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Resumen
Las páginas que siguen posibilitan una acotada, aunque, confío, sólida introducción al pensar
macintyreano. Se despliegan aquí dos de las cuestiones que más han ocupado la reflexión de
nuestro autor: su profunda crítica a la cultura contemporánea y la necesidad de «volver a la virtud
y a la vida comunitaria». El artículo también brinda la posibilidad de reconocer algunos matices de
la particular recepción iberoamericana de la obra de uno de los más importantes filósofos morales
de nuestro tiempo.
Palabras clave
27
Tradición, Emotivismo, Virtud, Comunidad
Abstract
The following pages provide a brief, although -as I trust- substantial introduction to macintyrean
thought. Here are displayed two of the most important topics for our author: his deep critic of the
contemporary culture and the necessity of «return to virtue and community life». This article too
provides the possibility of recognizing some aspects of the special Iberoamerican reception to the
work of one of the most relevant philosophers of our time.
Keywords
Tradition, Emotivism, Virtues, Community
Introducción
El texto que propongo es fruto de una serie conferencias dedicadas a describir algunos
tópicos fundamentales del pensamiento moral de Alasdair MacIntyre, las que me fueron
oportunamente solicitadas por dos prestigiosas universidades de Perú, me refiero a la
Universidad de Piura (UDEP), con sedes en Lima y Piura, y a la Universidad Católica San
Pablo (UCSP) de la ciudad de Arequipa.
Teniendo en cuenta que se trata de una presentación de carácter divulgativo, la
exposición se articula en los siguientes puntos: en primer término, desarrollo una
semblanza biográfica del filósofo (i). Seguidamente, comparto unos breves párrafos de
distintos colegas de Iberoamérica (todos ellos prestigiosos estudiosos de nuestro autor) en
los que se destaca aquello que, a su juicio, constituye el aporte principal del pensamiento
macintyreano (ii). Luego, el tercer momento, despliega tres importantes aspectos de su
filosofía: la crisis actual de la moral y la necesidad del compromiso con una tradición (iii.a);
las notas predominantes del emotivismo cultural contemporáneo (iii.b); las características
de la tradición moral de virtudes (iii.c). Para finalizar, planteo una breve reflexión donde
me cuestiono las posibilidades reales de «encarnar» las tesis de MacIntyre en nuestro
tiempo (iv).
Ya desde el comienzo ha de quedar manifiesto que la filosofía de MacIntyre, anclada
en la tradición moral aristotélica y tomista, expresa un pensamiento contracultural. Dos
breves citas de su último libro bastarán para advertirlo de manera convincente:
«La historia de la Modernidad, en la medida en que ha sido una historia de logros artísticos
y científicos […] es verdaderamente la historia de unos logros igualmente genuinos y
admirables. Y nada de lo que he dicho aquí o en otro sitio implica lo contrario. Sin embargo,
esta es la misma Modernidad en la que se han generado nuevas formas de desigualdad
opresiva, nuevos tipos de empobrecimiento material e intelectual, y nuevas frustraciones y
descarríos del deseo»1. 28
Y más adelante:
«Es a menudo esta riqueza cultural de la Modernidad capitalista la que cautiva a sus grandes
admiradores cegándolos a la vez respecto a sus horrores y limitaciones, antes que nada,
respecto a sus estructuras de desigualdad, nacionales y globales, que a tantos condenan a la
pobreza, el hambre y la exclusión de las riquezas culturales de la Modernidad. Pero incluso
quienes no están condenados y excluidos de esta manera, también sufren habitualmente
privaciones […] [ya que] Se les ha educado inadecuadamente en cuanto a cómo realizar sus
elecciones»2.
Síntesis biográfica
Según anticipé en la introducción e, dedicaré unas páginas a describir el itinerario personal
y académico del autor. Conocer, aunque sea escuetamente, su biografía nos ayudará a una
mejor comprensión de su propuesta moral.
