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Prólogo a “Le trauma colonial” de Karima Lazali

Mariana I. Wikinski

Las novelas, en su manera de fijar el tiempo y abrazar


el espacio, no son simplemente vectores
irremplazables de contextualización, sino que dan
sentido en la opacidad de esta guerra colonial y sus
prolongaciones. ¿Cómo pueden trabajar los
historiadores sin haberlas leído? (Benjamin Stora, del
prefacio al libro Memoria(s) de Argelia. La literatura
francófona-argelina y francesa al servicio de la
historia, 2004)

Cuando los niños escuchan la voz de lo muertos, se


trata sobre todo de la voz de los que murieron sin
sepultura, sin ceremonia.
(Lionel Bailly, citado por F. Davoine y J.M. Gaudillière)

Una frase interrumpe de pronto el ritmo de lectura y me obliga a detenerme. Su


familiaridad me sorprende. “Matar la muerte”. Tal es el título de un trabajo publicado en
Buenos Aires en el año 1986 por la psicoanalista argentina Gilou García Reinoso y que
Karima Lazali cita en este libro en su versión en francés (Tuer la mort, 1988).
Resulta inevitable comenzar quizás de un modo excesivamente autorreferencial la
escritura de este prólogo, para dar cuenta del impacto que generó en mí el hecho de
experimentar sorpresivamente tanta familiaridad en el preciso lugar en el que esperaba
encontrar un cierto extrañamiento1. Mi práctica como psicoanalista argentina, ejercida en
un Organismo de Derechos Humanos y en un contexto post-dictatorial desde 1984 en
adelante, y la de Karima Lazali, ejercida en Paris y Argelia desde 2002 y 2006
respectivamente, confluían de pronto en la elocuencia de esta frase que alude al
desdichado fenómeno de la desaparición sistemática de personas. “Matar la muerte”
opera así simbólicamente como puente histórico y geográfico entre dos experiencias muy
disímiles desde el punto de vista político: la argentina y la argelina. Y son precisamente
sus diferencias las que ofrecen una doble constatación: la primera de ellas es que en

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Al respecto, cito aquí un párrafo de mi libro “El trabajo del testigo. Testimonio y
experiencia traumática” (Wikinski, 2016): “Jean Francois Lyotard se pregunta si no es tarea del
historiador no sólo tomar conocimiento de los daños, sino también de la destrucción de sus
documentos. (…) Dolorosa analogía con nuestros desaparecidos (‘matar la muerte’, escribió Gilou
García Reinoso en 1986 ), que como ‘desaparecidos’ y no sólo como ‘muertos’ dejan su huella en el
testimonio, quizás sin que la justicia alcance a pesquisar esta diferencia.”(p.88)
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cualquier latitud del planeta la puesta en marcha de un dispositivo psicoanalítico requiere


pensar al sujeto en el contexto de su época y sus determinaciones históricas y políticas;
de lo contrario los blancos en su constitución psíquica se replicarán como “agujeros” al
interior del proceso terapéutico. La segunda es que los efectos del método sistemático de
desaparición de personas tanto en Argelia como en Argentina han sido devastadores; se
trata de una herramienta biopolítica de dominio y control de las subjetividades y los
cuerpos en sistemas de terror que –como describe Lazali con profunda sensibilidad-
genera siempre una borradura que atraviesa la memoria de las generaciones y obstaculiza
de un modo corrosivo la tramitación de un duelo.
Sin embargo, ¿acaso esto nos permite suponer que la historia argentina y la argelina son
homologables? Definitivamente, no. En este, su segundo libro luego de La Parole oublée
(Érès, 2015), Lazali desentraña las claves de una especificidad: las trazas del trauma y la
modulación en el registro psíquico de las experiencias de destrucción en lo social que la
colonización francesa ha dejado en la sociedad argelina.

