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Asiria
Grecia constituyó un tipo polar de reacción a los desafíos del norte comentados en el
capítulo 6. El otro polo fue el imperio de dominación revitalizado. Los
principales imperios contemporáneos del período fenicio y griego que
acabamos de tratar eran Asiria y Persia. Me ocupo de ellos brevemente y a veces
de forma insegura, pues las fuentes no son ni mucho menos tan buenas como las rela
tivas a Grecia. De hecho, gran parte de nuestro conocimiento de Persia se deriva de
los relatos griegos de su gran enfrentamiento: fuente obviamente
tendenciosa.
En el capítulo 5 expuse las cuatro principales estrategias de go bierno para el
imperio antiguo: gobernar por conducto de élites conquistadas, gobernar por
conducto del ejército o avanzar hacia un nivel superior de poder, mediante una
mezcla de la «cooperación obligatoria» de una economía militarizada y los
comienzos de una cultura difusa de clase alta. Por una parte, la llegada del arado
de hierro y la expansión del comercio local, la acuñación de moneda y la
alfabetización, tendieron a centralizar la dirección del desarrollo económico, lo
cual hizo que la cooperación obligatoria fuera un tanto menos productiva y
menos atractiva como estrategia. Por otra parte, el carácter cada vez más
cosmopolita de esos procesos facilitó
Los asirios ’ derivaban su nombre de Assur, ciudad situada en el Tigris, al norte de
Mesopotamia. Hablaban un dialecto del acadio y estaban estratégicamente situados
en una importante ruta comer cial entre Acadia y Sumeria al sur y Anatolia y Siria
al norte. Apa recen primero como comerciantes que envían colonias mercantiles a
partir de Assur y establecen en la «Antigua Asiria» la forma débil, pluralista
y oligárquica de gobierno que probablemente era carac terística de los
antiguos pueblos comerciantes.
Los asirios deben su fama a una transformación notable de su estructura social.
En el siglo XIV a.C. iniciaron una política de ex pansión imperial, y en el Imperio
Medio (1375-1047) y el Imperio Nuevo (883-608) fueron sinónimos de militarismo.
Es poco lo que
Fuentes principales: sobre la antigua Asiria, Larsen, 1976; sobre el Imperio Medio, Goetze, 1975,
Munn-Rankin, 1975, y Wiseman, 1975, y especialmente sobre el Imperio Nuevo, Olmstead, 1923;
Driel, 1970; Postage, 1974a y b y 1979, y Reade, 1972. En Inglaterra se puede obtener una
impresionante sensación visual del poder y el militarismo asirios por los magníficos bajorrelieves
e inscripciones de las galerías asirias del Museo Británico.
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tipo de militarismo triunfante, más o menos como ocurrió más tar de, y de
forma más visible, entre los romanos de la República inicial y la madura.
Pero no llegaron tan lejos como los romanos o los persas en la
extensión de la «ciudadanía/identidad nacional» asiria a las clases
gobernantes de los pueblos conquistados.
Los asirios alcanzaron extraordinarios éxitos como conquistado res,
probablemente gracias a su nacionalismo exclusivo. Pero eso también
fue lo que acabó con ellos. Sus recursos quedaron someti dos a una tensión
excesiva debido a las responsabilidades del gobier no militarista. El
imperio se redujo a su núcleo asirio en respuesta a la presión de los pueblos
semíticos de Arabia a los que nosotros llamamos arameos.
