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Introducción
150.195 El hombre de los. lobos por el hombre de los lobos
ELH 1ª ed .. 3ª reimp. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2002.
Muriel Gardiner
288 p., 19x13 cm - (Los casos de Sigmund Freud)
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Traducción de Marta Guastavino · [
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l.S.B.N. 950-602-005-1 ¡
l. Psicoanálisis - Estudio de casos 1

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Hay varias razones por las cuales no resulta exagerado de~ ta ca r
l'i carácter peculiar de este libro. Contiene la autobiografía, con-
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movedora y muy personal, del sujeto de un caso famoso en la
Título del original en inglé~: T/ie \l 'o/f-.\lan brj'· the Wolf-Man
Basic Books, Nueva Yórk, 1971. ' ~ ciencia médica, junto a dos historias psicoanalíticas • ele la rnis-
1n;1 persona. Por más que en la literatura abundan las biografías
\' autobiografías de gente conocida, no hay otro libro que nos
proporcione la crónica humana de un individuo y su apasionado
rn11lli<.:to, enfocada a la vez desde su propio punto de vista y cles-
d (· la j)erspectiva del fundador del psicoanálisis.
Además, encontramos en este volumen los recuerdos que ,,1
propio Hombre de los Lobos conserva de Freud. He aquí algo
que' no tiene precedentes y que tampoco podrá repetirse jamá~ .
. . De las cinco famosas historias de casos que presentó Freud, sólo
Toda reproducción total o parcial de esta obra por IH's de l~>s sujetos fueron en realidad analizad9s por él, y el
cualquier sistema -induyendo el fotocopiado- ú11ico sobreviviente de los tres es el Hombre de los Lobos. Tam-
que no haya sido expresamente autorizada por el hil>n en la literatura psicoanalítica . es único el caso del Hombre
editor constituye una infracción a los derechos · de . los Lobos, ya que no sólo fue atendido por Freud y .por
del autor y será reprimida con penas de 1l-iasta Huth .l\fack Brunswick, que escribieron sendas historias clínicas,
seis ai'i.os de prisión (art. 62 de la ley 11. 723~' art. .'ino que el suyo constituye el únicó caso que ha podido seguirse
172 del Código Penal). <ks<le la infancia hasta la vejez.
Fuera de esto, el relato de la vida del Hombre de los Lobos
es el reflejo de la historia ck los últimos ochenta años, a través
© 1983 por Ediciones Nueva Visióti SAIC . Tucumán 3748, (1189) Buenos
Ai.res, República Argentina. Queda hecho el depósito que marca la ley
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11.723. Impreso en la Argentiria / Printed in Argentina En la edición original se incluía ei texfo del análisis ele Freud sobre el
Ilomhre de los Lobos, omitido en la presente edid6n. ( N, del E.)
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Introducción
150.195 El hombre de los lobos por el hombre de los lobos
ELH 1ª ed.-3ª reimp. - Buenos Aires: Nueva Visión, 2002.
Muriel Gardiner
288 p., 19x13 cm - (Los casos de Sigmund Freud)
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Traducción de Marta Guastavino

1.S.B.N. 950-602-005-1

l. Psicoanálisis - Estudio de casos

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Hay varias razones por las cuales no resulta exagerado de~ tacar
l'i carúcter peculiar de este libro. Contiene la autobiografía, con-
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Título del original en inglé~: Tlie \\ 'o/f-.\fcm b¡j the Wolf-Ma11
movedora y muy personal, del sujeto de uu caso famoso en la
Basic Books, Nueva Yórk, 1971. .' ~ ciC'ncia médica, junto a <los historias psicoanalíticas 0 de la rnis-
111;1 persona. Por más que en la literatura abundan las biografías
\' autobiografías de gente conocida, no hay ot1.'o libro que nos
proporcione la crónica humana de un individuo y su apasionado
l'lll1llic.:to, enfocada a la vez desde su propio punto de vista y cles-
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propio Hombre de los Lobos conserva de Freud. He aquí algo
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Toda reproducción total o parcial de esta obra por !rt's de l\>S sujetos fueron en realidad analizad9s por él, y el
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que no haya siclo expresamente autorizada por el hit'·n en la literatura psicoanalítica es único el caso del Hombre
editor constitµye una infracción a los derechos. · de los Lobos, ya que no sólo fue atendido por Freud y .por
del autor y será reprimida con penas de 1hasta Huth l\fack Brunswick, que escribieron sendas historias clínicas,
seis años de prisión (art. 62 de Ja ley 1i.723'~1 art. .' ;i110 que el suyo constituye el único caso que ha podido seguirse
172 del Código Penal). <ks<le la infancia hasta la vejez.

Fuera de esto, el relato de la vida del Hombre de los Lobos


es el reflejo <le la historia de los últimos ochenta años, a través
© il.983 por Ediciones Nueva Visióti SAIC. 'I'ucumán 3748, (1189) Buenos
Aires, República Argentina. Queda hecho el d!'Jpósito que marca la ley
11. 723. Iri1preso en la Argentina/ Prínted in Argentina • En la edicl.ón original se incluía ei texfo del análisis de Freud sobre el
Ilomhre de los Lobos, omitido en la presente ediéión. (N. del E.)

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de épocas cambiaptes y en diversas cfrcunstancias. A las clac;es adi- t na!, llegué por prjmera vez a conpcerlo íntimamente, por más que
neradas de l.as' grandes naciones europeas les pareció que el cuarto
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mi vincula9ión con él se remontaba a once años atrás. ·
de siglo que precedió a la primera guerra mundial era política y En 19j,8 salí de Viena, y la segunda guerra mundial no tardó
socialmente inalterable. El Hombre de los Lobos, hijo de un rico
terrateniente ruso, creció en la gran finca de sus padres, en una
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! en arrasar ·iuropa. Durante cuatro años se interrumpió mi comu-
nicación cóh el Hombre de los Lobos. Terminada la· guerra vol -
imponente mansión que hace pensar en algunos de los palacios vieron a llegar cartas, pero transcurrieron cuatro años más hasta
reales de Europa. En esa casa, el muchachito de cuatro años mani- que nos encontramos y me enteré personalmente de las penurias
festó su fobia a los lobos, un miedo exagerado y nada realista ante que habían experimentado el Hombre de los Lobos y su madre.
esos animales, y allí tuvo el sueño sobre los lobos qu~ resultó ser Después de la terminación de la. guerra, el ejército ruso de ocu-
la clave para la comprensi6n de. su neurosis infantil y le valió ser pación permaneció otros diez años en Austria, provocando una
conocido como el Hombre de los Lobos. Desde los dieciocho años, aprensión general que el Hombre de los Lohos compartía de ma-
el Hombre de los Lobos recorrió, con todo lujo, el Imperio Austro- nera muy comprensible.
húngaro y la Alemania del káiser Guillermo JI. Con frecuencia
lo acompañaban en sus viajes su médico particular y un ayuda de Contra este telón de fondo cambiante, que a veces E"stá ·apenas
sugerido, el Hombre de los Lobos pinta su de-;tino personal con
cámara, y Freud nos cuenta que cuando empezó su análisis en 1910
pi,1celadas oscuras y atrevidas, y su . vida interior con variados
estaba "totalmente incapacitado y dependía por completo de otras
cólores, a menudo sombríos pero a veces r icamente matizados y
persona,s". El Hombre de los Lobos y otros europeos de posición
luminosos. Las profundas luchas y búsquedas internas que aquí
acomodada deben de haber sentido que su opulencia y su posi-
se revelan y que no se interrumpieron jamás en más de ochenta
ción eran invulnerables. Cuando la calma política de comienzos
años de vida se insinuaban ya en el informe ele Freud sobre la
del siglo xx fue interrumpida por la primera guerra mundial y
neurosis infantil del Hornbre ele los Lobos. En realidad, buena
por la revolución en la Rusia zarista, el Hombre de los Lobos
parte de lo que el Hombre de los Lobos nos muestra y cuenta de
perdió su hogar y su fortuna y debió emigrar a Austria.
su personalidad puede verse en el niño quE" retrata Freud en la
Durante el medio siglo que siguió a 1919, Europa sirvió de Historia de una neurosis infantil. En opinión ele James Strachey,
marco trágico o, en el mejor de los casos, premonitorio a la histo- editor de la Standard Edition de las obras ele Freud. ésta es "!~
ria del Hombre de los Lopos. En Austria, las secuelas de la prime- más elaborada e indudablemente la más importante de todas las
ra guerra mundial fueron el hambre, la pobreza, el de~empleo y historias de casos de Freud". Y Ernest Jon,es, el biógrafo de Freud,
i,ma inflación catastrófica. Llegó después un período político de
la considera "sin duda la mejor ele la serie. Freud se hallah;1 en-
confusión y desorden, durante. el cual los nazis alcanzaron el poder. tonces en la plenitud de su capacidacl, con plena confianza y do-
Por más que el Hombre de los Lobos -cuando no lo abrumaban minio de su método, y la técnica que (lespl iega en la interpreta-
~us problemas personales- tenía como única preocupacíón la de ción y en la síntesis de un material incrcíb lcrncntc complejo delwn
sobrevivir, y poco era su interés directo en los sucesos mundiales, ganarle la admiracióü de todos los lectores".
éstos no dejaron de afectar su vida y de teñir su pensamiento
Contar con datos provenientes <le tantas fuentes cahales, de-
y sus actividades.
talladas y profundas, hace posible que tanto el lego como el hom -
Cuando Alemania se anexó el territorio austríaco en marzo bre de ciencia aprecien en qué medida puede ayudar el psicoan<Í-
de 1938 se produjo la señal para que los judíos y los psicoanalis- lisis a una persona gravemente perturbada. Gracias a su análisis.
tas abandonaran el país, si es que tenían <:1lguna posibilidad ,de el Hombre de los Lobos pudo sobrevivir a un choque tras oti;o y
hacerlo. Yo fui una de las poquísimas personas con formación psi- a repetidas tensiones; en medio del sufrimiento, es verdad, ¡~ero
coanalítica que permanecieron unos meses más en Viena, y du- con más elasticidad y fuerza de lo que habría cabido esperar; El
rante ese período febril, que fue desastroso para Austria y catas- propio Hombre de los Lobos está convencido de que ~jn el psico-
trófico para el Hombre de los Lobos debido a su tragedia perso- análisis su vida no habría sido más que una i1'iterminabk condena,_
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:.:~1 ! Prólogo
Ana Freud

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En nuestra calidad de lectores de la literatura psicoanalítica, nos


impresiona comprobar la gran cantidad de artículos, libros y perió-
dicos que se publican en diversas lenguas y que abarcan gran
variedad de temas: clínicos, técnicos, teóricos, así como las inrn•-
rnerables aplicaciones del insight analítico a los dominios de la
psiquiatría, la medicina general, la pediatría, la educación, cultura,
religión, literatura, las artes y el derecho, etcétera. Sin embargo,
es inevitable que advirtamos al mismo tiempo la evidente escasez
·de publicaciones orientadas en una dirección específica: historias
~- l'.'ompletas y adecuadamente documentadas de casos ...
No cabe atribuir esta falla de producción. en ('nanto se refiere
a la principal preocupación del analista practic,ante, ni hecho de
que los analistas sepan demasiado poco de sus p;\cie1~tes, sino más
f 'bien ;1 lo contrario: a que saben demasiadb. El instrumental téc-
¡ nico de la .terapia analítica -tal como la asticiación libre, la inter-
pretación ele dos suefios, las interpretaciones de la · resistencia y ele
la transferencia- produce una masa de datos referentes a la his-
l. toria de la vida del paciente, a los aspectos sanos y patológicos
de su naturaleza, que resultar; inmanejables debido a su volumen;
si se intenta ponerlo~ por escrito sin la suficiente elaboración, son
imposibles de leer. Manejar semejante materia prima .de modo tal
que se produzca, por un lado, la vívida imagen de una persona
.~ individual y por otro un cuadro detallado de un trastorno psicoló-
1,¡" gico e:.;pecífico no es tarea de poca mc;mta y, corno logro literario,
excede en ·mucho la capacidad de la mayoría de los autores cien-
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tíficos. En consecuencia, lo que se produce en la actualidad son: ~
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·de contrarrestar l.t,s consecuencias de su seducción y observaci<'Jn '
recortes de material clínico que se usan para ejemplificar alguna traumática, pero en este caso nadie logró penetrar el :mi~terio, de
co11cepción teórica o, en el mejor de los casos, relatos clínicos uni- la identidad d.e la paciente. Por lo que toca a Emmy von N.; se
laterales que no llegan a dar al lector ide<'l algupa , del, p<iciente
como personalidad viviente. De ahí que no resulte sorprendente
a
logró desenterrar alguna inforniación referente su vida posterior
y sus reacciones personales. De Juanito, cuya identidad óunca es-
el hecho de que, con fines didácticos, los conferencistas y directo- f
res de seminarios de nuestros institutos hayan contraído el hábito •
¡ tuvo envuelta en la misma oscuridad, se sabe actualmente que
f .alcanzó una posición social segura y estimable ~es decir, no afec-
de volver sobre el reducido número de historias clásicas con que tada exteriormente por limitaciones fóbicas-, por más que el cua-
contamos y de explotarlas al máximo. Ana O. y otros pacientes t
1 -Oro manifiesto no permite decir si la neurosis infantil llegó o no
de los Estudios sobre Ta histeria, Juanito, el Hombre de las Ratas, ¡ a dejar secuelas más profundas en su personalidad. Allí donde se
el Hombre <le los Lobos, Dora, Schreber, llegaron a ser bien co- ,disponía in tato de los datos originales del análisis, como en el
nocidos para las sucesiv~s generaciones de analistas, lo mismo ¡1, caso Schreber, esta situación condujo a posteriores ampliaciones, .
que las. ~ecciones c~e ell~~ , a prendidas r~ferentes a la h!st~ria d~ reinterpretaciones y revisiones críticas. No obstante, por más que
convers1on, las fobias, h;)ll, estados obscs1vos, las neurosis mfanl1- en esas investigaciones no se hayan ahorrado esfuerzos, los resul-
les, la paranoia, la homJ~exualidacl y otros trastornos. tados efectivos siguieron siendo magros, abortivos y, por la misma
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Por otra parte, la ~~fección con que había siclo rcs11rniclo, razón, insatisfactorios para la mentalidad indagadora de cualquier
condensado, seleccionado ·y sintetizado el material no sólo era lo .analista.
que hacía eminentemente legibles esas historias, sino que tuvo He aquí, pues, la brecha en nuestros conocimientos que se
otros resultados inesperados. La misma sensación de familiariclad -colma de manera admirable con la publicación de este libro. El
que empezaron a experimentar los analistas con respecto a esos Hombre ele los Lobos .se destaca . entre sus compañeros por el he-
pacientes les provocó la tentación de ocuparse de ellos en su ima- 1 cho de· ser el único que puede cooperar. activamente en la recons-
ginación como si se tratara ele sus propios pacientes, estimuló el ! trucción de su propio caso, y porque está dispuesto a hacerlo. No
deseo de · saber todo lo referente a ellos, de poner a prueba las se encuentra velado por el misterio como Catalina, ni tiene hacia
interpretaciones ofrecidas, de ir más allá de las conclusiones al· ·su .terapia anterior la' actitud enajenada y hostil de Ana O., ni
canzadas y, toda vez que ello era posible, de reorganizar una wz manifiesta la reticencia y el temor a la publicidad de Juanito adul-
más los elatos originales a partir de los cüales habían sido obteni- to. Según su propfo testimonio, su agracleciclo respeto por el pen-
das las abstracciones del autor. Las figuras centrales de las histo- 1 samiento analítico y su fácil comprensión del mismo lo elevaron,
ria:; clínicas clásicas se convirtieron de tal modo en puntos focales h ya purante su tratamiento inicial, clel nivel ele paciente al de un
de · especulación y discusión entre los analistas, en primer lugar ·Colega más joven de su analista. un colaborador que con "un ex-
con el deseo de ampliar cada uno .d e esos tratamientos hasta con-
vertirlo en un estudio longituclinal; tarea difícil, dado que presu- j' plorador experimentado emprende el estudio de un país nuevo y
recién descubierto". Además, consiguió mantener el espíritu que
ponía establecer identidades que, por razones ele discreción, ha-
bían sido disimuladas con más o menos eficacia. fLI le había permitido superar las resistencias de su prirner análisis y,
.después de haberlo , perdido temporariamente tlurante sus cam-
Los artículos de Ellen Jensen sobre Ana O. nos han informa- bios de carácter y tratamiento subsiguiente, se las arr~gló para
do sobre sus años posteriores, su vida, su trabajo y su fama, y es Tecuperarlo, de modo tal que fue capaz de soportar las turbulen-
menester concluir de ello que su "cura parlante" alcanzó la efi- cias de una vida perturbada. por revoluciones, guerras, privaciones
cacia suficiente para hacer desaparecer la grave sintomatología materiales y pérdidas de objeto muy traurn<lticas. Lo qL1e él cita
invalidantc, pese al hecho de que la transferencia de la paciente con orgullo como el reconocimiento ele su excepcional capacidad
sobre su médico había quedado sin interpretar. Nos gustaría saber intelectual por parte de su analista no sólo es la condición que le
si el "análisis silvestre" a que fue sometida Catalina tuvo el efecto permitió mantener el juicio durante sq vida personal sino que

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;~ . también sirvió para beneficiar, <le manera totalmente sin prece-


dentes, a la comunidad analítica como tal.
i Parte I
Debemos a Ruth Mack Brunswick la inclusión del relato de
la perturbación post-anaÍítica del paciente como agregado a la
Las 111emorias del Hon1bre
historia original de su neurosis infantil. Igual o quizá mayor es
nuestra deuda de gratitud con Muriel Gardiner, que se hizo car-
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de los Lobos
go de la tarea donde la Habían dejado sus dos predecesores, am-
paró durante más de treinta años al Hombre de los Lobos, le dio
apoyo en sus depresiones, manejó pacientemente sus temores, du-
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das e incertidumbres, lo estimuló para que se expresara en sus ~~
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revelaciones autobiográficas y finalmente encaró · Ia compilación
y e! ordenamiento de las secuencias inconexas que de todo ello
resultaron.
He aquí ante nosotros el fruto de sus esfuerzos: la única · 4
oportunidad de ver cómo se desarrollan ante nuestros ojos tanto
la vida interior como exterior de un paciente psicoanalítico, empe-
zando por sus propios recuerdos de infancia y por el relato de su
neurosis infantil para recorrer los incideiltes, impo1iantes o no, de-
su vida ~dulta, y para llegar, a partir de allí en ,forma casi inin-
terrnmpida, _al período en que "El Hombre de los .Lobos envejece".

,.;, Londres; 1971

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E~e primer capítulo de las Memorias del Hombre de los Lobos
~\ será de especial interés para los psicoanalistas porque abarca el
~\ mfsmo período de su vida que la Historia de una neurosis infantil
..§,,j de F1·eud. El recuerdo más temprano del muchachito es, al pme-
"'
J¡,, cer, ei dé un ataque de malaria cuando estaba tendido en el jar-
dín, en verano. Este recuerdo parecería remontarse al mismo ve-
rano que la observaci6n reconstruida de la escena primaria. Apa-
¡G"; recen aquí los recuerdos de la institutriz inglesa, incluso los dos
11¡1' recuerdos encubridores que menciona Freud, y se hace también
referencia a otras institutrices que siguieron. Miss Elisabeth, que
lleg6 después~de la pmtida de la institutriz inglesa, probablemente
unos meses antes de que eh. niño cumpliera los cuatro años, solía
le~'rle por las noches los Cu~ntos de hadas de Grimm, que desem-
peñaron un papel tan importante en la elección de la fobia animal
del Hombre de los Lobos, mientras el niño y su aya escuchaban
con fascinada atención. Un poco más tarde, Mademoiselle' inició
al niña en las historias de Carlomagno, y el pequeño se compara-·
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ba con el héroe que desde la cuna había recibido todos los dones
posibles que le fueron otorgados por espíritus benévolos. Com-
prendemos la analogía al , recordar que Freud relata que, como
había nacido con el amnios, "nacido cubierto", durante su infan-
cia ei, Hombre de los Lobos "se tenía por un ser especialmente
afortunado, al que nada malo podía pasar" (O.C. , TI, p. 739}° y que
0
Transcribimos las citas de Freud según la versiún c:;p:uiob ele Luis López
Ballesteros y de Torres. Ellas r'emiten a las Obrny Co111¡il etfls (0. C. l. edi-
ción de Biblioteca Nueva, Madrid, 1948. (N. del E.)

17
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Soy un emigrado rnso ele ochenta y tres años y fui uno de los pri-
Stl neurosis (Ululta hizo irrupción. cuando se i;io obligado "a perder meros pacientes psicoanalíticos de Freud: el conocido como el
su confidnza e'n una predilección personal del d estino". (O.C., TI , Hombre de los Lobos.' Heme aquí sentado , dispuesto a escribir
p. 748). '1.i,

Las personas importa11tes e11 los prim eros arios del Hombre mis recuerdos de infancia.
Nací en la Nochebuena de 1886, 1 de ~\cuerdo con el calen-
d e los Lol10s fu eron . co m o es de s11poner, sus padres u su herma-
na, s11 q11erida aua (11 r¡11ie11 , seg 1ín me ha confiado, quería más
<fario juliano que tenía vigencia en ese momento en Rusia,~ en la
que a sus padres), institutrices, t11tores y sirvie ntes y algunos fami -
finca que poseía pü padre sobre las riberas del Dniéper, al norte
liares. Las refer enc ias a sus abuelos paternos y a los hi¡os de éstos de la ciudad de Jerson. En toda Ja comarca circundante Ja finca
pon en d e manifiest o la patología familiar a la r¡11 e hace refe re nc ia era muy conocida, porque parte de nuestras tierras se usaba a
Freud !I que co 11s-tit11yc la mácula hereditaria por la c11al se sentía modo de plaza de mercado donde solían celebrarse ferias. De
afectado el H omlne d e !ns Lobos. Sahemos 1¡11e su padre s11fría :1h
pequeño, cierta vez tuve ocasión <le atisbar una de esas ferias
períodos d e d e presió n grave durante los c11ales necesitalw lwspi - campesinas de Rusia. Mientras caminaba por nuestro j<1rdín oí
talizac ión, que apart e d e esos períodos su "p erso nalidad 11orr11al" ruidos y gritos del o~ro lado del cerco. Al mirar por una hendidura,
era hipomaníaca u que tenía 11n diagnóstico d e man íaco deprcsi · divisé fogata s -e rn en invierno- alrededor de las cuales se agru -
vo. Las circunstancias de s11 repentina m11 erte , a los c11arc nta y paban gitanos y otras gentes extrañas . Los gitanos gesticulaban
rweve años, 1w11ca se aclararon. aunq11 e es posible qu e .1·c hat¡a desaforadamente y todo el mundo gritaba al mismo tiempo. Ha-
de bido a. una: dasis excesiva de veronal. bía muchos caballos y era evidente que la gente discutía por el
El h ermano menor de l padre. seg iín la d escripc ió11 de F re1ul, precio de los mismos. La escena me provocó una impresión de
era un individuo de "vida extra vagant e, de cu yos detalles podía confusión indescriptible y pensé para mis adentros que lo que
deducirse que padecía 1111a grai;,e n eurosis obsesiva". El relato del
r sucedía en el infierno debía de ser muy semejante a eso.
Hombre de los Lohos co rrobora tal excentricidad y menciona tam- :t\1i padre vendió la finca cuando yo tenía alrededor de cinco
bién síntomas para11 oides . El diagnóstico de Karsakoff fu e de pa- años, Je modo que todos mis recuerdos de aquel 0lugar son ante-
ra.twia. El probable su icidio d e la abuela pat erna 1¡ el posterior riores a esa edad. Según me contó mi N ania (mi niñer a ),
. comportamiento "increíble" de su marido, q11e hace pensar en el cuando apenas contaba unos meses estuve muy enfermo con una
del padre en Los herm anos Kara mazov, completan el cuadro de grave neumonía, y los rnédicos llegaron incluso a <lesahuciarme.
la desdidwda herencia d el Hombre de los Lobos. En mi primera infancia también sufría de malaria y conservo el
recuerdo de un ataque. Me acuerdo nebulosamente <le que era
Muchos detalles de estos "Recuerdos", tales como la epide -
mia entre las 200.000 ove¡as de la finca, $e refieren a temas que
verano y yo estaba tendido en el jardín, y por más que nada me
doliera me s'e ntía muy mal, supongo que debido a la fiebre alta.
nos san conocidos por el trabajo de Freu(l. Lo mis·mo vale para
:..··
los raros contactos del nir1o con sus padres, salvo en lo que res- ¡'
'//
pecta a la cuidadosa at enci1Í1! de la madre cuando se hallaba en-
fermo, la enfermedad de la propui madre y el ardor religiosa del En Rusia, el 24 de diciembre, Nochebuena, es considerntlo "~avidad",
1
muchachito y las duelas r¡11 e lo torturaha11. El Hombre de los Lohos lo que explica por qué en varios ejemplos de este vohunen se hace refe-
j rencia a la Navidad como el cumpleaños del Hombre de Jos Lohos. [Salvo in-
no se propone aquí interpretar lo que describe, y no ha de sor-
dicación en contrario, todas las notas son de l\!11riel Gardiner. N. del E.]
prendernos que sus recuerdos difieran en algunos detalles de los l
hechos tal como Freud los interpreta. Esencialmente, estos "Re- . La fecha fue en realidad el 6 de enero de 1887, de a!'11 crdo con el calen-
2
cuerdos" son el f011do , pintad.o silenciosa y fielmente, para la diruí- dario gregoriano usado en todo el resto de Europa.
mica acción psíquícci de fo Historia <le una neurosis infantil de
La "Nania" -en el texto alemán de Freud, "Nanja"- 1>s h "Ch,wha"
Freud: 0
de la traducción de López Ballesteros. ( N. del E.)
M. G.
19
18
También he oído decir que de bebe tenía el pelo de color me hacía sentir tornó üri adulto que montara un caballo "de
rojizo Tízianq, pero después que me lo cortaron por primera vez veras".
se me puso castaño oscuro , cosa que mi madre lamentó profunda- A veces durante el v~ano también se hacían viajes entre la
mente. Durante toda su vi<la conservó un rizo del pelo cortado, finca sobre el Dniéper y lit casa de Tyerni. Mi primer recuerdo,
c olor rojo Tizi~no, como una especie de "reliquia". perfectamente inocente, de Miss Oven, se relaciona con uno de
Me hail contado también que en la primera infancia fui un tales viajes. Yo estaba sentado al lado de Miss Oven en un coche
niño tranquilo y casi flemático, pero que mi carácter cambió por cerrado y ella se conducía muy amistosamente conmigo, procu-
completo tras el arribo de la institutriz inglesa, Miss Oven. Aun- rando enseñarme algunas palabras inglesa s, y repetía varias veces:
que no estuvo con nosotros mfis que unos meses, me convertí en la palabra boy.
un niño muy nervioso P irritable, sujeto a graves pataletas y Además de ese primer recuerdo de una persona que tanto•
¡
berrinches. :t,
da1io m e hizo, p11edo evocar otros incidentes. Nos habíun dado•
~ ~;.
unos caramelos largos que parecían bastoncillos y Miss Oven nos .
Poco después <le la llegada de l'v!iss Oven. mis padres partie-
rnn de viaje al extranjero. dc·júndonos a mi hermana Ana y a mí
r dijo que en realidad eran fragmentos ele una serpiente éortada
al cuidado de mi Nania y d e ~Ií ss Oven . Ana era dos años y medio en p edazos. Hubo otro pequeño episodio en el cual la institutriz
mayor que yo, y era evidente que a Miss Oven la habían tomado :jf llevó la peor parte. Mientras hacíamos una excursión por el Dnié-
más por ella que por mí. Mis padres habían encargado a nuestra
:;-!:·
per e n un botecito, a Miss Oven se le voló el sombrero, que fue
abuela materna, que lamentablemente no asumió su responsabi- a posa rse sobre el agua como el nielo de un pájaro, para gran
lidad, que supervisara tanto a Miss Oven como a mi Nania. Por contento mío y de mi Nania. Tambi é n recuerdo huber estado ca-
más que se daba cuenta · de la perniciosa influencia que ejercía minando por el jardín con Miss Oven Ella se nos ;idelant6, se
sobre mí la institutriz, mi abuela no se atrevió a despedirla y levante'> la parte de atrás de la falda y, meneándose hacia adelante
i{ y atrús , repitió: "Miren mi colita, mire11 mi colita''.
's iguió esperando el regreso de mis padres, que se vio demorado
nna y otra vez. De tal modo Miss Oven, que o bien era una psi- ' Contrariamente a lo que m e s11 cc <lía, Ana parecía llevars e
bastante bien con !\liss Oven y hasta parecía divertida cuando la
C'lÍpata grave O Se hallaba Con frecuencia bajo la influencia del
;dcohol, siguió durante varios meses con sus maldades . institutriz me fastidiaba. Ana empezó a imitar a Miss Oven r a
fastidiarme también. Una vez me cli.jo qu e iba a mostrarm e t1na
Es difícil saber exactamente lo que sucedió. Me acuerdo, y linda fig1i'1a el e una ni1ia bonita. Yo es taba ansioso por ve rla , p ero ·
nu es tra abuela lo confirmó, que entre mi Nania y yo por un lado
Ana la cubría con un trozo de papel. C uando por fin re tirt'> el
y .Miss Oveü por el otro estallaban coléricas disputas . Es evidente
papel, en vez ele nna niiia bonita vi un lobo parado sobre las
que Miss Oven seguía molestándome y sabía cómo enfurecerme, patas tra se ras y con !ns fauces ahic1·tas , pronto a devorarse a Ca-
lo que debe de haberle proporcionado una especie d e satisfacción
sádica. perucita Roja. Empecé a chillar ;" lll\'l' t1na verdadera pataleta.
,.,1
Es probable que la causa de mi cstalliclo de rabia no haya sido
únicamente en invierno vivíamos e n la finca dond e yo nací. ~i tanto el miedo al lobo como mi clcccpc ic'm y mi cólera porr¡ue
Nuestra casa de verano estaba situada en Tyerni, a algunos kiló- Ana se había burlado de mí.
metros ele distancia, donde nos mudábamos tódos los veranos, .-se- Cuando era pcq11c1í a, Ana se conducía más bien como un
guidos por nuestro equipaje en numerosos carruajes. La gran casa f. mucha cho lraviP~o que como una niiíita . Nunca jugú con muñ,,ecas ,
de campo de Tyerni estaba en medio de un bellísimo y añoso ' cosa qu e me >orprendí:i 111ucho. Se me ocurría la idea de q~<·' si
parque. Me acuerdo que solían llevarme un pony ensillado y me yo hubi e r;i sido una niña m e habría encantado jugar con m:nñe-
subían en él para llevarme a pasear. Pero esos paseos no me daban cas; como varón, me avergomaba ele lrncerlo. Más tarde, mi jug·l.iete
tanto placer como las ocasiones. en que mi padre me ponía de- favorito eran los soldados ele plomo , tal v ez un sustiluto de las
Lrnr·e de él sobre su montura y salíamos a dar un trotecito. Eso muñecas.

20 11
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La etapa de Sturm und Drang <le Ana, como podríamos lla- cuando estuvieran en casa, era poco el contacto que teníamos
marla, no duró mucho tiempo. Cuando todavía estábamos en la con mis padres. Hecuerdo que mi padre me enseñó . el alfabeto
primera finca se fue tranquilizando y poniéndose más seria y em- ruso y también a leer en ruso. Durante un tiempo .5olía venir a
pezó a volcarse a la lectura. También camhió su comportamiento vernos todas las noches y jugaba con nosotros un juego que se
conmigo y empezó a jugar a la hermana mayor que le enseña llamaba "No te enojes, hom.b re". Se abría un tablero que era un
a su hermanito. Por ejemplo, me enseñó la hora y me dijo que la mapa de la parte europea de Rusia y cada jugador tenía una
tierra es en realidad una esfera. Para esa época yo había andado figura de madera semejante a una pieza de ajedrez. Después se
muchas veces en coche con mi padre a través de los campos y las arrojaban los dacios para determinar hasta dónde podía moverse
·estepas y con frecuencia hab ía notado que el horizonte parecía
formar un círculo que se extendía en todas direcciones. Pero ¿,una
r cada uno y qué camino tenía que seguir en el mapa . El · primero
en llegar al término del viaje ganaba. Yo disfrutaba enormemente
ies(era? Me parecía imposible, y más bien me imaginaba la tierra f del juego, en parte quizá porque lo jugábamos con mi padre, a
eo.~10 un disco. · ~ quien en esa época amaba y admiraba muchísimo. Desdichada-
:.. Una vez despedida Miss Oven tuvimos una nueva institutriz, mente, esas visitas nocturnas de mi padre no tardaron en termi-
~vl.Jss Elisabeth. Tenía alrededor de cuarenta años y era de tez narse, porque él ya no tenía tiempo para hacerlas . 'cuando jugá-
ba~tante oscura. Por más que había :pacido en Rusia, en realidad
1 bamos con mi padre a ese juego, él solía contarnos ,muchas cosas
era búlgara; era una persona sencilla con · quien mi Nania y yo
nos entendíamos muy hien. Como el
recuerdo de la guerra ruso-
t de las ciudades y regiones indicadas en el mapa, de modo que
después, cuando él ya no jugaba con nosotros, el juego no era tan
turca por la cual los búlgaros fueron liberados del yugo tur.co
estaba todavía fresco, era frecuente qu e nos hablara de las atro-
t interesante y divertido y finalmente lo abandonadivs.
. . ...
Mi madre era calma y tranquila por naturale¡í y poseía lo
cidades que los turcos habían cometido antes contra los búlgaros . que se llama "chispa". Ese don de ver el lado humorístico incluso
No recuerdo otra cosa de Miss Elisabeth, salvo que fumaba ciga- en las situaciones desagradables y de no tomarse las cosas dema-
rrillos durante casi todo el día. siado a la tremenda le fue de suma utilidad toda la vida para
Mi Nania era una campesina del per'íoclo en que existía aún superar muchas dificultades y problemas.
la servidumbre, un alma totalmente honesta y devota, con un co~ Pese ah citada condición, como provenía ele una familia bas-
razón ele oro. Se había c:1sado ·:en su juventud, pero su hijo se le tante patriarcal y tenía poca inclinaciám a los estallidos sentimen-
había muerto siendo bebe, ele modo que al parecer me había tales, a mi madre .le resultaba un ta11to difícil simpatizar con la
transferido todo su amor maternal. naturalezrr turbulenta de mi padre y las excentricidades de los
Ei;i: esa época, todo nuestro material de lectura consistía en hermanos de él, a quienes solía llamar en broma "los hermanos
traducciones rusas de los cuentos de hadas alemanes. Por bs no- Karamazov". ?i bien no padecía depresiones, en su juventud mi
ches Miss Elisabeth solía lee rnos los Cuentos de hadas ele Grirhm, madre fue bastante hipocondríaca y se imaginaba que tenía di-
ciue a mi Nania y a mí nos emocionaban e interesaban mnchí~imo.; versas enferrncclacles ele las que no sufría en absoluto. En realidad,
Conocíamos las traducciones al ruso de Blanca nieves, Cenicienta· vivió hasta la co~iderable edad ele ochent~ y siete años. A me-
v otros cuentos. En realiclacl, no entiendo qué fue lo que le cÍiÓ ·á ,· d icla que envejee)a, su hipocondría desapareció y, por más que
Miss Elisaheth b idea ele leernos La cabaria cle'l tío Tom , ya que perdió toda su fo~tuna, se sentía mucho mejor eri la vejez que en
con SUS h01Tihlf's detalles de los malos tratos a que eran SOm.e~i­ su juventud. La hipocondría volvió a ap:1rccer, aunque en forma
cJos los negros no era, sin duda , lectura adecuada para niños. Aliu-. mucho más atenuada, en los últimos años que precedieron a su
nas descripciones de los castigos que recibían Jos negros 1leg::1 b,~,n muerte y durante los cuales estuvo todo el día confinada en su
a quitarme el sueño. · 't J ll ,
habitación. :
Como mis padres viajaban con fr~.cuencia, mi hermana y }~ Como de joven mi madre estaba muy preocupada por su
.N.;J.4'
quedábamos mucho tiempo bajo la vigilancia <le extrai'ios, y aun salud, no le quedaba mucho tiempo para nosotros, pero si .mi her-
:;i¡
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22 iI: r~. 23
___ ___ ---
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. ... -·-· -,, .,..,- "~·f/·
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mana o yo no~ enfermábamos se convertía en una enfermera ejem~ ', '.~: ' sitaba otros instrumentos musicales, como un piano o un violín,
piar. Se quedaba casi todo el tiempo con nosotros y vigilaba que cuando el acordeón era tanto más hermoso.
nos tomaran con regularidad la temperatura y nos dieran los re- Era en invierno, y al caer la noche a veces me iba a una
medios en el momento indicado. Me acuerdo que, de chico, a habitación donde nadie me molestaba y donde creía .que no
· veces deseaba estar enfermo para disfrutar del placer de que mi iban a oírme y empezaba a improvisar. Me imaginaba un soli-
madre estuviera conmigo y me cuidara. tario paisaje invernal con un trineo tirado por un caballp que
Ella fue además la que primero me enseñó algo de religión. avanzaba penosamente entre la nieve, y trataba de sacar del
Yo había encontrado un libro que tenía en la tapa la imagen acordeón los sonidos que armonizaran con el estado de ánimo
del reformador checo Huss ardiendo en la pira y le pregunté a que producía esa fantasía.
mi madre qué quería decir la figura. Ella aprovechó la pregun- Por desdicha, mis intentos musicales terminaron pronto. En
ta para presentarme los dogmas más importantes de la religión una ocasión sucedió que mi padre se hallaba en un cuarto con-
cristiana. Me impresionó muchísimo todo lo referente a los pa- tiguo y me oyó improvisar. Al día siguiente me llamó a su ha-
decimientos y la crucifixión de Cristo. Como mi Nania era muy bitación, indicándome que llevara conmigo el acordeón. Al en-
devota y a veces me contaba historias de los santos y los már- trar oí que hablaba con un caballero desconocido sobre mis in-
tires, poco a poco yo también me hice muy reUgioso y empecé tentos de composición, que calificó de interesantes. Después me
a preocuparme por la doctrina cristiana. Pero no tardé en em- pidió que tocara lo que había estado tocando la nocpe ·anterior,
pezar a preguntarme por qué , si Dios era tan todopoderoso, ba- cosa que me hizo sentir muy incómodo, ya que no era capaz de
hía sido necesaria la crucifixión de Su hijo y por qué, pese a repetir mis improvisaciones "por encargo". Fracasé lamentable-

la omnipotencia de Dios, abundaba tanto el mal en el mundo. mente y mi padre, enojado, me hizo retirar. Después de tan peno-
Proc'tir~ suprimir esas dudas, pero volvían una y otra vez. Yo so fracaso perdí todo interés en mi querido instrumento, lo deié
me sentía de veras torturado, con la sensación de que esas dudas tirado en mi hahitación y jamás volví a tocarlo. Con eso se des-
constituían un pecado terrible. 1 fl truyó toda mi relación con la música. Después a mi padre se le
Tanto a mi hermana como a mí nos gustaba dibujar. Al ocurrió la idea de que debía estudiar violín, lo que era lamen-
principio acostumbrábamos dibujar árboles y a mí me parecía table porqu e precisamente ese instrumento me disgustaba de ve-
que la forma que tenía Ana de dibujar las hojitas redondas era ras. El disgusto creció hasta convertirse en odio a medida que
especialmente atractiva e interesante. Sin embargo, como no que- los chirridos que producía me atacaban los nervios; además , me
ría imitarla, pronto dejé de dibujar árboles. Empecé a intentar cansaba de t~ner durante tanto tiempo el brazo izquierdo exten-
hacer caballos; pero iamentablemente cada caballo que dibuja- dido. Naturalmente, como no practicaba en ausencia del profe-
ba .se parecía más a un perro o a un lobo que a un caballo de sor, mis progresos eran mínimos. Sin embargo, cada vez qne mi
veras. Con los seres humanos tuve más éxito y representaba, por padre le preguntaba al profesor de violín si valía la pena con-
ejemplo, un "borracho", "un avaro" y personajes similares. Cuan- tinuar con las lecciones, éste -que no quería perder sus hono-
(:lo teníamos visitas y alguna de ellas me llamaba la atención rarios- le contestaba que "ahora sería realmente una lástima"
por alguna peculiaridad, solía imitar sus gestos y repetir las pa- dejar. Tardé seis años en verme libre de esa ordalía, cuando fi -
labras que me parecían raras o gracfosas. Eso divertía a mis nalmente mi padre se dio cuenta de que no tenía sentido se!!11ir
padres y los indujo a suponer que yo tenía algún talento de ac- con las lecciones de música. .
tor. Pero ninguna de esas cosas, sino algo muy diferente, fue lo En nuestra finca no sólo obteníamos cosechas, sino que tam-
que más despertó mi interés y me llamó la atención: se trata- bién criábamos gran cantidad de ovejas. Una vez sucedió algo
ba de un pequeño acordeón que recibí cuando tenía unos cuatro que provocó el escándalo entre los especialistas de toda Rusia.
años, probablemente como regalo de Navidad. Estaba literalmen·· De pronto estalló entre nuestras ovejas una peligrosa epidemia;
te enamorado de él y no podía entender por qué la gente nece- se consideró aconsejable vacunar a los animales que todavía es -

24 25
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taban sanos y fueron inoculadas alrededor de 200.000 ovejas. El Unos años más tarde mi padre compró una segund<\ finc<I
resultado fue catastrófico: todas las ovejas inoculadas rimrieron en Rusia Blanca, de más de 50.000 hectáreas, que bordeaba el
porque se les había administrado un suero equivocado. La gente río Pripet, tributario del Dniéper. Por más que Rusia Blanc:a
1o consideró un acto de venganza, no contra 111i padre sino con - •liT.' quedara en la parte occidental de Rusia , en la zona limítrofe
tra el médico que se había hecho cargp de las inoculaciones. Se co.n Polonia y Lituania, en esa época era una región muy atra-
ordenó una investigación qu e nunca prosperó y todo el asunto :11 sada, especialmente si se la comparaba con Rusia meridional.
siguió siendo un misterio. l'
r Prístinos bosques, estanques, lagos grandes y pequeños y mu-
Cuando yo tenía cinco años nos mudamos a Odesa. En ese chos pantanos producían la impr~sión de un fragmento de natu -
momento no se podía llegar por tren desde nuestra finca a Ode- raleza todavía nD hollad a por el . hümbre. En los bosques había
sa. Había que tomar primero una pequeña embarcación y negar lobos. Varias veces cada verano los campesinm de las aldeas cer-
por el Dniéper a Jerson, lo que insumía toda la noche. Después ~ canas organizaban cacerías de lobos; qu e terminaban siempre
había que pasar un día y una noche en Jerson y a la mañana con una noche de fiesta que financi¡~ba mi padre. Aparecían los
siguiente, temprano, seguir viaje a Odesa, esta vez en un barco músicos de la aldea y muchachas y muchachos ba_ilahan las dan -
más grnndf' . capaz ele resistir las pos ibles torm entas en el Mar zas nativas. Durante mis años de escuela secundaria pasaba par-
Negro.
te de las vacaciones de verano en esa finca ele Rusia Blanca y
Hicimos el vi aje ;t Odesa en verano, mientrns v1v1amos en me sentía transportado a un pasado de centenares de años atrás.
Tyern i. Salimos el e nll í al anochecer, cuando yn estaba oscuro, Era el lugar perfecto para recuperarse de lo que Freud llamab,1
y mientra~: partíam os se desencadenó una . tormenta espantosa. "el malestar en la cultura". Mi padre vendió la finca en 1905.
Mi hermana y yo viajába mos en un coche cerrado mientras la
Tanto mi padre como mi madre tenían muchos hermanos y
torm enta rugía afuera y la lluvia martillaba el lecho del carrua-
hermanas, pero la mayoría de ellos habían muerto en la infancia
je. Las ráfagas de viento eran tan fu ertes qu e los caballos ape -
o en la juventud. Dos hermanas y dos hermanos de mi madre
nas si podían avanzar, pero conseguimos llegar a horario al mu e-
vivían aún, y t~ mbién tres hermanos de mi padre.
lle. El viaje desde Tyerni al muelle fu e mi última experiencia
en el lugar donde había nacido. ; El hermano mayor de mi madre, Alexis, era un hombre en-
Sólo después que es t~bamos vivi endo en Ocl esa me enteré fermizo cuyo primer matrimonio fracasó y terminó en divorcio.
de que mi padre había ve ndido nuestra finca. Lloré y me sentí Se casó entonces con una mujer polaca, de quien tuvo dos hijos
muy desdichado porqu e nu es tra vida en la finca, donde nos en- varones; el segundo matrimonio fue muy feliz. Tío Alexis. era un
contrábamos tan próximos a la naturaleza;, hubiera terminado, hombre silencioso y modesto que se ocupaba concienzudamente
y por tener que acostumbrarme a una ciudad grande y extraña. de su finca y jugaba al ajedrez, su entretenimiento preferido, cos,1
Después supe por mi madre que tampoco mi padre tardó mucho ti que hacía de manera totalmente . científica, por así decirlo. Des-
en lamentarse por la venta, ya que pocos años más tarde la que pués tendré ocasión de hablar del hermano menbr y más enér-
había sido nuestra finca se transformó en una ciudad. Se dice gico de mi madre, Basil.
que el hecho de reconocer que había cometido un error precipi- El mayor de los tres hermanos de mi padre se llamaba Epi-
tó el primer ataqu e de melancolía de mi padre. .1 fanes, pero mi hermana y yo lo llamábamos tío Pinia. Sólo llega-
mos a conocer a tío Pinia y a sus hijos después cJe habernos mu-
Mi padre compró nna quinta en Odesa, frente al parque ·~I
municipal que se extendía hasta la cosa del Mar Negro. La casa dado a Odesa. Los otros dos hermanos de mi padre, Nicolás y
había sido construida por un arquitecto italiano en el estilo del rw,.;; ,
Pedro, nos habían visitado de vez en cuando en la finca.
renacimiento italiano. Casi al mismo tiempo adquirió también Los tres hermanos de mi padre tenían · caracteres completa
('~t mente diferentes. Al mayor, Epifanes, se lo consideraba inteli-
una gran finca en Rusia nwridional. Ambas, la quinta y la finca,
se' las entregó a mi madre. · gente y bien educado, pero era bastante flemático. Se había gra- t

duado en matemáticas en la Universidad de Odesa, pero una vez

26 27

.'

c1<m histórica. Como es natural , todos sus planes quedaron en


hecho esto dedicó su Üenipo a cuidar sus tierras, sin ambición.
nada por obra de sus delirios de persecución.
¡ilguna de lograr algo especial en la vida pública. Mi padre me-
contó que con quien se sentía más próximo era con tío Pinia, Como mi padre era un hombre muy bien educado e inte-
pero más adelante, cuando mi tío se fue de Odesa y se estableció lectualmente despierto, que poseía además extraorcl in ario talento
eq Moscú, perdimos contacto con él. para la organización, es justo decir que él y los dos hermanos
de quienes he hablado eran personas de inteligencia superior.
,"
,,\~
Mi tío favorito fue siempre tío Pedro, el menor de los cua- . .,

., p;t Por su parte, tío Nicolás no manifestaba dones especiale;; y pa-


tro hermanos. Me sentía enormemente feliz cada vez que me-
recía tener una inteligencia promedio. Sin embargo, poseía en
enteraba de que iba a venir a visitarnos. Solía venir conmigo o
alto grado las llamadas "virtudes de la clase medía", tales como
llevarme a su habitación y jugaba conmigo como si tuviera mi
'lit•
la confiabilidad, el sentido del deber y la modestia. Emprendió
misma edad. Ipventaba toda clase de tretas y bromas que me .¡
primero la carrera militar y llegó a oficial, pero después dejó
encantaban y me parecían divertidísimas.
el servicio militar y se estableció con su gran familia en la peque-
En opinión de mi madre, tío Pedro había sido siempre un ~' ña ciudad de Jerson, donde llegó a ser uno <le los hombres más
par de castañuelas'', de disposición continuamente jovial y alegre :i~'! --respetados. Elegido miembro de la Duma (el Parlamento ruso
y, por lo mismo, siempre bien venido en toda clase de fiestas y ·; ·antes de la Revolución de 1917), formó parte ele varias comisio-
reuniones sociales. Terminado el secundario estudió en la Acade- ,,
-, nes pero no desempeñó ningún papel político especial.
:~
mia Petrovsky de Moscú, en esa época una -famosa Escuela de- f.
·r Mi abuelo paterno murió aproximadam ente un aíí.o antes de
,";'.
Agricultura. Sociable como era, el tío Pedro se hizo de muchos :l~ que yo naciera; su mujer, Irina Petrovna, habíct muerto muchos
;11
amigos en la escuela y solía invitarlos a rmestra finca durante· ·~ años antes. Me han contado que era alta y de fuerte contextura,
·el verano. Mi madre me ha contado que en una ocasión vino con pero no hermosa, a juzgar por sus fotografías y retratos . Por otra
d joven príncipe Trubezkoi -¿o sería el príncipe Obolenski?; parte, ·mi abuelo era hombre apuesto y de rasgos regulares. He
no rc>cnerdo bien- y que éste quería casarse con Eugenict, la 9'"
!-~· oído decir que Irina Petrnvna era una mujer muy inteligente y
hernrnna menor de mi madre y la más bJnita de las tres. Sin qoe tuvo gran influencia sobre su marido. Se decía que después
embargo, ella declinó la propuesta y se c2.só con otro colega de- ~; . de la muerte de ella mi abuelo se vino aba jo y se clio a la b e -
tío Pedro, perteneciente a una antígun fnmilia ck la nobleza " bida. El episodio que voy a relatar demuestra que realmente
lituana. se vino abajo.
De manera bastante cxtrai'ía, lío Pedro. siempre tan jovial, ~· Cuando tío Nicolás decidió casarse, a mi abuelo se le ocu-
r:·
[I·~'
em pezó a mostrar signos del comportamiento más peculiar y a -rrió la increíble idea de competir con él y quedarse con la novia
expresarse en forma no menos rara. Al principio a sus hermanos ·que N icolás había elegido. ¡La jove n no debía casarse cn n tío
les pareció simplemente que la cosa era divert i<la , pues no se Nicolás, sino con el padre de éste! Se planteó así realm ente una
tomaron en serio el cambio de conducta y lo consideraron como situación similar a la de Los hermanos Karamazov, ele Dostoievs-
un capricho inofensivo. Pero no tardaron en advertir, ellos tam- ki. Sin embargo -como en la novela de Dostoievski- la novia
bién, que se trataba de un asunto grave. Consultaron al famoso elegida prefirió el hijo al padre y se casó con tío Nicolás. por
psiq11íatra ruso Korsakoff, quien lamentablemente diagnosticó el Jo que su padre se · enojó mucho y lo desheredó. A la muerte de
comienzo de una auténtica paranoia, de modo c1uc tío Pedro fue mi abuelo, cada uno de los otros tres hermanos cedió a tío Nico-
internado en una institución. Sin embargo, como tenía 11na gran . lás una parte de su herencia, de manera que éste, a pesar de
finca en Crimea, s11s hermanos arreglaron finalmente las cos as haber sido desheredado, siguió siendo hombre adin erado, aunque
para llevarlo allí, donde vivió durante muchos ai'tos la vida de no tan rico como sus hermanos. Pese a su mala suerte , creo que
un ermitaño. Por m:í.s que hubiera estudiado agricultma, des- la vida de tío Nicolús fu e la más armoniosa , porque era el más
pués tío Pedro quiso dedicarse exclusivamente a h investiga- equilibrado y normal de los cuatro hermanos.
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En su momento, mi abuelo fue uno de los terratenientes En su juventud, Mademoiselle había venido a la zona rusa
más ricos de Rusia meridional. Había comprado gran cantidad de Polonia a trabajar como institutriz con algunas de las familias
de tierra que por el momento no se cultivaba y era por consi· .ii!i más clistiguidas. Había estado con los condes Potozky, Samoisky,
guiente muy barata. Pero cuando la tierra empezó a producir, Minischek y otros. (El conde Minischek descendía de la famili<l
los precios subieron sin demora. Era la misma región que, en del "Falso Dimitri", el impostor que sucedió a Boris Godunov
virtud de la gran fertilidad de su suelo, era conocida como el en 1605." Para Maclemoiselle, el principal objeto de la educación
granero de Rusia. Mi madre contaba que la iniciativa de com- era que sus alumnos aprendieran etiqueta y buenos modales.
prar y administrar todas esas tierras no fue tomada por mi abue- 'Jl Como había vivido muchísimos años con familias polacas, ha-
lo sino por su mujer, Iri na Petrovna, que era muy sagaz para blaba una mezcla de palabras rusas y polacas mutiladas, que
los negocios. Aparentemente, hasta donde sus hijos eran intelec- sin embargo le alcanzaban para hacerse entender por los que la
tualmente superiores, a ella le debían esa herencia y no a· su ~:.
; rodeaban. Claro que Mademoiselle también nos enseñaba fran-
padre. Pero esos dones eran una rhedalla que tenía también su cés. Solía empezar a explicarnos algo, saltaba de un tema a otro
reverso: me refiero a las anormalidades emocionales y a las en- ,f!l'i·~Í¡ y después empezaba a recordar interminablemente los días de
11
fermedades de los descendientes. su juventud:
Irina Petrovna tuvo muchos hljos, pero durante largo tiem- Uno de los primeros libros que Mademoiselle nos leyó en
po sólo fueron varones. Su más caro deseo era tener una hija. voz alta era. Don Quijote, de Cervantes, como es de suponer,
Por fin nació una niña, a quien su madre. llamó Liuba, una cria- · en una edición adaptada para niños. El libro me impresionó tre-
tura muy bella y encantadora que, desgraciadamente, murió de !\ .~ mendamente, pero me dio más dolor que alegría, pues no podía
fiebre escarlatina cuando ten ía apenas ocho o nueve años. Como aceptar la idea de que Don Quijote, tan caro a mi corazón, estu-
.,.
Irina Petrovna había adorado a Liuba con un amor verdadera- ¡ .~ '
viera loco. Tenía la sensación de que sólo podría reconciliarme
'•
mente tremendo, a la muerte de la niña se deprimió y perdiú con eso si Don Quijote, por lo menos antes de morir, reconocía
.,¡.. su locura. Cuando me dieron seguridad ele que así era y me mos-
todo interés en la vida. Creo que mi abuela no pudo superar
el hecho de que el destino hubiera siclo tan generoso con ella traron, en la última página del libro, la lámina en que un sacer-
como para satisfacer completamente su deseo, pero después de dote católico 'recibe la confesión de Don Quijote, me tranquilicé,
~:
la muerte de su hija hubiera vuelto a concederle únicamente pues me dije que un sacerdote no podría recihir la confesión de
hijos y nunca otra niña. La muerte ele Irina Petrovna no se acla- un loco.
ró jamás. Se dice que tomó una dosis excesiva de alguna medi- Después empezaron las biografías, adaptadas para niños, de
cina peligrosa, pero nadie supo si era acc'idental o intencional. los grandes hombres ele Francia. Había incluso un autnr que se
En rtodo caso mi madre cre ía que se trataha de lo último. atrevió a escribir sobre la niñez de Carlos el Grande, a quien
los franceses ''veneran como Carlomagno. Ese libro también me
Poco tiempo después de habernos mudado a Odesa tuvimos gustó mucho; me impresionaban especialmente los misterios que
una nuev.a institutriz, francesa esta vez. En realidad era suiza. rodeaban el nacimiento de Carlomagno y los tres espíritus bené-
de Ginebra, pero ella no se sentía suiza y se consideraba rnii.s volos que le confirieron desde la cuna todos los dones y talentos
bien una francesa verdadera, de sentimientos acentuadamen!e posibles. Quizá pensaba también en mí mismo y en el hecho de
patrióticos. Era estrictamente católica y muy conservadora. Como que había nacido en fecha tan memorable como .la Nochebuena.
la mayor parte de las solteronas de cierta edad, tendía a ser do- Mademoiselle también estaba suscriptá a una revista francesa, ef
minante. Como vivía con nosotros, Ana y yo pasábamos casi todo Journal dé la Jeunesse, de la cual nos leía historias muy roman-
el día baio sn influencia. Por las noches "Mademoiselle"' -así licas que me excitaban enormemente la imaginación . . . tal vez.
la llamáb~~mos y así se referían todos a ella- solía le<>nHis libros demasiado.
franceses para niños.
" Co11H111ÍC':tl'ic'>11 , ·<' rhal dt!I 1lomhn' di' lns Lobels.
!

:10 :3 l
Mi hermana Ana no tardó en reconocer la tendencia de· darse más en casa. Sin embargo, finalmente todo resultó ser una
Mademoiselle a la dominación y se las arregló con mucha habi- tormenta en un vaso de agua. Mademoiselle se tranquilizó y
lidad para eludir su influencia excesiva. Mademoiselle no usó no tardó en volver a referirse a mi padre usando expresiones
esta actitud en contl'a de Ana, pero la compensó prestándome como Monsíeur est si délicat, que causaban no poco asombro
'41ft ..
más atención a mí que a mi hermana, cosa que de ningún modo i a mi madre.
¡ I! ~

me gustaba. Planteadas así las cosas, Mademoiselle me favorecía ; ..., , Cuando Madernoiselle dejó de ser nuestra institutriz, siguió
naturalmente más que a mi hermana, lo que se hacía evidente
en observaciones del tipo de Serge a le iugement iuste. ···1
·~·r viviendo en el piso bajo de nuestra casa quinta, como pensio-
' nista, por así decirlo, hasta su muerte. De vez en cuando la visi-
Creo que las novelas que Mademoiselle nos leía en alta voz tábamos y la encontrábamos siempre del mejor ánimo. Nunca
pusieron los cimientos de mi disposición de ánimo "romántica" ,\' daba la sensación de sentirse desdichada o sola, ya que siempre
o por lo menos la reforzaron. Tal "romanticismo" de mi parte "
•·
.t·
estaba ocupada con pequeñas cosas a las que dedicaba toda su
encontró expresión posteriormente en la pintura paisajista. En " atención. Recuerdo que una vez era una encarnizada guerra con
todo caso, es innegable la influencia que Mademoiselle ejerció las hormigas que, sin que nadie supiera el motivo, habían inva-
sobre mí. Recuerdo, por ejemplo, que en . esa época se me ocu- dido repentinamente su habitación.
rrió la idea de que la fe católica debía estar más cerca de la Mi Nania también terminó sus días como pensionista en
''erdad que la ortodoxa, ya íJUe Cristo había dicho que Pedro nue~tra finca de Rusia meridional. Durante sus últimos años de
era la piedra sobre la cual Él leva ntaría la religión cristiana.
vida se puso senil. Parecía que el tiempo se hubiera detenido
Ahora me adelantaré en el tiempo parn relatar un episodio para ella y, por más que yo era ya hombre adulto, seguía con-
que sucedió varios años más tarde y que es muy característico siderándome como un muchachito. Tanto Mademo iselle como mi
,]e ese período. Para carnaval, Ana y yo fuimos invitados a una Nania llegaron a ser muy ancianas.
fiesta infantil de disfraz, en b cual Ana planeaha presentarse
Cuando yo tenía siete años me pusieron un preceptor. Como
vestida de varón . No recuerdo qué eclad tenb Ana en ese mo-
mento; en todo caso, la suficiente para que a 1fademoiselle I<-"
,,,.. es natural, sentí gran curiosidad por su aspecto; me lo imaginé
como un s~fior de edad, serio y barbudo, como se usaba enton-
preocupara la buena reputación d e s11 discípula como señorita.
ces. Contrariamente a mis expectativas, aparec ió un hombre más
Tal vn esperara t<1mbién aprovechar esa oportunidad para recu-
bien joven, bastante por debajo de la cuarentena, afeitado, de
perar la perdida influencia sobre Ana. La discusión sobre el dis-
rasgos netos y nariz aquilina. Como era corto de vista, usaba
frnz de Ana se produjo un día a la hora <lel almuerzo. Mi padre
anteojos.
pensaha que no había razón para que Ana no usara ropa de
varón en la fiPsl;J. 11ac1emoiselle, por su parte, sostenía c¡ue no l
't" .
A diferencia de Mademoiselle, qu e era religiosa, Alexander
ern decoroso q uc 1rne ¡cune fille comme íl faut se presentara Jakovlovitch Dick era un hombre totalmente mundano. De dis -
en público con pantalones. De tal modo se planteó una vehe- posición alegre y campechana, encontraba siempre el lado agra-
mente discusión entre mi padre ·y Mademoiselle, quien llegó a dable o divertido de la vida. Naturalmente, era maestro en la
declarar con voz resuelta que, por más que mi padre hubiera invención de juegos y entretenimien tos. Como lo indica su ape-
dado su autorización, ella, en su condición de institutriz de Ana, llido, A. J. Díck era de ascendencia holand esa, pero como había
-le prohibía que fuera a la fiesta vestida de varón. En esa ocasión nacido en Rusia y su madre era rusa, hablaba el ruso con la
Maclemoi,C'lle se excedió demasiado y por consiguiente recíbió misma perfección que el alemán y el francés. Tenía que ense-
una severa reprimenda de mi padre. Se levantó llorando de la ñarle alemán a Ana, pero conmigo hablaba francés.
mesa y se retiró a su habitac ión . Ana y yo corrimos tras ella. Yo tenía la impresión de que A. J. no se tornaba nada en
intentando co nsolarla, pero Mademoiselle declaró que después serio y que tenía, por lo tan to, la tendf .1cia a convertir todo en
de los insultos que había recibido de mi padre no podría que- ridículo o grotesco. A Mademoiselle, C!e quien él se burlaba con-

:n: J~.~ . ...