El colonialismo francés y sus dramáticas derivas históricas, acontecimiento escandaloso


por su magnitud, su crueldad y su perpetuación, produjo una marca indeleble en la
historia argelina. Es una historia marcada también, -y esto la diferencia radicalmente de la
experiencia argentina- por la ausencia de investigación y justicia respecto de los
innumerables crímenes cometidos durante el colonialismo, durante la Guerra de
Liberación, las guerras internas e incluso en la actualidad: las desapariciones, el genocidio,
el despedazamiento de los cuerpos, las expropiaciones, las desapariciones de niños.
Muertes, como lo señala Lazali, separadas de la integridad de cuerpos que resultan
irreconocibles. La desaparición de personas no asume así sólo la condición espectral de lo
que no puede verse, sino que es también el resultado de lo excesivamente visible pero
inidentificable: cuerpos desfigurados y despedazados sin posibilidad alguna de que les sea
adjudicada alguna identidad.
Si la realidad misma operara como un laboratorio a escala planetaria, deberíamos
considerar como prueba definitiva del lugar de terceridad que la Justicia ofrece en el
ordenamiento de los lazos sociales, la comparación entre los efectos en la subjetividad
que la desaparición sistemática de personas produjo en Argentina y los que produjo en
Argelia. Argentina, como se sabe, ya en democracia, después de la finalización del
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período dictatorial 1976-1983 que utilizó la tortura como método sistemático de control
social y produjo 30000 desaparecidos, inicia en 1985 el Juicio a las Juntas Militares que
condenó a los comandantes. El juzgamiento a cientos de responsables del Terrorismo de
Estado continúa hasta hoy (con interrupciones y múltiples vicisitudes políticas que sería
inadecuado detallar en este contexto) en causas por delitos de lesa humanidad abiertas o
ya juzgadas en diferentes ciudades del país. Esto me permitió escribir en relación a las
declaraciones que se realizaban en los juicios:

“Y un día ya no vino más”, dicen algunos testigos, familiares de


desaparecidos (...) ¿Cuál es el día que ya no vino más? ¿Cómo se puede
señalar ese día, si todos los días hasta hoy mismo son ese día? ¿Cómo se
puede precisar la ausencia de la ausencia? ¿Se alcanza a comprender que
se juzgan “desapariciones”, y no “muertes”? ¿Que se solicita que se
nomine lo innominable, se identifique lo inidentificable, se precise lo
imprecisable, se ubique lo inubicable? ¿Cómo fechar y ofrecer
coordenadas de lo no acontecido? ¿Cómo podría el testigo darle entidad
de existencia a un crimen que a fuerza de seguir cometiéndose, nunca se
ha cometido definitivamente? (Wikinski, 2016, p. 88).

En Argelia, como lo describe Lazali, jamás se ha investigado cuál ha sido el destino de los
cuerpos destrozados o desaparecidos y quiénes han sido los responsables en cada una de
las etapas en las que esto ha ocurrido.
Lazali describe lúcidamente al terror como un estado psíquico que –a diferencia del
trauma- no admite el olvido y la represión, no produce el advenimiento de una nueva
posición subjetiva, desdibuja los límites entre el aparato psíquico y el cuerpo biológico,
entre lo singular y lo colectivo, entre el adentro y el afuera, permanece desligado, no es
circunscribible. Se trata quizás de una incrustación sin sujeto, un arrasamiento que podría
impedir incluso el reconocimiento del estado de terror por parte del sujeto que lo padece.
La autora puede definir la diferencia entre trauma y terror, y establecer la insuficiencia de
la noción de trauma para explicar los efectos de la violencia colonial, porque transita con
fluidez el campo de la subjetividad singular, el campo de los fenómenos colectivos, el de
la clínica, la literatura, la política, y porque identifica nítidamente los fenómenos del
presente, de lo histórico y de lo transubjetivo. Desentraña de este modo tanto en el plano
social como en el subjetivo las huellas del colonialismo, acontecimiento a todas luces
inagotable en sus efectos, que cruje de un modo ensordecedor en los caminos de
subjetivación de muchas generaciones a través de la historia de Argelia. No encontramos
en su obra una ficticia división entre lo individual y lo colectivo, ni una ausencia de
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distinción entre ambos, sino un modo de pensamiento profundamente freudiano en el


que se produce una articulación constante entre estos espacios, urdimbre de múltiples
determinaciones que no cesan de entrelazarse.
En ese sentido Lazali se reconoce tributaria de la obra de Frantz Fanon, quien pudo
abordar, durante el transcurrir mismo de los acontecimientos, la incrustación de la
ajenidad en el psiquismo del colonizado y el improbable trabajo de descolonización
subjetiva que esto supondría.