Con el tiempo resurgió el Imperio Nuevo, con el doble de ex tensión de sus
predecesores. Para la época en que el Imperio Nuevo se había
institucionalizado, en torno al 745 a.C., se había producido un cambio
considerable. La escritura simplificada del arameo (del cual se derivaron las
escrituras árabe y hebrea) había empezado a penetrar en todo el imperio,
lo cual sugiere que bajo el nacionalismo militar e ideológico de los asirios se estaba
desarrollando rápidamen te un cosmopolitismo intersticial y regional. Una gran
diversidad de pueblos conquistados participaba en cierta medida en el
intercambio ideológico y económico. La política de las deportaciones
masivas lo había fomentado. Los asirios habían elaborado una forma de poder
militar/político estricta. Su propia estructura social apoyaba el mili tarismo y se
transformaba conforme a las necesidades de éste, de forma que, por ejemplo,
surgió el feudalismo como manera de com pensar a las tropas, pero
manteniéndolas como fuerza de reserva activa. Pero estaban relativamente
mal equipados para otras fuentes del poder. Parece que su interés por el
comercio fue decayendo, pues gran parte del comercio exterior se dejó en
manos de los fenicios y los arameos se apropiaron de parte del comercio
interno. La alfabe tización podía integrar una superficie mayor, pero no bajo su
con trol exclusivo. Sus políticas implacables aplastaron las pretensiones
-
El Imperio Persa
griegas del Asia Menor. En el 539 se rindió Babilonia. El Imperio Persa quedaba
establecido con una extensión aún mayor que el Im perio Nuevo asirio, y con la
mayor jamás conocida en el mundo. En su apogeo contenía tanto una satrapía
india como otra egipcia, además de todo el Oriente Medio y el Asia Menor. Su
anchura de este a oeste era de más de 3.000 kilómetros; en longitud de norte a
sur, de 1.500. Parece que tenía una superficie de más de cinco mi llones de
kilómetros cuadrados, con una población calculada en unos 35 millones de
habitantes (de los cuales entre seis y siete millones correspondían a la provincia
egipcia, densamente poblada). Perma neció generalmente en paz durante
doscientos años bajo la dinastía de los Aqueménidas, hasta que lo derrotó
Alejandro.
Es imprescindible subrayar las enormes dimensiones y la diver sidad ecológica
de este imperio. Ningún otro imperio antiguo pose yó unas provincias tan
diversas ecológicamente. Mesetas, cordilleras, selvas, desiertos y complejos de
regadío desde el sur de Rusia hasta Mesopotamia, más las costas del Océano
Indico, el Golfo Arábigo, el Mar Rojo, el Mediterráneo y el Mar Negro: una
estructura im perial notable, pero evidentemente caótica. Era imposible
mantenerla unida con los métodos de gobierno relativamente inflexibles asirios,
romanos o incluso acadios. De hecho, había partes que no se halla ban sino en
un sentido muy lato bajo el gobierno persa. Muchas de las regiones montañosas
eran incontrolables, e incluso en los mo mentos de mayor poderío persa, sólo
reconocían el tipo más general de soberanía. Partes del Asia Central, el sur de
Rusia, la India y Arabia eran prácticamente Estados clientes semiautónomos y no
pro vincias imperiales. La logística de cualquier forma muy centralizada de
régimen era absolutamente insuperable.
Incluso en esos casos, no obstante, los persas exigían una forma concreta
de sumisión. No había más que un rey, el Gran Rey. Al contrario que los asirios,
no toleraban la existencia de reyes clientes, sólo de vasallos clientes y de
gobernadores subordinados. En térmi nos religiosos, el Gran Rey no era divino,
pero sí era el gobernador ungido por Dios en la Tierra. En la religión persa, eso
significaba ungido por Ahuramazda, y parece que una condición para la tole
rancia religiosa era que las demás religiones también lo ungieran. Por eso, las
reivindicaciones persas en la cumbre eran inequívocas y se aceptaban
formalmente como tales.
En un escalón más bajo de la estructura política, también adver timos una
reivindicación de imperio universal, aunque la infraestruc
tura no siempre pudiera sustentarlo. El sistema de los sátrapas me recuerda al
sistema decimal de los incas, una afirmación clara de que este imperio pretende
ser único y estar centrado en su gobernante. Darío (521-486 a.C.), yerno de
Ciro, dividió todo el imperio en veinte satrapías, cada una de las cuales era
un microcosmos de la administración del rey. Cada una de ellas combinaba
la autoridad civil con la militar, cobraba tributos y hacía levas militares, y se
encargaba de la seguridad y de la justicia. Cada una de ellas tenía una
cancillería, con escribas en arameo, elamita y babilonio, bajo la dirección de
persas. Además, había departamentos de hacienda y de manufacturas. La
cancillería mantenía correspondencia hacia arriba con la corte del rey y hacia
abajo con las autoridades locales de la provincia. Además, se intentaba casi
siempre aportar una infraestruc tura imperial mediante la adaptación de todo
lo que existía de útil en el imperio cosmopolita.
