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Título: El derecho de contratar desde una perspectiva constitucional. A cinco años de la vigencia del Código
Civil y Comercial de la Nación
Autor: Gamarra, Gonzalo A.
Publicado en: RCCyC 2020 (noviembre), 11/11/2020, 221
Cita Online: AR/DOC/3160/2020
Sumario: I. Introducción.— II. El constitucionalismo clásico y la concepción tradicional del contrato.— III. El
constitucionalismo social y su proyección en las relaciones contractuales.— IV. El nuevo paradigma y la
constitucionalización del derecho privado.— V. Breve reflexión.
(*)

I. Introducción
El quinto aniversario de la entrada en vigencia del Código Civil y Comercial (1) es una ocasión propicia para
considerar los fundamentos constitucionales del derecho privado, y en particular del derecho de contratar.
El Código Civil y Comercial reconoció de manera expresa su sometimiento al Estado constitucional y
convencional de derecho, es decir, adecuó la normativa secundaria a los contenidos que irradian de la CN y de
los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos.
En este sentido, el Código garantizó la supremacía del Bloque de Constitucionalidad (2), el cual no solo se
expande a las relaciones de tipo vertical —estado y sociedad civil—, sino además, a las relaciones de tipo
horizontal —entre los miembros de la sociedad—, garantizando un avance fundamental en la
constitucionalización del derecho privado.
Teniendo en cuenta estos lineamientos, intentaremos abordar de forma cronológica la protección
constitucional y convencional del derecho de contratar y su proyección en la normativa secundaria, con énfasis
en el reconocimiento dado por el Código Civil y Comercial.
II. El constitucionalismo clásico y la concepción tradicional del contrato
La Constitución de Virginia de 1776, la Revolución norteamericana y la sanción de su Constitución en 1787
son la piedra basal de la idea de consagrar una norma fundamental de organización estatal. Asimismo, la
Revolución francesa de 1789 también contribuyó a la consolidación de este nuevo paradigma.
Este primer movimiento constitucional, denominado constitucionalismo clásico o liberal, estuvo orientado
principalmente al limitar el poder estatal protegiendo las libertades individuales. Este objetivo se materializó en
dos ejes: el reconociendo de derechos fundamentales y la división del poder público, el propio texto del art. 16
de la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano de 1789, dictada luego de la Revolución
francesa, afirmaba: "una sociedad en la que no esté establecida la garantía de los Derechos, ni determinada la
separación de los Poderes, carece de Constitución".
El surgimiento del constitucionalismo se encuentra ligado a un tipo o modelo de estado, el cual solo debía
cumplir obligaciones de carácter negativo, reconociendo y otorgando protección a los valores y bienes de la
sociedad liberal naciente.
Esos valores son conocidos como derechos de primera generación, entre los que podemos enumerar: 1)
derecho a la libertad (lo que implica que cada persona puede pensar, expresarse, y elegir el plan de vida que
desea); 2) derecho a la Igualdad (nadie puede considerar que se encuentra por encima de otro por privilegios
hereditarios); 3) derecho de propiedad privada (el derecho de uso y goce de sus bienes).
En relación al objeto de este trabajo, podemos afirmar que la libertad implica, además de lo enunciado, el
derecho de que por un acto de voluntario, dos o partes se comprometan recíprocamente creando una situación
jurídica. Ahora bien, analizásemos en que media el derecho de contratar fue plasmado en nuestra CN y en sus
anteproyectos:
II.1. Anteproyectos constitucionales
Nuestro país no fue extraño a este primer movimiento constitucional, en los años posteriores a la Revolución
de Mayo de 1810 proyectos constitucionales y numerosos documentos fueron sentando las bases para luego
concretar la sanción de la CN en 1853, con su posterior reforma en 1860.
Con el cese de la autoridad del Virrey, a partir de la revolución del 25 de mayo de 1810, se suceden distintas
asambleas e instrumentos de tipo constitucional que intentaron organizar el poder público, documentos que en
su mayoría fueron de carácter transitorio e incompleto, pero cuyo derrotero marcaron el camino para la
consolidación de un Estado constitucional.
En este sentido, la Asamblea General Constituyente de 1813 convocada por el Segundo Triunvirato de las
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Provincias Unidas del Río de la Plata, si bien no cumplió su objetivo principal de redactar una constitución,
avanzó en la consagración y el reconocimiento de derechos, entre los que se destacan: la abolición de la
esclavitud y la igualdad de los pueblos originarios. A ella le siguió el Estatuto Provisional de mayo de 1815,
también con el mismo objetivo incumplido.
El Congreso de Tucumán de 1819 (trasladado luego a Buenos Aires) sancionó el primer texto constitucional
—Constitución de las Provincias Unidas de Sudamérica— que, a pesar de su escasa vigencia, avanzó en el
reconocimiento de una gama de derechos en la Sección Quinta Segundo Capítulo titulado "Derechos
Particulares", entre los que podemos enumerar: a) derecho a la vida, libertad, seguridad y propiedad privada
—art. 109—; b) igualdad ante la ley —art. 110—; c) libertad de expresión —art. 111; d) principio de autonomía
personal —art. 112— ; e) inviolabilidad de la propiedad privada —art. 123—.
Le siguió la Constitución de la República Argentina de diciembre de 1826, la cual recogió, de manera
precaria, una gama de derechos personales que responde al ideal liberal individual de la época: a) libertad y
propiedad —art. 159—; b) igualdad ante la ley —art. 160—; c) libertad de publicar las ideas en la prensa —art.
161—; d) principio de autonomía personal —art. 162—; e) principio de legalidad —art. 163—; f) inviolabilidad
de la propiedad —arts. 175, 176,177—.
Observamos entonces que, la mayor parte de los derechos reconocidos en la Constitución de 1819 se
encuentran en la Constitución de 1826 y luego fueron plasmados en la Constitución de 1853-1860, no ocurrió lo
mismo, como es sabido, con el modelo y la organización del estado (ambos antecedentes fueron de tipo unitario
o centralista).
Se debe tener principal consideración el Proyecto de Constitución de la Confederación Argentina de Juan
Bautista Alberdi, incorporado en la segunda edición de su obra "Bases" de 1852. En la Primera Parte,
denominada "Principios, derechos y garantías fundamentales", Capítulo II: "Derecho público argentino",
proponía el reconocimiento de determinados derechos a todos los habitantes de la Confederación, sean naturales
o extranjeros, entre ellos: a) derecho a la libertad, a saber: libertad de trabajar y ejercer cualquier industria, de
ejercer la navegación y el comercio de todo género, de peticionar a todas las autoridades, de entrar, permanecer,
andar y salir del territorio sin pasaporte, de publicar por la prensa sin censura previa, de disponer de sus
propiedades de todo género y en toda forma, de asociarse y reunirse con fines lícitos, de profesar todo culto, de
enseñar y aprender (art. 16); b) derecho a la igualdad (art. 17); c) derecho de propiedad (art. 18); entre otros.
