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ETNOLINGÜÍSTICA

ISBN: 84-96359-52-2

Ricard Morant Marco


Departamento de Teoría de los Lenguajes, Universitat de Valéncia
ricardo.morant@uv.es

José Antonio Díaz Rojo


Consejo Superior de Investigaciones Científicas

Thesaurus
Etnolingüística, lenguaje y cultura, lenguaje y sociedad, lenguaje y subculturas,
lenguaje y mentalidad, determinismo lingüístico, relativismo lingüístico, hipótesis de
Sapir-Whorf, lenguaje no verbal y cultura, lenguaje y entorno.

Esquema
1. Introducción
1.1. La etnolingüística
1.2. La cultura
1.3. El lenguaje
1.4. Las relaciones entre lenguaje, pensamiento y cultura
1.4.1. La relación entre lenguaje y cultura
1.4.2. La relación entre pensamiento y cultura
2. Lenguaje y entorno
2.1. Lenguaje y entorno natural
2.2. Lenguaje y entorno social
2.3. Lenguaje y entorno material
2.4. Lenguaje y entorno sobrenatural
3. Mecanismos lingüísticos que reflejan la cultura
3.1. Mecanismos lingüísticos de carácter no verbal
3.2. Mecanismos lingüísticos de carácter verbal
3.2.1. Nivel fonético
3.2.2. Nivel morfosintáctico
3.2.3. Nivel léxico-semántico
4. Léxico y subculturas
5. Conclusiones
6. Bibliografía
R. MORANT MARCO y J. A. DÍAZ ROJO: Etnolingüística.

1. Introducción
En este trabajo abordaremos el problema de la relación entre lenguaje, cultura y
pensamiento. Se trata de una cuestión muy compleja y, dada la brevedad de esta
exposición, nos tendremos que limitar a enunciar y comentar algunas de las
principales ideas sobre la materia, así como a analizar un número significativo de
ejemplos extraídos de los más variados registros y modalidades lingüísticas: de la
lengua general y de los lenguajes de especialidad, de la comunicación verbal y no
verbal, de los lenguajes profesionales y de las variedades de habla, como muestra de
la riqueza y complejidad de la cultura, que no es un todo homogéneo, sino una vasta
realidad constituida por subculturas, estilos de vida y mentalidades diversas.
Pretendemos con ello mostrar que la variedad lingüística es un reflejo de la diversidad
cultural.

1.1. La etnolingüística
La etnolingüística es una de las disciplinas que se ocupa de las relaciones entre
lenguaje, pensamiento y cultura. Según Amparo Tusón (2000: 8), la especificidad de
esta ciencia reside en considerar las lenguas como construcciones humanas que son
síntoma y parte de las vidas de los pueblos, a la vez que instrumentos de
comunicación y de representación del mundo. Su cultivo ha sido mucho mayor en
América, especialmente en Estados Unidos, donde la investigación se ha centrado en
el estudio de las lenguas amerindias y su comparación con el inglés. En la tradición
europea, la etnolingüística ha recibido menos atención, interesándose sobre todo en
las manifestaciones lingüísticas del folklore o cultura popular. Dadas las diferentes
tradiciones de estudio, la disciplina posee diversas denominaciones: en el mundo
románico es más común el nombre de etnolingüística, mientras que en los países
anglosajones se prefieren los términos lingüística antropológica y antropología
lingüística. En los últimos años, a través de la traducción de textos del inglés, se han
introducido estas denominaciones en español, propiciando su uso simultáneo con
etnolingüística.
Como hemos indicado, tradicionalmente la antropología lingüística se ha
dedicado al estudio del otro, de lo ajeno, de la alteridad, centrándose en las lenguas
consideradas «exóticas» por los estudiosos occidentales, habladas por pueblos más o
menos alejados o ajenos a sus propias culturas; pero a partir de los años 70, la
etnolingüística comienza a ocuparse también de las lenguas propias. Como señala
Ángel López (1995), aceptamos que las lenguas mal llamadas «primitivas» reflejen la
cultura de sus hablantes, pero somos reacios a considerar que las lenguas
occidentales contengan también visiones del mundo, dado que creemos que son

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objetivas, lógicas y racionales. Hay que desterrar la falsa idea de que existen lenguas
primitivas y lenguas desarrolladas, y aceptar que todas son vehículo de
cosmovisiones, mentalidades y culturas. Como sostiene la ecología lingüística, existe
una relación estrecha entre el lenguaje y el entorno natural, material, social y
sobrenatural, de forma que, en palabras de Ángel López (1995), «el molde verbal
incorpor[a] opciones cognitivas profundas relativas a la visión del mundo de los
hablantes, al amor y al odio, al trabajo y al ocio, a la vida y a la muerte».

1.2. La cultura
El concepto de cultura es entendido de tres formas diferentes: a) como cultivo
del espíritu, refinamiento espiritual, sensibilidad estética, erudición y gusto exquisito
(en este sentido, hablamos de personas con cultura o de tener mucha cultura); b)
desde un punto de vista antropológico, la cultura es la esencia definidora de una
nación; c) desde la perspectiva sociológica, la cultura se concibe como la dimensión
simbólica de la sociedad, es decir, como un conjunto de creaciones simbólicas que
producen el sentido y la identidad social; se entiende como un sistema de ideas,
creencias y valores que «permeabiliza todo lo social y, por tanto, puede decirse que
las prácticas significantes se hallan intrínsecamente presentes en todas las demás
actividades [...]» (Ariño, 2000: 57). La sociedad no solo se constituye sobre las bases
materiales de la economía y la política, sino también a partir de la estructuras y formas
simbólicas e ideales de la cultura.
En su sentido antropológico, Rossend Serra i Pagès (Soler, 2001) define la
cultura como el conjunto de tres elementos: a) aquello que el pueblo dice, es decir, las
leyendas, los dichos, los refranes, las adivinanzas, los cuentos, las canciones, los
romances, etc.; b) aquello que un pueblo hace, esto es, la vida cotidiana desde el
nacimiento hasta la muerte, los usos y costumbres, la vida familiar y social, la casa, los
oficios la cocina, la ropa, los juegos, los mercados, los bailes, las fiestas, etc.; y c)
aquello que un pueblo cree, es decir, las creencias, las supersticiones, los símbolos,
las ideas, los ritos, etc. La cultura, que constituye todo lo que el hombre aprende, en
contraposición a lo adquirido por herencia biológica, no es estática ni inmutable, sino
que está sometida a procesos de evolución, de cambio, de fusión, de renovación, de
innovación e invención.
La identificación clásica, de origen romántico, de la cultura con la «esencia» de
una nación o un pueblo, que domina la investigación etnolingüística aplicada a lenguas
exóticas, es muy problemática cuando se pretende extender a nuestras lenguas, dada
la compleja realidad social de nuestro mundo. El intenso intercambio de elementos
culturales fruto de la interculturalidad, la expansión de la cultura de masas, la

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conservación parcial de la cultura tradicional o popular, el surgimiento de la


contracultura y la existencia de subculturas, son hechos que ponen de manifiesto la
diversidad de manifestaciones culturales en una sociedad compleja como la nuestra.
La superposición, eliminación, sustitución, aparición y fusión de rasgos procedentes de
las diversos modelos culturales es uno de los fenómenos más característicos de la
sociedad mundializada actual. No es posible, por tanto, analizar una lengua de la
variedad y extensión del español en su conjunto como reflejo de una cultura común a
todos sus hablantes.
En el seno de una cultura compleja como la nuestra encontramos subculturas (o
microculturas), estilos de vida, contraculturas y mentalidades diferentes, que expresan
su visión del mundo particular mediante rasgos lingüísticos peculiares, muchos de los
cuales dan origen a variedades de habla, sociolectos o etnolectos. Piénsese, por
ejemplo, en los lenguajes marginales (de la delincuencia y de la prostitución), los
lenguajes juveniles (el lenguaje estudiantil, el habla de las tribus urbanas, el
desaparecido lenguaje de los soldados de reemplazo) y las jergas de oficios. Los
estilos de vida de la modernidad crean un lenguaje característico que refleja sus
valores, creencias y actitudes: así, por ejemplo, el caso del estilo de vida saludable y
natural que hoy nos venden los medios de comunicación como forma de consumo y
ocio, cuyo lenguaje es portador de una cultura que exalta el cuerpo y la salud.
Finalmente, según los antropólogos, la cultura responde a tres finalidades: 1)
garantizar la vida de los individuos y la continuidad de la especie (idea instintiva de
todo ser vivo); 2) explicar el mundo circundante y lo que en él sucede; y 3) establecer
un proyecto de vida que guíe los comportamientos sociales e ideológicos.