Los persas, al igual que los asirios, habían establecido una supre macía
militar inicial. Parece que sus propias tradiciones culturales y políticas eran
débiles. Incluso sus estructuras militares eran fluidas y, aunque sus victorias
eran espectaculares, parecen haberse basado menos en la fuerza
abrumadora o en la técnica militar que en el
Así ha dicho Ciro rey de Persia: Jehová, el dios de los cielos, me ha dado
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Ciro estaba dispuesto a mostrar deferencia al Dios de los judíos por motivos
políticos, al igual que a todos los dioses. A cambio, los judíos los considerarían el
«ungido» [del Señor) (Isaías 45: 1).
Tanto la tolerancia como el oportunismo son evidentes en una infraestructura
básica de las comunicaciones como era la escritura. Por lo general, las
inscripciones persas oficiales comunicaban reivin dicaciones de poder a las
diversas clases de élite del imperio. Se utilizaban tres escrituras cuneiformes
diferentes: el elamita (el idio ma centrado en Susa), el acadio (idioma y escritura
oficiales de Ba bilonia y de algunos asirios) y un paleopersa simplificado
inventado durante el reinado de Darío. También se incluían el egipcio, el ara meo y
probablemente el griego cuando procedía. Pero para la co rrespondencia oficial
hacía falta más flexibilidad y ésta la aportaba el arameo. Este idioma se convirtió
en la lingua franca del imperio y del Cercano Oriente en general hasta la época de
las prédicas de Jesús. Los persas lo utilizaban, pero no lo controlaban. No era
su universalismo.
Había préstamos evidentes en toda la infraestructura. La moneda acuñada, el
darío de oro, representaba a un arquero coronado co rriendo (el propio Darío) y
vinculaba al Estado con las redes co merciales de Asia Menor y de Grecia,
además de haberse tomado, probablemente, de sus modelos. Los caminos reales
se construían conforme a la pauta asiria y estaban salpicados de postas con un
sistema perfeccionado (que databa de la época acadia), de manera que
facilitaban las comunicaciones, un medio de vigilancia y también de acceso
para los extranjeros. La caballería y la infantería persas con lanza y arco estaban
coordinadas con los hoplitas mercenarios griegos; al ejército se sumaba la flota
fenicia.
La tolerancia de los persas no era ilimitada. Tenía una clara pre ferencia por las
estructuras locales de poder con la misma forma que las suyas. Por eso se
sentían incómodos con la polis griega y fomen taban los gobiernos griegos de
tiranos clientes. Ya la forma de de signar a los sátrapas era en sí misma una
solución intermedia. En algunas zonas se designaba sátrapas a nobles persas;
en otras los
gobernantes locales se limitaban a adquirir un nuevo título. Una vez instalados
en su puesto, eran totalmente autónomos, con tal de que aportaran tributos y
levas militares y establecieran el orden y el respeto por las formas imperiales.
Esto significaba que en provincias con administraciones bien asentadas, como
Egipto o Mesopotamia, aunque el sátrapa fuera persa, gobernaría más o menos
como habían gobernado anteriormente las élites locales. Y en las zonas
retrasadas negociaría con sus inferiores --jeques, señores de tribus, jefes de
aldeas- de una forma muy particularista.
