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SOCIÓLOGO ALEMÁN.

OCCIDENTE ESTÁ EN GUERRA CONTRA


RUSIA Y CHINA.
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Cuba y Economía. Miércoles 23 de marzo del 2022.
Fuente. Observatorio-Crisis.

Hoy NO hay nada que el imperialismo occidental pueda hacer para salvar a su gobierno títere
en Kiev. Más allá de la propaganda mediática ahora todos sabemos que Rusia tiene misiles
hipersónicos imposibles de detectar por occidente.
HEINZ DIETERICH, PROFESOR DE LA UNAM

Ucrania: la última batalla del siglo XX


Cuando cayó la Unión Soviética (1990-1991), Washington decidió dar el golpe de gracia a sus
dos principales rivales geopolíticos: Rusia y China. Había que impedir que se desarrollaran como
“sociedades viables” y competidoras del sistema mundial.
Han llegado hasta ver factible lo que el presidente Eisenhower definió como el objetivo extremo de
la política exterior estadounidense en 1961, el llamado Plan Operativo Único Integrado (SIOP):
un ataque nuclear sorpresa a los centros urbanos e industriales de Rusia y China.
En los términos los militares utilizados por los nazis, sería una “Blitzkrieg nuclear” para aniquilar
el 71% de la población urbana rusa y el 53% de la población urbana de China, con el objetivo de
lograr el desmembramiento de Rusia y la destrucción de China como potencia económica.

El dominio mundial de Washington


El propósito de este brutal y deshumanizado plan estratégico (SIOP) que hoy es conocido
porque es un documento desclasificado, dice textualmente:
“Un ataque nuclear sorpresa para destruir la voluntad y la capacidad del bloque chino-
soviético de hacer la guerra, es sacar a los enemigos de la categoría de gran potencia
industrial, y asegurar un equilibrio de poder de posguerra favorable a los Estados
Unidos”.
Esta doctrina imperial ha sido el guión de la política internacional de todos los presidentes
norteamericanos, ha ocurrido así desde que el experto militar Henry Luce publicara en 1941 su
trabajo “The American Century” en la revista “Life”, para justificar la entrada de Washington en la
Segunda Guerra Mundial.
Autodestrucción del siglo americano imperialista
Cuando el socialismo soviético implosionó (1991), Washington decidió utilizar dos importantes
estratagemas políticas para “acabar” con sus potenciales rivales mundiales Rusia y China:
Expandir la OTAN (su organización para la guerra) hacia el este, lo más cerca posible a Moscú, para
dominar militarmente a Rusia.
Impedir que renazca la alianza estratégica Rusia-China, porque se formaría un Bloque de Poder
regional invencible.
Ambas estrategias han sido cortadas de raíz por la operación militar rusa en Ucrania, que en la
práctica se ha transformado en un protectorado de Washington, encabezado formalmente por un
comediante profesional, el señor Zelensky.
Los contactos, clandestinos en un principio, de Biden con Beijing, solicitando que China se
distancie de Putin (como informó el New York Times) no sólo fueron rechazados por el Partido
Comunista de China, sino que esa información fue entregada a su aliado estratégico ruso.
En realidad, hoy NO hay nada que el imperialismo occidental pueda hacer para salvar a su
gobierno títere en Kiev. Más allá de la propaganda mediática ahora todos sabemos que Rusia tiene
misiles hipersónicos imposibles de detectar por occidente. Esta moderna tecnología ha
transformando a las Fuerzas Armadas de Rusia en la más poderosa del mundo, capaz de derrotar
al ejército estadounidense y a la OTAN, tanto en el campo de las armas estratégicas como en
una guerra convencional.
La profecía de la autodestrucción
George Kennan, el estratega estadounidense más brillante del siglo XX, quien formuló en 1947 la
estrategia de “contención” para derrotar a la URSS, observó con horror la imparable expansión
del imperialismo estadounidense y sus títeres europeos hacia las fronteras de Rusia.
En un artículo profético en el New York Times en 1997, Kennan advirtió que la expansión hacia las
fronteras de Rusia
“sería el error más fatídico de la política estadounidense en toda la era posterior a la
Guerra Fría”.
Y también previó las consecuencias. El programa expansionista de la OTAN:
“obligaría a Moscú a buscar garantías de seguridad y futuro realizando alianzas con
otros países”.
Esta búsqueda de seguridad y futuro generó la actual alianza estratégica con China, cuyo acuerdo
para impulsar un nuevo orden mundial multipolar fueron explicitados por Vladimir Putin y Xi
Jinping en su Declaración Conjunta el 4 de febrero de 2022 en Beijing.
Treinta años de mentiras y agresiones de Washington
“La OTAN no se extenderá ni formal ni informalmente al Este”, fue el compromiso que asumió
Washington en las negociaciones sobre la reunificación alemana y el retiro de las tropas
soviéticas, en 1991, según consta en múltiples documentos firmados por representantes de Estados
Unidos, Francia, Alemania Unidos y Gran Bretaña que ahora son de dominio público (Véase, por
ejemplo, la revista alemana Der Spiegel, 8/2022).
Pero, como suele ocurrir con las solemnes palabras y compromisos del imperialismo, las
obligaciones contraídas no valían ni el papel en que fueron escritas.
Cuatro años más tarde, en 1995, Washington y la OTAN, bajo el mando del presidente Bill Clinton,
bombardearon a las fuerzas serbias en Bosnia y Herzegovina. Un millar de aviones de combate
realizaron más de 38.000 ataques aéreos contra fuerzas serbias, desde bases en Italia y Alemania
y buques de guerra estadounidenses en el Mediterráneo, sin autorización del Consejo de
Seguridad de Naciones Unidas. Es decir, fue un claro acto de guerra de agresión y violación del
derecho internacional.