33
: '' t: 11 \
~-
1.

siderándola una solterona, no le gustaba para nada esa carac- ;• l':ln padres. Si durante el desayuno se manchaba el traje, era fre-
terística y le devolvía atenciones diciendo que no era preceptor
l mll•
cuente que comentara: Je suis' un saligaucl cdmme' mon pere.
sino un payaso. y eso fue todo lo que llegamos a saber de su padre.
A. J. era sin duda una persona muy dotada. Tocaba esplén- La primera vez que A. J. fue a nuestra finca en Rusia meri-
didamente el piano y también -por lo menos eso decía él- varios dional y anduvimos con él por el parque, descubrió inmediata-
. ~·,. ¡
....

otros instrumentos musicales. También pintaba, y en nuestra ha- ;_~ 1. mente cuál era el lugar adecuado para poner un juego de cro-
bitación habíamos colgado uno de sus cuadros. Probablemente 1'~i quet, que por entonces era muy popular, de maner!l que se en-·
era una copia; representaba un barco, con Venecia como fondo. cargó un equipo y se pusieron los arcos.
Algunos años más tarde A. J. desapareció de la vista tan re-
~~

Sin embargo, jamás vi otro cuadro pintado por él. J,t - I! ~·.
El material de lectura que nos proporcionó A. J. empezó pentinamente como había aparecido. Nunca supe si lo habían
con la traducción al ruso de Max und Moritz, 0 de Wilhelm Busch. clespedido o si él mismo anunció que se iba.
Después nos leyó Lw hijos del Capitán Grant, de Julio Veme, Más tarde un austríaco, Herr Riedel, pasó varios veranos
que me impresionó muchísimo. sucesivos con nosotros en la finca de Rusia meridional. Soltero
A. J. convirtió una de las habitaciones de la casa quinta en como A. J., tenía algo más de cuarenta años, ojillos grises , la
un verdadero gimnasio. También encargó un verdadero banco nariz bastante carnosa y usaba barba en punta. Herr Riedel no
de carpintero, sobre el cual construíamos pequeños barcos. Sabía 1\ era mi preceptor, pero como yo pasaba casi todo el día con él
atornillar las delgadas láminas de madera con tanto arte que no tardé en hablar corrientemente el alemán. Era hombre muy
cualquier taller podría haberse enorgullecido de los barcos que bien educado y serio y, por más que pasara ya la cuare~tena,
él .hacía. Era un trabajo tan complicado que era más el tiempo tenía la esperanza de terminar el profesorado en historia en la
que yo pasaba mirando a A. J. que el que yo ·m ismo trabajaba. Universidad de Viena. Me trataba como si yo fuera un camarada
Se trataba de una ocupación que le daba, sin duda, gran placer. más joven y los dos nos entendíamos muy bien. Par~1 él, la mayor
Pr.obablemente el gusto por la construcción de barcos. le venía •1, virtud era el dominio de sí. ÜC'sde el punto <le vista político sus
de su herencia holandesa. ideas eran bastante radicales, aunque en buena medida teóricas.
A. J. era soltero y hahía corrido mucho mundo. Antes de ve- Un día, mientras Herr Riedel, mi hermana y yo caminába-
nir a nuestra casa había hecho un viaje a la India y al Lejano mos por el campo, Herr Riedel intentó explicarle a Ana los prin-
Oriente, y había traído consigo varias curiosidades. Nos describía cipios de la filosofía de Kant. También al día siguiente, mientras
su hogar como si fuera un pequeño museo. Claro que Ana y yo ._:los tres dábamos un paseo, empezó a hablar de religión, y como
0stábamos muy ansiosos por ver todas esas cosas raras provc- lera ateo, criticó ásperamente la fe c.r istiana. Yo correteaba cerca
nentes de tierras lejanas. A. J. satisfizo nuestro deseo y nos invitó f'de Ana y de Herr Riedel y sólo a ratos escuchaba lo que él le
a ir de visita a su casa, donde vimos una caja con tapa de vidrio, '¡· decía a mi h'errnana. Pero como expresaba ·las niisrnas dudas que
que contenía graneles mariposas de clases que no existen en . tanto me habían preocupado durante mi niñez, eso me impresio-
nuestra parte de Rusia. Había también muchas otras cosas exó- ' nó muchísimo. Admití inconscientemente, por decirlo así, todo
ticas que nos parecieron de lo más interesantes. lo que Herr Riedel decía de la religión, y para mi propio asombro
A. J. nunca nos reveló en qué condición había emprendido r¡~: desc.u brí que mi fe había desaparecido. No se trataba de que
·r,
eso~ viajPs, ni tampoco nos contó nada de su juvenh1d ni de sus me hubiera convertido en adversario de la religión; podríamos
decir que, simplemente, la archivé. Como no se podía demostrar
0
Se trata ele la famos;1 tira cómica alemana que cuenta la historia de dos ni una cosa ni la otra, era cuestión de dejar que el individuo
¡: niños díscolos ~· haraganes, adictos a la broma cruel, siempre castigados. . decidiera si quería creer o no. Ese punto de vista me sirvió d<'
La historieta, ya famosa a fines del siglo xLx, traducida a varios¡ idi~as., alivio y en lo sucesivo ya . no volví a reprocharme mis dudas
! inspiraría a Ruclolph Kirds, el autor de The Katzenjammer Kids, conocida en anteriores.
la Argentina bajo el tíh1fo de m capitán y sus sobrinos ( N. del T.).

34 35
· Sin embargo, siempre me ha resliltado enigmático el hecho Para esa época, los años de mi niñez habían c1uedaclo atrá~
de haber descartado mi religión tan fácilmente y sin esfuerzo y yo entraba ya en la adolescencia.
··m:~.j 'i
alguno de mi parte. La cuestión es saber qué fue lo que vino a i.
~
llenar el vacío que así se creaba. Tal vez transferí al dominio de
la literatura parte de mis anteriores sentimientos religiosos, por- m
·•1[•
que entonces, más o menos a los trece años, empecé a leer con
apasionado interés las novelas de Tolstoi, Dostoievski y Turgue-
. nev. Veneraba casi como si fueran santos a esos escritores y tam-
bién a los mayores poetas rusos, a Pushkin y sobre todo a Ler-
montov. Es posible que más adelante mi sentimiento religioso
se haya transferido a la pintura y que el goce que me provocan
Ja belleza y la armonía de la naturaleza también se relacione con
la religión. Pero también es verdad que las dudas y antoacusa-
ciones que padezco durante mis depresiones me traen el recuer-
do de mis dudas y reproches religiosos. Tal vez haya sido un
errot lomar demasiado a la ligera la pérdida de mi religión, lo
r¡ue provocó un vacío que sólo se llenó parcialmente Y. de mane-
ra inadecuada.
La última estadía de Herr Riedel en nuestra finca tuvo el ·~
r:t'~ ·
má~ inesperado de los finales. Era evidente que el precoz des-
arrollo intelectual de Ana lo había impresionado mucho, y por
más qne mi hermana apenas tenía quince años, o dieciséis cuan- ;,,.·,

do más, se enamoró de ella. Ése fue el final de su tan alabado


dominio de sí. Sensato como era, debió haber sabido desde el
principio que su amor por Ana era algo totalmente sin esperan-
za. Es verdad que Ana apreciaba sn erudición y el resto de sus algo m:is que quería contarme, "no para que lo incluya usted én los Recuer-
dos de mi infancia, porque no tiene cabida allí, sino simplemen,te porque
dotes intelectuales, pero eso no tenía absolutamente nada que me parece interesante en sí mismo .. . En 1906, cu:1nclo es tudiaba en h
ver cnn el amor. Pese a ello, Herr Riedel le declaró su amor a Universidad de San Petersburgo, fui a una fi esta estudiant il v me sen tt':
Ana, lo que, como es natural, terminó de manera muy triste ¡ a una mesn. con varios otros estudiantes . Jamás había pensado qu¡e tul'iera
~.

parn él. En lo sucesivo no lo invitaron ·más a nuestra finca. El algún parecido físico con Lermontov; tal vez al go en los ojos. Ahora bien,
"
profesor Freud se ocupa en mi historia clínica de Ja influencia un estudiante a quien yo no conocía para nada me miraba atentamente y
después le dijo a otro: 'Mira a nuestro compañero. ¡Qué parecido tan extra-
que tuvo Herr Riedel en mi actitud hacia la religión.4 y también ordinario e increíble tiene con Lemiontov! Es sorprendente que pueda exis-
de mi identificación con Lermoíltov. 5 r{: tir tal semejanza, la misma cara, esos ojos . .. '
;
11Si Los otros estudiantes permanecieron en silencio y tampoco ~·o <lije
4 El 12 de enero de 1963 el Hombre de los Lobos me escribió en una carta: nada. Después de un rato el mismo estudiante empezó de nue,·o a hablar
"Como el profesor Freud expresa muy correctamente en mi historia clínica, de ese 'parecido fenomenal', otra vez sin que nadie reaccionara. Como en
~~:¡ •

mi piedad llegó a su fin con la aparición de nuestro preceptor alemán, en realidad tal semejanza no existía, rarece que el esh1diante hubiera adivi-
forma tan completa que desde los diez años jamás volv ieron a preocupar- I' nado de alguna manera misteriosa mi identificación con Lermontov.". De
me las cuestiones religiosas." '~: esto y de la visita que hizo el Hombre de los Lobos al lugar donde murió
Lermontov (que se relata en el capítulo siguiente), resultn. claro que el
5 El 5 de mayo de 1970,. después que el Hombre de los Lobos hubo ter·

minado este capitulo de sus Memorias, me escribió que había recordado


1: gran poeta muerto en un duelo y por quien tanta pena sintió el Hombre
1
de los. Lobos no era Pushkin sino Lermontov. 1
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El duelo inconsciente
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1905-Í908

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Pasé en el extranjero el invierno de 1905-1906. Una vez que


aprobé los exámenes de ingreso a la universidad en la primavera
de 1905, mi madre, mi hermana Ana y yo fuimos a Berlín. Nos
acompañaron en ese viaje la hermaila menor de mi madre, tía
Eugenia y la acompañante de mi hermana, una mujer de edad,
soltera, de origen alemán.
Tanto mi madre y mi hermana como la acompañante de ésta
pasaron todo el invierno en un sanatorio en las inmediaciones de
Berlín, pero yo dediqué nuestra larga permanencia en el extran-
jero a dos viajes interesantes. En el otoño de 1905 fui a Italia,
y en el siguiente mes de febrero estuve en París y en Londres en
compañía de mi primo Gregario, que durante ese tiemr}o h,lbía
venido de Rusia para reunirse con nosotros en Berlín. En mayo
del mismo año volví a Rusia vía Berlín, con la intención de pas<1r
el verano en nuestra finca en el sur Je Rusia.
Poco tiempo después mi madre y mi hermana, junto con las
otras dos señoras, salieron de Alemania· para ir primero a Milán,
residencia desde hacía quince afi.os de Basil, el hennano menor
t{
de mi madre, y después a Liorna, sobre el Mediterráneo.
En julio hice una visita a Ja familia de mi tío, el hemrnno
mayor de mi madre, para lo cual viajé hasta su finca, distante
unos cuarenta kilómetros de la nuestra, Allí ,tuve la agradable
sorpresa de conocer a una muchacha que me atrajo a primera
vista y que resultó ser sobrina de··fü mujer de mi tío; una joven
polaca que había ido a visitar a su tía.

39

'-: ':
Marta, que así se llamaba la muchacha, me pareció bonita
médico y, cuando éste llegó, le mostró la botellita que había
y 1lena de encanto con su pelo mbio, sus ojos azules y sus mejillas
·:1 ~ ~ contenido mercurio y que tenía adherida la etiqueta de adver-
sonrosadas; como también me atraía su naturaleza alegre y des-
tencia con la calavera. Aparentemente, la botellita provenía del
envuelta, en dos días me enamoré de ella. El comportamiento
laboratorio que Ana había montado en casa para sus estudios
d e Marta me hizo entender que el vínculo no era unilateral y que
de ciencias naturales. Sin embargo, después de haber intentada
ella retribuía mis sentimientos. Nuestra tía no poclía menos que
suicidarse quiso seguir viviendo . Es evidente que hay casos en
advertir mi apasionamiento y me di cuenta de que procuraba ;,.\, los que uno tiene que encontrarse con la muerte frente a frente
por todos los medios estimular nuestra recíproca atracción. No
'¡·.. para recuperar el interés en la vida y el deseo de vivir . En un
sé cómo habría terminado todo · si los trágicos acontecimientos .. ,,1 primer momento parec ió que los médicos habían conseguido sal-
que sucedieron en mi fa.milia no hubieran puesto repentinamen- • • .í'. ', var a Ana, e incluso se dijo que estaba fuera de peligro, pero
te término al romance.
dos semanas después una falla cardíaca le causó la muerte.
:tvli madre se quedó bastante mús tiempo en ftalia. en tanto Mi hermana iba a ser enterrada en la tumba ele nuestra
que Ana y su acompaiíante regresaron a Rusia a mediados de
familia, en el llamado Cementerio Viejo de Odesa. Como en esa
agosto. Después de una breve estadía en casa. Ana siguió viaje
época mi madre seguía en el extranjero y mí padre deseaba en-
al Cáucaso, a 1a finca de Xenia, la mayor de las hermanas de
viarle la trágica noticia de la muerte d e Ana por medio de un
mi madre. Durante las dos semanas que Ana pasó conmigo en
mensajero personal -cosa que no era posible hasta después del
nuestra finca no observé nada de extraordinario en su compor-
funeral-, los únicos miembros del círculo familiar más íntimo que
tamiento. Sin embargo, me pareció raro que me sugiriera que
estuvimos presentes fuimos mi padre y yo. Cuando los dos lle-
la acompañara al Cáucaso, aunque sabía que me había anotado
gamos al muelle para recibir el ataúd que contenía los despojos
en la Facultad de Derecho de la Un iversidad de Odesa y que
mortales de Ana y llevarlos del barco al Cementerio Viejo , mu-
las clases estaban a punto de comenzar. Cuando se lo mencioné
chos allegados nuestros ya se habían hecho presentes. En el mue-
a Ana , no insistió, pero h izo r¡ue le prometiera escribirle una
lle se había reunido tambié n una multitud bastante grancl i: de
cirta una semana después de su partida. Eso tam hién me par<.'ció 1. lt,.. 1
curiosos y mirones.
1111 pocb raro , pero no le atribuí ning1111a significación especial al
P::irecía que mi sentir y mis p ensamientos estuvieran p <ln - 1
pedido.
:Bf. . lizados . Todo lo que sucedía ante mis ojos se rne hacía irreal; 1

Fui a despedir a Ana a la embarcación que había de llevar- . <M r todo parecía un mal sueiío .
Lt s, a ella y a s11 acornpaiiante, a ?\ovorossiisk, en el C:rncaso sep- _,.lll[t:: El Cementerio Viejo estaba e n el lado opuesto el e la ciudad.
tentrional. En esa ocasión nos clf'spedimos de manera especial- De acuerdo con los ril'os ortodoxos, los sacerdotes que aénrnpa-
mente d.l i<la, y mientras el V<lpor se akjaha del nrnclle Ana se ñaban la procesión fúnebre se detenían a cada cambio de direc -
q11ecló en la popa, saludúnclorne c011 la mano hasta q11e la perdí el(' ción, es decir, cada vez que el cortejo tomaba por una calle dife-
vista. Yo permanecí un rato mús en el muelle. rnirnmlo el harco rente, para recitar innumerables plegarias. De tal modo fu eron
mientras salía ele! puerto y ~·e dirigía hacia el niar ;1hierto. necesarias varias horas para llegar al cementerio. En el momento
Exactamente una semana después de la particla de Ana le mismo en que bajaban el ataúd a la tumba , el sol, que ya estaba
escribí la carta qne le había prometido. Dos o lr<'s seman;1s rn.'1s próximo al horizonte, desapareció mientras sus últimos rayos atra-
larde r ecibimos la noticia de r1uc Ana se había enfermado gra- vesaban el follaje, inundando de luz e l brillante féretro metálico .
ve mente y muy pronto nos llegó la de su rnuertC'. Cuando éramos niños, se había dicho que Ana debía de
Más tarde nos enteramos ele que mi hermana había to111ado haber nacido varón y no niña. Tenía gran fuerza de voluntad y
veneno. Después de hacerlo había pasacln dos días ~ufriernlo <lt.>;u- un fuerte sentido del orden, y siempre consiguió eludir la influen-
dos dolores, pese a lo cual no contó a naclic lo que había hL•cho. cia y la autoridad de sus institutrices. A medida que crecía, em-
( 1nic;1111C'11te cqando el clolor se le hizo insoportable llam6 <l un pezaron a aparecer en ella sus rasgos femeninos, con los q11e ~1l

40 -! L ..
. ~ .~. ,:~: ~· .
r
¡:
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4 parecer no pudo manejarse y que se convirtieron en complejos •í¡f


atormentaba afectaron también su relación conmigo, y yo no pude
.de inferioridad patológicos. Estaba fascinada por el ideal clá- dejar de sentir que después ele la muerte de Ana la aotitud de
sico de belleza, con el cual se comparaba. Imaginaba que carecía ,,
~\ 1
mi madre hacia mí se hizo mucho más fría que nunca y que in-
de todo encanto femenino, lo que ·no era verdad en modo alguno, ...~1 cluso procuraba evitarme. Anteriormente, yo había tenido la sen-
y que si un hombre hubiera de casarse con ella lo haría única- ~f ' .sación de que estaba más próximo a mi madre que Ana.
mente por su dinero, ya que , entre otras cosas, Ana sentía que 'I>~
Después de la muerte de Ana, con quien yo había tenido _una
no era atractiva para nadie.
Podría decirse que la tragedia de Ana, pese a sus dotes inte-
relación muy profunda, personal e Íiitima, y a quien siempre •
había consider'1do mi única camarada, caí en la depresión más
lectuales, consistía en su inte nto de snprimir su naturaleza feme- profunda. La <lgonía psíquica que padecía alcanzaba con fre-
nina y en el hecho de haber fracasado en tal intento. Como es 'Cuencia la intensidad de un dolor físico. En tal estado era incapaz
<le suponer, no me refiero a actos conscientes sino a un me'ca- .!{ de interesarme por nada. Todo me repelía y cóntinuamente me
nismo qne permanecía totalmente ocuho para su parte cons- l.
acosaban ideas de suicidio que, sin embargo, no tenía el coraje
c:iente. de llevar a la práctica.
Mi padre había estado muy orgulloso .de Ana y la había Intenté combatir esa situación y de vez en cuando me obli-
amado tiernamente; sin duela, si ella los hubiera expresado, él gué a concurrir a las clases de la universidad, pero apenas si podía
habría cumplido uno a uno sus deseos. El hecho de que ella se escuchar lo que se decía. Mis contactos con otras personas se
suicidara demostró que estaba tan alejada de mi padre como redujeron al mínimo. Unas pocas veces por semana salía a cami-
de todos los demás, y es evidente que él sintió que había fra- nar por la ciudad con un antiguo compañero de escu eln qu e estu-
casado. La pérdida le resultó muy dolorosa, pero no pude dejar diaba medicina y vivía en el mismo vecindario que yo. A veces
·~L
-<le sentir que él estaha tamhién herido y desilusionado· por lo ¡ me reunía también con un tal N., relación de fecha reciente, pero
<1ue había hecho Anu. nunca se estableció entre nosotros unü verdadera amistad. Tam-
Ahora, después de la muerte de Ana, mi padrC', qt1~' antes poco era yo capaz de eso, debido a la depresión que embargaba mi
apenas si se había fijado en mí - o por lo menos así nw pare<.:Ía- ~· {mimo en esa época.
cambió radicalmente ele actitud. Demostraba el más intenso in- Al api·oximarsl' la primavera ernpecé a sentir gran agitación
terés en tocio lo que yo hacía o planeaba hacer y quería ser mi interna y una especie de ánimo de rebelión. l\li estado anímico
<:onsejero y mi prot ector de todas las maneras pnsibles. Se veía había sido tan desdichado durante todo el invierno que simple-
muy bien que me había transferido los sentimientos que experi- mente no podía seguir así. Había que hacer algo. ~le decía que
mentaba hacia Ana y que ahora se preocupaba hondamente por si no podía reunir el valor necesario para suicidarnw, lo ú11ico que
mí. Por rnús que antes yo hubi era ansiado lograr un mejor en- me quedaba: por hacer era un supremo esfuerzo por superar mi
tendimiento con mi padre, ese cambio, que evidentemente a él desdicha y encontrar coraje para vivir.
le sirvió de mucho en su pena por la muerte de Ana -en espe· Había caído en un estado de melancolía tal, después de la
cía! porrpie antes él la ·había preferido ú ella- me dejó a mí muerte de Ana, qne la vida no parecía tener sentido ni propósito
completamente frío e incluso me deprimió más . y parecía que nada en el mundo mereciera el esfuerzo que cos-
~li madre reaccionó ante ese trúgico suceso en 'forma total- taba. En sen1ejante estado ele ánimo, a duras penas si uno p'uede
mente diferente a mi padre. Dispnso que se rezaran innumera- interesarse en algu. Sin embargo, en mi búsqueda de una salida
•,,;;.: ·
bles misas y todos los días iba al cementerio a pasar muchas ·horns yo proyectaba mi propio estado sobre el mundo exterior y echaba
en la tumba de Ana. Es bien conocida la tendencia ele hacerse la culpa ele mi falta de éxito en la universidad a la carrera que
toda clase de autorrcproches después ele la muerte de un familiar había elegido, de manera que lo primero que <leci<lí fue cambiar
cercano, y rnuc:ho más. por cierto, si se trata de un suicidio. Evi- {'·~ta y me pasé de la Facultad de Derecho al Departamento de
tlentemcnte, tal era <·I caso de mi madre. Las ideas con que se Filmofía o, como se lo llamaba en Rusia, de "Ciencia Natural".

4:2 4:1
Estoy seguro de que tras esa decisión se ocultaba, como tam- mi padre l!abía empezado a pensar que el bachillerato sería me jor
bién lo pensó más tarde el profesor Freud, una identificación ·.~ ~
después de todo, pues únicamente los bachilleres podían ll enar
• +
inconsciente con Ana, que se había apasionado por las ciencias ~.·•.~
1
los requisitos para estucliar en la univers idad.
naturales hasta uno o dos años antes de su suicidio, época en q: Con este objeto se había buscado apresuradamente un ins-
q ue perdió también interés por el tema. Sin embargo, creo que
u n factor que contribuyó en gran medida fue mi encuentro casual
~} tructor de latín que me capacitara para re$dir los exámenes el e
~• lk ingreso al segundo curso del bachillerato ht.ttnanista en la prima-
con B., profesor y director del observatorio de Odesa, por más ¡ i vera. Aprobé los exámenes sin dificult ad y obtuve un "excelente"
q ue en ese momento yo le haya prestado poca atención al encuen~
en matemáticas. Sin embargo, el colegio secundario dond e poste-
tro. Cuando tropecé con B. en la ciudad, por primera vez des-
riormente me inscribí no era el mism o donde había re ndido los
pués d e muchos años, m e preguntó qué facultad h abía eleg ido, l
exámenes ele ingreso.
y cuando le dije que la de Derecho, m e miró como si estuviera
asombrado y comentó con d es aprobación : "Me desilusiona d e ve- Se dio la casualidad de c¡u e el profesor ele matemáticas L.,
ras. No lo es p eraba . Pensé que sería matemáticas o si no, en todo en el secundario donde empecé a concurrir, fu era amigo de' la
caso, ciencias nahuales". infancia y camarada de estudios el e mi tío Pinia. L., grand e y

I
~;
B. nos había e nse ñado mate m<Íticas a Ana y a mí, todavía i' ;. corpulento, de o jos saltones y pen e trant es, usaba barba al estilo \·
en casa, antes de que e ntrúramos al colegio secundario. Su modo ' ' de Napoleón III y era una figura imponente y capaz de inspirar
";:' ¡',;
tranquilo y pensativo siempre m e había a traído y él me resultaba 1; :. terror. Su comportamiento en el aula era s icrnpre correc to , pero
muy grato, lo cual era probablemente una d e las razones de que reservado y frío, y sus relaciones con los es tudiantes se limitak1n
yo prog resara esp ecialm ente bi e n e n la materia. Varias noches B. estrictamente a la materia qu e dictaba. C on e xcepc ión de L., todos
nos había ll evado a Ana y a mí al observatorio, donde podíamos los profesores tenían apodos, pero no puedo recordar qu e ni
mirar por el telescop io el cielo nocturno y observar las es trellas siquiera los muchachos más terribl es -r había mu chísimos e n los
'~ ·.
y la luna. grados inferiores- se p erm itieran jamús lJllrlars e ele L. o hacer
B. se halJía mostr:'l do sie mpre muy sa tisfecho con mi d esem- bromas r especto de él como las hac ía n respec to d e Jos cl emás
peiío e n rnat e m~íti cas (a diferencia el e ~I., nuestro profesor de i. maestros. Como a través de mi tío "matemútico" había una especie
. lengua ru sa, que siempre alabó desmesuradamente a Ana y, por de cone~ión con mi padre, yo siempre es tuve aterrorizado e n pr0-
mús que e n lín eas generales es tuvi era bastante satisfecho con- sencia d e L. Como consecuencia d el efecto intimidatori o y para-
migo , se desesperaba con fr ecuen cia ante mis errores de ortogra- lizante que ejercía sobre mí , mi prim era prueba escrita fu e un
fía y el e el ictaclo) . R ecuerdo qnc en una ocas ión apareció mi paclre fracaso absoluto. Todas las manzan as o casta i'ía s o lo qu e fuere
dur:rntc 11na el e las lecc iones el e matemáticas y le preguntó a B. si que mencionaban los problemas se nw nwzclaron d e tal man era
prog rcsú bam os . El inform e el e B. sobre mi hermana no fue muy e!.1 la cabeza que no daba pie con b ob y no pud e siqui e ra ter-
sat isfoctor io, p ero cl cs lac<Í mi capac idad para las matemáticas. minar los cálculos empezados, po r m;Í s qu e con B. hahía sido
fu..
Mi padr e observó que e\·idcntemente yo salí a a su hermano ma- capaz ele resolver con facil idad problemas similares e incluso
yor, el tío Pinia. a q11ien le inte resaban especialmente las mnte- más difíciles. Como cabe suponer, mi trabajo fu e calificado ele
máticas y que se h abía graduado en la materia. Como consecuen- 'J, "insuficiente". Con "muy bu eno " en todas las dern;Ís rnnterias y,
cia d e toclo e ll o, mi padre consid eró que un curso secundario en de ahí en lo sucesivo , nunca más que "suficiente" e n matemáti cas,
u na escuela t·('cn ica serí a más adecuado para mí que un bachi- me sentía desdichado y mortificado , tanto más cuanto que m e
llerato el e oricni·aci<Ín humanist a y se decid ió q ue debía e ntrar había acostumbrado a considerarme excelente matemático. Única-
a la esc uela técnic;1. Sólo a último momen to , pocos meses antes mente en el quinto curso d el bachillerato se bonó esa man cha
el e qu e tuviera qu e rendir mis exámenes ele ingreso a seg1111do de mis boletines y en lo sucesivo obtuve "muy bueno" en todas las
afio ele Ja esc ueb int er media , Se Cambiaron Jos pJanC"S , ya que ·materias, incluso en mate máticas , hasta ll egado e l mom e nto de los

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,· :¡.' ... ":,'.f' ' ~ .. ; :1
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exúmenes de ingreso a la enseñ.anza superior, que aprobé con feli- una existencia más o menos cómoda sin necesidad de hacer tra -
citaciones. i bajo alguno, y disfrutaba plenamente de esa situación.
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De manera que , al parecer, el encuentro casual con B. y la Durante varios años, W. y sus hijas habían pasado todos lci:;
desaprobación que éste manifestó habían reactivado en mi incons- veranos en nuestra finca. Por razones que desconocíamos, su mu-
ciente el fra caso con L. y me llevaron no sólo a cambiar de carrera , aijj".I •
jer no venía con ellos. Tales visitas tenían su propia prehistoria.
sino a las dudas que posteriormente me acometieron con respecto Durante el verano siempre se producía una gran sequía en Rusia
.f, . a esto. Pero e n ese momento no tenía todavía una clara C'ornpren- meridional, y cada lluvia importante era considerada por los cam -
tp; sión ele estos motivos. pesinos como una especie de don del cielo. Ahora bien, a \V. se
~;·
. le ocurrió la idea de superar esta desdicha cavando pozos arte -
sianos. Con su capacidad de persuasión, no tardó en convencer .1
':,· mi madre, que era la dueña d e la finca, de que él -experto en
Hacia la n1isrna época e n que decidí cambiar mi plan de estudios,. ese campo- era el hombre adecuado para llevar a cabo el nece "
a principios de abril de 1907, se me ocurrió la idea de que un sario trabajo de investigación. Como las investigaciones requeri -
viaje al Cáucaso, famoso por la belleza de su paisaje y cantado rían probablemente un tiempo considerable, a mi madre le parecic'i
por el poeta Lermontov, sería lo que mejor podía ayudarme a :~ conveniente proponerle a \V. que pasara el verano en nuestra
desvanecer mis sombríos pensam ientos y a mejorar mi estado emo- finca.
cional. !'\aturalm ente, hube de discutir estos planes con mi padre, Habían pasado ya dos mes<:"s desde el arribo de \.\'. y su~
ya (1uc. aparte de cuaiquier otra cosa, yo no disponía en ese mo- hijas a nuestra casa, pero no se veían rastros de su investigación.
mento de los fondos necesarios para realizar el viaje. Él no tuvo Entonces, un día lo -encontré mientras se dirigía a un pozo con
nada que objetar, excepto qu e no le gustaba la idea de que em- un rollo de cuerda en la mano.
:· : prendiPra solo un viaje que había de llevarm e tan lejos, espe- "¿Qué hace usted?", le pregunté.
cialmente' despu és del funesto desenlace del último viaje de mi "Quiero .· empezar a medir", me contestó vagamente, nman -
L
\ :. herrnaua. Sugirió que \V., un conocido nuestro, fuera conmig0. clome con aire ele confusión.
.,",¡ \V. er::i un caballero mayor, de origen francés como lo indicaba
~u apellido. Magro y ele mejillas hundidas, usaba perilla, y su Esa fue la primera y última vez que se lo vio a \V . ccrc:1
cuello flaco y huesudo soportaba un cráneo calvo y poderoso que de un pozo; tampoco se volvió a oír jamús que hablara ele pozos
i artesianos. Como también mi madre se dio cuenta de que Jo-.;
siempre me hacía pensar en el "Caballero de la Triste Figura"
de Cervantes . Sin embargo, eso no era más que apariencia. En planes de riego ele \V. no eran para ser tomados en serio, toclu
realidad, \V. era de disposición alegre y disfrutaba de veras de la el asunto de los pozos artesianos fue sepult ado sin más ceremonia.
1
¡. vida. Era casado y tenía tres hijas y un hijo; este .ú ltimo había Pero la visita· veraniega anual ele \V. y sus hijas' se había conve r-
tido en una tradición establ ecida.
em igrado a los Estados Unidos -cosa rara en Rusia en esa época-
y allí se defe¡ulía pintanclo escenografías para el teatro y haciendo
toda clase de ·'tareas menuclas al típico estilo de los nortP.americanos.
Era evidente que el hijo había heredado <~se espíritu aven-
turero de su padn-' , hombre muy emprendedor que con frecuen- \V. aceptó con entusiasmo la proposición de acompañarme
cia nos hablaba de sus importantes transacciones comerciales, talf-'s en mi viaje al Cáucaso, tanto más cuanto que era propietario de
como la fundación de corporaciones que supuestamente organi- un trozo de tierra al que él llamaba "El Cabo Verde'', en las cer-
zaba bajo su control. Pese a los éxitos obtenidos en el pasado, las canías de Batun~, en el Cáucaso meridional. Con frecuencia des-
circun,tancias finaneíeras de \V. eran más bien 1modestas. Pero, variaba sobre esa propiedad, a la que describía como una especie
en todo caso, tenía ahorrado el dinero necesario para asegurarse . ele paradiso tcrrestro. Co.mo proyectábamos que Batum fuera ia

46 47
última escala de nuestro viaje, W. ~endría una oportunidad gratui- provenientes del mundo exterior y experimentaba todo lo que
ta de ':isitar su amado "Cabo Verde". veía como algo irreal que formara parte de un sueño.
Antes de iniciar el viaje, W. me hizo prometerle que me com- En las inmediaciqnes de Kislovodsk había otros balnearios
praría un casco tropical, ya que, como afirmó grave y solemne- similares, entre ellos las fuentes sulfurosas de Piatigorsk. La tra-
mente, de otro modo le sería imposible acompañarme al Cáucaso. . ducción de este nombre significa "cinco montafi.as" ( pidt - cinco;
Yo jamás había oído decir que semejante equipo fuera necesario gorá - montañas), porque el lugar se halla situado en medio de
para una visita al Cáucaso, pero como \V. le atribuía tanta impor- cinco montes. Piatigorsk era famoso no sólo por sus fuentes sul-
tancia a esa condición, y era tan fácil satisfacerla, la acepté. Itl :.!~·
furosas, sino porque no lejos de allí fue muerto en un duelo
mismo llevó consigo, además de un casco tropical, un enorme ~(/ Lermontov, uno de los más grandes poetas de Rusia. Eso sólo
sombrero de paja de Man il a que, como su nombre lo indica, se era razón suficiente para que yo fuera de visita a Piatigorsk.
usa probablemente en las Filipinas. Una vez completados todos.
esos preparativos, nos embarcamos rumbo a Novorossiisk.

Lermontov era de ascendencia escocesa, y su apellido era la ver-


sión rusa del nombre de sus antepasados Leermond. Mientras el
1' poeta prestaba servicio como oficial de la Guardia fue destinado
Desde allí seguimos viaje por tren a Kislovodsk, por entonces ~l ·~ ' a un regimiento destacado en Piatigorsk, como castigo por un
balneario de moda en el Cáucaso septentrional, famoso por sus poema que había escrito. Sucedió que allí es taba destacado tam-
aguas carbonatadas, "de donde hicimos una excursión, en un livia- bién Martinov, que había sido compafi.ero de Lermontov en la
no coche de caballos, hasta Bermamut, un lugar elevado desde el .:¡,r.
escuela militar, de quien se cu enta que era hombre sorprenden-·
cual se tenía la mejor vista del E lbn'1 s, el monte más alto de la 'f
temente apuesto, pero también mu y vanidoso. U na noche, ambos
cade na del Cáucaso. Partimos muy temprano y llegamos a Ber- jóvenes fueron invitados a una fiesta . .tvlartinov ll egó tarde, lu-
mamut al anochecer, bajo un cielo despejado y trasparente. ciendo traje circasiano, con una e norm e dag a en el cinturón.
Alli encontramos un pequeño albergue de montaña, desierto Cuando entró al salón con su vestimenta de opereta, la conver-
v provisto apenas de algunos bancos de mad era. El albergue se sación declinaba y súbitamente se produjo un gran silencio. En
cernía al borde de un enorme abismo qu e parecía no tener fondo. medio de es te silencio las palabras voila 1111 mo11tagnard a11 grand
Frente a nosotros, como un gigantesco pan de azúcar que se 7JOíg11ard, que Lennontov susurraba a la clama que se encontraba
elevara lucia el cielo, se veía el majestuoso Elbrús, que pudimos con él fueron oídas por todo el mundo, sin que ta l hubi era sido
admirar en toda su grandeza y su gloria. El valle que nos sepa- SU intención . rvfa rtinov, herido e n Sll VJ.n icfod , lo desafió a Ul1
raba del Elbrús se extendía hacia ambos lados hasta una distancia duelo que se llevó a cabo en las cerca nías de P iati go rsk.
inconmensurable, y a los dos lados se veían más y más picos Lermontov, a quien le correspondía el primer tiro, di sparó
imponentes y cubiertos de nieve y acantilados rocosos y escarpa- ai' aire, pero su adversario se negó a la reconciliación, tomó cuida-
dos que se sumergían en las profundidades. Por más que el espec- dosa puntería y la bala hirió a Lermontov en el abdomen. En ese
táculo no tuviera par, mi ánimo deprimido me impedía disfrutar mismo momento se desencadenó una tormenta espantosa y sólo
de él realm ente o sentir entusiasmo alguno. con grandes dificultades y demoras fue posible trasladar a Pia-
Precisamente mientras estábamos en Kislovodsk me sucedió tigorsk al poeta gravemente herido. N ingún médico se animó a
algo que profundizó la melancolía que ya entonces me embargaba: salir de su casa con esa tormenta terrible y la atención médica no
aparecieron las 'dudas sobre el acierto de mi decisión de cambiar llegó a tiempo. Tres o cuatro días más tarde moría Lennontov
de carrera. De tal modo, empecé a sopesar pros y contras, sin ele resultas de su herida. Tenía solamente ve intiocho años.
poder llegar a una conclusión satisfactoria. Sumergido siempre W. y yo visitamos el lugar donde se habí,1 realizado el duelo.
en mi s pensamientos, no me abría' fácilmente a las impresiones Era un prado como cualquier otro, al pie ele una colina boscosa

48 49
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r desde la cual se tenía una hermosa vista ·del solitario monte Mas-
chuk, que apartado d e las otras cuatro montañn'.~ parecía una roca
puntuda que surgiera de la llanura.
Como nos enteramos de que ei1tre los lugares que se podían
ver en Piatigorsk se con taba también la llamada Gruta de Ler-
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giana. Vladikavkaz se halla situada precisamente al pie de la
cadena principal de los montes del Cáucaso, que se extiende de ·
oeste a este, es decir desde el Mar Negro hasta el Caspio. La
Carretera Militar Georgiana, que atraviesa directamente la cadena
montov, fuimos allí. En la gruta había una placa de mármol con ele montañas, lleva desde Vladikavkaz, en el Cáucaso septentrio-
versos dedicados a la memoria de Lermontov. Por la placa supi- nal, hasta Kutais, en el Cáucaso meridional.
mos que tanto ésta como los versos eran donación de un terrate- Originariamente habíamos proyectado detenernos durante
niente de alguna provincia de Rusia central. El hombre creía breve tiempo en Vladikavkaz, pero \V. tenía allí muchos amigos
sin duda que con su poesía había hecho una val iosa contribución y conocidos, y el club donde comíamos le ofrecía excelente opor-
a la memoria del poeta y a la distinción de la gruta. Lamenta- tunidad de encontrarlos y conversar con ellos. Se sentía tan cómo-
blemente el poema era tan malo y tan tonto que habría sido mejor do que continuamente encontraba pretextos para demorar nuestra
que el caballero no hubiera cedido a su laudable impulso. partida de Vladikavkaz. Sólo cuando yo le reproché que usara
Parecía sin embargo que a \V. le hubieran impresionado esas esa táctica e insistí en que siguiéramos viaje se avino a hacerlo,
líneas porque de pronto se quedó pensativo. Era evidente que \e pidió la cuenta del hotel e hizo los preparativos necesarios parn
resultaba difícil alejarse del lugar sin dejar para la posteridaJ
seguir.
un recuerdo de su visita a la grub de Lermontov. Pero como él
no era poeta tenía que tomar prestada alguna idea, y finalmente En esos días no había tráfico organizado, ni público ni privado ,
garabateó en alguna de las paredes de la gruta el aforismo ele• por la Carretera Militar Georgiana. Quien deseara usar el camino
Proudhon: La propriété c'est le r;ol. debía alquilar un coche de caballos. Así lo hicimos, y emprendi-
mos viaje de mañana · temprano. Alrededor de las dos de la tarde
nos detuvimos en un pequeño refugio a pasar la noche, pues el
Nuestra siguiente meta fue la li1udad Je \'ladikavk;1z al pie de( próximo lugar adecuado para hacerlo se encontraba a todo un
~\ '
Kazbek, el monte que sigue en· altura al Elbrús. Desde allí se día de viaje de distancia.
podía llegar sin dificultad a los glaciares. Aprovechamos la opor- Con el fin de hacer algo durante la tarde, saqué mi caja de
tunidad y poco después e.le nnestra llegada emprendimos el ascen- pinturas y los óleos de la valija y me fui a la ribera más próxima
so, tan fácil como interesante. del montañoso torrente del Terek. No me tomó mucho tiempo
El ascenso a los glaciares se hacía a lomo de mula. Guiamos encontrar tema adecuado, pues apenas si había dado unos pasos
a los animales por un abrupto y rocoso acantilado que bordeaba cuando una hermosísima vista se abrió ante mí. Me senté en él
estrechamente un abismo ele \'ario-; centenares ele metros de pro- taburete e ÍI~tenté transferir a la tela la impresión del río que
fundidad. No ern grato sentirse acosado por la idea de que si corría velozmente y del majestuoso monte Kasbek que se ele-
el animal daba el más mínimo paso en falso, uno se precipitarí,1 vaba en el fondo . Traba jé lo más rápido que me fue posible paL1
al abismo. Pero las rnubs avanzaban con tal cautela, con paso terminar antes de que cambiarn la luz, que a causa de una extrañ:-i
lento y seguro, que era imposible no admirarse por ello. Soy una u
~:
formación de nubes creaba un efecto muy particular. En el tér-
ele es as persona' 'JlH' s(' siC'nten atraídas por las profundidades '1 ! mino de una hora y media, o quizá de dos, ya había terminado
\: ;
como por una fuerza magnética. La angustia que entonces se apo- mi trabajo y a mí mismo me sorprendió el éxito con que bahía
dera d0 uno se dirige principalmente contra ese poder de atrac- .!J conseguido transmitir el clima general en una superficie tan redH -
1
ción, al que hay que resistirse p:tra no sucumbir a él. cida y con materiales tan sencillos. Era la primera vez que que-
Nos quedaba todavía por realizar la parte m(ts interesantl' daba tan satisfecho con mi manejo del paisaje, y este aconteci-_
de nuestro viaje ~i1 Cíucaso. la llamada Carretera ~filitar GL•nr- miento mareó el comienzo de mis actividades como pintor pai-
sajis ta.
')()
51
Al día siguiente seguimos viaje a lo largo del río Terek. El ascenso fue haciéndose cada vez más escarpado y los caballos
valle iba estrechándose sin cesar, hasta que al fin nos encontra- tenían que avanzar con rnucl;ia lentitud. A menudo la huella del
mos en una garganta profunda y desafiante a través de la cual camino se pei:día por completo en los vastos campos nevados que
el río se abría paso entre rocas y guijarros. Por escarpadas e inac. teníamos que atravesar. Después de haber pasado otra noche en
cesibles que nos parecieran las rocosas murallas, sobre ellas se una posada montañesa, iniciamos un descenso terriblemente
veían siempre, escritos en enormes caracteres y con abundante abrupto, que pronto nos llevó a un valle fértil, en el cual los
pintura, los nombres de quienes habían pasado antes por allí. Con sembrados d e maíz y de trigo se extendían en todas direcciones,
frecuencia las inscripciones se encontraban a alturas tan vertigi- en tanto que huertos y viüeclos ocupaban las laderas. Este alegre
nosas y en tan abruptos acantilados que uno habría supuesto que ~ Ji• -
paisaje meridional contrastaba nítidamente con el áspero mundo
hs habían hecho valiéndose de un helicóptero, de haber sido tal de la montaña que acabábamos de abandonar. Al anochecer del
cosa posible en ese momento. Hasta bien avanzada la noche no mismo día llegamos a Kutais, donde encontramos un hotel que
llegamos a nuestro siguiente alojamiento, un refugio tan pequeño nos vino ele perlas después de las noches p asadas en los pe<1ueüos
y sucios refugios de montaña. 1·
v miserable como el primero. También allí lo único que tuvimos
para comtr fueron truchas pescadas en el río Tcrek.
A la mañana temprano, antes de partir, mientras dábamos una
cam inata no lejos del refugio, descubrí un pequeño pueblo circa-
siano. en el que no había casas, sino simples aberturas cavadas Nos quedamos una noche en Kutais y al atardecer siguiente torna-
en la roca y que daban a una o más cuevas. mos el tren para Tifl is , hoy Tbilisi, la capital ele Georgia. Durante
Al tercer día de nu estro viaje por el valle del Terek tuvimos el viaje nocturno por tren se desencadenó una torm enta tal como
110 encuentro interesante en ese camino por demás desierto. Dos . yo no había presenciado nunca en esas latitudes. Los relámpagos
iinetes ele muy extraña apariencia venían hacia nosotros. Usaban desgaúaban literalmente el cielo, la lluvia azotaba el tren con
una especie de yelmos medievales y ambos llevaban en la mano una fuerza terrible y ni el ensordecedor aullido del viento ni los
n na lanza y un pcqu e ño escudo redondo. Eran de piel mucho rnús gruñidos y el retumbar de los truenos se del1.ivieron hnsta la
dara 'le lo que se suele ver en el Cáucaso y también sus rasgos mañana sigu iente, cuando llegamos a Tiflis.
cr,111 diferentes. Deben de haber s ido miembros de alguna pequeiía Observé que en Tiflis existían ya tranvías eléctricos, cosa c¡ue
lrib11 residente en la comarca, que ya antes había oído mencionar, no había aún en Odesa. Tiflis impresionaba como una c iudad
ele quienes se suponía que eran descendientes de los cruzados hernwsa y moderna, pero eso sólo era válido pa ra el llamado
que se perdieron en el Cú ncaso. Cuando nos encontrarnos co n los sector europeo, pues en esos días Tiflis cor1sisth en dos distritos
jinetes, dct1 1vieron los caballos y me permitieron sin la menor separados: el europeo y" el oriental. Este último tenía todas las
res iste ncia (1ue los fotografiara. '>
.li\
características de Oriente, con sus mercaderes gritones en las ace-
ras, su torbellino y su colorida confusión.
El turco con quien nos encontramos un poco después se con-
Corno en Tiflis el calor se hacía insoportable, después de
<lujo de manera muy diferente. Iba a pie íunto a un carromato
unos días decidirnos seguir viaje a Borshom, lugar de descanso
tirado por un caballo, y sobre el vehículo viajaban sus cinco. o seis
en las montañas, no lejos de allí. Antes de salir de Tiflis tomg-
esposas, veladas y envueltas en vestimentas hlancas. Cuando ach·ir-
mos el funicular hasta la cima de un pequeño monte de las cer-
t iú que yo me disponía a tomar fotos ele! carromato y de sus
ca nías, para gozar de la hermosa vista que ofrecían la ciudad
ocupantes, empezó a refunfuñar y a nrnklccir en voz alta e hizo
y sus <11recledores.
apresurar al caba llo para poner tém1ino a mi mal compor.tamíento.
Aparte las ventajas de su clima, Borshorn era famosa por d
Al cuarto día de haber salido de Vlaclikavkaz abandonamos
agua mineral de sus fuentes, que se usaba en toda Rusia como
el valle del Terek y doblamos a la derecha con el fin ele cruzar la
agua para beber, similar a las de Seltzer o ele Preblauer en Ale-
cresta principal de la cordillera en e l punto rnús riccl'sible. El

52 "'~:.-., 53
~ "
. ·~.
\-Ir'
r

1
mania. El paisaje me impresionó por su carácter apacible y me
hizo pensar en algunos lugares al pie de los Alpes. Las montañas
:eran boscosas y de altura moderada, los prados verdes y -cosa
rara en el Cáucaso en esa época- las calles y caminos eitaban
; ~ '.
Entonces tuve oca~ión de conocer personalmente el "Cabo
Verde" de que tanto había hablado W. Era un jardín con una
especie de casa de fin de semana, y el conjunto no tenía nada
que ver con un verdadero "cabo", que yo me había imaginado
en buenas condiciones. Después del calor que habíamos tenido como un promontorio que se adentra en el mar. Por más que nos
1
! en Tiflis, el aire fresco y estimulante de Borshom era agradabilí- bañábamos en el mar dos veces por día, el calor húmedo y bochor-
simo. noso nos hacía sufrir de tal manera que ni siquiera 'vV. se opuso
a mi idea de emprender el regreso un poco antes de lo planeado,
Al día siguiente de haber llegado a Borshom, al entrar en la
de modo que después de una semana nos embarcamos para Odesa,
habitación de W., lo encontré ocupado en sacar de su caja el
adonde llegamos después de cinco días ele viaje por mar.
:sombrero de Manila. Pese al carácter alpino de Borshom, era evi-
dente que pensaba que había llegado el momento de lucirlo en
público. "Podríamos dar un paseíto por la ribera", sugirió, y tuve
' El paseíto resultó sensacional. En reali-
que aceptar la propuesta.
dad no me hacía ninguna gracia que nos convirtiéramos en centro
de la atención, ni ver cómo la gente sentada en los bancos ínter-. Cuando regresamos a Oc.lesa mediaba ya el mes de agosto. Como
cambiaba sonrisas y miradas burlonas, de modo que no pude mis padres estaban en nuestra finca en el campo, tan pronto
dejar de observar: "Todo el mundo mira con el mayor asombro como llegué fui a reunirme con ellos. Aunque las clases en 1a
su sombrero de Manila". universidad estaban a punto de com enzar, yo todavía no había
decidido en qué departamento inscribirme. Corno ya lo señalé,
"Con admiración y envidia", me corrigió ·w., sin querer admi- mis dudas acerca de si tenía razón en cambiar mi plan ele estudios
tir su derrota. Pero el visible endurecimiento de su expresión y su habían llegado a tener un carácter obsesivo del cual, a pesar de
silenciosa rigidez aseguraban que no había dejado de .notar el tener conciencia, me era imposible defenderme. Tales dudas no
I~
efecto ridículo del Manila. Al r'egresar al hotel, el sombrero volvió habían tardado en convertirse en una cavilación atormentadora
n su caja y allí se quedó, intacto, hasta que llegamos a Odesa.
que me había perseguido durante todo el viaje al Cáucaso y que
En Borshom volví a tornar los pinceles y pinté algunos pai- parecía destinada a no terminar jamás. Tan pronto como llegaba
sajes con los cuales quedé muy satisfecho. Desde allí nu es tro a una decisión en uno u otro sentido, después de penosas luchas,
viaje, que se aproximaba a su término, nos ilevó, pasando por al minuto siguiente empezaba a sospechar que todos mis argu-
Abasturnan, hasta Baturn, desde donde plan eá bamos regresar a mentos y conclusiones no se basaban en otra cosa que en mis
Odesa. propias fantasías. La decisión alcanzada con tanta angustia se
Batum, sobre la costa del Mar Negro en el ángulo sudoeste derrumbaba como un castillo de naipes.
del Cáucaso, no lejos en esa época de la frontera con Turquía, A partir del ~uiciclio ele Ana, mi padre, que antes me había
está rodeada de montañas por los otros tres lados. Se encuentran prestado muy poca atención , empezó a interesarse activamente
allí eucaliptos y tejos, arrayanes, cactos y diversas plantas del tipo en todo lo que yo hacía, ele modo que decidí tomarlo por confi-
ele las palmeras. Toda la región se caracteriza por su vegetación dente -por primera vez- y ponerlo al tanto de todas mis vacila-
lujuriante. Por más que el verano ya casi había pasado en la época ciones. Esperaba que tal vez él fuera capaz ele disipar mis duda:;
.en que llegamos a Baturn, se sentía allí, a diferencia del calor seco¡ ¡;;
.i nnecesarias y de ayudarme a elegir el departamento "que corres-
<le Tiflis y de Kutais, una humedad opresiva. El aire no sólo era pondía". Tal como yo esperaba, mi padre se mostró muy satis-
caliente sino también muy húmedo, y una bruma densa y sofo- fecho con mi intento de acercamiento y se declaró dispuesto •l
cante se cernía permanentemente sobre esa comarca de aspecto ayudarme en todas las fonnas posibles. De tal modo empezarnos
.rx<'>tico. a tener cotidianas "sesiones" formales que se prolongaban durante

54 1 ~ .t;,
55
varias horas, pero, como no tardé en descubrir, no aportaban al A mí no me interesaban los d etalles de ese ac uerdo, que fu e esta-
lema claridad alguna. En realidad, después de unos días me di blecido entre mis padres y mi tío. Para mí lo prin cipal .era que
cuenta de que mi padre· empezaba a sucumbir a la devastadora en San Petersburgo no tendría que pi·eocuparm e por el alojamie nto
influ encia de mi ambivalencia, e incluso se había contagiado de y la comid a . C ontinuar con mis es tudios en San Pe tershurgo m e
ella. Eso le hizo dudar de la cordura de su propio consejo, que parecía coiweni ente y deseable porque en el hog ar d e mis padres ,
antes me había ofrecido con total convicción. Finalmente, pues, en Odes a , todo me traía el recuerdo d e la mu erte d e mi h erman a .
advertí que nos aproximábamos cada vez más a una vía muerta Esperaba qu e el cambio de escenari o p rovocaría una me jorí a
de la cual no había forma de salir. en mi estado. T ambién era unél ventaja qu e la Fa ctiltad de D ere-
cho d e San Petcrsburgo estuviera constelada d e nombres d e exc e-
Pero todo ese molesto asunto terminó repentinamente d e ma-
lent es maestros y fuera considerada la m ejor de tod a Rqsia.
nera inesperada. Después de algunos días de deliberaciones con-
juntas, una mañana me desperté con la clara sensación íntima d e Pese a todo , no me engañé pensand o q ue m i tío llegarí a a
que en realidad no había nada que d ecidir, ya que mi cambio comprende r mi depresión. E ra un carácter d ecididament e extra -
de departamento en la primavera no había sido otra cosa que vertido, un hombre a quien sólo le interesaban los asuntos tang i-
un inte nto, e ncarado con "medios inadecuados", d e escapar ele mi bles y prácticos e incapaz ele entend er otra cosa , sin inclinación
depresión , y que nada tenía qu e ver con un auténtico interés en alguna por la indagación anímica ni las sutil ezas psicológicas. Alto
las ciencias naturales. Ahora había que dar marcha atrás y tomar e inm acubdamente vestido, era hombre d e apariencia distinguida ,
las providencias necesarias para volver de la Facultad de C ien- y su voz g rave y la seriedad el e su s mod ales le daban aire d e
cias Naturales a la de Derecho. !vli padre, informado d e mi c1eci- gran autoridad.
sión, preguntó con cierta desilusión: "¿Pero por qué tanto apuro? L os tres - mi padre , mi madre y yo- p artimos liacia San Pe-
Poclríamos haberlo hablado un poco más". Sin embargo , era él tersburgo a fines de setiembre de 1907. Mi padre tenía que aten -
quien siempre se había inclinado más hacia la Facultad ele D e- d er allí algunos negocíos y mi madre quería ver a su hermano.
recho. Durant e el viaje nos detuvimos en Mosc ú, pu es allí hahía un
E n esa época, los estudios unive rsitarios en Rusia estaban médico a q uien mi familia conocía bi en y tenía en gran es tima ,
organizados en cursos , cada uno (le los cuales duraba dos semes - y querían consultarlo sobre mi es tado. T odo lo c1u e recu erdo de
tres. La carrera de D erec ho, compl eta, llevaba cuatro años. Para esa consulta es que mi padre y el médico d f's aparecieron en una
ingresar a los cursos d e segundo año había que aprobar los eú- habitación contigua, cerrando la pu erta tras ellos. Así y todo
men es en por lo menos dos materias elegidas por el propio estu - alcancé a ent ender algunas frases aisladas qu e pronun ció mi padre :
diante. Yo opté por economía y es tadística, y después de estudiar "Está inhibido ... no puede salir d e sí mismo ... creo qu e lo
intensamente durante tres semanas aprobé con éxito ambos mejor para él sería que realm ente se enamorara.
exúmenes.
Así quedaba por fin zanjada la cuestión ele mis es tudios.
E sta circunstancia, unida al h echo ele haberme concentrad o en
es tudiar y ele haber aprobado los exámenes provocó en mi es tacl o ,j~·
psíquico una mejoría que d esdíchadamente no duró mucho. Al llegar a San Petersburgo estaba llovi endo y un vient o frí o,
Ya no pu edo recordar d e quién fue la idea, pero se d ecidió
~E
t ;
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cortante y penetrante soplaba desde el Mar Báltico. Todo era gri .~
qu e no continuaría mis estudios en Oclesa , sino en la tmiversidad 't D.~.
sobre gris y la ciudad me hizo la impresión d e algo desierto y
d e San Petersburgo. Mi tío Basil, hermano menor de mi madre, lúgubre. Yo había hecho una visita anterior a San Petersburgo,
se había mudado ele Milán a San Petersburgo en esa misma época. pero en esa ocasión era verano y el tiempo estaba hermoso . Ade-
H abía alquilado un departamento bnstante grande y se decidió más , sólo había pasado allí tres o cuatro d ías, pero ahora venía
(]U e yo iría n vivir con él y qu e manejaríamos la casa entre ambos. a quedarm e varios años én esa ciudad que ta n rechazante se m e

56 57
1 i. 1
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r
presentaba. Eso me deprimió, y tanto más cuanto (1ue el tío La mayor parte de los visitantes eran jóvenes de ambos sexos,
<>on quien habría de vivir, por más que era muy grato en las pero había también algunos hombres· y mujeres de edad madura,
1
reuniones sociales, en casa se mostraba de ánimo taciturno, som - entre ellos dos conocidos pintores de San Petersburgo. Nuestros
brío y habitualmente hostil. Traté de consolarme con la idea de huéspedes nos recibieron afectuosamente y nos sir\rieron té y torta.
que todo eso no era más que una primera impresión desdichada y Después se habló y se bailó. Muy pronto -evidentemente la idea
de que pronto me acostumbraría a ese medio nuevo y desconocido. ,. vi'
se les había ocurrido a los dos pintores- nos dieron cada uno un
Al día siguiente de nuestra llegada a San Petersburgo el block y materiales de dibujo y tuvimos que hacer, lo mejor que
tiempo mejoró y salió el sol. Mi tío y yo salimos a cam inar por podíamos, uri retrato de alguno de los presentes. :tvli. tío me dijo
la perspectiva Nevski, la principal avenida de San Petersburgo. En después que los dos pintores pensaron que yo tenía talento, pero
ese hermosísimo día <le otoño la perspectiva Nevski estaba ll ena agregaron que tendría que "trabajar mucho". Durante la misma
de gente y ofrecía un cuadro abigarrado. Por la ancha calle el velada conocí también al cuñado del señor K., un terratenienle
'f
tráfico circulaba a una velocidad que resultaba rara en una gran :~ apellidado M., hombre muy callado y agradable y gran amigo d e
dudad. Se veían carruajes de nobles, coches y <lroskis que pasaban " mi tío. Así que cuando volví del salón de los K. a casa me sentía
.·!~(,•.
tirados por caballos negros. En !ns amplias aceras una multitud 4- 1,1
un poco más animado y abrigaba la esperanza de que, después
Lle peatones se movía en ambas direcciones , y la cantidad de de todo, podría llegar a establecer algunos contactos con ~e nt e
uniformes le mostraba a uno que se encontraba en la capital 111(1,
de San Petersburgo y recuperar algún inte rés y placer en la vida.
del gran imperio ruso, en h ciudad que era residencia <le! zar. "
Al parecer, mi tío se encontraba de ánimo quejoso y decía
<1ue tenía ya cuarenta y cinco afios y que e l futuro nada podía
reserva rle. "Pero tú ", con tinuc'> , "no tienes nüs que veintiún afios
1) Ya hacía algún tiempo que habían empezado las clases en la uni-
y toda la vi<l<.1 por delante". Habló entonces de una familia que r~ versidad, pero yo seguía postergando día tras día la asistencia,
l'Onl)cí a, d e apellid o i-..: . - un apellido alemún-, cuya hija Na tacha
justificándome con la idea de que primero tenía que aclimatarme
es taba, como yo, e n segundo aíio de la Facultad d e Derecho de .
en San Petersburgo y visitar los lugares y monumentos más im-
la Universidad de San Pctersburgo, y me propuso presentarme
portantes. Pero como no lograba interesarme en nada , vagaba por
.a la familia . Como es nnlural , acepté, diciéndole que eso me daría
museos y galerías de cuadros en un estado de indiferencia o abu-
gran placer, ya q11e no conocía un alm a en San Petersburgo. Todas
rrimiento. Por último reuní todas mis fuerzas y d ec idí empezar a
las semanas había sa lón cn casa de los K., y los cornpafieros de
concurrir a clase.
\Jataclia tarnhil-n cstaha11 i11vitaclos. Quedamos de acu erdo en que
La universidad se encontraba en Vasilevsky Ostro\', sobre la
iríamos a visitar a los K. el día del próximo sa ló1~.
, ribera opuesta del Neva y bastante lejos de nuesti¡o departamento,
Cuando mi lío y y11 lit-gamos a la casa, la mayoría <le los de modo que tuve. que llamar un droski para que me llevara. Al
huéspedes se hallaban ;--«1 presentes y pasó algún tiempo antes de llegar al malecón vi extenderse ante mis ojos el imponente pano-
c¡ue me presentaran a l1>s padres, a l\'atacha y posteriormente a rama que ya me era familiar: a la derecha, sobre la margen del
los demús invitados. E l aspecto ele Natachn era totalmente dife- río, el Palacio de Invierno; a la izquierda el Almirantazgo con
rente a b imagen que yo me había formado, la de una muchacha su aguja, y la fortaleza de Pedro y Pablo, tumba de los zares
púlida y d e licada. l\Ie encontré en cambio frente a una criatura y cárcel infamante para los presos políticos. El espectáculo era
· robusta, de cara agradable pero bastante simple y de cutis fresco . ~'
sin duda impresionante pero, tal como me pareció en ese . mo-
Tenía el pelo castaño oscuro y los ojos de un azul grisáceo, y 1,1.·
mento, triste y sombrío.
~;
tendía a ser gordita, lo que dada su altura no era gran desventaja. La universidad como tal era un edificio amplio y antiguo,
Era de modales agradables y sueltos y me produjo una impresión <le techos bajos y muy necesitado de reparaciones. Los documentos
muy favorable. .que yo había hecho enviar desde Odesa habían llegado y cumplí