En todos esos sentidos, el Imperio Persa se ajusta al tipo ideal de la sociología
comparada del régimen imperial o patrimonial co mentado en el capítulo
5. Su centro era despótico, con firmes pre tensiones universales; pero su poder
infraestructural era débil. El contraste aparece claramente por conducto de
las fuentes griegas. Estas se explayan a fondo, horrorizadas pero
fascinadas, acerca de los rituales de postración ante el rey, el esplendor de
sus atavíos y su corte, la distancia a que se mantenía de sus súbditos. Al
mismo tiempo, sus relatos demuestran que lo que ocurría en la corte solía ser muy
diferente de lo que ocurría en las provincias. La relación de Jenofonte de la marcha de
los 10.000 mercenarios griegos de vuelta a casa desde Asia menciona zonas donde
los habitantes sólo tienen una confusa conciencia de la existencia de un Imperio
Persa.
Por otra parte, eso no es todo. El imperio fue duradero, incluso después de
que el Gran Rey sufriera humillaciones militares, como le ocurrió a Darío con los
escitas y a Jerjes con los griegos. Al igual que los asirios, los persas
incrementaron los recursos de poder del Imperio. Al igual que aquéllos,
parece que la innovación crucial se produjo en la esfera del poder ideológico
como forma de moral de la clase gobernante. Pero elaboraron una ideología de
clase alta más bien «internacional» que limitada a lo nacional. Los persas
amplia ron mucho las formas asirias de educación para los hijos de las élites
conquistadas y aliadas, así como para los de su propia clase noble. La
tradición persa consistía en sacar a los muchachos (es poco lo que sabemos de
las muchachas) del harén a los cinco años de edad. Hasta los veinte, se
educaban en la corte real o en la de un sátrapa. Aprendían historia de
Persia, religiones y tradiciones, aunque de forma totalmente oral. Ni siquiera
Darío sabía leer ni escribir, según proclamaba él mismo. Los chicos mayores asistían a
los tribunales y escuchaban las actuaciones judiciales. Aprendían música y
otras artes. Y se hacía mucho hincapié en la formación física y militar. La
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Extranjero, anuncia a los lacedemonios Que aquí yacemos por obedecer a sus
órdenes.
[Trad. D. Plácido.]
Una segunda debilidad persa era la naval. Utilizaban las flotas de aliados: los fenicios y
las ciudades-Estado griegas del Asia Menor, que combatían con diversos grados de
lealtad a su causa. Las fuerzas navales parecen haber sido aproximadamente
iguales: la superioridad numérica persa se veía compensada por tener que
realizar operacio nes a gran distancia de sus bases. El núcleo del
imperio carecía prác ticamente de litoral. Como los propios persas no
navegaban, no explotaban plenamente la expansión hacia el oeste de la economía
antigua.
La debilidad en combate, tanto por mar como por tierra, indica la tercera y
decisiva debilidad de Persia. El imperio era adecuado para la masa continental del
Cercano Oriente: era una confederación dispersa de gobernantes y Estados clientes,
bajo la dominación he gemónica del núcleo persa y medo y de algunas
derivaciones aristo cráticas. La clase noble era lo bastante cohesiva como para
gobernar este imperio extensivo. Pero el combate contra una formación mili tar y
moral tan apretada como la de los griegos era una exigencia imprevista, que resultó ser
superior a sus posibilidades. Entre los aliados, los fenicios eran leales, porque su
propia supervivencia como potencia dependía de derrotar a Grecia. Pero
todos preferían poner se del lado que parecía destinado a triunfar. Y el
núcleo persa no estaba tan integrado como el griego. Los sátrapas eran
gobernantes parcialmente independientes, al mando de tropas, capaces de
abrigar ambiciones imperiales y de rebelarse. El propio Ciro había llegado así al
poder; su sucesor, Cambises, mató a su hermano para ascender al trono, y
cuando murió estaba enfrentado con una grave revuelta instigada por un rival
que decía ser su hermano; Darío sofocó la revuelta y reprimió otra de las
ciudades-Estado griegas del Asia Me
nor; Jerjes sofocó levantamientos en Babilonia y en Egipto, y cuan do se
vio expulsado de Grecia se enfrentó con múltiples revueltas. A partir de
entonces, a medida que el poderío persa iba contrayén dose, las guerras
civiles se hicieron más frecuentes (con griegos como soldados clave en ambos
bandos).
