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I Lugares y «no lugares» EL HOMBRE Y SU LUGAR. EL ESPACIO SAGRADO. «AQUI» ¥ «ALLA», «DENTRO» ¥ «FUERA. EL DESIERTO Los idiomas medievales no tenfan nin, S¢ expresar, ni siquiera de forma aproximada, nuestra idea de espacio, Es un indicio que conviene interpretar. Todas las lenguas rominicas heredaron del latin, Locus/o (como el espaiiol y el portugués) de algu: nos de sus derivados? Tos términos que provienen de esta raiz desig- nan el emplazamiento en el que se encuentra un objeto determinado. El germédnico rum, raiz. del aleman raum, del neetlandés ruimte y del inglés room, tuvo en su origen el mismo sentido, que se conservd en estos idiomas hasta la época premodema. El francés, Por su parte, sacé del latin popular platea la palabra place para significar (como el alemn statt,el inglés antiguo sted, cl islandés stadbur) el lugar mismo en el que se esté; el inglés y el.neerlandés lo tomaron para darle el sen. tido general de docus. Spativm, jin embargo, no parece haber entrado en el uso general: palabra cutta, que solo pasé al francés (de donde lo tomaron posteriormente otros idiomas), donde designé hasta los si glos xv1 0 xvi un intervalo cronoldgico 0 topogrifico que separa dos puntos de referencia. La expresin sans espace, que empezamios a en- contrar hacia 1175, tiene el significado comin de «inmediatamente>, gin témino que permitie- 51 (~__Elsespacion medieval es, pues, un entredés: un vacio que hay que 1 llepar- Solo paid i existr cuando se jalona con puntos de referencia OS Elugar} por su parte, tiene una fuerte carga positiva, estable y rica: al serdiscontinuo es un hecho en funcién de la extensién; es el frag- vie] mento de tierra en el que se habita, del que se puede marchar y al que se puede volver. Con respecto a él se ordenan los movimientos del ser. No se puede dividir un lugar en partes, pues totaliza los elemen- tos y las relaciones que lo constituyen. Un conjunto de signos se acu- mulan y se organizan en él como un Signo tinico y complejo, de don- de resulta su coherencia, andloga a Ja de un texto. Efectivamente, es tun texto en el que se inscribe una historia. Se entrecruzan en él unos gjes, de acuerdo, les se articulan las propiedades fisicas y «simbdlicas de L{naturaleza. En este sentido, Tomas de Aquino, al co- —mentar la Féxca de Amstotetes, definia el locus como quoddam recepta- culum (oun cierto continente»)!. Asimismo, el alemén gestatte, literal- ‘mente «puesto en luga,califica lo que esta permitido. Alrededor del lugar, en el que estoy experimentando en este momento mismo mi arraigo en el cosmos, conozco o imagino todos los demas, en zonas ‘concéniricas: los més cercanos y familiares; los lejanosy extrafios; los {que ignoro sin poder saber si son placenteros o terrorilicos; aquellos, por fin, que mi deseo o mis temores abandonan a los poderes fantis- ticos. “Todo ser humano, a Jo largo de su vida, conoce muchos lugares. ‘Sin duda, los acontecimientas o el recuerdo establecen entze ellos una jerarquia, en virtud de su capacidad emnocional. Sin embargo, por una parte, cada uno de ellos pose un valor intrinseco, pues una presen- Ga humana lo ha instituido tal y como es; por otra parte, todos mis Jugares dependen en cierta forma de aquel que fue mi morada origi nal: una matriz; mi nicho, del que los dems lugares podrian ser me~ ras metiforas, y de donde procede mi obsesién por esta «inherencia privilegiada» que invoca P. Kaufmann, al hablar del «poder prodigio- 50 del lugar, La poesia medieval es una prueba de la intensidad con la que el hombre de aquella época experimentaba estas relaciones. Un Jugar nunca estd desprovisto de sentido para aquel que «se:halla en lv. Podrla tener incluso poder para integrar el acontecimiento en el * Parodi, pig. 169. ? Kaufmann, pigs. 40-41, 9495, 134. 52 tiempo, si hacemos caso de expresiones como avoir lew en francés, te ner lugar en castellano, platzfinden en alemén. A este nivel profundo se origina el sentido de la palabra demeure en francés antiguo: etimologt camente derivado de la nocién de duracién (el latin mora), designa, de forma intemporal, el hecho de estar ahi, en una especie de degus- tacion del lugar. Ideas que, tomadas de Macrobio y de los médicos antiguos, con- firmaban a los ojos de los estudiosos la existencia de relaciones de equivalencia entre al ser vivo y los lugares en los que mora, que se fanifiestan en la apariencia y en el temperamento. El lugar de un ses, hho menos que el de un objeto, se percibe como una cualidad propia de este objeto 0 de este ser. Poco a poco, ¢s cierto, llegaremos a ver en el lugar un mero accidente topogrifico, pero esta inversiGn no sera tun hecho hasta el siglo xv, o incluso xm. La identificacién de sino se puede diferenciar de la apropiacién de un lugar, ni de la adaptacién a su entorno inmediato. El alemin ‘Dasein, literalmente, «estar alli», expresa en el uso