58 59
con todas las formalidades necesarias para la inscripción. Nos - ·amigo i\l. tenían sus propios animales de carrera, así <tue los temas
encontrábamos a fines de noviembr~, de modo que para poder· ·inagotables de conversación entre ellos eran las carreras y los
segu ir las clases que habían empezado el 19 de setiembre tenía ·.caballos, por todo lo cual yo sentía muy poco interés.
que ponem1e al día, no sólo con lo que había perdido durante el La concurrencia a las clases de la universidad me había resul-
;-iño anterior en Odesa, sino también durante el actual tercer tado inútil, y cuando vi que no tenía posibilidades de aprobar
~e-mestre en San Petersburgo. Sin embargo, concurrí únicamente · 1os exámenes necesarios en la primavera , fui co nvenciéndome cada
para cubrir las apariencias y encontrar alguna manera de ll enar vez más de que mi mudanza a San Petersburgo había sido una
·cosa sin sentido. Nada tiene de extraño que mi ánimo deprimido
el vacío de las m;-iñanas. Conseguí todos los libros de texto nece-
sarios, pero me limité a hojearlos antes de volver a ponerlos en , no sólo no mejorara en San Petersburgo sino que, por el contrario,
·empeorara bastante. En una gran ciudad como esa se me hizo aún
la biblioteca. Hubo una sola excepción: la Enciclopedia de Dere- :ID,
cho , del profesor Petrachitzky, de San Petersburgo. A diferencia más doloroso tomar conciencia de mi falta de participación en
ele las opiniones que prevalecían en jurisprudencia, Petrachitzky sucesos y experiencias de toda clas e y de mi incapac id ad para
e ntendía que el derecho estaba "psicológicamente determinado", comunicarme con los demás. El contraste entre la vida que pal-
con lo que destacaba la relatividad del concepto de justicia. La pitaba a mi alrededor y la vaciedad insalvable y sin fondo que
idea me pareció original e interesante. Como en su libro el autor sentía en mi interior era demasiado.
d erivaba todo, de manera muy congruente, de dicho concepto, En esa época mi padre se encontraba e n San Petersburgo, y
resultaba de ello una teoría del derecho unificada e integrada, ·como ya en una ocasión le había hecho confidencias r eferentes
q11e me int eresó tanto que foi capaz de concentrarme en el libro a mi carrera, decidí otra vez hacerlo partícipe de mi desolado
v proseguir atentamente su estud io hasta el final. ¡· · estado emocional y consultar con él qué pasos se podrían dar. Yo
Un día, cua ndo Natacha y yo salíamos al mismo tiempo de ¡r1 tenía plena conciencia del carácter anormal y patológico de mi
L1 universidad y nos disponíamos a volver j11ntos a casa, ella .>e estado p·s íquico, y ambos estuvimos de acuerdo en que, dado qu e
me c¡uC'jÓ ele que no podía entender qué demon ios era lo que todos los intentos terapéuticos anteriores d e nuestra propia inven-
quería decir Petrachitzky en su libro. Procuré entonces explicarle ··~ ción habían fracasado, la única salida posible era recurrir a la
cuál era la idea básica y las teorías esenciales que el autor deri- ayuda médica y consultar a un psiquiatra. E leg imos al profesor B.
'
,f!,

vaba de ella. Evid entemente lo hice con cierto é-xito, porque antes Su nombre me era conocido como erudito y como reconocida
de que nos separúramos Natacha se man ifes tó asombrada por ía autoridad en el dominio de la neurología. últimamente también
fac ilidad con que yo había podido absorber la teor ía <le Petra- 1 •~ había oído que mi padre lo mencionaba respecto de otros asuntos.
ch itzky y afirmó que ahora se daba cuenta de que , después de Después del suicidio de Ana mis padres habían decidido fundar
todo, el libro no era en modo alguno tan difícil ele Pntender tU?, "· un hospital para enfermedades nerviosas. L os fondos asignados
co mo le había parecido. a ese fin serían entregados a la ciudad de Odesa y el hospital
Natacha me resulta bonita y agradable, pero al parecer todo estaría dedicado a la memoria de mi her.mana y llevaría su nom-
terminaba allí. En realidad no pude entusiasmarme en profundi - bre. Al mismo tiempo, el profesor B. planeaba organ izar un Ins-
dad y no se estableció una relación más íntima: Además, clehido tituto Neurológico en San Petersburgo, destinado a la investig:t -
a la enfermedad de un familiar, los días de salón en casa de los 101'
ción científica en enfermedades nerviosas. Prec isamente para esa
1lf,
K. no tardaron en suspenderse. En cierto modo eso me alegró época se hallaba ocupado en reun ir los fondos necesarios.
bastante, ya que debido a mi timidez y mi falta de contacto, tenía Cuando B. oyó hablar de la intención de mis padres estable-
íl '.1· .
que ob;igarme a vincularme con la gente, de la misma manera ció contacto con mi padre e intentó persuadirlo de que cambiara
que me obligaba a concurrir a las clases de la universidad . su decisión y pusiera los fondos a disposición de su Instituto Neu-
...,;,:_-. rológico. Establecida así la conexión con B., se le pidió que me
únicamente a las horas de las comidas veía a mi tío, cuyo
1_
1 ríncipal interés eran las carreras d e caballos. Tanto él como su examinara en el hotel donde paraba mi padre. El examen se llevó

60 61
' l'llUiF'
"I~ '
¡
a cabo unos d ías después; el diagnóstico del profesor B. fue de
todos los demás pacientes, hac,iéndorne pasar primero a1 e o ns u! -
neurastenia y consideró que en mi caso la terapia más adecuada ~'
torio. Por lo que a mí se refería, me inclinaba bastante a creer
sería la hipnosis. Queda mos de acuerdo en que yo pasaría por
que el mejor empleo para el dinero que querían ofrecer mis padre~
su consultorio para encarar el tratamiento.
bien podía ser donarlo al Instituto Neurológico, pero estaba dema -
Al entrar .al despacho del profesor B. ad vertí que en la sala siado preocupado por mis propios problemas para qu e me inte-
de espera había ya mucho' pacientes. Estaba d ispuest o a esperar resara tomar posición en las discusiones. Por lo demás, sabía que en
largo rato hasta que me ll egara el turno y empecé a observar a :, i
ese asunto no iba a tener la menor influencia sobre mi padre, a
los d emás paci ent es . Todos eran damas y caballeros de edad me- quien Je transmití un verídico informe de mi primera visita al pro -
diana y que, a juzgar por su aspecto, pertenecían a la clase alta ,f,,
fesor B., sin ocultar cuál era el rol que se suponía que yo habrí;1
<le la sociedad de San Pe tersburgo . Sin embargo, no tuve mucho 'f de asumir con respecto al Instituto Neurológico. Mi padre nn
tiempo para hacer observaciones, porque un caballero que llevaba dijo nada pero pude advertir que, cosa muy comprensible, m i
una lista en la mano no tardó en abrir la puerta que daba al con- tf,f
'.ll;ij
informe no le gustó demasiado.
sultorio y pronunció en voz altn mi apellido. Todos los ojos se
Pese a todo, la mañana que siguió a mi visita al profesor B:
volvieron hacia mí. Era ev idente que nadie podín entender por
me desperté en un es tado emocional mucho mejor, y esa mejoría
qué a un joven estudiante -yo llevaba el uniforme de estudiante-
posterior a la sesión ele hipnotismo se mantuvo durante todo el
se le daba preferencia sobre lodos los demás pacientes que habían
día. Al día siguiente disminuyó en forma notable y al tercern habí; t
llegado antes que él. Yo me apresuré a entrar al consultorio para
desaparecido por completo. Como consecuencia de la confusió n
escapar de tan incómoda situación.
de mi tratamiento con la cuestión del Instituto Neurológico, m i
Después de saludarme, el profesor B. hizo que me sentara primera sesión liipnótica fue también la última. Efectivamente.
y me dijo con voz firme y persuasiva: "Mañana por la mañana se era de esperar que en la sesión siguiente el profesor B. me pregun-
despertará usted sintiéndose bien y sano. Su depresión desaparecerá tara por el resultado de mi intercesión ante mis padres, y ¿qué
por completo, los pensamientos tristes y sombríos lo abandonarán, podía haberle contestado? De paso, a mi padre no le agradaha
y verá todo bajo una · luz nueva y diferente. En el futuro seguirá demasiado la hipnosis, porque veía en ella <:'1 riesgo de que '.'f
con interés los cursos de la universidad y proseguirá con éxito -<
paciente llegara a depender en forma exces iva del médico. Y 1~
sus estudios ... " 'Después de insistir durante un rato bastante largo compartía su :opinión.
en ese tono, el profesor B. continuó: "Como usted sabe, sus padres
Mi único ;deseo era irme <le San Petersburgo tan pronto corno
proyectan donar una gran suma de dinero para la fundación ch-~ :,
;1,
:¡: fuera posible .•' No me costó convencer a mi padre de que cual-
un hospital neurológico. Ahora bien, en San Petersburgo se está
I' quier cosa qu e pudiera emprender allí estaba condenada al fra ·
a punto de dar comienzo a la construcción de un Instituto Neuro- •'
caso desde d primer momento. Pensaba yo que' d viajar y otr,1c,
lógico, cuyo propósito será la realización de investigaciones en
distracciones podían resultar útiles en casos menos graves, p<'m
todo lo referente al origen, el tratamiento y la cura de ese tipo
habían fracasado en el mío. r-,1¡ única esperanza de mC'jorh cstah 1
de trastornos, La realización de esas metas es algo tan importante
represr=ntada por un tratamiento .intensivo y una larga permanen-
y valioso que usted debe procurar utilizar s11 influencia con sus
cia en un sanatorio. Dejé la C'!ección del lugar a cargo ele 111i ·
padres para persuadidos de que donen sus fondos a este InstitutG
padre, que tenía suficiente experiencia al respecto, ya que de
Neurológico".
vez en cuando, a intervalos de tres a cinco años, él mismo era
D urante todo el discurso del profesor B. yo estaba comple- presa de ataques de una melancolía bastante bien definida y solí.t
tamente despierto. Pero no estaba preparado para verlo pasar tan :r entonces a algún sanatorio de Alemania, clC'I cual volvía algu -
bruscamente de la consideración de mi caso concreto al tema de nos meses después totalmente recuperado. Su estado habitual_
que mis padres efectuaran una donación al Instituto Neurológico. que él de manera subjetiva consideraba normal, se caracterizaba
Entonces entendí por qué se me había dado preferencia sobre por inconfundibles síntomas maníacos. de modo qne el cu~1clr, •
fil
rn
,¡~'''··
:~~~ 1

<:ompleto podía ser considerado como uno de los casos maníaco-


depresivos que describe el profesor Kraepelin. Por lo tanto no Castillos en el aire
era casual que de todos los médicos que mi padre había consul-
tado en Alemania, aquel por el que sentía mayor estima fuera 1908
Krnepelin, en cuya capacidad para aconsejarme tenía gran confian- ·il'

za. Un tal doctor H., que trabajaba en el hospital de San Peters- '!Ir·

burgo, ilia a acompañarme a visitar al profesor Kraepelin, para


regresar n San Petersburgo más o menos una semana después.
Mis preparativos no exigieron mucho tiempo. Después de
llenar algunas formalidades en la universidad y hacer algunas
visitas de despedida, estuve listo para viajar a Munich con el doc-
tor H. Ese día memorable, a fines de febrero o comienzos 9e
marzo de 1908, mí padre· me acompañó a última hora de la tarde
a la estación del ferrocarril. Allí nos esperaba ya el doctor H., y
como faltaba todavía mucho tiempo para la partida, mi padre
subió al tren con el doctor H . y conmigo. l\le pidió que me que- l
(lara en el corredor, pues quería hablar de algunas cosas con el El ánimo eufórico que tan súbitamente se había apoderado de
doctor y, aunque no pude oír lo que le dijo, a través de la venta- .11, mí al salir de San Petersburgo se mantuvo sin mengua durante
nilla que separaba el corredor del compartimiento alcancé a ver nuestro viaje y después de nuestro arribo a f\foscú . El doctor H.,
tf:;;
que le explicaba con mucha seriedad alguna cosa. .I;;\
quien evidentemente consideraba su tarea de acompaí'íarme a
Afuera e\ viento se había calmado y caía una ligera nevada Munich como un viajecito de vacaciones, es taba también del me-
que iba cubriendo de una centellante blancura los techos ilumina- jor espíritu posible. Durante el trayecto me contó muchas cosas
dos de los trenes vecinos. Sólo en ese momento advertí un cambio interesantes sobre Abisinia y la corte del Negus, ya que, según
peculiar que se había producido en mí en el breve tiempo trans- :fj
dijo, había fonnado parte del séqu it o ele un tal Lcontiev. Leon-
cu rrido desde cp1e subiera al tren. Era como si, con s 11 varita t: ev era un aventurero que en la década del 90 había hecho por
m<ígica, un hada buena hubiera disipado mi depresión y todo lo ifl: su cuenta un viaj e a Abisini a, pero que má s tarde volvió allí como
<¡ue con ella se vinculaba ., De nuevo me sentía reconciliado con enviado oficial ruso. Probablemente fue ese el primer intento ruso
la vida. ele perfecto acuerdo y en total armonía con el mundo ele establecer relaciones con un Estado africano, inten to que en
y conmigo mismo. El pasado retrocedía a enonne distancia y el opinión de la prensa contemporánea se vin culaba con el hecho
,,il l
'futuro se presentaba bello y colmado de promesas. de que tamqiéh los abisinios pertenecían a la Iglesia oriental.
.~~
No quedaban m[1s que unos minutos antes de que partiéra- La primavera se enco~traba mucho rnús avanzada en Munich
mos y mi padre tenía que <lescen~er del t ren. Al despedirlo, no que en la fría y húmeda San Petersburgo, lo que también resul-
··diía e ntonc es c¡ue ese había de ser nuestro último adiós. taba muv agradable. Has ta la gente que andaba por 1as calles

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:;.,:;
parecía menos tensa y más cordial en Munich.
Al segundo c.lía de haber llegado a la ci udad fuimos al des-
~.;I }- pacho del profesor Kraepelin. El doctor H. le informó sobre mi
caso y el profesor, un robusto caball ero de edad, declaró des-
pués de examinarme que, en su opinión, lo indicado era una pro-
longada estadía en un sanatorio. Recomendó una institución en
las cercanías de Munich, dond e es taban internados varios de sus

64 65
r
pacientes, a quienes él visitaba dos veces por mes. Como él iba padre había sido un próspero hombre de negocios que había per-
por allí cada dos semanas, podría supervisar mi tratamiento en dido toda su fortuna en especulaciones desafortunadas, y que
ese sanatorio. tanto él como la madre -esta última eapañola de nacimiento .....
El doctor H. y yo parábamos en Munich en el hotel Vier habían mu~rto. Supe también que Teresa había estado casada con
Jahreszeíten, pero pocos días después yo me mudaba a1 sanatorio un médico y tenía una hija, pero que el matrimonio no había sido:
que había recomendado Kraepelin. Tanto el sanatorio como su feliz y pronto terminó en divorcio. La señora de Odesa comentó.
director, Hofrat H., y e1 ayudante de éste, el doctor Sch., holan- también que Teresa era una enfermera .muy consciente, a quierr
dés, nos causaron favorable impresión a ambos. Como todo mar- médicos y pacientes .tenían en gran consideración. La información
chaba, a1 parecer, de acuerdo con lo planeaJo, decidimos que ::le que la madre de Teresa había sido española me interesó en:
en el término de unos días el doctor H. volvería •l San Peters- especial, porque me daba la clave de sus rasgos acentuadamente
burgo. mediterráneos.
:sr¡-: \
En ese momento era carnaval, y a la noche del día que yo
me mudaba al sanatorio iba a realizarse allí un baile de disfraz .'.l i
para el personal y las enfermeras. El doctor I-t y yo también Mientras tanto, no erá mucho lo que quedaba de mi euforia, que
fuimos invitados. Al mirar a los bailarines me iihpresionó inme- me había parecido tan estable. Eso no significaba, sin e!nbargo,
diatamente una muier de extraordinaria belleza. Tendría quizás ,.
r~t que hubiera vuelto a · caer en la depresión que había sufrido en
algo más de veinticinco at1os, o sea algunos más que yo. Eso no San Petersburgo. En tanto que entonces el síntoma principal de
me molestaba, ya que siempre preferí las mujeres más maduras. mi estado había sido la "carencia de relaciones" y el vacío espi-
Llevaba el pelo negro azulado peinado con raya al medio y sus ritual que ello me provocaba, lo que sentía ahora era exactamente
rasgos eran tan regulares y delicados que podrían haber sido cin- lo contrario. Entonces la vida me había parecido vacía y todo se
celados por un escultor. Estaba vestida de turca, y corno era de me había presentado como "irreal", hasta el punto de que las per-
tipo decididamente meridional e incluso con algunos rasgos orien- j. sonas se rhe aparecían como muñecos de cera o marionetas con
tales, el vestido le sentab::t muy bien y no podría haber sido cuerda cor.i quienes no podía establecer el menor contacto. Ahora
mejor elegido. Los demás bailarines tenían aire juguetón y a veces aceptaba plenamente la vida, que me parecía enormemente grati-
payasesco, pero ella mantuvo todo el tiempo su expresión de ficante, pero únicamente con la condición de que Teresa estuvier:l
seriedad, que por más que contrastara con la alegría de Jos otros., dispuesta a entablar una relación amorosa conmigo.
de ningún modo parecía fuera de lugar. Esa mujer me fascinó de Había venipo a Munich para llev<u y disfrutar una existencia
~~
tal manera que no dejaba ele preguntnrme cómo era posible que tranquila y contemplativa en un sanatorio alemán -o por lo menos
semejante aparición d e Las mil y una noches hubiera llegado a , tal había sidp mi idea en San Petersburgo- y ,ahora, pasados
estar empleada en un sanatorio de Baviera. unos pocos días, estaba inesperadamente decidido a zambullirme
Durante los días que siguieron me fue imposible no pensar de la manera más temeraria en una aventura amorosa que reque-
una y otra vez en la apariencia exótica de esa enigmática mujer. riría toda mi fuerza y mi energía. Tanto mi propia impresión de
Como es de suponer, lo primero que quería era saber quién era. ~·
1!-.,
Teresa como todo lo que había oído decir de ella me llevaban :l
El azar vino en mi ayuda, encarnado en la presenci::t de una ~] la conclusión de que se trataba de una mujer que tendería :i
señora rusa, de Odesa, que se hallaba en el sanatorio. Fui a vi~.i­ evitar cualquier compromiso amoroso y se mostraría especialmente
tarla y ella me puso al tanto de la situación del sanatorio, dándome poco inclinada a entrar en una relación con un paciente de la
toda clase de infomiaciones sobre los médicos y los pacientes hasta institución donde trabajaba. Por otra parte, ¿cómo podría acer-
' ~~
(¡UC', sin m1c vo se lo :m' g11ntara , nw habló 1111 poco ele la enfe rmera carme a ella sin tener ninguna oportunidad práctica de hacerlo?
Teresa, que así se llamaba la mujer de quien yo estaba tan ena- Sin embargo, cuando uno se encuentra dominado por el apasio-
morado. .tvle enteré de que provenía de Würzburg, ele que su nado deseo de conquistar a una mujer, todas las consideraciones

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racionales pierden importancia. De modo, pues, que sin reflexio- tacañería del Ministerio de Finanzas, que le había otorgado una
nar más decidí bruscamente averiguar dónde quedaba su habita- ·j¡I
·· ! .', pensión muy pequeña. "¿Qué es Jo que un hombre necesita?", so lía
! -;;
ción y dejar que el destino se encargara de todo lo demás. •. l!t.• preguntarme. "Calma, buena comida, olores agradables ... ". A de-
Tan pronto corno supe dónde estaba el cuarto de Teresa y !lt cir verdad, muy poco de todo eso se tenía en el sanatorio.
más o menos a qué hora solía estar allí, seguí adelante con mi
.• El fiscal del distrito de Tiflis era muy joven para su cargn;
plan. Me escondí en las inmediaciones ele su habitación y esperé tendría entre treinta y treinta y cinco años, y era un hombre es-
su llegada. Apenas un cuarto de hora después vi que Teresa ven ía belto y apuesto, junto al cual su mujer, algunos aüos más joven,
a su habitación por el corredor, abría la puerta y entraba. No parecía pálida y descolorida. Los dos eran exce lentes personas, el
había tiempo que perder y yo tenía que actuar con rapidez. marido quizás un poco demasiado reservado, lo que sin emba rgo
Tomé el picaporte y en un momento me encontré solo con Teresa, armonizaba con su cargo de fiscal de distrito.
en la habitación de ella. Aproveché la oportunidad para deci rle "¿,Se fijó usted qué hermosa muje r es la enfermera Te resa'Y',
cuánto admiraba su belleza y lo fe'iiz que me sentiría si podía me preguntó a la hora de almorzar la mujer del fiscal de distrito.
encontrarme con ella el domingo siguiente, fuera d el sanatorio, Como yo no tenía la conciencia tranquil a, pasé por alto la pregun-
para poder decirle lo que sentía a su respecto. Pese a mis tormen- ta para no ponerme en descubierto.
tosas protestas de amor, Teresa no perdió el dominio de sí y "Pero parece muy estúpida", acotó el marido, al parecer para
enfrentó con calma el empuje de mi apasionada declaración. La anticiparse a las sospechas de su muje r de que él pudiera sentirse
situac ión debe de haber sido bastante incómoda para ella, ya atraído por Teresa.
que en cualquier momento algui en podría haber entrado en la Además de mi estrecho contacto con el fi scal de distrito y
habitación. Evide ntemente no veía otra manera de librarse de su mujer, me hice amigo de la baronesa T., una italiana ele Trento .
mí, de modo que t erminó por concederme una cita para el do- Era difícil decir su ed ad, porque toda ella irradiaha algo dolorido
mingo siguiente, en el parque del palacio de Nymphenburg, cerca que qu"izá le hacía aparentar más años de los que tenía. Alta y
Je] sanatorio. Como también para mí habría sido desagradable magra, de p elo rojo, tenía en los ojos una expresión de tristezn y
que .me descubrieran en el cuarto de Teresa, tenía que apresu- melancolífl que no le impedía estar siempre e n buena disposición.
rarme, y cuando ella se comprometió a verme en el parque salí Su sentid o del humor la convertía en una buena conversaclor;l. POr
ele su habitación. Dado que la descabellada aventura me había 1 ~¡'. más que proviniera de Trento, que por en tonces pertenecía a Aus-
~a licl o bi en y t·enía la esperanza de encontrarme con Teresa el tria, preferír1 hablar francés, lengua qu e dominaba con todos sus
domingo, me sentí mu y sa tisfecho .co n el resultado ele mi primer refinamientos y que hablábamos siempre que es túbamos j1111t m.
intentq de co11q11 ista. El coronel ruso era duro ele oído y no hablaba una pal abra ele
En ese momento, en el sanatorio nadie sabía que yo me alemán, r:uón por la cual evitaba todo contacto con los cl ernú'
hubiern enamorado ele Teresa. Exteriorm ente , mi vida era similar pacientes. La" dama rusa proveniente di:' Odes a padecía una afec-
(1 la ele los d emás pacientes. Seguía las indicaciones del doctor ción cutánea en el rostro -que se suponía causada por el hromo-
y me sometía a la terapia física que en esa época se acostum- •t.'i

"
y por eso se manten ía constantement e rec luid a, hasta el punto dC'
braba: baños, masajes , etcétera. hacers e llevar las comidas a su haliitac i<'>n. Vivía en una espec i(' de
Aparte la sei'íora proveniente de Odesa, se encontraban en el reclusión voluntari a.
sanator io un coronel retirado, ruso, y un fisca l del distrito judi- Había también en el sanatorio algunos nombres bien conoc i-
••11e.!
a:s;
c ial -de Tiílis, en el Cáucaso, que estaba con su mujer. El coronel dos, por ejemplo la familia del conde Eulenburg, cuyo juicio ha-
había ocupado algún alto cargo ·e n la Fortaleza ele Pedro y Pablo, bía provocado un escándalo poco tiemp-0 antes. Entre los pacientes
en San Pe teTSburgo; padecía una grave afección cardíaca y pro- importantes se contaba también el profesor Behring, el descubri-
yectaba , una vez terminado su tratamiento en el sanatorio, ir a dor del suero antidíftérico. Sufría una profunda depresión, que se i
pasar los últimos días ele su vida en la Riviera. Se quejaba ele la mostraba claramente en su rostro. En ocasiones venía a visitarlo
¡
1

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1
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su mujer, mucho más joven que él, con quien se había casado hací.1 .cedió en forma muy semejante a la primera vez y de nuevo recibí
poco tiempo. la promesa de que se encontraría conmigo al domingo siguiente,
El tan esperado domingo llegó por fin. Teresa había prome- esa vez en la ciudad, frente al Palacio de Justicia.
tido concurrir a nuestra cita en el parque alrededor de las cinco Desde el lugar donde esperé a Teresa al domingo siguiente
de la tarde, pero yo estuve allí una hora antes. El tiempo era her- dominaba una amplia perspectiva en la dirección en que era pre-
moso y soleado, y los jardines del palacio bullían de gente. Para sumible verla venir. Aquí la situación era muy distinta a la del
rio dejar de ver a Teresa me ubiqué frente al palacio, desde donde parque, porque desde ese lado venían hacia mí muy pocas perso-
fácilmente podía ver las entradas al parque, tanto a la izquierda nas, de modo que cuando divisé a la distancia la silueta de una
como a la derecha. mujer de la estatura de Teresa, mi incertidumbre no fue larga. Esta
vez no era un fantasma sino la realidad, y un momento después
En distintas ocasiones, cada vez que una silueta de mujer se
Teresa estaba de pie a mi lado. La expresión de seriedad se había
perfilaba a la distancia, creí que se trataba de Teresa, pero cuan-
desvanecido ele su rostro y no me pareció tan inaccesible ni tan
do se acercaba más me desilusionaba al ver que no se le pare-
reservada como antes.
cía en lo más mínimo. El reloj del palacio dio las cinco y treinta
y después las seis sin q ue Teresa hubiera aparecido, pero yo me Después de los saludos, le sugerí c1ue hiciéramos un paseo en
negaba a abandonar la esperanza de que simplemente podía ha- automóvil por los alrededores de ?\fonich. Sin embargo, como el
berse demorado y de que aún iba a aparecer. A medida que el sol tiempo era fresco e inestable, ella prefirió caminar un poco por el
iba bajando, mi esperanza se desvanecía gradualmente y sólo Jardín Inglés.
cuando ya estaba completamente oscuro decidí abandonar el par- Allí nos dirigimos, y Teresa empezó a hablarme de Würzburg,
cp;e y volver al sanatorio. su ciudad natal, de sus padres, a quienes parecía haber sido muy
Como consecuencia de la desilusión, mi estado de ánimo es- apegada, y de Eisa, su hija de cuatro años. Hablaba en tono muy
peranzado se convirtió en todo lo contrario. Me quejé de ello a los amistoso y confidencial, para lo cual, después de todo lo que había
médicos pero, como no quería comprometer a Teresa, no les re- sucedido antes, yo no me encontraba preparado. Sólo muy ·bre-
wlé la razón de mi d esdicha y desesperación. vemente se, refirió al fracaso de su matrimonio, pues parecía creer
que la seriora rusa me había informado ·de eso. Me produjo la im-
Mis pensamientos seguían girando en torno de Teresa y me
presión de una persona que se encuentra en perfecta armonía
reprochaba por no haber comprendido que a causa de su desdicha -
consigo misma y con el mundo que la rodea. No parecía que toda
da experiencia amorosa muy bien podía ser insensible a las pro-
la tristeza que había exper imentado la hubiera amargado ni hu-
posiciones de esa índole , y qu e se había visto poco menos que
biera alterado su equilibrio mental. Ese equilibrio interno, unido
obligada a prometer q ue me encontraría en el parque. Por otra
a su comportamiento sincero y natural, hizo qlle me resultnra
parte, no dejaba de preguntarme cómo podía ser que una mujer
incluso más atractiva que antes, de modo que después de nues{1;0
tan joven y dotada de tales encantos pudiera renunciar para siem- encuentro Teresa no sólo no había perdido nada a mis ojos. si~o
pre al amor.
Pero todas esas ideas y reflexiones palidecían ante mi deseo
que había ganado. ,,,
Teresa me habló también de su ascendencia española. Era, un
abrumador de poseer a Teresa, y sil resistencia no servía más relato muy romántico: su padre era alemán, y su abuela mater.na.
que para aumentar ese deseo. Como no tenía la intención de aban- una española, se casó por primera vez con un oficial español~de
donarla ni era capaz de hacerlo, no me quedaba más remedio que quien se decía que había muerto en un duelo. La abuela era can-
emprender otro "ataque", intentando lograr que Teresa cambiara tante, viajaba mucho y se había casado tres veces. Como su tercer
de opinión. marido era alemán, la hija de su primer matrimonio se fue con
Durante mi segundo "ataque!' le reproché a Teresa que hTh- ella a Alemania, donde posteriormente conoció al padrr llP Teresa
biera roto su promesa de venir al parque. Fuera c!P eso, todo su- y se casó con él.

70 71
Durante la conversación Teresa repitió en varias .ocasiones siquiera. Por fin nos dijeron que había llegado y que .pronto la
que desde su desdichada experiencia matrimonial quería vivir conoceríamos. Pocos días después nos llevaron al hotel donde pa-
únicamente para su hija Eisa y para su trabajo de enfermera que raba y pasarnos varias horas muy agradables con ella. La nueva
le exigía total dedicación. Por lo tanto yo debía dejar de pensar tía nos recibió con la mayor amabilidad y nos agasajó con toda
en ella y buscar otra mujer que fuera mejor para mí. Además, yo clase de dulces y golosinas. La visita se nos hizo mucho más emo-
había venido a Munich a someterme a un tratamiento en un sa- cionante con las historias de su estadía en Espaüa y las vívidas y
natorio y no debía hacer nada que fuera en detrimento de mi cu- detalladas descripciones de las corridas ele toros que había pr0-
ración. Tenía que obedecer exactamente las órdenes de los .médi- senciado allí.
cos y procurar mejorarme antes que ninguna otra cosa. Poco después de esa visita el teatro municipal ofreció una
Cuando nos separamos ya era noche cerrada. Como Teresa ,¡:¡¡·
representación ele El ba rbero de Sevilla, ele Rossin i, a la c:ual co n-
me prometió que de allí en dos semanas nos volveríamos a ver currimos mi hermana y yo. :tvti tía cantaba la parte de Rosina en la
-ya que ella no estaba libre el domingo siguiente- volví al sana- ópera y a nosotros nos impresionaron profundamente su éx ito y
torio embargado por el júbilo y en el más esperanzado de los es- las ovaciones entusiastas del público.
tados de ánimo. Dado que el nombre de pila de mi tía, como el de mi madre,
¡·. era Alejandra, la interpretación <le! profesor Freud fue que yo
identificaba a mi tía con mi madre. Por otra parte, yo asociaba
con España a la nueva tía porque ella nos había hablado tanto flel
país y de las corridas de toros. Aunque en realidad era polarn de
El conocimiento de los antecedentes hispánicos de Teresa hizo
nacimiento, yo la veía como esp<lñola, y tanto más cuanto que en
que en mi imagnación yo la traspusiera no sólo a ese lejano paí~, (
escena personificaba a una mujer ele esa nacionalidad en la parte
sino también a una época muy anterior, en la cual me parecía que
de Rosina. De tal modo, tras mí hispanismo se ocultaba el com-
ella encajaba mejor que en el presente. Es bien sabido que el ena- ;t ·
' plejo de Edipo, el deseo inconsciente de poseer a la madre. Qu i-
morado tiende a idealizar no sólo el objeto de su amor, sino tam-
, ~¡; siera mencionar que el profesor Freud evaluaba en sentido posi-
bién todo aquello que de alguna manE)ra se relaciona con él. De
· 111:~ tivo mis esfuerzos por conquistar a Teresa. L os com icl eraba 111rn
tal modo empecé repentinamente a entusiasmarme por España,
"apertura hacia la mujer", y en una ocasión Jlcg<'J a clPcir <[UL' -;e•
que con anterioridad no me había despertado ningún interés. Du-
trataba ele mi "mayor logro''.
rante mi psicoanálisis, el profesor Freud se demoró extensamente
Aparte de la conex ión. de Teresa con Es paiia había algo rn<l>·
en mi hispanismo, ya que en su opinión era menester entenderlo
que me la hacía part icularmente deseabl e. En su libro U11 amotir
en términos psicoanalíticos, cosa que procuraré explicar un poco.
de Swann, Marce! Proust cuenta que Swann estaba impresionado
Mi tío Basil, con quien yo había parado en San Petersburgo, por el parecído que hay entre Odette y la Zé phom qu e ·pinta Bn-
había estado casad.o por primera vez, durante breve tiempo, cori tticelli en un fresco de la Capilla Sixtina. E l parecido del e itaba a
una polaca que durante esa época era una de las más destacadas Swann y fue lo que le hizo posible asignar a Odette un lugar en
·11;
cantantes ele ópera de Rusia. }.·[i tío era su tercer marido, de modo el mundo ele sus suciíos. En realidad, le co nfirmaba que SH elec-
que ella, como la abuela de Teresa, se había casado tres veces. Mí ción era correcta y que est;iba ck acuerdo co n sus normas estéti-
tía política había viajado por diversos países y había pasado al- cas. De tal manera, la adoracic'Jn ele Oclette parecía j11 stificada y
gún tiempo en España, donde cantó en la ópera de }.fadrid. legalizada.
Cuando por primera vez supimos que íbamos a conocer a A mí me movía algo sim ila r. Siempre admiré un <·uadro de
nuestra nueva tía, yo tenía unos siete años y mi hermana Ana " '.i Leonardo da Vinci que representa a una mujer de pelo oscuro par-
nueve y medio. Nos intrigaba el hecho de que la gente hubiera ill1· tido al medio, conocida en la historia ele! arte como La T?ella Fe-
hablado de ella durante tanto tiempo sin que nosotros la viéramos rro1111icrc. Yo veía gran semejanza entre ese retrato y Teresa, y
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72 73
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esa semejanza me permitía asociar mi amor por Teresa con mi ten-
dencia a la sublimación artística. Puede que ésa haya sido también
:~1.,

había sido escrita por una mano desconocida e inmediatamente vi


que la carta había sido despachada en Munich. ¿Quién podría
la razón de que en mi imaginación la traspusiera no sólo a un país escribirme? Abrí el sobre: era una carta de Teresa, que cancelaba
remoto si no a una. época pasada. la cita para el domingo siguiente. El razonamiento era otra vez el
mismo: debía renunciar al amor, ya que quería dedicar su vida
a su profesión y a su hija Eisa.
La carta me hirió como un rayo. Había estado gozándome en
Estoy seguro de que las amonestaciones de Teresa para que la feliz anticipación de la próxima unión con Teresa y ahora me
·dejara de pensar en ella y me concentrara en mi tratamiento en el veía cruelmente arrancado a todos mis sueños y esperanzas. ¿Có-
sanatorio eran absolutamente serias. Sin embargo, yo no les pres- mo una mujer podía ser tan sin corazón? En ese momento maldi-
taba oídos porque no se adaptaban a mis planes, y las dejaba de je el día que había cruzado el umbral de ese funesto sanatorio
lado como palabras carentes ele sentido y de importancia. que, en vez de convertirse en un lugar de salvación, había llegado
Lo único que me parecía importante era el hecho de que a ser un infierno.
Teresa había venido a una cita, había pasado varias horas en amis-
Esa noche me tragué un puñado de tabletas para dormir y a
tosa conversación conmigo en el Jardín Inglés y, al separarnos, ha- "':¡¡
la mañana siguiente me costó despertarme, pero no había sufrido
bía prometido que vol vería a encontrarse conmigo en el _término
ningún daño real. Durante la tarde desapareció mi somnolencia,
de dos semanas.
dejándome en un estado de vaciedad y desolación sin límites.
Mi exceso de confianza me llevó incluso a especular sobre la
posibilidad de encontrarme con Teresa en privado. Compré va- Hay un dicho que afirma que ni la tos ni el amor se pueden
rios periódicos y recorrí los anuncios que ofrecían habitaciones en ocultar. Sin que yo supiera cómo, los médicos se habían enterado
alquiler. No tardé en encontrar lo que buscaba: una habitación de que yo estaba enamorado de Teresa. El doctor Sch. apeló a mi
en Ja Kaufingerstrasse , en Munich, que me parecía adecuada para razón y me aconsejó que dejara de cortejarla, ya que en su opi-
nuestros encuentros. La alquilé inmediatamente y al mismo tiem- nión la cosa no tenía salida. "Sería una l<'istitna para ella también'',
po encargué una llave extra para que la usara Teresa. agregó.
Como en ese momento de nada me quejaba y me hallaba al ¿Qué me quedaba por hacer?
parecer en el mejor de los estados de ánimo, los médicos estaban
Me parecía que la única forma de salir de ese callejón era irme
muy satisfechos y atribuían esa evidente mejoría a la terapia rea-
del sanatorio lo más pronto posible, y así se lo dije al doctor Sch.
lizada en el sanatorio. Con frecuencia: hacía excursiones en auto-
Pero ni el p~ofesor Kraepelin ni los médicos residentes quisieron
móvil a los alrededores de Munich, en compañía del fiscal ele dis-
oír hablar del asunto y consiguieron convencerme de que me que-
trito y su mujer y de la baronesa T. Pasaba las veladas en los sa-
<lara. Hicieron venir un pintor y un fotógrafo para que me distra-
lones plihlicos del snnutorio, jugando al billar y conversando con
jeran. Con el primero iba a hacer retratos y el fotógrafo iba :i
los demás pacientes. Me encontraba pues en un estado de despreo- t"i,
~-:. enseñarme fotografía en colores, que estaba entonces dando sus
cupada beatitud r¡ue, según me parecía, nunca más podría des- ~
'¡t!! primeros pasos. No conseguí interesarme en lo más mínimo por
truirse ni siquiera perturbarse.
i1':. ninguna de ambas cosas y no tardaron en ser abandonadas .
• J~.i
1 ~· '
Mientras tanto se habían producido algunos cambios en el
sanatorio. La baronesa T. se volvió a Trento y el coronel ruso es-
Dos días antes de la fecha en que tenía que encontrarme con taba al borde de la muerte. La despedida de la baronesa fue muy
Teresa se oyó un golpe en mi puerta. Era el cartero, que me en- cordial; me besó castamente en la frente y yo le di un respetuoso
tregó un sobre, diciéndome "una carta para usted". l'v1i dirección beso en la mano. Ambos prometimos mantener contacto epistolar.

74 75
Dos días antes de su muerte, fui a ver al coronel ruso. Su as- ·que la carta de Teresa, pues las razones que me daba eran siempre
pecto era espantoso; tenía el rostro, el cuello y las manos cubiertos fas mismas y a esa altura yo ya las conocía bastante bien.
de grandes llagas que sangraban y supuraban. Era la imagen de Ia Eso era demasiado para mí. Advertía claramente que si me
putrefacción de un hombre todavía vivo. Su sueño ele pasar !a quedaba en el sanatorio esa eterna vacilación no terminaría nun-
- . '
vejez en la Riviera no había llegado a realizarse; en vez del viaja ·ca. No tenía otra posibilidad que irme tan pronto como fuera posi-
al bellísimo sul', habría de ir en busca de su eterno descanso al t ~~ ble e intentar olvidarme de Teresa.
cementerio de Munich. Le pregunté al doctor Sch. cuál era el ori- Una vez más quisieron persuadirme de que permaneciera en
gen de las horribles llagas y me dijo que algunas personas no to- el sanatorio para continuar con ~l tratamiento. El profesor Krae-
leran el tratamiento con yodo que habían intentado con el coronel. pelin consideraba que ahóra era más importante que nunca que
Sin embargo, yo sospechaba otra cosa. me quedara, para superar finalmente mi estado maníaco-depresivo.
Era fácil prever lo que sucedería. Mientras permaneciera en Parecía totalmente convencido de que los cambios súbitos y vio-
el sanatorio, no podría sustraerme a la tentación de establecer con- lentos de mi estado anímico demostraban la corrección de su diag-
tacto con Teresa. No tardé en persuadirla de que nos viéramos. nóstico, tanto más cuanto que mi padre, a quien el profesor Krae-
Primero hicimos un paseo en automóvil hasta Dachau, por enton- pelin había conocido y tratado, padecía la misma afección.
ces un popular lugar de excursión cerca de Munich. (¿,Quién po- Pero como para mí la situación era perfectamente clara, ele
dría haberse imaginado en ese momento que esa aldea pequeíía y nada sirvieron todos los intentos de hacerme cambiar de opinión.
tranquila habría de convertirse en el símbolo de una abominación Hice mis valijas sin demora y me fui de la institución, donde ha-
y un horror tan indescriptibles?) Después le sugerí a Teresa que bía pasado cuatro meses. Me fui a Munich y me instalé en el Hotel
fuéramos a la habitación que había alquilado en la Kaufingets- Bayerischer Hof.
trasse. Accedió sin protestar, y pasamos allí una dichosa hora de
amor.
Este éxito inesperado hizo que el péndulo de mi estado aní-
mico oscilara vigorosamente en la dirección opuesta. Parecíame de
pronto que todo el sufrimiento que había pasado no era, después Era evidente que las cartas alarmantes que yo había escrito
de todo, tan doloroso y se me presentaba incluso como amplia- desde el samlctorio -sin mencionar no obstant·e a Teresa- habían
mente compensado por la victoria final. De tal modo, <:>mpecé preocupado a mis padres en grado tal que mi madre decidió venir
otra vez a hacer planes y a levantar castillos en el aire. Recordaba a Munich a ver qué era realmente lo que pasaba. No podría haber
que durante el otoño anterior mi padre había pensado que quizá elegido mejor momento para su viaj e, porque precisamente en ese
fuera mejor para mí concurrir a la Escuela de Bellas Artes que a la entonces yo necesitaba alguien con quien pudiera hablar con fran·
universidad. En ese momento yo había dejado de lado la idea, queza, exponiéndole mis problemas.
pero ahora volví sobre ella y pensé que nada podía ser mejor ni E5peraba que mi madre llegara a Munich en el término de
más halagüeño que plantar mi tienda en Munich y estudiar en Ja unos días, pero antes ele su arribo me apresuré a escribirl e una
Escuela de Bellas Artes de esa ciudad. De tal modo podría consa- carta a Teresa, diciéndole que me había ido del sanatorio y que
grarme seriamente a fa pintura y permanecer al mismo tiempo
'· pronto me iría también de Munich. Corno quería verla por última
cerca de Teresa. vez para despedirnos, le pedí que me hici era una visita en el
Sin embargo, ella no quería que mis sueños se convirtieran en Bayerischer Hof. Ella accedió a mi pedido , vino a verme al hotel
realidad. Otra vez, poco antes de la cita establecida, el cartero y se quedó toda la noche. Al amanecer, la hora de la despedida ha -
-portador de malas nuevas- apareció trayéndome una carta y un bía llegado. Para postergar el doloroso momento de la separación,
¿'. acompañé rr Teresa casi hasta el sanatorio. Entonces nos despedi-
paquetilo. El paquete contenía la llave de la habitación que yo Mt
había alqt1ilado, y la devoluci6n de la llnve me dijo mucho más . " mos, "para no encontrarnos nunca más".

76 77
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1 Mi madre no tardó en llegar a Munich. Me alegró mucho vol- plicaciones como había habido al comienzo, nada de bueno podría
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ver a verla y abrirl e rni corazón, pues no había tenido oportunidad haber resultado de esa relación en el futuro.
de hablar con nadie de Teresa y de todas mis experiencias en el. ¿Qué es lo que se hace si un joven es presa de un amor des -
sanatorio .. dichado o sí el objeto de su elección parece objetable para su fa-
Como mi madre planeaba pasar más o menos un mes viajando,_ mili€1? Se intenta llamarle la atención ~obre otras mujeres. De tal
decidimos ir a Constanza, sobre el lago del mismo nombre. Yo me modo, mi tío me aconsejó que frecuentara night club5' y cabarets
quedaría allí dos semanas, para después hacer un viajecito a París, donde era posible encontrar multitud de mujeres hermosas "para
donde vivía por entonces mí tío Basil. El hotel en Constanza ha- una noche". Mi situación no era para descuidar el consejo, y lo
bía sido antes un mon asterio, con columnatas y ventanas above- seguí. En cosas como esa, mi tío era muy concienzudo y me dio
dadas, situado sobre la costa del lago. En el antiguo claustro de incluso la dirección de un establecimiento de primera clase en
forma cuadrada habían plantado un jardincillo. Había aquí un Odesa, donde se podían conocer elegantes damas "de sociedad".
aura de un pasado remoto, y me parecía que el espíritu que había Junto con mi tío concurrí varias veces a los teatros de París, donde
impregnado tan venerable estructura se cernía aún sobre el lugar. quedé encantado con las comedias, no sólo por lo interesante e
Todo esto invitaba a meditar sobre la fugacidad y la futilidad de inesperado de las peripecias y giros de la trama, sino también por
las pasiones y los esfuerzos humanos y sobre la sabiduría de la r el brillante desempeño de los actores.
resignación. Se acercaba el momento de abandonar París, y mi madre me
Al no estar ya solo, sino en compañía de mi madre, me sentía esperaba en Viena. En ese entonces el viaje de Viena a Odesa to ·
de algún modo seguro y al abrigo de las tempestades a las cuales ~·
maba dos noches y un 'día. Estábamos a punto de salir para la
me había visto expuesto. E l dolor, que tan intenso había sido poco estación del ferrocarril cuando mi madre tuvo un súbito ataque de
tiempo antes, perdió agud eza, cediendo paso a un estado de ánimo jaqueca, de tal intensidad que apenas si podía tenerse en pie. Yo
cavi loso y casi elegíaco; yo me sentí aliviado al ver el término de sugerí que dejáramos la partida para el <lía sigui ente, pero ella no
esos altibajos , de esa oscilación entre una exaltación juhilosa y quiso oír hablar del asunto. Temía probablemente que a último
,
'l.''

una mortal desesperación. momento yo cambiara de opinión y no quisiera regresar a Odesa.


El hermoso tiempo de fines del verano era favorable para los Sin embargo, su aprensión carecía de fundamento, ya que en rea-
paseos en coche que mi madre y yo nacíamos todas las tardes por 11!·
1
lidad se podía decir que yo iniciaba mi vhlje de regreso a Rusia
los alrededores de Constanza, y una vez más empecé a deleitarme completamente "curado". ·
en las bellezas de la naturaleza. Durante esos paseos mi madre me
contó que mi padre seguía en Moscú pero que planeaba, una vez
que regresáramos a Rusia, volver a nuestra finca para que yo me "'¡;,,
•' 2
iniciara en su manejo y administración, en la espera nza de que Durante el ~erano de 1908, al volver a Rusia desde el ex-
se despertara así mi interés por la agriculh1ra. tranjero, sólo nos quedamos unos días en Odesa y seguimos viaje
Las dos semanas en Constanza pasaron velozmente y después a la finca de mi madre en Rusia meridional. Después de haber per-
me dirigí a París, donde me encontré con mi tío, con su amigo M. manecido tantos meses fuera de casa, yo estaba contento ele pasar
•'¡' ·
y con otro caballero que había conocido en San Petersburgo. Fue el resto del verano en nuestra finca.
sin duda una suerte para mí encon trarme en una gran ciudad co - El recuerdo de Teresa, con toda su aura de romanticismo, se -
mo París , donde el rápido latir de la vida y hasta el espectáculo guía conmigo, pero al pensar en ella ya no sentía dolor. Por el
de las call es me ayudaban a distraerme. contrario, me alegraba de no ser ya esclavo de mi pasión y de ha -
Como es de suponer, le conté a mi tío el enredo amoroso con ber vuelto a encontrar mi "yo". Haberlo logrado en un tiempo
Teresa. Él consideraba que no era cuestión de "amor" sino apenas relativamente corto me parecía cosa encomiable, de Ja cual tenía
de "pasión" y expresó su opinión ele que en vista de tantas com- derecho a enorguilecerme.

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Además de mi madre, en nuestra finca estaban también mis .•::!, 1~
con "mano fuerte", lo que era natúralmente una desventaja, aun-
dos tías Xenia y Eugenia, ambas hermanas de mi madre; estaban
II~ que quizá no tan grave como se podría imaginar, ya que era un
también mis abuelos maternos. Pese a sus ochenta años, el padre muchacho despierto e inteligente, afortunadamente libre de cual-
de mi madre gozaba de una salud excelente y conservaba notables quier estado emocional neurótico o de cualquier otra forma de pa-
'r;
aptih1des. Sin embargo, en ocasiones mostraba síntomas psíquicos tología psíquica, lo que por cierto era un caso raro en nues tra
patológicos que, en opinión de los médicos, se originaban induda- familia. Para seguir con mi historia, Sacha se salvó de la enfer-
blemente en la arteriosclerosis resultante de su edad avanzada. La medad de su padre, pero en sus últimos años padeció una diabe-
característica peculiar de sus ataques era que transformaban todos tes grave.
sus rasgos de carácter en los rasgos opuestos. Normalmente re- Jenny era hija del primer matrimonio de mi tío ·Basil con
.11::.
traído, taciturno y tacaño, mi abuelo se transformaba súbitamen- la cantante de ópera polaca. No habían tardado en divorciarse y
te en una persona alegre, gregaria y generosa, capaz de confianza él se había casado con una italiana; como dedicaba todo su amor
ciega y optimismo sin límites. Cuando se encontraba así 1o entu- J• ·
il : a los hijos de su segundo matrimonio, a Jenny le prestaba muy
siasmaban toda clase de proyectos fantásticos. Recuerdo, por poca atención. Ella creció al cuidado de su madre, que se movía
ejemplo, que en esa época lo abso rbía la idea de convocar un con- principalmente en círculos polacos, de mod o que Jcnny domi-
greso mundial de esperanto, del cual él iba á ser el presidente. naba la lengua polaca tanto como la rusa. Era bon ita de cara pero
En cuanto a mí abuela, hacía muchos años que estaba para- pequeña y, como la madre, tendía a ser rPgorcleta.
lítica y necesitaba los cuidados de una enfermera especializada Cada vez que Jenny se quedaba en nuestra finca daba largos
que iba con ella a la finca. La enfermera estaba casada con un tal paseos a la luz de la luna en compañía del maestro de escuela de
P., profundamente apegado a su mujer y que solía ir con frecuen- la aldea, un joven apuesto y agradable. Esa predilección por las
cia a visitarla a la finca. La señora P. era una mujer robusta y caminatas nocturnas tuvo un resultado inesperado. Cuando, des-
flemática ; s11 marido, en cambio, era un hombrecillo delgado cuyo pués de la primera guerra mundial, la madre de Jenny obtuvo una
carácter modesto " servicial lo hacía muy popular. Aunque bor- visa para ir a Polonia y quiso llevarse consigo a su hija, Jenny
deaba ya los treinla aiios, estaba inscripto en la Facultad de De- declaró que quería quedarse en Rusia para casarse con el ma es tro
recho de la lTnivcrsidad de Oclesa , donde esperaba recibirse al año de escuela, como en efecto lo hizo .. Según lo que contaba mi ma-
sigu iente. Como evidentemente mi madre pensaba que la perso- dre, tuvieron muchos hijos y se dec ía que el matr imonio había
nalidad de P. le permitiría ser un compañero adecuado para mí, sido muy feliz, o tal vez todavía lo sea , si es q 11 c los dos viven.
me preguntó si yo lo aceptaría como tal. También a mí me agra-
claha P., así que estuve de acuerdo y su presencia permanente en
1111estra finca quedó, por así decirlo, legali zada . Esperábamos ento nces que mi padre llegara de Moscú en unos
Para completar el cuadro hablaré de la generación más joven. pocos días. Pero pasaron más de dos semanas sin que ll egara y,
Estaba mi primo Sacha, ocho años menor que yo, y mi prima lo que era bastante extraño, sin que recibiéramos caita de él. En-
.f enny, m{1s o menos de la misma edad de Sacha. Ambos nos visi- tonces vino un telegrama 9,e Moscú, con la noticia de la repentina
tahan con frecuencia y era común que permanecieran bastante muerte de mi padre. Nos ·informaban que la noche anterior había
1iempo con nosotros. Sacha era hijo de Eugenia, la · hermana de querido ir al teatro, pero como había una violenta tormenta había
mi madre cuyo marido había muerto de tuberculosis en los pri- regresado al hotel. Al día siguiente lo encontraron muerto en su
meros afios de matrimonio, de manera que su hijo apenas si lo cama, en la habitación del hotel. Para nosotros la noticia de su
recordaba. Después de su temprana viudez parecía que a tía Eu- no
¡
muerte era tanto más inesperada cuanto que mi padre tenía
¡!en ia no le interesaba nada más que su hijo, por quien se mostraba
siempre preocupada, temerosa de que hubiera heredado la fatal
l más que cuarenta y nueve años y gozaba de perfecta salud física.
No puedo recordar que jamás, ni siquiera un día, se hubiera que-
enfermedad Je su padre. De tal manera, a Sacha no lo educaron dado en casa por un resfrío o una gripe, ni ta mpoco que nunca

80 :1:;
81
'
r hubiera guardado cama. Es verdad que padecía de in~omnio y
tomaba regubrmente veronal para dormir. Quizá su prematura
muerte se haya debido a una dosis excesiva de esa medicina.
de la inestabilidad de mi estado psíquico. Lo que no comprendía
de la misma manera era ei comportamiento de mi madre. Pensa-
ba que, en mi condición ele heredero designado, se me debía haber

·1·~
El cuerpo ele mi padre fue llevado a Odesa para sepultarlo informado sin demora, además de mostrárseme el testamento. Por
'.~ _·'¡,:: .
en la tumba de la familia , junto a mi herrn:rna Ana. Como mi pudre ;~ l . otra parte, como mi madre me entregaba siempre de buena gana
i '
había ocupado varios cargos honorarios y participado en forma 1_~ '(\' • los fondos que necesitaba, no tenía que preocuparme por mi es-
activa en la vida pública, se lo despidió con loas y ornciones fu- tado financiero y me desentendí de todo el asunto, sin volver a
nerarias. I\li madre se quedó un tiempo en la ciudad para ocu- _J,( prestar atención al testamento de mi padre. Además, un año des-
parse de diversas formalidacles, en tanto que yo regresé a In finca pués mi tío Pedro, el hermano menor tle mi padre, me dejt'> nn
¡~;,
~! \-~ .
al cabo de p ncos el ías. l ;• tercio de su considerable fortuna.
Dos o tres semana~ ni/is tarde recibí nna carta <ll' pt'.·same de ' A pesar de todo, la actitud de mi madre en lo tocante al
Teresa. Se había entcr;1e]o Je Ja muerte de mi padre por interme- testamento tuvo algunas consecuencias desagradables para nuestra
dio ele la señora rusa qu e estaba en el sanatorio y me escribía para ,~· relación personal. Su actitud de ocultamiento, que me parecía
expresar sus sentimientos . La carta era muy amistosa y me sor- totalmente innecesaria, había herido mis sentimientos, pero me
:tit
prendió que hubi e ra tomado la muerte de mi padre como pre- ! reservé mis reproches y no volví a hablar del asunto con mi madre.
texto para escribirme, \'; t c¡ue pensaba que evitaría toda oportuni- Como consecuencia, le transferí parte de la resistencia que había
dad ele volver a es t:-ihleccr contacto conmigo. Como rne en¡;on- experimentado hacia mi padre, lo que hizo que mi relación con
traba aún bajo e l impacto de la muerte de mi padre. un hecho ella, que antes nada perturbaba, se volviera ambivalente. Eso pro-
que resultó ele import ancia decisiva para mi yicla posterior, no le vocó malas interpretaciones y desacuerdos que no habían existido
atribuí gran significación :-i la nota ele pésnme de Teresa. Me a]e- antes. Me daba cuenta de c1ue era yo mismo quien provocaba
gró que se hubiera acordado de mí y le escribí también una carta tales desacuerdos, pero así y todo no podía resistir la tentación de
amistosa, agrad eciéndol e h suya. volver, una y otra vez, a poner a prueba el amor <le mi madre. Sin
E ntretanto mi madre había vuelto a ]a finca. Durante las se- embargo, eso sucedió más adelante. En esa época, después de las
manas que sigui eron es tuvo completamente ocupada con las for- muchas experiencias que había pasado, lo único que ansiaba era
malidad es del testamento y de la herencia. Había <los ahogados paz y distracción. Busqué mi caja de pinturas y me dediqué con
que nos visitaban co n fr ecuencia. Las consultas con ellos se efec- gran energía a la pintura paisajista. Ése fue uno de mis perío<los
tuaban a puertas cerradas, sin que mi madre me pidiera nunca más afortunados en esa actividad.
que tomara parte en las discusiones. Mi madre guardó silencio Cuando, de niño, me permitieron que abandonara las leccio-
sobre el contenido del testamento de mi padre y era evidente que nes de violír¡, se intentó el cambio a la pintura, <\ctivida~ 1 que
no tenía intencinn ele discutir el asunto conmigo. ele manera que encontró mayor éxito que los intentos de convertirme en un vir-
no me qu edó rnús re curso que interrogarla abiertamente al res- tuoso del violín. Mi padre, recorclan<lo que de pequeño hübÍ .1
pecto. Me dijo e11tonc<·s que el heredero designado era yo, pero dibujado un poco, decidió que en vez de música tomara lecciones
r¡ue ella sería la h cn diciaria de los réditos que produjera la mi- 1

de dibujo y pintura. Mi maestro fue el pintor paisajista C., un sol-
:·acl de la propiecbcL Yo sólo podría disponer libremente de la tero de unos treinta y cinco años cuando lo conocí. Era un born ·
otra mitad al cumplir veintiocho años. Como en ese momento bre muy raro, sin amigos ni amigas, que apenas si tenía vicb per -
tenía veintiuno , eso significaba que, pese a que legalmente era sonal y a quien lo único que le interesaba era la pintura. Clarn
el heredero, en r<:'alidacl no podía tomar posesión de la finca ni dis- 'El,: que apreciaba el lado humorístico de la vida y sabía entretener el
,fJ la gente relatando, de manera concisa y original, pequeños inci-
poner libremente de ella. Por más que las disposiciones tomadas
no me entusiasmaran demasiado, hasta cierto punto podía com- dentes graciosos que Je había tocado observar. Evitaba decidida-
prenderlas. ya (pte · tenía conciencia dl' mis estados depresivos y mente todos los aspectos desagradables <le la vida y , pm ejemplo,