Podemos notar que en los antecedentes constitucionales no se encontraba de manera expresa reconocido el
derecho de contratar, pero si podemos considerarlo como un derecho implícito que irradia del derecho a la
propiedad privada y a la autonomía personal, como veremos en el avance del presente trabajo.
II.2. La Constitución Nacional de 1853 y la reforma de 1860
Las frustraciones de los proyectos constitucionales enumerados anteriormente, que no consiguieron
vigencia, mostraron que aún no estaban las condiciones necesarias entre las provincias para dictar una
constitución que regule y organice el Estado, principalmente por el fuerte rechazo a la forma de organización
unitaria.
El 31 de mayo de 1852, luego de la batalla de Caseros (del 3 de febrero de 1852), que implicó la derrota del
gobernador de Buenos Aires, se firmó el Acuerdo de San Nicolás que decidió, entre otras cosas, llamar al
Congreso General Constituyente.
El Congreso Constituyente se reunió en Santa Fe en noviembre de 1852 y firmó la Constitución el primero
de mayo de 1853, sin la presencia de la provincia de Buenos Aires.
La Constitución recibió la influencia de los proyectos constitucionales enunciados anteriormente y,
principalmente, del proyecto de Juan B. Alberdi (3). Entre los principales derechos reconocidos, en relación al
objeto de estudio, podemos enumerar: a) de trabajar y ejercer toda industria lícita; de navegar y comerciar; de
usar y disponer de su propiedad; de asociarse con fines útiles (art. 14); b) derecho a la libertad (art. 15); c)
derecho a la igualdad (art. 16); d) propiedad privada (art. 17); e) principio de autonomía personal (art. 19); entre
otros.
Como afirmamos, en la Convención Constituyente del año 1852 estuvo ausente la provincia de Buenos
Aires quien en 1854 había dictado su propia Constitución (Constitución del Estado de Buenos Aires). Luego,
con la firma del Pacto de San José de Flores tras la Batalla de Cepeda, se estableció que Buenos Aires revisaría
la Constitución de 1853 y, en caso de hacer observaciones, se convocaría a una Convención Constituyente.
La Convención Constituyente reformadora se reunió en Santa Fe en septiembre de 1860 en tan solo cuatro
sesiones ordinarias. Es de menester remarcar que el art. 30 de la Constitución originaria habilitaba la reforma
"pasados diez años desde el día en que la juren los pueblos", por ello, la primera tarea de la Convención fue
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eliminar el mencionado párrafo.


Una de las incorporaciones más importantes, en lo que a derechos respecta, fue el art. 33, el cual establece:
"Las declaraciones, derechos y garantías que enumera la Constitución, no serán entendidas como negación de
otros derechos y garantías no enumerados; pero que nacen del principio de la soberanía del pueblo de la forma
republicana de Gobierno". La doctrina reconoce como antecedente la enmienda IX de la Constitución
Norteamericana: "la enunciación de ciertos derechos en la Constitución no será interpretada como la denegación
o el menoscabo de otros retenidos por el pueblo" (4).
Esta cláusula constitucional permitió la apertura del sistema jurídico, incorporando derechos individuales
conocidos como "derechos implícitos". Ahora bien, ¿cuáles son esos derechos?, al respeto Bidart Campos
afirmó: "todos los que se los que se le pueda ocurrir al lector y no los haya escritos en un artículo: el derecho a
la vida, a la salud, a la integridad física y psíquica, al honor, a tener u nombre, al derecho de patria potestad
sobre los hijos, el de contratar, el de reunión, el de obtener una sentencia rápida y útil, el derecho de jurisdicción
..." (5).
La Constitución reconoció un sistema de derechos que no se agota en los enumerados de forma explícita,
incluyendo de manera implícita el derecho de contratar.
Ahora bien, como afirmamos, el pilar fundamental sobre el que se erigió la primera generación de derechos
constitucionales fue la protección de la propiedad privada, la libertad y la igualdad. La conjugación de estos
derechos, reconocidos en la CN, implica que se puede disponer libremente de la propiedad conf. las condiciones
que cada individuo desee, es decir: por un acto de voluntad dos o más partes pueden comprometer
recíprocamente su propiedad a través de la creación de un negocio jurídico, es decir, un contrato.
Cabe remarcar que la jurisprudencia de la Corte Suprema incluyó, ya desde 1925, a los derechos y
obligaciones emergentes de los contratos dentro del derecho constitucional de propiedad privada, vemos la
definición de propiedad del máximo tribunal: "Todos los intereses apreciables que un hombre puede poseer
fuera de sí mismo, fuera de su vida y su libertad. Todo derecho que tenga un valor reconocido como tal por la
ley, sea que se origine en las relaciones de derecho privado sea que nazca de actos administrativos (derechos
subjetivos privados o públicos), a condición de que su titular disponga de una acción contra cualquiera que
intente interrumpirlo en su goce así sea el Estado mismo" (6).
Entonces, el fundamento constitucional del derecho de contratar no solo se encuentra en el art. 33 de la CN
como derecho implícito, sino además, en el reconocimiento y protección de la propiedad privada y de la
libertad.
La libertad contractual implica, como afirma Bidart Campos: "a) el derecho a decidir la celebración o no
celebración de un contrato, o sea: i) la libertad de contratar —aspecto positivo—, y ii) la libertad de no contratar
—aspecto negativo—. b) el derecho de elegir con quién contratar; c) el derecho de regular el contenido del
contrato, o sea los derechos y obligaciones de las partes —autonomía de la voluntad—" (7).
Además, la autorregulación entre privados tiene su base en la autonomía de la voluntad que reposa
principalmente en el art. 19 de la CN. Esta facultad de autodeterminación y autorregulación obliga a la
aplicación directa de las cláusulas contractuales.
Por lo expuesto, podemos concluir que el derecho de contratar tiene, en la constitución originaria, su base
fundamental en el art. 33 (como un derecho no enumerado), y además, en la tutela de la libertad de contratar
(considerado un aspecto de la autonomía personal conf. art. 19, CN), en la libertad de crear y configurar el
contenido del contrato (art. 14, CN) y, por último, en el derecho de disponer libremente de la propiedad (arts. 17
y 14 de la CN).
II.3. La influencia en el Código Civil de Vélez Sarsfield y la concepción tradicional del contrato
El constitucionalismo clásico también influyó en la normativa privatista y, principalmente, en el Código
Civil sancionado en el año 1869, el cual se mantuvo dentro del dogma de la época consagrando un sistema
jurídico de tipo individualista (8).
La concepción del contrato tuvo como soporte el desarrollo de los principios liberales imperantes en el siglo
XIX, entre ellos, la igualdad de las partes, la libertad contractual y, como idea central, la autonomía de la
voluntad (entendida como la facultad personal de auto regularse).
Siguiendo esta inteligencia, el Código Civil versión ley 340 definió a los contratos como el acuerdo de
varias personas sobre una declaración de voluntad común, destinada a reglar sus derechos (art. 1137) y afirmó
que "las convenciones hechas en los contratos forman para las partes una regla a la cual deben someterse como
a la ley misma" (art. 1197, en analogía con el art. 1134 del Cód. Civil francés).