Alasdair Chalmers MacIntyre nació el 12 de enero de 1929 en Glasgow (Escocia) en
el seno de una familia de tradición presbiteriana. Realizó sus estudios primarios en Irlanda
del Norte donde recibió un fuerte influjo de la cultura oral gaélica. Las historias de
granjeros, pescadores y poetas que allí conoció marcaron su pensamiento. Estos relatos de
prácticas comunitarias contrastaban sobremanera con los modos de vida burguesa
característicos de la urbe y de acentuados rasgos individualistas. La tensión entre una forma
de vida anclada en una comunidad local y el modo de vida propio de las grandes ciudades,
formada por sujetos anónimos entregados a la frivolidad y al consumo, se verá reflejada en
toda su obra.
Cursó sus estudios universitarios en el Queen Mary College de Londres. En 1948 se
vinculó al marxismo y acabó afiliándose al Partido Comunista Británico dentro del ala
trotskista. En 1949, culminó sus estudios de cultura clásica y en 1951 obtuvo el doctorado
en Filosofía en la Universidad de Manchester3. De 1951 a 1969 enseñó Filosofía y
Sociología en diferentes universidades: Manchester, Oxford, Leeds, Princeton, Essex.
Luego de ese período, al abandonar su adhesión al comunismo, emigró a los Estados
Unidos y enseñó Filosofía en varias universidades hasta 1984: Brandeis, Boston, Wellesley
College, Vanderbilt, Yale. A partir de 1988 se instaló en la Universidad de Notre Dame
(Indiana).
En una entrevista concedida a la revista Cogito en 1991, el propio MacIntyre dividió
su itinerario intelectual en tres grandes períodos4. La primera etapa de su actividad
filosófica abarca 1951-1970 y comienza justo en el momento de recibir el doctorado. En
estos primeros años toda su labor académica confluye en el intento de conciliar cuatro
tradiciones de pensamiento: el marxismo, el psicoanálisis, la filosofía analítica y el
cristianismo.
En 1953, cuando apenas tenía 23 años, escribió Marxism: An Interpretation. Al
redactar este libro MacIntyre se concebía a sí mismo como un cristiano-marxista. Por este
motivo, intenta conciliar el cristianismo de cuño protestante en el que había sido educado
con el marxismo de juventud recientemente asumido. Se trata de un trabajo que pone
especial énfasis en los horizontes compartidos por ambas cosmovisiones: sentido de
comunidad y antiliberalismo. El marxismo no se coloca en una relación de antagonismo
con respecto al cristianismo, sino que tiene mucho de los rasgos de una herejía cristiana5.
En 1968, bajo el título Marxism and Christianity, aparece una nueva versión de este
primer libro en la que, sin embargo, el autor se muestra mucho más escéptico frente a
3 RAMIS BARCELÓ, R. Derecho natural, historia y razones para actuar. La contribución de Alasdair
MacIntyre al pensamiento jurídico, Dykinson, Madrid, 2012, pp. 25-26.
4 MACINTYRE, A. «An Interview with Alasdair MacIntyre», Cogito, 5, 2 (1991), pp. 67-77.
5 MACINTYRE, A. Marxismo y Cristianismo, Ed. Nuevo Inicio, Granada, 2007, p. 10.
ambas cosmovisiones. En este segundo trabajo comienza a vislumbrarse otra cuestión que
será sumamente importante para el futuro de su pensamiento. Me refiero al papel de la
historia y del contexto social en el tratamiento de una teoría. El marxismo es —para el
MacIntyre de este período— la primera teoría que toma conciencia de la importancia de la
historia al querer transformarla6. Cabe agregar aquí que en el año 1995 (2007) MacIntyre
reeditó este segundo libro y le antecedió un prólogo escrito ya desde su adhesión a la fe
católica.
La motivación por el pensamiento de Freud se pone de manifiesto en 1958 con la
publicación del libro The Unconscius: A Conceptual Analysis. En este estudio MacIntyre
propone un análisis lógico del concepto de inconsciente aplicando los postulados teóricos
del neopositivismo. Es pertinente aclarar que el «freudomarxismo» nunca llegó a interesar al
autor, lo cual permite comprender su profunda crítica a Marcuse en tanto que marxista y
freudiano. Su interés por el psicoanálisis culmina con la publicación de un ensayo crítico
sobre la filosofía de Marcuse, Herbert Marcuse: An Exposition and a Polemic (1970).
En el intermedio de sus preocupaciones marxistas y freudianas, y mientras se destaca
la importancia de conocer el contexto histórico, en 1966 aparece A Short History of Ethics.