'82 83
no podía soportar que alguien abordara en su presencia el terna juntos y P., sentándose a mi lado, intentaba reproducir lo mejor
de la muerte. En ocas iones así, se retiraba tan rápidamente como que le era posible el paisaje que teníamos delante.
Je fuera posible. Entretanto había llegado el hermoso otoño ele Rusia meridio-
N~1estra relac ión era más la de camaradas que la de maestro nal, con su luz resplandecier.te y sus colores maduros y cálidos.
y nlumno. Ci1a ndo G. llegó por primera vez a nuestra casa, toda- Como es de suponer, yo quería aprovechar todo lo posible una
vía ern poco conoc ido como p intor paisajista. Su obra sólo llegó estación tan favorable para la pintura, de modo que P. y yo nos
a ser generalmente reconocida en Rusia cuando empezó a enviar !~
quedamos en el campo mucho después que mi madre y todos los
sus cuadros a exposiciones en el extranjero. En una exposición demás se habían ido de la finca. Pero cuando el otoño tocaba a
intcmacion:-il que se celebró en Mun ich obtuvo la medalla de oro su fin, imperceptible al principio pero inconfundible después, con
, ~ ;··
y foe miembro del Salón de Otoño de París. ~i
su Jluvia constante y el paisaje gris y opaco, no nos quedó más
Era caracte r ístico ele su manera de enseñar el que no demos- ,.:· remedio que partir ele regreso a la ciudad . Allí mostré mis pa i sa~
trara ni aprobación ni desaprobación. Eso tenía ciertas ventajas, ·~\1,, jes a algunos pintores que conocía. Les gustaron mucho y me
ya que en general los pintores tienden a elogiar a sus alumno.s . ~~ aconsejaron que sometiera algunas telas al jurado de la Exposi-
únicamente si éstos pin tan en el e:,tilo del maestro. Como conse- ción de la Unión ele Pintores de Rusia Meridional, que pronto
c uencia el estudiante, esforzánclose por complacer al maestro r• ••
iba a inaugurarse. Las telas que presenté fueron acep tadas y encon-
'
mediante la imitación, piercle su propia identidad e individuali- traron críticas favorables. Por más que disfruté de ese éx ito ines-
dad. Por otra parte, si lo critican es pos ible que se reduzca el perado, en forma bastante extraña, co n mi regreso a la ciudad
placer que experimentfl al dibujar o al pintar. Para mi caso, espe- mi pasión por la pintura se desvaneció.
cialmente después de mis desdichadas lecciones de música, el l
método de G. era indudablemente acertado. Por más que él mismo :r
trabaj:na en el entonces predominante estilo Art Nouveau, no l:r1 ¿Qué habría sido más lógico en ese momento que decidir que
intentó conducirme en esa d irección ni imponerme sus puntos de
me consagraría por entero a la pintura ? Sin embargo, estaba tan
vist:-i.
acostumbrado a la pintura au pleín aír que la idea ele trabajar
G. pasó algunos veranos en nuestra finca y yo tuve la ven- ·; ·
. ¡ ,,
,;¡ ~
.' en un estudio cerrado no me interesaba. Quizá sentía lo mismo
taja ele poder pintar con él al a ire libre. Esas lecciones nunca ,1.i
que el doctor Zhivago, quien, al decir de Pasternak, consideraba
duraban más de una hora, con lo que aprendí a captar un mo- que el arte como profesión era tan inconcebible como la alegría
'ltf
mento determinado de la siempre cambiante iluminación del pai- ' ' ~: profesional o la melancolía profesional. Tampoco sentb cl esro
sa je y a trasladarlo a la tela. alguno de reinic iar mis estud ios de Derecho, de modo q11e, en
Jl.:
Cuando en el verano de 1908, después de la muerte de mi r¡•t,·f
i.'
realidad, no sabía qué hacer conmigo mismo. Me expr imí el cere-
padre, empecé a pintar por mi cuenta, no tardé en éncontrar mi •• r~
bro y pronto pensé que habfa encontrado la respuesta : decidí
prop io estilo en p intura. Ya he hablado de mis intentos infantiles seguir el anterior consejo ele mi padre. como ya lo había hecho
ele composición musical. Quizá mediante la pintura haya vuelto una vez sin éxito, y que iría a Munich a consultar fll profesor
r1 la vida algo que había sido sepultado en mi infancia. Se podría Kraepelin.
decir c1u e lo único que cambió fue el medio de expresión y que Tan extraña resolución parecíame justificacb porq ue, co mo
la música se había convertido entonces en pintura paisajista. Puede ya había sufrido varias depresiones graves y me consideraba un
r¡ue haya tenido importancia el que el paisaje hubiera formado caso hereditario, no podía confiar en las momentáneas rn ciorías
parte de mi improvisación en la niñez. . ele mi estado. En consecuencia, tenía que orientar todos mis esfuer-
En esa época, mi entusiasmo por la pintura contagió incluso zos a la prevención de futuras recaídas. Corno es natural, no podía
a P., quien siguiendo mi ejemplo tomó los pinceles, por más que suponer que el profesor Kraepelin volvería a recomendarme la
•tf internación en un sanntor io en las inrncclia cirmes ele ;'-.1unicl1 , ya
jamús hubiera dibujado ni p intado con anterioridad. Solíamos salir
1¡'.
84 1:
' . 85
~¡ r· ~:
_,
qu e estaba al tanto <le mi relación amorosa con Teresa. Contaba, Pero no tardé en darme cuenta de que no podía ser otra cosa que
pues, con que sólo permanecería breve tiempo en la ciudad y mi deseo y ansiedad de ver otra vez· a Teresa, y que mi convic-
pensé que en esa ocasión me encontraría con Teresa, pero no ción de habem1e curado totalmente de esa pasión no era otra
más que de manera casual, ya que estaba convencido de que cosa que autoengaño. De tal modo, mi decisión de visitar al pro-
mi amor por ella pertenecía al pasado y de que no podía haber fesor Kraepelin en ~1unich no debía de haber sido otra cosa que
peligro alguno en que volviéramos a encontrarnos. un pretexto para encontrar a Teresa.
En mi viaje a Munich pasé por Viena y me quedé al1í dos ¿Pero acaso esa decisión no podía haber sído también una
días. Al llegar a Munich le escribí una carta a Teresa explioán- :t;· reacción demorada ante la muerte de mi padre y un deseo incons -
~,

dolc cuál era el propósito de mi viaje y haciendo referencia a que ~· ciente de encontrar un sustituto para él? Como había sido mi
sólo me quedaría breve tiempo en !\fonich. Le dije que no me "&'>(
padre quien, en San Petersburgo, me había enviado a ver al pro- •
gustaría riartir sin haberla visto y que me alegraría que pudié- fesor Kraepelin y quien a su vez había estado en tratamiento con
ra1110s encontrarnos al domingo siguiente. Al otro día fui a ver al él, tal vez Kraepelin fuera el hombre más adecuado para seme-
profesor Kraepelin, a quien informé de Ja repentina muerte de jante transferencia. En ese caso, su negativa podía haber signifi-
mi padre. En cuanto a mí , le dije que en ese momento no me cado para mí que mi padre, resentido por mi falta de aflicció n
sentía enfermo, pero qu e no tenía confianza en que mi estado ante su muerte, no quería tener ya nada que ver conmigo.
i~'¡
nnímico, por entonces sa tisfactorio, fuera perdurable. Por eso había . Como es de suponer, sólo ahora me vienen a la mente tales
ido a ~1unich, para qu e él me aconsejara sobre lo que debía hacer. posibilidades, ya que en esos días nada sabía de psicoanálisis y
Inmediatamente advertí que el profesor Kraepelin no tenía 'fl. por lo tanto me era inaccesible cualquier intento de interpretación.
d eseo <:ilguno de recibirme otra vez como paciente, y lo comprendí Sin embargo, ya entonces una cosa me resultaba clara : mi esfuerzo
pE'rfectamente dada In fonn a en que yo había huido del sanatorio por superar mi amor por Teresa sólo podía tener éxito en la
qu e c'.·I me recomend ara. No estaba, sin embargo, preparado para medida en gue yo creyera que mis esfuerzos por conquistarla
su respu esta: "Bien sabe usted que cometí un error", ni para su estaban desde un comienzo condenados al fracaso. La carta de
negativa a darme conse jo alguno. Pero yo quería saber, por lo pésame de Teresa, aparentemente tan inocente, había minado esa
menos, si él considerab:-i aconsejable que retomara en algún otro creencia. Si ella tomaba la iniciativa y me escribía primero, al
"'anatorio el tratamiento que había interrumpido en el verano. Al parecer yo no era a sus ojos tan poco importante como había pen-
principio no quería tampoco hablar de esto, pero finalmente cedió 111:
sado. Además , tenía ahora la impresión de que la decisión de ella
y garabateó en un trozo de papel el nombre y la dirección de un a renunciar al amor no era tan inconmovible como me había
:rnnatorio en Heidelberg. ..:,\ parecido antes. Por otra parte, quizá mi apasionado galanteo
.Dos días después me encontré con Teresa, fuimos juntos a había estimula~o su' vanidad y le había proporciopado alguna sa-
una ex posición y por la noche hicimos una caminata a orillas tisfacción narcisista. En tales circunstancias, era obvio que me fal-
'.l\'Í
del Isnr. Después la in vité n que fuera a mi hotel, donde se quedó taban las fuerzas para resistirme a intentar su conquista.
i
¡:onm igo hasta la mafiana siguiente. Esa vez, la despedida no fue Tenía pues que tomar una decisión. Teresa había ido a ver-
"para siempre". Quedamos de acuerdo en que mantendríamos me, verdad, pero quizás era únicamente porque yo no iba a c¡ne-
11 n contacto epistolar. darme en Munich más que unos días. En caso de que me que-
Yo tenía decidido seguir el consejo del profesor Kraepelin e dara más tiempo, tendría que esperar nuevas resistencias. El
internarme en el sanatorio de Heidelberg, pero tal cosa no su- recuerdo del verano pasado en el sanatorio y de todo lo que allí
cedió. Uno o dos días después me desperté en un estado emocio- había: sucedido estaba todavía demasiado fresco para que yo me
nal espantoso. Al principio no podía imaginarme qué era lo que animara a correr semejante riego. Por · otra parte, si seguía el
causaba tan insoportable sufrimiento, pues no había pasado nada consejo de Kraepelin y me internaba en el sanatorio de Heidel-
(111e pudiera justificar una recaída en una depresión tan profunda. berg, volvería a plantearse nna situación similar, porque allí me

86 87
sentiría muy solo e intentaría una vez más renovar el contacto entre bosques y campos. La institución ocupaba un majestuoso
con Teresa. En tales. circunstancias no tenía otra alternativa que edificio en medio de un enorme y hermoso parque rodeado por
volver a Rusia. Al partir de Odesa me había sentido alegre y una alta muralla. Sólo se permitía abandonar ese "territorio" con
liviano de corazón; ahora iniciaba el viaje de regreso, sintiéndome especial autorización del doctor N., el médico que dir igía la
infeliz y desesperado. institución y era también su propietario.
Durante el viaje volví a pasar algunos días en Viena. Tortu-
illr;,;!.
.·~ !
~· ~ ('
Los ocupantes constituían un grupo de gente distinguidísima
rado por la duda y la nostalgia, vagaba sin meta por las calles de ·;< 1 ~'
pero un tanto horripilante. Estaba, por ejemplo, un primo de la
\'iena, sin sospechar que en la misma ciudad, quince meses más
·1
··,
! f~ zarina (de paso, el único paciente que me dio la impresión de
tarde, habría de empezar mi análisis con el profesor Freud . Du- . ~y padecer un trastorno psíquico) que a pesar de su relativa juven-
rante el resto de mi via)e a Rusia no dejé de cavilar sobre la situa- ¡... tud se paraba siempre en posición encorvada; jamás decía una pala-
ción en que tan inesperadamente me hallaba y que tan confusa ,:11·
bra, pero sonreía y se frotaba las manos. Todos los demás pacientes
e insoluble me parecía. ·ti, parecían gozar de perfecta salud y la mayor parte d e ellos eran
incluso gente alegre, de manera que yo no podía menos que pre-
r!!.·lf guntarme qué era lo que estaban haciendo en esa institución
Óe vuelta en Odesa, le conté a mí madre el poco éxito de mi
1 retirada y, hasta se podría decir, "cerradn".
viaje a Munich y la puse al tanto de mi desolado estado anímico. ''~ r
Una y otra vez deliberamos sobre lo que convendría hacer, y final- . . " · También aquí, como en el sanatorio de Munich, me encontré
mente a mi madre se le ocurrió la idea de concertar una reunión '{~;·
con algunos compatriotas: una dama de edad, la señora S., a quien
en Berlín para consultar al doctor H., que me había acompañado acompañaba su hijo, y otra mujer que estaba casada con un pro-
en el viaje de San Petersburgo a Munich. Acepté la propuesta, en fesor a cuyas clas es yo había concurrido en la Facultad de Dere-
primer lugar porque el viaje me llevaría más cerca de Teresa, cho de San Petersburgo. El hijo de la se íinra S. era un joven de
pero también porque me alegraba escapar de la atmósfera de mi edad, muy apuesto, a quien en un prim er momento , a juzgar
nuestra casa, que desde la muerte de mi hermana y de mi padre ti •
por su aspecto, yo no habría tomado de ninguna manera por ruso ,
parecía desierta y sombría. Además me complacía la idea de via- sino por mediterráneo. Estudiaba en una muy selecta Facultad de
:rr
jar esa vez, yn no solo sino con mi madre y mi tía Eugenia, y de Derecho, un instituto exclusivo destinado a h formación de los
contnr también con la compaí'í.ía de P. El doctor H. aceptó la suge- jóvenes que aspiraban a ocupar altos cargos administrativos y
renc.ia de mi tnadre y poco tiempo después nos encontrábamos judiciales e1: el régimen zarista. Pese a toclo, esos estudios no ic
en Berlín. :~: agradaban y él se que jaba de que sus padres se los habían im-
No sé de dónde había sacado el doctor H. la información, pero puesto por m,'!s que él habría prefer ido estudi:u en la Escueb de
en el término de unos días afirmó confiadamente que había encon- Agricultura. L a mujer del profesor era una mujercita reseca, de
trado un sanatorio en las inmediaciones de Francfort del :\fono, mús de cuarenta años, que parecía muy tensa. Las dos se11oras
y que pensaba que ése sería el lugar adecuado pai:a mí. De modo adoraban al doctor N. y no dejaban de e ntonar alabanzas a su
que partimos para Francfort, ciudad que, dicho sea de paso, yo ya respecto. Entre los huéspedes de la institu ción se contaban tam-
conocía. El doctor H. y yo iríamos al sanatorio, mientras mi madre, bién un mexicano y un italiano de apellido i\1eclici. Este último
~'
mi tía y P. permanecían en Francfort. l era un hombre peq11eño y macizo que usaba bigotes en el estilo
.
:.,:
No se podía llegar al sanatorio por tren ni valiéndose de . del Káiser alemán ; parecía encontrarse m11v cómodo en la insti -
ningún otro medio de transporte público, de modo que tuvimos tución del doctor N. Como yo no sabía en esa época que el ape-
que tomar un taxi que tardó dos horas completas en llevarnos llido Medicí era bastante comt'm en Italin, le pregunté a S., que
hasta allí. Desde el exterior, el lugar no parecía tanto un sanatorio tenía cierta amistad con el italiano, si éste descendía de h famo-
como una aristocrútica finen solariega que se levanta solitaria sa familia cl e los Meclici ele Florencia. S. me contó que a él tam-

88 89
·~

~ \~·
' r~: ,;.
-
hié:1 !<.> había inte resa<lo la cuestión, pero que cada vez que había incluso a estallar en llanto. Salí de la habitación perseguido por
tocado el tema, el italiano lo había eludido con toda habilidad. Jos alaridos de las dos mujeres.
Cuando en el curso de mi análisis con el profesor Freud le ·
Casi todos los días tenninaban con una velada danzante que
describí el instituto del doctor N. y le relaté mi fuga , evidente-
se prolongaba hasta la medianoche e incluso más tarde. Las seño -
mente él no quiso hacer ningún comentario despectivo, pes e a lo
ras aparecían con vestidos de noche y los hombres de etiqueta,
cual observó: "Su instinto no lo engañó. No era para usted."
y uno estaba obligado a concurrir a tales fiestas, quisiera o no
quisiera hacerlo.
U na característica especial del instituto era que cada paciente
varón era asignado a una señorita, de quien en todos los c~sos se
. suponía que era una niña de buena familia . También a mí me
dieron una compañera femenina, pero como me tenía totalmente
monopolizado Ja mujer del profesor, que jamás se apartaba de mi
lado , mi acompañante se convirtió en una figura decorativa, y
después de los primeros días apenas si seguí viéndola.
No sé a qué tipo de tratam iento tenían que someterse los
demás pacientes . Por lo que a mí se refería, lo único que me pres-
cribió el 9octor N. fueron baños. Era invierno, alguien se había
olvidado de cerrar la ventana y mientras me bañaba pe~qué un
resfríot un intenso dolor de garganta. Decidí tomarlo como un
signo que me enviaba el destino y escapar lo más rápido posible l ~
del instituto del doctor N. ~
Seguía pensando en Teresa, con quien mantenía constante •~
~
correspondencia, y me irritaba la intromisión de la mujer del pro-
fesor. Tampoco me parecía que tuviera ningún sentido permane- i
f
cer en el instituto. Aproveché la visita siguiente del doctor H .
para decirle que por ningún motivo quería quedarme allí. Le pedí
que le informara al doctor N. de mi decisión y que tomara todas
1
; 1
.'
~
~

las disposiciones necesarias para mi partida, de modo que regres6 ¡,


·i
~ 1 '

a Francfort con el doctor H.


1
Sin embargo, antes de partir visité a las dos señoras rusas
para despedirme. En esa ocasión se produjo una escena suma-
mente desagradable. Ambas damas me atacaron, literalmente, y
me abrumaron de reproches por haber tomado la "desastrosa"
decisión de abandonar el instituto del doctor N. De esa manera,
1
·; i1
1 ~1

y en la forma más monstruosa, desperdidaba mi única oportunidad


de recuperar la salud. Cuando la señora S. y la esposa del profesor
se dieron cuenta de que toda su capacidad¡ de persuasión de nada
servía y de que no podrían hacerme cambiar de opinión, se exci-
taron todavía más. Me acusaron de ingratitud, y la señora S. llegó

90 91
Cambios de decisiones
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1909-1914

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::iait
Después d e habe r escapado del sanatorio del doctor N. y de mi
·~· regreso ::¡ Frando rt con el doctor H., dejé que este último deci-
·i'J;,, diera lo que iba a pasar después. Como no era cuestión de que
J ~.r
, ,u,¡~,
volviera al profesor Kraepelin, el doctor H. me recomendó que
·:l i' consultara al proíesor Ziehen en Berlín. Permanecimos pues unos
.'\.H<l pocos día s en Francfort y de all í f1 1imos a Berlín, donde en com-
pañía del doctor H. fui a vis itar al profesor Ziehen. Éste, como
Kraepelin . era de opinión que lo mejor para mí ser ía un largo
Lf( perío<lo en un sanatorio para trastornos nerviosos.
Seguirnos pues el consejo d el profesor Ziehen y establecimos
nuestros cuarteles de invierno para el año 1908 en Schlachtensee,
desde donde se podía llegar a Berlín en media hora de tren. El
j;~ méd ico que di ri gía el Sanatorio Schlachte ns ee era el doctor K.,
qu ien daba la impresión de ser una persona razonable y bastante
equi librada. Los pacientes de su sanator io gozaban de más liber-
tad que los d el doctor N. Cuando completaban el tr<ttami ento
diario que se les había prescripto, podí.an ha cer lo que se les ocu-
, rriera durnnte el resto del día. Com o es natural, yo vivía en la
institución y mi madre, mi tía y P. se establecieron en una pe n-
.. sión, en una casa ele campo vecina. El arreglo me resultaba muy
~E~
agradable, ya qu e podía hacer excursiones y viajes a Berlín con
P., y estaba tambi én en con tacto regular con mi madre.
·lt r
'"{
Desd.; mi última entrevista con Teresa en i\l unich hahíamos
seguido escribit'.·nclonos con rcg1 1br idad , y como ya en esa época

93
. ~~ '.·:'

via¡ar entre Berlín y I\fonich no constituía un problema, pronto· cuando me preguntó si había encontrado un sustituto para ella
tuve la idea de visitar a Teresa en Munich. Después de haber tuve que contestarle que no. Es ver<lad que esa pregunta insidio-
obtenido su consentimiento, fui hasta Munich para encontrarla. sa me hizo vacilar un momento, pero no tar<lé en volver a sentirme
Como era de esperar, no fue ésa la única visita; dos o tres sema- completamente seguro de mí.
nas más tarde volvimos a vernos, otra vez en Munich. Como esa Teresa me había avisado con anticipación que iba a tener dos
vez no se plantearon complicaciones y tanto mi madre como ei semanas de vacaciones que empezarían el 19 de mayo, y yo le
doctor K. observaron q ue las escapadas a Munich tenían efectos. había sugerido que las pasara conmigo en Berlín. !\fe había escrito
favorables sobre mi estado anímico, los dos estuvieron de acuerdo \:ti'· manifestando que estaba de acuerdo con la proposición, pero como
en que visitara regularmente a Teresa. :if~
me había defraudado tantas veces en el sanatorio, no dejé de con:
El comportamiento cambiante, incongruente e impredecible Jil t templar la posibilidad ele que también esta vez apareciera alguna
que había mostrado Teresa mientras yo estaba en el sanatorio de dificultad a último momento, o incluso de que simplemente elLi
Munich me había parecido un indicio de que -por lo menos en decidiera no venir.
lo tocante al amor- ella pertenecía al tipo de mujer que en los
Mis sospechas resultaron justificadas, ya que recibí una car-
círculos no profesionales se designa como "histér ica". Tanto mi
ta en la cua.J, si bien no se desdecía en forma definitiva, Teres~
madre, que temía una mésallia11ce, como el doctor K. se esforza-
expresaba sus' dudas respecto de sí debía pasar las vacaciones con-
ron por fomentar y acentuar esa impresión, y repetidas veces se
migo en Berlín o con unos parientes de quienes acababa de reci-
refirieron a ella como una mujer "con la q nc ningún hombn· po-
bir una invitación. Como yo había esperado ya una carta así, esta-
dría entenderse". Como eso se me había convertido en una idea
ba preparado para contestarla cortésmente, pero con frialdad.
fija, yo tenía la sensación de que no era cuestión de casarme con
Respondí que si ella prefería pasar las vacaciones en alguna
Teresa ni de establecer con ella una relación más íntima, de modo .'Ji
~~·
otra parte, yo no tenía nada que objetar.
que por segunda vez -pero esta vez de manera decisiva- tendría
que superar mi amor por ella. No había contraindicación alguna,
,1,1
Contrariamente a todo lo que yu esperaba, me llegó entonce~
o al menos así me parecía, entre esa perspectiva y el hecho de .:M una apasionada carta ele amor de Teresa, en la cual expresaba que
visitar de cuando en cuando a Teresa en J\.!1tnich. Tncluso es posi- no podía esperar más para verme y que en el término de dos clias
•1'-",
ble que la razón por la cual mi madre y el doctor K . no se opo- estaría en Berlín. Yo creía haber previsto todas las posibilidades,
nían a esas visitas fu era simplemente porque abrigaban la espe- pero la carta me tomaba totalmente desprevenido. Si la hubiera
ranza de que mis sentimientos hacia Teresa se e;1friarían en el recibido un año antes, habría representado la realización de mis
curso de las mismas. E n realidad, casi fue eso lo que pasó. Hacia deseos más caros, pero ahora, después de haber luchado tanto
la primavera de 1909 mi estado había mejorado tanto que mi ma- contra mi pasión y de convencerme de que la había dominado, no
dre y yo decidimos regresar a Rusia a fines de mayo. El retorno .J •, hacía más qu~ confundir mis ideas y mis sentimientos. Si ahora
a Husia no sólo significaría el término de mi tratamiento en el debía entrar en una relación duradera con Teresa, me preguntaba,
Sanatorio Schlachtensee, sino también la separación definitiva de ¿de qué habían servido todas las torturas padecidas?
Teresa, pese a lo cual mantuve mi decisión sin que ésta tuviera ·t1
'fil
Mis sentimientos eran, pues, muy ambiguos cuando me en-
·1;
ningún efecto claüino sobre mi estado de ánimo. contré con ella en la estación de ferrocarril de Berlín. De allí fui-
mos al Hotel Central, donde yo había reservado dos habitaciones
Como es ele supon er, informamos de nuestros planes al doc-
que se comunicaban. Como era la primera visita que Teresa hacía
tor K., y yo justifiqué la decisión de abandonar el sanatorio a fi-
a Berlín, recorrimos las calles principales, mirando las vidrieras,
nes de mayo argumentando que me sentía otra vez bien y que· ~,, í
y le mostré los lugares más importantes. Por las noches solíamos i1·
había superado por completo mi amor por Teresa. El doctor K.
al teatro o al music hall. La visita de Teresa a Berlín transcurría,
nceptó nuestra decisión de dejar el sanatorio, pero expresó gran-
des dudas en lo tocante a mis sentimientos hacia Teresa, va que al parecer, pacíficamente y sin tropiezos. Sin embargo un día,
mientras íbamos a alguna parte en automóvil, Teresa se sintió

94 95
~·.,

mal de pronto, y minutos después a mí me sucedió lo mismo. La fuerza de voluntad necesaria, para liberarme por completo de esos
sensación no duró mucho, pero ninguno de los dos pudo explicar vínculos. Por lo menos eso era lo que yo sentía y pensaba en ese l
qué la había causado. Más adelante, yo la interpreté corno el pre- momento, de modo que actué en consecuencia. l
sentimiento de que se aproximaban dificultades. Lo tremendo era que parecía que el destino me hubiera salido
Yo había convenido con mi madre que pasada una semana le al paso para respaldar mi decisión de llegar a una ruptura defini-
haría una breve visita en Schlachtensee y después volvería con tiva con Teresa: como al día siguiente iba a visitar a mi madre en
Teresa. La noche anterior a mi viaje, Teresa y yo fuimos al Wín- Schlachtensee, podía ahorrarme una nueva discusión con Teresa
tergar ten, un conocido teatro de variedades berlinés. Esa noche y zanjar toda la cuestión por escrito desde Schlachtensee. De tal
yo estaba con una excelente disposición de ánimo y seguí el es - 'Th~ modo, a la mañana siguiente no le dije palabra a Teresa de mi
~I;
pectáculo con vivo interés. No sé si Teresa interpretó mal ·mi in- ( decisión y partí sin demora. Desde Schlachtensee le escribí una
terés o si la molestaba el hecho de que yo es tuviera de t;rn buen ·hl¡ tr; carta de despedida, tomando como excusa mi enfermedad y pro-
hum or precisamente la noche antes de ir a visitar a m i madre, o curando convencerla de que lo mejor para los dos sería reconocer
~¡ se había dado cuenta del cambio que se había producido e n mí sin dilaciones la situación y decidirnos a separarnos para siem-
v de la ambivalenc ia d e mis sentimientos hac ia ella. De pronto pre. No había acabado de despachar ]a carta cuando me abrumó
se puso hosca y silenciosa y cuando regresamos al hotel me hizo la torturante inquietud de haber actuado en forma demasiado pre-
una escena de celos espantosa. Encolerizada, gr itó que no quería cipitada.
i~·
tener nada que ver conmigo y que al día siguiente se iría de Ber- Pocos días después tomábamos el tren para Odesa. Para ese
lín. No era sólo cuestión de celos; cuando Teresa trajo a colación
il~ momento yo había ido convenciéndome cada vez más de que mí
el asunto matrimonio y yo me mostré evasivo, la pelea se hizo ~t . . carta de despedida había sido una especie de corto circuito. El he-
más violenta. Comenzó incluso a empacar sus cosas, pero no llegó ' cho de que la desdichada pelea se hubiera producido la víspera
muy lejos; poco a poco se fue calmando y apagamos la lu z. de mi visita a mi madre en Schlachtensee había contribuido de
P<isé toda la noche despierto, procurando explicarme qué hri- manera indudable a la situación. Si ese día me hubiera quedado en
h ía provocado realmente el es tallido de cólera de Teresa y qué 1:. Berlín, Teresa y yo nos habríamos reconciliado.
era lo que yo debería hacer. Por primera vez me daba cuenta de Ahora vi de pronto la situación bajo una luz muy diferente.
lo unilateral que había sido hasta entonces mi estimac ión de la l
Al parecer había una contradicción irreductible en tre la imagen
situación. Debía haber considerado con má s seriedad lo que a la ~ i: de Teresa como una mujer caprichosa e histér ica y el hecho de que
misma Teresa podía haber es tado pasándole durante ese tiempo en el sanatorio de Munich fuera considerada y ensalzada por los
~17
y q ué habían significado para ella mis visitas regulares a Munich. médicos como un modelo de responsabilidad. ¿,No era más proba-
A no dudarlo, en vista de b obstin ación con que me había recha- ble que la inco ngruencia de su comportamiento conmigo fuera
zad o cuando la cortej<iba en el sanatorio, se me hacía difícil creer causada por el hecho de que cada vez que cedía a mi insistencia lo
que Teresa se hubiera enamorado ahora ele mí. Por otra parte, lamentaba más tarde, reprochándose el haber sido infiel a sus
debería haberla conocido bastante bien para darme cuenta de lo principios y a sí misma?
·el ifícil que le sería meterse en un asunto amoroso pasajero. Sin embargo, en mi caso, yo no tenía la capacidad de adaptar-
La conclusión lógica ele todo ello me parecía CJllC, o bien debía me con la rapidez que exigían las nuevas condiciones surgidas. La
1.mirme para toda la vida con Teresa, o bien abandonarla por com- carta de amor de Teresa había cambiado por completo toda la
pleto. Como ignoraba totalmente qué era en realidad lo que había situación. Yo lo había aceptado de manera intelectual, sin haber
·;r.;
causado su estallido el e furia, consideré que era infundado y que sido capaz de elaborarlo emocionalmente .
.demostraba una vez mús que no era posible vivir con semejante De tal modo me reprochaba amargamente el haber recha-
mujer. Esa noche creí que había dos alternativas: casarme c on zado a una persona maravillosa y el h aber perdido algo precioso;
Teresa, lo que significaría la infelicidad de ambos . o reunir la al mismo tiempo me mostraba indigno del gran amor de Teresa.

96 97
.1

·i
r ca persona en O cles<\ que es tab~1 enterada (le b e xistencia ele
En ese estado de án imo, nada h abría querido más q ue arrojar Freud y del psicoanálisis. Es c:laro que el doctor D. me hab1ó de
por la borda tod as mis decisiones anteriores y volver con T eresa. Freud y de Dubois al mismo tiempo. No pudo describirme 1a psi-·
Sin embargo, entonces no habría tenido que hacerle reproches <1 coterapia de Dubois, pero había leído las obras de Freud y pudo,
ella; sino a mí mismo. ¿Y qué podría haberle dicho para justif ícar por lo tanto, darme alguna explicación sobre el psicoanális i-;_ En
mi comportamiento incongruen te? Habría sido igualmente d ifícil, lo referente a Teresa, el doctor D . también fue d e opinión que,
después de todo lo sucedido en Berlín, explicarF~ a mi madre mi considerando mi estado anímico en ese momento, era demasiado·
nuevo punto d e vista y llevarlo a la práctica. Pero aparte <le todas pronto para tomar u na decisión definitiva.
esas dificultades, los remordimientos que me aniquilaban me ha- En tales circunstancias me pareció pu es que lo único c1ue tcnÍll
bían reducido a un estado de depresión tan profunda que no era sentiido era empezar un tratamiento llevado según el método ck
capaz de arribar a ninguna d ecisión ni de participar en actividad Freud, tal como me lo había bisquejado el doctor D. Por Jo tant1~
ninguna. Y lo peor de todo era que, dado que todos mis esfuerzos me agradó mucho que, sin que yo se Jo pidiera, el doctor D. rnt'.
por curarme habían fracasa do en forma tan deplorable, conside- propusiera precisamente Ja misrnn cosa y se ofreciera a venir llo~
raba que mi estado era absolutamente d esesperado y que no ha - veces por semana a nuestra finca con ese fin. Por motivos de trans-
bía salida algu na . porte, lo más conveniente le resultaba hacer las visitas alr eclec1or
l; de mediodía para regresar a Odesa en horas de la tarde.
El doctor D. conocía realmente las obras de Fre11cl, pe.ro ni>
;¡¡ tenía experiencia alguna corno analista practicante. Yo C'nl el pri -
A mi madre se le ocurrió entonces una idea que al princ1p10 me
'lií merísimo paciente que intentaba analizar, ele modo que en rni ca -
pareció completamente inútil y que sin embargo terminó por con - < L~
so el tratamiento se acercaba más a nna abierta discusión entre
ducir al éxito. Me elijo q ue quería ponerse en contacto con el
doctor D., un psiquiatra de "la vieja escuela". Como yo lo ('OllO - '~~: médico y pacie nte que a un análisis regular e n el Sf't1tic1o freu-
diano. Pero incluso una discqsión semejante tenía para mí gran-
cía y estaba seguro de que no podía ayudarme, el plan no pare-
dísimo significado, en la medida en que otra vez abrigaba b es-
cía tener sentido. Pero pronto se vio que el anciano eahállern 1111
peranza de que se me podía aymlar. A difere ncia del año anterior,
tenía la menor intene it'm de tratarme; simplemente nos aconsejó
ese año no pinté ni durante el verano ni f'n otoño, ya que estaha
que consultúramos a su hijo , que trabajaba en su sanatorio. De
p ensando siempre en Teresa, y la únic:1 vez que respira ha con Ji-
modo qu e unos días después nos vis itó un hombre menudo, ves-
:ii b ertad era cuando venía a verme el doctor D. y podía hahhr ];¡,
tido co n saco negro y corbata blanca, comtJ acostumhrahan en c'sa
época los médicos rusos . Apenas si pasaba la treintena, pero lo;; cosas con él.
En el verano de 1909 se produjeron dos muertes que nos afec-
ant·eojos con armazón de oro y la rojiza barba recortada le hacían
taron. Una fpe la muerte de mi tío Pedro, que ~ufría de paranoia.
aparentar más edad. Después que el doctor D . hubo escuchado
La noche antes de que nos llegara la noticia d e su muerte vo h<1-
pacientemente mi s quejas, m e dijo que no había razón para deses-
bía salido a caminar con mi primo Gregor, hiio ,1e la herma~a rn<t -
perar, ya que hasta e ntonces me había sometido · a l rntam ientos 'l.
yor de mi madre. Cosa rara, Ja conversació~ giró en torno ele tío
inadecuados. Me explicó que los conflictos y padecimientos e mn - -i'lk-
cionales no se curaban ni con una larga permrmcncia en un sana- ,':lt , Pedro. '
"La gente dice", comentó mi primo, "que pese a su insani a
torio ni con la terapia física que allí se practicaba, consistente
~ tío Pedro goza de perfecta séllud y sin duda los sobrevivirá a to -
en baños, masajes y cosas semejantes . Esa "'rn la primera vez qu e '\1111-"
yo escuchaba tal cosa de labios de un especialista médico y me dos". ·
A Ja mañana siguiente Gregor me sacudía para clespertarrne.
impresionó mucho, ya que yo mismo, a través de mi propia ex-
periencia, había arribado a la misma conclusión. "Despiértate, levántate".
Diré de paso que es notable que yo hava conocido f'n ese "¿Qué sucede?".
preciso momento a ese médico, ya que probablemente era la úni-
0D
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---.
"¿.Sabes lo que pasó? .' .t\Iurió tío Pedro". Tío Pedro había 1'nuerto soltero y sin dejar testamento, que
'¿Qué pasó? ¿Quién r{1urió?". de todas maneras no habría tenido validez, deb ido a su insania.
"Murió tío Pedro. Acabo de verlo en el periódico". Por lo tanto la herencia se adjudicó por sucesión. Según el proce-
Durante mi nií'íez yo había querido a tío Pedro más que a dimiento legal , a mí me correspondía un tercio ele su finca, deb ido
cua l<1uiera de mis otros tíos e incluso más que a mis padres. Re- al hecho de que sólo quedaba un hermano vivo de mi padre y de
cuerdo un episodio que probablemente marcó el comienzo de su que los hijos de su difunto hermano mayor sólo tenían derecho
enfermedad mental. Nuestra casa de campo y su parque ocupa- a la parte de su padre, que era también de un tercio. E l uso de la
ban un lugar bastante desierto en el campo, pero que sin duda no herencia que yo recib ía de mi t ío Peclro quedaba totalmente libra-
era lo bastante aislado para tío Pedro. Un verano declaró que iba do a mi discreción.
a levantar una tienda más allá del parque, en medio del campo, La otra muerte fue la del pintor G., d e d nce r ele laringe. Yo
para pasar todo el verano· allí solo. Recuerdo que todos fuimos a había vis to a G . cuando pasé algunos días en O desa y me había
visitarlo en su tienda y que celebramos con grandes festejos su contado que algo le molestaba para tragar. Había consu ltado a un
cambio de residencia. ·1. conocido ciru jano de Odesa, quien le dijo que ten ía un pequeño
La familia y los amigos de tío Pedro empezaron por aceptar crecimiento totalmente inofensivo y que volv iera a verlo "cuando
sus excentricidades tomándolas en lo que tenían de cómico, y se le c1ueclara bien" para hacérselo extirpar.
Volv í a nuestra finca y dos o tres semanas desp ués rec ibí una
divert ían mucho con su idea de que cualquier mujer soltera esta-
ba preparando sus redes para pescarlo, empecinada en conseguir ;f \,
carta en la que C . me pedía que le prestara clinero para viajar :i.
<1ue él se casara con ella . Cada vez que le presentaban una joven Berlín por una operación. Via jé inm ediatamente a Odesa y me
~f·
hn bía gran excitación porqu e inmediatamente empezaba a sospe- enteré por mi madre de que ell a le había ya prestado a C . el di·
cha r planes de matrimonio y maliciosas intrigas . Pero cuando em-
' nero necesario y de que él había salido para Berlín. Pocos día ;;
·l l
pezó :1 quejarse de que todo el mundo se burlaba de él, de que l~ después supimos que C. había mu erto después de la operación
las palomas lo miraban e imitaban todos sus movimientos y empe- y que , incluso si ésta hubiera tenido éxito, se habría vis to obligado
zó a relatar toda clase de historias absurdas, todos se dieron cuen- ~·
.
a alimentarse por medi o de un tubo durante el resto de sus día~ .
ta de q 11c estaban ante un caso de enfermedad mental. Lo dejaron !i . Su cuerpo fue traído a Odesa y enterrado en el Cement P.ri o Viejo,
vivir en su finca de Crimea, completamente aislado del mundo ~;ff;·' próximo a las tumbas de nuestra famili<1. Ten ía apenas cuarenta y
exter ior. Se decía que las vacas, los cerdos y otros animales do- tres años y fue una tragedia que muriera prec isamente c11ando su
més ticos eran la única compañía que toleraba y que les permitía ;\Ílt estrella empezaba a brillar y el público a apreciar y co·m prar sus
com partir su v iviend a. Era fácil imaginarse el aspecto que debía
de haber ten ido la tal viv ienda. ;¡
''1' .i
cuadros.
C uando regres amos a Odesa a fines del ntrnº10, mis conve rsa-
Poco después de que nos enteráramos de la muerte de tío 1': ciones con el doctor D . continuaron allí. t:l tenía sin embargo el
., '
Ped ro , Teresa me envió un artículo que había aparecido en una buen juicio suficiente para comprender que su propia eap<lcidad
revistti de Munich con el título de "Un millonario roído por las no bastaba para llevar a buen término un tratam iento psicoanalí-
ra tas". Como todo contacto entre el tío Pedro y su medio había (' tico, de modo que se decidió que el doctor D. y yo haríamos trn
sido interrumpido, su muerte no se había descubierto en seguida. viaje al extranjero, partiendo después de Navidad. En esa l;lX)C <t
ún icamente después de advertir que durante varios días no había el doctor D. no estaba seguro de si debía llevarme a ver a Freud
tocado la comida que le entregaban en su domicilio se le ocurrió o a Dubois, pero como en todo caso durante el viaje a Ginebra
a alguien sospechar que algo debía de haber sucedido, de modo tendríamos que pasar por Viena , podríamos establecer contacto
que el cadáver sólo fue encontrado algunos días después de la con ambos antes de decidir a cuál de los dos se le cont'iaría mi
muerte. Mientras tanto, las ratas habían empezado su obra. tratam iento. Un tercer viajero, T., estudiante de medi cina que:
trabajaba en el sa natorio del doctor D., nos acompañaría, aun que
100 101
,¡;i íi· ,i2
.,
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"..r:¡¡!l~~:

n o '<' l1.1!il1 > d e c u:t! es se rian s us obligac ion es o con qué fin lo versión, algo qu~ literalmente desapareció de la foz d e la tierr.1
Jlevúbarnos con nosotros. Ln simple id ea el e viajar con el doctor después de la segunda guerra mundial. Muchas veces aprovecha-
D nl ext ranjero, ns í corno Ja perspec tivn de atenderme con Freud mos la oportunidad de visitar esos lugares. Tampoco desdeñába-
n con Dubois , había hecho que mi es tudo e mocional mejorara mos los juegos de naipes y con frecuencia jugábamos al wint,2
cons iderablemente yn antes de salir ele Odesa . una especie de bridge, hasta las dos o tres de la mañana en al-
Cuando llega m os a V ie na e n e nero de 1910 y conocí a Freud, gllna cafete ría vienesa. Entonces se aclaró por fin el motivo d e
su perso nalidad me impr es ionó ele tal manera que le dije al doctor que hubiéramos traído con nosotros a T. E l wi11t re quiere por lo
D. qu e ya estab~t cl ec idid o n que me analizara Freud, de modo que menos tres personas para poder jugarlo y de no haber estado T .
no te nía se ntido c¡11 c s iguiéramos viaje hasta Ginebra para ver a con nosotros nos habría faltnclo el tercer participante.
D uhoi s, co n lo c unl D. estuvo d e acue rd o.
wr Por lo qu e respecta al doctor D ., parecía estar e n el rol el e
Co mo es ele supone r , lr' rela té a Freud mi tormentosa relación
~- maitre ele plaisir, el que decidía cómo y dónde íbamos a pasar las
co n T ercsn en r-.1 uni cl1 \' la v isitn d e ella a Berlín, que había ter-
minado e n forma tan in es p ernda co m o fun es ta. Freud estimó que 1~1 veladas. E n ese nuevo rol descubrió un teatro muy especial, dond e
.:~ se representaban piezas humorísticas que caract er izabnn al a!ll -
e l prim er ep isodio e r;t positivo, p e ro cons ideró al segundo como
biente judío de Viena. Especialmente digno de mención era el
una "huida de la muj er" , y d e a cuerdo con ello, cuando le pre- ~f¡ popular comediante judío Eisenbach , quien escribía la mayor parle
g unté si deberí a vo lver a Te resa m e respondió con 1111 "s í", pero •lt
de los sketch es que se producían en ese teatro.
eon la condición de (1u e .eso sólo se produjera d espués ll e varios
i. meses de análisis. Algunas noches, aunque muy rara vez, el doctDr D . nos comu-
D urante los primeros meses de aná lisis con Freud se abrió nicaba que q u ería salir solo. Cuando al dh siguiente uno le pre-
ante mi s ojos un mundo compl etamente nuevo, un mundo que guntaba dónde había pasado la noche , relataba alguna histori a
muy pocas personas conocían en aquellos días. Muclias cosas de e xtraña o b ie n , con aspecto el e obstinación, se negaha a contarnos
mi vicln que hasta ento nces habían sido incomprensibles e mpe- nada. (U na vez, por e jemplo, nos contó que había ido con una
zaron a cobrar sen tid o, a medida que relaciones que habían estado muchacha a una tabernn de te rcera categoría en los suburbios de
ocultas e n las tin iebla s come nzaban a eme rger en mi conciencia. Viena. De pronto apareci eron algunas misteriosas figuras masculi -
D espu és d e haber ca mbiado varias veces de alo j;1111iento en nas qu e se sentaron a su mesa. Eso le pareció . sospechoso y D.
Vie na, nos establecimos c ómoda m e nte en unn pcnsi<'m dirigida consideró qu e e ra preferible retirars e, pero los hombres trataron de
por una nortea m eri cana casada co n un vienés. Corno mi análisis impedírse lo, dici e ndo qu e s~r í a un a dl'scortesía d e jar a "una da-
co n Freud no m e ocupaba mis que una hora por día , me quedaba ma" en la es tacada , de modo que se vio obligado a abrirse p :1<; 0
t ie mpo para ocu parme de otras cosas y para ir conociendo mejor hacia la puerL1 re vólver e n rnnno.)
..,·:~
los luga res interesantes y los m onum e ntos d e V iena. Viena era De tn l {11ocl o, el tie mpo transcurrió m1 1y ní1~ id a 111 en te desd e
todavía en ese mom e nto h m e trópoli de la m onarquía austro- enero de 1910 hasta las v;1cacio nes d e l profesor F re ud , el 1° d l'
hú ngara y e n el mun do de l bu e n gusto y de la moda su lugar esta- juli o. Mientras tanto , el doc tor D. había mandado de vuelt.1 :1
ba junto a París y a Lo ndres. O ficinl es de uniform e y mnjeres her- Odesa al estudiante T. Como a mí seguía interesándome mucho
mosas y elegantemente vesticlas le daban un aspecto característico. España, d ecidimos v isitar ese país durante las vacaciones de Freud,
Se tenía la impresió n de r¡ue la gente gozaba allí ele la vicia y le que se prolongarían durante dos meses y medio. Accedí al d eseo
tlel doctor D . de visitnr Ginehra y tambi én París , de modo que
J"''
gustaba vivir bien. E l m ejor entrete n im iento de la época era el ¡,,
ofrecido por "Venecia e n Viena",1 con s11s canales y lugares de di- nuestra primera 111eta fueron esas dos ciudades. De París fuimos
1 Se trataba de un sector del Pr:-iter, el gr:rn parqttc de Viena que incluye un
parque de diversiones, campos de at let ismo, pista de carreras, etcétrra. "Ve- " El autor dice que el winl se llamaba die Scl1rrrn/Je. ",,] tornillo". pero ··ne
necia en Viena." era 1m q'ctor donde h:1bía resta11rante.1 ,. teatros ele excep- lu sido imposible '\\'eriguar dr r¡ué juego el<' 11ai¡H's '" tr;1l :1. El •«<tor dice
cional calid:i.d y otr:is forn1 :-1s soc:lect:ts d e en tretenimi enltl. que no es ('I 1cl1 is/.

102 103
después a Lisboa, vía Biarritz, donde nos detuvimos unos días. Mi {frgencia <le nada sirvió, ya que Freud era de opinión de
Tanto en Ginebra como en Biarritz el principal interés d el doctor que todavía no hab ía llegado el momento y deb ía esperar aún algu-
D. fueron los casinos, que al parecer ejercían sobre él una atrac- nos meses. La demora me puso de mal humor y pasado un tiempo
ción especial. En G inebra, por primera vez en mi vida y bajo mi anális is con el profesor Freuél pareció haberse estancado tam-
la dirección del doctor D. , me se nté a u na mesa de baccarat. Tanto bién. Hasta fines de febrero o comienzos de marzo de 1911 no
allí como en Biarritz jugué con suerte, aunque por el momento no accedió Freud a que yo vol viera a ver a Teresa en Munich.
llegué a apasionarme por el juego. Durante el via je de Biarritz a Contraté entonces una agencia d e detectives para que in-
Lisboa me quejé porqu e hacía un ca lor espantoso en los coches l _:j tentara descubrir dónde vivía T eresa y me diera su dirección. No
del ferrocarri l. La reacción del doct or D . an te la expres ión ele mi tuve que esperar mucho tiempo la respu esta. Me inform aron qu0
incomodidad fu e una sonrisa maliciosa y las bien conocid as pala - h abía abandonado e.l puesto en el sanatorio y que era dueña de
bras d e una obra de :t\folicre: Vous l'acez rxndu, Geo-rge Dandín, una pequeña pensión donde vivía en compañía de su hij a Elsa.
vous [avez vmilu! Pocos días más tarde fu i a tvlunich a vis itar a Teresa en su
Cnmo ni en L isboa ni en Madr id había oportunidad de jugar, pensión. Al verla me s~ntí profundament e conmovido. Se la veí a
y el doctor D. no tenía el menor interés por las galer ías d e pintu- esp antosamente desmejorada y su vestido pasado de moda pendía
ra ni por la arquitectura el e iglesias y palacios antiguos, empezó de un cuerpo tan d elgado que apenas si era más que un esquele to.
a aburrirse e intentó persuardinne de que abandonara mis planes Daba la impresión de que todo sent imiento hub iera h ui do de ella ,
pues se quedó inmóvil e n mi presencia, sin entend er. ¿Era esa
de ir de Madrid hasta el sur de Es paña y de (¡ue adelantáram os
la misma muj er que yo había abandon ado e n Berlín hacía justa-
en cambio nuestro regreso a Viena. El doctor D. era de confesión
1¡,. mente dos años? ¡Y toda esa miser ia y ese sufrimiento los h ab ía
griega ortodoxa, pues su padre había sido bautizado, pero sus
~~ causado yo mismo con mi co mportam iento impulsivo y precipi-
antepasados judíos habían venido d e Es paña, y por eso me pa- tado!
recía razonable suponer que la intranquilidad que sentía en ese E n ese momento decidí qu e nunca rnús aba nd onaría a es :1
,,,,
país tenía raíces inconscientes y estaba vinculada con las perse- mujer a quien hab ía hecho sufrir en forma tan terrible. Mi reso-
cuciones que los judíos habían padecido en la época de la Inqui- lución fue decisiva e irreversible, y d esd e e ntonces jamás h e clu-
sición. Le era literalmente imposibl e esperar c1ue saliéramos de ese dado de que haya sido buena y nnnca ia he lamentado.
país que había sido tan inhóspito para sus antepasados, de modo ·J~ 2.Cómo podía ser de otra manera?
que por fin no me quedó, más remedio qu e renunciar al viaje a t'
1(! Ante m í tengo algunas de las cartas q 11 e T eresa me escr ibi ó
Granada y a Sevilla, que me interesaban especifllm ente . Volvimos
en esa época. Desde entonces han pa s;ido (ieccnios; gu f'rras, revo -
;1 Viena después de pasar por Barcelona, donde estuvimos unos
lu c.ion es y dictaduras han cambiado por co mpleto la faz de la ti e-
días. rra; y sin embargo esas cartas, en cuanto son expresión de sent i-
T an pronto corno Freud estuvo <le regreso en Viena, el doctor mientos verdaderos y profundos, han sobrevivido a todn eso.
D. partió para Odesa, de modo que yo me quedé completamente En u na de las cartas que recihí de ella poco ti em p1l d espués
solo en Viena. Como es natural, eso influyó desfavorablemente en de habernos encontrado nu eva me nte, me escr ibía: "Vin ist e just o a
m i <:>sta clo anímico. Durante todo el tiempo me acosaba la idea de tiempo. De otro modo, mis p enas me habrían matadn . .'\hnr:1 me
cuúndo accedería F reud a que yo volviera a ver a Teresa, y es taba recuperaré, tal vez muy pronto. Pensar e n ti me dará fu erzas y me
rnnt inuam ente planteándole la pregunta. Recuerdo que una vez hará feliz. Tienes qu e darle cu enta ele qu e lo sac rifiqu{ todo por
- evidentemente era un día que Freud estaba de especial buen ti, mi salud, mi amor , mi vida. Pero tod o volverú a me jorar si pue-
humor- levantó ambos manos sobre la cabeza y gritó en tono do cuidarme un poco. Hasta ahora no hacía otra cosa que trabajar
patét ico: "¡Hace ve in ticuatro horas que no oigo el santo nombre mucho. Ahora, querido, mi bu en Scrgci, escr íheme pronto 1111 as pa -
d e Teresa !". labras, q u e me harán bie n . .. ''. Lo pr imero q n c se neces itah:1 ahor .1

104 105
~ ~. · ~
1
J
r
era que Teresa se repusiera en cuerpo y alma y que volviera a Que todo había sido un sueño.
cobrar fuerzas. L a vida puede ser así.
Como es natural, en esa primera entrevista le conté que me Hoy el corazón palpita
estaba analizando con el profesor Freud y que presumiblemente lleno de felicidad;
el tratamiento duraría un tiempo bastante largo. Por el momento ¡mañana su único . deseo
yo iría a Munich para ver a Teresa y ella podría visitarme de vez es estar profundamente sepultado!
en cuando en Viena . Tan pronto como estuviera suficientemente ':!\• Otra vez quiero estar gozosa
recuperada debía vender su pensión y mudarse a Viena. Mientras }~ '
y recuperarme del dolor.
tanto, yo buscaría un departamento adecuado para nosotros. Elsa Qu iero dedicar mi vida a aquel
iba a vivir con el hermano de Teresa, radicado también en Mu- por quien sangró mi corazón.
nich, e iría a la esc uela Zurn E11glische11 Friiulein, cons iderada In
mejor es cuela para n iñas en Munich. Por supu esto, le conté ,1 Teresa me envió también otros poemas. En la mayoría de
Frcuc1 en qué lamentable estado mental y físico había encontrado ·ellos no hablaba de sí misma en primera persona, sino en tercera.
a T eresa. Como ya d ije, Teresa iba a vender su pensión y yo tenía que
De acuerdo con su naturaleza, Teresa recuperó fuerzas len- buscar un departamento para ambos en Viena. Por fin logré
'tamente, pero sin verdaderas interrupciones ni retrocesos. Era sor- encontrar uno muy bonito, que daba sobre el canal del Danubio.
prendente la forma e n que iba, lenta pero incesantemente, aurnen - Todo eso llevó bastante tiempo.
tandn de peso, en que empezaba a interesarse por el mundo que JI
l\fo habría casado con Teresa sin más demora, si eso no h u-
,
1a rodeaba y a encontrar el camino de regreso a sí misma . Des- b iera sido contrario a la regla impuesta por el profesor Freud de
pués de seis meses se pod ía decir sin exageración que una nueva que un paciente no debía tomar una decisión que influyera de ma-
v ida florecía en ella y q u e era una vez más tan hermosa y atra- nera irreversibl e sobre el curso posterior de su vida. Si quería
yente como lo había sido antes . completar con éxito mi tratam iento con Freud, era necesario que
Cosa rara, tanto Teresa como yo evitábamos todo lo que nos me ajustara a esa regla, de buena o mala gana. 3
H' cordara la tormentosa época e n que yo había luchado por con -
seguir su amor m ientras perm anecía e n el sanatorio de Munich, ª En el otofio d e 1970, cuando este libro estaba ya en proceso de publica-
ción, le escribí al Hombre de Jos Lobos preguntándole si escribiría un artículo
·(> la breve visita de Teresa a Berlín , que había termin ado de ma-
en el que evaluara su anális is desde su propio punto de vista, para que apa-
nera tan inesper ada como funes ~a. Pero ella se refirió e n una de reciera en forma separada desp11és de la publicación del libro. Le sugerí que
sus cartas a esos desdichados episodios, imprimiéndole al recuer- sería interesante saber qué era lo que sentía que el análisis había hecho por
do, lo mejor qu e pudo, el ropa je del verso. i-Ie aqu í el p oema: él, qué posibilidades le había abierto y qué era lo qu,e no había podido lo -
grar. Lo que sigue es la parte correspondiente de la respuesta d el Hombre
Tras un a noche amarga y triste de los Lobos, un,1 carta que me dirigió con fecha 23 de octubre de 1970.
Me d esperté dolorida. "Y ahora ll ego a la cuestión más difí cil , es decir si, des1rnés de la ap:1-
rición del libro , podría escribir un artículo separado, que sería por así decirlo
¿,P or q ul- me se ntía tan rara?
un análisis de mi análisis con -el profesor Freud.
¿,Qué sospcc hnlJa mi corazón? J
Un golpe se oyó e n la puerta.
¡; "No creo que eso me fuera pos ible. Pues cuando acudí por primera YeL
a Freud, la cuestión mús importante para mí era si él estaría o no de acuer-
¿,Es qu e podía ser él? do con que yo volviera a re unirme con Teresa. Si, como otTos médicos a quiP -
¡O h qu é no habría dado rH:» va había ·.-isto antes, Freud me hubiera respondido con un 'no', sin duel a

porque él regresara a mí! rn no habría seguido con él. Pero como el profesor Freucl estuvo de acu er-
do en (]Ue yo volvier:1 a Teresa -no en forma inmediat:i, es verchcl, per ~
Pero no, era una carta
q11 e m e hirió en lo más profundo.
l 1-tfr
pronto de cualquier manera- me quedé con él. Este :irreglo, en un sentido
positivo, del problema que más me preocupaba en ese momento, contribuyó
Eutonces pude ver claro ,. :::. much.1 , como es natural. a un:i rápida mejoría ele mi estado anírni ct>. Í!:se f11 c
d %
ft'¡., ·

'i

·JOG \'•
107
'~....~~ ~"
Respecto de ello, recuerdo que una vez, durante esa época,_
/!I·
así hubiera ·sido, jamás se habrían producido las rencillas entre
recibí una invitación del cónsul ruso en Viena para que fuera a
•i1 mi madrn y Teresa y todos nos habríamos ahorrado muchas cosas.
visitarlo. No tengo idea de cómo llegó a saber mi dirección. Cuan- ti Desdichadamente, te1miné mí análisis con Freucl en el preciso mo-
do lo vi, me preguntó por qué no concurría a las fiestas de Jos
mento del asesinato del príncipe de la Corona austríaca y la pri-
representantes diplomáticos rusos y no me vinculaba con la colo-
mera guerra mundial, que sobrevino tra s ese :wonrecimiento, arrui-
nia rusa de Viena. Claro que yo no podía aceptar las invitaciones nó todos nuestTos planes.
del cónsul ruso mientras Teresa y yo no estuviéramos casados, y
me excusé invocnndo mi enfermedad y el hecho de .que estaba ~Yll
tratamiento con el profesor Freud. Aparte de este incidente insig-
nificante que menciono únícamente porque me acordé ele él, para
Teresa fue muy duro someterse a Ja regla de Freud por la cual de-
bíamos postergar el matrimonio hasta que yo hubiera term inado
mi tratamiento. Sin embargo, nunca lo esgrimió como un argu-
mento contra él.
Yo sabía desde el primer momento que mi madre y Teresa
eran caracteres tan diferentes que jamás se entenderían. Por lo
tanto, Teresa y yo decidimos que al término ele mi tratamiento no
estableceríamos nuesh·o hogar en Odesa sino en el extranjero. Si

un factor muy importante, pero que se hallaba en rPalida<l fu era de la esfera


de mi aná lisis con Freud.
"En lo que toca específicamente a mi tratamiento con Freud, en todo
psicoanálisis -cosa que el propio Freucl rec;1lcaba con frecuenc ia-- dese1n-
peña un papel muy importante la transferencia del complejo del padre soh;e
el analista. Respecto ele ello, la situación no podía ser más favorable para
mi cuando establecí contacto con el profesor Freud. En primer lugar, tod•t-
vía era joven y, cuanto más joven es uno, tanto más fácil es establecer una
transferencia positiva con el analista. En segundo lugar, mi padre había muer-
to poco tiempo atrás y la destacada personalidad de Freud vino a llenar ese
vacío. De tal modo, yo había encontrado en la persona del profesor Freud
un nuevo padre con quien tenía una relación excelente. Y Freud tenía tam-
11•
bién· un gran entendimiento personal conmigo, como hubo de decírmelo con
frecuencia durante el tratamiento, lo que naturalmente reforzab;1 mi apego 11.
hacia él.
"Debo decir también que cuando consulté a Freud a comienzos de 1910,
mi estado emocional ya había mejorado mucho por influencia del doctor D.,
;[
el viaje de Odesa a Viena, etcétera. En realidad el profesor Fre ud no me vio
jamás en un estado de depres ión realmente profunda, tal como el que pade-
cía, por ejemplo, cuando fui a ver a la doctora Mack.
"De modo que durante mi prolongado análisis con Freud hubo dos fac- ·
tores que ejercieron sobre mí una influencia favorable, pero que son muy "!li'º·
difíciles ele estimar con respecto a la parte que les cupo en el logro del resul-
tado final. Quedan, por consiguiente, como espec\llaciones generales que no ''f

serían de gran valor v no justificarían un artículo ix1r separacln ." !!.

