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En el Antiguo Testamento los profetas fueron los heraldos de Dios que declaraban
juicio y esperanza futura de salvación, y predicaban contra las iniquidades del
pueblo y de sus líderes. La predicación de los profetas era, a menudo, dada por
Dios inmediatamente y transmitida a medida que se recibía, en tanto que la
predicación de los levitas se basaba sobre la palabra escrita, la Torah.
El predicador de la Palabra de Dios tiene como tarea descubrir lo que Dios desea
y, por medio de su gracia, hacer su voluntad. Predicar la Palabra de Dios del modo
de Dios debería ser el objetivo de predicadores fieles. Dios es soberano y nos dice
qué predicar y como hacerlo. Nosotros no tenemos el derecho de desviarnos de
sus instrucciones. La simple idea y las especulaciones humanas no deben estar
dentro de una predicación Bíblica.
Todos los verdaderos predicadores reconocen la Biblia como una fuente de la cual
aprender y proclaman la verdad de Dios. Ellos aceptan lo que leen allí como
palabra inspirada e inerrante en los originales. Por “inspiración” (el término en 2Tm
3.16 significa “soplado por Dios”), ellos entienden que las palabras bíblicas son
tanto la palabra de Dios como si Él las hubiese dicho por medio del soplo. Si
alguien pudiese oírlo hablar, él no diría nada más, nada menos y nada diferente de
lo que está escrito por medio de sus apóstoles y profetas. Las Escrituras son las
exactas palabras de Dios por escrito.
Las Escrituras son para todos los tiempos, para personas en todos los países.
Recordamos las palabras de Pablo cuando declaró que “estas cosas sucedieron
como ejemplos para nosotros” (1Co 10:6) y que “están escritas para
amonestarnos a nosotros” (1Co 10:11). Consecuentemente, necesitamos entender
que el mensaje del texto es para la edificación de nuestros oyentes como lo fue
para aquellos a quienes originalmente fue escrita.
En toda la historia de la predicación, felizmente eso con frecuencia no fue así, los
predicadores han usado las Escrituras para sus propios propósitos y no para los
propósitos para los cuales ella fue dada, perdiendo así el poder inherente a
cualquier parte usada en la predicación. No es sin razón que el evangelio de Juan
es usado más frecuentemente que cualquier otro para llevar al conocimiento
salvador de Jesucristo; él fue escrito para ese propósito. El Espíritu, que produjo la
Biblia, bendice su uso cuando la intención del predicador es la misma que la de Él
mismo.
Necesitamos abrir las Escrituras como Jesús lo hizo (Lc. 24.32), informando a
nuestros oyentes sobre su contenido, pero siempre haciendo visible la relevancia
de los textos para ellos. Debemos predicar a las personas para mejorar su
relación personal con Dios y su prójimo.