En marzo de 1999, Bill Clinton y la OTAN llevaron a cabo una nueva campaña de bombardeos
contra Serbia, creando en 2008 el flamante estado de “Kosovo”, que hoy no es más que un centro
logístico del Pentágono, la OTAN y, del narcotráfico internacional.
En 2004, la organización bélica imperialista (la OTAN) dio un salto cualitativo hacia las fronteras
rusas, con la aceptación de siete países de Europa Central y Oriental: Bulgaria, Estonia, Letonia,
Lituania, Rumania, Eslovaquia y Eslovenia. En 2008 se sumaron a la OTAN; Polonia, Hungría y
la República Checa. Un año después le siguieron Albania y Croacia y, desde el 2017 al 2020,
Bosnia y Herzegovina y Macedonia del Norte.
De esta forma, la OTAN, supuestamente establecida para la defensa del Atlántico Norte creció de
sus 12 miembros fundadores a los 30 actuales, cinco de los cuales comparten fronteras con Rusia
(Estonia, Letonia, Polonia, Lituania y Noruega) violando de manera flagrante los acuerdos
contraídos con Rusia en 1990-91 y los principios básicos para la seguridad de esa potencia mundial.
Washington ignoró por años todas las advertencias de Putin sobre los peligros que entrañaban el
expansionismo de la OTAN en Europa oriental. El presidente ruso lo expresó abiertamente en un
discurso en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2007. Sin embargo, el cáncer imperialista
continuó acercándose a las líneas rojas de la seguridad nacional de Rusia, tal como lo temía
Kennan.
Kennedy y Putin
En octubre de 1962, el presidente John F. Kennedy notificó a los ciudadanos estadounidenses
que habían misiles soviéticos con armas nucleares en Cuba y que había decidido el bloqueo naval
de la isla para neutralizar una “amenaza a la seguridad nacional estadounidense”
Durante 13 días el mundo estuvo al borde del holocausto nuclear, hasta que el líder soviético
Nikita Jruschov ofreció retirar los misiles a cambio que Washington prometiera no invadir Cuba
y que retirará (en secreto) los misiles estadounidenses ubicados en Turquía.
El equivalente de ese acuerdo histórico para Ucrania es el Acuerdo de Minsk y la declaración de
neutralidad de Ucrania. Pero ni la oligarquía ucraniana ni el complejo militar-industrial
estadounidense, que dirige y supervisa la política internacional de Washington, tenían la menor
intención de utilizar los mecanismos de distensión disponibles, porque necesitaban una
confrontación militar con Rusia para acabar con el gasoducto Nord Stream 2 y, con suerte, abrir
una brecha entre Moscú y Beijing que estaban avanzando exitosamente en la construcción de un
nuevo orden mundial multipolar.
Cuba y Ucrania
La razón militar esgrimida por Kennedy es conocida en las ciencias militares como “profundidad
estratégica necesaria para la defensa de un país”. Es la misma razón que obligó a Putin a realizar
la operación militar en Ucrania.
El cerco militar y acoso a Rusia ya era inaceptable por lo menos por los siguientes factores: la
integración solicitada de Ucrania en la OTAN; la agresión militar permanente contra Donbass;
la discriminación y represión de 8 millones de ciudadanos de habla rusa, el sabotaje sistemático
de los Acuerdos de Minsk; el peso creciente de las fuerzas neonazis y, el intenso despliegue de
armas y entrenadores del Imperio.
Todos estos factores generaron una amenaza estratégica que ningún mandatario ruso podía
ignorar. En otros términos, la extensión de la OTAN se transformó en una cuestión de vida o
muerte para la defensa de la nación. Y, desde el punto de vista histórico la llamada” profundidad
estratégica” del espacio ruso es el factor que salvo al país eslavo en las invasiones de Napoleón y
Hitler. En rigor, es el mismo argumento que usó Kennedy en su bloqueo naval a Cuba.
Putin y la contrarrevolución de color
En resumen: la “operación militar especial” de Putin para defender a la gente de Donbass, de
una inminente ofensiva del régimen neonazi de Kiev (que ya se ha cobrado 14.000 vidas en la
región) no sólo está plenamente justificado en el derecho internacional por el artículo 51 de la
Carta de las Naciones Unidas, sino que es plenamente coherente con la praxis militar y la doctrina
de legítima defensa de los Estados ante una amenaza inminente proveniente de un Estado vecino
o de fuerzas enemigas.
Guerra secular contra Rusia y China
A pesar de la sistemática campaña de mentiras de los medios de desinformación occidentales,
cada vez está más claro, que el conflicto en Ucrania es parte de una guerra secular de agresión
del imperialismo occidental contra Rusia y China, está comenzó en 1918 con una invasión militar
estadounidense en Siberia contra la Revolución Rusa (esta como sabemos, fue derrotada sin
apelación por el Ejército Rojo) y prosiguió después de la Segunda Guerra Mundial con la guerra de
Corea que tenía como objetivo “contener” a China
Hoy, la agresión imperialista continúa contra China y Rusia. Occidente pretende desmembrar
Rusia utilizando el expansionismo de la OTAN y ha tratado de organizar un golpe de Estado contra
el presidente Xi Jinping de China. Esta última cuestión la ha exigido públicamente los medios de
comunicación de Rupert Murdoch y George Soros.
Pero, mientras Rusia y China continúen manteniendo su alianza estratégica defensiva contra los
agresores, esta guerra imperialista secular está destinada al fracaso. Defender esta alianza es
tarea de todo aquel que busque superar la era de la pos-verdad y del fracasado “siglo
americano”, que lo que ha pretendido es eternizar el poder imperial limitando la soberanía de
las naciones y la emancipación de la humanidad.
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UN CONFLICTO GLOBAL.
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Ignacio Ramonet (*)