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Esta concepción tradicional de contrato significó que cada particular, por decisión propia, podía alterar su
situación jurídica, autorregular sus intereses y disponer de su propiedad en acuerdos pactados con otros.
La esencia de todo contrato está dada entonces por la autodeterminación de los intereses por parte de los
contratantes, que genera como resultado la fuerza obligatoria del contrato (9), es decir, el contrato es "ley para
las partes" (con alcance restrictivo a las partes que lo formaron —principio de efecto relativo—).
La libertad de contratación es el otro pilar sobre el que reposa la concepción tradicional del contrato, la que
abarca tanto la libertad de contratar o no hacerlo, de elegir a la persona con quien desea celebrar ese contrato y
la libertad de fijar y determinar el contenido (libertad de configuración), incluyendo aquí la libertad de elegir el
tipo contractual, (teniendo en cuanta las formas establecidas por la ley o de creando formas nuevas —contratos
atípicos—).
Esta capacidad de autorregularse y autoformarse no se ejerce de forma absoluta, se debe tener presente los
límites impuestos por los estándares del orden público (art. 21 del Cód. Civil derogado), la moral y las buenas
costumbres y los derechos de los terceros (art. 953 del Cód. Civil derogado).
En síntesis, los valores fundamentales reconocidos en la Constitución, basados en un sistema de derechos en
el cual los intereses privados debían autorregularse y el estado debía limitarse a diagramar las reglas de juego y
ser custodio de esos derechos, también fueron plasmados en el Código Civil.
III. El constitucionalismo social y su proyección en las relaciones contractuales
La injusticia extrema provocada por la gran expansión del capitalismo, la producción a gran escala y la
profunda desigualdad económica dieron origen al denominado "constitucionalismo social" a mitad del siglo
XIX.
La democratización de las masas, la ampliación del sufragio, la socialización de los derechos civiles y la
necesidad de la intervención del estado para la protección de los sectores más vulnerables, se suman a los
fenómenos sociales que explican la aparición del constitucionalismo social (10).
Este movimiento otorgó rango constitucional a los derechos sociales, que son aquellos derechos "que se le
reconocen al hombre, no como individuo abstracto, sino en relación a sus actividades profesionales y a sus
necesidades económicas" (11). Corresponde el mérito de ser los primero textos constitucionales en incorporarlos
a la Constitución de México de 1917 y la Constitución Alemana de Weimar en 1919.
El estado como un simple administrador pasivo ("Estado gendarme" propio del primer movimiento
constitucional) fue dejado atrás para pasar a un modelo que, basado en la necesidad de intervención del poder
público, por medio de acciones positivas garantice el efectivo cumplimiento de los derechos fundamentales,
denominado "Estado benefactor" o "Estado de bienestar". El estado deja de ser un mero espectador para
intervenir activamente proporcionando las herramientas necesarias para igualar las condiciones económicas y
sociales.
Este nuevo paradigma pone en crisis los pilares en los que se erigió la teoría general de los contratos, es
decir, la libertad de contratación y la autonomía personal. Esta visión intervencionista del estado y solidarista de
los derechos también alcanzó al derecho de propiedad privada.
Al respecto a la CS en el leading case de 1922 afirmó: "Ni el derecho de usa y disponer de la propiedad, ni
ningún otro derecho regido por la constitución, reviste el carácter de absoluto. Un derecho ilimitado sería una
concepción antisocial. La reglamentación o limitación del ejercicio de los derechos individuales es una
necesidad derivada de la convivencia social. Reglamentar un derecho es limitarlo, es hacerlo compatible con el
derecho de los demás dentro de la comunidad y con los intereses superiores de esta última (...) Hay restricciones
a la propiedad y a las actividades individuales cuya legitimidad no puede discutirse en principio, sino en su
extensión. Tales son las que se proponen asegurar el orden, la salud y la moralidad colectiva; y hay asimismo
otras limitaciones, como son las que tienden a proteger los intereses económicos, que no pueden aceptarse sin
un cuidadoso examen (...) Existen, sin embargo, circunstancias muy especiales en que por la dedicación de la
propiedad privada a objetos de intenso interés público y por las condiciones en que ella es explotada, justifican
y hacen necesaria la intervención del estado en los precios, en protección de intereses vitales de la comunidad"
(12).

En el caso en análisis estaba en discusión la constitucionalidad de la ley 11.157 que prohibía cobrar durante
dos años, a partir de su promulgación, un precio de locación mayor al que se pagaba por el alquiler de casas,
piezas y departamentos el 1 de enero de 1920, con el objetivo de dar una respuesta a la crisis habitacional. La
Corte Suprema, como se observa de los párrafos citados, resolvió qua la limitación impuesta por la ley a los
contratos de alquiler es compatible con el derecho de usar y disponer de la propiedad conf. el art. 14 de la CN.

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Como vemos, se dio lugar a la intervención estatal en los contratos por sobre lo que las partes libremente
habían contratado.
III.1. Las reformas constitucionales de 1949 y de 1957
En este contexto se llevó adelante la reforma de la CN de 1949, que recogió como principio rector la justicia
social e incorporó los derechos sociales (derechos de segunda generación).
Escapa del objeto de este trabajo el análisis respecto a la forma en que fue declarada la necesidad de reforma
(la ley 13.133 solo contó con el voto de dos tercios de los miembros presentes de cada Cámara) y la legitimidad
de la propia Asamblea Constituyente (en la 3ª sesión ordinaria, del 8 de marzo de 1949, se retiraron de la
Asamblea los representantes del partido radical).
El 11 de marzo de 1949 se aprobó la reforma constitucional en cuyo diseño se buscó plasmar el avance
operado en el campo de los derechos, distinguiendo por un lado los derechos individuales reconocidos en la
constitución originaria y, por el otro, los llamados derechos socioeconómicos. Esto se observa con claridad en la
forma en que diagramaron los distintos capítulos de la Constitución, la primera parte llevaba el título de
"Principios Fundamentales" y contaba con cuatro capítulos: a) Capítulo I: "Forma de gobierno y declaraciones
políticas"; b) Capítulo II: "Derechos, deberes y garantías de las personas"; c) Capítulo III: "Derechos del
trabajador, de la familia, de la ancianidad, y de la educación y la cultura"; y por ultimo d) Capítulos III y IV:
"La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica".
La reforma no reconoció de manera expresa el derecho en análisis, como sucedió con la Constitución
originaria, pero sí modificó las bases constitucionales en las que este se asentaba, principalmente, respecto al
derecho de propiedad privada (recordemos que los derechos que emergen de los contratos integran el concepto
de propiedad privada), permitiendo la intervención estatal en el proceso económico y en las relaciones entre
privados con el fin de garantizar el pleno goce de los derechos. Veamos.