Siempre habrá una expropiación del sí mismo una vez fundada la colonización. Lo que no
se termina de enunciar en el espacio psicoanalítico, lo subjetivo en la Historia, lo
impensado que encuentra expresión en la Literatura: es en estos pliegues, nos dice Lazali,
donde encontraremos quizás las claves para comprender los efectos subjetivos de una
historia de arrasamiento cuyo inicio en poco tiempo cumplirá dos siglos.
Múltiples figuras de lo negativo (negación, denegación, forclusión, “agujero”, renegación,
repudio) dan cuenta de este blanco, o por momentos de este “silencio negro”, como lo
define Lazali, que constituye “lo imposible de olvidar”.
La autora recurre a la literatura francófona-argelina – que contiene en algunos casos una
fuerte impronta autobiográfica- para espigar en su desvío crítico de la lengua
(détournement) y en el uso de la transliteración, aquello que no puede decirse. Desvío
como valor en sí mismo, que logra hacer de “lo intraducible”, objeto de trasmisión.
También encuentra en estas novelas los recursos que pueden oponerse a las censuras
operadas sobre el pensamiento y la lengua a lo largo de la historia colonial y post-
colonial. “¿Cómo pueden trabajar los psicoanalistas sin haberlas leído?”, podría
preguntarse quizás Lazali, parafraseando a Benjamin Stora.
Las obras de Kateb Yacine, Nabile Farès, Jean El Mouhoub Amrouche, Malek Haddad,
Yamina Mechakra, Chawki Amari, Rachid Mimouni, Mansour Kedidir, Mohammed Dib,
Samir Toumi, Amin Zaoui, Kamel Daoud, Mouloud Feraoun, Albert Camus son visitadas
por Lazali en el afán de iluminar las zonas invisibilizadas del colonialismo y de la “mise
sous totalité” uniformizante post-colonial.
Si a partir de la lectura de este extraordinario libro tuviéramos que elegir una palabra que
expresa de un modo contundente los efectos del colonialismo a uno y otro lado del
Mediterráneo, sin duda elegiríamos “effacement”, borradura. Es una borradura de origen
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político, por supuesto, iniciada por el colonialismo francés en su necesidad de negar la


depositación de ese resto abyecto de monarquía que fue “exportado” a la colonia.
Identidad, lengua, tradición, genealogía, patronímicos, todo resulta arrasado, como si
Argelia no hubiera tenido Historia. Pero es también una borradura que incluye –como lo
plantea Lazali- a los enfrentamientos internos y fratricidas y al Terror de Estado post-
colonial. Borradura o no-inscripción, en definitiva, de toda genealogía, alteridad,
diferencia y heterogeneidad, que como lo plantea Lazali, amenace el trabajo de
construcción de un “nosotros”, forzada uniformización de un ser nacional que a partir de
la Guerra de Liberación se impone.
La exaltación de la figura del héroe o del mártir de la Guerra de Liberación no hace más
que ofrecer una coartada en la profundización de esa borradura: se trata de refundar a
Argelia, borrar el pasado colonial, no “deconstruir” sino “reconstruir”, señala Lazali, y la
reconstrucción supone la configuración de una gesta heroica de liberación cuyas muertes
en las guerras internas no deben ser relevadas. Se produce así –a partir de la imposición
post-colonial de una lengua, el árabe, y una religión, el islamismo-, el mito de un
nacimiento que nuevamente borra el pasado e intenta el establecimiento de un punto
cero de la Historia, arbitrario y negador.
Quizás a ese blanco de la historia de una Francia colonizadora (¿republicana?) que niega
el vergonzante resto monárquico que determinó su estrategia de ocupación, corresponda
del lado de Argelia un blanco en la historia vergonzante que requiere ocultar la propia
responsabilidad en las guerras internas. Se produce así un efecto paradojal en el camino
de liberación: la historia de Argelia resulta nuevamente remitida en sus inicios casi
exclusivamente a la colonización, y se impone un nacionalismo puro, urgente, extremo y
totalizante para restaurar el daño padecido. Como un foco que ilumina excesivamente y
entonces encandila, existe también –como lo enuncia Lazali- un exceso de memoria sobre
el colonialismo, que está al servicio de la borradura y el blanco en la memoria misma. Se
produce así una gradual transformación del trauma colonial en trauma social.

