estuvo
abierta.
—Vamos, date prisa en meterlo todo ahí —le instó el delincuente al
tiempo que también él metía el dinero en la otra bolsa que llevaba.
—¡Dos minutos! —oyeron que gritó uno de los hombres de la banda
criminal desde fuera.
—Venga, nena —le apremió el que estaba con ella.
Presa del nerviosismo, a Emma se le cayeron varios fajos de billetes al
suelo y el delincuente soltó una maldición, acompañada de varias
palabrotas.
—¿Eres tonta o qué te pasa? —gritó el hombre, apuntándola de nuevo
con el arma— ¡Recógelo y mételo en la puta bolsa!
Ella hizo lo que le ordenó el ladrón, temblando de miedo.
Cuando le pasó la bolsa llena al delincuente, éste agarró a Emma del
pelo y tiró con fuerza de ella.
—Te vienes con nosotros. Hace tiempo que no follo con una tía buena
como tú —le soltó con una mirada lasciva.
—¡No, por favor! —La chica sollozó más fuerte mientras el hombre la
arrastraba fuera de la cámara—¡No! ¡No!
La joven intentaba soltarse del agarre del criminal, pero éste era firme
y no pudo lograrlo.
—¿Qué haces, tío? —le preguntó otro de los atracadores al ver a su
compañero obligando a la mujer a ir con él.
—Me gusta, así que me la llevo.
—¿Estás loco? —le gritó el ladrón— ¡No puedes llevártela!
— ¿Quieres ver como si puedo? —lo retó, negándose a soltar a su
presa.
El tercer integrante del grupo se acercó hasta ellos.
—Déjala, Dos. Sabes que no podemos llevarla. Nunca hacemos
rehenes. Eso complicaría las cosas —le aconsejó con rabia contenida y la
voz amortiguada por la máscara que llevaba, intentando convencer a su
amigo.
«Maldito cabrón. Tenía que fijarse en ella, precisamente en ella.
Arruinará el plan», pensó.
—Pues esta vez va a ser la primera. Me gusta y hace tiempo que no
follo.
—Atracamos bancos, no violamos a las mujeres —le recordó el
delincuente número tres, mordiendo cada palabra que había salido de su
boca y temió por la chica que había estado vigilando desde hacía días.
—Me la voy a llevar quieras o no —siseó encarándose con él.
—Vas a joderlo todo.
Emma observaba hablar a los dos hombres como si estuviera en un
partido de tenis, moviendo la cabeza a un lado y al otro. No dejaba de
sollozar y retorcerse para librarse del agarre del ladrón. El corazón latía
frenético en su pecho y el cuero cabelludo le ardía por los tirones que él le
daba para retenerla. Pensó en usar sus manos que estaban libres. Quizá si le
diera algunos puñetazos… Pero no. Él se los devolvería o cualquiera de sus
amigos. O peor aún. La dispararían y… Adiós.
—Por favor, déjenla libre. Ya tienen lo que querían, el dinero —les
suplicó el director de la sucursal.
El atracador que intentaba llevarse a la fuerza a Emma, enfadado
porque le contradecían, se volvió hacia el señor. Soltó a Emma para coger
de nuevo su arma y golpearlo hasta dejarle inconsciente.
Emma y el resto de personas que había en la sucursal comenzaron a
gritar, a llorar más fuerte, pidiéndole que le dejara en paz, que no le matara,
al ver la sangre que manaba de la cabeza del hombre por la paliza brutal que
le estaba dando.
— ¡Dos! ¡Vámonos, joder! ¡Estamos perdiendo mucho tiempo por tu
culpa! —le gritó el ladrón número tres, sujetándole del brazo y deteniendo
sus golpes.
—Ella se viene conmigo —siseó de nuevo, retando a su amigo a que le
llevase la contraria otra vez.
Cogió a Emma del pelo y la condujo hacia la salida mientras sus
compañeros cargaban con las bolsas del botín.
Capítulo 3

—¿Por qué habéis tardado tanto? —quiso saber el cuarto componente


del grupo, que se había quedado al volante de la furgoneta, cuando sus
compañeros regresaron.
Emprendieron la marcha con rapidez, huyendo del escenario del
crimen.
— ¿Y qué coño hace esa mujer aquí? —preguntó mirándola por el
espejo central del vehículo.
—Es un extra —soltó el ladrón número dos riendo— Después de
probarla, te la dejaré un rato.
—Nadie va a hacerle daño a la chica —siseó Tres con rabia.
Emma continuaba temblando y llorando, temiendo lo que aquellos
cuatro hombres con máscaras de Freddy Krueger fueran a hacerle. Observó
que al que llamaban Dos —y que en ese momento estaba rebuscando algo
en una mochila azul—, tenía una fea cicatriz en la parte posterior del cuello.
Ésta comenzaba detrás de la oreja derecha y descendía, cruzando la nuca,
hasta perderse en el interior del jersey que llevaba.
«Bien, así podré darle una pista a la policía, si es que salgo viva de esta
situación», pensó al verlo.
Dos encontró lo que buscaba y se giró hacia ella con un gran pañuelo
negro en las manos y una cuerda.
—No puedes ver dónde vamos, nena, así que tendré que vendarte los
ojos —le dijo mientras la ataba las manos con la cuerda— Pero no te
preocupes, te la quitaré antes de follarte para que te acuerdes siempre del
careto del hombre que te hizo correrte y gritar como una perra.
—¡No, por favor, no! —chilló Emma mientras Dos intentaba cegarla.
Se retorcía para que él no lograse su objetivo y, a cambio, recibió un
puñetazo por parte de su captor para que se estuviera quieta. El puño
impactó en su estómago, lo que hizo que ella se doblara hacia delante por el
dolor, quedándose sin aliento.
—¡Déjala ya en paz! —gritó Tres a su amigo.
—Tranquilo, a ti también te dejaré probarla —replicó Dos riéndose.
Consiguió ponerle el pañuelo en los ojos, por lo que Emma dejó de ver lo
que ocurría a su alrededor y qué camino tomaban en su huida.
—No se la va a follar nadie, ¿me oyes? —le advirtió Tres controlando
su rabia. Agarró a su amigo del cuello y le estampó contra el lateral de la
furgoneta— Somos atracadores. No violadores. Y tampoco secuestramos a
nadie. No hacemos rehenes. ¿Lo entiendes ya? Estás complicando las cosas
innecesariamente, joder.
Emma, cegada, sentía cómo la furgoneta giraba primero hacia la
derecha y un rato después lo hacía a la izquierda. Su corazón latía a la
misma velocidad que llevaba el vehículo y rezó porque los otros atracadores
obedecieran al que intentaba salvarla de las garras de su compañero.
—Cuatro, la soltaremos allí. No hay nadie y no nos verán —le ordenó
Tres al conductor, señalando una iglesia en mitad de la calle desierta por la
que estaban circulando— Y tú, capullo de mierda —Desvió su vista hacia
Dos—, es la última vez que te llevas a una persona del banco que estemos
robando. Tienes que cumplir mis reglas a rajatabla para que todo salga bien
y continuemos con vida después de esto, ¿lo has entendido, idiota?
Soltó a Dos, que empezó a toser por la falta de aire, y asintió con la
cabeza.
—Sólo…quería…diver…tir…me un…rat…o —Boqueó como un pez
fuera del agua.
—Pues te buscas otro tipo de diversión, pero a las mujeres las respetas,
gilipollas. ¿Quién te has creído que eres para ir por ahí abusando de las tías,
pedazo de mierda? ¿Te gustaría que le hicieran eso a tu hermana? ¿O a tu
sobrina?
Dos negó con la cabeza mientras inspiraba para recuperar el aire que
sus pulmones demandaban con impaciencia.
Llegaron a la iglesia y la furgoneta paró.
Tres se bajó de ella y cogió a Emma de un brazo. Le obligó a
descender del vehículo y cortó la cuerda que le unía las manos.
—Estamos frente a una iglesia. Hay que subir dos escalones. Ten
cuidado de no caerte —murmuró mientras la guiaba hacia la puerta del
edificio, dándole gracias al cielo porque a esa hora no había nadie en la
calle que pudiera verles.
Ella hizo todo lo que el chico le indicaba hasta que entraron en el
interior del templo.
—Lo siento mucho. Dos es un poco…—dudó, buscando la palabra
idónea para describir a su amigo mientras le acariciaba el pelo largo a
Emma con ternura—…imbécil. Espero que lo perdones por el mal rato que
te ha hecho pasar. Bueno, a todos. Te pido perdón en nombre de todos.
Emma asintió con la cabeza, sin dejar de llorar y temblar como una
hoja.
A Tres le dieron ganas de abrazarla para que se tranquilizase. La miró
unos segundos, recorriendo su fisonomía. El vestido rojo que llevaba
marcaba deliciosamente su figura. Ojalá la hubiera conocido en otras
circunstancias. Llevaba días observándola en la distancia, vigilando todos
sus pasos y poco a poco se había aprendido sus rutinas. Le habría gustado
conversar con ella, invitarla a una copa y puede que después viniera algo
más. Pero en la situación en la que se encontraban, lo único que podía hacer
era dejarla libre.
—Ahora te voy a sentar en el último banco de la iglesia. Tienes que
rezar cuatro Padres Nuestros y después te podrás quitar la venda de los ojos
—añadió Tres con voz suave, a través de la máscara que llevaba.
La joven volvió a afirmar con un ligero movimiento mientras se
mordía los labios para reprimir el llanto.
—Lamento lo que ha sucedido, de verdad —se disculpó él de nuevo—
Por favor, perdónanos y trata de olvidarnos, ¿de acuerdo?
La acarició el cabello por última vez, sintiendo lo sedosos que eran sus
mechones oscuros, y la ayudó a acomodarse en el banco de madera.
Emma oyó sus pasos alejándose y comenzó a rezar. Se equivocó varias
veces, por los nervios, pero no le importó. Seguro que Dios la perdonaba
por los errores en la plegaria. Cuando terminó de orar, empezó a llorar otra
vez, pero de alivio al tiempo que se quitaba la venda de los ojos.
Capítulo 4

—No vuelvas a hacer algo así. Has estado a punto de joderlo todo —le
recriminó Aarón a su amigo Ximo— Si hasta ahora todos nuestros golpes
han salido bien ha sido gracias a que hemos cumplido estrictamente el plan
trazado por mí. Un error como éste nos podría costar muy caro. ¿O es que
quieres volver a la cárcel?
Los cuatro componentes de la banda se encontraban en un taller
clandestino al que habían ido para pintar la furgoneta de otro color y
cambiarle las matrículas.
—No, claro que no, pero es que la tía estaba muy buena y pensé…
—¿Qué pensaste? —Se rio con sarcasmo Aarón, aunque no le hacía ni
pizca de gracia lo sucedido—¡No, Dos! ¡No pensaste! ¡Ese es el problema!
Uno y Cuatro, que habían estado contando el botín mientras ellos
discutían, les interrumpieron.
—Sesenta y nueve mil quinientos euros —dijo Uno, a quien también
llamaban «El Nano».
—Otro más como éste y podré montar mi discoteca en la playa —
comentó Jordi, alias Cuatro.
—Eso será si no la caga Ximet, como ha intentado hacer hoy —añadió
«El Nano», usando un diminutivo que sabía que a su compañero de
fechorías desagradaría.
Ximo se levantó en el acto del suelo donde estaba cambiando la
matrícula trasera. Enfurecido, hizo amago de enfrentarse a él, pero Aarón le
detuvo.
—Basta ya vosotros dos —les ordenó, poniéndose en medio de los
amigos—Peleando no arreglaremos nada —Miró alternativamente a uno y a
otro— Así que se acabó. Meted el dinero en las bolsas otra vez y llevadlo a
la fontanería de «El Yayo». Que os dé vuestra parte y decidle que yo pasaré
a por la mía en dos o tres días.
Soltó una maldición.
—¿Qué pasa ahora? —preguntó Ximo.
—La tía que te has llevado del banco vive a cuatro manzanas de aquí
—le informó Aarón, apretando los dientes, aguantándose la rabia que bullía
en sus venas en ese momento— La he estado vigilando durante semanas.
—¡Guay! Así me la podré follar. ¿Dónde vive? —le soltó sin saber por
qué a su amigo le preocupaba tanto ese hecho.
—¿Cómo que donde vive? —gritó— ¡Nos la podemos cruzar por la
calle en cualquier momento!
—Pero no va a reconocernos. Para eso llevamos las máscaras en los
atracos —le dijo sin entender la actitud de su amigo— Dime dónde vive e
iré a hacerle una visita —Sonrió como el gato que se ha comido al canario.
Aarón quiso borrarle la sonrisa de un puñetazo. ¿Es que no lo
comprendía? Además, no quería que Ximo se acercase a ella. Era
demasiado preciosa y delicada para acabar en manos de un tipo como su
amigo.
—La policía querrá hablar con ella —le explicó, dominando su furia—
Es posible que incluso le hagan una visita a domicilio si la chica no está en
condiciones de ir a Comisaría a declarar. No quiero tener a la poli en el
barrio. No nos conviene. La gente se pondría nerviosa y alguno se podría ir
de la lengua.
Ximo amplió su sonrisa.
—No te preocupes por eso. Nuestros vecinos lo único que dirán de
nosotros es que Jordi es conductor de los autobuses de Valencia. «El Nano»
—le comentó señalando al otro componente de la banda— trabaja en la
frutería de su padre, en el mercado de abastos. Tú haces turnos en la fábrica
de la Ford…
—Y tú —lo interrumpió Aarón— eres el único que está fichado. Los
demás estamos limpios, pero si te cogen a ti caeremos todos.
—Tranquilo, colega. A mí no me cogerán. Ni a ninguno de vosotros.
Capítulo 5

—Ya se lo he dicho, agente —resopló Emma sentada en una silla de la


comisaría— Me liberaron en una iglesia, recé cuatro Padres Nuestros y me
quité la venda, como ellos me habían ordenado.
—¿Por qué no se la quitó antes? Podía haber visto a los atracadores y
ahora nos daría su descripción física.
—¿Y qué me pegasen un tiro? —replicó ella bufando— Les obedecí
porque tuve miedo de perder mi vida. No sabía si aquellos tipos me estarían
vigilando desde algún sitio, así que pensé que lo mejor era cumplir sus
órdenes. Y si lo que quiere es una descripción física, ya se la he dado. Eran
cuatro y todos iban disfrazados como Freddy Krueger, el de Pesadilla en
Elm Street. Pantalón negro, suéter a rayas rojas y negras, la careta y el
sombrero oscuro. En las manos llevaban guantes. Todos eran de complexión
delgada, pero se notaba que tenían músculos duros, como si fueran a algún
gimnasio o hicieran deporte habitualmente. La voz creo que no podría
reconocerla porque la máscara que llevaban la amortiguaba y, supongo que
sin ella, sonará bastante diferente a como yo la escuché.
Emma cerró los ojos cansada. Era la tercera vez que repetía su
declaración.
Tras comprobar que era libre buscó ayuda en la sacristía, donde el
sacerdote del templo estaba enfrascado limpiando un cáliz y no se había
percatado de la presencia de nadie en la iglesia. Llamó a la policía y un par
de agentes se personaron en el lugar para recogerla. La llevaron a comisaría
de inmediato.
Y allí se encontraba en ese momento. En una incómoda silla frente a
un escritorio que necesitaba una buena capa de barniz.
—¿Altura? ¿Color de pelo? ¿Ojos? —continuó preguntando el policía.
—El cabello no le puedo decir de qué color era porque la máscara les
cubría toda la cabeza y, además, llevaban un sombrero igual que Freddy
Krueger, como ya le he comentado. El conductor de la furgoneta no sé la
altura que tendría porque le vi sentado todo el tiempo. Pero de los otros, el
que se hacía llamar Tres, que es quien me soltó en la iglesia, era el más alto.
Supongo que mediría alrededor de un metro ochenta. Los otros, que entre
ellos se llamaban Uno y Dos, eran de mi estatura, un metro setenta. Y en los
ojos no llegué a fijarme. Estaba asustada. ¿Cómo cree que iba a hacerlo?
El agente puso cara de fastidio ante su respuesta. Escribió algo más en
el ordenador y después devolvió su atención a Emma.
—¿Me puede decir si llevaban algún distintivo de algo…no sé…
tatuajes, etcétera?
En ese momento a Emma se le iluminó la mirada.
—¡Sí! —exclamó— Antes de que me cegaran, vi que uno de ellos
tenía una cicatriz en la nuca. Era al que llamaban Dos.
Con los nervios y la cantidad de preguntas a las que había tenido que
responder casi se había olvidado de ese detalle.
—¿Me lo podría describir?
—Pues…—Emma le contó cómo era dicha cicatriz.
—Bien —le respondió el agente, anotándolo en el ordenador—
Buscaremos en nuestra base de datos y cuando lo tengamos listo
volveremos a hablar usted y yo para que lo identifique. Luego tendremos
que investigar los posibles sospechosos que reúnan esas características. Si
está fichado ese componente de la banda daremos con él y con el resto —
Miró su reloj de muñeca y frunció el ceño al comprobar que ya se le había
pasado la hora del almuerzo— Por hoy lo dejamos, señorita Vilaplana. Si
recuerda algo más no dude en ponerse en contacto con nosotros —Le
entregó una tarjeta con el número de teléfono— Y recuerde, hágase el DNI
otra vez porque el que le han robado en el atraco al banco no creo que lo
vaya usted a recuperar. En cuanto tenga un móvil nuevo deme el número
para poder contactar con usted.
El policía le tendió una mano por encima de la mesa. Emma se la
estrechó antes de levantarse para irse.
—De acuerdo, inspector. ¿Sabe que lo tenía reciente? El que me han
robado. Cuando llegué a Valencia y compré el piso en el Cabañal me hice el
DNI con la nueva dirección.
—Si me permite un consejo —le advirtió el policía acompañándola
hasta la salida—: Cámbiese de barrio. Ese no es el idóneo para que una
mujer viva sola y ande por las calles sin la compañía de nadie.
—Gracias por la advertencia, agente, pero me gusta ese barrio. Me crié
allí. Le puedo asegurar —comentó empujando la puerta de salida— que, a
pesar de la mala fama, también hay gente buena.
El hombre torció el gesto, indicándole con claridad que no estaba de
acuerdo con aquella afirmación.
—Que pase usted un buen día, señor —dijo despidiéndose de él.

***

Aarón entró en el bar y se acercó a la barra. Tras pedirle una caña al


camarero, se sentó en un taburete. Observó a su alrededor. La misma gente
de siempre. Nada había cambiado.
Cogió la cerveza y se la llevó a los labios para beber.
—Hola, guapo —escuchó el ronroneo de una mujer a su izquierda.
—Hola, Marina —la saludó él— ¿Cómo está Claudia?
—Creciendo mucho. ¿Me invitas a una? —le preguntó señalando la
caña de Aarón.
Éste le hizo un gesto al camarero para que le sirviera a su amiga.
—Hace mucho que no te veía por aquí. ¿Dónde has estado metido? —
Marina retomó la conversación una vez que el barman se hubo marchado.
—Vengo todos los días. Será que no hemos coincidido o que tú has
estado tan colocada que no te has enterado de que he estado aquí.
A Marina le cambió el gesto de la cara cuando él hizo alusión a su
adicción a las drogas. Pero se dijo que si quería conseguir a ese hombre
debía tragarse su orgullo y no replicar.
—¿Por qué no vienes un día por casa? Claudia te echa de menos y así
podrías ver lo que ha crecido en este tiempo —comentó, intentando llevar a
Aarón a su terreno.
—Lo pensaré —contestó él, dándole otro trago a su cerveza.
—¿Tardarás mucho en pensarlo? —lo presionó ella.
El joven se encogió de hombros.
—Depende de lo aburrido que esté.
La chica se pegó a su brazo, rozándoselo con los senos, y le susurró al
oído.
—Sabes que conmigo puedes divertirte todo lo que quieras. Para ti
estoy disponible a cualquier hora del día…o de la noche.
Él dio otro trago a la caña sin inmutarse por la cercanía de la mujer y
su clara insinuación.
—Marina, tú siempre tan complaciente —Esbozó una traviesa sonrisa
y a la mujer se le iluminaron los ojos pensando que él aceptaría su
propuesta— Pero ya no me quiero divertir contigo. Ahora busco otro tipo
de…entretenimiento.
Ella se distanció de él, como si la hubiera dado una bofetada en la cara.
—Muy bien —le dijo con toda la dignidad que pudo— Tú te lo
pierdes. Te aseguro que he mejorado mucho desde la última vez que
estuvimos juntos. Pero si no quieres comprobarlo, allá tú. Gracias por la
cerveza.
Cogió la caña y se marchó de la barra directa hacia una mesa, donde
un par de tipos la recibieron entusiasmados.
Aarón continuó bebiendo solo hasta que su amigo Ximo se le acercó.
—¿Otra vez ligando con mi hermanita?
—Ya quisiera ella —se mofó Aarón.
—Hacéis buena pareja —comentó ignorando la burla de su amigo— Y
mi sobrina te adora. Seríais la familia perf…
—Corta el rollo, tío —le pidió Aarón, hastiado del mismo tema de
siempre— No voy a volver con ella. Sería gilipollas si lo hiciera después de
que se follara a su camello y se quedara embarazada de él. No quiero ser el
hazmerreír del barrio.
—Todos cometemos errores. ¿No puedes perdonarla?
—No. Y aunque la perdonase, ya no la quiero. ¿Por qué habría de
volver con ella?
Ximo se acercó un poco más a su amigo y le susurró al oído.
—Porque folla como un demonio.
Aarón le miró con mala cara.
—Esas palabras eran tuyas hasta hace cuatro años —alegó a modo de
defensa.
—No deberías hablar así de tu hermana, joder —lo riñó Aarón. Volvió
a beber de su cerveza, acabándola, y la dejó sobre la barra— Me voy.
Mañana tengo que madrugar para ir a la fábrica.
Los dos amigos se despidieron y Aarón salió del bar en dirección a su
casa.
Pero esa noche durmió poco y mal. Tuvo sueños en los que volvía a
sentir la adrenalina del atraco a la sucursal y aparecía la chica morena del
vestido rojo, llorando desconsolada. De repente, el escenario cambiaba y
otra vez estaba en la iglesia con ella. La guiaba de la mano, caminando
despacio. Con cada paso que daban Emma iba dejando de llorar y para
cuando llegaban al altar, su llanto había cesado totalmente. Entonces ella se
quitaba la venda de los ojos y le miraba sonriendo. Pero en ese momento, la
policía aparecía y comenzaba un tiroteo, que terminó con él ensangrentado
y la mujer muerta.
Capítulo 6

Emma salió de su casa un par días después de lo ocurrido en la entidad


bancaria y se dirigió al mercado municipal para hacer la compra. Le habían
dado la baja durante un tiempo porque, según su médico, había pasado por
una experiencia traumática y necesitaba recuperarse. Aunque ella hubiera
preferido enfrentarse cuanto antes a su miedo a volver al banco y que
hubiera otro atraco, aceptó la baja porque el doctor tenía razón. Debía
descansar y reponer fuerzas. Volver a dormir correctamente por las noches
sin tener que tomar las pastillas que le habían recetado para la ansiedad.
Intentaba que el atraco no modificase su vida de ninguna manera, pero
no podía evitar cerrar los ojos y que los recuerdos volvieran a ella. La
angustia, el miedo… El director en el suelo lleno de sangre…Por suerte, el
hombre no había fallecido, pero las heridas habían sido tan graves que
tardaría mucho tiempo en salir del hospital.
Inhaló profundamente y se dijo que iba a superar todo aquello. Y
cuanto antes lo hiciera mejor.
El móvil, que se había comprado el día anterior, vibró en su bolso. Lo
sacó y vio que tenía un mensaje de su madre preguntándola qué tal todo en
el trabajo. Emma contestó que bien. No quiso decirles la verdad a sus
padres, contarles lo del robo, para no preocuparles. Cuando les comunicó
que había cambiado de móvil porque el otro se le había perdido mientras
corría por la playa una tarde, le dolió en el alma soltar aquella mentira, pero
era lo mejor.
Llegó al mercado y guardó el teléfono en el bolso, sin darse cuenta de
que alguien seguía sus pasos desde que salió de casa.
Aarón la contempló mientras caminaba por la calle, a varios metros de
ella para no delatar su presencia. Aunque si lo hubiera hecho, la joven no le
habría reconocido. Habría pasado por un vecino más que caminaba en su
misma dirección. Pero toda precaución era poca.
Había decidido vigilarla. No sabía por qué, ya que lo mejor hubiera
sido continuar con su vida, ignorando el hecho de que ella vivía cerca y
cualquier día podría encontrársela por la calle. Aunque Emma no le habría
reconocido, como bien había dicho Ximo, porque en el atraco llevaba la
máscara que le cubría el rostro.
Sin embargo, no dejaba de pensar en esa mujer desde el robo a la
sucursal. Bueno, quizá desde antes del atraco.
Su figura deliciosa que el vestido marcaba, sus labios llenos como una
fresa madura tentándole a hincarle el diente, y la suavidad de su cabello
moreno.
Comprendía que Ximo se hubiera sentido atraído por ella, pero la
manera en que su amigo planeaba hacer suya a esa mujer no era la correcta.
Observó su trasero, cubierto por unos pantalones vaqueros, que se
adivinaba prieto bajo la ropa. Llevaba una camiseta verde y, sobre esta, una
chaqueta fina de manga larga oscura. El pelo recogido en una coleta alta
que se mecía al andar, acompasándose al balanceo de sus caderas.
Cuando ella entró en el mercado de abastos, él también lo hizo. La vio
comprar en la carnicería, después en la pescadería y finalmente, Emma se
dirigió a la frutería de su amigo, «El Nano». Para disimular, Aarón pidió la
vez y cuando le tocó el turno, compró unas naranjas. Su amigo, que fue
quién le atendió, le dirigió una mirada en la que le comunicaba que se había
dado cuenta de que la chica que atendía su padre en ese momento era la del
banco. Pero Aarón con un gesto le pidió calma.
Pagó y se alejó del puesto, remoloneando por el pasillo, haciendo
tiempo para que la joven saliera del mercado y continuar con su vigilancia.
Emma caminaba por la calle cargada de bolsas. Después de cruzar un
paso de peatones se detuvo para descansar, dejando las bolsas en el suelo.
Aarón pasó de largo junto a ella, pero a los pocos metros de haberla
rebasado, se giró al oír sus gritos.
—¡No! ¡Mi bolso! ¡Ladrón!
Vio cómo ella forcejeaba con un tipo y cómo éste conseguía por fin
arrebatarle el bolso de las manos. El delincuente echó a correr y Aarón no
lo pensó un segundo. Tiró la bolsa de naranjas al suelo, que salieron de ella
quedando desparramadas por la acera, y se lanzó en pos del ladrón.
Cuando le alcanzó, pocos metros después, le agarró del cuello y le
lanzó contra la pared cercana. El tipo rebotó y cayó al suelo. Aarón se echó
encima de él y comenzó a darle puñetazos en la cara hasta que logró que
soltara el bolso.
—Si te vuelves a acercar a ella, te mataré —siseó con rabia a pocos
centímetros del rostro del delincuente, agarrándolo por el cuello de la
camiseta— ¿Me has entendido?
—Sssíí, Aaaarón —murmuró el tipo, con un labio partido del que
manaba sangre y golpes por todo el rostro— Perdónnname, no sabía
qu..qu..que era tttú chi…ca —añadió con esfuerzo por la paliza que acababa
de recibir.
—No es mi chica —replicó Aarón en voz baja— Pero no vuelvas a
tocarla. Si necesitas dinero para comprarte una dosis, búscate a otra —le
aconsejó al drogadicto.
Éste asintió con la cabeza y Aarón lo soltó de mala gana. Los
transeúntes que habían contemplado la escena continuaron su camino sin
mirar atrás.
Capítulo 7

Aarón se levantó del suelo, donde había estado arrodillado encima del
tipo mientras lo golpeaba, y recogió el bolso de Emma.
Se acercó a ella despacio y se lo devolvió.
—Gracias —le dijo sonriendo.
Él, al ver ese gesto, notó cómo algo en su estómago se contraía y su
corazón se aceleraba.
—De nada.
Aarón se agachó para recoger sus naranjas, preguntándose por qué ella
le había hecho sentir aquello. Era una simple sonrisa de agradecimiento.
Nada más. No debería haber tenido esas sensaciones y, sin embargo…
Emma le observaba acuclillado en el suelo. Los ojos grises de su
salvador le habían impactado. Tenía una mirada clara, preciosa. Deslizó sus
iris oscuros por el fuerte cuerpo de él, cubierto por una camiseta blanca,
sobre la que llevaba una camisa azul de manga larga, y unos vaqueros
negros. El pelo moreno lo tenía muy corto, casi rapado, y una barba de
cinco o seis días le cubría el mentón y parte de las mejillas.
Se fijó en sus manos, grandes y masculinas, y se dio cuenta de que
tenía los nudillos algo despellejados por los golpes que le había dado al
ladrón.
—Te has herido en las manos —Se agachó a su lado y le tomó una de
ellas— Lo siento mucho. Si me dejas te curaré. Es lo mínimo que puedo
hacer después de que me hayas ayudado. Vivo cerca y…
—No es necesario. Gracias —respondió él sonriendo. Sintió la mano
de ella, pequeña y delicada, en la suya y esa sensación le gustó demasiado.
Se sorprendió a sí mismo imaginando que esa mano era su guía y su ancla
en esta vida. Al darse cuenta de esto retiró su mano de entre las de ella con
rapidez. Era mejor no tocar a esa chica, que parecía un ángel bajado del
cielo dispuesto a salvarle de todos sus pecados. Él ya no tenía remedio.
Además, podía corromperla y no quería ensuciar a alguien que parecía puro
e inocente con toda la mierda que había en su vida.
—Por favor —insistió Emma, que comenzó a recoger las naranjas
junto a él.
—No, de verdad que no hace falta.
—Entonces te invito a un café.
El joven sonrió. Era perseverante la chica.
—¿Eso es un sí? —preguntó ella al ver su sonrisa torcida y se demoró
algunos segundos admirando los gruesos labios del hombre. Un cosquilleo
se apoderó de su piel recorriéndola entera.
«Vaya chico más guapo», pensó Emma.
—Eres insistente, ¿eh? —alegó él, levantándose del suelo, ya con
todas las naranjas en la bolsa.
Ella, por toda respuesta, amplió su sonrisa haciendo que el corazón de
Aarón latiera más deprisa.
—De acuerdo —claudicó al final aunque sabía que no debía hacerlo,
pero algo le impulsaba a continuar a su lado— Hay una cafetería en esa
esquina. Vamos.
—¿Cómo te llamas? —indagó Emma caminando a su lado.
—Aarón —Pensó en decirle otro nombre, pero ¿para qué?
—Yo me llamo Emma. Encantada. Te daría la mano, pero llevo las dos
ocupadas —Emitió una risa refrescante, como un helado de limón, que a él
le sonó de maravilla.
—Eso lo arreglamos ahora mismo —Aarón la cogió una de la bolsas—
¿Ves?
Llegaron a la puerta de la cafetería y él la abrió, cediéndole el paso.
Se sentaron a una mesa libre y enseguida el camarero se acercó a
tomarles nota. Tras pedir sus respectivos cafés, el jovencito se retiró.
—¿Siempre eres tan galante? Primero me salvas de un ladrón, después
me abres la puerta del bar…
—Es la manera que tenemos en el barrio de dar la bienvenida a los
forasteros —respondió él, con esa sonrisa torcida que a Emma tanto le
había gustado antes.
—¿Ah, sí? Pues fíjate que yo me crié aquí y no recuerdo nada de eso
—le comentó coqueta.
—¿Eres de aquí? ¿Del Cabañal? —le preguntó haciéndose el
sorprendido.
El camarero llegó con los cafés. Los dejó en la mesa y se marchó.
—Nací aquí, pero cuando tenía nueve años mis padres decidieron que
nos trasladásemos a Madrid. Fue cuando comenzó lo de la ampliación de la
Avenida Blasco Ibáñez para llevarla hasta el mar. Vendimos la casa y nos
mudamos a la capital de España. ¿Y tú? ¿Eres de aquí?
—Sí. Yo también nací aquí y aquí he estado toda mi vida —Le dio un
sorbo a su café y preguntó— ¿Qué te ha hecho volver?
—Echaba de menos vivir junto al mar. Pasear por las calles donde me
crié, recordar en cada esquina los juegos con mis amigas. Además, mis
padres nunca quisieron volver aquí. Las vacaciones siempre las pasábamos
en el pueblo de Zamora del que es mi madre… —Emitió un pequeño
suspiro— Y yo añoraba Valencia. No es fácil olvidar las raíces. Este barrio
tiene algo…que hace que sea imposible…
Aarón se quedó embobado observando el movimiento de sus labios al
hablar. Los pequeños y blancos dientes asomaban cada vez que ella abría la
boca para articular las palabras y su mente recreó una imagen de esa
dentadura perfecta recorriendo su falo, que hizo que se excitara enseguida.
Sacudió la cabeza para alejar aquellos impuros pensamientos y de un
trago se terminó el café. No era aconsejable continuar en su compañía.
Aquella mujer le provocaba sentimientos que había enterrado hacía mucho.
—Deberías ir a casa rápido o se te estropeará la comida que has
comprado —le recomendó interrumpiéndola. Le hizo una señal al camarero
para que les llevase la cuenta.
—¿Cómo sabes que llevo comida en las bolsas? —quiso saber Emma.
—La que me has dado antes olía a pescado y en las otras viene el
nombre de una carnicería del mercado, una frutería… —argumentó
encogiéndose de hombros— Cosas que necesitan estar en la nevera.
—Muy observador. ¡Qué chico más listo! —exclamó ella sonriendo.
El barman llegó con la cuenta. La joven sacó su monedero, pero Aarón
la detuvo.
—Invito yo.
—De eso nada —se negó ella— Encima de que me has salvado de un
ladrón y te has despellejado los nudillos no voy a consentir que…
Se calló al ver cómo él le daba un billete de cinco euros al camarero y
éste se marchaba para regresar a la barra.
— ¿Siempre te sales con la tuya? —le preguntó, ofendida por lo que
acababa de ocurrir.
—Sí.
Se miraron a los ojos unos segundos como si estuvieran retándose en
un duelo a muerte. Emma no pudo resistir mucho más la incitante mirada de
Aarón, que le aceleró el pulso al máximo. Se lamió los labios nerviosa. Los
iris grises de él siguieron el recorrido de su lengua, fascinado por el brillo
de humedad que dejaba en ellos.
El hombre pudo sentir la corriente eléctrica que se creó entre ellos,
vibrando en el aire. Era tan palpable, que casi podía sentirse en la piel,
como si la tocara con los dedos. Se preguntó si ella también lo notaría.
Estaba tan pendiente de cada reacción de aquella hermosa mujer que
tenía en frente, que no reparó en que el chico que atendía el bar había
regresado a la mesa para dejar un platillo con las vueltas en él.
—Bueno…entonces… ¿Nos vamos? —dudó ella.
Aarón salió del sueño en el que se había metido.
—Sí, es lo mejor.
Se levantaron al mismo tiempo y él la ayudó de nuevo a cargar con una
de las bolsas.
Permanecieron en silencio varios minutos, caminando uno al lado del
otro por la calle, hasta que Emma habló de nuevo.
— ¿Sabes? Llevo tres semanas en la ciudad y ya me han atracado dos
veces. Bueno, en realidad, una porque la otra la has frustrado tú.
Al oírla, el joven se tensó, pero continuó caminando junto a ella.
— ¿En serio? —cuestionó él haciéndose el sorprendido— ¿También
intentaron quitarte el bolso la otra vez?
— ¡Huy, no! Aquella vez fue mucho peor. Verás —se dispuso a
contarle—, trabajo en una sucursal bancaria y hace un par de días…
Le relató cómo había sido el robo, su secuestro y su liberación.
—Vaya, lamento que hayas pasado por una situación así. Gracias a
Dios que no te hicieron nada los atracadores.
—La verdad es que hubo uno que me defendió de su compañero, que
quería abusar de mí. Pero por suerte lo convenció para que no me lastimase.
Fue el que me liberó en la iglesia.
—¿La policía te ha interrogado? —indagó él, aunque sospechaba que
sí.
—Sí, sí, pero no he podido contarle gran cosa al inspector que me
tomó declaración. Los tipos iban disfrazados de Freddy Krueger, así que no
he podido dar ninguna descripción física de ellos. Lo único que pude decirle
fue que uno tenía una cicatriz bastante grande en el cuello que le cruzaba la
nuca.
A Aarón se le cortó la respiración al escucharla.
«¡Mierda! Es la cicatriz de Ximo.», pensó notando cómo la sangre
abandonaba sus venas.
— ¿Y sabes sí ese tipo está fichado? ¿La poli sabe quién es? —la
interrogó, tragando el nudo que tenía en la garganta y obligándose a respirar
con tranquilidad.
—No tengo ni idea. Me dijo el inspector que buscarán en su base de
datos a alguien con esas características. Si el hombre está fichado será fácil
localizarlo una vez que yo le haya identificado. Y si no está fichado, pues…
no sé…
— ¿Y el director del banco? ¿Le…mataron? —quiso saber rezando
porque la respuesta fuera negativa.
Si los cogían no era lo mismo enfrentarse a una condena por atraco a
un banco, en el caso de su banda a varios, que por homicidio. Si al robo se
le sumaba una muerte, su amigo Ximo pasaría muchos años en la cárcel y a
ellos les acusarían de cómplices.
—No. Lo dejaron muy mal herido y pasará una temporada ingresado
en el hospital, pero gracias a Dios, se recuperará.
—Pobre hombre. Espero que sane rápido —le dijo Aarón visiblemente
aliviado.
Llegaron al portal de Emma y ella se detuvo. Lo miró, deseando
invitarle a subir a su casa y continuar hablando con él, pero no era lo
correcto. Acababa de conocerlo y por muy simpático que hubiera sido con
ella, además de comportarse como un héroe al perseguir y dar caza al
ladrón que se llevaba su bolso, no debía hacerlo.
Quizá dentro de un tiempo cuando se conocieran un poco más…
—Estoy pensando —comenzó a hablar— que como no me has dejado
pagar el café a mí, y eso que era mi obligación después de haberme
ayudado, podíamos quedar otro día y te invito —Levantó un dedo y le
señaló— Y no acepto un no por respuesta. Tienes que dejarme que te
agradezca lo que has hecho por mí hoy. De lo contrario, no podré dormir
tranquila por las noches —declaró poniendo un mohín infantil que a Aarón
se le antojó de lo más tierno.
Eso le hizo sonreír y, asintiendo con un gesto de cabeza, aceptó.
—Dime tu número y te hago una llamada perdida para que te quede
reflejado el mío, así podremos quedar.
Capítulo 8

—¿Ya vienes a por tu parte? —le preguntó «El Yayo» a Aarón cuando
le vio entrar en la fontanería, a esas horas de la tarde sin clientela.
Él asintió con un ligero movimiento de cabeza. Rodeó el mostrador y
se metió en la trastienda seguido por el dueño del negocio.
—Me han dicho «El Nano» y Jordi que tuvisteis problemas.
—Ximo se llevó a la cajera del banco. Quería… —El joven apretó los
dientes con rabia al recordar lo que su amigo pensaba hacerle a Emma. Le
hervía la sangre cada vez que volvía a su mente aquello.
—Sí, ya me han dicho lo que quería hacer mi hijo con la chica.
—Pero al final conseguí que la dejase libre y…
—Si no fuera por ti —lo cortó el hombre poniéndole una mano en el
hombro— todo se habría ido a la mierda. Lo sé, Aarón —suspiró con
cansancio— Mira que le he dicho veces a Ximo que se vaya de putas, pero
es terco. Dice que prefiere acostarse con las tías sin pagar.
—Una cosa es acostarse con una tía y otra muy distinta es violarla.
«El Yayo» asintió a las palabras de Aarón.
—Ojalá mi hijo fueras tú en lugar de él —le confesó el fontanero.
—Me has criado desde que tengo once años. Para mí eres como un
padre y Ximo es como mi hermano.
El hombre le dio unos golpecitos en los hombros, donde tenía las
manos apoyadas, agradeciéndole a Aarón su estima.
—Yayo, si Ximo te oye decir esas cosas, comparándonos a los dos…
—le replicó.
—Tranquilo, hijo. Nunca sabrá que tú eres mi preferido aunque no
lleves mi sangre. Vamos a por lo tuyo.

***

—Hoy no te he visto en todo el día —le comentó Ximo a Aarón cuando


le vio aparecer por la casa que compartían.
—¿Qué pasa? ¿Ahora me controlas? ¿Eres mi madre o qué? —le soltó
de mala gana el aludido.
Pasó por su lado sin mirarle y subió las escaleras hacia su habitación.
—¿Todavía estás enfadado por lo que pasó en el banco? —quiso saber
su amigo, siguiéndole.
—Estuviste a punto de joderlo todo, che.
—Lo siento, colega. La tía estaba muy buena y…
—Y tú sólo piensas con el polla.
Llegaron al cuarto de Aarón y en la puerta, éste se volvió para encarar
a su amigo.
—¿Quieres sumar al cargo por atraco, los de violación y homicidio?
—¡No! ¡Claro que no! Pero es que esa chica me ponía mucho. Sus ojos
asustados, verla tan vulnerable, sometida a mí y… Espera, ¿has dicho
homicidio? ¿Me he cargado al director?
Un instinto asesino se apoderó de Aarón al escucharle hablar en esos
términos de Emma, pero logró controlarse y no estrangular a su amigo hasta
la muerte.
—Por suerte no. Está en el hospital recuperándose de las lesiones que
le causaste —le informó Aarón, adentrándose en su habitación con la
mochila donde traía su parte del botín.
—¿Estás seguro?
—Sí, estoy seguro, idiota.
El ladrón respiró profundamente aliviado.
—¿Y tú cómo sabes eso? ¿Cómo te has enterado? —lo interrogó su
amigo.
—Tengo mis contactos —le respondió enigmático. Ni por todo el oro
del mundo le diría quién había sido su fuente.
— ¿Alguna enfermera buenorra del hospital? —Ximo sonrió
ilusionado— Me la tienes que presentar. Hace tiempo que no follo…
—Pues vete de putas —le soltó Aarón hastiado— Y ahora sal de mi
cuarto, tengo cosas que hacer.
—Otro como mi padre. «Vete de putas, vete de putas» —replicó
imitando la voz de «El Yayo».
—Cierra la puerta al salir —le pidió Aarón mientras observaba,
sentado en la cama, cómo su amigo abandonaba la habitación.
Capítulo 9

Aarón sabía que no debía tener contacto con Emma. Era peligroso para
él, para toda la banda. Si ella llegaba a descubrir quién estaba detrás del
atraco a la entidad bancaria en la que trabajaba…
Pero no pudo resistirse y le dijo que sí cuando ella se lo propuso la
última vez que la vio.
Se encontraba muy a gusto en su compañía. Hacía mucho tiempo que
no se sentía tan necesitado de la dulzura de una mujer y tan atraído
sexualmente.
Habían pasado cinco días y en todo ese tiempo no se la había quitado
de la cabeza ni un maldito segundo. Cada vez que cerraba los ojos
recordaba la suavidad de su mano cuando le tocó y deseaba que deslizara
esos dedos de seda por otras partes de su cuerpo.
La mirada oscura de la joven lo traspasaba como si pudiera ver dentro
de él. Cosa que no le gustaba nada porque lo que ella encontraría, la haría
salir huyendo.
Ella era una buena chica. Él era un atracador de bancos. Aquello no
podía funcionar. Estaba destinado al fracaso. Y sin embargo…
No podía evitarlo.
Y allí se encontraba otra vez, frente a su portal, esperando a que Emma
bajase a la calle para verla.
En cuanto cruzó la puerta acristalada y la vio su corazón se aceleró de
tal manera que creyó que le daría un infarto.
Estaba preciosa con un vestido blanco, salpicado de hibiscos rojos, que
marcaba su deliciosa figura. En la mano llevaba una chaqueta roja de punto
y en los pies unas bailarinas del mismo color que las flores del vestido. Se
había dejado el pelo suelto, enmarcándole el rostro, y el flequillo que tenía
lo llevaba hacia un lado, sujeto con una horquilla para que no se le metiera
en los ojos.
Por un momento se quedó hipnotizado admirándola. Luego recorrió
con sus ojos esa magnífica figura, preguntándose cómo sería su cuerpo sin
todo lo que lo cubría. Rezando por tener la oportunidad de desenvolverla
igual que si ella fuera un regalo.
Emma le sonrió algo tímida debido a la mirada de deseo que él le
dirigía y que hizo que se ruborizara como si fuera una adolescente. Notó el
recorrido de sus iris abrasándole la piel, como dos lenguas de fuego.
Él estaba impresionante con un pantalón vaquero negro, una camisa
también oscura con los tres primeros botones desabrochados y las mangas
con un par de vueltas, dejando ver sus fuertes antebrazos. Las manos, las
llevaba metidas en los bolsillos del pantalón. Se encontraba apoyado en un
coche en una actitud descuidada que le daba un aire muy atractivo.
Cuando la vio una sonrisa se extendió por su cara y la joven sintió
como todas sus neuronas se alteraban revolucionadas.
¿Ese chico tan guapo era para ella? Debía haber sido muy buena en
otra vida porque si no, no se lo explicaba.
Aarón se levantó del coche donde estaba apoyado y caminó hacia ella
con lentitud. A Emma le recordó a un felino, elegante y sensual. Su corazón
se saltó un latido al ver el provocativo acercamiento.
—Estás muy guapa. —la piropeó.
—Gracias. Tú también —La chica se sonrojó aún más y bajó la mirada
con vergüenza.
A Aarón aquello le gustó todavía más. Esa mezcla de dulzura, ternura
y timidez le encandilaba de una manera enloquecedora. Pero no quería
hacerla sufrir más, así que se dijo que debería dejar de mirarla como si ella
fuera algo comestible. Quería que saliera a relucir la chica chispeante y
divertida del día del mercado.
—¿Vamos? —le preguntó agarrándola de la mano para comenzar a
caminar. Ya no aguantaba más sin tocarla.
Anduvieron hasta la esquina de la calle, donde él tenía aparcado su
coche.
Durante el trayecto hasta la Ciudad de las Artes y las Ciencias, Emma
le preguntó a Aarón sobre su trabajo. Éste le contó que era empleado de la
fábrica de automóviles Ford y cual era en concreto su labor allí. Después
fue el turno de ella para explicarle su función en el banco.
—No entiendo cómo no tenéis arco de seguridad en la oficina bancaria
—le comentó él mientras maniobraba para aparcar el coche— De haber
habido uno, estoy seguro de que no os habrían atracado.
—Pues sí, tienes razón —admitió ella— Debe ser de las pocas
sucursales en Valencia que no tiene uno, por no decir que a lo mejor es la
única.
—Hay alguna más —se le escapó a él y al instante se reprendió. Debía
tener más cuidado en sus conversaciones sobre ese tema con ella— ¿La
policía sigue investigando?
La chica se encogió de hombros.
—Sí.
—¿Y se han vuelto a poner en contacto contigo?
—Sí. Esta mañana he estado en Comisaría otra vez. He visto fotos de
las cicatrices de varias personas, pero tengo que ir a una rueda de
reconocimiento porque a mí por las fotos me parecían todas iguales.
Aarón sabía que coincidiría una. La de Ximo.
«Mierda, mierda, mierda», maldijo mientras terminaba de aparcar el
coche.
Se bajó con rapidez para ir a abrirle la puerta a ella, al tiempo que
ponía una sonrisa en su cara para que la mujer no viera que «algo» le había
afectado, haciéndole cambiar su humor.
—Gracias, caballero —sonrió Emma.
Él hizo una reverencia y ella soltó una carcajada, que fue como música
celestial para los oídos de Aarón. Consiguió relajarle al instante.
—Bueno, ya estamos aquí, señorita. ¿A qué parte quieres ir? —le
preguntó él, abarcando con una mano los edificios de aspecto futurista.
—Primero me apetece dar un paseo para verlo todo y luego he pensado
que podíamos sentarnos a tomar algo en la cafetería del Museo. ¿O
prefieres ir al restaurante submarino de L’Oceanográfic?
—Te advierto que con una cerveza o un café en cualquier bar del
barrio me habría bastado. No hace falta que tires la casa por la ventana para
agradecerme que te salvara de aquel ladrón —le contestó Aarón
impresionado.
A pesar de que él llevaba en Valencia toda su vida nunca le había
interesado visitar aquella zona de la ciudad.
Emma se rio de nuevo y enlazó su brazo con el de él.
—¡Anda, vamos!
Pasearon por los edificios admirándolos en aquel atardecer primaveral
mientras charlaban animadamente.
— ¿Nos sentamos aquí? —dudó Emma al llegar a la terraza de la
cafetería del Museo.
Aarón dio su visto bueno y llamaron con una señal al camarero para
que les atendiera.
Una vez que hubieron pedido sus consumiciones, continuaron
hablando.
—Así que tus amigas del Cabañal ya están todas con niños —le
comentó Aarón, haciendo alusión a lo que ella le había contado poco antes
mientras paseaban.
—Las que he podido ver, sí. Otras se marcharon del barrio, según me
han contado, y no han vuelto por aquí.
—¿Quiénes son? A lo mejor conozco a alguna.
Emma le dijo varios nombres y le explicó de quienes eran hijas. Aarón
conocía a algunas de ellas. A otras no. Pero cuando ella mencionó a Marina,
la hija del fontanero, él se puso en tensión. Un escalofrío le recorrió toda la
columna vertebral haciendo que su cuerpo se enfriase.
—A Marina también la conozco. Es mejor que no te acerques a ella.
Ha cambiado mucho en los últimos años —le aconsejó él.
—¿Qué quieres decir?
El camarero regresó con una cerveza para Aarón y un refresco para
Emma. Lo dejó todo en la mesa y se marchó.
—Digamos que ya no es buena compañía.
—¿Por qué? —quiso saber Emma inquisitiva.
Aarón se revolvió incómodo en la silla.
—Marina está…enganchada…—Se acercó más a ella por encima de la
mesa hasta susurrarle en el oído—…a la cocaína.
—¡Dios mío! —exclamó horrorizada. Se echó para atrás,
distanciándose del chico y le miró a los ojos— ¡Pobrecilla! ¿Y su familia
no trata de ayudarla? No sé, deberían llevarla a un centro de desintoxicación
o algo así.
—No vive con ellos. Vive en una casa, sola con su hija pequeña…
— ¿Tiene una niña pequeña? —lo interrogó anonadada— ¡Pero
entonces hay que ayudarla lo antes posible!
—Marina no quiere salir de esa mierda en la que se ha metido —le
contó con voz dura— Su familia ya ha intentado ayudarla, pero es un caso
perdido. No quiere dejarlo.
—Pero su hija…
—Ni siquiera por ella.
Emma se llevó las manos a la boca, tapándosela.
—No puede ser —murmuró entre sus dedos.
Se quedaron unos minutos en silencio hasta que la mujer habló de
nuevo.
—Tengo que hablar con ella. Si la hago entrar en razón y darse cuenta
del futuro negro que le está pintando a su hija y para ella misma quizá…
—Emma, no. Marina lleva la vida que quiere. Cuando no está
colocada se da cuenta de su situación y aun así continúa metiéndose esa
mierda —le repitió rezando para que dejase el tema— No hay nada que
puedas hacer.
—¿Pretendes que me quede de brazos cruzados mientras una amiga de
la infancia tira por la borda su vida y la de su hija? —cuestionó ella
indignada.
—Una amiga a la que hace veinte años que no ves, de la que no has
sabido nada en todo ese tiempo.
—Aun así. Es mi amiga y quiero ayudarla —afirmó cabezona.
—Emma, esto es el Cabañal. Las cosas no funcionan así.
—¿Y cómo funcionan? ¿Me lo puedes decir? —quiso saber ella
cruzándose de brazos enfadada.
Aarón soltó un suspiro desesperado porque una maravillosa tarde se
estaba yendo al traste por culpa de ese tema.
—Por favor, no te enfades —le pidió a Emma con dulzura, deslizando
una mano por uno de sus brazos, sintiendo toda su suavidad de su piel de
porcelana.
—¿Te importa que nos vayamos ya a casa?
Capítulo 10

El trayecto de vuelta lo hicieron en silencio.


Emma no dejaba de preguntarse por qué Aarón se había negado a que
ella ayudase a una amiga de la infancia a salir del agujero en el que estaba
metida. ¿Qué narices le importaba a él lo que ella hiciera con sus amigas?
El joven rezaba para que no indagase más en el asunto de Marina y,
sobre todo, para que no se acercase ni a ella ni a Ximo o todo se
descubriría.
Le gustaba mucho esa chica, era como una corriente de aire fresco y
nuevo para él, para su vida. No quería que las cosas entre ellos se
estropearan.
No sabía cómo había sido la vida de Emma en Madrid, aunque intuía
que bastante buena, a juzgar por los resultados. Ella le había contado que su
padre consiguió empleo en una empresa de seguros y su madre en los
servicios de limpieza de un polideportivo. Su hermana y ella habían ido a la
universidad.
«Igualita que la mía, que soy hijo de una drogadicta y un asesino, y
dejé los estudios a los dieciséis», pensaba Aarón con sarcasmo mientras
maniobraba para aparcar el coche frente al portal de la joven.
«Ella no tiene nada que ver conmigo, con mi mundo. Debería alejarla
de mí. No soy bueno para Emma. Se merece a alguien mejor que yo; no a
un atracador de bancos. Pero no puedo. No sé qué me pasa con esta chica
que no puedo mantenerme apartado de ella.»
—Escucha, Emma, lamento haberte estropeado la tarde. Siento que
hayamos discutido —se disculpó cuando ella se bajó del coche mientras la
acompañaba hasta el portal.
—Es que no entiendo qué hay de malo en ayudar a una amiga a salir
del pozo en el que ha caído —replicó.
—No hay nada de malo. Pero es que Marina ya no es la niña dulce y
tímida que conociste en tu infancia. Ha cambiado y es mejor que no te
acerques a ella —le explicó— Se relaciona con mala gente y no quiero que
a ti te pase algo por frecuentar su compañía —argumentó cogiéndola de
ambas manos y clavando sus iris grises en los oscuros de ella.
La mujer se dio cuenta de lo mucho que ese chico se preocupaba por
ella y sintió una punzada de ternura en su corazón.
—¿Tienes miedo de que me ocurra algo malo? —preguntó para
cerciorarse de que no eran imaginaciones suyas.
—Sí. Por eso insisto en que no deberías ayudarla. No servirá de nada y
es lo mejor para ti. Por favor, prométeme que no tendrás contacto con
Marina —le pidió él.
Emma pareció pensarlo con detenimiento. Pasados unos segundos que
a Aarón se le hicieron eternos, claudicó.
—Está bien. Seré buena y no me acercaré a Marina.
El hombre suspiró aliviado.
—¿Qué haces mañana por la tarde? —quiso saber él cambiando de
tema— Podíamos ir a la playa. Aunque todavía no hace calor para bañarse
podemos dar un paseo por la orilla, mojarnos los pies, no sé —se encogió
de hombros dudando—, ¿qué te parece?
—¿Me estás pidiendo una cita? —le respondió ella melosa,
sonriéndole coquetamente.
Él dio los dos pasos que los separaban y dejó sus manos libres para
tomarla de la cintura.
—Yo creo que de eso ya hemos tenido, ¿no? ¿O cómo llamarías tú a lo
de esta tarde?
—Es verdad. Entonces, ¿tanto te ha gustado esta cita que quieres
repetir?
Ella se mordió el labio inferior nerviosa mientras esperaba la respuesta
de Aarón.
A él le dieron ganas de mordérselo también para comprobar a qué
sabía su boca.
Las manos, que mantenía en la cintura de ella, comenzaron un lento
ascenso por su espalda.
Emma posó las suyas sobre el torso de él comprobando la dureza de
sus músculos y cómo se contraían bajo su contacto.
—Sí —le contestó inclinándose sobre sus labios— Quiero repetir
contigo todas las veces que haga falta.
Le rozó la boca delicadamente como pidiéndole permiso para besarla.
Emma entreabrió los labios y con la punta de la lengua le dio un toque
en los suyos.
El joven sintió cómo esa lengua femenina, húmeda y suave, le tentaba.
No lo pensó más y atrapó la boca con la suya. Se enredaron en un duelo
apasionado. Si había pensado que ella besaría de forma delicada se
equivocó por completo. La chica besaba con hambre, de una manera
combativa y sensual. Se apretó contra el fuerte torso de Aarón como si
quisiera meterse en su interior y le agarró de la nuca para profundizar el
beso.
Él soltó un primitivo gruñido al sentir el ansia con que ella le besaba y
cómo sus pechos chocaron contra su torso. Cómo ese cuerpo flexible y
dulce se ceñía a al suyo como si estuviera hecha a su medida, diseñada para
encajar a la perfección con él.
Dispuesto a saciarla, a colmar el hambre que parecía que Emma tenía,
se deleitó con el sabor de su boca mientras la adrenalina le vibraba en cada
poro de la piel.
Ella murmuró algo, entre beso y beso, pero quedó amortiguado por la
mágica boca de Aarón, quien se entregaba a la pasión que los envolvía
como si no existiese el mañana.
La mujer lo empujó ligeramente, rompiendo el beso y haciendo que él
gruñera molesto como un niño cuando le quitan su caramelo preferido.
—¿Quieres subir a mi casa? —murmuró ella, notando la erección
presionando contra su vientre.
La mirada de deseo de Emma le atravesó la piel, haciendo que la
sangre de sus venas se espesara.
Le estaba poniendo en bandeja de plata pasar la noche con ella y,
aunque una lujuriosa sensación de hambre sexual se estaba apoderando de
él a pasos agigantados, se dijo que a Emma no debería tratarla como a
cualquier otra mujer. Con ella tenía que ir despacio, sin apresurarse, como si
dispusiera de todo el tiempo del mundo, porque esa chica valía más que mil
mujeres juntas.
No quería meter la pata por las prisas y que todo se arruinara. Con ella
no.
—No. Lo siento, pero no —se obligó a decir.
La mirada herida que ella le dirigió le dolió tanto como si le hubieran
clavado un puñal.
—Hey, mi preciosa niña, no te estoy rechazando —susurró cogiéndola
por el mentón cuando ella bajó el rostro. La retuvo contra su cuerpo con la
otra mano en la parte baja de su espalda, al ver que se alejaba— Sólo que
esta noche no. Es nuestra primera cita y…
—No me digas que eres un caballero y no te acuestas con tus ligues la
primera noche —soltó ella enfurruñada— ¡Por el amor de Dios! Tienes
treinta y un años, yo veintinueve. ¿Qué hay de malo? ¿Por qué no?
Aarón sonrió al ver su ceño fruncido. Se le antojó un gesto de lo más
adorable.
—Me falta mucho para ser un caballero. O mejor dicho, me falta todo
para serlo. Pero contigo quiero hacer las cosas bien. Si fueras una mujer
distinta ya estaríamos en tu cama follando como salvajes. Pero tú te
mereces algo mejor que un simple polvo —le dijo, pensando que jamás en
la vida hubiera creído que esas palabras saldrían de su boca.
Emma entrecerró los ojos y ladeó la cabeza estudiándole.
—¿Esto es algún truco de seducción? Porque si tratas de hacerte el
interesante conmigo para que te desee más todavía ya puedes dejarlo. Me
muero por tenerte en mi cama y que me hagas gritar hasta que las paredes
tiemblen y los vecinos sepan tu nombre.
Aarón rio ante este comentario. Nada le apetecería más que hacer lo
que Emma le proponía. Pero, de repente, sintió que se le hacía un nudo en
el estómago y le asaltaba una sensación de anhelo. Quería ser digno de ella.
Esa chica se merecía algo bueno, mejor que lo que él tenía para darle.
Una idea prendió en su mente. Si él pudiera cambiar su vida… Si
pudiera ser el chico que a ella le convenía…
—No es ningún truco, preciosa. Ya te lo he dicho. No quiero tratarte
como a las demás. Tú te mereces a alguien especial, que te trate como la
reina que eres.
—No sé si estoy de acuerdo contigo sobre eso ahora mismo… —
murmuró todavía enfurruñada.
Con todo el dolor de su corazón y su cuerpo, Aarón se distanció de
ella, rompiendo el abrazo.
—No te preocupes. Ya tendremos tiempo —La cogió de una mano y se
la llevó a los labios para darla un beso en el dorso— Más adelante.
— ¿Y no podrías empezar a ser un caballero a partir de mañana? —le
preguntó Emma, negándose a soltarle.
Aarón se rio.
— ¿Tú sabes lo que me está costando decirte que no en estos
momentos? No me lo pongas más difícil, por favor.
—Pues yo creo que te cuesta bien poco. De lo contrario, ya estaríamos
subiendo las escaleras como dos galgos.
Él dio un paso atrás para distanciarse más de esa tentadora mujer.
—Mañana te recogeré a las seis y media.
Se dio la vuelta, alejándose de ella, sin darla un beso de despedida
porque si lo hacía se quedaría pegado a sus labios y nada ni nadie podría
separarles.
Capítulo 11

—Hemos quedado a las seis con Jordi y «El Nano» para tomar unas
cañas —le dijo Ximo a Aarón al día siguiente, cuando éste llegó de trabajar
de la fábrica.
—¿Cómo que hemos quedado? ¿Desde cuándo tú dispones de mi
tiempo como si fuera el tuyo? —le preguntó Aarón molesto con su amigo.
El delincuente se quedó sorprendido al principio. Luego reaccionó.
—Hoy es viernes y los viernes siempre salimos con ellos.
—Pues yo ya tengo planes, así que no contéis conmigo —le informó
Aarón.
Su compañero, que había permanecido todo el rato en la puerta de su
habitación viendo cómo Aarón se cambiaba de ropa, se acercó a él.
— ¿Y qué planes son esos? ¿Incluyen a alguna xiqueta? ¡No habrás
quedado con mi hermana sin decírmelo!
—Con quien yo salga o no, no es asunto tuyo.
Aarón se puso una camisa negra sobre la camiseta gris que llevaba,
dejándosela abierta, y comenzó a recogerse las mangas con un par de
vueltas.
—¿Te has pensado mejor lo de volver con Marina? —indagó Ximo.
—No volvería con tu hermana ni aunque fuera la única mujer en el
mundo y la especie humana corriera peligro de extinguirse.
—¡Che! Que es mi hermana, no hables así de ella —se quejó su amigo.
—Tú dices cosas peores.
—Pero todas son verdad.
Aarón terminó de acicalarse y se miró en el espejo para comprobar el
resultado. Cuando se dio el visto bueno a sí mismo, cogió un frasco de
colonia y se puso un poco. Esperaba que ese olor le agradase a Emma. De
pronto recordó la conversación con ella sobre ayudar a Marina con su
drogadicción.
—¿Por qué no intentáis otra vez que lo deje? —indagó refiriéndose a
la adicción de Marina a la coca. La familia de su amigo ya había tirado la
toalla con ese tema.
—Sabes que lo hemos hecho muchas veces. Claro que si tú volvieses
con ella, todo sería distinto.
Aarón meneó la cabeza, negando.
—Ximo te he dicho millones de veces que no voy a volver con ella.
Me puso los cuernos.
—Tuvo que tirarse a su camello porque tú no le querías dar dinero para
coca —lo acusó su compañero.
— ¡Estaba intentando que dejase esa mierda! ¿Cómo le iba a dar
dinero para que siguiera metiéndosela? —le gritó enfadado. Cerró los ojos
un momento para serenarse y cuando estuvo más calmado, los abrió de
nuevo para enfrentar la mirada de su amigo— Ximo, tú hermana no levanta
cabeza desde que murió tú madre hace siete años. Yo he intentado ayudarla,
todos lo hemos intentando, pero no ha dado resultado. Y ya me he cansado.
Quiero pasar página.
—¿Y vas a pasar página usando a otra zorrita?
Al oírle, Aarón volvió a molestarse. La rabia por el apelativo que había
usado para referirse a Emma inundó sus venas y le quemó como si fuera
ácido.
—No vuelvas a hablar así de ella —siseó entre dientes agarrando por
el cuello al otro para estamparle en la pared.
Le tuvo así unos segundos mientras su amigo intentaba soltarse sin
éxito, hasta que vio cómo comenzaba a faltarle el aire y entonces le dejó
libre.
El delincuente se dobló por la mitad, con las manos sobre sus rodillas
y los pulmones reclamando con ansia el oxígeno que le había faltado.
—Tiene…que…ser…muy buena en…la cama para que… —comenzó
a decir entre toses, pero Aarón le cortó.
—Para hablar de ella primero te limpias la boca —masculló
agachándose para quedar a la altura de su amigo— O mejor aún, no hables
de ella. Ni siquiera pienses en ella porque si lo haces lo lamentarás.
Aarón salió de su cuarto y de la casa enfadado. Tenía ganas de darle
una paliza a Ximo, de abrirle la cabeza y dejarle medio muerto. Pero no lo
haría. Él era su hermano. Se habían criado juntos. Le debía mucho a su
familia.
Gracias a Dios que había logrado controlarse. Lo malo era que ahora
estaba de un humor de perros y no quería ir así a ver a Emma.
Se dirigió al bar de siempre a tomarse una caña y ver si de esta manera
se calmaba.
Cuando entró, se acercó a la barra y le pidió una al camarero. Según el
sabor amargo iba descendiendo por su garganta el enfado menguaba.
Pero no tuvo la suerte que esperaba pues Marina se acercó a él cuando
todavía no llevaba ni la mitad de la cerveza.
—Hola, guapo. ¿Me invitas a una?
— ¿Dónde está Claudia? —le soltó Aarón, distanciándose de ella. No
quería sentir el cuerpo de su ex junto al suyo, restregándose como lo estaba
haciendo igual que si fuera una gata en celo.
—La he dejado con una vecina. ¿Quieres que pasemos un rato
divertido?
El joven la miró de arriba a abajo, con una mezcla de asco y
compasión.
—El rato divertido deberías pasarlo con tu hija. ¿Cuánto hace que no
la llevas al parque?
—Claudia va al parque todos los días —replicó Marina acercándose
otra vez a él y frotando sus pechos contra el brazo de Aarón.
—Pero no eres tú quien la lleva.
De nuevo se distanció de ella. Dio un trago a su caña y la dejó sobre la
barra.
—Esa niña me absorbe el tiempo y yo necesito mi espacio —se quejó
Marina.
—¿Qué necesitas tu espacio? —se rio con sarcasmo— ¿Para qué?
¿Para meterte una raya tras otra? —Se levantó del taburete para irse—
¿Cuánto hace que no te miras al espejo? Das pena —le dijo, recorriendo el
cuerpo de Marina de arriba abajo.
Ese día vestía unos shorts desteñidos y una camiseta de tirantes que
evidenciaba la falta de sujetador en sus pechos.
Aarón pensó si no tendría frio, ya que aún estaban a mitad de mayo y
la temperatura no era calurosa para ir así vestida. Pero se recordó que
Marina hacía tiempo que había dejado de sentir, excepto cuando necesitaba
su dosis. Entonces corría a buscarla y hacía lo que hiciera falta para que se
la dieran.
—¿Qué yo doy pena? —La joven se encaró con él gritándole sin
importarle que los clientes del bar contemplasen el espectáculo que estaba
dando— ¡Tú sí que das pena! ¡Tú, con esa pinta de cornudo! —comenzó a
reírse de él— ¡No vales nada! ¡Cualquiera de los que hay aquí es mucho
mejor que tú!
El joven la cogió de la cara y le obligó a levantar el rostro hacia él.
Comprobó por los restos blancos en los orificios de su nariz que ella estaba
colocada.
—Ya te has metido esa mierda otra vez —masculló con rabia
contenida.
—Y lo haré todas las veces que me dé la gana —escupió ella con la
misma furia.
Marina se deshizo de su agarre.
—Ya sé que no te vas a rebajar a estar con una colgada como yo, pero
hay otros que no tienen tantos reparos.
La chica se volvió hacia el resto de clientes del bar y los contempló
unos segundos.
—Follaré con quien me invite a un par de cañas —soltó con toda la
tranquilidad del mundo.
Un hombre entrado en años y en carnes se levantó de la mesa donde
estaba y se acercó a ella.
—Yo te invito, bonica —dijo mientras recorría el cuerpo de Marina
con una mirada lasciva.
Aarón sacudió la cabeza. Marina jamás saldría de aquello.
Capítulo 12

Emma oyó el timbre y su corazón se aceleró. Miró el reloj. Las seis y


media. Aarón llegaba puntual.
—Bajo en dos minutos —contestó al telefonillo.
Se miró al espejo, repasando su atuendo: Un pantalón verde hierba que
se ceñía a sus caderas y sus piernas como si fuera una segunda piel, y una
camisa de manga francesa blanca con mariposas de muchos colores. El pelo
lo llevaba recogido en un moño desenfadado. En los pies, unas manoletinas
claras. Agarró el bolso, que se colgó al hombro, y salió de la casa echando
la llave.
Cuando bajó al portal y se encontró con Aarón al salir la respiración se
le alteró. Tuvo que tragar saliva, pues la boca se le había resecado, al ver la
mirada de deseo con la que la recibió.
Aarón se acercó a ella en un par de zancadas, la cogió de la cintura y la
dio un pequeño beso en los labios, dejándola con ganas de más.
—Hola, bonita mía.
Emma tardó unos segundos en contestar. El roce de los labios
masculinos le había robado la capacidad de pensar con coherencia.
—Hola —suspiró ella.
Él esbozó esa sonrisa torcida que tanto le gustaba y la agarró de una
mano. Comenzaron a caminar por las calles del barrio en dirección a la
playa.
— ¿Qué has hecho hoy? —quiso saber Aarón mientras admiraba su
belleza.
El pantalón que ella llevaba, marcaba sus curvas tan deliciosamente
que la boca se le estaba haciendo agua y un único pensamiento surcaba su
mente. Hacerla el amor. Pero se obligó a apartarlo y centrarse en cosas que
también eran importantes.
—Pues a primera hora fui al hospital para ver a mi jefe.
El chico se tensó al escucharla.
—Se va recuperando, pero muy despacio. Creo que el lunes le quitarán
los puntos de la cabeza. Tiene una buena brecha el pobrecillo —le contó
Emma mientras caminaba sintiendo la mano de Aarón, grande y fuerte, en
contacto con la suya más pequeña y delicada. Le encantaba la sensación que
le producía el roce de su piel. Era un hormigueo que le recorría todo el
brazo, bajaba por su pecho y se alojaba en el centro de su sexo— Y después
me he acercado a la Casa del Libro de Ruzafa. He comprado un par de
novelas porque las que me traje de Madrid ya las he terminado.
Llegaron a la playa y se sentaron en el pequeño muro de piedra para
descalzarse.
—¿Y tú? —le preguntó Emma, cogiendo sus manoletinas con una
mano.
—Pues yo en el trabajo más de lo mismo. Nada especial.
Aarón se levantó con sus zapatillas en la mano y con la otra agarró la
que la joven tenía libre para seguir paseando por la arena.
—Y las novelas que has comprado, ¿de qué son? —quiso saber él.
—Una de ellas es de suspense romántico y la otra es…—Bajó la voz y
se acercó a él para susurrarle—…una novela erótica.
Aarón la miró sonriendo.
—¿Por qué bajas la voz para decirme de qué es la otra novela?
—Para no escandalizar a los oídos indiscretos que puedan estar
escuchando nuestra conversación —murmuró ella, mirando alrededor para
comprobar que las pocas personas que había en la playa no les oían.
El chico también miró en torno a ellos y su sonrisa se amplió.
—No hay nadie tan cerca como para escuchar lo que hablamos —le
dijo a Emma.
Ella se encogió de hombros.
—Bueno, entonces piensa que lo he hecho para no escandalizarte a ti
—le comentó coqueta.
Él tiró de su mano para acercarla más a su cuerpo y con la otra, la
agarró por la cintura.
—A estas alturas de mi vida es difícil que me asombre de algo tan
simple como que una chica lea una novela porno.
—No es una novela porno —saltó indignada— Es una novela erótica.
Hay una gran diferencia. En ese tipo de literatura no todo vale.
—Lo siento. Es que no entiendo del tema. Yo apenas leo —se disculpó
él y la dio un pico en los labios.
—Yo no concibo un mundo donde no haya libros —suspiró ella
notando cómo los labios de él habían dejado un rastro de fuego allí donde
se habían posado instantes antes y las cosquillas que le había hecho su
barba— En los libros hay magia. Puedes vivir mil vidas sólo en una. Una
novela te puede hacer viajar a otros mundos, a otros lugares. Ahí radica su
gran importancia. Los libros hacen que te evadas de tus problemas diarios,
de tus rutinas y que pases un rato entretenido mientras estás sumergido
entre sus páginas. Además desarrollas la imaginación y amplias
vocabulario, entre otras muchas cosas.
—Vale, me has convencido —se rio viendo la pasión con la que ella
hablaba del tema—Tendré que acostumbrarme a leer.
«Otro punto más que me separa de ella. Pero no es un obstáculo
insalvable.» pensó.
—¿Qué me recomiendas? —preguntó mientras continuaban su paseo.
—Para ti, que no estás acostumbrado a leer, puedes comenzar con las
instrucciones de algún aparato doméstico —se burló y al ver la cara de
ofendido que puso Aarón, empezó a reírse— Después te dejaré algo de mi
biblioteca.
Se soltó de su mano y corrió por la playa, pues estaba segura de que él
la seguiría para cobrarse alguna pequeña venganza por haber herido su
orgullo masculino con aquella broma.
Aarón corrió detrás de ella y cuando la alcanzó, tiró de sus caderas
para tumbarla sobre la arena. Se cernió sobre el cuerpo femenino y
comenzó a hacerla cosquillas.
— ¿Te burlas de mí, niña? —preguntó mientras no dejaba de recorrer
el cuerpo de Emma con sus dedos, aumentando las risas de ella.
—Por favor…Lo siento…Era…Era una…broma —se carcajeaba sin
poder parar— Basta…por favor…No puedo…más…
Pero Aarón no estaba dispuesto a ceder con tanta facilidad, sobre todo
en ese momento que la tenía a su merced, riendo como una niña pequeña.
Le encantaba la risa de Emma, tan refrescante como un helado de
limón.
Ella intentaba detener sus manos. Se revolvía bajo el cuerpo masculino
hasta que de pronto sintió su erección a través de la ropa.
Los dos se quedaron quietos, mirándose a los ojos.
Las risas dieron paso a un suspiro de placer y deseo.
—Estás…—comenzó a decir ella.
Pero él la silenció con un beso en los labios.
—Sí, lo estoy. Así que ahora no puedo levantarme en un rato. Hasta
que se me pase —la informó cuando acabó el beso.
El silencio se hizo entre ellos durante un corto tiempo.
—Pues a mí se me ocurre una buena forma de hacer que se te pase
«eso» —comentó ella— Pero como no quieres venir a mí cama… —Se
tapó la boca con las manos— ¿He dicho cama? Quería decir casa, a mi casa
—dijo entre los dedos.
Aarón comprobó cómo ella se sonrojaba y soltó una carcajada.
—Sí, lo has dicho y te has puesto toda roja. ¿Y tú eres la que lee
novelas porno?
— ¡Que no son porno! ¡Son eróticas!—exclamó indignada. Le dio un
manotazo en el hombro y Aarón cayó hacia un lado, riéndose y liberándola
— ¡Hombres! Si no entendéis la diferencia entre el rosa y el fucsia, ¿cómo
vais a comprender esto?
—No te enfades, bonita mía —Aarón se apoyó sobre un codo y con la
mano libre, la ciñó por la cintura— Perdóname por ser tan ignorante —
Acercó su boca a la de ella y le dio otro beso en los labios.
Lo que comenzó como algo tierno y delicado, poco a poco se tornó en
otra cosa más pasional. Los dos exploraron la boca del otro recorriéndola a
conciencia, sin dejar rincón alguno por descubrir o acariciar con la lengua.
Las manos de la joven subieron desde los brazos del chico hasta su
nuca, donde se clavaron para profundizar el beso. Ella bebía de él como si
fuera un oasis en mitad del desierto y necesitara para saciar su sed.
Las de Aarón se metieron entre la arena y el cuerpo femenino para
aplastarla contra su torso y rodar hasta colocarla encima de su
masculinidad.
—Madre mía…Esto cada vez está más grande —murmuró ella entre
beso y beso, refiriéndose a la erección que tenía pegada a su vientre.
—Creo que vamos a tener que parar. De lo contrario, explotaré —
susurró acariciándole los labios con pequeños roces.
—Vamos a mi casa —le ordenó Emma.
—No.
A Aarón le costó un esfuerzo sobrehumano decir aquello. Nada le
gustaría más que encontrar el desahogo entre los muslos de su chica, pero
se había prometido que con ella no iba a cometer errores.
Emma retiró la cara como si él la hubiera dado una bofetada.
—¿Me rechazas otra vez?
El hombre vio su mirada dolida y se apresuró a contestar.
—No, preciosa, no te estoy rechazando. Ya te lo dije ayer. Quiero
hacer las cosas de otra manera contigo porque tú no eres como las mujeres
con las que me suelo relacionar. Eres distinta. Especial —rebatió pasando
las manos por el largo pelo moreno de ella. El moño que llevaba se le había
deshecho y los mechones caían por su espalda.
—Mmm, ya salió a relucir el caballero.
La mujer se bajó de encima de su cuerpo y se quedó sentada a su lado
mirándole.
—¿Tienes novia? ¿Estás comprometido con alguien?
Aarón se incorporó de golpe.
—¡No!—exclamó, frunciendo el ceño.
—¿Entonces por qué…?
—Ya te lo he dicho. Tú eres distinta. Contigo quiero…
—Sí, sí, hacer las cosas de otra manera. Ya te he oído —replicó ella,
no muy conforme con eso— Mira, Aarón, estamos en pleno siglo XXI. No
tienes que salvaguardar mi honor ni nada de eso. No soy ninguna princesita
en apuros.
—Ya lo sé, pero supongo que querrás un hombre que te rompa el tanga
y no el corazón.
Ella le observó embelesada. ¿De verdad le había dicho aquello? Al
final iba a resultar que aquel chico de barrio poseía un alma romántica.
Suspiró y se levantó de la arena, sacudiéndosela del pelo y la ropa.
Aarón la miraba extasiado por su belleza, preguntándose de dónde
demonios había salido aquello del tanga y el corazón. Se dio cuenta de que
cuando estaba con Emma se comportaba de manera distinta porque ella le
hacía sentirse así. Especial y diferente. Con ganas de ser un buen hombre y
no un atracador de bancos. De cambiar por ella para ser digno de su cariño.
Se preguntó que astros reinarían aquel día para que la joven quisiera
continuar con él, a pesar de saber que no era más que un pobre chico del
barrio del Cabañal.
Pero claro, ella le veía como un hombre normal porque no sabía nada
de su vida. Si supiera sobre sus padres, si conociera lo que hacía en sus
ratos libres…
Huiría para no volver a verlo más.
Aquel pensamiento hizo que su corazón se encogiera de dolor. Sólo
había pasado con ella cuatro ratos, pero ya sabía que la quería en su vida
para siempre. A través de los ojos de Emma, él se veía distinto. Mejor. Con
todo un mundo de posibilidades abierto ante él.
Por ella necesitaba ser mejor persona. Lucharía para superarse a sí
mismo.
Capítulo 13

—¿Te apetece tomar un helado o algo? —le preguntó Aarón cuando


pasaron por delante de una heladería.
—Un helado no, pero un granizado de café sí me tomaría.
Él le agarró de la mano otra vez y ella se dejó guiar dócilmente hasta la
puerta del establecimiento.
Tras pedir, se sentaron en una de las mesas de la terraza.
—Está muy bueno —le comentó él refiriéndose a su helado—
¿Quieres probarlo?
Como Emma asintió, él se lo acercó a los labios. Ella abrió la boca y
Aarón sintió un súbito deseo sexual al ver cómo la chica lamía la bola de
helado.
Pero ese deseo se esfumó en cuanto el joven oyó a su espalda la voz
de Ximo.
—Vaya, vaya, mira quién está aquí —dijo su amigo y, sin ser invitado
a tomar asiento, se sentó entre ellos— Si es mi hermano Aarón.
Sonrió a Emma y alargó su mano para saludarla.
—Soy Ximo. Encantando.
—Emma. Lo mismo digo —Le estrechó la mano y miró a Aarón— No
me habías dicho que tenías un hermano.
En ese momento se dio cuenta de lo poco que sabía de Aarón. Nunca
le había hablado de su familia ni de sus amigos. Sólo sabía de él que
trabajaba en la Ford, que vivía cerca de su casa y que conocía a algunas de
sus amigas. Habían hablado sobre los gustos de uno y del otro en cuanto a
música, cocina y poco más.
—Y no lo tengo —le rebatió incómodo. Con la mirada le dijo a Ximo
que se largara de allí de inmediato, pero éste no le obedeció.
—Aarón se crió con nuestra familia cuando perdió la suya —repuso su
amigo— Por eso digo que es mi hermano. No llevamos la misma sangre,
pero como si lo hiciéramos.
—Siento mucho lo de tu familia, Aarón —dijo Emma con pena.
—No pasa nada —contestó él y girándose hacia Ximo, le preguntó—
¿Qué haces aquí? ¿No habías quedado con tus amigos?
El ladrón de bancos se repantigó en la silla. Cruzó las manos por
encima de su pecho y miró a su colega con una sonrisa pintada en el rostro.
Sonrisa que a Aarón le dieron ganas de sacarle a base de puñetazos.
—Había quedado con nuestros amigos —recalcó la palabra— Pero me
aburría con ellos y he decidido buscarte. Mira tú por donde ya te he
encontrado y muy bien acompañado, che.
En ese momento Emma se disculpó para ir al aseo.
Al levantarse ella, Aarón agarró por la nuca a su colega, tapándole la
cicatriz. Si ella la veía, sabría que él era uno de los atracadores del banco.
Acudiría a la policía para denunciar este hecho y la banda entera caería. Sus
esperanzas de un futuro junto a la chica se truncarían incluso antes de
empezar a tener algo serio con ella.
— ¿Qué cojones haces aquí? —siseó Aarón furioso cuando la joven se
hubo alejado.
—Te he seguido. Quería saber dónde ibas y con quién.
—¿Me estás controlando? —preguntó con rabia.
—Últimamente estás muy raro y ahora sé la razón. Es la cajera del
banco, ¿verdad? —Sin esperar a que Aarón le contestase, continuó—
Cuando te he visto salir del bar después de hablar con mi hermana e ir a
buscar a tu cita, no me podía creer que fuera ella.
—Sólo la estoy vigilando —le mintió.
—¿Follándotela? Buena forma de vigilarla.
Aarón apretó más la mano en torno a la nuca de su amigo.
—Escucha, idiota, esa tía te vio la cicatriz que tienes ahí detrás y se lo
dijo a la policía. Quiero sacarle más información sobre lo que les contó del
atraco. Por eso estoy con ella.
—No jodas. ¿Me vio la marca?
—Y cómo te la vea ahora irá corriendo a denunciarte. Así que lárgate y
no te acerques a ella —le aconsejó.
Soltó a Ximo, que se levantó enseguida para marcharse.
—Cuando hayas acabado con ella —le dijo su amigo antes de
abandonar la terraza de la heladería— me la pasas. Quiero hacerle un
trabajito antes de… —Se llevó un dedo a la garganta y se lo pasó de una
oreja a la otra, cortándosela como si fuera un cuchillo.
—Lárgate ya —le instó Aarón viendo que Emma regresaba del baño.
—En casa hablaremos —se despidió.
Un minuto después la mujer llegó hasta la mesa.
—¿Ya se ha ido tu amigo?
—Sí, tiene cosas que hacer —le respondió aliviado porque se había
librado de una amenaza como Ximo, pero preocupado porque ahora él sabía
de la existencia de Emma.
Aunque le había mentido en cuanto a porqué estaba con ella, no se
quedaba tranquilo. Conociéndole como le conocía éste insistiría en
deshacerse de la chica costase lo que costase.
La joven se acomodó a su lado en la silla.
—Oye, lo que ha dicho sobre tú familia… —comenzó a decir
poniendo una mano sobre la de Aarón y apretándosela con cariño.
—Ahora no me apetece hablar de eso.
—Lo siento.
—Tranquila —sonrió— Fue hace mucho.
—¿Cuánto...?
—Eres cabezota, ¿eh?
Emma bajó la mirada avergonzada por insistir cuando él le había
pedido que dejara el tema.
—Vivo con la familia de Ximo desde que tenía once años —le contó,
cogiéndola por el mentón y levantándole el rostro para que le mirase a los
ojos— Pero es una historia larga y triste. No me apetece recordarla ahora
que lo estoy pasando tan bien contigo.
— ¿Lo harás otro día? —quiso saber ella. Se mordió los labios
esperando su respuesta. Como Aarón no contestaba, añadió— Por favor.
Él afirmó con un gesto de cabeza rezando porque ese día no llegase
nunca.
Capítulo 14

