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Introducción
Si bien el derecho a la vivienda es uno de carácter natural, por constituir ésta “una de las
necesidades esenciales del hombre, tan fundamental como es su alimentación, su salud,
su subsistencia misma” (Porro, 1975: 15), en Uruguay fue recién con la constitución de
1934 cuando se reconoce legalmente el derecho de todo ciudadano a la vivienda.
No obstante del tardío reconocimiento legal del derecho a la misma, la sociedad
uruguaya fue testigo de los continuos debates en el seno de los más variados círculos de
políticos y técnicos en defensa de viviendas “dignas” para los sectores populares de la
población.
La historiografía del siglo XX sobre el tema, pone de maniefiesto la sensibilidad de
arquitectos, ingenieros, médicos, sociólogos y políticos por la problemática del acceso a
una vivienda adecuada por parte de los sectores populares. A modo de ejemplo,
citaremos algunas de las voces lanzadas por representantes de diversos sectores de la
sociedad uruguaya a comienzos del siglo XX.
Es el caso del proyecto presentado por el arquitecto Llambías de Olivar en el segundo
Congreso de Círculos Católicos de Obreros, en el año 1902, en el que declaraba “de
suma utilidad la construcción de casas económicas para obreros”.
En el año 1903, Miguel Lapeyre, miembro del Municipio de Montevideo manifestó su
opinión en cuanto a mejorar las condiciones de vivienda de la clase trabajadora, y
propone la exoneración de impuestos nacionales y municipales a aquellos que
construyesen viviendas con mejores condiciones de habitabilidad para los obreros.
En 1911 el intendente del Municipio de Montevideo reivindicó mejores condiciones
habitacionales para las clases económicamente desprotegidas. La propuesta consistía en
prohibir la construcción de conventillos para finalizar así con los problemas de
hacinamiento y salubridad a los que estaba sometida la población obrera. En este mismo
año el economista y sociólogo Octavio Morató manifestó por medio de conferencias y
publicaciones que la “acción municipal puede y debe dirigirse no sólo a provocar
construcciones que den por resultado la tan anhelada supresión del conventillo, sino
hasta intervenir económicamente en la construcción de casas para obreros como lo
hacen muchos municipios europeos” (Morato, 1911). El diputado Pedro Cosio, presentó
en 1911 un proyecto a la cámara de Representantes denominado Empréstito de
Edificación para Obreros, en el que se proponían las condiciones necesarias para
construir, adjudicar y administrar las viviendas destinadas a los grupos pobres de la
sociedad. Se solicitaba la emisión de una deuda pública de un millón de pesos para
construir núcleos de vivienda que contarían con comercios, escuela, biblioteca y cursos
nocturnos de perfeccionamiento industrial. La vivienda se pagaría en 30 años y la cuota
mensual incluía interés y amortización del capital invertido; ya se planeaba aquí la
exoneración del impuesto de contribución inmobiliaria por 10 años.
Este problema fue planteado también, en el marco del primer Congreso Panamericano
de Arquitectos, celebrado en Río de Janeiro en el año 1920. Este congreso al que
asistieron arquitectos e ingenieros uruguayos, hizo hincapié en la construcción de
habitaciones higiénicas y baratas en lugares dotados de instalaciones y servicios
indispensables, reclamando el apoyo de gobiernos y municipios (Revista Arquitectura,
1940).
Cuadro Nº 1
Barrios construidos por el INVE entre 1937 y 1942 en Montevideo
El artículo nº 475 de la Ley estableció que el Fondo será integrado por: donaciones,
herencias y legados; por intereses de los fondos acumulados; por un impuesto que
gravaría las transacciones de compraventa y permuta de bienes inmuebles, y
compraventa de bienes muebles en remate público; y por el 10 por ciento del valor
comercial o de enajenación en remate de, las adjudicaciones por infracciones aduaneras
que correspondieran a los denunciantes o aprehensores.