corriente, la idea de existencia. La antigua epopeya escandinava, como vemos en las sagas islandesas, nunca nombra a un héroe sin precisar su lugar de origen. En el continente, fue bastante habitual (antes de la invencién, tardia, y de la difusién de los patronimicos) designar asia los extranjeros, le gados de un lugar cuya etiqueta se le colgaba: sin duda, a menudo el individuo en cuestién utilizaba esponténeamente esta apelacién. La fuerza de este encadenamiento ha tenido que variar dependiendo de Jas épocas, y en algunas (por ejemplo, en la nuestra) se tratan de diso- Gar estos factores. Esta es la paradoja de lo que he denominado no- madismo medieval: los rasgos mentales que enumeraba en el capitu- Jo anterior no exclayen este incesante descubrimiento de si a través del lugar. Paulo Ditcono, hacia el 800, narraba la historia emblemati ca de su tatarabuelo: capturado por los invasores birbaros, trasladado por ellos a una regién desconocida, se escapa para volver a un hogar Gue no sabe dénde buscar. Dios le envia, ioh milagro! un lobo para guste Podemos deducir que estos lazos dependen directamente de EI y manifiestan Su orden providencial’. Por ejemplo, la masa de campesinos y artesanos, dotada de sdlidas raices, parece inmune a las doctrinas milenaristas: algunos de ellos, bien eS cierto, se rebelaron: > Borst, pigs. 169173. 53 las sacquercs(revueltas campesinas) se sucedieron durante siglos, los disturbios urbanos estallaron aqul y alli desde finales del sigho oy aah Quiriendo envergadura a partir de los siglos av y xv; sin embargo, los Frofetas erevolucionarios» reclutaron sus sectarios entre los margin dos, los aislados, sin oficio y «sin lugap Este orden fundamenta 7 mantiene la «naturaleza» que, del Itt aun nacimiento, Ta cumbre de la jerarquia afectiva de ISS Tigares es el lugar natal, en cl que se exaltan con més fuerza todos estos valores. Sin embargo, ara el hombre de la Edad Media, no existe lugar sin presencia, Ac tualmente nos resulta dificil entender este hecho tan sencillo. Para ne» sotros, los lugares son de paso, y hemos creado la industria del turis: mo para libramos de una tradicién demasiado «cautivadora>, El lugar medieval significaba encuentro, por lo que merecia que se le diera un nombre, ¢s decir, que se manifestase su significacion en profundidad: ue se fijase en el idioma, sintéticamente, mediante un topdnimo, el conjunto complejo de percepciones y de conocimientos que implica ba; que se confiriese asi una uni que en caso contrario hubiera sido dispersién.\Nombrar un lugar Desde este punto de vista, el hombre de Tos SgOSN- Ni , GLABE todavia cerca de un origen y estaba apegado a él. A lo largo de las len. tas roturaciones que, a partir del aiio mil, ampliaron su tierra, hubo que nombrar innumerables lugares nuevos. El hombre de estos siglos se encontraba sin saberlo en la situacién de los primeros humanos que poblaron en otros tiempos esta pequeia peninsula de Eurasia Los nombres que reciben asi las nuevas poblaciones, los accidentes importantes del terreno, las zonas de bosque cercanas ¥ las zonas agi colas explotables estén saturados (como los nombres que seguimos dando a las calles de nuestras ciuidades) de recuerdos religiosos y he. roicos, conmemoraciones quizd incomprensibles para cualquier otro que no sea su inventor. ; Por eso cada lugar tiene una personalidad incomparable, que im- pregna el imaginario social nacido de la relacién variable mantenida entre el individuo y el resto del grupo y su cultura comtin, cuyas coor denadas interpreta cada usuario en cada momento en virtud de st proyecto personal. Por eso estaba tan de moda en los siglos xa al xv, al parecer tanto en medios populares como cultos, la geomancia, de * DethoysieLapierre, pags. 14-17. 54 Ja que han quedado numerosos tratados en latin y en las lenguas vul ares: ciencia oculta probablemente Ilegada del islam, basa sus técni- as adivinatorias en las propiedades semanticas de un lugar. ‘Toda colectividad tiene sus «lugares cumbre», Imagen de central- dad, tinico hasta el punto de parecer, en determinados aspectos y des. de determinadas perspectivas, monstruoso, el lugar cumbre es genera dor de realidad, pero a la manera de un texto poético més que de un articulo de ley. Las culturas arcaicas distinguian en la tierra lugares propicios y lugares nefastos. Las grandes religiones asimilaron estas tadiciones. El catolicismo, ortodoxo o desviado, contribuyé, tanto como los recuerdos animistas todavia vivos en las poblaciones medie. vales, 2 alimentar con estas imégenes contrastadas el espiritu humano. En todas partes hay lugares susceptibles de ser investidos de sacra lidad; especialmente los que se alzan ante los ojos, quiebran la bana lidad de la realidad prosaica: cerros, montatias, arboles gigantescos, o cualquier maravilla natural o artificial que exalte lo que, dentro de no. sotros, aspira a subir y a crecer. Para Guillaume de