108
109
r Después de mi· análisis
1914-1919

¡¡
.t¡
Jr El final de mi análisis con el profesor Freud coincidió con el ase-
.lk
sinato del príncipe de la Corona austríaca, el archiduque Francis-
"I co Fernando y su esposa, la duquesa de Hohenberg. Ese funesto
28 de junio de 1914 era un domingo sofocante y bochornoso. Yo
había salido a caminar por el Prater, recorriendo mentalmente los
'
:~ti años pasados en Viena, tan interesantes y durante los c11ales había
aprendido tanto.
Poco antes de terminar mi tratamiento Teresa había venido a
Viena y los dos juntos visitamos a Freud. Yo no había esperado
que Teresa le produjera una impresión tan favornhlc. Estaba en-
cantado con ella e incluso destacó que se había hecho de ella
una imagen errónea y que en realidad "parecía una zar ina". No
sólo era evidente que su aspecto lo había impresionado (ya que
,,.i al parecer dudaba de que Teresa fuera en realidad la hermosísi-
ma mujer que yo le había descrito), sino que le agradó también su
modalidad seria y reservad11, de modo que mi intenc it'm de l'asar-
me con ella contaba ahora con su total aprobación.
c ,)1110 todo parecía marchar a las mil maravilbs, volví ,de mi
paseo por el Prater con ánimo muy esperanzado. Apen.1s si había
entrado en mi departamento cuando la mucama me cntregti la
edición extra del periódico, donde se anunciaba el asesinato de h
pareja de archiduques.
Al día siguiente, cuando visité a Freud para despedirme, ha-
blamos como era natural de los sucesos del día anterior. La obser-
vación del profesor Freucl (quien, a decir verdad, ern ajeno a la

111
';~r
~?~::,
~t.ii-,
vida política) en el sentido de que si Francisco Fernando hubiera Una vez que regresamos a Odesa mi madre dispuso, como era su
llegado al poder se habría producido probablemente una guerra costumbre, que se rezara una misa en la iglesia. Como mi madre
entre Austria y Rusia pone de manifiesto hasta qué punto no se quería expresar . de 1 ese modo su gratitud por el éxito de mi trata-
sospechaba entonces que el asesinato del archiduque en Sarajevo .-..,.;
miento, en la misa no había de ser omitido el profesor Freud, de
habría de desencadenar la primera giwrra mundial. modo que el sacerdote ortodoxo oró solemnemente por el bienestar
Permanecí unos días más en Viena, adonde arribaron entre- de "Sigismund", pensando probablemente que se tr;itaba de al-
t:rnto los despojos mortales de la pareja asesinada, que iban a ser ~1 gún miembro de nuestra familia.
Ahora que había estallado la guerra entre Ru sia y Alemania
enterrados en la capilla del Castillo Artstetten, propiedad priva- 11
da del archiduque. Me enteré por los periódicos de que los dos y que Teresa y yo estábamos separados por ejércitos y trincheras,
ataúdes pasarían por la Mariahilferstrásse a las once de la noche, ¿cómo podríamos concretar nuestros proyectos matrimoniales? Pe-
camino a la estación de ferrocarril del oeste. En un taxi me hice se a todo, yo no abandonaba la esperanza de que en alguna forma
llevar hasta la Mariahilferstrasse, dónde ya muchos coches y auto- resultara posible conseguir que Teresa llegara a Odesa. Lo hablé
móviles esperaban el paso de la procesión funeraria. Llovía, y por con mi mache, que al principio se oponía a mi casamiento con ella
fin , a la oscilante luz de las antorchas, vi dos carrozas fúnebres, y que incluso me había elegido otra novia, naturalmente a su gus-
una ele las cuales seg.nía a la otra a considerable distancia. Me to. Finalmente se dio cuenta de que no iba a ser posible apartar-
dijeron que tal cosa respondía a la finalidad de demostrar que el me de mi decisi6n de casarme con Teresa y acced ió. Incluso se
archiduc¡ue estaba casado con alguien que le era inferior por su mostró dispuesta a hablar del asunto con nuestro abogado y a
nac imiento. Las carrozas que llevaban los ataúdes se movían rá- encargarle que hiciera todo lo que estuviera a su alcance para
p idam ente, lo que daba la impresión de apuro y de una percep- conseguir un permiso para que Teresa entrara en Rusia.
tible falta de ceremonia. Sólo la desacostumbrada hora de la no- A mí no me quedaba otra cosa que tener paciencia y esperar.
che y la presencia de los agregados militares de las potencias ex- Como no tenía hem1anos, pertenecía a la categoría ele los "hijos
hanjeras que seguían a las carrozas indicaban que no eran morta- únicos" que, de acuerdo con la ley imperante entonces en Husia,
les comunes los que así empezaban su último viaje. estaban exentos del servicio militar y no tenía que incorporarme al
Dos o tres días después me fui de Viena. Me dirigí primero ejército. De tal modo, nada me impedía pasar el verano en nuestra
a Bad Tolz en Baviera, donde Teresa y su hija estaban tomando finca y mucho me alegró que esos meses transcurrieran en un me-
baños. Teresa y yo proyectábamos casamos en otoño y no tenía- dio que me era tan familiar. Nuestra finca era muy hermosa: una
mos idea de que una guerra podía desbaratar todos nuestros pla- espléndida casa de campo que parecía un castillo, rodeada por un
nes. Yo iba a pasar el verano en nuestra finca de Rusia meridio- antiguo parque que iba confundiéndose poco a poco con los bos-
nal y Teresa y su hija se quedarían con sus familiares en Munich. ques. Había un est;inque bastante grande corno para considerarlo
un lago.
Me quedé una semana en Bad Tlilz y después fui a Berlín vía
:rvtun ich. En Berlín, dominada ya por violentos sentimientos anti- La campiña de Rusia meridional, donde yo había crecido,
rrusos, me esperaban mi madre y su hermana mayor; desde allí vol- ejerció siempre gran fascinación sobre mí. Si uno recorría en coche
veríamos a Rusia. Cuando hablábamos ruso por las calles, los pea- o a caballo los campos y pantanos durante un día caluroso y seco,
tones nos dirigían miradas hostiles y algunos llegaban a amena- se encontraba con pequeños espejismos de agua y de árboles que
zarnos co n el puño. Nuestro hotel, en la avenida Unter den Lin- desaparecían súbitamente para después reaparecer en otro lugar
den, estaba a pocos metros de la Embajada rusa, y durante la úl- del horizonte. En ese paisaje me impresionaban como especial-
tima noche que pasamos allí nos despertaron ·repetidas veces los mente bellas las puestas de sol, cuando el astro, hundiéndose cada
gritos de las turbas que prácticamente pusieron sitio a la Embajada. vez. más, arrojaba su último resplandor y un colorido uniforme
Pocas horas después de que nuestro tren cruzó la frontera ruso- envolvía la llanura, haciendo que desaparecíeran todos los deta-
germana nos enteramos de que habían estallado las hostilidades. lles que distraían la atención.
-11

112 113
..
"i.~
"
Mi madre estaba tiernamente apegada a su familia. Tres de
sus hermanos habían muerto en su primera juventud y esas muer- que mediana y era muy accesible a la conversación. A decir ver-
tes representaron, al parecer, un rudo golpe para su joven espíritu dad, como no tenía más que d iecisiete años, podía decir cosas bas-
y Je d9.jaron profundas huellas. Era frecuente que hablara de sus tante infantil es, pero que muchas veces .resultaban divertidas .
hermanos, el menor de los cuales había muerto a los ocho año>. Yo pasaba casi todo el día en compañía de Sacha y de Lola, y
Rec uerdo muy bien que mi ánimo infantil estaba profundamente la vida en la finca empezó a parecenne más variada y entretenida.
impresionado por su historia, espec ialmente por el hecho de· qu e, Encontraba a Lola mucho más bonita que antes. La boda no tardó
anticipando su mu erte inminente, el niño hablaba de ella con tran- en celebrarse en la iglesia de la aldea.
quilidad y res ignación; en la víspera de su muerte le pidió a mi
Ya desde el comienzo de nuestra relación, Lola había dado
madre que di stribuy era entre los mendigos las monedas de su pe-
signos de que yo le gustaba mucho. Al principio interpreté esas
queña alcancía.
manifestaciones ele apego como la expresión de sentimientos pura-
En tre todos los familiareó: vivientes de mi madre, la más cer-
mente amistosos , pero pronto observé que el comportami ento ele
cana a ella era Eugenia. su hermana menor. De joven, Eugenia
L ola coümigo exced ía en mucho lo que se podría considerar una
había perd ido a su nrnri (lo, muerto de tuberculosis, y desde enton-
inofensiva amistad. Las miradas significativas y seductoras que me
ces vivía con nosotros junto con su único hijo, Sacha, ocho años
dirigía, sin preocuparse por la presencia de Sacha, hablaban 1111
menor que yo . Eugenia era una persona tranquila a quien nada le
lenguaje tan claro que no dejaba lugar a equívocos. E l hecho ele
interesaba, salvo su hij o, y solí a pasarse el día entero sentada en
que mi primo no diera muestras ele celos no me sorprendía m e-
el sofá, fumando un cigarr illo tras otro. Tía Eugenia poseía una
nos que el comportamiento de L ola, que después ele todo apenas ~i
pequeña finca en el norte del Cáucaso y con frecuencia iba allí
acababa ele salir de la niñez y de casarse con un joven sim pático y
con su hijo a pasar part e del verano.
agradable. Yo me preg11ntaba qué podía significa r todo eso y cómo
C omo Sacha había crecido tan próximo a nosotros, yo lo con- iría a terminar.
sideraba como mi hermano menor. Sentía gran afecto por ese
La pareja proyectaba viajar e n un futúro próximo al Cáucaso
muchacho vivaz e intel igente, a q uien le interesaba la literatura y
a visi tar a los padres de Lola, y yo me elije que de ese modo todo
que escribía poemas , algunos de los cuales llegaron a publicarse.
Rubio y de cabello ondulado, Sacha tenía todo el aspecto de un llegaría naturalmente a su fin. Además, abrigaba la esperanza de
"es teta". que fuera posible conseguir el permiso para que Teresa entrara en
E n 1914 yo no tenía idea de que Sacha est aba a punto de Rusia y pensaba qu e des pués de su llegada y el e nuestro matrimo- .,
nio, esa sola circunstancia· bastaría n poner ti·rmino a los ;wances .I'
casarse, y cuan do mi maclrc me dio la noticia, me sorprendió. Me
enteré de que su pronwt ich1 era la hija de un profesor de matemá- de L ola.
ticas qne vivía en 1111 pueblo bastante próximo a la finca de tía Uno o dos días ;rntcs el e que Sacha y su rn11jer partieran haci a
Eugenia. Co mo el profesor, su mujer y su h ija Lola solían pasar el Cáucaso, me c11contré casualmente con L ola en una habita ción
las vacaciones en h propi edad ele mi tía, Sacha y Lola se conocían en pe numbra. !\le echó los brazos al cuello, me b esó apasionada-
desde la infanci a. mente y esc apó. l\l uchos años mús tard e mi madre me contó qu e
Se esperaba que ambos llegaran pronto, ya que la boda iba a jamás hubo relacion es conyugalC's entre Sncha y Lola. \ti madre
realizarse en nuestra fin ca . No puedo deci r que la primera vez que· pensaba que Sacha. q11c la había conocido desde la infancia y
vi a Lola cuando ll egaron me haya parecido muy atractiva. Tenía siempre la h;1 bía cons iderado corno una compañera ele juegos, no
el pelo de color rnbio cen iza y sus ojos .a zules eran grandes y be- :fJ'
abrigaba hacia elb 111.ís que sentimien tos fraternales .
llos , pero su rostro me parecía demasiado largo y regordete. Al Más adelante Sacha y Lola se divorciaron y ambos volvi eron
conocerla mejor, la impresión que me había causado se hizo más ;tif·
¡. a casarse; todo eso no impidió que siguieran siendo amigos. Se
favorable; estaba siempre ele buen lrnmor. su inteligenci a ern. m{1s decía que el segundo matrimonio el e Sachn había siclo muy feliz.
En cu;rnto a Lola, se adapll'i a las m1e\';1s c ircunstanci as v se con -
114 ,~
115
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virlió en actriz. Aparentemente tuvo mucho éxito en la escena. Nos casamos poco después de su llegada a Od_esa. ~1ientras
A los treinta y seis años murió de un cáncer de mama. íbamos a casa en el coche Teresa me aforró la mano, me besó y
~·~
Apenas si habría pasado una quincena desde la partida de 9 dijo con voz esb·angulada: "Te deseo grnn felicidad en tu matri·
j1
Sacha y de Lola cuando nuestro apoderado me notificó que había monío''. Sus palabras me chocaron por lo raras . ¿Por qué hablaba
conseguido el permiso de entrada para Teresa. No había sido cosa de "tu matrimonio" y no de "nuestro :matrimonio", como si yo no
fácil, me contó, porque Teresa era considerada extranjera enemi- me hubiera casado con ella sino con otra mu jer?
ga, pero se habían superado todas las dificultades y al día siguien-
te teníamos que presentarnos en el palacio de gobierno, donde el
gobernador me entregaría personalmente los papeles que le permi-
tirían a Teresa entrar a Odesa. El gobernador nos recibió con la
Teresa había llegado a Rusia en el momento rnús desfavora-
mayor cortesía y parecía comprender sin reservas mi solicitud .
b le. La guerra entre Husia y Alemania acababa de empezar y todo
Incluso tocó una nota lírica, señalando qué triste era que las com-
el mundo estaba lleno de odio hacia todo lo q ue fuera alemán. Y,
plicaciones políticas dieran como resultado la separac:ión de dos
lo c¡ue em peo raba las cosas, Teresa no hablaba un a palabra de
nlrnas amantes.
ruso, ni tampoco sabía francés, ]o que habría aflojado un poco la
Después de haber impartido su paternal bendición a nuestro situación. Su {mica ventaja era su aspecto decididamente meri-
matrimonio, por así decirlo, se sentó a su escritorio y firmó el pa- clíonal, ya que cualquiera la habría tomado por italiana o española,
pel que me presentó después solemnemente. Yo no tenía más que pero nunca por alemana.
enviárselo a Teresa, lo que no era muy difícil pues el servicio de P ara complicar más las cosas, Sacha y Lola no tardarían en
correos a Alemania se mantenía abierto por la vía de los países regresar de su viaje al Cáucaso. Yo me preguntaba cómo podrían
neutrales. armonizar jamás dos seres humanos tan diferentes corno Teresa y
Despaché el permiso y pocas semanas mús tan.le Teresa llegó Lola; me reprochaba también por haber tomado tan a la ligera
sana y salva en un pequeño barco de pasajeros qne segub hacien- los avances de Lola. Desdichadamente, mis aprensiones resultaron
do el recorrido entre Odesa y el pcqueí'ío puerto rumano ele Gala- más que justificadas. El primer encllentro entre las dos mujeres
! i. Casualmente. al subir al barco, sus papeles habían sido exami~ resultó incomodísimo para mí.
nados por un oficial ruso que se presentó diciendo que había sido Tanto Sacha como Lola saludaron m uy fríamen te a Teresa,
compañero mío en el colegio, pero cuyo nombre Teresa no pudo y mi primo, pese a que sabía algo de alemán, no hizo el menor in-
retenec ' tento de hablarle. Lola pareció no advertir siquiera su presencia.
Al princip io parecía q ue Teresa y mi madre iban a establecer Se dirigió inmediatamente a mí, y toda su actitud señalaba r-1ue no
u na buena relación. Pero desde el primer momento me había preo- tenía intención alguna de abandonar sus manejos seductores .
cupado un poco la capacidad de Teresa para adaptarse a la v id:l Pocos días después volvió a iniciar sus antiguas rniradn-;; de
en nuestro círculo familíar y a un med io que le era cómpletamente coquetería cada vez que le parecía que Teresa no la observaba.
njeno. Ella venía ele una pequeña ciudad del interior de Alemania. Como es de suponer , a Teresa no podía pasarle inadvertido su com-
S11 padre, comerciante acomodado, había perdido tod,1 su fortuna portamiento, con el resultado de que hizo una escena de celos y
en cle~r~ichadas especulaciones. Presionada por su fam ilia, se había te1min6 por declarar que no podía seguir vivie ndo bajo el mismo
c1sa<lo con un hombre de buen pasar que sin embargo era muy techo que Lola. Acusó a mi madre y a mi tía Eugenia de tolerar
mala pareja para ella, y no tardó en divorciarse. A eso siguieron pasivamente los manejos de Lola y de dejar que ésta las indujer.1
otras desdichas: perdió a su madre y pocos días después también a ponerse de parte de ella. Lamentablemente yo también tuve que
m11ri6 el padre. La perspectiva que Teresa había adquirido en su :idrnitir que tanto mi mad re como mi tÍ:1 dejaban que L ola hici era
hogar p;i,terno se originaba en un fondo completamente distinto lo que quería y se negaban a darse por enteradas ele su comporta-
del :-nwstro y a veces podía parecer realmente no terrenal. mil0nto provocativo.

116 117
--··-····-· ·---- --·- t -

Era ohvi9 que 1a situación no podía prolongarse y decidí ha- exámenes de ingreso a la universidad. Además, para presentarse a
blar abiertamente con mi madre al respecto. Sin embargo ella no rendir como externo era necesario tener un permiso especial del
•quiso abordar el tema; se limitó a tratar de calmarme e intentó que Ministerio de Educación de San Petersburgo.
todo el asunto pareciera inofensivo e insignificante . Mientras estaba en Viena analizándome con Freud (lo que
Después de ese episodio le dije a mi madre que Teresa y yo duró varios años), había convenido que un estudiante que via-
nos iríamos de viaje por varios meses y que esperaba que mien- jaba a Viena me trajera todos los libros necesarios para los cursos
tras tanto mi madre enco ntrara un alojamiento adecuado en la de la Facultad de D erecho de Odesa, y entonces empecé a pre-
c iudad para tía E uge nia, Sacha y Lola. M i decisión de irme <le pararme para rendir los exámenes nacionales en la Universidad de
·Oclesa con mi mujer hizo que mi madre terminara por acceder a Odesa. Ahora, durante el invierno de 1914-1915 que pasé con Te-
:mi propuesta, y me prometió que a nuestro regreso Lola ya no vol- resa en Moscú, tenía la paz de espíritu necesaria para prepararme
wería a aparecer en casa. Teresa y yo pasamos los meses de invier- y rendir los exámenes en la primavera siguiente. Después de ha-
110 en Moscú , donde ella se sentía mucho mejor que en Odesa. ber obtenido el permiso del Ministerio de Educación, y una vez
E l clima cont in ental de la c iudad parecía mucho más benigno pa· que mi mujer y yo regresamos a Odesa, aprobé los exámenes na-
1;¡ los resfríos y bronquitis qu e permanentemente la aflig ían que cionales en Derecho en la Universidad de Odesa.
el clima suave pero maríti mo de Odesa. Como los exámenes que había rend ido en años anteriores ya
A Teresa le entus iasmaba el Kremlin, con sus antiguas igk- no eran válidos , tuve que rendir por segunda vez las mismas ma -
sins y torres, y le gustaban incluso los cuervos que d escribían círcu- terias. En total rendí examen de dieciocho materias diferentes, lo
los por encima de ellas. Le p areCÍ:l que armonizaban con el paisa- que representó u n verdadero esfuerzo. Pasé muchas noches estu -
je y le daban vida. Con frecuenc ia íbamos al Teatro de Arte de diando, bebiendo cualquier cantidad de café fuerte y muchas ve-
J\loscú , que a Teresa le gustaba mucho. En realidad, poco después ces sin dormir más que una hora o algo así. Recuerdo que pocos
de haber llegado a Odesa mi mujer había empezado a estudbr días después de haber aprobado con éxito los exámenes me atacó
ruso con gran dedicación y persistenc ia, y había ll egado ya al pun - repentinamente un insoportable dolor de cabeza que sin embargo
to en que podía seguir fác ilmente la acción en el escenario. E n no tuvo consecuencias graves.
J\fo.-;cú redobló sus esfuer zos, de modo que cuando regresamos a Yo no era en modo alguno el único externo que rendía exá-
O desa para la primavera ya podía mantener con relativa facilidad menes en la Facultad de Derecho de Odesa en 1915. En ese mo-
.una conversación en ruso . mento regía en las escuelas y universidades rusas el nume!'tls clau-
Yo no había abandonado la idea de graduarme en Derecho y sus, y los judíos no podían pasar del diez por ciento de los estu-
<.le obtener el diploma para ejercer, por más que hubiera intcrmrn- diantes. Por lo tanto pod ía suceder que aunque se hubiera gra-
11iclo mis estudios en la facultad en la primavera d e 1908, cuando duado en un secundario humanista, un joven judío no pudiera con-
había ido a Munich a ver al profesor Kraepelin. El curso normal tinuar sus estudios en una universidad rusa porque la cuota del
de Derecho en una universid ad rusa duraba cuatro rlños, después 10 % de jud íos estaba cubierta. Podía sortear el obstáculo estu-
de los cual es se podían rendir los exámenes nacion ales; una vez diando en alguna universidad extranjera y rindiendo luego exá-
aprobados, uno tenía los mismos atributos que un abogado de menes como externo en Husia. Si aprobaba los exámenes ele Dere-
Austria o de Alemania. Pero si uno no había completado los cuatro cho obtenía su diploma para ejercer la profesión de abogado en
años, como en mi caso, o había es tudiado en e l extranjero , se toda Husia, pero seguía estando excluido de los puestos d e la ad-
podía igualmente dar los exámenes nacionales como "externo", ministración pública. E n la Husia zarista el antisemitismo no se
tal como se decía , con lo que se alcanzaban los mismos derechos dirigía contra la "raza judía'', como suced ió posteriormente en la
y el mismo diploma que si uno hubiera estudiado los cuatro afios Alemania de H itler, sino más bien contra la religión judía. Si un
en una facultad de De recho msa. La condición era haberse gra- judío se bautizaba y abrazaba la fe ortodoxa, ya no se le aplicaban
duado en un _secundario humanista ruso y ha her aprobado allí los las restricciones de los derechos judíos ni el numerns claus11s.

118 119
~• :
A nuestro regreso de Odesa, como nuestra casa había sido ~í; haber cumplido con su deber de madre y haber sacrificado a Elsa
declarada terreno vedado, Lola no volvió a aparecer y únicamente . ·~;
por mí.
Sacha venía de vez en cuando a verme. Así y todo, la relación ••1
Hacia fines ele 1916 la crisis interna de Rusia fue agu di zán-
entre Teresa y mi madre nunca llegó a mejorar. dose cada vez más. Era públicamente sabido que Rasputín presio-
Durante nuestra ausencia mi madre se había apegado más naba para conseguir un tratado ele paz por separado con Alema-
aún a su hermana, a Sacha y a Lola y solía pasar casi todo el tiem- nia, que su influencia sobre la zarina iba en aumento y que desig-
po con ellos. Como yo siempre me había entendido muy bien con naba y destituía discrecionalmente a los ministros del gabinet~.
mi madre, ese alejamiento me causó mucha pena. La situación se Asesinado por el príncipe Yusupov, su muerte fue el punto d~
agravó cuando Teresa tomó a una anciana señorita ele origen ale- partida de los sucesos que siguieron. Poco después del asesinato de
'mán como compañera y profesora de rnso. Esa mujer, herida por Rasputín, Kerenski pronunció un discurso en la Duma, acusando
la atmósfera general predominantemente antialemana, no era lo públicamente a la zarina de simpatizar con Alemania. Había es-
más indicad o para suavizar los sentimientos entre Teresa y mi tallado abiertamente el con fl icto entre el gobierno y la Duma .
madre.
El gobierno exigió que Kerenski foera sometido a juicio, pern .
Me sorprendió observar lo bien informada que estaba Teresa la Duma lo respaldó y se negó al juicio esgrimiendo su inmunidad
de todo lo que sucedía en el otro campo. Jamás se cansaba de citar como diputado. No se quer.ía que nadn de eso se publ icara, y el
las observaciones hirientes con que mi madre se había referido a periódico de Odesa aparecía con grandes columnas en blanco, de
ella, de hablar de los regalos que le hacía a Lola y cosas semejan- modo que nadie supiera lo que sucedía realmente en San Peters-
tes. Todos mis esfuerzos por convencerla de que no tenía sentido burgo. En el término de unos días nos enteramos ele que el zar
prestar atención a esas cosas y demorarse constantemente en ellas había sido destronado y de que se había formado un gobierno pro -
fueron inútiles. De nada sirvió tampoco que le señalara que mi visional constituido por miembros de la Duma con Kerenski a la
madre le había dado a ella, a Teresa, presentes más costosos para cabeza.
las fechas importantes, entre ellos piezas valiosas de su propia
colección de alhajas. E incluso cuando Teresa se portaba bien. y Como es bien sabido, en el otoño de 1917 est alló la Revolu-
ción de Octubre y Kerenski huyó al extranjero. A fines de otoño
contribuía juiciosamente al mariejo de la casa, lo único que con-
de] mismo afio se esperaban conflictos armados en Odesa.
seguía era agregat leña al fuego, pues mi madre Jo consideraba
como una intromisión en sus dominios, por más q ue ella misma Me habían aconsejado que no me aventurara clemasiado le jos
no se preocupara demasiado de los asuntos domésticos y dejara en la ciudad. Pese a ello un día fui a visitar a unos ami~os que
todo en manos de nuestra ama de llaves, qu e tampoco era dema- vivían bastante alejados de nuestra casa. Cua ndo emprendí el re-
siado eficiente. El entretenimiento favorito de mi madre era la greso me impresionó ver cómo hahía cambiado la c iudad en tan
lengua inglesa, a la que se consagró con gran dedicación durante breve tiempo. Las calles se habían vaciado ele pronto y todas las
muchos años y cuyo dominio se había fijado como meta. puertas estaban firmemente cerradas; era pavoroso caminar por
No tardé en abandonar el intento de restablecer la paz do- esa ciudad desierta. Por último llegué a una calle que corría para-
méstica, ya que tanto mi madre como Teresa consideraban mis lela a la nuestra y de la cual, para llegar a rn1 es tra casa, hab ía que
esfuerzos como prnebas de parcialidad hacia la respectiva rival, salir ya fuera hacia la. derecha o hacia L1 izq11Í('rtla. Al obserrnr b
lo que no hacía más que empeorar las cosas. Para completar todo, calle me aterrorizó ver que estaba bloqueada a ambos laclos por
los familiares de Teresa nos hicieron saber que -así se plantearon hombres armados que habían tornado posiciones a ckrC'cha e iz-
las cosas en ese momento- Eisa había enfermado de neumonía quierda y en ese preciso instante abrían el fuego. Fn 1111 primrr
y la habían llevado a un sanatorio para enfermedades pulmonares. momento no supe qué h:lcer. Después se me ocurrió <¡u e a unos
Teresa reprochaba a los parierites en cuya casa vivía Elsa el no cien metros hacia la izquierda hahí:t 1111:1 p('qneña entrada a un
haber cuidado bien a la niña, y ;se torturaba reprocl1ándose por no jardín. Recordaba que Sacha me había dicho que a veces la puerta

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{1uedaba abierta y que mediante ese atajo era posible llegar di- ra. En tales circunstancias no era de extrañar que el único deseo
r ec tamente a nuestra calle atravesando el jardín. de Teresa fuera obtener lo más pronto posible una visa para Ale -
¿,Correría el riesgo de ir hacia la izquierda y encontrarme mania. La cosa no era tan fácil como pensamos en un primer rno·
<"on r¡ue la puerta del jardín estaba cerrada? ¿No sería una locura mento y pasaron semanas y semanas antes de que Teresa fuera
,wanzar así, entre las dos líneas de fuego? 1lamada al consulado alemán.
En mi situación, tenía que ser fatalista, de modo que crucé ia Nos dirigimos allí y presentarnos las cartas del m éd ico. En el
calle p:i.ra lela y doblé a la izquierda. Las balas pasaban zumbando consulado me preguntaron si yo tamb ién solicitaba un permiso de
j11nto a mis o íd os, pero seguí andando con paso firme, llegué a la entrada. Aunque originariamente no lo había pensado, r espo ndí
puerta del jardín y torn é el picaporte. La puerta cedió y un mo- que sí porque entonces podría visitar a Teresa y a E isa en Fri-
mento más tarde estaba e n el jardín. Sa tisfecho de haber atra- burgo. Tan pronto como los papeles de Teresa estu vieron en orden,
\ l'sado sano y salvo la lluvia de balas, pude dirigirme pacíficamen- ya nada se oponía a q ue partiera a reunirse con Eisa. La acom-
te a cas<i. pañé hasta Kiev, desde donde siguió sola v iaj e a Alemania.
Teresa salió de Odesa en setiernbr~ de 1918. En noviembre
del mismo año se produjo el total colapso militar de los Irnpt>rios
Centrales. El atamán huyó a Alemania y las unidades milíLues ale-
En la primavera d e 1918 las fuerzas alemanas y austríacas en- manas y austríacas se desintegraron. Día a día se veían cada vez
traron en Odesa. Los Imperios Centrales declararon Estado inde- menos austríacos en las calles de Odesa, ya que oficiales y solda-
pendiente a Ucrania y pusieron a su cabeza un supuesto atamán. dos procuraban regresar a su país lo más rápido posible, lo que no
E se título se remo nta ba a los tiempos antiguos en que los cosacos era cosa fácil en vista de las comunicaciones perturbadas.
elegían a los atamanes corno jefes de sus territorios. L os antiguos Pronto aparecieron en Odesa los ingleses y los franceses. Los
estados cosacos eran est ructuras políticas bastante endebles, que se aliados encargaron de la ocupación a Franc ia , y en el puerto de
(' ll Contraban continuamentC' en g uerra con sus vecinos, hasta que Odesa anclaron los buques de guerra franceses. Corno Polonia ha-
tNrn inaron por formar parte del gran Estado ruso, al que e staban bía recuperado la independencia, se veían también uniformes po-
ligado> por la cultura nacional y la Igles ia ortodoxa. lacos, ya que muchos hombres de esa nacionalidad prestaban ser-
Se mantuvo un cauteloso si lenc io respecto de los derechos vicio como voluntarios en el ejérc ito poh1co.
c onstitucionales q u e le cab ían al atamán. Sin embargo, el asunto Durante algún tiempo, cada vez que iba a la ciudad, solía en-
no crn important e , ya r¡uc todas las funciones ejecutivas hab ían de contrarme con un robusto cap itán o coro nel polaco que se distin-
q uedar en manos d e los Imperios Centrales. En cuantó al propio guía por sus patillas blancas. Hab ía en él algo afeminado y cami-
:ttanün, el ig ieron a un hombre que descendía de un persona je naba contoneándose como 1111 pato , lo que me hacía reír cada vez
históric-o, un conocido general u cran iano que había llevado el mis- que lo veía.
1110 t ítulo. Los alcnwnes ocuparon K iev, en tanto que Odesa y el
su r q uedaban e n pode r de los austríacos.
M ientras tanto la enfe rmedad pulmonar de Eisa se había
agravado mucho. L a niña estaba ahora en 1111 hospital para tuber- Nuestra fortuna estaba cas i totalmente inver tida en títulos del
c11 losos, en Friburgt> ele Brisgovia. Le habían practicado un neu- gobierno, depositados en la agencia ele Odesa del Banco Estatal
motórax en e l pulmón izquierdo, sin conseguir el resultado de- Huso. Un incendio destruyó los títulos. Además habíase iclo produ-
sendo. Eisa quería que su madre se reuniera con ella tan pronto ciendo una constante devaluación de la moneda. En el momento
como fuera posible, y recibimos también una carta del médico di- de la ocupación germano-austríaca se había creado una moneda
recto r del hospital en la que nos informaba que el estado de la niña ucraniana independiente, de la que se esperaba que perdiera rápi-
era grave y aconsejaba que su madre fuern a reunírsele sin demo· <lamenle su valor. La herencia que me había dejado mi padre se-
,,
;,t ,

122 12.'3
.:~ ·como yo ne: sabía nada de negocios y en. vista de la buena fortuna
guía sien<lo administrada por mi madre, pero yo había invertido
en hipotecas la mayor parte de lo que había recibido del tío Pe··
con que había jugado en Ginebra, la única "inversión" adecuada
cho. Ahorn mis deudores, aprovechando la devaluación del dinero, en mi caso sería el baccarat.
i¡ Cuando estu ve en Ginebra con el doctor D. había sido la pri-
estaban ans iosos por efectuar pagos considerables. Como es frc- ·:
,mera vez que ponía los pies en un casino. Nos habíamos detenido
c11enle du rante una guerra y después de ella, algunas personas
·en una mesa de baccarat, donde había tanta gente que al principio
perdían su dinero y quedaban re<lucidas a la pobreza debido a la
tuvimos que conformarnos con el papel de espectadores. La ban-
inflación, al mismo tiempo que uno veía formarse ante sus ojos uni:a
ca estaba en manos de un caballero delgado y de edad , que ganaba
clase de 11011vea11x richcs . Para mí era un enigma, dada la escasez
incesantemente.
<le artículos de consumo, cómo era posible comprar y revender in-
mediatamente furgones enteros de bienes, y que tales operaciones "Un alemán que no habla francés", comentó en voz baja al-
fueran realizadas por gente que, hasta donde yo sabía, no contaba guien que se hallaba próximo a mí. Efectivamente, el caballero
con medios ni con experiencia comercial. Estaba muy preocupado -estaba ahí sentado sin decir una palabra; mantenía la corrección
por la creciente inflación y me exprimía el cerebro pensando de su porte, pero de vez en cuando no podía reprimir una sonrisa
cómo invertir el dinero recibido de mis deudores. Como nada de satisfacción. Como seguía ganando, la gente que rodeaba la
sabía de negocios intenté buscar el consejo de comerciantes y ban- mesa empezó a d isminuir. El alemán parecía realmente tener una
queros, pero no encontré más que respuestas evasivas. Ya que suerte fabulosa y pronto no quedó casi nadie c¡ue quisiera seguir
con los expertos no podh~ llegar a ninguna parte, decidí hablar el juego con él.
del asunto con el doctor D. En ese momento el doctor D. me susurró: "Siéntese a la me-
A comienzos de Ja guerra el doctor D. se había ofrecido como· sa, que éste es el momento".
Vacilé un momento, pero seguí el consejo. Mientras tanto, to-
voluntario para prestar servicios en el frente como oficial médico,
dos los demás se habían retirado del juego y yo tuve que jugar
aduc iendo que "un psicoanalista tiene que haber pasado por to-
solo contra el alemán. Result6 que el doctor D. tenía razón. En el
do". C uando al volver a Viena me encontré con el doctor D. con.
momento en que yo empecé a jugar, la suerte se volvió en contra
uniforme militar y completamente afeitado, su aspecto era tallil di-
del alemán: él perd ía y yo ganaba. Su rostro fue poniéndose cada
ferente que me pareció un com¡>leto extraño. De nuestros días pa-
vez mús sombrío, pero no obstante no se retiró. Cu ando yo le ha-
sados en Viena lo recordaba con una barba rnbia y rojiza, que fo
bía sacado casi todo lo que ,ganara anteriormente, se levantó brus-
hacía parecer más menudo de lo que era, y siempre vestido con
chaqueta negra y corbata blanca. camente y se retiró de la sala.
Varías veces más concurrí al casino con el doctor D., y si b ien
Cuando Teresa y mi madre reñían, yo había tenido necesidad no hice apuestas tan elevadas como la primera vez, volví a ganar,
de confiar en alguien y había recurrido al d octor D., que había de modo que no tenía duda alguna sobre mi suerte para el juego.
tomado part ido con Teresa. La llamaba '1a Tatíana alemana", püli"
Desde ese viaje no había participado jamás en una partid a
el personaje ele Tatiana en la obra de Pushkin Eugenio Oneguin.
de naipes. Ahora, el doctor D. y yo fuimos a un club de juego que
En <:'Se momento decidí consultar al doctor D . respecto de mis él solía frecuentar. La primera visita y 1a siguiente conf irmaron
in versiones. Me encontré con que su aspecto había sufrido un que , :11 parecer, mí suerte de jugador no me había abandonado.
nuevo cambio; t1saba una raída chaqueta vieja de soldado, de fa Como también se jugaba en casa del abogado N., amigo del doctor
que al parecer no podía separarse. Estaba dejándose otra vez la D. , y el hecho de tratarse de un lugar privado nos Jo hacía más
barba, que llevaba sin recortar, y que junto con el pelo formaba atract ivo, empezamos a concurrir allí y no al club. También allí
nna orla en torno al rostro, desde el cual un par de ojos interro- gané, lo que me convenc ió totalmente de mi buena estrella. Una
gantes y un tanto desaprobadores lo miraban a uno fijamente a· noche jugamos hasta las dos de la mañana y, corno era habitual,
través de espesos cr istales. Como el doctor D . siempre tenía, pol!' .tuve suerte y doblé el monto con qu e había iniciado las apuestas.
;isÍ decirlo, una respuesta "preparada", me aconsejó sin vacilar que,
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124

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1
Como ya era tarde estábamos a punto de retiramos, pero el señor
N. quiso seguir jugand o. En ese momento se acercó a nuestra mesa tando al destino. Por último abandoné completamente rni pasió111
1
1
un tal doctor Sch., que se detuvo allí y siguió atentamente nues- y me curé de ella de una vez por todas .
tro juego. Yo apenas si lo conocía; lo único que sabía era que te- Habían pasado ya varios meses desde que Teresa partiera pa-
nía reputación de eficiente hombre de negocios y de tener siempre ra Alemania. Como el servicio postal entre Odesa y Alemania esta-
suerte y buen éxito en sus diversas empresas comerciales. No pue- ba interrumpido, las noticias de Teresa .s ólo me llegaban cuando
do decir por qué, pero la presencia de ese hombre se me hizo ex- ella encontraba alguien que viajaba a Odesa y que se aviniera a
tremadamente desagradable. De pronto me abrumó un sentimiento traer una carta, lo que sucedía muy de vez en cuando. Las noticias
de inseguridad. Al principio no era más que una vaga premonición de las cartas eran muy desalentadoras . Eisa empeoraba y •lpenas
que pronto se convirtió en la certeza de que el doctor Sch. iba a . si había alguna esperanza de salvarle la vida . Teresa me chcrihía
traerme mala suerte. No tenía más que un deseo: que se alejara también que estaban acabándosele los fondos, pero no hahí :l 111:1 -
de allí lo más pronto posible. Pero e l doctor Sch. parecía cada vez nera de enviar dinero a Alemania, ele modo que decidí viajar a
más interesado e n nu estro juego. Cuando pidió que se le permi- Friburgo de Brisgovia.
tiera intervenir, inmediat amente se produjo el giro que yo había Tenía ya permisos de entrada para Alemania y para Austria.
tem ido: el doctor Sch. me ganó una puesta tras otra y me retiré pero como q11c ría ir a Aleman ia vía Bucarest y Viena necesitaba
perdiendo varios miles <le rublos. asegura rme no sc'Jlo el permiso de salida sino también un:1 vi-,a de
Volví a casa profundamente deprimido, con la sensación de tránsito para Rumania. Después de muchos esfuerzos conseguí
que mi suerte para el juego se había acabado . ]\fo acordaba ele ambas cosas.
Ginebra; los hechos se re petían, sólo que al revés, pensé. Necesitaba proveerme ele los fondos nf'cesarios par;1 el \' i;lje.
Al día siguiente recuperé el equilibrio. ¿Qué poderes mágicos Como iba a Austria y a Alemania, me aconsejaron que llevara con -
teFJÍa el doctor Sch. para privarme de mi suerte en el juego? l\:fe migo moneda de ·esos países. E l consr jo puede haber siclo hi e n in-
consolé con la reflexión de que, después ele todo, cualquier juga- tencionado, pf'ro ta mbién es posible que me lo dier;ln porq11e lns
dor tiene que estar preparado para perder alguna vez. Me embar- bancos q uerían librarse de la moneda de los países que h abían
gaba el único deseo de demostrarme :=1 mí mismo c¡ue el episodio perdido la guerra, para cambiarla por dólares o por libra s ingl c~as,
del doctor Sch. no significaba nada en realidad. Para demostrarlo en constante ascenso. Como nada entendía ele esa-; cosas. seg11 í
tenía que recuperar el monto que él me había ganado v ele ahí en el consejo de los banqueros y compré coro nas austrÍ;1cas v 111:irco<;
adelante, sin duda, mi suerte volver ía a cambiar. alemanes en igual cantidad.
Dejé de ir a casa ele N. porque no quería encontrarme con el Odesa estaba casi cornplctarnrntr aislada ele los ln:iperitls Cen-
doctor Sch. y habín muchas otras oportunidades de probar suerte. trales, ele modo q ue ignnr:'1 hamos c 11 rp1é cond iciones ~stahan \lc-
En la incertidumbre del momento, nadie sabía lo que le depararía mania y Austria. !\'os dijeron, por rjcmplo, quC' en \'le11;1 haliÍ;\• t
el día siguiente, de manera que, en esa época , en Odesa la gente estallado disturbios, qu e toclo C's taha patas arriba y q11c l1ahía t¡lll'
vivía al día. En todas las esquinas brotaban como hongos los C'a- via jar con lo es trictamente IH'cesa rio. :\ 1i primer dl'stíno era d
sinos y casas de juego. puerto rumano ele Consta nz.a, snhre e l 1\Iar Negro, acloncle ll eg·1-
Sin embargo, desde esa funesta velada en casa de N. me per- ría con un buque francés ck pasajeros, el Euphrat. La partida ,;e
siguió la mala suerte. C ada vez regresaba a casa con la billetera postergó en varias ocasioncs , pero finalmente nos an11nciarnn q11 c
vacía, y poco a poco me acostumbré a considerar la mala suerte la fecha fijada era ahsolutamente segura.
como un hecho inalterable de mi vida. Me despedí ele mi madre y salí ele casa con 11na \'ali_iita. l\li
Después de que mis pérdidas alcanzaron proporcio1ws bas- primo Gregor, q11e se había mantenido al 111argen d<' Jo-; d esac 11 cr -
tante considerables, empecé a tener la sensación de que el juego dos entre mi madre y Teresa. fue PI único q11e fu e al nrnelle a clc,;-
era algo que no rendfo y me elije quc no tenía .-;cntíclo segu ir ten- pedimie. Esa vez. el Yapor salió rPalmenlC' dPl p11C'rto a la horar
establecida.
126 1·11

127
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.~

A bordo había algunos griegos que se dirigían a Atenas, unos Dado que no podía llegar a ninguna parte con el oficial de
oficiales franceses que regresaban a Francia, dos caballeros del policía, terminé por pedirle explícitamente que nos llevara ante
consulado rumano en Odesa y un comerciante de esta ciudad, de un superior. Pareció ablandarse un tanto, y al día siguiente, cuan-
apellido W. Poco antes de llegar a Constanza, W. me dijo con- do volvió a aparecer, se demostró dispuesto a hacerlo. Como
fidencialmente que había oído comentar que al desembarca,r en Humania estaba bajo la ocupación francesa, el que tenía que
Cnnstanza nos confiscarían tanto el dinero ruso como el austríaco, decidir el caso era el control de fronteras francés.
ya que estaba prohibida la importación de esas monedas a Ruma- El oficial de policía nos llevó camina ndo hasta la estación
nia. ¿Qué podía hacer? La mitad de lo que tenía en efectivo eran lrnnce~ a ele control ele fronteras más próxima. \V. y yo presenta-

coronas austríacas. No tenía mucho tiempo para pensarlo y rápi- rnos nuestros papeles al oficial francés que estaba a cargo de la .
damente decidí entregarle mis coronas austríacas en custodia a misma y que los encontró en perfecto orden. Como yo no sabía
un oficial francés, p idiéndole que después me las enviara a Ale- rnmano, no entendí qué fue lo que le d ij o al oficial de policía.
mania. ¿A cuál de los oficiales podía dirigirme? Terminé por elegir Evidenlc rn entc k ordenú 'lll t' nos dei<1ra en paz y que no estor-
uno de edad madura que me parecía el más digno de confianza. bara nuestros movimientos. El resultado de la entrevista fue que
Me enteré de que en Ja vida civil era ejecutivo de una firma de el oficial de policía tomó nuestras valijas con ambas manos y nos
confecciones de París y el saberlo reforzó mi elección. El se mostró condujo presurosamente fuera del área de control del puerto.
inmediatamente dispuesto a satisfacer · mí pedido y le entregué Un momento después había desaparecido , sin examinar nuestro
el dinero. Después de desembarcar en Constanza nuestros pasa- equ ipaje ni preguntarnos con qué dinero entrábamos al país.
portes fueron examinados. Los dos caballeros del consulado rn- pe haberlo sabido antes, podría haber conservado mis corona5
rnano, que tenían pasaporte diplomático, pasaron sin dificultade~. .. austr íacas, qnl' estaban ahora en viaje a Francia, donde deberían
En cambio, W. y yo fuimos detenidos en custodia por la policía ser declaradas ante las autoridades, de quienes dos años más tarde
ruma na. Nos explicaron que las visas otorgadas por el consulado conseguí <1u c me fueran devueltas. Debid o a la devaluación casi
rumano no eran válidas y que los ciudadanos rusos, tuvieran o total que había sufrido en ese lapso la moneda austríaca, la
no tuv ieran visa, debían ser devueltos a Rusia sin demora. Nos suma me alcanzó exactamente para pagarme 11n almuerzo.
mostraron un pequeño buque de vapor en el cual se suponía que \\'. y yo , que no est(lbamos preparndus para un éxito tan
vol veríamos a Odesa en el término de dos o tres días. De nada completo, nos sen timos llenos de alegría al poder movernos libre-
~irvieron nuestras protestas. Una pila de heno que había sobre el mente en Cons tanza. \\'. conocía la ciudad, en la cual se quedó,
muelle nos sirvió de alojamiento para la noche; un guardia arma- dicho sea ele paso, el e modo que le dejé que eligiera hotel para
do se apostó en las inmediaciones y nosotros deb íamos mantener- pasar fa noche. Al día siguiente, después de haberme despedido
nos en todo momento al alcance el e su vista. de mi compañero a·e viaje y camarada de tribulaciones, seguí
Como la mayoría de los rumanos, el oficial de policía habla- viaje a Bucarest. Todo el país, desde Constanza a Bucarest, hacía
ha francés, de modo que pude comunicarme bastante bien con pensar en un enorme campamento militar; por todas partes se
(~ l. Pero todos mis intentos de convencerlo de que la policía ruma-
veían tropas rumanas y francesas.
it.;t no podía de ninguna ma nera ignorar o revocar las instruc- Bucarest me hizo bastante buena impresión, por lo menos el
c iones ele sus propios representantes en el extranjero estuvieron centro de la ciudad. Por algo la llamaban "Pequeña París". Había
condenacbs al fracas o. De tal manera, \V . y yo seguimos cami- edificios hermosos, elegantes negocios y un denso tráfico calle-
nando por el muelle sin alejarnos demasiado del guardia o nos ten- jero. En realidad su aspecto era mucho menos atrayente si uno
d irnos sobre el montón de heno a deplorar nuestro destino. Como se alejaba del centro. Al día siguiente a mi llegada me encontré
~ 1fortu11adamente el tiempo era bueno y cálido, no nos importó de- con un conocido mío, por quien supe que dos o tres días después
masia do tener que pasar la noche al aire libre. ele mi pa rtida los franceses habían evacuado Odesu y el Ejército
Rojo había entrado en la ciudad.

128 129
,),
·-_..,~"~ ....
y me obsequió' un ejemplar de Sammlung lde'ilwr Schrifte11 ~ur
r Me enteré de .que en Bucarest funcionaba una comisión inter-
aliada cuyas decisiones respecto de quién podía o no salir de
Neurosenlehre (Colección de escritos breves sobre la teoría de
las neurosis), ; publicada en 1918, con una <ledicatoria de su puño
Rumania eran definitivas. Yo tenía que presentar mis papeles
y letra (fechada el 21/4/19). Cuando llegamos a habbr Lle los
1 a esa comisión. Las dudas me acosaban. ¿Cuánto tardaría la comi-
sucesos de la guerra, Freud observó que teníamos "una actitud
sión interaliada en decidir sobre mi caso? ¿,Y qué iba a hacer
equivocada hacia la muerte", de lo cual tuve que inferir que él
en Bucarest si me negaban la autorización para ir a Alemania'.l
veía esas experiencias clcsdC' un Angu lo totalmente d iferente dC' l
Descorazonado, vagaba por las calles.
habitual.
Pasadas dos semanas recibl una comunicación de la comisi(m
Desde Viena, donde la escasez de al imentos era espantosa, me
interaliada: estaba en libertad de seguir viaje. Por fin estuve junto dirigí a Friburgo de Brisgovia, adonde llegué el 19 de mayo dé'
al tren que iba a llevarme a Viena. Para mi sorpresa, frente al
1919 en medio de una espesa tormenta ele nieve. Por fin volví;\ a
mismo coche vi al capitán o coronel polaco a quien con frecuen- ver a Teresa y a Elsa. Fue una gran conmoción ver qne Teresa,
cia había encontrado en Odesa y que se ponía tan en evidencia que hFLbía salido de Odesa con su C'splénclido cabello 1wgrn. lo
por sus patillas blancas y su tonto comportamiento. Con él 0sta- tenía ahora blanco como la nieve'. \l n y hondamente dehía ele ha-
ba otro oficial con uniforme polaco. Inmediatamente nos pusimos
berse '.lflig.ido por Elsa para que semejante cambio se prncl1 1jera
a conversar. El primero se presentó como el coronel de la T., y el
en tan pocos meses.
otro, a quien yo veía por primera vez, tenía apellido polaco. Pese a las protestas ck los médicos <JllC le advertían <:'! peli-
Ambos habían sido oficiales rusos y no hablaban otrn lengna q11c
gro de un contagio, Teresa insistía en compartir la habitación
la rusa. Nos sentamos juntos en un compartimiento donde viajah::i.
de Elsa en el hospital donde ésta se encontraba. Así lo hizo h;\St'.l
también una joven francesa que era profesora de francés en Bu- las últimas horas de la niña, consiclcrall(]o que tnl era su clehcr
carest. Como, pese a su fant{tstico apellido francés, de la T . no
de madre.
sabía una palabra de esa lengua, tuve que hacer ocasionalmente dC' En cuanto a Eisa, como a mcnucln SllC'f'Cle con los pacientes t\c
intérprete en la conversación que mantuvo con la jov<>n francesa. · tuberculosis, no se daba cuenta de la graveclnd ele .s11 estado v
Me resultó muy divertido que de pronto de la T. me pidit'ra (!118 seguía esperando que se recuperaría. Observé que era efusiv.t
le preguntara a la dama francesa si estaba dispuesta a casarse con y se interesaba por todo lo que la rodeaba. Pese n s11 crncl enfer-
él En caso <le que así fuera, debía hacerle saber su clirección medad, fue si.empre bondadosa y amable con to<lo el rnunclo :'
en París <le modo qu e pudieran encontrarse para combinar los todos la querían en el hospital. Eisa y yo nos habíamos enten-
detalles de la boda. La dama francesa a quien le transmití b dido muy bien desde el pr imer momento y, como ella me admi-
propuesta de matrimonio la aceptó encantada y' con 111):1 seduc- raba y me quería, se alegró mucho ck q11e hubiera llega<lo a
tora somisa, entregó al coronel un papel en rl que había escrito
Friburgo.
su dirección en París. A medida que nos acerdtbamos a Viena el
Cuando le pregunté al médico <JUe dirigía el hospital si había
coronel fue poniéndose cada vez más serio y por último me dijo
alguna posibilidad de salvar a Eisa, me dijo que había que aban-
que había estado todo el tiempo observando a la francesa y rpte donar toda esperanza. Eisa murió dos meses y medio después ele
en ella había cosas "diversas" que no le gustaban. Es decir que y•1 mi llegada a Friburgo. Hicimos llevar su cuerpo a Munich y b
tenía que darle a entender con el mayor tacto posible que la pro-
sepultamos allí.
puesta de matrimonio había sido retirada. Intenté hacerlo con la Ahora empezab<rn, para Teresa y para mí, !ns vieisitucl('~ el e
mayor delicadeza, pero la dama entendió al instante que el m.1-
la vida en el exilio.
trimonio no había de concretarse y su rostro asumió una expresión
desilusionada y triste. l Se trata ha evi<lenternenlc de Sammfung kleirier Schrifte11 :wr Ne11rvsenle/1re.
Me quedé unos pocos días en Viena y aproveché la oportuni- Vierte Fo/ge, p11hlicach en 1918, que conteni::i LI H istoria de una 11e1iro1·;s
dad para visitar al profesor Freud. Se alegró de volver a venne Infantil.

:1: 1:11
130 ~);,

:t.
n¡'
La vida cotidiana
·,i
;;·~
1919-1938

Cuando visité al profesor, F reud en la primavera de 1919, de


paso p;tra Friburgo, estaba' de tal modo satisfecho con mi estado
mental y emocional que jami1s se me habría ocurrido la pmi-
bilidad de necesitar más tratamiento psicoanalítico. Pero cnando le
relaté a F rc11 d todo lo q ue me fue posible sobre mi estado aními-
co durante los años transcurridos desde que part í de Viena, consi-
deró que había aún un pequeifo residuo de material no analizado
y me aconsejó que volviera a an alizarme por breve tiempo con
él. Acord amos pues que en el oto1'ío yo regresaría a Viena con
ese fin , Teresa y yo pasarnos el resto del verano en el Lago <le
Constanza, cerca de la pequeüa ciudad alem.a na ele Lindau, y vol-
vimos a Viena a fines de setiembre. Pero cdmo sucede a menudo
con un tratamiento ps icoanalítico, mi nuevo anúlisis fue prolongán-
dose más y más, y hasta la Pascua de J 920 no me comunicó
i,~J,~ . F reud que lo consideraba terminado.
En este momento debo retroceder hasta un pequeii.o episo-
d io del verano ant erior, que e n su momento había pareci<lo ins ig-
nificante, pero que resu ltó tener importantes consecuencias para
mi vid_a posterior. I\lientras estaba en Friburgo, viviendo en una
pensión, trabé amistad 'con un estud iante de la Univei-sidad de
Friburgo. El apellido del joven era el mismo q1w t•I de un cono-
cido profesor vienés. Stipongamos <1u e se llam:1ra '\fcyer, aunque
en realidad el apellido era muy diferente. Cu ando le elije al estll-
<liante que mi mujer y yo iríamos a Vie 11;1 en otofio, me dijo que !

1.1.'3

J
'~)'. '

·,', ·11

r el profesor l\ieyer era su tío y me pidió que fuera a verlo para


t rasrnitirle sus saludos.
En Viena busqué la dirección del profesor Meyer y fui a vi-
Me sorprendió agradablemente que me dijera que si b ien no esta-
ba vinculado con los bancos ni con la industria, tal vez podría
encontrarme algo en una compañía de seguros.
sitarlo, llevún<lole saludos <le su sobrino, tal como lo había pro- Poco tiempo después recibí una carta de una compailía <le
metido. Grande fue mi desilusión cuando el profesor Meyer me seguros en la que me irúormaban que tenía concertada una entre-
dijo de manera inequívoca que no tenía sobrinos y que yo debía vista con el gerente general en el término de unos ' el ías. El gerente,
de haber sido víctima de un bromista. Como es natural, supuse que me recibió de manera muy amistosa , me dijo que planeaban
que en eso terminaría mi contacto con el profesor ~foyer, pero las darme trabajo estable, pero que primero debía trabajar eon e llos
cosas fueron muy diferentes. El profesor se tranquilizó y se con- como "voluntario" durante unos meses. En ese tiempo no recibiría
dujo de manera muy amistosa, y cuando me despedí de él me salario sino simplemente una pequeña cantidad de <linero como
im·itó a <1ue volviera a visitarlo llevando conmigo a Teresa por- reconocimento, pero me aseg11 rahan que pasado ese período me
que..: a sn mujer le gustaría con ocerla. contratarían en forma regular. Como es de suponer, yo estaba con-
Poco tiempo desp11és, Teres a y yo visitamos a la familia del tentísimo y acepté la oferta, ya que nuestra situación financi era era
profesor f\foyer. Su mujer e ra encantadora, e incluso Teresa, quien tal que apenas si podríamos haber pagado e1 alquiler si no hubiera
por lo común tenía dificultad para establecer contacto con la sido porque el profesor Freud, que tenía algunos pacientes inglf' -
· gente, no tardó en hacerse amiga de ella. ses, nos daba de vez en cuando algunas librns inglesas.
Volveré ahora a la primavera de 1920, momento en que ter- Un par de días más tarde empecé a trabajar como "Vüluntario"
miné mi segundo an{¡Jisis con Freu<l. Como todo el mundo sabe, en la compañía de seguros. Al principio era una especie de apren-
después <le la primera guerra rnun<lial se produjo una caída catas- diz a las órdenes del señor H., un funcionario de edad. I l. estaba
trófica en el valor de la moned a alemana y austríaca, lo que llevó siem()re de buen humor pero, en mi opinión, no siempre estaba
finalmente a un colapso total. Teresa y yo habíamos vivido en del todo fresco. Una vez apareció en la oficina de ánimo muy
una p·onsión vienesa durante tod o el invierno de 1919-1920, y de- juguetón, anunciando que el día anterior se había encontrado con
bid o a la devaluación de la moneda no me quedaba práctica- alguien que antes había sido su "bombón". "Cuando llegué a casa'',
mente nada del dinero que h abía traído conmigo de Rusia. Me vi continuó, "le dije a mi mujer: '¡Vieja, me alegro de haberme
pues obligado a buscar algún trabajo tan pronto como fuera posi- casado contigo!'" Y H. demostró con ambas manos lo gorda que
ble. Me dirigí primero a Freucl, pero como él no tenía vinculacio-
se había puesto su "bomboncito".
nn con la industri a ni los bancos, sus esfuerzos por conseguirme
trabajo no tuvieron éxito. H. hablaba siempre de su superior, el señor N., con el ma-
yor respeto . "Se puede aprender mucho de N.'', me dijo: "Si le
E l Imperio Austrohúngaro había quedudo reducido ul pe-
lleva usted algunos documentos para hacerle alguna pregunta,
qtH·1io territorio de Austria, y muchos austríacos que anterior-
siempre se acaricia el mentón con la mano derecha y le devuelve
mente liahían vivir.lo en otras partes del país afluían ahora hacia
los papeles sin decir palabra." Yo no estaba demasiado seguro de
Vie na. Allí es tab ,111 t::irnh ién los q11c habían sido oficiales del ejér-
que se pudiera aprender mucho así, pero tal vez el señor N. pen-
cito austrnhlingaro y q 11c ahora no contaban con medios de vida.
sara que la mejor fmma de enseñar era dejar que uno llegara a
En una palabra, era un momento en que la posibilidad de encon-
sus propias conclusiones.
trar trnbajo , especi alment e para un extranjero, era pr:¡cticamente
nula. Permanecí unas semanas con el señor H . y después me tras-
Mi última esperanza era el profesor l\leyer, cuya especiali- .1f, ladaron a la sección del señor N., que funcionaba en el sótano. En
dad ern la economía. Quizá él tuviera alguna vinculación comer- ese oscuro recinto había montañas de papeles polvorientos amon-
c ial que me permitiera encontrar trabajo. Me fui por lo tanto a tonados en los estantes. El señor N . era un personaje sombrío a
vrrlo y le pregunté si p ouía ayudarme a encontrar cualquier cosa. quien nunca vi sonreír, ni menos reírse. Llevaba siempre una

134 135
chaqueta mañai~,ra a la que le faltaba un botón en la espalda. La
. ~
atmósfera que reinaba en su sección era muy deprimente.
.J siempre nuevos artículos. Me satisfizo especialme nte un artículo•
en el cual yo demostraba que la definición del alcance de la cober-
Entonces tuve ocasión de comprobar que la descripción que . tura en las pólizas de seguro de responsa bilidad civil no sólo era
me había dado H . del señor N. no podía ser más exacta .. Una vez inadecnada, sino completamente errón ea, y quedé muy orgulloso·
que me dieron unos papeles que no podía entender fui a pedirle al de que nuestro gerente general me escr ibiera una carta felicitán-
señor H. que me los explicara. Automáticamente, su mano dere- dome por el artículo y calificando mi definición ele muy "exacta.
cha se deslizó sobre el mentón, me arrojó una mirada sombría y precisa ".
y sin decir palabra volvió a entregarme. los papeles, de modo que Únicamente después de haberme j11 hilado dese u brí por casua-
tuve que volver a mi escritorio sin haber conseguido nada. lidad ele qué manera el profesor /\feycr l1<1bía podido encontrarme
Después de haber pasado un mes en la sección del seiíor N. con tal rapidez trabajo en una compaiiía ele seguros. Me enteré
me pasaron a otras secc iones donde me encontré con gente más de que su mujer era hermana de un conocido profesor d e juri s-
joven y más cordial que contestaba gustosamente mis preguntas prudencia aplicada al seguro en \'if' na. En s11 calidad cJ p consulto1-
y me permitía hacer las tareas que más me interesaban. Por fin legal de muchas compañ ías de scgt1rns , al proíesor 11<1 1<' h1 e difí -
aterricé en la división de transporte, donde me sentí muy cómodo cil encc.ntrar trabajo para mí.
y donde me quedé. Por lo que toca a mi vida pcrsn11al dma nt e esa (·poca, ¡·] día
El director de ese departamento era un antiguo oficial de ma- más feliz del mío fue siempre para mí el dí.1 de come nzar mi 111cs
rina, hombre mundano y de mentalidad abierta con quien yo me de vacacione.s. Teresa y yo pasúbmnos si empre esa tempor<1da en
llevaba muy bien. Durante los casi treinta años que trabajé allí fue algún lugar de montaña, donde yo podía dedicarme a la pintura
mi único superior y el que realmente me respaldó. Después de dos paisajista. También en otoño, después ele haber regresado ele
años ya había llegado a la "clase de promoción acelerada", y se ·vacaciones, solía pasar algún dom ingo rn el campo, en los alre-
me consideraba uno de los funcionarios superiores. Por lo general dedore,; de Viena, pintando la luz otoi1a 1. D11r;1 tltC' lm domingo:;
se requerían varios años para llegar a esa clasificación. y feriados del verano hacíamos peq11c 1-1<b s:tliclas a SchCinhrunn ,
En la división de transporte se encontraba también un ante- a Crinzig o a algún otro lugar de las i111rn.·di:1cio1ws. para estar
rior colega de cuando nuestro jefe había estado en la marina, el al aire lihre por lo menos una vez por semana. En invi<'rno ckdi-
capitán L. Nos hicimos amigos y nuestra amistad se prolongó cábamos los domingos al teatro. que a Teresa scg11ía interc·,:1n-
incluso después de que ambos nos jubilamos. El hobby del capi- dole, o al c ine, de modo que nuestra vida se deslizaba por 1m
tán L. era la matemática y realmente se podía decir que conocía curso normal, sin n ingún acontec imi ento extraord inario.
la teoría de la relatividad de Einstein del derecho y del revés. Tod avíri a principios del desastroso a1'ío 19.38 parecí:imc <¡11 c-
Gracias a él yo también aumenté un poco mis conocimientos en esa vida calma y pacífica duraría siempre. :\Jo ten ía el 1mí.s kvc>
ese campo. El capitán L. murió hace unos años de cáncer del presenl imiento del juego crnel que el cJc,tino estaba jug;1rnh
pulmón. conmigo, ni de que muy pronto todo terminaría en tragedia.
Para mi desdicha, después de unos años se cerró la división
de transporte, y como los puestos en las demás secdones ya esta-
ban cubiertos, al principio no estaba seguro d~l lugar que me
asignarían. Fim1lmente le pedí al gerente general que me trasla-
daran al departamento de seguros generales, pensando que en mí
condición de abogado podría desempeñarme bien allí. En esa sec-
ción permanecí hasta jubilarme, en 1950.
En el año 1930 colaboré en un periódico que se ocupaba de
asuntos de seguros. Lo hacía con mucho éxito y me solicitaban

136 137
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El clímax
1938

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¡

Marzo de 1938 fue un mes desastroso, no solamente para Austria


sino para mi destino personal. ·
"¿Con quién crees que acaba de reunirse Schuschnigg?'', me
preguntó Teresa, que un momento antes había tomado el perió-
·dico.
"No tengo la menor idea."
"Con Hitler."
"Es lo último que se me habría ocurrido. Ahora hay que ver
·qué es lo que eso significa." 1
Durante los días que siguieron, la apariencia externa <le Viena
fue cambiando cada vez mús. Los nazis respiraban con más liber-
tad. Andaban sin impedimento por las calles , y pronto se vio que
la reunión de Schuschnigg con Hitler había echado a rodar las
cosas y que había que esperar graves consecuencias políticas.
Para controlar la difícil situación política, Schuschi1igg anun-
ció que se llevaría a cabo un referéndum. Todos los austríacos
tenían que votar por una Austria libre o bien por la anexión a
1a Alemania de Hi tl er. Has ta cloncle se podía evaluar la situación
en ese momento , habría parecido que el voto sería por una Aus-
tria libre.
Cuando volví a casa la noche anteror al día del referéndum,
quería escuchar un concierto que estaba anunciado por radio y
que debía ei11pezar en el término ele unos minntos, pero pasó largo
1 Esto se refiere en realidad a la reunión de Schusdmigg eon Hitler, el 1:2 :le

febrero ck 1938 en Berc-htesgaden.

