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NADITA DE MIEDO LE TENGO A LA MUERTE Con rabia y bendiciones para Juan José Gonadlez = jota lo sabe, olfatea con toda cabalidad cuando se acerca el sastre. Con todo y las advertencias de la piedra alumbre de 4 abuela y la sabidurfa del agiiita fidencia, me fui a casa de la erla a vestirme de luchador. Sacamos las mascaras, las capas ‘os trajes del ropero y, cagadas de risa, nos encueramos ynos ®erificamos con el poderio de los magos. La Sombra Vengadora el papa de la Carla, loba que nos presume dominar tres 0 satro laves y caer profesionalmente del ring. No es tan buga mo parece, es el puro cuerpo el que tiene acd, fornidén, Y si ha tenido pareja es porque ninguno, segtin ella, la ha tratado mo un gladiador rudo se merece. Pero es calmado con noso- S, no perrea si no le buscan por la mala. “Vamos a hablarle a los policfas, salen a las once y siempre adan bien cachondos.” La Carla tiene el pelo corto yrubioy veces usa shorts de mezclilla y camisetas con dibujos de sneylandia. El sabe que un poli, como dijo una vez el ayate Zamarrén, es material dispuesto a la hora de echar lo. Pero ella no los quiere exclusivamente para agasajar, sno para desafiar sus colmillos y meterse en los campos de muerte. Jugar con fuego. Porque cualquier cosa puedes cer con un chacal, menos voltearlo. El macho nunca se tmnite debilidad alguna... a la fuerza. Los ojos de la Carla son mas que el misterio maligno que recen. Leogata de pelambre encrespado. Con la mascara iginal del Latigo Negro resalta su mirada de gas venenoso que escruta impune hasta tallarle los huesos a uno. Esferas de lechosa ponzofia. La piel duele cuando te mira la Carla, quien convence a un tal Celestino a través del teléfono para que venga a la pachanga y se traiga un grupo de oficiales “Hecho”, le dice el hombre del otro lado del cordén. “Listo”, chilla la putita engolosinada. Yo traigo una maldicién en la frente: soy demasiado feo para lucir lo puto. Esto no me trae pazen el momento de las rebatingas. Paraddjicamente los mas chulos quieren conmigo. Y las otras me increpan y me ponen trampasy me cizafiean hastaquese hartan. ‘Tengo que fichar con cautela, ligar cual mosca muerta. Estoyaqui para permitirles trepar y ensefiorearse en la ilusién del poder. No teman, les digo con mi sumisién de hiena con rofia, recués- tense en mi regazo mientras pasa el cicl6n; Ilévenme un momento en sus testiculos de hembras rabiosas, de vikingas ebrias, Des- pués de todo, con el acné alfombrando mi existencia, con mi flaquencia misteriosa, soy y seré, para su intranquilidad, la hiimeda diva de los calenturientos. Luzco mayestdtica con la méascara del Zafiro Infernal. Rufina sabe que somos sus rehenes cuando interpreta a una Paulina Rubio matizada de azul. Nos transporta con sapiencia a su lujoso palacio Pantene. Ella no es tan egotsta, de tal manera que nos auxilia en la preparaci6n del clorhidro decantado para colocarlo a nuestras anchas en las fauces de los mayates. Como estamos en plena colonia Independencia, y sabemos a qué nos atenemos al lado de la Carla, nos encomendamos subrepticias a la Lupe de Todas las Lobas, la Negrita del Tepeyac, a ver si los chacalines aguantan lo que es limar al joto que ama sdlo en lechos momentaneos. Los machos se acercan, Rufina, que también es poeta y periodista, con el antifaz de Magna Veneranda es doblemente hermosa: cuantas veces po- demos homenajeamos la cruel frescura de su piel sin lifting, 64 [or ree ea eae Pasan los minutos y para matar el tiempo nos picamos los slos, nos soplamos las basuritas en los ojos, anudamos svenientemente las mascaras y las botas, y despanzurra- es a las leandras que no vinieron, es decir, nos aburrimos vilizadamente. Nos asamos de calor pero no desperdiciamos ia minuto mégico revestidas con personajes ridfculos y ibles. Adornada la frente con girasoles, esperamos