Saint Thierry, ha- cia 1140, el campanario y la piedra alzada representaban nuestro an. helo de Dios. Desde el siglo tx al xan se fundaron, especialmente en Espafia, numerosos santuarios marianos en los lugares en los que un pastor habia descubierto supuestamente una imagen milagross de la Virgen que se negaba a ser trasladada a otro lugar. Estas leyendas son 4o bastante numerosas como para que se haya hablado a su tespecto de ciclo de los pastores»*. No hay duda de que la sacralidad de alg. nos de estos lugares se remonta, sin solucién de continuidad, a un sado muy remoto. Varios monasterios de la Alta Edad Media se levan- taron sobre antiguos centros de la cultura galorromana o celta, como SaineVictor de Marsella. En el siglo xa, los cistercienses parecen hi. ber recuperado esta costumbre y buscado este tipo de emplazamien- tos: el de la abadia de Vauclair, en el Aisne, estuvo as{ constantemen- te ocupado, desde la época de La Téne a la Revolucién’. La hagiogr= fia da testimonio de una preocupacién que tuvieron los misioneros 5 Wallabrt 1984a, pag. 89. * Bonde Maines, pigs, 799-801, del Bajo Imperi ménicos, tendian ardfica inmediata: construccién de una capilla sobre las ruin dé templo demibado (como para salvaguardat el espacio ntl del ce ficio) o bautismo de una divinidad local, wansformads eo sve ao] Paraiso. Sea cual faere la historia, el zccinto sagrado concieme al hombre en Ja medida en gue e§ un lugar, apela a su emotividad, ast snags naci6n, a su inteligencia. La pereepcin de la sacralidad paca por b Vista, el oldo, el tacto, Por eso un lugar benditoineluye Serpe un objeto que se oftece a la veneracién de los creyentes: una cosa indis: cutible, cuya realidad es inchiso mayor que la autenticidad toneesis, 2. Por es0 se reproducen los santos lugares iustes, tados como para que pueda acceder a ellos la mayoria de los excron tes, como la Casa de Nazaret expuesta en Inglaterra o los numerosos Santos Sepulcros de Jerusalén que se exponen ala devocion piblica por todo el Occidente’. A veces, la imagen natural del lugar 6 la del objeto que lo autentifica, provoca el asombro, el terror inchiso, exige postracién y oracién: como el abismao de Rocamadour, donde parece hhundirse la tiera; 0, en Conques, la Santa Fe, engastada de piedras preciosas. En otros lugares, se apela a la memoria con una presencia turbadora y admirable, como el sepulero de un santo ola pricba ma: nifiesta de un milagro. En unos y otros, a experiencia de lo sagrado no se disocia de una topografia muy real, pero en la que el tiempo toma posesi6n del espacio, que reproduce asi sobre la tierra la cont guracién del mundo celeste. Lo visible se asocia a lo invisible, hasta el punto que en todo momento puede aparecer la Maravilla. ‘También aqui tenemos una gradacién. La piedad o las creencias atribuyen ata o cual de estos lugares una virtd tan poderosa que im- pulsa en el alma una visién escatol6gica plena: lo que el Guide du Pilern de Saint Jacques de Compostele, en el siglo x, lama loca sacrosanc- Za. Desde esta perspectiva hay que considerar el notable esfuerzo de demasiado apar Galler 1984, pig. 480. 56 los franciscanos en el siglo xv para identificar con precision los tu tes biblicos y evangélicos de Palestina y far los itinerarios, Asics como se determiné el trazado del -Via Crucis, que serpentea a través de la ciudad antigua de Jerusalén de seitaciSn» en eestacéne, cada una de ellas con una pesada carga mistica, apelando a un pretexto his- térico. Otros lugares enfrentan al hombre con la angustiosa sacralidad ct6nica: lugares subterrineos, como la cripta de la iglesia, que se hur de en las tinieblas inferiores, pero también, por esa misma raz6n, na cimiento en el seno de los Oscuros Poderes, en pleno mister inicid- tico. Més oscura todavia, la mina, en la que se extrae el metal del vien- te de la Tierra madre, gracias a la obra de siervos miserables sobre los que reina el herrero, salpicado de leyendas sulfurosas: semidiés, amo del fuego en las tradiciones de un folclore que seguia vivo en el st glo Xil y que recuperaré la alquimia en los siglos xv y xv1, Cuando, a partir de 1400, especialmente en Alemania y en Bohemia, se indus: trialice la extraccién de los minerales, se convertird en un tema picté- rico, de efectos siempre inquietantest. No menos misterioso y fuente de emociones comparables, el escondite del tesoro enterado, quiza legendario, pero a cuya bisqueda se consagran seres ambiguos, mis ‘© menos brujos, como aquellos de los que se seguia ocupando en el siglo xvu la Inquisicién portuguesa. Ninguna frontera rigurosa afsla el tertitorio de lo sagrado. En la gran oleada de temas maravillosos, que, entre os aos 1150 y 1200, invadié las imaginaciones y transformé la poesia de Francia y de los paises vecinos, muchos motivos narrativos (destinados a despertar cu riosidad, provocar sorpresa, apartar de la mentalidad prosaica) conser: vaban los restos