—Me lo he pasado muy bien hoy. Gracias por todo —le dijo Emma en
el portal de su casa. Se mordió los labios nerviosa y le preguntó— ¿Te
apetece subir para…?
Aarón sonrió. Otra vez insistía con lo mismo del día anterior. ¡Qué
cabezota era! Pero debía reconocer que le encantaba que ella fuera así.
—No me vas a dejar ser un buen chico, ¿verdad? —cuestionó
cogiéndola de la cintura y acercándola a su cuerpo.
La joven le acarició la barba con delicadeza y luego dejó sus manos
colgando por detrás de la nuca de Aarón.
—Te crees irresistible, ¿eh? —le contestó Emma y sin dejarle
responder, dijo— Iba a proponerte que subieras a mi casa para que te
llevases un libro y comenzar hoy mismo con tu aventura literaria, pero
como eres tan malpensado…
Se separó de él, rompiendo el abrazo y se dio la vuelta para meter la
llave en la cerradura.
—Buenas noches, creído —Lo miró por encima del hombro y le sonrió
con picardía.
Aarón no pudo reprimirse y la cogió de la cintura otra vez para pegarla
a su pelvis.
—Subiré. Quiero ver qué libro me vas a prestar. ¿El porno, tal vez? —
susurró en su oreja cediendo a la tentación.
El cálido aliento de él le hizo cosquillas a Emma, que se estremeció de
gusto y soltó un pequeño gemido de triunfo.
—No es porno, es erótico —murmuró, corrigiéndole de nuevo— Y no
te lo voy a dejar aún. Primero quiero leerlo yo.
Aarón la dio un beso debajo del lóbulo de la oreja que hizo que todas
las terminaciones nerviosas de la chica se alterasen revolucionadas.
—Vamos —Le dio un pequeño azote en el trasero para que abriera la
puerta de una vez y subieran al piso.
Emma entró en su casa con el corazón galopando en su pecho como si
fuera un caballo en una carrera. ¿Cogería el libro y se marcharía a casa sin
más? ¿O se quedaría a pasar la noche con ella?
Aarón se quedó parado en mitad del salón. La casa era pequeña. Nada
más abrir la puerta ya estabas en la sala, donde había tres puertas abiertas.
Pudo ver que una pertenecía a la cocina, la otra al baño y la última a la
habitación.
Tenía pocos muebles y aún había varias cajas de mudanza sin abrir.
—Veo que todavía no te has instalado del todo —comentó él.
—Eh…ya…es que…voy poco a poco.
Ella se acercó a una pequeña estantería, repleta de libros y con el dedo
índice repasó los títulos.
—Creo que de aquí no te gustará ninguno —dijo sin mirarlo—
¿Puedes coger esa maleta que está al lado de las cajas?
Aarón tiró de la maleta.
—¿Qué narices tienes aquí? ¿Ladrillos?—preguntó al ver lo mucho
que pesaba.
Emma se rio.
—Son libros.
—¿Tienes una maleta llena de libros? —La miró como si le hubiera
salido un tercer ojo en la frente.
Emma se acercó a él.
—Y en las cajas también hay. Tengo que comprar dos o tres estanterías
para ponerlos todos —De pronto una idea surgió en su mente— ¿Me
acompañarías a Ikea mañana sábado? Yo no tengo coche todavía…
El hombre estaba alucinado. No conocía a nadie que tuviese tantos
libros y ¡encima se había comprado dos más esa mañana!
—Sí, sí, te acompañaré —le prometió sin salir de su asombro.
¿Y él le había dicho que a esas alturas de su vida ya nada le
escandalizaría? Se equivocaba por completo.
Emma abrió la maleta y comenzó a rebuscar entre los libros.
—Creo que este te gustará —le dijo pasándole uno— Es una historia
muy romántica y está mezclada con una trama policíaca impresionante.
— ¿Un libro de amor? No sé yo si…—Hizo una mueca cogiendo la
novela. Leyó el título y le dio la vuelta para leer la sinopsis.
—Todo lo que vas a encontrar en mi biblioteca son novelas románticas
en cualquiera de sus subgéneros, pero románticas al fin y al cabo.
La joven se acercó a él. Lo rodeó y cuando estuvo a su espalda, se
puso de puntillas.
—La lectura es como el sexo —ronroneó en su oído— Si realmente lo
quieres hacer nunca dirás «No tengo tiempo» o «No me apetece».
Aarón se estremeció por su susurro y la manera en que había
pronunciado la palabra «sexo», como si fuese algo delicioso deshaciéndose
en su boca. Un latigazo de deseo le recorrió la columna vertebral y fue a
parar directamente a la unión entre sus piernas.
—Además —continuó Emma con voz melosa posando sus manos
sobre los hombros de él—, un hombre leyendo es súper sexy. Mucho mejor
que uno que va por ahí arruinando historias y rompiendo corazones.
El chico no se pudo controlar más.
Se dio la vuelta para quedar de cara a ella y tiró el libro por encima de
su hombro.
Cuando se iba a inclinar sobre Emma, ésta desapareció de su vista.
— ¿Pero qué haces? —le riñó enfadada cogiendo la novela del suelo y
acariciándola con mimo— ¿Te crees que ésta es la manera de tratar un
libro?
Aarón se quedó tan perplejo por su reacción que tardó unos segundos
en contestar.
—Yo…Lo siento.
—Más te vale que lo sientas de verdad —le soltó Emma abrazando la
novela como si fuera un bebé— O no te volveré a hablar en la vida. Los
libros hay que cuidarlos. No ir por ahí tirándolos como si fueran algo
inservible.
El hombre se acercó a ella despacio como si temiera que la joven
sacara sus garras y le arrease un zarpazo por haber cometido semejante
fechoría. ¡Vaya genio tenía la niña!
Sin embargo, esa defensa de sus intereses y sus posesiones le encantó.
La verdad es que le gustaba todo de Emma. Cuando ella se mostraba
dulce y tímida; cuando era alocada y divertida; cuando se indignaba como
ahora… En todas esas ocasiones hacía que su corazón bombease con
fuerza, logrando incluso excitarle. Y es que la mujer era una trampa sensual
que alteraba todos sus sentidos.
—Siento haber tirado el libro. Te lo digo de corazón, créeme —Aarón
terminó de cubrir la distancia que le separaba de ella y enmarcó con las
manos su rostro mientras hablaba con voz suave— Te prometo que no
volverá a ocurrir. A partir de ahora, seré más cuidadoso —Le cogió el libro
de entre los brazos y besó la portada para, después, depositarlo con cuidado
encima de la mesa.
Emma lo miró aliviada. Él parecía sincero.
Cuando el chico se volvió hacia ella, la dio un tierno beso en la frente
y se despidió.
—Creo que será mejor que me vaya a casa.
— ¿Cómo que te vas a casa? —quiso saber Emma mirándolo con los
ojos muy abiertos.
Aarón fue a responder, pero ella no le dio tiempo.
—Tienes que resarcirme por esto que ha pasado —le dijo.
—Ya te he pedido perdón. ¿Qué más quieres que haga? —preguntó él
confuso.
Emma se colgó de su cuello y sonrió pícara.
—Se me ocurren unas cuantas cosas —Deslizó sus brazos por los de
Aarón y cuando llegó a las manos, tiró de él para meterle en la habitación—
Ven, que te las voy a contar todas.
Capítulo 15

Aarón se dejó guiar por Emma hasta llegar a los pies de la cama. En ese
momento no le importaba mucho a dónde lo llevase. Con gusto la seguiría
hasta el fin del mundo.
Normalmente era él quien daba el primer paso con las mujeres. Hacía
y deshacía con ellas a su antojo.
Pero esta vez dejó que fuera la joven quien llevase las riendas. Intuía
que sería una experiencia única y maravillosa.
Ella agarró la camisa que Aarón llevaba y la deslizó por sus brazos
hasta que le sacó la prenda. Él, debajo, iba con una camiseta.
—Tienes un tatuaje —confirmó observando su brazo derecho mientras
se lo acariciaba.
—¿Te gusta?
La chica asintió.
—Tengo más…en otras partes de mi cuerpo. —susurró Aarón,
derritiéndose por el contacto de los dedos de ella sobre su piel.
Cerró los ojos ligeramente, su control minado por el femenino aroma
que desprendía Emma, tan cercana a él.
—Me encantará verlos todos. —murmuró ella mientras metía los
dedos por debajo de la camiseta gris y recorría los músculos de su vientre.
Aquello hizo que Aarón soltase un gemido. Nunca nadie le había
tocado con tanta delicadeza, acariciándole con esa dulzura y ese mimo.
La joven se puso de puntillas para pasarle la prenda por la cabeza. El
hombre se mantuvo inmóvil mientras sentía los pechos femeninos chocar
contra su torso y rozarse con él. Podía habérselo puesto más fácil y haberla
ayudado, pero no quiso. Le gustaba sentirla contra él y no pensaba perderse
esa sensación tan placentera.
Cuando Emma lo tuvo sin camiseta recorrió con manos posesivas su
fisonomía, empapándose del calor de su piel. Además del tatuaje tribal que
él llevaba en el brazo tenía otro, un pequeño escorpión en el costado
izquierdo.
—Este no pica, ¿verdad? —le dijo ella, refiriéndose al arácnido.
—No, no pica. —contestó con una sonrisa ladeada.
Emma comenzó a desabrocharle los botones del pantalón mientras no
dejaba de recorrer su cuerpo con ojos abrasadores.
Observó los puños del hombre, apretados a ambos lados de sus
caderas. Tenía los nudillos blancos por el esfuerzo que hacía para
mantenerse inmóvil.
—¿Te cuesta mucho? —quiso saber ella.
—¿El qué?
—Aguantarte las ganas de hacerme tuya.
Aarón clavó sus ojos grises en los de ella.
—Sí, me está costando un mundo no tumbarte en la cama y poseerte.
Pero será cuando tú digas. Quiero que disfrutes de mí como tú desees.
—Me gusta que seas un buen chico… Pero fuera de la cama —
ronroneó Emma, bajándole el pantalón— Aquí dentro quiero un animal
salvaje.
Ella vio cómo la respiración de Aarón se aceleraba al escucharla y sus
pupilas se dilataban más aún.
—¿Sigues conteniéndote? —le preguntó al ver cómo apretaba la
mandíbula.
—Hasta que tú lo ordenes —respondió él entre dientes.
Una sonrisa juguetona se extendió por la cara de Emma. Ella también
estaba ansiosa por unirse a él. La sangre corría en sus venas excitada.
Aarón le atraía de tantas maneras que le costaba pensar en todas ellas. Era
como una tarta que no sabía por dónde empezar.
Hizo que se sentara en la cama y le sacó las zapatillas, los pantalones y
el slip negro. Su erección palpitó contenta al verse libre de ropa.
Se colocó entre sus piernas, de rodillas, y le acarició los muslos.
Cuando llegó a la unión entre sus ingles, preguntó:
— ¿Este pica? —Le cogió el pene con una mano, abarcándolo y
apretando un poco con los dedos.
—Ese…seguro que sí. —emitió un jadeo de placer al sentir la presión
que ella hizo.
—Lo comprobaré más tarde. —afirmó Emma con un gemido
calibrando su dureza y magnitud.
Se levantó del suelo y, despacio, se quitó la ropa hasta que se quedó
con un conjunto de encaje blanco.
Vio cómo Aarón se removía inquieto, sentado sobre la cama, y recorría
su cuerpo con sus iris abrasadores. Con lentitud se bajó las braguitas y se
quitó el sujetador, haciendo que él jadeara al verla sin prendas. El pulso le
latía frenético en las sienes a causa de la excitación.
Cuando se quedó desnuda delante de él se sintió poderosa. Aarón la
miraba como si ella estuviera hecha para el pecado y el placer. Su piel
demandaba las caricias del hombre con impaciencia. Se dijo que no debía
tardar mucho en desahogarse con el joven o ardería por combustión
espontánea.
Con todas las neuronas de su cerebro aceleradas se colocó de rodillas
en la cama, para ver al chico por la espalda. En el omoplato derecho llevaba
tatuada una gárgola que le ocupaba todo el espacio. Acarició las líneas de
tinta negra y escuchó el ronco gemido que salió de sus labios.
Se pegó a él y le tranquilizó, susurrándole al oído que ya faltaba poco
para terminar con esa deliciosa tortura.
—Ponte de pie. —le ordenó Emma.
Cuando él se levantó, ella comprobó que tenía un trasero prieto, digno
de un anuncio de pantalones vaqueros. Le dio una palmada y lo mandó
girarse.
Se acercó a los labios de Aarón y reclamó su boca con un beso. Fue un
duelo de lenguas del que los dos disfrutaron. Él la abrazó, sintiendo cómo
ese cuerpo flexible y suave se amoldaba a la perfección con cada rincón del
suyo.
Ella paseaba sus manos por todas las partes masculinas que encontraba
a su paso hasta que llegó a la erección, ansiosa de encontrar el cálido e
íntimo lugar que Emma tenía entre las piernas.
—Dios mío…qué hermosa eres.
El sonido de la voz de Aarón recorrió la piel de Emma como una
caricia, que fue a alojarse en su sexo, humedeciéndoselo más todavía.
Él abandonó su boca para viajar por la mandíbula femenina, bajar por
la garganta, donde sintió el errático pulso de su vena principal, y continuar
descendiendo hasta su ombligo. Se puso de rodillas frente a ella y hundió su
nariz entre los rizos púbicos de Emma, aspirando su olor.
—Qué rica estás —murmuró él tras darle un par de lametones en su
zona íntima— Siéntate en el borde de la cama. Estarás más cómoda. —le
aconsejó.
Ella hizo lo que le pedía. El joven le abrió las piernas para tener mejor
acceso a su vulva excitada.
Se lanzó a por ella hambriento, atormentándola con las caricias de su
lengua en sus pliegues íntimos. Jugando con su mágico botón.
Torturándolo. Aarón estaba asaltando los sentidos de Emma con maestría y
ella lo único que podía hacer era clavarle los dedos en la cabeza mientras
repetía que quería más.
Cuando el orgasmo se propagó ardiente por el cuerpo de ella gritó.
Quedó desmadejada sobre un lado de la cama y Aarón la colocó en el
centro.
Se aproximó hasta su boca y con delicados y pequeños besos recorrió
toda la comisura de sus labios.
Continuó acariciándole por todo el cuerpo mientras la chica se
recobraba. Ella estaba más que feliz, pues había tenido un cupo de amantes
bastante egoístas, y con Aarón quedaba claro que sería distinto.
—Sigo aguantándome las ganas de hacerte mía —le susurró en el oído
—Recupérate pronto, por favor.
—No te reprimas más. —le contestó con los ojos encendidos y la voz
temblorosa.
Él se levantó con rapidez. Buscó en sus pantalones un preservativo y
cuando lo encontró, rasgó el envoltorio con los dientes.
De nuevo se subió a la cama, de rodillas, entre las piernas de Emma y
terminó de colocárselo en su duro falo.
—¿Estás segura de que quieres un animal en la cama?
Emma asintió.
—Muy bien. —le dijo antes de cernirse sobre ella. La cogió por las
caderas y la arrastró hasta el borde, retrocediendo al mismo tiempo.
Levantó sus piernas y se las colocó en los hombros. De una certera
estocada la penetró haciendo que la mujer jadease al sentir tremenda
invasión.
El sexo de la chica se amoldó a su dureza igual que si fuera un guante
a medida.
Ella estaba segura de que Aarón iba a ser así. Decidido, atrevido e
intenso y que le saturaría los sentidos con sus caricias, con su voz y con la
calidez de su cuerpo.
El hombre siguió entrando y saliendo de ella mientras la inmovilizaba
contra la cama, con los dedos entrelazados y un castigador ritmo. No dejó
de besarla en ningún momento mientras el picante aroma del sexo se
extendía por la habitación.
Los dos notaban sus corazones bombeando al máximo y cómo la
euforia de la liberación se apoderaba de ellos. Él intentó alargar el placer
todo lo que pudo, chocando contra su clítoris una y otra vez hasta que ella
creyó que iba a morir de lo intenso que era.
Pendiente de cada reacción de la hermosa mujer que tenía entre sus
brazos se dejó ir cuando estuvo seguro de que ella había culminado.
Capítulo 16

Pasaron la noche juntos. Recorriendo con sus bocas los rincones


favoritos de sus cuerpos. Diciéndose cosas al oído para recordarlas cuando
no estuvieran juntos. Estimulándose el uno al otro hasta provocar sus gritos.
En un determinado momento de la madrugada, él le preguntó:
—¿He sido todo lo animal salvaje que esperabas?
—Te has acercado bastante, pero si quieres mejorar podemos seguir
practicando.
—Tengo miedo de lastimarte. Pareces tan delicada… —le susurró
acariciándole el pelo y la cara con extremada dulzura.
—Pues no lo soy. ¿Aún no te has dado cuenta después de las dos veces
que hemos follado tan duro?
—Que sepas que me he estado conteniendo. Puedo llegar a ser una
auténtica bestia. —le confesó Aarón.
—Estoy deseando verte en esa situación —lo tentó ella.
La miró con intensidad unos segundos.
—Ponte a cuatro patas —le ordenó— Te voy a dar lo que me has
pedido.

***

Aarón llevaba un rato mirando cómo Emma dormía. ¿Era posible que
tuviese tanta suerte y Dios le hubiese enviado aquel ángel sólo para él? No
había hecho nada para merecer semejante regalo. Y sin embargo allí la
tenía, entre sus brazos.
La joven hizo un ligero movimiento y emitió un suspiro. Poco a poco
fue abriendo los ojos hasta que se encontró con su mirada gris.
—Mmm, hola. —ronroneó Emma estirándose y retorciéndose como
una gatita bajo las caricias que él la estaba prodigando.
—Buenos días, bonita mía.
Se inclinó sobre su boca y la dio un pequeño beso.
—¿Qué tal has dormido? —le preguntó él.
—De maravilla. ¿Y tú? ¿Llevas mucho despierto?
—Bastante.
—¿Y has estado todo el rato mirándome? —quiso saber ella.
Aarón se lo confirmó con un movimiento de cabeza.
—Eres una visión estupenda con el pelo revuelto, la boca entreabierta
y desnuda. Acomodada en mi pecho, sintiendo tu calor y la suavidad de tu
piel en mi cuerpo.
Emma le miró boquiabierta.
—Si no supiera que no sueles leer, y menos novelas románticas, juraría
que esas palabras las has sacado de alguna —le comentó ella.
El chico soltó una carcajada.
—Madre mía, no quiero ni pensar las cosas que me dirás cuando te
hayas acostumbrado a leer mis novelas. Me voy a derretir sólo con
escucharte —continuó Emma y él se rio de nuevo.
—Pues imagínate la de guarradas que te podré decir cuando lea una
novela porno —le respondió Aarón.
Emma le dio un manotazo en el pecho.
—¡Qué no son porno! ¡Son…
—…eróticas! —Terminó él la frase con una carcajada.
La abrazó otra vez, apoderándose de su boca y volvieron a hacer el
amor.

***

Aarón llegó a su casa para ducharse y cambiarse. Había quedado con


Emma que volvería a buscarla en una hora para ir a comprar las estanterías
a Ikea.
Nada más traspasar el umbral se encontró con Ximo, que estaba
esperándole.
—Tengo prisa —le advirtió antes de que su amigo abriese la boca para
hablar.
—Has pasado la noche con ella por lo que veo —le comentó el otro
subiendo las escaleras tras él, siguiéndole hasta su cuarto— Y debe de ser
buena en la cama porque nunca has llegado a casa a las once de la mañana
como hoy.
Aarón apretó los dientes con rabia. No le gustaba nada que su amigo
hablase de Emma. Ni que la tuviera en el pensamiento si quiera.
Como no dijo nada, su colega continuó hablando.
—¿Ya le has sacado toda la información que necesitamos? —Y sin
esperar que su amigo respondiese, añadió— Espero que sí porque quiero
follármela lo antes posible para luego hacerla desaparecer.
El joven ya no aguantó más. Oír aquello fue la gota que colmó el vaso.
Se volvió en la puerta de su habitación y, cogiendo a su amigo por la
camiseta, le estampó contra el marco.
—Como te acerques a ella, te mato —lo amenazó con toda la furia que
inundaba sus venas en ese momento.
—Vaya —Ximo se rio— Sí que tiene que ser buena. Me muero de
ganas de probarla.
Él levantó el puño amenazándole.
—¿Me vas a pegar? ¿Por una tía? —cuestionó.
—No te acerques a ella —le advirtió con la mandíbula tensa.
Se miraron unos segundos retándose hasta que Aarón bajó el puño
poco a poco y lo soltó.
Se dio la vuelta para caminar hasta el armario y sacar la ropa que se
pondría después de ducharse.
—No me lo puedo creer…—murmuró su amigo— Estás encoñado.
—Eso es asunto mío —rezongó el otro de mala gana.
— ¿Qué tiene ella de especial, eh? Seguro que es como todas las
demás —la menospreció.
Aarón no respondió. No pensaba contarle nada en absoluto sobre
Emma. Bastante en peligro estaba ya por culpa de que Ximo les había visto
y conocía su relación.
—Dímelo —le exigió su compañero.
—No te voy a decir una mierda. Y ahora sal de mi cuarto. Voy a
ducharme.
—Si no me lo dices, tendré que averiguarlo yo. ¿Es de las que gritan?
¿O es silenciosa?
El delincuente no lo vio venir. En menos de dos segundos Aarón le
había tumbado de un puñetazo y se tiró encima de él para seguir pegándole.
El chico se defendió, golpeándole en los costados. Aarón acusó los
golpes en sus riñones y en su hígado, pero no dejó de atizar a su amigo en la
cara.
Su colega consiguió rodar hacia un lado y quedar encima. Continuó
zurrándole, esta vez en el rostro y el estómago. Pero Aarón, más alto y
fuerte que él, enseguida intercambió las posiciones y de nuevo el ladrón de
bancos volvió a estar debajo.
—Es una zorra como todas las demás —consiguió decir.
—No hables así de ella, fill de puta —siseó Aarón, preso de la ira.
Cogió la cabeza de su medio hermano con las manos y comenzó a
golpearle contra el suelo. Hasta que otras manos lo separaron de él.
—¡Le vas a matar! ¡Para, Aarón! ¡Para!
El joven miró a quien le hablaba, volviendo en sí, como si despertara
de una pesadilla.
—¿Qué coño está pasando? —los riñó «El Yayo».
Se arrodilló junto a su hijo y evaluó sus heridas. Tenía un labio partido
y una ceja de la que manaba abundante sangre. El ojo izquierdo ya
comenzaba a hinchársele y los pómulos también estaban amoratados. La
piel de estos, con heridas que sangraban.
—Le has dejado la cara hecha un Cristo —El hombre lo miró— Y tú
no tienes mejor aspecto. ¿Se puede saber por qué os peleabais?
Aarón estaba apoyado contra la pared, con una mano en el costado. Le
dolía al respirar. Seguro que el cabrón de Ximo le había roto alguna costilla.
No contestó al padre de su amigo porque no quería decirle que se
estaba enamorando de la cajera del banco que habían atracado y, en esos
momentos, tampoco se le ocurría una mentira creíble.
Pensó en Emma y miró su reloj. Falta media hora para volver a verla.
Se dirigió al baño con toda la rapidez que el dolor que sentía por todo
el cuerpo le permitió. Tenía que ducharse rápido e irse.
Cuando se miró en el espejo no se reconoció. Tenía también un ojo
morado y el labio partido, del que manaba sangre. Se quitó la camiseta y
comprobó que varios hematomas comenzaban a aparecer en su piel.
«Mierda, no puedo ir así a ver a Emma» se dijo sacudiendo la cabeza a
ambos lados.
Capítulo 17

«Muy bien, Emma, al final ha resultado ser un cabrón como todos los
demás. Te ha echado unos cuantos polvos y luego si te he visto no me
acuerdo» pensó ella cuando leyó el wasap que Aarón le mandó,
informándole de que no podía ir con ella a Ikea y que la llamaría en unos
días.
Le dio rabia. Mucha. Porque se hizo ilusiones sobre que él era distinto
a los demás. Pero no.
«Bueno, al menos he pasado una noche estupenda con él» se dijo
recordando los besos, las caricias y cuánto la había hecho disfrutar en la
cama…y fuera de ella.
El corazón se le encogió de dolor. Se sentía herida y humillada. El
joven se había burlado de ella y no se había dado ni cuenta. Había caído en
su trampa como una novata.
«No voy a llorar. No pienso hacerlo» se prometió.
Pero no pudo cumplir lo que se había exigido a sí misma y gruesos
lagrimones de decepción surcaron su rostro nada más terminar de pensar
aquello.
Estuvo un rato auto compadeciéndose y repitiendo lo estúpida que
había sido hasta que encontró el valor para dejar de llorar.
Cogió el móvil para responder al mensaje de Aarón, pero…
«¡Que se joda! No voy a contestarle»
Y con rabia tiró el teléfono a un lado del sofá.
Encendió el ordenador y pidió cita para ir el lunes a su médico. Estaba
harta de no hacer nada, así que iba a decirle que la diera el alta para poder
reincorporarse a la sucursal bancaria.
Además, esto que había sucedido con Aarón no le venía nada bien para
su estado de asueto. Le daría un millón de vueltas a la cabeza,
mortificándose por lo que había pasado y por haber caído en la trampa de
él. Y no estaba dispuesta a comerse el coco por un tío que le había
demostrado que no podía confiar en él ni en sus palabras.
***

Aarón la había llamado infinidad de veces durante la semana y Emma


nunca le cogía el teléfono ni contestaba a sus WhatsApp. Sabía que ella
estaba bien, que no le había sucedido nada malo y que había vuelto a
trabajar.
La había vigilado en la distancia, por supuesto. Las lesiones de su
pelea con Ximo aún se notaban en su rostro y en su cuerpo. No quería
acercarse a ella y que le preguntase qué le había pasado. Tendría que
explicarle demasiadas cosas que harían que se alejase de él para siempre.
Tampoco deseaba mentirle y soltarle una excusa barata sobre por qué se
encontraba así.
Pero se estaba desesperando por no poder contactar con ella. ¿Por qué
demonios no le cogía el móvil? ¿Por qué no respondía a sus mensajes? Se
estaba volviendo loco por ese silencio que la chica había impuesto entre los
dos sin saber el motivo.
Se dijo que dejaría pasar el fin de semana, a ver si con un poco de
suerte los moratones de su cara y su cuerpo terminaban por desaparecer. Lo
que no se le quitaba era el dolor en el costado.
Había ido el viernes al médico y éste le había mandado hacer una
radiografía. Tras ver el resultado de la misma le dio el veredicto: Tenía una
fisura en una costilla. Tratamiento: Algunas medicinas, reposo y, sobre
todo, mucha paciencia. Al menos estaría de tres a cuatro semanas de baja.
Eso significaba pasar más tiempo con Emma…si es que ella le cogía el
teléfono.

***

La joven pasó el sábado en la playa con dos de sus antiguas amigas y


sus niños. Había estado tan entretenida jugando con los pequeños que casi
no había tenido tiempo de pensar en Aarón.
Sin embargo, ella sabía que en cuanto traspasase el umbral de su casa y
estuviera sola su mente volaría para encontrarse con él, igual que le había
estado sucediendo toda la semana. No quería tener otra noche de insomnio
por culpa de ese hombre.
Por eso propuso a sus amigas que después de ducharse y cenar,
salieran a tomar algo en algún sitio donde también se pudiese bailar.
Las amigas lo comentaron con sus maridos y éstos aceptaron. Por una
noche ellos se quedarían en casa con los niños mientras las mujeres salían a
divertirse.
Entraron en un garito de la playa donde en esos momentos sonaba un
reguetón y se acercaron a la barra. Tras pedir sus bebidas se fueron a la
pista a bailar un rato.
Una chica chocó con Emma, derramándole la bebida por todo el
vestido. Cuando ésta se volvió para disculparse y vio a las amigas de Emma
las abrazó con efusividad. Sin embargo, ese gesto no se vio reflejado en el
saludo de ellas. La chica se alejó, contrariada, pues sabía lo que pensaban
de ella.
— ¿Os ha pasado algo con esa tía? —quiso saber Emma curiosa por la
reacción de Julia y Vanessa.
—Es una drogata del barrio que va por ahí acostándose con todo el que
puede a cambio de algo de cocaína y algunos tragos —le explicó Vanessa.
—Es mejor que no nos acerquemos a ella —añadió Julia.
En ese momento Emma recordó lo que Aarón le había contado sobre
Marina y un presentimiento se apoderó de ella.
—El caso es que me suena su cara…—dijo para ver si sus amigas le
contaban algo más y confirmaba así sus sospechas.
— ¿Recuerdas a Marina, la hija del fontanero? —le preguntó Vanessa
y Emma asintió con la cabeza— Pues es ella.
Emma miró a Marina durante unos minutos. La observó bailar con
unos y con otros, moviéndose como si estuviera borracha. Los hombres la
tocaban sin ningún pudor, como si fuera de su propiedad. Sintió lástima por
ella y se acordó de todo lo que le había contado Aarón. Tenía una niña
pequeña y no quería salir del agujero en el que se había metido.
En un impulso se acercó a hablar con ella.
—Marina, igual no te acuerdas de mí —le dijo mientras la cogía del
brazo para que dejase de bailar y le prestara atención. La otra se soltó de
mala gana y continuó con su danza, destinada a excitar a los tres hombres
que estaban con ella.
—Soy Emma. Emma Vilaplana. Jugábamos juntas cuando teníamos
nueve años. —insistió ella, volviendo a agarrarla por el codo.
—¡Déjame en paz!—le soltó la otra, deshaciéndose de la mano que la
retenía.
Emma se quedó un momento paralizada por su arranque de mal humor,
pero a los pocos segundos volvió a intentarlo.
—Escucha, Marina, me gustaría que quedásemos un día a tomar café
y…
— ¿Qué te pasa? —le gritó Marina— ¡Te he dicho que me dejes en
paz! ¿O es que quieres quitarme a alguno de ellos? —vociferó señalando a
los tres tíos que la acompañaban— ¡Están conmigo esta noche, así que
búscate a otros, puta!
Emma se quedó petrificada por su arrebato.
—Yo no quiero…—intentó decir, pero en ese momento vio como
Ximo se colocaba a su lado y agarraba a Marina de un brazo, comenzando a
tirar de ella.
La otra gritaba y pataleaba para que su hermano la dejase libre. No lo
consiguió y el chico logró sacarla del pub.
Emma corrió tras ellos. Quizá tendría su oportunidad de hablar con
Marina y quedar con ella un día. A pesar de que le había prometido a Aarón
que no se acercaría a la joven drogadicta, algo la impulsaba a ayudarla para
que saliera de esa mierda en la que había caído.
—¡Ximo, espera! —lo llamó para que no se alejasen más.
Éste se giró hacia ella y, en un acto reflejo, se llevó la mano a la nuca
tapándose la cicatriz.
—¿Qué quieres?
—Quiero hablar con Marina para…—Emma se interrumpió al verle la
cara—¿Qué te ha pasado? ¿Has tenido un accidente?
Ximo, con una mano cubriéndose la nuca y con la otra agarrando a su
hermana, que no dejaba de vociferar para que la dejase libre se rio con
sarcasmo.
—Sí, he tenido un accidente. Verás: Los puños de Aarón impactaron
en mi cara sin querer. Claro que yo también le di lo suyo.
—¿Os habéis peleado Aarón y tú? —cuestionó incrédula.
—¿No te lo ha contado? —Y sin dejarla responder, añadió— ¿Es que
no le has visto estos días? Tiene el careto igual que el mío.
La joven abrió la boca tanto por la sorpresa que casi se le encaja la
mandíbula.
Marina continuaba forcejeando con su hermano para soltarse y el
chico, temiendo que tuviera que quitarse la mano de su nuca y descubrir su
marca ante Emma, se despidió de ella a toda prisa dejándola plantada en
mitad de la calle.
—¿Dónde estabas? —oyó la voz de Vanessa detrás de ella.
—Yo…intentaba hablar…con Marina —le respondió, viendo cómo se
perdían en la noche los dos.
—Emma, de verdad, es mejor que no te acerques a Marina. No es
buena compañía. Y con su hermano Ximo tampoco —le aconsejó Julia.
Ella se volvió y las miró confusa. ¿Ximo y Marina eran hermanos? Su
mente se puso a recordar la infancia que había trascurrido en aquel barrio y
tras unos minutos pensando, se dio cuenta de que aquello era cierto. Pero
como ella no se relacionaba por aquel entonces con Ximo, por ser mayor
que sus amigas, le había olvidado por completo.
¿Habría tenido la oportunidad en el pasado de conocer a Aarón y el
destino había decidido que no lo hiciera hasta que ella no volviese a
Valencia veinte años después?
Al pensar en el atractivo joven recordó las palabras de Ximo sobre su
pelea. ¿Cómo estaría él? ¿Tendría la cara igual de magullada que su amigo?
El corazón se le encogió por la angustia de que fuera así.
—Ya son las doce, chicas —le comentó su amiga Julia— Hora de
volver a casa. De lo contrario el coche se me convertirá en calabaza.
Capítulo 18

Ese domingo «El Yayo» reunió a sus chicos a primera hora de la


mañana para preparar el siguiente golpe.
—Será en Xirivella —les informó, refiriéndose a una población
cercana a Valencia— Tampoco tiene arco de seguridad, así que será igual de
fácil que los otros cinco atracos. Esta vez —Miró a su hijo con seriedad—
no quiero correr riesgos. Nada de secuestrar a la cajera ni a ninguna de las
otras personas que haya en la entidad. Nosotros no hacemos rehenes. ¿Ha
quedado claro?
Todos asintieron a las palabras del jefe.
—Aarón se encargará como siempre de preparar todo y cuando esté
listo, actuaréis. Pero quiero que sea pronto —Miró a su atracador preferido
— Antes del quince de junio.
— ¿A qué viene tanta prisa? —quiso saber Aarón— Normalmente
pasan varios meses entre uno y otro.
—Pues esta vez no va a ser así —soltó el hombre mayor.
—Yayo, yo no puedo participar en este. Tengo una fisura en una
costilla y el médico me ha dado de tres a cuatro semanas en reposo —le
explicó aunque el otro ya lo sabía, pues Ximo se lo había comentado el día
anterior— Puedo prepararlo todo, pero…
—Tú irás con ellos como siempre —lo cortó «El Yayo» con un tono de
voz que no admitía réplica. Le dirigió una mirada retadora al joven y como
éste no dijo nada más los despachó a todos.
Cuando Aarón estaba a punto de salir pensando en cómo iba a hacer lo
del atraco porque con la costilla en ese estado no saldría todo lo bien que
habían salido los otros, el jefe de la banda lo llamó.
El chico permaneció en silencio, expectante.
—Quiero conocer tu versión sobre la pelea.
El joven se demoró unos instantes en responder, pensando en qué
podría decirle y qué no. No deseaba exponer a Emma a un peligro como era
ese hombre. Si éste conocía la verdad de lo que había sucedido, ella ya lo
estaba, pero quizá él podría apaciguar el genio del que había sido como un
padre para él los últimos veinte años.
—Fue por la cajera del banco, la que se llevó. Me he hecho amigo
suyo para sacarle información sobre lo que le ha preguntado la policía, pero
la chica no sabe nada, así que no les ha podido contar gran cosa —le mintió.
«El Yayo» le observó detenidamente unos segundos.
—Me decepcionas, Aarón. No te imaginas cuánto. Tú, que eras mi
preferido. ¿Te has creído que soy gilipollas? A mí no me mientas, niñato de
mierda —Se encaró con él y le dio un puñetazo en el estómago que hizo
que Aarón se doblara por la mitad, dejándolo sin aire— Me ha dicho mi
hijo que te tiras a esa furcia, que estás encoñado con ella, que la proteges…
—Lo agarró del cuello para que lo mirase a la cara mientras le hablaba—
¿Y vienes contándome un rollo que no se traga nadie?
Aarón acusó el golpe con un gran dolor. Le había dado cerca de la
costilla fisurada. Casi no podía respirar sin sentir unos enormes pinchazos
en esa zona. Cada vez que aspiraba un poco de oxígeno creía que se iba a
desmayar del dolor. Intentó hablar y defenderse. Pero no pudo.
—¿Cómo se te ocurre liarte con esa puta? —le gritó el hombre— ¿Es
que quieres que nos descubran a todos? ¿Quieres acabar tus días en la cárcel
como tu padre? —siseó con rabia.
El atracador lo miró furioso.
—No. —consiguió decir.
Su jefe lo soltó hastiado.
El chico cayó de rodillas al suelo, agarrándose la zona herida.
—No…estoy…lis…to para…el atra…co. Tene…mos que…espe…rar.
—No vamos a esperar una mierda. Prepáralo todo y rápido. Antes del
quince de junio quiero que se lleve a cabo el golpe, ya me has oído antes —
le espetó el señor mayor.
El joven ladrón, que poco a poco se iba recuperando del dolor pero sin
que éste le abandonara del todo, logró incorporarse.
—Pues búscate…a otro… Ya no quiero…seguir con…esta vida…No
quiero…continuar…con los atracos —le confesó.
En esa semana había estado pensando mucho y había tomado esta
decisión. Iba a dejar aquello. Lo haría por Emma porque ella se merecía a
alguien que no se metiera en esos asuntos que podrían llevarle a la cárcel.
«El Yayo» al oírle, se enfrentó a él. Lo cogió por el cuello y lo estampó
en la pared.El golpe contra el muro dañó de nuevo su costilla fisurada y
Aarón sintió como si le atravesaran mil puñales, cortándole la respiración.
—Tú no vas a dejar esto mientras yo viva. ¿Te ha quedado claro, fill de
puta? —masculló el hombre muy cerca de su cara— Lo que vas a hacer es
preparar este atraco y todos los demás que yo os encargue. Vas a continuar a
mi lado como siempre.
—¡No! —consiguió gritar Aarón a duras penas.
— ¿Te crees que voy a perder al mejor hombre de mi banda? Estás
muy equivocado.
—No quiero continuar —le dijo Aarón con un hilo de voz. La mano de
«El Yayo» en su garganta le hacía muy difícil hablar. Intentaba deshacerse
de ella, pero le estaba costando demasiado pues el dolor en la costilla
apenas lo dejaba moverse.
—Pues lo harás. O de lo contrario tu amiguita sufrirá un robo en su
casa en el que, por desgracia, será violada y asesinada —comentó con una
tranquilidad pasmosa el hombre.
Aarón no supo de dónde sacó las fuerzas para estamparle a su jefe un
par de puñetazos que consiguieron hacer trastabillar al viejo, librándose así
de su agarre.
—No tocarás a Emma.
—¿Quieres ver como sí lo hago? Tú desobedece mis órdenes y tu
zorrita pagará por ti.
El chico supo que eso ocurriría de verdad. La escena que su mente le
creó, hizo que su alma se partiera por la angustia y el dolor de ver a Emma
en esa situación. Por eso, para evitarle a su chica todo aquello, mantenerla
con vida y salvarla de aquel cruel destino, aceptó.
—Está bien. Lo haré. Pero a Emma no la toques.
Capítulo 19

Aarón salió de la casa de su jefe sintiéndose como un preso camino del


corredor de la muerte. Se maldecía una y otra vez por haber puesto a Emma
en aquella situación. ¿Por qué tuvo que vigilarla aquella primera vez? ¿Y la
segunda? ¿Y por qué tuvo que salvarla de aquel ladrón que le tiró del
bolso? ¿Por qué comenzó a hablar con ella y luego a quedar para estar
juntos?
Si él la hubiera dejado tranquila, si no hubiera hecho todo lo que hizo,
Emma no estaría en este lío en el que podía perder su vida de una forma
atroz.
Porque de una cosa estaba seguro. Quien fuera a cumplir el encargo —
robar, violar y asesinar— se ensañaría con ella para darle un escarmiento a
él. Maltratarían su precioso y delicado cuerpo. Harían que Emma padeciese
un calvario antes de morir.
Y todo por su culpa. Por haberse enamorado de ella. ¡Con tantas chicas
que había en Valencia y tenía que haberse fijado en Emma!
Él la había puesto en peligro. Le había disparado con su amor a
quemarropa hasta conseguir que ella se enamorase también.
Y ahora iba a morir si no hacía lo que le ordenaban.

***

La joven lo vio venir por la calle cabizbajo. El corazón se le alteró de tal


forma que amenazó con saltar de su pecho para correr al encuentro de
Aarón.
Desde que se enteró la noche pasada de su pelea con Ximo había
estado dándole muchas vueltas al tema. ¿Por eso canceló la cita para ir a
Ikea? ¿Porque había tenido que asistir a urgencias para que le curasen las
heridas? ¿Y por qué no la llamó para contárselo todo y que le acompañara
al hospital?
«Te llamó, pero tú no le cogiste el teléfono porque te enfadaste al ver
su wasap cancelando lo del Ikea. Sacaste conclusiones precipitadas sobre
por qué no te iba a acompañar a comprar las estanterías y por eso has estado
toda la semana cabreada con él» le recordó la voz de su conciencia.
Así que había decidido ir a su casa aquella mañana para reconciliarse.
En ese momento él levantó la cabeza y la vio. Se quedó parado unos
instantes, sin saber si correr para echarse en los brazos de Emma o dar
media vuelta y alejarse para que nadie lo viese con ella. Sabía que «El
Yayo» tenía ojos y oídos en todas las esquinas del barrio. Si hubiera tenido
más cuidado en sus encuentros, ahora ella no estaría en la situación de
peligro en la que él la había puesto.
No tuvo tiempo para decidir qué hacer, pues ella cubrió la distancia
que les separaba con pasos rápidos.
—Dios mío, tu cara…—se lamentó al llegar a su lado y le cogió el
rostro con las manos.
Lo examinó detenidamente mientras el alma se le caía a los pies al
comprobar su estado. Desde luego estaba mucho mejor que la del otro, pero
aun así le dolió ver su atractiva cara magullada.
—Tranquila. No es nada. Sanará —intentó calmarla notando toda la
calidez de la piel de Emma en su rostro, sintiéndose reconfortado.
La agarró de la cintura para pegarla a él. Su cuerpo rabiaba por estar de
nuevo junto al de ella.
—¿Por qué no me lo dijiste? Te habría acompañado al hospital para
que te curasen —protestó ella— Cuando Ximo me lo contó…
Aarón se envaró al oír el nombre de su compañero.
¿Has estado con Ximo?
Emma le contó el encuentro en el pub con Marina y luego la
conversación con el otro joven.
—Te dije que no te acercaras a Marina —soltó molesto.
Pero ella decidió no seguir con ese tema y cambió el curso de la
conversación.
—¿Por qué en lugar de mandarme un mensaje no me llamaste para
contarme tu pelea? Podías haberme dicho que tenías que ir a urgencias…
—No he ido al médico hasta el viernes.
Emma lo miró boquiabierta.
—¿Tuviste una pelea el sábado por la mañana y hasta el viernes no has
ido al médico? ¿Por qué? ¿Eres tonto o qué te pasa? —le riñó.
—No creí que fuera necesario. Ya he tenido más problemas de estos y
en pocos días se han solucionado sin la ayuda de ningún doctor.
«¡Hombres! Se creen que por ir al médico son menos machos» pensó
poniendo los ojos en blanco.
Emitió un pequeño suspiro y bajó las manos desde la cara de Aarón
hasta su cintura, recorriendo su cuerpo que tanto había echado de menos
aquellos días.
Al pasar por la zona donde el hombre tenía la fisura en la costilla, éste
gimió de dolor.
—¿También te hirió Ximo aquí? —preguntó ella.
Sin darle tiempo a contestar, levantó su camiseta y se encontró con un
gran hematoma que le cubría parte del estómago, el esternón y le llegaba
casi hasta el riñón izquierdo.
Aarón se sintió morir al ver su expresión aterrada. Se bajó la prenda
con rapidez para cubrirse al tiempo que comprobaba cómo a la chica se le
llenaban los ojos de lágrimas.
—Shhh, tranquila, bonita mía. Sólo tengo una fisura en una costilla.
Parece más grave de lo que es. No te asustes —intentó calmarla
abrazándola. Lo mataba verla llorar.
— ¿Qué parece más grave de lo que es? —Ella repitió sus palabras en
una mezcla de enfado, indignación y estupor— ¡Tener una fisura en una
costilla ya es bastante grave, por el amor de Dios!
—Bueno, sí, pero me recuperaré. Tampoco es para que te pongas así.
— ¿Y cómo quieres que me ponga? —dudó Emma incrédula ante su
falta de preocupación por su estado de salud.
Se distanció de él, rompiendo el abrazo, y puso las manos en sus
caderas mirándole como si a Aarón le hubieran salido dos cabezas.
—Si te parece bien, canto, bailo y me rio —le soltó indignada con él.
Aarón no pudo evitar que una pequeña carcajada saliera de su
garganta. Aquello hizo que el dolor le atravesara de nuevo, cortándole el
aliento.
—¡Encima te descojonas de mí! —chilló enfadándose aún más.
—No me…río de…ti—le dijo él, poniéndose una mano en el costado,
aguantándose las punzadas— Es que…me hace…gra…gracia tu…
—¿Te resulta gracioso que me preocupe por ti?
El atractivo ladrón le agarró por la cintura con la otra mano y la pegó a
su cuerpo.
—No te enfades, che —le pidió, sonriéndola como sólo él sabía
hacerlo.
Acercó su boca a la de Emma y con cuidado recorrió sus labios con
pequeños besos.
Cuando ella bajó la guardia y le ofreció sin ningún pudor su lengua, él
profundizó el beso. El gemido de placer de la mujer recorrió toda la espina
dorsal del joven e hizo que su corazón latiera más acelerado, en una mezcla
de excitación y energía sexual, que fue a parar directamente a la unión entre
sus piernas.
—Me encantan las reconciliaciones —murmuró ella cuando Aarón se
despegó de sus labios para tomar un poco de aire.
—¿Por qué no me has cogido el teléfono estos días ni has contestado a
mis mensajes? —quiso saber él.
—Estaba enfadada —confesó ella pegando su frente a la garganta
masculina y aspirando el aroma que tanto había echado de menos aquella
semana— Pensé que me dabas de lado después de haberte acostado
conmigo.
El chico arrugó el entrecejo al escucharla.
— ¿Cómo voy a pasar de ti si tú eres la historia más bonita que el
destino ha escrito en mi vida? —susurró en su oído.
Emma levantó la cabeza de golpe y se perdió en la mirada gris de
Aarón.
—Eso que has dicho, ¿lo has sacado de alguna novela? ¿Has estado
leyendo? —le preguntó emocionada por sus palabras.
—Esto que te acabo de decir lo he sacado única y exclusivamente de
mi corazón.
Capítulo 20

Justo cuando Aarón terminó de decirle a Emma aquellas tiernas


palabras, oyeron a su espalda unas palmadas.
—¡Oh! ¡Qué bonito!
Se volvieron y se encontraron con Marina, que les aplaudía.
—¿Así que por esta puta me has dejado?—le preguntó a Aarón con
desprecio—¿Por culpa de ella no quieres volver conmigo?
Emma y Aarón se separaron, mirándola cómo si hubieran hecho algo
malo.
—Estás colocada. —afirmó él viendo los restos de polvo blanco bajo
su nariz.
—¿Y qué? ¿Te crees que por haberme metido unas cuantas rayas no
soy capaz de ver lo que tengo ante mis propios ojos?—soltó Marina chula.
—Vete a casa. —le ordenó Aarón con voz dura.
La mujer comenzó a reírse histérica.
Emma contemplaba la escena sin saber si intervenir o no. Tenía varias
preguntas en la cabeza. Marina había comentado que Aarón la había dejado
por ella, que no quería retomar la relación por su culpa. ¿Sería esto cierto?
¿Se había metido entre medias de los dos? Pero él le había dicho que estaba
libre y Emma le creía. Entonces, ¿cuándo tuvo lugar su relación? ¿Marina
seguía enamorada de él?
—Pero, ¿tú quién te has creído que eres para mandarme a mí hacer
nada?—le espetó a Aarón— ¡Me quedaré aquí todo el tiempo que me dé la
gana! —comenzó a gritar— ¡Un cornudo como tú no me va a decir lo que
tengo que hacer!
Varias personas que pasaban por la calle en esos momentos se les
quedaron mirando.
Marina, al darse cuenta de que estaba captando el interés de la gente,
gritó más alto.
—¡¡Este hombre es el mayor cornudo del barrio del Cabañal!!
¡¡Miradle bien!! ¡¡Qué todo el mundo se quede con su careto!!
Cuando terminó de decirlo, empezó a reírse a carcajadas.
Aarón no lo pensó más y, agarrándola del brazo, la arrastró calle abajo
mientras le decía a Emma que la iba a llevar a su casa y, más tarde, la
llamaría a ella.

***

—¿Qué tiene ella de especial?—le gritó Marina a Aarón una vez que
traspasaron la puerta de su casa.
—¿Dónde está la niña? —preguntó él mirando a su alrededor. Al no
verla por allí, suspiró. Si la pequeña no estaba en casa, mucho mejor. Ver
así a su madre haría que se asustase.
—¡Yo qué sé! La dejé con una vecina. Se la habrá llevado por ahí, a
dar una vuelta.
Marina anduvo hasta el desvencijado sofá del salón y se dejó caer
como si el cuerpo pesara cientos de kilos.
—Pobrecita Claudia. ¿Tú sabes lo que es vivir con una madre
drogadicta? ¿Sabes el daño que la estás haciendo? ¿El recuerdo tuyo que va
a tener cuando crezca?—la increpó Aarón acercándose a ella—¡Tienes que
dejar esa mierda en la que estás metida! ¿No te das cuenta, Marina? El daño
que estás haciéndole a tu hija y a ti misma…
—¡Che! ¡Qué plasta eres! Siempre con lo mismo. A ver cuando te
enteras de que la coca me hace sentir viva. ¡Viva! Y no pienso dejarlo
nunca, ¿me oyes? ¡Nunca!
Aarón se sentó a su lado en el sofá y la agarró de ambos brazos.
—Lo que debería hacerte sentir viva tendría que ser escuchar la risa de
tu hija cuando juega.—dijo zarandeándola, apretando los dientes para
controlar su rabia—No entiendo cómo Asuntos Sociales no te la ha quitado
ya.
Marina hizo como que no le oyó. Cambió de tema para centrarse en
otro que le interesaba más.
—¿Desde cuando estás con esa zorra?
—No la llames así.
—¿Folla mejor que yo?
—Lo mío con Emma no tiene nada que ver con si folla mejor o no que
cualquier mujer de las que he estado. El sexo no lo es todo.
—¿Ah, no? Pues hubo un tiempo en que para ti, el sexo sí lo era todo.
¿Recuerdas cuando estábamos juntos? Nuestras noches se convertían en
días. Acabábamos tan agotados que…—le recordó mientras le acariciaba el
muslo, en un lento recorrido hacia su entrepierna.
—Con ella es distinto. Especial.—Aarón detuvo la mano de Marina,
que se acercaba con peligro a su miembro. La quitó de encima suyo y la
dejó en el borde del sofá.
Marina se incorporó, apoyándose en los codos.
—¿Especial? ¿Qué es lo que la hace tan especial?—preguntó molesta.
—No sabría decírtelo. Es algo que siento aquí.—Aarón se llevó una
mano al corazón.
—¿Y aquí no?—Con un pie, Marina presionó en el pene de Aarón.
Éste pegó un brinco al sentir su contacto y se levantó rápidamente.
—No vuelvas a hacer algo así, o lo lamentarás.—la amenazó.
Se dio la vuelta para irse, pero Marina se levantó del sofá enseguida y
lo detuvo abrazándole por la espalda.
—Hubo un tiempo en que fuimos felices.—susurró contra la tela de su
camisa—Yo también fui especial para ti. ¿Ya no te acuerdas? ¿Por qué no
podemos volver a tener aquello?
—Nuestros días juntos se acabaron en el mismo momento en que me
pusiste los cuernos.
Aarón deshizo el abrazo y se giró para encararla.
—Y no volverán. Ya no te quiero.—afirmó con rotundidad.
—¡La culpa la tienes tú! ¡Si me hubieras dado el dinero que te
pedía….!—gritó ella desesperada, intentando abrazarlo de nuevo.
—¿Cómo iba a dártelo para que siguieras drogándote?—soltó también
él, elevando la voz.
—¡Porque me amabas! ¿O no? Quizás no me querías tanto como
decías y por eso no me diste el dinero. Tuve que usar mi cuerpo para
conseguir lo que buscaba.
Aarón se pasó las manos por su corto pelo, desesperado por estar
teniendo otra vez esa conversación con Marina.
—Si no te hubiera amado entonces, ya estarías muerta. ¿Cuántas veces
te llevé a la clínica para que te trataran, eh? Pero cada vez que tú volvías a
salir, cada vez que estabas limpia, de nuevo, caías. Hice todo lo que estuvo
en mi mano, te presté mi ayuda porque te quería, pero una relación así
desgasta mucho y ya no pude soportarlo más. Tienes razón al decir que soy
culpable. Debí hacer mucho más para que salieras de este agujero, pero ya
no supe cómo ayudarte.
Aarón se puso las manos en las caderas y sacudió la cabeza a un lado y
al otro. Los recuerdos de aquellos días lo atormentaban.
—Hemos tenido esta conversación muchas veces y nunca sirve para
nada. No vas a cambiar.—le dijo mirándola con una pena infinita al ver la
chica en la que se había convertido por culpa de su adicción—Me voy. Date
una ducha y acuéstate.
Al ver que se marchaba, Marina intentó retenerle.
—Espera. Esta vez puede que me hayas convencido.—Lo agarró del
brazo—Haré todo lo que quieras, si vuelves conmigo. Lo dejaré. Seré una
buena madre para Claudia. A cambio de que estés conmigo otra vez.
Pero no engañó a Aarón. Le había dicho lo mismo demasiadas veces.
—Ya no te creo, Marina. Y además, ya no te quiero. Estoy enamorado
de Emma.
Escuchar aquella declaración de sus labios, fue como un jarro de agua
fría para ella.
—¿Qué tiene ella de especial?—volvió a preguntar, gritándole.
Acto seguido se quitó la camiseta de tirantes que llevaba, quedándose
ante Aarón con el pecho desnudo, y se subió la mini falda vaquera hasta la
cintura. Él comprobó que tampoco llevaba braguitas.
De un salto, se colgó de su cuello, enlazando las piernas en torno a sus
caderas.
—¿Ella te sorprende así, como yo?
—Déjame.—le pidió Aarón, asqueado, intentando deshacerse de su
cuerpo.
Marina lo besaba en el cuello, en las mejillas, intentó capturar su boca,
pero no lo logró.
—Por favor, vamos a reconciliarnos.
—¡He dicho que me sueltes!—gritó él, haciendo más fuerza para
librarse de ella.
La tiró contra el sofá y se detuvo un momento para recorrer su cuerpo
de arriba a abajo.
—Das pena, Marina. Fuimos felices, sí. Te quise muchísimo, sí. Pero
todo aquello pasó. Estás enferma y lo que tienes que hacer ahora es dejar tu
adicción. Busca un buen hombre, vuelve a enamorarte, cuida de tu niña…
—¡Oh, por Dios! Siempre con lo mismo, blablablá, esto, blablablá,
aquello.—soltó ella poniendo los ojos en blanco—Si no me vas a follar,
¡lárgate, cornudo de mierda!
Se levantó del sofá y, empujándolo, logró sacarle de la casa.
Aarón salió de allí con la misma sensación de siempre tras haber
hablado con Marina. Sentía rabia, impotencia, tristeza…
Pero se dijo que aquella vez había sido la última. Ya no podía
preocuparse más por ella. Ahora debía mirar hacia delante, hacia un futuro
con Emma. Si es que «El Yayo» les dejaba tranquilos.
Miró el reloj y vio que se le había echado encima la hora de comer.
Después tenía que hacer una visita que no podía retrasar más, así que le
mandó un mensaje a Emma.
«Nos vemos esta tarde.»
Podía haberle explicado más, pero prefirió esperar y hacerlo en
persona, en lugar de por WhatsApp.
Capítulo 21

El preso se sentó en la silla y miró a través del grueso cristal. Encontró a


su hijo al otro lado, que al verle, sonrió.
—Hola, papá.
—Hijo, ¿qué te ha pasado? Tienes la cara hecha un Cristo.—comentó
el hombre preocupado al ver las marcas de la pelea en el rostro de Aarón.
—No es nada. Ximo y yo tuvimos un encontronazo.—Se quedó un
momento en silencio y luego añadió—Oye papá, siento haber faltado a mis
últimas citas.
—No te preocupes, hijo. Eres joven, tienes una vida que debes
aprovechar y vivirla al máximo. Lo entiendo. No vas a estar viniendo a
verme cada dos por tres. Pero cuéntame, ¿va todo bien fuera? ¿Por qué os
habéis peleado Ximo y tú?
Aarón suspiró largamente antes de contestar.
—Eso es algo que no te puedo contar. Aquí hay oídos por todas partes
y me pondría en una situación comprometida si te lo explico.
—Bueno, pues intenta hacerlo sin darme…detalles o nombres, como
siempre.
Aarón lo pensó unos segundos. A pesar de llevar tantos años separado
de su padre por culpa de su condena, tenía mucha confianza con él.
Necesitaba hablarle de Emma y pedirle consejo sobre lo que se le
avecinaba.
—He conocido a una chica…
—¿Y por eso te has peleado con tu amigo?
—Sí, pero no es lo que tú piensas. Verás, en la última «reparación» él
se la llevó y yo conseguí que la dejara en paz.—le contó omitiendo nombres
y situaciones. Sabía que su padre lo entendería a la perfección con las
explicaciones que le daba—Pero ella vive cerca y me entró el pánico, así
que decidí vigilarla. Conseguí conocerla personalmente y, poco a poco, nos
hicimos amigos hasta que nos enamoramos. Estamos muy bien juntos. Es
magnífica. Me gustaría que la conocieras, pero no puedo traerla aquí. No
sabe nada de ti, ni de mamá, ni de lo que hago en «mi tiempo libre».—Se
quedó un momento en silencio, para luego añadir—Quiero dejar el negocio.
Por ella. Quiero comenzar una nueva vida. Ser otro hombre distinto. Ella se
lo merece.
Su padre asintió despacio. Muchas veces él mismo se lo había pedido
para evitar que acabase sus días encerrado como él, pero su hijo se había
negado. Le gustaba esa adrenalina que sentía cuando atracaba un banco y la
posterior recompensa económica.
—Tiene que ser muy especial si ha conseguido hacerte cambiar de
opinión. Algo que yo he intentado desde que supe que habías empezado con
eso.—Su padre le sonrió con cariño.—No te imaginas cuánto me arrepiento
de haberte dejado al cuidado de…
—Ya, papá. No te mortifiques más. Tú no sabías lo que iba a suceder.
—Sí, hijo, pero no puedo evitar sentirme culpable. Además, estar aquí
encerrado, no ayuda en nada. Temo por ti, Aarón. Pero si lo vas a dejar,
adelante. Me has hecho muy feliz con esa noticia.
Aarón inspiró hondo. Ojalá todo fuera tan fácil.
—¿Te has peleado con él por la chica o por tu decisión de dejar el
negocio?—continuó su padre.
—Mi amigo nos pilló juntos un día y quiere «enviarla» a otro sitio. Por
eso me pelee con él. Aún no sabe que quiero dejar el negocio de su padre.
Se lo he dicho al jefe y se ha negado a dejarme marchar. Dice que si lo
abandono,—Bajó la voz hasta convertirla en un susurro y el preso se acercó
más al cristal que los separaba para poder escucharle—matará a mi novia.
—Hijo de puta.—masculló el hombre al oírle.
—Así que no sé cómo salir de esta situación, papá.
Se quedaron unos segundos en silencio hasta que el preso habló de
nuevo.
—Tienes dos opciones. Una: irte bien lejos, esconderte con esa chica y
rezar para que nunca os encuentre. Pero esa no es forma de vivir.—dijo
mirándolo a los ojos. Inspiró profundamente y continuó—La segunda
opción no debería decírtela. Porque podrías acabar en la cárcel, como yo. Y
no quiero que mi hijo pase por lo mismo.
Aarón agachó la cabeza, apesadumbrado. Él también había pensado en
esas dos alternativas que su padre le planteaba y sabía que ninguna era
buena. No podía permitir que Emma se pasase la vida huyendo por su
culpa. Ni tampoco que a él lo condenasen a quince o veinte años por matar
a un hombre. ¿Qué sucedería entonces con Emma? No quería que ella
tuviera que ir a la prisión a verle. Esa vida no se la deseas a la persona que
amas.
Aarón también había pensado en romper con Emma. Si «El Yayo»
creía que ella ya no era importante para él, la dejaría en paz, pensó en un
primer momento, pero luego se acordó de que Emma era testigo clave para
identificar a Ximo por su cicatriz. En cuanto él la dejase desprotegida, el
delincuente se echaría sobre ella y la haría desaparecer.
—¡Qué complicado es todo!—se quejó Aarón. Miró de nuevo a su
padre, con rabia, pero no contra él, sino contra las circunstancias.—Ella es
lo mejor que me ha pasado en la vida, pero ojalá no la hubiera conocido
nunca. Mi amor la ha puesto en peligro.—dijo con amargura, desesperado
por la situación.
Su padre colocó una mano en el cristal que los separaba, queriendo
trasmitirle así a su hijo su apoyo.
—Tranquilo. Ya se nos ocurrirá algo.—Para intentar animarle, le
comunicó algo que llevaba tiempo esperando—Tengo una buena noticia
que darte, ¿sabes?
—¿Cuál?—preguntó Aarón, abatido y sin ganas. No le importaba
nada, excepto salvar a Emma. Pero no quiso ser maleducado con su padre.
—La semana que viene saldré de aquí después de veinte años, dos
meses y cinco días. Como no has venido a verme desde hace tanto tiempo,
no he podido informarte antes.
Aarón se alegró al oírle.
—¡Eso es fantástico, papá! Vendré a recogerte. ¿Qué día sales? ¿Y a
qué hora?
Su padre le dio todos los datos de los que disponía y organizaron la
salida del preso. Los cuarenta minutos de visita estaban a punto de terminar.
Antes de que Aarón se marchase, su padre le comentó algo que lo
preocupaba.
—Hijo, has dicho que tu novia no sabe nada de tu vida. Quizá deberías
hablar con ella y explicarle todo lo que pasó. Las mentiras no son buenas y
si estás dispuesto a dejarlo todo por ella, al menos, sé sincero y cuéntale
todo. Lo de mamá, lo mío y…lo tuyo. ¿O qué le vas a decir cuando me vea
contigo? ¿Qué soy un familiar lejano que ha venido de visita?
Aarón recordó que Emma creía que su familia había muerto, por
aquello que le comentó Ximo en la heladería. Tendría que hablar con ella y
explicarle que su padre continuaba vivo, pero ¿qué le iba a contar sobre su
ausencia todos esos años? Estaba seguro de que si le confesaba la verdad
sobre su familia, Emma saldría huyendo para no regresar jamás.
Pero su padre tenía razón. No podía basar una relación en las mentiras
o, mejor dicho, en ocultarle la verdad sobre su pasado y su vida a Emma.
Capítulo 22

El móvil de Aarón comenzó a sonar nada más que se metió en el coche.


En la pantalla vio que era su chica quien lo llamaba.
—Hola, bonita mía.—contestó con una sonrisa en la cara.
—¿Qué ha pasado con Marina? ¿Todavía estás con ella? En tu
WhatsApp sólo decías que nos veríamos esta tarde…
Aarón notó la ansiedad y la preocupación en la voz de Emma.
—No, ya no estoy con ella. La llevé a casa y me fui a la mía para
comer. Después, tenía una…cita en Picassent con…un amigo—Por teléfono
no era la manera correcta de confesarle lo de su padre, así que lo dijo de
otra forma—y he venido rápido para verle. Ya voy hacia tu casa. ¿Estás ahí
o has salido?
Se puso el cinturón de seguridad y, al hacerlo, un pinchazo le atravesó
todo el costado. Su fisura en la costilla le recordaba que seguía allí. Por un
momento, la respiración se le cortó.
—¿No deberías hacer reposo?
Emma había notado que se quedaba sin resuello unos instantes y supo
a qué se debía.
—Sí, pero me importa más estar contigo ahora que nos hemos
reconciliado.
—No quiero que por mi culpa…—comenzó a decir ella, pero él la
cortó.
—¿Y si voy a tu casa y nos pasamos la tarde tumbados en el sofá
viendo alguna película? Sería una especie de reposo.—dijo para
convencerla.
Pero en realidad lo que Aarón pretendía, además de estar con ella, era
protegerla. Si no salían de casa, si nadie les veía paseando juntos, evitaría
situaciones de peligro como la sucedida con Marina ese mediodía. O
incluso, puede que Ximo o «El Yayo» estuvieran controlando sus pasos. Así
que mejor prevenir.
—De acuerdo.—respondió ella.
Mientras conducía hacia casa de Emma, Aarón iba pensando en la
mejor manera de sacar el tema de sus padres, de lo que les ocurrió hacía ya
tantos años. Pero no encontraba la forma adecuada para hacerlo.
Sin embargo, debía confesárselo, pues no estaba dispuesto a renunciar
a su padre ahora que éste quedaba libre.
Nada más abrirle la puerta de la casa, Emma le besó con cuidado para
no hacerle daño en las costillas.
—No soy de cristal, ¿sabes?—comentó él, rodeándola por la cintura
para pegarla a su pecho.
—Ya, pero eres humano, ¿a qué sí? Y tienes huesos que se rompen, te
pones enfermo…—dijo Emma, sin querer tocarle—No quiero ser la
causante de…
No pudo continuar porque Aarón se apoderó de sus labios con un
pasional beso, en el que exploró cada rincón de la boca de ella.
—¿Vas a renunciar a esto?—le preguntó él, tentándola a continuar.
—Me temo que hasta que estés curado, sí, tendré que renunciar a
varias cosas.—suspiró ella, todavía con los ojos cerrados. Los abrió poco a
poco y se encontró con la maravillosa sonrisa torcida de su chico.—¿Qué
peli quieres ver?
—Una que se llama «Hacer el amor con mi novia es la mejor
medicina».
Emma puso los ojos en blanco y se distanció de él. Había notado su
erección creciendo contra su vientre y no quería continuar por ese camino,
aunque lo deseaba.
—Esa no me apetece.
—A mí sí.
—Tienes que hacer reposo.—le recordó ella.
—Y lo haré. Escucha, yo me tumbo en la cama y tú te subes encima de
mí.—Se aproximó a Emma otra vez y la cogió de la cintura.—Yo no me
moveré, lo harás todo tú, así que estaré cumpliendo con el reposo.—Sonrió
angelicalmente para convencerla.
Pero Emma se negó.
—Hasta que no estés recuperado, no. Cuando podamos hacer el amor
como salvajes, recuperaremos el tiempo perdido, pero hasta entonces, nada.
—¿Qué pasa? ¿No sabes hacérmelo tierna y delicadamente?—la
pinchó.
—Tú habías venido a ver una película, ¿no? Pues vamos.—Rompió el
abrazo y tiró de su mano hasta el televisor—Elige una de mi repertorio—
Señaló una pequeña estantería con varios DVD—O también puedes coger
un libro y ponerte a leer. Yo haré lo mismo.
—¿No hay nada que pueda hacer para convencerte?
Emma negó moviendo la cabeza a un lado y al otro.
Aarón suspiró, sabiéndose derrotado.
—Está bien.—Se acercó a los DVD y cogió uno al azar—Toma.—dijo
pasándole la película.
Emma la puso en el reproductor y los dos se sentaron en el sofá.
Poco a poco, ella se fue tumbando, acomodándose con la cabeza en el
regazo de Aarón mientras él le acariciaba el pelo. Bajó con sigilo su mano
hasta el pecho de Emma y cubrió uno de sus senos. Se quedó quieto,
esperando ver su reacción. Pero como ella no se quejó, comenzó a tocárselo
por encima de la blusa.
Un minuto después, introdujo la mano. Con los dedos, apartó el encaje
del sujetador y posó la palma sobre la tibia piel de su pecho. Notó el pezón
endureciéndose y cómo Emma emitía un suspiro de placer al sentir el cálido
contacto.
Desvió sus ojos de la pantalla del televisor para mirarla.
Ella estaba con la cara vuelta hacia él, los ojos cerrados y los labios
entreabiertos.
Apretó un poco más el seno femenino y el duro pezón se le clavó en la
palma.
Emma gimió sensualmente.
Con la otra mano, Aarón le desabrochó la blusa. Cuando la tuvo sólo
con el sujetador, le bajó las copas para poder tocarla a su gusto.
Ella continuó con los ojos cerrados, dejándole hacer.
Aarón masajeó sus pechos a su antojo. Cogió con los dedos los
pezones y los acarició hasta que los tuvo tan duros que pensó que a ella le
dolerían. Sin embargo, por cómo se retorcía su chica bajo sus caricias, la
forma en que se arqueaba hacia él, buscando su contacto, le dijo que aquella
tortura le resultaba muy placentera.
—Déjame saborearlos.—le pidió a Emma en un susurro.
Ella abrió los ojos entonces y le dirigió una sonrisa juguetona.
—Recuerda que estás de reposo.
—Mi lengua no tiene que hacerlo y estoy ansioso por jugar con tus
pezones. Venga. Colócate sobre mis rodillas.
Emma lo pensó unos segundos. A ella también le apetecía muchísimo
tener un poco de sexo. Además, Aarón la había excitado tanto con sus
caricias, que sentía el tanga empapado.
Se dijo que, con mucho cuidado y mimo, algo podrían hacer.
—Está bien.—Se incorporó y le señaló la entrepierna, donde se
marcaba toda la erección de él—Pero sólo por evitar que «eso» que tienes
ahí me taladre la cabeza. Te has puesto muy duro.
Se acomodó sobre su regazo al tiempo que se deshacía de la blusa y el
sujetador.
—Pero al mínimo dolor que sientas, me avisas y paramos, ¿entendido?
—le advirtió alzando una ceja.
—Ya siento dolor aquí—Aarón se agarró el paquete con una mano—
Pero como pares, subirá hasta aquí—Se llevó la mano hacia el corazón—y
me volveré loco.
Puso la mano en la espalda de Emma y con la otra le agarró un pecho.
Ella se acercó a su boca para que Aarón no tuviera que hacer ningún
movimiento que pudiera provocarle dolor en la zona lastimada.
Él comenzó a lamer y chupar las puntas, pasando de una a otra,
mientras ella, con las manos sobre los hombros masculinos, no paraba de
gemir por las olas de placer que la estaban recorriendo.
—Qué rica está mi niña.—susurró Aarón contra la piel de Emma.
Ella aprovechó que había soltado un momento su endurecida cima para
cogerlo por la barbilla y alzarle la cabeza. Lo besó con fuerza, casi
lastimándole los labios a su chico, pues era tal la pasión que sentía en ese
momento, que se olvidó de su costilla fisurada.
Aarón le subió la falda, enrollándosela en la cintura. Buscó su sexo y
gruñó complacido al encontrar su tanga húmedo. Lo apartó a un lado y pasó
sus dedos por toda la hendidura de Emma.
Ésta jadeó, pero el sonido quedó ahogado por los besos que se estaban
dando.
Volvió a recorrer con caricias atormentadoras los pliegues íntimos de
ella, pero sin penetrarla con ningún dedo.
—Aarón, por favor…—pidió Emma al ver que él no se los metía.
—¿Por favor qué? Recuerda que estoy de reposo.
—Malo.—le acusó ella—Ahora sí que te preocupas por el maldito
reposo.
—Tú vas de niña buena, pero cuando te toco, se te olvida todo.—dijo
él mirándola con picardía.
Emma se contoneaba encima de Aarón mientras este pasaba una y otra
vez sus dedos por su mojada hendidura. Cada vez estaba más excitada y
necesitaba encontrar su liberación.
El pulso latía frenético en sus sienes y comenzó a notar el aroma del
sexo extendiéndose por el salón.
—Es que me tocas demasiado bien.—gimió Emma con las pupilas
dilatadas por la excitación—Pero sabes hacerlo mejor. Llévame al cielo, por
favor.—le suplicó.
Aarón la agarró por la nuca con la mano libre y acercó la oreja de
Emma a su boca.
—Tus deseos son órdenes, princesa. Te subiré al cielo y no te dejaré
caer hasta que consigas tu orgasmo.
La besó en la garganta mientras introducía un dedo en la anegada
cavidad.
Emma ronroneó como una gatita al sentirlo dentro. El calor fue
apoderándose de su cuerpo con cada acometida del largo dedo de Aarón.
—Necesito un poco más para llegar.—le indicó ella con la voz
temblorosa.
Entonces, él la penetró con dos, al tiempo que con el pulgar le rozaba
el clítoris. Se reclinó contra el sofá para disfrutar del espectáculo que
suponía Emma entregada a la pasión. Ella continuaba apoyada en los
hombros masculinos con sus manos, moviéndose sobre Aarón, buscando
con ansia su clímax.
Echó la cabeza hacia atrás y comenzó a emitir unos sonidos guturales
que viajaron hasta el pene de él, endureciéndoselo más aún.
Cuando el delicioso hormigueo y el calor del orgasmo se apoderaron
de Emma, gritó y se dejó caer hacia un lado del sofá completamente
saciada.
Capítulo 23

Aarón la contempló, desmadejada y sudorosa, con la respiración


errática, sobre el sofá. Era la imagen más bella y erótica que había
contemplado en su vida.
Se lamió los dedos que habían estado en el interior de Emma,
disfrutando de su sabor, mientras con la otra mano se bajaba la cremallera
del pantalón y buscaba su erección.
Cuando la sacó, empezó a acariciarse. Seguía chupándose los dedos,
notando el exquisito sabor de su chica en la lengua y mirándola con los ojos
encendidos de deseo.
Emma estaba tumbada en el sofá tratando de recuperarse del intenso
orgasmo que había tenido, cuando notó los movimientos de Aarón. Abrió
un ojo y lo contempló.
—¿Quieres que te ayude con eso?—le preguntó con la voz
entrecortada.
—Me encantaría, pero ¿ya estás lista?
Ella se levantó despacio y fue a ponerse de rodillas en el suelo, frente a
él y su pene endurecido.
—Abre un poco más las piernas para que pueda meterme en el hueco y
chupártela mejor.—le dijo a Aarón.
Él obedeció y ella agarró la verga de su novio con una mano mientras
descendía con su boca sobre la corona rosada, semejante a una ciruela
madura.
Conforme Aarón veía desaparecer su miembro entre los labios de
Emma y el calor de su boca lo abrazaba como un guante de seda, empezó a
jadear y todos sus pensamientos coherentes se esfumaron.
Notaba pinchazos en la costilla, que ya había estado sintiendo cuando
tenía a Emma derritiéndose encima suyo, pero igual que no quiso parar
hacía unos minutos y aguantó el dolor, tampoco la detendría ahora. El
placer superaba al dolor y no pensaba privarse de él.
Emma subía y bajaba con su mano y su boca por el pene de su novio,
sintiendo la aterciopelada piel de él en la lengua. Escuchaba sus jadeos y
éstos la impulsaban para hacer mejor la felación, pero no se olvidaba de que
él se había lastimado el cuerpo hacía poco.
—¿Estás bien?—preguntó ella en un momento que se sacó de la boca
la erección de Aarón.
—Estoy…en…la…gloria.
—No te duelen las costillas ni…
—No. Tranquila…Sigue.—la animó a continuar.
—¿Me avisarás si te duele?
—Que sí, joder. No te pares. Estoy a punto.
La puso una mano en la cabeza y la obligó a continuar con su trabajo
oral.
Poco después, Aarón se deshacía en la boca de su novia. Intentó
quitársela de encima al ver que iba a correrse, pero Emma, testaruda, no se
lo permitió y se tragó todo su semen.
—Usted también está delicioso, señor Soler.—susurró, alzándose ante
él mientras se limpiaba un hilillo que le caía por la barbilla.
Se inclinó sobre la boca de Aarón y la reclamó con un beso largo y
profundo.

***

—¿Puedo preguntarte algo?—Quiso saber Emma minutos después.


Los dos estaban tumbados sobre la cama, desnudos, pero no habían
hecho el amor por el miedo que tenía Emma de dañar todavía más las
costillas de Aarón. Se habían entretenido acariciándose y disfrutando de sus
besos.
—Dime.—Aarón la abrazaba contra sí, en la parte buena de su cuerpo.
—Es sobre Marina.—Y sin darle tiempo a reaccionar, añadió con
rapidez—Dijo que la habías dejado por mí y te llamó cornudo. ¿Es cierto?
Aarón se tensó al escucharla.
—¿Es necesario que hablemos ahora de esto, Emma? Acabamos de
tener sexo y no me parece adecuado…
—Por favor. Es que la duda me está matando.—dijo incorporándose
para mirarle a los ojos.
Aarón emitió un largo suspiro.
—Está bien.—Hizo una pequeña pausa y le contó—Marina y yo
éramos novios desde los veinte. Cuando su madre murió de cáncer hace
siete años, ella cayó en una especie de depresión. Yo intenté ayudarla, era
mi deber como pareja suya y además, no me gustaba verla así. Pero Marina
cada vez estaba peor. Empezó a beber y a consumir cocaína. Decía que
cuando estaba colocada no se acordaba de lo que había ocurrido con su
madre, que era como un bálsamo para ella, y por eso cada vez se metía más
y más.
Emma lo escuchaba atentamente, viendo en los grises iris de su chico
el dolor de los recuerdos.
—La llevé unas cuantas veces a una clínica para que se recuperase de
sus adicciones, pero ella siempre recaía. Discutíamos mucho. Ella no quería
dejarlo. Yo la decía que estaba enferma y tenía que curarse. Pero, poco a
poco, mi amor hacia Marina fue muriendo.
—¿Y fue entonces cuando la dejaste?—Quiso saber Emma.
—No.—Aarón la miró a los ojos—A pesar de todo, continué a su lado.
Tenía la esperanza de que tarde o temprano se curase de su adicción. Y…
Dudó sobre si decir lo que tenía en la punta de la lengua, pero al final
decidió que sí. Ya que había comenzado a sincerarse con Emma, a abrirle su
corazón y contarle cosas de su pasado…Aunque el tema de sus padres era
un poco peliagudo. Pero si no se lo contaba hoy, lo haría cualquier día de
esa semana. De ello estaba seguro.
—Y me sentía en deuda con su familia. Me han cuidado desde que me
quedé solo. No podía darles la espalda ahora que me necesitaban para
ayudar con Marina. Además, ellos tampoco sabían muy bien qué hacer con
ella.
Emma asintió y continuó escuchando su explicación.
—Un día, hará cuatro años más o menos, Marina me pidió dinero para
ir a comprar su dosis, pero se lo negué. No estaba dispuesto a financiarle su
adicción. Discutimos y ella me dijo que si no se lo daba, encontraría la
forma de conseguir su droga. Sabía que su camello se acostaba con las
mujeres cuando no podían pagarle y ella estaba dispuesta a hacer lo mismo.
Intenté detenerla, pero se marchó. Dudé unos minutos sobre si seguirla o
no. Ella nunca había hecho algo así, pero «el mono» mandaba ahora en su
cuerpo, así que la busqué para evitar que hiciera algo de lo que se pudiera
arrepentir.—Apretó los dientes con furia al recordar lo que venía a
continuación—Los encontré en un solar entre dos casas, rodeados de
escombros. Él la apoyaba contra la pared mientras se metía en su interior y
no dejaba de decir guarradas. Me acerqué para parar todo aquello, pero
Marina me vio y, mirándome a los ojos, le dijo a ese malnacido que podría
hacerlo siempre con ella a cambio de una dosis. Que le gustaba cómo la
follaba. Que era mejor que yo. Y después lo besó, sin apartar su mirada de
la mía.
—¿Y tú qué hiciste? ¿Te fuiste de allí?—preguntó Emma, horrorizada
al escuchar la historia.
—No. Lo que hice fue separarles y liarme a golpes con ese hijo de
puta. Marina, mientras tanto, me golpeaba a mí en la espalda gritando que
lo dejase tranquilo, que todo lo que yo había escuchado era cierto, que él
follaba mejor que yo y que lo seguiría haciendo con él siempre que quisiera.
—¡Dios mío!—exclamó Emma, que no salía de su estupor.
—Como yo no dejaba de machacar a ese malnacido—continuó Aarón
—ella cogió un cascote de los escombros que por allí había y me golpeó en
la cabeza con él. Caí hacia un lado y pude ver cómo ella se montaba sobre
ese hombre para terminar lo que habían empezado. Luego todo se volvió
negro y cuando me desperté era ya de noche. Seguía tirado en el solar, sin
nadie a mí alrededor, y con un dolor de cabeza terrible. A duras penas
llegué a mi casa.
—No puedo creerme que te dejasen allí tirado sin saber si estabas vivo
o muerto.—dijo Emma alucinada.
—Pues lo hicieron. Como comprenderás, rompí mi relación con
Marina al día siguiente y poco después supe que se había quedado
embarazada de su camello.
Emma se inclinó sobre su boca, murmurando palabras tranquilizadoras
para reconfortar a Aarón. Lo besó con suavidad, queriendo borrar los
recuerdos. Pero éstos continuaban muy vivos en la mente del hombre.
—¿Entiendes ahora por qué te pedí que te alejaras de ella?—le
preguntó Aarón cuando acabó el beso—Es una persona enferma que no
quiere curarse. Lo hemos intentado todo y no hay manera de que salga del
agujero en el que está. Por si fuera poco, se ha acostumbrado a conseguir lo
que quiere usando el sexo. Da igual si es su dosis o un par de cañas. Y le da
lo mismo con quien sea, joven, viejo…—Chasqueó la lengua con fastidio,
pensando en cómo Marina había tirado por la borda su vida—Ha intentado
volver conmigo varias veces. Bueno, la verdad es que siempre que nos
vemos, me pide que volvamos a estar juntos, pero yo ya no la quiero y no
volvería con ella ni por todo el oro del mundo.
—Me da mucha pena y mucha rabia que hayas pasado por una
situación así, cariño. Pero me entristece todavía más por Marina y su hija.
¡Pobre niña!
Permanecieron unos segundos en silencio. Emma recostada de nuevo
contra el lado bueno del cuerpo de Aarón mientras no dejaba de pensar en
todo lo que éste le había contado.
—¿Y a la niña no la podríamos ayudar de alguna forma?
—La pequeña prácticamente vive con una vecina. Está bien. Es una
familia buena que se preocupa por ella y la quieren mucho, pero no es lo
mismo que criarse con el amor de tus propios padres. Claro, que Marina y
su camello poco amor podrían darle a la niña.
Emma aprovechó para preguntarle algo que hacía tiempo que quería
saber.
—Tú sabes bien lo que es criarse con una familia distinta a la tuya.
¿Qué fue lo que le pasó a tus padres?
Aarón se puso tenso. Emma le estaba sirviendo en bandeja de plata la
oportunidad de hablarle sobre su familia. Pero algo le impedía sincerarse
con ella en ese momento. Aunque se había prometido a sí mismo que lo
haría.
Sin embargo, sabía que su chica saldría huyendo al conocer su historia.
Y aún era pronto para perderla. O quizá no la perdería. Pero necesitaba
tiempo para pensar en cómo hacer las cosas.
—Por hoy ya vale de historias tristes, ¿no te parece?—La acarició el
pelo y bajó por su brazo, que estaba sobre su pecho.—Cambiemos de tema,
por favor.
Emma accedió a su ruego.
—Dentro de unos días vendrán a verme mis padres y mi hermana.
¿Quieres conocerles o aún es pronto?
Capítulo 24

¿Conocer a la familia de Emma? ¡Claro! ¿Por qué no? Era su novia y


tenía ganas de saber quiénes eran sus padres y su hermana. Que le contaran
anécdotas de cuando ella era pequeña y sentir el amor de una familia unida.
Algo que él no había tenido.
Sin embargo, tuvo que decirle a Emma que todavía era pronto. Quizá
en la próxima visita…
Sabía que vigilaban sus pasos y no quería poner en peligro también a
la familia de su chica. Todavía no sabía cómo deshacerse de la espada de
Damocles que pendía sobre su cabeza y la de Emma. Pero debía hallar una
solución, porque el tiempo se agotaba.
La fecha para el nuevo atraco estaba cada vez más cerca y Aarón no
quería participar en él. Con los que había cometido hasta la fecha, había
conseguido dinero de sobra para vivir sin derrochar. Lo invertiría en algo y
él y Emma podrían vivir de las rentas.
Si es que «El Yayo» y Ximo les dejaban tranquilos.
Desde la última reunión que tuvo con ellos, no había vuelto a saber
nada. Su amigo lo había llamado un par de veces, pero él había contestado
de mala gana y rápido, haciéndole saber que su llamada no era de su gusto.
Prácticamente se había mudado a casa de Emma para poder protegerla.
No quería darle la oportunidad a sus enemigos de verla sola y que la
hicieran algo. Aunque cuando sus padres llegasen a la ciudad, él volvería a
su casa, pero sólo el fin de semana.
Por las mañanas, se levantaba con ella y, después de desayunar, la
llevaba al banco. Volvía a recogerla al término de su jornada laboral y
pasaban la tarde encerrados en casa, viendo películas, leyendo, hablando y
haciendo el amor, despacio y con cuidado de no dañar las costillas de
Aarón.
Poco a poco, su cuerpo se iba recuperando. Ya hacía casi dos semanas
desde el incidente con Ximo y apenas le dolía la fisura.
Mientras Emma estaba en el banco, Aarón se había dedicado a buscar
un piso de alquiler para su padre. La casa familiar en la que vivió sus
primeros once años había sido expropiada por la ampliación de la Avenida
Blasco Ibáñez y, posteriormente, derruida para acometer las obras.
Así que cuando el preso saliera de la cárcel no tendría un lugar para
vivir. Por eso Aarón se encargó de facilitarle un domicilio en otra zona de la
ciudad. No quería que su padre volviese al Cabañal, con todos los malos
recuerdos que eso conllevaba. Deseaba una nueva vida para él después de
haber pagado por sus pecados.
El tema del trabajo era peliagudo. No creía que la gente estuviera
dispuesta a contratar a un ex convicto, pero debía intentarlo. De todas
formas, sabía que los presos, cuando quedaban libres, tenían derecho a una
prestación por desempleo como cualquier otro trabajador de España.
Además, su padre no había estado inactivo todos aquellos años. Antes
de ser condenado tenía un pequeño taller de coches, que ahora había
desaparecido por culpa de la expropiación. En los años de encierro había
estudiado dos carreras: Derecho y Empresariales.
Recordó con nostalgia cómo en cada visita su padre lo animaba a que
estudiara igual que estaba haciendo él, pero el dinero fácil y rápido era tan
goloso…que Aarón dijo que no cada una de las veces que su padre le
insistió.
El día que le comunicó con dieciséis años que dejaba los estudios, a su
padre casi le da un infarto. Los cuarenta minutos que duraba la visita se los
pasaron discutiendo.
Ahora se daba cuenta del gran error que había cometido. Si pudiera
volver atrás y tener la oportunidad de continuar estudiando…
Había encadenado un trabajo precario tras otro, con períodos de
inactividad, en los que se había dedicado a vaguear. Hasta que llegó su
primer atraco a un banco y desde entonces, no había parado.
Ya eran cinco los robos en sucursales.
Y no pensaba cometer ni uno más. Así que debía encontrar la manera
de no participar en el sexto, el que le había encargado «El Yayo».