Esos problemas tuvieron repercusiones militares en las campañas contra los
griegos. Sabemos que el Gran Rey prefería que los efec tivos militares de sus sátrapas
fueran reducidos. El poseía 10.000 soldados persas de infantería, los
Inmortales, y 10.000 soldados per sas de caballería. Por lo general, no permitía
que un sátrapa tuviera más de 1.000 soldados nativos de Persia. Así, el gran
ejército tenía un núcleo profesional relativamente pequeño y el resto estaba for
mado por levas de todos los pueblos del imperio. Los griegos tenían conciencia
de ello, o por lo menos la tuvieron después. Compren dieron que su defensa había
tenido dos fases: primero habían frena do tan bruscamente al enemigo que los
aliados de Persia habían empezado a dudar de la invencibilidad de su líder. El
debilitamiento de su lealtad obligó al rey a emplear el núcleo de sus tropas
persas, que parecen haber sido las que prácticamente llevaron el peso del
combate en las grandes batallas. Aunque los persas lucharon valerosa y
persistentemente, no podían igualar en un espacio cerrado y en el cuerpo a
cuerpo a un número igual de hoplitas (aunque más tarde los hoplitas
necesitarían el apoyo de la caballería y los arqueros en el terreno abierto del
interior de Persia).
De hecho, parece que el ejército del Gran Rey tenía tanto una finalidad política
como militar. Era una fuerza asombrosamente va riada, que contenía
destacamentos de todo el imperio y, en conse cuencia, era bastante difícil de
manejar como un complejo único. Pero el reunirla era una forma
impresionante de movilizar su propia dominación sobre sus sátrapas y
aliados. Cuando pasaba revista a su ejército, los efectivos y el propio
espectáculo impresionaban a toda la conciencia contemporánea. Heródoto
nos cuenta la historia de cómo se contaba el ejército mediante el emplazamiento
de destaca mentos en un espacio en el cual se sabía que cabían 10.000 hombres.
Podemos optar por creerlo o no (aunque dividamos la cifra por diez). Pero el
objetivo del relato es manifestar su asombro ante el hecho de que un gobernante
tuviera todavía más poder de lo que él mismo conocía o de lo que nadie podía
contar. Como ya indiqué en el caso de Asiria, esto era más frecuente de lo que
imaginaban los griegos. Los tentáculos logísticos de aquel complejo deben de
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haberse esparcido por todas las ciudades y las aldeas del imperio.
Pocos podían no tener conciencia del poderío del Gran Rey. La movilización le
confería más poder sobre sus sátrapas, aliados y pue blos de lo que podían
conferirle las épocas de paz. Por desgracia para él, fue a utilizarlo contra
los griegos en su propia patria, contra un enemigo con recursos no
sospechados y concentrados. La exhibición de fuerza salió por la culata y
alimentó las revueltas.