Este nuevo libro marca el comienzo de su proyecto de contextualización social e histórica de 30
la ética. La influencia de R. G Collingwood es fundamental en esta concepción de la moral
como disciplina esencialmente histórica, tanto en su materia como en sus modos de
investigación7. Por otra parte, en esta obra se encuentra al MacIntyre menos cristiano; su
valoración de la Edad Media merece solo unas pocas páginas. Además, asume en este texto
los esquemas hegelianos de la filosofía de la historia, considerando al cristianismo como un
mero desprendimiento de la filosofía griega8.
El inicio de lo que el autor denomina su etapa de revisión (1971-1977) está signado
por la publicación de Against the Self-images of the Age (1971) y el traslado a los Estados
Unidos. Este último libro constituye, en cierta medida, el fruto de una autocrítica a sus
estudios precedentes sobre el marxismo, el psicoanálisis y la doctrina cristiana; también se
anticipa aquí el fuerte descontento que mostrará con la Modernidad. En este segundo
período, considerará que la historia de la ética moderna (aquello que luego denominará
fracaso del proyecto ilustrado de justificación de la moral) solo puede explicarse por el
En 1990 sale a la luz Three Rival Versions of Moral Enquiry? En este libro MacIntyre
se presenta ya como un pensador decididamente tomista y continúa la senda intelectual
abierta por los grandes protagonistas de la renovación de esta tradición, acaecida luego de
la publicación de la Encíclica Aeterni Patri en 1879. El autor coincide con el tomista alemán
Joseph Kleutgen (1811-1883) en establecer una ruptura fundamental en la historia del
pensamiento; una brecha que separa en dos a la razón y a sus modos de investigación. La
Filosofía se divide entonces en dos períodos: el primero comienza con Sócrates y encuentra
su punto culminante en la síntesis filosófico-teológica del Aquinate; el otro aún continúa y
reconoce a Descartes como su progenitor.
La publicación de Dependent Rational Animals del año 1999, pone de manifiesto
cómo la madurez en el ejercicio de la racionalidad práctica exige del reconocimiento de
nuestra esencial dependencia. La filosofía moral moderna siempre hizo hincapié en la
autonomía del hombre. En contraposición, el autor recuerda cómo Tomás de Aquino le
ayudó a tomar conciencia de la necesidad que tenemos de nuestros semejantes con el fin
de conquistar el florecimiento humano.
Luego de este libro siguieron, en el año 2006, dos volúmenes dedicados a la
recopilación de ensayos: The tasks of philosophy. Selected Essays. Volumen I y Ethics and 32
Polítics. Selected Essays, Volume II; también en 2006, una obra de carácter filosófico-
narrativo: Edith Stein. A Philosophical Prologue 1913-1922. Ya en 2009 apareció God,
Philosophy, Universities: A Selective History of the Catholic Philosophical Tradition; y
también, Intractable Disputes About the Natural Law. Alasdair MacIntyre and His Critics.
El primero de estos libros contiene importantes reflexiones críticas sobre el rol de la
universidad en nuestra cultura y la necesidad de recuperar una concepción de los estudios
superiores fundada en la visión de totalidad que proporcionan la Filosofía y la Teología. El
segundo libro, despliega la posición del autor acerca de la ley natural, entendida como un
cierto a priori de toda vinculación humana que procure ser fructífera.
Finalmente, en el año 2016 se publicó Ethics in the Conflicts of Modernity. An essay
on desire, practical reasoning and narrative. El autor presenta esta obra como un extenso
ensayo dividido en cinco grandes capítulos, el último de los cuales pasa revista a la vida de
cuatro figuras destacadas del siglo XX (dos escritores, un sacerdote católico y una jueza).