***

Emma se despidió del cliente y centró su mirada en el siguiente. Al


instante le cambió el gesto de la cara, una sonrisa radiante, por una mueca
de espanto.
¿Qué demonios hacía Marina en el banco?
La chica se acercó al mostrador de caja, sonriendo burlonamente.
—Buenos días. Necesito hablar contigo. ¿Lo hacemos aquí, a la vista
de todos, para que se enteren de nuestra conversación? ¿O puedes salir diez
minutos y vamos a algún lugar donde haya menos gente?
Emma se levantó con rapidez y le comunicó a uno de sus compañeros
que iba a tomar un café.
—Bien. Tú dirás. ¿De qué quieres que hablemos?—preguntó un rato
después, sentadas en una cafetería cercana, frente a un café para ella y una
cerveza para Marina.
—¿Tú qué crees? Pues de Aarón, está claro.
—No tengo nada que hablar contigo sobre él.—dijo Emma,
cruzándose de brazos para ponerse a la defensiva.
—Pues yo sí.—La otra sonrió con malicia—¿Te ha contado cómo me
lo follé el otro día en mi casa? Después de interrumpir vuestro romántico
momento.—Se burló de ella—Como se quedó con las ganas de echar un
polvo y yo fui la causante de haberlo roto, me dijo que tenía que resarcirle.
Así que nos acostamos.
—Eso es mentira.—siseó Emma furiosa.
—¿Eso piensas?
—No es que lo piense, es que sé que me estás engañando.—replicó la
cajera del banco—¿Qué pretendes? ¿Sembrar la duda sobre una supuesta
infidelidad? ¿Para qué? ¿Para ver si así consigues tener el camino libre e
intentar recuperar a Aarón? Pues déjame decirte algo: lo sé todo sobre ti.
Sobre tu adicción. Sé que eres capaz de acostarte con los hombres para
conseguir una dosis o un poco de alcohol.—la acusó buscando hacerla
daño.
Pero erró por completo, ya que Marina la miraba con una sonrisa de
suficiencia en la cara, como si no le importase lo que ella le decía.
—Sé lo que le hiciste a Aarón hace cuatro años—continuó Emma, en
voz baja para que no la oyesen los de otras mesas, pero con la rabia
saliendo en oleadas de ella.—Te tiraste a tu camello, te quedaste
embarazada de él y Aarón te dejó. Te dejó, ¿me has oído bien? Y no volverá
contigo jamás.
—¿Crees que no volverá conmigo?—preguntó Marina sin perder su
cínica sonrisa—Y no lo va a hacer, ¿por qué? ¿Por qué ahora está contigo?
—Miró a Emma como si fuera un mosquito insignificante.
Emma se rió, aunque la situación no le hacía ninguna gracia.
—No, no es porque esté conmigo. No va a volver contigo porque ya no
te quiere. El amor que él sentía por ti lo destruiste hace años con tu
adicción, con tu infidelidad, con no querer salir de la mierda en la que te has
metido. Tú solita cavaste la tumba para enterrar el amor que Aarón sentía
por ti.
Emma vio en los ojos de Marina que aquello sí la había dolido, pero la
muy asquerosa trató de que no se le notara.
—Y no va a resucitar jamás. Ahora Aarón me tiene a mí—añadió—No
sé si lo nuestro funcionará o no, pero estoy segura de que si no lo hace,
buscará a otra chica. Otra que no serás tú. Dalo por hecho.
—Vaya, así que lo sabes todo sobre mi relación con Aarón.
Emma afirmó con la cabeza, sintiéndose triunfadora en aquella
situación.
Pero Marina tenía un as en la manga que estaba dispuesta a usar. Si
ella no podía tener a Aarón, tampoco lo tendría Emma, ni nadie después de
ella.
—¿También te ha contado, en ese arranque de sinceridad que ha tenido
el hombre que nos interesa, que su madre era drogadicta? Murió de
sobredosis cuando él tenía nueve años.
Marina comprobó cómo Emma dejaba de lado su sonrisa y la
cambiaba por un gesto de preocupación.
—¿Y que su padre lleva veinte años preso, acusado de asesinato?—
continuó.
Emma abrió los ojos como platos al escucharla. ¿Eso era cierto?
Marina aprovechó la confusión que veía en los ojos de la cajera para
dar la estocada final.
—Supongo que tampoco te habrá dicho nada de lo que hace en su
tiempo libre. De todos los atracos a bancos que ha cometido…
—¡Basta ya! ¡Eso es mentira!—gritó Emma, levantándose de un salto
de la silla.
Al hacerlo, movió la mesa y el café y la cerveza cayeron, derramando
todo el líquido.
—Si no me crees, pregúntale.—dijo Marina con una frialdad que heló
el aire a su alrededor.
Capítulo 25

Emma trabajó como un autómata hasta que acabó la jornada. En su


mente, una y otra vez se repetía la conversación con Marina. Sobre todo, el
final. ¿Aarón era un atracador de bancos? ¿Su padre era un asesino que
estaba en la cárcel cumpliendo condena? ¿Su madre había fallecido por
sobredosis?
Se decía que no podía ser. Seguramente, Marina se lo había inventado
para hacerla daño, para causar una discusión entre Aarón y ella, y que se
enfadasen.
Pero si fuera cierto…
Si fuera verdad, ¿por qué Aarón no le había dicho nada?
«Pues porque habrías salido corriendo. Huirías de él, de su pasado y de
su vida. Romperías toda relación con él. O, al menos, eso es lo que haría
una chica normal y corriente que no quiere meterse en líos. Pero, ¿qué vas a
hacer tú?», pensaba Emma mientras recogía su bolso y salía al exterior del
banco, donde vio que Aarón ya la esperaba con el coche.
Se quedó petrificada en la puerta de la sucursal, como si le
sorprendiera verle allí.
Él se bajó con rapidez y fue a abrirle la puerta del copiloto, como
siempre hacía, para que ella montase. Pero al verla tan quieta y mirándole
fijamente, presintió que algo iba mal. Volvió a cerrar la puerta del coche y
se acercó a Emma despacio.
Ella soltó el aire que había estado reteniendo cuando Aarón se plantó a
su lado y le preguntó si todo iba bien.
—No…Sí…No sé.
—Sube al coche y por el camino me cuentas lo que sucede.—dijo él.
Fue a darla un beso, pero ella le esquivó y caminó hacia el auto.
Aarón se preguntó qué demonios la pasaba. Nunca había rechazado sus
besos. Es más, buscaba su boca con desesperación cuando estaban juntos,
como si beber de sus labios apagase su sed.
Cuando Emma llegó al coche, se detuvo pensando si debía subir en él
o no. ¿Y si fuera cierto lo que Marina le había contado? ¿Iba a montar en un
automóvil en compañía de un atracador de bancos, hijo de un asesino y una
drogadicta?
«Es Aarón. El hombre del que estás enamorada. No te va a pasar nada
malo. Si hasta ahora se ha comportado correctamente contigo, ¿por qué iba
a cambiar?», se dijo, dándose ánimos para montar en el coche con él.
«Es un delincuente. Ha robado bancos y a saber qué más cosas ilegales
habrá hecho.», repetía una parte insidiosa de su cerebro.
Aarón la observó con la mano en la puerta, lista para subir al auto,
pero sin atreverse a hacerlo.
—¿Pasa algo, cariño?—preguntó de nuevo.
Emma le miró, pero no se fijó en él, ni en la cara de preocupación que
tenía, ni en los ojos grises que tanto le gustaban. Tampoco vio la sonrisa
torcida que la traía loca, ni el corazón del hombre que latía por ella y nada
más que por ella.
—No voy a ir contigo.—dijo de pronto y soltó la puerta que mantenía
agarrada.
Se giró y comenzó a caminar con rapidez hacia un parque cercano.
Aarón cerró el coche y corrió tras ella.
—¿Qué pasa?—preguntó cuando llegó a su lado. La cogió del brazo
para detenerla, pero Emma se soltó como si hubiera sufrido una descarga
eléctrica y se distanció más de él.
—¡Emma! ¡Espera! ¿Me puedes contar qué te ocurre?—Quiso saber
él, sin dejar de perseguirla.
—Déjame. No quiero estar contigo. No quiero que…—murmuraba
ella mientras se introducía más en el parque—…te acerques a mí.
—Pero, ¿por qué? ¿He hecho algo que te haya molestado? Si es así,
dímelo. Párate y hablemos, por favor.
—No…Bueno, mejor sí…Pero no te acerques a mí.
Se sentaron en un banco, cada uno en una esquina.
Emma inspiró hondo y las lágrimas comenzaron a salir de sus ojos.
Aarón al verla llorar, se asustó. Se movió para cubrir la distancia que les
separaba y poder consolarla, pero Emma levantó una mano para detenerle,
impidiéndole acercarse y poder sentir el calor de su cuerpo, que lograba
serenarla siempre.
—Hoy ha venido Marina al banco a verme.—confesó ella entre
hipidos por el llanto que no lograba contener.
Aarón cerró los ojos y soltó una maldición.
—¿Te ha montado un pollo en la oficina? ¿Y estás enfadada conmigo
por eso?
—Ojalá hubiera sido sólo eso. Pero no.
Se quedó en silencio unos segundos mientras continuaba llorando.
Aarón hizo amago de abrazarla otra vez, pero ella no le dejó.
—Por favor, bonita mía, me duele verte así. Déjame consolarte.
—No. No quiero que te acerques a mí.—contestó Emma con una
mezcla de pena, decepción y rabia en la voz.
—Pero, ¿por qué? Si Marina te ha dicho algo sobre mí para que te
enfades tanto, creo que tengo derecho a saberlo. Hablamos sobre ello y te
aclaro todas las dudas que tengas.—dijo, pensando que le habría soltado
alguna mentira sobre lo que pasó cuando fue a dejarla en su casa.
Emma permaneció callada unos instantes más, sin mirarle.
Aarón hacía verdaderos esfuerzos por no abrazarla y acariciar su
sedoso pelo, que ese día llevaba suelto.
Por fin, ella se decidió a levantar la vista y clavarla en los iris grises,
que la miraban angustiados.
—No has sido sincero conmigo, Aarón. Y enterarme por otra persona
me ha dolido muchísimo.
—¿Qué no he sido sincero? ¿A qué te refieres?—preguntó, rezando
para que Emma se explicase de una vez.
—Sobre tu familia y tu costumbre de ir por ahí—Emma bajó la voz
hasta convertirla en un susurro—robando bancos.
A Aarón la respiración se le cortó. Notó como si una losa de hormigón
le hubiera caído encima y lo aplastara sin remedio. La sangre en sus venas
se heló y el corazón dejó de bombear.
Pasaron un par de minutos en los que ninguno habló. Los dos se
miraban fijamente a los ojos. Emma aún continuaba derramando lágrimas
silenciosas y Aarón trataba de recuperar el aire que le faltaba a sus
pulmones.
—Tu silencio confirma las palabras de Marina. Tu madre murió de
sobredosis, tu padre está en la cárcel por asesinato y tú…tú…—Emma se
levantó del banco—No quiero verte nunca más.
Se dio la vuelta para irse, pero Aarón reaccionó, agarrándola de la
mano.
—Por favor, deja que te explique…—susurró con la voz estrangulada
por el miedo y la angustia de perderla. Toda su historia con Emma se estaba
viniendo abajo como si fuera un castillo de naipes.
Ella se soltó con rapidez, frotándose la mano y la muñeca como si le
dolieran.
—¿Entonces es cierto?—preguntó sintiendo cómo su corazón se
descomponía, rompiéndose en mil pedazos.
Más lágrimas bajaron desordenadas por sus pómulos y ella se las
limpió con rabia.
—No sé qué te habrá contado Marina o de qué manera lo habrá hecho,
pero, por favor, déjame que yo te lo explique todo.
Emma asintió mientras lo miraba desde su altura y veía a Aarón como
nunca lo había visto, vulnerable y aterrado.
—Apenas recuerdo a mi madre.—comenzó a relatar él en voz baja, sin
apartar sus ojos de los de Emma—Me han contado que, de más joven, ella y
mi padre tonteaban con las drogas. Mi padre logró dejarlas, pero ella no.
Cada vez estaba más enganchada hasta que un día...—Tragó saliva, sentía la
garganta seca—Falleció. Mi padre se volvió loco al perderla. Había hablado
muchas veces con el camello que le vendía la droga para que no lo hiciese
más y que mi madre pudiera desengancharse, pero ese malnacido
continuaba haciéndolo. El mismo día que enterramos a mi madre, mi padre
lo buscó y le dio tal paliza que casi le mata.
Aarón hizo una pausa, en la que bajó la mirada un momento al suelo,
perdido en los pocos recuerdos que tenía de aquella época.
Emma se sentó de nuevo en el banco, a su lado, pero guardando una
distancia de seguridad.
—Dos años después yo salía del colegio una tarde cuando un tipo se
me acercó. Me dijo que si le guardaba una cosa en la mochila, me daría
dinero. Que unos días más tarde volvería a buscarme para que se lo
devolviera. Y yo lo hice.
Aarón levantó de nuevo la mirada, pero no para centrarla en Emma, si
no en las hojas de los árboles que se movían con el tímido aire que soplaba.
—Cuando llegué a casa, no sé cómo, mi padre lo descubrió. Me gritó,
me dijo que aquello era droga, que era la misma mierda que se había
llevado a mi madre. Le conté lo del encuentro con el hombre que me la
había dado y, juntos, salimos a buscarle. Le encontramos.—Emitió un
sonoro suspiro y miró a Emma—Y mi padre tuvo una pelea con él. Desde
entonces, no volvió a dejarme regresar a casa sólo desde el colegio. Él iba a
buscarme todos los días. Pero un día…No apareció.
Hizo una pequeña pausa para tomar aire mientras ella esperaba
expectante a que continuase.
—Cuando llegué a mi casa, había varios coches patrulla delante. No
me dejaron entrar. Los vecinos me dijeron que uno de los camellos del
barrio había entrado con mi padre en nuestra casa, que oyeron gritos,
golpes, y que llamaron a la policía. Cuando éstos llegaron, encontraron a
mi padre encima del hombre cosiéndolo a puñaladas. Lo detuvieron y lo
enviaron a prisión. La condena fue de veinte años por asesinato con
ensañamiento. Al parecer aquel hijo de puta fue a decirle a mi padre que
conseguiría que yo cayera en las drogas igual que mi madre y varias cosas
más, así que mi padre se lo cargó para evitar que esto sucediera.
Aarón se detuvo, respirando como si hubiera corrido una maratón.
Cuando vio la expresión horrorizada en los ojos de Emma, el alma se le
partió.
—Lo siento muchísimo, Aarón.—murmuró Emma. Quería tocarle,
abrazarle, pero no podía. Algo se lo impedía. Necesitaba escuchar la parte
de la historia que faltaba.
De momento lo que le había dicho Marina era cierto. La madre de
Aarón había muerto por sobredosis y su padre estaba en prisión por
asesinato. Ojalá no hubiera sido verdad nada de aquello, porque eso
significaba que el resto también iba a ser cierto.
—Aún hay más.—dijo ella para que él continuara.
—Lo de los atracos, sí. Pero no quiero contártelo.
La cogió de las manos, a pesar de que Emma se resistió.
—Si lo hago, te perderé.—suspiró, apretándoselas para que ella no
lograse escapar.
—Suéltame.—siseó ella. ¿Así que eso también era cierto?
—¡Compréndeme, Emma! ¿Cómo iba a decirte quien soy, como soy,
lo que ha pasado en mi vida, con mis padres, lo que hago…? No es una
carta de presentación muy buena que digamos. ¡No habría tenido la
oportunidad de conocerte! ¡De enamorarme de ti! ¡Ni que tú lo hicieses de
mí! ¿No lo entiendes? Mi vida es mejor desde que tú estás en ella. Yo soy
mejor desde que estoy contigo.
—¿Qué eres mejor desde que estás conmigo?—preguntó ella alucinada
—¡Eres un atracador de bancos, por el amor de Dios! ¿Cuántos atracos has
cometido estando conmigo? La fisura en las costillas, ¿fue por una pelea
con Ximo o por un robo?
—Lo de la pelea con Ximo es cierto. Él mismo te lo dijo. Y desde que
estoy contigo, no he vuelto a delinquir. Te lo juro. Créeme, por favor.
Entonces, Emma le hizo una pregunta que rondaba por su mente desde
hacía rato, arriesgándose a que fuera verdad y su alma se partiera en dos
definitivamente.
—El atraco a mi banco…¿Fuiste tú? ¿Tú banda?
Aarón cerró los ojos y, lentamente, asintió.
Oyó el jadeo horrorizado que escapó de los labios de Emma y cómo
ella tironeaba de sus manos para soltarse.
—Lo siento. Lo siento mucho.—repetía Aarón, intentando retenerla a
su lado.
—¿Fuiste tú quien me secuestró? ¿Te gusté y por eso me llevaste
contigo?—preguntó Emma con horror, lo cual era una tontería porque ella
sabía perfectamente que el miembro del grupo que la secuestró tenía una
fea cicatriz en la nuca de la que su novio carecía.
Aarón meneó la cabeza.
—No. Yo fui quien se enfrentó a mi compañero y te dejó libre en la
iglesia.
Emma abrió la boca para preguntar más cosas. Necesitaba saber cada
detalle.
Pero el sonido del móvil, interrumpió lo que iba a decir. Miró la
pantalla y abrió los ojos como platos. ¿Aquello era una señal divina?
—Es la policía.—informó a Aarón, que se quedó lívido al escucharla.
—¿Me vas a delatar?—preguntó con miedo.
Ella no tenía la respuesta para esa pregunta. Estaba demasiado confusa
y el dichoso teléfono no paraba de sonar.
—No lo sé…No sé qué hacer…—susurró clavando su mirada en los
ojos tristes de Aarón. Lo contempló y lo que vio no le gustó nada. Su chico
era la viva imagen de la desesperación y la derrota.
El móvil, en su mano, siguió sonando unos segundos más, hasta que la
llamada se cortó.
—Deberías hacerlo—la aconsejó Aarón—Es tu deber como ciudadana
informar de lo que te acabo de contar. Yo debería ir a la cárcel por lo que he
hecho. Pero antes de que tomes una decisión, déjame decirte que he
decidido dejar esa vida. No quiero continuar con los atracos.
No quiso decirle que había hablado con el jefe de la banda y este se
había negado a dejarle marchar, que ella estaba amenazada de muerte…Si
le contaba aquello, ella entraría en pánico y todo se pondría peor.
—Sé que no te merezco. Que tú podrías tener a alguien mejor que yo,
pero soy egoísta y te quiero para mí. Estoy enamorado de ti, Emma.—La
acarició el óvalo de la cara con toda la dulzura que pudo y ella cerró los
ojos al sentir su caricia.—Quiero dejar esta mierda por ti. Porque tú me
haces querer ser mejor persona y estoy dispuesto a lo que sea con tal de
conseguirlo. Con tal de ser digno de ti.
Ella se mordió los labios al escucharle. Parecía sincero. Quería creerle,
pero…¿y si él sólo se lo decía para que ella no fuese a la policía y le
contase toda su conversación?
Abrió los ojos y descubrió que Aarón también estaba llorando. Como
un niño pequeño que se ha perdido en el parque y busca desesperado a su
mamá.
Le dolió verlo así porque ella también le amaba, a pesar de todo lo que
terminaba de saber de él.
Sin embargo, se preguntó si el amor que sentía por él era lo bastante
fuerte para perdonar y olvidar.
—Necesito tiempo.—dijo ella levantándose del banco y soltándose de
sus manos, dispuesta a marcharse.—Tengo que pensar en todo esto.
—Entiendo que te ha causado una impresión muy grande, pero no
olvides que en cada momento que he estado contigo, en cada beso, cada
palabra que te he dicho mientras hacíamos el amor, siempre he sido yo, el
Aarón que trabaja en la fábrica de la Ford, no el Aarón que atracó tu banco.
Siempre he sido yo, el que te disparó con su amor a quemarropa para lograr
que tú, un ángel puro que aterrizó en mi desdichada vida, se enamorase de
mí y me sacaras de esta mierda en la que estoy. Soy un hombre que ha
cometido muchos errores en su vida, pero tú eres lo mejor que hay en ella y
por ti estoy dispuesto a cambiar.—volvió a decirle.
Emma lo había escuchado con un dolor que le desgarraba el pecho.
Estuvo tentada de echarse en sus brazos y besarle, pero se contuvo. Era
mejor alejarse un tiempo y pensar en los siguientes pasos que iba a dar en
su vida. Con Aarón…o sin él.
Capítulo 26

—¿Diga?—contestó Emma al teléfono, aunque sabía de sobra quien la


llamaba.
—Señorita Vilaplana, soy el Inspector Puig. Necesito que venga a
Comisaría para una rueda de reconocimiento. Tenemos a varios
sospechosos que concuerdan con el hombre de la cicatriz en la nuca que nos
dijo usted.
Emma dejó de escuchar algunos segundos, pensando que gracias a
Dios, Aarón no tenía ninguna marca en el cuello. Debía identificar entonces
a alguien de su banda. Al tipo que se la llevó.
Volvió a oír al policía justo en el momento que éste le indicaba la hora
a la que debía acudir a Comisaría.
—Muy bien, Inspector. Allí estaré.
Cuando Aarón acabó su discurso, dejó que ella se marchara. Emma
cogió el autobús hasta su casa y se pasó toda la tarde encerrada, pensando,
decidiendo, discutiendo consigo misma qué hacer.
La llamada del agente, la había sobresaltado, aunque la esperaba
porque no cogió el teléfono la primera vez y supuso que la llamarían una
segunda. Como así había sido.
Aarón llegó a la casa pasadas las diez de la noche. No había querido ir
antes para dejarla tiempo, espacio, para pensar, como ella le había dicho.
—No puedes quedarte aquí.—le advirtió Emma nada más que lo vio
entrar por la puerta.
—Lo entiendo.—Aarón asintió con la cabeza y se dirigió hacia la
habitación. Metió en una mochila sus cosas y abandonó la casa, cabizbajo,
sintiéndose derrotado, pero rezando al mismo tiempo porque todo acabase
bien entre los dos.
Cuando Emma llegó a la Comisaría no sabía qué hacer. ¿Debería
confesar que conocía la identidad de, al menos, un atracador? ¿O era mejor
no decir nada? Aarón podría ir a la cárcel por su culpa.
El Inspector Puig ya estaba esperándola. Le explicó el procedimiento y
la pasó a una sala con un gran cristal que la separaba de varios hombres.
Todos ellos estaban de cara a la pared, enseñando sus nucas.
Emma recorrió uno por uno, mirando todas las marcas.
Y entonces lo vio.
El hombre que se la había llevado. Su secuestrador.
El cómplice de Aarón.
Si lo delataba a él, Aarón también caería.
—¿Reconoce alguno, señorita Vilaplana?
Emma dudó unos segundos. Inspiró hondo y soltó el aire lentamente,
relajándose.
—No. No es ninguna de estas cicatrices.—mintió.
—¿Está usted segura?
Ella dio otra vuelta, haciendo como que los repasaba de nuevo.
—Sí, estoy segura. El hombre que atracó mi banco y me secuestró no
está aquí.
Mantuvo la mirada del policía todo lo que pudo para que él se creyese
sus palabras.
Tras unos segundos de silencio, el Inspector Puig habló de nuevo.
—Bien. Seguiremos buscando y la volveremos a llamar. No se vaya
todavía. Tenemos algo de papeleo que hacer, pero es poco, no más de unos
minutos.
—De acuerdo.
Cuando Emma salió de Comisaria le temblaba todo el cuerpo. Acababa
de mentirle a un policía. ¿En qué la convertía eso?
No pudo pensar mucho más porque, de repente, al dar la vuelta a la
esquina, una mano cubrió su boca, haciéndola daño en los labios, mientras
sentía que algo afilado se clavaba en su costado.

***

Aarón esperaba impaciente la salida de su padre de la cárcel.


Cuando lo vio traspasar las puertas y él apareció, echó a correr, como
cuando era niño, y se refugió en sus brazos.
—Papá, por fin.—suspiró.
—Sí, hijo. Ya acabó todo. A partir de hoy, una vida nueva se abre ante
mí. Una vida lejos de estas cuatro paredes. Ahora me toca empezar. Pero no
tengo miedo de hacerlo.—confesó con ánimo.
Deshicieron el abrazo y caminaron hasta el coche de Aarón.
Su padre notó que algo entristecía el momento de su liberación.
—¿Qué ocurre, hijo?
—Nada, papá.
—Venga, cuéntamelo. Tiene que ver con «El Yayo», ¿verdad? Sigue
sin querer dejarte libre, ¿me equivoco?
—Todo se ha complicado con Emma, mi novia.—dijo mientras subían
al auto.
Le contó los últimos sucesos, todo lo que Emma había descubierto
gracias a su conversación con Marina, y la discusión que habían tenido
ellos.
—Estás metido en un buen lio.—afirmó su padre cuando Aarón acabó
su relato.—¿Qué piensas hacer?
—No lo sé, papá. De momento, le daré el tiempo que me ha pedido
para pensar y luego, aceptaré lo que ella decida. Si me delata y voy a
prisión—Se encogió de hombros—tendré que cumplir la condena que me
caiga. Pero si no le dice nada a nadie y me perdona, deberé encontrar la
manera de deshacernos de la soga que nos tiene al cuello «El Yayo» para
poder vivir tranquilos y ser felices.
—Espero que lo consigas, hijo. Ya sabes que aquí me tienes para lo
que sea.
—Gracias, papá.
Continuaron el viaje en silencio, hasta que Aarón volvió a hablar.
—Emma me ha echado de la casa, así que me he ido a la tuya, a la que
te he alquilado. No quería volver con Ximo. Espero que no te importe.
—¡Claro que no! ¿Cómo iba a importarme volver a vivir con mi hijo?
Pero, ¿no tenías que protegerla? ¿Cómo lo vas a hacer si no estás con ella?
Aarón tomó el desvío para dirigirse al barrio donde tenían la vivienda
alquilada.
—Aunque ya no esté en su casa, la sigo controlando. Excepto hoy, que
he venido a buscarte. Si te parece bien, te dejaré en el piso para que te
instales y me marcharé para continuar con mi vigilancia.
—Tranquilo, hijo. Por mí no te preocupes.
Llegaron a la calle y Aarón aparcó el coche. Cuando iba a bajarse de
él, su móvil sonó.
Bufó al ver que era Ximo y, preguntándose qué demonios querría su
amigo en ese momento, descolgó.
La sangre se heló en sus venas al escuchar a Emma al otro lado
sollozando.
—Aarón, ven a buscarme. Ximo…
—Ya has hablado con él, bonita.—Oyó la voz de su amigo, que le
había arrebatado el móvil a la chica—Ahora tienes que cumplir conmigo.—
Y dirigiéndose esta vez a Aarón, le dijo—Voy a disfrutar de tu preciosa
novia como llevo tiempo queriendo hacer.
—¡No la toques, hijo de puta!—gritó Aarón al teléfono.
—Te equivocas. La voy a tocar por todas partes. Y tú no vas a poder
impedírmelo.
El atracador soltó una sádica carcajada y cortó la llamada.
Cuando Aarón le contó a su padre la conversación telefónica con
Ximo, éste se negó a abandonarlo en unas circunstancias tan difíciles. Así
que, sin apearse del coche, Aarón arrancó de nuevo y puso rumbo a su casa,
la que compartía con su amigo hasta que se fue a vivir con Emma.
Pero cuando llegaron allí, la encontraron vacía. No había ni rastro de
ninguno de los dos.
Capítulo 27

*Emma estaba aterrada. Jamás en su vida, excepto cuando el atraco al


banco y su posterior secuestro, había pasado tanto miedo. Al darse cuenta
de que era Ximo quien se la llevaba al salir de la Comisaria, el pánico
invadió su cuerpo y comenzó a temblar.
No podía estar pasándole esto. A ella no. Y todo por culpa de su
relación con Aarón. Si no lo hubiera conocido, si no fuera su novia, nada de
esto sucedería. Pero, ¿quién iba a imaginar los secretos que escondía ese
hombre tan atractivo, cariñoso y divertido?
Enterarse de todo su pasado y de su presente, la había dejado en shock.
Un estado del que había salido cuando tuvo que ir a Comisaría para la rueda
de reconocimiento.
¿Por qué no había delatado a Ximo cuando vio su cicatriz? Ahora no
estaría en la situación en la que se encontraba. De haberlo hecho, él estaría
en el calabozo, custodiado, y ella tranquila en su casa.
Pero no confesó que era ese joven quien se la llevó de la sucursal
porque eso pondría también en peligro a Aarón y, debía reconocer, que
aunque no aceptaba que su novio fuera un delincuente, tampoco deseaba
que acabase sus días en prisión.
Quería pensar que toda la conversación con Marina y después con
Aarón había sido un mal sueño del que iba a despertar en cualquier
momento. Pero no. Todo había sido real.
Ximo condujo su coche hasta la fontanería de su padre para informarle
del plan de éste. El padre aconsejó a su hijo que buscase un lugar
abandonado para cometer su violación. Quizá alguna de las casas
expropiadas que aún no había sido rehabilitadas…
Cuando se montaron de nuevo en el vehículo, Emma vio que llegaba
Aarón en el suyo, con otro hombre. Intentó bajar la ventanilla y gritar para
que él supiera que estaba allí, pero no lo consiguió. El delincuente le dio tal
puñetazo en la boca que casi le rompe los dientes. Por el espejo retrovisor,
mientras se alejaban de allí a toda velocidad, comprobó cómo Aarón y el
señor que le acompañaba, entraban en la fontanería sin haber reparado en su
presencia. Amargas lágrimas rodaron por sus mejillas. Si su novio hubiera
llegado un poco antes, habría detenido todo aquello.

***

Cuando salió de su casa, Aarón condujo hasta la fontanería de «El


Yayo». Él tenía que saber dónde estaba su hijo con su novia.
Por el camino, iba rezando todo lo que sabía y recordaba, rogándole a
Dios que Emma estuviera bien, que Ximo no la forzase, que no mancillase
su cuerpo, ni su mente con los recuerdos que le quedarían tras haber sido
violada y que no acabase con su vida, sobre todo, esto.
Llegaron a la fontanería y Aarón casi se tiró del coche. No llegó ni a
aparcarlo correctamente. No podía perder tiempo haciéndolo.
—¿Dónde está Ximo? Ha cogido a mi novia y se la ha llevado.—soltó,
entrando en el negocio como un vendaval.
Su padre iba detrás de él, casi pisándole los talones.
—¡Hombre! Germán. Me alegro de verte libre después de tantos años.
—exclamó, ignorando a Aarón.
Le tendió una mano por encima del mostrador al hombre y Aarón, que
estaba más cerca, le pegó en ella para apartarla.
—Ni se te ocurra tocar a mi padre, malnacido. ¡Dime ahora mismo
dónde está Ximo con mi novia!—le gritó, cogiéndolo por la pechera de la
camisa y levantándolo unos centímetros del suelo.
El jefe de la banda intentó agarrarse al mostrador, sin éxito.
—¿Y por qué tendría que decírtelo?—soltó el fontanero con chulería.
El padre de Aarón entró en la trastienda buscando al amigo de su hijo
y a la chica.
Cuando salió a los pocos minutos, tras registrar bien aquello, se
encontró con que Aarón había saltado encima del hombre y le daba
puñetazos en la cara, las costillas y en todos los sitios de su cuerpo donde
pillaba.
—¡Dime dónde están!—gritaba enfurecido.
«El Yayo», que también agredía a Aarón, logró desequilibrarlo con un
certero golpe en la sien, que dejó al joven atontado unos segundos. Tiempo
que aprovechó el hombre para cambiar las posiciones y golpear la cabeza
de Aarón contra el suelo, una y otra vez.
Germán, el padre de Aarón, viendo que el hombre iba a matar a su
hijo, se lanzó contra él y lo derribó. Rodaron por el suelo, entre patadas y
puñetazos.
Con sus manos, apretó el cuello del fontanero que había hecho de su
hijo un atracador de bancos, mientras el otro le arañaba la cara.
A Germán no le importó que el jefe de la banda lo hiriese. Continuó
apretando y apretando hasta que el hombre dejó de lastimarle el rostro y
empezó a luchar porque sus pulmones tuvieran aire.
Agarró las manos con que Germán lo retenía contra el suelo,
oprimiéndole la garganta, e intentó deshacerse de ellas. Pero el ex convicto
era más fuerte y no logró desasirse.
Aarón se recuperó del golpe que le había dejado casi noqueado y
enfocó la mirada hacia donde se encontraba su padre, con «El Yayo»
debajo, luchando por su vida.
—¡Papá! ¡Déjale! ¡Lo matarás!—gritó.
—¡Nunca permitirá que lo abandones!—siseó—¡Si él muere, quedarás
libre! ¡Podrás dejar la vida que has llevado hasta ahora!
—¡Pero si le matas, volverás a la cárcel, papá!
—Volvería encantado sabiendo que mi hijo es feliz lejos de toda esta
mierda.—murmuró Germán.
Apretó un poco más el cuello del hombre mientras Aarón trataba de
convencerle de que no lo hiciera.
—¡Pero yo no quiero que vuelvas a prisión! ¡Ni por mí ni por nadie!—
Colocó una mano sobre el hombro de su padre, intentando que lo
obedeciera—Por favor, papá, no quiero volver a perderte.
En ese momento, Germán soltó la garganta de «El Yayo».
—Lo siento, hijo. Ya es demasiado tarde. Acabo de matarle.
Capítulo 28

Aarón y Germán entraron en el bar que frecuentaba el primero,


buscando a Marina. La encontraron en el baño masculino, con dos
jovencitos que no superarían los veinte años. Mientras uno la embestía por
detrás, ella estaba inclinada sobre el otro haciéndole una felación.
Aarón agarró de la nuca al que la penetraba y le tiró contra la pared de
enfrente. El chico, sorprendido, cayó de culo al suelo, quejándose porque
había interrumpido su momento de placer.
El otro jovencito se quedó quieto al ver lo que ocurría, con Marina
siguiendo con el trabajo oral, sin inmutarse.
Aarón agarró a la mujer del pelo y la obligó a parar.
Germán indicó a los dos chicos que desaparecieran de allí
inmediatamente y éstos, viendo que si no obedecían tendrían problemas,
aceptaron que su momento con la mujer había terminado.
—¡Che! Déjame que acabe con ellos y luego te cojo a ti. Sabes que
tengo aguante y puedo hacerlo.—le dijo Marina, sonriendo.
Aarón se dio cuenta de que no iba sólo colocada, si no también
borracha. Una mala combinación que acabaría con su vida tarde o
temprano.
—¿Dónde están Ximo y Emma?—preguntó con rabia.
Ella se encogió de hombros, pues no sabía la respuesta, ni le
importaba.
—¿Te ha dejado por mi hermano?—Quiso saber riéndose de Aarón.
—Ximo se ha llevado a Emma. La ha secuestrado y tiene intención de
violarla y asesinarla.—le contó él, intentando que ella entendiera la
gravedad de la situación y se dignase a ayudarle.
—Pues que le aproveche a los dos. ¿Quieres que lo celebremos tú y yo
mientras?—Miró a Germán y añadió—Él también puede unirse a la fiesta.
El puñetazo que le soltó Aarón a Marina en el estómago, hizo que ésta
se doblara en dos, a pesar de que el joven la sujetaba por el cuero cabelludo.
—Dime dónde está tu hermano, o te juro que te doy tal paliza que te
dejaré medio muerta. O quizá te mate de una puta vez.—siseó Aarón cerca
de su oído.
Marina, que intentaba recuperar el aire que le faltaba, boqueó como un
pez fuera del agua.
—No…No…lo…sé. Lo…juro…—balbuceó.
Germán contemplaba la escena con tristeza. Había conocido a Marina
de niña y le apenó ver en la mujer que se había convertido.
Aarón levantó el puño de nuevo para dejarlo caer en la cara de ella,
pero Marina se cubrió con los brazos mientras gritaba:
—¡No sé nada! ¡Lo juro! ¡No sé dónde están! ¡Ni siquiera sabía que se
la había llevado!
Se detuvo a tiempo de impactar contra ella, creyéndola.
La soltó de malos modos y Marina cayó al suelo desmadejada.
Los dos hombres se dirigieron hacia la puerta del baño para abandonar
el sitio, pero antes de traspasar el umbral, Aarón se volvió para decirle:
—Mira en lo que te has convertido. Una drogadicta que se prostituye
en los aseos de cualquier bar de mala muerte. ¿Crees que tu madre estaría
orgullosa de ti si te viera? ¿Crees que tu hija lo estará cuando tenga la edad
suficiente para razonar? Es tu última oportunidad, Marina. Deja esta mierda
y recupérate.
Aarón salió de allí y la dejó tirada en el suelo, como una muñeca rota,
llorando desconsolada por su triste vida y las hirientes palabras del hombre
al que una vez amó.
Capítulo 29

Buscaron en todos los lugares donde Aarón pensó que Ximo podía tener
retenida a Emma, sin éxito. Llamó a sus compinches y les contó lo
ocurrido, pero éstos no sabían nada tampoco.
La tarde avanzaba lentamente y la desesperación iba haciendo mella en
el ánimo de los dos hombres.
Aarón se culpaba una y otra vez de lo que le sucedía a su novia en ese
momento.
—Si no la hubiera vigilado, si no hubiera querido conocerla, si no me
hubiese enamorado de ella, ahora estaría bien, pero no pude hacerlo. Emma
es como un imán y yo soy el metal al que atrae sin remedio.—se lamentaba.
—Tranquilo, hijo, la encontraremos.—intentaba calmarlo su padre.
—¿Dónde están, maldita sea?—gritó Aarón lleno de rabia y
frustración, mirando al cielo, pidiéndole a Dios una señal.
Y esa señal se produjo en forma de llamada telefónica.
—Aarón, soy yo otra vez.—dijo su amigo «El Nano»—He estado
preguntado por ahí, por si alguien había visto a Ximo, y me han dicho que
lo vieron acompañado de una morena muy guapa, entrando en una de las
casas abandonadas de la calle…
Aarón escuchó atentamente las indicaciones de su amigo. Cuándo éste
terminó de hablar, él le agradeció la información y se despidió.
—Vamos—ordenó a su padre—Creo que sé dónde están.

***

El criminal comprobó varias casas abandonadas hasta que encontró una


que se adecuaba a sus propósitos. Empujó a Emma por las escaleras para
llegar al piso superior. Ella se resistió dándole codazos y patadas. Si hubiera
tenido las manos libres, le habría arañado en los ojos, pero el delincuente se
las había atado por las muñecas en cuanto logró que ella se montara en su
coche al salir de Comisaría.
Su captor la metió en una habitación donde había una desvencijada
cama. El cuarto olía a moho y el polvo campaba a sus anchas por allí. La
ventana estaba rota, con varios trozos de cristales en el suelo.
Ximo rasgó su ropa con el cuchillo, haciéndola jirones. Emma cerró
los ojos, pensando que aquello no podía estar pasándole a ella. De un golpe,
su violador la tiró sobre el lecho y se colocó encima de su cuerpo para
terminar el trabajo.
«Es una pesadilla. Esto no está ocurriendo de verdad.», se decía
Emma, pero cuando abrió los ojos vio que estaba equivocada.
Todo era real. Tan verdadero como que en ese momento se encontraba
atada de pies y manos a los barrotes de una cama, desnuda y con ese
delincuente sobándola por todas partes, mientras le contaba las vejaciones a
las que iba a someterla, sin que Aarón estuviera allí para rescatarla.
Ella no dejaba de llorar, aterrada. Cosa que a Ximo le gustó. Verla tan
vulnerable e indefensa, le puso duro en cuestión de segundos. Cada vez que
Emma gritaba «No, por favor, no» era un aliciente que encendía la sangre
en las venas del ladrón de bancos, instándole a ir más allá y poseerla.
La había tocado por todas partes, como le advirtió a Aarón cuando
habló con él. Era la única concesión que le había hecho a Emma. Una
llamada de pocos segundos a su novio. Ella tenía una fe ciega en el amor
que Aarón sentía, no podía decir lo mismo del suyo, pero, aun así, sabía que
él removería cielo y tierra para encontrarla. Sólo esperaba que no llegase
demasiado tarde.

Con las lágrimas nublándole la visión, comprobó con horror, cómo


Ximo se bajaba los pantalones y el slip. Cogió su duro miembro con una
mano y se acarició toda su largura mientras la miraba con lascivia. Una
oleada de asco y repulsión subió por la garganta de Emma.

***

Pocos minutos después llegaron al lugar Aarón y su padre.


Entraron con sigilo y escucharon los sollozos de Emma.
A Aarón el corazón se le encogió por el dolor que se desprendía de
aquellos lamentos desgarradores. Rezó para que no hubieran llegado
demasiado tarde y que Ximo no hubiese mancillado el cuerpo de su novia.
Buscaron en las habitaciones de la planta baja, pero no los encontraron
allí. Agudizaron el oído y se dieron cuenta de que los ruidos procedían del
piso superior. Subieron la escalera con sigilo, para no delatar su presencia y
recorrieron habitación por habitación buscándoles hasta que les
encontraron.
El atracador estaba sobre Emma, desnudo y a punto de penetrarla,
mientras la cubría la boca con una mano y con la otra guiaba su pene hacia
la vagina de ella. Emma se retorcía sobre la cama todo lo que podía,
teniendo en cuenta que estaba atada de pies y manos.
Esa visión cegó de ira a Aarón, que dio un grito rabioso y se lanzó
contra el otro.
—¡Maldito hijo de puta! ¡Te mataré!
Lo derribó y los dos cayeron al suelo, en el otro lado de la cama.
Germán se apresuró a desatar a Emma.
—Tranquila, hemos venido a salvarte. ¿Estás bien? ¿Te ha hecho…?—
dijo el ex convicto para calmarla.
Pero Emma no podía dejar de llorar y llorar mientras miraba aterrada
la escena que se sucedía a su lado.
Aarón y Ximo peleaban. Se daban patadas y puñetazos en todos los
rincones de su cuerpo, exhalaban gruñidos como si fueran dos animales
salvajes y, cuando los impactos de sus puños acertaban, aullaban de dolor.
Pero ninguno dejó de atizar al otro, mientras daban vueltas por el suelo. A
veces era Ximo quien estaba en situación de poder, otras veces era Aarón.
Germán localizó las ropas de Emma y la ayudó a vestirse con lo que
quedaba de ellas, ya que el criminal las había destrozado prácticamente. No
quiso mirar mucho el cuerpo desnudo de la novia de su hijo. Le parecía una
profanación hacerlo. Sin embargo, una rápida ojeada le bastó para saber que
ella no presentaba ninguna marca de haber sido golpeada. Únicamente sus
tobillos y sus muñecas tenían rojeces de las ligaduras al haberse resistido y
haber luchado porque el atracador no lograse su objetivo.
—Soy el padre de Aarón.—dijo mientras le pasaba por la cabeza los
restos de la camiseta, llena de desgarrones—Me llamo Germán. Deja de
llorar, niña, que ya te sacamos de aquí y se acabó todo esto.
Emma lo miró a los ojos, iguales a los de su hijo, y asintió. Con la
ayuda del hombre, terminó de cubrir su desnudez mientras le daba las
gracias.
En un momento dado, Ximo quedó libre de Aarón y se levantó del
suelo para acercarse hasta una silla.
Allí había dejado una pistola y un chuchillo de grandes dimensiones.
Aarón lo alcanzó por la espalda en el mismo momento en que el ladrón
tomaba las dos armas. Éste se revolvió y, al hacerlo, el filo del cuchillo
cortó a Aarón en un brazo. Un aullido de dolor salió de los labios del joven.
—Detente o te mato.—le amenazó Ximo, apuntándolo con la pistola.
—Somos dos contra uno. No lo conseguirás.—dijo Germán.
El criminal sonrió cínicamente y, con toda la sangre fría que corría por
su cuerpo, disparó contra el padre de su amigo. El hombre cayó de rodillas
al suelo, con las manos en el abdomen, donde había impactado la bala.
—Ahora somos uno contra uno.—se burló.
—¡Maldito cabrón!—gritó Aarón al ver a su padre en el suelo, con la
sangre manando de su estómago—¡Te mataré!
Intentó abalanzarse sobre Ximo, pero él apuntó a Emma con la pistola.
—Si das un paso más, me la cargo.—le advirtió.
Aarón se detuvo, impotente, mirando cómo su examigo le hacía una
señal a Emma para que se acercara a él. Ella no obedeció y, al final, fue el
delincuente quien se aproximó a la chica, que continuaba llorando aterrada.
Dejó el cuchillo sobre una mesa y la cogió del pelo. Con un tirón
fortísimo logró que ella se pusiera de rodillas a su lado.
—Ahora, zorra, me la vas a chupar mientras tu querido novio nos mira.
¿Excitante, verdad?—dijo riéndose—Vamos, empieza.
Acercó la pistola a la sien de Emma y la soltó del cabello para
agarrarse el miembro. Dio golpecitos con la punta en los labios de ella para
que abriera la boca, pero Emma se negó.
—Chúpamela, puta, o tus sesos quedarán esparcidos por la pared y el
suelo.
Aarón observaba la escena impotente, con la rabia hirviendo en sus
venas, corroyéndole como si fuera ácido.
Tenía que pensar rápido cómo conseguir que Ximo no le hiciese nada a
Emma, pero no se le ocurría nada.
Vio cómo su novia abría la boca, temblorosa, y cómo su amigo la
embestía hasta el fondo, provocándole una gran arcada a Emma. Salió de
ella con rapidez y, de nuevo, la penetró brutalmente.
A Emma le corrían las lágrimas por los pómulos, cegándole la visión,
pero sí sentía cómo ese maldito hombre profanaba su boca, lastimándole los
labios. El asco y la repulsión se adueñaron de todo su ser y comenzó a
vomitar violentamente cuando Ximo metía otra vez su erección en la boca
de Emma.
—¡Puta! ¡Me has vomitado en la polla!—gritó el joven al ver su
miembro cubierto por los restos del estómago de Emma.
La dio un puñetazo con la otra mano en la mejilla, que hizo que la
chica saliera despedida hacia atrás, cayendo de espaldas.
Aarón aprovechó el descuido del delicuente para abalanzarse sobre él
y la pistola salió volando de la mano del delincuente. Otra vez llovieron los
puñetazos y patadas sobre el cuerpo de cada uno de ellos.
Emma, que se había recuperado del golpe en su mejilla, vio que el
arma estaba cerca de ella. La miró con miedo, sin saber si cogerla o no.
—Hazlo. Cógela y dispara a ese cabrón.—Oyó el murmullo de
Germán, que continuaba agarrándose el abdomen, sobre un charco de
sangre cada vez más grande.
—Oh, Dios mío, oh, Dios…—sollozó mirando aterrada al hombre.
—Vamos, niña, coge esa pistola y mata…
Germán no pudo seguir hablando porque un acceso de tos hizo que de
su garganta saliera un poco de sangre.
Emma chilló horrorizada al verlo. Miró hacia otro lado, pero allí se
encontró con Aarón y Ximo peleando.
«Tengo que hacer algo. Tengo que hacer algo.», se repetía una y otra
vez.
Tras un par de minutos, decidió obedecer al padre de su novio y tomó
el arma con las dos manos. Jamás en su vida había disparado. Ni siquiera
había apuntado a nada ni había tenido una pistola en su poder hasta ese
momento.
Pero recordó lo visto en las películas y en las series de policías que
veía de vez en cuando, así que se puso de pie, se colocó en posición para
disparar y puso el dedo en el gatillo.
Sin embargo, todo su cuerpo temblaba y el arma se le cayó al suelo.
La recogió de nuevo y probó otra vez.
Aarón y el delincuente continuaban dándose golpes, intercambiando
las posiciones. Ella no sabía qué hacer. ¿Y si disparaba a Ximo y hería a
Aarón?
—Dispara, niña.—consiguió decir Germán a duras penas.
—¡Emma, dispara!—gritó Aarón, que había visto por el rabillo del ojo
que ella tenía el arma en las manos.
Justo cuando Aarón terminó de hablar, el otro le dio un fuerte golpe en
el costado, donde sabía que había tenido la fisura en la costilla, y él aulló de
dolor. Cayó al suelo y el otro aprovechó para acercarse a Emma.
—Dame eso, maldita zorra.
Cogió la pistola por el cañón, pero ella se negó a soltarla.
Entonces, su excolega le lanzó un puñetazo contra su cara, pero Emma
se cubrió con un hombro, alzándolo para que él no lograse herirla, mientras
mantenía el arma entre sus dos cuerpos.
De repente, se oyó una detonación y los dos cayeron al suelo.
—¡No!—gritó Aarón—¡Emma! ¡No! ¡No!
Se acercó corriendo a ella y la vio cubierta de sangre. Ximo estaba
sobre ella también sangrando.
Ninguno de los dos se movía.
Aarón apartó de un empujón al delincuente y comenzó a manosear a
Emma en busca de la herida de bala.
—No te mueras, por favor. No puedes morirte. No ahora, que voy a
abandonar todo esto por ti, por un futuro mejor, para hacerte la mujer más
feliz de la Tierra. No te mueras, Emma, porque si lo haces…yo…me iré
contigo. Te amo.
Capítulo 30

Aarón continuó llorando. Era una mezcla de alivio porque Emma estaba
viva y dolor porque su padre había muerto.
Cuando comprobó que su novia no tenía ni un rasguño y que la sangre
en su cuerpo era la de Ximo, corrió a ver a su padre que, en una esquina de
la habitación, agonizaba.
—Papá, te pondrás bien, ya verás. Llamaré a una ambulancia y te
llevarán al hospital. En unos días…
—No, hijo. Eso no va a suceder. Mi momento ha llegado ya.
—No, papá.—negó Aarón, abrazado a él.
—Sí, Aarón. Asúmelo. Voy a morir.
—No puedes hacerlo. Acabas de recuperar tu libertad. Te espera una
nueva vida, conmigo, con Emma, quiero que la conozcas. No puedes
morirte.—sollozaba mientras acariciaba con ternura el rostro de su padre.
—Es una chica preciosa. Os deseo toda la felicidad del mundo.—
murmuró Germán antes de exhalar el último aliento.
Emma se acercó a él y depositó una de sus manos sobre la cabeza de
Aarón. La deslizó lentamente por la nuca y el hombro hasta llegar a su
muñeca, donde le dio un ligero apretón.
—Lo siento mucho.—susurró.
Aarón continuó abrazado al cuerpo de su padre mientras lloraba con
rabia, dolor y desesperación, lo que a Emma le pareció una eternidad. Hasta
que llegó la policía que ella había llamado con el móvil de su novio.
—Este también ha muerto.—Oyó que decía uno de los policías,
agachado junto al cuerpo de Ximo.
—¡Vaya día de mierda! ¡Yo que me quería ir pronto hoy a mi casa!—
se quejó el otro agente—Ahora se nos va a complicar la tarde con el
papeleo y demás.
Emma vio cómo le ponían las esposas a Aarón y se lo llevaban
detenido mientras a ella la conducían escaleras abajo, hacia una ambulancia
que había en la calle. La hicieron subir en el vehículo y la condujeron al
hospital, a pesar de que insistió varias veces que ella no tenía nada, que
estaba bien.
Ximo no había logrado su objetivo. No la había violado. Lo único que
había conseguido lastimar era su mejilla cuando le dio el puñetazo por
vomitarle en el pene y magullarle los labios en el coche cuando había
intentado alertar a Aarón de su presencia a la salida de la fontanería.
Sin embargo, tenía otras heridas, unas que no podían sanar los médicos
que la atendían en el hospital. Las del corazón. Esas no sabía si conseguiría
curarlas o estarían ahí para siempre, como un doloroso recuerdo de aquellos
días.
Capítulo 31

Emma terminó de leer la novela que estaba en el número uno de ventas


en todo el mundo desde hacía dos años, traducida a cinco idiomas, y
comenzó a llorar.
El autor había descrito el final de una manera tan emotiva que ella no
pudo reprimir sus lágrimas.
El protagonista, un atracador de bancos, había sido condenado a ocho
años de prisión. El día que terminó su condena y quedó libre se encontró
con que, en el aparcamiento de la cárcel, su chica le esperaba. Había pasado
todo ese tiempo amándole y ansiando su liberación.
Pero Emma sabía que esto no había sucedido así. Todo era inventado.
Y lo sabía porque esa historia, era su historia de amor con Aarón.
Ese final nunca existió. Todo lo demás sí.
Cuando juzgaron a Aarón y lo enviaron a prisión, ella decidió vender
el piso del barrio del Cabañal y pedir un nuevo traslado a Madrid. Volvería
a casa con su familia e intentaría olvidar todo lo sucedido en Valencia.
Pero los años pasaron y todavía soñaba con Aarón por las noches. El
recuerdo de sus ojos grises, su sonrisa torcida, sus caricias, sus besos…
Nada de aquello había podido olvidar.
Así que cuando vio en la librería aquella novela titulada «Amor a
quemarropa», escrita por un tal Aarón Soler, su corazón dio un vuelco. La
cogió y le dio la vuelta para leer la sinopsis. Casi se desmaya al reconocer
su historia de amor en aquellas pocas letras que intentaban explicar de qué
trataba la novela, acompañadas de una foto del autor.
Era él y la historia era la suya.
Pero el final no era el mismo. No habían acabado juntos.

***

—Aarón, ahora que estás libre, tienes que hacer presentaciones de la


novela. Los lectores se mueren por conocerte en persona y que se la
dediques. Te has pasado muchos años a la sombra sin poder promocionarla,
así que ahora, toca trabajar.—le ordenó su editora.
—¿Qué me tienes preparado?—preguntó Aarón con el móvil pegado a
la oreja.
—Para empezar, Valencia. Luego Barcelona, Sevilla, Málaga,
Bilbao…
—¿Y Madrid?—quiso saber él con ansiedad.
En sus años de cautiverio pensó mucho en lo sucedido hasta que se
decidió a escribir su historia y la de Emma. No habían podido despedirse
cuando pasó todo aquello y no había sabido nada de ella desde entonces.
Así que era una forma de contactar con Emma, pues estaba seguro de que
tarde o temprano la novela caería en sus manos, siendo tan lectora
empedernida como era.
El final lo soñó. Como tantas y tantas veces había soñado que, al salir,
se la encontraba apoyada en un coche esperándole. Pero no ocurrió así.
Claro que eso no lo sabía, pues la novela la escribió cuando llevaba
tres años encerrado y no se publicó hasta otros tres años después. De eso
hacía ya dos años y todavía estaba en el número uno de ventas en buena
parte del mundo.
Ahora estaba libre. Había salido de la cárcel hacía unas semanas y su
editora le había organizado el próximo mes y medio.
—Sí, en Madrid también.—le oyó decir.
—¿Dónde voy a presentar en Madrid?
—En Fnac de Callao. Se anunciará en radio y prensa, en redes sociales
también. Un par de días antes de la presentación, se colgarán dos carteles
con tu foto, la portada de la novela y la hora de la presentación, en las
fachadas del Fnac.
Aarón inspiró hondo. Con toda esa parafernalia estaba seguro de que
Emma se enteraría de que él iba a estar en Madrid. ¿Acudiría a verle?
Como no las tenía todas consigo, le preguntó a la mujer:
—¿Se pueden enviar invitaciones personalizadas para la presentación?
—Por supuesto. Dime nombre y dirección, y las envío.
—Primero tengo que confirmar el domicilio de la persona que quiero
que vaya. Te volveré a llamar.
Se despidió de su editora y salió a la calle en busca de las dos personas
que sabían el paradero de Emma.
Las había visto una semana antes, a los pocos días de salir de la cárcel.
Vanessa y Julia, las amigas de Emma, continuaban manteniendo el contacto
con ella, según le dijeron cuando se las encontró en la calle una mañana de
aquel mes de abril. Ellas le pusieron al corriente de lo sucedido durante el
tiempo que pasó en prisión.
Marina murió al año de ingresar él en la penitenciaría de Picassent a
causa de una sobredosis. La pequeña Claudia pasó a disposición de los
Servicios Sociales y más tarde fue adoptada por una familia de una
población cercana a Valencia.
Emma vendió el piso y se mudó de nuevo a Madrid con su familia. De
vez en cuando viajaba a la ciudad de las Fallas para ver a sus amigas. El
resto del año, se llamaban por teléfono o estaban en contacto vía
WhatsApp.
—Por favor, no le digáis nada. Quiero que sea una sorpresa.—les pidió
Aarón cuando ellas le dieron la dirección de Emma, tras haberle contado
éste sus intenciones.

***

Diluviaba en Madrid aquella tarde de finales de abril.


Sin embargo, los lectores que esperaban ilusionados para escuchar, ver
y poder hablar unos minutos con el autor Aarón Soler, habían aguantado
estoicos bajo la lluvia hasta que les permitieron entrar en el salón. A la hora
indicada, comenzó la presentación.
Aarón buscaba con la mirada a Emma entre las casi ochenta personas
que había allí congregadas. ¿Habría recibido la invitación? De ser así,
¿acudiría a su encuentro?
Estaba muy nervioso y apenas escuchaba las preguntas sobre la novela
que le hacían los lectores.
No encontraba a Emma por ningún lado. Quizá no había podido entrar.
Le habían dicho que la cola de gente daba la vuelta al edificio y que muchos
se habían quedado fuera. Pese a que el Fnac era una tienda con cuatro pisos
de altura, la zona donde se realizaban las presentaciones era reducida y no
había sitio para tantas personas.
Sintió una opresión en el pecho al darse cuenta de que no vería a
Emma en su viaje a Madrid.
O quizá lo que había sucedido era que ella no tenía interés en verlo. A
lo mejor no había leído la novela. Era posible que, después de ocho años,
Emma estuviera casada con otro hombre y lo hubiera olvidado.
El desconsuelo se apoderó de él. Emma quedaría como el recuerdo de
los días más felices de su vida. Unos días que ya no volverían.

***

Nerviosa como nunca en su vida, Emma le observaba desde el rincón


más alejado de la sala. Casi se había pegado con una mujer por obtener
aquella posición y eso que era mala, pues para ver al autor, debía ponerse de
puntillas y otear por encima del mar de cabezas que había.
Llevaba la novela contra su pecho, fuertemente abrazada. La primera
vez que leyó las cuatrocientas veinte páginas que la componían tardó dos
días en hacerlo. Las otras tres veces siguientes la había degustado a placer,
subrayando párrafos y frases, los que más le habían gustado por ser
emotivos o porque eran palabras que Aarón le había dicho en sus momentos
de ternura, amor y sexo.
Aarón seguía tan atractivo como siempre. Su pelo igual de corto, casi
rapado. La barba de cinco o seis días. Vestía una cazadora de cuero marrón,
bajo la cual portaba una camiseta blanca y ambas prendas las conjuntaba
con unos vaqueros oscuros. Lo notó a ratos distraído. Otras veces creyó ver
en sus ojos desilusión. De vez en cuando, él barría con la mirada la sala,
buscando a alguien.
Buscándola a ella.
Cuando recibió la invitación, se sorprendió muchísimo. Dudo si ir o
no. Al final decidió que iría, sólo por verlo. Después se dijo que no le
bastaba con verle. Quería que le firmase el libro, hablar con él…si era
posible.
Pero al ver la marabunta de lectores supo que eso no podría ser.
Al menos, se conformaría con mirar y escucharlo mientras él
contestaba a las preguntas sobre su historia de amor.
No esperó a que terminara la presentación. Volver a verlo y revivir
todos los recuerdos la entristecían demasiado, así que para que nadie la
viera llorar desconsolada, con el corazón todavía desgarrado después de
tantos años, se marchó del Fnac y dejó que el autor celebrara con su público
el éxito de la novela.
Epílogo

—¡Aarón!—Oyó que lo llamaban.


Se volvió y comprobó que era Vanessa. La amiga de Emma se
acercaba a él con una gran sonrisa en los labios.
Cuando llegó hasta él, le dio dos besos en las mejillas mientras le
preguntaba qué tal había ido la presentación en Madrid la semana anterior.
—Bien. Fue mucha gente.
—¿Conseguiste ver a Emma?
Los ojos del hombre se ensombrecieron. El gris de sus iris parecía más
apagado que nunca.
—No.—contestó en un susurro al tiempo que negaba con la cabeza.
—Vaya. Lo siento.—Y para animarle, le propuso algo—¿Quieres que
demos un paseo por la playa? Así me cuentas tu experiencia en Madrid.
¿Había tanta gente como en las otras ciudades donde has presentado?
Enlazó su brazo con el de Aarón y, sin darle oportunidad a negarse,
tiró de él en dirección al paseo marítimo. Por el camino, el hombre le contó
sus impresiones y le confesó que, a pesar de haber hecho sólo tres
presentaciones, estaba cansado de viajar a una ciudad y a otra
promocionando el libro.
Además, después de haber ido a Madrid con todas sus ilusiones
puestas en ese viaje, que debería significar el reencuentro con su gran amor,
y no haber sucedido nada de lo que esperaba, ahora ya no le importaba el
resto. Sólo quería estar en su casa, sólo como un ermitaño, y dedicarse a
llorar su dolor. Quizá escribiría otro libro para sacar todo lo que llevaba
dentro, como hizo cuando escribió su historia y la de Emma.
—Bueno, tú tranquilo. No puedes dar por sentadas algunas cosas. A lo
mejor Emma no pudo ir porque estaba enferma o por cualquier otro motivo.
¿Quieres que te dé su número de teléfono y la llamas un día de éstos?—
intentó animarle.
—No. Seguro que estará casada y con hijos. No quiero molestarla.
—¿De dónde has sacado esa idea absurda? Julia y yo—dijo
nombrando a su otra amiga—nunca te hemos dicho nada parecido.
—Tampoco me habéis contado mucho de su vida. Sólo que se marchó
y que mantenéis el contacto con ella, pero no me habéis dicho si está
casada, si tiene pareja…
—¿Sabes qué? Te contaré todo lo que quieras saber de Emma si damos
un paseo por la orilla del mar, pero tienes que dejarme que te vende los
ojos.
—¿Vendarme los ojos?
—Sí, o no te contaré nada de Emma.
A Aarón le extrañó la petición de la chica, pero si esa era la condición
para saber más cosas de su ex novia, obedecería igual que un niño bueno.
Vanessa le hizo sentarse en el murete de piedra que separaba el paseo
marítimo de la arena y le colocó un gran pañuelo en los ojos, cegándolo por
completo.
—Ahora, quítate los zapatos y camina en línea recta hasta que tus pies
toquen el agua. Sólo entonces te podrás quitar la venda.
Era una rara forma de dar un paseo por la playa, pero hizo lo que
Vanessa le había pedido y anduvo hasta que sus pies tocaron el mar. Cuando
iba a deshacerse del pañuelo que le cubría los ojos, unas manos se posaron
sobre las suyas para ayudarlo en su tarea. Pensó que Vanessa le ayudaba a
quitárselo, sin embargo, supo que no era ella. Sintió una descarga en cuanto
su piel tocó la otra piel. Su corazón se aceleró de tal forma, que creyó que le
rompería la caja torácica con sus fuertes latidos.
Con rapidez, se quitó la venda de los ojos y se quedó anonadado al
descubrir a la dueña de esas manos que habían calentado la sangre en sus
venas con un simple roce.
Emma estaba allí. De pie frente a él, sonriéndole como si Aarón fuera
la razón por la que el Sol salía cada mañana.
Estaba tan sorprendido que no podía articular palabra. ¿Sería todo un
sueño? Si así fuera, no quería despertar nunca.
—Hola.
—Emma…
Poco a poco la sonrisa torcida que tanto le gustaba a ella se fue
extendiendo por la cara de Aarón.
—¿Me vas a dar dos besos o como ya eres un escritor famoso no te
codeas con la gente del pueblo?—se burló de él.
—Claro, por supuesto, es sólo que…estoy sorprendido.—dijo mientras
acariciaba las mejillas de Emma con sus labios.
Al sentir el delicado roce, ambos creyeron morir de deseo. Se miraron
a los ojos unos segundos, en silencio, notando cómo la electricidad que
vibraba en el aire les unía. Lo que habían sentido hacía ocho años, aún
continuaba allí, anidado en sus corazones.
—Me alegro de haberte sorprendido.—comenzó a hablar ella, nerviosa
por tenerlo allí delante.—He leído tu libro y…
—¿Te gustó?—preguntó él con ansiedad.
A pesar de las buenas críticas, la única opinión que de verdad le
interesaba era la de Emma.
—Es una historia preciosa.
—Es nuestra historia.—respondió Aarón.
—Sí, ya me di cuenta.
—No te habrá importado que haya contado cosas íntimas de nosotros,
¿verdad?—quiso saber él. Eso, también era algo que le preocupaba.
Emma pensó unos segundos. Luego sacudió la cabeza mientras
esbozaba una sonrisa.
—No, aunque has exagerado un poquito cierta escena…
Aarón frunció el ceño. Él había relatado la historia tal y como había
sucedido.
—¿Qué escena?
—Y el final, sabes que no ocurrió así.—dijo ella ignorando su
pregunta.
—Así es como me hubiera gustado que terminase en la vida real.—
comentó Aarón mirándola con intensidad a los ojos.
Emma observó que él tenía los puños apretados a ambos lados del
cuerpo, como si estuviera conteniéndose para no tocarla. ¿Por qué?
—Yo le hubiera puesto un final mejor.
—¿Ah, sí? ¿Cuál?—quiso saber un poco molesto porque a ella no le
gustaba esa parte de la historia con la que él había soñado miles de veces.
Emma se giró y comenzó a caminar por la orilla de la playa.
Aarón la siguió, adecuando su paso al de ella.
—¿Sabes? Fui a verte a la presentación de Madrid.
—¿Estuviste en el Fnac?—Emma asintió—¿Por qué no me dijiste
nada? ¿Por qué no te acercaste a mí? ¿Por qué…?
—Estabas rodeado de tus fans y no quería molestar.
Aarón la agarró de un brazo, deteniendo su andar. Ya no aguantaba
más sin tocarla.
—¿Qué tontería es esa? De todas las personas que allí había, a ti era a
la única que quería ver. ¡Pero si te mandó mi editora una invitación porque
yo se lo pedí!—confesó indignado.
Emma sentía el calor de los dedos de Aarón que traspasaban la tela de
su camisa, se metía por dentro de su piel y le causaba un cosquilleo
maravilloso, que le llegaba al corazón, haciendo que éste bombeara
alocado.
—No te preocupes, Aarón. Tengo la novela aquí para que me la
firmes. He aprovechado el viaje a Valencia para ver a Julia y Vanessa y la
he traído.—mintió, porque en realidad no estaba allí de visita. Había ido
para quedarse. Pero eso se lo contaría más tarde. Primero debía hacer algo,
preguntarle algo a Aarón.
—¿Por qué no te acercaste a mí en el Fnac?—inquirió él.
—¿Qué pasa? ¿Qué si no estamos en una librería no me lo vas a
firmar? ¿No haces firmas a domicilio?—se burló ella.
—Emma, déjate de tonterías y contéstame. ¿Por qué no me dijiste nada
cuando me viste en Madrid?
Aarón tenía el ceño fruncido y la sonrisa había desaparecido de sus
labios.
Emma estuvo tentada de alzarse sobre las puntas de sus pies, colgarse
de su cuello y besar esos labios que tanto añoraba. Pero se contuvo.
—Porque tenía miedo.—Él abrió los ojos como platos y la miró,
dejando claro que no la entendía. Ella se apresuró a añadir—Sí, tenía miedo
de que me trataras como a una más de tus lectoras. De que me firmases el
libro como si no me conocieras de nada.
—Eso no habría sucedido jamás, Emma.—La cogió la cara con las
manos y le acarició con los pulgares las mejillas—Has leído la novela. Ahí
están todos mis sentimientos. ¿Cómo es posible que pienses que te iba a
tratar como a una más de mis lectoras? Nunca podría haberlo hecho porque
eres muy especial para mí. Lo sabes.
Emma creyó que Aarón cubriría la distancia que separaba sus bocas y
la besaría, pero el hombre no lo hizo.
—¿Estás casada? ¿Tienes…pareja?—preguntó él de pronto.
—No. Alguien dejó una huella en mí imposible de borrar. Me disparó
con su amor a quemarropa y todavía no lo he superado.—dijo con una
sonrisa pícara.
Vio cómo la tensión que había mostrado Aarón cuando le hacía esas
dos preguntas, lo abandonaba y era sustituida por el alivio.
—El final que escribiste en la novela, ¿esperabas que se hiciera
realidad?—quiso saber ella.
Emma lo agarró de la camiseta y se pegó más a él. Puso sus manos en
la cintura del hombre y le rodeó.
—Sí.—contestó Aarón en un susurro, perdiéndose en aquel abrazo
tantas veces soñado. En aquel momento de reencuentro que había
imaginado una y mil veces.—Esperaba que entendieras el mensaje y
vinieras a buscarme a la salida de la cárcel. La fecha que puse en la novela,
es la real. Es cuando acababa mi condena. Me he pasado ocho años
contando los días que faltaban. Creí que…—Se detuvo un momento y
exhaló un profundo suspiro—Pero eso ahora ya no importa. Este final
también me vale.
Se inclinó sobre la boca de Emma y la reclamó con un beso largo,
recorriéndola a conciencia, saboreando otra vez aquellos jugosos labios,
tanto tiempo extrañados.
—Pues a mí no me vale este final tampoco.—murmuró ella contra la
boca de Aarón cuando se separaron para tomar un poco de aire.
Lo tomó de la mano, rompiendo el abrazo, y le condujo unos metros
más allá.
Pasaron por delante de Vanessa, que les saludó, y continuaron su
camino hasta que Emma se detuvo.
—Yo no soy escritora, pero tengo un final que bien valdría para una
novela.
Había tomado una decisión, un tanto arriesgada, sí, pero ya había
perdido demasiado tiempo. Concretamente ocho años y no pensaba
desperdiciar ni un segundo más sin él en su vida.
Se apartó un poco y Aarón pudo ver en la arena mojada un mensaje
escrito.
—¿Quieres casarte conmigo?—preguntó Emma al mismo tiempo que
él lo leía.
La miró, sin poder creerse lo que estaba sucediendo, y una sonrisa
nació en su cara.
—Esto vale para una novela y para un cuento de hadas, bonita mía.—
dijo emocionado.
—Entonces, ¿sí? ¿Te casarás conmigo?
—Estaría loco si no lo hiciera, porque tú eres la autora de la historia de
mi vida y todavía te quedan muchos capítulos por escribir junto a mí.
Fin
Perfecta
Para todas aquellas personas que, de una manera u otra, han sido
maltratadas por la vida, incomprendidas, se han sentido fuera de lugar,
infravaloradas, rechazadas por no ser perfectas, por no encajar.
A pesar de todo, estas personas siguen luchando para ser felices y
superar todas las dificultades que se les presentan.
Capítulo 1

