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Curso de ingreso

Capítulo 3

Introducción a la Vida Universitaria

Capítulo 3
LA CULTURA 1
3.1. Concepto de cultura
“Cultura es una palabra que deriva del latín ‘colere’ que quiere decir cultivar. Cultivar se
refiere al trabajo sobre la tierra para hacerla producir. Es el trabajo del hombre en cuanto a
siembra y cosecha, ocupándose de las labores necesarias para ello.
Cultura es acción del hombre por distinción con obra de la naturaleza. Todo lo que el
hombre conforma y hace es cultura: es el mundo elaborado por el espíritu del hombre que
consciente y libremente, empleando su inteligencia y su voluntad, transforma la naturaleza,
tanto en lo material como en lo espiritual.
La obra cultural es propia y exclusiva del hombre: es lo que él crea y en él se trasunta, para
vivir más plenamente su vida humana.
La naturaleza, en cambio, es el mundo creado por Dios. Las cosas y los demás seres de la
naturaleza tienen impresas sus propias leyes, y no pueden salirse de ellas.
La transformación que opera el hombre le permite, además, poner esas cosas y esos seres a
su servicio.
Son factores de la cultura todos aquellos elementos o influencias que directa o
indirectamente concurren a la elevación intelectual, moral y social de los pueblos: ciencias y
artes, lengua y literatura, gobierno, costumbres sociales, moral, religión; y en el orden material,
el desarrollo de las industrias de todo género, las relaciones de unos pueblos con otros.
Con la palabra cultura se indica, en sentido general, todo aquello con lo que el hombre afina
y desarrolla sus innumerables cualidades espirituales y corporales; procura someter el mismo

1
Selección, adaptación y reelaboración de textos de Curso Introductorio
UCALP, 1989, 2000 y 2008.
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orbe terrestre con su conocimiento y trabajo; hace más humana la vida social, tanto en la
familia como en toda la sociedad civil, mediante el progreso de las costumbres e instituciones;
finalmente, a través del tiempo expresa, comunica y conserva en sus obras, grandes
experiencias espirituales y aspiraciones para que sirvan de provecho a muchos, e incluso a todo
el género humano. En síntesis, para que con la cultura el hombre pueda alcanzar los fines que
fundan su existencia, su orientación hacia la verdad, el bien y la belleza, es la única que puede
lograrlo.
El enorme avance del hombre en el dominio de las cosas, puede hacerle perder los hilos
esenciales y apartarlo del cultivo de los valores humanos, como también la lealtad, la franqueza,
la fidelidad a los compromisos adquiridos y la palabra dada, la sacralidad de la familia, la
laboriosidad y la generosidad para con los pobres. “No disminuyamos aquello de que depende
el ser o el no ser del hombre en lo hondo de su misma humanidad”.
Lo expresado en los dos párrafos anteriores, quiere decir que ningún avance cultural puede
entenderse como tal, si estuviese orientado contra la esencia del hombre, o sea que lo
deshumanice. Esto no sería verdadera cultura, sino pseudo cultura, desjerarquización de la
cultura.
En realidad el fin de la cultura es, en primer lugar, la satisfacción de las necesidades
humanas; de toda ellas, tanto las materiales como las de la esfera anímica y espiritual. Pero
también es el despliegue, la extensión de la riqueza contenida en la naturaleza humana y, en
consecuencia, la manifestación del hombre como imagen del Creador. “El orden y medida del
crear cultural, dependen de que el individuo y la comunidad valoren justamente las
necesidades del hombre, subordinando las inferiores a las superiores, y éstas a su fin último”.
Es esencial, para jerarquizar la cultura, ver si el fin consistente en el perfeccionamiento del
hombre se busca en el orden de su condición solamente humana, o ésta se proyecta al más allá,
porque el hombre es ser supramundano en el mundo. Si se ignora la dimensión trascendente de
la vida, se desjerarquiza la cultura. En este sentido la Conferencia Episcopal Latinoamericana,
reunida en Puebla nos dice:
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Con la palabra “cultura” se indica el modo particular como, en un pueblo, los hombres
cultivan su relación con la naturaleza, entre sí mismos y con Dios (GS 53b) de modo que puedan
llegar a “un nivel verdadera y plenamente humano (GS 53a). Es “el estilo de vida común” (GS
53c) que caracteriza a los diversos pueblos; por ello se habla de “pluralidad de culturas” (GS
53c)2.
La cultura así entendida, abarca la totalidad de la vida de un pueblo: el conjunto de valores
que lo animan y de desvalores que lo debilitan y que al ser participados en común por sus
miembros, los reúne en base a una misma “conciencia colectiva”3. La cultura comprende,
asimismo, las formas a través de las cuales aquellos valores se expresan y configuran, es decir,
las costumbres, la lengua, las instituciones y estructuras de convivencia social, cuando no son
impedidas o reprimidas por la intervención de otras culturas dominantes.

