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ISBN: 84-96359-52-2
Thesaurus
Etnolingüística, lenguaje y cultura, lenguaje y sociedad, lenguaje y subculturas,
lenguaje y mentalidad, determinismo lingüístico, relativismo lingüístico, hipótesis de
Sapir-Whorf, lenguaje no verbal y cultura, lenguaje y entorno.
Esquema
1. Introducción
1.1. La etnolingüística
1.2. La cultura
1.3. El lenguaje
1.4. Las relaciones entre lenguaje, pensamiento y cultura
1.4.1. La relación entre lenguaje y cultura
1.4.2. La relación entre pensamiento y cultura
2. Lenguaje y entorno
2.1. Lenguaje y entorno natural
2.2. Lenguaje y entorno social
2.3. Lenguaje y entorno material
2.4. Lenguaje y entorno sobrenatural
3. Mecanismos lingüísticos que reflejan la cultura
3.1. Mecanismos lingüísticos de carácter no verbal
3.2. Mecanismos lingüísticos de carácter verbal
3.2.1. Nivel fonético
3.2.2. Nivel morfosintáctico
3.2.3. Nivel léxico-semántico
4. Léxico y subculturas
5. Conclusiones
6. Bibliografía
R. MORANT MARCO y J. A. DÍAZ ROJO: Etnolingüística.
1. Introducción
En este trabajo abordaremos el problema de la relación entre lenguaje, cultura y
pensamiento. Se trata de una cuestión muy compleja y, dada la brevedad de esta
exposición, nos tendremos que limitar a enunciar y comentar algunas de las
principales ideas sobre la materia, así como a analizar un número significativo de
ejemplos extraídos de los más variados registros y modalidades lingüísticas: de la
lengua general y de los lenguajes de especialidad, de la comunicación verbal y no
verbal, de los lenguajes profesionales y de las variedades de habla, como muestra de
la riqueza y complejidad de la cultura, que no es un todo homogéneo, sino una vasta
realidad constituida por subculturas, estilos de vida y mentalidades diversas.
Pretendemos con ello mostrar que la variedad lingüística es un reflejo de la diversidad
cultural.
1.1. La etnolingüística
La etnolingüística es una de las disciplinas que se ocupa de las relaciones entre
lenguaje, pensamiento y cultura. Según Amparo Tusón (2000: 8), la especificidad de
esta ciencia reside en considerar las lenguas como construcciones humanas que son
síntoma y parte de las vidas de los pueblos, a la vez que instrumentos de
comunicación y de representación del mundo. Su cultivo ha sido mucho mayor en
América, especialmente en Estados Unidos, donde la investigación se ha centrado en
el estudio de las lenguas amerindias y su comparación con el inglés. En la tradición
europea, la etnolingüística ha recibido menos atención, interesándose sobre todo en
las manifestaciones lingüísticas del folklore o cultura popular. Dadas las diferentes
tradiciones de estudio, la disciplina posee diversas denominaciones: en el mundo
románico es más común el nombre de etnolingüística, mientras que en los países
anglosajones se prefieren los términos lingüística antropológica y antropología
lingüística. En los últimos años, a través de la traducción de textos del inglés, se han
introducido estas denominaciones en español, propiciando su uso simultáneo con
etnolingüística.
Como hemos indicado, tradicionalmente la antropología lingüística se ha
dedicado al estudio del otro, de lo ajeno, de la alteridad, centrándose en las lenguas
consideradas «exóticas» por los estudiosos occidentales, habladas por pueblos más o
menos alejados o ajenos a sus propias culturas; pero a partir de los años 70, la
etnolingüística comienza a ocuparse también de las lenguas propias. Como señala
Ángel López (1995), aceptamos que las lenguas mal llamadas «primitivas» reflejen la
cultura de sus hablantes, pero somos reacios a considerar que las lenguas
occidentales contengan también visiones del mundo, dado que creemos que son
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objetivas, lógicas y racionales. Hay que desterrar la falsa idea de que existen lenguas
primitivas y lenguas desarrolladas, y aceptar que todas son vehículo de
cosmovisiones, mentalidades y culturas. Como sostiene la ecología lingüística, existe
una relación estrecha entre el lenguaje y el entorno natural, material, social y
sobrenatural, de forma que, en palabras de Ángel López (1995), «el molde verbal
incorpor[a] opciones cognitivas profundas relativas a la visión del mundo de los
hablantes, al amor y al odio, al trabajo y al ocio, a la vida y a la muerte».