Los beneficiarios de la obra de MEVIR, pertenecen a una franja de ingresos del núcleo
familiar entre 10 y 20 Unidades Reajustables, correspondiendo mayoritariamente al
sector de la población rural por debajo de la línea de pobreza y con mayor propensión a
la emigración rural.Un aspecto importante del Movimiento es que descentraliza la
inversión en todo el territorio nacional, orientando los recursos hacia sectores bajo la
línea de pobreza.
Según fuentes del propio MEVIR desde sus inicios hasta 1997 el Movimiento
construyó 12.000 viviendas, las cuales permitieron que aproximadamente 50.000
personas accedieran a una vivienda “digna”. Un dato importante que nos interesa
resaltar de esta obra es que un 30 por ciento de esos beneficiarios era población rural en
situación de pobreza. Es así que fueron erradicados más de 70 rancheríos.
La Ley 13.728: Ley Nacional de Vivienda
La Ley nº 13.728 fue promulgada el 17 de diciembre de 1968 por la Cámara de
Representantes uruguaya. Además de crear el marco legal que reconoce el derecho de
toda familia a una vivienda, sea cual sea su condición económica, dicha Ley fue
la primera iniciativa seria por parte del Estado para una política de vivienda social y
tiene la virtud de entender la construcción de viviendas como parte esencial del esfuerzo
económico nacional.
Esto es así, ya que, por una parte, el artículo nº 3 de la Ley 13.728 reconocía la
necesidad de una política planificada de viviendas que debía estar contemplada en los
planes de desarrollo socio-económicos del país. Por otra parte, la Ley establecía una
estructura institucional para llevar a cabo los planes, que se formalizarían a través: de la
Dirección Nacional de Vivienda (DINAVI), el Banco Hipotecario del Uruguay (BHU)
como organismo exclusivamente financiero que formalizarían el financiamiento y el
Instituto Nacional de Viviendas Económicas (INVE) como órgano central de la
producción de viviendas por el sistema público. Las funciones dela DINAVI y el INVE
son ejercidas actualmente por el Ministerio de Vivienda, Ordenamiento Territorial y
Medio Ambiente.
También fue importante en el establecimiento de la política de vivienda la creación del
Fondo Nacional de Vivienda que proporcionaría el financiamiento económico, para la
construcción de viviendas. La Ley puso en marcha un sistema de ahorro a cargo de
todas las fuerzas productivas del país, tendiente a formar un Fondo de recursos
permanente destinado a la construcción de viviendas.
Con posterioridad a la sancionada Ley se han dictado nuevas leyes que han modificado
algunos de sus artículos en forma particular, pero sin afectar a la estructura general. Se
trata de un texto extenso con catorce capítulos y 212 artículos. Es una ley que como se
dijo recogía la preocupación de los sectores públicos y privados existentes a la fecha de
su sanción. En sus principios generales define la función del estado como propulsor de
la construcción de viviendas y administrador de los recursos asignados para alcanzar los
objetivos que la ley se plantea.
Las metas y objetivos de la Ley fueron sintetizados en el vastísimo trabajo de Gustavo
Nicolich y Herbert Porro titulado Viviendas en el Uruguay. La Ley fue creada, entre
otros, para “lograr una solución integral y radical al problema en torno a la vivienda y
poner así fin a las distorsiones coyunturales y de estructura que afectaban la industria de
la construcción”; además de tenía la intención de “crear los instrumentos institucionales
necesarios, para la ejecución de los planes y estructurar el sistema financiero adecuado,
para con ellos definir la nueva política a emprender”; y para lograr “una reactivación del
proceso económico nacional mediante el funcionamiento a ritmo intenso de la industria
de la construcción” (Nicolich y Porro, 1974: 42). En síntesis, el objetivo de la Ley gira
en torno al núcleo previsto por el artículo 45 de la Constitución vigente, esto es el goce
de la vivienda, lo que comporta lógicamente, regular aspectos directamente vinculados a
ese goce.
En cuanto a sus orígenes, la Ley estaba inspirada en los principios del Consejo
Interamericano Económico y Social (CIES) formulados en la décima Conferencia
Interamericana realizada en Caracas catorce años antes de la aprobación de la misma.