Hoy es mi primer día de trabajo en la empresa Deveraux, una


multinacional del mundo del Marketing y la Publicidad. Voy a ser la nueva
secretaria del súper jefazo. Al parecer, la anterior se ha jubilado. Cuando me
llamaron el jueves para decirme que me contrataban casi no me lo podía
creer. Estoy contentísima y nerviosísima. Quiero causar buena impresión,
así que me pongo el traje de chaqueta y falda azul marino con la camisa
blanca que me compré el sábado en Zara y unos zapatos de tacón negros.
Me recojo mi largo pelo moreno en un sencillo moño y me pongo un
poquito de rímel en las pestañas y brillo en los labios. No quiero ir muy
maquillada porque no sé cómo irán las demás chicas de la empresa y quiero
pasar desapercibida hasta que me habitúe a mi nuevo entorno laboral.
Más feliz que una perdiz, cojo mi bolso y el abrigo y me dirijo a mi
Seat Ibiza para irme a la oficina. Estamos a primeros de febrero y gracias a
Dios hoy no llueve. De lo contrario, el tráfico sería un caos. De todas
formas, como no quiero llegar tarde en mi primer día, he madrugado de lo
lindo así que a las ocho y media me encuentro frente al inmenso edificio
acristalado de la compañía Deveraux en Madrid. Respiro hondo para
tranquilizarme y entro en el suntuoso vestíbulo.
Todo es de mármol. Hasta el gran mostrador donde tres guapas
recepcionistas atienden a varias personas. Hay cuatro sillones de cuero
negro y algunas plantas de interior. Veo que al fondo del vestíbulo está un
gran panel que indica las distintas secciones de la empresa por plantas y al
lado los ascensores. Me acerco para buscar el Departamento de Personal
que es dónde me espera la persona que me acompañará hasta mi puesto de
trabajo y me presentará a mi futuro jefe, el señor Deveraux.
Estoy absorta leyendo los indicadores cuando oigo una voz masculina
a mi espalda.
—Disculpa, ¿puedo ayudarte?—me pregunta.
Al darme la vuelta para ver a mi interlocutor casi se me caen las bragas
al suelo cuando me encuentro con un guapísimo rubio de pelo corto, azules
ojos y carnosos labios. Mmm, lo que daría por darle un buen mordisco en
esos labios…. Me recuerda muchísimo a mi querido Brad Pitt en la película
Ocean’s Eleven.
—Estoy buscando el Departamento de Personal.—respondo tras unos
segundos en los que me he quedado atontada admirando al tío bueno que
tengo al lado.
—¿Eres nueva en la empresa?—pregunta con una sonrisa que quita el
hipo.
—Ajá. Hoy es mi primer día—Sonrío con coquetería. ¡Madre mía!
¡Qué pedazo de hombre! Me está entrando un calor….—y me dijeron que
nada más llegar subiese a Personal para que un tal Héctor me acompañe a
mi puesto de trabajo y me presente a mi jefe.
—Personal está en la planta nueve.—Y me señala los ascensores con
un gesto de la mano.
—Muchas gracias.—contesto y, muy a mi pesar, me dirijo hacia ellos.
Pulso el botón y la puerta del ascensor se abre de inmediato. Entro, le
doy al número nueve y al girarme para quedar de cara a la salida me doy
cuenta de que el doble de Brad Pitt ha entrado también junto con varias
personas más. Me sitúo en el fondo, en una esquina, y le observo.
Debe medir metro ochenta y cinco. Cuerpo atlético, fibroso. El traje
que lleva es carísimo. Se nota en el buen corte y la caída de la tela. De color
azul, con camisa rosa y corbata morada. Le hago un escaneo en
profundidad. Lo que yo daría por estar con un tío así. Sonrío ante la
cantidad de imágenes eróticas que se cuelan en mi mente y cuando vuelvo a
levantar la mirada para ver su maravilloso perfil me doy cuenta de que me
está mirando. Mi sonrisa se acentúa y la suya también. Paramos en la quinta
planta y tres personas suben al ascensor por lo que nos tenemos que apretar
más. Ese portento masculino se acerca más a mí. Puedo olerle. Perfume
caro. ¿Será algún jefazo? No creo. Es demasiado joven. Rondará los treinta
años.
Llegamos a la planta nueve y al abrirme paso entre la gente para salir
del ascensor, tropiezo con el pie de alguien y me caigo al suelo de rodillas
justo cuando se abre la puerta. ¡Menos mal, porque si no me dejo los
dientes en ella! De todas formas, ¡qué vergüenza! Me he caído delante de
un montón de personas y, sobre todo, del guapísimo rubiales. ¡Joder! ¿Por
qué no me fijaré dónde piso?
De repente siento que unas grandes y fuertes manos me agarran por la
cintura y en un abrir y cerrar de ojos me colocan de nuevo en pie, fuera del
ascensor. Al levantar la vista veo la corbata morada. Es él. ¡Maldita sea!
¡Me quiero morir! ¡Qué vergüenza! Siento cómo me sonrojo. Me arden las
mejillas.
—¿Estás bien?—pregunta y me doy cuenta de que su voz tiene cierto
tono afrancesado.
—Eh...Sí. Sí. Gracias por ayudarme. Me he pegado una buena.—digo
mientras chequeo mis rodillas y al vérmelas exclamo—¡Me cago en la mar!
¡Me he roto las medias!
—Y también tienes un poco de sangre en las rodillas.—añade él—Ven
conmigo. En el baño hay un botiquín. Te curaré.—Y me hace un gesto con
la mano para que lo acompañe.
—¿Eres el enfermero de la empresa?—pregunto divertida comenzando
a andar a su lado.
—Noooo—contesta él riendo. Tiene una risa fuerte. Masculina.
Todo en él hace que la sangre me corra enloquecida por las venas
calentándome entera por donde pasa. Serénate, Eva, me digo a mi misma.
Pero me cuesta. Es tan atractivo y sexy que en mi mente sólo gira una idea.
Tener su cabeza entre mis piernas dándome placer.
Sacudo la cabeza para apartar los pensamientos lascivos que estoy
teniendo y lo sigo por el largo pasillo. Al llegar a una puerta blanca con el
cartelito de Aseo, él entra y yo me quedo en la puerta.
—Pasa y siéntate.—Me indica un retrete al que previamente le ha
bajado la tapa.
Hago lo que me dice mientras él saca de un pequeño botiquín que hay
colgado en la pared un poco de algodón y una botellita de Betadine. Está de
espaldas a mí y me fijo en su trasero. Se ha quitado la chaqueta del traje y
puedo vérselo a la perfección. Maravilloso. Sexy. Me dan ganas de darle un
buen apretón pero me contengo. Continúo con mi recorrido por su cuerpo.
Cintura estrecha, hombros anchos…Tiene el físico que a mí me gusta en un
hombre. Cuando se gira hacia mí y se agacha para curarme los raspones, me
doy cuenta de que primero debo quitarme las medias. Están destrozadas y
no pienso ir así por la oficina. En cuanto a los raspones…no puedo hacer
nada.
—Espera un momento.—digo y él se detiene con el algodón en una
mano empapado del líquido amarillento.
Me pongo de pie y mi entrepierna queda justo a la altura de su cara.
¡Uf, qué situación! Me levanto un poco la falda para quitarme las medias de
liga que llevo y veo que él cierra los ojos e inhala con profundidad.
—Están hechas un desastre.—Me quejo—¡Con lo que me han costado!
Y no me han durado ni una hora.
—Conmigo te hubieran durado cinco segundos.—murmura él tan
bajito que creo que me lo he imaginado. Pero no. Todavía soy joven para
sufrir sordera, así que estoy segura de que he oído justo eso.
—¿Perdona?—pregunto sorprendida y esperando que lo repita.
—Nada. Nada.—dice al tiempo que abre los ojos.
Vuelvo a sentarme en el retrete con las medias en la mano sin dejar de
mirarle. ¡Virgen Santa! ¿Cómo puede ser tan guapo? Él comienza a
curarme. Me coge la rodilla con una mano por la parte de atrás y al sentir su
cálido tacto sobre mi piel una descarga eléctrica me recorre entera. Con
cuidado posa el algodón empapado en el líquido desinfectante sobre mis
rasguños y da unos pequeños toques.
—Puedo hacerlo yo.—susurro con la respiración algo acelerada por su
suave roce—Además no quiero que llegues tarde a tu puesto por mi culpa.
Él me mira sonriendo.
—No te preocupes por eso.—contesta. Tiene los dientes más bonitos y
perfectos que he visto en mi vida—Aún quedan quince minutos para las
nueve. Tenemos tiempo.
—Tienes acento francés. ¿Eres de allí?—pregunto intentando que mis
pensamientos se dirijan hacia otro terreno que no sea el sexual. Pero no
puedo ignorar el latido acelerado de mi corazón y cómo mis bragas se van
humedeciendo con cada sonrisa suya.
—Sí. Soy de París, pero llevo en Madrid tres años.—explica mientras
continua con su trabajo en mis rodillas—Por cierto, me llamo Patrick.
No me sorprende su respuesta. Siendo la empresa de origen francés
seguro que hay muchos como él en las oficinas.
—Yo soy Eva.—contesto. Y me muero de ganas de irme a la cama
contigo, pienso.
¡Eva! ¡Contrólate! ¡Por Dios! ¡Ni que fuera el primer tío bueno que
ves en tu vida! Me reprendo a mí misma. Sí. Ya sé que no es el primero.
Pero ¡joderrrrr! ¡Cómo está el tío!
—Encantado.—dice ensanchando más su espléndida sonrisa al tiempo
que se pone de pie.—Ya está.—Señala mis rodillas para indicarme que ha
terminado con la cura.
—Igualmente. Y gracias.—respondo devolviéndole la sonrisa.
Tiro las medias en una papelera y salimos del baño. Todavía
intranquila por lo que la cercanía de este guapo francés me hace sentir
camino a su lado por el pasillo.
—Me han dicho que mi jefe será el señor Deveraux. ¿Lo conoces?—
pregunto para entablar conversación y ver si centrándome en el tema laboral
consigo alejar de mi mente los pensamientos obscenos que estoy teniendo
—Espero que no sea un tipo estirado y que siempre esté de mal humor. Ni
de esos que cuando se equivocan echan la culpa al empleado de turno en
lugar de aceptar su responsabilidad.
—Sí, lo conozco.—contesta Patrick con otra de sus maravillosas
sonrisas. Me doy cuenta de que le brillan los ojos cada vez que hace ese
gesto—Y no te preocupes. No es ningún ogro pero sí es una persona
exigente. Le gusta el trabajo bien hecho y sobre todo que la gente no pierda
el tiempo en tonterías ni se lo hagan perder a él. Y siempre asume sus
errores. Tranquila. No te comerá.
—Y el resto de la plantilla, ¿cómo es?
—Son buenos trabajadores. Cumplen los objetivos fijados.—responde
Patrick con orgullo.
—¿Hay muchos como tú?—pregunto con una sonrisa traviesa.
—¿Cómo yo?—inquiere él sorprendido—¿Franceses?—Vuelve a
preguntarme.
—Sí. Franceses y como tú de guapos y de simpáticos.—Pestañeo
coquetamente.
—Eres muy directa.—responde Patrick sonriendo divertido.
—No me gusta perder el tiempo, ni hacérselo perder a los demás.—
digo repitiendo las palabras que él ha dicho anteriormente sobre el señor
Deveraux para parecerle graciosa.
—Entonces, el señor Deveraux va a estar encantado contigo. Pero te
daré un consejo.—Se inclina un poco hacia mí sin dejar de andar y me
susurra al oído haciéndome cosquillas en la oreja con su aliento—Dedícate
a trabajar y deja los ligues para cuando estés fuera de la oficina.
¡Menudo corte me acaba de meter el franchute!
—Eh…Por supuesto. Claro. Estoy aquí para trabajar, no para ligar.—
contesto un poco desconcertada al ver cómo de manera sutil me ha dado
calabazas.
Normalmente esto no me pasa. Tengo éxito entre los hombres. Así que
su respuesta me ha dejado un poco fría. Decido hacerle caso y dejar de
ligotear.
Justo en ese momento llegamos a una puerta abierta.
—Esto es Personal. Aquel de allí—dice indicándome con un gesto de
la mano a un chico rubio con camisa azul y corbata aún más azul—es
Héctor.
—Gracias…Por todo.—respondo señalándome las rodillas y sonriendo
aunque ya no como antes. Después de la vergüenza que he pasado cuando
me ha soltado eso de que no ligue en la oficina….
—De nada. Ha sido un placer.—Y dándose la vuelta me dice por
encima del hombro mientras se encamina hacia el ascensor—Adiós, Eva.
Seguro que nos veremos por aquí.
—Eso espero, Patrick.
Me quedo admirando su cuerpo mientras se aleja unos instantes más y
después me acerco a la mesa del tal Héctor. Una vez hechas las
presentaciones me acompaña hasta la planta diecisiete. Es donde está el
despacho del señor Deveraux y donde voy a realizar mis funciones.
Al salir del ascensor me encuentro con una oficina diáfana. Con
grandes ventanales desde donde se divisa todo el Paseo de la Castellana y
con varias mesas repartidas en grupos de cuatro. Me recuerdan a los
quesitos del Trivial.
Héctor me indica que lo siga y según avanzamos por el pasillo entre
las mesas, me fijo en que toda la gente es joven. Entre veinte y cuarenta
años. Algunos hablan muy animados de lo que han hecho el fin de semana
mientras otros planean la Semana Santa, para la que todavía faltan dos
meses. Se nota que hay buen ambiente y eso me alegra.
Llegamos a la que será mi mesa. Está justo frente a la puerta del
despacho de mi jefe, separada de los demás grupos de cuatro.
—Margarita, la anterior secretaria,—comienza a explicarme Héctor—
lo dejó todo organizado para que no tuvieses ningún problema. Creo que en
un par de días te pondrás al corriente.
Asiento con la cabeza rezando para que así sea. Héctor continúa
hablando.
—Ven, te voy a presentar al señor Deveraux.
Con rapidez dejo el abrigo y el bolso en el respaldo de mi silla y en
tres pasos estoy junto a él en la puerta del despacho. Toca con los nudillos y
la abre lo justo para asomar la cabeza mientras yo permanezco a su espalda
impaciente.
—Señor Deveraux, su nueva secretaria, la señorita Castro ya ha
llegado.
—Hágala pasar.—Oigo que dice una voz en el interior del despacho.
Esa voz… Hace que la sangre corra frenética en mis venas. Empiezo a
ponerme nerviosa. No quiero pensar que pertenece a quien creo que
pertenece.
Cuando Héctor abre la puerta del todo y entro en el despacho, me
quedo petrificada al ver sentado tras el gran escritorio de nogal, al tío bueno
que hace menos de diez minutos me ha curado las rodillas en el aseo de la
planta nueve y con el que he intentado ligar.
¡Que me trague la Tierra por favor! ¡Que se abra ahora mismo un
enorme agujero bajo mis pies y desaparezca por él!
—Señorita Castro.—dice mientras se levanta y rodea la mesa para
estrecharme la mano con una sonrisa traviesa en la cara—Es un placer
conocerla.
—Se…Señor Deveraux—Consigo hablar cuando salgo de mi estupor
—Igualmente.
Su mano toca la mía y vuelvo a sentir el mismo cosquilleo por todo el
cuerpo que en el baño cuando me tocó la rodilla. Mi corazón se acelera y
siento que me sonrojo de nuevo. Tras un fuerte apretón por su parte, me
suelta la mano al tiempo que con el dedo índice me acaricia la palma
mientras nuestras manos se separan. Esto me pone más nerviosa si cabe.
—Héctor, puede volver a su puesto.—Le ordena a mi acompañante
rubio—Gracias por guiar hasta aquí a la señorita Castro.
Cuando el chico de Personal sale del despacho y nos quedamos a solas,
el señor Deveraux se sienta de nuevo tras su mesa y comienza a hablar.
—Bienvenida a la empresa, Eva.—Pronuncia mi nombre como si
estuviera saboreando cada letra de él—Espero que formemos un gran
equipo. Mi anterior secretaria era una persona muy organizada y
disciplinada, así que espero lo mismo de ti. Te doy un par de días para que
te pongas al corriente de todo. Si surge cualquier problema, por pequeño
que sea, dímelo. Estaré encantado de ayudarte.—Recorre mi cuerpo con una
mirada lasciva de arriba abajo mientras continúa sonriendo juguetón.
—Gracias, señor Deveraux.—contesto con timidez, algo raro en mí,
pero después de lo que ha pasado y de saber que es mi jefe….—Quisiera…
quisiera disculparme por lo de antes. Por haber intentado…esto…eh…
bueno, ya sabe.—añado.
—No, no sé—contesta él haciéndose el sueco a pesar de ser francés—
¿Por haber intentado qué, Eva?
—Pues lo de antes….que le he tirado los trastos y…que yo…si yo
hubiera sabido quién era usted, pues no…
Dios mío por qué no me habré estado calladita antes, pienso.
—¿Tirado los trastos?—Me interrumpe curioso.
—Sí…ya sabe, tirar los trastos,…vamos, ligar.—Le aclaro yo muerta
de vergüenza.
—Ah…—Y suelta una carcajada maravillosa. Se lo está pasando en
grande el capullo de él.
—En fin, que me disculpe señor Deveraux.—digo al fin.
Y empiezo a darme la vuelta para salir del despacho pero me quedo
paralizada al oírlo de nuevo.
—Si necesitas que alguien te cure cualquier herida que te hagas, ya
sabes dónde encontrarme.
Me quedo boquiabierta. ¿Humor francés o simplemente se está riendo
de mí? Me giro y le contesto con mi mejor sonrisa:
—Gracias, señor Deveraux, pero confío en que en el futuro no tenga
ningún percance más que requiera sus cuidados.
Y dicho esto salgo del despacho apretando los dientes. No me gusta
nada que se cachondeen a mi costa. ¡Me revienta! ¿Pero qué se habrá creído
el gabacho este?
Me siento en mi silla y comienzo a revisar la cantidad de papeleo y
notitas en post-it que ha dejado mi antecesora y poco a poco me voy
haciendo una idea de lo que se cuece en la empresa gracias al eficaz trabajo
de esa mujer. Poco a poco voy organizándomelo todo y sin apenas darme
cuenta el tiempo se me pasa volando.
A las once el señor Deveraux sale de su despacho y al verme tan
enfrascada reclama mí atención apoyando una mano en mi mesa y
carraspeando con fuerza.
—Señorita Castro, estaré fuera el resto del día. Si surge cualquier
problema este es mí número de móvil. No dude en llamarme.—Me da una
tarjeta con su nombre y el teléfono.
—De acuerdo, señor Deveraux.—contesto mientras cojo la tarjetita.
Al hacerlo, las yemas de nuestros dedos se rozan y vuelvo a sentir esa
electricidad en mi piel. ¿Lo notará también él?
Sin dejar de sonreír, mi jefe se inclina sobre mi mesa y me susurra:
—La cafetería está en la planta doce, Eva—Otra vez pronuncia mi
nombre como si fuese algo delicioso que estuviera deshaciéndose en su
boca—por si te apetece tomarte un café o un refresco. Ten cuidado al salir
del ascensor—Sonríe con malicia—porque yo no estaré para socorrerte.
Está tan cerca de mi cara que puedo aspirar su maravilloso olor a
perfume caro. Me echo para atrás en la silla, obligándome a separarme de
él, y como puedo consigo darle las gracias mientras él se incorpora y se
marcha. El corazón me late a mil y mi mente fantasea con su macizo cuerpo
sobre el mío, con sus manos acariciándome, con sus labios besándome,
con….
¡Para, Eva! ¡Vuelve al trabajo! Es tu jefe, así que nada de nada, bonita.
Me dice mi subconsciente.
Diez minutos después Héctor, el de Personal, aparece frente a mi mesa
y me pregunta si quiero tomar algo en la cafetería. Agradecida de que
alguien se interese por mí, además del señor Deveraux, cojo mi bolso y lo
acompaño.
Cuando llegamos pedimos un par de cafés en la barra y cuando
estamos servidos, nos dirigimos hacia una mesa donde hay sentados dos
chicos más y una chica. Se presentan. Ellos, Carlos y Philippe, otro francés
que ha venido derechito desde Montpellier. Ella, Paula. Llevan varios años
trabajando en la empresa.
El resto de la mañana se me pasa rapidísimo. A las dos y media Paula,
que resulta que trabaja en mi planta, viene a recogerme para ir a comer
juntas. Al bajar al vestíbulo de la empresa nos reunimos con los chicos de
antes. Vamos a comer a un restaurante chino cercano a la oficina y al cabo
de una hora estamos de vuelta en nuestros respectivos puestos. Cuando me
doy cuenta ya son las seis. Apago el ordenador y me marcho a casa. Estoy
agotada pero contenta.
Nada más llegar suena el teléfono. Es mi amiga Susi. Me pregunta qué
tal el día y yo le cuento todo con pelos y señales. Se ríe como una loca
cuando le digo lo del tortazo que me he dado en el ascensor.
—Para el viernes tus piernas deben estar impecables, chata. Si no, no
podrás bailar en el club.
—Sólo son unos rasguños, Susi. Estoy segura de que de aquí a
entonces se me habrán curado del todo. Por cierto, ¿cómo se presenta el fin
de semana?—pregunto.
—Todo completo como siempre. Me ha dicho Juan que quiere
empezar con tu número de «My umbrella». Pero mejor pásate mañana
martes para ensayar y que te ponga al corriente de cómo van a ir las
actuaciones este finde.—contesta Susi.
—Dile que estaré en Addiction a las siete de la tarde. Iré directa desde
la oficina.—respondo mientras me siento en el sofá del salón y me quito los
zapatos de una patada.
—Me alegro de que hayas conseguido ese trabajo. Te lo mereces. Has
luchado mucho para sacarte la carrera.—dice Susi con su alegre voz y
añade—Pero vaya metedura de pata que has tenido con tu jefe. Me
partooooo.—Y se ríe la muy puñetera.
—Anda, calla, que ahora cada vez que lo vea me voy a morir de la
vergüenza.
Seguimos hablando unos minutos más hasta que suena el horno. Mi
cena está lista.
Capítulo 2

Cuando llego el martes a trabajar el señor Deveraux ya está en su


despacho. Le doy los buenos días y me pongo a revisar un par de cosas que
me dejé ayer por terminar para acabarlas cuanto antes. Parece que él está
bastante liado porque en toda la mañana no reclama mi presencia, algo que
agradezco.
Después de lo que sucedió ayer he llegado a la conclusión de que lo
mejor es ser profesional y no salirme de mi sitio.
A las once vienen a buscarme Paula y Héctor para ir a tomar un café.
Son muy simpáticos y me siento a gusto con ellos. Nos reunimos con los
otros chicos, Carlos y Philippe. Me doy cuenta de que entre Paula y
Philippe hay algo más que una simple amistad, aunque tratan de que no se
note. ¿Será que no están permitidas las relaciones amorosas entre los
miembros de la empresa?
Cuando regresamos a nuestros puestos Paula me pregunta que qué me
parece Philippe y yo le contesto que no es mi tipo, pero que si a ella le
gusta….Entonces me lo cuenta. Está enamorada de él desde hace casi un
año y aunque parece que él la corresponde, ninguno de los dos ha dado el
primer paso todavía. La animo a que sea ella quien lo haga y así saldrá de
dudas. Si todo va bien, ¡perfecto! Y si no, a otra cosa, mariposa.
Cuando me siento en mi mesa veo que la puerta del despacho está
abierta y el señor Deveraux no está dentro. Al poco rato suena el teléfono
de mi mesa. Es él. Me llama para decirme que le prepare unos documentos
para una reunión con una firma de cosméticos a la cual tenemos que
publicitar y que los necesita para dentro de una hora, que será cuando
regrese a la oficina. Tras colgar me pongo manos a la obra. Gracias a Dios,
Margarita mi antecesora, lo tenía todo preparado, así que en poco tiempo
consigo reunir lo que me ha pedido mi jefe.
Al regresar el señor Deveraux le entrego la documentación y, tras
revisarla, halaga mi eficiente trabajo. Intento explicarle que el mérito es de
la persona que ocupaba el puesto antes que yo pero no me deja. Con una
increíble sonrisa se despide de mí, informándome de que la reunión será a
las tres de la tarde y me necesitará junto a él en la Sala de Juntas.
Cuando vuelvo de comer con mis nuevos compañeros el señor
Deveraux me está esperando en su despacho. Tras explicarme básicamente
lo que espera de mí en la reunión con la firma de cosméticos sin quitarme la
vista de las piernas, cosa que me incomoda a tope, me dice:
—Parece que tus heridas van sanando. Me alegro.
Me sonríe. ¡Guau! ¡Me encanta su sonrisa! Bueno, todo él. Cada vez
que lo veo me entra un no sé qué, que qué se yo, que me hace hervir la
sangre. Y su voz… Profunda y sensual…Me pone…¡Dios! ¡Cómo me
pone!
Eva, para, que es tu jefe. Me riño a mí misma.
—Gracias por su interés, señor Deveraux.
Se levanta de su asiento y tras rodear la mesa se acerca a donde estoy
sentada. Coloca cada una de sus manos en los reposabrazos de mi silla y se
inclina para quedar a mi altura.
—Patrick. Llámame Patrick.—susurra a escasos centímetros de mis
labios.
Al borde del infarto por sentir su cuerpo tan cerca del mío y por las
cosquillas que su dulce aliento me han hecho en la nariz, consigo decirle:
—Lo siento, pero no me parece correcto tutearle, señor.
—¿Por qué no? Yo lo hago contigo.—Sonríe divertido mientras sus
ojos se clavan en los míos.
—Bueno…Usted es mi jefe y….—comienzo a decir pero me
interrumpe.
—Y como tu jefe, te ordeno que me llames por mi nombre. Así que a
partir de ahora, para ti soy Patrick.—Y me da un pequeño beso en la punta
de la nariz.
Me quedo boquiabierta y él, al ver mi cara de sorpresa, me pone un
dedo en la barbilla para cerrarme la boca. Acto seguido, me pasa el pulgar
por los labios con delicadeza. ¡Dios! ¡Cómo me acelera este hombre! Se me
va a salir el corazón del pecho.
Al ver que mi respiración se ha vuelto agitada, él me coge por la nuca
y acercando más su boca a la mía intenta besarme. Pero yo, como puedo,
consigo salir de mi atontamiento y poniéndole las manos en el pecho, lo
aparto.
—Vamos a llegar tarde a la reunión, señor Deveraux.—gimo. Su
delicioso olor a perfume caro me invade las fosas nasales llegando hasta mi
cerebro aturdiéndome.
—Te he dicho que me llames Patrick, Eva.—repite acercándose de
nuevo a mí.
—Y yo le he dicho que no lo haré.—digo cabezona, presionando
contra su pecho y sintiendo en las palmas de mis manos todo el calor de su
cuerpo a través de las capas de ropa que él lleva.
Sorprendiéndome, me pregunta:
—¿Qué haces después del trabajo? Te invito a cenar.—Y saca la
lengua para rozar mis labios con ella.
Se me dispara el corazón y comienzo a respirar de forma agitada.
Tengo que controlarme. Es mi jefe. Y aunque él quiera jugar conmigo y yo
con él esto no es lo correcto.
—No, señor. Lo siento, pero no.—consigo decir a duras penas.
—¿Por qué? Ayer estabas muy interesada en un hombre guapo y
simpático como yo. —responde clavando su azul mirada en mis ojos
negros.
—Ayer no sabía que usted es mi jefe y no me parece correcto salir a
cenar con jefes.—Lo empujo un poco más y consigo alejarlo de mi cuerpo
unos centímetros. Y aunque me duele la distancia que he puesto entre
nosotros, sé que es lo mejor para todos—¿No me dijo que aquí se viene a
trabajar y no a ligar? Pues aplíquese el cuento, señor.—contesto aguantando
su mirada.
—Muy buena salida, Eva. Pero no te servirá de nada. Vas a cenar
conmigo esta noche sí o sí.—contesta apartándose por completo de mí.
—Eso ya lo veremos.—Lo reto con la mirada. Me levanto de la silla y
me dirijo hacia la puerta del despacho.
—Estaré en la Sala de Juntas, señor Deveraux. Cuando usted quiera
comenzaremos la reunión.—digo sin mirarle.
Casi dos horas después, cuando la entrevista con la firma de
cosméticos ha terminado, regreso a mi mesa. Tengo la cabeza como un
bombo de tantas cosas que he oído y he tenido que anotar, pero estoy
contenta. Me he enterado bastante bien de todo y eso me facilita mucho las
cosas para saber cómo proceder en mi trabajo.
A las seis apago el ordenador y cuando voy a dirigirme hacia los
ascensores oigo que mi jefe me llama. Entro en su despacho. ¿Qué querrá
ahora?
—Cierra la puerta, Eva.—dice con gesto serio.
A regañadientes lo hago. Preferiría dejarla abierta porque así hay
menos posibilidades de que se abalance sobre mí como ha hecho antes de la
reunión, pero es el jefe y tengo que obedecer.
Me doy cuenta de que los cristales del despacho que dan al interior de
la oficina y desde donde divisa a todos los empleados, están con las
cortinillas cerradas. Nadie puede vernos y eso me pone más nerviosa.
Intuyo lo que va a ocurrir.
Cuando me doy la vuelta el señor Deveraux se levanta de su asiento y
camina hacia mí. Parece una pantera a punto de saltar sobre su presa con
ese traje negro y la corbata roja. Desprende una seguridad en sí mismo que
hace que me excite. Pero también siento miedo. Si me lío con él lo más
seguro es que pierda el empleo en cuanto la aventura acabe. Y eso no puedo
consentirlo.
Por instinto, retrocedo hasta que choco con la puerta cerrada.
—Ya me iba a casa, señor Dev….—comienzo a decir pero me
interrumpe poniéndome un dedo en los labios para silenciarme. Su contacto
me quema. Y me excita.
—A las nueve pasaré a recogerte. Ponte guapa, si es que puedes estarlo
más de lo que ya lo estás. —Otra vez me acaricia el labio inferior con el
pulgar despacio.
Con la sangre corriendo enloquecida por mis venas al sentir su cálido
contacto y mis manos hormigueando por la necesidad de tocarle, consigo
responder:
—Ya le he dicho que no voy a cenar con usted.
—¿Te gusta llevarme la contraria?—pregunta a escasos centímetros de
mi cara.
—No, señor Deveraux, es sólo que….
Coge mi cara con ambas manos y acercando su boca a la mía despacio,
como dándome tiempo a rechazarle, me da un tierno beso que hace que mis
terminaciones nerviosas se alteren. Su lengua poco a poco invade el interior
de mi cavidad bucal, recompensándome por no haberme apartado de sus
labios. Gimo al sentir su sabor en mi lengua.
Poco a poco comienza a alejarse de mí, hasta que pierdo el contacto
con esos labios suaves y me siento abandonada. Patrick, perdón el señor
Deveraux, me sonríe con malicia y vuelve a acercarse a mi boca que lo
espera abierta e impaciente.
Me encierra entre sus brazos mientras yo levanto los míos rendida a él
por completo y lo cojo de la nuca. Con sus manos Deveraux recorre mi
espalda hasta mi cintura, baja por las caderas y cuando llega al borde de la
mini falda gris que llevo puesta hoy, mete dos dedos para tocarme los
muslos. Me roza la liga de las medias e introduce uno de los dedos entre la
media y mi pierna para comenzar a bajármela. El roce de su piel contra la
mía me hace estremecer. Tengo todas las terminaciones nerviosas
revolucionadas y mi respiración es errática. Continúo besándolo mientras
me derrito entre sus brazos. Sabe a menta. Y huele de maravilla. Me dan
ganas de comérmelo entero.
—Me encanta que lleves este tipo de medias y las faldas tan cortas.—
susurra contra mis labios cuando nos separamos para recuperar el aliento—
Tus piernas me gustaron desde el primer momento en que te vi. Anhelo
tocarlas desde entonces. Por eso quise curarte las heridas, para tener la
oportunidad…Pero me supo a poco. Necesito más.
De repente me doy cuenta de lo que estoy haciendo.
¡No, no, no! ¡Es mi jefe! ¡Por el amor de Dios! ¿Qué pensarán mis
compañeros si nos pillan? ¿Y qué pensará él de mí?
—Esto no debería haber ocurrido. Lo lamento mucho, señor Deveraux.
—digo intentando apartarme de él.
—¿Por qué lo lamentas? ¿No te ha gustado mi beso? Porque a mí el
tuyo me ha encantado. Te has mostrado muy….apasionada, chéri.—susurra
sonriendo y haciendo fuerza con los brazos para que yo no me aleje.
¡Qué mono! ¡Me ha llamado chéri!
Sonrío como una boba al oír cómo me dice «querida» o «cariño» en
francés. Con lo dulce que es ese idioma. El idioma del amor….
Pero no. Es mi jefe y esto que estamos haciendo no está bien.
—Sí, a mí también me ha gustado. Pero le repito que esto no puede
volver a suceder. Usted es el jefe y yo.…
—Tú vas a salir a cenar conmigo esta noche y no se hable más.—Me
corta él—A las nueve estaré en tu casa.
—No es buena idea, señor Deveraux.—Lo aparto de mi cuerpo
empujándolo con suavidad.
—Es una idea excelente.—continúa él intentando retenerme entre sus
brazos. Pero como me ve reacia a permanecer en ellos, me deja ir al final.
—Es usted un cabezota, señor. ¿Cuántas veces tengo que decirle que
no?
—Todas las que quieras.—Sonríe juguetón—Pero no te servirán de
nada porque saldrás a cenar conmigo de todas formas. Soy muy persistente.
Intenta acercarse otra vez a mí para besarme, pero me escabullo de la
proximidad de su cuerpo y abro la puerta del despacho para irme.
—Puede ser todo lo persistente que quiera, señor Deveraux, pero no
conseguirá que dé mi brazo a torcer. Yo también soy cabezona y cuando
digo que no, es que no.
Salgo al pasillo de la oficina y lo miro por encima del hombro.
—Hasta mañana, señor.
—Ponte guapa.—responde él—A las nueve estaré en tu casa.—insiste.
Maldita sea. Ya me está cansando su insistencia. Me giro y le planto
cara.
—Yo tengo una vida fuera de aquí, ¿sabe? Y hoy precisamente tengo
planes.
—A las nueve, chéri.—Suelta como si no hubiera oído lo que acabo de
decirle.
Muy bien, pienso. Haz lo que te dé la gana, francesito.
—Adiós, señor Deveraux.—Me despido de él y girándome de nuevo
camino hacia el ascensor.
Capítulo 3

El Club Addiction es un viejo teatro en el centro de Madrid rehabilitado


como restaurante donde se sirven cenas, únicamente cenas, tras las cuales
los comensales pueden disfrutar de varios espectáculos de baile. Mi amiga
Susi y yo somos bailarinas aquí. Es un mundo que me encanta, pero sé que
algún día tendré que dejarlo.
El cuerpo humano se va estropeando con el paso de los años y no
puedo estar toda mi vida subida a un escenario. Por eso busqué trabajo en la
empresa Deveraux. Así que, mientras pueda, compaginaré las dos cosas.
Además todos los componentes del Addiction son como mi familia y
Juan, el dueño, es el padre que nunca tuve. Me recogió en la calle con
apenas dieciocho años cuando llegué a Madrid sin un euro en el bolsillo y
tras haber sufrido el robo de las pocas pertenencias que traía conmigo. Se
apiadó de mí, me cuidó y me dio la oportunidad de devolverle el favor
trabajando de camarera en su club.
Un día, mientras terminaba de fregar el suelo después de que todos se
habían marchado a casa, me encontró bailando y cantando uno de los temas
que interpretaba Susi, la estrella principal del Addiction. Me dijo que le
había gustado mucho y que me daría una oportunidad en el escenario.
Y así pasé de ser camarera a ser bailarina. Primero me puso en el ballet
hasta que casi un año después Juan decidió darme más protagonismo y dejé
de ser una más del ballet para tener mis propios números.
Cuando llego al club saludo con rapidez a todas las chicas que ya están
en el camerino cambiándose para comenzar los ensayos. Me quito el traje
gris que llevo para ponerme unas mallas negras y una camiseta cómodas
para bailar.
Tras casi dos horas de ensayo con Rubén, el coreógrafo que trabaja
con nosotros desde hace varios años, me doy una ducha rápida y me marcho
con Susi y las demás a cenar a una tasca que hay por la zona de La Latina.
Como siempre, el pesado de Rubén ha intentado unirse al grupo, pero
lo hemos despachado sin miramientos. Las chicas queremos cotillear de
nuestras cosas sin que un hombre esté por el medio cortándonos el rollo.
Y menos él, que lleva los cuatro últimos meses dándome el coñazo
para que tengamos una cita. Me acuerdo entonces de mi jefe. Espero que no
se le haya ocurrido ir a mi casa a buscarme porque habrá perdido el tiempo
y según él, esto es algo que no le gusta.
Después de unas tapas de calamares, patatas bravas y unas cuantas
cervezas, decido irme a casa. Son casi las once de la noche y mañana tengo
que madrugar para ir a la oficina.
Cuando llego a casa y saco el móvil del bolso ¡alucino! Tengo un
mensaje del señor Deveraux que dice: «Le advertí de que no me diese
plantón. Nadie me rechaza, señorita Castro.»
¡La leche! Dudo si contestarle o no. Al final decido no hacerlo.
Mañana cuando lo vea en la oficina que pase lo que tenga que pasar. Ahora
no quiero pensar en eso.
El miércoles cuando llego al trabajo me encuentro en el ascensor con
el señor Deveraux. Por suerte hay más gente que sube con nosotros. Me
coloco en una esquina mientras él permanece en la otra impasible. Hago
como que no lo he visto y al llegar a la planta doce, la de la cafetería, me
bajo. Todavía tengo tiempo de tomarme un café antes de comenzar mi
jornada.
Me encuentro con Héctor, el chico de personal, y me invita. Se lo
agradezco dándole un beso en la mejilla. Soy así. Impulsiva y cariñosa.
Cuando me separo de él veo que en la puerta está el señor Deveraux
mirándome. Y por su cara compruebo que sigue enfadado por lo de ayer. Se
da la vuelta y se marcha. ¡Uy, uy! Me bebo de prisa el café y tras quedar
con Héctor para el desayuno de media mañana me voy a mi planta.
Al pasar por delante de la mesa de Paula, esta me para y me pregunta
si quiero ir con ella al cine esa tarde. Me apunto al plan que me propone.
Me gusta el cine aunque no tengo un género concreto. Puedo ver cualquier
película.
Continúo hasta mi mesa y al llegar veo que el señor Deveraux tiene
abierta la puerta del despacho y está ensimismado mirando hacia mi puesto.
Al verme retira la mirada y se centra en unos documentos que hay sobre su
mesa.
Me pongo a trabajar y el día se me pasa volando. De vez en cuando mi
mirada se cruza con la de mi jefe y me hace sentir incómoda por un lado,
pero genial por otro, ya que lo pillo mirándome las piernas. En sus ojos veo
una mezcla de enfado, supongo que por el plantón de ayer, y deseo. Y me
encanta sentirme deseada por ese atractivo hombre. Aunque no debería
hacerlo.
Recuerdo de nuevo cómo recorrió con sus manos mis muslos y me
excito. Sé que le gustan mucho mis piernas y para picarle un poco se me
ocurre que al día siguiente me pondré pantalones. Estoy loca. Lo sé. No
debería jugar con el deseo que mi jefe siente por mí y que veo en su mirada
azul. Pero me gusta tanto sentirme el centro de atención de un joven
atractivo y sexy como él….
A las seis apago el ordenador y como alma que lleva el diablo corro a
la mesa de Paula para irnos al cine.
Al día siguiente Patrick, perdón el señor Deveraux, me habla sólo en
dos ocasiones y por temas laborales. Pero sus miradas no cesan. La primera
vez que lo pillo observándome, compruebo que tiene fruncido el ceño,
como si no le gustase lo que ve. Me río por dentro. Seguro que es porque
me he puesto pantalones.
Cuando vuelvo de comer con mis compis, mi jefe no está en su
despacho pero me encuentro encima de mi mesa con un montón de papeleo
y una nota suya que me dice que lo tengo que archivar. ¡Uf! Esto me va a
llevar toda la tarde.
Camino del archivo con el montón de documentos en mis brazos, voy
canturreando Fuckin’ Perfect de la cantante Pink.
“Pretty, pretty please,don’t you ever, ever feel
Like you’re less than, fucking perfect…”
De repente, una mano me agarra del brazo y tira de mí para meterme
en una habitación poco iluminada y con olor a lejía. Se me caen todos los
papeles al suelo. Miro a mí alrededor y veo que estoy en el cuarto de la
limpieza. Oigo que la puerta se cierra a mi espalda y cuando me doy la
vuelta me encuentro con el hombre que estos últimos días ha protagonizado
mis sueños más íntimos. Patrick Deveraux.
—¡Señor Deveraux, me ha asustado! ¿Ocurre algo?—pregunto
mientras me agacho para recoger todos los documentos que hay
desperdigados por el suelo.
Ignorando mi pregunta él se inclina para cogerme de los brazos y
levantarme del suelo. Otra vez siento ese cosquilleo por todo mi cuerpo por
la cercanía del suyo. Lo tengo tan cerca que puedo sentir su dulce aliento
sobre mis labios. Creo que va a besarme otra vez pero, en lugar de hacerlo,
me pregunta con su voz profunda y sensual:
—¿Por qué te has puesto hoy pantalones?
—¿Hay alguna norma en la empresa que lo prohíba?—respondo
divertida.
—No. Pero no me gusta que los lleves. Me privas de unas excelentes
vistas.—Me sonríe.
¡Ay! ¡Qué sonrisa más bonita tiene! Me quedo unos segundos
admirando lo guapo que es. Su corto pelo rubio, sus azules ojos, sus
carnosos labios….. Sin darme cuenta me muerdo mi labio inferior y él
desvía sus ojos de los míos hacia mi boca.
—Si haces eso otra vez no me quedará más remedio que besarte, chéri.
De inmediato me suelto el labio. Mi corazón late acelerado y mi
respiración se vuelve inestable. Su contacto me produce infinidad de
pensamientos sexuales y su voz…..Creo que podría tener un orgasmo sólo
con oírle hablar.
—Estoy muy enfadado por el plantón del otro día.—Vuelve a mirarme
a los ojos y me taladra con el azul de su mirada—No vuelvas a hacerlo. Te
voy a dar una segunda oportunidad y considérate afortunada porque no lo
hago nunca.
¡Alucino!
—¿Qué me considere afortunada? Perdone señor, pero el que se debe
sentir afortunado es usted en el caso de que le diga que sí a su invitación.—
contesto molesta por su comentario.
¿Pero qué se ha creído este hombre? ¡Ni que fuera el único que hay en
el mundo! Vamos, vamos, lo que tiene que oír una…
Consigo salir de entre sus brazos y, de nuevo, me agacho para recoger
los documentos del suelo. Él hace lo mismo y comienza a ayudarme. Con
un tono de voz más suave que el que ha usado antes conmigo, vuelve a
hablarme.
—Me pasé dos horas esperándote, Eva. Y yo nunca he tenido que
esperar por ninguna mujer.
—Pues me alegro de haber sido la primera.—replico con sarcasmo.
—¿Te gusta Pink?—pregunta ignorando mi comentario y cambiando
de tema al mismo tiempo—Sé que cantabas Fucking Perfect y muy bien,
por cierto. ¿Has dado clases de canto alguna vez?—Vuelve a preguntar
curioso mientras va amontonando los documentos entre sus manos.
Sonrío con tristeza. Si supiera la historia de mi vida no me habría
hecho esa pregunta. Pero como no sabe nada de mi pasado…
—¡Oh, sí! Fui al conservatorio.—respondo.
—¿A cuál?—Vuelve a preguntar.
—Al conservatorio de la vida….—murmuro con pesar.
—No entiendo.—contesta mirándome con el ceño fruncido.
—Da igual.—digo encogiéndome de hombros—No intento que me
entienda.—Y terminando de recoger el papeleo del suelo, me levanto
dispuesta a salir del cuarto de la limpieza.
Pero Deveraux está entre la puerta y yo. Intuyendo mis intenciones me
bloquea todavía más el paso.
—¿Y si quiero hacerlo? ¿Y si quiero entenderte?—Ladea la cabeza
estudiándome.
—Le aconsejo que no lo haga, señor Dev…
—Patrick. Llámame Patrick.
Ya me estoy cansando de su insistencia, así que al final claudico y lo
llamo por su nombre.
—Está bien, Patrick.—contesto y él me sonríe de nuevo—Voy a ser
muy directa contigo, ¿de acuerdo?—Él asiente y yo continúo—Me gustas
mucho. Me pareces increíblemente atractivo y te juro que cada vez que te
veo, pienso en cómo sería acostarme contigo.—Él abre la boca para decir
algo, pero yo no le dejo y continúo—Pero al mismo tiempo mi parte de
cordura me dice que me olvide de ti. Eres el jefe y….
No consigo terminar la frase. Patrick me coge de la cintura para
acercarme a él y me estampa un besazo en toda la boca que hace que me
derrita entre sus brazos. Y de nuevo todo el papeleo se me cae al suelo.
¡A la mierda! Lo agarro de la nuca y profundizo el beso. Le muerdo
los labios con una pasión que no sabía que existiera en mi interior y lo
aprisiono contra la puerta, apretándome contra su dura entrepierna,
sintiendo su excitación y acalorándome más todavía al comprobar cómo se
ha puesto por mí. ¡Sí, sí, sí!
Patrick baja sus manos de mi cintura a mi trasero y me lo aprieta con
fuerza. Tras masajeármelo unos instantes más las conduce hacia delante.
Poniéndolas entre nuestros cuerpos comienza a desabrocharme el pantalón
mientras yo continúo besándolo de forma apasionada.
Cuando me ha bajado el pantalón y el tanga hasta las rodillas se
despega de mis labios y me coloca de cara a la puerta, situándose él a mi
espalda.
—Pon las manos en la puerta y saca el culo hacia atrás, chéri.—Me
ordena con la voz rota por el deseo.
Hago lo que me pide. Cuando pasa sus dedos por mi mojada hendidura
no puedo reprimir un gemido de placer.
—¡Mon Dieu! Sí que estás mojada…..—exclama él.
No puedo contestar. Mis palabras se quedan atascadas en la garganta.
Tengo la boca seca por la excitación y sólo consigo asentir con la cabeza.
—A mí también me resultas increíblemente atractiva y muy, muy
deseable. Y como te ocurre a ti, sólo pienso en follar contigo cada vez que
te veo.
Me lo susurra tan cerca de mi oído que su aliento me hace cosquillas
en la oreja. Me estremezco mientras él sigue tocando mi húmedo sexo con
sus hábiles dedos y cuando mete de golpe dos de esos maravillosos dedos
en mi interior, doy un grito. Él me tapa la boca con la otra mano para que
nadie pueda oírme y se pega más a mi espalda.
—Shhh, silencio, chéri. O nos descubrirán y nos quedaríamos sin
fiesta.—murmura muy bajito.
Asiento y Patrick retira su mano de mi boca mientras sigue
hundiéndose en mí con los dedos. A la vez que entra y sale, me besa el
cuello y la nuca. Me coge por la barbilla con la otra mano y me gira la cara
para besarme en la boca.
De repente saca los dedos de mi sexo y los cambia por el pulgar. Ahora
me roza el clítoris con el índice cada vez que se mueve para entrar y salir de
mí. ¡Oh, Diossss! ¡Qué bueno! Me encanta el roce de su largo dedo contra
mi hinchado botón. Empiezo a sentir calor, mucho calor. Muevo mis
caderas para acompañar las embestidas y la fricción de sus dedos y poder
darle a mi cuerpo la liberación que tanto ansío.
—Sigue….—susurro—Estoy a punto de…Ohhhhh…
No puedo continuar. El orgasmo me invade con furia y las piernas
comienzan a temblarme. Creo que me voy a caer al suelo. Pero Patrick me
agarra con fuerza por la cintura para impedir que me desplome.
Con la frente apoyada en la puerta, disfruto del placer que me ha dado.
Ha sido alucinante. ¡Qué manos, Dios, que manos! Saca el dedo pulgar de
mi interior y me acaricia con suavidad todo el sexo mientras mi ritmo
cardíaco se normaliza.
—Hoy cenarás conmigo y juro por Dios que no me vas a dejar
plantado como el otro día. A las nueve pasaré por tu casa a recogerte, chéri.
—dice mientras comienza a subirme el tanga y el pantalón.—Por cierto,
¿estás libre, verdad?—pregunta.
—¿Libre?—digo saliendo de mi atontamiento—Eh, sí, sí—Sonrío al
comprender que me está preguntando si tengo novio—Estoy libre.
Tranquilo. No tendrás que compartirme con nadie.
—Mejor, porque no me gusta compartir.—responde mientras termina
de arreglarme la ropa—Soy así desde pequeño.—Añade con una tremenda
sonrisa—Cuando veo algo que me gusta, simplemente lo cojo y entonces es
mío y sólo mío.
—Seguro que eras un niño muy popular en el parque.—contesto
riéndome—¿Tus padres no te enseñaron que los juguetes hay que
compartirlos?
Me da un pequeño azote en el culo a la vez que me dice:
—Este juguete no lo pienso compartir.
Abre un poco la puerta y asoma la cabeza.
—Sal ahora. No hay nadie.
Paso por debajo de su brazo y cuando estoy en el pasillo me atuso el
pelo para colocármelo bien. Patrick, que camina a mi lado en silencio, me
observa de reojo sonriendo.
Cuando llegamos a mi mesa echa un vistazo alrededor y tras
comprobar que todos los empleados están enfrascados en sus trabajos y
nadie nos presta atención, se acerca a mi oído.
—Me encantan tus ojos negros. Tienes una mirada tan intensa que me
excita muchísimo.—susurra.
Sonrío como una tonta y entonces caigo en la cuenta de que me he
dejado todos los documentos en el cuartito de la limpieza.
—¡Oh, no!—exclamo y salgo corriendo ante la sorpresa de Patrick—
¡Los documentos…!—Le aclaro mientras me alejo de él.
Le oigo reírse y veo cómo se mete en el despacho para seguir con su
trabajo.
Cuando llego a casa estoy excitadísima. Corriendo me doy una ducha
y al recordar lo sucedido en la oficina con Patrick no puedo resistir la
tentación de masturbarme. Cojo la alcachofa de la ducha y cambio en la
ruleta superior la manera en que salen los chorros hasta que consigo que
sólo salga uno y fuerte. Apunto directamente a mi clítoris, ya sensibilizado,
y comienzo a meterme los dedos poco a poco en mi interior. Abro más las
piernas. Mmm, qué gusto…
A mi mente vienen imágenes de Patrick. Sus manos sobre mi cuerpo,
el gesto de su cara justo antes de besarme, como se abalanzó sobre mí
contra la puerta de su despacho…
Pero en ese momento suena el teléfono cortándome la diversión.
Estoy tentada de no cogerlo pero ¿y si es algo importante?
Salgo de la ducha chorreando agua y me envuelvo en una toalla.
Al mirar la pantalla del móvil veo que es el pesado de Rubén, el
coreógrafo del Addiction.
—¿Qué quieres?—contesto de mala gana.
—Hola princesa—responde sin importarle mi dura voz—Estoy cerca
de tu casa y había pensado que podía invitarte a cenar. ¿Qué te parece?
—Me parece que no, Rubén. Además, tengo planes para esta noche.—
digo molesta.
Me enerva la insistencia de este tío. ¿Cuántas veces voy a tener que
decirle que no me gusta y que no voy a salir con él?
—¿Has quedado con las chicas?—pregunta curioso.
—¿A ti qué te importa con quién he quedado?—replico, terminando de
secarme con la toalla—Mi vida privada no es asunto tuyo.
—Princesa…No te pongas así. Sólo quería verte y pasar un rato juntos.
—me dice con voz zalamera.
—Pues yo no quiero pasar contigo ni medio rato.—respondo con
dureza.
—¿Cuándo me vas a dar una oportunidad, preciosa mía?—insiste
Rubén.
—Cuando las ranas críen pelo, precioso mío.—suelto con sarcasmo—
Pero vamos a ver, ¿es que tú no te cansas de que todo el tiempo esté
dándote calabazas? ¿Eres masoquista o qué? ¿Cómo tengo que decirte que
NO ME INTERESAS? QUE PASO DE TI.—grito al final.
—¿Te va a bajar la regla?—pregunta descolocándome—Porque estás
de un humor últimamente….
—¿Serás tonto?—Le ladro y cuelgo el teléfono antes de que pueda
decirme alguna idiotez más.
A los cuarenta segundos el móvil vuelve a sonar. Como un Miura a
punto de embestir me pongo el teléfono en la oreja y sin esperar a que él
diga nada comienzo a gritarle.
—Mira tonto del culo, te he dicho mil veces que me dejes en paz. Que
no voy a salir contigo ni aunque fueses el último tío de la Tierra. Ni siquiera
para tener sexo ocasional. Porque cuando mi cuerpo me pide fiesta, yo
solita me valgo y me sobro. Tengo unas manos que son extraordinarias para
darme placer a mí misma, que es justo lo que estaba haciendo en la ducha
hasta que me has interrumpido con tu llamadita, maldito gili...—Me muerdo
la lengua para no insultarlo más, pero continúo con mi discurso—Así que
no te necesito ni para que me des la hora. Y cuando me canse de mis
fabulosas manos, pienso comprarme un amiguito a pilas que me deje la
cama para mí sola después de usarlo y no me dé el coñazo de forma
continua con que salga a cenar con él. Así que déjame en paz de una
puñetera vez, ¿entendido?
—¿De verdad estabas masturbándote en la ducha?—Oigo la seductora
voz de Patrick al otro lado de la línea.
¡Mierda!
Cierro los ojos y me voy a apoyar en la pared cuando ¡zas! Me pego un
guarrazo que alucino.
Pensé que la pared estaba más cerca y al inclinarme hacia atrás me he
caído de culo. Con la caída me he llevado por delante un jarrón con las
flores que me regaló un cliente del club el sábado pasado, que se ha hecho
añicos. El móvil ha salido volando de mi mano y está en medio del pasillo.
Me levanto y corro hacia él mientras escucho la sensual y varonil voz de
Patrick llamándome.
—¡Eva! ¡Eva! ¿Qué ocurre? He oído un ruido y…
—Estoy bien, estoy bien.—digo con la respiración entrecortada por la
leche que me he metido y la posterior carrera para coger el móvil del suelo.
—¿Pero qué te ha pasado?—Vuelve a preguntar.
—Que me he caído.—respondo avergonzada.
—Tú y tus caídas…—dice riéndose—¿Te has hecho daño?
—No…Bueno, un poco.—Me froto el trasero con la mano—¿Qué
querías Patrick?
—Te llamaba para decirte que me retrasaré diez minutos. Aún estoy en
la oficina y quiero pasar por mi casa para cambiarme, darme una ducha,
pero…—comienza a reírse otra vez—yo no voy a hacer lo que estabas
haciendo tú en ella…Bueno, a lo mejor sí.
Oigo sus carcajadas a través del teléfono y me sonrojo más todavía.
¡Menuda boquita la mía! No, si ya me lo dice Susi a veces, que calladita
estoy más mona.
Cuando Patrick termina de reírse, continúa hablando.
—Bueno, que pasaré a las nueve y diez, si no te molesta. ¡Ah! Y no te
pongas pantalones o te los arrancaré y tendrás que volver a tu casa desnuda.
Boquiabierta me quedo. Su voz profunda y cargada de erotismo al
amenazarme con esto hace que de nuevo mi sexo se humedezca.
—¿Eva? ¿Sigues ahí? ¿O has vuelto a la ducha?—Oigo otra vez su
maravillosa risa.
—Sigo aquí…A las nueve y diez. De acuerdo—Consigo contestarle.
—Bien, chéri. Nos vemos.
Miro el reloj. Las ocho y cinco. Me queda una hora y pico todavía,
pero no me puedo dormir. Así que con rapidez me seco el pelo y me planto
frente al armario pensando qué ponerme. Quiero estar atractiva y sexy. Y no
puedo llevar pantalones. Reviso uno a uno todos los vestidos y las faldas y,
como no sé dónde me va a llevar a cenar, opto por un vestido corto y negro,
sin mangas y con un sugerente escote. Me calzo unas botas negras hasta la
rodilla y me maquilo un poco.
Vuelvo a mirar el reloj. Las nueve menos diez. Aún me quedan veinte
minutos. Aprovecho y llamo a mi amiga Susi para contarle con quién voy a
salir esta noche.
—¿Pero no me dijiste que con tu jefe no querías nada de nada? Hija,
eres como una veleta.
—Ya, tía, pero no veas lo que me ha pasado. Siéntate porque te vas a
caer de culo.—En ese momento recuerdo mi caída y me llevo una mano al
trasero, pero por fortuna ya no me duele—Resulta que esta tarde cuando
volví de comer, mi jefe me había dejado encima de la mesa unos
documentos para archivar y cuando iba camino del archivo…..
Le cuento lo que ha sucedido en el cuartito de la limpieza. Después la
llamada de Rubén y finalmente la conversación telefónica con Patrick. Todo
lo que le he dicho sobre que me masturbo en la ducha y demás pensando
que hablaba con Rubén. Susi no puede parar de reír.
—¡Joder, Eva! Lo que no te pase a ti… Si montases un circo, te
crecerían los enanos.
—Calla, calla. Que estoy metiendo más la pata con este hombre que en
toda mi vida.—digo avergonzada, levantándome del sofá donde me había
sentado a charlar con ella.
—Bueno, pues esta noche a ver si te comportas un poquito y dejas de
ser la patosa oficial del señor Deveraux—Se ríe de nuevo.
—Tienes la gracia en el culo, bonita…—digo muy seria.
—Venga, no te enfades. Ya sabes que te lo digo de broma, mujer. Por
cierto, ¿qué llevas puesto?
—El vestido negro que me compré para la fiesta de Navidad del año
pasado en el Adicction.—Informo mirándome a mí misma.
—Biennnn, con ése estás que rompes. ¿Y debajo? ¿Te has puesto algo
o no?
—¡Susi! ¡Pues claro que me he puesto algo debajo del vestido!—La
riño boquiabierta—No creerás que voy a ir sin ropa interior por la calle.
—¡Uy, bonita! No te imaginas lo que les excita a los tíos saber que la
mujer que tienen al lado no lleva bragas.—contesta con su gracia natural.
—Pero Susi…¿en la primera cita? ¡Por Dios! Se va a pensar que estoy
desesperada.—exclamo sacudiendo la cabeza. Esta Susi….
—¿Después de lo que habéis hecho esta tarde? ¡Anda ya!—suelta
riéndose—Tú hazme caso, Eva. Si quieres repetir con ese tío tienes que ser
mala, malísima.
No puedo evitar reírme. Susi tiene unos puntos….
Miro el reloj y veo que falta un minuto para las nueve y diez. Mientras
me despido de ella suena el portero automático. Contesto y todo el vello de
mi cuerpo se eriza al oír de nuevo la voz de Patrick Deveraux pidiéndome
que baje a la calle. Me pongo el abrigo rojo y tras coger un pequeño bolso
cierro la puerta de mi casa.
Capítulo 4

Cuando salgo del portal lo veo apoyado contra un BMW plateado


precioso. Está guapísimo con sus vaqueros negros, la camisa del mismo
azul claro que sus impresionantes ojos y una trenca oscura. Me sonríe al
tiempo que se levanta del coche y se acerca a mí.
¡Cómo me calienta este hombre! Mi corazón va a mil por hora y la
boca se me hace agua viéndole.
—Se te ha caído un papel…—dice sin dejar de sonreír.
Miro a mi alrededor, pero no veo nada.
—El que te envuelve, bombón…—añade.
Levanto la vista hacia su cara y sonrío como una boba. ¡Ay, lo que me
ha dicho!
—Vaya piropazo…—contesto.
—Soy francés—Se encoge de hombros—Ya sabes que eso del amor y
el cortejo lo llevamos en la sangre.
Me coge la mano y deposita un tierno beso en el dorso. Un dulce
cosquilleo me recorre todo el brazo, bajando por mi pecho hasta llegar al
centro de mi sexo. ¡Uf! Entre lo que me acaba de decir y el roce de sus
labios sobre mi piel, ya me estoy poniendo cardíaca perdida.
—¿Y piensas cortejarme mucho?—pregunto coqueta.
—Ya se verá. De momento vamos a cenar.
Me agarra de la cintura y cuando llegamos al coche me abre la puerta,
como todo un caballero, para que yo me introduzca en el vehículo.
Quince minutos después llegamos a un restaurante en la calle Príncipe
de Vergara. Cuando entramos me doy cuenta del lujo que se respira en el
ambiente. Veo a varios camareros sirviendo platos en las mesas. ¡Qué buena
pinta tiene todo! Estoy deseando probar la comida. El maître se acerca a
nosotros con una gran sonrisa y saluda a Patrick.
—Señor Deveraux, es un placer tenerle aquí de nuevo. Por favor,
acompáñenme. Les llevaré hasta su mesa.
Me quito el abrigo y se lo doy al empleado del guardarropa. Patrick
hace lo mismo con su trenca mientras el maître espera con paciencia.
Mi Brad Pitt particular me agarra de la mano y caminamos detrás del
señor del restaurante hasta nuestra mesa. Una vez que nos indica cual es, el
hombre hace amago de retirarme la silla para que me siente, pero Patrick lo
detiene con un gesto de la mano. El maître se marcha y mi acompañante de
esa noche, haciendo alarde de toda su caballerosidad, procede a retirar el
asiento para que yo pueda acomodarme.
—¿Cómo una cintura tan pequeña como la tuya puede soportar una
belleza tan grande?—pregunta Patrick con una mirada hambrienta
sentándose frente a mí.
¡Bueno, bueno! No me caigo al suelo porque ya estoy sentada. ¿Pero
cómo puede decir este hombre cosas tan bonitas? Otra vez sonrío como una
tonta por su piropo.
—¿Te gusta?—Quiere saber él.
—Claro que me gusta. ¿A qué mujer no le gusta que le digan ese tipo
de cosas?—respondo con mi mejor sonrisa.
Él se ríe y me dice:
—Me refería al restaurante, no al halago.
Dejo de sonreír de inmediato.
—¡Oh!—exclamo y me sonrojo—Claro, qué tonta. Sí. Me gusta. Está
muy bien.—afirmo mirando a mi alrededor.
—Hacía mucho que no venía aquí. La última vez fue en mi
cumpleaños.—me cuenta Patrick.
—¿Cuándo es?—pregunto curiosa.
Quiero saberlo todo de él.
—El nueve de octubre. Y el tuyo es el cinco de mayo, si no me
equivoco, y cumplirás veintisiete años.—contesta mientras me coge la
mano por encima de la mesa y con el pulgar me hace circulitos en el dorso.
—¿Cómo lo sabes?—curioseo sorprendida.
—Soy el jefe. Tengo que conocer a mis empleados. Y de ti quiero
saber más.—Levanta mi mano y la acerca a sus labios. Me besa en ella y
después vuelve a bajarla mientras sigue acariciándomela con el pulgar—Por
ejemplo, cuando te he llamado antes, ¿a quién iba dirigida esa regañina?
—¿Te suelto un cuento chino o te soy sincera?—digo sonriendo y con
el corazón martilleando con fuerza en mi pecho. Sus caricias, su beso en mi
mano y su mirada me están calentando muchísimo.
—Sé sincera, por favor. Quiero conocerte de verdad.
Sus palabras y sobre todo la expresión de su cara me llegan al corazón.
—Es un pesado que lleva cuatro meses dándome la lata para tener una
cita conmigo. Y por más que le digo que no, no me deja en paz. No te
puedes imaginar lo plasta que puede llegar a ser.—suelto de carrerilla.
—Entonces yo puedo considerarme afortunado. Sólo he tenido que
insistir dos veces.—dice sonriéndome sentado frente a mí—Aunque la
primera me diste plantón y todavía estoy pensando si te perdono por ello.
—No te di plantón a propósito. Tenía cosas que hacer.—Me defiendo
mientras él sigue aferrando mi mano con la suya y yo siento todo su calor.
—Bueno... También me dijiste que no sales a cenar con jefes y aquí
estás conmigo ahora.—Su sonrisa se acentúa y me da un apretón en la mano
—Por cierto, ¿qué cosas eran esas que tenías que hacer?
¡Uf! No sé si contárselo o no. Con otros chicos que he salido, en
cuanto les he dicho que bailo y canto en un club, han pensado lo que no era.
Mientras que unos no han querido volver a saber de mí, otros se han hecho
la picha un lío y han creído que yo era poco menos que una vulgar stripper,
y me han tratado como a una prostituta.
¿Qué hago? ¿Y si se lo cuento y sale huyendo despavorido? No creo
que a alguien de altos vuelos como Patrick le guste lo que hago el fin de
semana. Pero sé que es una persona inteligente. A lo mejor tengo suerte y se
lo toma bien.
No, no. Mejor no se lo cuento. Decido al fin.
—Salí a cenar con unas amigas.—respondo.
Bueno, es la verdad, en parte, me digo a mi misma para
tranquilizarme. Así que no le estoy mintiendo.
Nos traen la cena. Primero unos bocaditos de salmón con cebolla
caramelizada y después una lasaña de pato y foie. ¡Dios! ¡Qué cosa más
rica! Patrick se ríe divertido al ver cómo gesticulo con cada bocado.
Seguimos conversando divertidos toda la cena.
Patrick es atento, amable, con sentido del humor…. Me siento
estupendamente con él.
Cuando estamos comiendo el postre, una riquísima tarta de chocolate y
fresas, me suena el móvil. Un mensaje de Susi.
«Recuerda: mala, malísima. ¡Disfruta de la noche, guapa!»
Sin poder evitarlo me río y Patrick, curioso, me pregunta por qué.
—Era mi amiga Susi. Dice que espera que lo pase bien contigo esta
noche.
—Yo también lo espero.—contesta Patrick acercándose a mí para
darme un casto beso en los labios—¿Nos vamos?
Tras pagar y salir a la calle, caminamos agarrados de la mano hasta
donde está aparcado el impresionante BMW de Patrick. Me abre la puerta y
cuando voy a subir meto sin querer el tacón de la bota en una alcantarilla.
Me tuerzo el tobillo y me estampo contra el asiento del coche. ¡Joder! ¡Qué
leñazo!
Patrick me agarra con rapidez del brazo y me levanta en dos segundos.
—Vaya manera de subir a un coche. ¿Estás bien?—comenta sin poder
contener la risa.
—Sí, sí—contesto muerta de vergüenza mientras me toco el tobillo y
miro mi bota para cerciorarme de que el tacón ¡gracias a Dios! no se ha
roto.
—Eres un poquito torpe.—continúa él con cachondeo.
—No te lo vas a creer, pero estas cosas solo me pasan contigo. A lo
mejor es que eres gafe.—replico con chulería.
Él suelta una maravillosa carcajada y sin decir nada más me ayuda a
sentarme en el asiento para después rodear el coche y meterse dentro, en su
sitio.
Cinco minutos más tarde estamos en la calle Serrano y nos metemos
en el garaje de un edificio. Mientras subimos en el ascensor, Patrick me
observa con detenimiento. Me pone nerviosa.
—¿Se puede saber por qué me miras así?—pregunto.
—Quiero recordar tu cara para mis sueños.—susurra con una voz tan
sensual que casi me meo en las bragas del gusto al oírle.
Se acerca a mí y cogiéndome de la cintura, me pega a su cuerpo. Acto
seguido presiona sus labios contra los míos y con la punta de la lengua me
incita a abrir la boca para colarse dentro. La recorre despacio, toqueteando
mis dientes y jugando con mi lengua que sale a su encuentro, gustosa.
Cuando se aleja de mí para que pueda respirar, me da pequeños besos
por toda la comisura de mis labios mientras yo recupero parte del aliento
perdido. ¡Dios mío de mi vida y de mi corazón! ¡Cómo besa este hombre!
De nuevo cuela su lengua en mi boca y profundiza el beso mientras
sube una mano hasta mi nuca para inmovilizarme contra sus labios. Me
derrito entre sus brazos como si fuera de mantequilla y pienso en cómo
sería tener esa lengua recorriendo mi caliente sexo.
Oigo el timbre del ascensor al llegar a la última planta y con un suspiro
me separo de él.
Cuando entro en el lujoso piso de Patrick me quedo boquiabierta.
Parezco recién salida del pueblo.
Agarrada de su mano, me lleva hasta el gran salón donde tiene unas
excelentes vistas de la calle Serrano. Me ayuda a quitarme el abrigo y tras
dejarlo en el respaldo del sofá de cuero blanco que preside la estancia, se
marcha mientras yo recorro con la vista el entorno. Regresa poco después
con dos copas y una botella verde con flores blancas decorando el cristal.
—Perrier Jouët. El mejor champán del mundo.—dice tendiéndome una
copa—Te gustará.
Cojo la copa y bebo un pequeño sorbo. Está delicioso. Las burbujitas
me hacen cosquillas en la nariz y me río. Patrick sigue observándome. Me
estremezco bajo el poder de su mirada abrasadora. Doy un paso hacia él y
me pongo de puntillas para besarle. Mmm. En sus labios puedo sentir el
exquisito sabor del champán que estamos tomando.
—Chéri…..
Susurra Patrick contra mi boca. Me coge de la nuca y me besa con
pasión mientras yo me dejo hacer. Saquea mi boca de una manera salvaje.
Totalmente distinta a sus tiernos besos anteriores. Y eso me encanta. Así
que me entrego al beso con idéntica pasión hasta que, poco a poco, vuelve a
ser lento en su forma de besar y termina con pequeños roces en mis labios.
Que sepa ser fuerte y delicado al mismo tiempo me vuelve loca.
—¿Te apetece que ponga un poco de música?—pregunta cuando se
separa de mi boca mientras recorre con el pulgar mis labios.
—Me apetecen muchas cosas…—ronroneo de forma sensual.
Él sonríe y alejándose de mí camina hacia el equipazo de música que
tiene en el salón. Pulsa un botón y las notas de una canción invaden la
estancia. La reconozco enseguida. Halo de Beyoncé.
Regresa a mi lado y me quita la copa de champán de la mano para
dejarla en la mesita de centro junto a la suya. Me coge de la cintura y
comenzamos a bailar juntos. Con lentitud me acaricia la espalda haciendo
pequeños círculos por toda mi columna vertebral y yo suspiro por su
delicado roce. Me apoyo en su pecho y aspiro su maravilloso olor mientras
la voz de Beyoncé acompaña sus caricias.
Inclina la cabeza sobre mi cuello y con dulzura lo recorre con su
lengua. Me estremezco. Llega hasta mi oreja y me muerde el lóbulo. Tira
con suavidad de él y un jadeo sale de mi boca. Se me eriza el vello de todo
el cuerpo y me aprieto más contra él. Puedo sentir su erección contra mi
vientre. ¡Madre mía! ¡Debe tener un miembro enorme! A juzgar por la gran
protuberancia que noto.
Su boca busca la mía y nos fundimos en otro beso lujurioso. Me coge
en brazos y me lleva a una habitación, supongo que la suya, que tiene una
inmensa cama en el centro, con dosel y el cabecero, y el pie de forja. Las
cortinas del dosel son blancas al igual que las sábanas. Parece la cama de un
príncipe.
Me tumba con delicadeza en ella y se cierne sobre mí cubriéndome
con su metro ochenta y cinco de macizo cuerpo francés. Con sus labios
recorre mi mandíbula, baja por mi cuello regándolo de besos y pasando por
mi pecho sin parar en él, llega hasta el final de mi vestido. Todas mis
terminaciones nerviosas están por completo revolucionadas y mi corazón
late con tanta fuerza que creo que Patrick es capaz de oírlo.
Me enrolla el vestido hasta la cintura y posa su boca encima de mi
tanga. Se me escapa un gemido de placer al sentir su aliento sobre mi
excitado sexo. Me da un mordisco que me hace soltar el aire de mis
pulmones con fuerza. Noto cómo agarra la tirilla del tanga y de un tirón me
lo rompe.
—Esto me sobra…—dice con una sonrisa juguetona.
—¿No podías habérmelo quitado simplemente? ¿Por qué me lo has
tenido que romper?—pregunto apoyada sobre mis codos para verlo y con la
respiración entrecortada.
—No te preocupes…Te compraré otro.
Y se lanza contra mi mojado sexo. Me lo devora con lengüetazos
expertos. Me muerde, me succiona el clítoris, juguetea con su lengua en mi
interior y vuelve a empezar todo el proceso.
Primero me lame, luego me muerde…. ¡Madre mía cuando me muerde
el clítoris! ¡Qué gusto por Dios! Me retuerzo jadeante de placer y, al
levantar la cabeza y verlo entre mis piernas comiéndome como si yo fuese
un rico helado, me acelero todavía más. En ese momento, Patrick me mira a
los ojos y su mirada está llena de deseo. Me excita tanto…..
Él sigue jugando con mi húmeda hendidura y mi preciado botón
mágico. Cuando mete dos dedos de golpe en mi interior, los aprisiono con
las paredes de mi vagina. No quiero que los saque de allí nunca. Comienza
a entrar y salir de mí y el roce es delicioso. Quiero más. Mucho más. Con el
pulgar me frota el clítoris mientras se levanta de mi sexo para mirarme a la
cara.
—Eso es, chéri, disfruta…
—Me encanta cuando me llamas así…—Consigo decirle entre jadeos
con la boca seca por la excitación.
—Te lo diré siempre, chéri, chéri, chéri…
Me besa en la boca con deleite y aumenta el ritmo de sus dedos. La
presión sobre mi sensible botón me lleva al más electrizante éxtasis. Entre
convulsiones y gemidos de placer estallo con su mano aprisionándome el
sexo con posesión.
Cuando mi respiración se normaliza Patrick se sienta a horcajadas
encima de mí y tirando del vestido hacia arriba me lo saca por la cabeza. Se
inclina para besarme mientras me baja los tirantes del sujetador morado de
encaje que llevo puesto y me acaricia los hombros.
Lleva sus manos hasta mis pechos y, bajándome las copas del
sujetador, aprisiona entre sus dedos mis pezones. Con su tacto los endurece.
Abandona mi boca para llegar hasta mis sensibles puntas y me lame con
pericia la areola. Poco después coge un pezón entre sus dientes y tira de él.
Arqueo mi espalda y gimo por la mezcla de placer y dolor que me está
provocando.
Le oigo ronronear contra mi piel y vuelve a repetir la operación. Me
lame, me chupa y tira de mi pezón con sus perfectos y blancos dientes. Tras
hacerlo varias veces deja descansar este para centrarse en el otro, hasta que
consigue que tenga los dos tan hipersensibles que, con el simple aliento
sobre ellos, me estremezca de placer.
—Eres preciosa, chéri. Me encanta tu pelo moreno, tus ojos negros, tu
boquita de fresa,—Me da un beso en los labios—la suavidad de tu piel….El
sabor de tu sexo y de tus senos… Eres dulce como la miel y yo… Yo soy
muy, muy goloso.—confiesa sonriéndome.
Vuelve a besarme mientras me acaricia un pecho y, sin darme cuenta,
me agarra el sujetador por la tira central y me lo rompe con fuerza.
—¿El sujetador también?—Me quejo con un gemido.
Él sonríe contra mis labios.
—¿De qué color quieres que te lo compre?—pregunta.
—Me da igual, siempre y cuando no vuelvas a rompérmelo.
—Eso no puedo prometerlo.—dice rozando su nariz con la mía con un
tierno gesto de cariño.
Me besa de nuevo con pasión y yo lo agarro de los hombros para,
empujándolo, conseguir cambiar las posiciones y quedar encima de él.
Patrick me mira desde su nuevo lugar y yo me siento poderosa subida a su
cuerpo. Una idea cruza por mi mente. Sonrío con malicia y agarrándolo del
pecho de la camisa tiro con toda la fuerza que tengo para abrírsela. Los
botones saltan desperdigados por toda la cama y parte del suelo.
—Ojo por ojo.—digo sonriendo.
—Rencorosa….—contesta con voz dulce.
Le quito la camisa y me maravillo al ver su escultural cuerpo. Sus
anchos hombros, sus fuertes pectorales... ¡Menuda tableta de abdominales
que tiene el tío! Esta tableta es mejor que las de chocolate. ¡Vamos! ¡Ni
toda la fábrica de Nestlé junta! No me he equivocado un ápice cuando le
hice el escaneo en el ascensor de la oficina. Es fibroso con todos los
músculos bien delineados.
Veo que tiene un tatuaje de una gran estrella en su hombro derecho con
estrellas más pequeñitas alrededor de ella, que van descendiendo por su
omoplato, pasando por la zona dorsal para acabar en el lateral de su cintura.
Es precioso. Parece una lluvia de estrellas. Se lo acaricio despacio con las
yemas de mis dedos y Patrick respira profundamente al sentir mi contacto.
Cierra los ojos unos instantes y cuando los vuelve a abrir veo el fuego en
ellos.
Con un rápido giro me tumba en la cama de nuevo y se levanta para
quitarse con rapidez los pantalones y los slips negros que lleva. Cuando lo
veo desnudo ante mí, me quedo boquiabierta al ver su tremenda erección
apuntándome.
—¡Madre del amor hermoso!—Se me escapa mientras noto cómo mi
sexo late expectante—No sé si todo eso va a caber dentro de mí.
Patrick se ríe por mi comentario y la impresión que ve en mi cara.
Coge un condón de la mesilla que hay al lado de la cama, rasga el
envoltorio y se lo coloca sobre su duro pene.
—Vamos a comprobarlo, chéri.—murmura.
Mi sexo está tan humedecido que noto cómo mis fluidos resbalan por
el interior de mis muslos. Cuando él coloca su punta rosada en el principio
de mi vagina y comienza a introducirse poco a poco, se inclina para
besarme los labios con suavidad. Me agarro a sus hombros y levanto un
poco las caderas para que pueda hundirse más en mi interior, mientras
siento cómo la sangre se agolpa en mi sensible vulva y mi cuerpo pide más.
—Oh, nena, qué apretada estás…—susurra Patrick.
—Sigue… Quiero más…—Consigo contestarle entre jadeos.
—Tengo que ir despacio. No quiero…. No quiero lastimarte.—Me da
un dulce beso en la frente.
Sigue enterrándose en mí despacio hasta que por fin ¡por fin!, grita mi
cuerpo, me llena por completo. Con movimientos cadenciosos comienza a
entrar y salir de mi hendidura, acariciando con cada centímetro de su
miembro todas mis terminaciones nerviosas. El corazón se me va a salir del
pecho por la fuerza con la que late. Mi cabeza no para de gritarme: ¡Más,
más, más!
Lo agarro del culo y cuando va a meterse de nuevo en mí, lo empujo
con toda mi fuerza para que me embista con rapidez.
—¡Oh, síííííííí!—grito ante tal invasión—¡Dios mío! Qué…
sensación… más… buena… —jadeo con la respiración agitada.
El maravilloso aroma de su perfume, mezclado con el picante olor del
sexo se cuela por mi nariz.
—¿Te gusta así?—pregunta y comienza a moverse más rápido—
¿Mejor ahora?
Asiento con la cabeza mirándolo a sus azules ojos.
—Desde luego que sí…. Me gusta más…. Fuerte. Fuerte.
Mis palabras lo enloquecen y con un ritmo castigador me hace el amor
mientras empiezo a sentir un cosquilleo delicioso que se aloja en mi vientre.
Soy incapaz de no gemir. De mi boca salen continuos jadeos acompañando
sus embestidas. El calor que siento en el centro de mi deseo se incrementa y
cuando me atraviesa por completo, con un grito de placer me dejo ir.
Patrick continúa ensartándose en mí un poco más hasta que también él
llega a su clímax.
—¡Chériiii…!
Cae desplomado sobre mi cuerpo, con la respiración agitada y cubierto
de sudor. Lo abrazo y le doy un pequeño beso en la estrella tatuada de su
hombro. Continuamos entrelazados unos minutos más hasta que él sale de
mí y quitándose el preservativo se levanta para ir a tirarlo.
Me quedo en la cama pensando. ¡Qué polvazo me acaban de echar!
¡Madre mía! Ojalá tuviera a Patrick entre mis piernas todas las noches…
Pero no puede ser. Él es mi jefe y esto no está bien. Supongo que como soy
la nueva secretaria, y ya sabemos la afición que tienen los jefes por tirarse a
las empleadas guapas, cuando todo acabe pasaré a engrosar la larga lista de
amantes del jefe.
Pero mientras yo sea la novedad…
No. No debo hacerme ilusiones. Tarde o temprano terminará nuestra
aventura. Patrick seguirá siendo mi superior y yo su secretaria. Sólo espero
que no me eche del trabajo una vez que se canse de mí. Sé que puedo
continuar a sus órdenes sin acostarme con él. Será difícil porque este tío
bueno me pone cardíaca, pero tengo que ser profesional y hacerlo. Espero
que él no tenga ningún problema en trabajar conmigo después de…esto.
Capítulo 5

Cuando Patrick regresa trae en sus manos la botella verde con las flores
blancas de champán.
—¿Qué tal estás?—pregunta sentándose en la cama a mi lado.
—De maravilla.—contesto con un suspiro y aparto de mi mente los
últimos pensamientos.
—¿Cansada?—Vuelve a preguntarme y se inclina sobre mí para darme
un fugaz beso en los labios.
Tras pensarlo unos segundos y evaluar con detenimiento el estado de
mi cuerpo mientras sigo tumbada en la gran cama blanca, le digo:
—Pues…la verdad es que no.
—Biennnn. —Me sonríe con una mirada cargada de deseo.
Bebe de la botella y después, inclinándose sobre mis labios, deja caer
el champán en mi boca. Mmm, nunca he bebido de la boca de un hombre y
eso me excita. Lo agarro de la nuca y cuando he tragado el delicioso líquido
lo beso. Me deshago en sus labios y mi corazón comienza a latir
alocadamente otra vez. Patrick está encima de mi cuerpo, con su pene
descansando en mi vientre, y noto cómo empieza a endurecerse.
Vuelve a beber otra vez champán de la botella y de nuevo lo deja caer
con lentitud en mi boca. Delicioso.
Lo repite varias veces hasta que deja la botella en el suelo, se sienta a
horcajadas sobre mí y comienza a repartir besos por todo mi cuerpo. Me
succiona en algunos rincones, como la parte baja de mis senos, el ombligo,
la cara interna de mis muslos… Yo cierro los ojos centrándome en el
maravilloso roce de sus labios contra mi piel que a estas alturas arde. Jadeo
con cada caricia de Patrick.
De repente siento que un líquido frío cae encima de mi pubis y al abrir
los ojos veo a Patrick mirando esa parte de mi anatomía con lascivia. En su
mano derecha está la botella de champán de la que está dejando caer un
pequeño chorro. Me resulta tan excitante y morbosa la expresión de su cara
y el momento que estoy viviendo, que todas las neuronas de mi cerebro
desaparecen como por arte de magia. Sólo puedo pensar en una cosa.
—Cómeme….—ordeno excitada.
Patrick me mira unos segundos y con una sonrisa traviesa se agacha
para ponerse entre mis piernas y hacer lo que le he pedido. Cuando su
lengua toca mi hendidura empapada en champán y bebe de mi sexo, creo
que voy a explotar de placer. Él sigue vertiendo el maravilloso líquido sobre
mí hasta que, con pesar, veo que la botella se ha vaciado del todo. Pero sin
importarle sigue chupándome, lamiéndome y mordiéndome hasta que
consigue llevarme de nuevo al clímax.
Mientras continúo perdida en los últimos espasmos de mi increíble
éxtasis, él se sienta en la cama para ponerse un preservativo y, tirando de
mí, me coloca sobre su regazo. Con mi espalda pegada a su pecho me
penetra de una sola vez. Apoyo mis manos en sus muslos y él me coge por
la cintura para levantar y bajar mi cuerpo sin esfuerzo sobre su largo y duro
pene. Tras muchas embestidas consigue por fin liberarse.
—Eres increíblemente deliciosa, ¿lo sabías?—jadea con los labios
recorriendo mi nuca.
—Graciassss—Sonrío embobada por su halago.
Me deshago de su abrazo y mi cuerpo entero llora por esto. Pero
necesito con urgencia una ducha. Me levanto y me dirijo hacia el baño.
Estoy por completo sudada y pringosa por el champán.
—¿Te importa si me baño?—pregunto mientras camino desnuda hacia
la puerta mirándolo por encima del hombro.
—Adelante—dice con un gesto de la mano y veo cómo me come con
los ojos—Estás en tu casa.
Cuando entro en el suntuoso baño de mármol, que es como tres veces
el de mi casa, me miro en el espejo y la cara que tengo de bien follada me
hace reír. Abro el grifo de la ducha y cuando el agua alcanza la temperatura
correcta, me meto debajo de la alcachofa mientras comienzo a cantar.
“Want you to make me feel
Like I'm the only girl in the world…”
De repente la mampara de la ducha se abre y aparece Patrick. Se queda
mirándome con una sonrisa traviesa en la cara y se mete conmigo.
—Sigue cantando—Me pide mientras coge el gel de ducha—Por mí no
te cortes. Y además lo haces muy bien. Me gusta oírte cantar.—Sonríe y me
da un beso en la frente que queda justo a la altura de sus labios.
Yo continúo con la canción de Rihanna mientras Patrick, que se ha
enjabonado las manos, me lava la espalda con suaves caricias bajando hasta
mi trasero, masajeándolo con lentitud y poniéndome cada vez más nerviosa.
No consigo concentrarme en la letra de la canción y él se da cuenta. Le
oigo reírse bajito.
Sube sus manos hasta mis pechos y me los toca con delicadeza. Poso
mis manos sobre las suyas y me los aprieto. Cuando pego mi culo a su
entrepierna compruebo que de nuevo está excitado. ¡Madre mía! Este
hombre debería estar en el Libro Guinness por tener el record de resistencia
en dureza de su miembro. Mira que yo he estado con hombres, pero
ninguno tenía erecciones tan seguidas.
Me froto contra él y le oigo gemir. Dejo de cantar.
Me doy la vuelta y su mirada azul me traspasa. Me lanzo a su boca y le
muerdo los labios con furia. Lo devoro como sólo yo sé hacerlo y como
dice la canción de Rihanna quiero que se olvide del mundo. Quiero hacerle
sentir el único hombre del mundo. De mi mundo.
Vamos por el tercer asalto y casi no me lo puedo creer. ¡Qué aguante
tiene este hombre! Lo dicho. De récord. Pero más sorprendida estoy
conmigo misma. No sabía que pudiera acelerarme en tan poco tiempo
después de haber tenido ya dos inmensos y geniales orgasmos.
Una hora después y tras haber hecho de nuevo el amor esta vez en la
mullida alfombra de la habitación, ambos estamos exhaustos pero
contentos. Patrick me abraza con cariño y yo, con mi oreja pegada a su
pecho, oigo el rítmico latido de su corazón.
—Mañana me marcho a París.—murmura mientras me acaricia el pelo.
Levanto la cabeza y apoyo el mentón en su pecho mirándolo sin decir
nada. Él continúa.
—Voy pasar unos días con mi familia.—explica sin que yo se lo haya
pedido—Hace dos meses que no les veo y mi madre me está dando la lata
para que vaya. Parece que no puede esperar a las vacaciones de Semana
Santa.
—¿Cuándo volverás?—pregunto y siento como si me clavara un puñal
cuando él me contesta.
—No lo sé. Quizá en una semana, dos…Depende de cuando me canse
de la compañía de mis padres.
Parece que nuestra aventura va a terminar antes de lo que yo pensaba.
Y eso me apena. Me hubiera gustado que durase un poco más. Me doy
cuenta de que no quiero estar separada de él. Pero así son las cosas y tengo
que asumirlo. Después de una tórrida noche de sexo creo que me he
encariñado con Patrick. Y eso no debo hacerlo. Intentando que no se me
note la pena por su marcha y por el fin de nuestra aventura, me levanto de la
alfombra y comienzo a vestirme.
—¿Te vas?—pregunta sorprendido.
—Sí. Creo… Creo que debería irme.—digo tragando el nudo de
emociones que tengo en la garganta—Son más de las tres y mañana hay que
trabajar.
—Había pensado que…—Lo veo dudar antes de continuar—Te podías
quedar a dormir y luego…. Desayunar juntos…
Creo que Patrick se ha dado cuenta de lo que me pasa porque
levantándose de la alfombra, camina hasta mí y me agarra de la cintura al
tiempo que levanta mi cara hacia él para seguir hablándome.
—Yo también te voy a echar de menos, chéri. Intentaré volver pronto.
Te lo prometo.
Me da un tierno beso en los labios y yo sonrío a pesar de que tengo
unas irremediables ganas de llorar. ¡Buf! Creo que me estoy enamorando de
este hombre.
—¿Te he dicho que me encanta tu sonrisa? Y me gusta más cuando es
lo único que llevas puesto.—susurra mientras me aleja de su cuerpo para
contemplar mi desnudez.
Me repasa de arriba abajo con sus ojos azules y me vuelve a abrazar.
—Quédate, Eva. Chéri….—Me pide rozando sus labios contra los
míos.
El viernes antes de ir a la oficina, Patrick me lleva a casa para que me
dé una ducha y me cambie de ropa. Cinco minutos después salgo envuelta
en una toalla y me dirijo a mi habitación para vestirme mientras él espera
con paciencia en el salón de mi casa viendo las noticias matinales. Me
pongo un vestido azul de punto y unos zapatos de tacón y, tras secarme el
pelo y maquillarme lo justo, le digo que estoy lista para ir a la oficina.
—Estás preciosa.—Y me da un beso en la mejilla.
Cuando estamos en la calle me dirijo hacia mi coche. No quiero que
nos vean llegar juntos. Ante la cara de extrañeza de Patrick se lo explico y
él asiente comprendiendo. De nuevo me besa, esta vez en los labios, y se
despide de mí con un «hasta dentro de un rato».
A la hora del desayuno Héctor viene a buscarme a mi mesa como se ha
acostumbrado a hacer desde que empecé a trabajar aquí. En la cafetería nos
reunimos con Paula, Philippe y Carlos. De nuevo, Héctor me invita a un
café y se lo agradezco igual que el otro día con un rápido beso en la mejilla.
Nos sentamos en una mesa cercana a la barra y me doy cuenta de que
en la de al lado está Patrick. Sólo. Remueve su café y me observa con gesto
enfadado. Su tentadora boca está cerrada en un rictus severo y su mirada me
fulmina. Desvía los ojos hacia Héctor, a mi derecha, y veo cómo su rostro
se endurece aún más.
¿Qué demonios la pasa? ¿Por qué está tan cabreado? ¿Será porque me
ha visto darle un beso? Pero ha sido en la mejilla. Algo del todo inocente.
No creo que se moleste por eso, ¿no?
Cuando vuelve a dirigir su mirada hacia mí le sonrío pero él niega con
la cabeza, todavía enfadado. Me está diciendo que no a algo. ¿A qué? ¿A
qué no le sonría delante de mis compañeros? ¿A qué no intime demasiado
con la gente de la empresa?
Borro la sonrisa de mi cara y la cambió por un gesto que le pregunta
claramente qué diablos le pasa, al tiempo que me encojo de hombros.
Patrick termina su café, se levanta de la silla y sale de la cafetería. A
los pocos segundos me suena el móvil.
Contesto y es él, que con voz dura me dice:
—Si Héctor te hubiera invitado a cenar en vez de a un café, ¿se lo
agradecerías como hiciste conmigo anoche?
Casi se me cae el teléfono al suelo al escucharle. ¿Pero qué está
pensando este hombre? ¿Qué me acosté con él porque me sentí en deuda
por una simple, aunque maravillosa, cena?
¡Maldita sea! Estas cosas me enfadan mucho, muchísimo.
Cuando voy a contestarle, él corta la llamada dejándome con la palabra
en la boca. Y eso no me gusta nada.
Mi mente sigue dándole vueltas al asunto unos segundos más. Mi
indignación crece por momentos. Esto no va a quedar así. Me bebo el café
de un trago, quemándome la garganta, pero no me importa. Voy a aclarar
este asunto ahora mismo. Me despido de mis compañeros con rapidez y voy
hacia los ascensores. Llego justo cuando la puerta se está cerrando y, al ver
que en él sólo está Patrick y es mi oportunidad de pillarlo a solas, me lanzo
por la abertura ¡menos mal que estoy delgada! y choco con él.
—¿Qué haces? ¿Estás loca?—pregunta sorprendido por mi actuación
—Si te hubiera pillado la puerta…
Pero lo interrumpo.
—¿A qué ha venido esa llamadita? ¿Qué te has creído? ¿Qué voy por
ahí acostándome con los hombres a cambio de una cena, un café o lo que a
ti se te ocurra? ¿Es que eres tonto?—Le suelto con toda la mala leche que
siento en ese momento.
—El otro día también le diste un beso. ¿Qué quieres que piense?—
responde molesto.
—¡Sólo estaba dándole las gracias! Es un amigo, un compañero, nada
más.—grito irritada.
—A la oficina no se viene a ligar. Te lo dejé muy claro el primer día.—
sisea mientras me arrincona contra la pared con su metro ochenta y cinco.
Me siento pequeñita a su lado a pesar de llevar tacones.
—Yo no estaba ligando, maldita sea Patrick.—digo con los dientes
apretados para contener mi enfado. Tengo sus labios tan cerca que con
ponerme de puntillas un poco podría besarle—Y además, si aquí no se
puede intimar con nadie, ¿me quieres explicar por qué tú y yo hemos hecho
lo que hemos hecho?
—Yo soy el jefe. Puedo hacer lo que me venga en gana.—masculla
con los puños cerrados a los lados de su cuerpo en un intento por no
tocarme.
Llegamos a nuestra planta y al abrirse la puerta del ascensor nos
encontramos con varias personas que tratan de subir en él. Con rapidez me
separo de Patrick y todavía enfurecida camino hacia mi mesa sintiendo sus
ojos clavados en mi espalda. Cuando él entra en su despacho cierra la
puerta, algo que no suele hacer. Es su manera de decirme que está enfadado
conmigo. ¡Pues bien! ¡Yo también estoy enfadada con él!
El resto del día no volvemos a hablar. A las tres Patrick sale del
despacho con el maletín en la mano y tras un simple «Adiós», se marcha.
No quiero que se vaya así, pero mi orgullo puede conmigo y no me muevo
de mi sitio. Continúo trabajando unos minutos más a pesar de que ya es la
hora de irme a casa. No quiero encontrarlo otra vez en el ascensor o en el
vestíbulo así que hago un poco de tiempo y después apago el ordenador y
me voy.
Cuando llego a casa suena el teléfono. Me lanzo a por él deseando que
sea Patrick que llama para disculparse, pero no. Es mi amiga Susi.
—¡Eh, gamberra! ¿Qué tal anoche con tu súper, mega, hiper jefazo?
¿Fuiste mala, malísima o no?—pregunta riendo—Espero que me hicieras
caso y te lanzaras a por él. Ya sabes que yo de tíos controlo y tú estás muy
necesitada. Llevas unos cuantos meses sin catarlos. Bueno, ¿qué me dices?
¿Hubo tema o no hubo tema?
—Susi, ahora no quiero hablar de eso.—le digo con voz cansada
dirigiéndome a mi habitación para quitarme la ropa y ponerme algo más
cómodo.
—Uy, uy, te noto decepcionada. ¿Qué pasa? ¿No cumplió? Dime que
no sufre de eyaculación precoz y acabó antes de empezar.—Ahoga un grito
de espanto.
Consigue que me ría por su comentario. ¡Esta Susi…! ¡Qué puntos
tiene!
—No, no tiene ningún problema físico ni mental.—la tranquilizo—Lo
pasamos muy bien. Hicimos el amor varias veces…
—¿Varias veces? ¿Cuántas?
—Pues no sé…—contesto encogiéndome de hombros mientras me
siento en la cama de mi cuarto y me quito los zapatos—Hasta el momento
que le dije que me iba a casa…. Unas cuatro. Pero como me convenció para
que me quedase a dormir, hicimos de todo menos dormir.
—¡Joder! ¿Te has pasado toda la noche follando?—Me la imagino con
la boca abierta por la sorpresa y me río en la soledad de mi habitación—¿Y
aun así puedes caminar? ¡Qué fuerte, tía, qué fuerte! Debes tener la pepitilla
escocía, escocía, so pendona. ¡Madre mía del amor hermoso! Yo quiero uno
igual.—pide encarecidamente—No me importa si me deja dolorida para un
mes. Seguro que vale la pena. ¡Toda la noche! Eres mi heroína, tía.—
Suspira y después continúa—¿No tendrá algún amigo, primo, hermano o
similar que sea igualito, pero igualito, oye, que él? Mira me están entrando
unos calores sólo de pensarlo que….que… ¡Uf! Nena. Tantos meses de
abstinencia y al final te has resarcido con creces. Menos mal, porque ya
pensé que tenías telarañas ahí.
No puedo evitar reírme a carcajadas. Susi es…. Susi.
—Puedo andar. Te lo aseguro.—digo poniendo el manos libres del
teléfono y dejándolo sobre la mesita de noche para poder quitarme el
vestido mientras sigo hablando con ella—Y esta noche podré bailar. Pero
ahora mismo lo que necesito es irme a la cama a dormir. Estoy hecha polvo.
—No me extraña, hija de mi vida, con tanto casquete….—Noto la
sonrisa en su voz al otro lado de la línea telefónica—Pero oye, antes te he
notado un poco abatida. Además de hacerlo como conejos, ¿ha ocurrido
algo que no te haya gustado?
Suspiro y le cuento lo de la cafetería y la posterior discusión. También
que se ha ido a París y no sé cuándo volverá.
—Mmmm, celoso… ¡Bah! No te preocupes. Verás como cuando
vuelva de París se le ha pasado y todo vuelve a ser como antes. Y si no…¡a
otra cosa, mariposa!
—La verdad es que ahora mismo no quiero pensar en eso. Ya cruzaré
ese puente cuando llegue a él. Estoy muerta y necesito descansar, si no esta
noche no voy a dar pie con bola.—contesto bostezando mientras cuelgo el
vestido azul en el armario.
—Bueno, morenaza. Te dejo entonces. Nos vemos.
Tras colgar me pongo como puedo el pijama. Me siento como si
hubiera corrido una maratón. Estoy muerta de cansancio. Miro el móvil y
nada. Ni llamadas ni mensajes de Patrick. ¡Que le den! Me meto en la cama
y en menos de dos minutos estoy dormida.
Ese fin de semana en el club tenemos el mismo éxito de siempre.
Cuando terminamos de trabajar, nos vamos a cenar todas las chicas y, por
suerte, el pesado de Rubén no viene con nosotras. Tiene un trancazo del
veinte y se va para casa.
El lunes llego a la oficina triste. Sé que no voy a ver a Patrick. El
enfado se me ha ido pasando durante el fin de semana pero no me ha
llamado ni me ha mandado ningún mensaje, por lo que deduzco que a él no.
Y encima me ha venido el período. ¡Lo que me faltaba para tener mi ánimo
por los suelos!
El siguiente sábado por la noche, tras cerrar el restaurante, Rubén se
viene con nosotras de cena. Es una lapa el tío. Por lo menos ya se le ha
pasado el catarro. Así no me lo pega.
Salimos del chino donde hemos cenado y nos vamos de copas por La
Latina. Primera parada, El Viajero. Subimos hasta el segundo piso y nos
tomamos allí unos chupitos de tequila mientras contemplamos las luces de
la ciudad y bailamos al son de la música. Rubén intenta varios
acercamientos pero huyo de él como de la peste.
Al final, con varios tequilas en el cuerpo, comienzo a ponerme de lo
más borde para ver si me deja en paz. Y lo consigo. ¡Por fin! Lo malo es
que me cojo una cogorza de aúpa y el domingo me paso durmiendo la
resaca todo el día.
Lo mejor del fin de semana es que he terminado con el período.
Capítulo 6