3.2. La responsabilidad del profesional universitario en la conformación de la cultura

a) Profesión universitaria y cultura

La preparación adquirida le plantea al profesional exigencias y responsabilidades no


comunes, que por el hecho mismo de serlo, lo convierten en un verdadero dirigente social que
esclarece, ilustra, apoya, subsidia.
Las personas que pasan por la universidad adquieren una preparación que no tienen los
que, sea cual fuere el motivo, no acceden a ella. De ahí surge una primera responsabilidad, pues

2
S.S. Beato Pablo VI, Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi”, n° 20, C.
del Vaticano, 1975.

3
S.S. Beato Pablo VI, Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi”, n° 18, C.
del Vaticano, 1975.
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la preparación, y formación consiguiente, no pueden referirse solo a la aptitud o posesión de


conocimientos, que le permiten desarrollar actividades, a través de las cuales proveer al propio
sustento. Para que quede claro: si poseer una profesión o un título que da la universidad es un
medio legítimo y honesto de obtener ingresos, eso solo no es suficiente.
Aún más, observemos desde ya, que el obtener ingresos, el trabajar para el sustento (alimento,
vestido, casa etc.), si bien es necesario, no es fin (u objetivo) de la vida. Los fines vitales y
existenciales son los relativos al sentido de la vida. El obtener ingresos es, precisamente, para
que sustentada materialmente la vida, el hombre pueda operar en la esfera anímica y espiritual
que es, con mucho, superior a la material.
El ejercicio de una profesión es, entonces, función social y, dentro de ésta, función social de
dirigencia, porque su esencia está dada por la posibilidad de resolver situaciones; prevenir y
solucionar conflictos; ampliar cada vez más el campo de las cosas posibles; guiar y conducir a
otros hacia una mejor calidad de vida; todo ello mediante el auxilio que significa la asistencia
profesional, sea cual fuere el campo de especialización. Por eso decimos que el profesional
esclarece: ilumina, pone claras las cosas; ilustra: explica las cosas, hace que algo o alguien
adquiera nobleza y distinción; apoya: hace que una cosa tenga razón y fundamento en otra;
subsidia: auxilia, socorre, en el sentido de ayudar a hacer.
El hombre no solo actúa en el mundo, le toca conducirlo. Cuanto más se acrecienta el poder
del hombre, más amplia es su responsabilidad personal y colectiva. El hombre debe ocuparse de
la edificación del mundo, tanto para el bien propio, como para el bien ajeno.
• De allí que la función de la profesión −su carácter distintivo y título de dignidad− consiste
esencialmente en valerse de la ciencia y experiencia (de la riqueza científica y experiencias
adquiridas) para colmar vacíos de verdad, de fuerza física, psíquica y espiritual, de aptitud y
capacidad de reacción ante el desamparo y la incomprensión.
• Por todo lo expuesto entendemos que, la profesión universitaria es una auténtica misión
al servicio de los hombres.
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b) Deontología profesional