139
rato sín que se oyera s011ido alguno ."Es raro", le dije a Teresa.
-única, ya que casi todos los que se oponían a los nazis cre ían qu e
"Debe pasar algo con la i'adio; no se oye nada. " De pronto apa- '''!/ .Hitler presagiaba la guerra.
reció la voz del locutor: "El Canciller tiene que hacer un anuncio
import~ nt e." En tonces habló Schuschnigg. Su discurso contenía Llegué incluso a tener la impres ión de <1ue Teresa, q ue era
la información ele que las fuerzas armadas de Alemania ya habían alemana de nacimiento, se enorgullecía de sus compatriotas, ya
atravesado la fron tera germano-austríaca y de que Schuschnigg, . oque en una ocasión destacó qu e los soldados alema nes tenían me-
p;ira evitar un innecesario derram;imiento de sangre, había orde- jor preparación militar que los au stríacos. Ta mbié n me contó que
nado que no hubiera resistencia armada. Sus últimas palabras fue- había estado hablando con algunos solcJmlos alemanc>' q 11 e IP
·habían dicho que ven ían d e \Vürzb urg , su ciudad natal.
ron: "~ ! e someto a la fuerza. Dios proteja a Austria." Después se
tra nsmitió por última vez el himno austríaco. Desde que habíamos emigrado ele H. usia el es tado mental
D mante toda la noche seg11í escu chando la rad io. E ra evi- -ele Teresa había desmejorado notablemente. Rec ut'rdo que a veces
den te que la multitud se había introdu cido por la fuerza en el solía pararse frente al espejo grande del dorm ito rio , se miraba u11
Havag ,' y qu e cualqui era qu e quisiera expresar su alegría por la rato e n él y exclamaba con descontento : "¡Es toy vieja y feal"
vi cto ri :~ d e Hi tler tení a a su di sposición C'l micrófono, que zu m- Siempre intenté persuadirl a de que su im p res ión era fruto ele la
haha co rn o una colm ena. A veces se oían incluso rip1as improv isa- imag inación, como e n realidad suced ía, ya que apenas si tenía
das de l tipo de "Ahora es tarnos contentos. Kmt " se fu e al mo- arru gas y su cut is fresco y sano la hacía aparecer más joven de
men to ". Con ellas se mezclaban música y canc iones y como estri- lo que era. Poco a poco fue p e rdiencJo contacto con quien es la
b illo se repetía co n frec11encia la canción Sturm, St11rm liiutet vom· 'R'Odeaban y no quería visitar a los pocos am igos que te níamo s en
Tu nn.' Viena n i que ell os vini era n a visitarnos.
E l día sig11iente, en la ofi cina, empezó con una reunión en: En esa época nos arreglábamos h:-i.stante b ien d es d e el punto
la qu e se ca ntó el himno nac ional alemán.' El esta<lo de án imo· -de vista mater ial. Yo tenía un trabajo cuyo sueldo nos alcanzaba
er;i de euforia y, cosa rara, incluso los que antes habían procla- para vivir mod es tamente, y como Teresa había recib ido una pe-
mado su lealtad a Austria y al Frente Patrio parecían encantados. ·queña herenci~ en Alemania llegábamos incluso a ahorrar un
.E ra difícil saber si la gente se hab ía reconciliado tan rápidamente poco. El pequeño capital aumentaba año a afio gracias a los
con la nueva sit uaci ón y había cambiado , o si se trataba ele una ahorros de Teresa, que se convirtieron finalmente en la única cosa
psicos is en masa. '111
que seguía interesánclola. Por desdicha, su frugal idad asumi ó una
Entretanto Viena era invadida por toda clase ele tropas ale-- forma patológica. Se lo negaba todo, jamás se compraba ropa
manas. En las calles aparecían piezas de mtillería de un tamaño nueva y hasta se res istía a encargar tareas tan necesarias como
h asta e ntonces nunca visto y c.'scuadr illas enteras de aviones des- hacer p intar una hab itación, por más que en ese mom ento era
cr ib ían c írcu los por encima de la ciudad . E l juramento de fidelidad·- algo que podíamos permitirnos .
ª H itl er fue prontamente impuesto a los militares austríacos , que Hnbíamos colocado nuestros ahorros en bonos hipotecarios
re cibieron la insignia del ejército alemán. -garant izados por una cláusula que les aseguraba un respaldo en
D urante los prim eros días del avance ele Hitler sobre Au stria. oro. Después de la man iobra de H itl er esa cl áusula fu e cancelada
no tuve la impresión ele que tan inesperado suceso hubiera per- y los chelines austríacos fueron cambiados por marcos alemanes
tu rbado espec ialmente a Teresa. Tenía una opinión pesim ista de- -en la proporción de un chelín y medio por marco. Como el poder
los probabl es resultados de la anexión , pero en eso no era la, adqusitivo del chelín había sido aproximadamente el mismo que
2 El edificio de la estación radioemisora del Estado austrfrico. el del marco, nuestras reservas se veían ahora reducidas en u n
3 Kmt von Schuschnigg, el Canciller. tercio, cos a que perturbó mucho a Teresa. Como todo el mundo
4 "Tormenta, tormenta qu e retumba en la torre."
'.rf:•
hablab;:i de la guerra y Teresa sabía por experiencia que cualquier
'· De11tsc/1/and, De11tsc/iland ii/Jel' al/es. \4Jk~ guerra acarrea una desvalorización de la moneda, tenía la sensa-
ción de. que hab ía sido un error hacer sacrificios para ahorrar.
~r:
140
141
.:/~"fú; ·

Después que Ilitler ocupó Austria, eran de esperar dis- empleados les habían pedido que trajeran su árbol genea16gic<Y
turbios antijuclíos y tod a clase de persecuciones. Por esa razón para demostrar que tenían ascendencia aria o, como la gente
el pánico hizo presa de los judíos de Viena, provocando una ola decía en ese momento en tono de broma, que no tenían ninguna
abuela judía.

l
ele suicidios. En una ocas ión en que Teresa y yo hablábamos de
eso, ella observó que crn in justo considerar cobardes a los judíos, C omenté que yo no ten ía nüs documentos personales que mi
ya q ue eran ellos los {micos que se suicidaban y los cristianos, por pasaporte, otorgado pnr la Liga de las Naciones, y .que por lo
el contrario, eran demasiado cobardes para eso. La observación tanto a mí no podían p edirme un árbol genealógico, pero que
mostraba con claridad que Teresa consideraba el suicidio como :i en el caso de Teresa sería muy fricil conseguir la prueba sin má.s
un acto de heroísmo, actitud que no me sorprendió, ya que ella que investigar en Würzburg, donde ella había nacido, ·cuando
siempre había glorificado el suicidio. Por otra paite, una proposi- 1 mencioné esa ciudad, Teresa me miró de manera tan extraña que
ción r1uc me hizo algunos días después me pareció siniestra. le pregunté qué le pasaba y por qué me miraba de manera tan
Era un sábado y yo había vuelto a casa alrededor de medio- peculi,1r.
<l ía. TercS<l estaba tendida en la cama y yo caminaba por la habi- "No es nada . .. ", contestó y volvió a su aspecto normal.
tac ión. De pronto, me miró C'Omo si se le hubiera ocurrido una id~a Pasarun unos días más y Teresa empezó a quejarse de que
especi.1lmente buena. no se sentía bien. La envié . a un neurólogo, que le recetó un
"¿,Sabes l1 J qu e , .;\nH>s a h:1cer'(', 111e preguntó. sedante. Como la medicación no sirvió ele mucho , decidimos que,
"¿.Qué?" para alejarse del alboroto que reinaba en Viena y tener cierta
"Vamos a abrir l'l g;is." tranquilidad, se irín a descansar dos semanas al campo.
"¿De dónde saca.-; 'trnejante idea? l\o somos judíos." El mes de marzo tocaba a su término, y el último día, el .31
Teresa hajó los ojos y empezó a hablar de otra cnsa, L'OlllO si de marzo de 1938, había ele ser para mí el más desastroso de
jamás hubiera prnnu11cia<ln las palabras anteriores. mi vida. Ese día sucedió nlgo r¡ue jamás había creído posible:
En el primer mom ento la poposición de Teresa me asustó y mientras yo estaba en Ll oficina, Teresa abrió realmente el gas.
me aterrorizó, pf'rn como después habló con perfecta normalidad La noche anterior a este acontecimiento que sigue estando
ele otras cosas me tranq uilicé, aunque seguí pensando có mo debía más allá de mi comprensión, yo le había insistido para que se
reaccionar ante esa id ea loca que se le hnbía ocurrido. ,;,Debía fuera de vacaciones lo mús pronto posible, pues me parecía que
indagar sus pensamie ntos y procurar que me di jera cómo se le en ese estado de ánimo era lo n1cjor que podía hacer. Cuando
había oc 111Tido al~o l:1 11 insl' nsato'!' ¿,O no era más qne una idea se hubo acostado y le di las buenas noches, me abrazó y me man -
pasajera ([\!(' h:1hía pa->:1dn corno un relámpago por su espíritu tuvo apretado co ntra ella dmante tanto tiempo que yo, sin pre-
para d es a pan:·u·r L111 ri1 pido l'()n\1) había venido? En este último sentimiento alguno, le hie l" alguna broma a lfl que respondió con
una sonrisa. Después yo tambi é n me acosté.
caso tal vez lo mrjnr Fu era no hacerla acordar ele esa idea insana
y demostrarle así (lllt' ' u proposición era tan absurda y sin sentido Apenas si me había metido en cama cuando estalló una ~io­
que no era posible tomarl a en serio. Como Teresa hablab a con toda lenta tormenta. En ocasión de la marcha ele Hitler sobre Viena
naturalidud de otras cosas, me dije que todo no deb ía ser más habían puesto sobre casi todos los edificios una gran bandera con
que u 1i 111ome nt:'1n t•1J tra spié <le S\l pensamiento al cual no había la esvás tica. Como nosotros vivíamos en el piso de arriba, la ban-
r¡ue atribuir ning11na significación. dera estaba inmediatamente encima de una de las ventanas del
La primavera de 1938 era excepcionalmente cálida y her- dormitorio. El viento aullaba afuera y con cada ráfaga la bander.:i
mosa. Una S<::'mana después de la citada conversación, Teresa y golpeaba contra la ventana y volvía a despertarnos. Teresa repetía
yo hicimos una salida al su burbio de Grinzing. Mientras estábamos que tenía miedo de que la bandera rompiera los cristales y que
sentados en un café le conté los cambios que se habían producido al día siguiente, sin falta, la ntaría. Al otro día me pareció que
en la oficina desde el momento de la anexión y referí que a los. estaba de mejor ánimo y al salir para la oficina me despidió con

142 143
"f
·~ c ioné antes. También había sacado dinero del banco y me lo
<Cspccial ternura, lo que interpreté como signo de que se sentía it había dejado cuidadosamente sobre la mesa de noche.
mejor. 1

Cuando volví a casa en ese día de dolor vi con gran sorpresa .l Como yo no ~enía fuerzas para pasar la noche en ese depar-
-<1ue la anciana sirvienta que dos o tres veces por semana venía r tamento de pronto desolado, puse las cartas de Teresa y las pocas
i
:a ayu<lar a Teresa se paseaba frente a la puerta de nuestro depar-
~
cosas personales que necesitaba en una valijita y huí hacia la
tamento. Cuando le pregunté qué era lo que hacía allí, recibí esta casa de gente amiga que vivía en los alrededores de Viena. La
exh·aña respuesta: "Su esposa me dijo que viniera a cuidar de c uestión que seguía martilleándome el cerebro era : ¿cómo pudo
·usted''. hacerme esto a mí? Y si Teresa era la única estructura estable en
Entonces supe que la locura había hecho su obra ... Entré 1 111 i \ida ca m hiante. ;,cómo podría yo, repentinamente privado de

~
ella, seguir viviendo? Me parecía imposible. Recue rdo muy bien
·como una tromba en el vestíbulo, donde había notas ele adverten-
con qué tremendo esfuerzo volví unos minutos a nuestra casa, a
cia: "No encender la luz; peligro de gas". De ahí corrí a la cocina,
buscar un traje y una corbata negra para el funeral.
donde el gas seguía fluyendo y formaba una densa niebla. Teresa ,j
estaba sentada junto al quemador, ca ída sobre la mesa de la P,)r más que en una de sus cartas de desped ida Teresa hu-
-cocina sobre la cual se veían varias cartas de despedida . El espec-
túculo era tan terrible que simplemente no puedo describirlo.
ll b iera cxpreS{ldo el deseo de que las familias que vivían en el
mismo edific io no enviaran coronas a su tumba, todas el las fueron
al funeral y hubo muchas coronas y muchas flores. Terminada la

l
La muchacha y yo abrimos inmediatamente la ventana de la
misa cL, cuerpo presente en la capilla del cementerio, me pregun-
cocina y llevamos a Teresa a otra habitación, donde también
taron si quería <1ue se abr iera el féretrn, a lo cual accedí. El
ab rirn os las ventanas . En el mismo edificio ele departamentos, en l gas había ten ido el efec to el e dar una especial frescura al rostro
un entrepiso, vivía un estud iante de medícina. Ba jé inmediata-
de Te1·esa; las mejillas tenían un ckl icado color rosado . E n su ataúd,
mente a busca rlo y le pedí que telefoneara a Ja Asistencia Pú- 1 parecín una mujer muy joven que se hubiera dormido pacifica-
bl ica. En pocos minutos llegó un médico que desdichadamente 1
1 nen te.
~ólo pudo decir que hacía varias horas que Teres a había muerto
Incluso cuando alguien próximo a uno muere de muerte natu-
y era imposible revivirla. Yo pasé ese día y los sigui entes como
ral, es frecuente c1ue eso despierte sentimientos de culpa. Mucho
-si es tu viera en un delirio en el cual uno no sabe si lo que sucede
peor es en el caso de un suicidio, y así sucedió con migo. l\1e repro·
e real idad o un sueño espantoso.
chaba ;.Jrnargame nte no haber llevado sin demora a Teresa a la
Al poco rato en toda la casa de departamentos se sabía lo clíni ca p siquiútr ica tan pronto como habló de "abrir el gas". Tal
que había pasado. Empezó a ir y ven ir gente y llegó también vez e ntonces podrían habcrln curado d e su depresión. Y mi fan-
un policía que tomó notas en su libreta. Como el shoclc me inca-

l
tasía iugaba co n la idea ele haber hecho con ella un viaje de
pacitaba para hacer nada, el estudiante de medicina ele quien placer a \\'ürzburg, su ciudad natal, de la cual se manifestaba a
hablé se hizo cargo de todo lo que hay que hacer en relació:i veces nos tálgica , aunque nunca hubiera expresado el deseo de
con una muerte. Incluso le dejé que comprara una parcela en el Yis it arl a. Ahora me parecía que un viaje seme jante podía haber
cerne n1 erio y le pedí que tomara todas las disposiciones necesa- aliviado su depresión. Después se cernía ante mí el recuerdo
r ias para el funeral. de Be rlín , siempre tan doloroso . Esa vez, cuando la abandoné,
Apresuradamente leí las cartas de despedida de Teresa; por l'<\)'Ó en la melancolía; tal vez fuera ese el punto de partida de
ellas me en teré de que el sui cidio no había sido el fruto impulsivo sus depresiones. Pero esa vez pude volver a tiempo a ella; ahora,
de una pasión momentánea , sino una decisión pensada y medi- '. fii sin embargo, el destino ya no me permitiría salvar a Teresa .
tada largamente. Incluso había tenido la fuerza de voluntad, antes
ele llevar a la práctica ese acto espantoso, y en realidad enfren-
~¡ P0ro de jemos hablar a la misma Teresa. En trna de sus cartas
de <lespedid,1 escribe: "Te pido mil veces que me perdones; soy
tada ya con la muerte; de atar a la ventana la bandera que men- j¡ . tan desdichada en cuerpo y alma. Has sufrido mucho y debes

144

.. J .
.
145
,--
1
- .. ·n~·~l' . ---·- ---·-··-· ····--- --

superar esto también. Mis plegarias en la vida eterna te protegerán cuando el horror de· lo que había sucedido se abría súbitamente
y te consolarán; mi bendición estará contigo. Dios te ayudará paso en mi conciencia con total claridad.
a superarlo todo, el tiempo curará todas las heridas, el corazón
Durante dos semanas había seguido viviendo con mis amigos
debe soportar la pérdida de lo que está sepultado en la tierra.
en los suburbios. No quería seguir siendo una carga para ellos,
Es difícil para mí dejarte, pero tú empezarás otra vez una vida
pero por otra parte no confiaba en mí lo bastante para volver
nueva. No tengo más que un deseo, tu felicidad , y eso me dará
a mi departamento vacío, que se me había vuelto tan ajeno. Decidí
paz eterna. No me olvides y ruega por mí. Volveremos a ver-
entonces mudarme a una habitación. Pero en esa época eran
nos . .. ,,
tantos los alemmies que llegaban a Viena que era muy difícil
En otra de sus cartas de despedida, Teresa me da consejos encontrarla. Finalmente conseguí desenterrar una. Era un cuarto
prácticos: "Sé razonable, no hagas nada precipitado, espera a sombrío que daba sobre un estrecho patio, y el moblaje dejaba
haberte tranquilizado para actuar. Cuida tu salud; ten cuidado de mucho que desear. Las viejas sillas se tambaleaban y amenazaban
no dilapidar lo que poseemos para que en tu vejez tengas todavía desmoronarse cuando uno se sentaba; la cama tenía un profundo
algo más qúe tu jubilación. Sólo para ti he ahorrado, sólo a ti te hoyo y crujía y chirriaba cada vez que uno se movía.
he querido, todo lo que he hecho ha sido fruto del más profundo
amor. P iénsalo con cuidado antes de volver a casarte. El matrimoni,1 La casera era una mujer de unos setenta y cinco años, p<'ro
tan senil que a veces era difícil entenderla o hacerse entender
podría ser tu felicidad y tu salvación, pero también tu destrucción
por ella. Me dijo confidencialmente que ella y su marido, de
y condena_. Debes encontrar una mujer económica, trabajadora
noventa afios, refiían constantemente y que por eso él s~ había
y buena, no una frívola criatura. Elige una mujer de buena familia.
mudado a In cocina y establecido allí su dom icilio. Lo encontré
Así podrás hacer nuevas relaciones. Debes reiniciar tu vida." Esta
un par de veces en el corredor y me sorprendió que me saludara
carta termina con la súplica de que siga su consejo, para que ella
de manera tan amistosa y que, a pesar de su difícil situación hoga-
pueda encontrar la paz "más allá". Por último, en otra carta de
reña , pareciera encontrarse en el mejor estado de ánimo.
desped ida trata de justificar su suicidio afirmando qu<' en todo
caso habría muerto en el térm ino de dos o tres afios y que para En el edificio donde yo había habitado con Teresa vivía un<\
mí sería más fácil si sucedía antes; mús adelante habría sido rnás anciana, :wtríz ret irada, junto con una mujer que le servía de
difícil para mí soportar su muerte. mucama. La mucama, Fraulein Gaby, que apenas pas.a ba la cin-
E11 la afirmación que• aparece con tanta frecuencia en su s cuentena, era conocida en todo el ed ificio corno una persona
cartas, "estoy tan enferma de cuerpo y alma", sólo la segunda muy decente y siempre dispuesta a ayudar. Una de las cartas de
parte era verdad, ya que Teresa no había perdido peso .ni padecía desped ida de mi mujer estaba dirigida a Friiulein Gaby, pidiéndole
ninguna grave dolencia física. De ahí que yo siguiera preguntán- que en caso de que yo lo necesitara, me ayudara a llevar la casa.
dome incesantemente cuál podía haber sido la causa real ele De acuerdo con eso, al irme de casa le había dejado la~ llaves
su terrible decisión y si <le :-ilguna manera la invasión de Austria del departamento, pi<liéndole que si e r a necesario se· oc11p;1ra
por Hitler podría haberla precipitado. de él .
Pero, ¿de qué podía haber servido tener respuesta a todas Pocos días después de haberme muda<lo a mi habitación, caí
esas preguntas, si la cosa más terrible para mí era el hecho de enfermo de gripe. Mientras estaba en cama con fiebre alta, la
que había perdido a Teresa tan inesperadamente y para siempre, casera me elijo que había venido alguien que deseaba hablar con-
y que no podía deshacer lo que había sido hecho? 0 El momento migo. Era Frauleín Gaby, que me traía ropa limpia de mi depar-
más espantoso era siempre cuando me despertaba por la mañann, tamento. Su vis ita fue en realidad muy oportuna porque inmellia-
tamente: empezó a ocuparse de mí y me trajo medicinas de b
6 En alemán : class man cfos Geschehene eben nicl1t ungescl1ehe11 machen farmacia. Durante el tiempo que debí pemianecer en cama, Früu-
lwrmte. f lcin Gaby me visitó todos los días.

146 1±1
Una vez recuperado de la gripe, empecé otra vez a ir a la Como yo consideraba que el proyectado viaje era fa única
of icin a. No sé cómo tenía fuerzas en ese momento para hacer oportunidad que tenía de me jorar mi estado anímico, estaba abso-
mi trabajo de manera ordenada. La gent e di ce que el tiempo cur,1 ¡ lutamente dec id ido a poner en movimi ento todo el mecanismo para
todas las her idas. Confié en el proverbio y empecé a contar pri- J' obtener, si no las dos visas, por lo menos u na de ell as. Pronto se
mero los días, después las semanas y por último los meses. Des- vio que la visa inglesa era casi tan d ifícil ele conseguir como la
pués di:' unos cuatro meses me di cuenta de c1ue m i estado seguía francesa . Inmed iatamente le escribí a la princesa, 8 pidié ndole que
siendo el mismo y de que evidentemente no bastaba confiar en me enviara una carta de presentación para la embajada fr a ncesa.
el tiempo. No sé por cuánto tiempo habría podido soportar ese Algunos días después recibí su respuesta, que incluía u na carta de
inaguantable estado de ánimo de no haber venido e n m i aytid a recomendac ió n para un conde q ue ocupaba algún cargo en la
una afortunada casualidad. embajada en Viena. Lo visité y prometió hacer lo posible par <t
conseguirme lo más pronto posible una visa para Francia. Cuando
Durante mu cho tiempo no había visto a la ·doctora Gard iner,
volví a visitarlo, estaba a punto de salir de su oficina. I ntenté
r1ue había dejado ele tomar conm igo sus lecciones de ruso porqu e
consegt1 ir q ue esperara por lo menos un momento pero me apartó
los estud ios rnc'.·clicos no le de jal1an ya t iempo libre. Sabía - vo n o
co n un gesto y, ya pllesto ele pie, ·me di jo que estaba apurad ísimo
recuerdo cómo- que la d octora G arcli nc r se hab ía mµdado de su
y que dehía volver otra vez. Por un momento me quedé inmóvil,
ant iguo departamento y sab ía tambié n la c;,11le y el número ele!
bastante desilusionado; lu ego observé qu e u n empleado de la em-
q ue ocu paba ahora. Un día, al pasar casualmente frente al ed ifi-
bajada estaba allí con una pila ele documentos, rodeado por varios
cio, se me ocurrió de pronto la idea d<' visitar a la doctora Gar<li-
hombres que preguntaban algo ele manera muy excitada. Era evi-
ner y hablarle del suicidio de Teresa. Afortunadamente se hallaba
de nte flU C C'ada uno de ellos quería q11e sns papeles fueran los
,,,, casa, con su h ija de cuatro o cinco afíos, a q uien yo veía por
prim eros en ser p resentados al fun ciona rio correspondiente. En-
primera vez. Le conté, pues, lo q11c había pasado. \1i narración
tonces yo también decidí ace rca rm e al empleado y le pedí que
debe d 8 haber sido muy dramática, porque aún hoy rect1crdo q11 e
-med iante una remun era ción ad ecu ada - me consiguiera la visa
es taba terribl emente emoc ionad o y <1ne mi relato estuvo interrum-
francesa lo más pronto posible. Al principio el empleado me dijo
p ido u na y otra \,ez por estallidos de llanto. A ella se le ocurrió
varias veces que no había nada q 11 e hacer, pero después se ahlan-
1111a idea salvadora: telegrafiar inmediatamente a la doctora Mack,' dó y me indicó que volviera .al día siguiente. C uando así lo hice,
q 11 e me había analizado con éxito algunos años an tes, y combinar
todo h· 1hía sido arreglado, y en realidad el empleado fue tan co-
las cosas para que yo me e ncontrara con ella en Pa rís y en Lon- rrecto qu e al principio no quería aceptar la suma que le había
dres. La doctora Gardiner no podía haber ten ido una idea mejor, prometido. Sngirió modestamente que debía darle sólo lo necesa-
pues un cambio de ambiente, rápido y radical, era lo único que rio par;; beber una botella ele vino a mi salud.
pod ía haberme ayudado e n ese momento. l\1e sentí realmente ali-
Consegu í, pues, la visa francesa en el término de dos días y
viado ante la perspectiva de irm e de Viena <lt1rante un tiempo
p ude sal ir para París el primer día de mis vacaciones, d e acuerd o
para ver a la doctora Mack y hablar con ella del suicidio de Tere -
con lo planeado. Cuando salí de Viena, tanto la doctora r..Iack
sa. Además, ahora tenía tina tarea por la cual valía la pe na pre-
como l::l doctora Gardiner se encontraban ya en París. Antes de que
ocuparse, pues sólo podía emprender mi viaje al extran jero durante
la doctora Garcliner se fuera de Viena, yo había convenido con
mi mes de vacaciones, que empezaría el 10 de agosto, y estábamos
ella que le de jaría una carta en el American Express, dándole mi
va a med iados de julio. Pr imero tenía que consegui r las dos visas, dirección en París. Por eso mi primera salida cuando llegué a París
cosa muy difícil en ese mom ento porque la embajada br itánica y
fue al American Express, donde por casualidad me encontr.é con
rs pecialmente la francesa estaban asediadas por cente nares d e la doctora Garcliner en las escaleras, de modo que no fue neces;1-
pc rson 2.s que q uerían escapar lo más rápido posible de la Alema- r io entregar la carta.
nia de H itler.
s La princesa ~laríe Bon,1¡ia1ie.
7 Hi1th l\fack Bnmswick.

148 149

•.. f.:i'
Como la doctora Mack estaba parando en el palacio de la'
_p rincesa, la doctora G ardi ner y yo nos dirigimos inmediatamente
allí. Yo ya conocía a la princesa, a quien había encontrado una
1 l
Seguí pues viaje a Londres. En el barco que atravesaba el
canal tuve la sensación de que en una forma u otra entraba en
u n mundo nuevo, y hasta me imaginé verme rodeado de figuras
vez en Viena, en casa de la d octora Mack. Ahora, después de hacer que me evocaban las novelas de Dickens. Fue uno de los primeros
üna breve visita a la p rincesa, me llevaron a ver a la doctora Mack, signos de que empezaba a observar el mundo que me rodeaba.
a quien pude confiarl e m is sufrimientos. En Londres, como en París, visité todos los días a la doctora
Todos los días iba a verla durante una hora. El tiempo res- Mack, y durante el resto del tiempo recorría a mis anchas la ciu-
tante lo ocupaba en vaga r por las calles de París, familiarizándome dad o caminaba por los hermosos parques de Londres. De paso,
4:ambién con los distritos mús apartados de esa ciudad que visi- no era ésa mi primera visita a Londres, ya que antes de l.a prime-
taba por quinta vez. A veces iba a algún café, pero nunca eché ra guerra mundial había pasado allí varias semanas en compañía
ni siquiera un vistazo a un p eriódico, aunque la situación política d e mi primo Gregor.
internacional era ya mu y tensa y parecía estar llegando a un Por lo que toca a mi regreso a Austria, todo lo que recuerdo
desenlace. Mi cerebro estaba, por así decirlo, "bloqueado" y sólo es el viaje en tren de París a Viena. El tren estaba casi vacío y
re accionaba ante las idc;-is q ue se rebcionaran o pudiernn rela- en mi compartimiento no había más que otro pasajero, sentado
cionarse de alguna m Rnera con el suicidio <le Teresa. frente a mí. Era un caballero del Líbano, con quien no tardé en
También vi a la doctora Gardiner algnnas veces en París. Creo trabar conversación. Me habló mucho de su tierra natal y dio :i
que la visité dos veces e n su pensión, y una vez salí a - caminar entender que estaba vinculado con los círculos gubernamentales.
con ella por un antiguo p arque que parecía un desier to. !\fe sor- Al volver a mi ermita en Viena, la habitación me pareció
prendió que ese fragm ento de naturaleza primitiva pudiera sobre- todavía más tl~ te y más incómoda que antes de mi viaje a París
Yivir en una ciudad gigantesca como París. y a Londres. )'~ había arreglado las cosas para que mi madre,
Pasados unos diez d ías la doctora Mack me dijo q ue dos dí.1,; que había estado ~ivi e n<lo en Praga con mi tío, se viniera a Viena
m;\s tarde se irí a a L ond res. L o planeado era que yo la siguiera, y se mudara conrn'ígo a mi departamento. Poco después de mi
pero todavía no tenía visa para Inglaterra, así que al día siguiente llegada nuestros pla~e¡¡ se habían concretado tanto que pude ir
ella me acompañó al consulado inglés en París. A diferencia de Jo a buscarla a la estación \le ferrocarril Francisco José pnra llevarla
qu e sucedía en Viena, allí no había más visitantes que nosotros, a casa. En esas circunstan'ci~s ya no me era tan difícil volver a mi
de modo q11e inmediatam~nte nos recibió el funciona r io consular. antiguo departamento. \
Para decepción mía , me explicó que una persona "apútrida" que C:m10 en el mismo edific-io vivía Fráulein Gahy, que ya no
quisiera viajar a Inglaterra necesitaba una autorización personal tenía tanto trabajo con la anci~a actriz, era cosa que se daba por
del ministerio correspondiente en Londres, de modo que en esos cierta que ella se encargaría _ Sle llevar nuestra casa. Pronto se vio
casos por lo común había que esperar varias semanas hasta tener que no podíamos haber elegido mejor. Pes e a esas condiciones fa-
la visa. En tal es circunstancias me pareció casi seguro que mi vorables -me refiero a la presencia de mi madre y a contar con
viaje a Londres qu edaría en nada, de modo que tuve una sorpresa un ama de llaves tan e jemplar como Fráulein Gaby- me llevó un
muy grata cuando, a la noche siguiente, recibí un telegrama que año y medio poder empezar a pintar. A comienzos <le setiembre
anunciaba que la au\ori zación de Londres había llegado y que de 1939 pinté un prtisaje en los alrededores de Viena, el primero
c.h·hía presentnrmc nl consulado a la mañana siguiente. desde la muerte de Teresa. Cuando regresaba a la ciudad, al
La doctora \ lack me <lijo después que al llegar a Londres anochecer, compré un periódico y me enteré que ese día las
había ido en seguida ni ministerio, donde se encontró por casua- potencias occidentales le habían declm·ado la guerra a Hitler.
lidad con un alto funcionario que había sido amigo de su padre.
Fue él quien telegrafió inmediatamente indicando que me dieran
sin demora la visa inglesa.

150 151
r •' )j
Epílogo j tenía en realidad tipo h ispano, lo que mucha gente debe ele haber
observado.
En junio de 1939 cleci<lí visitar en Munich a Josef, el hermano ele Recordé entonces la forma extraña en que me había m irndo
Teresa, y llevarle a su hija algunas de las joyas de Teresa en memo- Teresa cuando dije que se podía confirmar fácilmente su ascen-
ria de su tía. Josef era siete años mayor que Teresa y la relación dencia aria consultando los registros de W ürzbl)rg, su Ciudad 11'1-
entre hermano y hermana había sido bastante fría, ya que eran tal. ¿Acaso temió que así se destruyera la historia romántica que
caracteres completamente diferentes. A una persona tan escrupu- me había contado? Pero en el período de Hi tler habría siclo mejo r
losa como Teresa su propio hermano le parecía casi la encarnación tener una abuela alemana que u na española , y de todos modos
de aquellas características que ella más condenaba: la frivolid ad, Teresa podría haber dicho que las autoridades de Wlirzb1,1rg h:i-
la falta de serlláo del deber, y sobre todo el haber tenido muchos bían dado una información equ ivocada.
asuntos con n\ujeres en su juventud. En realidad no había que ser Cosa rara, más adelante tuve qu e escr ibir a \\ · lirzburg para
demasiado severo con él por eso, ya que Josef era hombre bien pedir algunos datos personales de Teresa. F ue en J 947, nueve
parecido y de J ven debía haber sido muy buen mozo. años después el e su muerte y varios después que la i\ lernani~1 de
Hitler hubi era dejado de existir. La ocasión en que debí hace rb
Co mo todo lo que Teresa me había contado de sus antepa-
fue cuando solicité la ciudadanía austríaca. Por más que presenté
sados españoles me parecía interesa nte y un poco misterioso. casi
a la~ autoridades el ccrtificaclo el e def11 nción ele Teresa, me pidie-
sin querer toqué el tema en mi conversación con su hermano.
ron igualm e nte c1uc cscr ibil'ra a \"\"iirzb ur g pac1 solicitar algunos
"Vues tra ab 1ela era española", comenté, y en un primer mo-
datos. Yo no e ntendía por lltl(~ podía ser 1Jcccsaria tal cos~1 . pero
mento Josef me iró bastante asombrado.
escribí; me en teré entonces que el edific io donde se_ guardaba!1
"¿,Española? Eso sí que es novedad . .. "En su rostro apareció
los documentos había sido destruido por las bombas durante b
una sonr isa píca a y agregó: "Pero se dice que nuestra abuel.l
segunda guerra mundial.
tuvo algo con u1 oficial perteneciente a la nobleza bávara."
Entre la ~ cartas de despedida d e Teres a había una q11e habí,1
Entonces fui yo quien abrió los ojos. ¿Sería posible que todo
sido escrita un aí\o entero antes de su nrn crlc y que L1ecía ca'>í Jo
lo que me había contado Teresa de su ascendeneia española ·, ·no
mismo que las posteriores. Era evid e nte que durante todo un añ·.1
fttera en realidad m:ts qu e el producto de una imaginación dema-
había albergad o ideas ele suicidio , sin haberlas llevado a la pr:íc-
siado ardiente, una "fantasía" que ella misma terminó por creer'?
t ica .
En tanlo que no tuve Jnclas de la ascendencia hispánica de Te resa,
Me referí ya a la ola de suicidios provocada por la ocu pacil'¡n
rnucha'i veces me había dicho que ella intentaba , co n fanatisn1')
de Austri a por los nazis. Eso contribuyó sin dud a a la decisión de
de esp·111ola, poner en práctica sus virtudes de alemana: la res pon-
Teresa de quitarse la vida, pues es sabido que los suicidios son con-
sabilidad, la diligencia, la confiabilidad.
tagiosos. Tal fue el caso en el período de Goe the -no hay más que
Ahora se ponía de manifiesto que junto a esa Teresa equil i- pensar en su libro Las desventuras clel ;oven \V erthe-r- y lo -mis-
brada había habido otrn que llevaba una vida romántica y miste- mo es válido en épocas recientes, cuando la gente que se q1wrna-
riosa. Por más que ese segundo mundo propio que tenía Teres;1 ban viva voluntariamente en Vietnam del Sur fue imitada en Che-
debía mantenerse oculto para quienes la rodeaban, era evidente coslovaquia y en otros países. Sin embargo, la vida de las perso11 ;1'
que ella experimentaba de alguna man era la necesidad ele proyec- que se mataron e n la época de Hitler corría peligro, lo que nll
tar sobre el mundo externo ese lado romántico de su naturaleza. Si ocurría con Teresa. Pt>s(' a toclo, :1 l parecer no pudo evitar el c1 i11 -
realment~ su abuela había tenido una relación amorosa con un tagio.
noble oficial bávaro, había allí un rasgo ele osadía que podía ser Las repetidas protestas de Teresa, en sus cartas de despedi-
un punto de contacto. De tal modo, en su fantasía ella legalizó la da, de que lo único que quería era mi felicidad y de que yo debía
relación y transformó al oficial bávaro en un español. Sería fácil seguir su consejo para q ue ella pudiera encontrar la paz "más allA ''
explicar por qué Teresa pensó en un español, ya que ella mism,1 son intentos de justificar sn suicidio y lo llevan a uno a infe rir

152 153
,_l
, -"" •enHm;ento• de eulpa, pue• b;en "bla cuánto habda de haee<- .. Nota de l\f. Gardi11er
me sufrir su acto fatal.
Si hay un instinto de muerte, en el sentido freudiano, se podrí,1 No es de asombrarse que la memoria del Hombre de los Lo-
citar como prueba de ello el caso de Teresa. Me había cont'ado, bos, por lo general excelente, fracase en ocasiones e11 lo tocante
por ejemplo, que de pequeñita solía ir al cementerio "a mirar" a .a detalles sin importancia de este período d e' tragedia y tensiones
los muertos. Con frecuencia expresaba la opinión de que "ht al cuál se refiere por escrito treinta años máR tarde . Esos errores
gente indigna no se mata''. También me dijo que mi hermana A11<1, se refieren principalmente, creo, a ciertas fechas y s11tesns ·i nme-
c1ue también se suicidó, era la única persona de mi familia con diatos al suicidio de su mujer. ·
quien tenía la sensación de (1ue podría haberse entendido bien. El Hombre de los Lobos nn me buscú después de l.a muert e
Cuando Teresa tomó su terrible decisión, no sólo estaba "más de Teresa, sino que me encontrú por cas1wlidad en la calle, cerca
allá del principio del placer" sino también, por así decirlo, "por de mi drpartamento. En realidad yo vivía én el m ismo distrito
encima de bs cosas terrenas". En los últimos dí-as que precediero11 que el. Hombre de los Lobos, a unos ci11co minutos de camino
a su muerte libremente elegida, hablaba sin odio de mi madre, se a pie désde s,1t-_, departamento. Creo que nos encontrarnos e n la
compadecía de su situación y le escribió corno despedida algurlas prime'ra mitad de abril o 112111¡ poco después. Ta l como él lo cuenta
palabras amistosas y de reconciliación. en sus Memorias, vino a mi departamento y me hal>ló de la mu er-
te de Teresa. Esa r¡,o fu e, sin embargo, la primera vez qué había
estado en mi de'partamento. Yo me ha/Jía mudado allí hacía tres
años y medio y él me había viRitado por lo menos una o dos ve·c es
por año para la renovación de mi póliza de seguro, contratada con
la fí1·ma en la ctuil él estaba empleallo . También .111 recuerdo de
haber conocido a mi hija está desplazado en el tiempo. La había
visto con frecuencia en los ai'ios anteriores, posiblemente por últi-
ma vez cuando ella tenía cuatro o cinco años, como él rect1érda.
Pero yo la había enviado al extranjero el 12 de marzo de 1938,
a la mañana siguiente del Anschluss, y ella no regresó a Austria.
Eso ,~1cedi6 en vísperas de su séptimo cwnpleciños.
De tal modo, el largo y demorado período durante el cual
esperó que "el tiempo curara laR heridas" 110 fue de cuatro meses,
como le pareció al Hombre de los Lobos, sino en realidad de' unas
pocas semanas antes de' que yo estableciera el contacto con Ruth
Mack Brunswiclc Siguió después un largo período durante el cual
el Hombre de los Lobos procm6 poner en orden sus papeles para
viajar. Esto no sólo implicó las distintas visitas a lios consulados
británico y francés que recuerda, con el fin de conseguir las ·visas,
sino que también tuvo que vérsel.as con cualquier cantidad de
papeleo buroc1·ático de los austríacos y los alemanes para pone'r
en 01·de·n su pMaporte de Núnsen; tuvo que conseguir los re'cibos
de impuestos que se exigían para salir de Austria y otros sellos y
dutorizacianes de diversas oficinas. En el recuerdo del Hombre de
'!<~
.los Lobos todo esto sucedió entre medfruJos de ¡ulio y el .lO de
;,~
:~ .
154 155
¡, 1 · 'hJ4
agosto. !/ el pri111er J!Críoclo de clesespcración IJ falta de cualquie1·
íntenc irín co ncreta se extiende desdr! ln 111uerte de Teresa hasta ¡ Parte II
mediados de j11lio. 1'o p11edn corregir con cerl e::a esas fechas,, ya
que completé mi c11rso de m edici na en Vie na para el 1.5 o el 20 de
j1111io, u cinco días 1111ís tarde sali pam París.
El psicoanálisis y eli Ho111bre
Me11cio 11 0 estos detolles con el solo interés de la exactitud.
En todo lo cse11ci11l , lo parte correspondie11te a ].938 en. las Memo- de los Lobos
ri::is del IT0111!1rc rlc los Lobos co mtitrtye wi relato verídico y
('(!/'/'CCf(!.

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J~o

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·;'l'-"
l Mis recJrd:s
1 de Sigm~d Freud
·¡
por el Ho1l1bre de los Lobos

1
Conocí a Freud por primera vez en el año 1910. En esa época
el psicoanálisis y el nombre de su fundador eran prácticamente
desconocidos fuera de las fronteras de Austria. Sin embargo, ante~
1
de relatar cómo llegué a analizarme con Freud me gustaría recor-
dar al lector la desolada situación en que se encontraba un neuró-
tico en ese período que precedió al psicoanálisis. Quien padece de
neurosis es alguien que procura encontrar su camino de vuelta a
la vida normal, porque ha entrado en conflicto con su medio ,-
finalmente ha perdido contacto con él. Su vida emocional ha llega-
do a ser "inadecuada", inapropiada a la realidad externa. Su me -
ta no es un objeto real conocido, sino más bien algún otro objeto,
oculto en su inconsciente y que él mismo desconoce. Su afect<}
pasa junto al objeto real, accesible a su conciencia. En tanto quc:
nada se sabía de semejante estado de cosas, sólo dos explicaciones
eran posibles: una era la del lego, que tenía en cuenta el aumen-
to de intensidad del afecto, desproporcionado para la sitnación·
real; tal explicación decía que el neurótico lo exageraba todo. Lt
otra, la del neurólogo o del psiquiatra, derivaba lo psíquico v emo-
cional de lo físico e intentaba persuadir al paciente de que su do -
lencia se debía a un trastorno funcional del sistema nervioso. El
neurótico acudía al médico con el deseo de abrirle su corazón v
se encontraba amargamente desilusionado cuando el médico apt:-
nas si prestaba oídos a los problemas que a él tanto lo perturbaban;
ni hablemos de que procurara entenderlos. Pero lo que para el m{· -
dico no era más que el producto adicional y carente de impor-

159
L111cia cJe un estado objetivamente grave, para el neurótico mismo médico en quien tenía completa confianza y con qüiea podía ha-
ua una profuncla experiencia íntima. De esa manera no podía ha- blar a mis anchas de todo Jo que a mí me interesaba. De tal modo
b e r contacto real entre médico y paciente; el tratamiento de las me mantuve a flote por un tiempo, hasta que finalmente el doctor
enfe rm f'cla cl cs emocionales parecía haber llegado a un callejón sin D. tuvo la perspicacia de confesar que la tarea que había empren-
,;;1Jida. dido excedía su capacidad y que pensaba que yo debería intentar
Co mo es ele supon er, yo no es taba en mejores condiciones que otra cosa. En un principio habló de hacer un viaje alrededor del
1·1i' compañeros de st1frimiento, a quienes se reunía en un solo mundo, pero después sugirió algo que me interesó mucho más:
grupo bajo el nombre general de "neurasténicos''. En los casos que intentara un tra tamiento con Dubois en Suiza, adonde me
111cnos graves, el efecto sugestivo de la terapia física, la hidrote- acompañaría el propio doctor D. Si el doctor D. hubiera insistido
rapia, los tratamientos eléctricos y otros recursos podían causar en su primera propuesta de viajar, sin duda mi vida habría segui-
.tlguna mejoría; en mi caso esos tratamientos habían fracasado por do un curso diferente; pero al parecer el destino había dispuesto
curnpleto. Cada vez que iba a un sanatorio mi estado empeoraba otra cosa.
de tal manera que tenía c1u e salir de allí lo más pronto posible. En nuestro viaje debíamos pasar por Viena, donde nos pro-
Jiabía consultado a un número considerable de los neurólogos más poníamos pasar unas dos semanas. AUí el doctor D. se encontró
lamosos, por e jemplo al profesor Ziehen en Berlín y al profesor con algunos colegas que le señalaron que el psicoanálisis era en
Kraepelin en l\1unich, sin que mi estado mejorara en absoluto. El 1c;1lídacl crea ción de Freud y que por lo tan to deberíamos "inten-
profesor Kraepelin, munclialrncntc conocido, tuvo la honestidad tar" primero con él. Yo estuve de acuerdo , y al día siguiente visi-
necesaria para confesar su fracaso. Finalmente me explicó que se tamos a Freud.
había equivocado en el diagnóstico. Cuai1do le preguntaba qué de- El aspecto ele Freud era tal que se ganó inmediatamente mi
bería hacer entonces, me respondía siempre: "Ya ve usted, cometí confia nza. Andaba por la mitad de la cincuentena y gozaba al pa-
un error". Por último me aconsejó otra vez que me internara en recer de perfecta salud. De altura y corpulenc ia medianas, en su
un sanatorio. Después de todo eso no era de extrañarse que yo rnstro má:> bien largo y enmarcad0 por una barba recortada que
hubiera terminado por abandonar toda esperanza de recibir ayuda l'mpczaba a encnnecer, el rasgo más impresionante eran los inte-
rnc'dica. ligen tes ojos oscu ros que me miraban con penetración, pero sin
E ntonces conocí por casualidad a un joven méd ico, el doctor provocarme el más leve sentimiento de incomodidad. Su manera
D .. quien se interesó por mí y con extraord inaria energía intentó de ' estir, convencional y c;orrecta, y ia seguridad en sí mism o que
pl'rsuadirrne de que mi caso no era e n modo alguno desesperado y tr;msmitía, dentro de la sencillez de su porte, indicaban su amor
de que los anteriores intentos de ayudarme hablan fracasado úni- por e l orden >' su seguridad interior. Toda la actitud de Freud y
ca mente porque los métodos ele tratamiento elegidos e'ran equ ivo- la Forma en f1ue me escuchaba lo diferenciaban de manera sor-
cados. El doctor D. creía apasionadamente en la psicoterapia y prendente de sus famosos colegas a quienes yo había conocido
rncneionaba con frecuencia los nombres de Dubois y de Freud. !insta e ntonces y en quienes hahía cncontrndo una total carencin ele
H ablaba también de "psicoanálisis" pero, como descubrí más tar" comprc- 11sicSn psicológica profunch. En mi primer encuentro con
de. sólo tenía de él la más nebulosa de las ideas. Su capacidad de Frem1 tu ve la sensación de cncontrnrm c fre nte a una gran per-
persuasión __era tan grande y mi estado emocional me imponía tal sonalid:id.
sufr1jmiento qi1e-fi~1ente decidí, como último recurso, intentar 1 Frcud nos dijo que consideraba qu e mi caso era adecuado
m1a1terapia con el doctür-8-. ---·-
Comenzó así mi "análisis" con el doctor D., que no fue otra
:..·osa que un libre intercambio verbal entre médico y paciente.
Por más que de esa manera no tocara más que la superficie cons-
l¡ para el tratamiento psicoanalítico, pero que en ese momento se
hallaba tan ocupado que no podía tomar en forma inmediata nin-
~ún paciente nuevo. Sin embargo, podíamos llegar a un acuerdo.
El visitaba todos los días a un paciente internado en el Cottage
,c iente de m is problemas, lo bueno era que había encontrado un Sanatorium y, si yo estaba ele acuerdo en pasar algunas semanas
;j
HiO 161

···- - · ·-- ---- ---··---- --- · ·-- - . ···--·- .. .. ~.


·~;T~~··...-
r---

en la institución, estarÍ<\ díspueslo a empezar rni tratamiento allí Fácil será imaginar la sensación de alivio que yo experimen-
mismo, a continuación de esa vísitn. La proposición nos deseon· taba cuando Freud me hacía diversas preguntas sobre mi niñez
certó a ambos y volvimos a pensar cn seguir viaje a Std'la, pero y sobre las relaciones existentes en mi fam~y_escuchaba __c_QJ.l la _
Freud me había producido una impresión tan favorable que con- mayor atención todo cuanto tenía que dééirle. En ocasiones des-
vencí al doctor D. de q11e teníamos qur aceptar w sugestión. \le lizaba alguna observación que daba prueba de que comprendía
mudé, pues, al Cottage Sanatorium, donde Frcud me vi~it.iba to- perfectamente todo lo que yo había experimentado.
das las tardes, y después de las primeras horas de trntnmiento con "Hasta ahora !ha estado usted buscando la causa de su enfer-
él tuve la sensación (le qur por fin había em·1>11tn1do lo qu(' había medad en la escupidera", observó acertadamente Freud, refirién-
l.Juscado durante tanto tienipo. dose a los métodos de terapia física a los cuales me había some-
Para mí fue 11na revelación escuchar, de labios de sn i'1111(1acfor, tido.
los conceptos fundamentales <le una cícnci<l completfllncntc nueva Cuando le hablé de mis dudas y cavilaciones infantiles, la
de la psique humana. Ese nuevo concC'pto de los proccs()s psí- opinión de Freud fue que "sólo un niño puede pensar de manera
quicos nada tenía que ver con la psic:olnp;ía C'Sc()lnr '\lie 1i.1hí:1 tan lógica". Y una vez, respecto de ello, habló de un "pensador <le
conocido en los libros y que me dejaba frío. l 11111eJintarnentc ad- primer;i línea", lo que me causó no poco orgullo, ya que en mi ni-
vertí que Fteud había conseguido descubrir una regic'JI\ incxplora· ñez yo hélbía sufrido por la competencia con mi hermana, dos años
da del alma humana y que un mun<lo nu evn Sl' alwiría p:ir.1 mí si y medio mayor que yo y mucho más adelantada. Sin embargo, más
era capaz de seguirlo pur esa senda. El error <l e la psiq11iatría adelante llegamos a entendernos muy bien.
"clásica" había sido que , ignorante de h existernü y de las ky<'s l'vl i nuevo conocimiento, la sensación de haber, por así decirlo,
del inconsciente, to<lo lo derivaba <l e lo físico, tlc lu som:tti.co. U n;l "descuhierlo" a Freud y la esperanza de recuperar la salud hicie-
consecuencia ulterior ele ese error era una <lislinción tlcn 1asiado ro n que mi estado mejorara rápidamente. Pero entonces Freud
tajante entre lo sano y lo e nfermo . Todo lo que C'mprem1ía el neu- me previno contra el exceso de optimismo, previendo con razón
rótico se consideraba, e n principio, enfermo. P or C'jc111pl1>. sí se que todavía habrían de presentarse la resistencia y las dificulta-
enamoraba de unfl joven n de tina mujer se hablaba ele algo "ma- des que la acompafian. En la épocn convenida yo volví a mi pen-
níaco" o de una "compulsión". Pern en ciertas c irc1111sta nci<\S la sión y co ntinué con mi análisis en el departamento de Freud.
"apertura hacia la m11jer" podía ser p:1r;1 Frc11cl el lugrn más im- Desde el comienzo tuve la impresión de que Freucl tenía un
portante del neurótico , un signo de su voluntad de vivir, un ac- don especial para encontrar un afortunado equilibrio en todo lo
tivo intento de r eeuperación. Eso era consecuencia del punto <le q ue emprend ía. Era una característica que se expresaba también
vista psicoanalítico según el cual 1111 hay una división neta entre en el <lspecto de su casa en la Berggasse. Hecuerdo como si fuer..:i
lo sano y lo enfermo, y en la persona sana también puede dominar hoy m ismo los dos estudios adyacentes, con la puerta abierta entre
el inconsciente, por más que ella no esté dispuesta a admitirlo, en ellos y las ventanas que daban a un pequei'ío patio. Siempre había
la medida e n que hacerlo obstaculizarÍ<l sus acciones. P or consi- allí algo de paz y de qu ietud sagradas. Las habitac:iones mismas
guiente, intenta racionaliwr y emplea todas las estratagemas po- deben de haber sich una ~orprcsa pnra cualquier p;w ientc, porque
sibles para demostrar que su pensamiento y sus decisiones se m11c - de ningún modo h;wían pensar en el consultorio de un médico,
ven en la línea de la rnzón pura y son por lo tanto de la más sino más bien en d estud io de un ;i_rqueólogo. Había allí toda cla-
alta calidad. Por más que Freud no subestimara en modo algH11<J se de estatuillas y ot ros objetos desacostumbrados, que incluso el
lo que había de neurólico en sus pacientes, procuraba siempre apo- lego reconocía como hallazgos arqueológicos provenientes del an-
yar y reforzar el núcl eo de salud , separado de 1:t hojarasca neu- tiguo Eg ip1u. Sobre las paredes se veían placas de piedra que re-
rótica. No es necesario destacar el hecho de q11c t~1l separación presenta ban diversas escenas de épocas hace mucho tiempo extin-
ele los dos elementos exige una gran medida de penetración C'rno- guidas. Algunas macetas con plantas daban vida a las habitaciones
cional y es una de las tareas más dificiles del psiquiatra. y una mullida alfornhrn y los cor tinados ponían la nota hogarefr:t.

H32 163
Allí todo contribuía a dar la sensación de que uno h~bía dejado
cosas hasta su última .conclusión lógica, p ero no aplican a su propio
atrás la prisa de la vida moderna y estaba al abrigo de las preo-
comportamiento los resultados de su pens ar. F reud menciona esa
cupaciones cotidianas. El propio Freud explicaba su amor por la
curiosa característica en uno d e su s ensayos, pero no trata en d e-
arqueología en cuanto el psicoanalista, como e1 arqueólogo en
talle el tema. Es una oscura región del alma humana, pero cree
sus excavaciones, debe ir descubriendo capa por capa la psique
que la explicación ha de buscarse en el hecho de que la "catexia
del paciente antes de llegar a los tesoros más profundos y más
objeta!" de tales personas se halla d em asiado influida por el in-
val iosos.
consciente. Lo que persiguen no son objetos reales sino imáge-
En vista dP- la cantidad de trabajo cuya realización se im -
nes de la fantasía, por más que no desconozcan cuáles son los p e-
·ponía, era de imaginar que Freud tenía que distribuir con el ma-
ligros que por ello los acechan d esd e el lndo de la realidad. E n-
yor cuidado su tiempo . Empezaba su práctica médica a la mañana
frentan un problema insoluble: o descuidar el principio del placer
·temprano y la prolongaba, saivo las comidas y una breve camina-
y seguir los dictados de su inteiecto, o actuar como sus sentim ien-
1l:a, durante todo el día. I mposible dejar ele preguntarse cómo,
tos las obligan a actuar. De tal mod o, hablan siempre muy razo-
pese a todo ello, le fue posible consagrarse a la ciencia y escribir nablemente y actúan de la manera más irrazonable.
lo que escribió. Es verdad que todos los aííos se concedía una pro-
Tanto el primitivisrno en el arte moderno como el ex istencia-
longada vacación de dos meses y medio a fines del verano.
lismo en filosofía han subrnyado lo emocional en contraposición
No es este el lugar para referirme a todas las fases ele mi
a lo intelectual. Y cuando Jean-Jacqu es Rousseau declara: la pré-
tratamiento. Lo único que puedo decir es que en mi an{llisis con
voyance, la prévoyance, voila la sourcc de t01ites mes souffrances.
Freud yo no me sentía tanto en la situación de paciente como en
toma deliberadamente posición contra <:>1 principio de realidad.
la de colaborador, el camarada más joven de un explorador expe-
Pero, aunque atacaba a la represión como un subproducto el añin o
rimentado que se embarca en el estudio de un territorio nuevo y
del desnrrollo cultural de la humanidnd , Freud no era un enemigo
rec ién descubierto. Ese nuevo ten-itorio es el campo del incons -
ele la CD ltura. C reía que la cultura se d esarrolla bajo la férrea pre -
ciente, sobre el cual el neurótico ha perdido el dominio que aho-
sión del principio ele realidacl, que Px ige el abandono d e la gra -
ra, mediante el análisis, intenta recuperar.
tificación inmediata d e los impulsos instintivos por una satisfac-
E'a sensación de "trabajar juntos" se intensificaba por el 110-
ción post ergada y más real ista. C uand o en el curso del análisis se
cho de que Freud reconociera mi comprensión del psicoanálisis,
vencen las resistencias y aflora n la conciencia el material repri-
de modo que una vez ll egó inclüso a decir qu e sería bueno que
mido , el paciente vn haciéndose cad a vez más accesible a Ja in -
todos sus discípulos pudieran capt<ll' la esenc ia del psicoanálisis
flu e ncié: J el médico. Es to condu ce a un n uevo desper tar de d i-
.con tanta seguridad corno yo . Estábamos hablando de lo difícil
versos inter::-ses y a estab lecer una ·11ez m:is re laciones con el mun -
que es para una persona sana ac ep t:ir los principios de la ense-
do ext e> rio r. El propio Freud creía q ue l'i tra tami ento ele una neu -
ñanza freudiana, en la medida en que hieren su vanidad. Es dife-
ros is gra ve era al mismo tiempo una educac ión del paciente. N n
rente para el neurótico, que en primer lugar ha exper imentad o
necesito cl estacn r el hecho de que Fre ud prac ticaba esa tarea edu-
c·n sí mismo la fuer za y 1::i dirección d e sus impulsos inconscientes,
cativa d e la manera más d e licada y q ue la influ encia puramente
y en segundo lugar ha reconocido, al someterse a la terapia ana-
humana qu e e jercía sobre sus pacient es, en virtu<l de la grandeza
lítica, su incapacidad de mnnejarse sin ayuda.
de su p0r.<; onnliclad, no podía menos qu e ser profunda y duradera.
Pero hay otro tipo de personas accesible a todo conocimien-
· Incluso la forma prec isa en que Freu<l expresn ba sn opinión, r¡11e
to teórico y por consiguiente también al psicoanálisis. Se trata
siempre daba en el clavo con las palabrns más certeras, e ra para
ele aquellos cuya clara inteligenci a parece estar secuestrada por
uno fuent e d e goce. La memoria d e F reu<l era absolutame nte sor-
sus fuerza0 nshifuvas .1 Tales personas son capaces de pensar las
---- prend ente ; su mente ]o ret<:> nía todo, observaba los menores deta -
lCfr. Histo1'ia de una neurosis infantiT, donde Fre ud escr ibe sobre el Hombre
de los Lobos: "Su clara inteligencia se hallaba como secuestrada por las fuer- zas instintivas que regían su conducta en la esca.,:1 1·ida (''l t> 1·ic¡ r de q1 1r aún t ·1 a
capaz." ( O. C., p . 69.5 ).