Comienza la semana igual que acabó la anterior. Patrick no se pone en


contacto conmigo de ninguna manera. Oigo a mis compañeros comentar
que les ha enviado correos dándoles instrucciones sobre varios aspectos,
pero a mí nada de nada. Vamos a ver. Soy su secretaria. ¿Es que a mí no
tiene nada que comunicarme? ¿Tanto le duran los enfados a este hombre?
El viernes desisto. No pienso seguir pensando en él.
Esa noche el Addiction está a rebosar como siempre. Debe haber
venido alguien importante porque antes de entrar he visto varios coches de
la policía controlando la zona. Algún político o parecido, seguro. Nuestro
club es muy selecto y a él acude sólo gente de lo mejorcito de Madrid.
Actores, futbolistas, ricachones…. Todos quieren venir a nuestro teatro
rehabilitado en restaurante para cenar y ver el espectáculo después.
Todas las chicas estamos preparadas en el escenario esperando que se
levante el telón y comience la música. Menos mal que he echado una buena
siesta esta tarde, si no, no aguantaría las dos horas que voy a pasarme
bailando con los mega tacones que llevo siempre en las actuaciones.
Juan, el dueño del Addiction, ha decidido en el último minuto que
empecemos con Hello de Martín Solveig & Dragonette. Mi número de My
Umbrella irá después. No me importa. Casi prefiero salir la segunda.
Aunque me voy a tener que cambiar con rapidez en cuanto termine la
actuación de Hello en la que yo solo formo parte del coro.
Comienzan las primeras notas de la música y todas esbozamos nuestra
mejor sonrisa. Se levanta el telón. ¡Allá vamos! Susi, subida en un pedestal
con un vestido corto plateado y unos guantes hasta los codos del mismo
color, con su pelo rubio perfectamente peinado, empieza a cantar. El resto
de las bailarinas nos movemos a su alrededor saludando con la mano a
todos los asistentes, dándoles la bienvenida esta noche a nuestro club.
Cuando terminamos todos aplauden enfervorecidos y las camareras
con sus mini vestidos rosas y sus pelucas del mismo tono, se afanan en
pedir las bebidas a los clientes para servirlas con rapidez antes de que
comience la segunda actuación. La mía.
Estoy lista. Me subo al escenario de nuevo y me coloco en mi posición
a la espera de que se suba el telón y comience la música. Voy vestida toda
de cuero negro. Llevo un body con un escote vertiginoso, atado al cuello y
la espalda descubierta hasta la cintura. Botas altas con tacón de aguja. Una
peluca corta por los hombros también negra. Y para finalizar, un sombrero
estilo gánster del mismo tono, ladeado sobre mi cabeza, tapándome un poco
la cara.
Sentada en el suelo del escenario, con una pierna estirada y la otra
flexionada, me apoyo sobre una mano mientras el otro brazo cuelga
lánguido de la rodilla que tengo levantada. La cabeza agachada para que
cuando suban el telón los asistentes vean el sombrero más que mi cara.
Espero impaciente que suene la música. Toco el paraguas que está oculto al
otro lado de mi cuerpo para comprobar que no me lo he olvidado.
Comienza ya. El foco que hay al fondo del escenario se ilumina y se
centra en mi figura mientras un montón de chispas doradas caen del cielo
del escenario.
“Eh, eh, eh, eh…”
Levanto un poco la cabeza y tocándome el borde del sombrero con dos
dedos, miro hacia los espectadores que, en silencio, me contemplan. Me
acaricio con un dedo el escote hasta llegar a mi vientre mientras canto.
“ You have my heart
And we’ll never be worlds apart…”
Las seis chicas que me hacen el ballet se mueven con sensualidad
colocadas a los lados del escenario. Poco a poco comienzo a levantarme del
suelo, moviendo las caderas contoneándome. Acaricio mis brazos y mi
cintura dirigiendo a los espectadores una mirada de lo más sensual. Cuando
estoy casi llegando al estribillo de la canción, con un rápido movimiento del
pie, levanto la sombrilla del suelo y la cazo al vuelo con la mano. La coloco
delante de mí y me apoyo en ella para bailar mientras sigo cantando.
“You can stand under my umbrella, ela, ela, eh, eh,…”
Levanto el paraguas del suelo para pasármelo por detrás del cuello y
con un gracioso movimiento de hombros sigo bailando con coquetería.
Devuelvo la sombrilla a su posición y me agacho lentamente ante ella
con las piernas abiertas hasta quedar unos segundos en cuclillas. Me alzo de
nuevo y bailo alrededor de la misma contoneándome de forma sensual. La
canción está a punto de finalizar. En el momento oportuno, levanto el
parasol y lo abro mientras una lluvia plateada cae sobre mí. Las chicas lo
hacen al mismo tiempo que yo y todos los espectadores irrumpen en
aplausos. ¡Lo hemos bordado otra vez más!
Contentas volvemos al camerino. Yo no tengo que salir hasta dentro de
dos canciones así que tengo tiempo de cambiarme y beber mucha mucha
agua. Una de las chicas se acerca a mí con un precioso ramo de flores. Es
del mismo cliente que me las manda todas las semanas con la esperanza de
tener una cita conmigo, pero siempre le doy calabazas. Ni siquiera me
acuerdo de su nombre. Algo como Alberto, Álvaro, Alfredo… No lo sé y
tampoco me importa.
Voy al baño antes de que comience mi actuación y al salir Susi se
acerca a mí para hablarme.
—¡Ay, nena! Un tipo que está más bueno que el chocolate con churros
después de una noche de juerga me ha preguntado por ti.—dice alterada
cogiéndome las manos entre las suyas.
—Dile que estoy ocupada. Salgo en diez minutos al escenario.—
contesto soltándome de su agarre para colocarme bien el antifaz morado
que llevo a juego con el mini vestido de plástico, con el que se me ve medio
culo.
—Dice que necesita hablar contigo urgentemente.—responde Susi.
—Mándalo a paseo.—le pido mientras repaso mi atuendo. Está
perfecto.—No estoy de humor esta noche para aguantar pesados.
—Uiss, nena, tienes que verle. Está para hacerle un favor, o dos, o
tres…—insiste mordiéndose el labio en señal de deseo.
Comienzo a andar por el pasillo hacia mi camerino con ella
siguiéndome.
—Que no, Susi, que tengo que salir dentro de poco y quiero estar en
mi puesto preparada.—digo con un suspiro cansado.
—Al menos, échale un ojo.—suplica agarrándome del brazo para
detenerme—Igual te gusta. Y cómo el francés sigue desaparecido a lo mejor
puedes repetir con este el maratón sexual de la otra noche. Pero oye, si no te
gusta, me lo pido. Pienso matarlo a polvos.
—Está bien, pesada.—Sacudo la cabeza y me río por su comentario—
¿Dónde se encuentra ese macizorro que te ha puesto tan cardíaca?
—En la puerta de entrada al pasillo de camerinos.—Señala con la
mano—Quería meterse dentro a toda costa para buscarte pero Juan no lo ha
dejado. Como yo pasaba por allí en ese momento, me ha enviado a mí.
—¿Me acompañas?
—No, querida. Voy a ver si las chicas están listas. Salgo en tres
minutos.—Comienza a alejarse por el pasillo mientras la oigo decir—
¡Diosss! ¡Qué bueno está! Recuerda, si tú no lo quieres, para mí.—grita por
encima del hombro.
Sonriendo me encamino a la puerta de entrada donde me ha dicho la
loca de Susi que está mi admirador secreto. Cuando veo a Juan junto a…
¡Patrick! La sonrisa se congela en mi cara y el alma se me cae a los pies.
¿Qué demonios hace él aquí? ¡Mierda! No quería que supiera que
trabajo en un club por muy decente y refinado que sea el Addiction. Charla
con Juan pero cuando su mirada se cruza con la mía, se calla y su gesto se
tensa. ¡Oh, oh!
Llego hasta ellos y Juan se retira dejándonos solos.
¡Madre mía! Está guapísimo con unos vaqueros gastados y un jersey
negro. Patrick me mira de arriba abajo sin cambiar la expresión seria de su
cara.
—¿Hay algún sitio donde podamos hablar con intimidad?—pregunta.
—Sígueme.—contesto y me dirijo hacia el almacén de bebidas.
Noto cómo sus ojos se clavan en mi culo al darme la vuelta. Cuando
llegamos al cuarto le hago pasar y cierro la puerta.
—¿Qué haces aquí? ¿Y cuando has vuelto de París?—digo
apoyándome contra la puerta con los brazos cruzados a la altura del pecho.
—¿Cuándo ibas a decirme que eres bailarina de burlesque?—pregunta
a su vez.
—Yo he preguntado primero.—le contesto.
—Me da igual. Quiero una explicación ya.—Suelta irritado—Y quítate
la máscara. Me gusta verte la cara cuando hablamos.
—Tú no me das órdenes.—respondo desafiante.
—He dicho que te quites el antifaz. —sisea apretando los dientes para
controlar su enfado y da un paso hacia mí.
—Mira, Patrick,—Comienzo a hablar separándome de la puerta y
dejando caer los brazos a los lados de mi cuerpo—no sé a qué narices has
venido. Pero ahora estoy trabajando y no tengo tiempo para tus numeritos
así que…
—¿Trabajando?—Me interrumpe y en su voz noto el desprecio—
Trabajar es lo que haces en mi empresa. Aquí…Bailas semidesnuda
mientras los hombres babean por ti y las mujeres te asesinan con la mirada
porque saben que cuando esta noche hagan el amor con sus maridos o
novios, ellos pensarán en ti en lugar de en ellas.—sisea cerca de mi cara.
—La intimidad de cada pareja de las que hay ahí fuera no es asunto
mío.—contesto aguantando su dura mirada.
—No quiero que nadie se corra pensando en ti. Eso sólo puedo hacerlo
yo.—Levanta una mano para tocarme, pero la vuelve a bajar antes de
hacerlo.
—¿Tú?—Comienzo a reírme con sarcasmo—¿Tú que no me has
llamado ni has contestado los emails que te he mandado estas dos últimas
semanas? Mira guapetón, ese derecho aún no te lo has ganado.
—Si no te he llamado ha sido porque he estado muy ocupado. Pero eso
no quiere decir que no me haya acordado de ti cada día. Y ahora quítate la
máscara o te la quitaré yo. —Vuelve a pedirme con dureza.
Suspiro y al final, sin saber bien por qué lo hago, me la quito.
—¿Contento?—pregunto.
—Sí. Y ahora ve a cambiarte. Nos vamos a mi casa.—Me ordena
autoritario.
No puedo evitar que una carcajada salga de mi garganta.
—Eso no te lo crees ni tú.—digo ante su cara de enfado—Tengo que
trabajar. Todavía me falta una hora para que se acabe el espectáculo. ¿Por
qué no te quedas y lo ves?
—Si me quedo soy capaz de arrancarle la cabeza a todo el personal
masculino que hay en el local. Además, ya he visto suficiente.—contesta
controlando la rabia que bulle en su cuerpo.
—¿Te ha gustado lo que has visto, Patrick?—pregunto curiosa
acercándome más a él. Puedo oler su perfume caro.—En varias ocasiones
me has dicho que te gusta oírme cantar. Pero no es lo mismo hacerlo en la
ducha que subida a un escenario y con toda la parafernalia de una actuación
como la que he protagonizado.
—Has estado magnífica—responde suavizando el gesto de su cara y el
tono de su voz. Me coge de la cintura y me aplasta contra él. Noto su
erección a través de los pantalones vaqueros que él lleva—Pero… Lo que
he tenido que escuchar de ti…—Sacude la cabeza negando—No me ha
gustado nada. He soportado los comentarios de un par de gilipollas que
tenía al lado, diciendo lo que te harían si te tuviesen en su cama.—Clava su
mirada atormentada en mis ojos negros—No quiero oír esas cosas de mi
chica.
¡Mi chica! ¡Ha dicho que soy su chica! Me coge una mano. Me
acaricia el dorso y me la besa.
—La estupidez no distingue de clases sociales.—Comienzo a decirle
para tranquilizarle. No me gusta verlo así.—Aquí ves que toda la gente es
de tu mismo nivel social. Grandes empresarios como tú, políticos,
abogados…Al fin y al cabo, los hombres sois todos iguales. Tengáis el
dinero que tengáis. Cuando estáis delante de una mujer atractiva pensáis
con la entrepierna.—Patrick me sonríe y yo añado—Al menos puedes estar
tranquilo. Nadie me ve desnuda. No hago striptease ni salgo con los
clientes. Sólo canto y bailo. Lo que digan de mí me da igual. Esta es mi
vida. Esto es lo que soy.
Patrick me abraza y suspira profundamente. En ese momento oigo que
llaman a la puerta. Se abre un poco y veo aparecer la cabeza de Susi que me
dice que es mi turno. Debo salir al escenario.
—¿Te quedarás?—pregunto a Patrick esperanzada al separarme de él.
—No. Por hoy ya he tenido suficiente. Necesito asimilar todo esto.
—De acuerdo.—digo decepcionada—Hasta el lunes, señor Deveraux.
Me doy la vuelta y me marcho. Tengo ganas de llorar. Me da la
sensación de que Patrick no va a aceptar este mundo, mi mundo, y eso nos
va impedir estar juntos de nuevo. Pero no puedo dejarlo. Me gusta lo que
hago y además Juan, Susi y el resto son mi familia. Llevan años
cuidándome y dándome su cariño. No puedo y no quiero abandonarles. De
todas formas tarde o temprano mi aventura con Patrick iba a terminar, ¿no?
Sumida en mis pensamientos camino hacia mi camerino al lado de
Susi que en silencio me observa. Cuando llegamos a la puerta, antes de irse
ella al suyo, me dice:
—Eva, si de verdad le interesas te aceptará cómo eres y lo que eres.
Dale tiempo. Y si no….
—…a otra cosa, mariposa.—Termino la frase por ella—Lo sé, Susi.
Pero es que me ha pasado ya tantas veces….—digo cansada—Es la misma
historia de siempre. En cuanto saben esto de mí, o se alejan o me tratan
como a una puta. Para ellos soy una alfombra que pueden pisar sin ningún
remordimiento. ¿Por qué tengo tan mala suerte, tía?
Mi gran amiga, mi hermana, mi compañera, la pequeñaja y rubia Susi,
me abraza transmitiéndome todo su cariño.
—Eres jodidamente perfecta, Eva.—responde después de darme un
beso en la mejilla y separarse de mí para mirarme a los ojos—No dejes que
nunca nadie te diga lo contrario. Las dos hemos sido maltratadas por la
vida. Nos ha tocado vivir en la miseria pero hemos salido adelante. Somos
mujeres fuertes e independientes.—Me agarra de ambos brazos mientras
sigue hablando—Así que óyeme bien, preciosa, nunca, nunca, nunca
permitas que nadie, hombre o mujer, te diga que eres algo menos que
perfecta, ¿me has oído?—Baja sus manos hasta las mías y me las aprieta
con dulzura—Cuando nos conocimos eras una persona que no se valoraba
en absoluto y nos ha costado muchísimo a Juan, a mí y al resto del
Addiction que superases eso y vencieses a tus demonios. Así que no quiero
que vuelvas a pensar de ti que no vales nada o que por ser bailarina no estás
a la altura de cualquiera de las mujercitas que están ahí fuera con sus tontos
y salidos maridos.
—Susi, yo estoy contenta de ser como soy y de todo lo que he
conseguido en la vida hasta ahora, pero es que….—Me muerdo el labio
inferior para reprimir las ganas de llorar—Ya me he cansado de luchar. De
intentar demostrar que soy algo más que una simple chica que canta y baila
en un club. Por eso acepté el trabajo en la empresa Deveraux. Quería
demostrar que soy una persona normal y corriente. Que puedo hacer algo
más que esto.
—Eva, no tienes que demostrarle nada a nadie.—Me pone una cálida
mano en la mejilla—Ni siquiera a ti misma. ¿Y quién ha dicho que tú no
eres una chica normal? Dímelo que me lo cargo.—responde haciéndome
sonreír—Bueno y ahora que he conseguido que alegres esa cara un poquito,
ponte el antifaz y sal al escenario a comértelos a todos.
¡Ay! La buena de Susi. A pesar de lo mal que lo ha pasado en la vida
siempre está sonriendo y consigue ver el lado bueno de las cosas. No tuvo
una infancia feliz. Sus padres eran drogadictos y murieron cuando ella tenía
diez años. Ningún familiar quiso hacerse cargo de ella, por lo que acabó en
un centro de protección de la Junta de Andalucía esperando ser adoptada.
Pero con esa edad nadie la quería. Era mayor y las parejas buscaban bebés o
niños menores de dos años.
Al final una familia de acogida se hizo cargo de ella pero como era
muy rebelde, la devolvieron. Y así pasó su vida, de casa en casa hasta que
con dieciséis años se escapó. Estuvo mendigando por las calles de Sevilla,
Murcia y Valencia hasta que llegó a Madrid.
Conoció a Juan de la misma manera que yo. Él se apiadó de ella y le
dio trabajo, comida y alojamiento. Juan descubrió el talento de Susi
cantando y bailando. Además de ser una joven muy bella, rubia, ojos
azules, sonrisa angelical. Poco a poco consiguió convertirse en la gran
estrella del Addiction. Y dos años después llegué yo.
Capítulo 7

El sábado me paso todo el día pensando en la conversación que tuve con


Patrick. ¿Qué hará por fin? Varias veces cojo el teléfono y marco su
número, pero antes de que dé el primer toque, vuelvo a colgar. Él tampoco
me llama.
A las cinco de la tarde, cansada ya de darle tantas vueltas a las cosas
en mi cabeza, decido irme de tiendas. Aunque no tenga nada que comprar,
siempre me relaja ver escaparates.
Cojo el metro y voy hasta Callao. Recorro la calle Preciados y entro en
todas las tiendas. En una de lencería veo el mismo conjunto morado que me
rompió Patrick aquella noche en su casa. Recuerdo los momentos de pasión
vividos con él. Las tiernas palabras que me decía mientras hacíamos el
amor….
Ojalá, me acepte como soy.
Me pregunto si, al saber que tengo otro trabajo los fines de semana, me
despedirá de Devaraux. Espero que no lo haga. No puedo estar toda la vida
bailando sobre un escenario. Cuando sea demasiado mayor para hacerlo
tendré que ganarme la vida de otra manera. Y el trabajo en la empresa de
Patrick es lo ideal.
Me compro el sujetador y el tanga y tras salir de la tienda me dirijo a
Fnac. La escritora que me gusta ha publicado su última novela y quiero
comprarla. Me encantan sus historias románticas y siempre que las leo
sueño con que yo soy la protagonista de alguna de ellas y encuentro a mi
príncipe azul.
Después de comprar el libro entro en El Corte Inglés. Estoy subiendo
en las escaleras mecánicas cuando la chica rubia que va delante de mí
tropieza al llegar al final y se cae. Menudo tortazo se ha dado la pobre. Me
da pena y me paro a ayudarla. Se le ha caído el bolso y todo el contenido
está desparramado por el suelo. Tras recogerlo todo, me da las gracias y se
marcha. Pero me doy cuenta de que tiene un gran descosido en la falda,
justo en el culo, y va enseñando las bragas. Corro tras ella y le explico lo
que le pasa.
—¡Merde!—se queja la chica.
—¿Eres francesa?—pregunto al oír el taco en ese idioma y su acento.
—Oui. He venido a pasar unos días con mi hermano que vive aquí en
Madrid. Por cierto me llamo Sophie.—dice sonriéndome.
—Yo me llamo Eva. Encantada.—Le doy dos besos en las mejillas—
Si quieres ponte mi chaqueta alrededor de la cintura para que te tape el culo
mientras buscas otra falda.
—¿Harías eso por mí? Te lo agradezco mucho, de verdad.—contesta
con una sincera expresión de gratitud.
—Claro. No tengo nada mejor que hacer. Y me gustaría ayudarte.—
respondo mientras me quito la chaqueta de lana beis que llevo y ella se la
enrolla a la cintura.
Diez minutos después Sophie ha encontrado una falda monísima pero
de un precio prohibitivo para alguien como yo en la sección de Grandes
Firmas. Esta chica debe tener pelas, pienso, porque si no, no se gastaría ese
dinero en una simple falda. Una vez que la paga, se mete en el probador de
nuevo y sale con ella puesta. Veo que la otra la tira a una papelera. Me
quedo flipada.
—¿Por qué tiras la falda?—pregunto—Se puede arreglar. Solo tienes
que coserle la costura y ya está.
—Yo no sé coser y además, esa falda es de la temporada pasada.—
contesta con tranquilidad mientras me devuelve mi chaqueta.
—Yo puedo arreglártela.—Me ofrezco.
—No te preocupes.—Hace un gesto con la mano quitándole
importancia al asunto—Ya te digo que es del año pasado. Cualquier día de
estos la hubiese tirado.
Como la veo tan despreocupada no insisto más. Pero me da pena. Era
una falda muy bonita, da igual si es de este año, del pasado o de hace cinco.
—¿Puedo invitarte a un café? Para agradecerte lo que has hecho por
mí.—pregunta Sophie mientras caminamos hacia la salida de El Corte
Inglés.
—¡Oh! No tienes por qué molestarte. Lo habría hecho por cualquiera.
Y además, se me hace tarde.—digo mirando el reloj—A las nueve tengo
que estar en el trabajo.
—Bueno, si hoy no puedes, quedamos otro día, ¿vale? Quiero
agradecerte tu ayuda y no me lo vas a impedir.—contesta ella.
Me recuerda a Patrick en la manera de hablar. Como si estuviese dando
órdenes. Al final le digo que sí. Intercambiamos nuestros números de
teléfono y quedamos en llamarnos.
Corriendo vuelvo a Callao para coger el metro y regresar a mi casa.
Tengo el tiempo justo de cambiarme e irme al club.
Esa noche, cuando terminamos de trabajar en el Addiction, nos vamos
de fiesta. A pesar de haber estado dos horas bailando para los clientes del
club seguimos con ganas de bailar más. Para mi desgracia Rubén viene con
nosotras.
Vamos a El Viajero. Nos encanta. Ponen todo tipo de música y
conocemos a un par de camareros muy simpáticos. Susi ha tenido algo con
uno de ellos hace varios meses, pero se acabó y ahora parece que va lanzada
a por el otro chico. En cuanto llegamos a la barra pedimos unas copas y
cuando nos las sirven nos vamos directas a la pista a bailar como locas.
Rubén se pega más a mí que el Loctite. Le doy varios codazos y pisotones
para que se aleje un poco pero al rato vuelve a intentarlo.
—Estás preciosa con ese vestido rojo.—Me susurra al oído—Me
gustas mucho con él.
—No me lo he puesto para gustarte a ti.—Le suelto con desdén.
Rubén me dice algo más pero lo ignoro. Me voy a la barra a pedir otra
copa y sin querer choco con un chico y le tiro la bebida.
—¡Ay! Perdón, perdón. Iba despistada y…—Comienzo a decirle
mientras miro cómo le he puesto la camisa de sucia.
—¡Eva! ¡Qué alegría encontrarte por aquí!—exclama el chico.
Cuando lo miro a la cara veo que es mi compañero Philippe.
—¡Si no me había dado cuenta de que eras tú!—contesto riéndome y
le doy un abrazo y dos besos—Mira cómo te he puesto la camisa.
Perdóname, de verdad.
—¡Bah! No te preocupes. Se lava y ya está. Bueno, ¿qué haces por
aquí? ¿Vienes mucho a El Viajero?—pregunta.
—Pues la verdad es que sí. Vengo bastante. Ahora estoy con unas
amigas. ¿Y tú? ¿Estás solo?
—Eh… No, no estoy solo. Estoy….estoy con…
En ese momento, oigo que me llaman y al darme la vuelta me
encuentro con mi compañera Paula. Llega hasta mí, me da dos besos y se
coloca al lado de Philippe. Enseguida ato cabos. Están juntos. No sé quién
de los dos habrá dado el primer paso, pero ¡ya era hora!
—Oye, este sitio está genial. Gracias por enseñármelo el otro día
cuando salimos del cine. Philippe tampoco había venido nunca y nos está
gustando mucho a los dos, ¿verdad cielo?—Me cuenta Paula.
Tengo que aguantarme la risa cuando veo que le llama cielo y cómo
Philippe se sonroja al oírlo. Ya lo tengo claro. Ha sido Paula quien se ha
lanzado. Él debe ser bastante tímido para estas cosas. Charlo un rato más
con ellos y después prosigo mi viaje hasta la barra.
Mientras estoy apoyada en ella esperando que me atiendan veo que al
final de la misma están Carlos y Héctor. ¿Pero es que se han puesto de
acuerdo todos mis compañeros para venir hoy aquí?
Ellos me ven y tras saludarme con la mano cogen sus bebidas y se
acercan a mí. Hablamos durante un buen rato hasta que una chica morena
reclama la atención de Carlos cogiéndolo de la cintura y dándole un dulce
beso en los labios. Me la presenta como su novia, pero no consigo oír bien
el nombre de la chica. Se van a bailar y me quedo sola con Héctor.
Veo que al otro lado de la pista Rubén nos mira con una expresión de
enfado en su rostro.
—¿Habías venido por aquí alguna vez?—pregunto a Héctor—Porque
yo vengo mucho y nunca te he visto. Y a Carlos tampoco.
—No—responde mi compañero—Hoy hemos venido porque la novia
de Carlos, que es mi prima, nos ha invitado a cenar por su cumpleaños y
estamos con ella y sus amigas. Yo me muevo más por Chueca. Mi pareja
tiene un bar de copas y suelo estar allí con él.
—¿Con él? ¿Has dicho con él? ¿Sales con un chico?—pregunto
sorprendida ya que Héctor no tiene ninguna pinta de ser gay.
—Sí. Se llama José y llevamos juntos cuatro años.—Me cuenta
orgulloso.
—¡Hala!—exclamo alucinada—Nunca hubiese pensado que eres gay.
No lo pareces en absoluto. No tienes pluma.
Héctor se ríe por mi comentario.
—Bueno…A algunos no se nos nota. Pero si ves a mi José—Suelta
una carcajada—ese sí que tiene pluma. Y por los dos además.
Continuamos riéndonos hasta que Rubén llega por detrás y
agarrándome de la cintura, me pregunta:
—¿Te está molestando este tipo?
Me giro entre sus brazos y lo empujo para alejarme de su cuerpo.
—A ver, Rubén, ¿tú eres tonto o sólo te lo haces para cabrearme?—
contesto enfadada—Si este chico me estuviera molestando, ¿crees que
estaría riéndome con él y dándole más palique para continuar en su
compañía? Anda, anda. Cómprate un bosque y piérdete, que me estás
fastidiando la noche.
—Somos compañeros de trabajo—explica Héctor al plasta de Rubén—
y yo tengo pareja así que puedes estar tranquilo, amigo. No pretendo
robarte a tu novia.
—¡Che,che,che! Alto ahí. Que el pesado este y yo NO somos novios.
—Héctor se ríe por la cara que estoy poniendo.
—Porque ella no quiere…—aclara Rubén a Héctor con tristeza.
—Pues entonces busca otra.—Le aconseja Héctor apoyándose en la
barra del pub.
—¡Sí, señor! Muy buen consejo.—Le doy una palmadita en el hombro
a Héctor y girándome hacia Rubén de nuevo le digo—¿Ves? Lo mismito
que llevo yo diciéndote los últimos cuatro meses. ¡Espabila! ¡Que se te
escapan las churris!
Y dándole un pequeño empujón lo mando de vuelta a la pista de baile.
Sigo hablando con Héctor un rato más hasta que regresan Carlos y su
novia con el resto de amigas y, tras despedirse de mí, se marchan a otro
pub.
Cuando por fin consigo que el camarero me ponga el ron con Coca-
Cola que le he pedido, vuelvo a bailar a la pista con Susi y las demás. Me lo
estoy pasando de miedo esta noche y, lo mejor de todo es que no me he
acordado de Patrick hasta ahora. Pienso en qué estará haciendo en estos
momentos. Si se acordará de mí o tendrá la cabeza ocupada en otras cosas.
Susi que se ha dado cuenta de que mi mirada se ha ensombrecido me coge
de la cintura y me hace volver a bailar, mientras cantamos a grito pelado la
canción de Rafaella Carrá que ponen en ese momento.
«Yo le dije si no estás tú
que voy a hacer si no estás tú.
Y he sabido que es peligroso
decir siempre la verdad…»
De repente veo pasar por mi lado a la chica francesa que ayudé esta
tarde en El Corte Inglés. Me acerco a ella y le toco el hombro. Cuando se
gira veo que me reconoce porque enseguida me sonríe y se tira a mi cuello
para darme dos besos.
—¡Pero si es mi buena samaritana!—exclama riendo—Oye, igual te
puedo devolver el favor ahora. En vez de café te invito a una copa.
—Me parece una idea estupenda porque justo he terminado con la mía.
—contesto enseñándole el vaso vacío.
—Ven. Vamos a la barra.—Me coge de la mano y tira de mí.
Cuando llegamos Sophie pide unos chupitos de tequila. Nunca sé si
primero hay que chupar el limón, o la sal y después beberlo, así que miro
cómo lo hace ella y la imito. Pide otros dos más y tras acabarlos le
pregunto:
—¿Estás sola, Sophie? Si quieres puedes quedarte conmigo y mis
amigas.
—Oh, no. No estoy sola. He venido con mi hermano y un amigo suyo.
Deben estar por aquí cerca.—Echa un vistazo alrededor y continúa—Pero
no les veo ahora. Cuando les encuentre te los presento, ¿vale?
Continuamos con los chupitos y cuando vamos por el cuarto ya no
puedo más. Me arde la garganta y me noto un poquito achispada. Rubén se
acerca a mí de nuevo y me pide que baile con él en la pista.
—Rubén, no quiero bailar contigo…ni hacer nada conntigo…—digo
molesta—Estoy aquí con mi amiga Sophie, así que deja de tocarrrme las
narices que eres más pesado que un collar de melones.
Sophie se ríe a mandíbula batiente no sé si por mi comentario o por la
torrija que estoy empezando a cogerme. Rubén, enfadado por lo que le he
dicho, da media vuelta y se marcha.
—¡Por fínnnn!—exclamo levantando el chupito vacío—Ese tío es un
plasssta—le cuento a Sophie—Me ataca más que a la nave de Star Trek. Y
no se cansa, eh, no se cannnsa.
—¡Ay, amiga! Menuda llevas. Creo que no te voy a invitar más.—dice
Sophie muerta de risa.
—Si es que no sé beberrr.—Le suelto apoyándome en su hombro
mientras el pelo me cae por la cara y me la tapa.
Sophie se troncha mientras me sujeta. Debo resultarle la española más
divertida del país. Oigo que comienza una canción. Sin Documentos, de
Los Rodríguez. Levanto la cabeza y cogiéndola de la mano le digo:
—Vamos a bailarrrrrr.
Y me pongo a cantar mientras tiro de ella hacia la pista.
—Espera acabo de ver a mi hermano. Te lo voy a presentar.—dice
Sophie de repente.
—Luego, luego….—contesto.
Y cogiéndola de la cintura hago que se mueva conmigo al ritmo de la
música.
De repente noto que unas grandes manos me agarran y me separan de
Sophie.
—¡Ehhhh!—grito—¡Que estoy bailando con mi amiga!
Pero cuando me doy la vuelta para ver quién es el idiota que me ha
separado de ella, me sorprendo al ver que ha sido Patrick. Sin tiempo de
reaccionar me coge la cara entre sus manos y me besa con pasión. Cuando
se separa de mí, me canta las últimas frases de la canción pegado a mis
labios.
«Quiero ser el único que te muerda la boca,
Quiero saber que la vida contigo no va a terminar….»
Me agarra con fuerza por la cintura y metiendo una pierna suya entre
las mías, me hace bailar con él hasta que acaba la canción.
Con la respiración agitada por el beso y el bailecito que nos hemos
marcado, consigo preguntarle:
—¿Qué haces aquí?
—Bailar con mi chica.—responde con una sonrisa que quita el hipo—
Por cierto, estás muy sexy con ese vestido rojo. Y veo que has conocido a
mi hermana.—dice señalando a Sophie que nos mira sonriente.
—¿Este es tu hermano?—le pregunto a ella alucinada.
Asiente con la cabeza y su sonrisa se acentúa.
—Sophie, ella es Eva. Mi Eva.—Nos presenta Patrick y me agarra más
fuerte de la cintura.
—También es mi Eva—dice Sophie mirando a su hermano—Ella es la
chica que me ayudó esta tarde cuando se me rompió la falda.
—¿De verdad? ¡Vaya! El mundo es un pañuelo…—comenta Patrick
sonriendo.
Yo estoy tan flipada que no sé qué decir. Y además el alcohol está
afectando seriamente a mis neuronas. Puedo sentirlo.
Gracias a Dios en ese momento llega Susi para rescatarme.
—¿Pero dónde estabas, pendona? Llevo más de media hora
buscándote. Las chicas se quieren ir al Zavik. —dice mirándonos a Patrick
y a mí como si estuviera en un partido de tenis.
—Es que me he encontrado con varios amigos y luego con ella—Le
cuento señalando a Sophie—y después con él y me he liado.
—¡Y tanto que te has liado!—exclama Susi dándome un codazo—
Pedazo de beso el que te ha dado aquí el gabacho. No veas cómo se ha
puesto Rubén cuando lo ha visto. No sé cómo no ha venido a partirle la cara
al franchute.
—¡Susi!—La riño mirando a Patrick de reojo. Él nos observa
sonriendo. Y Sophie a nuestro lado contempla a Susi sin perder detalle de la
conversación.—Se llama Patrick. Y te recuerdo que es mi jefe.
—¿Trabaja para ti?—pregunta incrédula Sophie a su hermano—Eso no
me lo habías contado.
—Sí. Es mi secretaria.—explica Patrick y volviéndose hacia mí, me
pregunta—¿Quién es Rubén?
—El pesado que te conté el otro día. El de la regañina del teléfono.—
aclaro.
Patrick se ríe recordando la confusión que tuve con él aquella noche y
va a añadir algo cuando un hombre de unos treinta y pocos años, alto,
musculado y calvo, se acerca a Susi y se pone a hablar con ella.
—¿Quién ha dejado abierta la puerta del Paraíso que se están
escapando los ángeles?
Ella lo mira de arriba abajo y, sin cortarse un pelo, algo normal en
Susi, le contesta:
—El mismo que repartió la inteligencia cuando tú estabas de
vacaciones, musculitos.
Patrick y Sophie se quedan mirándoles alucinados por la contestación
de Susi y yo como puedo me aguanto la risa. El hombre comienza a reírse
mientras le devuelve la pulla.
—Vaya, vaya, veo que la doble de Elsa Pataky tiene carácter. Me
gusta, me gusta.
—Pues que no te guste tanto, Schwarzenegger, que a mí los pelaos
como tú no me ponen nada de nada.—contesta Susi encarándose con él—
Así que ya te estás marchando por dónde has venido y déjame disfrutar de
la noche con mis amigos.
—La que se va a ir vas a ser tú, canija, porque el que está con sus
amigos soy yo.—dice sonriente señalando a Patrick y Sophie.
—¿Canija? ¿Me has llamado canija?—responde Susi ofendida—Pues
para que te enteres, cerebro de mosquito, mido dos centímetros más que la
Pataky.
El hombre va a contestarle algo cuando Patrick se le adelanta y le dice:
—Jean-Claude, antes de que sigáis con vuestra particular batalla
quiero presentarte a Eva. Mi chica.
—Encantado—dice al tiempo que me coge la mano y me besa el dorso
—He oído hablar mucho de ti estas últimas semanas y estaba deseando
conocerte.
—Igualmente.—Le sonrío—Aunque no es el mejor momento para
conocernos. Hoy estoy un poco achispada porque aquí nuestra amiga
Sophie me ha emborrachado con chupitos de tequila.—digo señalándola.
—¡Ni que te hubiera puesto una pistola en la cabeza para que te los
bebieras!—exclama la aludida.
Jean-Claude, ignorándola, me pregunta:
—¿Y la canija guerrera cómo se llama?
—¡Cómo vuelvas a llamarme canija tu cara va a ver de cerca mi puño!
—grita Susi enfadada.
—Se llama Susi.—consigo decirle entre risas—Y aunque no lo creas
es una persona encantadora.
—Seguro que sí. No hay más que verla. —Me dice Jean-Claude
sonriendo.
Se vuelve hacia ella y le da un repaso de arriba abajo alucinante. Se la
come con los ojos.
—¿Comenzamos de nuevo? Hola, soy Jean-Claude.—Le habla con la
mejor de sus sonrisas.
Pero Susi, que es mucha Susi, lo ignora y tirando de mi brazo, me
pregunta:
—¿Nos vamos ya o te quedas en la embajada francesa toda la noche?
Todos nos reímos por su comentario.
—Ve tú delante con las chicas.—digo cuando termino de reírme—
Tengo que hablar con Patrick. Luego te llamo al móvil para ver dónde
estáis.
—De acuerdo. —Me da un beso en la mejilla antes de irse.
Mientras Susi se aleja oigo cómo Jean-Claude habla con Patrick.
—¡Qué mujer! Con ese carácter no creo que ligue mucho.
¡Si tú supieras! Pienso.
Sophie se acerca a mí y me coge de la mano para llamar mi atención.
—Me alegro mucho de conocerte, de verdad.—dice—Mi hermano se
ha pasado hablando de ti todos los días que ha estado en París. Nunca lo
había visto tan colgado por alguien.
¿Acaba de confesarme que Patrick está colgado de mí? ¿Enamorado de
mí?
—Bueno…—comienzo a contarle—La verdad es que hace muy poco
que nos conocemos.
Así que quizá sea demasiado pronto para decir que está…—Pero no
puedo acabar la frase. Patrick nos interrumpe.
—Sophie, me gustaría hablar un momento con Eva a solas.
—D’acord.—contesta ella—Luego nos vemos, Eva.
Asiento con la cabeza al tiempo que esbozo una pequeña sonrisa.
Sophie se marcha con Jean-Claude a bailar a la pista y Patrick me coge de
la mano y salimos de El Viajero.
Una vez en la calle me pongo el abrigo con la ayuda de Patrick, que
aprovecha para abrazarme por la espalda y enterrar la cara en mi pelo
mientras me da un delicado beso en la nuca.
—Tenemos que hablar.—Me susurra en el oído.
Capítulo 8

Patrick me coge de la mano y caminamos en silencio unos metros


separándonos así del bullicio de la gente que en la calle hace botellón, a
pesar del frío que hace esta noche de principios de marzo.
—¿Cuándo has vuelto de París?—pregunto mientras siento en mi
mano todo el calor que emana de la suya con los dedos entrelazados—¿Y
qué hacías ayer en el Addiction?
—Volví justo ayer por la tarde.—contesta mientras acaricia con el
pulgar mi mano—Y estaba en el Addiction porque me invitó Jean-Claude a
cenar. Nunca habíamos ido ninguno de los dos. Pero a él le habían hablado
muy bien del club y tenía ganas de verlo. Así que me llamó y quedamos.—
Suspira y sigue explicándome—Sophie no quiso venir porque estaba
cansada del viaje y se quedó en casa. Pero la próxima vez que vaya, pienso
llevarla conmigo. Le va a encantar. Y sobre todo tu actuación de My
Umbrella. Le gusta mucho Rihanna.—dice mirándome con una sonrisa.
—No hacemos las mismas actuaciones siempre.—Le aclaro
caminando a su lado como si fuéramos dos enamorados—Juan, con quien
hablabas ayer, nos cambia los números. Siempre intenta innovar para
sorprender al público y que no se aburran de ver lo mismo una y otra vez.
Esquivamos a un par de hombres borrachos que van dando tumbos de
un lado a otro de la estrecha acera y seguimos paseando por la Cava Baja.
—Estoy seguro que sea la canción que sea, lo harás bien. Ayer
estuviste magnífica.—Se para y me mira a los ojos—Sé que te dije que me
iba, pero no pude resistirlo y me quedé hasta que se acabó el espectáculo.
Nunca había visto nada igual y… La verdad es que no encuentro palabras
para describir cómo me sentí viéndote allí arriba, como una gran estrella,
aclamada por el público.
—Me alegra oír eso.—contesto con una gran sonrisa y mi corazón
latiendo con fuerza. ¿Será posible que tenga suerte y él acepte el mundo en
el que vivo?—Pensé que no querrías volver a saber de mí. Como te fuiste
enfadado….
Patrick me abraza sin importarle que estemos en plena calle y la gente
nos tenga que esquivar. Me besa con pasión haciendo que todas mis
terminaciones nerviosas se vuelvan locas.
—Pero sigue sin gustarme que los hombres te deseen y digan cosas
obscenas sobre ti.—declara cuando finaliza el beso.
—¿No has oído nunca eso de «A palabras necias, oídos sordos»?—
pregunto todavía colgada de su cuello y él asiente con la cabeza—Pues ya
sabes qué tienes que hacer.—Finalizo con una sonrisa y lo vuelvo a besar.
—¡Cómo he echado de menos tus labios, chéri!—susurra Patrick
contra mi boca.
Seguimos besándonos unos minutos más hasta que casi nos quedamos
sin aliento y tenemos que separarnos para poder respirar antes de morir
ahogados.
—No los habrías echado tanto de menos si hubieses vuelto antes de
París. ¿Por qué no me has llamado ningún día? ¿Y por qué tampoco has
contestado a mis correos?—pregunto clavando mis ojos en los suyos.
—He estado muy ocupado. Ya te lo dije ayer. Pero he pensado en ti
cada hora del día. Todos los días. —Me abraza otra vez con fuerza contra su
pecho y vuelve a besarme.
—¿Esperas que me crea eso?—digo escéptica sin dejar de mirarle.
No sé por qué pero me parece raro lo que me está contando. O será que
me han engañado tantas veces que me cuesta volver a confiar.
—Es la verdad.—contesta Patrick sorprendido—¿Por qué no ibas a
creerme?
—No sé—replico encogiéndome de hombros—Nos conocemos desde
hace sólo un mes y la mitad de ese mes te lo has pasado en París. No sé qué
tipo de vida llevas aquí ni allí. Sólo sé que eres mi jefe. Que no te gusta que
en el trabajo te hagan perder el tiempo y que, al menos sexualmente
hablando, no te gusta compartir a tu chica del momento con nadie, por lo
que deduzco que nunca haremos un trío.—le digo haciéndole sonreír.
Intento quitarle hierro al asunto pero en el fondo algo me reconcome por
dentro.
—Tienes razón en todo lo que has dicho. Sobre todo en eso de que
nunca haremos un trío. Eso te lo puedo asegurar.—Me acaricia el óvalo de
la cara con ternura y el calor de las yemas de sus dedos me calientan al
pasar por mis frías mejillas—No me van esos rollos ni las infidelidades. Te
garantizo que mientras estemos juntos sólo estarás tú. Nadie más que tú.—
Me mira tan fijamente a los ojos que creo que puede leer en mi interior.—Y
ahora vamos a hacer algo con lo que llevo soñando las últimas dos semanas.
Y, sobre todo, esta noche después de verte bailando durante horas con unos
y con otros hasta que he tenido la oportunidad de acercarme a ti.
Me coge de las nalgas y me levanta haciendo que enrolle mis piernas a
su cintura. Noto que el vestido se me sube y doy gracias a Dios por llevar el
abrigo puesto porque así no se me ve el culo. Se acerca a mis labios y con la
punta de su lengua me roza la comisura de los mismos para después
introducirla en mi boca y explorarla con pericia. Me besa con furia, con
pasión y yo….yo me derrito entre sus brazos. Mi corazón se acelera y mi
mente sólo piensa en ¡sexo! ¡sexo! ¡sexo!
No sé cómo acabamos dentro de un portal oscuro. Hace unos minutos
estábamos en medio de la calle, rodeados de un montón de gente que
deambulaba por ella, en la intersección de la calle del Almendro con la
Cava Baja. Pero no me importa cómo he llegado hasta aquí. Sólo me
importa Patrick. Estar con él y lo que va a suceder a continuación.
Patrick me apoya contra la pared mientras me deja en el suelo un
momento para desabrocharme el abrigo, arrancarme el tanga ¡otra vez!
¡Pero qué manía tiene este hombre de romperme la ropa interior! Y bajarse
él los pantalones negros que lleva junto con el slip. Cuando veo la magnitud
de su erección, mi sexo palpita pidiendo a gritos unirse con el de Patrick. Ya
estoy húmeda por los besos de antes así que no hacen falta más
preliminares.
Levanto la vista hacia los azules ojos de Patrick mientras me muerdo
inconsciente el labio inferior y él sabe que estoy lista. Se pone con rapidez
un preservativo en su duro pene y vuelve a cogerme de las nalgas para
levantarme y dejarme caer poco a poco sobre su erección.
—Oh, chéri….Cuánto he echado de menos esto…Tu sexo….Tu
apretadito chatte.—murmura contra mi cuello y su aliento me hace
cosquillas en la piel de mi garganta.
—Me encanta cómo suena esa palabra en tus labios y en tu idioma.—
gimo—Mucho mejor que decir coño en español. Suena tan…
—Basta de charla.—Me corta.
Me besa de nuevo con pasión y yo jadeo mientras Patrick se hunde en
mí hasta que me llena por completo. Con lentos movimientos me hace subir
y bajar sobre su miembro y yo me agarro bien fuerte a sus hombros
sintiendo el calor de su pene dentro de mí. La fricción es maravillosa pero
necesito más. Mucho más.
—Patrick, más fuerte….por favor….Lo necesito….—suplico entre
gemidos de placer.
Él me obedece y se mueve más rápido. Su pelvis choca contra la mía
con furia. Me hago daño en la espalda contra la pared pero no me importa.
Sólo puedo pensar en su erección dentro de mí dándome placer. Mi corazón
late a un ritmo vertiginoso y la boca se me seca con la excitación del
momento. Si alguien entra y nos descubre…Este pensamiento y la situación
en la que estamos me da mucho morbo y me excita tanto que toda la sangre
de mi cuerpo se calienta quemándome.
Lo beso en el cuello sintiendo el sabor salado de su piel en mi lengua.
Lo mordisqueo, le chupo y lo vuelvo a besar. Y mientras él sigue
haciéndome el amor con fuerza, empiezo a sentir un delicioso hormigueo
que poco a poco se va expandiendo por mi cuerpo. Comienzo a temblar.
Estoy cerca. Muy cerca.
—¡Dios mío! ¡No pares…!
Le digo mientras llego a mi orgasmo y él sigue empalándome una y
otra vez en busca de su clímax. Cuando lo alcanza grita esa palabra que
hace que mi corazón lata con más fuerza al escucharla de sus labios.
—¡Chéri…!
Varios minutos después, cuando nuestras respiraciones se han
normalizado, nos recomponemos la ropa y salimos de nuevo a la calle. Voy
sin tanga y sentir el roce de mis muslos y mi sexo hace que me excite otra
vez.
El frío aire de la noche acaricia mis partes íntimas. ¡Madre mía! Me da
un poco de vergüenza. Pero me ha dicho Patrick antes de salir del portal —
mientras me limpiaba con un pañuelo el sexo y después depositaba en él un
tímido beso— con el vestido y el abrigo nadie lo va a notar. Eso sí, debo
tener cuidado si me siento en algún sitio de no enseñar mis intimidades a
los demás.
Mientras volvemos a El Viajero para recoger a Jean-Claude y Sophie
le mando un mensaje a Susi. Al final me voy a casa. Estoy cansada y
necesito dormir. Patrick se empeña en acompañarme pero como he traído
mi coche y ya se me ha pasado bastante la borrachera, cede y me deja ir
sola.
El domingo me levanto con dolor de cabeza. ¡Uf! La mezcla de los
chupitos de Tequila y el ron con Coca-Cola que me tomé ayer me está
pasando factura. Me tomo un ibuprofeno y me meto en la ducha deseando
que se me pase pronto.
A la una Patrick me llama para invitarme a comer. Va a llevar a su
hermana de turismo por Madrid y quiere que les acompañe. Me pongo unos
vaqueros, aunque sé que cuando me vea Patrick con pantalones pondrá
mala cara, y una camiseta azul con la chaqueta de cuero negra. Cuando
llegan hasta mi casa con el BMW de Patrick compruebo que Jean-Claude
no nos acompaña y pregunto por qué.
—Tiene que resolver unos asuntos—Me cuenta Patrick una vez dentro
del coche—y, además, él ya conoce la ciudad. Nació aquí y su infancia la
pasó entre Madrid y París. Su madre es francesa pero su padre es español.
Cuando se divorciaron, él se fue a París con su madre hasta que cumplió los
veinticinco y volvió a Madrid. Creó su propia empresa de Seguridad
Privada y como le fue bien aquí se quedó.
—Eva, me ha dicho Patrick que trabajas de bailarina y cantante en un
club muy selecto los fines de semana.—Comienza a decirme Sophie que va
sentada en asiento de atrás—Me encantaría verte actuar antes de marcharme
a París.
—Puedes ir el próximo viernes, si Patrick va también…—contesto con
un poco de duda girándome hacia ella. Aunque él y yo hemos hablado sobre
esto todavía no estoy segura al cien por cien de si le gustará a Patrick ir
cada fin de semana a verme actuar y sufrir los comentarios de los otros
hombres.
—Iremos, ¿verdad?—pregunta Sophie a Patrick dándole con la mano
en el hombro para llamar su atención..
—Claro, hermanita. Ya sabes que siempre te doy todos los caprichos.
—le responde este sonriendo a través del retrovisor central del coche.
Sophie me mira de nuevo y me dice bajito:
—Es la suerte de ser la hermana pequeña.—Se ríe.
Mientras estamos comiendo en un restaurante cerca de la calle Arenal
a Patrick lo llaman varias veces por teléfono. Veo que mira la pantalla y
pone mala cara pero no contesta. Una de las veces consigo ver el nombre de
quien lo llama. Valerie. Me pregunto quién será para que insista tanto y él
no quiera atender sus llamadas.
Después de comer llevamos a Sophie a ver el edificio de la Opera, el
Palacio Real, la Catedral de la Almudena y regresamos hacia la Plaza
Mayor y la Puerta del Sol. Cogemos de nuevo el coche y bajamos hasta el
río para pasear por el inmenso parque que han construido allí hace algún
tiempo. Tras dar un largo paseo nos sentamos en una terraza para tomar
algo. A Patrick le suena varias veces más el móvil pero él lo ignora. Sophie
me cuenta cosas de París y, como yo no conozco esa ciudad, en realidad
nunca he salido de España, me insiste en que cuando tenga vacaciones vaya
a verla. Estará encantada de enseñármela y hasta me puedo quedar en su
casa. Mira a Patrick y le guiña un ojo con complicidad.
Pero veo que él está serio y no le corresponde el gesto. ¿Será que no
quiere que yo vaya a París? Al final le digo que me gustaría mucho ir pero
es difícil que en el club me den vacaciones. A Sophie le extraña mi
respuesta y comienza a preguntarme cosas de mi vida privada.
—¿Desde cuándo trabajas en el club?
—Desde los dieciocho años.—contesto tras dar un trago a mi Coca-
Cola.
—¿Y no cierran nunca por vacaciones? ¡No me lo puedo creer!—
exclama asombrada.
—Sí que cierran por vacaciones—Me río—pero en Semana Santa no.
Normalmente sólo veinte días en agosto.—aclaro—De todas formas, me da
un poco igual. No suelo viajar a ningún sitio.
—¿Tus padres viven en Madrid?—Vuelve a preguntarme mientras
Patrick escucha la conversación.
Me remuevo inquieta en la silla antes de contestarle.
—No. No viven aquí.
¡Por favor cambiemos de tema!, grito en mi interior.
—¡No viven aquí! ¿Y nunca vas a verles?—pregunta incrédula—¿O es
que vienen ellos?
—Tampoco. La verdad…. La verdad es que no tenemos buena
relación, así que…—Me encojo de hombros y con un gesto de la mano
intento quitarle importancia al asunto.
Justo en ese momento suena mi móvil. Es Susi. ¡Mi salvadora!
Contesto y tras decirle dónde estamos, quedo con ella. Cuando termino de
hablar pedimos otra ronda mientras esperamos la llegada de Susi. Veo que
Sophie está dispuesta a atacar de nuevo con sus preguntas y me excuso para
ir al baño. No quiero hablar de mi vida privada.
Al regresar Patrick y Sophie están de espaldas a mí y les oigo hablar.
—La próxima vez que llame, se lo coges y le dices que firme de una
vez los malditos papeles.—dice Sophie a Patrick.
—Ya hablé con ella cuando estuve en París y sigue con la misma
historia de siempre.—contesta él mientras se remueve en la silla incómodo
—Conoces a Valerie y sabes lo terca que puede llegar a ser.
—Por eso mismo, Patrick. Esto se tiene que acabar.—responde Sophie
—Sácala de tu vida cuanto antes.
En ese momento veo que Susi llega a lo lejos. Me siento en la mesa,
como si no hubiese escuchado nada de la conversación entre los dos
hermanos, y levanto el brazo para saludar a Susi que en tres pasos termina
de llegar hasta nosotros.
—¡Uf! Vengo muerta. Necesito algo que me dé un subidón pero ¡ya!
Una Coca-Cola, por favor.—Le pide a un camarero que se acerca a nuestra
mesa—Por cierto, ¿dónde os habéis dejado al guardaespaldas? ¿Está
cargando armarios?—pregunta de broma.
—Si te refieres a Jean-Claude—Comienza a decirle Patrick con una
espléndida sonrisa—tenía cosas que hacer. Pero no te preocupes. Cuando lo
vea esta noche le daré recuerdos de tu parte.
—No te molestes—contesta Susi cogiendo la Coca-Cola que le acaba
de dejar el camarero en la mesa—No es necesario. Y además no me
interesa.
—Pues para no interesarte te ha faltado tiempo para preguntar por él.
—respondo yo riéndome y cogiendo mi copa para beber también.
—¿Yo? Yo no he preguntado por él.—dice Susi ofendida después de
tragar el oscuro y burbujeante líquido.
—Sí lo has hecho. —contraataco yo divertida.
Susi me fulmina con la mirada.
—Me habéis entendido mal. No es que quiera saber dónde está ni lo
que hace. Es que me ha sorprendido no verlo aquí con vosotros.—Se
defiende.
—Ya.—digo y le sonrío con malicia.
—Vamos a ver, Evita de mi vida y de mi corazón, ¿Cuándo me has
visto tú a mí liarme con un pelao?—pregunta Susi muy seria mientras
Patrick y Sophie nos observan sin perder detalle de la conversación—
Además seguro que si me aprieta entre esos brazos tan enormes que tiene
me saca zumo.
—¿Y quién está diciendo que te vayas a liar con él?
—¿Con quién va a liarse mi canija preferida?—Oímos la voz de Jean-
Claude a nuestra espalda.
Patrick y Sophie se mueren de la risa mientras yo intento aguantármela
para que Susi, que se ha quedado de piedra al ver al hombretón, no se
enfade más conmigo.
—Con nadie que a ti te importe, Schwarzenegger.—responde ella tras
recuperarse de la impresión.
—De ti me importa todo, canija.—replica este sonriendo.
—Como vuelvas a llamarme canija te tragas los dientes, gilipollas.—
Le amenaza Susi enfadada.
—¿Sabes que ha preguntado por ti, Jean-Claude?—Interviene Patrick
ganándose una mirada asesina por parte de Susi.
—¿De verdad? Mis expectativas crecen por momentos.—responde el
aludido sin dejar de mirar a Susi y su sonrisa se acentúa.
—Aquí lo único que crece son vuestras estupideces.—suelta ella
señalándoles a los dos—Y yo no he preguntado por el armario ropero.
¿Cuántas veces tengo que decíroslo?—Cada vez está más irritada.
—¿Armario ropero?—contesta Jean-Claude riéndose de pie frente a
ella—Me han llamado muchas cosas pero eso es nuevo.
—¿Sí?—responde Susi con chulería mirándolo desde su asiento—Pues
tengo otra palabra más que igual tampoco te han dicho nunca. ¡Idiota!
Jean-Claude se ríe ante el enfado de Susi, que va en aumento, mientras
nosotros disfrutamos de la batalla verbal que tienen. El gran coloso contra
la pequeña guerrera. Él se apoya en los brazos de la silla y se inclina hacia
Susi obligándola a echarse para atrás y aplastarse contra el respaldo.
—En esa boquita tan linda hasta las malas palabras suenan bonitas.—
Le suelta él con una sonrisa digna del mejor anuncio de dentífrico.
Susi se queda boquiabierta por la frasecita de Jean-Claude y no sabe
qué contestar. Algo que no he visto en mi vida pues ella siempre es rápida
en sus ingeniosas y divertidas respuestas. Sobre todo si se trata de humillar
a algún hombre.
Patrick aprovecha para preguntarle a Jean-Claude:
—Bueno, amigo, ¿y qué te trae por aquí? ¿No tenías cosas que hacer?
—Sí, sí, de hecho—dice incorporándose y señalando a dos mujeres
rubias con pinta de modelos rusas—aún no he terminado de hacerlas.—Y
sonríe divertido—Así que si me disculpáis, voy a ver si le saco zumo a esas
dos.
Mientras se aleja todos nos reímos porque nos damos cuenta de que
Jean-Claude ha oído la conversación con Susi. Pero ella, molesta a más no
poder, nos calcina con la mirada a todos mientras dice:
—Hale, Mister Musculitos, corre con doña Espárrago y doña
Desnatada, y que te aprovechen, so capullo.
—¿Celosa?—pregunto yo con sorna.
—¡No digas tonterías! Esas dos esmirriadas no son competencia para
mí.—contesta Susi con chulería y se quita una pelusa imaginaria del abrigo
que lleva.
—Ah, pero…¿estás interesada en Jean-Claude?—Quiere saber Sophie
riendo—Pues debo decirte que tiene mucho éxito entre las mujeres. Además
de una gran fama de playboy. Algunas de mis amigas han probado sus
encantos y dicen que es un excelente amante.—Sophie la mira con malicia.
—¡Chicas por favor! No digáis esas cosas de mi amigo delante de mí
—exclama Patrick y añade sonriendo—Aunque todo eso que comentan es
verdad.
—¡Bueno ya está bien!—grita Susi—Dejemos el temaaaaa, dejemos el
tema. Que como me cabree más lo vais a pagar vosotros.
El resto de la tarde la pasamos entre risas, bromas y paseos por la orilla
del río mientras a Patrick le suena el móvil cada diez minutos. Estoy segura
de que será la Valerie esa. ¿Qué querrá de Patrick para insistir tanto? Y
sobre todo, ¿qué relación tiene con él?
Capítulo 9

El lunes cuando llego a la oficina me encuentro en los ascensores con


Paula, que emocionada me cuenta que lo suyo con Philippe va viento en
popa.
Paramos en la cafetería de la planta doce y vemos que los chicos ya
están esperándonos. Con alegría comenzamos a contarnos el fin de semana.
Tras varios minutos de charla, Héctor nos propone ir esa tarde todos juntos
a una Galería donde un amigo suyo fotógrafo expone sus últimos trabajos.
La entrada es gratis y habrá un pequeño servicio de catering.
Paula y Philippe rechazan la invitación porque ya tienen planes así que
iremos Carlos y yo con Héctor.
Mientras esperamos el ascensor para volver cada uno a su puesto le
pregunto a Héctor cosas sobre la exposición.
—Nunca he ido a un sitio así. ¿Cómo debo ir vestida?
—Como dicen las famosas, «arreglada pero informal»—comienza a
reírse haciéndome reír a mí también—El vestido azul que llevabas el otro
día es lo más idóneo. Pero mejor con zapatos de tacón que con botas, hazme
caso. Los tacones estilizan las piernas y tú las tienes tan bonitas que
deberías lucirlas siempre, preciosa.
Sonrío todavía más por su halago. Si no fuera porque sé que es gay
creería que está intentando ligar conmigo.
—Vale, te haré caso.—le digo—Zapatos en lugar de botas. ¿A qué
hora quedamos?
—¿Paso por tu casa sobre las siete y media? José y yo vivimos cerca
de tu barrio, así que podemos ir los tres juntos en mi coche.—Me sonríe
enseñándome sus blancos dientes.
—¡Me parece estupendo!—contesto feliz.
El ascensor se abre y cuando voy a meterme en él junto con mis
compañeros siento que me agarran con fuerza del brazo inmovilizándome.
Al mirar a quien me está sujetando me encuentro con los fríos ojos de
Patrick. Mis amigos se quedan sorprendidos por esta acción y mi jefe les
dice sin ningún tipo de emoción en la voz:
—Necesito hablar unos minutos con la señorita Castro. Estoy seguro
de que pueden llegar hasta sus mesas sin su compañía.
El ascensor cierra sus puertas y Patrick, sin soltarme del brazo, me
lleva hasta el cuarto de la limpieza. Recuerdo lo que pasó allí la última vez,
aunque aquel estaba en otra planta, y pienso que Patrick quiere empezar el
día dándome placer. Sonrío como una boba por la anticipación de lo que va
a ocurrir y mi sexo comienza a humedecerse por el deseo. Una vez dentro
Patrick me aplasta contra la puerta.
—¿Se puede saber a dónde vas a ir con Héctor y como se llame el
otro?—Su voz enfadada envía al garete mis ilusiones de comenzar el día
amándonos—¿Y por qué te ha dicho que te pongas el vestido azul y los
zapatos de tacón? Cuando he oído lo de tus piernas…¡Diossss! Casi le doy
un puñetazo. ¿Qué tienes con él? ¡Dímelo!—exige gritándome.
La sonrisa se ha desvanecido de mi cara. Está tan cerca de mí que
puedo notar cómo su cuerpo está en tensión. Con manos temblorosas le cojo
la cara y mirándolo a los ojos, le explico:
—Me ha invitado a una exposición de fotografía. Nada más. No tengo
nada con él, Patrick.
Se aparta de mí de manera brusca y comienza a pasear por el pequeño
cuarto mientras se pasa las manos por su corto pelo. Parece un animal
enjaulado. De espaldas a mí, vuelve a preguntarme:
—¿Por qué tendría que creerte? Ya he visto varios indicios… Los
besitos en las mejillas, las invitaciones al café… Ahora esto.—dice con voz
dura—¿Qué será la próximo, Eva?
Me quedo pasmada. ¡Está dudando de mí! Me dan ganas de gritarle
que es un imbécil. Que Héctor es gay y que se busque a otra para sus
numeritos. Pero entonces recuerdo las llamadas de la tal Valerie y
contraataco.
—Cuando tú me cuentes quien es la Valerie esa que te llamó ayer casi
cuarenta veces, yo te explicaré qué tengo con Héctor.—digo con más
chulería de la que pretendo.
Patrick se gira y me mira sin decirme nada.
—Valerie no tiene nada que ver con esto. Estamos hablando de ti y del
gilipollas ese.—responde tras un par de minutos que a mí se me hacen
eternos. Le lanzo una furibunda mirada al oírle insultar a Héctor. No le
consiento que trate así a un amigo mío. Pero no tengo ganas de discutir
ahora con él.
—Si no confías en mí será mejor que lo dejemos.—Comienzo a darme
la vuelta para salir del cuartito.
—Si te marchas sin darme una explicación habrá consecuencias.—
Oigo a Patrick irritado.
¿Me está amenazando? ¡Lo que me faltaba! Me giro hacia él y me dan
ganas de estrangularle.
—¿Ah, sí? ¿Y qué vas a hacer? ¿Me vas a despedir?—resoplo
indignada.
—Puedo despedirlo a él.—amenaza mientras clava en mí sus fríos ojos
y pone las manos en jarras sobre sus caderas.
¡Dios! Está increíblemente atractivo con ese traje gris claro, la camisa
blanca y la corbata negra. Pero no puedo permitir que me trate así ni a mí ni
a mis amigos.
—¿Por qué? ¿Por invitar a una compañera a una exposición?—Cada
vez estoy más enfadada—¿Eso vas a poner como causa del despido?
¡Podrías poner también que lo despides porque eres un imbécil y un celoso!
Patrick se acerca a mí y cogiéndome de los brazos me apoya contra la
puerta y sisea en mi cara:
—Te dije que yo no comparto a mi chica con nadie. Y que mientras
estuviésemos juntos, sólo estarías tú. Esperaba que hicieras lo mismo
conmigo.
—Patrick no tienes ningún motivo para pensar mal de mí.—Comienzo
a decirle y mi respiración se mezcla con la suya. Está tan cerca que puedo
sentir el calor que emana de su cuerpo y su delicioso olor a perfume caro—
Si me das la oportunidad, te lo demostraré. Ven conmigo a la exposición.
Él sacude la cabeza antes de contestar. En sus ojos veo la
transformación que está sufriendo. Se ha dado cuenta de que soy sincera y
que puede confiar en mí.
—No puedo. Precisamente hoy tengo que comprobar cómo van los
trabajos con la firma de cosméticos y terminaré tarde.—dice suavizando el
tono de su voz. El enfado ha pasado a la historia.
—¿Puede venir Sophie conmigo? Estoy segura de que lo pasará bien.
—le pido para hacerle ver que no escondo nada y que mi relación con
Héctor es de pura amistad.
—Se lo comentaré. He quedado a comer con ella. ¿Quieres
acompañarnos?—Me pregunta mientras me acaricia la mejilla con los
nudillos.
Paseo mis manos por su pecho hasta llegar a su nuca y lo acaricio con
las yemas de los dedos sintiendo todo su calor corporal en ellas. Necesitaba
tocarle. Me han estado picando los dedos por el anhelo y las ganas de
sentirlo bajo ellos desde que lo he visto.
—No. No quiero que mis compañeros sepan que me tiro al jefe—digo
sonriendo—¿Qué pensarían de mí?
—Creerían que eres la más inteligente, sexy y divertida secretaria que
he tenido jamás.—Acerca sus labios a los míos y con dulzura me da un
pequeño beso—Y espero que se alegrasen por verme feliz.
Sus palabras hacen que en mi estómago revoloteen miles de mariposas.
En pocos minutos hemos pasado de estar muy enfadados el uno con el otro
a estar acaramelados como dos tontos enamorados. Su boca se posa sobre la
mía con lentitud. Con su húmeda lengua recorre mis labios y con los dientes
me los muerde. Mis terminaciones nerviosas se alteran muchísimo con su
contacto. Mi corazón late desbocado. Sé que me desea en este preciso
momento y yo a él, pero tenemos que trabajar, así que lo empujo para
separarle de mí.
—Tengo que volver a mi puesto. Son más de las nueve y si mi jefe se
da cuenta de que me he retrasado, podría despedirme.—digo con una
sonrisa pícara.
Patrick me devuelve la sonrisa. Suspira y me da otro pequeño beso
antes de apartarse de mí por completo. Abre un poco la puerta, comprueba
que no hay nadie en el pasillo y salimos con tranquilidad del cuartito de la
limpieza.
Cuando llegamos a nuestra planta nos ponemos a trabajar de
inmediato. Bastante hemos perdido el tiempo ya. Patrick no cierra la puerta
de su despacho y como me tiene en su campo de visión me dirige
constantes miradas y sonrisas. Así es imposible que se concentre una en lo
que hace. Le mando un mensaje al móvil.
«Deja de mirarme. Me pones nerviosa y no quiero cometer errores en
el trabajo por tu culpa.»
Patrick me contesta con otro.
«Me resulta imposible dejar de admirar tu belleza.»
Sonrío al leerlo y, de repente, se me ocurre una idea. Hoy estoy
juguetona.
«Le advierto, señor Deveraux, que si no deja de mirarme habrá
consecuencias.»
Me responde enseguida.
«¿Me está amenazando, señorita Castro? Le recuerdo que soy el jefe y
puedo hacer, mirar y tocar todo lo que yo quiera.»
Te vas a enterar, pienso al leerlo.
Cojo un sobre, me levanto de mi silla y, bajo la atenta mirada de
Patrick, me dirijo al baño. Cierro la puerta y compruebo que no hay nadie
más en los otros compartimentos. Con rapidez me quito las bragas, las meto
en el sobre y lo cierro. Salgo del baño y cuando llego a mi mesa veo que
Patrick está hablando por teléfono en su despacho.
Entro, le dejo el sobre encima de su mesa y me voy a sentarme en mi
puesto. Él sigue hablando por teléfono pero ha cogido el sobre y lo está
empezando a abrir. Cuando saca el contenido me mira boquiabierto y, en
ese momento, yo abro mis piernas por debajo de la mesa enseñándole mi
sexo desnudo mientras le sonrío con cara de niña buena.
Se queda atontado unos segundos con el teléfono aún pegado a su
oreja y yo aprovecho para pasarme un dedo por todo el largo de mi
hendidura. Después me lo meto en la boca y lo chupo como si fuera un
delicioso helado mientras le miro con lascivia.
A Patrick se le cae el teléfono de las manos y yo comienzo a reírme.
Cierro las piernas y hago como que me concentro en mi trabajo. Pero por el
rabillo del ojo veo que se despide de quien sea que estuviera al otro lado de
la línea y, cuando cuelga, levanta otra vez el auricular y marca un número.
Suena mi teléfono y veo que parpadea la luz de llamada interna. Es él.
Levanto el auricular y le oigo respirar con agitación.
—¿Calentando al jefe, señorita Castro?
—Le advertí que si no dejaba de mirarme habría consecuencias, señor
Deveraux.—contesto en apenas un susurro para que mis compañeros no me
oigan mientras clavo mis ojos en su rostro.
Veo cómo se afloja el nudo de la corbata y se desabrocha el primer
botón de la camisa. Inspira hondo antes de volver a hablar.
—Y yo le he recordado que aquí el jefe soy yo y puedo ver y tocar lo
que yo quiera. Por lo tanto le doy treinta segundos para que cuelgue el
maldito teléfono y venga a mi despacho. Necesito que la señorita Castro
enfríe al señor Deveraux.—dice con la voz cargada de deseo y hace un
gesto con el dedo índice para que me acerque a él.
Con una gran sonrisa en los labios cuelgo el teléfono y mientras
observo cómo Patrick me sigue mirando con el fuego ardiendo en sus
pupilas. Me levanto, me aliso la falda con las manos y me atuso el pelo.
Saco de mi bolso un pequeño espejito y me miro en él los labios
comprobando que los llevo bien pintados.
El teléfono de mi mesa vuelve a sonar. Sé que es él. Lo cojo sin mirar
a Patrick y al ponérmelo en la oreja le oigo decir:
—Te he dado treinta segundos y ya han pasado. Te ordeno que vengas
inmediatamente a mi despacho.
Cuelga sin esperar mi respuesta. Guardo el espejito en el bolso y me
dirijo hacia él.
—Cierre la puerta, señorita Castro. Con llave.—El sonido ronco de su
voz hace que mi sexo tiemble al saber lo que me espera—Y corra las
cortinas.—añade.
Hago lo que me pide y cuando he terminado me vuelvo hacia él y me
quedo quieta en mitad de la sala. Mi corazón late acelerado. Creo que
Patrick puede oír mis latidos sentado tras su mesa. Nos devoramos con la
mirada unos segundos hasta que él me hace un gesto con la mano para que
me acerque.
Cuando estoy a su lado me coge de las caderas y me coloca entre él y
la mesa. Todavía no hemos hecho nada y ya estoy jadeando. Mete una mano
por debajo de mi falda y me acaricia mi húmedo sexo. ¡Qué gusto por Dios!
Me fallan las rodillas y tengo que apoyarme en la mesa para no caerme.
—Humm, mojada como a mí me gusta.—ronronea Patrick
comiéndome con los ojos.
Me sube la falda hasta la cintura. Las yemas de sus dedos dejan un
rastro ardiente en mi piel por donde van pasando. Se acerca a mí para
besarme el pubis mientras continúa recorriendo con sus maravillosos dedos
mi hendidura. Un delicioso calor comienza a apoderarse de mí. ¡Cómo me
gusta que me toque!
—Me encanta cómo hueles y la suavidad de tus rizos negros…—
susurra con la boca todavía pegada a mi sexo y su aliento me calienta más
de lo que ya estoy—Quiero que te sientes sobre la mesa y te abras de
piernas para mí porque voy a pasear mi boca por tus muslos, para después
meter mi lengua y mis dedos en tu caliente sexo y hacer que tengas un
orgasmo.—Se aleja unos centímetros de mi piel y clava su mirada en la mía
—Y después te voy a poseer aquí mismo, nena. Encima de mi mesa. Y no
va a ser delicado, no.—Sacude la cabeza—Va a ser fuerte y duro.
¡Dios mío! Su autoritaria voz me hace estremecer de anticipación y
deseo. Y con todo lo que ha dicho que va a hacerme casi he llegado al
clímax. Patrick me coge de las caderas y me sienta en la mesa justo en el
borde. Sin esperar más hunde su cara entre mis piernas y comienza a hacer
todo lo que me ha dicho.
Primero me da pequeños besos en la parte interna de mis muslos,
alternando uno con otro. El roce de sus labios sobre mi piel me hace
estremecer. La sangre corre nerviosa por mis venas. Me quema. Cuando
llega a mi clítoris saca su lengua y comienza a lamerme con fuerza
presionando mi botón mágico. Me empuja con suavidad para que me tumbe
sobre la mesa y me levanta las piernas poniéndolas a cada lado de su
cabeza, sobre sus hombros.
Continúa con el saqueo a mi sensible clítoris mientras yo comienzo a
boquear como un pez fuera del agua. Me mete dos dedos de golpe y yo dejo
escapar todo el aire de mis pulmones por su invasión. Me chupa, me
succiona y me muerde sin ningún pudor ni remordimiento todo mi sexo. La
vista se me empieza a nublar y me pierdo en las sensaciones que estoy
sintiendo. El pulso me late en las sienes enloquecido. Jadeo sin control.
No puedo creer lo que estamos haciendo aquí, encima de su mesa. Con
más de cincuenta personas al otro lado de la puerta que podrían
descubrirnos. Es una situación tan morbosa y excitante que hace que el
orgasmo se aproxime veloz.
—Madre míaaaa—Consigo decir casi sin aliento—Que bueno va a ser.
No pares...No pares...—gimo.
Cuando estoy a punto de llegar, mi vagina aprisiona sus dedos y
Patrick al darse cuenta de la inminencia de mi éxtasis, con la mano libre me
tapa la boca para ahogar mis gritos de placer.
Sin esperar a que mi ritmo cardíaco se normalice baja mis piernas
hasta que me apoyo de nuevo en el suelo sobre mis pies y me da la vuelta
para dejarme de cara a la mesa. Mientras me acaricia el trasero con una
mano, con la otra se baja el pantalón y el slip. Oigo cómo rasga el
envoltorio de un condón y tras ponérselo, me embiste con fuerza por detrás.
Se hunde en mí y se mueve saliendo y entrando tal y como me ha dicho.
Fuerte y duro. Sin delicadeza. Como a mí me gusta. Con una mano me
sujeta de la cadera mientras con la otra sobre mi espalda me aprisiona
contra la mesa.
—¿Te gusta, eh?—pregunta jadeando.
—Síiii…—logro contestarle con esfuerzo. Tengo la boca seca por la
excitación.
—Di que eres mía.—Me pide mientras sigue con su castigador ritmo
entrando un saliendo de mi como un loco poseído.
—Soy tuya, Patrick…. Soy tuya.
—Yo también soy tuyo, chéri.
Sigue con sus potentes embistes hasta que noto cómo le vibra el pene a
punto de correrse. Me agarra con fuerza de la coleta y tirando de ella para
levantarme la cara de la mesa, me susurra al oído:
—Siempre mía, Eva. Solo mía.
Y explota dentro de mi sexo mordiéndome el hombro para ahogar sus
gemidos de placer.
Capítulo 10

