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UNIVERSIDAD NACIONAL

"PEDRO RUIZ GALLO"


Facultad de Ciencias Históricos Sociales y
Educación
Escuela profesional de Arqueología

MOCHE PASADO Y PRESENTE

CURSO
Investigación y practica arqueológica IV
INTEGRANTES
 Abarca Montalvan Cesar M.
 Collantes Ramírez José J.
 Guerrero Córdova Cristhian Y.
DOCENTE:
Arql. Luis Chero Zurita.
CICLO:
VI _ 2021 II

San Ignacio, marzo de 2022.

Ubicación: Las Huacas del Sol y de la Luna son un complejo arqueológico ubicado en


la costa norte del Perú, considerado como un santuario moche. Está constituido por un
conjunto de monumentos situados a unos cinco kilómetros al sur de la ciudad
de Trujillo, en el distrito de Moche, perteneciendo a los Mochicas del Sur, con
coordenadas 8°07′56″S 78°59′41″O

Fig1. Plano general del sitio y sus diversos componentes.


Huaca el sol: A pesar de su nombre, aparentemente no tenía un rol religioso si no se
trataba de un complejo administrativo. Sin embargo, otras fuentes consultadas como
Régulo Franco Jordán, sostienen que Huaca del Sol "era también un centro religioso,
cuya función estaría relacionada al mundo de los vivos, y en consecuencia se podría
pensar en una dualidad de funciones para las dos huacas, y una bipartición de la
ciudad" (Franco Jordán, 1998). Probablemente su planta fue en forma de cruz y
contenía varias terrazas superpuestas y volúmenes escalonados en forma de talud.
Con sus 342 x 159 m y 28 m de altura en su cuerpo central (según Mansfield Hastings
y Moseley, 1975) es la segunda pirámide de adobe más grande del mundo, después
de la de Sechín Alto en Casma. Durante la colonia, una “Compañía de buscadores de
Tesoros” en su codicia por obtener oro lo más pronto posible, desvió el curso del río
Moche para que erosionara la estructura de adobe y así acceder fácilmente a su
interior. Los españoles no encontraron oro, pero sí ocasionaron un grave daño al
monumento.
Solo hay evidencias de pintura blanca en algunos recintos, pero nada comparable a la
policromía de Huaca de la Luna. Sobresale la presencia de grandes tinajas de cerámica
asociadas a fogones y cocinas, que reflejan actividades festivas. Ello nos lleva a postular
que fue un edificio de carácter más bien cívico antes que ceremonial.

Al interior de los espacios residenciales se mantuvo el mismo patrón y se usaron


pasadizos y corredores menores. El dato arqueológico recuperado al interior de cada
ambiente, y su posterior correlación con las áreas adyacentes, nos ha permitido
determinar las diferentes funciones de orden doméstico, ceremonial y de talleres de
producción en cada espacio.

Los talleres de producción son altamente relevantes. Con el inicio de las excavaciones
en el núcleo urbano, se fueron documentando paulatinamente sectores de producción de
cerámica fina y cerámica doméstica, áreas de preparación de chicha, y espacios de
manufactura de ornamentos corporales y de trabajos en piedra. De igual forma, se
determinaron sectores que posiblemente sirvieron para la fabricación y el
almacenamiento del material textil y áreas relacionadas con la producción de objetos de
metal. Los talleres, al igual que las estructuras con otras funciones como la simple
vivienda, contenían espacios dedicados a las actividades domésticas, como cocinas,
depósitos, lugares de descanso, habitaciones con banquetas a manera de camas, y
lugares de socialización y encuentro para realizar festines y celebraciones, con patios
sin techo rodeados de banquetas a diferente altura. Hay viviendas con evidencias de
fabricación y consumo de chicha; en la mayoría de ellas se ha documentado el consumo
de camélidos y un uso menor de moluscos, peces y aves. Los cérvidos desaparecen de la
dieta alimenticia.