MacIntyre procura mostrar aquí la relación existente entre la narratividad y la búsqueda de
la unidad de la vida. Este libro es, a mi juicio, casi tan rico y complejo como lo fue After
Virtue. En su conjunto, expresa una profunda crítica a las instituciones dominantes de la
Modernidad, el estado-nación y la economía de mercado, especialmente por el tipo de
El Mg. en filosofía política Alberto Díaz Rivero, pertenece a la Universidad de Los Andes
(UANDES) en Chile y también es doctorando con una tesis sobre nuestro autor. Díaz
Rivero considera que:
«(…) MacIntyre es uno de los pocos intelectuales contemporáneos que logra articular de
manera armoniosa concepciones filosóficas fuertes, como es lo referido al sentido de la vida
para un individuo junto con una propuesta política plausible para nuestras actuales realidades
sociales. En ese sentido, su trabajo aporta luces para resolver problemas fundamentales de
nuestras actuales democracias liberales, como es el caso de la desafección política».
Desde la Universidad Cardenal Herrera-CEU en Valencia, el Dr. José Luis García entiende
que:
«MacIntyre es uno de los olfatos más agudos de la Filosofía, pues ha detectado algunos de los
problemas más acuciantes de las sociedades tardomodernas. El fracaso del proyecto ilustrado
nos ha conducido a replanteos profundos acerca de la validez de dicho proyecto. Así, solo
desde un cuestionamiento radical, atendiendo a una ética narrativa en el que la historia y la
contextualización son herramientas imprescindibles, podremos avanzar en resolver los actuales
problemas de la filosofía moral. Para todo esto, MacIntyre es un autor ineludible.
A su vez, Ignacio Serrano del Pozo, director del Centro de estudios tomista de la
Universidad Santo Tomás de Chile indica que:
«Junto con Jürgen Habermas, Alasdair MacIntyre es, probablemente, el filósofo vivo más
importante del presente. La gracia de este pensador escocés es que, desde una visión
renovada de la ética aristotélica y tomista, ha sido capaz de ofrecer importantes respuestas a
los problemas más acuciantes de nuestra época: individualismo liberal, racionalidad
tecnocrática y fragmentación de la vida, solo por nombrar algunos. Su propuesta logra salir
airosa de dos extremos en que suele quedar atrapada la Filosofía en la actualidad: por una
parte, el conservadurismo romántico que aboga por el retorno a tiempos supuestamente
mejores; y, por otra parte, la extrema especialidad del historiador o el filólogo que, limitado
por la precisión y el rigor académico, se enreda en cuestiones de poca monta. Una prueba
de la fortaleza y profundidad de su pensamiento está dada, además, porque cada uno de sus
libros, Tras la virtud, Tres versiones rivales de la Ética, Animales racionales y dependientes,
no sólo viene generando una amplia bibliografía, sino que inspiran nuevas posturas éticas y
políticas».
«La filosofía social de MacIntyre no solo reivindica la necesidad de las virtudes en la vida
social, sino que provee de herramientas conceptuales que nos permiten evaluar seriamente
alternativas institucionales a la actual primacía del Estado y el mercado en el orden social».
Por último, Tatiana Rodríguez Leal, Dra. en Educación por la Universidad de Oxford e
Investigadora de la Universidad de Los Andes de Colombia comparte lo siguiente:
establecer una comparación con aquello que considera verdadero respecto a la teoría y la
práctica moral en nuestra cultura. En efecto, MacIntyre parte de la siguiente hipótesis:
«(…) en el mundo actual que habitamos, el lenguaje de la moral está en el mismo grave estado
de desorden que el lenguaje de las ciencias naturales en el mundo imaginario que he descrito.
[…] Poseemos, en efecto, simulacros de moral, continuamos usando muchas de las
expresiones-clave. Pero hemos perdido —en gran parte, si no enteramente— nuestra
comprensión, tanto teórica como práctica, de la moral»14.
En otras palabras: aunque todavía subsisten las apariencias de lo moral, la teoría y la práctica
moral han sido, en su substancia, casi totalmente abandonadas. Aun así, no ha de creerse
que la conclusión filosófica que se sigue de esta hipótesis resultará desesperada, pues —
afirma MacIntyre— el pesimismo es un «lujo cultural» del cual tenemos que prescindir si se
queremos sobrevivir en estos duros tiempos15.