Cuando llego a casa me cambio rápidamente para ir a la exposición


fotográfica. Sophie está encantada de acompañarme y Patrick al final nos
dice que, cuando acabe de trabajar, se pasará por allí para recogernos e ir a
cenar juntos.
Héctor llega a mi casa y tras presentarme a José, su guapísimo novio,
un hombre de unos treinta y cinco años, alto, moreno, con un cuidado
cuerpo y como me dijo el sábado, con «pluma» por los dos, nos vamos a la
Galería para reunirnos allí con Sophie y ver la exposición. Carlos al final no
puede venir.
Las fotos son todas de desnudos tanto masculinos como femeninos
pero son desnudos artísticos. Ninguna foto hace que alguien pueda sentirse
mal mirándola. Son preciosas. El artista ha sabido reflejar en todas la
calidez y la belleza de los cuerpos.
Héctor y José son una compañía estupenda. José es muy divertido y
nos reímos mucho con sus expresiones y sus gestos. A Sophie le han caído
muy bien y me comenta varias veces que es una pena que ambos chicos
sean gais. Le cuento el enfado de su hermano conmigo esa mañana cuando
supo que iba a ir con Héctor y otro hombre al evento.
—Nunca pensé que mi hermano fuera celoso.—dice sonriendo—Pero
teniendo en cuenta lo enamorado que está de ti y lo guapa que eres no me
extraña.
Todavía no me acabo de creer que un hombre como Patrick esté
enamorado de mí, pero si su propia hermana me lo confirma es porque es
cierto. Aplaudo en mi interior y me siento feliz al escucharla. Decido
aprovechar la oportunidad para investigar en el pasado de Patrick.
—¿Ha tenido muchas relaciones?—pregunto curiosa mientras cojo una
copa de vino blanco de un camarero que pasa por nuestro lado en ese
momento, con una bandeja llena de ellas.
—No.—Sacude la cabeza negando—Bueno, serias, serias, no. Sólo
una. Pero eso fue hace mucho.—Ella bebe de su copa y después añade—Al
resto de chicas no las hemos conocido. Nunca ha traído a nadie a casa
porque según él no eran importantes.—Me cuenta Sophie.
—Oye, y esa tal Valerie que lo llama tantas veces, ¿quién es?—Vuelvo
a preguntar al verla tan dispuesta a hablar de la vida íntima de su hermano.
Sophie se pone seria de repente y yo intuyo que he preguntado algo
que no debía. Me contesta dubitativa.
—¿Valerie? Eh… Bueno, ella… Es alguien que conoció Patrick hace
varios años, pero esa historia ya se acabó.—Da otro sorbo a su copa hasta
que la acaba. Busca con la mirada a algún camarero para dejarla en una
bandeja, pero no hay ninguno cerca.
—¿Y entonces por qué lo sigue llamando? El domingo conté casi
cuarenta llamadas de esa mujer ¡y sólo en una tarde! No quiero ni pensar la
de veces que lo llamará en un día entero.—digo intentando sonar
despreocupada.
—¡Bah! No te preocupes por ella. Ya se cansará.—Pero no me mira a
los ojos cuando me habla. Un camarero se acerca recogiendo las copas
vacías y Sophie aprovecha para dejar la suya. Veo que le tiembla
ligeramente el pulso. Está nerviosa. Mis preguntas sobre Valerie la han
puesto así. Lo sé.
En ese momento suena mi teléfono. Es Patrick. Me dice que está
saliendo de la oficina y que le dé la dirección de la Galería para ir a
recogernos. Tras colgar miro el reloj. Las nueve y cuarto. ¡Vaya horitas de
salir del trabajo!
Diez minutos después nos despedimos de Héctor que, cuando ha visto
que el jefe venía a buscarme y le he contado que estamos juntos, ha
alucinado en colorines. Pero me ha prometido que me guardará el secreto.
No quiero ser el cotilleo de la oficina y eso él, dada su situación personal, lo
entiende a la perfección.
Nada más montar en el coche Sophie, que va en el asiento trasero,
comienza a relatar lo bien que se lo ha pasado.
—Creo que le debes una disculpa a alguien.—le dice a Patrick
canturreando.
Como él la mira sin comprender a través del espejo retrovisor, ella le
aclara:
—Me ha dicho un pajarito que le has montado una escenita de celos a
Eva por aceptar la invitación del guapísimo, maravilloso y encantador
Héctor y que para tu información es gay. Así que venga, hermanito, no te
oigo disculparte con Eva. Ale, ale, date prisa.—Le insta dándole unos
golpecitos en el hombro.
Patrick me mira unos segundos. Después observa a su hermana, que lo
contempla con una sonrisa de suficiencia en su bonita cara, y de nuevo
vuelve a mirarme a mí.
—Vosotras dos os estáis haciendo demasiado amiguitas. No sé si me
gusta esa complicidad que tenéis.—confiesa divertido—Creo que saldré
perdiendo cuando me enfrente al dúo Eva-Sophie.
—Sí, sí, sí…. Todo lo que tú digas.—suelta Sophie desde su posición
—Pero venga, que no te oigo disculparte con Eva.—le apremia.
Llegamos a un semáforo en rojo y paramos. Patrick suspira con aire
derrotado y, acercándose a mí, me susurra en el oído:
—Lo siento.
—¡Eh! Que yo no lo he oído. Más alto por favor. Repite.—insiste
Sophie.
—He dicho que lo siento, ¿vale?—contesta él fulminándola con la
mirada por el espejo interior del coche mientras nosotras nos partimos de
risa.
Después de cenar Patrick me pide que me quede en su casa a dormir
pero no quiero porque sé que vamos a tener sexo y con Sophie en el piso
me da un poco de vergüenza. Así que le propongo que venga él a mí casa.
Tras dejar a Sophie en el ático de la calle Serrano nos dirigimos hacia
mi pisito. Mientras subimos en el ascensor la pasión nos puede y
comenzamos a devorarnos la boca con ansiedad. Entramos en mi casa y nos
quitamos la ropa mientras caminamos hasta el sofá donde hacemos el amor
con premura. Cuando estamos más relajados Patrick me coge en brazos y
me lleva a mi habitación. Me deposita en la cama tras darme un fabuloso
beso en los labios.
—Necesito algo de beber.—dice Patrick sin separarse de mi boca.
—En la nevera hay agua, Coca-colas y cerveza.—Le cuento—Tendrás
que conformarte con algo de eso. Yo no tengo botellas verdes con flores
blancas.—digo recordando el exquisito champán que tiene él en su casa.
—Enseguida vuelvo. No te muevas.—contesta y sale de la habitación.
Cuando regresa trae en sus manos una botella de agua y el spray de
nata que tengo en la nevera.
—Mira lo que he encontrado.—Con una gran sonrisa agita un bote de
nata mientras yo me lo como con los ojos. Me encanta verlo desnudo. Tiene
un cuerpazo espectacular.
Noto que mi vagina se contrae por la mirada libidinosa que me lanza
Patrick acercándose a mí.
—Esta noche el postre vas a ser tú, chéri.—ronronea subiéndose a la
cama.
Comienzo a reírme nerviosa. Imagino lo que pasa por la mente de
Patrick y me excito muchísimo. Nunca he hecho algo así y noto que lo
deseo con todas mis fuerzas. Me encanta que le guste jugar con mi cuerpo y
hacer que nuestros encuentros sexuales sean divertidos, eróticos y
morbosos. Que no le importe hacerlo en cualquier sitio y a cualquier hora.
Recuerdo cuando tuvimos sexo en el portal en aquella calle del barrio de La
Latina. Me resultó tremendamente excitante. Alguien nos podía haber
pillado y ese peligro hizo que disfrutase mucho de la experiencia.
Y el jueguecito de esta mañana en la oficina…. Nos compenetramos
muy bien en el plano sexual. Y eso me encanta. Me hace feliz.
Patrick camina hacia mí como un puma a punto de saltar sobre un
pequeño cervatillo para devorarlo. Sus movimientos son sensuales,
cargados con toda la masculinidad que desprende su cuerpo. Recorro con la
mirada sus anchos hombros, con la estrella tatuada en el derecho y las otras
más pequeñas bajando en cascada por su dorsal. Sus marcados pectorales
con sus pequeños pezones y los músculos de su vientre. La fina línea de
vello rubio que desciende desde su ombligo hasta unirse con su maravilloso
sexo, que me tiene loca de deseo. Tiene un cuerpo perfecto. Hecho para dar
y recibir placer.
Contemplándolo, noto cómo mi corazón se acelera. La sangre se
espesa en mis venas y mi vulva se humedece. Me pican las yemas de los
dedos por el anhelo de tocarle. Mi vagina palpita por el deseo de tenerlo
dentro y apretar su duro miembro hasta sacarle la última gota. La boca se
me seca y tengo que hacer un esfuerzo enorme por no saltarle encima y
devorarle.
—Túmbate, nena.—murmura con la voz rota por el deseo—Verás que
bien lo vamos a pasar.
Se coloca a horcajadas encima de mis piernas inmovilizándome.
Sacude el bote de nata y apuntando hacia mi boca me pide que la abra. Deja
caer un poco de nata dentro y yo trago. Después otra vez. A la tercera se
inclina sobre mis labios y come la nata del interior de mi boca.
Cuando termina de besarme y me ha limpiado los labios de nata deja
caer un poco sobre cada uno de mis pezones. Me estremezco al sentir su
contacto frío y un débil gemido escapa de mi pecho. En la boca no me ha
parecido que estuviese tan fría pero con la temperatura de mi piel, que arde,
el contraste es mayor. Con lentitud me chupa los pezones llenos de nata
mientras le oigo ronronear. Cuando ya no queda nada en mis senos vuelve a
incorporarse y deposita una pequeña bola de nata en mi ombligo. Se inclina
hacia él para comérsela mientras yo le observo con el pulso acelerado.
Patrick es mi dios del sexo. ¡Cómo me pone este hombre, madre mía!
Veo que se encamina hacia mi pubis y comienzo a jadear. Él me regala una
mirada ardiente. En su rostro se refleja la lujuria y el deseo que siente en
esos momentos por mí. ¡Sí! ¡Por mí y solo por mí! ¡No hay nadie más que
yo en estos instantes! El mundo podría acabarse y no me importaría porque
estaría con él. Solos él y yo.
Cuando echa la nata sobre mi monte de Venus gimo. Sigo notándola
fría pero ya no me importa. No puedo dejar de contemplarlo mientras mete
su cabeza entre mis piernas y me lame. Me chupa y me succiona hasta que
limpia todo mi sexo de restos de nata. Es la sensación más placentera del
mundo y ver a Patrick así, sumergido entre mis muslos, me resulta excitante
y erótico. Con mis manos le mantengo la cara pegada a mi pubis mientras él
sigue succionando mi clítoris llevándome a un estado de placer del que no
quiero salir.
—Másss…. —pido en un susurro.
Patrick me separa un poco más las piernas para poder enterrar su
lengua en mí más hondo y con sus hábiles dedos me roza mi sensible punto.
Segundos después cambia su forma de actuar. Ahora tiene dos dedos
hundidos en mi caliente vulva y su boca está sobre mi clítoris lamiéndome
con lentas pasadas de su húmeda lengua. Noto cómo el delicioso calor del
orgasmo se apodera de mí poco a poco. Mis piernas comienzan a temblar y
mi piel se cubre de sudor. Jadeo perdiendo el control. La habitación se llena
con el aroma picante del sexo. Lo puedo oler a la perfección.
Él sigue trabajándome con sus dedos a un ritmo devastador y su lengua
lamiendo sin descanso mi botón mágico. Cierro los ojos y me abandono al
placer del éxtasis cuando me llega.
—¡Patrick!—grito su nombre mientras la marea de sensaciones me
inunda.
Mientras mi respiración se tranquiliza él ha ido al baño y ha vuelto con
una toalla humedecida. Me limpia el cuerpo, pegajoso por la nata, y cuando
ha terminado me da un beso en los labios.
—Eres increíblemente exquisita, chéri. Me encanta como sabes, con o
sin nata. Me gusta verte disfrutar.—Me da otro pequeño beso en la boca y
pruebo de sus labios el sabor de mi orgasmo—Tus ojos brillan con fuerza
cuando estás al borde del orgasmo y saber que eso lo provoco yo me llena
de orgullo.—Me acaricia la mejilla mientras me dirige una tierna mirada de
amor—Desde que te vi por primera vez me he sentido atraído por ti. Y no
me arrepiento de haberte perseguido hasta conseguir tenerte como te tengo
ahora. Estoy hechizado por completo y lo único que puedo decirte es…que
me he enamorado de ti—confiesa con sus azules ojos clavados en los míos
—porque tú me haces soñar de una manera especial y yo…Te quiero.
Me quedo sin palabras ante su declaración de amor. Nunca me habían
dicho algo así y me siento como la protagonista de un cuento de hadas.
Como la mujer de esas novelas románticas que tanto me gusta leer. La
emoción me puede y, sin querer, se me escapan lágrimas de felicidad que
Patrick me limpia con los pulgares de sus manos. Se acerca de nuevo a mí y
me besa despacio. De nuevo comienza a hacerme el amor con dulzura
transmitiéndome con su cuerpo todo lo que me ha dicho en palabras.
Capítulo 11

Cuando me despierto estoy abrazada al cuerpo desnudo de Patrick con


mi cabeza reposando sobre su pecho, oyendo el latido de su corazón. De ese
corazón que me ha entregado sin yo pedírselo y que poco a poco me ha ido
atrapando. Le doy un tímido beso cerca de su pezón y él me estrecha con
más fuerza entre sus brazos. Levanto la cabeza y me encuentro con su azul
mirada y una sonrisa que me calienta en décimas de segundo.
—Me encanta tus ojos.—confieso en un susurro—Son preciosos.
Me coloco encima de él, con mi cuerpo pegado al suyo, y lo beso.
—¿Sabes que es lo más bonito de mis ojos?—pregunta Patrick y sin
esperar mi respuesta, dice—El reflejo de los tuyos.
Lo beso de nuevo con pasión, con furia y con deseo. Devoro sus
labios, esos labios carnosos que me hacen enloquecer con su simple roce. Él
me acaricia la espalda bajando hasta mi trasero y volviendo a subir sus
manos por ella, haciendo que mi cuerpo de nuevo pida ¡sexo! ¡sexo! ¡sexo!
Me siento a horcajadas encima de su miembro, que cada vez está más
duro, y comienzo a restregarme contra él. Sigo estando húmeda a pesar de
que han pasado casi dos horas desde la última vez que hicimos el amor.
Patrick lleva sus manos hasta mis pechos y apretando mis pezones con los
dedos, me los endurece en rápidamente.
Cojo su grueso pene con mi mano y noto cómo palpita en mi palma.
Me separo un poco de su cuerpo y comienzo a meterlo dentro de mí, poco a
poco, sintiendo su aterciopelada piel.
—Espera…No llevo puesto nada.—dice Patrick intentando detenerme.
—Cuando vayas a correrte, dímelo y pararé.—contesto mientras
continúo enterrando su magnífica erección en mi caliente sexo.
Cuando me ha llenado por completo comienzo a mover mis caderas en
busca de su placer y el mío. Jadeo y los latidos de mi corazón resuenan en
mis oídos. La sangre se me calienta en las venas con rapidez y noto el
picante olor del sexo en mis fosas nasales. Ese aroma me llega hasta el
cerebro y hace que todas mis neuronas se vayan de vacaciones.
Cabalgo sobre su cuerpo con lentitud al principio hasta que voy
notando que un delicioso calor se va apoderando de mi sexo. Entonces me
muevo más rápido para que esa exquisita sensación me inunde y me lleve al
clímax. Me siento poderosa teniendo a Patrick bajo mi cuerpo y en su
mirada veo que se ha rendido a mí por completo. Mis gemidos se unen a los
suyos mientras él con sus expertos dedos traza círculos en torno a mi
hinchado nudo de nervios. Me da un pequeño azote en el culo que hace que
me mueva frenética sobre su erección.
—Así es, nena….. Tómame…. Haz conmigo lo que quieras…—gime
Patrick con la respiración entrecortada.
—Dime otra vez que me quieres….—pido jadeando.
—Te quiero… Te adoro…Y eso… Nunca va a cambiar.
Con sus bonitas palabras ambos llegamos al orgasmo y caigo sobre su
pecho exhausta mientras él me abraza con fuerza y las repite una y otra
vez.
—Te quiero. Te adoro. Y eso nunca va a cambiar.
Unos minutos después ruedo hacia un lado de la cama y me doy cuenta
de que Patrick se ha corrido dentro de mí. ¡Mierda! ¿Y si me quedo
embarazada? No puede ser. No puede pasarme esto. No quiero terminar
siendo como mi madre. Una amargada que me humilló y me maltrató
durante toda mi vida porque me tuvo cuando menos lo esperaba.
—¡No! ¡No! ¡No!—exclamo angustiada.
—¿Qué te ocurre?—pregunta Patrick mirándome con preocupación.
—No me has avisado y….te has corrido dentro de mí.—digo con las
lágrimas luchando por salir de mis ojos.
Patrick se queda estupefacto un momento y tras la sorpresa inicial
consigue decirme:
—¿No tomas la píldora?
Niego con la cabeza y mis lágrimas comienzan a resbalar por mis
mejillas. Él me abraza con cariño.
—Shhhh, no llores, mi amor. Todo saldrá bien. Ya lo verás.—Trata de
tranquilizarme mientras me acaricia el pelo.
—No puedo quedarme embarazada. No puedo… No quiero…—
susurro contra la piel de su pecho y continúo llorando.—¿Cómo he podido
ser tan descuidada? Acabamos de conocernos...
—No te preocupes. Eso no va a pasar. Por una vez…..—Le oigo tragar
con fuerza—Eva, mírame.—Coge mi cara entre sus manos y clava su azul
mirada en mis negros y llorosos ojos—Yo te quiero. Y sé que esto que te
voy a decir es algo precipitado pero… si resulta que… que te quedas
embarazada, no pasa nada, chéri, nos casamos y ya está.
—¿Pero tú estás loco? ¡Sólo hace un mes y medio que nos
conocemos!—exclamo separándome bruscamente de él.
—¿Y qué? Estoy loco por ti.—responde con una gran sonrisa.
—Patrick yo no puedo quedarme embarazada. No…No…Esto no me
puede pasar a mí.—replico levantándome de la cama y paseando nerviosa
por la habitación—¿Por qué, Dios mío, por qué? ¿Por qué siempre soy yo la
de la mala suerte?—Lloro de nuevo mientras Patrick se acerca a mí para
abrazarme.
—¿Mala suerte?—pregunta él sorprendido acariciándome la espalda y
el pelo con ternura—Eva, tener un hijo es lo más maravilloso del mundo.
¿Cómo puedes decir eso? Y si lo tienes con la persona que amas…la
felicidad es completa, ¿no lo ves?—dice cogiéndome la cara entre sus
manos.
—Tú no sabes nada de mí.—Comienzo a hablar clavando mis ojos en
los suyos—Y hay cosas que….yo…Apenas nos conocemos. ¿Cómo puedes
pensar en casarte conmigo?—Me separo de él y me siento en la cama—
Esto es de locos. Mañana iré al médico y pediré la píldora del día después.
—Eva, yo te quiero. Y no me importa si nos conocemos hace poco.—
Se arrodilla frente a mí y me coge las manos—En este corto tiempo te has
convertido en alguien importante en mi vida y si por un inesperado
accidente llevas a mi hijo en tu interior, te juro que haré todo lo que esté en
mi mano para conseguir que ese niño y tú tengáis la mejor vida posible. Te
daré todos los caprichos. Conmigo no te faltará de nada. Ni a ti ni a él.—
Pone una mano sobre mi inexistente barriga me acaricia con ternura.
—Patrick, no puede ser. ¿No lo ves?—murmuro con desesperación.
—¿Por qué?—pregunta enfadado ante mi insistencia levantándose del
suelo—¿Por qué no puede ser? ¿Es que no soy lo suficientemente bueno
para ti? ¿Aspiras a alguien con más dinero?—Me grita de pie plantando
frente a mí—¿De una clase social mayor? Por encima de mí no hay mucho
más, créelo.—Y mirándome con sus ojos que ahora se han convertido en
dos puñales de hielo me dice con desprecio— ¿Cómo una chica como tú,
que vive en una mierda de barrio, que baila en un club mientras los hombres
la desnudan con la mirada y que no tiene mayor futuro que el de ser una
simple secretaria, puede rechazarme? ¿Quién te has creído que eres, eh?
Me quedo alucinada al oírle. Del todo pasmada. A mi mente vienen las
palabras que Susi me dijo hace poco: «Nunca dejes que nadie te diga que
eres algo menos que perfecta. Malditamente perfecta.»
La furia me invade como un tsunami arrasando todo a su paso. Con
toda la rabia que siento en mi interior por las palabras de Patrick, me encaro
a él.
—¡Vístete y sal de mi casa ahora mismo!—chillo histérica.
Patrick, sin decir una palabra más, recoge su ropa y se viste deprisa.
Después de mandarme una mirada cargada de resentimiento se marcha de
mi piso dando un portazo. Yo me hundo en el suelo y comienzo a llorar de
nuevo.
Cuando me tranquilizo miro el reloj. Las cinco y diez de la madrugada.
Pienso en llamar a Susi pero a esta hora estará durmiendo y si la llamo la
voy a dar un susto tremendo. Decido mandarle un mensaje.
«Te invito a comer. Ven a buscarme a la oficina a las dos en punto.
Tengo algo que contarte.»
Me tumbo en la cama intentando dormir, pero me resulta imposible.
Cuando el despertador suena a las siete y media, sin ganas, me meto en la
ducha y vuelvo a llorar con amargura mientras limpio de mi piel los restos
de la noche pasada con Patrick. Sus caricias, sus besos…Todo se va con el
agua. Menos la dureza de sus palabras. Esas se han marcado a fuego en mi
corazón. ¿Cómo puede decirme que me quiere, que me ama, y después
humillarme de esa manera?
Cuando llego a la oficina no paro en la cafetería como tengo por
costumbre para el primer café con mis compañeros. Estoy hecha polvo por
todo lo que ha pasado esa noche. El sexo, la discusión y no haber dormido.
Así que no me apetece ver a nadie. Subo a mi planta y me pongo a trabajar.
Patrick aún no ha llegado. Al poco rato siento que me observan y, al
levantar la vista, me encuentro con Héctor delante de mi mesa.
—Uy, qué mala cara tienes. ¿Te encuentras bien?
—Sí, es que…la cena me debió sentar mal y he estado toda la noche
fatal.—miento como una bellaca.
—¿Seguro que es eso?—dice sonriendo—¿No será que has tenido una
noche loca de sexo con nuestro jefe?
Como puedo le devuelvo la sonrisa y continúo con mi falsa historia.
—Bueno, al principio sí. Pero luego me empecé a encontrar mal y casi
no he dormido. Tenía unos retortijones que…¡uf! Ni te cuento.
—Bien, preciosa.—Héctor me da un pequeño toque con el dedo índice
en la punta de la nariz—Si necesitas algo, dímelo. Aunque tienes más cerca
a tu amorcito y seguro que él te ayuda mejor que yo.—Me guiña un ojo y
este gesto le da un aire travieso a su cara.
Si tú supieras….,pienso mientras lo veo alejarse por el pasillo. Se
cruza con Patrick, que llega en ese momento, y no trae mejor cara que yo.
Bajo la vista. No quiero que me vea mirándolo y me concentro en mi
trabajo lo mejor que puedo. Entra en su despacho sin decirme nada y cierra
la puerta. Es su manera de hacerme saber que está enfadado conmigo.
¡Bien! ¡Yo también estoy enfadada con él!
A las diez Susi me contesta al mensaje que le mandé de madrugada,
confirmando nuestra cita para comer y cuando son las dos, bajo veloz al
vestíbulo para encontrarme con ella. Durante la comida le cuento lo que
pasó anoche con Patrick.
—¡Será cabrón el franchute de los cojones! ¿Cómo ha podido decirte
eso? Maldito hijo de….—Se muerde la lengua para no seguir insultándolo
ante la mirada reprobatoria que le estoy lanzando—Bueno, ¿y qué vas a
hacer?
—Todavía no sé si estoy embarazada. Compraré en una farmacia la
píldora del día después por si acaso y la tomaré.—Le cuento mientras
pincho un poco de mi ensalada—¿Me la venderán sin receta? ¿Sabes si
tengo que ir primero al médico?
—Ya sabes que la píldora actúa impidiendo o retrasando la ovulación
pero no interrumpe un embarazo. No es abortiva.—explica Susi después de
tragar el bocado que se estaba masticando—Y creo que deberías ir al
médico primero.
Asiento y ella continúa hablando.
—La regla te toca más o menos cuando a mí, ¿verdad?—pregunta y yo
afirmo con un movimiento de mi cabeza—Entonces no creo que estés
embarazada. Yo ya he pasado mis días fértiles y seguro que tú también.
Nos quedamos en silencio unos minutos hasta que Susi vuelve a
hablar.
—La verdad es que es alucinante lo bien que respondió al principio,
cuando hablasteis del posible embarazo.—Coge su vaso de agua y le da un
largo trago antes de continuar—Cualquier otro tío hubiera salido corriendo
pero él no. Él te dijo que se casaría contigo y asumiría su parte de
responsabilidad. Y antes de todo eso, te dijo que te quiere.
Me remuevo incómoda en la silla recordando esos momentos.
—Sí… Pero luego me humilló.—contesto con rabia. Pincho un trozo
de tomate y un poco de lechuga y me lo meto a la boca masticando
enfadada.
—Eva, seguro que todo lo que te dijo fue fruto del enfado al ver que tú
te negabas una y otra vez a aceptar su propuesta.—dice Susi cogiéndome la
mano y dándome un cariñoso apretón—¡Piénsalo! Es un hombre y lo
rechazabas una vez, y otra vez, cuándo él estaba diciéndote que te quería y
que quería tener contigo ese posible bebé. Le has herido en su orgullo de
macho alfa.
Sin contestar a mi amiga, pienso en lo que me dice. Puede que tenga
razón, pero…
—Mi madre también me decía que me quería.—contesto por fin—Y
luego me pegaba, una y otra vez, y otra, y otra. Durante muchos años me
han humillado, vejado, con palabras y con actos. Me he sentido como una
mierda toda mi puta vida. Lo sabes muy bien. Recuerda cuando me
encontrasteis tirada en la calle delante del club….—digo con lágrimas en
los ojos. A pesar de que han pasado varios años de eso no puedo hablar de
lo que pasó sin que las lágrimas lleguen a mis ojos—Y ahora que he
superado todo eso, no voy a consentir que alguien, por un simple enfado,
me humille y me haga sentir de nuevo que soy aquella niña que le jodió la
vida a su madre por el simple hecho de nacer. Yo no pedí nacer y he pagado
las consecuencias durante dieciocho malditos años.
Susi se levanta de su silla y se acerca a mí para darme un abrazo y
tranquilizarme.
—Escucha, si finalmente resulta que estás embarazada y decides
tenerlo, con o sin Patrick, nosotros estaremos a tu lado. Juan, yo, las
chicas…Y serás una madre estupenda. Eres buena persona, cariñosa,
amable, atenta, divertida…—Se separa unos centímetros y me mira muy
seria—Pero he visto como ese hombre te mira y, créeme, te quiere de
verdad. Intenta arreglar las cosas con él. Ha cometido un desafortunado
error al decirte todo eso, pero también es porque él no sabe nada de tu
pasado, Eva.—Susi vuelve a su posición inicial mientras continúa
explicándome lo que está pensando en estos momentos—Si le contaras
cómo fue tu infancia y todo lo que ha pasado hasta que te has convertido en
la mujer que eres hoy, quizá…
—No sé si estoy preparada para abrirle mi corazón de esa manera.—la
interrumpo—Cuando me dijo que me quería yo…Me sentí la mujer más
feliz del mundo. Pero no le dije que también le quiero y él ha debido darse
cuenta de que yo no lo he hecho. De que no se lo he dicho.
—Habla con él, Eva—insiste Susi—Cuéntale tu pasado. No hay nada
vergonzoso en él. Tú eras una niña. No tuviste la culpa de nada.
Comprenderá mejor tu reacción ante el embarazo cuando lo sepa todo.
Capítulo 12

Cuando vuelvo a la oficina estoy hecha un lío. No sé qué hacer. Por un


lado, pienso que Susi tiene razón. Que debería contarle todo a Patrick. Pero
por otra parte no quiero revivir esos recuerdos tan duros y terribles para mí.
Ahora que he conseguido dormir por las noches sin pesadillas. Ahora que
cuando cierro los ojos no me veo de nuevo atada a la cama mientras ella me
golpea una y otra vez, insultándome, despreciándome… ¿Cómo una madre
puede hacerle eso a su hija?
El resto del día intento concentrarme en el trabajo y, a duras penas, lo
consigo. Cuando salgo de la oficina paso delante de una Farmacia. Me paro
unos minutos decidiendo qué hacer. Finalmente prosigo mi camino sin
entrar en ella. Rezo a Dios para no estar embarazada. Pero si resulta que lo
estoy voy a ser la mejor madre del mundo para este niño. Para mi niño.
La semana transcurre con la lentitud de una condena. Patrick no me
habla ni yo a él. Sophie me llama el domingo para despedirse de mí. Esa
tarde vuelve a París. Sabe que estamos enfadados, pero Patrick no le ha
dicho por qué y me pide que luche por la relación con su hermano. «Es un
cabezota», me dice, «pero un cabezota que te quiere.»
El lunes siguiente es una copia de la semana anterior. Patrick y yo
seguimos sin hablar nada más que lo estrictamente necesario debido al
trabajo. Susi sigue dándome la lata para que le cuente mi pasado y así él
entienda mi reacción, pero me niego. No quiero que lo sepa. Al menos,
todavía no.
El martes, al entrar en la cafetería de la planta doce con mis
compañeros, veo que Patrick está sentado a una mesa tomando un café y
leyendo el periódico. Levanta la vista y nos miramos unos segundos. Mi
corazón se acelera y siento la necesidad de correr hacia él y tirarme en sus
brazos. Pero sus impasibles ojos me detienen. Patrick baja la mirada y
después continúa con su lectura.
—Sabéis disimular muy bien.—dice Héctor en un susurro para que mis
compañeros no le oigan—Nadie diría que estáis juntos.
—Sí—lo sonrío—A este paso me van a dar el Oscar a la mejor actriz.
Héctor se acerca un poco más a mí para seguir hablándome al oído.
—Oye, ya sé que no debo cotillear, pero es que no puedo evitarlo.
¿Cómo es en la cama? ¿Ardiente? ¿Pasional? ¿Delicado?—pregunta de
nuevo—Es que te juro que, aunque yo quiero muchísimo a mi José, no
puedo evitar imaginarme el cuerpo desnudo del señor Deveraux y no veas
cómo me pone.
Recuperada de la sorpresa inicial que me ha causado oír a mí
compañero, comienzo a reírme bajito y poco a poco mi risa va en aumento
hasta que termino carcajeándome mientras Héctor me mira contagiado de
mi risa y veo, en la distancia, cómo Patrick nos observa.
—Eso, querido amigo,—contesto sin dejar de sonreír—no lo sabrás
nunca. Lo siento—Me disculpo ante su cara de decepción—Pero lo que se
esconde bajo ese traje inmaculado no te corresponde a ti descubrirlo.
Terminamos el café y regresamos a nuestros puestos de trabajo.
Cuando Patrick entra en su despacho no cierra la puerta. ¿Se le estará
pasando el enfado?
Durante el día nuestras miradas se encuentran varias veces pero
seguimos sin hablarnos.
El miércoles más de lo mismo. Patrick me busca con la mirada y me
sigue por toda la oficina observando cómo me muevo, cómo hablo con mis
compañeros y cómo trabajo. Empieza a ponerme nerviosa. ¿Por qué no me
habla? Parecemos dos tontos.
El jueves cuando llego a la oficina me encuentro un gran ramo de rosas
rojas en mi mesa acompañado de una tarjeta. La abro y leo lo que dice.
«He sido un idiota. Pero soy tú idiota. ¿Me perdonas? P.»
Levanto los ojos y miro hacia su despacho. Patrick está sentado tras su
mesa, observándome, con una expresión de ansiedad en su rostro.
¡Ay! ¡Mi Brad Pitt particular!
Lo sonrío y asiento con la cabeza indicándole que sí, que lo perdono.
Veo cómo sus facciones se relajan para dar paso a una tremenda sonrisa.
Con un gesto de la mano me pide que entre en el despacho. Lo hago y
cierro la puerta con llave. Corro las cortinas y me acerco a su mesa.
Patrick se levanta deprisa y me coge la cara con sus manos para darme
un beso fabuloso que hace que me derrita entre sus brazos. ¡Dios! ¡Cómo he
echado de menos esto! Sus besos, sus caricias sobre mi piel, la calidez que
siento junto a su cuerpo…
—Te quiero. Te quiero. Te quiero…—susurra contra mi boca mientras
me abraza con fuerza—He sido un tonto, un gilipollas, lo siento mucho, mi
amor…Todo lo que te dije…Sé que te dolió y no me lo perdonaré nunca.
Pero mi propuesta sigue en pie. Si estás esperando un hijo mío…—Pongo
un dedo en los labios para silenciarle.
—El domingo me vino la regla, Patrick. No hay bebé.
Él me mira…¿decepcionado? En sus ojos veo reflejada la tristeza que
siente su corazón. ¿De verdad quería tener un bebé? ¿Conmigo? Veo que
traga a duras penas el nudo que se le ha formado en la garganta y tras
abrazarme de nuevo y enterrar su cara en mi pelo, vuelve a hablar.
—Te quiero. Y eso nada puede hacerlo cambiar. Estos días sin ti han
sido horribles. No sabía qué hacer para estar contigo, para pedirte perdón. Y
me he dado cuenta de que sin ti…ya no puedo vivir.—Su boca busca la mía
y con dulzura me besa los labios—He escuchado infinidad de veces tu
canción, esa que te gusta de Pink, la que habla del maltrato. Cada vez que la
oía me sentía morir porque sabía cómo te había hecho sentir como mis
duras y crueles palabras de la otra noche. Y cuando Susi me contó lo de tu
madre…
Me separo de él con brusquedad.
—¿Qué Susi ha hecho qué?
—No… No te enfades, chéri, es que no sabía qué hacer para
acercarme a ti de nuevo—Se apresura a explicarme con las manos en alto
defendiéndose—y entonces Jean-Claude me dio el teléfono de Susi para…
—Espera un momento—Vuelvo a interrumpirle—¿Jean-Claude?
¿Cómo tiene él el teléfono de Susi?
—Bueno…—Se pasa una mano por el pelo rubio y corto y me sonríe
—Al parecer hace unos días se encontraron en un centro comercial. Él la
invitó a comer. Después fueron al cine. Una cosa llevó a la otra y acabaron
en casa de Jean-Claude. Después ella le dio su teléfono por si quería volver
a verla y desde entonces parece que han estado juntos varias veces.
—¡Será petarda! Y no me ha dicho nada.—exclamo molesta por el
secretismo de mi amiga pero a los pocos segundos comienzo a reírme
mientras me abrazo a mí misma.
¡Jean-Claude y Susi! ¡Quién lo habría dicho! Ellos que siempre están
lanzándose pullas. ¡Qué bien sabe disimular, la jodía!
Patrick se acerca a mí y coge mis brazos para enlazarlos en su cintura.
Me rodea con los suyos y me da un dulce beso en los labios.
—Te quiero, Eva.
—¿Qué te ha contado exactamente Susi sobre mi madre?—pregunto
temiendo su respuesta.
—Me ha dicho que se quedó embarazada con quince años. Que sus
padres la echaron de casa y que su novio la dejó al enterarse de su
embarazo.
—Todo eso es cierto—contesto mirándolo a los ojos—Nunca conocí a
mi padre.
—También… —Lo veo dudar antes de seguir hablando—También me
ha contado que te maltrataba. Que desde muy pequeñita te pegaba, te
insultaba y te decía que tú tenías la culpa de lo desgraciada que había sido
su vida.—continúa hablando mientras me abraza con más fuerza contra su
pecho—Hasta que un día decidiste alejarte de ella y huir.
Aguanto la respiración. ¿Le habrá contado Susi toda la historia?
—Me ha dicho que llegaste a Madrid sin un euro en el bolsillo—
continúa Patrick—y que lo poco que traías contigo te lo habían robado
horas antes de que ella y Juan te encontraran tirada en la calle a pocos
metros del Addiction. Que te recogieron y te cuidaron. Eras una persona
con muy baja autoestima por culpa de los desprecios y las humillaciones a
las que te sometió tu madre durante tantos años, pero que poco a poco
conseguiste superarlo.—respiro tranquila al saber que Susi no le ha contado
la escena final que desencadenó mi huida a Madrid—Y luego voy yo y te
suelto todo aquello. ¡Diosss! ¡Qué imbécil he sido! ¿Podrás perdonarme
algún día?
Me coge de la barbilla con una mano y levanta mi cara para mirarme
con sus increíbles ojos azules llenos de amor hacia mí y de arrepentimiento
por lo que pasó aquella noche.
—Sí. Te perdono.—susurro.
Y me pongo de puntillas para besarlo con todo el amor que yo también
siento hacia él y que todavía no le he confesado.
—¿Por qué no me contaste lo de tu madre?—pregunta Patrick minutos
después sentados en su despacho.
—No me gusta hablar de eso. Me resulta doloroso.—digo y para
cambiar de tema añado—Por cierto, gracias por las flores. Son preciosas.
—Tú sí que eres preciosa, chéri.—Me vuelve a besar mientras
continúo en su regazo con los brazos alrededor de su cuello.
—Patrick…
—¿Qué?—pregunta mirándome fijamente a los ojos.
—Te quiero.
Capítulo 13

Estoy preparada en el escenario para interpretar la canción Try, de Pink.


Llevo puesto un bikini negro de cuero y encima un vestido semitransparente
de color blanco. El pelo recogido en una coleta y voy descalza. El bailarín
que actúa conmigo es un viejo conocido. Hemos bailado esta canción varias
veces. Pero hacía casi cuatro meses que no la interpretábamos y Juan ha
decidido rescatarla. Mi pareja de baile solo lleva puesto un pantalón negro
de cuero. El torso desnudo. Le he contado a Patrick esta mañana todo lo que
va a pasar durante la actuación. Cómo Alexis, el bailarín, va a tocarme y a
besarme. No quiero que se ponga celoso. Es un compañero de trabajo y
estamos actuando. Igual que lo hacen los actores de las películas.
De pie en el centro del escenario, con Alexis algo alejado de mí, se
levanta el telón y comienza a sonar la música. Él se acerca por mi espalda,
me abraza y deposita un beso en mi cuello mientras yo echo la cabeza hacia
atrás para apoyarme en su pecho. Comenzamos a movernos con nuestros
cuerpos pegados, al ritmo de la sensual música, mientras yo empiezo a
cantar.
El bailarín me coge por la cintura y me hace dar una vuelta en el aire.
El público exclama un tremendo «Ohhh» y nosotros continuamos bailando.
Apoyo mi espalda en la suya. Alexis se inclina hacia delante y yo ruedo
sobre su cuerpo para caer frente a él y quedar cara a cara. Me empuja con
suavidad de los hombros y yo caigo al suelo boca arriba mientras sigo
cantando.
«Where there is desire
There is gonna be a flame…»
Alexis se arrodilla entre mis piernas. Me acaricia el pecho despacio
con una mano. Baja por mi vientre hasta que llega a mi sexo y yo levanto
las caderas incitándolo a que me haga el amor. Se cierne sobre mí y me besa
de nuevo el cuello.
«Doesn’t mean you’re gonna die
You’ve gotta get up and try, try, try….»
Pongo un pie en su pelvis y lo hago rodar sobre mí, liberándome de su
cuerpo. Me doy la vuelta y me levanto mientras él hace lo mismo. Cuando
nos acercamos me agarra del vestido y me lo arranca con furia de un sólo
tirón.
Oímos al público ahogar distintos gemidos.
Retrocedo y él me sigue. Me doy la vuelta y corro por el escenario
escapando de sus manos. Me alcanza y me abraza de nuevo por la espalda
besándome, otra vez, en el cuello. Me libero de él y corro hacia el otro
extremo. La canción está a punto de terminar.
Me doy la vuelta y nos miramos unos segundos mientras yo termino de
cantar las últimas estrofas. Poco a poco nos vamos acercando y cuando
llegamos al centro del escenario, Alexis me coge de la cintura y posa su
boca sobre la mía justo cuando se acaba la música.
El público estalla en aplausos, silbidos y gritos. Les ha encantado y
nosotros, contentos, nos despedimos de ellos.
Corro hacia el camerino. Patrick está en la puerta esperándome.
Cuando me ve, la sonrisa ilumina su cara. Le salto encima, enrollando con
mis piernas su cintura y lo beso con pasión mientras él me sujeta con sus
fuertes brazos.
—Ha sido increíble.—susurra con orgullo—Eres magnífica. Perfecta.
Absolutamente perfecta.
Me lo como a besos. ¡Ay!¡Cuánto lo quiero!
—¿Has pensado alguna vez dar el salto a lo grande?—pregunta
después de devorarnos la boca durante un buen rato.
Sé lo que me está preguntando.
—Lo he pensado, sí. Pero no quiero hacerlo.—Niego con la cabeza
para realzar mi decisión—Soy feliz aquí. Con esta gente que es mi familia.
No quiero cambiar. Por nada del mundo me alejaría de ellos. Ni de ti. No
quiero ser una gran estrella. Me conformo con lo que tengo.—Lo vuelvo a
besar mientras Patrick sigue abrazándome contra su pecho cálido y fuerte.
En ese momento, Alexis, el bailarín pasa por nuestro lado y Patrick lo
saluda con una sonrisa que él le devuelve de inmediato. Se para un
momento para hablar con Patrick.
—Tienes una novia maravillosa. Es una gran profesional y siempre es
un placer trabajar con ella. Cuídala, amigo.—Le da un suave puñetazo en el
hombro a mi chico.
—Gracias—contesta Patrick henchido de felicidad—Eso haré.
Poco después salgo de mi camerino ya cambiada. No tengo más
actuaciones, pero a Susi le queda una y Jean-Claude está esperándola.
Después nos iremos a cenar los cuatro juntos.
Patrick me mira de arriba a abajo. Llevo el mismo vestido rojo que me
puse hace varias semanas y que sé que a él lo vuelve loco. Me agarra con
posesión por la cintura y se acerca a mi oído para susurrarme.
—Si ser sexy fuese un delito, te pasarías la vida en la cárcel.
Mmm, ¡cómo me gustan sus piropos! Lo aplasto contra la pared y me
pego a él sintiendo su erección bajo la ropa. Empiezo a excitarme yo
también. Está muy atractivo con esos vaqueros y la camisa azul con las
mangas subidas hasta los codos dejando ver sus antebrazos. Los dos
primeros botones del cuello desabrochados mostrando parte de sus
esculpidos pectorales. Siento cómo la sangre se espesa en mis venas y se
calienta, quemándome. ¡Dios! ¡Cómo me pone!
—Sigue diciéndome esas cosas y no me quedará más remedio que
hacerte el amor aquí, delante de todos.—murmuro contra sus firmes labios.
Le devoro la boca con pasión hasta que Jean-Claude me toca en el
hombro y me dice:
—Contén tus impulsos, preciosa, o no llegareis al postre.
—Hoy el postre va a ser él.—digo mirándolo por encima del hombro
con una sonrisa.
—Bueno, entonces, dejar de darme envidia, por favor, que mi Susi
todavía no ha terminado su actuación.
—¿Tu Susi?—pregunto riéndome y me doy la vuelta para mirarlo de
arriba a abajo—Vaya… Lo vuestro va más en serio de lo que pensaba.
—Esa canija me ha robado el corazón. ¡Qué le voy a hacer!—responde
Jean-Claude con una tremenda sonrisa apoyándose en la pared que tiene a
su espalda.
—Pues agárrala bien y no la sueltes. Tiene muchos pretendientes.—Le
advierto apuntándolo con un dedo.
—Pienso casarme con ella.—Nos confiesa sorprendiéndonos.
—¿Cómo dices?—pregunta incrédulo Patrick con los ojos como platos
—Pero si tú siempre has sido un picaflor. ¿Estás dispuesto a sentar la
cabeza?
Jean-Claude se separa de la pared y se acerca de nuevo a nosotros.
—Eso, amigo mío,—comienza a hablar poniendo una de sus grandes
manos en el hombro de Patrick—es porque no había encontrado a nadie
como mi canija. Pero ahora que se ha cruzado en mi vida no pienso dejarla
escapar. Por eso voy a hacer todo lo posible para que se convierta en mi
esposa.
—¿Quién va a convertirse en tú esposa?—Oímos la voz de Susi a
nuestra espalda.
Nos damos la vuelta para mirarla y Jean-Claude se acerca a ella para
cogerla de la cintura, levantarla sin esfuerzo hasta dejarla a la altura de sus
labios y besarla.
—Tú, mi amor. Tú vas a ser mi mujer.—confiesa con cariño bajándola
hasta el suelo con delicadeza.
—Eso es más difícil que ver un concierto de Madonna en el Vaticano.
—Le responde ella con su gracia natural.
Patrick y yo aguantamos la respiración. ¿Le acaba de decir que no? Por
suerte Jean-Claude, que tiene un humor excelente y una paciencia infinita
con ella, comienza a reírse.
—Te convenceré. Ya lo verás. Tarde o temprano acabarás siendo la
esposa de Jean-Claude García Beaumont.
Capítulo 14

Llega la Semana Santa. Este año es más tarde que nunca. Casi a finales
de abril. Juan nos informa que este año el Addiction permanecerá cerrado.
Nos sorprende porque nunca ha cogido vacaciones estos días, pero la razón
que nos da nos parece comprensible. Dentro de poco cumplirá sesenta y
cuatro años y después de toda una vida trabajando en el club sin descanso,
quiere tomárselo con más calma hasta que le llegue el momento de
jubilarse. Así que por primera vez desde que empecé a trabajar en el
Addiction voy a tener vacaciones estos días.
Cuando Susi se entera corre a llamar a Jean-Claude. Él lleva un par de
semanas insistiendo para que lo acompañe a un viaje que tenía planeado
hace tiempo a Roma y al final parece que podrán ir juntos.
Se lo comento a Patrick y enseguida se pone a hacer planes. Quiere
llevarme a París. Sophie está deseando verme de nuevo y Patrick está
ansioso por presentarme a sus padres. Me pone un poco nerviosa eso de
conocer a su familia, pero lo veo tan ilusionado que no quiero bajarle de su
nube por culpa de mis miedos.
Mientras viajamos a París en el avión privado de Patrick, él me cuenta
cosas de su familia. Sus padres se llaman Vince y Natalie. Su padre fundó la
empresa Deveraux y se ocupa de la sede en París y su madre es una gran
diseñadora de joyas con reconocimiento en todo el mundo. Su familia es
una de las más ricas de toda Francia.
—Les vas a encantar. Ya lo verás.—dice Patrick risueño—Además,
Sophie ya les habrá contado muchas cosas de ti. Y cuando yo estuve aquí el
mes pasado también. Cuando hablé con mi madre el lunes me insistió
mucho para que te trajera.—finaliza con una gran sonrisa y me coge la
mano para darme un beso en el dorso.
Me quedo callada unos minutos pensando en lo que me está diciendo.
Al ver que no contesto nada, Patrick que ya me va conociendo bastante
bien, me pregunta:
—¿Que te preocupa, chéri?
—Nada.—Intento que mi voz suene despreocupada, pero la verdad es
que según nos vamos acercando al aeropuerto estoy cada vez más nerviosa.
—Sé que te ocurre algo.—responde aun agarrando mi mano y
entrelazando sus dedos con los míos—Eres muy charlatana y llevas un par
de días recluida en ti misma. Así que por favor, dime qué te preocupa.—
insiste.
Suspiro y lo miro a los ojos. Tras meditar mi respuesta unos segundos
más, le digo:
—¿Saben lo del club? ¿Saben lo de mi madre?
—Lo del club sí. Y no les importa, si es eso lo que te preocupa. Mis
padres son personas de mente...abierta. Son muy liberales.—Me aprieta más
la mano y me da un beso fugaz en los labios—Lo de tu madre no se lo he
dicho a nadie. Si quieres contarlo tú, adelante, pero yo no diré nada. De
todas formas eso no influye para nada en nuestra relación ni en tu trato con
mi familia o ellos contigo. Te van a querer de todas formas.—Me acaricia el
óvalo de la cara y noto que me contempla con veneración—Casi me siento
orgulloso porque mis padres y mi hermana pueden convertirse en la familia
que nunca has tenido y estoy seguro de que con nosotros vas a ser muy
feliz.
Sonrió algo más tranquila y Patrick me besa en de nuevo.
—Haré que estos días sean inolvidables, chéri.
Nada más bajar del avión nos encontramos con una alocada Sophie
que me estrecha entre sus brazos con la alegría inundando su esbelto
cuerpo.
—¡Qué ganas tenía de verte, Eva! Estoy muy contenta de que por fin
hayas podido venir.—dice cuando deja de abrazarme—Tengo muchísimos
planes para estos días. Te voy a llevar a un montón de sitios y....
—Sophie, ¿te olvidas de que Eva está conmigo? ¿Nos vamos a pelear
por su tiempo?—la interrumpe Patrick—Te recuerdo que yo también tengo
planes con ella y no pienso volver a Madrid sin haberlos cumplido todos.
Sophie pone mala cara y mirándome, dice:
—A mi querido hermanito no le gusta compartir. ¡Uf! No te imaginas
lo egoísta que es a veces.
—No te quejes, Sophie—Comienza a hablar Patrick mientras
caminamos hacia un impresionante Aston Martin—que siempre te doy
todos los caprichos, pero esta vez no va a ser así. Quiero a Eva solo para mí.
Ella lo mira enfadada y yo me siento como el juguete por el que se
pelean los dos hermanos. Eso no me gusta.
Intentando arreglar la situación, les digo:
—¿Qué os parece si hacemos un trato?
Los dos me miran expectantes. Yo continúo.
—Voy a pasar aquí cuatro días y me gustaría, además de conocer a
vuestra familia y amigos, hacer algo de turismo, compras y conocer la
noche parisina.—Patrick pone mala cara cuando digo esto último pero lo
ignoro—Lo que podemos hacer es lo siguiente: una tarde me voy con
Sophie de compras y una noche a cenar y de fiesta. El resto de los días
estaré con Patrick.
—¡Me parece buena idea!—exclama Sophie sonriendo mientras nos
metemos en el coche.
—A mí no.—contesta Patrick serio.
—¡Vamos Patrick! No seas aguafiestas.—Se queja Sophie desde el
asiento trasero. Me giro hacia ella y veo que está haciendo un mohín con los
labios—¡Solo será una tarde y una noche!
Me vuelvo hacia delante y observo a Patrick esperando su explicación.
Su rostro está tenso y me aprieta la mano con fuerza. Casi me hace daño.
Tras unos segundos, me suelta y arranca el coche.
—Paso la tarde de compras y la cena.—cede por fin—Pero que la
lleves por ahí de pubs, no. Eso no.
—¿Por qué no? Sólo iremos a bailar y tomar una copa.—responde
Sophie—Prometo no emborracharla.—Termina riéndose.
—Sophie, llevar a Eva a bailar es como poner un caramelo en la puerta
de un colegio.—explica Patrick a su hermana mirándome a mí de reojo—
En menos de dos minutos tendrá a varios babosos alrededor.
La tensión de su mandíbula me confirma que no va a dejarme salir de
noche. Intento pensar en otra solución para tener contentos a los dos
hermanos.
—¡¡Aggg!!¡No seas celoso, por favor!—responde Sophie hastiada.
—¿Y si no bailo?—pregunto esperanzada—Sólo tomar una copa y a
casa.
Patrick agarra más fuerte el volante y los nudillos se le ponen blancos
por la tensión. Entre dientes me contesta:
—Lo hablaremos en casa. A solas.
Me giro hacia Sophie, que recostada en el asiento trasero, mira por la
ventanilla mientras entramos en París.
Avanzamos por los Campos Elíseos hacia el Sena y desde allí nos
dirigimos a la orilla izquierda del río donde se encuentra el barrio de Sant
Germain des Pres, donde viven Sophie y Patrick. Desde el coche observo
maravillada la ciudad. Sus grandes avenidas y la silueta de la Torre Eiffel.
Los barcos de turistas paseando por el Sena. Llegamos al Museo D'Orsay y
unos metros más adelante Patrick gira para meterse en una calle y poco
después detiene el coche frente a un edificio precioso. Ahí es donde vive
Sophie. Tras prometerle que la llamaré en cuanto Patrick y yo acordemos
cuando me dejara libre para ir con ella, se despide.
Patrick conduce unos minutos en silencio hasta que llegamos la Place
Dauphine, donde vive él. Nada más bajar del coche me agarra por la cintura
y me besa con ternura.
—Bienvenida a París, chéri.—susurra.
Después de enseñarme su piso con vistas a la Torre Eiffel, abre una
botella de Perrier Jouët y tras servir el champán en dos copas me entrega
una para brindar porque mi estancia en la ciudad sea maravillosa.
—Bueno, eso dependerá de ti.—ronroneo melosa abrazándole.
—Pues tendré que empezar ya.—contesta mientras acaricia con su
pulgar mis labios y después acerca su boca a la mía para besarme.
Al sentir su contacto la sangre en mis venas comienza a correr
enloquecida. Mis manos recorren su espalda, sus anchos hombros, sus
fuertes brazos. Mi corazón late acelerado. Patrick juega con mi lengua.
Succiona mi labio inferior. Lo mordisquea. Me acaricia el pelo y lentamente
recorre mi cuerpo hasta llegar a mi trasero. Ronronea contra mis labios.
—Me encanta este culito español.—Me lo aprieta fuerte con las dos
manos—Sobre todo porque es mío. Sólo mío.
—Eres un poco posesivo, ¿no crees?—pregunto riéndome.
—Con una mujer tan bella como tú, sí. Mucho. Por eso—dice mientras
me coge en brazos y comienza a caminar en dirección a su dormitorio—no
te voy a dejar salir de mi cama en muuuuucho tiempo.
Yo suelto una carcajada.
—No me digas que mi primer día en París lo voy a pasar en la cama.—
le contesto sin dejar de reír—¡Ni que estuviera enferma! Y además, ¿no
tenemos que ir a casa de tus padres?
—Cenaremos con ellos. También estará Sophie. Pero ahora, tú y yo
vamos a estrenar mi nueva cama.—Me lanza una sugerente mirada.
Ante mi cara de interrogación, explica:
—La otra estaba muy....usada. Así que cuando vine a ver a mis padres
por última vez decidí cambiarla. Ya tenía planeado traerte a París y no
quería que tú durmieras en ella.—Su voz tiene un ligero toque de disculpa.
—Gracias. Es muy considerado de tu parte.—respondo esbozando una
sonrisa.
A saber a cuantas mujeres habrá traído aquí, pienso, y siento un
extraño dolor que me oprime el corazón. Los celos comienzan a atacarme.
Pero Patrick me vuelve a besar, consiguiendo que mis inseguridades
desaparezcan.
Me tumba sobre la inmensa cama de sábanas azul celeste y mientras
riega mi cuerpo de besos, me va desnudando poco a poco. Cuando termina
se quita rápido su ropa y se tumba sobre mí. Mete una rodilla entre mis
piernas y me las separa mientras vuelve a devorarme los labios con pasión.
Mi pulso se acelera más todavía y mi sexo palpita pidiendo unirse con el
suyo. Estoy muy húmeda. Las neuronas en mi cerebro comienzan a
fundirse. Le echo los brazos al cuello y lo acaricio absorbiendo en las
palmas de mis manos toda la calidez de su piel.
Patrick pasea sus labios por mi mandíbula, bajando hasta mi cuello.
Viaja por el valle de mis senos hasta que se posa sobre uno de mis pezones
y me pasa la lengua varias veces por él, endureciéndolo. Se lo mete en la
boca y lo chupa. Lo succiona y tira de él. Es una sensación deliciosa.
Arqueo la espalda y gimo por el placer que me produce.
—Adoro tu olor... El sabor de tu piel...—murmura Patrick contra mi
pecho.
Me coge las manos y, entrelazándolas con las suyas, me las coloca por
encima de mi cabeza. Comienza a moverse entre mis piernas hasta que noto
que, poco a poco, se introduce dentro de mí. Siento la aterciopelada piel de
su duro miembro rozando contra las paredes de mi mojado sexo y comienzo
a jadear. Pero me doy cuenta de que no se ha puesto protección.
—Patrick... Para. No llevas nada.
—¿Y?—responde mientras sigue bombeando dentro de mí con un
ritmo lento y sensual.
—No quiero correr riesgos.—Le pido mirándolo a los ojos.
—No te preocupes, chéri. Saldré a tiempo.—contesta y me da un dulce
beso en los labios.
Continúa moviendo sus caderas. El roce de su piel contra la mía es
electrizante. Maravilloso. Me está volviendo loca. Sentirlo así...sin nada
entre nosotros... Me excita mucho. Pero sigo teniendo miedo de que me
deje embarazada. Él nota que no estoy al cien por cien aquí, que mi mente
está en otra parte. Me mira a los ojos con todo el amor que siente por mí
reflejado en ellos.
—Tranquila, chéri. No va a pasarte nada. Te voy a cuidar, voy a
hacerte feliz. Es lo único que quiero. Hacerte feliz.
De nuevo me besa recorriendo mi boca al tiempo que sigue saliendo y
entrando dentro de mí. Con cada movimiento aprieta mis manos
entrelazadas en las suyas. Me hace el amor despacio, algo inusual en
nosotros, pero él sabe que estoy preocupada y que intento tener controlada
la situación. El calor empieza a inundarme poco a poco. Se extiende por mi
cuerpo, centrándose en mi sexo.
Patrick jadea. Su piel está cubierta de sudor. No deja de mirarme a los
ojos, tranquilizándome con su azul mirada. Cuando llego a mi clímax, él se
retira con rapidez y poniendo su pene sobre mi vientre, se corre
diciéndome:
—Tienes que confiar....más....en mí...
Se desploma a mi lado en la cama.
Pasados unos minutos apoya su cabeza en una mano. Me mira
intensamente antes de hablar.
—No lo has disfrutado. Lo sé. Aunque has tenido un orgasmo, no ha
sido igual que las otras veces. Tu cabeza....—Me toca con los nudillos en la
frente—No tienes que temer un embarazo. Ya te lo dije la otra vez. Si eso
ocurre, me ocupare de ti y del niño. Nos casaremos.
Me muerdo el labio y suspiro. Patrick se levanta de la cama y vuelve
con un pañuelo para limpiar el semen que continúa sobre mi pubis.
—No quiero que te cases conmigo por obligación.—suelto preocupada
—Ni siquiera quiero que nos casemos. Me parece increíble que hablemos
de esto cuando solo hace dos meses que nos conocemos. Todo va...muy
rápido.—suspiro y lo miro a los ojos—A veces me asusta. Cuando me
hablas de matrimonio...¡Uf!
—Sólo quiero que sepas que no voy a salir corriendo—Comienza a
decirme mientras me acaricia con un dedo las cejas sin dejar de mirarme—
En caso de que suceda....eso. No te voy a abandonar como le hicieron a tu
madre. ¿Y sabes por qué, chéri? Porque te quiero. Y eso nunca va a
cambiar.
Se acerca a mi cara y me besa la frente. Continúa con pequeños besos
en mis cejas, el puente de mi nariz y llega hasta mis labios. Recorre el
contorno de mi mandíbula y cuando alcanza el lóbulo de mi oreja, lo coge
entre sus dientes y da un suave tirón que me hace reír.
—Tienes que confiar en mí. Me duele que no lo hagas.—Su mirada es
triste al confesarme esto.
—Lo siento. Yo...—Me disculpo, pero en ese momento suena su
teléfono.
Patrick se levanta de la cama para ir a cogerlo y al ver la pantalla
maldice entre dientes. Corta la llamada y vuelve conmigo. Pero quien sea
que llama, insiste. Patrick lo ignora las tres primeras veces. El continúa
besándome. A la cuarta vez, se levanta enfadado y apaga el móvil. Cuando
regresa junto a mí, le pregunto:
—Es Valerie la que te llama, ¿verdad?—Su rostro se tensa al oírme.
No contesta. Yo continúo—Puedes cogerlo. Esperaré fuera.
Comienzo a levantarme, pero él me detiene agarrándome del brazo.
—No te vayas.—suplica—No quiero hablar con ella, pero hay algo
que debo solucionar y no puedo dejarlo por más tiempo. Te preguntarás
quien es y qué significa para mí. Nada. Absolutamente nada.—Su mirada es
aún más triste que su voz—Por favor, confía en mí. Te lo contaré todo a su
debido tiempo. Te lo prometo.
—De acuerdo.—contesto sonriendo para tranquilizarlo y le acaricio el
pelo— Voy a ducharme mientras hablas con ella.
Le doy un beso en los labios y me meto en la ducha.
Cuando salgo del baño Patrick no está en la habitación. Me visto con
una falda roja que me llega hasta medio muslo y una camiseta blanca con
un gran corazón en el centro y le busco por el gran piso. Recorro las
habitaciones vacías y el sonido de su voz, enfadada, me lleva hasta un
pequeño estudio donde lo veo sentado tras una mesa con unos papeles
desparramados sobre ella. Es una especie de despacho. El suelo y las
paredes están recubiertos de madera oscura. Al fondo, un gran ventanal deja
ver la Torre Eiffel. En una de las paredes hay enmarcados varios títulos
universitarios. Alucino al ver que Patrick estudió más de una carrera.
Administración y Dirección de Empresas. Publicidad y Marketing.
Me quedo quieta ocupando el espacio de la puerta y le oigo hablar con
un hombre. Levanta la mirada y se encuentra con la mía. Se despide y
cuelga el teléfono. Echo otro vistazo por la habitación. Pesadas cortinas de
terciopelo granate hacen juego con dos pequeños sillones que hay frente al
escritorio de madera. Sobre él, un par de portarretratos en los que no puedo
ver las fotos porque están girados hacia la parte en la que se encuentra
Patrick sentado.
Quiero preguntarle por Valerie pero no lo hago. Ha dicho que confíe en
él y a su debido tiempo me lo contará.
—Pareces enfadado.—comento.
—Ven. Acércate.—Me indica su regazo para que me siente encima y
yo lo hago—Necesito tenerte un momento entre mis brazos. Tú me das
fuerzas para continuar con todo esto.—Me abraza y entierra la cara en mi
cuello.
Siento su respiración sobre mi piel. Me produce un dulce cosquilleo.
Continuamos unos minutos así en silencio.
—¿Qué planes tienes para esta tarde?—pregunto tras esos momentos
que me han parecido eternos.
—Primero iremos a comer. Después te enseñaré la ciudad.—responde
levantándome de sus piernas.
—¿Cuándo podré ir con Sophie?
—Tienes muchas ganas de librarte de mí, ¿no?—Suena molesto.
—Sólo intento que los dos estéis contentos.—respondo mientras
caminamos por el pasillo en dirección a la puerta del ático.
—Eva—dice cogiéndome del codo y haciéndome girar para quedar
frente a él— Estos días son para ti. Preocúpate solo de ti. De disfrutar de tu
estancia aquí y de tener bellos recuerdos de nosotros dos aquí. En la ciudad
de la luz y del amor.—Coge mi cara entre sus manos y me da un beso lleno
de cariño.
Me agarro a sus muñecas unos instantes y después recorro con mis
manos sus brazos, bajando por los costados de su cuerpo hasta sus caderas.
Lo agarro del culo y lo acerco más a mí. Siento su erección a través de la
ropa. Le acaricio por encima del pantalón notando que se endurece aún
más por mi contacto. Patrick ahoga un gemido en mi boca. Me mordisquea
el labio inferior mientras le bajo el pantalón y el slip. Se separa de mí y veo
su mirada lasciva.
—Voy a tener mi primer recuerdo bonito de París.—digo con una
sonrisa mientras me agacho para quedar frente a su miembro, duro como
una piedra.
Lo cojo con una mano y acerco la punta rosada a mis labios. Saco la
lengua y recorro la suave corona antes de meterla en mi boca y succionar
con fuerza. Patrick deja salir el aire de sus pulmones con un jadeo.
Comienzo a subir y bajar con mi mano por su largo pene mientras me lo
meto en la boca más hacia el fondo. Puedo sentir en mi lengua todas las
venas que recorren su viril falo. Lo cojo con ambas manos de las caderas
para enterrarle más en mi cavidad bucal y succiono con más fuerza que
antes. Patrick posa sus manos sobre las mías, apretándome, animándome a
seguir. Recorre mis brazos hasta llegar a mis hombros.
—Oh, chéri... Qué bien lo haces... Sigue...—gime al tiempo que yo
sigo con la felación.—Estoy a punto de....
Emite un largo gruñido antes de proseguir.
—Si no quieres que.... Ohhh... Tendrás que sacarla... No aguantaré
mucho más…
Muevo la cabeza a un lado y otro para negarme y continúo chupando
más ávidamente. Él sigue con las manos enredadas en mi pelo y cuando
siento el primer chorro de semen en mi lengua, grita:
—¡Eva!
Me trago toda su espesa y caliente esencia. Succiono hasta que no
queda ni una sola gota en su miembro. Lo miro a los ojos mientras me
separo de su cuerpo, limpiándome los chorros que caen por mi barbilla y
me pongo en pie.
Patrick se apoya con dificultad en la puerta, jadeante. Tiene los ojos
cerrados y una maravillosa sonrisa en la cara.
—Realmente te gusta llevarme la contraria.—dice con la respiración
todavía agitada.
—¿Por qué lo dices?
—Porque te he dicho que pensaras sólo en ti y no lo has hecho.—
contesta mientras me pasa el pulgar por los labios.
—Tu placer también es el mío.—replico dándolo un pequeño beso en
su dedo.
Se acerca a mi boca y me besa. Le subo los pantalones y cuando
nuestros labios se separan, Patrick me dice rozando su nariz contra la mía:
—Te quiero.
—Yo también.—respondo y pregunto de nuevo—Entonces, ¿cuándo
podré irme con tu hermana? Es otro recuerdo que quiero tener.
—¿Acabas de chupármela para conseguir que te deje salir de fiesta con
ella?—Quiere saber molesto.
—¿Qué? ¡No!¿Cómo puedes pensar eso? Sabes que yo no uso el sexo
para conseguir mis propósitos. No soy así.
—Perdóname, cariño, es sólo que...—suspira—Olvídalo.
—¿Valerie hacía eso?—pregunto irritada al darme cuenta de lo que
Patrick ha estado a punto de decirme—Yo no soy Valerie. No sé qué te
habrá pasado con ella, pero yo no soy ella.
Que me compare con su exnovia me sienta fatal. Por el mal gesto de
mi cara, Patrick se da cuenta de lo que me pasa.
—Tienes razón. Tú no eres ella. Ni tus intenciones son las de ella.—
Me abraza con fuerza— Lo siento.
Tras un par de minutos en silencio, me besa en la frente y me dice:
—Vamos. Tengo reservada mesa y no quiero llegar tarde.
Me coge de la mano y salimos de su piso. Mientras bajamos en el
ascensor, continúa hablando.
—Mañana por la mañana tengo que ir a ver a mi abogado, que es con
quien estaba hablando antes. Puedes aprovechar para ir de compras con
Sophie.—Comienza a reírse—Aunque ella nunca se levanta antes de las
once. No le gusta madrugar.
—¡Madre mía! Y yo que me levanto todos los días a las siete.... No
tiene trabajo, entonces. ¿Y cómo pasa el día? ¿No se aburre sin hacer nada?
—No lo sé. Supongo que no.—contesta Patrick con una sonrisa
encogiéndose de hombros—Dedica todo su tiempo a su imagen personal y
la de sus amigas. Siempre está aconsejándolas sobre modelitos y accesorios.
Cuando llegamos a La Brasserie Lip, el restaurante donde Patrick a
reservado mesa para comer, cerca de su domicilio en el barrio de Saint
Germain, su móvil vuelve a sonar. Al tiempo que él mira la pantalla, lo
hago yo también y veo quien es. Valerie. Estoy empezando a cansarme de la
insistencia de esa mujer. Patrick corta la llamada y apaga el móvil. Supongo
que no quiere que nos moleste más. Al menos hoy.
Parados debajo de uno de los toldos rojos del restaurante, Patrick me
explica que este es el mejor lugar para degustar lo mejor de la cocina
parisina. Nada más entrar, el dueño saluda de manera efusiva a Patrick.
—Eva, te presento a mi amigo Paul.—dice con una gran sonrisa—
Paul, ella es Eva. Mi novia.
Paul me coge la mano y se la lleva a los labios para besarme en el
dorso mientras me sonríe y dice que está feliz por conocerme, ya que
Patrick le ha hablado mucho de mí.
Nos acompaña a nuestra mesa y al poco rato nos sirven la comida.
Patrick me explica en qué consiste cada plato. El Potau Feu, carne de buey
con verduras, está delicioso. La carne es tan tierna que se me deshace en la
boca. Un par de platos después, nos sirven el postre: crepés con nata y
sirope de fresa. Exquisito.
Cuando terminamos de comer paseamos por el boulevard agarrados de
la mano como dos enamorados, de hecho eso es lo que sentimos ambos, y al
llegar a una chocolatería me quedo admirada al ver el escaparate. Hay
muchas figuras de chocolate decorándolo y la boca se me hace agua, a pesar
de que terminamos de comer. Patrick me anima a entrar y comprar lo que
más me guste.
—La verdad es que no sé cuál elegir.—comento fascinada por la gran
cantidad de figuritas que hay—Y además están todas tan bien hechas que
me da pena comérmelas.
—En ese caso, lo mejor será comprar unos bombones.—contesta él
sonriendo.
Salimos de la chocolatería con la caja de bombones abierta. No puedo
resistir la tentación y ya me he comido dos. Patrick está feliz. Se nota en las
miradas llenas de amor que me dirige. Cojo un bombón y se lo meto en la
boca. Él hace lo mismo conmigo. La gente que pasa por nuestro lado en la
calle nos mira sonriendo. Disfrutando de nuestras muestras de cariño.
Patrick me coge la barbilla con una mano y acercándose a mi boca pasea su
lengua por mis labios.
—Tenías un poco de chocolate aquí.—susurra cuando termina pero
con su boca aún pegada a la mía.
—Vaya excusa más mala que te has inventado para poder besarme.—
contesto riéndome y colgándome de su cuello, le devoro la boca con pasión
—¿Ves? Yo no necesito ninguna.
—Eres maravillosa.—susurra rozándome de nuevo los labios con la
punta de su húmeda lengua.
—Mmmm. Te quiero, Patrick.
Capítulo 15

Paseamos por los preciosos Jardines de Luxemburgo admirando su


palacio y contemplando a la cantidad de personas que, aprovechando la
buena tarde que hace, descansan sentadas en la verde hierba. Después nos
dirigimos hacia la Îlle de la Cité para ver Notre Dame. Tras recorrerla por
dentro y por fuera y hacernos unas cuantas fotos volvemos al piso de
Patrick para cambiarnos de ropa e ir a cenar con sus padres.
Vince y Natalie, los padres de Patrick, viven en un maravilloso
château a las afueras de París rodeados de naturaleza y con un gran lago
muy cerca del palacete. Según avanzamos con el Aston Martin por el
camino de grava observo todo con curiosidad. Estoy impresionada por la
majestuosidad del lugar. Es una especie de castillo de piedra gris con los
tejados del mismo tono. Me recuerda al Museo de Lovre. En la puerta nos
espera un matrimonio de mediana edad, que resultan ser sus padres, junto al
personal del servicio doméstico. Me sorprendo al ver lo jóvenes que son los
padres de Patrick. Se lo comento y él me cuenta que se casaron muy
jóvenes y al poco tiempo nacieron él y Sophie.
Cuando bajamos del coche Natalie se acerca a mí con los brazos
abiertos y una espléndida sonrisa en su rostro. Lleva su pelo rubio recogido
en un sencillo moño. Tiene los mismos ojos azules de sus hijos. Vince es
castaño, con vetas doradas y ojos verdes.
Vaya, pienso, no me extraña que Patrick y Sophie sean tan atractivos.
Sus padres son muy guapos.
Natalie me abraza con cariño mientras me besa en una mejilla. Vince a
su lado, le da un apretón de manos a su hijo y le palmea el hombro.
—Estoy muy contenta de conocerte por fin, Eva.—dice Natalie
mientras se cuelga de mi brazo y me conduce al interior del palacio.
Detrás de nosotros caminan los dos hombres y oigo como Vince le
dice a Patrick que soy una joven muy hermosa y que se alegra de verlo tan
feliz después de lo de Valerie. Al oír este nombre agudizo el oído y capto
algunos retazos de la conversación. Hablan sobre abogados y el ducado. No
entiendo nada. ¿Es que la familia de Patrick posee algún título nobiliario?
Cuando me quede a solas con él, se lo preguntaré.
Al entrar en el château me quedo asombrada. Una gran escalinata de
mármol conduce a la parte superior del palacete y del techo cuelga una
enorme lámpara de araña. Es como si me hubiese metido de lleno en el
escenario de una película basada en la monarquía francesa de Luis XIV.
Dos grandes estatuas de diosas griegas presiden la escalera y al final de ella
veo un enorme cuadro de un señor que se parece muchísimo al padre de
Patrick y a él mismo.
En el rellano donde estamos sale hacia la derecha un corredor con las
paredes forradas de madera y en ellas más cuadros de los antepasados
familiares. Avanzamos por él mientras contemplo boquiabierta todo a mí
alrededor.
Natalie me hace pasar a una gran biblioteca repleta de libros, con
varios sillones recubiertos de terciopelo verde y una chimenea al fondo.
Nos sentamos en uno de los sofás mientras los hombres se sirven dos copas
en un mini bar que hay situado en la otra esquina. Después se acercan a la
chimenea y siguen conversando sobre cosas de la empresa.
—¿Vivís aquí todo el año?—pregunto a Natalie admirando los miles
de libros que tienen allí.
—Sí, querida. A veces vamos a París, por dos o tres días, pero
preferimos la tranquilidad del château.—contesta ella con su dulce voz
afrancesada.
—Esto es.... Impresionante.—alabo con una tímida sonrisa—Pero en
un lugar tan grande, ¿no os sentís solos?
Natalie suspira antes de contestar. Cuando lo hace, me deja totalmente
confundida.
—Esperábamos que Patrick nos llenase esto de niños, pero al final...—
Sonríe con tristeza—Casi es mejor así. Cuando hay niños las cosas son más
complicadas.
¿De qué está hablando?, me pregunto. Cada vez estoy más intrigada
por el pasado de Patrick. Mientras su madre me cuenta la historia del
palacio, que escucho con atención, llega Sophie. Tan alegre y risueña como
siempre se abalanza sobre sus padres llenándoles de besos. Patrick se acerca
a mí y me tiende la mano.
—Ven. Demos un paseo por el jardín.
Salimos al exterior y me agarra de la cintura mientras caminamos.
—¿Qué tal estás? ¿Todo bien?—pregunta preocupado.
—Estoy algo nerviosa todavía. Pero se me pasará. Tus padres parecen
tan...cariñosos.—suspiro y apoyo la cabeza en su hombro mientras
seguimos paseando—Me da un poco de envidia ver la estupenda relación
que tenéis. El amor con el que os miran a ti y a Sophie. Yo nunca viví eso
con mi madre....
Patrick me abraza con más fuerza y hace que me detenga para
besarme.
—Todo ese cariño también lo vas a recibir tú. Ya lo verás. Mis padres
te van a querer como a una hija. Aquí tendrás un hogar.
Los ojos se me llenan de lágrimas y parpadeo varias veces para
impedir que salgan. Apoyo de nuevo la cabeza en el pecho de Patrick y
siento el latido de su corazón.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Por supuesto. Dime que te preocupa.—susurra contra mi pelo.
—Bueno, no es una preocupación. Es curiosidad. Antes he oído algo
sobre un ducado. ¿A qué se refería tu padre?
Levanto la cara para mirarlo mientras él me responde.
—Mis padres son los Duques de Guyenne. El título pasa de padres a
hijos. Por lo tanto, algún día yo seré también Duque.—Agita una mano en
el aire como si estuviera restando importancia a ese hecho.
Me quedo sin palabras. Boquiabierta. Ante mi sorpresa, Patrick
comienza a reírse.
—¿Impresionada?—pregunta.
Asiento como una boba. Sigo sin saber qué decir. Continuamos el
paseo y nos adentramos en un laberinto de setos mientras Patrick me cuenta
anécdotas de su infancia en el palacio.
Poco después oímos la voz de Sophie que nos llama. La cena está lista.
Regresamos al château y me noto más tensa que antes. ¡Estoy cenando con
una familia de duques! No me lo puedo creer. ¿Pero qué pinto yo aquí? No
pertenezco a este mundo. No sé cómo comportarme. Mi garganta se cierra y
no consigo pronunciar más que monosílabos. Los dos hermanos se dan
cuenta de mi mutismo e intercambian una mirada significativa. Todos hacen
lo posible por integrarme en la conversación pero mi mente está bloqueada
por los nervios.
Acabada la cena pasamos a una salita pequeña con un sofá, dos
sillones y una mesita de centro. El servicio acude de inmediato con una
bandeja con varios licores que deposita en la mesa. Patrick se sienta a mi
lado y me susurra:
—¿Aún sigues nerviosa?
—¿Por qué no me dijiste lo del título? Yo...no sé comportarme en
sociedad, no sé... No debería estar aquí. Este no es mi lugar.
—No digas tonterías, Eva. Todo lo que estás pensando sobre clases
sociales y demás ya no sirve.—responde él para tranquilizarme—¿No se
casó vuestro Rey cuando era príncipe con una periodista? ¿Por qué no voy a
poder estar yo con quien quiera? A mí no me importa si eres alguien del
pueblo o de la aristocracia. Lo importante es el corazón de las personas. Y a
mí me gusta el tuyo. Quiero el tuyo.
—Pero...yo no puedo estar con vosotros. No tengo la educación
necesaria para relacionarme con gente de alta alcurnia y seguro que haré o
diré algo que te avergüence. ¿Por qué no te has buscado una chica de tu
entorno social? ¿Qué haces conmigo?—insisto.
—Como sigas pensando esas cosas me voy a enfadar mucho. Creo que
eres perfecta para mí.—Se inclina sobre mis labios y me besa—Deja de
usar esa cabecita tuya y no le des más vueltas. Te quiero y tú me quieres.
Eso es lo único que importa.
Sophie se acerca a nosotros. Le pregunta a Patrick cuándo va a
liberarme y tras quedar con ella para la mañana siguiente nos despedimos
de todos y regresamos a París.
Nada más entrar en el ático de la Place Dauphine, Patrick comienza a
desnudarse. Va dejando un rastro de ropa por todo el piso mientras me mira
por encima del hombro sonriente. En sus ojos hay deseo, pasión, lujuria. Lo
sigo hasta la habitación y cuando llegamos pone música. Es una canción
francesa que no conozco pero la letra es preciosa. Habla de un amor tan
fuerte que vence todas las barreras y sus protagonistas al fin consiguen estar
juntos.
Se detiene frente a mi completamente desnudo. Me recorre con la
mirada y mi sexo se contrae por el deseo que veo en sus ojos. Estoy húmeda
y eso que todavía no me ha tocado. Comienza a desabrocharme la camisa
con lentitud y cada roce de sus dedos sobre mi piel me hace arder. Admiro
sus pectorales y sus bíceps, fuertes, masculinos. La tableta de su vientre. Su
miembro ya erecto apuntando hacia mí. Me pican los dedos por la
necesidad y el anhelo de tocarle. Levanto la mirada hasta encontrarme con
sus ojos que destellan deseo mientras él desliza la camisa desde mis
hombros a mis brazos para al final dejarla caer al suelo. Mi corazón late
deprisa y la sangre en mis venas corre enloquecida.
Patrick se queda embelesado unos segundos mirándome a los ojos.
Después baja su mirada hasta posarla en mis pechos y me acaricia por
encima del sujetador. Los pezones se me endurecen al instante y soy
incapaz de reprimir un gemido tembloroso.
—Por favor...—suplico en un murmullo.
—Por favor, ¿qué?—Quiere saber él.
—No me tortures así. Es desesperante lo despacio que vas.
Sonríe con malicia. Me agarra de la cintura y me aprieta contra su
cuerpo. Baja las copas del sujetador y continúa acariciándome un momento
más para después inclinarse y posar su boca sobre mi sensible pezón. Me
lame, me chupa y tira de él con sus blancos y perfectos dientes. Me aferro a
sus hombros y echo la cabeza hacia atrás, arqueando mi espalda para
meterle más el seno en su húmeda boca. Él se deleita en ellos mientras yo
emito pequeños gemidos de placer. Cuando ha terminado con los dos, se
incorpora y veo un brillo travieso en sus ojos. Me coge el sujetador por la
parte central. Se lo que va a hacer y lo detengo.
—No me rompas la ropa, Patrick.—Le advierto con el pulso
latiéndome en las sienes con fuerza.
—¿No te vas mañana de compras?—Sonríe como un niño travieso.
—Por favor...No.
Suspira y suelta el sujetador.
—Está bien.—cede poniendo los ojos en blanco.
Lleva sus manos a mi espalda y me lo desabrocha con pericia. Lo
lanza al suelo junto con la camisa. Se separa unos centímetros de mí y
susurra con la vista clavada en mis senos:
—Hermosos. Realmente hermosos.
La manera en que lo dice hace que me sonroje. ¿A estas alturas y me
pongo nerviosa con él como si fuera mi primera vez con un hombre? Sonrío
mientras Patrick se acerca de nuevo a mí para besarme en los labios. Rodea
mi cuerpo y se sitúa a mi espalda. Me baja la cremallera de la falda y la baja
junto con el tanga formando un remolino de ropa a mis pies. Cada vez estoy
más nerviosa y excitada. Siento que mi sexo está muy húmedo. Anegado.
Patrick me da una mano para ayudarme a salir del revoltijo de ropa que
hay en el suelo. Se agacha para quitarme los zapatos.
—Las medias te las voy a dejar puestas, chéri. Me excitan tanto....
Me dice con la voz ronca por el deseo que lo consume. En sus ojos
puedo ver el fuego que arde en su interior. Con su azul mirada ya me está
haciendo el amor. Me estremezco. Necesito sentirlo dentro de mí ya.
Se incorpora y tras admirar mi cuerpo durante un minuto, que a mí se
me hace eterno, me coge en brazos y me lleva hasta la cama dejándome en
ella con delicadeza. En ningún momento aparta su mirada de la mía. Se
cierne sobre mí y de nuevo comienza a besarme en la boca para después
recorrer todo mi cuerpo con sus labios. Creo que no deja ni un solo
centímetro de mi caliente piel sin ser atendido por ellos. Me acaricia las
piernas y el tacto de sus manos sobre las medias es tan delicioso....
Se mete entre mis muslos mientras yo me abandono al placer de sus
caricias tumbada en la cama y posa su boca sobre mi sexo. Con largos y
fuertes lametones en mi empapada hendidura me hace jadear. Me retuerzo
sudorosa sobre las sábanas azules. Su lengua presiona varias veces mi
clítoris y noto cómo poco a poco me introduce un dedo al que enseguida se
le une otro más. Me besa el interior de los muslos mientras me hace el amor
con los dedos y después vuelve a centrar su atención en mi hinchado botón.
—Patrick... Más...
Consigo decir con la respiración entrecortada y el pulso a mil. La
sangre comienza a agolparse en mi entrepierna y un delicioso cosquilleo se
va apoderando de mí.
—Vamos, chéri... Siéntelo... Disfrútalo...
Me succiona con fuerza el clítoris y yo dejo escapar el aire de mis
pulmones con un grito agónico. Siento que a los dos dedos que entran y
salen de mí con un ritmo vertiginoso se le une un tercero y la fricción es
muy placentera. Patrick continúa con su hábil boca comiéndome hasta que
consigue llevarme al éxtasis y por fin exploto gritando su nombre.
Me cubre con todo su cuerpo y me da un beso en los labios con el que
siento en mi boca el sabor de mi orgasmo. Me acaricia el pelo revuelto y se
separa un poco para contemplarme mientras yo trato de recuperar el ritmo
normal de mi corazón que ha estado a punto de colapsarse por su culpa. Su
mirada está llena de amor.
—Te adoro, Eva. Te amo como nunca creí que podría amar a nadie.
Capítulo 16