El problema para el Gran Rey era que gran parte de la infraes tructura de la
satrapía podía descentralizar el gobierno con gran facilidad. La escritura ya no
estaba bajo el control del Estado. La acuñación de moneda implicaba una
estructura dual de poder, com partida por el Estado y por los ricos locales. De
hecho, en Persia esta dualidad tenía características peculiares. Parece que la
acuñación de moneda se introdujo básicamente como medio de organizar los
suministros para las tropas. Como esta organización era en parte de la
incumbencia del rey y de sus lugartenientes directos, y en parte de la de
los sátrapas, se planteaba un problema. ¿Quién debía emitir la moneda? De
hecho, ambas partes emitían monedas de plata y de cobre, pero el darío de oro
era monopolio del rey. Cuando a veces los sátrapas emitían monedas de oro, se
consideraba una declaración de rebelión (Frye, 1976: 123). La acuñación de
moneda también podía descentralizar el poder todavía más, cuando se
utilizaba para el comercio general. En Persia, tanto el comercio interno como el
externo estaban en gran medida bajo el control de tres pueblos ex tranjeros. Dos
de esos pueblos, los arameos y los fenicios, se halla ban bajo el control formal
del imperio, pero ambos mantenían un alto nivel de autonomía: como ya hemos visto,
los persas se limita ban a utilizar la estructura existente de la lengua aramea y la
flota fenicia. La patria del tercer pueblo comerciante, los griegos, eran
políticamente autónoma. Además, aportaban el núcleo de los ejérci tos persas
ulteriores. Como he señalado antes, la falange hoplita no reforzaba
necesariamente la autoridad de una grandísima potencia, pues su dimensión
óptima era inferior a los 10.000 hombres. Es posible que incluso el zoroastrismo
fuera un arma de doble filo. Aunque se utilizaba para reforzar la autoridad del
Gran Rey, tam bién fomentaba la confianza racional de los distintos fieles, cuyo
núcleo parece haber estado constituido por la clase alta persa como un todo.
Los caminos, los «ojos del rey» (los espías de éste) e in cluso la solidaridad
cultural de la aristocracia no podían producir la integración concentrada
necesaria contra los griegos. La virtud del
gobierno persa consistía en que era más flexible, en que podía apro vechar las
fuerzas descentralizadoras y cosmopolitas que estaban em pezando a actuar en
el Oriente Medio. Antes incluso de que llegara Alejandro, Persia estaba
sucumbiendo a esas fuerzas. Pero ahora el desorden político en el centro no
llevaba necesariamente al derrum bamiento del orden social como un todo. Ya
no hacían falta un
Sargón ni la cooperación obligatoria.
Ni los griegos, ni los romanos, ni sus sucesores occidentales apre ciaron
esto. Los griegos no podían comprender lo que, a su juicio, era la
abyección, el servilismo, el amor al despotismo y el miedo a la libertad de los
pueblos orientales. Esa caricatura se basa en un hecho empírico: el respeto
mostrado por muchos pueblos del Orien te Medio a la monarquía despótica. Pero
como ya hemos visto con respecto a Persia, el despotismo era más bien
constitucional que real. El poder infraestructural de aquellos despotismos era
considerable mente inferior al de una polis griega. Su capacidad para
movilizar y coordinar lealtades de sus súbditos era escasa. Aunque
tenían un poder extensivo enormemente mayor, su poder intensivo era nota blemente
inferior. El súbdito persa podía esconderse con mucha más eficacia de su
Estado que el ciudadano griego del suyo. En algunos sentidos, el persa era
«más libre».
La libertad no es indivisible. En nuestra propia era ha habido dos conceptos de
la libertad: el liberal y el socialista-conservador. El ideal liberal es el de libertad
frente al Estado, la intimidad frente a la vigilancia y los poderes de éste. El
ideal común de conservadores y socialistas sostiene que la libertad sólo se
puede conseguir por conducto del Estado, mediante la participación en su vida.
Ambos conceptos tienen muchos aspectos defendibles. Si, por ejemplo, re
trotraemos esas categorías a la historia antigua, vemos que la polis griega
tipificaba bien el ideal conservador-socialista y que, sorpren dentemente, Persia
correspondía hasta cierto punto al ideal liberal. Esta última analogía no es sino
parcial, pues mientras que las liber tades liberales modernas están
(paradójicamnte) garantizadas consti tucionalmente por el Estado, las libertades
persas eran anticonstitu cionales y subrepticias. También eran más duraderas.
Grecia sucum bió a conquistadores sucesivos, a los macedonios y los
romanos. Persia no sucumbió sino nominalmente ante Alejandro.