Para verificar esta aseveración pueden compararse los textos de la ley nº 13.728 y los
principios aprobados por el CIES en 1954. Es en su conjunto, una acumulación de
conceptos que dotan al técnico de unas pautas por las cuales debe regirse. Entre ellas y
es de destacar el concepto de “vivienda adecuada”. Por primera vez en la historia del
país se hacía referencia al tipo de vivienda que debe ser construida. Se establece que por
“vivienda adecuada”, debe entenderse, “aquella que cumpla con el mínimo habitacional
definido en el artículo 18 y que tenga el número de dormitorios necesarios de acuerdo a
la composición familiar” (artículo nº 12 de la Ley). Y el artículo 18 define estrictamente
los aspectos técnicos de la construcción de viviendas en el país.
La Ley determina los beneficiarios y el tipo de beneficios que la propia Ley contempla.
Se definen las condiciones y los tipos de vivienda. Se la clasifica en diferentes tipos,
según el lugar de localización en el territorio -rural o urbano-, según el uso de la
vivienda y según los metros habitables por persona. Se fijan dimensiones máximas y
mínimas de construcción. Define los créditos y las condiciones de los mismos. Clasifica
los préstamos según los beneficiarios y el destino del mismo.
La ley determina que todos los préstamos concedidos con el fin de financiar vivienda,
exigen la devolución total del préstamo en su valor actualizado. Con ese fin se creó la
Unidad Reajustable cuyo valor inicial se ajustara anualmente de acuerdo a la variación
registrada en el índice medio de salario elaborado por el Poder Ejecutivo. Todos los
valores se expresarán en valores reajustables.
Los préstamos a los destinatarios de vivienda podrían hacerse sin ahorro previo y en ese
caso el préstamo no sería superior al 90 por ciento del valor de tasación. En el caso de la
concesión de préstamos, cuyo destinatario contara con un ahorro previo, el monto del
préstamo sumado al ahorro sería del 100 por ciento del valor de tasación. En todos los
casos el servicio de amortización e intereses del préstamo no podría sobrepasar el 20 por
ciento de los ingresos mensuales familiares del destinatario.
Hay dos disposiciones tan interesantes como inciertas en lo referente a la concesión de
préstamos. Por una parte, el hecho de poder acceder a un crédito sin la condición de
contar con un ahorro previo, puede hacer pensar en el carácter abierto de la Ley en
función de la concesión de préstamos, cosa nada más lejos de la realidad. Ya que por
otra parte, fijar el valor de amortización en máximo 20 por ciento de los ingresos
familiares del destinatario, lejos de ser un mecanismo de igualdad social, incrementa la
discriminación social. El criterio en ese caso debería estar en función de los ingresos
familiares y discriminados por el componente del núcleo familiar. Un grupo familiar
con cinco integrantes y con un ingreso mensual de 5.000 pesos, está en clara desventaja
económica frente a un grupo formado por dos integrantes y con el mismo ingreso. Esas
son las generalidades que de no tenerse en cuenta por el legislador puede desvirtuar el
carácter de la Ley.
Otro aspecto importante que la Ley tiene en cuenta es la incorporación del concepto
de subsidio definido como todo aporte no reintegrable que un organismo público
proporcione en dinero, especie, mano de obra o servicios técnicos o administrativos y
que contribuya a financiar el acceso a una vivienda. Especialmente a destacar es el
destino y el destinatario de ese subsidio -la vivienda- y -las familias cuyos ingresos no
alcancen al nivel de suficiencia para acceder a viviendas adecuadas-, respectivamente.
No obstante, a la creación del Fondo Nacional de Viviendas, al mecanismo de reajuste
para asegurar el valor actualizado de los créditos concedidos y a la concesión de
subsidios, la Ley carece, al momento de su creación, de definiciones importantes
respecto a las prioridades en los préstamos, los porcentajes del FNV destinados a los
subsidios. Esa carencia tuvo repercusiones significativas en el cumplimiento de los
objetivos quela Ley se planteaba, por lo que se vio sujeta a continuas modificaciones
con el propósito de enmendar las deficiencias y adaptarla a las nuevas realidades.