Asimismo, su posicionamiento frente a la crisis de la moral rechaza de plano aquella
postura predominante en la academia que concibe a lo valorativo como algo ajeno a la
práctica científica. Para MacIntyre, la tarea del historiador y del filósofo moral no puede ser
aséptica frente al devenir de los asuntos humanos, sino que debe comprometerse con
criterios de realización y de fracaso, de orden y desorden. El mundo de la vida tiene que
escrutarse a partir del compromiso con una tradición. Toda investigación filosófica, y más
especialmente la indagación moral, requiere por parte de quien se embarca en ella, de la
previa asunción de una fidelidad teórico-valorativa. Puesto que:
«(…) ese ser miembro de un tipo particular de comunidad moral […] es una condición previa
para la investigación auténticamente racional y, de manera más especial, para la investigación
moral y teológica […] la investigación de la naturaleza de las virtudes y del bien humano en
general, si es desinteresada, tiene que resultar estéril»16.
En este sentido, los estudios macintyreanos adquieren una forma mentis que procura ser fiel
a la tradición de virtudes inaugurada por Aristóteles y llevada a su plenitud por santo Tomás
de Aquino. El autor busca reivindicar la tradición de virtudes a partir de la conciencia de una
profunda contraposición entre esta tradición y la cultura contemporánea.
El emotivismo contemporáneo
El pensamiento de MacIntyre acerca de la cultura actual debe ser definido en términos de
un enfrentamiento directo con el emotivismo (expresivismo). Así, conviene mencionar su
principio fundamental. Para los emotivistas los juicios de valor, y más específicamente los
juicios morales, no son más que una expresión de sentimientos y preferencias. A su vez, el
autor juzga que, en el presente, la mayor parte de la gente piensa, habla y actúa como si el
emotivismo fuese verdadero. En efecto:
«El emotivismo está incorporado a nuestra cultura. Pero como es natural, al decir esto no
afirmo meramente que la moral no es lo que fue, sino algo más importante: que lo que la
moral fue ha desaparecido en amplio grado, y que esto marca una degeneración y una grave
pérdida cultural […] vivimos en una cultura específicamente emotivista, […] una amplia
variedad de nuestros conceptos y modos de conducta […] presuponen la verdad del
emotivismo, si no a nivel teórico autoconsciente, en el fondo de la práctica cotidiana»17.
vida entraña dejar a un lado cualquier distinción entre relaciones sociales manipuladoras y
no manipuladoras.
Una relación manipuladora es un tipo de vínculo no informado por la moral, en el
cual se utiliza a los demás como instrumentos para la obtención de los propios fines. En
una relación no manipuladora, o sea, una relación de carácter moral, se trata a los otros
como fines en sí mismos. Por lo tanto, se les ofrecen razones para que actúen de un modo
en lugar de otro y, además, se les brinda la posibilidad de evaluar dichas razones de modo
que las sometan a su propio juicio prudencial18.
En tercer lugar, y como corolario de lo afirmado, la cultura emotivista se afinca en la
convicción de que la razón no puede sino callar acerca de los fines que guían nuestra
conducta; los bienes/fines son «creados» por decisiones humanas. De esta manera, un
agente será más o menos racional solo en la medida en que actúe de forma coherente con
los fines que él mismo ha elegido. Por este motivo, el conflicto entre bienes no puede ser
racionalmente saldado y toda discusión moral resulta en sí misma inacabable. Esto hace
inevitable el desacuerdo social, pero —y esto es algo que el autor destaca en varias
ocasiones— dicha situación es dignificada en nuestra cultura con el nombre de pluralismo.
Bajo la máscara de una retórica pluralista se esconde la profundidad de nuestros conflictos
morales19.
El emotivismo se asienta en la convicción de que no puede haber una manera
racional de ordenar los bienes en la configuración de un proyecto de vida; en principio,
pueden existir tantas formas alternativas de jerarquizar los bienes como individuos. Y no
existe criterio objetivo alguno para elegir entre ellas. Como afirma MacIntyre en su último
libro, la Modernidad tardía mantiene que:
«Cada afirmación sobre cómo hayan de concebirse y ordenarse los objetos de deseo se tiene
por discutible. La imposibilidad de un consenso racional sobre si hay algo así como el bien
humano, no digamos determinar cuál es, se da ampliamente por sentada en la política y la
ética de la Modernidad. Es cosa de cada cuál tomar sus decisiones sobre cómo debe
constituirse su forma de vivir en base a cualesquiera que sean sus convicciones20.
