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LA HUELLA DE ITALIA EN EL PERÚ.

EN BUSCA DE LA TIERRA PROMETIDA (Capítulo 1)


LOS AÑOS AURORALES

Los italianos estuvieron en el Perú desde los años aurorales de la Conquista, acrecentaron su
presencia en la Colonia y echaron profundas raíces en la República. Hombres cumbre y masa
anónima, llegaron y se incorporaron a la Vida del país.
Al capitán Giovanni Battista Pastene (en el Perú desde 1536) se le consideró erróneamente, por
mucho tiempo, como el primer italiano que pisó tierra peruana. Pastene fue, o pudo haber sido
—por su linaje, por su entronque noble genovés— el vértice más alto de los italianos en esta
parte del nuevo mundo. Amigo de Francisco Pizarro, fue testigo de los desórdenes que se
produjeron con motivo del asesinato del fundador de Lima el 26 de junio de 1541. Se puso a
órdenes del licenciado Vaca de Castro y, como explorador del estrecho de Magallanes, cimentó
su fama de piloto de la Mar del Sur.

Italianos de aquella época fueron Martín de Florencia, el padre franciscano Marco de Niza, Pietro
Catagno (castellanizado Catado') y Juan de Niza, todos actores en el momento histórico de la
captura de Atahualpa. Un tiempo después, el conquistador Pietro Martín de Sicilia —otro grande
del ciclo heroico— llegó a ser alcalde de Lima (1545).
Si de gloria se trata allí está, también, Antonio Ricardo (o Ricciardi) Pedemontanus, turinés
establecido en México y más tarde en Lima, donde imprimió en 1584 la Doctrina Cristiana\
También pueden encontrarse los nombres muy ilustres del príncipe de Santo Buono y vigésimo
sexto virrey del Perú, don Carmine Nicolao Caracciolo; y del napolitano Anello Oliva, nacido en
1572 y autor de Vidas de varones ilustres de la Compañía de Jesús en la Provincia del Perú, obra
que se conservó inédita hasta muy avanzado el siglo XIX. Por otra parte, el misionero Ludovico
Bertonio, residente en Juli y Arequipa, imprimió en Lima en 1612 Arte y vocabulario de la lengua
aymara.

A ellos debe sumarse el viajero y comerciante florentino Francesco Carletti, quien estuvo en la
capital del reino hacia 1595 y dejó una viva imagen de las costumbres limeñas en su obra
Razonamientos de un viaje alrededor del mundo. De igual manera, debe citarse también al
capitán Alessandro Malaspina, caballero de la orden de San Juan y comandante de las corbetas
“Descubierta” y “Atrevida”, al servicio de España, cuya misión —según lo recuerda Manuel de
Mendiburu— fue examinar, corregir y crear cartas marítimas; medir alturas; levantar planos de
puentes; sondear fondeaderos y reunir noticias geográficas y estadísticas sobre el comercio,
agricultura y minería de las colonias.
Como figuras representativas de Italia en el Perú vale la pena recordar al pintor romano Mateo
Pérez de Alesio, discípulo —así se afirma— de Miguel Ángel. En 1588 fundó en Lima un taller
que era visitado por los notables de la ciudad que deseaban ser retratados como lo había sido
el virrey García Hurtado de Mendoza. De igual forma, el maestro Bernardo Bitti ejerció su arte
en Lima para la iglesia de San Pedro, donde se conserva el óleo Coronación de la Virgen, aunque
hay obra suya igualmente en las iglesias de Puno, Cuzco y Arequipa. Por otro lado, su
connacional Angelino Medoro dio muestras de poseer talento pictórico en las obras que le
encargaron para los templos de San Agustín, La Merced y San Francisco. A él se atribuye el óleo
Virgen de los ángeles, actualmente en el convento de los Descalzos.