1.3. El lenguaje
No podemos detenernos en exponer de forma exhaustiva las ideas que se han
aportado sobre el lenguaje como instrumento de cultura. Nos centraremos en la que
consideramos la idea básica sobre la naturaleza cultural del lenguaje. Según Edward
Sapir (1921), el lenguaje es un instrumento exclusivamente humano, y no instintivo, de
comunicar ideas, emociones y deseos por medio de un sistema de símbolos
producidos de manera deliberada. Las distintas lenguas no se dan
independientemente de la cultura, esto es, del conjunto de costumbres y creencias que
constituye una herencia social y que determina la contextura de nuestra vida. Jesús
Tusón, en su conferencia «La difícil convivencia de las lenguas», considera que uno
de los poderes del lenguaje es hacer posible la ordenación del mundo. Al transmitir
una lengua a la generación siguiente, ahorramos a nuestros sucesores la difícil
situación de ir perdidos por el mundo: la lengua que heredan les ofrece una realidad

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cómodamente empaquetada o encapsulada, es decir, clasificada. Esta categorización


lingüística se completa con otros sistemas de comunicación y de conocimiento, como
el lenguaje icónico, además de con la multitud de matices y sutilezas no recogidas ni
expresadas por medio de la lengua.

1.4. Las relaciones entre lenguaje, pensamiento y cultura


En este apartado analizaremos dos aspectos: en primer lugar, abordaremos el
problema de la relación lengua-cultura, resaltando la idea de que entre ambas hay una
estrecha relación, pero no una correlación que las una de forma mecánica y
determinista. En segundo lugar, expondremos las limitaciones de la llamada hipótesis
de Sapir-Whorf, que en su versión más radical defiende la tesis de que el lenguaje
determina el pensamiento y la conducta.

1.4.1. La relación entre lenguaje y cultura


La lengua refleja la cultura, es decir, creencias, valores y actitudes compartidas,
pero no contiene una sola mentalidad o cosmovisión correspondiente a un único grupo
o colectividad humana. Una lengua es el sedimento histórico de las cosmovisiones de
las distintas generaciones y de los distintos grupos sociales y comunidades culturales
que hablan dicha lengua. No puede tomarse globalmente el léxico y la gramática de
una lengua y relacionarlos con una supuesta mentalidad común a todos los hablantes,
considerada también globalmente, estableciendo una relación biunívoca entre ambos
elementos (Díaz Rojo, 2004).
Esta mentalidad o cultura única de toda una comunidad lingüística es, para
nosotros, inexistente en lenguas muy extendidas geográficamente y habladas por
comunidades heterogéneas, como es el caso del español. Existe la tentación de
explicar la «psicología nacional», la «psicología cultural» o la «psicología social» a
partir de las distinciones léxicas y gramaticales de una lengua. El hecho de que en el
vocabulario del parentesco del español general no exista una palabra para designar al
tío político y sí exista para el padre político (suegro), no implica que un labrador
castellano, una profesora chilena, un obrero argentino, un dependiente peruano, un
pintor colombiano, una ejecutiva mexicana, un funcionario uruguayo o un escritor
dominicano compartan necesariamente una misma visión de la familia y de las
relaciones sociales.
No existe, por tanto, una correlación o conexión causal entre lengua y cultura.
Una misma lengua puede ser hablada por culturas diferentes (como el español, que es
el instrumento de expresión de pueblos diversos en España e Hispanoamérica), y
viceversa, una cultura puede expresarse por medio de lenguas distintas (por ejemplo,

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los pueblos bilingües). Así pues, no siempre podemos identificar comunidad lingüística
y comunidad cultural. Ninguna lengua común es capaz de garantizar para siempre una
cultura común cuando los factores geográficos, políticos y económicos de esa cultura
dejan de ser iguales en toda la zona abarcada por ella. Es difícil comprender qué
relaciones causales concretas pueden existir entre las experiencias de un pueblo
(cultura) y el modo a través del cual la sociedad las expresa (lengua). Por tanto, la
lengua refleja cultura, pero no una sola cultura. En el seno de una lengua,
especialmente si está muy extendida o posee muchos hablantes, hay una enorme
variedad lingüística geográfica, social e individual que es un espejo fiel de la diversidad
cultural.
Cuando una comunidad centra la atención en un aspecto concreto de la realidad
que es importante para su subsistencia o modo de vida, y que llamamos foco cultural,
genera una gran cantidad de palabras y expresiones para designar los distintos
elementos y componentes de dicha parcela del mundo externo: el ejemplo más
conocido es el vocabulario de la nieve en la lengua de los esquimales, que dispone de
un considerable léxico para los diferentes tipos de nieve, pero que ha sido exagerado
por muchos autores interesadamente para apoyar la tesis del relativismo lingüístico,
según el cual cada lengua parcela y categoriza la realidad de forma peculiar. Los
franceses poseen una lengua rica en denominaciones para los quesos y vinos; los
ingleses, para los deportes, particularmente el críquet; los alemanes, para las
salchicas; los árabes, para los camellos. Según E. Adamson Hoebel (1973: 37), para
la mayoría de los habitantes de las ciudades del Este de Estados Unidos, un caballo
es un caballo. No así para el vaquero (el cowboy), que distingue entre una yegua, un
semental o un caballo castrado según el sexo, o un tordo, alazán, pío, roano o cara
blanca, según el color.
Existe, pues, una relación entre intereses materiales y organización léxica. Las
categorías y vocabularios difieren ampliamente, pero estas diferencias reflejan solo la
necesidad práctica de hacer distinciones generales o específicas bajo condiciones
culturales y naturales concretas. Todas las lenguas son ricas y pobres en
determinados campos léxicos, según el número de distinciones semánticas. Todas
ellas tienen lagunas o vacíos léxicos, pero este hecho no puede tomarse como índice
de subdesarrollo o primitivismo mental, ni la abundancia de palabras en un campo
puede tomarse como reflejo de superioridad o de un mayor refinamiento intelectual.
Las preferencias morfosintácticas de cada lengua son una forma convencional
de expresar un mismo contenido, pero de ello no podemos inferir siempre una manera
diferente de concebir la realidad. En castellano, al preguntar la edad nos interesamos
solo por el número de años que tiene una persona: «¿Cuántos años tienes?»;