de una antigua sacralidad: por ejemplo, los relativos al bosque de Broceliande, que Wace, como intelectual serio y critico, visité en 1150 para asegurarse de sus maravilla; por ejemplo, desde el siglo 2a1 al xv, las imagenes relacionadas con la gruta, lugar natu- ral en el que se perpetran secretos que corresponde descubnr al poe- tao al pintor: la gruta del Amor en el Tristén de Gottiried de Estras burgo y en tantos poetas barrocos. También, quizé, a través de la ale- goria y de recuerdos cultos, la Fontana del Amor del Roman de la Rove Sin duda, para muchos occidentales, hasta los umbrales de la época Blade, pigs. 1729; Cardin, pigs. 9091; Bik; Ringger'Weiand tmedema, los centios de poxter pertenecian (al menos en algunas cir ) al mismo universe magnitico y ternble: por e easillo.o la cuidad pura los campesinon de len cre Pe oes los pequenos artesanios de l ciudad para EL espacio humano se perabe como cerrad san tevolucion modema de los espacios para hacemos rechazar por Awe Emperd a parecer esteriizadona, la idea misina de cloustn Diicuttas que 2 los espacias abiertos cortesponde una mitologia via ble, el Init tradicional esti tan encerrado en si mismo que consti ye el soy {Nes atquetipicas universales. Estas im snes renuiten a dos oposiciones primondiales, evidentes, de las que se denvan diterentes esuemas, asi como una serie de imuigenes casi in finnita: dentro y fuera plican, una y otra, una tercera (othierto y cern py \Bewy en ec Bachelard, dividlen la realidad como s/y 20, scontrolan todos los pensaniientos de lo positiva y lo negativos, del set ¥ del no set". Posteron extremada: las situaciones, reales 0 imagi nanas, no suelen ser tan definitivas, A pesar de todo, [3 confrontacion dle estos dos terminos subyace en las estructuras elementales de las sor credales premodemas, del lenguaie, de los cuentos populares, de var ras formas poeticas. Propp basé en esta divisién lo esencial de su smortologia del cucnto», aplicable (icon prudencia!) a amplios con- Juntos textuales medievales como los fehliaux, por no decit a una pat- te de los roman courtois. C. Vandeloise estudié en el francés contem- Porineo el sistema formado por dans y hors de (sdentro de> y «fuera de»): el francés antigua insistia mas en las connotaciones que evocan el encierro y la excepcidn. Hors y debors, relativos al lugar, se diferen- ciaban de torma impertecta de fors y defors, de sentido cercano al mo- demo saxf (ssalvor, «excepto»). Sin embargo, la inclusién y la estan. cia se marcaban con verdaderos pleonasmos, como si fuera importan- te insistir en la interioridad topogrifica: a la preposicién en, incolora y cargada de posibles sentidos figurados, el uso preferia enz en, prolon- avo que venit la * Serres 1987, pigs. 57°59. 2 Bachelard, pig. 191 y cap. 9. 58 gando el latin intus in (literalmente «en el interior en»). En cuanto a dans (preposicion: «dentro de»), infrecuente antes del siglo xa y des- conocido en otras lenguias romances, se admite que procede de de- dans, que se remontaba al latin de intus"!, De aqui la superdetermina- cidn poética a que se presta este vocabulario. En el Roman dela Rose y, dos siglos mis tarde, en Villon, la incompatibilidad ontolégaca de dentro y fuera, tema recurrente de la narracidn, pasa a ser una repre sentacién de nuestro destino. Si bien dentro implica encierro, fuera invita al movimiento. Todo sistema basado en La oposicidn de estos términos implica los de en trada y salica, es decir, el limite y el hecho de cruzario. La idea mis ma de limite es ambigua: ningun trazo firme circunscribe al hombre en el corazin de su entomo natural. Rigido 0 poroso, continuo 0 no, percibido hoy como obsticulo y mafiana como paso, el limite puede set un muro, un umbral, una puerta, una ventana; para unos, senal de separacién; para otros, de contacto. Los escritores de los sizglos xr y xii hacen visible este equivoco trazando sobre el agua la mayor par te de las fronteras, a veces incluso la que aisla del mundo de los muer tos el de la Corte: ef mar, un rio, un vado, como el de Maupas en el Tristan de Béroul, siempre con la posibilidad de cruzar hacia otra of Ila, pero también con el riesgo de este elemento liquido, movedizo, imprevisible. Los limites son numerosos; algunos son variables. Los que fijan el dogma o la costumbre permanecen inméviles en aparien: cia; los que resultan de los vinculos feudales son periddicos ¢ inesta bles. Cada uno de nuestros limites esti dibujado en su orden propio ¥ No se superpone necesariamente a los demis, de modo que entre los seres y las cosas se extienden no tanto barreras precisas como 20- nas mas 0 menos vagas. Este es uno de los rasgos del «nomadismo» medieval: el que sin duda retras6 la emergencia de la nocién de Esta: do y, por otra parte, tendid a convertir la moral en una casuistica. Para una civilizacién desprovista de medios de iluminacion ade cuados, todo limite visible desaparecia