En el ámbito científico hay también nombres, obra y presencia itálica. Federico Bottoni, natural
de Messina, publica en Lima Evidencia de la circulación de la sangre (1723). Don Pedro de Peralta
y Barnuevo lo considera un erudito y no tiene reparos en elogiarlo. Giuseppe Salvan!
desembarca en el Callao, en 1806, con vacunas para neutralizar el flagelo de la viruela. En Lima
colabora con él, en su abnegada y peligrosa labor (por el fácil contagio), Pietro Belomo. Unos
años después, en 1841, viene al Perú Emanuele Solari, egresado de la Universidad de Bologna,
quien ejerce la docencia en la Facultad de Medicina de San Fernando, al ser incorporado por
Cayetano Heredia en las especialidades de patología y clínica externa. José (Giuseppe) Eboli,
químico napolitano de singular cultura, fue nombrado catedrático de su especialidad desde
1856. Un hijo de Eboli, de nombre Américo —según recordaba Hermilio Valdizán— “pretendió
un día sorprender a su señor padre dándole la nueva de la no existencia de Dios”. El viejo y
socarrón italiano se limitó a comentar: “Puede ser una bestialitá, ma e una idea propia”. Después
de haber contribuido a despertar el entusiasmo por el estudio de la química, Eboli se alejó del
Perú y falleció en 1871.
Otra figura estelar fue Juan Bautista Copello, maestro en San Marcos y médico en el Hospital de
los Huérfanos Lactantes. Por otro lado, Luis Pesce Maineri Ostorero, médico egresado de la
universidad de Turín en 1888, con residencia en el Perú desde 1891, formó parte de la Junta de
Vías Fluviales creada por el gobierno. Participó con el coronel Ernesto La Combe en una
expedición a la selva que les permitió surcar los ríos Pichis y Ucayali, arribar a Iquitos y explorar
el istmo de Fitzcarrald.
Nunca hubo, sin embargo, una inmigración organizada, apenas intentos fallidos o, si se quiere,
buenos deseos sin ninguna significación. La mayoría vino por su cuenta y riesgo. El Estado no
intervino, ni para bien ni para mal. Arribaron plenos de entusiasmo en busca de oportunidades
de trabajo. Casi todos se quedaron y actuaron con amplia libertad, sujetos a las leyes del país.
Eran de temperamento alegre, hombres vivaces, de fácil comunicación con sus semejantes.
Muchos hicieron la América, pero a golpe de trabajo. No desembarcaron con la idea falaz o
engañosa de convertirse en ricos de la noche a la mañana. Generalmente eran recibidos en casa
de algún familiar o paisano, quien, oportunamente, les había proporcionado información sobre
el medio en que tendrían que actuar. No fueron unos pobres ilusos que imaginaron encontrar
el toisón de oro con sólo estirar la mano. Trajeron su capacidad creadora, la cultura europea en
sus más diversas manifestaciones y, sobre todo, su experiencia de vida. Hasta el más humilde
inmigrante, al desempeñarse en lo poco o mucho de lo aprendido o experimentado en su tierra,
salía adelante. A todo eso unía el italiano lo que es característico de su pueblo: dedicación a la
tarea cotidiana con seriedad, con un propósito y un fin. Pobres de fortuna, tuvieron que empezar
desde abajo, comenzar de cero en un país extraño al que pronto se integraron en una muestra
formidable de adaptación.
Sus primeros años fueron de enorme sacrificio, de una desesperante vida incolora y monótona.
Los hijos de aquellos que llegaron, es decir, la generación que encontró en sus hogares una
situación diferente a la de sus padres, continuaron el esfuerzo de sus antecesores y acrecentaron
lo heredado.

¿CUÁNTOS VINIERON?
Ubiquémonos en el siglo XIX para determinar sobre bases estadísticas la presencia del italiano
en el Perú. El censo de 1857 arrojaba para la capital 94,195 habitantes; de ellos 13,203 eran
europeos, cantidad en la que se contaba a 3,469 italianos. Pero Lima no era el Perú y por eso
algunos dejaron las relativas comodidades de la ciudad y se internaron en las provincias.
Hubiesen podido decir como Chocano: “0 encuentro camino o me lo abro”.
Así, el censo de 1876 arrojaba 3,477 italianos (2,845 hombres y 632 mujeres) en Lima y 1,298
(1,107 hombres y 191 mujeres) en el Callao. Los italianos estaban también en provincias: en
Lambayeque, 244; La Libertad, 239; Ancash, 29; Ica, 335; Arequipa, 137; Moquegua, 82; Tacna,
63; Tarapacá, 535; Loreto, 12; Cajamarca, 27; Huánuco, 3; Junín, 173; Huancavelica, 4; Ayacucho,
3; Apurímac, 7; Cuzco, 10; y Puno, 14.