La reforma mantuvo la redacción del art. 14 de la Constitución originaria (el derecho de usar y disponer de
la propiedad conf. las leyes que reglamenten su ejercicio), pero incorporó el Capítulo IV, de la Parte Primera,
denominado "La función social de la propiedad, el capital y la actividad económica" y en el art. 38 afirmó: "La
propiedad privada tiene una función social y, en consecuencia, estará sometida a las obligaciones que establezca
la ley con fines de bien común. Incumbe al Estado fiscalizar la distribución y la utilización del campo o
intervenir con el objeto de desarrollar e incrementar su rendimiento en interés de la comunidad, y procurar a
cada labriego o familia labriega la posibilidad de convertirse en propietario de la tierra que cultiva..."; de esta
manera, se incorporó la noción de función social de la propiedad en el texto constitucional.
En la misma inteligencia, el art. 39 de la Constitución reformada afirmaba que "el capital debe estar al
servicio de la economía nacional y tener como principal objeto el bienestar social".
Al respecto el convencional constituyente Arturo Sampay explicaba el carácter personal y social de la
propiedad: "El propietario tiene el poder de administración y justa distribución de los beneficios que le reportan
los bienes exteriores poseídos, con lo que la propiedad llena su doble sentido. Satisface un fin personal
cubriendo las necesidades del poseedor, y un fin social al desplazar el resto hacia la comunidad" (13).
La Corte Suprema durante la vigencia de la Constitución de 1949 tuvo oportunidad de dar una interpretación
de este concepto: "El texto constitucional invocado no establece que la propiedad privada es una función social,
con lo que pudiere entenderse orientada a la posición de Duguit (Traité de droit constitutionnel, París, 1911, t. 2
ps. 157 y 113) teoría que conduce a la negación de los derechos subjetivos, entre ellos el de propiedad. La
propiedad, como derecho individual, se encuentra expresamente reconocida y asegurada en su uso y disposición
conf. con las leyes que, sin alterar dicho derecho, reglamenten su ejercicio (art. 26 y 35, Constitución). La
circunstancia de que se asigne a la propiedad privada una función social, tiene solamente el alcance de
'someterla a las obligaciones que establezca la ley con fines de bien común' (art. 38) sin abatir los poderes de
uso y disposición antes recordados" (14).
Ahora bien, la reforma operada en 1949 fue de corta vigencia, el gobierno de facto que asumió al poder el
16 de septiembre de 1955, por medio decreto del 27 de abril y proclama del 1 de mayo de 1966, derogó la
reforma y retornó la vigencia de la Constitución originaria (de 1853 con sus respectivas reformas). Como hemos
mencionado, la reforma de 1949 había sido objeto de cuestionamientos formales y materiales pero su
derogación, por un gobierno de facto, tampoco cumplió con los requisitos constitucionales necesarios ni saneó
los defectos.
A pesar de su derogación, la reforma había sentado las bases para la incorporación de los derechos sociales
al texto constitucional, los que serán incluidos por el gobierno de facto.
Mediante el dec.-ley 3838/1957 se declaró la necesidad de la reforma parcial de la Constitución y se
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convocó a la Convención Constituyente, que se reunió en Santa Fe entre agosto y noviembre de 1957. No
analizaremos en el presente trabajo la omisión de los requisitos constitucionales más esenciales para reformar la
constitución en 1957, porque escapa al objeto de estudio, pero estos problemas se expresaron claramente en la
Convención Constituyente que solo logró incorporar el art. 14 bis y modificar el art. 67, inc. 11 de la CN.
Ahora bien, el constitucionalismo social puso entonces al estado como garante del cumplimiento de los
derechos por medio de acciones positivas, pero ello no significó desmerece los valores del liberalismo, sino
adecuarlos a un estado más participativo que asegure la igualdad de oportunidades (15).
III.2. La reforma del Código Civil mediante la ley 17.711
El cambio de paradigma respecto a la concepción del estado y los derechos fundamentales también se
expandió, obviamente, al ámbito contractual. Este nuevo horizonte normativo implicó la flexibilización de los
principios en los que se basaba el derecho contractual desde la perspectiva constitucional, principalmente lo
referente a la libertad contractual y autonomía personal (16).
Los cambios sociales (p. ej.; la expansión del sistema productivo que trajo consigo los llamados "contrato
por adhesión" y los procesos sociales de consumo) y los operados en materia constitucional hicieron
indispensable que las reglas previstas en el Código Civil de Vélez Sarsfield se adecuarán a las nuevas
realidades.
En 1968, durante el gobierno de facto de Onganía, se reformó el Código Civil (mediante la ley 17.711),
instaurando una filosofía contractual distinta, que excedió la concepción individual tradicional.
La adecuación de los principios contractuales al nuevo paradigma implicó equilibrar la balanza en favor de
uno de los contratantes, asumiendo que en las relaciones contractuales puede existir desigualdad y que ello
genera la necesidad de mayor protección estatal en favor de la parte débil.
La reforma flexibilizó el dogma de la autonomía personal, de la libertad contractual y de la igualdad formal
para dar respuestas a la tensión de la realidad socioeconómica, lo cual se materializó en varios mecanismos e
institutos que fueron incorporados, veamos los más importantes:
i. Lesión subjetiva-objetiva: si bien su tratamiento se encontraba dentro de la parte general, en el art. 954, su
implicancia práctica se plasma en el capo contractual. El mentado artículo afirmaba: "...podrá demandarse la
nulidad o la modificación de los actos jurídicos cuando una de las partes explotando la necesidad, ligereza o
inexperiencia de la otra, obtuviera por medio de ellos una ventaja patrimonial evidentemente desproporcionada
y sin justificación".
De esta manera se reconoció que entre las partes que celebran un contrato puede existir, y generalmente
existe, desigualdad social y económica dejando a tras la igualdad formal consagrada por el liberalismo clásico,
permitiendo la intervención estatal (en manos del poder judicial) en aras de proteger a la parte débil de la
relación contractual.
A su vez, se pone énfasis en la idea solidarista del derecho, el cual no niega que en la economía capitalista
se tenga como objetivo la obtención de una ventaja económica, pero esta ventaja debe guardar conexión con la
realidad económica, castigando con la nulidad o modificación al acto jurídico que obtenga una ventaja
económica evidentemente desproporcionada.
ii. Abuso del derecho: la incorporación del segundo párrafo del art. 1071 —la ley no ampara el ejercicio
abusivo de los derechos. Se considerará tal al que contraríe los fines que aquella tuvo en mira al reconocerlos o
al que exceda los límites impuestos por la buena fe, la moral y las buenas costumbres—, también reflejó la
función social que deben tener los derechos subjetivos, los cuales no son absolutos y deben ejercerse de modo
solidario.
iii. Interpretación de los contratos y teoría de la imprevisión: el art. 1198 incorporó de manera la expresa a la
"buena fe" como norma de interpretación del contrato e incluyó la posibilidad de solicitar la recesión a la parte
perjudicada en el supuesto de que la prestación a su cargo resulte excesivamente onerosa (Teoría de la
Imprevisión), plasmando claramente la flexibilización del principio de la fuerza vinculante de los contratos,
dando la posibilidad de revisión judicial (17).
iv. Derecho de dominio: la reforma modificó el art. 2513 por el siguiente: "Es inherente a la propiedad el
derecho de poseer la cosa, disponer o servirse de ella, usarla y gozarla conf. a un ejercicio regular". De esta
manera, se consagra legislativamente la importancia que la doctrina y la jurisprudencia habían puesto sobre el
aspecto social del dominio. No se incluyó de manera expresa la función social de la propiedad, como si sucedió
con la reforma constitucional de 1949, pero claramente prevalecieron los principios económico-sociales por
sobre la concepción individualista.