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mientras que en inglés se pregunta por el grado de vejez alcanzado: «How old are
you?» (literalmente, «¿Cómo eres de viejo?»). En español manifestamos el apetito con
la expresión tener hambre, mientras que en inglés se expresa con to be hungry. En
nuestra lengua el hambre es algo que se tiene (posesión), mientras que en inglés es
algo en que se está (estado). Sin embargo, no creemos que estas percepciones
lingüísticas distintas reflejen cosmovisiones profundas muy diferentes del hambre.
Jesús Tusón (2000: 82) considera que si las lenguas particulares decidieran
nuestra posición en relación al mundo, incluso se darían casos muy curiosos dentro de
una misma lengua: los que dicen «Son las tres menos veinticinco» y los que expresan
«Son las dos y treinta y cinco», tendrían visiones muy diferentes del tiempo. Los
primeros se caracterizarían por su proyección hacia el futuro (¡estupendo, vamos hacia
las tres!); los segundos, mirarían hacia el pasado (¡pobres de nosotros, venimos de las
dos!). Sin embargo, al igual que en el caso del hambre, se trata de convenciones
puras y simples. El vino no es visto con los mismos ojos por las distintas lenguas: lo
que para catalanes es negre, es tinto para los castellanos, y rojo para los ingleses (red
wine) y franceses (vin rouge), sin que la preferencia cromática en la denominación
entrañe una visión del vino diferente para unos y otros.
Existen, no obstante, opciones lingüísticas que pueden considerarse un reflejo
de una peculiar visión del mundo, es decir, una particular manera de describir la
realidad observada desde un punto de vista determinado. La visión del mundo puede
ser personal (determinada por la experiencia individual de las cosas), grupal
(compartida por el grupo social o humano al que pertenecemos) o cultural (compartida
por todos lo miembros de comunidad cultural de la que formamos parte).
Un ejemplo ilustrará esta idea. En la información meteorológica, cuando
anuncian lluvias, lo hacen como predicción de mal tiempo. Esta visión de la lluvia
responde a los intereses del comercio y del turismo, pero no coincide con las
expectativas de los agricultores, que solían recibir el agua como una bendición del
cielo, y ahora lo reciben con la alegría de contar con un bien escaso. Esta prioridad
otorgada al comercio y al turismo es consecuencia de la visión del mundo propia de la
cultura dominante en nuestra sociedad: España ha dejado de ser un país
eminentemente agrícola (como antes decía el estereotipo tradicional), para convertirse
en una país donde predomina el sector terciario. Junto a esta visión cultural, existen
también las visiones grupales: las elecciones lingüísticas antes mencionadas reflejan
visiones diferentes de una misma realidad, y vienen condicionadas por la mentalidad
de cada grupo humano, que es la forma de ver la vida dependiendo del rol que cada
cual desempeña en la sociedad. Por último, ejemplos de la visión del mundo personal
de la lluvia podrían ser la mantenida por los ancianos, que ven la lluvia como un

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peligro, por el riesgo de caídas que supone el pavimento mojado, o la visión de los
alérgicos al polen, que ven la lluvia como una forma de limpiar el ambiente.

1.4.2. La relación entre lenguaje y pensamiento


El lenguaje y el pensamiento son dos importantes instrumentos cognitivos del ser
humano. Existe un largo debate sobre el grado de dependencia mutua de ambos
elementos. Para unos, el lenguaje refleja el pensamiento, al que consideran
independiente; el lenguaje se limita a ser la traducción verbal de nuestros
pensamientos. Para otros, el pensamiento está determinado por el lenguaje. Esta es la
tesis del determinismo lingüístico. Para sus defensores, como B. L. Whorf (1956), H.
Hoijier (1954), C. Kluckhohn (1961) y J. Lucy (1992), la estructura gramatical y léxica
de la lengua constriñe el conocimiento y el pensamiento, e incluso determina la
conducta. Los partidarios de esta teoría sostienen que dos personas que hablan
lenguas diferentes viven en mundos distintos. Sin embargo, no hay datos concluyentes
que demuestren que la existencia o ausencia de categorías como los tiempos
verbales, el género o el número determinen nuestra forma de pensar y ver el mundo.
En cuanto al léxico, los psicólogos y psicolingüistas han podido demostrar que la
disponibilidad de etiquetas verbales constituyen una ayuda para procesos cognitivos
como el aprendizaje, la percepción, la memorización o el reconocimiento de cosas
externas. Una lengua que disponga de determinadas distinciones léxicas permite a sus
hablantes referirse con más precisión a las cosas para las que existen palabras, es
decir, que la organización léxica influye en el comportamiento verbal. Sin embargo, no
hay pruebas científicas de que la disponibilidad de lexemas o morfemas influya en el
comportamiento no verbal, es decir, de que las categorías léxicas y gramaticales
predispongan a los hablantes a recordar, percibir o aprender tareas no lingüísticas
más rápidamente.
A lo sumo, el uso tendencioso de determinadas palabras puede predisponernos
a creer ciertas cosas y empujarnos a obrar en consecuencia: por ejemplo, el empleo
del término light ‘ligero’ como sinónimo de ‘sano’ puede hacernos creer erróneamente
que un producto etiquetado con esa palabra no causa ningún daño, y empujarnos a
consumirlo ingenuamente. Esta falsa creencia ha hecho que se prohíba el uso de light
en los paquetes de tabaco, ya que inducía a fumar creyendo cándidamente que, a
diferencia del tabaco sin la etiqueta de light, era inocuo.
La hipótesis del determinismo lingüístico o de Sapir-Whorf ha recibido fuertes
críticas. S. Pinker (2003) sostiene que esta hipótesis está equivocada. Según este
autor, la idea se le ocurrió a Whorf mientras trabajaba como ingeniero en la prevención
de incendios, al comprobar hasta qué punto el lenguaje podía llevar a los empleados a

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interpretar de forma errónea ciertas situaciones de peligro. En cierta ocasión un


trabajador provocó una gran explosión al arrojar una colilla a un bidón de gasolina
supuestamente vacío, que en realidad estaba lleno de vapores combustibles. Para el
lingüista norteamericano, el error fatal se debió a que la palabra empty (vacío) significa
‘sin contenido’, pero también ‘inerte, sin valor, nulo’, lo que llevó al empleado a
interpretar, guiado por las categorías lingüísticas, que el bidón vacío no contenía nada
y, por tanto, no tenía peligro, por lo que podía arrojarse en su interior colillas
encendidas sin riesgo de explosión. Pinker defiende que el origen del desastre no
estuvo en el supuesto significado de la palabra empty, sino en un hecho muy simple:
¿acaso no es invisible el vapor de gasolina? Un bidón lleno de vapor es exactamente
igual que un bidón completamente vacío; así pues, esta catástrofe laboral fue
provocada por la vista del empleado, y no por los trucos de la lengua inglesa.
Por su parte, los psicolingüistas Roger Brown y Eric Lenneberg (1954) han
señalado dos importantes limitaciones en los estudios de Whorf: el lingüista
norteamericano no estudió directamente a los apaches, y ni siquiera se tiene
constancia de que conociera personalmente a algún miembro de este pueblo.
Además, las traducciones que el lingüista hizo de la lengua apache son literales y
torpes, como si pretendiera que sonaran lo más extrañas posible, y así pudo
parafrasear la expresión está lloviendo como ‘materia húmeda agua cae’.
A esto hay que añadir que Whorf sostenía que el hopi carecía de palabras,
formas gramaticales, construcciones o expresiones que se refieran directamente a lo
que denominamos tiempo, o a nociones como ‘pasado’, ‘futuro’, ‘duración’ o
‘permanencia’, afirmando que los hopi no tienen una noción o intuición general del
tiempo como un continuo que avanza regularmente. Sin embargo, en un estudio sobre
los hopi, el antropólogo Ekkehart Malotki (1983) demuestra que la lengua hopi dispone
de tiempos verbales, metáforas sobre el tiempo, unidades de tiempo (que incluyen los
días de la semana, las semanas, los meses, las fases lunares, las estaciones y los
años), formas de cuantificar las unidades de tiempo, y palabras como ‘antiguo’,
‘rápido’, ‘mucho tiempo’ y ‘terminado’.
Sabemos además que puede haber pensamiento sin lenguaje, como demuestra
el hecho de que existen adultos desprovistos de lenguaje en los rincones más
olvidados de la sociedad, que, pese a su aislamiento del mundo verbal, exhiben
muchas formas abstractas de pensamiento y habilidades tales como arreglar
candados rotos, manejar dinero, jugar a las cartas y pasar el rato representando largas
horas en pantomima.
Dos hechos más restan fuerza a la hipótesis whorfiana: 1) los bilingües pueden
pasar de una lengua a otra sin estar aprisionados mentalmente por ninguna de ellas, y

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2) todas las lenguas son mutuamente traducibles, de tal manera que la comunicación
interlingüística es una prueba de que no somos prisioneros de nuestra lengua.