“La colonialidad ha sido una gran proveedora de un odio promovido por el mantenimiento
del Uno a partir de la muerte del Otro, ya que su proyecto político buscaba borrar toda
forma de alteridad. ¿Cómo en Argelia el sentimiento de “lo nacional” ha sido atravesado
por esta forclusión de la alteridad? ¿Y cuáles han sido las consecuencias sobre la política
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contemporánea de esta negación de la función paterna por lo colonial?”, escribe Lazali


(p.130)2. Estas resultan preguntas centrales en su desarrollo. El advenimiento de la
colonia destituyó la función paterna como función simbólica y de terceridad organizadora
del lazo social, la genealogía, la determinación de una comunidad de pertenencia y la
constitución de una identidad a partir de la asignación de un nombre. Esta función ha
sido sistemática y deliberadamente obstruida a partir de la ruptura histórica que la
colonia signó en Argelia. Las muertes, las desapariciones, la alteración de los nombres han
hecho que sea imposible determinar quién es quién, quién es hijo de quién, quién es
hermano de quién.
El devenir de la desafiliación no se produce solamente a partir de la fragmentación del
cuerpo social operada por la Francia colonizadora y la Guerra de Liberación. Las guerras
internas que marcaron la historia de Argelia durante la Guerra de Liberación y se
continuaron a partir de ella -con su apogeo en los años 1990- nos obligan a pensar cuál
podría ser la matriz de la incesante repetición del asesinato entre hermanos, y de esa
búsqueda y destitución continuas del lugar del padre. La autora revisa críticamente el
planteo freudiano desarrollado en Totem y Tabú (menciona a Atkinson en su contrapunto
con Freud), y se pregunta por qué a la destitución del padre y fundador del nacionalismo
argelino, Messali Hadj, y al asesinato de Ramdane Abane en 1957 (dirigente de FLN) no
les sucedió una alianza fraterna sino una encarnizada guerra interna y fratricida que
enfrentó brutalmente al FLN con los messalistas, a combatientes del FLN entre sí, y que
produjo una serie de asesinatos o destituciones de líderes a lo largo de la historia.
En su obra Stasis. La guerra civil como paradigma político, Giorgio Agamben (2016) remite
el desarrollo de las guerras civiles a una tensión permanente e irresoluble entre el oikos
(la casa, la familia) y la polis, en la que la guerra civil funciona como umbral entre las
relaciones familiares politizadas y la polis recodificada en términos de familia. Pareciera
que en este caso entre el “nosotros” y el “ellos”, en el umbral de la diferencia y el ser
extranjero, se ha puesto en juego una particularidad de lo que Agamben define como lo
irresoluble. Ya no la tensión no solucionable entre el “adentro” (oikos) y el “afuera”
(polis), sino una tensión entre una heterogeneidad anterior a la colonia, excesivamente
porosa a la invasión colonial, y un nosotros reactivo que requirió suprimir hasta la más
mínima diferencia con el objetivo de construir la ilusión de un Uno inquebrantable.
2
Lazali, cfr ., p. 130
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En tanto la heterogeneidad, la alteridad, el extranjero aparezcan como amenaza, los


efectos sociales y subjetivos resultarán incalculables. No sólo porque entonces el Otro
será siempre un enemigo, estará puesto bajo sospecha, sino también porque –plantea
Lazali- esa amenaza que representa toda alteridad, instila el funcionamiento psíquico, de
modo que el Otro en uno es vivido también como amenaza y obstáculo. Lazali cita a
Albert Memmi, quien – en absoluta sintonía con Fanon- localiza el destino trágico de
quien ha sido colonizado, en la tarea subjetiva de erradicar de sí su parte colonizadora y
su parte colonizada. Ninguna de ambas partes le pertenece del todo. Se trata de un
desdoblamiento identitario que no produce nunca mezcla, confluencia, sino disociación.