|21/03/2022| Opinión

Rebelión lunes 21 de marzo del 2022.

Fuentes: Le Monde diplomatique.


Aunque por ahora la guerra se desarrolla en un teatro de operaciones limitado al territorio de Ucrania,
sus repercusiones son planetarias: ningún país está a salvo de sus efectos. La posición de China, el
rearme alemán y el acercamiento entre Estados Unidos y Venezuela así lo demuestran.
La guerra en Ucrania marca el inicio de una nueva edad geopolítica. Sus consecuencias ya se
sienten en todo el mundo: ningún país, por lejano que se encuentre, está a salvo de los efectos del
conflicto.
En primer lugar, se trata de una confrontación entre dos países –uno grande, el otro mediano–
que se desarrolla en un teatro local, preciso (el territorio de Ucrania, sobre todo en el Este), y que
se está extendiendo por más tiempo de lo originalmente previsto. En un principio, se podía imaginar,
con cierta razonabilidad, que las fuerzas armadas rusas podían conseguir sus objetivos mediante
una operación relámpago de pocos días. Pero esto no se produjo, y el estado mayor ruso se
enfrenta hoy a un dilema entre dos necesidades contradictorias: 1) ir rápido, y 2) preservar vidas
humanas.
Recordemos que la «operación militar especial» de Putin, además de desmilitarizar y
desnazificar Ucrania, tiene también por objetivo conquistar los corazones de los ucranianos
rusoparlantes, pero no se conquistan corazones machacando a la gente con bombardeos,
incendios y destrucciones… O sea, las fuerzas rusas no pueden desplegar una guerra
relámpago y al mismo tiempo preservar la vida de la población civil, que está sufriendo grandes
pérdidas.
En segundo lugar, la ofensiva se ha vuelto por lo tanto más lenta y más peligrosa, y no debe
descartarse una escalada. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelensky, le exigió a la OTAN y a
EE.UU. que establezcan una prohibición de sobrevuelo –una zona de exclusión– sobre el territorio
ucraniano, cosa que las potencias occidentales no aceptaron, porque en los hechos significaría
derribar aviones rusos… Rusia, por su parte, anunció que no la respetaría. Llegar a esta situación
implicaría un choque directo entre Rusia y las fuerzas de la OTAN, o sea, una guerra nuclear, que
hasta ahora se procura evitar.
En tercer lugar, el actual escenario, el objetivo principal de Estados Unidos podría ser inmovilizar
por largo tiempo, enlodar, a las fuerzas rusas en los campos de Ucrania. Literalmente. Es decir,
lograr que queden empantanadas. Hay que tener en cuenta un elemento estratégico que no siempre
se considera: la invasión rusa se inició el 24 de febrero, cuando los campos ucranianos todavía
estaban cubiertos de nieve; la tierra congelada, dura, permitía que los tanques y los camiones
avanzaran sin problemas campo a través. Porque muchas carreteras y puentes están minados,
saboteados o destruidos… Pero en poco más de un mes, cuando lleguemos a fines de abril,
comenzará allí la primavera, la temperatura subirá y la nieve y el hielo transformarán las inmensas
estepas ucranianas en barro… Los tanques, los camiones y los vehículos de las largas líneas de
aprovisionamiento de Rusia comenzarán a enterrarse, a inmovilizarse, y esto marcará el comienzo de
una guerra totalmente diferente… Fue, sin ir más lejos, lo que le ocurrió al ejército alemán cuando
Hitler se topó con la resistencia soviética en Ucrania. Por eso Rusia no dispone de mucho tiempo:
si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de un mes. Si no, se expone a un conflicto
largo en cierta manera al estilo Afganistán. ¿Y qué ocurriría si, entre tanto, sucede algo en otro teatro
de operaciones de los rusos, por ejemplo, en Siria? Rusia no cuenta con la capacidad para llevar a
