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Palabreus en capicúa

Se enciende la luz del teléfono celular, ocho y media de la noche, lo tengo en mi


mano derecha, el covid - 19 esta allí presente como El látigo que me golpea
cualquier certeza de que estoy viva, recibo un mensaje de whatsapp de un
número desconocido, antes de leerlo abro bien los ojos, hago zoom a su foto del
perfil, ¿quién será éste?, ¿a quién se parece?, ¿ese perrito lo he visto?, ¿esa será
su mamá?, volteo el teléfono en todos los ángulos posibles intentando conseguir
respuestas adivinando aquella imagen, la pantalla es una especie de oráculo que
generalmente no me funciona, me apresuro hacer un capture para publicarlo en el
grupo “Familia”: ¿Ustedes conocen a esta persona? ¿Recuerdan ese perro?,
¿Mauri, no es el que te mordió en el patio de Elena la peluquera?, ¡Conchale,
pónganse los lentes! y vean los muebles ¿los reconocen? Me atrevo a decirles
aunque sé que destaparé la dimensión desconocida de las respuestas.
Finalmente, irremediablemente, tuve que leer: “Buenas noches mi estimada”, solo
existe una persona en este planeta que me saluda así: -por favor agrega este
nuevo número telefónico al grupo Palabreus porque el mío no sé que pasó. Ahora
es de una tal Glenda -. Fue toda la comunicación.

¿Glenda? La única que conozco es la de Cortázar, la que querían tanto, tanto,


que le ofrecieron “una última perfección inviolable”. A esa hora de un martes con
fecha capicúa, 22022022 me encuentro en mi cuarto que parece una tumba y
tenemos el deber de salvar el grupo de Glenda, la desconocida, la sin glorias
cinematográficas ni literarias, es una felina que nos observa a través de El prisma
de la virtualidad que recién ahora después de dos años descubrimos su
existencia, no sabemos si coincidencia o no, pero esta Glenda quizás en
venganza de aquél clan de fanáticos decidió sabotear un grupo, que tampoco es
un club, como aquél de Irazusta o Diana Rivero, no, tampoco somos un clan, ni
sabemos cuántos somos, lo cierto es que formamos parte de esos cientos, quizás
miles o millones de seres que aman leer y aventurarse a escribir, que tratamos de
salvar la perfección del hombre con nuestras lecturas, discusiones o con el simple
resguardo de las obras en nuestras bibliotecas.
Soy la administradora del grupo de whatsapp, mi mayor poder es agregar o
bloquear participantes, un cargo que heredé sin consulta en medio de esas
discusiones comunes que ocurren cuando dos o más personas se unen, sin
embargo, en el momento que iba a ejercer mi poder para anexar al compañero,
algo extraño sucedió… alguien había manipulado sin que percibiéramos la
configuración, ahora la administradora era Glenda.

Nunca se sabe por qué la tecnología desordena el mundo que conocemos y


es allí donde nos vemos obligados a cambiar, reinventarnos, correr para
resguardar nuestra memoria, la humana y salvaguardar la identidad tan gaseosa
en estos tiempos. Escribo un S.O.S en el chat, responde con su sobresalto
habitual quién por naturaleza tiene monitoreado a cada uno de los miembros del
grupo, el vigilante de toda las marañas comunicacionales y el cazador de libros
virtuales, el que ve más allá en negativo frecuentemente, el sabueso, el inspector
con título, el Sherlock Holmes: - ¿cómo sabes que no clonaron el teléfono? Quién
te escribió puede ser Glenda que quiere apropiarse, estafarnos, cualquier cosa,
hay que investigar”, yo con el mundo ya al revés por el miedo de ser parte de las
estadísticas mundiales no tengo muchas ganas de buscarle las cinco patas al
gato, gato que de paso no veo, solo resolver ese es el objetivo, no tenemos
muchas opciones: se negocia con nuestra Glenda que no es Jackson ni Garson o
sencillamente debemos abandonar todos este lugar seguro, mágico, variopinto ,
secreto, el chat de Palabreus que tiene casi 2 años de creado, de nuevo el
número dos aparece ¿será coincidencia?, mi propuesta es crear un segundo
grupo (dos otra vez) con el mismo nombre, el mismo ritmo, los mismos buenos
días de stickers de café, desayunos imaginarios, promesas de abrazos y
conversaciones con vino y tequeños en persona como si tuviéramos asegurado
los boletos diarios que nos da Dios para vivir los instantes, es un grupo verde, no
por ecológico sino por la esperanza esa que Cortázar en Rayuela la describió
como “esa puta vestida de verde” y en una entrevista expresó: “me gustan las
putas porque devuelven con gracia lo que nuestra infame sociedad les quita o les
impone, y me gusta el verde porque es ácido y violento” ¡Debemos saltar del
barco. Hemos naufragado!. Glenda es como El fuego de la nieve, nos derrite, nos
desaparece.

Suena mi teléfono otra vez, diez de la noche, solo escucho a el detective


mientras observo mis pies inflamados en lo alto de un almohadón azul y siento mi
cuerpo cansado de Los delirantes sueños covid: - ¡No podemos saltar así por así
del barco! ¡Aquí tenemos los tesoros!, ¡los vamos a perder! Pensaremos una
salida, llamaré a El Emperador.-, es lo que único que escucho cuando todo
comienza a tener sentido: Glenda quiere nuestro acervo de libros virtuales para
modificarlos, esta vez no para que sean perfectos como hicieron con sus escenas
de las distintas películas, así, el Quijote ganaría su batalla con los molinos de
viento, el pelotón de fusilamiento dispararía a toda prisa sin darle oportunidad al
Coronel Aureliano Buendía a recordar la tarde remota que conoció el hielo, el
Poema XX de Neruda tendría versos alegres y el Jesús de la Biblia ahora se
llamaría María Magdalena.

Los frágiles retornos del Emperador como administrador absoluto del grupo
son consecuencia de momentos caóticos ¿y… si fuera él quien con El uso de la
elegancia edita nuestros destinos literarios?

A pocos minutos de terminar aquél día, Glenda desapareció, su número


telefónico ya no formaba parte del chat de Palabreus; “no se baja vivo de una
cruz”.

Leticia Castillo
Maracay, Marzo 2022

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