de ojos el arribo de los emperadores de la noche. Y bueno, al fin legan. Sélo son dos. Después de repartir sos, sobar musculos y hermosear bigotes, Carla o la Latiga mo bien la ha rebautizado Rufina, opta por ponerse chucha: © sé ustedes, pero yo me quedaré con este que se llama... elestino”. Y como ella es la anfitriona es la mas ganona. Las mas corremos a luchar por el tinico cabrén que queda. Ya pedos y grifos la Veneranda empieza a encapucharlos. tre todas los desnudamos. Al que le concedemos el privilegio portar la mascara del Santo—Romi, por Romualdino— tiene mafia reata que todas le celebramos con grititos agudos. e mis reinas, a mover los postizos. Los polis saben que no ‘eron de gratis. Ya se han dado cuenta de que estan en los inios de la encarnizada lascivia de unas jotas desconocidas decentes. Y a donde vayas, haz lo que vieres. Romiy su amigo huelen la mierda y en su aroma se sienten =fortables. Mucho hay de verdad en esto porque el dedo de lestino se regocija en el ano maternal delacallada Pamela, antifaz de pollito rojo. “Realmente adoro Monterrey”, se = decir de labios de cualquier jota. Las Tecates circulan de 2 en boca y de mano en pubis. Retiemblan las carcajadas sabrunas, Nadie se sorprende cuando caen las suaves uitas sobre los pitos morados y la musica ruin de un disco pacto ya no entretiene a nadie. Unas logran sacar la leche seminal, otras nos contentamos ver la escena y hacer mofa. Ya hartas de tanto porno repetidito animamos a la Létiga Carla y la ponemos a jugar luchitas con Celes, el poli mamalén, de rostro cubierto con tela reluciente. Hay algo de ptitrida excitacién ver a los dos peladotes, vergudos y mal hechos, trenzados sobre la alfom- bra de la sala resobandose los magnificos cuerpos. Celes es de esos chacales que al encontrartelo en la Central de Autobuses y seguirlo al baio para ficharlo, te trastorna hasta el deliro por la textura de su chorro. Y si voltea y te ve con la quijadota hasta acd, incontrolable en tu sorpresa, hiimeda en tus espesuras, él, todo mostacho y pelos en los venudos brazos, te pregunta con voz pulida por mil atios de cigarros chafas: {qué, puto, te gusta? Tanta belleza junta no es de buen agiiero. Otra escena, un poco més tarde: “Eso, eso, muchachas... porque estamos puras jotas, ,o no? A ver, levante la mano la que sf sea jota. Una, dosa, tresa, cuatra. Gracias, charritas, por venir a apoyar a su loquita, mud, mua. Que més da... si no nos apapachamos nosotras mesmas, entonces ,quén?” Los polis se doblan de risa y levantan su dedo para apuntarse en la lista maldecida. Y la trampa de finos hilos se teje nudo a nudo con cada mariconeada. Romualdino —con el rostro de alas de quiréptero— tiene un terrible par de giievos de granito, y unos ojos dulces, acuosos, como de venado, Mamoneo. Ya medio peda me gusta nostalgiar en estas soledades, en este estridente silencio Ileno de apestados. Cada estrella, decia un noviecito que tuve en la secundaria: cada estrellita, me decia cuando nos ten- diamos en el techo de mi casa en la canicula, en los dias en que apenas descubria mi jotez: cada estrella, me decia des- pacito, mientras yo le lamfa suavemente el incipiente cami- nito de pelos que iban del ombligo a un pubis nuevecito; cada luz, pronunciaba con voz asaltada por la lujuria; cada estre- lla, gemfa cuando mis dientes chocaban con el ojo de su verga 66 mante; cada estrella... y se venia vacidndome la Via ea y yo me ubicaba en un lugar sin tiempo y sin olvido y muerte. Chingada madre, cémo me duelen los recuer- cémo me duele la noble Veneranda infectada por el =al, y me duele la Pamela adicta a la mota y me duelo de mismo por dejarme arrastrar por la Latiga a sus sesio- de suicidio refinado. Pero esa es nuestra salvacién: acionar nuestros coches en el limite, en la orilla del ipicio; es lo que le da sentido a tanto vacio. A las ~ persensibles nos calan