La pérdida del poder de la élite religiosa permitió el desarrollo del poder de los líderes
civiles. Huaca del Sol fue solo una residencia de élite durante los años en que el templo
viejo de Huaca de la Luna era el centro del poder, pero, unos 500 años después, cuando
el templo nuevo estaba en funcionamiento, se transformó en el edificio público más
imponente del periodo final moche. A decir de algunas evidencias, podría haber
funcionado como un palacio. En todo caso, lo más importante es que se han recuperado
objetos manufacturados provenientes de territorios lejanos a la costa norte, que denotan
una apertura de la sociedad moche a influencias de otras sociedades. Ejemplo de ello
son objetos procedentes de la costa central (o que son copias de ellos) y de la sierra de
Cajamarca.

Esta presencia de objetos foráneos, por primera vez registrados en Huacas de Moche,
nos señala que el nuevo poder de las élites locales se basaba en el flujo de intercambio
de productos, que, como se sabe, viene acompañado de otro tipo de influencias, para lo
cual se tuvieron que forjar nuevas alianzas. Las pruebas iniciales de estos eventos, que
coinciden con el fin de los moches, son dos tumbas encontradas en el extremo sur de
Huaca del Sol (sección 4). La primera es la tumba de una mujer, acompañada con
ofrendas de cerámica hechas de caolín, unas traídas de Cajamarca, y otras producidas en
la costa. Interpretamos esta presencia como el reflejo de alianzas matrimoniales
exogámicas. Si bien eran conocidas en la época moche, se circunscribían a mujeres de la
costa provenientes de otros valles dentro del territorio mochica. No existían evidencias
de este tipo de alianzas sociales con poblaciones foráneas.

La segunda es una tumba lamentablemente alterada durante la construcción de la tumba


anterior. Entre los materiales recuperados tiene especial importancia un ceramio que
marca la transición entre los estilos Moche IV y V, el último totalmente ausente en
Huacas de Moche hasta que se produjo este hallazgo en 2014. Su presencia refuerza la
propuesta de que durante este periodo se fortalecieron los mecanismos de interrelación
entre los diferentes grupos mochicas asentados en los diferentes valles, aunque no
sabemos todavía a qué nivel.
Dos personajes antropomorfos, con cuerpo globular, parados mirándose frente a frente

Vasijas estilo Moche IV-V: 19,8 cm de alto y 13,9 cm de diámetro mayor. Huaca del
Sol
Se trata de una botella de gollete ligeramente cónico, con asa lateral tubular, cuerpo
globular y base anular. La pieza tiene una decoración principal en el cuerpo de la vasija
y el gollete tiene diseños en rojo sobre blanco-crema. La iconografía principal consiste
en dos personajes antropomorfos parados mirándose frente a frente, ambos con el brazo
derecho ligeramente entendido hacia adelante, uno con la mano y el dedo índice
señalando hacia abajo y el otro con la mano señalando hacia arriba.

Los personajes tienen cuerpo circular decorados con líneas verticales y horizontales que
forman cuadros con puntos y rematan en triángulos. De la parte frontal del cuerpo salen
dos cintas, y en la espalda presentan una capa con diseños de puntos y líneas verticales
y horizontales que forman cuadros y rematan en la parte inferior con triángulos
invertidos alineados de manera horizontal.

Sobre la cabeza presentan un tocado y un penacho en forma de media luna con círculos,
líneas verticales y plumas. Dos largos apéndices a manera de lazos salen de la nuca.
Muestran pintura facial, orejeras y una nariguera, atributos de los personajes moches.

EL ALTAR DEL SEGUNDO EDIFICIO

El altar del Edificio 2 se ubica en la parte sur del recinto de la segunda terraza, en el
espacio más alto del templo, y por tanto ha sido el más afectado por el paso del tiempo.
Aquí se construyó una banqueta en forma de “U” que ocupa todo el ancho del recinto,
cada lado con su propia rampa de acceso. Sobre el lado sur de la banqueta sur se
construyó el nuevo altar, cuyos muros laterales miden 1,26 m de largo, tienen una altura
de 0,53 m y están escalonados en el lado norte. Del mismo modo posee un murete como
un posible asiento.