Como consecuencia de esta tesis, la educación en la presente cultura se orienta a que cada
ser humano llegue a ser ese tipo de persona a la que le parece normal que una variedad
heterogénea de bienes se persiga —cada uno en su propio ámbito— sin que exista bien
18 Ibídem, p. 41.
19 Ibídem, p. 310.
20 MACINTYRE, A. Ética en los Conflictos de la Modernidad. Sobre el deseo, el razonamiento práctico
«El bien humano es heterogéneo porque las metas del ego son heterogéneas. Aunque
subordinar todas nuestras metas a un solo fin no violente, estrictamente, los principios de la
elección racional... no obstante nos llama la atención por irracional o casi como un acto de
locura. El ego se desfigura...»21.
24 Ibidem, p. 53.
refutar la aptitud de otros posibles «candidatos» a posicionarse en este lugar supremo, tales
como el placer, el dinero, el reconocimiento público o el poder. Las personas que viven
orientadas hacia la conquista de dicho telos pueden alcanzar más o menos la verdadera
«estatura» humana; constituyen una imagen más o menos nítida del hombre tal como
puede llegar a ser si logra realizar su naturaleza. Aun así, la vida consagrada a la búsqueda
de la vida buena es ya —para el autor— la misma vida buena, al menos en parte25.
La tercera noción cardinal es la de Ley. Los preceptos de la ley natural, tal y como
fueron formulados y justificados por santo Tomás, constituyen una suerte de «tutores» para
que los seres humanos no se desvíen del camino que conduce al telos; dichas normas, al
ordenar los actos de las virtudes y prohibir las acciones viciosas, nos instruyen acerca de
cómo puede alcanzarse el verdadero fin último. MacIntyre sostiene además, que el respeto
por los preceptos de la ley natural es una suerte de a priori indispensable de toda relación
auténticamente humana.
Por último, las virtudes morales e intelectuales dan cuenta de la cuarta noción
constitutiva de esta tradición. En los párrafos que siguen describiré el modo
específicamente macintyreano de comprender la idea de virtud. No obstante, el autor
recupera las notas propias de la filosofía aristotélica y tomista. En este sentido, las virtudes 42
se conciben como aquellas excelencias de entendimiento y de carácter que nos capacitan
para cumplir las normas y asumirlas de manera tal que se encuentre verdadera dicha en su
seguimiento. Por las virtudes el hombre se encuentra interiormente bien dispuesto para
obrar en armonía con su naturaleza, pues el cultivo de estos hábitos ordena nuestras
emociones y despliega todas las potencialidades de nuestra razón, tanto en su dimensión
teórica como práctica.
Antes de analizar más detenidamente el aporte que MacIntyre realiza al concepto de
virtud, quisiera alertar sobre una cuestión de cierta relevancia para una mejor comprensión
de este esquema. La filosofía moral de la tradición clásica se afinca en la convicción de que
nuestro entendimiento puede conocer la esencia humana y su telos específico. El autor
explica esta capacidad mediante su teoría de los conceptos funcionales. Un concepto
funcional es aquel en cuya definición se contiene el propósito o función que, según se
espera, debe cumplir todo aquel sobre quien recae válidamente dicha noción. Por ejemplo,
hoy diríamos que nuestra idea de reloj contiene la convicción de que este artefacto debe
indicar la hora debido a que esta es su función específica. Así, MacIntyre sostiene que la
25 Ibídem, p. 217.
idea de hombre era para Aristóteles un concepto funcional. Esto significa que en la noción
misma de hombre, idea capaz de ser comprendida por todo hablante competente de un
lenguaje, se encuentra contenido todo aquello que el hombre debe ser. En consecuencia,
los principios morales de la tradición clásica, tanto en sus versiones griegas como
medievales, asumen un concepto funcional central, es decir, el concepto de hombre
entendido como poseedor de una función esencial propia26. Por este motivo: «(…) las
argumentaciones iniciales de Aristóteles en la Ética presumen que lo que G. E. Moore iba
a llamar “falacia naturalista”, no es una falacia en absoluto27.