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Vemos que la reforma operada en la legislación civil en 1968 fue la expresión de la reformulación de los
principios individualistas y liberales que trajo consigo el constitucionalismo social, y puso en palabras el rasgo
social al derecho de propiedad privada.
IV. El nuevo paradigma y la constitucionalización del derecho privado
Los cambios sociales y las transformaciones económicas que dieron origen al constitucionalismo social se
profundizaron en las siguientes décadas del siglo XX. Lo mismo sucedió con la producción a escala global y la
masificación del consumo, que generaron como efecto un sistema de contratación por adhesión con cláusulas
predispuestas por uno de los contratantes, alejándose del ideario clásico contractual del siglo XIX: la libre
negociación de los contratantes en pie de igualdad.
Además, debe sumarse el proceso de internacionalización de los Derechos Humanos producto del gran
impacto que significó en materia de derechos la finalización de la Segunda Guerra Mundial, que llevó a la
sociedad internacional a no dejar en manos de los estados nacionales el reconocimiento y cumplimiento de los
derechos esenciales de las personas.
El primer hito histórico en esta sintonía fue la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU),
cuyo propósito radica en la cooperación internacional en la solución de problemas de carácter económico,
social, cultural o humanitario, el desarrollo y estímulo del respeto a los derechos humanos y las libertades
fundamentales, sin hacer distinción por motivos de raza, sexo, idioma o religión (18).
En 1948 se adoptaron los primeros Instrumentos Internacionales sobre Derechos Humanos (19) que
consagraron al individuo y su dignidad como el bien jurídico que debe proteger el sistema a través de las
distintas instancias de control y fiscalización.
El constitucionalismo no quedó ajeno a estos procesos y comenzó el camino de reconocimiento y recepción
de los derechos modernos (de tercera generación), derechos que no se encuentran específicamente delimitados
(entre los que podeos enumerar: derecho a un ambiente sano, derecho a la autodeterminación de los pueblos,
derechos de los usuarios y consumidores, derecho a la paz, etc.) (20) y que comprenden a todo el conjunto de la
sociedad (por ello también llamados "derechos colectivos" o "derechos de incidencia colectiva").
Nuestra CN receptó en la reforma de 1994 varios de estos nuevos derechos de modo directo y otros de modo
indirecto, los cuales influyen significativamente en el derecho constitucional de contratar.
IV.1. La reforma constitucional de 1994
Durante el gobierno de Raúl Alfonsín, con la vuelta a la democracia, existió la iniciativa de reformar la
Constitución a través del dec. 2446/85 que creó el Consejo para la Consolidación de la Democracia, el cual
dictaminó sobre distintas propuestas para la futura reforma (que por los avatares políticos electorales del partido
en el gobierno no se llevó acabo).
En 1993 el entonces presidente Carlos Menem y Raúl Alfonsín (representando a los dos mayoritarios,
Partido justicialista y la Unión Cívica Radical respectivamente) suscribieron el llamado "Pacto de Olivos", en el
cual acordaron sobre la reforma constitucional. Dicho pacto se plasmó el 29 de diciembre del mismo año con la
sanción de la ley 24.309 que declaró la necesidad de la reforma.
Los temas considerados fundamentales para ambos partidos políticos fueron incorporados en el llamado
"Núcleo de Coincidencias Básicas" (art. 2°, ley 24.309) y debían ser votados de forma conjunta por la
Convención Constituyente, entendiéndose que la votación afirmativa importaría a la incorporación
constitucional de la totalidad de las normas, en tanto que la negativa importaría el rechazo en su conjunto y la
subsistencia del texto constitucional vigente (art. 5°, ley 24.309). El resto de los temas a reformar fueron
habilitados para ser debatidos y aprobados libremente.
La reforma constitucional de 1994 fue la más amplia de todas las registradas en la historia, pudiendo
destacar cuatro ejes fundamentales: 1) el incremento del reconocimiento de derechos, tanto civiles como los
denominados de "tercera generación" (21); 2) la atenuación del sistema presidencialista (22); 3) el fortalecimiento
del sistema democrático (23) y; 4) el fortalecimiento del sistema federal (24).
En lo que respeta a nuestro objeto de análisis se incorporaron nuevos derechos que reflejaron el proceso de
acotamiento de la libertad contractual en pos de la protección de los sectores más débiles, veamos:
IV.1.a. Derecho de los consumidores y usuarios
La constitución originaria de 1853 y sus sucesivas reformas, naturalmente por la época de su sanción, no
contemplaron la necesidad de regular y consagrar a los consumidores y usuarios como sujetos de derecho. Su
tratamiento normativo comenzó a desarrollarse en nuestro país en los años ´70 por medio de normas aisladas
que se destinaban a reglar determinadas actividades comerciales e industriales (25).
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La ley 24.240, dictada en 1993 (26), consagró la tutela de la persona en su papel de usuario y consumidor, lo
cual se fortaleció con la incorporación del nuevo texto del art. 42 en la CN: "los consumidores y usuarios de
bienes y servicios tienen derecho, en la relación de consumo, a la protección de su salud, seguridad e intereses
económicos; a una información adecuada y veraz; a la libertad de elección, y a condiciones de trato equitativo y
digno. Las autoridades proveerán a la protección de esos derechos, a la educación para el consumo, a la defensa
de la competencia contra toda forma de distorsión de los mercados, al control de los monopolios naturales y
legales, al de la calidad y eficiencia de los servicios públicos, y a la constitución de asociaciones de
consumidores y de usuarios. La legislación establecerá procedimientos eficaces para la prevención y solución de
conflictos, y los marcos regulatorios de los servicios públicos de competencia nacional, previendo la necesaria
participación de las asociaciones de consumidores y usuarios y de las provincias interesadas, en los organismos
de control".
Estas normas constituyen el denominado "Estatuto del Derecho del Consumidor", que se encarga de reglar
el vínculo jurídico originado en el intercambio de bienes y servicios destinados al uso y consumo final (27).
Esto supone otro viraje del paradigma clásico contractual, la propia Constitución reconoce la existencia de
disparidad en los contratantes (disparidad en la capacidad económica y técnica) e impone límites a la autonomía
privada, ello en pos de proteger a la parte débil de la relación —el usuario y consumidor—. La protección se da
desde un doble estándar jurídico, por un lado, reconociendo derechos individuales y, por el otro, derechos de
incidencia colectiva (28).
Así, el contrato dejó de ser un asunto entre particulares, trascendió los intereses de los contratantes y se
convirtió en una institución social (29). Es la propia Constitución, en el art. 42, la que fija pautas mínimas
obligatorias tanto para los proveedores de bienes y servicios como para el propio estado, reconociendo los
derechos que protegen al consumidor en la relación de consumo, entre ellos: la protección su salud, de su
seguridad e intereses económicos, el derecho a una información adecuada y veraz, a la libertad de elección y, a
condiciones de trato equitativo y digno.
