El movimiento estudiantil del año 1968, o mejor conocido como la Matanza de
Tlatelolco, cambió el rumbo de México y cambió su historia de manera radical. Aquel México del siglo pasado, generalmente identificado como el perteneciente de una masa dócil y manipulada por el gobierno, se quedó atrás: los jóvenes, cuya sed por rebeldía recorría sus venas, se atrevieron a enfrentarse cara a cara con el gobierno. No obstante, no todo tiene su final feliz. Los inicios de este acontecimiento se dieron desde mucho antes de aquel fatídico dos de octubre. Ya entrado 1968, estudiantes de la Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto Politécnico Nacional, entre otras universidades, crearon un movimiento social al cual autonombraron como Consejo Nacional de Huelga. El movimiento era pacífico, y sus manifestaciones solo tenían como propósito el exigirle al gobierno menor opresión para los estudiantes. Los jóvenes, aquellos que comenzaban a tener fuego en la mirada, eran inmensamente repudiados por el gobierno anticuado; por lo tanto, quisieron brindarle “paz” a una ciudad envuelta por un caos generado por “rebeldes jóvenes”. Todo comenzó el 22 de julio de ese año, donde un enfrentamiento controlado por las fuerzas del Estado terminó en detenidos y la toma de las instalaciones de la Vocacional 5. A partir de aquel hecho, se desencadenó una exorbitante represión política y mayor protagonismo de los jóvenes en las protestas. Entre la conocida “Marcha del Silencio” y demás protestas forzosamente silenciadas por el gobierno, llegó el 2 de octubre, el cual muchos pensaron como ordinario, sólo para enfrentarse a una realidad cruda y despiadada. En la tarde de ese día, una multitud se reunió en la unidad habitacional situada en Tlatelolco. El ejército, como siempre, vigilaba desde las sombras para evitar cualquier tipo de disturbio; esta vez, temían el asalto a la Secretaría de Relaciones Exteriores, la cual se encontraba a escasos metros de la reunión. Y, todo cayó en picada. El infame Batallón Olimpia, cuyos miembros se vistieron con ropa de civil y un pañuelo en la mano izquierda, hizo de las suyas al llegar al edificio “Chihuahua”. Una vez exitosamente infiltrados, encendieron tres luces de bengala y, eventualmente, alertaron a los uniformados para que comenzaran a disparar contra la muchedumbre estudiantil. Muchos lograron huir, mas su efímera salvación fue bruscamente irrumpida por el Ejército. Estos últimos, sin ningún tipo de orden judicial, se permitieron entrar a las unidades habitacionales para capturar a los manifestantes refugiados. Otros, desgraciadamente, se convirtieron en víctimas que el gobierno, aún después de cincuenta años, sigue sin reconocer. Cientos de nombres dejados en el olvido, traspapelados bajo el anuncio oficial de tan sólo veinte fallecidos—mientras la paz reinaba en los periódicos y medios manipulados, los testigos y sobrevivientes temían por sus vidas y sucumbieron al silencio. Aquellos jóvenes sedientos de rebeldía y libertad, que mantenían aterrorizados a los políticos en general, lograron desenmascarar al régimen autoritario que hasta ese momento se disfrazaba con legalidad y optaba por una cara de cumplimiento e incrementado desarrollo. Justo cuando se pensó que el gobierno derivado de la Revolución de 1910 no podía ser más justo, la voz de las generaciones “verdes” y futuras no se dejó masacrar. Tal fue el impacto que provocó este movimiento que, después de cincuenta años, la sociedad mexicana sigue recordándole como aquella chispa que incendió el deseo de libertad y dejó atrás la época de maleabilidad. Jóvenes, adultos y miles de la época actual siguen recordando con fervor ese año. Siempre se conmemora aquella fecha con gran respeto, y se mantiene como ejemplo a seguir para los jóvenes que no se dejan aplacar ni manipular. Y, ya sea para bien o para mal, esta tradición no parece susceptible a desaparecer. El Apando, por José Revueltas El Apando, un breve cuento escrita por el mexicano José Revueltas trata sobre la vida de un conjunto de presos en una cárcel mexicana, mientras ver el pasar del tiempo y sus particulares “desaventuras”. El autor narra un día ordinario para los reclusos de la cárcel, los cuales se encontraban segregados en el apando, cumpliendo su castigo por muy mala actitud. Se introducen a los tres personajes principales de manera simultánea: Polonio, Albino y El Carajo. El trío, cuyas edades pudieran oscilar entre jóvenes adultos hasta los cuarenta años, tienen algo en común y es que, en su tiempo, atacaron a presos políticos y ahora cumplían su condena en el apando. Polonio y Albino son más “cuerdos” que el conocidísimo Carajo, el cual “[…], ya que valía un reverendo carajo para todo, no servía para un carajo.” Mientras a Albino se le caracterizaba