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Genios de la edad tardía

Nunca es tarde para aprender o impulsar esa idea que aún


aguarda en el cajón. La juventud no siempre es divino
tesoro, la libertad y la experiencia sí. Lo confirman
grandes artistas tardíos, desde Ang Lee a José Saramago

FELIP VIVANCO

23/01/2015 09:27Actualizadoa23/01/2015 18:22

Toni Morrison, premio Nobel de literatura, confesó una vez que le era
imposible escribir de manera regular. La escritora afroamericana tenía un
trabajo más o menos convencional de nueve a cinco, daba clases y además
tenía que criar sola a dos hijos. Si no hubiese sacado fuerzas de flaqueza y
hubiese madrugado lo indecible (veía la salida del sol y eso le cargaba de
energía) ahora mismo no estaríamos hablando de ella. Morrison no publicó su
primer libro hasta los 40, pero 22 años más tarde ya tenía Nobel y Pulitzer.
Hay casos aún más extremos. Otro Nobel, José Saramago, se estableció como
escritor a los 60 tras un intento a los 25. La Academia Sueca le concedía el
galardón apenas 16 años después.

Morrison, Saramago, y un sinfín de artistas, pintores, inventores, empresarios


o deportistas que aparecerán en estas líneas empezaron a destacar en sus
carreras a edades más bien maduras o, como mínimo, inusualmente tardías. Y
más si se comparan con el listón tan alto (o tan bajo, depende de cómo se
mire) que dejaron, por ejemplo, autores de la talla de Clarice Lispector, Sylvia
Plath, Susan Sontag o Jorge Luis Borges, por no citar a los niños prodigio por
excelencia, Pablo Picasso o Charles Baudelaire. Entre los citados no habrá
músicos, ni tampoco científicos, disciplinas que, al parecer, hay quecultivar a
temprana edad si se quiere destacar. 

Eso sí, hay que recordar que incluso siendo un genio absoluto en alguna
materia, con la edad siempre se pueden aprender aquellas cosas que otras
personas comunes ya dominaban desde que eran pequeños. La hija de Marie
Curie describió una vez la alegría casi infantil que experimentó su madre a los
50 años cuando dio sus primeras brazadas en el mar para aprender a nadar.
Nunca es tarde para saber ni para hacer lo que sea, aunque poseas dos premios
Nobel. Lev Tolstói (sobran las presentaciones, ¿no?) ya había escrito su
primera novela a los 24 (todo normal) y luego labraría una carrera literaria sin
parangón… Sin embargo no se ensañaría a montar en bicicleta hasta los 67
años. Tal vez no lo hubiese hecho, pero su hijo de siete años acababa de morir,
le regalaron una bicicleta y el aristócrata anarquista, pacifista, cristiano y
vegetariano halló una buena terapia en ello y se puso a pedalear para el
asombro de todos sus vecinos.

Nunca es tarde para disfrutar de esa libertad que se logra al alcanzar metas
creativas, al estudiar, descubrir nuevos mundos del saber aunque se tengan 60,
70 o los años que sean. 
Isabel Toledo (no busquen en Google) no posee, de momento, ningún
galardón importante. Es una señora bastante anónima que nació en Albacete
hace 67 años, que vive en Xàtiva, que se casó, tuvo hijos y trabajó durante
décadas como funcionaria en la Agencia Tributaria. Como muchos de su
generación, estudió menos de lo que hubiese querido, hasta que muchos años
después, cuando ya superaba la cincuentena, se matriculó en Geografía e
Historia. Lejos de aplacar el gusanillo del aprendizaje, se le despertó todavía
más y se volvió a enrolar en el ejército de las aulas. En los últimos meses, la
señora Toledo junto con un nutrido grupo de mayores (todos
universitarios séniors, de más de 55 años, en España hay unos 25.000) han
llevado a cabo una investigación que ha sacado a la luz hasta 400 fuentes y
lavaderos de gran valor patrimonial, aljibe romano incluido, en el interior de
varias casas de esta ciudad valenciana.

El hallazgo arqueológico forma parte de una de las asignaturas de la carrera de


Geografía e Historia que estudian dentro del programa de mayores de la
Universidad a Distancia (UNED). “Íbamos de casa en casa, como los
vendedores de enciclopedias, pero en vez de ofrecer, preguntábamos si tenían
fuentes para así documentarlas”, recuerda. Junto a Isabel Toledo hay todo tipo
de alumnos veteranos, algunos con más estudios, algunos con menos, todos
muy motivados. “Al principio, cuando te jubilas te sientes como que caes al
vacío y entonces te encuentras con una oferta en la que te sientes participativo
y útil”, confiesa la alumna a la que a veces los estudiantes veinteañeros habían
confundido por profesora.