1.2. La cultura
El concepto de cultura es entendido de tres formas diferentes: a) como cultivo
del espíritu, refinamiento espiritual, sensibilidad estética, erudición y gusto exquisito
(en este sentido, hablamos de personas con cultura o de tener mucha cultura); b)
desde un punto de vista antropológico, la cultura es la esencia definidora de una
nación; c) desde la perspectiva sociológica, la cultura se concibe como la dimensión
simbólica de la sociedad, es decir, como un conjunto de creaciones simbólicas que
producen el sentido y la identidad social; se entiende como un sistema de ideas,
creencias y valores que «permeabiliza todo lo social y, por tanto, puede decirse que
las prácticas significantes se hallan intrínsecamente presentes en todas las demás
actividades [...]» (Ariño, 2000: 57). La sociedad no solo se constituye sobre las bases
materiales de la economía y la política, sino también a partir de la estructuras y formas
simbólicas e ideales de la cultura.
En su sentido antropológico, Rossend Serra i Pagès (Soler, 2001) define la
cultura como el conjunto de tres elementos: a) aquello que el pueblo dice, es decir, las
leyendas, los dichos, los refranes, las adivinanzas, los cuentos, las canciones, los
romances, etc.; b) aquello que un pueblo hace, esto es, la vida cotidiana desde el
nacimiento hasta la muerte, los usos y costumbres, la vida familiar y social, la casa, los
oficios la cocina, la ropa, los juegos, los mercados, los bailes, las fiestas, etc.; y c)
aquello que un pueblo cree, es decir, las creencias, las supersticiones, los símbolos,
las ideas, los ritos, etc. La cultura, que constituye todo lo que el hombre aprende, en
contraposición a lo adquirido por herencia biológica, no es estática ni inmutable, sino
que está sometida a procesos de evolución, de cambio, de fusión, de renovación, de
innovación e invención.
La identificación clásica, de origen romántico, de la cultura con la «esencia» de
una nación o un pueblo, que domina la investigación etnolingüística aplicada a lenguas
exóticas, es muy problemática cuando se pretende extender a nuestras lenguas, dada
la compleja realidad social de nuestro mundo. El intenso intercambio de elementos
culturales fruto de la interculturalidad, la expansión de la cultura de masas, la
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1.3. El lenguaje
No podemos detenernos en exponer de forma exhaustiva las ideas que se han
aportado sobre el lenguaje como instrumento de cultura. Nos centraremos en la que
consideramos la idea básica sobre la naturaleza cultural del lenguaje. Según Edward
Sapir (1921), el lenguaje es un instrumento exclusivamente humano, y no instintivo, de
comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos
producidos de manera deliberada. Las distintas lenguas no se dan
independientemente de la cultura, esto es, del conjunto de costumbres y creencias que
constituye una herencia social y que determina la contextura de nuestra vida. Jesús
Tusón, en su conferencia «La difícil convivencia de las lenguas», considera que uno
de los poderes del lenguaje es hacer posible la ordenación del mundo. Al transmitir
una lengua a la generación siguiente, ahorramos a nuestros sucesores la difícil
situación de ir perdidos por el mundo: la lengua que heredan les ofrece una realidad
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los pueblos bilingües). Así pues, no siempre podemos identificar comunidad lingüística
y comunidad cultural. Ninguna lengua común es capaz de garantizar para siempre una
cultura común cuando los factores geográficos, políticos y económicos de esa cultura
dejan de ser iguales en toda la zona abarcada por ella. Es difícil comprender qué
relaciones causales concretas pueden existir entre las experiencias de un pueblo
(cultura) y el modo a través del cual la sociedad las expresa (lengua). Por tanto, la
lengua refleja cultura, pero no una sola cultura. En el seno de una lengua,
especialmente si está muy extendida o posee muchos hablantes, hay una enorme
variedad lingüística geográfica, social e individual que es un espejo fiel de la diversidad
cultural.