2. Lenguaje y entorno
Hay una interrelación estrecha entre el entorno y el lenguaje. El lenguaje es una
guía muy valiosa para conocer cómo los pueblos y las sociedades se adaptan a su
entorno natural, social, material y sobrenatural.

2.1. Lenguaje y entorno natural


Siguendo a J. C. Moreno Cabrera (2000: 109), todas las lenguas están
igualmente atadas al entorno físico, aunque cada uno lo refleje en componentes
diferentes de la lengua. La visión del entorno físico varía en las diferentes culturas,
subculturas, estilos de vida y mentalidades. Podemos trazar un línea divisoria entre los
pueblos indígenas y el mundo occidental. Navarro Alcalá-Zamora (1985: 55) recoge el
dato de que los indios bororos del Amazonas disponen de 17 palabras diferentes para
el color verde, una riqueza léxica que les capacita para reconocer vegetales
comestibles y moverse por la selva y los ríos.
Para comprender mejor las diferentes formas de interpretar lingüísticamente el
entorno físico, nos fijaremos en dos aspectos: la concepción de la tierra y la expresión
de la distancia geográfica. En cuanto al primer punto, los indígenas conciben la tierra
de manera muy distinta a como lo hacemos los occidentales, que hemos sometido a la
naturaleza a profundas transformaciones (¿uso o abuso?). Carmelo Encinas (2004)
señala que lo que para los korubo, una etnia indígena de la Amazonia brasileña, es en
la selva una fuente de alimento y de cuidado corporal y espiritual, para nosotros es
simplemente «maraña agreste y maleza».
Pero dentro de nuestro mundo occidental, también son apreciables diferentes
visiones condicionadas por la mentalidad de cada individuo o grupo. José Mª
Cabodevilla (1989: 50) llama la atención sobre el hecho de que, frente a la misma
extensión de terreno, un agricultor, un pintor y un urbanista ven tres cosas diferentes.
Cuando el trozo de terreno deja de ser una tierra para cultivar y producir alimentos y
se destina a la construcción de edificios, se convierte en espacio urbanizable, o en
parcela, en boca del «urbanita» que desea huir de la ciudad en busca de la
tranquilidad del campo, mientras que el pintor ve sencillamente un paisaje.
Otro de los conceptos determinados por el entorno físico es el de la medición de
las distancias geográficas. Cuando se pregunta a un montañés de un valle por una
distancia, contesta con unidades de tiempo, ya que en la montaña lo que cuenta no es
la distancia a recorrer, sino el tiempo que invertiremos en vencer las dificultades que

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nos separan del punto de destino. Para los habitantes de montaña, los kilómetros no
son de 1.000 metros, sino de un cuarto de hora, de una hora o unos minutos, según
los obstáculos del terreno. En las rutas de montaña, las indicaciones no aparecen en
kilómetros, sino en minutos y horas. En tierras llanas, las distancias se miden en
unidades de longitud, ya que los recorridos no presentan dificultades orográficas.
Sin embargo, he aquí que las prisas de la vida moderna han cambiado la
percepción de las distancias. Ahora, para expresar el espacio que separa una
urbanización o una gran superficie comercial del centro de la ciudad, volvemos al viejo
y rural sistema temporal, reflejo de las penalidades del camino. Obsérvese que los
grandes letreros de las carreteras anuncian como reclamo publicitario mensajes del
tipo «Carrefour a 5 minutos» o «Urbanización Los Álamos, a 10 minutos de Valencia»
(casualidades de la vida, todas las urbanizaciones están a 10 minutos de la capital).
Dado el temor a los prolongados atascos en la entrada de las grandes ciudades,
parece lógico que los constructores y comerciantes recurran a este «gancho» para
persuadir al comprador que valora su tiempo como si fuera oro. De las penalidades del
relieve hemos pasado a las penalidades de las colas automovilísticas (eso, entre otras
cosas, es el progreso), y el lenguaje lo ha reflejado.
No solo los conceptos abstractos (espacio y tiempo) están condicionados por la
cultura, sino también el lenguaje relativo a las realidades de la vida cotidiana, como las
plantas o los animales. Los productos de la tierra suelen formar parte del patrimonio
lingüístico de un pueblo. De entre nuestros productos, como era de esperar, el vino ha
merecido gran atención por parte de folkloristas, etnólogos y lingüistas. Sin embargo,
en el humilde ajo pocos han reparado, a pesar de su importancia culinaria. El español
posee frases hechas: ¡ajo y agua! (abreviamiento humorístico de a joderse y
aguantarse); el se pica, ajos come; más tieso que un ajo; andar en el ajo. En algunas
zonas, a las personas con cabeza pequeña se dice que tienen cabecita de ajo. El
refranero no es tampoco ajeno al mundo del ajo: Luis Martínez Kleiser (1982), en su
Refranero Ideológico Español, recopila 21 refranes en la entrada ajo, como «Dijo la
cebolla al ajo: acompáñame siempre, majo», que nos muestra que ambos productos
son la base de nuestra condimentación tradicional. Es también objeto de adivinanzas:
«Tiene dientes y no come; tiene cabeza y no es hombre: el ajo». En el ámbito culinario
tenemos términos como ajo blanco (un tipo de gazpacho), ajoaceite, ajoarriero, etc., y
en el argot de la droga, ajo designa una dosis de ácido alucinógeno.
Los animales también están recogidos en las frases hechas: en español, a un
hombre altanero y bravucón que se impone a los demás se le llama gallito o el gallo
del corral, mientras que en inglés se dice que es el top dog (‘perro más importante’).
Para expresar que algo no ocurrirá nunca, en español se decía tradicionalmente que

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un hecho acontecerá solo cuando las ranas críen pelo, mientras que en inglés se
espera a when the pigs fly (‘cuando los cerdos vuelen’). Pero la influencia de la cultura
americana a través del doblaje de películas y series ha hecho que también en nuestra
lengua el hipótetico vuelo de los cerdos esté sustituyendo al crecimiento capilar de los
batracios, para expresar negativas a deseos o peticiones. La cultura cambia y el
lenguaje, en este caso, también.