IV.1.b. Jerarquización de los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos
Los Convencionales Constituyentes de 1994 modificaron el sistema jerárquico normativo argentino
mediante la incorporación del art. 75, inc. 22. El mentado artículo invitó a los Instrumentos Internacionales
sobre Derechos Humanos (es decir, a una fuente externa de derecho) a compartir la cúspide del ordenamiento
jurídico, otorgando jerarquía suprema a once instrumentos Internacionales (30) y dando la posibilidad de que en
el futuro se incorporen nuevos Instrumentos luego de ser aprobados por el Congreso (31), con el voto de las dos
terceras partes de la totalidad de los miembros de cada Cámara.
El artículo mencionado establece que los Instrumentos Internacionales sobre Derechos Humanos tienen
jerarquía constitucional "en las condiciones de su vigencia" (32), lo que supone que deben ser interpretados y
aplicados teniendo en cuenta las reservas que oportunamente hubiera efectuado el país al momento de su
aprobación y ratificación, y tal como efectivamente rigen en el ámbito internacional, es decir, considerando
particularmente su efectiva aplicación jurisprudencial por los tribunales internacionales competentes (33)
(llamada normativa derivada). A este conjunto normativo supremo gran parte de la doctrina lo denomina
"Bloque de Constitucionalidad" (34) y otros "Regla de Reconocimiento Constitucional" (35).
Asimismo, agregó que deben entenderse como "complementarios de los derechos y garantías" reconocidos
por la Constitución y "no derogan artículo alguno de la primera". Estos enunciados han generado un importante
debate, en relación a las formas de articulación de las fuentes internas y externas, y trajo consigo varias posturas
en cuanto a su interpretación y significado, las cuales exceden el objeto del presente trabajo.
Los Instrumentos han incorporado a la máxima jerarquía normativa una gama de derechos y principios que
dignifican a la persona humana, los cuales se proyectan a la normativa jurídica infra constitucional y a las
relaciones entre privados, es decir, a las relaciones de tipo horizontal, así lo entendió el máximo tribunal
argentino: "Nada hay en la letra ni en el espíritu de la Constitución que permita afirmar que la protección de los
llamados 'derechos humanos' —porque son los derechos esenciales del hombre— esté circunscripta a los
ataques que provengan solo de la autoridad. Nada hay, tampoco, que autorice la afirmación de que el ataque
ilegitimo, grave y manifiesto contra cualquiera de los derechos que integran la libertad lato sensu carezca de la
protección constitucional adecuada [...] por la sola circunstancia de que ese ataque emane de otros particulares o
de grupos organizados de individuos" (36).
En lo que respecta al derecho de contratar encontramos que el art. 15 de la Convención sobre la Eliminación
de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer establece que los Estados Partes reconocerán a la mujer,
en materias civiles, una capacidad jurídica idéntica a la del hombre y las mismas oportunidades para el ejercicio
de esa capacidad, en particular, le reconocerán a la mujer iguales derechos para firmar contratos y administrar
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bienes, y le dispensarán un trato igual en todas las etapas del procedimiento en las cortes de justicia y los
tribunales. Asimismo, el artículo sostiene que todo contrato o cualquier otro instrumento privado con efecto
jurídico que tienda a limitar la capacidad jurídica de la mujer se considerará nulo.
En el resto de los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos, si bien no reconocen de manera
explícita el derecho en análisis, lo hacen respeto a la propiedad privada. Entre ellos, la Convención Americana
de Derechos Humanos (de noviembre de 1969) en art. 21 prevé: "Toda persona tiene derecho al uso y goce de
sus bienes. La ley puede subordinar tal uso y goce al interés social" (en igual sentido el art. XXIII de la
Declaración Americana de los Derechos Humanos).
IV.2. Código Civil y Comercial de la Nación, ley 26.994
El Código Civil y Comercial, aprobado mediante la ley 26.994, cuya vigencia inició el 1 de agosto de 2015,
recepciónó y adecuó la normativa del derecho privado al nuevo paradigma constitucional.
En el art. 1° del Código establece: "Los casos que este Código rige deben ser resueltos según las leyes que
resulten aplicables, conf. con la CN y los tratados de derechos humanos en los que la República sea parte" y en
su art. 2° reza: "La ley debe ser interpretada teniendo en cuenta... las disposiciones que surgen de los tratados
sobre derechos humanos...", plasmando de forma expresa lo que surge de la propia Constitución (art. 31, 28 y
art. 75, inc. 22, CN).
Con la nueva normativa civilista y comercial no quedan dudas sobre la aplicación de la Constitución y los
Instrumentos Internacionales sobre Derechos Humanos en las relaciones jurídicas privadas y,
consecuentemente, en las relaciones contractuales.
En esta línea, a lo largo del articulado el Código Civil y Comercial se hace referencia, de manera directa o
indirecta, a los derechos consagrados en el Bloque de Constitucionalidad, veamos los relacionados a la esfera
contractual:
IV.2.a. Contratos en general: en el Título II, "Capítulo I" establece las disposiciones generales de los
contratos, su definición —art. 957— y sus efectos —art. 959—. Pero cabe hacer principal mención al art. 965,
el cual afirma: "Los derechos resultantes de los contratos integran el derecho de propiedad del contratante",
claramente incorporó la definición de propiedad privada dada por la Corte Suprema en la sentencia "Bourdieu,
Pedro c/ Municipalidad de la Capital" (37) analizada en el presente trabajo.
IV.2.b. Contratos de consumo: en el Título Tercero de su Libro Tercero (arts. 1092 a 1122) el Código Civil
y Comercial incorporó de manera expresa la regulación general del contrato de consumo, sin que ello implicara
la tipificación de un contrato más, sino, una fragmentación o modalidad de la generalidad de los contratos y que
se irradia sobre los modelos contractuales en particular, los cuales se encuentran en el Titulo IV.
El Código al incorporar la normativa especial que tutela los derechos del consumidor adecuó el derecho
secundario al paradigma constitucional y convencional vigente. No derogo la ley 24.24, pero modificó algunos
de sus preceptos, p. ej. se sustituyó el art. 1º por el siguiente: "Objeto. Consumidor. Equiparación. La presente
ley tiene por objeto la defensa del consumidor o usuario. Se considera consumidor a la persona física o jurídica
que adquiere o utiliza, en forma gratuita u onerosa, bienes o servicios como destinatario final, en beneficio
propio o de su grupo familiar o social. Queda equiparado al consumidor quien, sin ser parte de una relación de
consumo como consecuencia o en ocasión de ella, adquiere o utiliza bienes o servicios, en forma gratuita u
onerosa, como destinatario final, en beneficio propio o de su grupo familiar o social".