La expresión falacia naturalista ha sido adoptada por todos aquellos que afirman que
no es racionalmente lícito derivar un deber ser del ser28. Sin embargo, la teoría de los
conceptos funcionales constituye una respuesta, «anclada» en la tradición clásica, a este
posicionamiento teórico. Es evidente que no puede exigirse a las personas un modo
determinado de conducta, es decir, un deber ser, si solo se dispone de un «acceso»
gnoseológico al es propio de la experiencia sensible. Pero no se comete falacia alguna si se
afirma que la inteligencia humana posee la capacidad de «leer» más allá de los fenómenos
y penetrar así en el núcleo íntimo de las cosas.
Luego de este breve rodeo en torno a la crítica más difundida esgrimida por aquellos
que rechazan el realismo ético, resulta oportuno hacer algunas precisiones acerca de la
noción macintyreana de virtud. Como se recordará, en Tras la virtud el autor despliega un
completo análisis histórico de este concepto, cuyo recorrido comienza con el mundo
homérico y culmina con la idea de virtud que se presupone en la novelas de Jane Austen.
En esta obra se afirma, en primer término, que una virtud es una cualidad que
capacita para la ejecución excelente de aquello que exige el propio rol; las virtudes son
necesarias para reconocer y obtener los diferentes bienes que se ponen en juego en el
ejercicio de nuestro papel social. De manera complementaria, el compromiso efectivo con
una función comunitaria constituye en sí mismo un camino de adquisición y
acrecentamiento de las virtudes. MacIntyre reconoce que esta idea de virtud ya se
encontraba presente en la cosmovisión homérica.
En segundo lugar, las virtudes son también un medio —aunque no un mero bien útil
o instrumento— para alcanzar el fin último de los seres humanos. Esto significa que el
ejercicio de las virtudes es un componente fundamental del florecimiento. La posesión de
virtudes nos auxilia en la comprensión de lo que significa e implica el buen vivir y nos
capacita para encarnar sus exigencias en nuestra labor cotidiana, ya que solo mediante ellas
pueden abandonarse los excesos incompatibles con la vida buena. En definitiva, atañen al
hombre no solo en tanto que investido de papeles sociales (acepción primera), sino que le
pertenecen en cuanto hombre.
Por último, y esto constituye un aporte singular del autor, se afirma que solamente por
medio de las virtudes se puede mantener viva una tradición. Así, en tercera instancia,
MacIntyre sostiene que las virtudes nos auxilian para sustentar y consolidar aquellas
tradiciones de pensamiento, de fe y de vida comunitaria que proporcionan, tanto a las
prácticas sociales como a la totalidad de la existencia, su contexto histórico e inteligibilidad.
Una breve referencia sintetiza lo señalado en los tres momentos precedentes:
«Mi interpretación de las virtudes procede por tres etapas: en primer lugar, por lo que atañe
a las virtudes en tanto que cualidades necesarias para lograr los bienes internos a una práctica;
segundo, por cuanto las considero como cualidades que contribuyen al bien de una vida
completa, y tercero, en su relación con la búsqueda del bien humano, cuyo concepto sólo
puede elaborarse y poseerse dentro de una tradición social vigente»29.
la cultura actual valora en aquellos que triunfan. Por este motivo: «(…) una buena educación
en las virtudes será la que asigne un lugar adecuado a una serie de virtudes que son la
equivalencia necesaria de las virtudes de la independencia: las virtudes del reconocimiento
de la dependencia»31.
Aunque este modo de catalogar a las virtudes no se encuentra explícitamente
mencionado en la tradición clásica, MacIntyre afirma que le fue inspirado por el propio
santo Tomás. Al mismo tiempo, declara que su propuesta lo distancia —al menos en parte—
de la caracterización aristotélica del hombre virtuoso en lo que se refiere a la figura del
hombre magnánimo, ya que este, por ejemplo, se avergüenza de recibir ayuda. El autor lo
expresa en estos términos:
«Esta idea se me ocurrió por primera vez al leer una oración de santo Tomás en que pide a
Dios le conceda la posibilidad de compartir lo que tiene, felizmente, con aquellos que lo
necesitan, y la posibilidad de pedir humildemente aquello que necesita a quienes lo poseen;
aunque no estuviese en la intención de santo Tomás, esta oración ruega, en efecto, no
compartir algunas de las actitudes de la megalopsychos de Aristóteles»32 (.