Durante la noche Patrick me despierta varias veces para hacerme el


amor. Parece que no se cansa de mí. Que no tiene suficiente nunca. Al
despuntar el día estoy tan agotada que dudo mucho de que pueda irme de
compras con Sophie. Siento como Patrick me besa con delicadeza en la
frente antes de irse a ver a su abogado.
Duermo unas pocas horas hasta que Sophie llega al ático de Patrick y
me saca de la cama. Qué vergüenza. Me quejaba yo de que ella se levantaba
tarde y ¡mira! Son más de las once de la mañana. Tras meterme en la ducha
y vestirme nos vamos juntas en su flamante Porsche.
La primera parada que hacemos es en la rue Cambon, en la tienda de
Chanel. Sophie compra varios modelitos. Yo ninguno. No puedo
permitírmelo. De allí vamos Louis Viutton donde compra un par de bolsos y
unas gafas de sol. Más tarde continuamos recorriendo el boulevard
Madeleine, entrando y saliendo de varias boutiques todas de firmas de
diseñadores conocidísimos. Sophie va cargada de bolsas y como yo no llevo
ninguna le digo que me de unas cuantas para aligerarla del peso.
—¡Oh, Eva! Tú no has comprado nada. ¿No te vas a llevar ningún
recuerdo de mi ciudad?—pregunta con un toque de tristeza mientras
caminamos por la acera.
—Sophie yo no puedo permitirme nada de lo que venden en estas
tiendas.—contesto con una sonrisa para que vea que no me molesta—Sólo
el vestido que te has comprado en Ives Sant Laurence ya vale mi sueldo de
un mes.
—Tendré que decirle a mi hermano que te suba el sueldo.
—No es necesario.—respondo mientras nos acercamos al Porsche—
Además, ¿para qué me voy a comprar ese tipo de prendas? Mi vida es
sencilla. Yo no voy a actos sociales como vosotros donde se precisa vestir
de etiqueta.
—Bueno... Dentro de poco empezarás a asistir a ellos.—dice
colgándose de mi brazo—Vas a formar parte de nuestra familia así que lo
lógico es que acudas con nosotros a todos los eventos a los que nos inviten.
Me sorprendo al oírla. ¿Yo? ¿Codeándome con la aristocracia? No
puede ser. ¿Dónde está la cámara oculta? Sacudo la cabeza pensando que es
una locura. Pero por otro lado, me gusta saber que piensan en un futuro
conmigo formando parte de su mundo. De su familia. Recuerdo las palabras
de Patrick. Mi familia será la tuya. Esa que nunca has tenido. Rezo por que
sea así. Sus padres son encantadores y con su hermana me llevo muy bien.
Casi tengo miedo de que todo sea un sueño y me despierte de nuevo sola en
la cruda realidad.
Mi móvil suena y al mirar la pantalla veo que es Susi. Me llama para
contarme lo contentísima que está con su viaje a Roma junto a Jean-Claude.
Está disfrutando mucho. La ciudad la tiene embrujada y Jean-Claude la
trata como una reina. Yo le cuento la cena de anoche con los padres de
Patrick, el impresionante château donde viven y las increíbles boutiques
que estoy viendo con Sophie. Las dos estamos muy ilusionadas con
nuestros respectivos viajes. Tras despedirme de ella, nos metemos en el
coche de Sophie y nos vamos a comer a La Brasserie Lip, el restaurante
donde Patrick me llevó ayer.
Al entrar Paul nos saluda muy amable y nos acompaña hasta una mesa.
Cuando se aleja noto cómo lo mira Sophie. En sus ojos veo el anhelo
mezclado con algo de tristeza. Durante la comida Paul se acerca varias
veces a preguntarnos si todo es de nuestro agrado y cada una de esas veces
a Sophie se le ilumina el rostro con una sonrisa.
—Paul es muy atractivo, ¿no crees Sophie?—pregunto cuando el joven
se ha alejado de nuestra mesa lo suficiente para que no me oiga.
Ella suspira antes de contestarme con un escueto «Sí.»
—Y a ti te gusta mucho.—afirmo.
Se gira hacia mí con rapidez y roja como un tomate me responde:
—¿Tanto se me nota?
—Para alguien observador, sí.—contesto sonriendo mientras me meto
un bocado y lo mastico.
—De todas formas no importa. Nunca podré estar con él.—suspira
derrotada y vuelve a ponerse sus ojos azules sobre el objeto de su deseo.
—¿Por qué? Yo creo que le interesas.
—¿Si? ¿En serio? ¿Tú crees?—pregunta sorprendida devolviendo su
mirada hacia mí..
Asiento y pincho otro trozo de pescado. Me lo llevo a la boca y cuando
he tragado continúo hablando.
—Ayer estuve aquí con Patrick y sólo se acercó una vez a
preguntarnos qué tal la comida. Hoy ha venido tres veces en...—Miro mi
reloj—...treinta minutos. Y cada vez que se ha acercado te ha mirado a ti.
Sólo a ti. Así que créeme cuando te digo que le interesas. Algo hay.
Sophie suspira de nuevo y vuelve a clavar sus ojos en Paul pensativa.
Le recorre con la mirada y veo cómo se muerde el labio en señal de deseo.
Está coladita por este hombre.
—Hace un par de años estuvimos varios meses tonteando pero al
final....—comienza a hablar, pero su voz se va apagando hasta quedarse en
silencio.
Veo cómo remueve la comida de un lado a otro del plato,
desplazándola, mientras continúa sumida en sus pensamientos otra vez.
—¿Al final qué?—La animo a seguir.
Ella se encoge de hombros y baja sus ojos hasta posarlos en la copa de
vino blanco que está tomando. La coge y bebe un pequeño sorbo. Cuando la
deja en su sitio, me mira y me cuenta lo que pasó.
—Un día oí como le decía a un amigo que no le gustaban las chicas sin
oficio ni beneficio como yo.—dice con la voz triste acercándose más a mí
para que nadie pueda oírla a pesar de que casi habla en susurros—Que él
prefería una mujer activa. Que trabajase en algo. No que viviera de la
asignación mensual que le pasaran sus padres como hacen los míos
conmigo. No quería a su lado una mujer florero sin otra cosa que hacer que
ir a fiestas y derrochar el dinero de su familia. Me dolió mucho escuchar
aquello, Eva.—Levanta su vista hacia mis ojos y puedo ver en los suyos lo
herida que está por aquello.
—Y lo dejaste por eso.—confirmo.
Sophie asiente y yo continúo preguntando:
—¿Pero hablaste con él sobre lo que habías oído?
—No.
—¿Por qué?—Vuelvo a preguntar poniendo mi mano sobre la suya y
dándole un cariñoso apretón en ella—A lo mejor no se explicó bien o tu no
entendiste lo que él estaba planteando.
Ella se encoge de hombros. Un camarero pasa por nuestro lado y le
pedimos la cuenta. Cuando se aleja continúo hablándole a Sophie.
—¿Y él no te preguntó el motivo por el que lo dejabas?
—En realidad nunca hablé con él para romper la relación.—contesta
Sophie—Simplemente comencé a poner excusas para no salir con él cada
vez que me llamaba y lo evitaba todo lo posible cuando coincidíamos en
algún sitio. Hasta qué al final supongo que se cansó y dejó de llamarme.
—No me lo puedo creer, Sophie.—exclamo y le suelto la mano—Es...
Tenías que haber hablado con él. Hacer frente a la situación.
Ella permanece en silencio y yo le doy vueltas al asunto.
Tras pagar y despedirnos de Paul, quien le ha dicho a Sophie que lo
llame algún día para quedar, lo que confirma mi teoría de que él está
interesado en ella, salimos del restaurante.
Mientras caminamos hacia el coche comparto con Sophie mis
pensamientos.
—Sé que nunca has trabajado. ¿No te gustaría hacerlo?
—Estudié Económicas en La Sorbona pero en realidad lo que me
apasiona es el mundo de la moda.—Me cuenta ella—No diseñar como hace
mi madre. Me gusta combinar prendas, complementos... Aconsejar a mis
amigas lo que mejor les sienta o lo que creo que se llevará la próxima
temporada. ¿Y sabes qué? Siempre acierto.—dice sonriendo con orgullo.
—Podrías ser personal shopper. ¿Te lo has planteado alguna vez?
Sophie se queda pensando unos minutos. Nos metemos en el Porsche y
ella me contesta ilusionada:
—¡Ay, Eva!¡Eso sería fantástico! ¡Qué idea más buena has tenido! Se
lo comentaré a papá y mamá. Seguro que me apoyan en esto.—En su cara
se nota la alegría que siente en este instante—Podría montar una empresa.
Conozco a muchísima gente que siempre me pide consejo. Actrices,
presentadores de televisión, mis amigas....Tendré un trabajo que me gusta y
que hago bien. ¡Eres genial, Eva!
Se tira en mis brazos y me llena la mejilla de besos.
—Pues cuando tengas ese trabajo que tanto te entusiasma,—digo con
cariño mientras ella deshace su abrazo—ya sabes a quien tienes que venir a
buscar para celebrarlo y demostrarle que no eres una simple niña rica. Que
ahora eres una mujer con ingresos propios.
Sophie se ríe por mi comentario. Se lanza a mi cuello otra vez y vuelve
a besarme.
Poco después me llama Patrick. Quiere que nos reunamos con él en el
obelisco de la Place Vendomê. Cuando llegamos se sorprende al ver que yo
no he comprado nada. Sophie le explica el motivo y él con una llamada de
teléfono lo soluciona. Acaba de abrirme una cuenta en todas las tiendas de
la ciudad. Yo le digo que no es necesario, pero él y Sophie insisten. Me
siento como si estuviera aprovechándome de él y su dinero y esta sensación
no me gusta. Se lo hago saber a Patrick pero me ignora.
Vamos hacia la Torre Eiffel dando un paseo después de haber dejado el
Porsche de Sophie en un parking subterráneo, mezclándonos con los miles
de turistas que deambulan por las calles y los puentes de París. Me quedo
un momento observando los barcos que, cargados de personas que visitan
esta ciudad tan maravillosa, recorren el río Sena. Patrick me abraza por
detrás y posa su cabeza en mi hombro.
—Si quieres podemos cenar en uno de esos barcos mientras paseamos
por el río.—Me susurra al oído.
Sus labios me rozan la mejilla en un rápido beso y su aliento me hace
cosquillas en la nuca cuando se separa de mí. Sophie aprovecha el momento
para hacernos una foto. Con la Torre Eiffel al fondo queda preciosa y es el
reflejo de nuestro amor.
Desde el segundo piso de la Torre la vista de París es espectacular.
Patrick me explica cómo está dividida la ciudad, los diversos distritos que
hay y todos los monumentos que se divisan desde aquí. A nuestros pies por
un lado está el Sena. Por el otro los Jardines de Marte con L'Ecole Militaire
al fondo. El edificio del Louvre es precioso y más allá, recortado sobre el
cielo de París, en una pequeña colina se encuentra el impresionante Sacre
Coeur. Estoy deseando visitarlo. A pesar de que la Torre Eiffel es el
símbolo de la ciudad a mí siempre me ha atraído más esta basílica. Sophie
nos hace infinidad de fotos. Me siento como si estuviera de luna de miel.
—¿Contenta de estar aquí, chéri?—pregunta Patrick abrazándome
mientras hacemos cola en una de las tiendas de souvenirs del primer piso de
la Torre. Con la punta de la nariz me roza el cuello arriba y abajo haciendo
que toda mi piel se caliente por su contacto.
—Mucho.—contesto sin poder dejar de sonreír—Estoy más feliz que
MacGyver cuando le invitaron a Bricomanía.
Patrick suelta una sonora carcajada por mi comentario.
—Me encanta lo divertida que eres. Creo que nunca me he reído tanto
con una mujer.
—Síííí, sobre todo cuando nos conocimos. No hacía más que caerme
cuando tú estabas cerca. Te juro que llegue a pensar que eras gafe y me
traías mala suerte.—contesto riéndome y me vuelvo entre sus brazos para
darle un pequeño beso en la comisura de los labios.
Él me abraza más fuerte, apretándome contra su pecho. Aspiro el olor
de su perfume y como siempre, al entrar en mis fosas nasales y llegar a mi
cerebro, varias neuronas se funden. Rodeados de souvenirs de París me besa
mientras los turistas nos miran y sonríen alegres ante nuestras muestras de
cariño.
Después de comprar varios recuerdos de la ciudad para llevarle a Susi,
Juan y el resto del Addiction y para mis compañeros de la oficina, dejamos
la Torre Eiffel y acompañamos a Sophie a buscar su Porsche y más tarde a
su casa.
Cuando llegamos al ático de Patrick nos cambiamos de ropa y nos
vamos al río para coger uno de los barcos que pasean por el Sena y cenar en
él. Resulta un entorno muy romántico. Patrick entrelaza sus dedos con los
míos y me estrecha con fuerza las manos hasta que nos sirven la cena.
—Daría lo que fuera por saber lo que estás pensando ahora mismo.—
comenta con su voz profunda y sensual mientras degustamos el primer
plato.
—Me siento como la princesa del cuento.—respondo con una gran
sonrisa. Miro a mi alrededor y luego clavo mis ojos negros en los suyos—
Solo que en lugar de estar con un príncipe estoy con un duque. ¿O era un
conde?—Hago un gesto con la mano para quitarle importancia. Me da igual
el título que tenga—Todavía no me lo termino de creer.—confieso bajando
la vista hasta mi plato casi acabado.
Percibo la sonrisa en la voz de Patrick antes de contestarme.
—Pues créetelo, cielo, porque es real. Tan real como que ahora estas
aquí conmigo.
Levanta una de mis manos y acercándosela a los labios, me la besa. Yo
de nuevo lo miro. Contemplo embelesada a este atractivo y sexy hombre.
Patrick continúa unos segundos más así, con mi mano pegada a sus cálidos
y suaves labios y entonces murmura:
—Algún día tú también lo serás. Cuando te conviertas en mi mujer.
—¿Otra vez vas a empezar con eso? ¿Cómo tengo que decirte que no
corras tanto?— pregunto poniendo los ojos en blanco.
Él frunce el ceño.
—Cualquier mujer estaría ansiosa por casarse conmigo, pero tú...—
Sacude la cabeza y me suelta la mano para que continúe comiendo—Tú no.
Y no entiendo por qué. ¿No soy todo lo que siempre has deseado? ¿No
crees que soy tu príncipe azul? Por qué tu si eres mi princesa.
Miles de mariposas revolotean en mi estómago al oírle decir esto y
sobre todo al sentir la intensidad de su mirada.
—Patrick yo lo único que siempre he deseado era encontrar a alguien
que me quisiera y con el que ser feliz.—respondo con sinceridad mirándolo
a los ojos—Todo lo demás es... Prescindible.
—Pues yo vengo con el lote completo, así que tendrás que aceptar lo
que soy, lo que tengo y todo lo que puedo darte.
Se acerca a mí por encima de la mesa para besarme. Sentir el roce de
sus labios sobre los míos hace que comience a excitarme. Me gustaría estar
en un lugar más íntimo para lanzarme sobre él y hacer el amor.
—Si no me queda más remedio... Señor Deveraux.—Le dirijo una
mirada traviesa.
—Mmm. ¿Vuelvo a ser el señor Deveraux?—Sonríe con picardía.
—¿O debería llamarle...Señor Duque?—continúo con mi juego y con
voz melosa añado—Nunca he estado con un duque. ¿Cómo será?
¿Cariñoso? ¿Tierno? ¿Delicado?—Observo como Patrick me mira con
deseo—¿O salvaje, fuerte y rudo?
—Puedo ser como tú quieras que sea.—susurra con voz ronca—Y te lo
voy a demostrar en cuanto bajemos de este barco.
Capítulo 17

Nada más entrar en el piso Patrick me aplasta contra la pared y me


devora los labios con furia. Me quita el abrigo con rapidez mientras a mí el
corazón se me acelera con un ritmo vertiginoso y lo deja caer al suelo.
Después él se deshace de su ropa en un abrir y cerrar de ojos.
Cuando está desnudo me agarra el bajo del vestido y de un tirón me lo
saca por encima de la cabeza. Se queda un instante contemplándome,
comiéndome con su azul mirada que me abrasa, y luego se lanza a mi cuello
recorriéndolo con sus labios. Me coge de las nalgas y me lleva hasta el sofá
con mis piernas enroscadas a su cuerpo desnudo sin dejar de besarme.
Agarrada a su cuello siento todo su calor, que me envuelve y hace que mis
terminaciones nerviosas se estimulen hasta que están a punto de colapsarse.
Se sienta en el sofá conmigo encima, me desabrocha el sujetador y me
acaricia los senos hasta que se me endurecen los pezones. Las yemas de sus
dedos me encienden al pasear por mi pecho y me vuelven loca. Aspiro su
delicioso aroma a perfume. Me envuelve en una ola de sensualidad de la
que no quiero salir nunca.
Baja sus manos hasta las costuras de mi tanga y me lo rompe. Protesto
y se ríe en mi boca. Me coloco mejor sobre su duro miembro y con una sola
y rápida embestida, me lo meto en mi excitado sexo, ahogando un gemido
en sus labios. Hacemos el amor como si fuésemos dos salvajes y cuando
llegamos juntos al orgasmo nos quedamos abrazados sintiendo el latido de
nuestros corazones.
—¡Mierda!—exclamo sentada sobre él cuando recupero mi ritmo
cardíaco normal—Otra vez sin condón. Esto no puede seguir así, Patrick.
Intento bajarme de su regazo pero él no me deja. Se pone de pie con su
miembro aún dentro de mí y me lleva hasta la habitación. Una vez allí es
cuando sale de mí y me deja en la cama. Se tumba de nuevo sobre mí
cubriéndome con su cuerpo caliente.
—Siempre he querido tener hijos y tú vas a ser la madre de todos ellos.
—Me confiesa mientras clava su mirada en la mía y a sus labios asoma una
sonrisa—No voy a parar hasta que te quedes embarazada. Te voy a llenar
tanto con mi semen que...
—¿Y mi opinión no cuenta? Me tratas como si fuera un útero con
piernas.—exclamo molesta con mis manos pegadas a su musculoso pecho.
—Vamos chéri, ¿qué hay más bello que tener un hijo con la persona
que amas?—pregunta Patrick rozando su nariz contra la mía y dándome un
fugaz beso en la boca.
—Es que... ¿Y si no soy buena madre?—contesto dubitativa.
—Vas a ser la mejor. ¿Quieres que lo intentemos y así lo compruebas?
—Me llena la cara de besos y baja por mi cuello hasta mis hombros para
volver a subir de nuevo y acabar con un beso en la punta de la nariz.
—De momento no.—suelto riéndome y lo agarro del cuello cruzando
los brazos por detrás de su nuca.
A pesar de que la habitación está en penumbra, sólo iluminada por la
luz de la luna que entra por la ventana, veo en sus ojos el anhelo por ver
cumplido este deseo.
—Algún día seré duque. Necesito descendencia. Y quiero muchos
niños morenos de ojos negros como tú.
—Vaaaaaya, yo siempre había querido un francesito rubio, de ojos
azules y sonrisa angelical.—digo en broma.
—Acepto si me dejas hacerte el amor sin protección a partir de ahora,
chéri.—Me pide Patrick.
No le contesto. Tiro de su cuello para acercarlo a mi boca y lo beso
lentamente. Me abro de piernas y le muevo para que se encaje entre mis
muslos.
—¿Esta es tu manera de decirme que sí? Sabía que tarde o temprano te
convencería.—ronronea contra mis labios y percibo la sonrisa en su voz—Y
cuando haya solucionado un par de cosas que tengo pendientes, nos
casaremos.
—Cállate y hazme el amor, Patrick.
Me penetra con fuerza y de una sola vez. Jadeo al sentir su invasión y
cómo su ancho y largo miembro me llena por completo. Bombea dentro de
mí levantándome las caderas con las manos clavadas en mis nalgas para
enterrarse más profundamente. Me sujeto al cabecero de forja de la cama
porque con sus potentes sacudidas me mueve y creo que al final acabare
cayéndome.
Patrick me mira con lujuria y yo me pierdo en sus febriles ojos
mientras el delicioso cosquilleo del clímax me invade ferozmente y exploto
entre los brazos de mi hombre. De mi amor. Prometiéndole ser suya,
solamente suya.
Cuando Patrick se derrama dentro de mí y me llena con su caliente y
lechoso esperma, cae sobre mi cuerpo empapado en sudor y jadeante. Me
besa con dulzura y me abraza. Entre sus brazos me siento segura. Protegida.
Como nunca me he sentido.
—Te quiero.—susurro contra la piel de su hombro cubierto de estrellas
tatuadas.
—Yo te quiero, te adoro y eso nunca va a cambiar.—contesta Patrick
con un murmullo.
Nos quedamos así mucho tiempo, tanto que al final nos dormimos.
Cuando me despierto miro el reloj. Son las siete de la mañana. Voy al
baño a vaciar la vejiga que está a punto de reventar y al regresar a la cama
veo que Patrick ya está despierto.
—Quédate un momento ahí—pide—Quieta. Quiero verte.
Me detengo en mitad de la habitación mientras él me contempla con
ojos ávidos.
—Estás muy sexy solo con las medias puestas. Tu cuerpo es perfecto.
Me excitas tanto....No te puedes hacer una idea de lo mucho que te deseo
cada minuto del día.
Se levanta y se acerca a mí. Me acaricia el pecho, el vientre, da una
vuelta alrededor de mi cuerpo mientras pasea sus dedos con posesión y
lascivia por mis caderas, mi trasero, hasta que de nuevo se sitúa frente a mí
y me besa en los labios. Yo vuelvo a estar excitada y ansiosa por sus
palabras y sus caricias. Mi respiración se ha vuelto agitada otra vez y noto
que la piel me arde en los lugares que él me ha tocado.
—¿Qué te ha parecido la experiencia de hacer el amor con un duque?
—pregunta sonriendo.
—Alucinante. Una fantasía hecha realidad.—contesto feliz.
—Hablando de fantasías...Hay algo que me gustaría hacer. ¿Confías en
mí?—pregunta con un brillo lujurioso en sus ojos azules.
Asiento. Sí. Confío en él. Iría hasta el fin del mundo si me lo pidiera.
—Dame tus medias.—me ordena con ese tono autoritario que hace que
se me seque la boca y se me mojen las bragas. Cuando las llevo puestas,
claro.
Su voz es apenas un susurro que me pone la piel de gallina y hace que
mi sexo se contraiga de anticipación y deseo. Le doy las medias de liga
negras que he llevado puestas toda la noche y él las coge con una sonrisa
traviesa en los labios. Deja una sobre la cama y con la otra me tapa los ojos.
Tras cerciorarse de que no veo nada, me coge de la mano con suavidad y
me guía hasta la cama. Estoy nerviosa por verme privada de uno de mis
sentidos pero también estoy... Excitada. Caliente. Cachonda. Más de lo que
lo he estado nunca.
Me tranquilizo al oír a Patrick hablándome a mi lado.
—Relájate y disfruta, chéri. Voy a darte un placer inmenso.
Su aliento me hace cosquillas en la nariz y con los nudillos me acaricia
la mejilla. Lo siento todo con una intensidad mayor que cuando estoy
viendo lo que hace porque ahora no puedo anticiparme a sus actos.
—Solemos follar como locos—Vuelve a hablarme—pero ahora te voy
a hacer el amor con lentitud. Disfrutando de cada centímetro de tu cuerpo.
Amándote como tú mereces ser amada.
Me da un tierno beso en los labios antes de continuar.
—Quiero ser todo lo que tú necesites. Todo lo que tú quieras. Porque
tú eres todo lo que quiero y necesito. Lo único que quiero y necesito.—
confiesa.
Me empuja con suavidad y me tumba sobre la cama. Con los ojos
tapados por la media estoy en sus manos. Y sé que no me hará daño. Estoy
tranquila. Porque le quiero. Porque me quiere. Porque confió en él y me
siento segura y protegida entre sus brazos. Porque esto es sólo un juego.
Una fantasía que vamos a cumplir juntos.
Recorre con sus labios todo mi cuerpo como me ha prometido. Yo me
entrego al mar de sensaciones que él me brinda, excitándome cada vez más,
mientras él saborea cada parte de mi cuerpo con deleite. Mis células están
por completo revolucionadas. Alteradas. A sus labios se unen sus manos.
Esas manos cálidas y fuertes que me encantan. Me acarician con ternura,
con delicadeza, como si yo fuera un objeto valioso y tuviera miedo de
romperme o perderme.
—Te amo, Eva.
Oigo que dice contra mi sien derecha. Noto cómo su cuerpo se coloca
sobre mí. Lo abrazo. Este hombre magnífico es mío. Sólo mío. Siento cómo
me abre las piernas metiendo su rodilla entre ellas y cómo la corona rosada
de su duro pene comienza a entrar en mí despacio. Como él me ha
prometido. Me hace el amor como si dispusiera de todo el tiempo del
mundo. Cuando ambos llegamos al clímax me repite una y otra vez que me
ama.
Capítulo 18

Me quita la media de los ojos y tras besarme, me abraza durante largo


rato.
—¿Todo bien?—pregunta.
—Sí. Me ha gustado. Tenemos que repetirlo.—contesto sonriendo y
me apretujo más contra él.
—¿Puedo hacer realidad otra fantasía?—pide Patrick.
—Si es tan buena como esta, sí.
Comienza a besarme de nuevo mientras lleva mis manos hacia arriba,
a la altura de mi cabeza, entrelazando sus dedos con los míos. Me devora la
boca con auténtica pasión y susurra contra mis labios:
—Ahora vamos a tener sexo fuerte y duro. Como sé que a ti te gusta.
Quiero demostrarte que puedo hacerte disfrutar de todas las maneras
posibles. Siendo sensible y siendo salvaje. Agárrate al cabecero de la cama.
Hago lo que me pide. Sigue besándome con rudeza. Con furia y con
avidez. Yo cierro los ojos y me entrego a él por completo.
De repente noto algo alrededor de mi muñeca y abro los ojos
sobresaltada. Patrick me ha atado una muñeca al cabecero de la cama con
una media y está haciendo lo mismo con la otra. Los recuerdos bombardean
mi mente. Otra vez tengo dieciocho años y él me ata a la cama. Se cierne
sobre mí y me toca con sus asquerosas manos. Babea sobre mí y yo me
retuerzo para liberarme de él. Grito desesperadamente. No quiero que me
toque. No quiero que me bese. No quiero que me viole.
—¡No! ¡No! ¡No! ¡Nooooooo!—grito con fuerza intentando soltarme
mientras las lágrimas resbalan por mis mejillas.
—¡¡Eva, Eva!!—Oigo la voz de Patrick—¿Qué te pasa?
—¡No! ¡No! Por favor.... Por favor.... No. No me hagas daño. No me
hagas daño, por favor.—Me retuerzo histérica sin dejar de llorar.
—Eva, mírame.—dice Patrick perplejo y preocupado por mi reacción
—¿Qué ocurre? Sólo es un juego. Si no te gusta...
—¡Desátame! ¡Suéltame!—grito desesperada.
Patrick lo hace con rapidez y cuando estoy libre lo empujo con todas
mis fuerzas tirándolo de la cama. Me levanto de un salto y corro a
encerrarme en el baño. El miedo se apodera de mí y no puedo controlarlo.
Oigo como Patrick me llama a través de la puerta cerrada e intenta entrar
sin éxito.
—¡Eva! ¿Qué te pasa? No iba a hacerte daño. Si te he asustado... Lo
siento, amor mío. Abre la puerta, por favor.
En su voz noto la preocupación y el nerviosismo que siente en este
momento. Pero estoy demasiado asustada. No quiero dejarlo entrar.
—¡Vete!—grito de nuevo.
—Cariño, por favor, abre la puerta y déjame entrar. Dime que es lo que
he hecho mal, por favor. Por favor, Eva. Por favor.—suplica.
—¡No! ¡Vete!—insisto aterrada.
Mi corazón late con furia y mi mente me bombardea con miles de
imágenes que nunca he querido recordar. Las enterré hace tiempo. Pero
ahora...
—Eva...
Patrick comienza a decir algo pero se calla. Oigo pasos que se alejan.
Continúo llorando tremendamente asustada. Recordando aquella noche. La
noche que tuve que huir. Me abrazo las piernas y acurrucada, encogida en
un rincón en el suelo del baño, vuelvo a recordarlo todo y me estremezco.
No sé cuánto tiempo transcurre hasta que siento una mano que me
acaricia con cuidado el pelo y me hecho a temblar otra vez.
—No me pegues, por favor.—murmuro suplicante.
—Eva...—Escucho la voz confusa y preocupada de Patrick.
Él se agacha frente a mí y me abraza. Rodea mi cuerpo desnudo y
tembloroso durante lo que me parece una eternidad. Después me levanta del
suelo y, en brazos, recostada contra su pecho, me lleva hasta la cama.
—Tranquila, amor mío. No voy a hacerte daño.
Me cubre con el nórdico dorado y se tumba a mi lado acariciándome el
pelo con delicadeza.
—Estás temblando, chéri. Relájate. Puedo.... ¿Puedo abrazarte?—
pregunta Patrick con precaución.
Me giro hacia él para mirarlo a la cara y veo su dolor y su confusión.
Asiento y cuando él me rodea con sus fuertes brazos y me acerca a su cálido
pecho, comienzo a llorar de nuevo.
—Lo siento. Lo siento muchísimo.—murmura contra mi frente.
—No es culpa tuya. Tu... No lo sabes todo.—Consigo decir de manera
entrecortada—Lo que me pasó... Aquella noche....
—Shhh. Tranquila. No me lo tienes que contar ahora. Cuando estés
relajada, hablaremos. Quieres... ¿Te preparo una tila o algo así?
—No... Sólo... Abrázame, Patrick. Es lo único que necesito. Sentirme
protegida.
—Mi amor...—Comienza a hablar mientras pasa sus dedos por mi pelo
tranquilizándome con sus caricias en mi cuero cabelludo—No tengas miedo
de nada. Yo siempre estaré a tu lado. Yo te daré seguridad y protección.
Continuamos unos minutos más abrazados hasta que mis miedos se
van replegando y vuelven a ese rincón de mi mente donde han permanecido
tantos años encerrados.
—¿Cómo has entrado en el baño? Lo había cerrado con el pestillo.—
pregunto curiosa cuando ya estoy más relajada.
La cerradura tiene un sistema especial para que si alguien se queda
dentro encerrado por accidente, por ejemplo un niño pequeño, que se pueda
abrir por fuera.—contesta rozándome la frente con los labios al hablar.—
¿Ya estás mejor?
Lo miro un momento a los ojos y sonrío.
—Sí. ¿Qué planes hay para hoy?—pregunto acurrucándome aún más
entre sus brazos.
—Podemos ir donde quieras. Al Louvre, al Sacre Coeur, de tiendas...
Elige.
Media hora más tarde salimos en dirección al Louvre. Pasamos una
agradable mañana paseando entre cuadros, esculturas, sarcófagos y demás.
Cuando vemos la famosa Mona Lisa, detrás de un cordón de seguridad y a
varios metros de distancia, me decepciona un poco. Esperaba poder verlo
más de cerca.
Al salir del Louvre cruzamos a la otra orilla del Sena y buscamos un
lugar para comer. Lo elijo yo. No quiero sitios lujosos. Quiero algo sencillo,
comida basura o algo parecido. Al final comemos en una pizzería a pesar de
las quejas de Patrick.
—Vamos, señor Duque, no sea usted snob.—Me burlo de él—¿No
puede la aristocracia comer pizza y hamburguesas?
Patrick se ríe y cogiendo un trozo de pizza me lo mete en la boca para
hacerme callar. Cuando terminamos de comer nos dirigimos a Galerías
Lafayette. Hemos quedado allí con Sophie para comprar algunas cosas.
Me quedo maravillada al ver la enorme cúpula del centro comercial.
Es preciosa, elegante y original. A través de ella entra una luz maravillosa
que baña todas las dependencias de los pisos en que están divididas las
galerías.
Sophie compra varias prendas y yo compro un vestido precioso de
estilo griego en color blanco. Cuando salgo del probador para que Patrick y
Sophie vean como me queda los encuentro hablando con una chica rubia.
Al darse cuenta de que estoy a su lado, Patrick la agarra del codo y se la
lleva. Sophie se gira hacia mí y alabando lo bien que me queda el vestido
consigue meterme de nuevo en el probador para que me cambie e ir a
pagarlo.
—¿Quién era la chica rubia?—pregunto cuando termino de vestirme.
—Una conocida de la familia.—responde ella haciendo una mueca—
¿Quieres ver alguna sección más o nos vamos ya?
—Tendremos que esperar a Patrick, ¿no?
—Oh, bueno, podemos irnos sin él. Luego lo llamamos y le decimos
donde estamos.—contesta Sophie con impaciencia.
Me agarra del brazo y tira de mí hasta llegar a una de las cajas.
—¿Y no le parecerá mal que nos vayamos sin él?—Vuelvo a preguntar
viendo lo nerviosa que se está poniendo Sophie.
—No. No te preocupes.—dice mirando a su alrededor como si
estuviera buscando a alguien—Venga. Paguemos el vestido y vámonos.
Media hora después salimos de casa de Sophie, donde hemos ido para
dejar las compras, y nos dirigimos hacia Montmartre, el bohemio barrio de
pintores y artistas en el que se encuentra la basílica del Sacre Coeur.
Llamamos a Patrick para que se reúna con nosotras en la Place Pigalle
frente al famosísimo Moulin Rouge y subir en el funicular hasta la parte alta
del barrio.
Cuando llega lo noto enfadado. A pesar de ello me da un beso en los
labios y agarrándome de la mano caminamos hacia el funicular. En la cola
nos encontramos con Paul, el dueño de Le Brasserie, el hombre del que
Sophie está enamorada. Tras saludarlo nos cuenta que está solo. Suele ir
una vez por semana al Sacre Coeur porque le encanta la vista de París desde
allí, lo relaja y le gusta ver a la multitud de parejas enamoradas que
contemplan el atardecer desde la escalinata de la preciosa basílica.
Sophie comienza a hablar con él y yo aprovecho para preguntarle a
Patrick sobre la mujer rubia.
—Es una conocida de la familia.—contesta igual que ha hecho Sophie
en su momento.
—Eso ya me lo ha dicho tu hermana—replico mientras le acaricio la
palma con el dedo índice y siento como él se estremece por ese delicado y
sensual gesto de cariño—Quiero saber quién es y porqué te has ido con ella.
—¿Estás celosa?—Se burla mirándome con una pequeña sonrisa en los
labios.
—¿Debería estarlo?—Ataco yo un poco molesta.
—No, chéri.—Sonríe mientras me coge de la cintura y me besa—
Ella... Ella es Valerie. Tenía algo importante que hablar con ella y por eso
me he ido. Pero no me ha servido de nada. Esa mujer es la peor persona que
he conocido en mi vida y no te imaginas lo mucho que me arrepiento de
haber estado tantos años a su lado.
—Así que es tu ex novia...—confirmo en un murmullo.
Él asiente y, cogiéndome de la barbilla para clavar sus azules ojos en
los míos, me dice:
—Ella es mi pasado. Tú eres mi presente y mi futuro. ¿Recuerdas que
te dije que había cambiado la cama? Bueno... No quería que durmieras en la
misma cama que ella. No quería tener su recuerdo en un lugar donde tú y
yo....
—¿Cambias la cama cada vez que cambias de novia?—pregunto
riéndome aunque por dentro estoy que muerdo. No me ha gustado nada
saber que Patrick se ha ido con Valerie. Que han estado a solas.—¡Vaya!
Las tiendas de muebles deben estar encantadas contigo.
Patrick se ríe conmigo y me besa de nuevo.
—No sé cómo lo haces, pero siempre consigues alegrarme el día.—
susurra contra mis labios.
Continuamos nuestra visita a la basílica y mi humor poco a poco va
mejorando. Me quedo fascinada al ver todo lo que el interior del Sacre
Coeur esconde. Si por fuera es preciosa por dentro lo es más. Salimos al
exterior y nos hacemos fotos desde diversos ángulos. Me encantan sus
cúpulas, el diseño que tiene y el color beige rosado de sus paredes. Un rato
después nos sentamos en la escalinata junto a los cientos de parejas
enamoradas que, como nos ha dicho Paul, contemplan la fantástica puesta
de sol con París a nuestros pies. Sentada en un escalón más bajo que el de
Patrick y entre sus brazos, le digo:
—No te imaginas cuánto me gustaría quedarme aquí para siempre.
Contigo. Entre tus brazos.
—Es lo más bonito que me han dicho nunca, chéri. —murmura
recorriendo mi nuca con sus suaves dedos.
Giro mi cabeza para mirarlo a los ojos y él me sujeta con una mano por
la barbilla y me besa con devoción. Continuamos unos minutos más así,
abrazados, disfrutando de nuestro amor, hasta que me doy cuenta de que
Sophie está con Paul unos escalones más abajo. Sentados uno al lado del
otro, con las manos cercanas pero sin tocarse, charlan y veo que él la mira
embelesado por lo que ella le cuenta. De repente él acerca su mano hasta
posarla encima de la de Sophie y ella le sonríe feliz.
—Mira—Señalo hacia donde están los tortolitos con un leve
movimiento de la mano—Parece que las cosas empiezan a marchar entre
ellos.
—Ya era hora.—contesta él sonriendo—Esos don tontos están hechos
el uno para el otro. Y han estado perdiendo el tiempo todos estos años
jugando al gato y al ratón.
Cuando el sol se ha puesto nos levantamos de los escalones y
paseamos por las callejuelas de Montmatre acompañados de Paul y Sophie
que, al igual que nosotros, caminan agarrados de la mano con los dedos
entrelazados. Observamos a los numerosos pintores que muestran sus obras
en la calle y cuando llegamos a la Place du Tertre nos sentamos en una
terraza de un restaurante para cenar. La velada transcurre tranquila y en un
ambiente muy romántico. Sophie y Paul no dejan de lanzarse miradas
enamoradas y en varias ocasiones, él coloca su mano sobre la de ella y le da
un suave apretón. Cuando terminamos de cenar y mientras los chicos piden
la cuenta, nosotras vamos al baño.
—Bueno, bueno, que suerte habernos encontrado con Paul, ¿verdad?—
le pregunto a Sophie que no puede dejar de sonreír.
Tras un largo suspiro de felicidad me contesta:
—Sííí. Creo que está siendo la mejor noche de mi vida. Es una pena
que nos tengamos que ir ya.
—Podemos decirles que nos lleven a algún sitio a bailar o tomar una
última copa. Ya sabes que quiero conocer la noche parisina.—comento con
complicidad mientras termino de lavarme las manos—Y como estaremos
con nuestros chicos todo el tiempo, no habrá problemas. Patrick estará
tranquilo.
—Me parece una idea estupenda.—contesta Sophie alegre—Te voy a
llevar a un pub que hay en Le Marais que está genial. Ya verás.
Salimos del baño contentas con nuestros planes. Paul acepta
encantado. Yo creo que es porque significa continuar en compañía de
Sophie. Le daría igual donde fuésemos con tal de estar con ella. Me siento
feliz por ver a la nueva pareja dedicarse arrumacos y carantoñas.
A Patrick no le parece tan buena idea, pero por darme el gusto, acepta.
Como ha dicho Sophie el pub está muy bien. Ponen música muy
conocida y además de bailar, cantamos casi todas las canciones que
escuchamos. Nuestros chicos se quedan en la barra mientras nosotras
estamos moviendo las caderas en la pista. Nos vigilan y yo no dejo de mirar
a Patrick. Quiero que sepa que bailo solo para él. Parece que me entiende
porque el gesto de su cara está relajado. Habla con Paul tranquilamente.
Disfrutamos mucho del baile, la música y el buen ambiente que hay.
Sophie me pide que la acompañe al baño y tras informar a los chicos
de a dónde vamos, nos metemos en el aseo. Mientras espero apoyada en
uno de los lavabos a que ella termine entran varias chicas.
Me quedo de piedra al ver a Valerie. La rubia se ríe con sus amigas
pero al verme su gesto se vuelve serio y acercándose a mí con chulería me
pregunta:
—Tú eres la amiga española de Patrick y Sophie, ¿verdad?
—Sí. Y tú eres Valerie, ¿cierto?—contesto y tratando de ser amable me
presento—Me llamo Eva. Encantada de conocerte.
Le tiendo una mano para saludarla pero ella dando un paso atrás para
alejarse de mí, responde con desprecio:
—Me importa una mierda como te llames, sucia gitana.
Me quedo alucinada al oírla. Pero me recupero rápido de la sorpresa y
noto cómo una furia ciega me invade.
—¿Cómo me has llamado?—Quiero saber, apretando los dientes, con
ganas de sacarle los ojos por la sonrisa de superioridad que tiene en la cara.
—Me has oído perfectamente, española asquerosa.—contesta ella.
En ese momento sale Sophie del baño y como ha oído todo, le dice a
Valerie:
—Escúchame mala bruja,—Se planta frente a ella con un dedo
acusador en alto—pídele disculpas ahora mismo a mi amiga o...
—¿O qué?—espeta Valerie con los brazos en jarras sobre su cintura.
—Mira, Valerie—Comienza a decir Sophie intentando controlar su
enfado—Mi hermano está ahí fuera así que si no quieres tener más
problemas pídele disculpas a Eva ahora mismo. De lo contrario, tendremos
que llamar a la policía para decirle que has incumplido la orden de
alejamiento hoy dos veces.
¿Orden de alejamiento? Me quedo flipada cuando lo oigo pero alucino
todavía más con la contestación que le da Valerie.
—¿Me estás amenazando? ¡Nadie amenaza a la Duquesa de Guyenne!
—¡No eres duquesa y nunca lo serás!—grita Sophie.
¿Duquesa de Guyenne? ¡Pero si ese es el título de los padres de
Patrick! ¿Cómo es que ella lo ostenta? Un presentimiento empieza a rondar
mi mente y no me gusta nada lo que eso puede significar.
Valerie le contesta a Sophie con una frialdad tremenda:
—Tarde o temprano lo seré porque nunca, nunca, óyeme bien, nunca le
concederé a tu hermano el divorcio.
¿Divorcio? Eso significa.... No, por favor, no. ¡Patrick está casado!
Sophie me dirige una mirada triste y yo siento como las lágrimas
inundan mis ojos.
Valerie se da cuenta de lo que acaba de revelar y riéndose, pregunta:
—¿No lo sabía? ¿La sucia gitana española no lo sabía?—Y girándose
hacia mí me dice—Pues para que te enteres soy la esposa de tu querido
Patrick. Al qué nunca dejare libre. Así que lo siento mucho, gitana, pero no
podrás ser duquesa.
A pesar de la tristeza que siente mi corazón al sentirme engañada por
Patrick y por Sophie, la rabia hierve en mis venas por los insultos de Valerie
y a la mente me vienen otra vez las palabras que siempre me dice Susi: «No
dejes que nadie te diga que eres algo menos que perfecta.» Así que con
toda mi mala leche española me planto frente a Valerie y le suelto un
tremendo puñetazo en la cara mientras le grito:
—¡Yo no soy una sucia gitana!
Valerie cae de espaldas al suelo y la sangre comienza a chorrear de su
nariz ensuciándole su preciosa camisa de Chanel. Me doy la vuelta y salgo
corriendo del baño con las lágrimas resbalando por mis mejillas y
agarrándome la mano, que me duele por lo fuerte que le he pegado a la
imbécil esa.
Sophie corre detrás de mí llamándome, pidiéndome que me detenga,
pero no puedo. Sólo quiero correr y alejarme todo lo posible de allí. Al
pasar por delante de los chicos Patrick me agarra de un brazo
preguntándome alarmado qué me ocurre.
—¡Suéltame!—grito enfurecida—¡Me has mentido, maldito cabrón!
Me deshago de su abrazo y salgo del pub. Me pierdo entre la gente de
la calle y cuando me quedo sin aliento, me paro y me apoyo contra una
pared. Miro a mi alrededor. No sé dónde estoy pero no me importa. Sólo
quiero llorar y llorar. Me siento engañada, humillada, burlada. Patrick está
casado. ¡Casado! ¿Cómo ha podido ocultármelo? ¿Pensó que nunca me
enteraría? Y todas las veces que me dijo que se casaría conmigo.... ¿Cómo
iba a hacerlo? Promesas falsas....
Capítulo 19

Me pongo en cuclillas mientras continúo sollozando y abrazada a mí


misma maldigo el día en que conocí a Patrick. Mi móvil comienza a sonar y
cuando miro la pantalla veo que es él quien llama. Corto la llamada y veinte
segundos después suena de nuevo. Ahora es Sophie. Ella también me ha
engañado así que no quiero hablar con ella tampoco. Como sé que van a
insistir apago el móvil.
Me levanto del suelo y comienzo a andar sin rumbo fijo. La gente a mi
alrededor camina contenta, ajenos a mi dolor. Mis pasos me llevan a la
ribera del Sena. Bajo las escaleras que dan al pequeño paseo del río y
continúo andando sumida en mis pensamientos.
Recuerdo lo poco que me han contado de Valerie y me doy cuenta de
un hecho innegable: Patrick está intentando divorciarse de ella para estar
conmigo, quizá incluso desde antes de conocerme, y ella no quiere. Eso me
tranquiliza un poco pero aun así, ¿por qué no me lo contó desde el
principio? O al menos desde que yo supe de la existencia de Valerie. Me ha
dejado creer todo este tiempo que era su ex novia cuando en realidad es su
mujer. Si por él fuera su ex mujer. Pero eso no justifica el hecho de
habérmelo ocultado. Estoy dolida. Muy dolida.
Me siento en un banco a contemplar las oscuras aguas del Sena, tan
negras por la noche como mi ánimo en este momento. Y lloro de nuevo. Me
duelen los ojos de tantas lágrimas derramadas. Pero no puedo evitarlo. Es
una manera de sacar mi dolor.
Pasan los minutos, o a mí me parece que son minutos, porque en
realidad cuando miro el reloj veo que son las tres y diez de la madrugada.
Han pasado más de dos horas desde que salí corriendo del pub. Estoy
agotada. Tengo frío y quiero irme a dormir. Pero en una ciudad desconocida
lo único que puedo hacer para regresar a casa es.... Llamar a Patrick.
Me contesta al primer toque y en su voz noto la tensión del momento y
la preocupación por no saber dónde estoy. Le explico un poco el lugar en el
que me encuentro y casi un cuarto de hora después lo veo correr hacia mí.
Intenta abrazarme cuando llega pero no le dejo. Me alejo de él y lo único
que le digo:
—No me toques. Sólo llévame a casa.
Detrás de él veo a Paul y Sophie abrazados. Ella está llorando contra
su pecho. Al pasar por su lado, me mira y dice:
—Eva, yo...
—No digas nada.—replico con rabia y tristeza—Tú también me has
mentido.
Patrick camina a mi lado. No nos miramos. No nos tocamos. Cuando
llegamos al coche me abre la puerta para que entre. Conduce en silencio
mientras yo pienso una y otra vez en todo lo que ha ocurrido.
Llegamos a su piso y nada más entrar me dirijo a la habitación.
Comienzo a meter todas mis cosas en la maleta.
—¿Qué haces?—pregunta Patrick a mi espalda.
—Mañana me vuelvo a Madrid.—contesto sin mirarle.
Mi voz es casi un sollozo. Un pequeño murmullo de mi corazón
dolido. Patrick se acerca a mí. Espero que intente abrazarme pero no lo
hace.
—Tú también guardas secretos. No me dijiste que eras bailarina ni que
tu madre te maltrataba.—Me acusa el muy traidor.
—¡Yo no estoy casada con una persona y follándome a otra!—grito
fuera de mí encarándome con él.
—¡Mi matrimonio con Valerie se rompió hace tres años!—contesta
gritando también con los puños apretados a ambos lados de su cuerpo—Y
desde entonces estoy intentando que me dé el divorcio. Cuando te conocí....
—Baja la voz pero yo lo interrumpo.
—Tenías que habérmelo contado.
—¿Y que pensaras que te lo decía para convertirte en mi amante?
¿Como hacen esos que siempre prometen que se divorciarán y luego nunca
lo hacen?—Me agarra de los brazos y me atrae hacia su cuerpo—Tenía
miedo de perderte si te lo decía. Cuando vine hace dos meses y pase aquí
tanto tiempo fue para ver si de una vez por todas convencía a Valerie para
que firmase los documentos del divorcio.
—No puedo estar contigo si estás casado. Lo siento pero no seré la
otra.—Le informo separándome de Patrick y dándome la vuelta para
continuar haciendo la maleta.
—Tú nunca has sido la otra. Para mi eres la única. Y espero que algún
día te conviertas en mi mujer y seas la madre de mis hijos.
Se acerca a mí otra vez pero no me toca al hablarme. Puedo sentir todo
su amor y su calor en estas palabras.
—Por favor, Eva. No te vayas…
Posa su cálida mano sobre la mía para detenerme en mi tarea de hacer
la maleta. Yo me quedo quieta y lanzando un gran suspiro me siento sobre
la cama. De nuevo mis lágrimas afloran en mis ojos y caen por mis mejillas.
Patrick se sienta a mi lado, me levanta con delicadeza y me coloca
sobre su regazo abrazándome por la cintura. Recostada sobre su pecho le
oigo hablar.
—Conocí a Valerie a los dieciocho años. Ella era tres años mayor que
yo y me deslumbró con su agitada vida personal. Es hija de un antiguo
embajador francés y había vivido en medio mundo. Yo…Terminaba de salir
del château de mis padres para venir a estudiar a La Sorbona. Era joven e…
inexperto en muchos sentidos. Me enamoré de ella como un tonto.
Patrick emite un tenue suspiro antes de continuar.
—Al principio no me hacía mucho caso…hasta que supo quién era yo.
Quienes eran mis padres. Siempre ha sido muy ambiciosa. De repente
comenzó a mostrar mucho interés en mí y yo…yo me sentí orgulloso de
conquistar a una chica algo mayor que yo y tan…experimentada. Me
pavoneaba delante de mis amigos con ella…¡Qué idiota era! —suelta con
una amarga sonrisa—Al poco tiempo empezó a decirme lo enamorada que
estaba de mí, que yo era el hombre de su vida y que quería que nos
casáramos. A mí me parecía demasiado pronto y así se lo dije. Acababa de
cumplir los dieciocho y quería estudiar una carrera antes de casarme y todo
eso. Pero ella dijo que podía seguir haciéndolo estando casados. Que no
había ningún impedimento para ello. Durante un tiempo me negué y Valerie
comenzó a usar el sexo en mi contra. Si no accedía a sus deseos, me negaba
el placer que su cuerpo me daba. Al final me tuvo tan caliente y encendido,
que acabé aceptando y nos casamos. Entonces yo ya tenía veinte años. Al
principio todo fue bien. Ella se mostraba cariñosa cuando quería conseguir
algo, cosa que ocurría con frecuencia, y como yo estaba enamorado le
concedía todos los caprichos.
Patrick se calla un momento y tras tomar aire continúa.
—Cuando terminé la carrera y empecé a trabajar en la empresa de mi
padre, él sufrió un grave accidente de coche en el que casi pierde la vida.
Pasamos unos meses muy duros hasta que se recuperó, pero me di cuenta
del gran peso que llevo sobre mis hombros desde que nací. El día que él
falte yo seré duque. Y como el título pasa al primogénito, Sophie no lo
puede heredar, a no ser que yo muera sin descendencia y ella sí la tenga. Es
un poco complicado, lo sé, pero te lo cuento para que entiendas lo que viene
a continuación y el porqué de mi insistencia en tener hijos. Y mi tranquila
reacción cuando me dijiste que posiblemente estabas embarazada.
Levanto la cabeza de su pecho y lo miro a sus impresionantes ojos
azules. Ahora entiendo su actitud cuando ocurrió aquello y sus palabras de
consuelo, protección y amor. También me viene a la memoria cuando me
dijo que por encima de él no había mucho más cuando rechacé su propuesta
matrimonial. No entiendo mucho de títulos nobiliarios, pero creo que por
encima de un duque ya sólo están los príncipes y los reyes. Se lo comento y
él me lo confirma.
—Entonces supongo que comenzaste a plantearle a Valerie el tema de
los niños y ella se negó.—comento sin dejar de mirarlo a los ojos.
Patrick asiente. Me da un delicado beso en los labios y abrazándome
más fuerte continúa.
—Ella no quería ni oír hablar de eso. Dijo que mi padre ya se había
recuperado y que no teníamos que correr tanto. Que aún era joven y
hermosa para destrozar su cuerpo con un embarazo. Destrozar su cuerpo.
¿Te lo puedes creer? ¿Cómo puede decirme que albergar una vida en su
interior, el fruto del amor con tu marido, es destrozar el cuerpo? —Él
sacude la cabeza pesaroso y sigue hablando—Yo me obsesioné y cada vez
que sacaba el tema, terminábamos discutiendo. Así pasamos varios años y
nuestra convivencia se hizo insoportable.
—Entonces fue cuando decidiste divorciarte de ella.—afirmo.
—No.—Patrick sacude la cabeza y me estrecha más fuerte contra su
pecho—Yo aún la quería y tenía la confianza de que con el tiempo
cambiaría de opinión.
—Pero no lo hizo.—adivino—¿Qué fue lo que pasó para que le
pidieras el divorcio?
Patrick me besa el pelo y me acaricia la espalda con dulzura.
—Valerie tenía infinidad de amistades repartidas por todo el mundo
debido a sus estancias en los distintos países donde su padre había ejercido
de embajador. Uno de esos amigos vino a vivir a París por aquel entonces y
nos invitó a la fiesta de inauguración de su piso. Yo no conocía a casi nadie
de los que allí había y Valerie me dejó de lado en cuanto llegamos al
evento. Como desapareció durante más de una hora y yo me estaba
aburriendo comencé a hablar con unos y con otros. Me contaron cosas muy
interesantes sobre el pasado de Valerie y empecé a darme cuenta de con
quién estaba casado. Todos la calificaban como una mujer fría y ambiciosa
pero en el plano sexual era ardiente y apasionada. Al parecer se había
acostado con casi todos los hombres de la fiesta y por sus comentarios supe
que también lo había hecho durante los años que llevábamos casados.
—¡Qué asco de mujer!
Las palabras escapan de mis labios sin que yo pueda hacer nada por
detenerlas. Patrick sonríe triste y me pregunta:
—¿Entiendes ahora por qué soy tan celoso y te controlo tanto?
Conocer la infidelidad de Valerie me destrozó.
—No me extraña. Después de lo que te ha pasado….—Lo miro de
nuevo a los ojos y le doy un tierno beso en los labios—Pero conmigo no
tienes que preocuparte. Yo nunca te he sido infiel y nunca lo seré. Si algún
día dejo de quererte, primero hablaré contigo para romper nuestra relación.
No te seré infiel.—repito—Te lo prometo.
Patrick me besa y susurra contra mis labios:
—Espero que nunca llegue ese día. Ese que has dicho que vas a
dejarme…
—De momento me vas a tener que aguantar muuuuuucho tiempo.—
digo sonriendo.
Me tumba sobre la cama y continuamos besándonos. Me acaricia
despacio el cuello. Sus manos van bajando por el valle de mis senos y sus
labios las siguen en su dulce recorrido. Con sus caricias consigue hacer que
mi piel arda de deseo y anhelo. Mi respiración comienza a alterarse y la
boca se me seca por la excitación. Con rapidez me quita el jersey que llevo
puesto y posa su caliente boca sobre uno de mis pechos. Noto la humedad
de su lengua a través del encaje del sujetador. Me succiona el pezón con
fuerza y yo gimo y me arqueo contra él. Quiero más.
Patrick saca mi seno por encima de la copa del sujetador y vuelve a
lamerlo y succionarlo mientras con la otra mano me trabaja el otro pezón
endureciéndolo. Sus caricias me llevan con rapidez al cielo pero quiero
más. Necesito más. Lo quiero a él. Dentro de mí.
—Desnúdate…—Le pido con la respiración agitada y el pulso latiendo
atronador en mis sienes.
Patrick obedece y yo aprovecho para quitarme la falda y la ropa
interior. Cuando ambos estamos desnudos, nos tumbamos de nuevo sobre la
gran cama y continuamos donde lo habíamos dejado. Sus ardientes besos
queman mi piel. Sus manos recorren cada centímetro de ella hasta llegar al
centro de mi deseo. Me abre las piernas y dobla mis rodillas, plantándome
los pies sobre la cama. Se sumerge entre mis muslos y cuando posa su boca
sobre mi ya excitado sexo se me corta la respiración.
¡Sí! ¡Oh, Dios, sí! Con pericia su lengua lame los anegados pliegues
que componen mi hendidura y no puedo evitar gemir ante tan deliciosas
caricias.
—Patrick…—jadeo con la sangre corriendo enloquecida por mis venas
—Te necesito ahora. Te quiero dentro de mí ahora…
Él levanta su cabeza y me mira con sus increíbles ojos azules. En su
mirada hay deseo, pasión, lujuria y….amor. Muchísimo amor. Saca los
dedos de mi excitada vagina y se cierne sobre mí para besarme. Noto mi
sabor en sus labios y susurro contra ellos:
—Sin condón…No quiero que te pongas nada.
Patrick se separa unos centímetros de mi cara y me sonríe con
adoración. Sabe lo que pretendo. Sabe que si me quedo embarazada no me
importará. Sabe que lo hago por él. Por su familia. Y también sabe que lo
quiero y estoy dispuesta a darle el hijo que necesita para que su título
continúe. Pero yo también sé una cosa. Sé que lo quiero y que él me quiere
y que vamos a estar juntos en esto. Sé que seré una buena madre.
—Tus deseos son órdenes, chéri.
Colocando la punta de su duro miembro en la entrada de mi vagina, se
introduce poco a poco mientras baja de nuevo sobre mi cuerpo y apresa mi
boca con pasión. Me explora con lentitud, recorre el interior de mi cavidad
bucal con pericia y continúa enterrando su potente falo en mi mojado sexo.
Piel con piel. Es tan delicioso…Cuando me colma comienza a bombear.
Primero despacio, muy despacio. El roce de su pene contra las paredes de
mi vagina es electrizante. Necesito más. Quiero más.
Le doy un azote en el culo y lo insto para que se mueva más rápido
dentro de mí. Él acelera sus embestidas. Coge mis manos y las sitúa a
ambos lados de mi cabeza, entrelazando sus dedos con los míos, mientras
con su lengua recorre mi labio superior, después el inferior y luego me la
mete para jugar con la mía y deleitarme con otro beso de esos que sabe que
me derriten en su boca.
El exquisito calor que había comenzado a sentir unos segundos antes
en mi sexo, va creciendo y con él me va arrastrando hasta que exploto entre
los brazos de Patrick con un tremendo orgasmo que me deja casi sin
sentido.
Patrick continúa con sus fuertes embestidas, bombeando dentro de mí
con rapidez, hasta que noto cómo su duro pene palpita en mi interior y
estalla con un grito agónico.
—¡Eva!...
Capítulo 20

Abrazados en la inmensa cama que domina su habitación esperamos a


que nuestras respiraciones se normalicen. Con mimo Patrick me acaricia un
brazo mientras yo estoy recostada sobre su pecho escuchando su corazón.
Ese corazón que es mío. Que me pertenece.
—Te amo, chéri.—murmura contra mi pelo.
—Yo te quiero, te adoro y eso nunca va a cambiar. —confieso,
empleando la misma frase que él me dice tan a menudo.
—¡Ey! Eso es mío. Me lo has robado.—Se ríe.
—Tú me has robado el corazón así que estamos en paz.
Levanto la cabeza de su pecho y me acerco a sus labios para besarle.
Cuando me separo de su boca veo un brillo de felicidad en sus ojos y me
siento…plena. Yo también soy muy feliz en estos momentos. Desearía parar
el tiempo y que este momento no terminase nunca. Pero algo que me
preocupa ronda por mi cabeza. Mi mirada se vuelve sombría y Patrick al
darse cuenta me pregunta qué me sucede.
—El divorcio. —digo—Si Valerie no quiere firmar los papeles…
—Lo hará.—Me tranquiliza Patrick—Tarde o temprano lo hará. No te
preocupes. La última vez que vine a París comencé un plan para conseguir
lo que me propongo. Y de momento está saliendo bien.—Sonríe con
malicia.
—¿Qué plan es ese?—pregunto curiosa mientras le doy un beso en una
de sus tetillas y siento cómo él se estremece por el contacto de mis labios
sobre su piel.
—Le he cancelado todas las cuentas en las tiendas que tenía abiertas.
Ahora no podrá usar mi dinero para nada.—exclama riéndose a carcajadas.
Lo miro sorprendida. Boquiabierta. ¡Menuda putada! Valerie tiene que
estar con un cabreo monumental.
—Cuando la vimos en Lafayette vino a echarme en cara lo mal que lo
estaba pasando por este motivo.—continúa explicándome—La vergüenza
ante sus amigas de ir a una tienda y después de elegir varios modelitos,
tener que pagarlos ella misma con su dinero o incluso tener que dejarlos
porque algunos no podía permitírselos. No te puedes hacer una idea de
cómo disfruto viéndola sufrir así. Privándola de lo que más quiere. El
dinero. Por eso me llama tantas veces al móvil. Para quejarse y presionarme
y que le devuelva su estatus.
Patrick suspira antes de continuar.
—Es cuestión de tiempo que dé su brazo a torcer y me conceda el
divorcio.—afirma dándome un beso en el pelo.
—¿Sabes lo que ocurrió en el aseo del pub?—pregunto.
El delicioso olor a sexo mezclado con su perfume me invade las fosas
nasales y hace que de nuevo me entren ganas de hacerle el amor a Patrick.
—Sí. Sophie me lo ha contado.—suspira largamente—Me hubiera
gustado verte en plena acción. Cuando me dijo que le habías dado un
puñetazo en la nariz y se había caído de culo al suelo…Bueno, no me reí
mucho en ese momento porque estaba preocupado por encontrarte pero
ahora…—Comienza de nuevo a carcajearse—¡Olé la furia española!
Me abraza con fuerza y me besa con pasión. Me contagia de su risa.
Tras unos minutos le pregunto otra cosa que también me ronda por la
cabeza.
—Le oí decir a Sophie algo sobre una orden de alejamiento. ¿A qué se
refería?
Patrick, que en ese momento está besándome en el cuello, levanta su
mirada para clavarla en la mía y explicármelo.
—El año pasado Sophie se la encontró en una fiesta. Como ya llevaba
un par de años intentando divorciarme y Valerie ponía las cosas difíciles, mi
hermana intentó hablar con ella para hacerla entrar en razón, pero no lo
consiguió. Discutieron y Valerie la agredió. No fue nada grave.—Me cuenta
al ver mi cara horrorizada—Sólo unos pocos moratones pero Sophie la
denunció. Fuimos a juicio y el juez dictaminó una orden de alejamiento y
una multa por lesiones. Valerie no puede acercarse a mi hermana a menos
de doscientos metros.
—Pues ha incumplido la orden dos veces.—comento yo recordando
las dos ocasiones en las que he visto a las dos mujeres juntas.
—Sí. No sé qué hará Sophie ahora. Si la volverá a denunciar o no.
—¿Te fuiste a Madrid por Valerie?—Quiero saber porque esto también
me interesa.
—Sí. Aquí me hacía la vida imposible, así que decidí poner tierra de
por medio y me marché para dirigir la sede de allí.—responde Patrick—
Pero cada vez que vengo a París, quedo con ella para intentar que cambie de
opinión y me dé el maldito divorcio de una vez. Y cuando lo consiga…Tú y
yo nos casaremos. Y haremos tanto el amor, que los niños no van a caber en
casa.
Suelto una carcajada por su comentario y al ver la cara lasciva con la
que me mira, le digo:
—Con eso ya hemos empezado. Tú madre estará muy contenta el día
que le digas que va a ser abuela. Lo noté cuando estuvimos en su casa
cenando. Es algo que anhela.—Trepo por su cuerpo y lo beso en los labios.
—Pues lo que yo anhelo es a ti. Mi preciosa morena de ojos negros.
Mi ardiente y sexy española. Mi mujer perfecta.—susurra Patrick
recorriendo con sus cálidos labios el contorno de mi mandíbula.
—¿Cómo sabes que yo no soy como Valerie? Que yo no voy a hacerte
lo mismo. Que no te quiero por tu dinero o por tu título.
Patrick levanta su mirada hacia mis ojos y me contesta:
—Lo sé. No me preguntes porqué pero lo sé. Después de lo que me ha
pasado con ella, creo que he desarrollado un sexto sentido respecto a esto y
sé que tú no eres así. Además mi corazón también me lo dice. Me dice que
eres perfecta para mí. Absolutamente perfecta para mí.
Agotados después de hacer el amor otra vez, nos dormimos abrazados
y cuando despertamos al día siguiente son más de las once de la mañana.
Tenemos que volver a Madrid. Se acabó la Semana Santa. Después de
comer en casa de sus padres y despedirnos de ellos y de Sophie, que me
pide perdón mil veces por no haberme dicho lo de Valerie, ponemos rumbo
a Madrid en el avión privado de Patrick.
La semana pasa rápido y cuando llega el viernes y me encuentro con
Susi en el Addiction comentamos nuestros respectivos viajes.
—Me alegro mucho de que te lo hayas pasado tan bien en Roma con
Jean-Claude. A mí París me ha encantado.—Le cuento contenta—Es una
ciudad maravillosa. ¿Y sabes qué? Resulta que Patrick es duque. Bueno, de
momento lo es su padre, pero el día que él fallezca, lo será Patrick.
—¡No jodas! Menudo notición. Oye, sólo por curiosidad, ¿cómo es el
sexo con un duque? —Quiere saber ella mientras termina de maquillarse.
Su actuación está a punto de empezar.
—¡Susi!—La riño—¡Qué obsesión tienes con el sexo! ¡Por Dios! No
me lo puedo creer…Para que luego digan de los hombres. ¡Tú eres peor que
ellos! Siempre pensando en lo mismo.
—Vengaaaaaa, vaaaaaa. Guardaré el secreeeeeeto.—pide poniendo
cara de niña buena mientras me mira a través del espejo de su camerino.
—No.—Sacudo la cabeza para realzar mi negativa—Ya te conté
demasiado de mi vida sexual cuando empecé a salir con él así que no voy a
decirte nada más.
—Yo te cuento cómo es Jean-Claude en la cama si tú me das algún
detalle morboso de cómo es el sexo con un duque.
Me cruzo de brazos y niego con la cabeza. No pienso contarle nada.
El fin de semana pasa veloz y cuando el lunes llego a la oficina me
encuentro en Recepción con dos Inspectores de la policía francesa que
preguntan por Patrick y por mí. Anonadada porque no sé qué puede querer
la policía de nosotros les indico que me acompañen hasta mi puesto.
Al llegar Patrick ya está en el despacho y lo informo de la visita
inesperada de los Inspectores. Él se sorprende tanto como yo y pasamos a
su oficina para averiguar lo que quieren.
El más mayor, un hombre de unos cincuenta años, pelo moreno y
constitución fuerte, comienza a hablar mientras el más joven, que rondará
los treinta, se pasea por el despacho de Patrick mirándolo todo.
—Buenos días, monsieur Deveraux.—dice tendiéndole la mano a
Patrick—Soy el Inspector Reynard y este es mi compañero Chevalier, de la
policía de París. Perdone que lo molestemos pero estamos investigando un
caso…relacionado con usted y nos hemos desplazado desde París para
hacerle unas preguntas de rutina. También necesitamos que mademoiselle
Castro—Me señala al decir mi apellido—nos contestase a un par de
cuestiones.
Patrick asiente con la cabeza, sentado tras su mesa mientras yo
permanezco a su lado de pie.
—Bien, monsieur Reynard. No sé qué puede querer de nosotros, pero
contestaremos a todo lo que nos pregunte. Adelante, por favor.
El Inspector Reynard se sienta en la silla que queda frente a Patrick al
otro lado de su mesa.
—Verá, monsieur Deveraux, de todos es conocido que usted y su…
femme, su esposa, estaban en trámites de divorcio.
—Efectivamente. —Le interrumpe Patrick—Pero no sé qué tiene que
ver eso con ustedes, con la policía quiero decir. ¿Y por qué dice estaban?
Aún lo estamos. Ella no ha firmado todavía.
—Y no lo hará.—comenta el Inspector Chevalier que sigue
paseándose por el despacho observando todo como un águila a la espera de
su presa.
—Es una mujer muy terca, pero confío en que con el tiempo termine
haciéndolo. —añade Patrick cogiéndome de la mano con suavidad—Y
cuando lo haga me casaré con mi novia.
El Inspector Reynard se remueve en su silla antes de volver a hablar.
—Verá monsieur Deveraux sabemos que la semana pasada usted y
mademoiselle Castro han estado en París y que tuvieron un…altercado con
su esposa.
—Sí, así es. —confirma Patrick—La vimos un par de veces. Primero
en Galerías Lafayette y después en un pub en Le Marais.
—Y mademoiselle Castro agredió a madame Deveraux. —añade
Chevalier que se acerca en ese momento a la ventana y tras mirar por ella se
gira hacia nosotros.—¿Nos podría contar qué fue lo que pasó?
Le suelto la mano a Patrick y nerviosa me retuerzo las mías que
comienzan a sudarme. ¿Me habrá denunciado la estúpida de Valerie y por
eso han venido éstos policías? ¡Increíble! La próxima vez que la vea me la
cargo. ¡Será petarda la tía!
Con toda la tranquilidad que puedo, que no es mucha, les relato lo
sucedido en el baño del pub.
—Sé que no debí hacerlo, Inspector, pero me dolió mucho que me
insultase de aquella forma. Esa mujer es una prepotente y una mala persona.
Quise darle un escarmiento.—declaro con un hilo de voz.
—Entonces tiene de testigo a mademoiselle Sophie Deveraux, la
hermana de monsieur Patrick Deveraux.—confirma Reynard y yo asiento
con la cabeza—¿Podría decirnos qué ocurrió después? Quiero decir…
cuando salió del pub. ¿A dónde fue? ¿Fue a casa de Madame Valerie?
—¿Hay algún motivo para estas preguntas?—interviene Patrick—¿Ha
denunciado Valerie a Eva por agresión? Déjeme decirle Inspector que Eva
no conoce el domicilio de mi esposa. En realidad este viaje a París ha sido
su primera visita a la ciudad y no se ha separado de mí ni de mi hermana en
todo el tiempo que ha estado allí.
Cada vez estoy más nerviosa y enfadada. ¿Cómo se atreve a
denunciarme la petarda esa? ¡Dios! Le tenía que haber golpeado más fuerte.
Y no sólo en su francesa nariz. Debía haberle dado en esa boca llena de
dientes que tiene y así no habría podido hablar en una temporada. ¡Qué asco
de mujer!
Reynard ignora la contestación de Patrick y me mira con gravedad.
—¿Podría decirme dónde estuvo el sábado día veintitrés de abril entre
la una y las tres de la madrugada?
—¿Qué dónde estuve?—repito boquiabierta.
—No respondas.—Me aconseja Patrick—Hasta que no sepamos a qué
viene todo esto, no responderemos a nada, monsieur Reynard.
El policía asiente como si esperase esa respuesta llegados a este punto
y con voz grave nos anuncia:
—Su esposa, monsieur Deveraux, ha muerto.
Capítulo 21

Se me para el corazón al oír la noticia. Me quedo helada. Pasmada.


—¿Qué ha muerto? ¿Cómo que ha muerto?—Oigo a Patrick que
pregunta sorprendido a los inspectores.
—¿Podría decirme dónde y con quién estuvo usted ese día y a esa
hora, monsieur Deveraux?—prosigue Reynard.
—¿Por qué quiere saberlo?—responde Patrick alterado y se levanta del
asiento poniendo las manos sobre la mesa. Percibo un ligero temblor en sus
dedos por la tensión con la que se apoya en ella—¿Nos está acusando de
algo, Inspector? No diremos nada más sin la presencia de mi abogado, que
por supuesto, también representa a la señorita Castro.
En ese momento Chevalier se acerca a nosotros y situándose a
espaldas de su compañero, añade:
—Madame Valerie Deveraux apareció muerta con signos de violencia
el martes. La autopsia ha revelado que falleció el sábado veintitrés de abril
alrededor de las dos de la madrugada, en su domicilio de la Rue de Rennes.
Hemos estado investigando los hechos y según las personas que la
acompañaban en el momento que sufrió el altercado con mademoiselle
Castro, ustedes fueron de las pocas personas que la vieron con vida justo
antes de su fallecimiento. Hemos hablado con todas esas últimas personas.
Pero todas tienen una coartada firme. Por lo tanto, monsieur Deveraux, si
ustedes no la tienen, sí, sería conveniente que llame a su abogado. Tenga en
cuenta que usted lleva años intentado divorciarse de su femme y al no
conseguirlo…—Hace un gesto con la mano en el aire—Y al rehacer su vida
con mademoiselle Castro, uno de los dos podría…—Su voz se apaga
dejando sin acabar la frase.
La tensión que hay en el ambiente puede palparse. Yo noto cómo mi
corazón está acelerado, al borde del colapso. ¡Valerie ha sido asesinada! ¡Y
estos policías creen que hemos sido nosotros! Dios mío esto no puede estar
pasándonos. Creo que me voy a desmayar. Me aferro al hombro de Patrick
y él me dirige una mirada tranquilizadora, mientras me da una leve
palmadita en la mano y vuelve a sentarse.
Cuando responde al Inspector Chevalier su voz está cargada de rabia.
—¿Nos está acusando de manera oficial de la muerte de Valerie,
Monsieur?
—Yo no he dicho tal cosa. Sólo estoy expresando que ustedes dos
tendrían motivos para ver a su esposa muerta.—responde el inspector.
—Hablaré con mi abogado y si es preciso, la señorita Castro y yo
firmaremos una declaración jurada exponiendo todo lo que hicimos ese día
en las horas que nos han indicado. Si son tan amables, les agradecería que
me diesen un teléfono de contacto y concertaré una cita con mi letrado para
realizar estas gestiones.
Dicho esto, Reynard le tiende una tarjeta a Patrick con el número
dónde les podemos localizar. Se despiden formalmente y abandonan el
despacho.
Nada más cerrar la puerta tras ellos, me derrumbo. Comienzo a llorar
presa de la angustia por saber que somos sospechosos y el nerviosismo se
apodera de mí. Patrick me abraza y me sienta en su regazo intentando
tranquilizarme.
—Shhh, no llores, chéri. Tenemos una coartada perfecta. Estábamos
juntos. Estuvimos con Sophie y Paul hasta que nos fuimos a casa y ya eran
más de las tres de la madrugada.
—No, Patrick. ¿No lo ves?—Las lágrimas caen sin cesar por mis
mejillas mientras lo miro a los ojos—Tú estuviste con ellos, pero yo…
estuve dando vueltas y más vueltas por las orillas del Sena desde que salí
del pub hasta que me encontrasteis a esa hora. Yo no tengo coartada.—
sollozo mientras mi cuerpo se convulsiona por el llanto—Estuve sola todo
ese tiempo. Completamente sola. ¿Cómo voy a demostrar que no fui yo
quien mató a….?
No puedo terminar la frase. Soy incapaz de decir su nombre. Me cubro
la cara con las manos y continúo llorando mientras Patrick me acaricia el
pelo y la espalda y me brinda palabras de consuelo. Pero a mí no me sirven.
—Escucha, cielo. Le contaremos a mi abogado lo que pasó y él nos
dirá qué es lo mejor que podemos hacer. Y ahora deja de llorar, por favor.
No me gusta verte así.
Me besa en la sien y limpia mis lágrimas con los pulgares. Encierra mi
cara entre sus manos y deposita un dulce beso en la comisura de mis labios.
—¿Quieres que vayamos a la cafetería y te tomas una tila?—pregunta.
—No.—Niego con la cabeza—Lo primero es que no quiero que nadie
me vea así y lo segundo, que si vamos juntos todos sabrán que tenemos una
relación y no quiero ser la comidilla de la empresa.
—Tarde o temprano acabarán enterándose. A mí no me importa que
sepan que te quiero, pero si tú no opinas igual…
—Pensarán que soy una caza fortunas, Patrick. Acabo de llegar a la
empresa y ya me he ligado al jefe. Quizá dentro de un tiempo…—contesto
encogiéndome de hombros y limpiándome los mocos con un pañuelo de
papel que me tiende mi hombre.
—Está bien. Te entiendo. Puedo hacer que me suban la tila aquí.
¿Quieres?—contesta solícito.
Asiento y me levanto de sus piernas.
—Voy al baño a lavarme la cara y enseguida vuelvo. A ver si entre eso
y la tila me sereno un poco.
Cuando regreso del aseo Patrick tiene la infusión encima de su mesa.
En silencio me la tomo y cuando la termino él me dice:
—Creo que lo mejor será que te vayas a casa y descanses. Acabo de
hablar con Valois, mi abogado, y me ha dado cita para dentro de una hora.
—Quiero estar presente cuando hables con él. Tengo que contarle todo
lo que hice durante esas horas.—contesto dejando la taza en el platillo y las
dos cosas sobre la mesa.
—Eva, cielo,—Patrick me acaricia el óvalo de la cara sentado en el
escritorio frente a mí—lo mejor es que te vayas a casa para estar tranquila.
Según lo que me diga él, haremos una cosa u otra.
—No, Patrick. Tengo que contar mi versión. Tengo que defender mi
inocencia.—insisto.
—Deja que yo me ocupe, chéri. Déjame cuidar de ti.
—Pero es que…—Comienzo a hablar, pero Patrick me interrumpe.
—No. Te vas a ir a casa y vas a descansar. Quiero que estés tranquila.
—Su voz ahora es autoritaria—No quiero que vengas a la oficina en toda la
semana. Yo trabajaré por las mañanas y pasaré todas las tardes contigo. Te
contaré lo que me diga Valois y haremos todo lo que él nos indique, ¿de
acuerdo?
Al final le obedezco. No tengo ganas de discutir. No puedo quitarme
de la mente que Valerie está muerta. Asesinada. Y que nosotros somos
sospechosos. Bueno, yo soy la principal sospechosa, ya que no tengo
coartada. Rezo a Dios todo lo que sé y más para que me ayude a salir de
este asunto.
Capítulo 22

En casa mi cabeza da vueltas una y otra vez a todo lo que ha pasado.