En igual sentido, se encuentra redactado el art. 1092 que incluyó la noción de relación de consumo,
concepto que se encuentra en la primera parte del primer párrafo del art. 42 de la CN, entendiéndolo como el
vínculo jurídico entre un proveedor y un usuario/consumidor, siendo este último quien adquiere bienes y
servicios como destinatario final, o quien usa el bien o servicio adquirido por otro con el mismo fin, admitiendo
a las personas jurídicas como posibles consumidores y no siendo la onerosidad un límite para considerar el
carácter de una relación de consumo (38). Y en esta inteligencia, también el art. 1093 recepta la definición de
contrato de consumo: "es el celebrado entre un consumidor o usuario final con una persona humana o jurídica
que actúe profesional u ocasionalmente o con una empresa productora de bienes o prestadora de servicios,
pública o privada, que tenga por objeto la adquisición, uso o goce de los bienes o servicios por parte de los
consumidores o usuarios, para su uso privado, familiar o social".
Asimismo, el art. 1094 establece que las normas que regulan las relaciones de consumo deben ser aplicadas
e interpretadas conf. el principio de protección del consumidor (principio configurado en el art. 42 de la CN) y
el de acceso al consumo sustentable (protección del ambiente art. 43, CN). El Código consagra una cláusula
general dentro de los contratos y relaciones de consumo que, además de incorporar los principios
constitucionales y de proteger los derechos individuales de los consumidores, tiene en miras la protección de un

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derecho de incidencia colectiva, como lo es la preservación del ambiente. En el mismo sentido, lo hace el art.
1095 respecto la interpretación del contrato de consumo, el cual afirma que siempre se debe estar a la
interpretación que más favorable al consumidor.
Los artículos expuestos también van en correlato con el principio in dubio pro homine traído por la
normativa internacional (39), según el cual siempre se debe aplicar la norma más favorable a la vigencia de los
derechos, es decir, se debe estar a la más beneficiosa para la persona y para el sistema de los derechos humanos
y, de forma inversa, a la norma o a la interpretación más restringida cuando se trata de establecer restricciones
permanentes al ejercicio de los derechos.
La CN y los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos, protegen, además, la dignidad de la
persona humana (40), entendiendo a está como el derecho que tiene cada uno a ser valorado como sujeto
individual y social por el solo hecho de ser persona, derecho que se integra con el principio fundamental de
igualdad y no discriminación, el cual obliga al estado —y a los particulares— a respetar y garantizar a todos los
individuos el ejercicio de los derechos reconocidos sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión,
opinión política o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra
condición social (41).
La no discriminación es una norma sobre la cual descansa todo el ordenamiento jurídico —nacional e
internacional—, entendiendo por discriminación a toda forma de exclusión o privilegio que no sea objetiva y
razonable (42).
En esta línea el Código Civil y Comercial en sus arts. 1097 y 1098, respectivamente, prevé que los
proveedores de bienes y servicios en la relación de consumo deben garantizar condiciones de atención y trato
digno a los consumidores y usuarios, que la dignidad de la persona debe ser respetada conf. a los criterios
generales que surgen de los tratados de derechos humanos y deben dar un trato equitativo y no discriminatorio
(43), en concordancia con el art. 42, primer párrafo de la Constitucional Nacional —"Los consumidores y
usuarios de bienes y servicios tienen derecho... a condiciones de trato equitativo y digno"—.
Por último, el art. 1100 obliga a suministrar información al consumidor en forma cierta y detallada sobre
todo lo relacionado al contrato y con la claridad necesaria que permita su comprensión, en la misma sintonía
que el art. 42 de la CN.
En síntesis, el Código recoge los estándares dados por el Estatuto del Derecho del Consumidor —Bloque de
Constitucionalidad y la ley 24.240— que garantizan al consumidor condiciones de trato de las cuales no puede
ser apartado, produciendo una integración del sistema protectorio. Las normas del ordenamiento civil y
comercial fueron incorporadas conf. los mandatos constitucionales y convencionales, en el mismo sentido, los
principios generales de los contratos sufrieron la misma suerte y se aggiornaron a una nueva realidad social.
V. Breve reflexión
En el presente artículo se analizó el origen y reconocimiento constitucional del derecho de contratar y su
regulación en la normativa secundaria, en especial en la normativa civilista.
Se observó como la teoría clásica del contrato fue impactada por las trasformaciones que se dieron en el
campo social y económico que modificaron las formas de negociación (afectando a la autonomía de la
voluntad), obligando a la normativa a reconocer nuevos principios basados en la solidaridad y protección del
débil de la relación contractual, armonizando el plexo normativo con el conjunto de derecho sociales.
El derecho contractual moderno no puede ser comprendido sin tener presente los cambios operados en las
formas de comercialización de bienes y servicios. Por ello, para su análisis, siempre debemos observar primero
si nos encontramos ante un contrato que fue negociado por las partes en igualdad de condiciones o, por el
contrario, si nos encontramos a contrataciones masivas, por adhesión o contratos de consumo.
En el contrato paritario regirá el principio de autonomía de la voluntad, pero si nos encontramos en
presencia de contratos de consumo, debemos tener presente las disposiciones dadas por el Estatuto del Derecho
del Consumidor.
Por último, a partir de la sanción del nuevo Código Civil y Comercial, a través de la ley 26.944 y su entrada
en vigencia a partir del 1 de agosto de 2015 (conf. ley 27.077), se consagró la llamada "constitucionalización del
derecho privado", que significó reconocer de manera expresa que la CN y los Instrumentos Internacionales
sobre Derechos Humanos son la norma suprema y que el derecho secundario se debe adecuar al paradigma
constitucional vigente, siendo el Bloque de Constitucionalidad un parámetro de resignificación de todo el
ordenamiento civil.
(*) Abogado. Profesor de la Facultad de Derecho, UBA.

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(1) Entró en vigencia el 1 de agosto de 2015 a través de la ley 26.994 (modificada por la ley 27.077)
(2) Como veremos en el presente artículo, se encuentra conformado por la CN y los Instrumentos
Internacionales de derechos humanos con jerarquía constitucional, con más las interpretaciones realizadas por
sus órganos de control —normativa derivada—.
(3) Ver: ALICE, Beatriz; "A cincuenta años de la incorporación del art. 14 bis CN (Breve reflexión sobre la
evolución operada en el ámbito de los derechos"), La Ley, Bs. As., 2008.
(4) Ibidem, N.º 3
(5) BIDART CAMPOS, Germán J.: "Manual del ciudadano", Ed. Esquiu, Bs. As., 1982, p. 34.
(6) Sentencia de la CS "Bourdieu, Pedro c/ Municipalidad de la Capital" (Fallos 145:307), 16/12/1925, cita
online: AR/JUR/10/1925.
(7) BIDART CAMPOS, Germán J.: "Manual de la Constitución Reformada", Ediar, Bs. As., 2000, T. II, p.
58.
(8) CHANETON, Abel; "Historia de Vélez Sarsfield". 2' Edición. T. II, p. 230.
(9) STIGLITZ, Rubén S.; "Autonomía de la voluntad y revisión del contrato", Depalma, Bs. As., 1992, p.
10.
(10) Ver: PÉREZ HUALDE, Dardo José; "Derechos Sociales en la Constitución Argentina" en Derecho
constitucional de la reforma de 1994, Bs. As., Depalma, 1995.