164
lG.5
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r - - - - - -- --·- . )'.~"':

1ista y analizado podían mirarse. U na paciente que explotó esa si-


Jles, y jam<'ts se confu nd ía co n las relaciones familiares ni con otras tuación hizo todos los intentos posibles -o más bien imposibles-
cosas Je ese tipo. para seducirlo. Para evitar de una vez por todas algo similar, Freud
Pe ro , como todo en la vida, una relación demasiado estreclu -cambió su posición inicial y se sentó al extremo 9_puest0-cl<>l ·divú11.
entre :nédico y paciente t iene su lado oscuro. El mismo Fr.eud H abía cierta ironía en una de las historruSque relataba Fre11d.
creía que si las relaciones am istosas entre ambos exceden ciertos Me contó que una vez un hombrecillo dC' aspecto insignificante
1ímites, ello va en d etrimento d e la ternpia. Es fácil comprender había acudido a su consultorio quej{rndose de graves depres iones.
por qué: por una parte es t(1 el riesgo de que el médico llegue a Cuando Freud le preguntó en c1ué trabajaba, resultó que St' trataha
ser demasiado indul gent e con el paciente y a complacC1·lo de- del mayor comediante vienés contemporáneo, el difunto Ei,cn-
masiado; por otra , las res istencias transferenciales aumentan cuan- hach.
do el paciente considera al analista como un sustituto paterno. En una ocasión en que yo intentaba explicar algún proceso
Por más que Freud , d e acu erd o con su carácter, pusiera todo lo emocional -ya no recuerdo cuál- por la fuerza del hábito, Fre11d
personril en último plano e hici era siempre el máximo esfu erzo por j no quiso aceptar mi explicación y dijo: "Si una madre preocup:1da
,,_. r totalmente objet ivo, el poder ele atra cción ele su personalidad 1
por su hijo que estú en alta mar reza todas las tardes por su pronto
e ra tal qu e siempre hab ía ciertos ri esgos implícitos regreso, ¿cree usted que después de que él vuelva a casa sano y
Como un análisis exige mucho tiempo, plantea dificultades a 1 salvo ella va a seguir diciendo la misma oración por la fuerza del
q11i enes no están en pos icié>n ~\C'ornoclada. "Hemos csL1bleci<lo la \ hábito?" Comprend í muy bien esa reacción de Freud, porqu e en
r(' gla", me diJo una vez Freu cl , "d P tratar siempre a un paciente sin j
1
esa época en que tan poco se sabía ele la verdadera vid a instinti\'<l
remun eración"'. Agregó <1ue co n fr ecuencia un an{1lisis d e este tipo del hombre era mucho lo que se le adjudicaba erróneamente al
1
tropieza con mayores res istenci as que uno pagado, yú qu e los sen- "hábito''. Más adelante F reud mod ificó el principio del placer,
timientos <le grati tud colna r, especial intensidad y pueden obs-
l ruir el tratamiento. Yo mismo s(. el e un caso en el que F reud trató
durant• '. muchos meses a un pac iente que hab ía perdido su fortmu
l e n cuanto postuló también una compulsión de repetición que no
depende del pri ncipio del placer. Se trata, por así decirlo, de una
ley d e inercia psíq uica, un a tendencia innata en todo lo viviente
e i; 1clus o le brindó ayuda financi e ra.~ \ a buscar el descanso y tener a la mu erte como meta final. De tal
Durante un tratamicn t·o ps icoanalítico d e larga duración el modo llegó F reucl a aceptar un instinto de muerte, opuesto al Eros.
paciente tiene a men udo ocasión de comentar con el méd ico toda Se ocupa <l e esta cuestión en Más allá del principio del placer, pero
clase de cosas. Por e jemplo, Freud me contó u na vez cómo se ha- sin hacer referencia al hábito. Sin embargo es un paso evidente en
bía llegado a h "situación ps icoanalítica". C omo es bien sabid(), el sentid o de refe rir también el háb ito a la compulsión de repel i-
l'-; la '\ituación" es la del paciente tendido en el diván mientras ción. De tal modo, se podría entender que esa observación de
(' 1 analista se encuent ra sentad o cerca ele éste en tal posición que el F reud significa que no se ha de sobreestimar la importancia del
:rnalizado no puede verlo. Freud me dijo que originariamente él hábito, ya que aparece como una especie de compulsión de re pe-
c;e había sentado al extremo opues to del diván, de modo CJUe ana- tición únicamente cuando las condiciones externas e internas fa-
vorecen a este automatismo psíquico y cuando no opera cont ra
" En sus Memorias, .1 919- .19.38 (p. 135 ele este rnlumen ) el ll ombre d e
él ningún impulso más fuerte.
\1-> Lohns escribió, refirién d ose al Gño W ·20, (' 11ando é l c:omplct~iha cu:ltro
mes es de nuevo Gnálisis con F re ud: "Nuestra situ¡¡c.:ión era tal qt1t· apenas si Como en esa época el período ele "tormenta y tensión" d el
podríamos haber pagado el alquiler si no hubiera siclo porqll e vi profesor psicoanálisis no había terminado todavía, era frecuente que Freud
F r<'lld, qu e tenía ¡¡]gunos pa cientes ingleses, nos daba de \CZ <·n c11;: 11clo ,¡]_ tocara el tema. Sus opiniones, del mismo modo que toda su teoría ,
·'" ' ""is libras inglesas ." En respues ta a una pregllnta mía, e l Hombre ele los
Jnhos me escribi ó en una carta fechada el 1-1 de setiembre de 1970 : "Mi eran tan nuevas que resultaba inevitable que chocaran en todas
rnwvo a1ülisis en 1919 no se llevó a cabo ¡¡ pedido mío, sino por deseo del partes con la oposición más violenta. En un principio a nadie le
pr,ip io profesor Freud. Cuando le expliqué que no podría pagmle por ese ha~ía parecido necesario refutar el psicoarnllisis; la gente se C'On-
tr:ilami ento, se mostró dispuesto a analizarme sin rernunl'r:1ció11."
r.i .
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1()6
formaba con no clarse por u1 ll'r <1tb. Pero a la larga se hizo impo-
sible ignorarlo por completo, d e manera que tanto el psicoanálisis pierna mientras esquiaba, 3 pero que afortunadamente la lesión ern
corno su fundador fueron atacados furiosamente desde todos los leve y no había peligro de daño permanente. Freud siguió diciendo
ángulos. Los predicadores de la moralidad lo rechazaban porque que de sus tres hijos el menor era el más semejante a él por su ca-
asignaba d emas iada importancia a la sexualidad y la medicina ofi- rácter y temperamento. l\iás adelante Freud vol vió a hablar de su
cial lo conde naba por "no científico;'. Freud me <l ijo una vez que hijo menor en relación con otra cosa. Era en una época en que me
prefería con mucho esos ataque¡; al silencio total que los había preocupaba la idea de llegar a ser pintor, contra lo cua l me acon-
precedido, ya que de ellos se infería que tenía oponentes serios con sejaba Freud, expresando su opinión de que si bien era probabl e-
Jos cuales tení a que ll egar a un acuerdo. Al parecer, Freud nunca que yo tu viera capacidad para ello, como profesión no me resul-
se tomó muy en serio la indignac ión de los moral istas. Una vez taría satisfactoria. C reía que si bien no me era ajena la naturaleza
me comentó, ri endo, q ue una reunión en la que se atacaba áspera- contemplativa del artista ; predominaba en mí lo racional (en una
mente al psicoanálisis por "inmoral" termi nó con los presentes con- ocasión me calificó de "dialéctico"), y sugería que debía esfo r··
tándose los chis tes más indece ntes. zarme por lograr una sublim ación que a bsorbiera completamente
Estos ataques hacían que Freud se sintiera más obligado a mi interés intelectual. En esa ocasión me contó que también su
poner de manifiesto la mayor objetividad y a excluir de sus ar- hijo menor había querido ser pintor, pero que después había aban-
gumentos todo lo que fuera de nah1ral eza emocional o subjetiva. donado la idea para dedicarse a la arquitectura. "Sólo me habría
Y, como es bien sabid o, jamás tem ió revis ar sus teorías, en la me- decidido por la pintura", le dijo a su padre, "si hubiera sido muy
d ida en que Je parecía que así se lo exigía su práctica, esto es, la rico 0 muy pobre". La decisión se fundaba en que o bien hab ía qu e
observación y la experimentación. Para justificarlo podía citar el considerar la pintura como un lujo y dedicarse a ella como afi-
hecho de que incluso una ciencia tan exacta como la física pro- cionado, o bien tomársela muy en serio y lograr algo realmente
cede de igual manera , ajus tando sus teorías al estado específico importante, ya que ser una med iocridad en ese campo no podía
de la investigación empírica. Lo mismo valía para Freüd con dar satisfacción alguna. La pobreza y la ''férrea necesidad" que
respecto al trabajo detallado de la terapia. Sí una de sus hipótesis ella imponía podían ser el aguijón que lo incitara a uno a valiosos.
logros. Freud consideró acertada la decisión ele su hijo y biern
no se veía confirmada por las asoc iaciones y los sueños del pa- fundado su razonamiento.
ciente, la abandonaba inmedi atamente. Incluso en esa época Freud
expresaba gran confianza en el futuro del psicoanálisis y creía La dedicación de Freucl al psicoan<Hisis era tal qne influía
que la continuación de su existencia estaba asegurada y que ter- también de muchas maneras sobre sus otros intereses. Por lo que
minaría por ocupar el lugar que le correspondía en la medicina y toca a la pintura, tenía en la mayor estima <i los antiguos maestros.
en otros campos. Emprendió un m inucioso estudio de uno ele los cuadros de Leo~
nardo da Vinci y publicó un libro sobre él. Es evidente que los
Era muy raro que Freud hablara <le sus relaciones familiares,
pintores del Renacimiento ejercían particular fasc inac ión sobre
Freud, pues en esa época el hombre era el centro del interé~ uni-
cosa muy natural si SC' tienen en cuenta las cond iciones del trata-
miento psicoanalítico (la transferencia, etcétera ). En ocasiones yo
versal y, por cons igui ente, tambié n el tema p ri nc ipal de la pintura.
me encon{raba en las esca leras con su esposa, así como con sus tres
I Por otra pa rte, F reud se interesaba p oco por la pintura paisajista,.
hijos y, él os hi jas, de modo <1uc sólo los conocía de vista. Más tarde
inc luso por la ob ra ele los impres ionist as. En general el arte mo-
me rc(Íacioné con su hij o mayor, el doctor Martin Freud, que era
derno no presentaba gran atra ctivo par;-1 <'l. ni te nía tampoco afi-
ah6gado y se movía en el mundo comercial, pero eso no se vin- nidad con fa música .
i¡ ;
cu ló en rno<lo alguno con mi análisis con Freud. Tenía la impresión
de que la vida familinr de Freud era muy tranquila y armoniosa. 3
Una vez , durante una hora d e análisis, Freud me contó que aca- Ana Freud a f irma que e l que se. rornpic'1 la pil"rna no fue el h ijo menor sino
baba tlc recib ir la noticia de que su hi jo menor se hab ía roto una e l mayor. J;;ste es el Ún ico error fáctico c1u e elL1 encont ró en estos Hec11erdos.
Todo lo demás que se dice ele este h ijo menor, que era arr¡uiteclo, es correcto ..
168
169
-,
!
Tal corno se pudí,1 esperar, la literutura mundial reclamaba
en el más alto grado el interés de Freud. Le entusiasmaba Dos- ¡
\
presencia, no tienen la menor idea de que es el profeta de una
nueva religión que ha ele derribar los antiguos d ioses para iniciar
toievski, que rn<'is que ningún otro tiene el don de penetrar en su procesión triunfal a través del mundo.
las profundidades del alma lrnmana v de escudriñar en los más Freud también aprecüiba mucho a los hnmoristas y admiraba
·oc u !tos movimientos del inconsciente', para darles expresión en enormemente a Wilhelm Busch. Una vez dimos en hablar ele Co-
una obra de arte. En Los hermanos Karamazov, Dostoievski se nan Doyle y su creación, Sherlock Holmes. Yo había pensado qne
ornpa dPl patricidio, es decir del complejo de Edipo. En sus obras a Freud no le interesaría ese t ipo de lecturas frívolas y me sorpren-
t~1mbién se c:ncuentran suciios, v recuerdo <1ue en una <le mis ho- dió descubrir que de ningún modo era así, y que había leído con
ras de anúlisi .~ Frc11cl hi zo una interpretación psicoanalítica de un mucha atención a ese es.critor. El hecho ele que las pruebas cir-
suei'io de Raslrnlnikov. Freud veía la debilidad de Dostoievski cunstanciales sean útiles en psicoanúlisis para reconstruir una his-
como pens:tdor político en el lwcho de <1ue hubiera debido seguir toria infantil puede explicar el interés ele Freucl por ese tipo de
un camino tan largo y agotaclor parn llegar a sus últimas convic- literatma. Digamos de paso que el pndrc espiritual del famoso hé-
·Ciones políticas, ei1 tanto que c:spíritus mús pobres llegaban a las roe de Conan D oyle. el detective aficionado que supera a todos
mismas conclusiones con mayor rapidez y menos gasto <le energía. los organismos oficial es, no es en realidad el propio Conan l)oyle
Como se sabe, en su juventud Dostoievski fue miembro de una sino nada menos qu(' Edgar Allan Poe, con s11 Monsieur Dup in (se
secta secreta y lo desterraron a Siberia. Después de haber cumpli- hallarún mú-; detall('s en el interesantísimo estudio psicoanalítico
do la sentencia volvió de allí defendiendo una filosofía conserva- de Edgar Allan Poe realizado por \forie BonapartP). Era natural
dora. que un raisonnem infaillible como Poe dotara a I\1onsieur Dupin
Freud elogiaba mucho la novela Pedro IJ Ale¡o, del escritor de la cnpncidacl de: llegar a las conclusiones mús extraordinarias
ruso Merejkovski, en donde se encuentra un enfoque extraordina- mediante la observación exacta del comportamien to humano y so-
rio, desde el punto de vista psicoanalítico, de la ambivalencia emo- pesando todas las circunstancias. Gracias a esas elotes excepciona-
·Cional entre padre e hijo. Freud apreciaba menos a Tolstoi; el mun- les, que Poe denomina "analíticas", l\fonsiem Dupin -un prototi-
do en que Tolstoi vivió y q ue describió en su obra era demasiado po de Sherlock Holmes- consig11e reconstruir y resolver los com-
ajeno a Freud . Tolstoi era un autor épico, que esbozaba cuadros plicadís imos y mister iosos crímenes ele 1n Calle Morgt1c.
maravillosos de la vida de las clases altas de Rusia en el siglo Freud era totalmente indiferente a las cuestiones políticas,
XIX, pero en cuanto psicólogo no calaba tan hondo como Dos- que ocupaban una esfera clift~rrnte y demasiado alejad a del ámbi-
toievski. Además, Freud debe de haber tenido poca simpatía por to del psicoanálisis y de la ohr:t ele Freud. En este aspecto, nw p~1-
la actitud de áspera crítica de la sexualidad que asumió Tolstoi. recen dignas de mención las conclusiones ele Freud sobre Dos -
Cuando le dije a Freud que me gustaba Maupassant, comen- toievski en cuanto pensador político. Por lo común una persona
tó: "No tiene mal gusto". En esa época estaba de moda Mirbeau, que hace tales observaciones torna como punto de partida la filo-
un escri tor francés que abordaba te¡)-Jas muy atrevidos, y cuando sofía polít ica que ella misrn:i cons id era correcta. De tal modo hay
le pregunté a Freud qué pensaba de ' él, su respuesta fue desfavo - qu ien pensaría que espíritus i11feriores nl de Dostoievski llegaron
rable. ·con mavor rapidez a las mismas conclusiones que él simplemente
A Freud le gustabil especialmen te Anatole France. Recuerdo po'rque adoptaron los pll ntos ele vista conservadores sin criticarlo~
que una vez me describió un.a escena de una de las obras de Ana - ni haber pensado muchn en dios. Otros, los que sustentan opinio-
tole France que evidentemente lo había impresionado mucho. Dos nes políticas opuestas a Ja., conclusiones conservadoras de Dos-
aristocráticos romanos están discutiendo cuál de las muchas dei- toievski, podrían reprocharle el no haber ajustado su vida a sus
dades mitológicas seguirá siendo un dios importante en el futuro. principios con la firmeza suficiente para mantener, pese a sus in-
En ese momento pasa junto a ell os un discípulo de Cristo, vestido fortunios, sus primc:ras convicciones revolucionarias. Amhas opi-
·como un mendigo. Lti-; dos romanos, que apenas si advierten su niones contendrían juicios de v:tlor <¡i1c· evidrntc'nwntc Fre11d q11 e-

170 171
· cias. De acuerd o con ello, Freud consideraba que los ataqu es
tía evitar. De ahí sus reflexiones puramente científicas sobre los.
que se le dirigían eran, en sentido psicoanalítico, expresión de
procesos psíquicos, la comparación de las cantidades de energ ía resistencias internas. Los consideraba como algo natural, ya que
necesarias para alcanzar el mismo resultado. Se encuentran afü el yo se niega a admitir lo reprimido en la conciencia. Freud afir-
las fronteras del psi coanálisis, 111{\s allá de las cuales Freud no maba que en el curso d e su d es arrollo la hu manidad padeció tres
quería aventurarse. dolorosos golpes a su narcisismo: primero el darse cuenta de que
Q uisiera además tocar otro problernJ que ocup a también una
la t ierra no es el centro del u niverso y de que el sol no gira
de las regiones limítrofes: me refiero al p roblema, tan discutido en alrededor de la tierra, sino ésta en torno del sol; despu és la teoría
fil osofía, de la libertad de la voluntad. Como el psicoaná1isis re-
de la evolución de Darwin; y por último, mediante el psicoanáli-
conoce una relación causal entre las represiones de un neurótico
sis, el ver destronada su conciencia en favo r del inconsc iente,
( es deci r, sus p rocesos inconscientes ) y los síntomas de su enfer-
que determina nuestra vida emocional y por consiguiente, a la
medad, ello supondría que rechaza sin más la libertad de la vo- larga, nuestra relación con todas las cosa s.
luntad y asume una posición estrictamente determinista. Es to re-
Esta posición de Freud -que sigue la máxima de que enten-
sulta cierto, por ejemplo, en The C riminal , the }udge ond tlie Pu -
1Jlíc, de Frn nz Alexander y Hugo Staub. Según este libro, una de- derlo tod o es perdonarlo todo- lo llevó naturalmente ::t su actitúd
de no guardar resentimi ento para qu ienes rechazaban sus ense-
c isión result a de la operac ión conjunt a de d iversas fuerzas y cons-
fianz as . El odio personal era ajeno a la naturaleza de Freud. Es
tituye, por así decirlo , el med io de las mismas. Se podría seguir con 1
bien conocida, por ejemplo, la tensión que ex istió entre Freud y
es ta línea d e pensamiento y decir que con frec uencia tales fuerzas
\Vagner-Jauregg, p ero yo jamás percibí q ue Freucl albergara sen-
trabajan en direccione s opuestas. Como son invisibles para noso-
tros, el resultado de esa operación conjunta y adversa, es decir, la ·t imientos de enemistad hacia él. Freu d pens aba simplem ente qu e
decis ió n mi sm a, no nos parece estar determ in ada por causas de- a \~'agner-Jauregg le faltaba una comprensión psicológica más
profund a, pero como sus méritos pe rtenecía n a un c::trnpo mu y
fin id as. difc>rente - me refi ero al tratamiento de la p::tresia por medio de la
Se me ocurre, sin emb argo, una obs ervación de Freucl ele la .
m:-tlariotera pia - el juicio de F reucl no iba en modo al guno en de-
cual p<1c<le inferirse que por lo menos deja abierta la posibilidad
trim ento de la fama d el otro.
de una voluntad libre. Freud dijo que aun cuando lo reprimido
se vuelva consciente y un análisis pueda ser considerado un éxito, ( Recuerdo que años despu és , cuando F reud ya había emigra-
nada d e ello asegura en forma :-1utom:ttica h recuperación del do a Inglaterra, tuve oportunidad de habl::tr con \Vagner-Jauregg
paciente. Después de un an~lisis d e este tipo se ha puesto al pa- de un caso que :-1 mí me preocupab a mucho. Eso sucedió unos
ciente en una situ ación en la cual él puede mejorar; antes del se is meses antes de la muerte de \\'agner-Jauregg; era un hombre
análi sis tal cosa no era posibl e. Pero qne de hecho se mejore o muy anciano pero ele aspecto todavía ba stant e robusto. Me pare-
no d epe nd e de su deseo· de recuperarse, d e su voluntad . Freud ció muy agradabl e como p ersona. En tanto qu e la caracterís tica
comparaba la situació n con la compra de un b oleto para viajar. más so rpre ndente de F reucl eran su seriedad y su concentración
El bol eto hace que el viaje se a pnsiblc, nada más ; pero no ocupa en cierta es fera de ideas, \\'agncr-Jauregg cbba la impres ión d e
su lugar. Pero ¿.qué es realm ente esta voluntad de recuperarse?" .,er un vienés cordial y bon:-1chón de época s p asadas .)
e.Qué la detern1ina'? Pese a la indulgencia y toleran cia que Freucl mostraba haci a
E~ b ien conocid a b actitud ele F reud h acia la rel igión. Era sus adversarios en el plano personal , no hacía conces iones ni acep-
librepe nsador v adve rsario de cualqu il'r dogmat ismo. Pese a ello, taba comprom isos en los problemas para los cuales creía haber
insistía e n que nn hahía oposición fundam e ntal entre religión y encontrado respuestas verdaderas. La búsqueda de la verdad era,
ps icoanáli sis y C'n que , por lo tanto, una persona religiosa p od ía para él, el primer princip io. Consideraba que la inteligencia huma-
5in dificultad co nvertirse en partidaria del psicoanális is . na y los triunfos del espíritu configuraban la suprema excelencia;
El psicoanálisi s asume la t:-1rea de traer a la conc iencia las 1o importante no es lo que el hombre hace, sino lo que piens:-t. Co n
ideas reprimidas, tar e:1 que requiere la supe ración ck las resisten-
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ello Freud se proponía, cvi<lenternente, expresar la idea de que habían fortalecido tanto que en ocasiones desesperó <le poder
el sentir y el pensar han de ser considerados como lo primario, y llevar mi análisis con Freud a feliz término. Ahora ese período
las acciones que de ellos resultan como algo secundario. Sin em- había pasado y me embargaba el cálido sentimiento de que pese
bargo, Freud no era ajeno a lo "humano, demasiado humano". a todas las dificultades había perseverado con Freud y ahora, al
. Así lo demuestra una observación que hizo una vez, afirmando abandonar Viena , podía considerarme un hombre sano. También
que la satisfacción obtenida del éxito y el trabajo intelectual no me alegraba mucho q ue mi Futurq esposa, que le había presen-
puede equipararse en intensidad a los sentimientos de placer logra- tado a Freud poco tiempo atr:1s, le hubiera hecho excelente impre-
dos mediante la satisfacción inmediata de las metas instintivas. En sión y que él aprobara mi clcccit'm . Veía el futuro bai1ado en una
el logro intelectual falta el carácter inmediato de la experiencia, luz rosada y con ese :tnimo esperanzado volví de mi paseo. Ape-
precisamente esa sensación -carnc.:terizada por la expresión, un nas si había entr:-ido en mi clepartamei1to cuando la mucama me
poco rara en él pero muy precisa, que usó Freud- de algo "conde- entregó la edición extra ele! perió<lico que anunciaba el ;1sesi-
nadamente bueno". A través de esta observación de Freud se trans-- nato de la p:-ireja archiducal.
luce la meditada convicción de que la intelectualidad sólo se al- Corno es natural, cuan<lo vi a Freud al <lía siguiente habla-
canza al precio del sacrificio, de la renuncia a la satisfacción ins· mos de ese acontecimiento. En C'Sa época Viena estaba <lominJcla
tintiva inmediata. por un recalcitrante espíritu antiservio. Yo tenía la sensación de
En las semanas que precedieron al término de mi análisis . que sólo 11n razonamiento viciado podía condenar sin reser'va al-
hablába mos con frecuencia del riesgo de que el paciente establez- guna a todo un pueblo y atribuir a todos y cada uno de sus horn-
ca un vínculo dema siad o estrecho con el terapeuta. Si el paciente hres, fueran q11 iencs fueren, <lcterrninadas malas cualidades. Al
se queda "pega<lo" en la transferencia, el éxito del tratamiento no parecer Freud no compartía mi opinión, ya que observó que en
es perdurable y pr0nto se pone de manifiesto que la neurosis ori- realid ad hay naciones en las cuales ciertas malas cualida<les son
ginaria ha sido rcC'mplazadri por otra. Con respecto a ello, Freud más marcadas que en otras. Al hablar de la situación, Freud co-
era de npin ión q11 c al linalizar el tratamiento un regalo del pa- mentó que si Franeisco Ferna ndo hubiera llegado al poder, sin
ciente po<lía conlrihuir, como acto simbólico, a aminorar su sen- eluda habríamos tenido una guerra con Rusia. Evidentemente, no
timiento <le gr::ititud y su cons iguiente dependencia del ailalista. pod ía tener idea ele r1ue el asesinato de Sarajevo pondría la pelota
Queda mos entonces en que yo le daría a Freud algo como recuer- en movimiento.
do y, como conocía su amor por la arqueología, elegí para él una Cuando volví a ver a Freud después de la primera guerra
figura de mujer, egipc ia , con un tocado en forma de mitra, que mundial, en la primavera ele 1919, y le comenté lo absolutamente
Freud puso sobre su escritorio. Veinte afios más tarde, hojeando incomprensible que' era que en pleno siglo xx pudiera producirse
una revista, vi una fotografía de Freud en su escritorio e inmed ia- semejante carnicerí.1 en masa, Freucl no recogió el tema y se limitó
tamente me llamó la atención "mi" egipcia, la figura que para a observar, de manera un tanto resignada, que tenemos "una acti-
mí simbolizaba mi análisis con Freud, quien me llamaba "un pe ... tud equivocada" hacia la muerte. Frente a los grandes aconteci-
dazo del psicoan;11isis". mientos políticos mundiales que siguieron a la guerra, Freud adop-
L1 Finalización de mi anúlis is con Freud coincidió con el tó una actitud de expectativa. Dijo algo en el sentido de que
pcríu<lo de agitación política mundial que caracterizó al verano no se podía esperar que 1111 psicoanalista juzgara correctamente
de Hll4. Ese funesto 2.8 de junio de 1914, cuando fueron asesina- esos acontecimiento¡; o pudiera prever su resultado." También por
dos el príncipe austríaco Francisco Fernando y su mujer, era un entonces me enteré por F reud ele que Jung, a quien Fre11 d siempre
domingo sofocante y caluroso. Ese d ía salí a caminar por el Prater, había elogiado mucho y a qu icn en cierta época había designarlo
y corno mi tratamiento con Freu<l iba a terminar en unos pocos. como su sucesor, se había apart:-ido ele él y seguía ahora su propio
;~ '
días más, dejé que los aúos vividos en Viena desfilaran por mi ¡ camino.
mente. Durante ese tiempo mis resistencius en la transferenda se Ifablé ya de la compostura y el dominio de sí que mostraba
·\)¡,
Freud. Fue el c·onstructor de un nuevo mundo del pensamiento,
]";"-!
f 175
i]
"
cosa que aparte cualquier otra consideración, exigía gran energía Sea como fuere, diez años después de la muerte de Freud ya
y perseverancia. Su fortaleza ele espíritu, por más que en ocasiones es tiempo sobrad o de que se ponga una placa conmemorativa en
io hiciera parecer áspero, era admirable y jamás lo abandonó, n i la casa de la Berggasse donde él vivió . Es triste, pero aún no
siquiera cuando el destino descargó sobre él los más fuertes golpes. se Ja ve allí al pas ar. '
En el invi erno de 1919-1920 Freucl experimentó una pérdida
d olorosísima: la mu erte d e su hija mayor, con quien según he
oído decir estaba especialmen te encariñado. Yo lo vi al d ía siguien-
te de ese trágico s11ceso, calmo y compuesto como de costumbre,
sin que de ninguna manera traicionara su dolor.
C uando algunos aiíos más tarde, Freud fue víctima d e un
. absceso en la cavidad bucal, se comportó de manera tan resuelta
como ~ iempre. Tuvo que someterse a una operación, y cuando yo
lo visité una vez efectuada és ta y le pregunté cómo se sentía, se
c ondujo como si nada .hubiera pasado. "Uno envejece", comentó,
e hizo con la mano el ges to con que la gente deja de lado una
consideración trivial. Como es natural, en su condición de médico
Freud se daba perfecta cuenta de la gravedad de su estado. De
hecho, a la primera operación siguió u na segu nda en la que le
extrajeron parte del paladar, de modo que tuvo que usar una
prótesis que le estorbaba ligeramente el habla, aunque eso apenas
se notaba. Pero sus infortun ios no tuvieron el poder de abatir a ¡11\\1'

Freud ni de privarlo ele su pasión pot el trabajo. Se consagró


a escribir como lo había hecho antes y, aunque en medida limitada,
/ 1.~"! '" .
~,1~1M',
'lk ·~
mantuvo 5u práctica psicoanalítica. Después que H itler se anexó '· ·'p1},\'
11
Austria , Freud emigró a Inglaterra, donde murió a comienzos de
la segunda guerra mundial. ,,,,, ¡~\~\\ 1
Según el proverbio, "nadie es profeta en su tierra'', y lamenta- FI ·'"L't'ill ti<' llls lt>I""· dillttj:Hlo p11r <'I l lt>tnl ire de l"s Lobos.
b lemente esto ha sido válido para Freud. Por más que pasó casi
toda su vida en Viena, donde a lo largo de muchas décadas llevó
adelante una labor que tan importante ha resultado para la huma-
nidad, el psicoanc'tlisis tiene menos aceptación en Viena que en
cualquier otra parte. ¿A qué se puede atribuir esto? Quizás al
hecho de que Austria haya sufrido tantas crisis políticas y econó-
m icas en su historia reciente. Pero hay algo más q ue también
puede tener su importancia: la feliz condición de los austríacos l
de tomarse muchas cosas a la ligera y, como los franceses, ver la 1
vida por el lado más luminoso y plac entero . Quizá la consecuencia ¡
J:
·;1
sea que sufren menos por obra de sus complejos y los superan co11 J. 1
mayor facilidad . · El G de mayo d e 19.54. más de dos años desp ués q11e el Hombre de los
Lobos escribiera este articulo , la O rga ni z:1ción :-íundi.tl par:t la Salt1d \len-
ta ! dl'sc ubrió nna pbc:1 conmemor:1tiva sobre la puerta.

176 177
·~:pl!~ _- ..·.. '.-.'
r~-~~~··

ri
' Suplemento a la "Historia
l
l
de una neurosis infantil"
~

1
de Freud (1928)
\: Ruth Mftck Bru11Jivick
i

Este artículo -cuyo ob jeto r¡ueda explicado en el título- fue


actualizado por fo autora l'll la sig1Jie11te nota dirigida al director
del Reacler: ' "El análísis del Hom/Jre de los Lobos que aquí s1·
reseña duró cinco meses, de octu /Jr e de 1926 a f elJrero de 19:27.
Posteriormente', el Hombre de los Lol1os se recuperó lJ pudo .des-
arrollar cierta acti1Adad rn 1111 modesto empleo.
"Aproximadame11fe dos (JJÍOS después regres<Í parn rea11 11rl11 r
un anrílisis tan grntificimte para mí como pa ra él. No r¡ueda/)(l
en él huella alg~11w <h!! psicosis o de tc11denci11s pmanoides. En -;l
curso de 1111a sríl1it11. i;iolenta y reiterada relac-ió1t amorosa, su
capacidad sexual sufrió pert11rbaci011es de ca rácter est rictamente
neurótico. Esta t;ez el análisis. que se prolongó con cie1ta irre.~11-
laridad dwa11te rnr io.s· (//JOS, receló tm nwterial nuew e impotta11 -
te -que hasta ese momento perman ecía en estado de recuerdos
olvidados-, totalmente vinculado a la comple¡a reloció11 afectiva
entre la 11i1i11 preesr¡11i;;:.ofré11iai IJ s11 pequeíio her111ano. Los resul-
tados terapéuticos f11cro11 excelentes u han 7Jerdurado , segtí1t mis
últimas informaciones de 1940, a pesar de una crisis personal de
impmtaricia que sólo en pequeña medida fue producto de los
aconteci111ie11tos r111mdiales ... "
H. M. B.
Nueva York
Setiembre de 1945

Reprndm:i do tle Tl1e l11tcmatio1111l .To1mw/ of Ps!Jclw- .-\1111/usis, IX , HJ23 ,


p. 439.
1 The Psucl1omwl11tic lleoder, vol. 1, ecl. Hobert Fliess, lnt e rnatinnal Univer-

sities Press, Nueva York, 1948.

l 179
J contrajo gonorrea, y finalmente erl muchas de las posteriore:; s ilu: i··
De.~cripción de la enfer111cdad actúal ciones durante su análisis con Freud. La que ja que contenía el nú ..
clco de su id en tificación patógena con la madre, era: "Así me es
El paciente a quien conocíamos como el Hombre de los Lobos imposibl e vivir" (O. C., p. 728) ("So kan11 ich niéht mehr leven").
d0 la Historia de una neurosis infantil acude ni profesor Freud pa- El "velo" de su primera e nfermedad lo cubría totalment e. Desa -
ra una consulta en octubre de 1926. Desde la terminación de su tendía su vida y su trabajo cotidianos porque se enfrascaba en el
análisis en 1920 había visto a Frcud c1e tiempo en tiempo. Cir- estud io de su n ariz con exc lusi ó n de cu alquier otra cosa. En ] ;¡
cunstancias a las que me referiré suc int amente ocasionaron gran- calle se miraba e.n la vidri e ra ele to dos los ncgoci¿s y llevaba e n eI
des cambios en la vida del Hombre de los Lobos. El millonario bolsillo un ·espejo q ue utilizaba co nstantemente . Primero se e mpol-
d<' oh·ora apenas si gannba ahora lo suficiente para alimentar a vaba la nariz , se la inspecciona ba d e inmediato y se qu itab:1 d
~1 1 mujer enferma y a sí mismo. Sin e mb~ugo, ln vida no fue del
polvo. Examin aba los poros para ver si se agrandaban y para de -
todo dura para él hasta el verano de 1926, fecha en que aparecen tectar el agu jero, digamos, e n el momento de su crecimiento y de-
ciertos síntomas que lo obligan a consultar a Fre ud . En esta opor- sarrollo. Entonc es se empolvaba n uevame nte la nariz, guarclaha
!unidad se le sugirió que si t enía neces idad de analizarse debía el espejo y recomenzaba e l proceso poco después . Su vida se cen-
verme.
traba en el espejito que ll evaba e n su bolsillo y su d estino depen-
Se presentó en mí consultorio a comienzos d e octubre de 1926. día de lo que le revelaba o es taba por revela rl e.
Sufría de una idée fixe hipocondríaca. Se lament aba de ser La mucama que abría la puerta de mi depa rtam ento le te rnÍJ
vídima . de un chufo en la nariz causado por Ja electrólisis utilízada p orque, como ella d ecía , él siempre pasaba d elante de ell a com o
en e l tratamiento d e las glándulas sebáceas obstruidas de ese ór - un loco y se d ir igía a un gran espe jo que estaba e n la sa la d e es -
ga no. E l daño , según é l, consistía alternativamente en una cica - pera mal ilumi nada . No se sentaba y r:speraba, como los otros pa-
triz, e n un agujero , o en una pequeí'ía fosa en el tejido cicatriza]. cientes, has ta que lo rec ibiera e n mi consultorio. Caminaba d e
Habían arru in ado el perfil de su nariz. Me permitíré decir ante to- un extremo a otro ele la pegueiia sala, sac aba su espejo y: c.\a111i-
do que no se percibía ninguna irregularidad en la chata, pequeña naba su nariz bajo un a y otra luz. E staba en estas cond ic ion es
,, típicam~nte rusa nariz del paciente. Y el mismo paciente, si b ien cuando comenzó su análisis co nmigo.
insistía en que el daño era muy visible, se daba cuenta de que su Debo pedir al lec tor qu e refresque su mem o ria volvi e ndo n
reacción era anormal. Por esta razón, d espu és d e agotar los re- leer el fragmento de la historia del pacie nt e publicado por F rC't1 d
c ursos dennatol6gicos, consultó a F re ucl. Si nada se p odía hacer b ajo el título de Historia de una neurosis infantil. Todo el 111ate-
por sn nariz , algo se debía hacer por su estado de ánimo, fuera la rial infantil se halla allí ; nada nuevo habr ía de revelarse en sn ;; nú-
1.<1 usa real o imaginaria. En apariencia, este punto de vista lógico y lisis conmigo. La fuente de la nueva enfermed ad consistía en un re-
>e nsato parecía deberse a la comprensión adqu irida en su análisis siduo no resu elto ele su transferencia, que desp ués de catorce a 1}(i,; ,
:rnterior. Pero esto sólo en parte resultó ser el móvil del p resente y ba¡9 la presión de circunstancias pecu li ares constituyeron la ba -
:tn<í.lisis. Po r o tra prirte , esa comprensión era sin duda la causa se ds 'una nue va forma de la vieja enfermedad.
d e la única caract erí.st ica atípica del caso: su gran disposición
p<tra eI análisis, el que ele u!ra manera no se hubiera producido.
Estaba d esesperado. Cuando se le decía que nada podía ha-
cerse por su nariz puesto que estaba e n perfecto estado, el paciente 2
'e sentía incapaz de seguir viviendo en lo que consideraba un es- 1920-1923
1ado irreparable de mutilación. Formulaba la que ja expresada e n
todas sus enfermedades anteriores: de niño, cuando e nsuciaba sus
¡ Antes de ofrecer una descripción minuc iosa d e la enfermedad
ca lzoncillos y pensaba que tenía disentería , de mu chacho , cuando

J
actual y de su tra tamiento, es necesario relatar con algunos deta-
180 181
l;fí..;
;r1,.,,'. ~;r

lles la vida y las circunstancias del pacient.e, durante y después cía ella- éste sobrestimaría e l valor de las joyas y dejaría de
d e su nnál is is con Freud. ayudarlo. El collar y los aros constituían todo su cap ital; si se veÍ~l
\
Se recordará que el Hombre de los Lobos era muy rico y que forzado a venderlos para vivir, ya no tendría respaldo alguno. Por
había heredado el dineru c1e su padre, quien murió cuando el pa- lo tanto, no contó a nadie que poseía las joyas. E l temor de perder
ciente contaba veintiún afias, dos años después de co.ntraer su la ayuda de Freud no le dejó pensar que éste no habría permitido
gonorrea y dos años antes de comenzar su análisis con Freud. De- 1 que gastara su pequeño capital. El paciente siguió el consejo de s11
be recordarse tambi én que el paciente se mostraba extremada- 1 1nujcr, porq11c , como admitió él mismo , coincidía con ciertos ínti ·
mente neurótico e n su actitud con el dinero. Frecuentemente, y mos sentimientos suyos. Desde ese momento creció su av id ez por
'; in justificación alguna, como él mismo admitía, acusaba a su ma- el dinero que recibía ele F rcud: se preguntaba a cuánto ascemled ,1
1
·dr c de apropiarse del dinero de la herencia. Era jactancioso y otor- 1 la donación siguiente -el monto, según el dinero reunido , variah1
gaba al dinero un poder y una importancia exagerados. No había cada año-, hacía planes sobre cómo gastarlo, etcétera. El paciente
recib ido mal la muerte ele su hermana, puesto que lo convertLi adquirió una falta d e sinceridad notable en un inclivicluo c¡11l'
en el 6nico hered ero de su padre. Era exces ivamente extravagante hasta ese momento hab ía sido compulsivamentc hon esto. Corne1 1z<'>
en sus costumbres person~1le s , espec ialmente con la ropa. a ocultar asuntos fi na nc ieros a su mujer y, en el período d e infla -
La revolución rusa y t>l régimen bolchevique cambiaron esta ción, él, que siempre había sido sumamente cauto. e-; pcc ult'> y pe r-
situació n. E l Hombre de los L obos y su familia perdiei·on literal- dió considerables sumas de d in ero. En tocLis s11s otieraciones fi -
mente todo su d inero y todas sus posesiones. Después de un pe- nanci eras aparecía ahora cierta clcs honest ichcl que antes no se lu -
ríodo ele verdadera desesperación, durante el cual no ten ía dine- bía manifestado, a pesar ele su actitl 1d ne11r,'itica . ,
rP ni trabajo, el paciente finalmente consiguió un pequeño empleo Sin embargo, y en un sentido ampli o, el paciente estaba hic'11 .
en Viena. El hombre que había venido acompaiiado con su médico y s11 c11 -
A fines de 1919 había abandonado Rus ia y volvió a Freud fermero, que hasta había sido incapaz de vestirse solo, ahora trn -
para ha cer unos pocos meses de análisis, cumplidos con éx ito, para bajabn duramente cuando conseguía cuak¡uier tarea y so.s lcnÍ<L
resolver su cons.tipación histérica. Aparenteme nte el paciente creía con lo mejor <le su capac idad, a su enferma y frustrada mujer. Su-;.
que podría pagar esos mes es de análisis, aunque es difícil saber intereses y sus ambic iones, en comparación con los de su j11ve ntu d,
cu(d era la base <le su suposición. Más aún, al final de este pe · eran limitados . Parecía como si tuviera que pagar el precio de s11
ríodo el Hombre ele los Lohos carecía de trabajo y de recursos; enfermedad y curación anteriores. De todos modos, él cont im1c'i
su esposa estaba enferma , y é l mismo agobiado por su desespera- pintando y durante el verano de 1922 hizo i.111 autorretrato que le
ción. Frcud inic ia entonces una colecta de dinero para su ex pa- obligó a mirarse en el espejo un ti empo cons iderable.
ciente, que tanto había aportado a los fines teóricos del psicoaná-
En abr il de 1923 el profesor Freud fue sometido a su pri1n c r ~1
lisis; desde ese momento repite la colecta todas las primaveras,
intervención quirúrgica menor en la boca. Cuando el Homh1T clC'
. <lurante seis años. Este dinero permitió al paciente pagar las deu-
los Lobos acudió a verlo antes d el verano para recibir su el in l'rn,
das hospitalarias de su mujer, mandarla al campo y, ocasional-
se sintió sacudido por el aspecto de Freud. Sin embargo penst'i
mente, tornarse él mismo unas cortas vacaciones.
µoco en eso y salió ele vacaciones. Mientras estaba en el campo co.
A principios de 1922 un conocido del paciente llega a Viena
rnenzó a masturbarse con fotografías obscenas. No lo hizo en ex-
desde Husia trayendo lo que qued aba de las joyas de la familiR.
ceso y no se sintió especialmente perturbado por la aparición (le· !
Se supon ía que valían miles ele dólares, pero cuando intentaron
síntoma. Su mujer a menudo estaba en ferma y se hallaba por !u
vende rlas se descubrió que su valor no excedía de unos pocos cien-
tanto poco inclinada al coito. Cuando volvió a Viena en el otoño,
tos. E l paciente no había hablado a nadie sobre las joyas, excepto
Freud había sido operado nuevamente; lodos no~otros supimos
a su mu jer; ésta le había recomendado inmediatamente, con crite-
esta vez el carácter grave dC' su enfermedad, incluso el Hombre d e
rio fem e.nino , que no contara nada n Freud, puesto que - como de-

l
los Lobos.

182 183
u
3
que fueron tratadas con ungiicntos. La medicación fue indicada
Hist oria de la enfermedad actual
por el mismo médico que más tarde lo trató a causa de otro cata -
rro : la gonorrea. Durante su análisis con Freud el paciente acudía
Intentaré ahora referir la enfermedad actual del paciente, ci-
a un famoso dermatólogo vienés, el profesor que lo trataba por
üéndome en lo posible a su propio relato, que él escribió para mí
sus glándulas sebáceas obstruidas. Es evidente, entonces, que pára
inmediatamente después de la tem1inación de nuestro análisis en
él la nariz había sido siempre objeto de cierta preocupac ió n y des-
febrero de 1927. contento.
En noviembre de 1923 la madre del paciente llegó de Rusia.
En los años que siguieron a la guerra, las exigencias de la vid::i:
El paciente observó una verruga negra sobre la nariz de la madre
lo habían mantenido muy ocupado como para que pensara mucho
cuando la recibió en la estación. En respuesta a su pregunta, la
o se molestara por su apariencia, y hasta se sentía bastante orgu-
madre le contestó que había consultado a varios médicos y que la
lloso de su nariz (sospecho qu e por sus contactos con judíos). Se
mayoría le había recomendado hacérsela extirpar. No obstante,
le ocurrió entonces que su suerte era excepcional: tenía una nariz
los médicos se mostraban inseguros con respecto a la naturalez:i
sin defectos. Algunas personas tenían verrugas -su mujer había
de Ja verruga dadas las curiosas apariciones y desapariciones de la
tenido una en la nariz durante años--, y otras, lunares y granos. ·
misma. A veces aparecía y otras no. Por eso había rehusado hacér-
Pero, sus pensamientos continuaban, ¡qué terrible sería si Pl tu-
sela operar y ahora estaba contenta de haber tomado esa decisión. viera una verrnga en la nariz!
Pero el paciente observó que la madre se había vuelto algo hipo-
Comenzó entonces a examina r su nariz en. busca de glándu-
c<mdríaca y que temía las corrientes ele aire, el polvo y toda clase
las sebáceas obstruidas y, aproximadamente un mes lTI<lS tarde,
de contaminaciones.
logró encontrar poros nasales que sobresalían "corno puntos ne-
A principios de 1924 el paciente comenzó a tener dificultades
gros" (presumiblemente un comedón). Esto lo hizo inquietarse
con sus dientes, que hasta 1921 habían sido particularmente sanos.
y, al recordar el éxito de su anterior tratamiento con X, pensó vol-
Era necesario hacer dos extracciones: se trataba ele la primera vez
ver a verlo. Se trataba, sin embargo, más de una idea que de uo
que el paciente perdía un diente. El dentista que hizo la extrac-
proyecto real, ya que ni siquiera intentó llevarlo a la práctica.
ción y que profetizó que el paciente pronto perdería su dentadu-
La madre volvió a Rusia en mayo. Dos semanas más tarde eI
ra a raíz de su violenta manera de morder, se llamaba ... ¡Dr.
paciente descubrió un pcquci'ío gr;rno en medio de su nariz, de
V\'.olf ! A causa de b profecía, el paciente no volvió a este dentista
extraña apariencia -según sus palabras- y que se negaba a desa-
y visitó a otros, con ninguno de los cuales se sintió enteramente
parecer. El grano comenzó a endurecerse y e! pacien te recordó
satisfecho. Un día se desmayó mientras le hacían un tratamiento
que una tía suya había sufrido 1m mal similar del r¡ue nnnca se
de conducto en un a raíz infectada. De tanto en tanto aparecían. curó.
pequeñas pústulas en sus encías.
Entonces reapareció la constipación (1t1e, como se recordará,
En esa época ocurrieron ciertos cambios en la oficina donde
representaba la fijación histérica que es taba detrás de la ne11rosis
el pacíente estaba empleado; fue trasladado, perdió la rclatin
compulsiva. Este síntoma fue tema de cuatro meses de anúlisis
independencia que le aseguraba su posicíón anterior y debió obe-
con Freu d , desde noviembre de 1919 a febrero de 1920. Salvo ra-
decer órdenes de un jefe ceñudo y desconsiderado.
ros ataques producidos en el transcurso de algunas enfermedades,
El síntoma principal de la enfermedad actual aparec10 en
p or seis años el paciente no había padecido de co.nstipación. Cnan-
febrero de 1924, cuando el paciente comenzó a tener extraños pen- do ésta reapareció, el paciente tomó conciencia de su estado ele
samientos sobre s11 nar iz. Siempre se había sentido insatisfecho de gran fatiga. Se dirigió entonces al Krankenkasse 1 y pidió ser so-
su pequeña y chata nariz, y en la escuela lo hab ían fastidiado con metido a una serie ele baños fortal ecedores. Debió ser examinado
el mote de "Mops" (perro dogo). Durante la pubertad un catarro
1
na sal le había producido llagas en la nariz y en el labio superior El sistema austríaco de Krankenlwsse representaba un seguro de salud

j
oblig¡¡torio . .

]84
185
j,
por el médico de guard ia que le ordenó baños de pino y compre- ciente desde la guerra, se mostró muy amistoso. Advirtió al p:i -
~as frías en el abdomen. E l paciente desaprobó las compresas frías, ciente que si bien las glándulas se podían curar fácilmente, por un
pues to que, como su madre, temía los resfríos. Como de costum- tiempo le quedaría la nariz enro jecida. Tomó entonces un instru -
bre, sus temores se cumpliernn: en Pentecostés se acostó engri- mento y abrió varias de las glándulas. Para las restantes recetó
paco. (Obsérvese q u e el paciente, que había nacido en Navi- distintas medicinas, un líquido y un ungüento. (En una situación
dad , elegía siempre los días festivos para la producción de sínto- simi lar, le habían ordenado lo mismo cuando tenía doce años.)
ma·; u otros actos significativos. Una vez le observé que nunca se La advertencia de X se cumplió; la nariz del paciente perma-
había entregado much o a la masturbación, hecho so rprendente n eció enrojecida durante varios días hasta el punto de que debió
si se tenía en cuenta su n aturaleza violenta . !\fo conte stó: "Oh no, arrepe ntirse de su visita a X. Su mujer no estuvo de acuerdo con
por supuesto, sólo m e masturbaba regularmente parn las gra ndes Lls medicinas, y tal vez sólo aparentemente contra la voluntad del
fiestas".) paciente, las tiró. De pronto , el día antes de partir para el campo, y
Había sufrido durante todo el invierno d e una tos ligera; aho- p'lr razones no demasiado claras, comenzó a temer que el diente
ra estaba convencido de q ue, corno resultado de las indi cacione s que le había molestado unos meses antes le es tropeara sus vacacio-
clC"l médico, su gr ipe se conve rtiría en neumonía. !\:o oc urrió así, JH"i>. P or lo tanto fu e al dentista y permitió que le sacnran el que
: c;uando poco después consultó nuevam ente a ese rrn'.· dico (siem- Jnego resultó ser un diente sa no. Al día siguiente, seguro ele CiLk'
pre volvía por un ti empo al médico o dentista <1u e !o había d r:' - t'l dientP enfermo era otro, lamentó profundamente la visita al
fraudado) tuvo lugar un cur ioso incidente. El paciente' recordó que dentista. Algunos síntomas bronc1uialcs le acarrearon más moles-
e n ocasión de su última visita al m édico, és te SC' h:11ií a qu e jado d e tias.
una e nfermedad ren al. Sentad o frente al doctor , qu e le resultab:1 Sin embargo, las vacaciones en el campo fueron un éxito. El
muy simpát ico, p e ns ó pa ra sí mismo: "Qué agradabl e resulta quL' p~:ciente se dedicó laboriosamente a pintar, pensando cada vez
'o, el paciente, m e encuentre bien, mientras que él, e l médico, su- menos en su nariz y en sus dientes. De hecho , en ausencia de 1.1na
fr e una seria e nferrn ec1:tcl ". C"a 11 sa real , sólo rara vez se volvía hipocondríaco. Pero una vez
El placer ob te nido e n la situación le pareció que debía m e- cs ~ablecicla la causa c recía su <lesconfianza por el dentista que lo
rece r un castigo. Volv ió a ~u casa, se acostó para descansar un ra- trataba. (En una ocasión el profesor Freucl me dijo que la actitud
lo, y distraídari1 ente pas('J una mano sob re su nariz. Cuanclo percibió del paciente con los sastres duplicaba ju stamente esta posterior in-
vi grnno endurecido bajo In pi el se lo rascó. Entonces fue hasta 21 satisfacc ión y la desconfianza hacia los dentistas.)
esp ejo y se miró la nariz. En el lu gar donde se encontr:Üia el granll Del mismo modo, durante su primer análisis, .s olía ir ele sastre
h:1hía ahora un profun do ag uj e ro. En adelante, su preocupación en sastre, los sobornaba, les rogab a , se e nardec ía, hacía esce rus,
prillc ipal era: ¿se c urnrú el agujero? ¿,Y cuc'rndo? Ah ora se sentía siempre encontraba algún defecto, y lu ego se hacía atend e r, por
irnpulsndo a mira rse en su espejo ele bolsillo a cada instante, pre- un tiempo, por el sastre que lo disg11staba.
sumiblemente pa ra observar el progres o ele la cicatriz ac ión. P e ro,
Nada ocurrió durante el otoño y el invi erno d e 1924-25. Cuan -
en cambio, el aguj ero no se ce rró co mpletament e y e:; te h echo le
d o el paciente , que y a casi había olvidado sus síntoma:' 1 ~:1 <: :11t";,
:-imargó la vida. De todos modos continu aba mirándose en el espe-
exa minó de nuevo su nariz en el espejo, no pudo hallar el lugar
jo y espe rando sin espera nzas que todo se arreglaría en un~Js pocos
donde había estado el agujero. Con un se ntimiento ele~ alivio co n-
meses. Pero ahora no encontraba placer e n nada , y además comen - sideró el incidente como cosa del pasado.
7/¡ <l se ntir que lodo el mundo miraba el agujero de su nnriz.
Durante esa época ocurrieron ciertos cambios en su vida se -
Finalmente, antes d e las vacaciones de verano , el paciente :xtu!. Volvió a su antiguo hábito ele :;eguir a las mujeres en la ca-
co nsu ltó al profesor X, pero. cosa extraií:1, nll por el a~ujero de lle. El lector de la Historia de 1111a neurosis infantil recordare'\ sus
h rnr iz , sino por las glándulas sebáceas agrandadas q~1e finalrnen- ·distintas experiencias sexuales con mujeres de baja extracción.
l l h~tbi:t logrado cnconlrn.r. X. que no había vuelto a ver al pa- Acompai'iahn ahora con frecuencia a las prostitutas hasta su nin -

l8G 187
-··~"·-• •~ --·..<·••· 1.;·.~.L-•,Y•.;¡ ;'" •. $.:i.('¡') . .:._i!'i

jarniento, donde temeroso de las enfermedades venéreas sólo se


podía remediarse fácilmente. El profesor le ext irparía inmed iata-
masturbaba delante de ellas. En el verano de 1923 había comen- mente la glándula. Con la ayuda de un instrumento apretó el pun-
zado a masturbarse al tiempo que miraba fotografías obscenas. De to infectado de la nariz del paciente; éste lanzó un grito , y del lu -
este modo, sus relaciones con prostitutas no eran más que otro pa- . gar donde había estado la glándula comenzó a salir sangre. Poste -
so en la misma dirección. riormente el análisis reveló que el paciente había experimentado
Las preocupaciones del paciente por su nariz duraron desde un agudo éxtasis ante la vista ele su propia sangre fluyendo baj o
febrero de 1924 hasta fines, aproximadamente, del verano siguien- la mano del médico. Respiró profundamente y apenas pudo con-
te, es decir, seis meses. tener su alegría. Dos horas antes había estado al borde del su icid io,
Los síntomas nasales hicieron su reaparición el día de Pas- y ahora un milagro lo salvaba del desastre.
cuas de 1925. Mientras el paciente estaba en un parque con su
Días mús tarde, sin embargo, cuando la sangre cor.guiada se
mujer, sintió un dolor en la nariz. Pidió a la mujer que le prestas;i
desprendió con la costra de la herida , el paciente descuhrió, para
el espejito y al mirarse descubrió un grano doloroso y grande en
su horror, la presencia <le una protubernncia levemente rojiza don-
el lado derecho de la nariz. A pesar de su tamaño y del dolor, pa-
de había estado la herida. La ?fma se veía un poco inflamada.
recía un grano ~omún y no se ocupó de él. Esperó varias semanas
Surgió el interrogante: r:<lesaparecería b inflamación? ¿,Tenía ra-
que desapareciera; mientras tanto el grano crecía ocasionalmente
zc'1n el médico del Krankenkasse cuando afirmó que no se podía
~' segregaba pus. (La verruga de su madre aparecía y desaparr-
hacer nada con procesos de este tipo?
cía.) El Hombre de los Lobos comenzó a perder Ja paciencia al
aproximarse Pe ntecostés. El domingo <le Pentecostés fue al cine Simultáneamente, la aparición ele pcq11eñas pústulas en las
a ver "La hermana blanca". La película le recordó a su propi.a encías lo obligaro n a ir al dent ista . Cuando éste le dijo que las
hermana, muerta años atrás, quien poco antes de su suicidio se la- pústulas carecían de importancia, decidió liacrr una rnns11lta adi-
mentaba de no ser suficientemente bella. Recordaba que a menudo cional. Desde hacía algún tiempo tenía poca confia nza en su den-
su hermana se preocupaba porque tenfa granos en la cara. Vol- tista. Esta vez acudi<Í a un dentista que le recomendó un compa-
vió a su casa muy deprimido. Al <lía siguienle consultó al denmt- iiero de oficina. E l nuevo dentista afirmó que, cualquiera hubiera
tólogo del Kra nkenkasse (uno se pregunta por qué c_a mbió d e der- ¡ ., ido el estado del diente que le habían e xtrnído, en realidad el
matólogo en ese momento), quien le elijo c1ue se trataba de un ¡;r<1- cliente peligroso permanecía <:'n su l1oca. Cons id eraba que este
110 común que desaparecería con el tiempo. Prro c11ando el paciente diente era el responsable de todas las dificultad es del paciente, in-
volvió a verlo dos semanas más tarde sin presentar nin guna mejorL-i , cluso del grano en la nariz. Se hallaba tan infectado <i.ue a menos
1
el médico le dijo que en realidad se trataba ele 1111a gl/mduh se- que se lo extra jera de inmccli<lto el pus podía exten derse a cual -
bácea infectada. El paciente le preg1rnh'l entonces si se curarb 1 quier órgano del cuerpo v ca usar 1111 ;1 infccc ic'n1 generalizada. Si este
por sí misma o si era necesaria alguna intervención. El méclic,¡ diente hubiera siclo extra ído en s11 deb id o momento el paciente no
contestó negativamente. habría tenido dificultades ulteriores con sus dientes ni con el gra-
no o la giándula sebácea purulenta. En la medida en que esta
Una desesperación extrema se apoderc·i del paciente. Preguntó
opinión concordaba con la suya propia, el paciente permitió que
ct'Jmo era posible que no existiera tratamiento para s11. enfermedad se le extrajera inmediatamente el diente.
y si esta ba condenado a llevar por el resto de sus clías una cosa
así sobre la nariz. El médico 10 miró con indiferencia y le repitió 1 Ahora echaba la culpa de sus dificu ltades a est e 1'il1 iino den-
que no se podía hacer nada. Y entonces, como d ice el paciente, el ¡ tista. Con la extracción del diente, el paciente dirigió una vez
mundo se le vino abajo. La estructura de su vicla se dcsmornn:-tba. más su int erés hacia la nariz, que parecía estar hinchándose de
Era el fin; mutilado, ya no podía segnir viviendo. manera que ya no parecía la misma. Ahora el paciente observaba
1 todo el día la zona inflamada, atormentado por el hecho de que
Del médico del Kranlcenkasse corrió hacia el profesor X, que
su nariz "ya no era como había sido". Acudió nuevamente al pro-
lo recibió cordialmente, lo trnnquilizó y le d ijo que el problema
1 feso r X, quien le aseguró que su nariz estaba bien. Pero estas pa-
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J 189
-- ~ · ; ·~;;ii:·;i.