Unos años después, en 1901, se encontraban en Lima 3,558 italianos y en el Callao 676 (la baja,
como puede verse, es notable en el puerto con relación a 1876). En 1908 residían en la capital
3,094 italianos, cantidad que en 1920 se redujo a 2,578 (1,857 hombres y 721 mujeres). En el
primer puerto, por esta época, los italianos eran apenas 662: 494 hombres y 168 mujeres.
En 1931 era de 3,176 el total de residentes italianos en el Perú, que en 1940 llegó a sumar 3,774
(2,553 hombres y 1,221 mujeres). Su presencia en Lima alcanzaba las 2,667 personas y en el
Callao llegaba a 403, pero en otros lugares de la república no era numerosa: Amazonas, 3;
Ancash, 29; Apurímac, 2; Arequipa, 83; Ayacucho, 15; Cajamarca, 16; Cuzco, 29; Huancavelica,
5; Huánuco, 25; e lea, 240.
Años más tarde, en 1961, en Lima había 4,459 italianos; en 1972 había una pequeña diferencia:
sólo se contaba 3,739. En 1981 la suma bajó a 3,161. En el Callao, que siempre fue núcleo de
italianos, la baja es notable a partir de 1961: en ese año los italianos sumaban 368, apenas llegan
a 229 en 1972, y en 1981 conforman la pequeñísima cantidad de 181.
Gente laboriosa, no importaba que la faena fuese agotadora. Muchos de esos inmigrantes se
dedicaron a la agricultura, el comercio, la ganadería y las industrias de transformación. El
Almanaque del comercio de Lima de 1876 es una buena fuente de consulta al respecto. Figuran
Aurelio Denegrí, Francisco Canevaro, Bartolomé Figari, José Antonio Larco, Rocco Pratolongo,
José Bresani, todos de reconocida capacidad empresarial; pero también hay una lista de
pequeños comerciantes, aquellos que (pulperos, bodegueros, herreros) fueron llamados,
risueñamente, bachiches. Veamos:

Dedicados a los abarrotes estaban Dall’Orso, Garibotto, Machiavello y Razetto; en bodegas se


desempeñaban Barbieri. Castino y Peschiera; había cafés a cargo de Facco, Nicoletti y Tassara.
En cuanto a las chocolaterías, podemos mencionar a Campodónico, Orezzoli, Serdio y Vignolo.
Dedicados a las tiendas de calzado estaban Gagliardo y Sanguinetti; las herrerías correspondían
a Asanodo y Solari; finalmente, las pulperías estaban a cargo de Amoretti. Barloti. Bianchi,
Bossio, Cánepa, Canessa, Casaretto, Derosi, Frogone, Monteverde, Olcese, Piaggio, Risso,
Rivarola, Solari y Vaccari.

Otros italianos se habían ubicado en una escala más alta de los pequeños negocios. En la tienda
“La Moda Italiana", de Carabaya 67, había un surtido permanente de gorras y sombreros. En
Lescano 15, Fortunato Brambilla fabricaba camisas y corbatas. Juan Escolan ponía a disposición
del público grandes espejos en su local de Junín 93 y Figari e hijos hacían lo propio con alfombras
en Mantas 46. En el Callao, Barabino Hermanos se desempeñaban como agentes comisionistas
y consignatarios de buques.