(11) EKMEKDJIAN, Miguel Ángel; "Tratado de Derecho Constitucional", T II, Buenos Aires, Depalma,
1994, p. 3
(12) Sentencia de la CS "Ercolano, Agustín c/ Lantieri de Rensahw, Julieta" (Fallos 136:170), 28/04/1922
(13) Diario de sesiones de la Convención Constituyente de 1949, t. 1 p. 515.
(14) Sentencia de la CS "Caillar de O'Neill, Magdalena E. M c/ Heguibehere, Gerónimo" (13/04/1956).
(15) LOIANO, Adelina; "Reforma Constitucional de 1957", Constituciones Argentinas, Bs. As., Infojus,
2014, p. 228.
(16) ZENTNER, Diego; "Bases constitucionales del Derecho Contractual", Bs. As., Rev. Jurídica (UCES),
2010, p. 65.
(17) Al respecto la CS en la sentencia "Kamenszein Víctor J. y otro c/Fried de Goldring Malka y otros"
(21/04/1992), Cita Online: AR/JUR/646/1992, interpretó que para el supuesto de excesiva onerosidad
sobreviniente del art. 1198 del Cód. Civil, la ley solo faculta a la parte perjudicada a demandar la resolución del
contrato, y que la mejora equitativa es solo una alternativa que la otra parte puede ofrecer.
(18) Carta de las Naciones Unidas, art. 1 inc. 3.
(19) Declaración Americana de loa Derechos y Deberes del Hombre; Declaración Universal de los
Derechos Humanos, y la Convención para la Prevención y Sanción de los Delitos de Genocidio.
(20) MANILI, Pablo L.; "Manual de Derecho Constitucional", Bs. As., Astrea, 2019, p. 39.
(21) Reconocimiento de los derechos políticos (art. 36 a 40), el derecho a un ambiente sano (art. 41),
derecho de usuarios y consumidores (art. 42), garantías judiciales (art. 43), etc.
(22) Entre los cuales podemos enumerar: la regulación de los Decretos de Necesidad y Urgencia (art. 99,
inc. 3); incorporación de la figura del Jefe de Gabinete de Ministros (art. 100-101); reducción del mandato del
presidente a 4 años (art. 90); creación del Consejo de la Magistratura y su participación en la selección de jueces
de tribunales inferiores (art. 114); regulación del Ministerio Público (art. 120); Autonomía de Ciudad de Buenos
Aires (art. 129); la creación de órganos de control externo como la Auditoria General de la Nación (art. 85);
entre otros.
(23) Incorporación de los mecanismos de democracia semidirecta (iniciativa popular —art. 39— y consulta
popular —art. 40—) y régimen de partidos políticos (art. 38), entre otros.
(24) Entre las principales modificaciones se encuentra la autonomía municipal (art. 123); dominio de
recursos naturales en manos de las provincias (art. 124); ley convenio de coparticipación (art. 75 inc. 2); etc.
(25) Ley 18.284 —Código Alimentario—, 20.680 —Abastecimiento—, 22.262 —Defensa de la
Competencia—, 22.802 —Lealtad Comercial—, entre otras.
(26) Modificada por las leyes 24.568, 24.787, 24.999, 26.361 y 26.993.

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(27) Al respecto de la relación de consumo ver: Cao, Christian Alberto — Gamarra, Gonzalo; La relación
de consumo en el Cód. Civ. y Com., Bs. As., RCCyC 2015 (noviembre), 17/11/2015, p. 249.
(28) CAO, Christian Alberto, "Constitución socioeconómica y derechos fundamentales", Bs. As., Ed. Ediar,
Buenos Aires, 2015, p. 515.
(29) ZETNER Diego, "El contrato de consumo", Bs. As., La Ley, 2010, p. 40.
(30) La Declaración Americana de los Derechos y Deberes del Hombre; la Declaración Universal de
Derechos Humanos; la Convención Americana sobre Derechos Humanos; el Pacto Internacional de Derechos
Económicos, Sociales y Culturales; el Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos y su Protocolo
Facultativo; la Convención sobre la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio; la Convención
Internacional sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación Racial; la Convención sobre la
Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer; la Convención contra la Tortura y otros
Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o Degradantes; la Convención sobre los Derechos del Niño (art. 75 inc. 22
segundo párrafo).
(31) La Convención Interamericana sobre la Desaparición Forzada de Personas —1997—, la Convención
sobre la Imprescriptibilidad de los Crímenes de Guerra y de Lesa Humanidad —2003— y la Convención sobre
los Derechos de las Personas con Discapacidad —2014—.
(32) Al respecto ver: GIL DOMÍNGUEZ, Andrés; "La Regla de Reconocimiento Constitucional
Argentina", Bs. As., Ediar, 2007, p. 64.
(33) Sentencia de la CS "Giroldi Horacio y otros" (Fallos: 318:514), 1995.
(34) MANILI, Pablo L.; "Manual de Derecho Constitucional", ob. cit., p. 8.
(35) Al respecto ver: GIL DOMÍNGUEZ, Andrés; "La Regla de Reconocimiento Constitucional
Argentina", ob. cit.
(36) Sentencia de la CS "Sisnero, Mirtha Graciela y otros el Taldelva SRL y otros s/ amparo" 20/05/2014,
Cita Online: AR/JUR/15946/2014
(37) Sentencia de la CS "Bourdieu, Pedro c/ Municipalidad de la Capital" (Fallos 145:307), 16/12/1925,
Cita Online: AR/JUR/10/1925
(38) Ver CAO, Christian Alberto — GAMARRA, Gonzalo, "La relación de consumo en el Cód. Civ. y
Com.", Bs. As., RCCyC 2015 (noviembre), 17/11/2015, p. 254.
(39) Los Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos establecen que sus disposiciones no autorizan
a limitar el goce y ejercicio de los derechos reconocidos y cualquier otro derecho o libertad que pueda estar
reconocido en otra norma: Convención Americana sobre Derechos Humanos —arts. 26, 29, inc. b—; Pacto
Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales —art. 5.1, 5.2—; Pacto Internacional de Derechos
Civiles y Políticos —art. 5.1 5.2.—; Convención contra la Tortura y otros Tratos o Penas Crueles, Inhumanos o
Degradantes —art. 1.1—; Convención sobre los Derechos del Niño —art. 41—.
(40) CN —art. 14 bis—; Declaración Universal de los Derechos Humanos —art. 1—; Declaración
Americana de los Derechos y Deberes del Hombre —preámbulo, art. 1, art. 23—; Convención Americana sobre
Derechos Humanos —art. 5.2, art. 11—; Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos —preámbulo—.
(41) Al respecto ver Observación General 18 (Corte Interamericana de Derechos Humanos).
(42) GIL DOMÍNGUEZ, Andrés; "El principio de igualdad y la discriminación positiva del art. 75 inc. 23
de la Constitución Argentina", Bs. As., JA 2014-III.
(43) Estas nociones se encontraban incorporadas en la Ley de Defensa del Consumidor en el art. 8 bis
—conf. Ley 26.361—.

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