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ANÁLISISi

Un dato devastador para los antivacunas


El sarampión causa graves daños al sistema inmune del niño. ¿Hay
que obligar a los padres a vacunar?

JAVIER SAMPEDRO
02 NOV 2019 - 11:19 CET

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La gente que no vacuna a sus hijos ha disfrutado hasta ahora de un trato


exquisito por la autoridad sanitaria, y la razón es la siguiente. Los
epidemiólogos calculan que basta que el 80% de los padres sigan el
calendario vacunal para que el 100% de la población esté protegida. El
virus intenta propagarse de niño a niño, pero si ocho de cada diez niños
son inmunes a él, la propagación no suele funcionar, o no muy bien. Esto
significa que los hijos de los antivacunas están protegidos gracias a que los
demás niños sí están vacunados. A menos que las fake news antivacunas
dupliquen su tasa de proliferación viral, los gestores de la salud pública
podrán controlar la situación salvo en brotes extremos. Ese es el equilibrio
actual entre la razón y la insensatez.

Aquí ya no solo hablamos de las estadísticas de salud pública,


sino de un daño directo que cada padre y cada madre
antivacunas infligen a su hijo
Pero el estudio que hemos conocido esta semana introduce un nuevo
argumento en la discusión. Lee en Materia cómo los niños que contraen el
sarampión por no haber sido vacunados sufren graves daños en su
sistema inmune que les exponen a otras infecciones por virus y bacterias.
Aquí ya no solo hablamos de las estadísticas de salud pública, sino de un
daño directo que cada padre y cada madre antivacunas infligen a su hijo.
No se lo infligen necesariamente, puesto que el mero hecho de que la
mayoría de la población esté vacunada dificulta que su niño contraiga el
virus. Pero le dejan expuesto a ese trastorno de una forma innecesaria,
dañina y ciega. Ahora cabe preguntarse si un padre tiene derecho a causar
ese perjuicio a su hijo. Viene a la mente de inmediato la oposición de los
Testigos de Jehová a que sus hijos reciban trasfusiones. ¿Qué
ordenamiento legal puede tolerar eso? ¿Y cuál a los antivacunas?

La opción de que la vacunación sea obligatoria nos enfrenta a todos a


graves dilemas. La mera idea de un Estado clínico, una autoridad médica
que obligue a la gente a recibir una inyección o a tragarse una pastilla,
evoca en nuestra mente las obras más oscuras de la ciencia ficción,
empezando por el mundo feliz del gran Aldous Huxley y acabando por la
última distopía que estrene Netflix hoy mismo. Que un padre se niegue
por razones religiosas a autorizar una trasfusión que salvaría la vida a su
hijo parece cruzar la línea roja de la decencia ética. La religión antivacunas
puede estar cruzando ahora esa misma línea.

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