¿Cómo podría heredarse aquello que precedió nuestra propia existencia y acerca de lo
cual no podemos hablar por razones que ignoramos?, se pregunta Lazali. La hogra
(ofensa, humillación que dio lugar al colonialismo y coaguló sus efectos), es así un
significante necesario como ordenador de la Historia, pero también cumple una función
encubridora en tanto perpetúa inalterado e inmodificable su lugar en el psiquismo a
través de las generaciones. Finalmente, señala la autora… ¿no era eso lo que se proponía
el colonialismo? ¿No era también el territorio mental el que debía ser ocupado en
términos trasmisión generacional?
Las herramientas habituales del psicoanálisis quedan en jaque, pues en
este punto el sujeto de la palabra, incluso de la palabra reprimida, no se ha
constituido. La apuesta es, pues, la génesis del sujeto. El sujeto de una
historia menos censurada que borrada, reducida a la nada y que sin
embargo no deja de existir. (Davoine y Gaudillière, 2011, p.103)

La novela “L’Effacement”, que cita Lazali y fue publicada en 2016 por Samir Toumi, un
joven escritor que nació seis años después de finalizada la Guerra de Liberación, da
cuenta de la imposibilidad de apropiación y transformación de aquello que en tanto vacío,
borradura, se trasmite a través de las generaciones y queda entonces inscripto como pura
repetición, por fuera del “aparato de interpretar” del sujeto receptor.
Al analizar el post-colonialismo y la función del islamismo en la erradicación de las huellas
de lo colonial, Lazali se sumerge en un mundo simbólico de una enorme complejidad en el
que se determinan mutuamente lengua, religión y política, superposición condensada por
la autora en la denominación del dispositivo LRP. Analiza así la potencia de este
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dispositivo en la configuración del psiquismo: la moral religiosa del islamismo sustituye a


lo político en la regulación de lo que está permitido y lo que está prohibido, entre lo
pensable y lo no pensable, de modo que el ciudadano se desdibuja en la figura del
creyente.
Sabemos que el lenguaje no refleja el pensamiento: lo constituye. Como lo señala Lazali,
el dispositivo LRP opera a nivel intrapsíquico, de modo que no es posible diferenciar, en
aquellos sujetos en análisis, las prohibiciones sociales y las prohibiciones internas. El
analista debe abordar el trabajo con un sujeto que protege sus pensamientos más íntimos
para que no le sean incautados, bloqueando su aparición en la asociación libre. Se
superponen moral religiosa y censura psíquica de modo que no se puede distinguir si el
sujeto finalmente habla por sí, o resulta hablado por su comunidad de pertenencia.
En una lúcida apreciación, Lazali devela una coartada del psiquismo, que desplaza,
sustituye su “revolución interior” (si se quiere, ese modo de sublevación que el sujeto
produce contra sí mismo) por una otra revolución ya consumada: la Guerra de Liberación.
Su único opresor ha sido el opresor del cual ya se ha liberado.
La psicoanalista argentina Silvia Bleichmar 3 (2009) diferencia y define los conceptos
constitución del psiquismo y producción de subjetividad. El primero estaría referido a
aquellos universales que hacen a la constitución psíquica (inconsciente, represión) y el
segundo –en articulación con el primero- corresponde a los modos históricos que
determinan la constitución del sujeto social, en articulación con las variables sociales,

ideológicas e histórico políticas. El dispositivo LRP opera, de acuerdo con esta descripción,

a nivel de la producción de subjetividad.


Todo sujeto establece con su grupo familiar al nacer, pero sobre todo con el cuerpo social
que lo aloja e inviste, un contrato narcisista (Aulagnier, 1977)4 que lo ubicará como
eslabón y garante de una cadena generacional en tanto el sujeto sea portador de un
sentido de filiación, pertenencia y continuidad social. La constitución psíquica del infans
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La obra de Silvia Bleichmar (psicoanalista argentina fallecida prematuramente en el año
2007) ha sido traducida al francés y al portugués, pero resulta quizás poco conocida en el universo
anglo-parlante. Su prolífica obra ha sido fundamental en el Cono Sur tanto para el abordaje de los
procesos de constitución psíquica, como para la construcción de una metapsicología que ilumine el
entrelazamiento entre lo político y lo subjetivo, sin perder de vista una mirada sobre una ética
constitutiva del sujeto.
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Muchos psicoanalistas argentinos hemos dialogado también con la obra de la psicoanalista
francesa Piera Aulagnier, en el esfuerzo de dar cuenta no sólo de la matriz constitutiva del infans,
sino también en el trabajo de pensar los efectos subjetivos de los fenómenos políticos, poner en
cuestionamiento nuestra propia práctica y nuestro vínculo con las instituciones psicoanalíticas.
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adviene en un espacio sociocultural que trasciende el espacio familiar y que emite los
“enunciados de fundamento” que constituyen la infraestructura del grupo social que lo
aloja, sean estos de tipo mítico, científico o sagrado. Particularmente el discurso de lo
sagrado ubica origen y objetivo del modelo en el mismo lugar: lo eternamente verdadero.