2.2. Lenguaje y entorno social


Las relaciones humanas y sociales tienen también su reflejo en el lenguaje.
Conocer los cambios en la forma de expresar los vínculos familiares y sociales es
recorrer la evolución que ha sufrido nuestra sociedad en los últimos años. Los
sistemas de parentesco y la visión de la familia son dos claves para analizar nuestra
organización social.
Podemos distinguir seis formas de relaciones de parentesco: consaguínea,
política, de adopción, de convivencia, de leche y espiritual. La relación consanguínea
es la que se establece entre personas biológicamente emparentadas. La sangre es el
vínculo familiar por excelencia en nuestra cultura. A pesar de que la ciencia sabe que
los responsables de la herencia biológica son los genes, todavía creemos que es la
sangre la portadora de los caracteres hereditarios y la que nos une a nuestros padres,
hermanos, abuelos, tíos, primos y otros parientes. Ser de la misma sangre es lo que
nos identifica como miembros de la misma familia (Díaz Rojo, 1996).
Los avances tecnológicos en materia de leches artificiales han convertido en
innecesarias a las nodrizas (palabra en desuso), y han traído la desaparición del
parentesco de leche: solo como resquicio del pasado se habla de madre de leche
(mujer que ha amamantado a un niño sin ser biológicamente suyo) y de hermanos de
leche (personas amamantadas por la misma mujer y no nacidos de la misma madre).
De la relación espiritual (la que se establece gracias al bautismo) apenas quedan
muestras en el lenguaje vivo. La secularización de la sociedad envía al baúl de las
antiguallas las palabras de origen religioso. Se emplean escasamente vocablos como
madrina y padrino, y ¿alguien en España sabe el significado exacto de comadre y
compadre? Compadre es el padrino de un niño con respecto al padre de éste, y el
padre del niño con respecto al padrino. Las comadres comparten similar relación, pero
entre madre y madrina. En el español peninsular solo en Andalucía (además de en
México y en otras zonas de Hispanoamérica), se conservan estos términos de
parentesco, pero ya casi ni siquiera con su significado bautismal, sino con sentidos
diferentes: para designar una relación de amistad, e incluso como simple manera
afectuosa con que se dirige un hombre a otro: «Eh, compadre, ¿cómo está?».

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El parentesco político encierra sus propias particularidades lingüísticas. El


español tiene lexicalizadas las relaciones políticas de primer grado: yerno, nuera,
suegro, suegra, cuñado, concuñado (de escaso uso), a la que añadimos consuegro,
que en inglés no existe. ¿Se atreve alguien a extraer conclusiones extralingüísticas de
este hecho léxico? Más información cultural nos aporta la riqueza en refranes, chistes
y otras muestras lingüísticas que son un reflejo de la mala fama de las suegras. Si la
imagen negativa no acompañara a las madres políticas, ¿para qué inventar un
juguetito que recibe el humorístico nombre de matasuegras?
El parentesco familiar por convivencia surge cuando las parejas formadas por
separados y divorciados aportan a la nueva relación hijos de sus anteriores
emparejamientos.
La visión de la familia tiene sus reflejos en el lenguaje. Hoy se habla de crisis de
la pareja y de crisis de la familia, pero la realidad es que han surgido nuevos tipos de
relaciones familiares que amplían el viejo concepto de familia. A los términos familia
nuclear (formada por dos generaciones) y familia extensa (tres generaciones), se unen
los neologismos familia agregada (sin formalizar el matrimonio), familia monoparental
(con un solo progenitor, generalmente la madre, producto de la separación o del
divorcio, pero también de la viudedad, la maternidad en soltería o la ausencia de algún
progenitor), familia ensamblada, mezclada, reconstituida o mecano (uniones en que al
menos uno de los padres aportan hijos de relaciones precedentes), familia
homoparental (formada por dos padres o dos madres homosexuales, aunque, de
momento, solo uno de ellos es legalmente madre o padre adoptivo), e incluso familia
unipersonal (formada por una sola persona). Las rupturas y las malas relaciones han
propiciado que también hablemos de familia desestructurada. La atención que hoy
prestan las administraciones públicas a los niños desatendidos ha creado el término
familia de acogida o familia canguro, frente a familia biológica. Casi ninguna de estas
situaciones es totalmente nueva, pero el hecho de que reciben nombres por primera
vez es una forma de reconocerlas socialmente y de integrarlas en el viejo concepto de
familia, que se va ampliando paulatinamente.
Los cambios sociales han dado origen a sintagmas impensables hace solo unos
años, como novio de mi madre o novia de mi padre. Tras las separaciones y los
divorcios, surgen las nuevas relaciones amorosas, una vez libres los antiguos
esposos, ya convertidos en ex. A eso se llama rehacer la vida, después de venir de
una mala relación. Los hijos se encuentran con dos papás o dos mamás, lo que
parece que invalida el viejo dicho de que Madre no hay más que una. Términos como
pensión alimenticia y régimen de visitas son una muestra de las nuevas formas de
relación familiar y de los reajustes que los divorcios y separaciones exigen a padres e

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hijos. El descenso de la tasa de natalidad ha producido un cambio en el concepto de


familia numerosa: antes se conseguía dicha categoría familar con cuatro hijos, y hoy
solo con tres.

2.3. Lenguaje y entorno material


Los seres humanos viven rodeado de máquinas, herramientas, artilugios y
aparatos que le hacen más cómoda la vida, y que son fruto del progreso científico y
tecnológico. Los avances técnicos han ejercido una enorme influencia en la vida y el
lenguaje cotidianos. El ordenador, uno de los últimos adelantos de la técnica, ha
introducido nuevos términos desconocidos para nuestros abuelos: web, internet, email
(con sus variantes imeil o el jocoso emilio, castellanizado correo electrónico), bajarse
(un documento, un fichero), impresora, disquete, escáner, procesador, etc. Las
oficinas se han informatizado y las plumas han desaparecido de los despachos.
¿Quién se acuerda de insultar a los sufridos oficinistas con ese despectivo chupatintas
que designaba a los empleados más bajos en el escalafón y cuyo cometido era
rellenar los tinteros? Los porteros automáticos y las cámaras de vigilancia han
acabado con los viejos serenos. Sin embargo, seguimos tomando a la gente por el pito
de un sereno, aludiendo al más bien escaso carácter intimidante del arma sonora que
empleaba el pobre vigilante nocturno para asustar a los ladrones o malhechores.
Otra de los grandes conquistas técnicas de este siglo, el coche, ha generado
expresiones y frases hechas usadas en sentido figurado, como pisar el freno, dar
marcha atrás, dar luz verde, ir a 100 por hora, no te embales, adelantar por la derecha,
etc., prueba de cómo el coche ha entrado en nuestras vidas y conciencias.
La tecnología avanza y los teléfonos cambiaron hace años de diseño, pero
seguimos hablando de colgar el auricular o el teléfono, tal como decíamos cuando
hace casi un siglo lo suspendíamos de un gancho colocado sobre la pared, cuando en
realidad ahora no lo colgamos, sino lo colocamos posándolo sobre el aparato.
Como vemos, en unos casos el cambio lingüístico sigue al cambio social y
cultural, pero en otros el lenguaje se detiene, como si nada hubiera ocurrido en la
sociedad. Es una prueba de que lengua y cultura se influyen mutuamente, pero no se
determinan ni mantienen mecánicamente relaciones causa-efecto. Son muy
abundantes en el léxico y en la fraseología restos lingüísticos que perduran con el
transcurrir del tiempo como huellas fosilizadas de unas costumbres pasadas: aunque
la cultura cambia, el lenguaje no siempre sigue sus pasos. ¿Cómo si no explicar que
todavía hoy día amenacemos a alguien con que se le va a caer el pelo cuando ya no
se aplica el corte de pelo como castigo, hecho al que se refiere la expresión? Son