La palabra proviene de la voz griega 'deon', 'deontos', que quiere decir el deber o los
deberes. La deontología es pues el tratado o ciencia del deber o los deberes, y es por lo tanto
una parte de la ética.
La ética refiere al orden moral, al hacer del hombre. Ya dijimos que el hombre se mueve en
dos mundos u órdenes diversos: el mundo u orden físico, la naturaleza, creada por Dios, y el
mundo u orden moral. En este último, es el hombre quien debe disponer convenientemente sus
actos libres, hacia el fin último de su existencia, incluyendo aquí todos los actos referidos a la
formación y al ejercicio profesional. Por ello las cualidades fundamentales que deben
acompañar a la profesión universitaria deben ser: competencia, aptitud, capacidad de
actualización constante, esfuerzo, sensibilidad humana.
El hombre, respondiendo a su vocación, va creciendo, se va desarrollando, en el camino
hacia la perfección. Para eso es requisito fundamental para el profesional: dedicarse a su
ejercicio con tesón y buena voluntad; con desinterés y honestidad; con generosidad y grandeza.
La sociedad necesita y tiene derecho a esperar del profesional un servicio de excelencia.
Competencia: Refiere a la preparación efectiva, real, a la que se llega estudiando siempre, y
no solo en la universidad, sino también a lo largo de toda la vida activa en la profesión y aún
después. Ni los más grandes genios pueden evitar el estudio reposado, comparativo, y la
experiencia, para obtener la pericia necesaria. La competencia es esa condición que le permite a
un profesional juzgar y apreciar situaciones porque las entiende y puede aplicar a ellas el
criterio que corresponde.
Aptitud: Se refiere a la persona que tiene disposición adecuada para actuar. Es la idoneidad
para cumplir un cometido en perfección.
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Capacidad de actualización constante: Pues es uno de los elementos de mayor importancia


para que la competencia y la aptitud se mantengan siempre. Hoy día es imposible actuar
profesionalmente sin estar actualizado, que quiere decir estar al tanto del progreso y de las
nuevas adquisiciones de la ciencia y de la técnica.
Esfuerzo: Pues nada se obtiene sin ánimo, sin valor, sin el empleo enérgico de la inteligencia
y de la voluntad para conseguir algo.
Sensibilidad humana: Que surge del entendimiento de la profesión universitaria como
misión en favor del prójimo, para lo cual hay que comprenderlo y respetarlo, en definitiva,
querer su bien. El profesional tiene que hacerse cargo de la necesidad del otro, sin confundir
ello con esa cierta pretensión de entrometerse en su vida, sino con el ánimo de servicio, del que
venimos hablando desde el principio.
Así mismo el profesional debe evitar defectos fundamentales en el ejercicio de su profesión:
ser un constante advenedizo, la falta de escrúpulos, el confiar en la buena suerte o la mera
audacia, el aprovechamiento de las necesidades o de las debilidades ajenas.
El advenedizo: De antecedentes desconocidos y que, a su vez, tampoco conoce cómo debe
tratarse la materia o el asunto sobre el que debe actuar, no puede considerarse en realidad
profesional, porque no tiene las cualidades a las que nos hemos referido anteriormente.
Tampoco puede serlo el inescrupuloso: Que opera sin poner cuidado en la exactitud y el
examen de las cosas o las situaciones sobre las que debe pronunciarse o actuar, y no atiende al
cumplimiento de sus deberes.
El que confía en la buena suerte: Es decir esas circunstancias favorables que suelen surgir de
hechos casuales o fortuitos. Podría ser posible que así se logre alguno que otro éxito
materialmente hablando, pero constituiría una defraudación a la sociedad.
El aprovechamiento de las necesidades o de las debilidades ajenas: Tampoco quien desde el
ejercicio, se aprovecha de las necesidades o debilidades ajenas, puede considerarse un
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auténtico profesional universitario; pues quien obra de esta manera está corrompiendo la
dignidad de la profesión universitaria que un día decidió abrazar.
Por todo lo expuesto el profesional debe operar con honradez, aplicando lo mejor de su
ciencia y experiencia en favor de otros. Haciendo bien el trabajo, al cual se sintió llamado por
vocación, estará contribuyendo notablemente a la conformación de su cultura.