durante la noche; para una cul: tura de la fiesta, los limites invisibles de las jerarquias y de los valores sociales se desvanecian algunos dias, entre el restallar de la alegria co- min. Una duda enturbiaba la idea misma. Mi limite me une alo que no soy yo; me permitira quizi entrar en comunicacién con este exte "© Vandeloise, pigs. 210235; Marchello Nisia 1979, pigs. 272.278, 59 mayoria sedentaria) de salir, de alzar el yuele recibir e al Oto y de haceio propio. wien dees de reciicen st incertidumbre de los limites matiza la oposi é ale Aut fcalza el espacio. Todo lo que se tehore ese nine hace através de a relacién con el hagaren el que std cl sujet aget €5 un cento: quizd el tinico centro real. Slo hace refencg eal oe gael ald Sin embargo, esta contradiccion aparente puede rer der su nitidea, atenuarse hasta el simple contraste que diferencia cl cece tro de su penfesia. Los idiomas medicvales crearon, con la ayucls de adverbios que significaban «enfiente», palabras tales como dl hance, ont (de contr) el alemin Gegond (de gegen) para designas Io one, on estar completamente aqut, tampoco esti alli, En el interior yy alla de la zona asi balizada, la proximidad o el alelamiento topogpafces su ‘ministran imagenes ala mente, al enguaje,expresiones titles pare mac nifesta la diferencia, nunca totalmente clara, entre lo mismo y lo ot. El aillars medieval es la parte ignorada del paisaje. Es lo descono cido, hasta el punto que se llega a dudar de su existencia. Un visiewo ocasional, el extrafo con su zusrén que mendiga hospitalidad por tana noche, cruzan repentinamente la niebla, sus relatos despiertan Por un instante el eco de otros aqui, aparentemente poco diferentes del nuestro. Luego vuelve a caer la noche. Apenas la disipard un dia la comunicacin de la informacién, la propagacion de snoticiasy es decir, una cultura relativa ala difusién de los acontecimientos: desde mediados del siglo xm, este progreso es un hecho en os medios urba. nos, en los que poetas ¥ cantores hacen las veces de gacetlleros pri mitivos, como Rutebeuf en el Paris de Luis IX. En el siglo xv, agus nos principes contratan con este fin a menestralesa st servicio, como Luis X11, hacia 1500 hizo con Pierre Gringore. Se esta formanda Ia opinidn publica, y hay que contenerla. A través de los paises de Oc. cidente se extiende una poesia de baladas, gran parte de las cuales transmite historias veridicas de crimenes recientes, de incendios, tem. pestades, inundaciones, procesos de brujeria. Ballzdmongers en Ingla- terra, Binkedcinger alemanes, portadores de pancartas que ilustran sus poemas, pronto en Francia fos cantantes populares, como los del Pont-Neuf en Paris, irin propalando los relatos dramatizados de la 60 vida nacional mezclados con romances de amor, anécdotas escabro- sas y cinticos a la Virgen'?. Salvo en las campifis retiradas, por todas partes, lentamente, entre el siglo xv y el xvi, se va desintegrando el alli, el desconocimiento se reduce poco 2 poco a algunas zonas oscu- ras y a las regiones alejadas menos accesibles. Antes de esta gran olea- da premodema, el ailleurs habia sido para todos el espacio neutro y puro, indiferenciado, impermeable al sentimiento como a la mirada; la-bas* casi intemporal donde, entre una bruma difusa de conoci ‘miento, se podria ir esbozando alguna Imagen original, una tentacién y una trampa: el «pais desconocido» cuya imagen turbia puebla la imaginacién medieval, suscitando leyendas de navegaciones maravi llosas, de travesias hacia el uo Mundo, de Caza infemal, de vaga bundeo pel o fi EES no se harin evidentes hasta bien avanzadbo el pesspectiva vimiento y de un hacer. Cada vez mis, el alli se aparece como el lu gar de una actividad posible. Los relatos de los primeros viajeros que surcaron Asia inducen esta idea. Las Memorias de Marco Polo, dict das poco antes de 1300, constituyen bisicamente un catilogo de lo que se puede encontrar, comprar y vender en aquellas inmensidades. El allé se va, pues, apagando, se puede distinguir en él lo proximo y lo lcjano (es deci, lo més o menos susceptible de conocimiento) con, al fondo del todo, la oxcuridad muy Iejana, el pais misterioso de Gog y Magog, de los Monstruos, del Océano Césmico. Pronto, Occidente habré penetrado en un universo mental nuevo, en el que lo contrano de la presencia ya no seri la ausencia, sino el alejamiento” En 1100, 1200 incluso, todavia no estamos en esta situacion. El occidental de aquellos tiempos vive, en su existencia cotidiana, la per manencia de una amenaza, legada apenas mis alla de sus hortzontes ~TReabor pips 1955 - * DiS nine facts qv oneponde mis atest mee lie (seme tom pins 20, (dele) Baran pe © 6 & — familiares: Ja del Alla absoluto, el desierto. La tradicién biblica y los relatos de las Vitae Pairum pueblan a meditacion cristiana con imige- nes de soledades ardientes, pedregosas, frecuentadas por reptiles y fie- ras en las que el hombre