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frases hechas que no representan culturalmente nada, pero nos siguen siendo útiles
para la comunicación.
La televisión es otra de las más importantes fuentes de renovación lingüística.
Ahora está dominada por términos como índice de audiencia, share o prime-time, y ya
ha pasado el momento en que se proclamaba que la televisión cumplía la noble
función de formar; informar y entretener. En los tiempos que corren predomina la
telebasura (al igual que la comida basura y los contratos basura), en esta era de los
reality shows o telerrealidad.
Aparte de los neologismos periodísticos que se incorporan al habla ordinaria
gracias a la tele (la política y la economía nos ha traído términos como consenso,
convergencia europea, globalización, estado del bienestar), debemos considerar otros
fenómenos, como la sustitución de muchos sustantivos genéricos por nombres de
marcas determinadas, por el influjo de la poderosa publicidad televisiva: si queremos
unos pantalones pedimos unos Levi's o unos Liberto, y si deseamos unas zapatillas
deportivas pedimos unas Nique o unas Adidas. Cualquier artículo de consumo tiene
nombre propio. Este fenómeno, el marquismo, aunque se ha acrecentado en nuestros
días, no es nuevo. Empezó con la llegada de las marcas al mercado y nos
encontramos ejemplos muy consolidados: la gente pide un cola-cao en vez de un vaso
de leche con cacao, y se bebe una fanta en lugar de un refresco de naranja o limón.
No solo la obsesión por las marcas ha dejado sentir su huella en el lenguaje.
También la sociedad consumista ha generado palabras y expresiones impensables en
otro tipo de culturas en las que no existe aún el concepto de compra compulsiva,
oficina del consumidor, hoja de reclamaciones, días comerciales, saldo, liquidación,
descuento, rebajas, etc.

2.4. Lenguaje y entorno sobrenatural


Las creencias en un ser superior o en la vida del más allá forman parte de la
cultura. La extraordinaria influencia que la religión ha ejercido en nuestra cultura se ha
reflejado en multitud de dichos, palabras y modismos: solo con la mención de Dios,
tenemos como Dios manda; a la buena de Dios; costar Dios y ayuda; dejado de la
mano de Dios; ser una bendición de Dios; Dios aprieta, pero no ahoga, etc. Pero en
las últimas décadas se han ido perdiendo muchos de los valores religiosos
tradicionales. La secularización lingüística ha seguido a la secularización social,
aunque no van totalmente parejas, pues es sabido que los cambios del lenguaje
acontecen más lentos que los cambios en la sociedad. En algunos casos, es claro que
la pérdida de valores religiosos ha supuesto la desaparición de costumbres verbales:
hace unos años, cuando el maestro pasaba lista, los alumnos contestaban al oír su

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nombre con la fórmula Para servir a Dios y a usted. También era frecuente la fórmula
de salutación Ave María Purísima, emitida al entrar en una casa, que era respondida
con la expresión Sin pecado concebida.
En la actualidad, estamos asistiendo asimismo al combate del adiós (procedente
de la elipsis a Dios seas) y del Quede usted con Dios, contra el laico chao (del italiano
ciao), el bye-bye, el hasta luego y el hasta ahora, que empleamos aunque no vayamos
a vernos en unas cuantas horas. Expresiones como Gracias a Dios, A Dios gracias o
Si Dios quiere, se oyen cada vez menos en boca de los jóvenes. Pero no siempre se
produce un parelelismo entre lengua y cultura, pues aún se conservan expresiones de
origen religioso: si nos encontramos a gusto en algún lugar, todavía estamos en la
gloria; y si nos encontramos mal, decimos que no estamos muy católicos. No en vano,
el bien y el mal son dos conceptos que hemos recibido a través de la religión.

3. Mecanismos lingüísticos que reflejan la cultura


La influencia de la cultura sobre el lenguaje se manifiesta en todos sus niveles y
modalidades. La comunicación no verbal se vale del lenguaje corporal, que está
vinculado a la cultura de los pueblos y las sociedades. En el lenguaje verbal, la
fonética, la gramática y especialmente el léxico están influidos por las creencias y las
conductas de sus hablantes.

3.1. Mecanismos lingüísticos de carácter no verbal


Cada comunidad refleja su cultura a través de sus gestos. La gesticulación, sea
real o supuesta, es tan característica de cada pueblo que algunos húngaros se atreven
a describir el carácter de otras naciones mediante los dedos de la mano. Con el dedo
índice estirado (el dedo autoritario) definen a los rusos, a los que ven siempre en
actitud de mando; con los dos dedos en forma de V, a los americanos, siempre
triunfalistas; con tres dedos, el pulgar frotando el índice y el corazón, a los judíos, por
su supuesta afición al dinero; la mano extendida con el pulgar oculto sirve para aludir a
los alemanes, pues este era el saludo durante el periodo nazi; y con los cinco dedos, y
la mano extendida, imitando el gesto típico de los pedigüeños, describen a los polacos,
a los que ven como un pueblo que siempre está pidiendo.
No en todas las culturas o sociedades se gesticula de la misma manera para
expresar los mismos contenidos. Es muy conocido en Europa el caso de los búlgaros,
que balancean la cabeza a derecha e izquierda para decir sí, y de arriba abajo para
decir no. (Moreno Cabrera, 2000: 105).
Hay otros ejemplos característicos sobre la importancia cultural del lenguaje no
verbal. Actualmente, el bronceado, por ejemplo, no tiene las connotaciones de antaño.

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Como nos recuerda Amando de Miguel, las clases altas pudientes de hace un siglo
presumían de una cuidada palidez. El bronceado era entonces un signo de trabajo al
aire libre. En la actualidad, el bronceado permanente –sol, nieve, rayos ultravioleta– ha
perdido su sentido peyorativo y pasa a expresar el estilo de vida de la persona capaz
de «veranear» durante todo el año .

3.2. Mecanismos lingüísticos de carácter verbal


No podemos profundizar mucho en un análisis detallado de la influencia que
ejerce la cultura sobre cada uno de los niveles de la lengua. Por eso, en este apartado
tendremos que limitarnos a comentar algunos ejemplos sacados de diversas lenguas y
modalidades lingüísticas. Creemos que son una muestra mínima pero representativa
de que todos los planos se ven afectados por los valores culturales vigentes en una
sociedad, así como de las limitaciones de la relación lengua-cultura.

3.2.1. Nivel fonético


La fonética es en ocasiones una seña de identidad de las subculturas. Tal es el
caso, por ejemplo, de la pronunciación afectada propia de los jóvenes de clase media-
alta que conocemos con el nombre despectivo de «pijos», caracterizada por unos
rasgos peculiares: articulación tensa de la /s/, de manera arrastrada, en una especie
de siseo; relajación de la pronunciación de las vocales (la /a/ se cierra en /o/: papá se
pronuncia como una especie de popó); cierta nasalización y modulación del habla
(Vigara Tauste, 2002).
Asimismo, la onomatopeya y el fonosimbolismo son dos fenómenos fonéticos
estrechamente vinculados a la cultura (Díaz Rojo, 2002). En ocasiones se ha otorgado
un valor psicológico a los fonemas, sobre la base de que los sonidos evocan
conceptos abstractos. Es cierto que los fonemas sugieren sensaciones, pero no
creemos que el fonosimbolismo sea una propiedad intrínseca de los fonemas, sino
más bien una cualidad adquirida culturalmente, y además de tipo de subjetivo. Así, por
ejemplo, María Moliner (2003) asigna un valor despectivo a /ch/; sin embargo, son
abundantes los nombres hipocorísticos que contienen dicho fonema, como Chelo,
Chuchi, Cholo, Chechu, Pocholo, Nacho, Chus, Charo, etc., en los que no solo no hay
matiz despectivo, sino que poseen una carga afectiva y cariñosa. Existen otras
palabras en que efectivamente la /ch/ aporta un contenido peyorativo, como las
formadas por los sufijos despectivos -ucho y -acho: populacho, flacucho, ricacho,
periodicucho, o en mamarracho. Si esto es así, y la /ch/ posee valores opuestos,
debemos pensar que las cualidades evocadoras no son intrísecas al fonema, sino que
son adquiridas por la cultura en contextos concretos. En el caso de los citados

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nombres, la carga afectiva puede derivarse de que la /ch/ es característica de la


pronunciación infantil.