El contenido de la Ley promueve un amplio dispositivo de promotores de construcción
de vivienda disponiendo meticulosamente la reglamentación de los casos y la forma de
su actuación. En tal sentido podrán beneficiarse de créditos empresas y promotores
privados que construyan viviendas para la venta; los particulares que destinen la
vivienda para sí mismos o para otros. Particularmente se estimula la acción de
cooperativas y cooperativas matrices y las comisiones honorarias de los fondos sociales
con aporte solidario gremial. En este sentido vale señalar la especial atención de la
Ley a las cooperativas de vivienda por el sistema de ayuda mutua, avivando esta
modalidad de construcción, por medio de la exoneración de los aportes fiscales y en
beneficio de los costos de construcción.
En la Ley está reglamentada la actividad de los Institutos de Asistencia Técnica que
proporcionarán la asistencia necesaria a las cooperativas en los campos jurídico,
financiero, económico-social, arquitectónico y educación cooperativa.
Conclusiones
La legislación uruguaya respecto a la vivienda popular, no ha sido una excepción en el
continente suramericano. Su evolución es comparable con el proceso vivido en otros
países como es el caso de Chile o Argentina. También es totalmente comparable con los
procesos legislativos de muchos países del continente Europeo, en especial de la
legislación, inglesa francesa y española. No obstante, conviene recordar que el caso
español, fue en muchos aspectos un desarrollo paralelo al del continente americano y
en muchos casos inclusive posterior al experimentado en los países suramericanos.
A modo de conclusión, nos interesa destacar, que en su conjunto, la legislación del siglo
XX sobre vivienda para las clases populares ha estimulado fuertemente la propiedad
privada. Ya sea, a través de construcciones realizadas por el propio estado, que luego
concedía en propiedad a los habitantes de las mismas, como con acciones legislativas
que estimulaban al sector privado a construir viviendas que eran vendidas a través de
préstamos hipotecarios. En este sentido, creemos que el Estado ha hecho una gran obra,
al dar la posibilidad de convertirse en propietarios, a través de diferentes mecanismos
legislativos, a un conjunto importante de la población popular uruguaya, permitiendo de
esta manera el acceso a uno de los derechos naturales del hombre, como lo es la
vivienda. A pesar de los grandes avances en materia de vivienda popular en el país hasta
finales de la década de los años 40, la situación habitacional actual para un importante
número de ciudadanos sigue siendo una tarea pendiente del Estado. Según datos del
Instituto Nacional de Censos en 1996, aproximadamente un 10 por ciento (122.500
personas) de la población de la ciudad de Montevideo, habitaba en los llamados
“asentamientos irregulares”. De acuerdo a un estudio realizado el año pasado por
el Ministerio de Vivienda y la Intendencia Municipal de Montevideo existen hoy 470
asentamientos irregulares en todo el país. La mayoría de la población residente en
asentamientos irregulares, no proviene del interior del país, ni está asociada a
crecimientos demográficos, sino que obedece a procesos de expulsión de las áreas
centrales e intermedias de la ciudad por incapacidad de pago. Ello implica, para casi el
60 por ciento de la población de los asentamientos que habitaba antes en casas o
apartamentos, un notorio descenso en la calidad de vida. Esto evidencia, entre otras
cosas, la mala gestión política por parte del Estado a favor del derecho a la vivienda
“digna” que asegura la constitución del país.
Por otra parte, queda expresar que la ley nº 13.728 es un instrumento útil a los fines
propuestos, en la medida que cumpla con los postulados establecidos para definir la
vivienda de interés social y llegue a ser utilizada por los sectores que verdaderamente lo
reclaman. Sin embargo, carecerá de valor y de destino si no está sujeta a una
planificación y coordinación de los programas de vivienda.
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