por tener un carácter agresivo e impulsivo, con un seductor tatuaje en el vientre bajo, el Carajo era tuerto, tenía la pierna tullida y se arrastraba con temblores de aquí para allá. También, el Carajo destacaba de entre toda la cárcel por su tendencia a cortarse las venas—y, para el lamento de toda la cárcel, no servía siquiera para suicidarse. Polonio, finalmente, se puede decir que también tiene un temperamento explosivo y violento, pues su frase característica, “esos putos monos hijos de su pinche madre” retrata perfectamente su personalidad. Los personajes secundarios, mas no menos importantes, juegan un rol particular en la historia. Meche y la Chata, ambas mujeres independientes y con aires de rebeldía pura en sus personalidades, son descritas como bellas y finas joyas y con ese tinte inmoral, sucio que las hacía tan irresistibles para los hombres de esta historia. Los “monos” en el sentido metafórico, hombres adultos de entre treinta a cincuenta años, son ciegos ante su implícita esclavitud en la cárcel y portan arrogancia y sentidos de superioridad en sus seres. El cuento está situado dentro de una cárcel mexicana, e irónicamente, en otra cárcel dentro de dicha cárcel—en pocas palabras, el mismísimo apando. La atmósfera de estos lugares es primordialmente antipática, pues los mismos personajes reflejan cierta inercia hacia la vida allá afuera y, en la inmoralidad que se vive entre las rejas, sucumben al deseo y a las cosas prohibidas. Si bien los personajes no están en desdicha ni se sienten tristes respecto a su condición actual, ellos mismos crean aquella aura de simple resignación ante las probabilidades de un futuro entre la sociedad. La historia posee un tiempo narrativo y continuo, pero constantemente recurre a la analepsis para describir acontecimientos del pasado y emociones sentidas y expresadas en aquel tiempo. Sin embargo, hasta su analepsis parece tener un orden errático como sus personajes: puede regresar sin previo aviso al presente, asimismo como puede regresar a algún recuerdo sin siquiera percibirlo. Para algunos puede ser frustrante, y para otros puede ser simplemente confuso. El cuento comienza con Polonio, Albino y El Carajo encerrados en el apando mientras el primero, maldiciéndole a los policías en turno, se asomaba por la rendija para observar el exterior. Allí mismo, el Albino empezaba a sentirse más irritado por la actitud del Carajo ante la situación. Poco a poco, en el traspasar de las páginas, se descubre el motivo del por qué Polonio se asomaba. Continúa la desventura con Meche, la Chata y la mamá del Carajo, las cuales se encontraban envueltas en la travesía de la Preventiva al apando, llevando consigo mismas drogas para los protagonistas presos. Las tres, con propósitos similares, pero difiriendo sentimientos, tratan de ser lo más “convencibles” para las policías que vigilaban la entrada. Del otro lado, en el apando, Polonio le había cedido el lugar a Albino para que éste pudiera ver lo que ocurría—y, también, para apaciguar la inminente pelea que iban a tener con El Carajo. Su momento más emocionante, el que avisa sobre el cercano final, es cuando Meche, La Chata y la mamá logran pasar desapercibidas al apando. Albino, al momento de ver a Meche y Chata acercarse, gritó la recurrente frase “¡esos putos monos hijos de su pinche madre!” para avisarles sobre su ubicación. Justo cuando se piensa que todo había marchado bien, lo peor que pudo haber pasado sucede. La madre del Carajo provoca un desastre, alertando a todos los policías sobre el propósito escondido de las tres mujeres. Así, llega el inminente desenlace de la historia. El cuento termina con el fracaso de la misión de conseguir drogas por parte de Polonio, Albino y El Carajo. Varios policías se llevan de regreso a las mujeres, mientras Polonio y Albino luchaban como bestias con los monos que los retenían. El Carajo, por el otro lado, se quejaba con molestos gritos después de haber sido golpeado por Albino en un ataque de irritación. Al final, ninguno fue exitoso, y se resignaron en cualquier sentido. José Revueltas recurre al constante uso de metáforas y comparaciones en esta obra, tales como: “Monos, archimonos, estúpidos, viles e inocentes, con la inocencia de una puta de diez años de edad”, o como “[…], enjaulados dentro del cajón de altas rejas de dos pisos, dentro del traje azul de paño y la escarapela brillante encima de la cabeza.” Para finalizar este análisis del Apando, cuento escrito por José Revueltas, éste escoge como narrador ideal de la historia al omnisciente, pues en todo momento se desmenuza la historia en tercera persona.
Ley de Amparo, reglamentaria de los artículos 103 y 107 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos. Comentada y con jurisprudencia. 2017