Cuando una comunidad centra la atención en un aspecto concreto de la realidad
que es importante para su subsistencia o modo de vida, y que llamamos foco cultural,
genera una gran cantidad de palabras y expresiones para designar los distintos
elementos y componentes de dicha parcela del mundo externo: el ejemplo más
conocido es el vocabulario de la nieve en la lengua de los esquimales, que dispone de
un considerable léxico para los diferentes tipos de nieve, pero que ha sido exagerado
por muchos autores interesadamente para apoyar la tesis del relativismo lingüístico,
según el cual cada lengua parcela y categoriza la realidad de forma peculiar. Los
franceses poseen una lengua rica en denominaciones para los quesos y vinos; los
ingleses, para los deportes, particularmente el críquet; los alemanes, para las
salchicas; los árabes, para los camellos. Según E. Adamson Hoebel (1973: 37), para
la mayoría de los habitantes de las ciudades del Este de Estados Unidos, un caballo
es un caballo. No así para el vaquero (el cowboy), que distingue entre una yegua, un
semental o un caballo castrado según el sexo, o un tordo, alazán, pío, roano o cara
blanca, según el color.
Existe, pues, una relación entre intereses materiales y organización léxica. Las
categorías y vocabularios difieren ampliamente, pero estas diferencias reflejan solo la
necesidad práctica de hacer distinciones generales o específicas bajo condiciones
culturales y naturales concretas. Todas las lenguas son ricas y pobres en
determinados campos léxicos, según el número de distinciones semánticas. Todas
ellas tienen lagunas o vacíos léxicos, pero este hecho no puede tomarse como índice
de subdesarrollo o primitivismo mental, ni la abundancia de palabras en un campo
puede tomarse como reflejo de superioridad o de un mayor refinamiento intelectual.
Las preferencias morfosintácticas de cada lengua son una forma convencional
de expresar un mismo contenido, pero de ello no podemos inferir siempre una manera
diferente de concebir la realidad. En castellano, al preguntar la edad nos interesamos
solo por el número de años que tiene una persona: «¿Cuántos años tienes?»;
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mientras que en inglés se pregunta por el grado de vejez alcanzado: «How old are
you?» (literalmente, «¿Cómo eres de viejo?»). En español manifestamos el apetito con
la expresión tener hambre, mientras que en inglés se expresa con to be hungry. En
nuestra lengua el hambre es algo que se tiene (posesión), mientras que en inglés es
algo en que se está (estado). Sin embargo, no creemos que estas percepciones
lingüísticas distintas reflejen cosmovisiones profundas muy diferentes del hambre.
Jesús Tusón (2000: 82) considera que si las lenguas particulares decidieran
nuestra posición en relación al mundo, incluso se darían casos muy curiosos dentro de
una misma lengua: los que dicen «Son las tres menos veinticinco» y los que expresan
«Son las dos y treinta y cinco», tendrían visiones muy diferentes del tiempo. Los
primeros se caracterizarían por su proyección hacia el futuro (¡estupendo, vamos hacia
las tres!); los segundos, mirarían hacia el pasado (¡pobres de nosotros, venimos de las
dos!). Sin embargo, al igual que en el caso del hambre, se trata de convenciones
puras y simples. El vino no es visto con los mismos ojos por las distintas lenguas: lo
que para catalanes es negre, es tinto para los castellanos, y rojo para los ingleses (red
wine) y franceses (vin rouge), sin que la preferencia cromática en la denominación
entrañe una visión del vino diferente para unos y otros.
Existen, no obstante, opciones lingüísticas que pueden considerarse un reflejo
de una peculiar visión del mundo, es decir, una particular manera de describir la
realidad observada desde un punto de vista determinado. La visión del mundo puede
ser personal (determinada por la experiencia individual de las cosas), grupal
(compartida por el grupo social o humano al que pertenecemos) o cultural (compartida
por todos lo miembros de comunidad cultural de la que formamos parte).