perece si no alcanza heroicamente, como un anacoreta, su salvacién entre las peores tentaciones demonfacas. Las miniaturas de los siglos xm, »1v, xv lo representaron a menudo, para ilustrar alguna hagiografia, y también los pintores en sus Huidas a Egipto. Mas cerca de nosotros, las landas, las llanuras deshabitadas incultas, por las que rondan de noche los aparecidos y los gnomos, en las que se hunden las raices de todo un folclore: extension indi- ferenciada, confusa, no lugar» de trinsito sin origen y sin fin, espa- cio de dispersin pura. Cualquier otto espacio lleva asimilados unos derechos; no éste, percibido en consecuencia como saturado de peli- 10s, poblado de fuerzas hostiles, imagenes de sabe Dios qué soleda- des del alma. Es la terre ombrage de las canciones de gesta, la terre gas- te del Conte die Graal de Chrétien de Troyes (hacia 1190). Chrétien de ‘Troyes describe su prehistoria como una cadena de violencias, inspi- rado sin duda en alguna leyenda celta, que retrotrae al presente caba- Ileresco esta herida infligida a la tierra en la persona de su rey, €Cudn- tos lugares denominados El Desierto» no podemos encontrar actual- mente en nuestras regiones? Sin embargo, por su misma desmesura, el desierto provoca la vir tud y suscita una sabidurfa mds que humana: el tipo del etmitaio, ‘cons¢jero infalible, aparece en los primeros relatos, como Ogrin en el ‘Tristan de Béroul. El extenso Lancelot en prosa no cita menos de una veintena de ermitafios, dispersos por los desiertos que recorten los car balleros andantes. En cuanto a los poetas alegéricos de los siglos xv ¥y 3%, convertirin el desierto en el lugar sombrio de las penas de amor. Varias regiones de Europa conocen una forma de desierto de la que parece haberse preocupado poco la Edad Media: la montafia. Con los montes y collados que invoca a menudo, la poesia, antes del si glo xv solo designa modestas eminencias que amplian el campo de Ta mirada, Las cimas rocosas 0 nevadas, las crestas que superan la al ‘tura de los drboles, ni se mientan. La frase halt sunt li pui deta Chan- son de Roland dejan, como mucho, aparecer el terror de un caballero (© de un clérigo ante esta naturaleza informe, estas arrugas de la epi dermis terrestre, este absurdo odioso, que niega las armonias divinas. Estas connotaciones peyorativas tendrén una larga vida. A pesar de 62 Jos santos ejemplos biblicos, como el Sinai 0 el monte de las Bien vventuranzas, se mantiene Ja idea de una especie de error de la Crea cién. Todavia en 1681, Thomas Burnet, en sus Considerations biblicae (libro que tuvo gran éxito), convierte las montafias en ruinas arcaicas {que habrian sobrevivido al Diluvio" YY sin embargo, bien poco se sabe de ellas. Los Alpes se fueron po- blando por migraciones progresivas, que duraron siglos. Se instalaron alli algunos pastores hacia el afto mil, cerca de las fuentes del Rédx- no; desde alli, con el nombre de Walser, fueron ocupando poco a ‘poco, hasta el siglo x, mas de cincuenta lugares en las montatias ale jadas de Valais, de los Grisones y de Piamonte. Se fue elaborando una cultura original en el corazdn de los altos valles, casi sin comunica- cién con el Ilano, a no ser por las rutas que conducian a los pasos como el Grand-Saint-Bemnard, el Julier o el Brenner, ya frecuentados en ottos tiempos por los legionarios y los mercaderes romanos. En la imaginacion de los hombres, esta ignorancia convierte la montafia en un mundo abstracto. Ira cediendo poco a poco, aqui y alli, en el transcurso de los siglos xrv, xv y Xu: la ascension del mon: te Ventoux por Petrarca en abril de 1336°es un débil jalén en esta his toria: el poeta relata su expedicién en téminos alegéricos. Un poema de Michel Taillevent, en 1430, describe en algunas frases los precipi: cios con los que se enfienté en el Jura. Antoine de La Salle, poco tiempo después, inserta en su Paradis de la reine Sebile el relato de una ascension a més de dos mil metros de altitud en los Apeninos, y ly del volcan Lipari. En junio de 1492, por orden de Carlos Vill, Antoi ne de Ville y Renaud Jubié escalan los dos mil cien metros del mon- te Aiguille en el Vercors. Hay humanistas, como Nicolis de Cusa, Paracelso 0 Jacob Bochme, o pintores, de Konrad Witz a Ruysdael, que perciben la montafia —indiferente en si— como una imagen del poder creador, Hasta la primera mitad del siglo xv el hombre no saldra a des- cubrir este espacio extrafio. Su verticalidad se ve entonces como lo su- blime. El poema de Haller, Die Aiper, en 1729, exalta el candor de un universo de antes de] Pecado, de antes de la peste urbana, en la gran paz de la simplicidad patriarcal y de la pena aceptada. Pocos afios des- 1 Wozniakowicz. 