La banqueta del lado este del altar tiene 4,46 m de largo, 3,37 m de ancho y 0,41 m de
altura. En la parte sur de la banqueta existen dos pilares de forma rectangular y de
dimensiones diferentes, enlucidos y pintados de blanco, que pudieron formar parte del
soporte de una techumbre que protegía el altar. Los paramentos norte y oeste estuvieron
pintados, y hasta hoy se ha conservado un conjunto de tres panoplias constituidas por
una porra, un escudo y calzones o pañetes, los símbolos predominantes de los guerreros
mochicas. En las paredes de la rampa empotrada que brindan acceso a la banqueta
existen dos íconos: en el lado sur, la escena de una tejedora con su telar de cintura y, en
el paramento norte, una panoplia. La banqueta del lado oeste del altar, que cubre el más
antiguo altar del Edificio 1, mide 3,55 m por 2,25 m y 0,41 m de altura. Solo se han
conservado fragmentos de dos figuras en el paramento este: en la sección norte, una
serpiente antropomorfizada y, en la sección sur, un personaje del que solo se aprecian
sus piernas y unas cuerdas que, por lo menos una de ellas, remata en cabeza de
serpiente. Si bien en la iconografía que adorna esta importante estructura litúrgica
perduran elementos cuyas raíces encontramos en el templo viejo, la aparición de nuevos
diseños decorativos muestra cambios sustanciales en la ideología moche. Tal vez el más
representativo sea el de la tejedora, una escena ligada más al ámbito cotidiano.
Murales de las banquetas oeste y este del altar del Edificio 2: panoplias pintadas en el
muro norte de la banqueta este, dos piernas humanas rematando en formas
serpentiforme, y la representación de un felino en la banqueta oeste.
LA REBELIÓN DE LOS ARTEFACTOS

Sin duda era el mural más importante que existió en el templo nuevo, ya que las
representaciones que contiene han sido asociadas a dos mitos americanos de gran
significado: el Popol Vuh de Guatemala y el de Huarochirí en Perú. Según los
especialistas, estas representaciones tuvieron un significado muy específico para estas
sociedades: representaban el punto final de la edad de un mundo y el inicio de otro. Se
ubicaba sobre la tercera terraza y decoraba el muro sur del altar del segundo edificio, es
decir, el espacio de culto más importante del templo. Hoy solo quedan pequeñas
evidencias de color y algunas de las incisiones que delineaban las figuras. Sin embargo,
se conocen dos registros gráficos del siglo pasado, uno ubicado en el Museo Nacional
de Arqueología y Antropología de Lima, que aparentemente fue dibujado por José
Eulogio Garrido a solicitud de don Ernesto Mejía Xesspe; y el otro publicado por Alfred
Kroeber, quien describe someramente los murales y especifica que formaban parte de
un altar o trono. Hay divergencias sobre la forma original de este mural, pero todo
parece indicar que la versión de Kroeber es la más correcta. Si bien en su obra no indicó
colores, a partir

del calco que hizo es posible definir grupos de escenas donde destacan objetos
animados luchando, capturando y derrotando a seres humanos. Las escenas del mural,
de izquierda a derecha (de este a oeste), representan una indumentaria de gran tamaño,
como si tuviera vida: dos escudos con forma humana cogiendo por los cabellos a
guerreros derrotados, una corona con forma humana tratando de golpear con su porra a
un guerrero que se desplaza delante de ella, y en el extremo derecho una faja o vincha
también de forma humana luego de haber vencido a un guerrero que yace caído. Un
grupo de individuos de menor tamaño se asoma mientras se desplaza en el sentido
contrario a los personajes mencionados, como un objeto animado que sostiene a un
personaje desnudo amarrado al cuello con una soga (sin duda un vencido), una porra
con forma humana y, en la parte baja, una mujer llevando una copa. Desde nuestra
perspectiva, los motivos iconográficos de este mural, así como otros que ya hemos visto
decorando el altar que existía en este recinto y sus espacios exteriores, están ligados a
los procesos convulsionados que vivió la sociedad moche al final de su existencia.
Desde la arqueología hemos identificado esta época con la desaparición de los viejos
dioses y el ingreso de deidades femeninas y el culto lunar ( UCEDA CASTILLO,
MORALES GAMARRA, & MUJICA BARREDA, 2010).

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