Un ejemplo ilustrará esta idea. En la información meteorológica, cuando
anuncian lluvias, lo hacen como predicción de mal tiempo. Esta visión de la lluvia
responde a los intereses del comercio y del turismo, pero no coincide con las
expectativas de los agricultores, que solían recibir el agua como una bendición del
cielo, y ahora lo reciben con la alegría de contar con un bien escaso. Esta prioridad
otorgada al comercio y al turismo es consecuencia de la visión del mundo propia de la
cultura dominante en nuestra sociedad: España ha dejado de ser un país
eminentemente agrícola (como antes decía el estereotipo tradicional), para convertirse
en una país donde predomina el sector terciario. Junto a esta visión cultural, existen
también las visiones grupales: las elecciones lingüísticas antes mencionadas reflejan
visiones diferentes de una misma realidad, y vienen condicionadas por la mentalidad
de cada grupo humano, que es la forma de ver la vida dependiendo del rol que cada
cual desempeña en la sociedad. Por último, ejemplos de la visión del mundo personal
de la lluvia podrían ser la mantenida por los ancianos, que ven la lluvia como un
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peligro, por el riesgo de caídas que supone el pavimento mojado, o la visión de los
alérgicos al polen, que ven la lluvia como una forma de limpiar el ambiente.
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2) todas las lenguas son mutuamente traducibles, de tal manera que la comunicación
interlingüística es una prueba de que no somos prisioneros de nuestra lengua.
2. Lenguaje y entorno
Hay una interrelación estrecha entre el entorno y el lenguaje. El lenguaje es una
guía muy valiosa para conocer cómo los pueblos y las sociedades se adaptan a su
entorno natural, social, material y sobrenatural.
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nos separan del punto de destino. Para los habitantes de montaña, los kilómetros no
son de 1.000 metros, sino de un cuarto de hora, de una hora o unos minutos, según
los obstáculos del terreno. En las rutas de montaña, las indicaciones no aparecen en
kilómetros, sino en minutos y horas. En tierras llanas, las distancias se miden en
unidades de longitud, ya que los recorridos no presentan dificultades orográficas.
Sin embargo, he aquí que las prisas de la vida moderna han cambiado la
percepción de las distancias. Ahora, para expresar el espacio que separa una
urbanización o una gran superficie comercial del centro de la ciudad, volvemos al viejo
y rural sistema temporal, reflejo de las penalidades del camino. Obsérvese que los
grandes letreros de las carreteras anuncian como reclamo publicitario mensajes del
tipo «Carrefour a 5 minutos» o «Urbanización Los Álamos, a 10 minutos de Valencia»
(casualidades de la vida, todas las urbanizaciones están a 10 minutos de la capital).
Dado el temor a los prolongados atascos en la entrada de las grandes ciudades,
parece lógico que los constructores y comerciantes recurran a este «gancho» para
persuadir al comprador que valora su tiempo como si fuera oro. De las penalidades del
relieve hemos pasado a las penalidades de las colas automovilísticas (eso, entre otras
cosas, es el progreso), y el lenguaje lo ha reflejado.
No solo los conceptos abstractos (espacio y tiempo) están condicionados por la
cultura, sino también el lenguaje relativo a las realidades de la vida cotidiana, como las
plantas o los animales. Los productos de la tierra suelen formar parte del patrimonio
lingüístico de un pueblo. De entre nuestros productos, como era de esperar, el vino ha
merecido gran atención por parte de folkloristas, etnólogos y lingüistas. Sin embargo,
en el humilde ajo pocos han reparado, a pesar de su importancia culinaria. El español
posee frases hechas: ¡ajo y agua! (abreviamiento humorístico de a joderse y
aguantarse); el se pica, ajos come; más tieso que un ajo; andar en el ajo. En algunas
zonas, a las personas con cabeza pequeña se dice que tienen cabecita de ajo. El
refranero no es tampoco ajeno al mundo del ajo: Luis Martínez Kleiser (1982), en su
Refranero Ideológico Español, recopila 21 refranes en la entrada ajo, como «Dijo la
cebolla al ajo: acompáñame siempre, majo», que nos muestra que ambos productos
son la base de nuestra condimentación tradicional. Es también objeto de adivinanzas:
«Tiene dientes y no come; tiene cabeza y no es hombre: el ajo». En el ámbito culinario
tenemos términos como ajo blanco (un tipo de gazpacho), ajoaceite, ajoarriero, etc., y
en el argot de la droga, ajo designa una dosis de ácido alucinógeno.
Los animales también están recogidos en las frases hechas: en español, a un
hombre altanero y bravucón que se impone a los demás se le llama gallito o el gallo
del corral, mientras que en inglés se dice que es el top dog (‘perro más importante’).