Toledo repite una y otra vez la palabra libertad y es en torno a ese concepto
que ella y sus compañeros construyen proyectos después de décadas en los
que no han sido libres para, por ejemplo, estudiar.“Hemos aprendido mucho
de ellos”, confiesa Jaime Piqueras, doctor en Historia Medieval y profesor en
la UNED de Historia del Arte. “Sus hallazgos son increíbles –añade la otra
cotutora del proyecto, la arqueóloga Reyes Borredà–, pues han descubierto
varias fuentes del siglo XIX y hasta una del XVII”. “Para ellos –añade
Piqueras– ha sido algo natural, tienen una gran capacidad para relacionarse y a
veces nos han dejado boquiabiertos”.

Hablando de quedar boquiabiertos, hay que recordar que Vincent van Gogh,


del que este año se cumple el 125.º aniversario de su muerte, no empezó a
pintar hasta los 27 años, hasta entonces sólo dibujaba. Su prolífica y
deslumbrante producción se desarrolló durante apenas un decenio, pues murió
a los 37. A esa edad,Raymond Chandler tampoco era escritor. El padre de
Philip Marlowe trabajó hasta bien entrada los cuarenta en una compañía de
petróleo hasta que perdió su empleo por la crisis económica. En el paro, y
durante un viaje, Chandler se puso a leer revistas pulp, baratas pero atractivas,
y de ahí sacó la idea de ganar un dinero escribiendo historias de detectives. La
primera se publicó en 1933, cuando tenía 45 años. A partir de ahí, su carrera
literaria y como guionista de Hollywood fue esplendorosa.

En ocasiones, estudiar, dedicarse a aquello que uno quiere no es posible de


joven. Si a Alejandro Otero Dávila le hubiesen despedido como a Chandler
igual se habría dedicado a lo que es hoy en día, pero como él era el jefe, esa
posibilidad pronto quedó descartada. “Durante toda mi vida he sido un
empresario de una cierta solvencia, proveedor de la factoría de Citroën de
Vigo”, explica este estudiante universitario de 71 años vinculado a la
universidad de esa ciudad gallega y que está cursando, entre otras materias,
Astrofísica, Psicología o Evaluación del Medio Ambiente. Con el tiempo,
Otero se ha convertido en el presidente de la Federación gallega de
universitarios séniors (Fegaus) y es vocal en la confederación española
Caumas.

Si para Isabel Toledo estudiar y conocer suponen una libertad inesperada, para
Alejandro Otero significan también una oportunidad de transmitir
conocimiento: “Nos hemos juntado un grupo de personas con un cierto bagaje,
ingenieros navales, gente con éxito, muchos empleados de banca jubilados a
los 55, marineros… Entendemos –ilustra– que cada vez que una persona
mayor se mueve sin transmitir sus conocimientos es como si se quemara una
biblioteca, así que hay que evitar que se quemen. Buscamos el envejecimiento
activo de verdad. Estudiamos porque queremos, porque lo necesitamos”,
apostilla.

En la Universidad de Vigo han insistido en esa idea de intercambio


intergeneracional a tres bandas, en la que entran en juego los profesores, los
alumnos jóvenes y los estudiantes veteranos. Además, a ese triángulo se
añaden los universitarios extranjeros, que según explica Otero, a veces se
sorprenden gratamente de la fórmula. “Además de evitar que se pierdan
conocimientos, existe gente con experiencia y ganas de colaborar que pueden
ayudar a los profesores”, completa.