3.2.2. Nivel morfosintáctico


También las categorías gramaticales pueden ser reflejo de la cultura, pero dado
que las unidades morfológicas y las estructuras sintácticas son más estables que el
léxico, son menos susceptibles de la influencia de los cambios sociales y culturales.
En ocasiones se producen abusos interpretativos, como en el caso de K. Vossler
(1921), que realizó sorprendentes asociaciones entre rasgos lingüísticos y rasgos
culturales, al relacionar el artículo partitivo de la lengua francesa con el supuesto
espíritu práctico, mercantil y calculador del pueblo francés, lo que le valió merecidas
críticas por sus excesos.
Por su parte, J.-P. Vinay y J. Dabelnet (1958), en su estilística comparada de las
lenguas, señalan que existen diferencias en la forma de expresar el movimiento en
inglés y francés. En la primera lengua, la dirección de todo tipo de movimiento se
expresa con un mismo verbo (to go), al que se añade una preposición para especificar
la dirección (to go in ‘entrar’, to go out ‘salir’, to go up ‘subir’, to go down ‘bajar’); en
francés se lexicaliza cada dirección con unidades diferentes (entrer, sortir, ascendre,
descendre). Sin embargo, en inglés se lexicaliza el medio de transporte en el mismo
verbo (to fly ‘ir en avión’), mientras que en francés es preciso recurrir a una perífrasis
formada por un verbo más el lexema que indica el medio, traveser en avion. Esto
quiere decir que el inglés incorpora la manera al verbo de movimiento, mientras que el
francés incorpora la dirección. Se trata, por tanto, de dos formas diferentes de
expresar lingüísticamente una misma realidad, sin que por ello haya que extraer
conclusiones sobre la forma profunda de ver los viajes de ingleses y franceses.
Más relevante culturalmente es una preferencia morfosintáctica típica del
benasqués (Morant et al., 1995), modalidad lingüística hablada en el Alto Aragón,
cuyos hablantes no se refieren a su morada diciendo mi casa, sino casa nuestra. Para
los benasqueses, la casa es el eje esencial en torno al cual gira la vida en el Valle,
como la masía para los catalanes o el caserío vasco. La casa es un complejo
antropológico que Ballarín (1974: 87) define como la suma de la familia, su pasado
histórico, la casa-habitación, sus dependencias, sus tierras y ganados y, algo esencial,
el rango social que de todo ello se desprende. Es revelador de su importancia el hecho
de que casi nadie conozca a los convecinos por su apellido, sino por el nombre de la
casa. Aunque viva sólo un único descendiente, seguirá siempre sintiéndola como
perteneciente a un colectivo, y se referirá a ella por medio del posesivo plural casa

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nuestra, pues la concibe como una comunidad formada por los que fueron, los que son
y los que serán.

3.2.3. Nivel léxico-semántico


El léxico y la semántica, como partes más externas del lenguaje, son los planos
más afectados por la cultura, y por ello nos detendremos especialmente en ellos. Más
que analizar clasificaciones y taxonomías de plantas, terminologías de colores o
vocabularios del parentesco en lenguas exóticas, como suele ser habitual en la
bibliografía lingüística-antropológica, consideramos más interesante para un público
amplio tratar un campo semántico profundamente influido por los valores sociales
vigentes, la salud, y en español, como lengua que nos es totalmente próxima.
Una de las características más notables de la sociedad actual es el culto al
cuerpo y a la salud. Es un fenómeno íntimamente ligado al consumismo y al ocio
modernos, cuya influencia en el lenguaje cotidiano es muy apreciable. Observemos en
primer lugar el caso del tabaco. Hasta no hace mucho en nuestra sociedad el fumar
era un hábito aceptado por todos que desempeñaba múltiples funciones: se
consideraba un placer sensual, se presentaba como sedante y se tenía como una
forma de relacionarse: no nos sorprende, pues, que Jardiel Poncela diera la siguiente
definición de cigarrillo: «Tubito de papel lleno de una sustancia indefinible que sirve
para destrozar la laringe y para entablar conversación con los compañeros de viaje». Y
no sólo para la amistad, sino también era eficaz para las relaciones amorosas. Las
preguntas «¿Tienes un cigarro?», «¿Me das fuego?» y «¿Fumas?» han sido excusas
muy utilizadas para revelar el interés por una persona e iniciar el contacto. Y en los
lugares de trabajo, fumar ha sido siempre sinónimo de descanso («En todos los
trabajos se fuma»).
Ahora bien, las connotaciones del tabaco empezaron a cambiar en el momento
que de símbolo de amistad y placer pasó a convertirse en un veneno, asociando
tabaco y mortalidad. Empezó a hablarse entonces del efecto nocivo del tabaco, y
pronto surgió un nuevo lenguaje: los no fumadores pasaron a ser fumadores pasivos,
con los riesgos para la salud que ello comportaba; apareció el movimiento antitabaco;
y comenzamos a recibir mensajes del tipo «Las Autoridades Sanitarias advierten que
el tabaco perjudica seriamente la salud» o «El tabaco mata» (Morant, 2003).
El tabaco ha pasado a ser una droga. Para reforzar esta opinión, se recurre a los
sinónimos connotativos, a palabras con el mismo significado pero que producen
efectos distintos. Esto explica que al tratar el hábito de fumar, unos hablen de la
adicción al tabaco y otros de pequeño vicio; al referirse a los consumidores de tabaco
unos prefieren usar la expresión adictos a la nicotina, mientras que los otros prefieren

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hablar de fumadores; para describir el estado de los fumadores-fumadores, unos dicen


que están enganchados (a la nicotina), y cuando esta les falta sufren el síndrome de
abstinencia, conocido coloquialmente como mono; los otros, en cambio, dicen que
sufren las pequeñas tiranías del tabaco. Los detractores consideran el hábito de fumar
como una toxicomanía, y por eso hablan de desintoxicación tabáquica. Es una guerra
lingüística que refleja una guerra de visiones e intereses.
Del tabaco podemos pasar a la alimentación. El culto al cuerpo y a la salud ha
cambiado nuestros hábitos alimenticios: estamos en la cultura del comer sano. Como
cabe esperar, el léxico alimentario ha cambiado durante los últimos años, y cada vez
son más los términos procedentes de la terminología de la nutrición que invaden la
publicidad confundiendo más que enseñando al consumidor: vocablos como omega 3,
probiótico, muy similar a prebiótico, antioxidante, lactobacterias, betacaroteno y
muchos más forman parte de ese tipo de mensajes publicitarios que es el reclamo de
salud, uno de los fenómenos más característicos de la cultura sanista actual, y que
proclama beneficios saludables para nuestro organismo. De los productos más típicos
de esta moda saludable, los llamados alimentos funcionales (enriquecidos o privados
de algunos componentes para favorecer la salud), se nos dice que previenen las
enfermedades, cuando en realidad solo podemos afirmar que reducen el riesgo de
padecerlas, siempre que además contribuyan otros factores genéticos y ambientales.
Se emplean asimismo de forma imprecisa los términos natural (cuando en
realidad casi todos los alimentos han sufrido algún proceso industrial) y sano (todos
los alimentos son sanos, pues de lo contrario, si fueran dañinos, no serían alimentos).
Se juega con términos como bio, que designa a los alimentos ecológicos (aquellos
cuyas materias primas no han sido tratadas con productos sintéticos o químicos), pero
también se emplea para alimentos que no proceden de la agricultura o ganadería
ecológicas, creándose polisemias y ambigüedades peligrosas, que esconden intereses
comerciales.
Recibimos multitud de mensajes engañosos y falsos que nos inducen a comprar
y comer alimentos a los que otorgamos poderes casi mágicos para evitar
especialmente el cáncer y las enfermedades cardiovasculares. Estas son las
enfermedades de la opulencia, aquellas que más gasto sanitario producen a los
gobiernos, y por eso nos incitan a adquirir y costear de nuestros bolsillos leches
enriquecidas en calcio y vitaminas, galletas con fibra o yogures con efecto bífidus, a
precios muy superiores a los alimentos convencionales.
Por todo ello, el lenguaje engañoso (y en ocasiones directamente falso y sin el
debido respaldo científico), de los reclamos de salud (del tipo
controla/mantiene/cuida/ayuda a reducir el nivel de colesterol), repetidos