hasta la médula los pinches bellos swadros que adornan la sala de este putero de cachondos ~schadores. Magna Veneranda esté pensativa... Nos dejamos arrastrar por la pereza. Nos bafian los candi- a media intensidad. El tiempo transcurre debajo de nues- *os cuerpos desnudos y frios. Somos cualquier otro, menos esotros mismos. Nos erigimos en las mascaras de nuestra ‘gtienza. Hemos caido hechos afiicos en el zaguan de la “esdicha a esperar la préxima ola de lasciva. La vida nos da = vientre, luego tu solita te rompes la madre, te revientas el ulo a punta de mayates embozados en la piel del cocodrilo. ~o lo sabfa hasta este momento: los perfectos musculos del =sacal me obsequian el favor de la resurreccién. Volutas de humo inundan la recdmara dela Carla, que con vedo y mascara muestra lo que es ejecutar la venganza slaneada con puntos y comas. Nunca esta de mas dibujarse un par de violetas en el pecho yexhibirlas por Juérez a las cuatro de la mafiana cuando los “existas huyen dela Llorona y la Carla dispendia el suculento otin de dos nalgas de putota. Qué horas son? La abuela se ha restituido a sus labores de eedriza y actriz cruel. Placidamente sintoniza un canal en -aglés antiguo y se extravia en su madeja de pensamientos 67 de divinidad de pelicula muda. Me trae un tecito de hierba dulce y mexicana. ;Imaginan el tierno cuadro donde aparece la jotita impecable tendida en su lecho de gladiolas y una lagrimita para resanar el pecado de haber dispendiado tantos maridos guapos la noche anterior? Abuela me encomienda a los scis trillones de beatos, santos y virgenes. Canta sus propios himnos. El domingo es siempre un bello dia para que las familias con valores morales vayamos a misa y los culeros se queden dormidos hasta hincharseles. Ya por la tarde, harta de tantas amorosas atenciones, colocas las esposas a tu abuela, le arrancas el coraz6n, la montas en su proverbial bicicleta sin asiento y bajas a la sala a leer el periddico. Cuando pasas frente al espejo te felicitas por el excelente depilado que te practicé la Paola antes de partir a Europa. Aborrezco la belleza televisiva y estudiada de mis amigas. Se inventan a cada minuto por lo que no tienen necesidad de pedirle nada al mundo real. Orbitan entre extravios y terro- res, reventadas por la conciencia de lo que les va a ocurrir a los chacalitos Romi y Celes, clase de polis que han llenado las crujias sabatinas con jotitos que encuentran mamando a la vuelta del Chaplin. Me detengo, me dejo ir, me gana la paranoia. Beware, jota. Mientras las otras andan en sus espumas tengo aun tiem- po de comprobar, en medio del holocausto, que nadita de miedo le tengo a la muerte. Si no fuera por el dulce filo de la cuchilla, no podrias presenciar el rotundo festin de vivirte. Abuela, mujer de diezmil afios, me vio ceflirme los modelitos y me pregunté con la pérfida sonrisita de las santas: {Ya te vas, cabrona? jY para eso le puse televisién por cable! Olvidenos, abuelas del mundo, viejecitas buenas y momificadas que regre- san terreno cada Diez de Mayo. Yo, que me dispongo a agonizar en cualquier pinche antro de mala ley, ardo a cada golpe de bendiciones de este angelote cagado de insondable bondad. Salf hecha la mocha para pasar por Pamela. Una vez en la quina de Félix y Calzada me sucedié una de esas cosas en donde uno vive de nuevo algo que ya sofié. Es una antigua sensaci6n que tengo desde nifo. Por eso elegi, con la elegancia la lechuza, el hoyo mds negro, la mejor vista. Arriba la ‘ana en la brillante érbita de esta urbe puerca. Haganle como pinches quieran. El hecho es que cuando 0 aleanza a percibir una presencia que es capaz de erizar pelos, que aterroriza o subyuga, que no es familiar a este =undo, allf esté la Pamela enfundada en sus jeans brillantes y su camiseta hasta el ombligo, acicalandose los bigotes,

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