La guía comercial de Lima (1881) nos brinda un amplio panorama sobre el tema. Figuran la
fábrica de sombrillas y abanicos de lujo de Domingo Bolognini (calle Palacio 28); el bazar de
perfumería y mercería de Castagnini y Cassarino (Virreina y Concepción 204), el bazar de
Bartolomé Carbone (Huallaga 231), que vendía casimires, pantalones, ponchos, frazadas,
bramantes, raso en colores, perfumería y driles; la casa importadora Molfino y Cía. (vinos,
abarrotes, medicina, ferretería), situada en Constitución 7 (Callao); la botica Popular de García
Monterroso (Piura 19); así como el almacén al por mayor de Nosiglia Hermanos. Aparecen
también en esta guía numerosos italianos dueños de almacenes de “cueros y suelas”, bauleros,
carniceros, carpinteros, doradores, fideleros, jaboneros y veleros (Savarello, Zapandi), licoristas
(Babanchi, Bartolo, Carmelino, Lazzaroni, Pastorini, Rocatagliata, Schiaffino).
El más destacado bodeguero de Lima fue Pedro Giacoletti. Sus establecimientos —lujosos y bien
surtidos— estaban en toda la ciudad en las calles Boza, Concepción, La Colmena y San Agustín.
Los comerciantes italianos tenían respaldo para sus reclamos. A fines de siglo XIX, Italia contaba
con varios cónsules en el Perú: Ricardo Motta (Callao), Pietro Grimassi (Arequipa), Andrés
Bertora (Paita), Alessandro Arrigoni (Pacasmayo), Alberto G. Larco (Trujillo), Emilio Rossi Corsi
(Huacho) y Tancredo Olivero (Cerro de Pasco).

BACHICHE
Como el diccionario de la Real Academia Española define el término bachiche de una manera
muy parca y simple (‘inmigrante italiano’), tratemos de describir con más detalle a qué se refiere
esta palabra.
Bachiche viene del término genovés bacciccia y se usaba con marcada frecuencia para señalar
al italiano de modesta extracción social. La mayoría se abrió paso con una pequeña tienda, la
antigua pulpería, atendida por un hombre casi siempre locuaz, amigable, dicharachero,
conocedor de todo el barrio y a quien, a veces, se le denominaba “gringo”.
Del pulpero italiano decía Joaquín Capelo en el siglo pasado: “En su origen es algún marinero de
buque mercante que ha cancelado o deshecho su contrata al llegar al Callao, y se ha establecido
como dependiente de otro pulpero”. Su franqueza de carácter —anotaba el mismo autor—, el
hábito de privaciones y del trabajo, además de su iniciativa y claridad del espíritu práctico, eran
factores conducentes a dar al recién llegado la mejor educación práctica que puede desearse.
Con su sueldo de diez soles al mes, “un asiento en su pobre mesa y un rincón en la pulpería para
pasar la noche, transcurrían los años”. ¡Ni vestimenta nueva ni placer alguno! Sólo trabajo desde
las primeras horas de la mañana hasta el caer de la tarde. Al cabo de los años, dueño de un
pequeño capital, se asociaba con algún compatriota. El dinero se multiplicaba y un buen día con
una suma apreciable, abría su propio negocio.
Por entonces casado y con hijos se había acriollado, tanto que —comentaba el autor de la
Sociología de Lima— prefería “una merma en el peso antes que un aumento en el precio de la
unidad”.
En cuanto a pulpería, no debe confundirse con chingana. El diccionario de la Academia define la
primera como “tienda, en América, donde se venden diferentes géneros para el abasto; como
son vino, aguardientes o licores y géneros pertenecientes a droguería, buhonería, mercería,
etc.”. Juan de Arona en su Diccionario de peruanismos de 1884 apuntaba: “Chingana es una
pulpería ínfima, que nunca está en esquina como aquélla, ni pertenece a un italiano, sino a un
Ño. hijo del país o de alguna otra república hispano americana. Un italiano no se habría quedado
tan abajo".

Publicación del Libro: “La Huella de Italia en el Perú”. De Manuel Zanutelli Rosas.
Biblioteca Pública Municipal del Callao “Teodoro Casana Robles”.

Aporte de: El Callao que se nos fue.


Administrador: Ricardo Gonzáles Zapata.
Marzo 10 del 2022. Ver menos

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