15 Deschaux (R.), en Voyage Quite. pués, Rousseau volveri sobre estos temas, Schill, em su Guar Tle. 18 tad. Simultineamente, la experiencia del tereno se va profundiz, do, Antes de que acabe el siglo, Paceardy Balmat slomaein naan ros dias de marcha extenuante, la cima del Mont Blanc: eustrociem tos cincuenta afios después de la victoria de Petrarca sobre el Venous, No obstante, la forma por excelencia del desirto, donde culminan __Js valoies simbélicos que van unidos a esta vacuidad ireductile, es ~~ Cee 9squé.JOmnipresente, tanto en la existencia concreta de los hom- fe entonces como en las formas mis constantes de su imagina én, el bosque oftece a ésta, no tanto el especticulo vertiginosamen- te vacio de los otros desiertos, como una plenitud terrorifica: un pasa- je del Comentario de Servius sobre Virgilio (obra escolar de base, del siglo tv al xv) glosa con sila la palabra griega yl (cmateria) ¢ ident: fica las dos palabras: el bosque queda asi designado como un aspecto del caos'®, Dante se sumergité en el bosque en los primeros tercetos de Ia Divina Comedia, extension salvaje y dspera y fuerte, en las palabras del poeta, compacta, hundida en el tiempo inmemorial y vivo. En su realidad geogrifica y biolégica, el bosque constituye una in: con una visién iddlica. Para 304, la montafia representa la liber mensa matriz, fuente aparentemente inagotable de vida indomita. Las 'Givlizaciones sucesivas se han ido haciendo con a y contra él, han ido desbrozando a sus expensas sus lugares propos. Mis que como espacio arbolado, se le considera como un no man’s land por el que van emando los animales salvajes, Jos jabalies de montanera y, fre ueatemente, personajes inquietantes, lefacores, carboneros. En rea lidad, al final de la Alta Edad Media, el bosque europeo fue retroce dierdo paso a paso ante los golpes que le asestaba una industria mo- desta, es verdad, pero cuya materia prima casi tinica era la madera, ast como las drdenes monésticas en expansién, grandes constructores. Vino después un tiempo de tregua: hacia el aiio mil, el bosque cubre la mitad de Francia, y de forma mas compacta una proporcién mayor de los tertitorios germénicos y eslavos: abandonado a si mismo, dem: so, impenetrable, pantanoso, rodeando con su masa inhéspita las 20- nas habitadas, muchas de las cuales no pasaban de ser frigiles calve- ros. Solo las orillas del Mediterraneo estin més 0 menos desnudas. Desde finales del siglo x1 al x1, y sobre todo al xa, llega una nueva er, pigs. 75-77. ola de roturaciones'”. Las consecuencias eccldgicas sobre las extensio nes boscosas que se salvan son enormes: acomipafiada de batiias der tinadas a destruir a los depredadores, la operacién favorece la prolife racién de cérvidos; al atacar casi exclusivamente las frondosas (que constituian la prictica totaidad de los bosques antiguos), prepara la invasién de las coniferas. Aunque sdlo afecten al bosque més cerca no y dejen toda su virginidad al bosque profundo, estos desbroces amenazan el orden de las cosas hasta ¢} punto que en Normandia, ha- ‘cia 1200, los titulares del poder feudal se ponen a investigat sobre los derechos consuetudinarios as{ creados. En la larga guerra del hombre contra el espacio boscoso, esta gran ofeasiva coincide cronoldgica mente con el crecimiento econémico y politico de las ciudades y con Ja primera formacién de una cultura urbina. R. Bechmann ha mos trado el impacto que tuvo el bosque europeo sobre lz construccién de las grandes iglesias: desde el siglo xn, y mucho mis en el siglo xu, se hace sentir la carencia de madera para la estructura; la arquitectura atestigua que se aprovechaba todo lo posible, razon ademas de que se empezasen a construir bovedas de piedrc' En las capas profundas del imaginario aparece una erosi6n que de- bilita los arquetipos de rigen las relaciones psiquicas del hombre con el espacio. La evolucién que acaba de empezar, aunque fenta, es irre versible. En el siglo 20V el bosque ha desaparecido practicamente de Italia; entre los siglos xv y xvtm habra quedado defnitivamente do- mesticado en todo el Occidente. Sin duda el siglo 00 acabara con él para siempre. ‘A pattir de 1100, el bosque auténtico, «reals, ya no ¢s un territo- rio intacto, que se escapa del control humano. Constituye més bien tuna zona mal definida de interrelaciones sociales que resultan de re- vindicaciones seftoriales y de concesiores artebatadas por los campe- sinos circundantes. En francés la palabra misma, ford, parece tener un origen que remite al ¢jercicio de un derecho: éTérmino juridico que evoca el tribunal rea, forum?” Bl rey, efectivamente, se declara global mente propietario del mismo y, en este aspecto, la historia del bosque Duby 1973a, pigs. 225235 y 1977, 1, pigs. 148159; Fie, 1, pigs. 108-110; Duby Wallon, pigs. 426430. 