c) Solicitud con la verdad

El profesional universitario debe comprometerse con la verdad, a fin de que no se desfigure


o sustituya la cultura con sucedáneos, como son el éxito, la utilidad, la potencia, el
aprovechamiento, u otras posibilidades que, defectuosamente apreciadas, pueden ser
deformaciones de la verdad.
Con esto se quiere significar la realidad de que la ciencia y la técnica no pueden
independizarse de la moral. Lo que amenaza al hombre no es el avance de las mismas, sino una
pretendida independencia frente a los criterios morales.
Cabe hacer notar que el verdadero valor de la técnica, consiste en el aprovechamiento
ordenado de los recursos y fuerzas naturales, fundado en el conocimiento de la naturaleza y
puesto al servicio de la satisfacción de las necesidades del hombre.
Porque una de las deformaciones de valor que se experimenta hoy es la primacía de la
técnica, olvidando que ella debe servir, no gobernar. Es el afán de la eficiencia práctica por
sobre las exigencias de la conciencia moral.
“El hombre se pregunta angustiado 'a fin de cuentas ¿Quién soy yo?'. La visión objetiva de la
verdad, muchas veces se ve sustituida por una postura subjetiva más o menos espontánea. La
moral cede su puesto a una ética individual, en la que cada uno parece proponerse a sí mismo
como norma de acción, pretendiendo que se le exija únicamente ser fiel a esa norma. La crisis
se hace más profunda cuando la eficacia asume la función del ser y del valor. En consecuencia
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surgen las manipulaciones de todo tipo y el hombre se siente cada vez más inseguro, bajo la
impresión de vivir en una sociedad que carece de certezas e ideales y confusa en lo que se
refiere al ser y a los valores auténticamente humanos”.
Queda claro así que el valor es la verdad, no la eficacia, el éxito, la utilidad o la fama, y ¡con
qué cuidado hay que tomar los análisis, las informaciones, la propaganda, que pueden
apartarnos de la complejidad de lo real! La cultura no es solo saber, sino saber bien obrar.
Cuantas veces hablamos (u oímos hablar) de las insuficiencias, de los defectos del sistema,
sin advertir que el problema está en la mediocridad, en la deficiencia humana, por falta de
valores absolutos. El logro fácil de ganancias; el egoísta goce personal; el hacer lo que a uno le
viene en gana; saber un poquito de todo y nada en serio, son elementos que contribuyen a la
degradación y desjerarquización de la cultura.

3.3. Evangelización de la cultura

La misión de la universidad católica, por su propia índole se enraíza en la misión


evangelizadora de la Iglesia.
Es decir que la universidad católica siendo fiel a su identidad se constituye en un factor de
evangelización de la cultura en la cual está inserta.
El Papa Pablo VI en su exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi (El Anuncio del Evangelio
del 8 de diciembre de 1975) nos enseña en qué consiste la evangelización a la cual está llamada
la Iglesia:
“Cristo envió a su Iglesia a anunciar el Evangelio a todos los hombres, a todos los pueblos
(Cfr. Mt 28, 19; Mc 16, 15). Puesto que cada hombre nace en el seno de una cultura, la Iglesia
busca alcanzar, con su acción evangelizadora, no solamente al individuo sino a la cultura del
pueblo. Trata de “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio, los criterios del juicio, los
valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras
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y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el
designio de salvación. Podríamos expresar todo esto diciendo: “Lo que importa es evangelizar –
no de una manera decorativa, como un barniz superficial, sino de manera vital en profundidad–
y hasta sus mismas raíces la cultura y las culturas del hombre”4.
En síntesis, evangelizar es hacer lugar a la presencia de Cristo en el ámbito de toda la
cultura, impregnando de Cristo sus raíces más profundas.
La universidad católica en perfecta sintonía con lo expresado, está llamada a dar testimonio
de Cristo vivo, hoy y aquí en sus cursos de grado y posgrado, en sus institutos y departamentos,
en la investigación y la extensión haciendo visible el Rostro del Señor a todos los que atraídos
por el saber, (propio de la universidad) se acerquen a sus puertas queriendo ser parte de ella
personalmente.

4
S.S. Beato Pablo VI, Exhortación Apostólica "Evangelii Nuntiandi”, n° 19 y
20, C. del Vaticano, 1975.

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