(…) desde su llegada al mundo el grupo catectiza al infans como una voz futura
a la que solicitará que repita los enunciados de una voz muerta y que garantiza
así la permanencia cualitativa y cuantitativa de un cuerpo que se
autorregenerará en forma continua (Aulagnier, 1977, p.164).

Como ya hemos descrito, en la historia de Argelia la garantía de continuidad filiatoria


resulta quebrada desde el colonialismo en adelante, en función de las desapariciones, la
fragmentación de los cuerpos, la alteración de los nombres, el ataque a los grupos tribales
de pertenencia, y la continuación de los modos desafiliatorios que emprendió el poder
político posteriormente a la Guerra de Liberación. Nos preguntamos si el dispositivo LRP,
no opera en sustitución de la cadena filiatoria, como dispositivo que garantiza el contrato
narcisista del sujeto con la sociedad a la que pertenece, al tiempo que condiciona las
reglas de producción de pensamiento que regirán la vida psíquica de los sujetos.
Será también Piera Aulagnier (1980) quien describirá al estado de alienación como un
destino del Yo en su función de pensamiento, que se propone eliminar toda conflictividad
y sufrimiento psíquico, incluso la conflictividad entre el Yo y sus ideales y entre el Yo y
sus deseos. Paso previo a la muerte psíquica, el estado de alienación supone en el sujeto
una descatectización de la actividad de pensar, en tanto es experimentada como un
riesgo. Contrato narcisista, dispositivo LRP, estado de alienación y estado de terror
podrían confluir así en el establecimiento de las categorías perseguidor/perseguido como
ordenadoras intrapsíquicas y del lazo social, en la instalación de la sospecha como eje
central del vínculo con la alteridad, en el intento de expulsar del psiquismo todo margen
de conflictividad que pueda desplegar una confrontación del sujeto consigo mismo y una
confrontación del sujeto con el mundo que habita. Lo prohibido rige tanto para el
conocimiento de la realidad externa, como para en el conocimiento de la realidad
psíquica, plantea Aulagnier.

He intentado en estas líneas puntualizar la especificidad del trauma colonial que con
tanta claridad y sensibilidad analiza Lazali y que afecta de un modo ineluctable la
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subjetividad, el lazo social y la práctica del psicoanálisis en Argelia. Y aun en el marco de


esa especificidad, como si habitáramos un mismo espacio social y hablásemos la misma
lengua, la proximidad de nuestras experiencias emergió ante mí a lo largo de la lectura de
este extraordinario libro. Si en toda colonización se despliega un dispositivo de supresión
y dominio de la diferencia, en este texto encontramos una ética de la hospitalidad con lo
extranjero y la alteridad, que despierta por ello mismo en nosotros este sentimiento de
ser cobijados y también de ofrecer cobijo al relato de una experiencia de contacto con la
otredad, que si dejara una huella perdurable en nuestro pensamiento, haría sin duda
menos posible la repetición de una historia tan devastadora.
Buenos Aires, febrero 2020

Bibliografía
-Agamben, G. (2016). Stasis. La guerra civil como paradigma político. Buenos Aires:
Adriana Hidalgo.
-Aulagnier, P. (1977). La violencia de la interpretación. Buenos Aires: Amorrortu
editores.
(1980). Los destinos del placer. Barcelona: Ediciones Petrel.
-Bleichmar, S. (2009). El desmantelamiento de la subjetividad. Estallido del Yo. Buenos
Aires: Topía Editorial.
-Davoine, F. y Gaudillière, J.M. (2011) Historia y trauma. La locura de las guerras.
Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica.
-García Reinoso, G. (1986). Matar la muerte. Revista Psyché. Nro. 1. Bs.As.
-Wikinski, M. (2016) Testimonio y experiencia traumática. Buenos Aires: Ed La Cebra.

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