Su conquistador fue el violento, ebrio, emocionalmente inestable Alejandro, a
quien también llamamos, con justicia, Magno. Con una fuerza mixta de
soldados macedonios y griegos, quizá de 48.000
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hombres, cruzó el Helesponto en el 334 a.C. En ocho años con quistó todo el
Imperio Persa y además algo de la India. Se comportó como un rey persa y
reprimió las protestas griegas y macedonias contra su adopción de títulos
orientales; dio igualdad de derechos a persas, macedonios y griegos y
restableció el sistema de las satrapías. Por esos medios se ganó la lealtad de la
nobleza persa. Pero a eso añadió una organización macedonia más estricta: el
ejército más pe queño, más disciplinado y metódico; un sistema fiscal
unificado y una economía monetaria basada en la moneda de plata de Atica,
además de la lengua griega. La unión de Grecia y de Persia se sim bolizó en la
ceremonia matrimonial masiva en la que Alejandro y
10.000 de sus soldados tomaron esposas persas.
Alejandro murió tras una gran borrachera en el 323 en Babilonia. Su muerte
reveló pronto que las corrientes persas seguían activas. Su avance conquistador
no se había dirigido hacia una mayor cen tralización imperial, sino hacia una
descentralización cosmopolita. No se había dispuesto una sucesión imperial
y sus lugartenientes convirtieron sus respectivas satrapías en múltiples
monarquías inde pendientes de estilo oriental. En el 281, tras muchas guerras,
que daron establecidas tres monarquías: en Macedonia, bajo la dinastía
Antigónida; en el Asia Menor, bajo los Seléucidas, y en Egipto, bajo los
Ptolomeos. Eran Estados flexibles de estilo persa, aunque los gobernantes
griegos practicaban una constante extrusión de las élites persas y de otros
orígenes de los cargos de poder independiente dentro del Estado (véase
Walbank, 1981). Es cierto que se trataba de Estados helenísticos, que
hablaban griego y poseían una educa ción y una cultura griegas. Pero él
las había cambiado. Fuera de la propia Grecia e incluso hasta cierto punto dentro
de ella— la razón cultivada, la parte esencial del ser plenamente «humano»,
se limitaba ahora oficialmente a la clase gobernante. Si la conquista significó algo
fue la intensificación de la base de gobierno tradicio nalmente persa, la moral
ideológica de la clase gobernante. Persia sin persas, griegos sin Grecia, pero su
fusión creó una base más cohesiva y difusa para la gobernación por la clase
gobernante de lo que jamás se había experimentado hasta entonces en el Cercano
Oriente (o, de hecho, en cualquier parte fuera de China, donde estaban en marcha
procesos parecidos).
Sin embargo, los poderes limitados de esos Estados significaban que había
otras corrientes más subterráneas. Los Estados existían en un espacio
económico y cultural mayor, parcialmente pacificado. Sus
poderes internos de movilización intensiva también estaban limita dos de
hecho, aunque no teóricamente. Salvo el caso todavía excep cionalmente
concentrado de Egipto, eran federales y contenían múl tiples escondrijos y
oportunidades para vínculos cosmopolitas no oficiales en los cuales las
tradiciones griegas más «democráticas » des empeñaban un papel importante.
De ellos y de sus provincias suce soras del Imperio Romano procedieron muchas
de las fuerzas des centralizadas que se describirán en los capítulos 10 y 11,
además de las religiones salvacionistas.
El que los imperios del Cercano Oriente fueran ahora griegos desplazó
hacia el oeste el centro del poder geopolítico. Pero en sus propios
márgenes occidentales, el mundo griego tropezaba con fuer zas diferentes.
Las ideas de libertad que he calificado de «conserva doras-socialistas»
tradicionales griegas podían difundirse con más fa cilidad entre los pequeños
agricultores y los comerciantes con he rramientas y armas de hierro. La
evolución y las contradicciones griegas volvieron a desarrollarse de forma
diferente y con unas con secuencias diferentes en la península italiana. El
resultado fue el Im perio Romano: el ejemplo más desarrollado de la cooperación
obli gatoria de Spencer jamás visto en condiciones preindustriales, el con
quistador y, sin embargo, también el absorbedor del helenismo y el
primero que se convirtió en un imperio territorial y no en un im perio de
dominación.
Bibliografia
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