cabo dos guerras de gran envergadura al mismo tiempo. Ni siquiera la tiene Estados Unidos, que
es una potencia económicamente muy superior.
Rusia no dispone de mucho tiempo: si quiere ganar la guerra tiene que hacerlo en menos de
un mes.
Más allá de lo que ocurra en el terreno concreto de la batalla, por lo demás se trata de un conflicto
mundial: comercial, financiero y mediático, con derivaciones incluso deportivas y culturales. Es
un conflicto que no deja a ningún país al margen. Nadie puede decir, se encuentre donde se
encuentre, que se trata de un conflicto ajeno. Esto le da a esta guerra un carácter único desde la
caída del bloque soviético y el fin de la Guerra Fría.
La batería de sanciones o medidas coercitivas impuestas por Estados Unidos, Reino Unido y
la Unión Europea junto a sus aliados, Japón, Corea del Sur, Canadá, Australia y Nueva Zelanda,
repercuten de manera global. Esto se refleja ya en los precios de la energía y los carburantes,
que han pegado un salto: Rusia, como se sabe, es un gran productor de petróleo y gas, Ucrania
de carbón. Las dificultades para sostener la producción y las sanciones están limitando al
aprovisionamiento, sobre todo en Europa. Por Ucrania, además, pasan los oleoductos y
gasoductos que llevan petróleo y el gas ruso a Europa, que depende aproximadamente en un 40
% de esos hidrocarburos. Todo esto altera de manera muy acelerada la geopolítica de la energía.
Y produce nuevos efectos sobre las sociedades. El gas y el petróleo son clave para la producción
de electricidad, porque muchas centrales generadoras funcionan con petróleo. Esto ha hecho que
la electricidad, por ejemplo, en España, alcance precios altísimos, o que otros países, como
Alemania, vuelvan a plantearse la necesidad de mantener las centrales nucleares.
Del mismo modo, metales como el aluminio, el cobre y el níquel registraron un aumento de precios
exorbitante. El níquel superó los 100 mil dólares la tonelada. Las fábricas de automóviles, en
particular las de modelos más modernos y caros, están sufriendo los nuevos precios. BMW está
estudiando si detiene su producción. Rusia es además una gran productora de titanio, clave para la
fabricación de microprocesadores (chips), que ya venían en crisis por la pandemia.
En otras palabras, sobre una situación de grave recesión económica mundial provocada por el
Covid, el estallido de la guerra de Ucrania y las sanciones impulsan un aumento del costo de vida
tan elevado que probablemente despierte movimientos de protesta y eleve el descontento con los
gobiernos en muchos países, entre ellos los de América Latina. La traducción política de la guerra
probablemente sea una ola de manifestaciones y reclamos sociales a través del planeta.
Pero las ramificaciones de la pandemia también se sienten en los posicionamientos de las grandes
potencias mundiales. China, la segunda potencia global, mantiene una posición cercana a Rusia,
en un momento delicado y difícil, sin romper necesariamente con el mundo occidental. Por Rusia y
Ucrania pasan parte de las nuevas rutas de la seda, el gran proyecto de infraestructura china,
que ahora están parcialmente interrumpidas por la guerra y las sanciones. Para China, la guerra
supone un golpe económico fuerte, en la medida en que afecta un proyecto fundamental, definido
por Xi Jinping como uno de los ejes del desarrollo chino y de su despliegue por el mundo.
Por otra parte, como consecuencia de las sanciones,
Rusia pasa a depender cada vez más de China. En cierta
medida, las medidas coercitivas impuestas por Estados
Unidos y Europa empujan a Rusia a una creciente
dependencia de China, que podría adquirir una capacidad
hegemónica sobre Rusia. Al mismo tiempo estamos viendo
una eventual amenaza de sanciones a China en caso de que