Para expresar que algo no ocurrirá nunca, en español se decía tradicionalmente que
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un hecho acontecerá solo cuando las ranas críen pelo, mientras que en inglés se
espera a when the pigs fly (‘cuando los cerdos vuelen’). Pero la influencia de la cultura
americana a través del doblaje de películas y series ha hecho que también en nuestra
lengua el hipótetico vuelo de los cerdos esté sustituyendo al crecimiento capilar de los
batracios, para expresar negativas a deseos o peticiones. La cultura cambia y el
lenguaje, en este caso, también.
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frases hechas que no representan culturalmente nada, pero nos siguen siendo útiles
para la comunicación.
La televisión es otra de las más importantes fuentes de renovación lingüística.
Ahora está dominada por términos como índice de audiencia, share o prime-time, y ya
ha pasado el momento en que se proclamaba que la televisión cumplía la noble
función de formar; informar y entretener. En los tiempos que corren predomina la
telebasura (al igual que la comida basura y los contratos basura), en esta era de los
reality shows o telerrealidad.
Aparte de los neologismos periodísticos que se incorporan al habla ordinaria
gracias a la tele (la política y la economía nos ha traído términos como consenso,
convergencia europea, globalización, estado del bienestar), debemos considerar otros
fenómenos, como la sustitución de muchos sustantivos genéricos por nombres de
marcas determinadas, por el influjo de la poderosa publicidad televisiva: si queremos
unos pantalones pedimos unos Levi's o unos Liberto, y si deseamos unas zapatillas
deportivas pedimos unas Nique o unas Adidas. Cualquier artículo de consumo tiene
nombre propio. Este fenómeno, el marquismo, aunque se ha acrecentado en nuestros
días, no es nuevo. Empezó con la llegada de las marcas al mercado y nos
encontramos ejemplos muy consolidados: la gente pide un cola-cao en vez de un vaso
de leche con cacao, y se bebe una fanta en lugar de un refresco de naranja o limón.
No solo la obsesión por las marcas ha dejado sentir su huella en el lenguaje.
También la sociedad consumista ha generado palabras y expresiones impensables en
otro tipo de culturas en las que no existe aún el concepto de compra compulsiva,
oficina del consumidor, hoja de reclamaciones, días comerciales, saldo, liquidación,
descuento, rebajas, etc.
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nombre con la fórmula Para servir a Dios y a usted. También era frecuente la fórmula
de salutación Ave María Purísima, emitida al entrar en una casa, que era respondida
con la expresión Sin pecado concebida.
En la actualidad, estamos asistiendo asimismo al combate del adiós (procedente
de la elipsis a Dios seas) y del Quede usted con Dios, contra el laico chao (del italiano
ciao), el bye-bye, el hasta luego y el hasta ahora, que empleamos aunque no vayamos
a vernos en unas cuantas horas. Expresiones como Gracias a Dios, A Dios gracias o
Si Dios quiere, se oyen cada vez menos en boca de los jóvenes. Pero no siempre se
produce un parelelismo entre lengua y cultura, pues aún se conservan expresiones de
origen religioso: si nos encontramos a gusto en algún lugar, todavía estamos en la
gloria; y si nos encontramos mal, decimos que no estamos muy católicos. No en vano,
el bien y el mal son dos conceptos que hemos recibido a través de la religión.
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Como nos recuerda Amando de Miguel, las clases altas pudientes de hace un siglo
presumían de una cuidada palidez. El bronceado era entonces un signo de trabajo al
aire libre. En la actualidad, el bronceado permanente –sol, nieve, rayos ultravioleta– ha
perdido su sentido peyorativo y pasa a expresar el estilo de vida de la persona capaz
de «veranear» durante todo el año .
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nuestra, pues la concibe como una comunidad formada por los que fueron, los que son
y los que serán.
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4. Lenguaje y subculturas
Una subcultura es un conjunto de creencias, valores, actitudes y pautas de
conducta peculiares propias de un grupo social inmerso en una cultura más amplia.
Los delincuentes, los drogadictos, los estudiantes, los soldados de reemplazo, los
militares, las prostitutas, etc. forman subculturas con variedades de habla que reflejan
su peculiar forma de ver el mundo y de actuar. En este trabajo no podemos analizar
todas y cada una de dichas subculturas, y tan solo ofreceremos algunos rasgos
característicos del lenguaje de los delincuentes, de los militares y de los estudiantes.