Sería inadecuado finalizar esta descripción de las virtudes sin mencionar otra idea de cuño
propiamente macintyreano. Me refiero a la noción compuesta de justa-generosidad. El
término surge al momento en que el autor se pregunta cuál es la virtud principal que se
necesita para engendrar y sostener relaciones comunitarias sustentadas en la reciprocidad.
Como respuesta a esta cuestión, MacIntyre afirma no encontrar auxilio alguno en la lista
canónica de virtudes formulada por la tradición. Si se busca una palabra que defina los
vínculos de amistad política pronto se caerá en la cuenta de que las nociones de
generosidad y de justicia, al menos cómo se las comprende ordinariamente y asumidas de
manera aislada, no son del todo adecuadas.
La virtud requerida para engendrar y mantener la reciprocidad comunitaria ha de
contener —de manera conjunta— aspectos de ambas cualidades de carácter. Así, con el
propósito de «remediar» esta carencia, el autor recurre a un término aborigen perteneciente
a la lengua lakota denominado wancantognaka. Esta palabra da cuentas de una disposición
de carácter que moviliza a practicar la generosidad como si se tratara de un justo débito;
nombra la generosidad que una persona debe a todos aquellos que también se la deben a
él; designa la virtud de aquellos que reconocen sus compromisos de gratitud para con su
familia inmediata y los demás miembros de su tribu, y que además expresan ese
31 Ibídem, p. 142.
32 Ibídem, p. 11.
Palabras finales
El conjunto de las descripciones anteriores referidas al emotivismo contemporáneo y a la
tradición moral clásica invita a formular la siguiente pregunta: ¿es actualmente posible un
compromiso teórico y existencial con un modo de concebir la vida que ya no predomina
desde hace siglos? En otros términos: las tesis de MacIntyre referidas a las virtudes ¿pueden
tener otro valor que no sea el de completar una página significativa de la historia moral de
Occidente?
No creo equivocarme al sostener que la totalidad de la empresa filosófica
macintyreana está motivada por el desafío de imaginar diversos intersticios a través de los
cuáles el conocimiento y la práctica de las virtudes pueda abrirse paso (florecer) en el
horizonte de las actuales instituciones humanas. El autor está convencido de que el ideal
de vida propuesto por esta tradición puede ser reformulado y practicado en el seno de
comunidades intermedias que se funden bajo la égida de una idea compartida y verdadera
de bien humano, pues la pertenencia a una comunidad auténtica —no hablo aquí de
cualquier grupo de individuos circunstancialmente unido a causa de intereses materiales
comunes— es esencial para que las personas maduren en la comprensión de los distintos
bienes que, en su diversa jerarquía, mejor armonizan con nuestra naturaleza. Al respecto,
MacIntyre sostiene que:
«(…) los bienes […] sólo pueden descubrirse entrando en relaciones constitutivas de
comunidades cuyo lazo fundamental sea la visión y la comprensión común de esos bienes.
Arrancarse uno mismo de esa actividad […] aislarse de la comunidad que encuentra su fin y
su propósito en tales actividades, será excluirse de encontrar bien alguno fuera de uno
mismo. Será condenarse al solipsismo moral…»34.
«Si mi visión del estado actual de la moral es correcta, debemos concluir también que hemos
alcanzado ese punto crítico. Lo que importa ahora es la construcción de formas locales de
comunidad, dentro de las cuales la civilidad, la vida moral y la vida intelectual puedan
sostenerse a través de las nuevas edades oscuras que caen ya sobre nosotros. Y si la tradición
de las virtudes fue capaz de sobrevivir a los horrores de las edades oscuras pasadas, no estamos
enteramente faltos de esperanza. Sin embargo, en nuestra época los bárbaros no esperan al
otro lado de las fronteras, sino que llevan gobernándonos hace algún tiempo. Y nuestra falta
de conciencia de ello constituye parte de nuestra difícil situación. No estamos esperando a
Godot, sino a otro, sin duda muy diferente, a San Benito»37.
48
37 Ibídem, p. 322.
38 MACINTYRE, A. Animales Racionales y Dependientes. Por qué los seres humanos necesitamos
virtudes, Paidós, Barcelona, 2001, p. 23.