Encerrada entre las paredes de mi piso, me desespero. Los días pasan lentos
y no tenemos noticias de los Inspectores Reynard y Chevalier. Tampoco de
Valois, el abogado de Patrick. No sé si eso es buena o mala señal. Cada vez
que toca el timbre de la puerta me sobresalto y con miedo abro esperando
que sea la policía que viene a detenerme.
Susi viene a verme el jueves. Salimos a tomar café y luego nos vamos
de tiendas. Le he contado todo lo que ha pasado y está alucinada pero me
tranquiliza diciéndome que todo saldrá bien.
—Eso espero, Susi, eso espero. —contesto abatida.
—Ya verás cómo antes de que te des cuenta la policía resuelve el caso
y encuentran al culpable.—intenta animarme mientras paseamos por la calle
Preciados mirando escaparates.
—Ojalá sea así, porque estoy empezando a rallarme. Tengo pesadillas
por las noches y, aunque Patrick intenta distraerme...—Sacudo la cabeza
negando.
—¿Sí? —dice sonriendo—A ver cuenta, cuenta. ¿Qué hace el duque
para que tu mente vuele lejos del asunto ese del asesinato? ¿Maratones de
sexo?
—No te voy a contar nada, cotilla.—Y consigo sonreír por primera vez
en estos días—Eres capaz de irte a la tele a vender la historia.—La acuso en
broma.
—Pues sería una buena historia, ¿no crees? Tiene sexo, pasión,
asesinato…¡Dios!¡Qué morbo!
—¡Andaaaa! ¡Qué estás atontá!—Le doy un suave golpe en el hombro.
—Oye, si me pagan bien…
—¡Susi!—la riño—No me puedo creer que seas capaz de vender mi
vida privada por unos cuantos euros. ¡Mala amiga!
Ella se empieza a reír con fuerza y me contagia de su risa. Sé que todo
es broma, pero me preocupa que la gente se entere y piensen lo que no es.
¿Qué pasaría con Patrick si se supiera? Él pertenece a la aristocracia. La
prensa se cebaría con él. Con nosotros. A mí me harían papilla. Me
destruirían. Y él…Su reputación se vería seriamente dañada. Cierto es que
desde que estoy con él la prensa no se ha preocupado por nosotros. Debe de
tener algún tipo de acuerdo con los periodistas para que dejen a la familia
en paz, pero este es un tema muy morboso y seguro que alguno querría
sacar tajada. Espero que no suceda nada de lo que pienso. Por el bien de los
dos.
Tras pasar la tarde con Susi me reúno con Patrick para cenar. Está muy
guapo con unos vaqueros gastados y una camisa negra, con las mangas
enrolladas hasta los codos. ¿Este portento masculino es mío?, pienso con
orgullo y me excito al recordar sus manos sobre mi cuerpo, sus besos en
mis labios, su miembro dentro de mí. A pesar de las preocupaciones por el
caso que está investigando la policía, hemos seguido con nuestras sesiones
maratonianas de sexo, como dice Susi. Es de la única manera que consigo
evadirme. Lo necesito. Y sé que Patrick también.
Me lleva al restaurante de la calle Príncipe de Vergara donde tuvimos
nuestra primera cita. El maître nos saluda muy efusivo al entrar y nos
conduce hasta la misma mesa de aquella vez. Mientras degustamos una
exquisita cena hablamos del asesinato de Valerie.
—Esta mañana me ha llamado Valois—comienza a decir Patrick—
para contarme cómo va la investigación. Al parecer, en la casa de Valerie
apenas han encontrado huellas, por lo que el asesino o asesinos limpiaron
todo antes de irse. Dice que la encontraron atada a la cama, con varias
puñaladas en el pecho y el cuello. Una de ellas le seccionó la vena aorta, lo
que le causó la muerte.—Me estremezco al oírlo y él continúa hablando—
Al parecer su asesino o asesinos habían mantenido relaciones sexuales con
ella poco antes de que falleciera. Consentidas. Porque no se aprecian
desgarros ni otros signos que puedan hacerles creer que se trató de una
violación. También….—Hace una pausa—habían escrito la palabra «puta»
en la pared. Dice que tiene toda la pinta de tratarse de un crimen pasional,
pero siguen investigando. Al menos, las pocas huellas que hay en el
apartamento no corresponden con las tuyas, así que estás libre de toda
sospecha.
La sensación de alivio me llena por completo y exhalo un gran suspiro.
—No te imaginas lo que me alegra oír eso, Patrick. Estaba tan
preocupada…He pasado unos días horribles. He estado aterrada.—Tomo un
sorbo de mi copa de vino blanco y continúo—Pero, ¿sabes? Me da pena que
Valerie haya terminado su vida de una manera tan…horrorosa. Debió sufrir
mucho en esos momentos. A pesar de ser una persona tan odiosa, no se
merecía tener el final que ha tenido.—Me quedo callada un momento y al
darme cuenta de una cosa añado—Espera un momento…Has dicho que no
había huellas mías en su casa, obviamente, pero ¿y tuyas? Quiero decir…
Habrán comprobado que tampoco hay huellas tuyas en su piso.
Patrick se remueve en la silla antes de contestarme. Cuando lo hace,
sus ojos no se apartan de los míos.
—Todavía siguen analizando lo que han encontrado, pero no te
preocupes por eso. Valois me tendrá al corriente de todo este asunto. Ahora
lo principal es que sigamos con nuestras vidas como siempre.—Me coge la
mano por encima de la mesa y me acaricia el dorso con su pulgar—Yo
también me he quedado muy tranquilo cuando mi abogado me ha dicho esto
sobre ti. Después he hablado con Reynard y Chevalier y me han confirmado
que vuelven a París para continuar con las investigaciones.—Me suelta la
mano y coge el tenedor para continuar comiendo—Aun así les he
comunicado mi intención de seguir el caso de cerca. Era mi esposa y,
aunque tuviese mala relación con ella, quiero saber qué le pasó.
Terminamos de cenar y nos vamos a bailar a un pub que han abierto
hace poco cerca de allí. Cuando llegamos, nos acercamos a la barra para
pedir algo de beber y mientras la música suena, nos besamos. Patrick me
arrincona contra la barra y devora mis labios con pasión. Está bastante
oscuro y aprovecha para meter su mano por debajo de la falda de mi vestido
hasta llegar a mis braguitas. Me acaricia el sexo por encima de la tela y yo
me derrito deseando que vaya más allá y aparte la dichosa tela para sentir el
cálido contacto de sus dedos en mi hendidura que comienza a humedecerse.
—Estás preciosa con este vestido rojo, chéri.
—Gracias.—digo con una espléndida sonrisa.
—No veo el momento de quitártelo.—susurra mientras recorre con sus
labios el contorno de mi mandíbula llegando hasta mi oreja y dándome un
pequeño tirón del lóbulo con los dientes.
—Cuando quieras vamos a tu casa. Estamos cerca.—Le incito.
—Mmmm. Hoy estoy juguetón. Me apetece hacerlo en algún sitio que
no sea habitual.
—¿Alguna idea?—pregunto con lascivia y noto cómo mi pulso se
acelera cada vez más y la sangre corre caliente por mis venas quemándome.
—¿Qué te parece aquí mismo? Está oscuro…La gente baila
enloquecida…Nadie se daría cuenta, cielo.
—¿Por qué no mejor en…el baño? —Intento hacerle cambiar de
opinión mientras él sigue con sus caricias a mi sexo por encima del encaje
de las bragas enviando fuertes descargas de placer por todo mi cuerpo.
No estoy muy segura de que podamos tener sexo aquí, en la barra del
pub, sin que nadie se entere. Patrick saca la mano de debajo de mi falda, me
agarra de las caderas y me aprieta contra él. Puedo notar su dura erección
luchando por salir de su cautiverio mientras se restriega contra mí como un
gato en celo.
—Nunca lo he hecho rodeado de gente.—ronronea en mi oído con la
voz cargada de deseo.
—Yo nunca lo he hecho en un baño público.—Sigo insistiendo y gimo
al sentir su duro miembro contra mi pubis.
Me ignora. Vuelve a meter una mano debajo de mi falda mientras con
la otra me sigue apretando contra su cuerpo. De nuevo recorre mi sexo con
sus dedos por encima de la braguita. Abro un poco las piernas para que
pueda tocarme mejor y lo agarro del cuello para besarle. Él me lame el labio
superior, después el inferior y luego me da un mordisquito en la carne.
Cuando introduce su lengua en mi boca, la mía sale a su encuentro. Se
acarician. Bailan.
Con lentitud aparta la delgada tela de mis bragas y me pasa un dedo
por todo el largo de mi hendidura. Mi gemido de placer muere en su boca.
Sin perder más tiempo, mete dos dedos en mi mojada vulva al tiempo que
con el pulgar traza tortuosos círculos en mi clítoris. Tengo que reconocer
que la situación me excita sobremanera. El peligro de que nos pillen…me
da morbo y quiero continuar. Me gusta cuando Patrick está juguetón y me
arrastra con él a su mundo de fantasía.
Sus dedos entran y salen de mí con una lentitud desesperante y yo
muevo las caderas para incitarlo a que vaya más rápido. Mi botón mágico
cada vez está más hinchado y siento que dentro de poco el orgasmo me
llegará. Patrick pasea su boca por mi garganta, regándola de besos hasta
llegar a mi hombro y después deshace el camino para regresar a mis labios
y reclamarlos con un asolador beso.
—No sabes cómo te deseo, chéri. Me muero por poseerte aquí…
delante de todos…—Su aliento me hace cosquillas en los labios y me
estremezco—Quiero que te agarres fuerte a mis hombros porque voy a
enroscar tus piernas a mi cintura y te voy a penetrar de una sola vez. Fuerte.
Como a ti te gusta.
Asiento sin pararme a pensar en las consecuencias y hago lo que me
pide. Estamos al final de la barra, en un rincón, casi tapados por un gran
altavoz del que sale la atronadora música. Comienza a sonar Rihana. Only
girl in the world. Me río porque esta canción es la que cantaba yo en la
ducha aquel día en su casa cuando se metió conmigo e hicimos el amor. Al
recordar esta escena me caliento más. Mi mente me bombardea con
imágenes de aquello y me excito más de lo que ya estoy. Y como dice la
canción, Patrick hace que me sienta como la única chica del mundo.
Especial y única.
Él se desabrocha los vaqueros y los baja un poco, lo suficiente para
poder sacar su tremenda erección y colocándola en la entrada de mi
anegado sexo, hace lo que me ha dicho. Se entierra en mí de una sola
estocada y yo suelto un jadeo ante tal invasión. Posa su boca sobre la mía y
mis gemidos quedan ahogados entre sus labios. Me aplasta contra la pared y
me hace daño en la espalda, pero no me importa. Me gusta todo lo que me
hace. Me pone muy caliente esta sensación de saberme suya, de que puede
disponer de mi cuerpo a su antojo. Cuando quiera y dónde quiera.
Miro a mi alrededor y compruebo que nadie nos observa. Hay varias
parejas más en los diversos rincones del pub besándose…o eso creo yo.
¿Habrá alguien haciendo el amor como nosotros en este momento? Sonrío
para mis adentros. Si lo hay, espero que esté disfrutando tanto como yo.
Las embestidas de Patrick son cada vez más rápidas y el calor se
apodera de mi cuerpo. Estoy cerca, muy cerca de alcanzar mi clímax.
Aprieto los músculos de mi vagina entorno a la erección de mi amante para
que la fricción sea mayor y él deja escapar un gutural gemido al notar lo
que le estoy haciendo en su hinchado miembro. Me abraza con más fuerza.
Su frente está perlada por el sudor y yo…yo estoy quemándome viva.
Patrick me penetra tan profundamente en esta posición que con cada
estocada presiona sobre mi punto G, ése mítico lugar en el cuerpo de una
mujer, y llego a mi clímax ahogando mis gemidos de placer entre sus
carnosos labios. Él sigue bombeando en mí unos segundos más hasta que
me muerde el labio inferior para no gritar mi nombre delante de la gente y
que descubran lo que estamos haciendo. Por fin me llena con su espesa y
cálida semilla.
Nos quedamos así, abrazados y con él enterrado en mí, hasta que
nuestra respiración se vuelve regular y nuestros corazones se calman.
—Feliz cumpleaños, chéri.—Me susurra al oído.
—¿Cómo?—pregunto un poco atontada por el tremendo orgasmo que
acabo de tener.
—Son las doce de la noche. Ya es cinco de mayo, cielo. Tu
cumpleaños.
Me quedo por completo sorprendida. Ni me había dado cuenta de que
mi cumpleaños era ya. Estos días los he pasado tan absorta en mis
cavilaciones sobre el asesinato de Valerie, que se me había olvidado por
completo en qué día estaba viviendo.
—No me digas que se te había olvidado.—dice Patrick con una tierna
sonrisa— ¿Qué pasa? ¿Ya estás con Alzheimer?
—No. No es eso. Es que…
A mi mente llegan los recuerdos de mi dieciocho cumpleaños. Aquel
fatídico día en que me vi atada a la cama, con un baboso encima de mí
manoseando mi virginal cuerpo y poco después a mi madre…No. No quiero
recordarlo. Ahora estoy aquí. Con Patrick. Con él clavado dentro de mí.
Hasta lo más profundo de mi ser.
—¿Qué ocurre? ¿No te gusta tu cumpleaños? —pregunta preocupado
al ver que me he quedado ensimismada y en mis ojos puede leer algo
parecido al…dolor.
Sale de mí con lentitud y con un pañuelo me limpia los restos de
semen que corren por el interior de mis muslos. Me coloca bien las
braguitas y me baja la falda del vestido.
—¿Qué te pasa, Eva?—insiste.
Sacudo la cabeza para alejar esos pensamientos de mi cerebro y, como
puedo, consigo sonreírle. Pero no lo engaño. Patrick sabe que algo ronda mi
mente.
—Gracias.—susurro colgándome de su cuello y acercándolo a mí para
besarle—Te has acordado. Muchas gracias.
—Ven. Vayamos a casa para darte tu regalo. —dice cogiéndome de la
mano y tirando de mí hacia el exterior del pub.
Capítulo 23

El trayecto hasta su casa lo hacemos en silencio. Me debato entre si


contarle lo que me pasó un día como hoy hace ya tantos años o no. Patrick
se sinceró conmigo contándome lo de Valerie, su matrimonio con ella,
cuando tuvimos aquella discusión en París y yo aún no le he explicado por
qué no quiero que me aten a la cama para hacer el amor. Por qué reaccioné
así el día que él lo intentó. No ha vuelto a preguntarme por eso, pero sé que
le preocupa y sólo está esperando a que sea yo quien decida cuando hablar
de ese tema. Y también sé qué es algo que debo superar. Y que puedo
hacerlo con Patrick. A su lado.
Tengo que contárselo. Sí. Tengo que abrirme a él y decirle lo que me
pasó. Lo que me hicieron. Ya es hora de que deje el pasado atrás, con todos
sus demonios, y comience a vivir mi futuro sin miedo. Con Patrick a mi
lado. Con su cariño, su amor y sus juegos.
Nada más entrar en su ático, aún agarrados de la mano, me lleva a la
habitación. Me sienta sobre la cama y me pide que cierre los ojos. Yo lo
hago obediente.
—No los abras. Prométemelo.—pide.
—Lo prometo.—contesto con una trémula sonrisa en los labios.
Le oigo caminar por la habitación. Abre un cajón y poco después lo
cierra. Vuelve a mi lado y siento cómo se hunde el colchón bajo su peso.
Estoy tentada de abrir los ojos, pero no lo hago. Noto sus manos en mi
espalda y cómo baja la cremallera de mi vestido y lo desliza por mis brazos
hasta dejarlo enrollado en mi cintura. Mi corazón se acelera y mi piel
comienza a arder al sentir las yemas de sus dedos sobre ella. Patrick se
coloca de rodillas detrás de mí sobre la cama y comienza a regar de besos
mi cuerpo mientras me desabrocha el sujetador.
—Menos mal que esta vez no me lo has roto.—comento divertida.
—Si quieres, lo hago. —Me reta.
—No. Mejor no. Este me lo compré en París y quiero conservarlo.
—Mmmm.—gruñe como respuesta.
Sus labios me acarician la nuca y me estremezco. Sus manos deslizan
el sujetador por mis hombros, bajan por mis brazos y siento cómo lo lanza
lejos. Mi respiración ya está alterada y mi sexo humedecido.
—Ponte de pie. Voy a quitarte el vestido.—ordena Patrick con esa voz
masculina y sensual con la que podría hacer que tuviera un orgasmo sólo
hablándome.
Me levanto de la cama y él termina de desnudarme, quitándome a la
vez el vestido y las braguitas. Acaricia con las yemas de sus dedos mis
muslos. Me vuelve a sentar en la cama y él se levanta. Se coloca frente a mí
y noto cómo alza mis pies para sacar las prendas que han caído sobre ellos.
Cuando ha terminado me empuja con suavidad para tumbarme en la
cama y me coloca en el centro de la misma. Se sienta a horcajadas sobre
mis caderas. Noto su duro miembro encima de mi pubis y el vello de sus
piernas me hace cosquillas en los muslos. ¿Cuándo se ha desnudado? Me
excito al imaginarlo así sobre mí. Cada vez estoy más mojada. Preparada
para recibirle.
—No abras los ojos.—Me recuerda.
Asiento y él se inclina sobre mí y me besa en la comisura de los labios.
Es un roce ligero. Como una pluma. Noto que manipula algo. Oigo el ruido
al lado derecho de mi cabeza y de repente siento una caricia que me recorre
desde el cuello hasta mi ombligo. Pero no son sus manos. No. Es algo
suave. Algo…de…¿goma?
Voy a abrir los ojos para saber qué es pero Patrick, más rápido que yo,
me coloca una mano sobre ellos impidiéndomelo.
—Has prometido que no los abrirías. ¿Tengo que vendártelos?
—Sólo…Sólo quiero saber qué es…eso. —contesto suplicante—Por
favor…
—Es tu regalo, chéri. No tengas miedo. No estés nerviosa. Es…algo
diseñado para que las mujeres disfrutéis.—dice para tranquilizarme.
Con rapidez pienso: ¿Me ha comprado un vibrador? ¿Un dildo de
silicona? Comienzo a reírme y él continúa hablando.
—Supongo que ya te imaginarás lo que es. —comenta mientras sigue
con su recorrido por mi cuerpo, acariciándome con el pene artificial—
¿Recuerdas aquella vez que te llamé por teléfono y estabas en la ducha…
masturbándote?
—¡Sí! ¡Lo recuerdo!—exclamo entre carcajadas—Pensé que eras el
pesado de Rubén y te solté todo aquello…
—Bueno, pues desde entonces no he parado de pensar en comprarte
una cosa de estas, pero tenía un pequeño problema…Una pelea interna. —
Hace una pausa y yo espero ansiosa que siga explicándose—Sabes que no
me gusta compartir lo que es mío. No quiero que nadie se hunda en tu sexo,
ni siquiera una polla de silicona. Eso sólo puedo hacerlo yo.—Oigo un
pequeño ruido y siento una vibración contra mi estómago, cerca de mi
ombligo, y Patrick continúa—Date la vuelta y ponte a cuatro patas, Eva.
Vas a probar tu regalo.
Se levanta de mis caderas para permitir que haga lo que me ha pedido.
Cuando estoy en la posición correcta, acerca el vibrador a mi clítoris y un
delicioso cosquilleo recorre todo mi sexo al sentirlo. Lo mantiene unos
segundos pegado a mi mágico botón y después lo aleja.
—¡Eh!—protesto—Me estaba gustando.
Patrick se ríe y vuelve a acercar el juguete sexual a mi nudo de nervios
para recibir otra descarga de placer mientras me acaricia las nalgas con la
mano libre. Pasa sus dedos por entre mis glúteos y al sentirlo en mi ano,
doy un respingo y nerviosa le pregunto:
—¿Sexo anal? No estoy preparada, Patrick. Nunca…
—Tranquila. Hoy no. Quizá algún día…Pero hoy no.—dice con esa
voz tan sensual que me derrite, al tiempo que sigue estimulando mi clítoris
con mi regalo.
Una idea cruza por mi mente y se la cuento.
—Sé que me dijiste una vez que nunca haríamos un trío, pero…ahora
que tenemos un pene vibrador, a lo mejor podríamos…ya sabes…—Me
muerdo los labios para controlar el éxtasis que está a punto de recorrerme
entera—comprar un lubricante, acostumbrar a mi culito al tamaño de tu
pene y…y…—Las descargas de placer que me produce el juguete en el
centro de mi deseo me hacen jadear y casi no consigo unir una palabra con
otra para explicarle mi idea.
—¿Y? —pregunta Patrick para animarme a continuar.
—Oh, Dios, qué bueno es esto…—Consigo decir y dejo caer mi
cabeza hasta chocar contra el colchón.
—Te estás desviando del tema, chéri.—Y aleja de mi clítoris el
vibrador.
Levanto otra vez la cabeza. Sigo con los ojos cerrados. Muevo las
caderas y empujo hacia atrás buscando el artilugio que me está dando tanto
placer. Choco contra la enorme erección de Patrick situada justo en la
costura de mi trasero. Él me detiene con una mano posada sobre mi cadera
y chasquea la lengua.
—No te muevas, cielo. Y sigue contándome eso tan excitante que me
estabas diciendo…
—Vuelve a poner…esa cosa…donde estaba…—gimo al suplicarle.
Patrick se ríe y yo…ardo en deseos de volver a experimentar el dulce
cosquilleo del vibrador contra mi sensible clítoris.
—Por favor…—suplico de nuevo.
Gracias a Dios, él no me tortura más y hace lo que le pido. El calor
vuelve a inundar mi sexo y sé que no tardaré mucho en correrme.
—Sigue hablando.—Me pide Patrick—Compraríamos un lubricante
para acostumbrar tu precioso y arrugado ano a mi erección y ¿qué más,
chéri? ¿Qué haríamos luego? Yo te penetraría por detrás mientras meto en
tu caliente vulva el pene de silicona. ¿Es eso?
—¡Sí! —grito extasiada porque estoy al borde del clímax—¡Sí! Ese es
el trío que quiero hacer.
Patrick aleja de nuevo el juguete de mi clítoris y yo me muerdo los
labios para no expresar la cantidad de palabras malsonantes que pasan por
mi mente.
—¿Y ahora por qué paras?—pregunto frustrada.
—Me gusta la idea. Pero hay un pequeño error en todo eso.—dice y
puedo sentir la sonrisa en su voz—Te he dicho antes que nadie ni nada
entrará en tu precioso coñito. Eso sólo puedo hacerlo yo. Y…además…No
tenemos un pene de silicona.
Abro los ojos y lo miro por encima del hombro confundida.
—¿Qué…?—Comienzo a preguntar dándome la vuelta para quedar
frente a él, pero me interrumpe.
Levanta la mano y veo que sostiene en ella una forma ovalada de
silicona y de color rosa, con dos botones en el extremo. Con el pulgar apaga
esa «cosa» y me la da para que la examine.
—Es una lengua vibradora. O bala vibradora. Como prefieras llamarlo.
Tiene siete velocidades de vibración que puedes regular con este botón.—
Lo señala con el dedo índice—El otro es para encender y apagar. Sirve para
estimular el clítoris. Bueno, y otras zonas erógenas. —Me dedica una
sonrisa traviesa—¿Te gusta?
Con la bala en mis manos aprecio su dureza y su tacto aterciopelado.
Tiene forma ergonómica y el acabado en la parte superior es redondeado. Es
muy manejable. Ligera. Apenas pesa.
Levanto la mirada hasta encontrarme con los azules ojos de Patrick y
sonrío:
—Sí. Me gusta. ¿Seguimos?
La sonrisa de Patrick se ensancha y me envuelve con esa ola de
sensualidad que desprende. Vuelvo a colocarme en la posición que estaba
antes, sobre la cama a cuatro patas, y meneo el culo de forma juguetona
para incitarlo a que me coloque otra vez la lengua vibradora y siga dándome
placer.
Patrick me acaricia las nalgas y siento que acerca su duro miembro a
mi vagina, colocándolo en la húmeda entrada mientras con una mano me
sujeta por la cadera y con la otra, la que sostiene el vibrador, la sitúa cerca
de mi clítoris. Se introduce en mi caliente sexo, anegado por mis fluidos, y
comienza con su tortuoso y castigador ritmo a salir y entrar de mí, al tiempo
que enciende de nuevo el juguete y lo pega a mi hinchado y mágico botón.
La fuerza con la que me embiste es tan feroz que si no me tuviese bien
agarrada por la cadera, me estampaba contra el cabecero de la cama. Me
agarro a las sábanas para que no pueda desplazarme ni un milímetro y bajo
mi cabeza hasta apoyarla en el colchón, abriendo más mis piernas para que
me pueda penetrar más a fondo. Mis gemidos quedan ahogados contra la
cama. El picante aroma del sexo invade la habitación y se cuela por mis
fosas nasales llegando a mi cerebro, fundiendo buena parte de mis
neuronas.
El juguete cumple su función. Patrick se entierra en mí de una manera
bestial y no retira de mi clítoris ni por un segundo el vibrador. Oigo cómo
mi hombre jadea por el placer que siente hundiéndose en mí.
Poco a poco algo se va contrayendo en mi interior. Baja por mi pecho
y sube por mis muslos hasta centrarse en mi mojado sexo y sé que estoy a
punto…a punto de explotar en un maravilloso orgasmo que me va a dejar
exhausta. ¡Adoro mi regalo! Es el mejor que me han hecho nunca.
Comienzo a convulsionarme y con un grito me dejo ir. Me sumerjo en el
mar de placer que estoy sintiendo rebosante de deseo y lujuria.
Patrick sigue bombeando en mí, mientras mi vulva lo succiona para
exprimirlo al máximo y clavando sus dedos en mi cadera con fuerza, noto
cómo arquea la espalda y grita mi nombre al llegar a su clímax.
—¡Eva!
Caemos sobre la cama, exhaustos, desmadejados, y con el corazón al
borde del infarto. Cuando conseguimos relajar nuestras respiraciones, nos
besamos con cariño y nos decimos una y otra vez que nos queremos. Poco
después nos quedamos dormidos, acurrucados uno junto al otro sintiendo el
calor de nuestros cuerpos.
Capítulo 24

El viernes, día de mi cumpleaños, decido volver a la oficina a pesar de


que Patrick insiste en que me tome el día libre. Pero como he estado toda la
semana inactiva en casa y con la cabeza a punto de explotar debido al
asesinato de Valerie, siento la necesidad de retomar mi vida volviendo a mi
rutina diaria y el trabajo me distrae. Así que a las nueve llegamos puntuales
a la oficina Patrick y yo.
Aunque intentamos guardar las apariencias, nuestras miradas
cómplices y la sonrisita de felicidad perenne en nuestros rostros, nos
delatan. Y como pasamos tantas horas en la oficina, al final la gran mayoría
se ha dado cuenta de que mantenemos una relación.
Siento las miradas de envidia que me dirigen algunas chicas de la
plantilla y soy plenamente consciente de los comentarios malintencionados
que hacen a mis espaldas. Sólo mis cuatro amigos se alegran con sinceridad
de mi relación con Patrick. Sobre todo porque desde que estamos juntos, él
se muestra más relajado en la oficina y su trato con los empleados ha
pasado de ser frío y distante a más cordial y cercano.
En el desayuno de media mañana celebro mi cumpleaños con Héctor,
Paula y los demás en la cafetería de la planta doce y me regalan un precioso
ramo de flores varias y un bolso de muchos colores de Desigual, una firma
española que me encanta.
A las tres recojo mi mesa y apago el ordenador. Entro en el despacho y
veo que Patrick aún sigue enfrascado en el trabajo. Cuando advierte mi
presencia levanta la vista del montón de documentos que tiene delante y me
dedica una maravillosa, aunque triste sonrisa.
—Cielo, no voy a poder acompañarte a casa. Todavía no he terminado
y no puedo dejarlo para el lunes.
—Puedo coger unos sándwiches en la cafetería y los comemos aquí
mismo, juntos, antes de irme. Porque...tendrás que comer algo, ¿no?—
contesto acercándome a él para darle un suave beso en los labios.
—Me parece muy buena idea.—dice Patrick antes de profundizar el
beso.
Mientras comemos sentados uno frente al otro en su despacho, con la
gran mesa entre nosotros, Patrick me pregunta acerca de mi infancia.
—Pocas veces mi madre celebró mi cumpleaños.—Le cuento
intentando que no se note mi tristeza—No le gustaba tener niños en casa y
tampoco teníamos dinero para hacer una gran fiesta, bueno, ni una pequeña,
si vamos a eso.—Doy un mordisco a mi sándwich y cuando he tragado
continúo hablando—Apenas tenía juguetes…Recuerdo que una vecina me
regaló una muñeca Barbie cuando cumplí ocho años. Pero mi madre me la
rompió en uno de sus arranques de furia antes de darme una paliza que me
tuvo varios días en el hospital.
—¿Y los médicos no se dieron cuenta de nada?—pregunta Patrick
preocupado.
Con una triste sonrisa y la amargura en mi voz le contesto:
—Mi madre era una mentirosa extraordinaria. Dijo que me caí por las
escaleras del portal, después de haberlas fregado y de ahí los golpes y las
dos costillas rotas que tenía. Si los médicos sospecharon algo o no, no lo sé,
pero nadie indagó más en el asunto.
La expresión del rostro de Patrick es de una rabia ciega hacia mi
madre. Puedo verlo. Y eso que no lo sabe todo. Aún.
Llegados a este punto en nuestra relación y, ya que estamos hablando
de mi infancia y de los malos tratos de mi madre, creo que debería contarle
lo que desencadenó mi huida a Madrid hace ya tantos años.
Respiro hondo y antes de que él pueda hacer algún comentario sobre lo
que le he dicho, comienzo a hablar de nuevo.
—La última vez que me pegó, yo tenía dieciocho años y ese día era mi
cumpleaños.
Oigo cómo Patrick masculla algo en francés y veo que aprieta los
puños con fuerza hasta que los nudillos se le ponen blancos.
—Por entonces ella tenía un novio que se había venido a vivir con
nosotras hacía pocos meses. Era un borracho. Se pasaba el día pegado a una
botella y cuando no lo estaba, se enzarzaba en alguna pelea con mi madre,
que siempre acababa pagando yo, porque a él no podía agredirle. Era un
hombre bastante corpulento y estoy segura de que de una sola hostia habría
tumbado a mi madre.
Hago una pausa antes de continuar y me levanto de mi asiento. Ya he
terminado de comer y necesito pasear un rato por la estancia. No puedo
estarme quieta frente a Patrick observando sus reacciones según le voy
contando mi historia. Me pone muy nerviosa ver el grado de indignación
que él va adquiriendo con las cosas que le explico.
—El día de mi dieciocho cumpleaños salí a celebrarlo con mis amigas.
Fuimos al cine y después cenamos en un burguer. Cuando regresé a casa, mi
madre no estaba, pero él sí.—Hago una pausa para tragar saliva—Él estaba
esperándome. Me dijo que tenía que darme mi regalo. Me sorprendí al oírle,
ya que no esperaba nada de él ni de mi madre. Y además…También me
sorprendí al ver que no estaba borracho.—suspiro pesadamente—Me dijo
que lo tenía en la habitación y que lo acompañase hasta allí. Al entrar…me
senté en la cama y él me pidió que cerrase los ojos para no estropear la
sorpresa. Sentí algo alrededor de mis muñecas y me sobresalté. Cuando abrí
los ojos, comprobé que me estaba atando las muñecas. Forcejeé con él pero
era mucho más fuerte que yo, así que…perdí la batalla. En pocos minutos
me tuvo tumbada en la cama, atada y con la camiseta enrollada por encima
del pecho.
Patrick se levanta de su silla de cuero negro y se acerca a mí. Me
abraza con fuerza y yo me derrumbo. Comienzo a llorar. No puedo evitarlo.
Son recuerdos demasiado dolorosos. Pero él tiene que saberlo. Noto el dolor
y la rabia en su voz cuando me habla.
—¿Te violó? Ese malnacido, ¿te violó? ¿Lo hizo?
Sacudo la cabeza negando mientras las lágrimas corren por mis
mejillas y caen sobre la cara camisa de Patrick empapándosela.
—No. Sólo consiguió quitarme el sujetador y desabrocharme el
pantalón. Me manoseaba y me besaba justo cuando entró mi madre.
—Entonces ella te salvó de ese desgraciado.
—Sí. Me salvó de él, pero nadie pudo salvarme de ella.
—¿Qué quieres decir, chéri?—pregunta y veo la confusión en los ojos
de Patrick cuando levanto la mirada hacia su cara.
Le dedico una amarga sonrisa antes de contestar.
—No sé cómo mi madre consiguió sacarlo del piso. Cuando ella
volvió a la habitación, yo aún seguía atada a la cama, medio desnuda. Creí
que me iba a soltar, pero en lugar de eso…comenzó a pegarme. Me dijo que
había intentado quitarle a su hombre. Que lo había seducido a propósito y
que iba a pagar por ello.
Patrick me abraza con más fuerza y veo cómo sus ojos se llenan de
lágrimas, aunque hace un gran esfuerzo por contenerlas.
—Oh, chéri…Ma petit fille…
—Cuando se cansó de pegarme, me desató. Salió de la habitación y me
dejó allí. Tirada en la cama y cubierta de moratones. Me partió un labio y…
como pude me…me levanté—Trago el nudo que se me ha formado en la
garganta para poder continuar y terminar la historia mientras Patrick me
besa una y otra vez en la frente y el nacimiento del pelo—Me vestí a toda
prisa. En una mochila metí un poco de dinero y algo de ropa, el DNI…Ella
me sorprendió y volvió a pegarme. Pero la empujé a un lado y salí de la
casa lo más rápido que pude mientras oía sus gritos diciéndome que si
volvía por allí me mataría. El resto ya lo sabes. Llegué a Madrid, me
robaron y Juan y Susi me encontraron sentada en la puerta del Addiction
hecha un mar de lágrimas. Estaba desesperada.
Patrick, que continúa abrazándome con toda la fuerza que posee, me
acaricia la espalda y el pelo. Levanto mi mirada para encontrarme con la
suya y veo la pena inmensa que siente en su interior por todo lo que me ha
ocurrido. Despacio acerco mi boca a la suya y recorro con mis labios la
comisura de los suyos antes de obligarle a abrirlos y sumergir mi lengua en
su interior buscando la suya.
No quiero ver esa tristeza en su mirada, así que cierro los ojos y me
pierdo en el maravilloso beso que nos estamos dando y que me hace sentir
querida, valorada y protegida.
—Por eso te asustaste tanto cuando intenté atarte a la cama en mi ático
de París, ¿verdad?
Asiento mientras le contesto pegada todavía a sus dulces y carnosos
labios.
—Sí. Pero es algo que quiero superar. Y quiero que tú me ayudes.
Quiero…que esta noche cuando termine de trabajar en el Addiction,
vayamos a tu casa—Le doy un corto beso en la boca—Quiero que abras un
botellita de esas verdes con flores blancas…
—Perrier Jouët—Me corrige Patrick, que ya comienza a sonreír.
—Y quiero que brindemos por mi cumpleaños y por una vida sexual
plena y satisfactoria. Y cuando hayamos hecho esto,—continúo
separándome un poco de sus labios para mirarlo a sus inmensos ojos azules
—quiero que me ates a la cama y me hagas el amor muy despacio. Que me
digas mil veces que me amas y que me hagas sentir como si fuera la única
mujer en el mundo. La única que siempre amarás.
—Eres la única. Ya lo sabes. Y además de ser la única eres perfecta.
Perfecta para mí.
Capítulo 25

Paso la tarde con Jean-Claude y Susi y les cuento que Patrick ya sabe
todo mi pasado. Ambos se alegran mucho de que ya no le guarde ningún
secreto a Patrick y Jean-Claude me asegura que con él voy a ser muy feliz
porque está muy enamorado de mí.
—Ahora que la esposa de Patrick está muerta—comienza a hablar Susi
—os podréis casar.
—¡Uf! Susi…Acaba de fallecer…Creo que deberíamos esperar un
poco. No sé…Quizá un año o dos. —contesto antes de dar un sorbo a mi
Coca-Cola.
—¡Anda ya! Ni que tuviese que guardar luto como antiguamente.—
replica ella dándome una cariñosa palmada en el brazo.
—Mi canija tiene razón, Eva.—interviene Jean-Claude—¿Para qué
esperar? Además, sé que Patrick está deseando hacerte su mujer lo antes
posible.
—No sé…—respondo insegura—Es que con él ha ido todo tan rápido
desde que lo conocí…
—Pero te mereces ser feliz y deberías empezar a serlo desde ¡ya!—
contesta Susi sonriéndome.
Jean-Claude se acerca a ella y la besa en la sien. Me gusta mucho
verles juntos y felices. A pesar de la lengua viperina de Susi, Jean-Claude y
ella se llevan muy bien, gracias sobre todo, a la enorme paciencia que tiene
el francés con mi amiga.
Miro a mi alrededor y contemplo la gente que en esta tarde de mayo
disfruta de los calentitos rayos de sol en la terraza del bar en el que estamos,
en la plaza de Santa Ana.
—Nosotros tampoco deberíamos esperar mucho para pasar por el altar,
tesoro.—le dice él.
—¡Pero mira que eres pesado!—suelta ella separándose un poco y
deshaciendo el abrazo que se estaban dando.
Yo comienzo a reírme y me uno a Jean-Claude apoyándolo en su
particular batalla para conseguir que Susi le dé el «Si quiero».
—¡Venga, Susi! Me estás animando a mí a casarme con Patrick y tú no
quieres pasar por el aro con él. Eres un poquito hipócrita, ¿no? Si vale para
mí, también vale para ti.
—No, no, no, no. Ya le he dicho aquí al hermano de Caillou—Y señala
a Jean-Claude con la cabeza—que si dentro de un año seguimos igual de
bien que ahora, a lo mejor, y repito, a lo mejor, me planteo el matrimonio.
Pero hoy por hoy, ¿cómo decís los gabachos? Rien du tout. Nada de nada.
—Mmmm, mi canija es un hueso duro de roer.—Sonríe Jean-Claude
mientras la abraza de nuevo y la besa—Pero lo conseguiré. No te quepa la
menor duda. Acabará siendo la señora de García Beaumont.
—Sí, sí. Pero hasta entonces seguiré siendo Susana Contreras para
servirle a Dios y a usted.
Mientras ellos continúan con sus arrumacos el móvil comienza a
sonarme. Veo que es Patrick. Supongo que ya habrá terminado de trabajar y
me llama para saber dónde estoy y reunirse conmigo. Respondo con la
mejor de mis sonrisas. Pero el corazón se me congela al oír lo que me dice.
—Llama a Valois, mi abogado. Estoy con los Inspectores Reynard y
Chevalier volando hacia París.
—¿Pero no se habían ido ayer? ¿O esta mañana? ¿Qué ha pasado,
Patrick? ¿Qué es eso de que estás volando hacia París?—pregunto presa de
los nervios. Este asunto me huele mal. Muy mal.
—Han ido a la oficina y me han detenido. Me acusan del asesinato de
Valerie. Llama a Valois. Es muy urgente.
El teléfono se me cae de las manos por la impresión al oír sus palabras.
¡Patrick acusado por la muerte de su esposa! ¡No puede ser! ¡No! ¡No! Y
mil veces ¡No!
Todo comienza a darme vueltas. Siento que me falta el aire y no puedo
respirar. Veo a Jean-Claude recogiendo mi móvil del suelo y pegándoselo a
la oreja continúa hablando con Patrick. Se levanta de un salto de la silla
donde había estado sentado hasta entonces y comienza a maldecir en
francés. Susi corre hacia mí antes de que me desplome y me caiga al suelo.
Me sujeta entre sus delicados brazos y me dice que me tranquilice. Que
todo saldrá bien.
Mi mente trabaja a toda velocidad. ¿Cómo es posible? Patrick no ha
sido. Lo sé. Estoy segura al cien por cien. ¿Por qué lo acusan a él? ¿Acaso
han encontrado algo que lo relaciona de tal manera con el caso que han
formulado una acusación oficial contra él? ¡No! ¡Maldita sea! ¡No puede
ser!
Sin saber cómo, me encuentro dos horas después metida en un avión
rumbo a París, con Jean-Claude a mi lado. Me agarra la mano para
infundirme valor y darme ánimo y de manera constante me dice con
suavidad que todo saldrá bien. Que debe tratarse de un error en la
investigación. Yo rezo para que así sea.
En el aeropuerto Charles de Gaulle, Sophie nos recoge y nos lleva
directos al château de sus padres a las afueras de París. Al llegar nos
encontramos en la puerta de la valla de hierro forjado que rodea la
propiedad una nube de periodistas ávidos de información e imágenes de la
familia pasando por estos delicados momentos.
—Lo único que quieren es carnaza.—dice Sophie con desprecio—En
cuanto se enteraron de que Patrick había sido acusado del asesinato de su
esposa y las extrañas circunstancias que rodean la muerte de Valerie, han
corrido hacia aquí en busca de algo suculento que publicar. No todos los
días el hijo de un duque se ve envuelto en un escándalo de esta magnitud.
Me quedo pensando en las palabras de Sophie. Hasta ahora no había
sido consciente de que la prensa tuviera un verdadero interés en la vida de
Patrick y su familia. Quizá por eso sus padres prefieren vivir en el campo en
lugar de en París. Para escapar de las garras de los periodistas y poder llevar
una vida tranquila y relajada.
Rememoro todas las veces que he salido con Patrick a cenar, a bailar, a
pasear, como cualquier pareja de novios, y caigo en la cuenta de que nunca
hemos tenido ningún problema con la prensa. A lo mejor es porque en
Madrid, Patrick y su familia son mucho menos conocidos que en Francia. Y,
de todas formas, él no suele acudir a los saraos que se organizan para los
famosos. Intenta llevar la vida normal de cualquier joven de su edad.
Los periodistas se abalanzan sobre el coche de Sophie mientras
esperamos que se abra la puerta de la valla, haciendo multitud de fotos.
Gritando su nombre. Intentando que ella conteste a sus preguntas. Pero
gracias a Dios nos salva llevar el cristal de la ventanilla subido. La cara de
Sophie es una máscara de imperturbabilidad y mirando hacia delante
acelera a tope cuando la puerta se abre del todo. ¡Qué situación más
agobiante! ¡Por Dios!
Al llegar al impresionante palacete entramos raudos en su interior.
Natalie, la madre de Patrick, me acoge con los brazos abiertos. Me hundo
en ellos y comienzo a llorar de nuevo. Todo esto me supera.
—Tranquila, ma fille, —Me susurra al oído mientras me acaricia la
espalda suavemente—todo saldrá bien. Vince está en París con Valois. Han
visto a Patrick y él está bien. Están trabajando para encontrar algo con lo
que rebatir la acusación. Mi hijo no ha hecho nada malo. No podrán
demostrarlo.
Asiento aún pegada a su cálido cuerpo y, por extraño que parezca, me
siento reconfortada. Casi no conozco a esta mujer pero noto el cariño que
desprende hacia mí. Recuerdo las palabras de Patrick cuando conocí a sus
padres. Me dijo que todo el amor de ellos también lo recibiría yo y que allí
tendría un hogar. El hogar que nunca he tenido y los padres maravillosos de
los que nunca he podido disfrutar.
—Pero la prensa…—Comienzo a hablar y el nudo de emociones que
tengo en la garganta no me deja continuar.
—Son como buitres. Pero no te preocupes. Ya estamos acostumbrados.
Ven. Te mostraré tu habitación para que descanses un rato antes de cenar.
—¿Cuándo podré ver a Patrick? Necesito verle…Necesito estar con él.
—murmuro con la poca voz que me sale.
—Estoy esperando que mi marido me llame para decírmelo. Todos
estamos deseando verlo y tenerle de nuevo con nosotros, mafille.—
responde Natalie con cariño—Ahora descansa. Te llamaré para la cena.
Veinte minutos después Sophie entra en mi habitación. Llega
corriendo, sin resuello, después de subir la gran escalinata que hay desde la
planta baja del château hasta la superior donde están las habitaciones.
—Patrick…—dice casi sin aliento—Está aquí. Ha venido.
Salgo como una bala y me deslizo por las escaleras sin apenas tocar
con mis pies el suelo. Cuando llego al vestíbulo lo veo. Me paro unos
segundos al pie de la escalera para recuperar el aliento. Está tan guapo
como siempre pero en su rostro noto el cansancio y la preocupación. Junto a
él, Vince, su padre, y Valois, su abogado, debaten sobre algo que no logro
entender. Mi mente sólo capta a Patrick. Sus ojos tristes y cansados
clavados en el suelo mientras les escucha.
Como si hubiera sentido mi presencia, levanta la mirada para
encontrarse con la mía. De nuevo me pongo en movimiento y en milésimas
de segundo estamos juntos y abrazados. Intento contener mis lágrimas de
felicidad por tenerle otra vez junto a mí, pero no lo consigo.
—No llores, chéri. Ya estoy aquí. Todo se va a solucionar.
Me abraza con fuerza y me besa en el nacimiento del pelo.
—He pasado tanto miedo…—acierto a decirle con la voz estrangulada
por el llanto.
—Tranquila. Sólo querían que prestase declaración. Aunque la manera
en que me han traído hasta aquí no ha sido la más…correcta.
Con los pulgares Patrick limpia las lágrimas desordenadas que inundan
mi rostro y se inclina para reclamar mi boca con un dulce beso lleno de
amor. Me aferro a él con el miedo aún en el cuerpo de que aparezcan los
Inspectores Reynard y Chevalier otra vez para llevárselo. Al profundizar el
beso me doy cuenta de lo mucho que lo he echado de menos en estas pocas
horas que hemos pasado separados. Patrick es tan adictivo….
—Te quiero. —susurro todavía pegada a sus labios.
—Yo también, chéri. Yo también.
Durante la cena en la gran mesa que predomina el comedor hablamos
de lo ocurrido. Valois nos informa de cómo van las investigaciones y de por
qué se han llevado a Patrick de esa manera.
—De las pocas huellas que había en el apartamento de Valerie,—
comienza a explicar el abogado—algunas coinciden con las de Patrick. Lo
cual es lógico ya que en ese piso él ha estado muchas veces. La propiedad
es suya y como estaban en trámites de divorcio, de forma ocasional, se han
reunido en él para debatir los acuerdos de dicha separación. Como ocurrió
cuando habéis estado aquí las pasadas vacaciones de Semana Santa.
Me sorprendo al oír esto. ¿Patrick fue al piso de Valerie en los días que
estuvimos aquí? ¿Cuándo? No sabía nada.
Confusa miro a Patrick en busca de una respuesta, pero él aparta la
mirada de inmediato avergonzado. Lo que me confirma que es cierto lo que
acaba de decir Valois. Se ha visto con ella en su casa y no me lo ha dicho.
Me siento herida al descubrir este pequeño engaño por parte de
Patrick. Valois sigue con su discurso pero yo ya no le presto atención. Sólo
puedo pensar en qué momento han estado juntos Patrick y Valerie y qué es
lo que ha pasado entre ellos.
Y entonces rememoro todos los días que estuvimos en París y los
momentos que Patrick y yo no los pasamos juntos. Caigo en la cuenta de
que tuvo que ser cuando nos la encontramos en Galerías Lafayette. Sophie y
yo nos marchamos a Montmatre y Patrick se nos unió más tarde. El enfado
comienza a crecer dentro de mí.
—Tienen que analizar el resto de las huellas que, al parecer,
pertenecen a una misma persona, distinta de Patrick, y también…—
continúa Valois—están a la espera de los resultados de ADN de un cabello
humano que encontraron en la cama junto al cuerpo. Además, Valerie había
mantenido relaciones sexuales sin protección justo antes de su muerte y
están analizando el…semen hallado en su vagina.—dice algo más bajo.
Vuelvo a prestar atención a las palabras del abogado mientras por el
rabillo del ojo veo que Patrick se levanta de la mesa y abandona
discretamente el comedor. Salgo tras él. Necesito que hablemos. ¿Por qué
no me contó que fue a su casa aquel día? ¿Por qué me lo ha estado
ocultando todo este tiempo?
Lo encuentro en el jardín. Sentado en un banco que hay en medio del
laberinto formado por los setos que hay frente a la casa. Me acerco despacio
y, sin decirle nada, me siento a su lado. Patrick me coge la mano y la coloca
sobre su muslo mientras me acaricia el dorso con la yema de los dedos
enviando descargas de placer a todo mi cuerpo.
¿Cómo es posible que en una situación así el simple contacto de su piel
me excite? Debería estar sumamente preocupada por todo lo que está
ocurriendo y, sin embargo, no puedo dejar de pensar en tenerlo junto a mí,
en la cama, dándome placer. Pero también estoy enfadada porque no me ha
contado esta parte.
Así que guardo silencio esperando que diga algo y arregle la situación.
—La llevé a su casa cuando salimos de Lafayette y me pidió que
subiese un momento para hablar sobre el divorcio.—comienza a hablar
Patrick con la mirada fija en mi mano, trazando circulitos con el pulgar en
mi piel—Intentó, como siempre, engatusarme con el sexo para que le
volviera a abrir las cuentas en las tiendas.—Me tenso al oírlo y él se da
cuenta así que añade con rapidez—Pero al no conseguirlo, discutimos. Se
puso histérica y rompió algún que otro jarrón. Me fui de allí antes de que la
situación empeorase. Por eso mis huellas están en su piso.
—¿Por qué no me lo contaste?—Quiero saber y mi voz delata mi
cabreo.
—No me pareció importante.—Se encoge de hombros y prosigue—
Además tú aún no sabías quién era ella y cuando lo descubriste…tuve
miedo de que te enfadaras conmigo más de lo que ya estabas si te decía que
esa mañana había estado en su casa.
Levanta la vista de mi mano y recorre mi cara con sus tristes ojos.
—No quiero perderte, amor mío. Eres todo lo que siempre he estado
buscando. Todo lo que quiero y necesito. Y temí que te alejases de mí si te
lo contaba.
Comprendo su preocupación y su miedo a perderme y mi enfado se
evapora.
—Patrick…—Me inclino hacia él buscando su boca—Te quiero, te
adoro y eso nunca va a cambiar.
Lo beso transmitiéndole todo el amor y la pasión que siento en esos
momentos. Patrick me coge y me sienta en su regazo mientras nos besamos
enloquecidos. Por un instante nos olvidamos de todo lo que sucede a
nuestro alrededor. Ahora sólo estamos él y yo.
Capítulo 26

Una vez en la habitación de Patrick me quedo observando la gran cama


con dosel y visillos blancos. Las sábanas son de seda negra y la multitud de
cojines que adornan el lecho combinan el blanco y el negro de una manera
muy oportuna. Todo el cuarto tiene un aire masculino. Y todo es blanco y
negro. No hay lugar para otro color. Así que cuando me veo reflejada en el
espejo del armario que hay a la izquierda noto que desentono un poco, ya
que mi vestido rojo rompe con la monotonía de nuestro alrededor.
—¡Vaya cama!—exclamo al ver lo enorme que es—Aquí caben por lo
menos cuatro personas. Y con el dosel…parece la cama de un príncipe.
—Pues es la cama de un duque—dice Patrick acercándose a mí por la
espalda y rodeando mi cintura con sus brazos—y la vamos a disfrutar sólo
nosotros dos.
—Tu madre me ha asignado otra habitación. No sé…—comienzo a
decir pero él me interrumpe.
—Mañana hacemos el cambio. Ahora…—Me da la vuelta entre sus
brazos y me mira con una provocativa sonrisa—tenemos cosas más
importantes que hacer.
Se inclina sobre mi boca y la reclama con un beso abrasador que hace
que mi corazón lata desbocado. Me envuelve con esa ola de sensualidad que
desprende cada poro de su piel y yo…yo me derrito entre sus brazos como
la mantequilla puesta al sol.
Poco a poco Patrick baja la cremallera de mi vestido y al tocarme con
las yemas de los dedos el trozo de piel que ha dejado al descubierto, una
descarga me recorre entera. Mi piel retiene las huellas de su calor
negándose a abandonarlas. El vestido cae a mis pies formando un remolino
del que Patrick me ayuda a salir dándome la mano. Continúa con la ropa
interior, las medias y los zapatos. Cuando estoy desnuda y expuesta ante él
me pide que me tumbe en la cama y acto seguido veo cómo su ropa vuela
en cuestión de segundos.
Le observo y una vez más me maravillo de que ese portento masculino
sea mío. ¡Sólo mío! ¡Oh, Dios! ¡Sí! Mi Brad Pitt particular…
—¿En qué piensas, chéri?—pregunta Patrick mientras se sube a la
cama y repta por mi cuerpo hasta llegar a mi boca. Me roza con sus labios y
siento cómo su aliento cosquillea en los míos.
—En lo afortunada que soy por tenerte conmigo.—contesto
acariciándole la nuca con los dedos.
—Soy tuyo. Lo sabes.—responde Patrick y me da un fugaz beso.
—Y yo tuya.—afirmo clavando mis negros ojos en los suyos.
—Sí. Eres mía. Y eres perfecta. La mujer perfecta para mí.
Se acerca más a mis labios y posee mi boca con un beso violento y
apasionado mientras sus manos recorren mi cuerpo dejando un rastro de
fuego allí por donde pasan. Cuando llegan hasta mi sexo ya está húmedo.
Es el efecto que Patrick tiene en mí. Consigue excitarme con poco que
haga.
Sus labios recorren mi mandíbula. Bajan por mi garganta hasta el valle
de mis senos y una vez allí atrapa uno de mis pezones con la boca. Con una
mano trabaja el otro, endureciéndolo. Su lengua rodea la areola, succiona y
araña con los dientes mi tierno pezón, que en poco tiempo se pone en el
mismo estado que su compañero. Cuando Patrick está contento con el
resultado de mi pecho se desliza por mi cuerpo buscando mi pubis.
Noto el pulso latiendo a mil en mis sienes y no puedo evitar gemir por
el placer que me producen sus caricias en mi cuerpo. Tengo las
terminaciones nerviosas revolucionadas y mi sexo anhelante.
Me mordisquea el ombligo y me hace cosquillas. Consigue hacer que
me ría.
—¿Se está divirtiendo, señorita Castro?—pregunta con los labios aún
pegados a mi estómago.
—Mucho.—confirmo sin dejar de reír.
—¿Está excitada?—Vuelve a preguntar y sin esperar mi respuesta
añade—Tendré que comprobarlo. Mmm, sí. Y mucho.—ronronea contra
mi piel cuando, al recorrer con sus dedos el largo de mi hendidura, éstos se
empapan con mis fluidos.
—La culpa es suya, señor Deveraux. Hace que mi cuerpo entre en
combustión con sus besos y sus caricias.
—De lo único que soy culpable es de amarte.—confiesa con sus ojos
clavados en los míos.
Mi corazón late más deprisa aún al oírle. Cada vez que me confirma
que me quiere, me siento llena de dicha. Le dedico una sonrisa bobalicona y
él se acerca a mis labios para depositar en ellos el beso que yo ansío
después de una declaración así.
Continúa con sus dedos en mi mojado sexo, que ya ha penetrado, y con
el pulgar ¡ese mágico pulgar! traza tormentosos círculos en mi sensible
clítoris. Me aferro con fuerza a sus hombros mientras no dejo de besarle.
Mis gemidos mueren en su boca y con sus expertos dedos en poco tiempo
me lleva al clímax dejándome rendida sobre la seda negra de la cama.
Al girar mi cara hacia la izquierda veo nuestro reflejo en el espejo. Me
resulta muy erótico. Los dos desnudos, uno junto al otro, pero lo sería más
sí…
—Patrick…
—¿Sí, chéri?
—Estaba pensando…¿Tienes algo para poder atarme a la cama?
Su expresión es de asombro cuando termino de formular mi pregunta.
Pero enseguida deja paso a una sonrisa traviesa. Sabe que quiero superar mi
pasado y que quiero hacerlo con él porque confío plenamente en que no me
hará daño. En que me cuidará y me protegerá.
—¿Estás segura, Eva?—pregunta de todas formas.
—Segurísima.—respondo con la sangre incendiando mis venas.
Se muerde el labio dubitativo mientras mira a su alrededor y cuando
encuentra lo que busca se levanta de la cama. Veo que agarra uno de los
visillos del cabecero y lo extiende hacia mí.
—Súbete un poco hacia arriba. Te ataré las muñecas con esto.
Hago lo que me pide y, aunque la idea de que me ate es mía y es algo
que imperiosamente necesito hacer, no dejo de ponerme nerviosa por ello.
Cuando me tiene sujeta a la cama con los brazos extendidos se queda unos
instantes observándome.
—No te imaginas lo hermosa y sexy que estás ahora mismo.—Su voz
está cargada de deseo y el fuego arde en sus pupilas—Gira la cabeza y
mírate en el espejo. Eres la viva imagen de la excitación, de la pasión y de
la lujuria.
Recorro con los ojos el reflejo de mi desnudez en el cristal del armario
y veo cómo Patrick me separa las piernas y se arrodilla entre mis muslos.
Cuando nuestras miradas se encuentran en el espejo detecto un brillo
lascivo en sus azules ojos. Me estremezco consciente del placer que estoy a
punto de recibir. No puedo dejar de mirar nuestros cuerpos mientras
observo cómo Patrick se inclina sobre mis húmedos pliegues y me los
separa con los pulgares para después lanzarse con ganas ante el banquete
que supone mi sexo abierto y expuesto para él.
Jadeo con el primer contacto de su lengua en mi hinchado clítoris y me
aferro con las manos a los visillos blancos que me mantienen sujeta a los
postes de la cama. Patrick tiene razón. La visión es tremendamente erótica.
Suelto otro gemido más cuando noto que me penetra con la lengua y al
sacarla recorre toda mi hendidura. Me lame a conciencia mientras mis ojos
siguen clavados en el cristal que está siendo testigo de nuestra pasión.
Me retuerzo incapaz de permanecer quieta ante el saqueo al que
Patrick tiene sometido mi caliente hendidura y noto cómo el orgasmo me va
llegando poco a poco. Quiero ver cómo es mi cara cuando llegue al éxtasis.
—Así, chéri. Mírate. Míranos.—murmura Patrick—Tienes que ver lo
bueno que es que estemos juntos. Es perfecto.
Patrick abandona mi sexo y este se queja por la soledad que siente sin
su boca posada sobre él. Me besa en los labios y noto mi propia excitación
en ellos.
—Ahora te voy a hacer el amor—susurra—y no quiero que dejes de
mirar el espejo ni por un segundo. Quiero que grabes a fuego en tu memoria
este momento. Mi cuerpo desnudo junto al tuyo dándote placer mientras
estás atada, por completo a mi merced. Confiando en mí ciegamente.
Mientras me hundo en lo más profundo de tu ser. Mientras te amo con tanta
fuerza que me duele. Te quiero, Eva.
Deslizo la mirada unos segundos desde el espejo hasta su rostro solo
para decirle que yo también lo quiero y la vuelvo a posar sobre el cristal
como Patrick me ha pedido. Para hacer todo lo que me ha pedido. Yo
también quiero grabar en mi retina la imagen de nosotros dos
entregándonos el uno al otro, uniéndonos en un solo ser. Porque quiero que,
cuando cierre los ojos, vea esta imagen y no la otra, la que me ha
atormentado todos estos años. Quiero sustituir una por otra. Y quiero soñar
con este momento cada noche de mi vida.
Patrick entierra su duro miembro en mí mientras me besa en la sien y
baja con sus labios por mi mejilla para llegar hasta mi garganta, que al estar
girada hacia el espejo, queda totalmente expuesta para él. La sangre se va
espesando en mis venas y mi sexo acoge el largo y grueso pene de Patrick
gustoso. Alzo las caderas para incitarlo a que me penetre más rápido, pero
él no me obedece. Quiere tomarse su tiempo para que yo disfrute al máximo
aunque sabe que esta lentitud me desespera.
Continúa con sus calientes besos por el valle de mis senos y me roza
de forma fugaz un pezón. Lo lame y lo succiona y yo me arqueo contra él
por el placer que me da. Cuando termina de penetrarme, me siento colmada,
llena. Feliz. Muy feliz.
Entra y sale de mí con parsimonia. Levanto mis piernas y las enrosco
en torno a sus caderas y lo empujo con fuerza para que aumente el ritmo.
—Tranquila, cielo. Tienes que disfrutarlo.—Se ríe al ver mi ansia.
—Lo disfrutaré más si me follas como un loco. Igual que siempre. —
respondo mirándolo a los ojos.
—De acuerdo. Pero antes, contestame a una cosa, ¿cómo te sientes al
estar atada? Sé sincera, por favor.—Noto la preocupación en su voz.
Inspiro hondo antes de contestar. Patrick está enterrado en mí, quieto, a
la espera de mi respuesta. Y en sus ojos veo una extraña mezcla de amor,
duda y…temor.
—Indefensa. Vulnerable.—contesto y sonrío para tranquilizarle—Pero
sé que no tengo nada que temer. No me ocurrirá nada malo entre tus brazos.
Y también…excitada. Y ansiosa. No te imaginas cuánto. Así que dejemos
la charla y, por favor, ¡por favor!—Elevo el tono de mi voz y mi sonrisa se
acentúa a la vez que Patrick comienza a reírse también—Hazme el amor
como es debido. Como tú sabes. Como a mí me gusta. Hazme volar,
Patrick.
Levanto la cabeza y lo beso. Él comienza a moverse entre mis piernas,
bombeando con el ritmo castigador que sé que en poco tiempo me hará
alcanzar otro de los orgasmos con los que me brinda cada vez que hacemos
el amor.
De nuevo miro hacia el espejo y la imagen que me devuelve es muy
lujuriosa. Ver a Patrick enloquecer de deseo mientras se hunde en mi
interior, como un animal salvaje, hace que el exquisito fuego que ya ha
empezado a apoderarse de mí, me incendie por completo y con un grito
agónico llego al éxtasis como nunca creí que pudiese hacerlo. Atada a una
cama y con el mejor amante del mundo entre mis piernas.
Poco después oigo a Patrick cómo murmura que me ama mientras está
perdido en su propio clímax. Me siento feliz. Completa e inmensamente
feliz.
Capítulo 27

Cuando bajamos a desayunar a la mañana siguiente nos encontramos


con Paul y Sophie compartiendo sonrisas y miradas amorosas, junto a un
suculento desayuno a base de croissants, café, zumo de naranja y varias
exquisiteces más. A la mesa ya están sentados sus padres y Jean-Claude,
que se ha quedado con nosotros hasta que pase todo el tema del asesinato de
Valerie, y que en ese momento charla por el móvil con Susi. Al pasar por su
lado le digo en voz baja que le dé recuerdos de mi parte y le diga que estoy
bien.
Me siento al lado de Sophie y me alegra ver que la relación entre ella y
Paul marcha viento en popa y son felices. Todo a mi alrededor es como un
sueño. Un buen sueño. Las personas que más quiero en el mundo, además
de mi familia en el Addiction, están alegres y eso me llena de felicidad.
Aunque todavía sigue planeando la duda sobre lo que ha pasado con
Valerie y quién será su verdadero asesino. Como si lo hubiese invocado con
mis pensamientos, Valois, el abogado de Patrick, aparece en ese momento.
—Traigo buenas noticias.—dice nada más abrir la puerta del comedor.
Se encamina hacia Vince y Patrick que sentados uno a la cabecera de
la mesa y el otro a su derecha lo miran expectantes. En realidad todos lo
contemplamos ávidos de información. El silencio se cierne sobre la estancia
a la espera de lo que nos tiene que comunicar.
—Han detenido esta madrugada al asesino de Valerie. Y esta vez no
hay error posible. Es él.
Como si lo hubiésemos ensayado todos exhalamos un gran suspiro de
alivio. Valois continúa con su discurso.
—Se trata de un joven que conoció a través de una red social y con el
que, al parecer, comenzó una relación amorosa. No conocemos todos los
pormenores, pero según me han informado Reynard y Chevalier, Valerie
estaba jugando con este chico y él se había obsesionado con ella. Según ha
confesado el acusado, la noche del crimen fue a su apartamento para
convencerla de que firmase el divorcio con Patrick y se casara con él.
Mantuvieron relaciones y después ella…bueno, todos sabemos cómo era
Valerie, —continúa informándonos Valois mientras coge un croissant y lo
abre por la mitad para untarlo con mantequilla—pues le dijo que no. Que ni
se iba a divorciar ni a casar de nuevo y mucho menos con él. Que Patrick
tenía un estatus social mucho más alto que él y que lo que había entre ellos
era sólo un jeu de séduction, un juego, sólo sexo. Así que el joven parece
ser que en un arrebato al sentirse herido y humillado la apuñaló. También
han encontrado el arma homicida con sus huellas en él. Así que el caso está
resuelto.—Termina diciendo y le da un gran mordisco al croissant.
Vince y Patrick comienzan a hacerle infinidad de preguntas a Valois,
pero yo ya no presto atención. Sólo puedo pensar en una cosa. Patrick es
libre. Me invade una sensación de alivio inmensa, las lágrimas llegan a mis
ojos y se derraman por mi cara sin que pueda evitarlo. Últimamente estoy
muy sensible. Lloro por cualquier cosa. ¿Pero qué narices me pasa?
Patrick, al verme llorando, se levanta de su asiento y se dirige hacia
mí. Se acuclilla a mi lado y me limpia las lágrimas con los pulgares. Sin
decir nada me atrae hacia él y me besa.
Oigo a Sophie decir alguna tontería del tipo «qué bonito es el amor» y
a Paul que le contesta que si tiene envidia, él puede darle muchos besos así.
Los dos se ríen y cuando Patrick aparta su boca de la mía, sonrojada miro a
mi alrededor y veo que todos nos contemplan felices con la sonrisa en sus
caras.
—Ven.—dice Patrick tirando de mi mano para que me levante de la
silla.
Salimos al jardín y recorremos el laberinto de setos en silencio. Patrick
me agarra la mano y, de vez en cuando, me da un leve apretón mientras me
mira de reojo y sonríe.
Cuando llegamos al centro del laberinto nos sentamos en un banco al
lado de la gran fuente con la escultura de una sirena en el medio. Sólo se
oye el canto de los pájaros y el murmullo del agua.
Frente a nosotros está el majestuoso palacete de su familia, con sus
torres y su hiedra ocupando gran parte de la fachada principal. Es una
visión muy bucólica. Pienso en cómo habrá sido la vida allí en el siglo
pasado o el anterior, cuando ese château vivió su máximo esplendor. Me
parece ver a varias damas ataviadas con los elegantes vestidos del siglo
XIX paseando por el jardín. Y, al caer la tarde, con la puesta de sol como
testigo, a una pareja de enamorados sentados en este mismo banco que
ahora ocupamos nosotros, disfrutando de la paz y la tranquilidad de este
ambiente tan ideal para declararse amor eterno.
De repente noto que Patrick se mueve a mi lado. Aún estamos cogidos
de la mano y hemos permanecido en silencio todo este tiempo. Cuando
comienza a hablar lo hace en un tono suave y cariñoso.
—Eva, ¿recuerdas cuando nos conocimos?
—Sí.—contesto sonriéndole—Menuda entrada triunfal que hice. Me
pegué una buena hostia.
A mi mente vienen los recuerdos del guarrazo que me di al salir del
ascensor en mi primer día de trabajo en Deveraux y cómo Patrick, con toda
la amabilidad del mundo, me ayudó a levantarme del suelo y me curó las
heridas de las rodillas.
También recuerdo el tacto de sus manos sobre mi piel. Aquella primera
descarga eléctrica que me recorrió entera haciendo que mi sexo se
humedeciera al instante y deseara tener a Patrick entre mis piernas a pesar
de que acababa de conocerle.
Esos recuerdos hacen que en este momento me excite de nuevo.
¿Cómo es posible que esté tan salida? ¡Con la cantidad de sexo que tengo
desde que estoy con él! Debería estar más que saciada. Pero eso es
imposible. Con un hombre como Patrick es del todo imposible. Siempre
quiero más.
Patrick se ríe y continúa hablando.
—Sí, eras un poco pataud, patosa, torpe…Pero me enamoré de ti al
instante. Supe que haría lo que fuera por tenerte junto a mí siempre. En mi
vida para siempre.
—Por eso me perseguiste sin descanso.—Me acerco a sus labios para
reclamar su boca con un profundo beso—Y me alegro por ello.
Cuando finalizamos el beso Patrick continúa hablándome.
—En el tiempo que hemos pasado juntos creo que hemos llegado a
conocernos bastante bien. Algunas parejas necesitan años para hacerlo y
otras…no lo consiguen nunca. Pero tú y yo sí. Nosotros lo hemos logrado.
Nuestro amor ha ido creciendo en estos meses, que aunque han sido
pocos…a mí me han bastado para saber que te quiero con toda mi alma y
que quiero que, ahora que ha terminado todo ese asunto de Valerie, te
conviertas en mi esposa y seas la madre de mis hijos.
Comienzo a reírme presa de una gran felicidad.
—Es la declaración de amor más bonita que me han dicho nunca. —
contesto acariciando con mis labios los suyos y obligándolo a abrirlos meto
mi lengua en su boca para recorrerla a conciencia.
Patrick me coge de los hombros y me separa de él. Yo emito un
gruñido de frustración por haber acabado el beso de una manera tan
abrupta.
—Espera un momento—Se ríe al ver mi mohín de fastidio—Aún no he
acabado. Tengo algo más que decirte.
—Ya me has dicho que me quieres,—le interrumpo—que quieres que
sea tu mujer y que me harás un bombo en cuanto puedas. Creo que el resto
sobra. No quiero oír nada más.
—Bueno…Espero que lo que te voy a decir ahora, sí quieras oírlo. Por
favor.—Me mira con ojos de cachorrillo suplicándome que lo deje hablar.
Expulso el aire con fuerza y haciendo un gesto de «vale, pesado,
sigue» le dejo que continúe.
Cuando veo que se levanta del banco y se coloca frente a mí, con una
rodilla en el suelo y la otra flexionada, mi corazón comienza a latir veloz.
Las palmas de las manos me sudan y mi mente trabaja a toda velocidad.
Oh, oh, algo importante va a pasar., pienso mientras le veo sacar del
bolsillo de su chaqueta algo que oculta en su mano.
Me limpio las manos en la falda que llevo porque intuyo lo que ha
sacado y dónde lo va a poner. No quiero que al cogerme la mano empapada
en sudor se arruine este mágico momento.
—¿Estás nerviosa?—pregunta y sin dejarme responder añade—Porque
yo sí. Mucho. Sé que te has dado cuenta de lo que significa que me haya
arrodillado ante ti. Noto cómo tu corazón late acelerado, al borde del
colapso. El mío está igual, si te sirve de consuelo.—Sonríe de esa manera
que hace que me derrita—Por eso no voy a alargar más este momento. No
vaya a ser que nos dé un infarto a los dos y no pueda preguntarte lo que
llevo tiempo deseando.—Me guiña un ojo juguetón.
Hace una pausa y traga saliva antes de volver a hablar. Sin dejar de
mirarme a los ojos y cogiéndome una mano, me pregunta mientras desliza
un hermoso anillo en el dedo:
—Eva, ¿quieres casarte conmigo? ¿Quieres ser la señora Deveraux?
¿La futura Duquesa de Guyenne?
Sin poder contenerme, empiezo a llorar por el cúmulo de emociones
que siento en este instante. No me salen las palabras. Sólo puedo llorar y
llorar.
Patrick besa el anillo que me acaba de colocar en el dedo y que aún no
he podido ver, ya que una cortina de lágrimas me impide contemplarlo.
Noto que se levanta y, de nuevo, se sienta a mi lado abrazándome. Me
acaricia la espalda y el pelo y con un solo movimiento, me levanta y me
sienta en su regazo, acurrucándome contra su pecho.
—Si llego a saber que te lo ibas a tomar tan mal, no te lo pido.—
bromea con los labios pegados a mi pelo.
—Tonto…—digo y le doy un suave puñetazo en el pecho.
—Me tomaré eso como un sí.
—Pues claro que es un sí.—contesto dejando de llorar.
Miro la preciosa sortija colocada en mi dedo y me asombro al ver un
rubí rodeado de pequeños diamantes. ¡Guau! ¡Es impresionante!
—¡Joder! ¡Esto tiene que costar una pasta! —Se me escapa sin querer.
—Pues sí.—Ríe Patrick—Y además es bastante antiguo. Ha pasado de
generación en generación por todas las mujeres de mi familia hasta llegar a
ti. Estaba esperándote a ti.—confiesa.
Coge mi barbilla con dos dedos y, levantándome la cabeza, me obliga
a mirarlo a sus azules y maravillosos ojos.
—Te quiero, Eva.
—Te quiero, Patrick.
Se inclina sobre mi boca y, agarrándome de la nuca, me besa con todo
el amor que siente en ese momento por mí. Lo correspondo de igual manera
y, durante unos minutos, el mundo desaparece y sólo estamos él y yo.
Epílogo

Varios meses después….

—Date prisa, chéri, o llegaremos tarde a la iglesia. —Oigo que Patrick


me llama desde el salón.
Hace rato que él ya está vestido con un impecable traje a medida en
color gris marengo, con camisa blanca y una corbata burdeos.
Me miro de nuevo en el espejo y confirmo mi primera impresión.
Parezco una mesa camilla. Da igual lo que me ponga. Estoy gorda como
una vaca. Claro que en mi estado, embarazada de nueve meses, es lo
normal.
Patrick y yo nos casamos poco tiempo después de que me pidiera
matrimonio. Fue una ceremonia civil en el château de sus padres y yo iba
con mi vestido blanco de Christian Lacroix semejando un bella princesita.
Cuando volvimos de la luna de miel supe que estaba embarazada.
La noticia corrió como la pólvora entre los familiares y amigos, y en la
empresa. Ya se encargó Patrick de anunciarlo a bombo y platillo, y de
gritarlo a los cuatros vientos para que nadie, nadie, se quedase sin conocer
la buena nueva. Ese día estaba exultante. Creo que ni cuando nos casamos
lo había visto tan feliz. ¡Por Dios! ¡Si casi se le encajó de mandíbula de
tanto reírse!
Doy otra vuelta ante el espejo y mi vestido de premamá, de un tono
chocolate precioso, sujeto por debajo del pecho, y ancho y largo hasta los
pies, gira en torno a mí. No hay nada que hacer. Lo mire por donde lo mire
estoy fatal.
Mi pequeña cintura desapareció hace tanto que ya ni me acuerdo cómo
era verme los pies. Y el gran pecho que poseo ahora mismo, cargado de
leche hasta las trancas para dar de mamar a mi pequeñín, me sobresale por
encima del escote y parece que vaya a desbordarse en cualquier momento.
—Vamos, Eva.—Me vuelve a llamar Patrick—Como lleguemos tarde
a la iglesia, Jean-Claude y Susi nos matan.
—Voy, voy. —contesto suspirando.
Cuando salgo de la habitación y entro en el salón me quedo
impresionada al ver mi atractivo marido de pie frente a los ventanales que
dan a la calle Serrano. Más guapo no puede estar. Y sonrío como una tonta.
Es mío. Sólo mío.
Se gira para mirarme y tras recorrer con sus azules ojos mi cuerpo de
arriba a abajo se acerca a mí cual pantera a punto de saltar sobre su presa.
Veo en su mirada el fuego de la pasión que lo incendia cada vez que me
tiene cerca.
—Estás preciosa, gordita mía. Vas a ser la mamá más guapa de la
boda.—dice intentando abarcar con sus brazos el flotador que tengo por
cintura.
—Creo que necesita gafas, señor Deveraux. Y como vuelva a
llamarme gordita, le voy a borrar esa tonta sonrisa de la cara con un buen
tortazo.
—Anda…chéri… Sabes que me gustas mucho así como estás ahora.
Con nuestro hijo en tu vientre.—Me acaricia con dulzura la barriga—Y esta
noche —añade con voz melosa—si no estás muy cansada, podríamos…
—No, Patrick. Me falta una semana para salir de cuentas y sabes que
el esperma contiene las hormonas que inducen al parto. No quiero que el
niño nazca antes de tiempo. Además nos hemos pasado todo el embarazo
follando y, sinceramente, estoy aburrida de hacerlo de lado.—Le corto
intentando alejarme de él, sin embargo, me retiene con firmeza—Pero si
cuando pase la próxima semana, Alain no ha nacido, entonces…
Pero no me deja acabar. Reclama mi boca con un beso abrasador que
hace que se me encojan los dedos de los pies dentro de los zapatos que llevo
puestos. El corazón me late con fuerza y Patrick tiene que sujetarme con
fuerza porque casi pierdo el sentido con el increíble beso que me está
dando.
—Eva, te deseo siempre…Lo sabes. Esta noche no te escapas. Voy a
poseer tu cuerpo como lo llevo haciendo desde que te conocí.
—Si sigues besándome así creo que romperé aguas antes de tiempo y
te quedarás sin tu lujuriosa noche de sexo con tu embarazada preferida.—
contesto pegada todavía a sus carnosos labios.
Patrick vuelve a jugar con mi lengua mientras me soba el culo con
descaro. ¿Cómo consigue llegar hasta él con la enorme barriga que nos
separa?
—Vamos. No quiero llegar tarde.—Le apremio separándome de su
cuerpo con todo el dolor de mi corazón.

***

Tres horas más tarde, en uno de los salones del Hotel Palace,
celebramos el banquete por el enlace de Jean-Claude y Susi. Él todavía no
se lo puede creer. Su vida con Susi es plena y satisfactoria a pesar de las
constantes pullas que le lanzaba su ahora esposa. Ella, como prometió en su
día, había aceptado casarse con él sí, transcurrido un año, seguían juntos y
hoy es el gran día.
—Estás preciosa, Pataky. Me encanta el vestido. En cambio yo…La
ropa de premamá es deprimente. Y eso que me lo han hecho a medida.—
digo a Susi mientras me observo de nuevo en el espejo del baño.
—Anda, deja de decir tonterías y ayúdame a sujetar la cola del vestido
porque si no me la voy a mear toda.
Hago lo que me pide. Susi lleva un maravilloso vestido de Pronovias,
de corte romántico en color champán que le sienta estupendamente.
Mientras hace sus necesidades, yo sigo quejándome del engorro que supone
estar preñada. Aunque por mucho que me queje, debo reconocer que estoy
súper feliz por tener un bebé en mi enorme tripa.
—No son tonterías, Susi, de verdad. Espero poder recuperar mi antigua
figura en poco tiempo. Además, Sophie y Paul se casan dentro de cuatro
meses y como me tenga que poner aún estos sayos me va a dar algo.
—¡Pero si tienes la barriga más bonita que hay en el mundo!—
exclama sonriéndome—¡Y menudas tetas se te han puesto, guapa! Patrick
se lo tiene que pasar de vicio contigo en la cama ahora.
—Calla, calla…Que sólo podemos hacerlo de lado, ya sabes, la
posición de la cuchara. Estoy harta ya de esa postura. Y encima cada vez
que pienso que durante la cuarentena nada de nada, ¡uf! me dan los siete
males. Te juro que cuando pase todo esto, voy a poner en práctica
toooooodas las posiciones que indica el Kamasutra. No me voy a quedar sin
probar ninguna. Palabrita de niña buena.—confieso llevándome la mano al
corazón con una maliciosa expresión en la cara.
Susi se ríe por mi comentario y terminando de vaciar su vejiga, me
deja el sitio libre para que yo haga lo mismo con la mía.
—Querrás decir de niña mala, malísima.—comenta mientras me agarra
la larga falda de mi vestido.
—Mira a dónde he llegado por seguir tus consejos. ¿Te acuerdas que la
primera vez que salí a cenar con Patrick me mandaste un mensaje
diciéndome justo eso?
—Ahora tendré yo la culpa…—contesta haciéndose la ofendida—
Anda, petarda, si eres más feliz que un niño la mañana de Reyes abriendo
los regalos. No te quejes.
—Las dos somos felices.—afirmo mirándola con cariño—A pesar de
todo lo malo que nos ha sucedido en la vida. Hemos conseguido a dos
hombres que nos adoran y nos tratan como reinas.
—Eso es porque somos perfectas, tesoro.—responde Susi con una gran
sonrisa.

***

Poco después charlo animadamente con Sophie y Paul que me cuentan


cómo van los preparativos de su boda. Se casarán en Notre Dame. Estoy
deseando que llegue ese día. A ella le suena el móvil y, después de hablar
un rato con una de sus clientas y concertar una cita para dentro de tres días,
cuelga. Me mira con una radiante expresión antes de hablar.
—¡Ay, Eva! No te puedes imaginar lo buena que fue tu idea de que me
convirtiese en Personal Shopper. Me va súper bien y estoy muy contenta
por ello. Cada vez tengo más y más trabajo. A veces me agobio un poquito,
pero Paul consigue que se me pase.—Le dedica a su futuro marido una
cariñosa sonrisa, que él corresponde con un besazo de los que quitan el
hipo.
—Me alegro mucho, cuñada.—comienzo a decirle—Y ya sabes,
cuando pierda la barriga, tú y yo nos tenemos que ir de tiendas. Pero ahora,
lo primero que voy a hacer, es ir al baño otra vez.
—¿Otra vez? —pregunta sorprendida Sophie.—¡Pero si has ido cuatro
veces en la última hora!
—¡Ay, chica! ¡Cosas del embarazo! Como ahora el niño es más grande
me presiona la vejiga y cada dos por tres tengo que ir a vaciarla. Y por las
noches ni te cuento. Me levanto ocho veces y, claro, así no hay quien
duerma.
Me despido de ellos y de camino al aseo me encuentro con Susi que
insiste en acompañarme.
Cuando regresamos al salón me quedo un momento contemplando el
jolgorio de la boda. Suspiro feliz.
De repente un dolor en el bajo vientre me paraliza. ¡Dios! ¡Qué
pinchazo! ¡Cómo duele! Me doblo por la cintura mientras me sujeto mi
prominente barriga e intento respirar con tranquilidad. Lo que me resulta
difícil con este dolor punzante.
—¿Qué te ocurre, Eva?—pregunta Susi preocupada al verme.
—Creo…creo que estoy teniendo una….contracción.—respondo
notando cómo el dolor comienza a desaparecer.
¡Uf! Gracias a Dios sólo han sido unos segundos y ahora me encuentro
divinamente otra vez.
—¿Ya? ¿Pero no te quedaba todavía una semana o por ahí?—Quiere
saber ella mientras con la mirada busca a Patrick.
Cuando lo ve y él mira en nuestra dirección, Susi le hace un gesto con
la mano para que se acerque a nosotras.
—Eva ha tenido una contracción.—Le explica mientras él termina de
llegar a nuestro punto.
—Bien.—Asiente mi guapo marido con la cabeza—Nos iremos al
hospital. Alain está a punto de nacer.
Jean-Claude, que había acudido con Patrick a nuestro encuentro,
interviene.
—Llamaré al aparcacoches para que os traiga el BMW.
—No tengáis tanta prisa.—comento mirándoles a ambos—La matrona
dijo en los cursos de preparación al parto que una primeriza puede tardar
hasta veinticuatro horas en dar a luz.
—También comentó que hay algunas excepciones en las que paren al
bebé súper rápido.—replica Patrick—Nos vamos al hospital de inmediato.
Me agarra del brazo y tira de mí hacia la salida del salón donde se
celebra la boda. Pero yo no me muevo ni un centímetro.
—Patrick, tranquilo. Primero deberíamos contar el tiempo entre una
contracción y otra.—digo—Y cuando las tenga cada cinco minutos
entonces nos vamos al hospital. Al menos eso fue lo que nos explicó.
—Eva…—Mi flamante marido me mira molesto por mi insistencia en
no irme de la boda.
—Patrick…—Le reto con la mirada.
Nos batimos en un duelo de miradas y ceños fruncidos durante algunos
segundos hasta que yo vuelvo a hablar.
—Sé razonable, cariño.—Pongo mis manos en su cara y me empapo
de la calidez que emana de su piel—Si vamos ahora nos enviarán a casa
hasta que tenga contracciones cada cinco minutos como dijo la matrona.
Prefiero continuar aquí divirtiéndome en la boda de mi mejor amiga, que ir
a perder el tiempo en el hospital para que al final me manden a casa porque
aún estoy muy verde para dar a luz.
Patrick lo piensa unos segundos que se me hacen eternos y al final
claudica.
—Está bien, chéri. Controlaremos el tiempo entre dolor y dolor.—Le
sonrío feliz por haberle hecho entrar en razón y lo besó fugazmente en los
labios—Pero no vamos a esperar a los dichosos cinco minutos. Cuando las
tengas cada quince minutos nos marchamos al hospital, ¿entendido?
—Vale, pesado….—murmuro poniendo los ojos en blanco.
Nos volvemos hacia nuestros amigos que han permanecido atentos a
nuestras palabras y con un gesto de la mano les indico que podemos
continuar con la fiesta.
—¿Cuándo habéis decidido el nombre? Porque la semana pasada aún
os peleabais por Alain o Dominique.
—Lo echamos a suertes.—contesta Patrick—Yo elegí cara y ella cruz.
Y ganó ella.
—¡No me lo puedo creer! ¿Os habéis jugado a cara o cruz el nombre
de vuestro hijo?—pregunta Susi alucinada—Si es que estáis en el mundo
para que haya de todoooo….Vaya dos. ¡Vaya dos!
Casi una hora después otro dolor me atraviesa, dejándome sin
respiración. Gracias a Dios que Patrick me sujeta entre sus fuertes brazos
porque si no soy capaz de caerme al suelo redonda. La contracción me ha
robado el aliento, pero en pocos segundos se pasa y vuelvo a estar normal.
—Cincuenta minutos, chéri.—Me comenta Patrick.
—Ya. Ya. A ver la próxima.—respondo—Vamos a bailar un poquito
ahora que se me ha pasado.
—¿Estás segura?
—Sí, tonto. Anda vamos.
Lo agarro de la mano y tiro de él para levantarnos de las sillas donde
hemos estado sentados conversando con los novios y varios invitados más.
Continuamos con la celebración de la boda de Susi y Jean-Claude
hasta que las contracciones comienzan a irrumpir en mi cuerpo cada treinta
minutos.
—Patrick mejor vamos a casa y nos cambiamos de ropa antes de ir al
hospital.—le comento a mi marido cuando termina de abandonarme el
dolor.
—Sí. Será lo mejor, cielo.
Nos despedimos de todos y salimos del hotel rumbo a nuestra casa
para hacer lo que le he comentado a Patrick y coger la bolsa con todo lo del
bebé que tengo preparada hace semanas.
Varias horas después y tras un parto rápido, me encuentro en la
habitación del hospital con mi hermoso bebé. Moreno y de ojos negros
como yo y con Patrick al lado sonriendo como un tonto sin quitarle la vista
de encima al pequeño Alain.
—Es precioso, chéri.—dice dándome un beso en la frente y cogiendo
en sus fuertes y protectores brazos a nuestro hijo—Y tú eres una campeona.
No te has quejado ni una sola vez.
—Bueno—contesto riéndome—en eso ha tenido mucho que ver la
epidural. Si no me la llegan a poner te juro que me habrían oído gritar hasta
en París.
—A ti sí que te voy a hacer gritar yo cuando te pille.—ronronea
Patrick con una libidinosa sonrisa—Me has fastidiado la noche. Yo que
tenía planeado disfrutar de tus encantos de mujer y vas y te pones de parto.
—Ah, la culpa es tuya. Ya te dije que tanto sexo podía acelerar el final
del embarazo.—contesto con una inocente expresión en el rostro.
Tras dejar al pequeño Alain en la cunita que tenemos junto a mi cama
Patrick se acerca a mí y me besa en la boca.
—Te has escapado, chéri. Y eso es trampa. Tendré que resarcirme.
Recorre con la yema de los dedos el valle de mis senos y cuando posa
la mano con delicadeza sobre uno de ellos suelto un gran suspiro al sentir su
calidez sobre mi piel.
—Y, exactamente, ¿cómo y cuándo piensas resarcirte, mi amor? Te
recuerdo que voy a estar cuarenta días con sus correspondientes cuarenta
noches con una tremenda regla, así que mucho no vas a poder hacerme.—
sonrío pícara.
—Hay maneras de disfrutar del sexo sin llegar a la penetración.—En
sus ojos veo el brillo de la excitación por todo lo que está pensando—Por
ejemplo, el sexo oral para mí y para ti tengo un juguetito que a tu clítoris le
encanta.
Sonrío al recordar la bala vibradora que me regaló por mi cumpleaños
el pasado año y que tan buenos momentos me hace pasar cuando la usamos
en nuestras maratonianas sesiones sexuales.
—Mmm, que idea tan estupenda.—Lo agarro de la nuca para atraerlo
hacia mi boca mientras susurro pegada a sus labios—¿Pero sabes como la
podríamos mejorar?
Patrick me mira expectante y sonríe cuando me oye hablar.
—Atada a la cama y con el reflejo de nuestros cuerpos desnudos en el
espejo del armario.
—Viciosa—murmura en mi boca.
—Andaaaaa, no disimules franchute, que te mueres por tenerme así....
—Tienes toda la razón. ¿Para qué voy a negarlo?—Saca la lengua y
recorre mis labios con ella haciéndome arder de anhelo y deseo.
—Y cuando pasemos la cuarentena tenemos que hacer la dieta del
cucurucho.
Patrick se aleja unos centímetros de mis labios y me mira con
expresión confusa.
—¿La dieta del cucurucho? ¿Qué dieta es esa?
Me río al contestarle.
—La de comer poco y follar mucho.
Él se une a mis risas. Me acaricia una mejilla y de nuevo acercando su
sensual boca a la mía, me dice:
—¿Ves cómo eres la mujer perfecta para mí? Absolutamente perfecta.
Fin
Agradecimientos

En primer lugar a mi familia: a mis padres, hermanos, mi marido y mis


dos hijos, primos, tíos… A mis lectoras beta y grandes amigas: Mónica y
Vanessa, sin ellas este camino sería más difícil de recorrer.
A las organizadoras de los eventos de romántica que hacen posible que
nos juntemos autoras con lectoras: Dama Beltrán (Encuentro de Armilla),
Nani Mesa, Elisabeth Bermúdez y Estrella Correa (Huelva Romántica), a
Noelia Moral y María José (Las auténticas Devoralibros y Ladronas de
sonrisas) y otros muchos más repartidos por toda la geografía española.
A Marien Férnandez Sabariego por el buen trabajo que ha hecho con la
maquetación y la portada de este libro. Muchísimas gracias. ¡Eres una
artista!
A todas las personas que me siguen por Facebook e Instagram y que
comparten mis publicaciones, que me animan a seguir en este mundo
literario y me piden que escriba algo más, da igual si es erótica, romántica,
chick lit, thriller… A todas ellas, ¡gracias por estar ahí!
Muchas gracias también a Karla Calderón, Mª Remedios Quirós
Rueda, Pilar Nm, Teresa Gómez Rodríguez, Teresa Hernández Cruz,
Vanesa Díaz Cardenal, Mª Teresa Mata Gómez, Rosa Bayo, Mónica Q San,
María SP, Raquel Cáceres Jiménez, Maribel Macía Lázaro, Esther Pérez
Galbis, Encarna Prieto, Araceli Cabrera, VanNoe Rodríguez, Carmen
Jiménez, Klau Terán, Vanessa Valor del Yerro, Pilar Triguero Rullo, Rocío
Navarro Montoya, Silvana Borgese, Yolanda Benítez Infante, Keila Otero,
Dolores Abadiano, Arancha Eseverri Barrau, María Díaz Trenado, Mª
Isabel Sebastián Camarena, Marga Romera Ocaña, Paqui Galera, Ruth
Alonso, Pilar Blanco Rayo, Maite Vilaplana Nombela, María Camús,
Nayfel Quesada, Mónica Biz-ro, Emi Trigo Llorca, Ana Belén Mota, Sil
Marher, Paloma Querencias Romero, Raquel Morantes Morales, Luisa
Reyes, Chary Horno Hens, Sylvia Centeno, Maripaz Garrido Gutiérrez,
Yolanda Quiles Ceada, Sara Lectora, Tere Rodríguez, Lola Pascual Cuadra,
Diana G. Gasco, Isabel cdmx, Noemí Martínez Iglesias, Raquel Caji,
Tama_ra77, Vanessa.rj20, mjosebcn58, oscarseron1, raquelruiz5510,
raquel75mr, vendrellana, izasmagu, mamenbi75, karliux_y_sus_lecturas y
Mar López Redondo.
A mi grupo de amigas Beatriz Toledo, Carol Rz, Jéssica Lozano, Kris
L. Jordan, Marien Fernández (ya sales dos veces jaja), Mónica Q San y
Vanessa Valor (otras que salen dos o tres veces jajaja), Paola Maleta a
cuestas, Regina Román, Mara Mornet y Raquel García Cuello.
A todas las bloguer@s que leen mis libros y luego hacen reseñas, en
especial a Vive experiencias de ensueño (Sammy Pomboza, un beso
gigante) y Karliux y sus lecturas (Karla Calderón, otro beso para ti).
Y, por último a ti, porque has elegido una historia mía para
entretenerte. Muchísimas gracias.
Biografía de la autora
Mabel Díaz nació en Bilbao, en 1977. Tras vivir unos años en Alcoy (Alicante),
el amor la llevó a Madrid, donde reside en la actualidad. Empezó a escribir
romántica y erótica para sacar todas las historias que tenía en su cabeza, que
amenazaban con volverla loca. Así nacieron Cuando te falte mi piel, Cómplices
del placer, 3 te odio y un te quiero, No me busques más, Amarte a escondidas,
La última noche contigo, El fuego que arde en ti y Seduciendo a un ángel, entre
otras.
Otras novelas de la autora

Entre mis brazos


Perfecta
La última noche contigo
El fuego que arde en ti: Hermanos Mackenzie 1.
Dulce tentación: Hermanos Mackenzie 2.
El calor de tus besos: Hermanos Mackenzie 3.
Bajo las estrellas
Coser mi alma rota
Amor a quemarropa
3 te odio y un te quiero
No me busques más
Adicto a ti
Un amor de cinco estrellas (dentro de la colección A city
of love)
Cuando te falte mi piel
Amarte a escondidas
Cómplices del placer
Seduciendo a un ángel

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