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machaconamente hasta la saciedad en los anuncios televisivos y en el mismo


etiquetado de los alimentos, contribuye a forjar la falsa idea de que nuestras conductas
y hábitos de vida, el llamado estilo de vida, es el factor determinante de nuestra salud,
ocultando que las condiciones laborales, sociales y económicas, además de la
genética, también condicionan el estado de nuestro organismo. Pero es la época de
personalizar y culpabilizar al individuo, antes que buscar soluciones sociales
destinadas a mejorar nuestro entorno y nuestras condiciones de vida. Como se ve, la
etnolingüística posee también una vertiente aplicada, que nos puede ayudar a
comprender mejor nuestro mundo y fomentar el espíritu crítico (Díaz Rojo, Morant
Marco, Westall, 2004).

4. Lenguaje y subculturas
Una subcultura es un conjunto de creencias, valores, actitudes y pautas de
conducta peculiares propias de un grupo social inmerso en una cultura más amplia.
Los delincuentes, los drogadictos, los estudiantes, los soldados de reemplazo, los
militares, las prostitutas, etc. forman subculturas con variedades de habla que reflejan
su peculiar forma de ver el mundo y de actuar. En este trabajo no podemos analizar
todas y cada una de dichas subculturas, y tan solo ofreceremos algunos rasgos
característicos del lenguaje de los delincuentes, de los militares y de los estudiantes.
En la modalidad lingüística de los delincuentes se refleja una visión del mundo
distinta a la nuestra: para ellos, las víctimas de sus delitos son los tontos, o sea, los
primos o julais, julandras o julandrones; las Fuerzas de Seguridad del Estado son sus
enemigos: no es extraño, pues, que utilicen términos despectivos como maderos,
monos, bofia o pasma para referirse a ellos.
En su lenguaje se manifiesta una evolución en las actividades delictivas. Han
desaparecido algunas modalidades, como los ladrones de pañuelos o safistas, y
ladrones de gallinas o gumarreros, pero han surgido otras, como, por ejemplo, la de
los rodanteros o ladrones de vehículos, o la de los camellos o pequeños traficantes de
droga, desconocidos prácticamente hasta la década de los setenta.
El mundo militar es también proclive a crear su propio lenguaje, espejo de sus
diferencias con la vida civil. Los pilotos militares de la Escuela de Caza y Ataque del
Ejército del Aire Español, con sede en el Ala 23, en Talavera la Real (Badajoz), son
llamados por su calidad y preparación patas negras, nombre que toman del exquisito
jamón extremeño, elaborado en la misma tierra en que se halla su escuela. A ‘pasar
miedo’ lo llaman pasar culo, y el ‘buen tiempo’ es sol y moscas. Los pilotos atienden a
nombres de guerra, alias grabados en la visera de su casco que les acompañarán
durante toda su vida profesional: Eme, Gordo, Saba, Tex, Cherif, etc. El tiempo es un

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valor fundamental en sus carreras, al igual que para los soldados de reemplazo, pero
con un sentido opuesto. Los patas negra miden su preparación en horas de vuelo
(«Tengo cien horas de vuelo», como expresión de la experiencia), mientras que los
soldados contaban los meses, las semanas, los días y las horas como una marcha
atrás («Soy mesías, no me quedan meses, sino días», para expresar el deseo de
licenciarse y volver a la vida civil).
La vida de los soldados de reemplazo giraba en torno a la obsesión por el tiempo
y el rechazo del orden establecido (Morant Marco, 1997-1998). Basta con ver cómo
clasificaban a los reclutas para comprobar la importancia del tiempo en el cuartel: los
veteranos recibían el honorable nombre de abuelo, bisabuelo o wissa (transgresión
ortográfica de bisabuelo), y a los novatos se les llamaba despectivamente monstruo,
pollo, chivo o bulto.
Otro ejemplo muy ilustrativo lo constituye el lenguaje estudiantil, cuyos rasgos
son un reflejo de su visión del mundo escolar (Morant Marco, 2002). Los profesores
(más conocidos como profes) son bautizados con los más ingeniosos (y a veces
hirientes) motes, alusivos a defectos físicos y psíquicos (al lector le vendrán a la mente
unos cuantos apodos de su etapa de estudiante). La costumbre de los alumnos de
faltar a clase sin justificación alguna recibe los más variados nombres dependiendo de
la zona: hacer pellas, correrse las clases, fumarse las clases, hacer novillos, hacer
pirola, etc. La obligación primordial del alumno, esto es, el estudio, es una actividad
intelectual que los estudiantes perciben a través de los actos físicos que la
acompañan: calentar la silla, pelarse los codos, romperse los codos, quemarse las
cejas (alusión a la costumbre de estudiar a la luz de las velas, cuya llama podía
quemar las cejas) o chupar flexo (paso de la vela a los aparatos eléctricos); no faltan
metáforas alusivas a la postura de estar sentado largas horas, como las aves cuando
incuban los huevos (empollar).

5. Conclusión
Nuestra intención ha sido introducir al lector en seis ideas fundamentales sobre
la relación entre el lenguaje, la cultura y el pensamiento: 1) la cultura influye en la
lengua, pero no de forma mecánica y determinista; 2) el lenguaje cambia con la
cultura, pero no siempre caminan en paralelo (en ocasiones, también se pretende
hacer cambiar la sociedad y la cultura con el lenguaje; por ejemplo, en el caso de la
reforma lingüística feminista); 3) una lengua extensa geográficamente, como el
español, no contiene una sola visión del mundo, sino que es sedimento histórico de las
visiones del mundo de las distintas generaciones y grupos humanos que la han
hablado; 4) la diversidad cultural, manifestada en las distintas subculturas, estilos de

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vida y mentalidades, tiene su correlato en la variedad lingüística (significados


diferentes de una misma palabra; designaciones diversas para una misma realidad,
adaptación al contexto cultural; existencia de registros, modalidades de habla,
sociolectos y etnolectos); 5) no existen lenguas primitivas o inferiores ni lenguas
desarrolladas o superiores; todas ellas reflejan y contienen las creencias y valores
culturales con que las comunidades de hablantes se adaptan al entorno natural, social,
material y sobrenatural; y 6) el lenguaje puede orientar el pensamiento y facilitar
algunos procesos cognitivos, pero no lo determina, así como tampoco constriñe o
aprisiona nuestra mente.

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