le ofrezca a Rusia soluciones que le permitan evitar las
sanciones o morigerar su efecto. Por eso China ha mantenido
una línea de cooperación con Moscú sin alinearse de maneta
unívoca con la posición rusa. Por ejemplo, no votó en contra
de la resolución de Naciones Unidas de condena a Rusia;
se abstuvo.
Otra consideración, en un contexto de río revuelto como el actual, China teme que Estados
Unidos aproveche la ocasión para lanzar alguna iniciativa en favor de Taiwán, por ejemplo, si
Taiwán inicia una maniobra militar preventiva con la excusa de una inminente invasión china al estilo
de la de Rusia sobre Ucrania; o si Estados Unidos y sus aliados avanzan en mayores niveles de
reconocimiento político y diplomático a Taiwán. Asimismo, el gobierno estadounidense anunció
recientemente que revisará el esquema de subsidios de China a aquellas industrias cuyos productos
se colocan en el mercado norteamericano con vistas a un posible aumento de aranceles, retomando
la guerra comercial que en su momento había intensificado Donald Trump. En suma, se ve una
voluntad de Washington de hostigar a China, reafirmando que el objetivo estratégico principal de
Estados Unidos en el siglo XXI es contener a China, debilitarla de modo tal que no logre superar a
Estados Unidos y disputarle su hegemonía.
El otro actor importante, junto a Estados Unidos y China, es Europa. Y en este sentido la
consecuencia más significativa de la guerra es el rearme alemán. Desde la finalización de la
Segunda Guerra, Alemania no contaba con fuerzas armadas importantes ni con un presupuesto
militar relevante. Era la OTAN, y en última instancia los EEUU, de acuerdo a los pactos firmados
tras el fin del conflicto armado, quienes aseguraban esencialmente la defensa alemana. Hace
pocos días, sin embargo, el canciller Olaf Scholz anunció un programa de rearme colosal, de más
de 100 mil millones de euros, que incluye el relanzamiento de la industria militar alemana, la
reconstrucción de los astilleros, la fuerza armada, la aviación… Los recursos totales equivalen a
casi el 3 % del presupuesto anual, es decir casi tanto como Estados Unidos. Es una verdadera
revolución militar, que tendrá impactos geopolíticos (aunque siga sin disponer de armas nucleares,
Alemania se convertirá pronto en la principal potencia militar europea) y económicos (Alemania
es el único país realmente industrializado de Europa y el mayor exportador industrial del mundo
per cápita; puesto a fabricar armas, barcos, submarinos o drones, podemos apostar que producirá
una conmoción en la industria armamentista global).
Por último, la importancia de la guerra de Ucrania se refleja en movimientos geopolíticos que
hasta hace poco tiempo parecían impensables en América Latina. Uno de ellos es la entrevista entre
el presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, y una delegación de Estados Unidos, para iniciar,
al parecer, negociaciones que permitan retomar las exportaciones de petróleo venezolano a ese
país. En los hechos, esto implica un reconocimiento «de facto» a Maduro que termina de desplazar
definitivamente a Juan Guaidó del escenario político y que también afecta al principal aliado militar
de Washington en América Latina, Colombia, cuyo presidente, Iván Duque, quedó descolocado…
Este tipo de cambios súbitos de posición confirman que estamos ante un conflicto de
consecuencias globales. La historia, en efecto, se ha puesto nuevamente en marcha.
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IGNACIO RAMONET. Periodista, semiólogo, ex director de Le Monde diplomatique, edición


(*)

española.
Editado por: Dr. Pablo Raúl Fernández Llerena <fernandezpablo29@gmail.com>
Dom 27/03/2022 4:08

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