La idea de partida es que siendo mayores, se podría decir que


su vitalidad debe ser menor. Los profesores afirman justo lo contrario. “A este
tipo de alumnos no hace falta animarlos, la búsqueda y documentación de las
fuentes y aljibes –intervienen Jaime Piqueras y Reyes Borredà– la hicieron en
los meses de verano, y las clases pueden ser hasta cierto punto bidireccionales,
porque ellos te enseñan cosas, algo que con alumnos más jóvenes es mucho
más difícil”, apuntan. “Estudiamos porque queremos, porque en nuestra época
no pudimos, o veníamos de estratos sociales pobres”, recuerda Isabel Toledo,
que de joven sólo pudo estudiar hasta Formación Profesional. Años después,
su situación laboral mejoró cuando en su currículum académico pudo añadir
que era licenciada.
Los métodos de aprendizaje con mayores pueden ser un buen campo de
investigación para mejorar la educación a los jóvenes. Juan Ramón Alcocer
Plà es profesor y psicólogo especializado en la rama educativa. Si tuviera que
elegir una palabra para definir las sensaciones de aprender o crear algo a una
edad tardía sería disfrute. “Los mayores disfrutan mucho porque su meta es
aprender, pero no por un resultado ni una calificación académica, sino por una
motivación interna… que es lo que a veces les falta a los alumnos jóvenes,
que van un poco a ciegas”, explica. Alcocer Plà considera que, para un
profesor, un alumno de una cierta edad es un regalo “porque están motivados,
van a clase, estudian, revisan, se preparan la lección y te sorprenden de lo que
saben”. No sólo eso, este psicólogo recuerda las ventajas neuronales de seguir
activo. “Trabajamos la mente y los mecanismos de aprendizaje que a ciertas
edades son muy importantes. Y si bien es cierto –apunta Alcocer– que hay
alumnos mayores que tienen problemas de memoria a corto plazo y sus
resultados académicos no son tan buenos, también es verdad que no es eso lo
que se busca, sino la experiencia”. Además, recuerda este psicólogo, hay
estudiantes séniors que tienen una base familiar sólida y están bien
acompañados con cónyuge, hijos, nietos, pero hay otros que están más solos.
Estos valoran mucho “la posibilidad de trabajar, estudiar y reunirse con
personas que tienen las mismas motivaciones”, cuenta Alcocer.

Es difícil toparse con gente más feliz que la que ha alcanzado una meta,


camino de la vejez o inmerso en ella: “Para mí, la mejor jubilación posible es
apuntarse a la universidad”, explica Alejandro Otero. “Como yo hay mucha
gente parecida, no soy un caso aparte, tengo muchos compañeros”, dice Isabel
Toledo. En su grupo de trabajo suelen abundar más las mujeres que los
hombres. “Yo, profesionalmente, también exploté tarde”, ha confesado alguna
vez el director de cine taiwanés Ang Lee, director de Tigre y
dragón, Brokeback mountain o La vida de Pi y que no sacó su primer film
hasta los 38 años. El éxito no le llegó hasta mucho más tarde, pero no tanto
como a Penelope Fitzgerald, la gran escritora inglesa que publicó su primer
libro rozando los 60 años. “¿Cuántos libros tienes que escribir y cuantos
puntos y coma tienes que descartar para dejar de ser amateur?”, se preguntó la
escritora cuando un editor la acusó de “aficionada”. Fitzgerald era una persona
inteligentísima y muy bien formada, tímida y esquiva (también a la fama) que
sufrió varios naufragios (algunos literales) en su vida. De sus peripecias
escribió un puñado de novelas finalmente aclamadas que le valieron, entre
otros premios, el prestigioso Booker Prize. Ella y Frank McCourt, autor del
superventas Las cenizas de Angela, son dos de los escritores más tardíos.
Curiosamente, y en comparación, lo es todavía más Josep Conrad, gran
maestro de la literatura inglesa que a los 20 años... aún no hablaba ese
idioma. 

Las ventajas físicas, psicológicas y neurológicas del que retoma los estudios o
los empieza cuando se jubila se han explicado por activa y por pasiva. “Me
siento más joven que nunca” es una frase que se suele oír a algún mayor de
nuestro entorno encantado de estar activo en algo que le gusta. Sin
embargo, existe otra visión, las ventajas y regalos que nos aportan estos
mayores con su motivación. Sus trabajos universitarios de campo han servido
para desenterrar tesoros arqueológicos, recuperar la memoria de oficios
perdidos, etcétera.
Como en el caso de los descubridores de fuentes en Xàtiva, el programa
UNED sénior de la Universidad a Distancia ha desarrollado proyectos
similares en los que los estudiantes han elegido la temática y los profesores
han establecido la metodología científica. En A Coruña, por ejemplo, un
grupo de estudiantes del programa de mayores se han embarcado en la
catalogación del patrimonio musical de su tierra. Los séniors del programa de
Mérida se han centrado en escarbar en los rincones de la historia industrial
de la capital extremeña. En Vila-real, los alumnos catalogan los oficios que
han desaparecido en los últimos años. Mientras que en Lanzarote, los
estudiantes de la UNED se han marcado recuperar una cierta cultura del agua
(en una isla donde la potable siempre escaseó), y tradiciones agrícolas 
y de las salinas.

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