En la modalidad lingüística de los delincuentes se refleja una visión del mundo
distinta a la nuestra: para ellos, las víctimas de sus delitos son los tontos, o sea, los
primos o julais, julandras o julandrones; las Fuerzas de Seguridad del Estado son sus
enemigos: no es extraño, pues, que utilicen términos despectivos como maderos,
monos, bofia o pasma para referirse a ellos.
En su lenguaje se manifiesta una evolución en las actividades delictivas. Han
desaparecido algunas modalidades, como los ladrones de pañuelos o safistas, y
ladrones de gallinas o gumarreros, pero han surgido otras, como, por ejemplo, la de
los rodanteros o ladrones de vehículos, o la de los camellos o pequeños traficantes de
droga, desconocidos prácticamente hasta la década de los setenta.
El mundo militar es también proclive a crear su propio lenguaje, espejo de sus
diferencias con la vida civil. Los pilotos militares de la Escuela de Caza y Ataque del
Ejército del Aire Español, con sede en el Ala 23, en Talavera la Real (Badajoz), son
llamados por su calidad y preparación patas negras, nombre que toman del exquisito
jamón extremeño, elaborado en la misma tierra en que se halla su escuela. A ‘pasar
miedo’ lo llaman pasar culo, y el ‘buen tiempo’ es sol y moscas. Los pilotos atienden a
nombres de guerra, alias grabados en la visera de su casco que les acompañarán
durante toda su vida profesional: Eme, Gordo, Saba, Tex, Cherif, etc. El tiempo es un
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valor fundamental en sus carreras, al igual que para los soldados de reemplazo, pero
con un sentido opuesto. Los patas negra miden su preparación en horas de vuelo
(«Tengo cien horas de vuelo», como expresión de la experiencia), mientras que los
soldados contaban los meses, las semanas, los días y las horas como una marcha
atrás («Soy mesías, no me quedan meses, sino días», para expresar el deseo de
licenciarse y volver a la vida civil).
La vida de los soldados de reemplazo giraba en torno a la obsesión por el tiempo
y el rechazo del orden establecido (Morant Marco, 1997-1998). Basta con ver cómo
clasificaban a los reclutas para comprobar la importancia del tiempo en el cuartel: los
veteranos recibían el honorable nombre de abuelo, bisabuelo o wissa (transgresión
ortográfica de bisabuelo), y a los novatos se les llamaba despectivamente monstruo,
pollo, chivo o bulto.
Otro ejemplo muy ilustrativo lo constituye el lenguaje estudiantil, cuyos rasgos
son un reflejo de su visión del mundo escolar (Morant Marco, 2002). Los profesores
(más conocidos como profes) son bautizados con los más ingeniosos (y a veces
hirientes) motes, alusivos a defectos físicos y psíquicos (al lector le vendrán a la mente
unos cuantos apodos de su etapa de estudiante). La costumbre de los alumnos de
faltar a clase sin justificación alguna recibe los más variados nombres dependiendo de
la zona: hacer pellas, correrse las clases, fumarse las clases, hacer novillos, hacer
pirola, etc. La obligación primordial del alumno, esto es, el estudio, es una actividad
intelectual que los estudiantes perciben a través de los actos físicos que la
acompañan: calentar la silla, pelarse los codos, romperse los codos, quemarse las
cejas (alusión a la costumbre de estudiar a la luz de las velas, cuya llama podía
quemar las cejas) o chupar flexo (paso de la vela a los aparatos eléctricos); no faltan
metáforas alusivas a la postura de estar sentado largas horas, como las aves cuando
incuban los huevos (empollar).
5. Conclusión
Nuestra intención ha sido introducir al lector en seis ideas fundamentales sobre
la relación entre el lenguaje, la cultura y el pensamiento: 1) la cultura influye en la
lengua, pero no de forma mecánica y determinista; 2) el lenguaje cambia con la
cultura, pero no siempre caminan en paralelo (en ocasiones, también se pretende
hacer cambiar la sociedad y la cultura con el lenguaje; por ejemplo, en el caso de la
reforma lingüística feminista); 3) una lengua extensa geográficamente, como el
español, no contiene una sola visión del mundo, sino que es sedimento histórico de las
visiones del mundo de las distintas generaciones y grupos humanos que la han
hablado; 4) la diversidad cultural, manifestada en las distintas subculturas, estilos de
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