1 Bechmann 1991, pigs. 4051 © Le Goff 1985, pag. 66; vse Amou, en Médicas, 18, pigs. 25-28 remite a la emergencia y al lento triunfo, a partir de la época 2, de otros tipos de propiedad: los baionts ules tena Se Gerarse de los terrenos de caza; los monies, de las soledades buenas Pata la meditacién; los aldeanos, de los pastizales, Los disturbios del siglo xv obligardn al Estado y a la sociedad rural a soltar prenda y el Ue recuperard, durante un tiempo, su estado salvaje. Sin embar 80, la apertura, a partir del siglo xv, de los espacios més aleiados y suz colonizacién, no podian mis que condenarlo a medio plazo. _ Este bosque «teal» no cuenta para la imaginacién. Los esquemas he- redados son duros de pelar; gracias a ellos el espirtu triunfa simbdlica. mente del mundo, mantiene el control del relato y del sued y perch be en el envés de las cosas una confusa verdad oculta. Los exeadores Gel roman, hacia 1160-1160, tenian los mismos intereses que la clase se. oral y, sin duda, consideraban el bosque desde la misma perspectiva, Sin embargo, en realidad, lo que manifiestan sus textos es el poder de Jas formas imaginarias. El bosque es un lugar mitico, como Brocelian- de. A wavés de la escrituraaflora a la conciencia en estos relatos a ima en fabulosa que sigue poblando las mentes: un espacio opresivo por su volumen mismo, a pesar de la vencracion de que es objeto el drbol en particular; devorador, poblado de bestias feroces (como el lobo, so- bre el que cristalizan los terrores ancestzales que alimentan los cuentos y leyendas); generoso sin embargo, fecundo en caza y en frutos de toda clase; angustioso pero seteno. Reina en él la oscuridad, imagen de la noche terrible que cada atardecer libra al hombre indefenso a la mal dad de la naturaleza. Ademés, el viento silba en sus tamas, fesco 0 ti bio, burafio 0 acariciador, siguiendo el orden providencial de las esta- ciones. Manifestaciin genésica de la vida, silencio, majestad del caos; pero de otra forma, estéril, desprovisto de funcién concebible. El bosque no da nada, hay que tomarlo. La caza, que tiene en 1 su territorio por excelencia, representa la ambigitedad de esta rela Gién: al mismo tiempo orden (en virtud del privilegio cinegético de Jos nobles) y desorden (por la caza furtiva de los miserables), bisque- da (de la caza) y tierra del exilio del fugitivo, como Tristén en el Mo ois. La caza prohibe el uso de armas caballerescas, exige por el con: trario instrumentos més cerca de la materia apenas desbastada, el ve nablo y sobre todo el arco, que tan bien maneja Tristin, arma primi- tiva que trunfa sobre la distancia y proyecta la muerte mis alld de un limite que no franquea el tirador. 66 EI bosque es el «no lugar del bandido, del caballero felén, del siervo rebelde, de todos los fuera de Ia ley. Tiene, es verdad, sus, soli tarios inofensivos en su recet (al mismo tiempo «tefugio» y «retiro»), sus habitantes amistosos (ien el Lancelot en prosa encontramos siete!), peto se escucha el merodeo de Dios sabe qué monstruos apenas hu- manos, enanos funestos o gigantes sanguinarios. En el bosque hay que alimentarse de hietbas, de bayas y de raices, 0 también de came cruda: vuelta a Ja precariedad de un estado anterior al invento de cocina, del fuego, de la humanidad quiza. E! bosque es el espacio en el que se desplicga la locura, que espontineaments la opinién medic val asocia al «salvajsmos: el Yvain de Chrétien de Troyes se retine con Merlin, el sylvester homo de Geoffrey de Monmouth, antes del Or- Jando furioso del Ariosto. El sentimiento de calidad sobrenatural pro- pio del bosque se refuerza con estas historias... a menos que las en- gendre. Y sin embargo, a principios del siglo x Ios narradores que se ret: nen en medios cortesanos rechazan esta mivologia. Jean Renart prefie re al bosque, como marco para las aventuras caballerescas, un espacio humanizado por la arquitectura; al mundo de la soledad, el de las mo- radas bien pobladus y el de la ciudad. El autor del Trisuén en prosa, vyeinte 0 treinta afios més tarde, evoca el bosque suavizando sus rasgos, hhaciéndolos cas idiicos. E! bosque real, hacia 1250, 1300, esté casi to- talmente controlado, vigilado, administrado, espacio pleno, sometido ala servidumbre. El mito del ails forestal, del «no espacio» salvaie, no sobrevive menos por ello en los ciclos de Lancelot y del Gril, pre- sentes en todas las lenguas romances y germanicas. Merlin el Encanta. dor, que los autores convierten en protector y consejero del rey Artu> 1, es al mismo tiempo el tipo de Hombre del Bosque, en dl que la conducta, el discurso, la apariencia, no dejan de desafiar a la razén oF dinaria, Sin embargo, para Merlin, ei bosque es el centro paraddiico de los conocimientos mas elevados: alli es donde se retira, al finalizar sus aventuras, a la ermita construida por él (segin otros relatos, a la px sién donde le encierra una traicién amorosa); alli permaneceri hasta el fin de los tiempos, invisible para los ojos de los hombres, pero en biisqueda del Espiritu. El autor de la Estoire dou Graal, en su prologo, reivindica la misma autoridad cuando afirma haber recibido en lo mis profundo de los bosques la revelacién de lo que relata. a

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