labras no le causaron im presión alguna ni lograron tranquilizarlo; tratamiento sugerido por X, pero , como ocurrí a siempre, no sin an-
por el contrario, ll egó a asustarse más. Su n~riz había crecido tan tes consultar a otro méd ico a modo de control. Por lo tanto fue a
rápid ame nte qu e uno <le los lados parec:ía estar e n total despropor- ver a otro dermatólogo, q uien, vale la pena advertirlo, tení a su
ción con el otro. Además, cont inuab a hinchándose. Aterrorizado consultorio en la esquina de la cuadra donde vivía Freüd. ·
lX)r la posibilidad de que siguiera creciendo, volvió a lo del profe- E l nu e"vo médi co consultado confirmó el diagnóstico de X y
sor X. Sus frecuentes visitas ya no interesaban al dermatólogo, agregó ¡1ue las glánd ulas sebáceas infectadas habían sido muy
(juien clúnclol e la espa lda y mirando por la ventana lo dejaba en bie n extirpadas. Consideraba q ue la electrólisis no podía oc;1sio-
manos de sn as istente. "Pe rseguid o por el destino y abandonado narle daño alguno, pero que era inadecuada para es a e nferm edad,
por la medicina". el paciente concib ió entonces un nuevo plan y recomendó el tratamien to diatérmico. Se mostró extremnclamen-
para atraer la af.('ll('ir'm del profesor X. Como no se animaba a ir te cortés, e ignorando la situación financi era del pacie nte -c¡ue
solo al consultorio, decidió hacerse acompañar por su mujer. Co- lo había elegido en la sección de la guía telefónica correspondiente
mo se recordarú, su mujer tenía una verruga en la punta ele la a los dermatólogos, aparentemente d e jándose influir por In cate-
nariz: X, muy cordial, inmediatamente se la extirpó. Sin embargo, gorÍ::l de la ubicación del ('Onsultorio- le' cobre'> sus honorarios ha -
cua nd o el paciente le planteó a X sus habituales dudas acerca del b ituales. El paciente, que no le pagaba nad::1 a X, se sintió fe li z
futuro d e su propia nari z, X se irritó. Finalmente elijo que el pa- de pa~a r un a vez más "como un caballero".
ciente sufría ele una tl ist e"n>i ó n vascular, y que n esta enfe rm edad , Ahora se conf iaba de modo absoluto en el juicio del profesor
como a l:1 verrug:1, >e la t rataba mejor median te la ele ctrólisis. X, porque er a evid e nte que hasta C'S(' monu.· nto había hecho lo que
Agregó que el pac ie nte podía volver después tlc irnos días para el corrC'spond ía y po r lo mismo se poclí,1 u111fi,11' tamhién en su pre ..
tratamiento. fere ncia por la electrólis is antes qup por el tratamiento diathmic:-i .
Por un lacio el paciente se sentía infeliz porque tenía una nueva Como e l partidario de Lt d iatermia , adernús, partía d t' Viena el
c:1ferrn cdacl, la di stens ión vascular, pero por e l otro es to le d a ba mismo día de su visita, este tratamiento es taba fuera de (·1msi -
re nova das esperanza<; d e c ma. Sin embargo , cl11 claha del diagnós- <leración. El paciente deseaba que todo es tuvi e ra arreglado lJ:lLt
tico. P u esto q 11 c nunca hahía beb ido , no comprendía el orige n <le antes de sus vacaciones. C on espíritu .de ext re ma fe y confianza
la alteracic'in d e l <li (unet ro el e los vaso ..; sa nguíneos , cn fermedad es- se sometió a la elec tró lisis; le pareció que X estaba m ás amistoso
pecí fi ca ele los alcoholistas. Por lo demás, era muy joven para esa que nunca. Cuando el paciente regresó a su casa, s11 mujer le dijo
afecc ión . Su 11111jcr le rcco111 e n<ló no volver a ver a X antes de gritando : " ¡Por amor del c ie lo! ¿,Q11é has hecho c:nn t11 nar iz!'" El
las vac acion es <l e vprano. "A hora está enfurecido contigo -le di- tratam iento Je había dejado algunas marcas que, e n cambio, n11 in -
jo- y pued e ha ce r! e algo J e lo que podrías arrepent irte para el quie taban al paciente. La opinión d el otro dcrmatúlogo sohre X.
resto de tus días.' Amb os, el pacien te y su mujer, sentían que ef y sus p alabras en general, habían restablecido s11 equilibrio hast;1
profesor X ya no trntaha al pobre refugiado del mismo modo como el punto de que se sentía otra vez due'í'io de la situación. También
ha bí a tratado al rico pacient<' ele Freud. tenía la curiosa illlpresión de que e l segundo dermatólogo lo había
A comienzos ele agosto el paciente visitó al compañero que le reconciliado con el primero.
había reco men dado nl 1111e\o d entista. Cuando Je pre guntó si veía Tres días más tarde el paciente y su mujer partieron p ara el'
algo particular en su nariz. el <lrnigo lo observó c uidadosamente y campo. Las vacaciones fueron placenteras. Si bien el paciente to-
le dijo que no se podía reconocer el ln~ar de donde había sido· davía se preocupaba un poco por su nariz, y aunque las cicatrices
extirpada Ja glúnclula, pero en cam hio sí notah;1 <"]lle un lado de dejadas por la e lectrólisis seguí.an s iendo objeto de su inquietud,
la nariz parecía 1111 poco hinchado. La obscrvaciú11 produjo gran pudo disfrutar de sus vacaciones, Pintó, hizo algunas . excursio-
excitación en nuestro paciente. Percibía que 110 estaba mejorando· nes, se sentía bien en general. Cuando en el otofio regresó a la
y que no tenía sentido posponer la electrólisis hasta eJ otoño. Per- ciudad, su estado era aparentemente normal, aunque revisaba y
dió entonces la poca paciencia que le quedaba y se decidió por el' vigilaba las cicatrices de la nariz más de lo conveniente.
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Su interés volvió a centrarse en sus dientes. El último dentista puesto, no dijo nada de esos síntomas. Dos días antes había ·visto
le había colocado cinco emplomaduras y había querido hacerle al médico del Krakenkdsse, al que visitaba con frecuencia, última-
una nueva corona que, según dijo, necesitaba con urgencia. Pero mente a raíz de la intensidad de algunas palpitaciones del cora-
el paciente dudaba del juic io del dentista y se negó a que le hi·- zón. Había leído en un artículo periodístico que el aceite de hí-
ciera n la corona antes de recibir el consejo de otro dentista, el que gado de bacalao ocasionaba trastornos cardíacos , y como él, por
a su vez opinó que la corona era completamente innecesaria, pero alguna razón desconocida, había es tado tomando ace ite de hígado
.f:'n cambio urgía hacerle seis nuevas emplomaduras. Puesto que de bacalao durante dos años, tuvo miedo de haberse dañado. El
apenas dos meses atrtts le habían hecho cinco emplomaduras nue- médico diagnosticó una "neurosis cardíaca".
vas, no creyó a este dentista y acudió a otro. Este último aceptó Al día siguiente, 17 de junio, el paciente decidió repentina- ·
<¡ue la corona c-ra necesaria, ¡pero había que hacer dos emplom a- mente hacer una vis ita al dermatólogo cuyas palabras lo habían .
duras y no se is \ Sin embargo, como de acuerdo con el tercer den- consolado tanto en una oportunidad. Se di~puso a realizar s11 cle-
tista el segundo tenía razón con respecto a la corona, decidió volver cisión de inmediato. El dennatólogo no pudo encontrar ninguna
a éste. aunque eso sign ificara seis nuevas empl omaduras. Pero cicatriz en la zona ele la glándula sebácea infectada, pero en cam-
ah ora fue el doctor del Kranhenlrnsse quien le negó autorización bio observó que las cicatrices eran evidentes en el lugar donde
al paciente para tanto arreglo dental arguyendo que era una lás- se había aplicado la electrólisis (él había recomendado diatermia).
tima arruinar sus hermosos dientes con tantas empl omaduras. El Cuando el p aciente observó que esas marcas debían desaparecer
médico le pidió al paciente que no repitiera su opinión, la que le con el tiempo, el médico replicó qu e las cicatrices nunca desapa-
había parecido tan ex traña a és te (aparentemente por la admira- recerían y que no existía tratamiento alguno para ellas. ¿,Cómo
ción homosexual que implicaba), que se la relató al amigo que ha- era posible que se hubiera aplicado la electrólisis en este caso?
b ía exam inado su nariz. El amigo le recomendó entonces un den- ¿,El paciente había acudido a un dermatólogo responsable? El re-
t ista que pasaba por ser un hombre de gran honestidad y expe .. sultado no parecía ser obra ele un especialista.
;;iencia, capaz por lo mismo de juzgar el trabajo de todos los otros Al oír que "las cicatrices no desaparecerán jamás", una terri-
dentistas. Este hombre, aparentemente una autoridad en cuestio- ble sensación se apoderó del paciente. Se vio preso de una deses·
nes dentales, ¡se llam aba Dr. \Volfl peracíón tan profunda como nunca había sentido en su enferme-
El segundo Dr. Wolf aprobó el trabajo del último de los den- dad anterior. No había m'anera de salir, ninguna posibilidad de
tistas. En consecuencia, el paciente volvió a éste, a p esar de que escape. Las palabras del dermatólogo sonaban incesantemente en
mJ lo satisfacía. Este dentista le repitió en esta ocasión lo mismo sus oídos: las cicatrices no desaparecerán jamás. Aunque incóm o-
q ue antes le había dicho otro de la larga serie, es decir que no da, sólo una cosa le quedaba por hacer: mirarse constantemente
solamente perdería las emplomaduras, sino que a raíz de su "vio- en su espejo de bo lsillo y tratar de establecer la gravedad de su
tenta manera de morder" tambi én perdería todos los dientes. mutilación. No se separaba ni un momento de su espejito. Termin6
El paciente se sintió bien hasta la Navidad d e 1925, a pesar por volver al dermat6logo e implorar su ayuda, pues insistía en
de cierta inquietud porque las cicatrices de su nariz no desapa- que algún tratamiento debía ex ist ir para mitigar las cicatrices. si
1
recían todavía y porque tenía dificultades en la oficina. Pero para 1 no se las podía curar. El médico replicó qtte no había tratamiento
com ienzos de 192.6 los síntom as nasales volvieron a cobrar impor- 1 posible y que, además, no era necesario porque únicamente se
tancia acaparando cada vez más su atención. Cuando llegaron las veía una línea blanca, muy fina, sobre una nariz que podía Pnor-
Pascuas, el espejo desempeñaba nuevamente un papel impor tan- gullecer a una prima clonna. Intentó calmJr al paciente, a quien
te: el paciente se preguntaba s i las cicatrices, que ten ía desde ha- 1 aconsejó dejar de pensar e n su nariz, la qt1e -agregó- se había
1 convertido en una idée fixe.
c ía casi un año, desaparecerían alguna vez.
En el verano de 1926 los síntomas se agravaron. El 16 de Pero sus palahras va carecían de efecto sobre el paciente,
itrnio vis itó a Freud y recibió la suma anual de la colecta. Por su- quien las int erprctt'i co1110 una limosna arrojada a un mend igo li-
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1
j,
;T'
siado. (Véase Neurosis infantil de Freud, donde se demuestra que 1 que llevaba en el b olsillo. Cu;mdo iN~ referl a su conducta, ri1e con-
la ac titud hacia los mendigos, y especialmente hacia el criado sor- 1 testó con la nrnyor firmeza que había otros temas para considerar
1

domudo, deriva de la piadosa preocupación por el padre castrado. ) aparte de su nariz, y que hasta que no se agotaran -llevarían al·
El paciente acude a un tercer dermatólogo que no encuentra nada gunas semanas- el paciente no podía otorgar su atención a nin-
especial en la nariz del paciente. Profundamente desesperanzado, guna otra cosa. Cuando finalmente se llegó al tema mismo de su
el paciente se ve acosado por los siguientes pensamientos: ¿Era nariz, pude conocer la tozudez del paciente en todas sus ramifi-
posible que el doctor X, el más famoso dermatólogo de Viena, pu- caciones. También entonces se evidenció su bloqueo. Siempre inac·
diera ser culpable de este daño irreparable? ¿Era la causa un me- cesible, en forma inusual, a cualquier sugestión, probablemente a
ro accidente terrible, se trataba de una negligencia, o había tal causa de su narcisismo, ahora procedía a atrincherarse en su im-·
vez un motivo inconsciente? ¿Dónde termina lo inconsciente -ru- permeabilidad; y h cualidad que habitualmente posee gran \·a lor
miaba aún el pensamiento de este culto y agudo paciente- y dón- para asegurar un an~'tlisis se trocaba en la principal resistencia,
de comienza lo inconsciente? El paciente odiaba al profesor X con Su pr imer suefio fue una versión del famoso sueño de los lu-
todo el corazón, como a su más mortal enemigo. bos; los otros consistieron en meros replanteos. Había ocurrido un
cambio divert ido: los lubos, antes blancos, eran ahora invariable-
mente grises. En sus visitas a Freud, el paciente había visto en mús
4 de una ocasión a su gran perro de policía, de pelaje gris, que pa-
El curso del aruílisis actuol recía un lobo dome\t icaclo. El hecho de que el primer sueño fuera
también un sueño d e lobos, fue considerado por el paciente como
Esta es la historia de la enfermedad que llevó al paciente a tra- una corroboración <le su acierto al opinar que todas sus dificulta-
tarse conmigo. Debo confesar, en primer lugar, que me fue di- des derivaban de la relac ión con StJ padre; por esta razón, agregó,
fícil creer que éste fuera en realidad el Hombre de los Lobos estaba satisfecho de an:1liz;u·se con una mujer. Esta declaración
de la Historia de una neurosis infantil y de las posteriores descrip- revelaba el intento de escapar de su padre, aunque contuviera un
ciones del profesor Freud: un individuo intachable, obsesivamen - núcleo de verdad. En realidad, en ese momento le resultaba mú'
te honesto, absolutamente confiable desde todo punto ele vist a. El seguro que lo analizara una mujer, porque así evitaba la trans-
hombre que se presentó a mi consultorio era culpable de innume- ferencia homosexual <Jue en aquel momento era evidentemente
rables pequeñas faltas de honestidad: entre otras cosas, oc11ltab;1 tan fuerte que poclí;1 haberse convertido en un peligro, antes que
la posesión de dinero a un benefactor hacia el que, por diversas en un instrumento, para la cura. El curso posterior del tratamien-
razones, debía ser sincero. Sorprendía aún más la absoluta falta de to pareció confirmar este punto de vista.
conciencia de su propia deshonestidad. El hecho de estar aceptan- Tal vez no sea necesar io recordar el hecho de que el sueño
do dinero con un pretexto falso ( dado que, según pensaba, las de los lobos que el paciente tuvo a los 4 años contenía el núcleo ele
joyas valían miles de dólares) carecía para él ele importancia. la actitud pas iva de t:ste con respecto a su padre, y que ten ía su
Durante el arní.lisis su actitud era hipócrita. No quería hablar origen e1 1 l;i identific-:1ción con su madre durante su observ:1ci,·m
de su nariz ni de sus aventuras con los dermatólogos. Eludía cual - ele] co ito a la ednc1 de un ai"io y medio.
quier mención a Freud con una risíta extraña e indulgente. Discu- A continuación <le sus repetidos comentarios sobre mi bondad
rría extensamente sobre las maravillas del análisis como ciencia, al tratarlo sin que me pagara honorarios, el paciente me relató
la precis ión de mi técnica -que, según afirmaba, estaba en c:ou- C'ste suc iio que delataba su posesión de las joyas:
diciones de juzgar inmed iatamente- , la sensación de seguridad
que tenía por estar en mis manos, mi bondad por tratarlo sin co- Se halla de pie t>n la proa de un navío llevando una val ija que con-
brarle honorarios y otras cosas por el estilo. Cuando yo pasaba por tiene jo)·as: los aros de :'ti e.:posa y s11 espejo ele pbta. Se apoya en la horda,
la sala ele espera antes de su hora, lo veía andar de un lado a otro, rompe el espeio v se Ún c:ienb di> qne. cnrno cnnsecnencia, tendr;'r sié't e aí1ns
de mala suerte.
mirándose alternativamente en el espejo·grande y en el peq11eüo

194 195
En ruso se llama "nariz" a la proa de un barco; ren ese lugar debía aceptar como índices de un cambio de carácter tan profun-
comenzó la mala suerte del paciente. El esp€jO, que desempeñó do como el que había. sufrido a los tres años y medio.
un rol tan importante en su sintomatología, también aparece en
el sueño, y el hecho de que p€rteneciera a su mujer tenía el mis- Un ataque de diarrea al comienzo del anál isis anunc ió el im-
mo significado que el hecho de que el paciente le pidió primero portante terna del e.linero. Aparentemente satisfecho con el sínto-
a la esposa su espejo para examinarse la nariz, y luego adoptó, por ma mismo, el paciente no acusaba e l menor deseo de querer
así decirlo, la costumbre femenina de mirarse con frecuencia en pagar su clencla. Resultaba evidente, en cambio, que los regalos
el espejo. Así, el propio rostro del paciente se había dañado junto en dinero que venían de Freud eran aceptados por el p aciente corno
·.con el espejo. algo que se le deb ía, como prnebas d el amor de un padre p cJr
su hijo. De es lfc modo el paciente se compensaba de la antigu;:i
El objetivo del sueño era revelar la posesión de las alhajas
humilfoc ic'n1 qu e experimentara por el hecho de que su padre pre -
por parte del paciente, alhajas entre las cuales se encontraban real-
firiera a su hermana. Esta actitud incluía algunas ideas de gran-
mente los aros del sueño. Los siete años son los años transcurrido:=;
deza , El paciente comenzó a hablarme de fa intimidad poco us ual
desde su análisis con Freud, durante una parte de los cuales las
de su relación con Freud. Era, decía, una relación mucho m:\s
alhajas habían estado ocultas. Pero aparte de la interpretación es-
amistosa que profesionc11. El profundo interés que Freud le pro-
pontánea del número de años, el paciente se negó a considerar
fesaba lo hab ía llevado ;1 éste a d arle consejos r1ue más tarde se
toda posible deshonestidad al respecto. Admitió qne hubiera sido
revelarían poco convenientes. Durante los meses de análisi.'i ent re
meior haber hablado antes sobre las joyas, puesto q u e -decía -
1919 y 1920. el paciente había querido volver a Rusia para salv~u
se habría sentido mentalmente más aliviado. Pero las mujeres -se
su fortuna. Es ci<'rto que su madre y su abogado se ha llaban en
refería a su mujer- siempre son así, desconfiadas, llenas de so~­
Rusia e n ese rnonH.'!1 to , \' era dable suponer que se ocuparía n de
pechas y temerosas de perder algo. H abía sido su mujer quien le
manera competente de todos sus asu n tos; pero el pacienté creí a
había sugerido que las ocultara.
que sólo ól podía salvar la fortuna fornil ia r. Freud, sin embargo
Hab íamos alcanzado nuevamente un punto sobre el cual el -y aquí el paciente indicó mediante sutilezas que el consejo de
pac iente se mostraba del todo imccesible; me llevó poco tiempo Freud no estaba motivado por los hechos sino por su preocu pació n
comprender que su inescrupulosiclad, así como su incapacidad por la seguridad del paciente-, afirmó que el deseo del paciente
para reconocerla como tal, eran los signos de un profundo cambio de volver a su hogar no era más que u na resistencia y que su per-
de c<Lráctcr. Aparte de su agudeza intelectual y de su percepción suasión (¡sic!) lo retuvo en Viena. Si b ien se sentía halagado
analític<L, el paciente poco tenía en común con el H ombre de los por los motivos que asignaba a la cond ucta de Freud, de todos
L obos ele antaño, quien, por ejemplo, era domi nante con Ias·mu- modos lo culpaba seriamente de la pérd ida de sn fortuna . Nnnc '.l
jeres, especialmente con su mujer y su madre. Mi p::iciente, por sospechó, por otra parte, n.inguna intención dañina por parte de
otr:t parte, se encontraba lx1jo el control absoluto de su mujer; ella Freud. Es probable que cuando culpa b a a Freud se estuviera justi~
le c:irnpraba la ropa, criticaba a sus médicos, ordenaba sus finan- ficando a sí mismo por aceptar su ayu d a. En realidad habría sido
zas. La pasividad antes dirigida enteramente hacia el padre y aun impos ible al paciente volver a Rusia en aqn el momento. Su padre
entonces enmascarada como actividad, había rebasado ahora sus había sido un importante líder liberal y seguramente lo habrían
límites y abarcaba sus relaciones homosexuales tanto corno las matado también a él.
heterosexuales. El proceso acarreaba un cierto número de cngaí'íos
Durante un tiempo, a pesar de la impenetrabilidad del pa-
me nores: el paciente, por ejemplo, se tornó negligente con su
ciente frente a ciertos temas de importancia, o tal vez por es ta
tr;iliajo y se marchaba de la oficina cuando se le ocurría. Si se ]o
causa, mi relación con él fue excelente. Me relataba los sueños
descubría inventaba una excusa.
más claros para que yo demostrara mi pericia en la interpretación,
Estos síntomas, tal vez nada notables en sí m ismos, eran tan
confirmando así su aserto de que se hallaba mejor en mis manos
ajenos al antiguo car:1cter del paciente que forzosamente se los
que en las de Freud; en su primer análisis -- decía- sus suel'ios eran

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HY1
1
T.
confusos y difíciles de interpretar. También se daban intermina- partida en la hostilidad hacia Freud. Se opuso con energía a esta
bles períodos de resistencia d urante los cuales no surgía ningún observación. No había razones qué justificaran la hostilidad hacia
material. De vez en cuando insinuaba que conmigo se sentía más Freud, que siempre le había demostrado la mayor parcialidad y
seguro porque yo, en mi actitud hacia él, era más objetiva que el más grande afecto. De nuevo el paciente acentuaba el carácter
Freud; por ejemplo, yo no habría incurrido en el error cometido no profesional de su relación con Freud. Entonces le pregunté por
por Freud con respecto a su viaje a Rusia. Y, además, la influencia qué, si tal era el caso, nunca se lo veía en las reuniones que Freud
personal de Freud habí a sido d emasiado fuerte: la atmósfera ge- organizaba en su casa. ~e vio obligado a adm itir que no conocía
neral del análisis actual era más clara que la del primero. Cada día a la familia de Freud, y por lo tanto todo su argumento se dete-
aparecía alguna nu eva luz sobre su relación con Freud, con su rioró. Sus respuestas fueron vagas e insatisfactorias, posiblemente
mujer, o conmigo. Únicamente se negaba a hablar de su nariz y aun para sí mismo. Sus argumentaciones eran poco comunes: no
de su actitud hacia el profesor X. Aparte <le reconocer que había eran exactamente especiosas, pero contenían una extraña mezcla
visto a X durante su primer análisis, que X fue recomendado por de fantas ía y realidad. Dando por supuestos sus principios podía,
Freud y, evidentemente, como dijo el paciente en una oportu- con su inteligencia lógica y obsesiva, hacer plausibles las nociones
niclacl , que era el sustituto de Freucl, no se pudo avanzar más más improbables. Así mantuvo su punto de vista.
a l res pecto. No era posible progresar en el tratamiento mientras sigui era
Entonces el destino vi no e n mi ayuda. Pocas semanas· de~­ -combinando sus dos técnicas de satisfacción: por un lado culpan-
pués que el Hombre de los L obos comenzara su análisis conmigo, do a Freud por la pérdida de su fortuna para poder aceptar de
el profesor X murió repenti namente un domingo por la noche. En este modo su ayuda financiera, y por el otro mantenie ndo su posi-
Viena no aparecen periódicos de importancia los lunes por la ma - ción de hijo-favorito. Esta pared impenetrable no permitía llegar
íi~nw ; el Homb re de los L obos te nía que estar en mi consultorio a los síntomas principales de la enfermeda<l del paciente. Mi téc-
a la hora en que aparec ían los p eriódicos vespertinos. Ese día mi nica consistió en un intento concentrado por minar la idea fJ.U e
prim era pregunta fu e: "¿Levó el diario de hoy'?" Como yo supo- el paciente tenía de sí mismo como hijo favorito, ya que obvia-
nía, contestó qu e no. E ntonces elije: "El profesor X murió ano- mente esta idea lo protegía contra sentimientos de muy diferente
che." Saltó d el diván , aprrtó los puños y levantó los b ra zos con naturaleza. Le hice comprender cuál era su posición real con
un aire típicamente ruso J e meloclr:1rna. ";Dios mío -c ~:c:larnó-, F reud, la ausencia total ( que conocía por boca del propio Freucl)
ya no podré matarlo nunca más!" de todo tipo de relación social o personal entre ellos. Le hice
Hab ía logrado clavarle el aguijl'.m. Lo alenté para que hablara notar que el suyo no era el único caso publicado (esto lo hacía
sobre X. Nu nca había hecho planes definidos para matarlo, pero sentir muy orgulloso) . Se defendió y elijo que él era el paciente
había pensado en hacerle un proceso, aparecer repentinament e en qui> había sido analizado por Freud durante más tiempo. Tam-
su consultorio para desenmascararlo, litii:;•u con él para obtener bién en esto pude contradec irlo. La gu erra se convertía ahora en
una recompensa económica por s 11 mutilación, etcétera. (Llamo es tado de sitio.
la ntención por la manifrstación de ln tendencia paranoico-que- Como resultado de mis ataques, sus sueños finalmente comen-
Telhntc. ) Hab ía querido matarlo, 1inbÍ:1 deseaclo su muerte miles zaron a cambiar. En el primero de este período aparece una mujer
de wces , había tratado Je pens ar Jistintas maneras de per judicar- vestida con pantalones y botas altas, parada sobre un trineo que
lo del mismo modo que X lo hahía perjudicado a él. Pero el daño conduce con gran maestría mientras declama versos en un rusD
m 1t' X 1c ha Ha hecho - -af in11a J¡ ,1- súlo pod Í• 1• ser equiparado con excelente. Observó que los pantalones eran un poco cómicos, dis-
h m11 erte. tintosde los del hombre, que son enteramente prácticos. También
Obse rvé entonces (p tc el mismo paciente había admitido que tuvo que reconocer que los versos rusos ténían una intención neta-
\: t~ra obviamente un sustituto de Fre l!ll y c¡ue, por lo mismo, 1 mente burlona: ·yo nunca pude entender una sola palabra de las
estos se ntirnit•ntos de enemistad hacia X debían t_e ner su contra-
l
f
frases rusas que el paciente circunstancialmente deslizaba entre

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1
las oraciones en alemán. El sueño siguiente fue aún más directo: El músico mendicante que se parece a Cristo y al padre del
en la calle, frente a la casa del profesor X que lo está analizando, paciente, y es profesor al mismo tiempo, es obviamente judío por
se halla una vieja gitana. Mientras vende diarios (yo había des- su nariz. Como la nariz es siempre el símbolo del genital, el cam-
empeñado el rol de un periódico al contarle la muerte de X), " bio de la nariz en el padre que lo convierte en judío conduce a
parlotea en voz alta consigo misma (¡ nadie la escucha!). Los gita- la circuncisión, es decir, a la castración. Además, para el pacient<"J
nos, por supuesto, son mentirosos notorios. un mendigo es una persona castrada. De este modo la cólera con-
Aquí se evidencian dos factores: primero, el menosprecio ha- tra el padre, originada en un amor al padre no correspondido, nos
cia mí, y, segundo, el deseo de volver a su análisis con Frcud. conduce a la castración del padre y, en las asociaciones que inme-
Observé que, después de todo, a pesar de sus abundantes cum- diatamente siguieron al sueño, al tema de las operaci01~es de Freu d
plidos , el paciente apare ntemente se arrepe ntí a de su elección de y a la reacción del paciente a las mismas, en otras palabras. al'
analis ta y deseahfl volver a Freud. Negó mi interpretac ión y agre- deseo de muerte contra el padre. Habría <1ue acentuar que es te
gó que por mi intermedio recibía todo el saber y la experiencia deseo de muerte no surge de ninguna rivalidad masculina, sino
de Freud, sin tener que caer directamente bajo su influencia. del amor pasivo, insatisfecho, rechazado, del hijo.
Cuando le pregunté por el sentido de lo que decía, me contestó Debe recordarse que en esa época el aspecto de Freud le
que estaba seguro de que yo d iscu tía todos los detalles de su caso había resultado chocante. Cuando s;i lió de la casa de Freud se
con Freud, ¡para que me aconsejara! Le contesté que no era el preguntaba si éste iba a morir y, en tal caso, cuál sería su propia
caso en absoluto, que al principio de su análisis le había pedido sue1te. Pensó que le dejaría un pequefio legado, pero de cualquier
al profesor Freud un relato de su enfermedad anterior, y que des - manera la suma sería menor que la correspondiente a varios años.
de entonces ni yo había mencionado al paciente ni Freud me había de colecta. Le convenía que Freud se recobrnra. El paciente se
preguntado por él. Esto le sorprendió y lo encolerizó. El paciente había beneficiado tanto con la muerte de su propio padre que
no podía creer que Freud pudiera mostrar tan poco interés en no sorprende que su expectativa por una herencia triunfara sobre-
su (famoso) caso. Siempre había pensado que Freud estaba since- todo cálculo racional. De cualquier manera, como decía, esperaba
ramente interesado en él. Cuando me lo envió, Freud le había que la muerte de Freud le aportara algo.
dicho ... pero la memoria se le tornaba brumosa. Dejó mi consul- Pero si el daño causado a la nariz del paciente sólo podía
~orio rabioso con Freud, lo que condujo a un sueño donde obvia- ser vengado mediante la muerte, eso significaba que la castracióD
mente el padre aparece castrado: era un equivalente de la muerte. En ese caso el padre castrado es
el padre muerto, presumiblemente asesinado por su h ijo. En d
El padre del paciente, un profesor en el sueño, pero sin embargo pare-
sueño aparecían también Jos abusos cometidos con el dinero : !8li
cido a un pobre músico ambulante que el paciente conocía, se sienta frente
observación del padre sobre las especulaciones monetarias del hijo.
a una mesa y advierte a las otras personas presentes que no hablen de CUG"$-
Era verdad que el paciente especulaba con cualquier fondo que
tiones finan cieras delante del paciente, dada su tendencia a las especula-
ciones. La n.ariz de w paclre es larga y corva, fo qne sorprende al paciente
cayera en sus manos; y una herencia del padre podía haber sido·
por el cambio. usada para los mismos propósitos. En otras palabras, en el sueño
ei padre temía ser asesinado por su dinero. Es obvio que por medio·
de la apariencia del padre (castrado) que se parece a Cristo, e]
En realidad el músico había tratado de ve!llderle música vieja paciente se identificaba a sí mismo con este padre castrado.
al paciente quien, luego de negarse a comprarla, se siente muy cul- lLai expresión del deseo de muerte contra Freud resumía los
pable. ( Reaparece aquí su antigua actitud hada ·los mendigos.) x·esultados de mi ataque a la megalomanía que sobrecompensaba
El músico tiene barba y se parece a Cristo. Una asociación lo lleva al paciente. A partir de entonces e~ análisis progresaba y el desoo·
a un incidente donde el padre del paciente foe tratado de "sucio de muerte reapareció en todas sus manifestaciones. El padre cas-
judío" (¡por supuesto, no era judío!) . tró ai hijo y por esa razón debía ser asesinado. En varios sueiios;. ,

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1
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,,,--¡·.·
sob re el padre castrado el deseo de muerte estaba siempre pre -
mente a los genitales, era una verdadera castración. Pero la ter-
se nte. Hasta ese punto el paciente pudo admitirlo; pero el meca- ! ·cera enfermedad , las cicatrices en la nariz, era totalmente ima-
nismo siguiente por el que su p ropia hostilidad era proyectada
ginaria. El hecho de que en ocasión de su primera visita al profe-
so bre el padre y luego percibida por el hijo como persecución,
sor X no mencionara el agujero y que hablara únicamente de las
rec¡uirió mayor elaboración. glándulas sebáceas parece indicar que · el mismo paciente debe
U n sueño de la época en q ue el paciente iba a la escuela se- haber percibido la naturaleza ficticia de su queja .
,·t1ndaria permitió recordar un incidente que le había ocurrido ,1 La identificación del paciente con el padre castrado (en par-
'los trec e años y que serviría de modelo a su futura enfermedad. te. por supuesto, a causa de la culpa por el deseo de muerte)
Sufrió e n aquel momento un catarro nasal que se resistió a todo continúa en otro sueiio donde el pacie11te le muestrn a Freud un
tratam iento. Un catarro seguramente psicógeno, teniendo en cuen- gran rasguño en la mano. Freud le contesta algo, repitiendo la
ta que se había manifestado durante la pubertad. Se lo trató con palabra "todo" varias veces . Este sueño confortador contiene la
pomadas y ungüentos , los que le ocasionaron un acné generali- afiimac ión de Freud de que el paciente no está castrndo. E l tema
zacLi. El acné al menos, común en la pubertad, pudo ser atribuido de la castración también se desarrolla en el sueiio siguiente:
a la medicación. Así la atención del paciente se centró en su nariz
E l paciente yace en t1n diván en mi c0 nsultorio. J\e[lentinc111wntc ap.i-
y en su piel, que se cubrió de granos hasta el punto de que el
recen una t>st rella \º una brill ante media luna cerca d el techo. El prlCiPnte
paciente tuvo que dejar de ir a la escuela. Sufrió también otras
comprende qu e se trata ele una aluc innci6n , y desesperado porque cree estar
molest ias; enrojecía con facil idad y una glándula sebácea había volviéndose loco se lanza a mis pies.
;111m cntaclo de tamaiío. Un tratamiento con agu,a fría tuvo poco
b ito. Cua nd o volvió a la escuela los compañeros lo atormentaron La luna y L1 estrelb -dijo- significaban T urquía , la tierra de
llamfodolo "Mops" (perro dogo) . Como muchacho rico y sensible los e unucos. El gesto de tirarse a mis pies indica su pasividad.
r¡ue era, siempre había sido .el blanco preferido de las brom as Su insania se debe, por lo mismo, a una castración alucinada, esto
·escolares . Ahora se había vuelto hipersensible con respecto a su es, el agujero en su nariz.
nariz y no podía tolerar las bromas que antes apenas si lo m oles- De la castrnción del padre, la identificación del paciente con
taban. Se volvía c:-tda vez más retraído, leía a Byron y cuidaba él, y finalmente su propia castración y la completa pasivid ad re-
es pecialm ente el aspecto de su cuerpo y el modo de vestir. Para sultante. nos acercamos al material persecutorio real:
cs :-t época se supo que un compañero de la escuela había con-
E n unn c:i ll e ancli,1 hay un muro con una puert a cerracLt. Hacia la
traído una gonorrea. El muchacho se convirtió en un objeto de i1.qui erda ele ln puerta hay un g uardarropa ampl io y vacío con ca j<H1efi rec-
horror p~tra nuestro p:-tciente, a qu ien aterrorizaba_ en especial la tos y lad eados. El pac ierll'e es tú fr ente al g nflrd c1rropa; su mujer, una figur,1
naturaleza cró nica d e la enfe rm edad . Se juró no contraer jamás ·sombreada. · está ,detrás de él. Cerea d el otrp extremo d e la pared se hall a
esa e nfermedad. Sin embargo, a la edad de diecisiete años y medio lma mujer grande y pesada que mira como si q ui sier:i dar b vuelt;1 y pasar
el paciente contra ía una gonorrea y las palabras del médico : "Se al otro lado. ·Pero detr:1s d el muro ha )' una mnnc1ch ele lobos grises, que se
trata de u na forma crónica" le produjeron su primera crisis. Mien- ae:olpan contra Lt pur rt:1 0 corren d C' 1111 l;1do a otro. Tienen ojos centellean-
tras la enf errnedad mantenía su forma aguda se sentía desgraciado, tes " es ev id cnt.e que quieren lan zri rs e contra el paciente', su mujer ~ h
pero no había perdido las esperanzas. La amenaza de cronicidad, otr;1 mujer. E l p:1ciente . aterrorizado , teme que logren atravesar el mtlfO .
<le cualquier modp, lo desalentó y Je proporcionó la oportunidad
La mujer grande es una combinación de mí misma y de otra
para In formulación de pensamientos compulsivos s0bre la presen-
mujer, en rea lidad muy alta, a quien el paciente conoce y sabe
c ia o ausencia de gonococos: si existían , él estaba perdido. De
que tiene un:-i pequeña cicatriz en la nariz que, para sorpresa del
·este inodo la causa de un temprano período de retraimiento y an-
paciente, no la perturba en absolu to. Se tr:-tta, por ·lo tanto, de
gustia era una afección nasal real. El segundo 'rauma, la gono-
una persona vnliente <!lle no terne ni a los lobos ni a las cicatrices ;
rrea. tarnbiéll e ra real , y en la medida en que afectaba directa-
la yuxtaposición indica una conexión entre ambas cosas.

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Su mujer, una sombría figura que está detrás de él, es lo fe- su síntoma hipocondríaco permitía esperar, X lo había desfigu -
menino de sí mismo. La puerta es la ventana del sueño origina1 rado intencionalmente, y ahora que estaba muerto ya no habí 1
de los lobos. El guardarropa vacío es uno que vaciaron los b olche- manern de lograr una compensación. Todos los dentistas lo habían
viques : la madre del paciente relataba que cuando lo forzaron se tratado mal, y si estaba mentalmente enfermo otra vez, se debí,1
encontró la cruz de bautismo del paciente, la que, para su dolor, a que Freud no lo había tratado bien. En realidad, la profesión
éste había perdido a los diez años. El guardarropa le recue rda tam- médica en su conjunto estaba en contra del paciente: desde su
bién sus fantasías sobre el zarevitz: éste era encerrado en una m{1s tierna juventud había sido objeto ele abusos y malos tratos
habitación ( el guardarropa) y castigado. En esta línea se le ocurre por parte de los médicos. Comparaba constantemente la historia
una conexión con el Dr. X: durante su prirnera visita X había ha- ele su sufrimiento con la historia de Cristo, a quien un Dios cruel
blad o de Alejandro III con gran simpatía y luego hizo algunas ob- -temido intensamente por el paciente en su niñez- entregó a
~ervaciones sobre su débil sucesor, Nicolás JI. Esto recuerda a su un destino semejante. La identificación con Cristo y con el zare-
vez las historias de Pedro el Grande y su hijo Alexis, :1 quien aquél vítz combi1nba una comparación con los s11Frim ie ntos v Lt com-
había matado. Del mismo modo, Dios también permiti<'i <tue su hii•J pensación por los mismos, porque las figuras ele Cristo y del here-
muri era . Es os dos hijos , Cr isto y Alexis, fueron atonneut;H]os y per- dero del trono son figuras exaltadas. Una combinación semejante
seguidos por sus padres. El paciente asociaba la palabra perse,i:.:11i- resultaba de la creencia del paciente de que era el favorito de
dos con los lobos <le! sueño y a ellos se asociaba Roma (Ró11111ln v Freud.
Remo) y la persecución de los primeros cristianos. Entonces ;1socia Durante este penoso período el paciente se conducía de la
este sueño, a través ele lo~· lobos, con el sueño ele los lolio~ cuamh manera más anormal. Tenía un aspecto desaliñado, parecía fati -
tenía cuatro años; en ese sueño los lobos permanecían inmóviles gado y atormentado, como si el diablo le pisara los talon es, co-
sobre el árbol y miraban fijamente al niño. La interpretación re- rriendo de escaparate en escaparate para inspeccionar su nariz.
veló una contradicci6n: era el niño quien miraba a sns padres v En las sesiones analíticas hablaba como un salvaje, entregándose a
no los padres al niño. L os brillantes ojos de los lobos le recuerdan sus fantasías, completamente fuera de la realidad. Amenazaba con
ahora al paciente que, durante el tiempo que siguió al sueño, no matarme a mí y a Freud ( iahora que X había muerto!), amena-
pod ía soportar que se lo mirara fijamente, se ponía de mal humor zas que de algún modo no sonaban tan vacías como otras que
y gritaba: "¿Por qué me mira de ese modo?" Toda mirada escm- estamos acostumbrados a escuchar. Se lo podía creer capaz de
tadora le recordaba el sueño y su carácter de pesadilla. El recuer- cualquier cosa, tal era su desesperación. Comprendí entonces cuán
do de este síntoma temprano, derivado directamente del sueño de necesaria y protectora había sido su megalomanía: parecía hun-
los lobos, refuta completamente el intento de Rank de desphzar dido en una situación que ni él mismo ni el análisis podrían
el sueño del paciente cuando contaba cuatro años al tiempo en dominar. Cuando apareció el sueño siguiente, sueño de buen au-
que se analizaba con Freu<l. A mi pregunta de si el sueño de los gurio, me sentí aliviada y sorprendida y enteramente incapaz d e
lobos había oc.urrido realmente a los cuatro afios, ¡el paciente· explicarme el cambio por ningún otro mot ivo que no fuera el de
apenas si se dignó a responder! que el p::icicnte lograba finalmente abrir un camino hacia el ma-
terial inconsciente que estaba detrás del delirio de persecución.
Por supuesto el sueño deriva su significación central de ~u
conte nido persecutorio: para el paciente el lobo siempre había El paciente y s11 111adrc ~e encuentran en un a habitación; uno de los
sido el padre; y ahora los Jobos -¡todos los padres, o doctores1- rincones está cubiPrto r.le icon '''· S11 1Paclrc descuelga los íconos y los arroja
trntan de apoderarse de él para destrozarlo. Si la puerta se ahre al suelo. Los írnnos se q1'il'h:;111 c 11 ¡wd ,1ws . El paciente se sorprende de
( la ventana original que permitía la observación de\ coito), loo le1 conduct<1 d e su ri;;dosa madre.

Jobos lo devorarán. Había siclo la mi.lclre del paciente qu ien, desesperada por la
Con la destrucción de las ideas <le grandeza aparet:i6 toda irritabilidad y ansiedad del niño, Je había enseñado Ja historia
su manía persecu toria. Pero de un modo m;Ís difuso Je lo que· de Cristo a la edad de cuatro años y med io. Como resultado, el .

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l.

-r..-..--· ~l'
1'
cual una escalera se extiende peligrosamente hacia el suelo. Para
niño que hasta entonces no podía dormirse por mied.o fas pesa-· a 1
salir, debe pasar por la ventana. Esto significa que ya no puede
dillas, las cambia por un ceremonial que, una vez cumplido,' le 1
permanecer adentro y mirar hacia. afuera como en los otros sue-
permite dormil'.se instantáneamente. El ceremonial <;~I],_sistía en fios, sino que tiene que superar su miedo y salir. Se despertó presa
hacer un recorrido por la habitación antes de acostars~.;mientras de una fuerte ansiedad, mientras buscaba desesperadamente otro
se persignab.a y braba, besando uno tras otro los íconos·~ Este cere- modo de escapar.
monial fue él comienzo de su neurosis obsesiva. '.i& Pero la única salida era aceptar su propia castración; o la
En el sueño yo soy la madre, pero en un papel ~trario al
, aceptaba o repetía sus pasos infantiles hacia la escena que era
de la historia; en lugar de introducir al pacie~te en la rlligión, se
patógena para su actitud femenina hacia el padre. Comprendía
la destruyo. Lo ·que realmente destruyo es la fantasía tle Cristo
ahora que sus ideas de grandeza y su temor al padre y, en espe-
con todo lo que ella implica ..
.¡ cial, el sentimiento de haber sido irreparablemente dañado por el
El sueño del día sigu.iente consistió en una clarificación del
sueño de los lobos, · . padre, no eran más que pantallas para su pasividad; una vez que
estos disfraces se descubrieron, la pasividad misma cuya inacep-
El paciente mira a través de una ventana hacia una pro1dera, más allá tabilidad generaba el delirio se tornó intolerable. Lo que parecía
de la cual hay un bosque. El sol brilla entre los Ílrboles y sal11ica la hierba una alternativa de elección entre la aceptación y el recha~o del
con reflejos; las piedras de la pradera tienen un curioso tinte violáceo. El
papel femenino, no lo era en absoluto: si el paciente hubier<b
paciente observa en especia.!. las ramas de cierto árbol' y admira la manera
. sido capaz de asumir el papel femenino y de admitir completa-
como se entrelazan. No entiende cómo todavía no h:i pintado este paisaje.
mente su pasividad, podría haber evitado su enferm~dad, basada
El paisaje de este sueño debe ser comparado con el del sueñe> en mecanismos de defensa contra un papel semejante.
de los lobos cuando tenía cuatro años. Ahora brílla el sol; enton- · . Un segundo sueño de la misma noche reveló la· causa de la-
ces era de noche, y la noche es siempre pavorosa. Las ·,ramas de restricción de las sublimaciones del paciente. Itste le cuenta a
los árboles donde antes se hallaban los aterradQres loTuos ahora Freud que quisiera estudiar derecho criminal, pero Freud no se
están vacías y hermosamente· entrelazadas (los padres e1i el abra- lo aconseja y le recomienda la economía política. , '
zo sexual). Lo que antes era aterrador y ominóso se ha converti- El paciente, cuyo padre era un liberal ruso que actuaba en
do en hermoso y tranquilizador. El paciente se pregunta por ,qué política y economía, siempre se había sentido interesado por t el
no pintó esta escena antes; es decir, que hasta ahora había ~ido derecho criminal (era abogado); en su análisis conmigo siempre
incapaz de admirarla. repetía que Freud había desalentado sus ambiciones y le recomen-
Esta reconciliación con los motivos ·que antes lo aterrorizaban daba que se dedicara a la economía política, en la que él ( eviden-
sólo puede significar que ha superado el miedo a su propia cas- te reacción contra el padre) no tenía el menor interés. Esta ,,ve:~
tración y que ahora puede admirar lo mismo que los <itros encuen- comprendí que sus afirmaciones sobre Freud no eran correctas;
tran hermoso: una escena de amor entre un hombre y una mujer.1 sin embargo, hasta que se presentó este sueño no pude convencel' '
Mientras se identificaba a sí mismo éon una mujer, había sido in- al paciente ;de ese hecho. ·
capaz de sentir esa admiración: su entero narcisismo se rebelaba La indapacidad de ser el padre en sus suhlimaciones.Ileva al
1 contra la aceptación de la castración implícita. Pero puesto que paciente a proyectar la influencia restrictiva sobre Freu'd. ' Al no
había abandonado la identificación con la mujer, ya no debía temer permitírsele realizar su propia elecciórl, debía seguir ooedicr\te-
\1 a la castración. ·
1
mente, en cambio, los pasos de su padre.
Corno era de suponer, el paciente no había logrado el progre· Hablaba ahora largamente sobre su necesidad de sublimar su
so evidenciado en el sueño. Al día siguiente relató un surño donde hpmosexualidad y de lo difícil que resultaba encontrar .Ic)~ ·~.o)edio5
· yace a mis · pies: un retorno a la pasividad. Está conmigo en un para hacerlo. Tenía conciencia de que se lo impedían···}as: c'ircuns,
rascacielo cuyo único medio de salida es .u na ventana (piénsese ta)icias y Sll ' incapacidad interior. Era verdad que. eti'·' Áustri<\.t (11'\.
en el sueño de los lobos y en el sueño recién relatado), desde la •;

207
' 206
..,. ' ~
'i i '.~.¡;J~ ; t

aquel momento, las posibi}ldades ' de obtener el tipo de trabajo 100.000 Kroneq ..:io significaban nada para él. Pero a comienzos
que le interesaba eran limitadas, pero en cambio podía haber del año 1927,. 1a época del sueño, esos 100.000 Kronen (de oro)
dedicado su. tiempo libre, que era mucho, al estudio. Su inhibi- hubieran significado una fortuna para el empobrecido ruso. Aun-
ción para el trabajo impedía su desarrollo. En verdad, este hom- que en Austria se utilizaban chelines en ese momento, aún habla-
bre, que una vez había estudiado laboriosa e inteligentemente, y ba en términos de Kronen, tal vez porque las sumas parecían
que había leído muchísimo, era incapaz desde hacía años de leer mucho mayores, El paciente no sabía si los 100.000 Kronen del
una novela. sueño representaban 100.000 coronas de oro o diez chelines. De
·La serie de sueños que siguió inmediatamente aclara la rela- este modo, o bien era tan rico que 100.000 coronas de oro no sig-
ción padre-hijo y señala el comienzo de la libertad del hijo. El nificaban nada para él, o la Cll;enta del médico de 10 chelines era
hijo sumiso se yuxtapone al paciente, quien denota los comienzos irrisoria, presumiblemente en. proporción a su valor. En cualquier
de una identificación con el padre. caso, el paciente puede paga( su deuda, aunque tal vez subesti-
Un joven aus¡tríaco que vivió muchos años en Rusia y perdió allí todo mando tanto a la moneda corriente como al valor del médico.
su dinero visita al paciente. El joven austríaco ocupa ahora una posición La ·cara redonda y llena del doctor contrastaba con la de
menor en un banco de Viena. Se queja de dolor de cabeza, y el paciente Freud, que le había parecido tan delgado y enfermo al paciente.
le pide un polvo a su mujer sin decirle que es para su amigo, temeroso de El detalle representaba seguramente un intento por reducir la ·
que no quiera entregárselo. Para sorpresa del paciente, ella le 'ch además un
importancia de la enfermedad del padre, aunque todo lo demás
pedazo de torta que, sin embargo, no alcanza para él y p;11Tt su amigo.
tiende en el sueño a acentuar el hecho de su castración y el me- ,
Obviamente, el joven austríaco es el mismo paciente. Du- nosprecio de su valor. l!l es en realidad el músico mendicante (ver ·
rante su enfermedad (el dolor de cabeza) es tratado con un polvo, el sueño en p. 200), pero en vez de tratar de venderle las piezas
mientras que el paciente (sano) recibe, como premio evidente, de música, quiere dárselas al paciente. El significado es claro:
un pedazo de torta, la sublimación que tanto desea. Pero no alcan- ninguna dádiva es suficiente ahora para compensar al paciente por
za para ambos; es decir, sólo hay suficiente para el paciente sano. la pasividad que implicaba su aceptación. Finalmente, los regalos
En el sueño siguiente retorna al padre castrado : que habían precipitado el sueño de los lobos para su cuarto cum-
El paciente se halla en el consultorio de un médico de cara llena y
pleaños, el día de Navidad, y toda su neurosis infantil, y que
redonda (como el profesor X). Teme no tener suficiente dinero en el bol- desempeñaron un papel tan importante durante su vida posterior
sillo para p agar al médico. Sin embargo, el médico le dic e que sus honora- y en su tratamiento analítico, perdían ahora su valor libidinal.
rios son moderados y que estará satisfecho con 100.000 Kronen. Cuando el El médico del sueño es un individuo particularmente inofen-
paciente va a retirarse, el médico trata ele persuadirlo de que se lleve algunas sivo; es decir, está castrado o es casi un muerto.
piezas de música antigua, pero el paciente se niega y le dice que no podtía La naturaleza de la heterosexualidad de este sueño · es histó-
darles uso alguno. En la puerta el médico lo fuerza a aceptar algunas posta_. ,
ricamente correcta. Se recordará que el paciente había sido sedu-
les coloreadas que el paciente no tiene el valor de rechazar. Repentinamente,
cido a muy corta edad por una hermana mayor, niña precoz y agre-
aparece el analista (mujer) del paciente vestida como un paje, con pantalo-
nes cortos de terciopelo azul y sombrero de tres picos. A pesar de la indu-
siva. Esta seducción había activado su pasividad latente, orien-
mentaria, que es más de un adolescente que masculina, luce muv femenina . .~ tándola hacia la mujer. Mi vestimenta de muchacho en el sueño
i:~
tiene varios significados: en primer lugar, el significado histórico
·''?J·~"
El paciente la abraza y la sienta sobre sus rodillas.
de la agresión de la hermana; en segundo lugar, mi papel, como
El temor del paciente de no poder pagar la cuenta del médico ·.:r4¡
,J s
analista, de padre-sustituto; y en t~rcer lugar, un intento por parte
es tanto real corno satírico. En efecto, no había podido pagar a del paciente de negar la castración;:tle la mujer y atribuirle un falo.
Freud su último análisis. Por otra parte, antes había pagado lo ~·r En el sueño me asemejo a esos pajes que en la escena son repre- -.
suficiente, como paciente rico, para justificar · ahora la aceptación
de un tratamiento gratuito. En la época de su primer análisis,
!}IJ sentados genéralmente y obviamente por mujeres. De este modo ..
no soy ni hombre ni mujer, sino una criatura de género neutro.
208 209

~'~ ¡'{
1
- ------- --------·-- - -

Sin embargo, Ja atribución de un falo a la mujer constituye aquí Su recuperación final se produjo de manera repentina y apa-
_un progreso para el paciepte, quien inmediatamente descubre su 'i rentemente triv!al. De pronto descubrió c1ue podía leer novelas y
·femineidad y comienza a ·¡·cortejarla. Se revela así una intención l hallar placer en ellas. Dijo que dos factores lo habían mantenido
adicional refei:Ída a la m~scu)inidad de la mujer: el paciente le alejado hasta ahora di; lo que había sido para él su principal fuen-
otorga un falo con el fin de <iuitárselo en seguida; en otras pala- 1 te de placer: por unafparte, la negativa a identificarse con el héroe
bras, para castrada en su identificación con el padre, así como en l¡ del libro, ya que éste; creado por el autor, quedaba totalmente en
el pasado· él había deseado ser castrado por ese padre. poder de este último; por la otra, el sentimiento de su propia
í1
Se observará que se trata del primer sueño donde la hetero- inhibición para crear le impedía identificarse con el autor. Había
,¡ permanecido ·entre dos trampas, como en su psicosis.
sexualidad del paciente, así como una transferencia erótica posi-
1
·tiva, se hallan claramente presentes. No se puede negar la exis- En ad.e lante siguió bien. Podía pintar, planificar su trabajo,
tencia de un elemento ele' identificación con la mujer, pero el l estudiar materias que pertenecían al campo de su elección y reto-
papel principal del paciente .es masculino. Solamente ahora su mar ese inteligente interés general en la vida, el arte y la litera-
identificación con el padre adquiere fuerza suficiente para permi- \ tura, que le era propio.
tirle desarrollar una transferencia heterosexual normal hacia mí. l Su carácter volvió a cambiar, esta vez para adquirir una for-
ma normal, del mismo modo sorprendente en que había desapa-
En el último sueño del análisis el paciente camina por la calle
recido el delirio. Volvía a ser otra vez el lhombre que conocíamos
·''' ·con el segundo dermatólo~o , que con gran il,1terés discurre sobre
enfermedades venéreas. El paciente menciona el nombre del mé- por el relato de Freud: una personalidad aguda, escrupulosa y
dico que había tratado su gonorrea con una medicación muy seve- atractiva, con una cantidad de intereses y logros, y dotado de un
ra. Cuando 9ye su nombre. el dermatálogo dice: "No, no, él no, profundo y esmerado entendimiento analítico, que era una cons-
otro". tante fuente de placer.
Este sueño establece finalmente el vínculo entre la enferme- El paciente no terminaba de comprender su propia conducta.
dad actual y la gonorrea que había ocasionado s11 primera crisis. El ocultamiento de las joyas, la casual aceptación de las dádivas
Se recordará que la madre del paciente sufría ele una enfermedad anuales ele dinero, las pequeñas deshonestidades: eran ~ misterio
pélvica acompañada ele hemorragias y dolores, y que cuando niño para · él. Sin embargo el secreto estab.a en la observaci~ que él
el paciente había culpado a su padre, tal vez no equivocadamente. mismo había hech.o un día sobre su mujer : "Las mujeres·~on siem-
Cuando en el sueño el paciente menciona entonces al médico que pre así: descreídas, desconfiadas y temerosas de perder algo."
lo trató de modo tan radical, en contraste con el conservador médi-
co familiar que lo había atendido durante toda la vida, el pacien-
te se refiere al profesor X, éuya intensa electrólisis él suponía 1· 5
que le había ocasionado un : perjuicio semejante al que sufrió en Diagnó~tico
el anterior ttatamiento radical. Y cuando el detrnatólogo del
sueüo dice que no se trata dé este hombre sino de otro, sólo 1 Me parece que el diagnóstico de paranoia no requiere otras
s.e refiere al padre (o a Freud), el tácito responsable de todo tra- 1 pruebas que las suministradas por la historia misma del caso. El
tamiento, así como de la enfermedad. Es obvio que esta enfer- cuadro es típico de esos casos conocidos con el nombre de para-
medad representa la castracióá noia de tipo hipocondríaco. La hipocondría verdadera no es una
Sólo después de este su~fio el .pac.:iente abandona real y com- : neurosis; pertenece más al cuadro de las psicosis. En este sentido,
pletamente el flélirio. Ahor~. era ~apaz de comprender que su el término no se aplica a los casos donde la angustia relativa .1
síntoma nasal no era un hechl)> sino-·una idea, que tenía como base ;1 la salud en general es el principal síntoma, como en las neurosis
su deseó iriconsciente y la defensa contra ese deseo, que juntos de angustia; tampoco coincide con la neurastenia. Presenta 11 n
habí.arl resultado más fuertes que su sentido de ·la realidad. cuadro característico donde existe ur\a preocupación exclusiva por

210 j_ 211
¡
un órg<m• > (o algunas veces por yarios órganos), al que se cree <la- la gonorrea se mostro insatisfecho con ei suave tratamiento de su
ñado o t'nfcrmo. Los síntomas. de la cabeza, tan comunes en los co- propio niédico;y fue a ver a otro, que le prescribió una irrigación
mienzos de la esquizofrenia, son un ejemplo de este tipo de hipo- "demasiado intensa". Dado que controlaba el juicio de cada den- ·
c.ondría. Muchas veces una enfermedad leve constituye la base apa- tista al acudir a otro, inevitablemente un error se deslizaría por
rente de la idea de enfermedad; sin embargo, ésta aparece gene- algún lado. En efecto, cuando el paciente se decidió por fin a
ralmente sin tener el menor fundamento en la realidad. Por lo extraerse un diente, aparentemente bajo la compulsión de perder·
tanto se la puede denominar delirio. (En· las formas no hipocon- Jo, se hizo sacar un diente sano y necesitó una nueva extracción.
dríacas de la paranoia, cualquier idea puede convertirse en sín- El profesor Freud me había dicho que su comportamiento con Jos
toma principal. En verdad, la paranoia ~s una enfermedad rnono- dentistas en esa época era una réplica de su comportamiento ante-
sintomática, delirante, y se la clasifica de acuerdo con la natura- rior con los sastres, a quienes rogaba, imploraba o sobornaba parn
,leza del delirio: persecutoria, de celos, o hipocondríaca. En sus que trabajaran bien para él, y de quienes jamús estaba satisfecho.
formas más primitivas aparece a menudo como una iiberwertige j Aquí, también, siempre se hacía atender durante un largo períod0
'!,
idee; esta "idea" puede ser de cualquier tipo.) por el sastre que no lo satisfacía. Debemos observar que el sastre
Bleuler afirma que si bien los tratados hablan de Ja forma ( Schn eider) no sólo representaba, como de ordina~·io, la figura
hipocondríaca de la paranoia, nunca pudo observarla personal- del castrador. sino que en la historia infantil del paciente lo pre-
mente. Pero se advertirá que si bien el caso tratado pertenece sin disponía a tal elección. Se recordará que el sueño de los lobos
duda a esta categoría, de todos modos la idea hipocondríaca sólo tenía como hase, en buena medida, el cuento del abuelo sobre eI
si:rve de pantalla a las ideas persecutorias que se ocultan .detrás. sastre que le había cortado la cola al lobo.
De este modo, si bien la forma es hipocondríaca, el contenido total La afirmación del paciente de que ningún médico ni dentista
de la psicosis es persec~torio. El paciente sostenía que su nariz se había ricura.do de él como era necesario se justifica superficial ~
había sido intencionalmente dañada por alguien que le tenía inqui- mente c11 alguna me<l id.a. Pero si se exa minan las circunstancias
na. Este paciente, psicoanalíticamente instruido, podía pensar que aco mpañan la extensa línea de experiencias con n)<.'~dicos v
además que el daño no le había sido causado intencionalmente, dentistas, 11110 se ve obligado a concluir que él mismo solicitaba
ya que hacía la observación: "¿Quién puede decir dónde termina y facilitaba PI mal . tratamiento de los profesionales. La descon-
la actividad inconsciente y dónde comienza la consciente?" Y fianza na Li condición inicial del tratamiento. Un individuo nor-
agregaba, además, que con toda seguridad una eminencia en. su mal abamlrina el tratamiento cuando su médico no lo satisface;
especialidad no podía ser un mal terapeuta. Llegó a acusarse a por cierto, IHJ permitiría que lo operara un médico a quien con-
sí mismo de la cólera de X hacia él. La persistencia de sus pre- sidera s11 Pn('rnigo. La naturaleza. pasiva de nuestro paciente difi- ·
gnntas y visitas había terminado con la paciencia de X. Si se culta la n1ptura con cualquier subrogado rlcl padre: el primer mo-
atiende no tanto al contenido manifiesto como al contenido latente vimiento consiste en. aplacar al presunto enemigo. Debe recor-
de esta id¡ea, se observa: 1) la constrncción por el paciente de la darse esta actitud en su primer análisis, cuando el gesto ele vol- .
situación 'persecutoria, 2) su conciencia de su propia responsabi- verse hacia el analista significaba: s(· b1wno coúmigo. El rnismo
lidad al respecto. Sabemos que la persecución es, en realidad, la gesto, con idéntico contenido, surp;i<'i · en el clJl'~O de s11 an (ilisis
proyección de la hostilidad del propio paciente sobre su objeto. conmigo. ( ·'
Realmente, el Hombre de los Lobos tenía un talento particular El profesor X era por supuesto ('1. ¡wrsl'guidor principal; el .
para crearse situaciones que se prestaban muy bien a sus senti- paciente había observado enseguida . tiue X era un obvio sustituto
mientos de desconfianza. A la edad de doce años había hecho de Freud. En cuanto a Freud mismo~ la persecución era meno;;
un uso tan excesivo de la medicina prescripta para su catarro evidente. El paciente culpaba a Freud por la p{·rclida el e su for-
nasal que llegó a estropear su rostro, Censuró entonces al médico tuna en. Rusia, pero no tomaba en serio Lt iclca de que el consejo
por haberle indicado un ungüento "muy fuerte". En el curso de de Freud huhiera sido intencionalmente núilicioso. !\Tecesitaba en-

212

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213

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· contrar un perseguidor indiferente pero igualmente simbólico, a un motivo más profundo que el motivo común de culpa masoquis-
quien pudiera adscribirle conscientemente y con todo corazón los ta, qrte se satisface en el acto mismo y sin tener en cuenta quién
motivos n;iás maliciosos. Además, había varias personas de menor lo perpetúa. El motivo adicional, sin duda, es libidinal: el deseo
importancia que -según consideraba- lo oprimían, lo maltrataban de ser castrado por el padre como una expresión, en lenguaje sá-
y algunas veces hasta lo engañaban. Conviene destacar que justa- dico-anal, de) amor de ese padre. Existe además el deseo de con-
m.e nte con aquellas relaciones que lo oprimían de verdad, el pa- vertirse en mujer para ser sexualmente satisfecho por el padre.·
ciente era menos Suspicaz. Creo importante recordar aquí la experiencia alucinatoria infantil
En resumen, los principales puntos del diagnóstico son : cuando creyó que se había cortado un dedo.
Durante la psicosis el "velo" de la enfermedad anterior envol-
1. El delirio hipocondríaco.
vió completamente al paciente. Nada podía penetrarlo. Una obser-
.2. El delirio de persecución.
vación algo oscura del paciente en el sentido de que algunas ve-
.J. La regresión narcisística, tal como se manifiesta en el delirio
ces la hora del análisis conmigo parecía el equivalente de ese es-
de grandeza. '
tado velado corroboró su interpretación anterior de que repre-
4. La ausencia ele alucinaciones en presencia de delirios.
sentaba una fantasía de retorno al vientre materno. En esta línea
5. Ligeras ideas de referenci:'I.
resulta interesante la impresión del paciente de que ocupaba una
6. Ausencia de deteri0ro mental.
posición intermedia entre Freud y yo; se recordará sus fantasías
7. El cambio de carácter.
~obre el cambio de opiniones que, suponía, Freud y yo debíamos
S. L ;1 naturaleza monosintomática de la psicosis. Fuera de su na-
tener sobre su caso. El mismo decía que era nuestro "hijo", y uno
ri z, y cuando habla de cualquier otra cosa, el paciente se mnes-
de sus sueños lo mostraba acostado junto a mí con Freud sentado
tra completamente sano. La rnehción de ese órgano, en cambio,
a sus espaldas. (Aparece una vez más aquí la importancia del
lo hac.c actuar como un loco.
coitus a tergo). En el lenguaje de la fantasía de retorno al vientre
9. El éxtasis experimentado por el paciente cuando X le extirpó
materno, el paciente realmente comparte la int&rrelación de los
. la glándula de la nariz no puede ser considerado como típica~ ·
padres.
mente psicótico, pero es esencialmente no neurótico. Un neu-
No resulta menos interesante señalar la diferencia entre lá ac-
rótico puede desear \' temer la castración, pero nn la recibe
tual identificación psicótica con la madre y la identificación his-
bien. rn delirio hipornnclríaco oculta las l deas d e persecución
térica anterior. .Antes, el papel femenino del paciente parecía no
y les proporciona 11na fomia adecuada al contenido de toda la
avenirse con su personalidad; era evidente que estaba desempe-
enf¡•nnedad. El mecanismo de condensación utili'l:tdo nqní re-
c1 1erda ,el cfo los s11eños. ñando un papel. En ciertos momentos era hombre -como en su
relación con las mujeres-, mientras que en otros momentos, en ·
relación con el analista y otras figuras paternas, era obviamente
mujer . . Pero ahora no existía disociación: el rol femenino habb
;j
(i invadiáo su personalidad · y el paciente se adaptaba enteramente
M cc·1111is111 ns a él. Era una personalidad enferma y menor, pero no disociada.
Una observación del doctor Wulff (que residía en Moscú y vino
después a vivir en Berlín), á quien le describí el caso, y quien co-
Dl'i>l't 1Ji>;s ;1grc~ar llltlnvía nlgi1nas observaciones Sl1bre llls me"
nocía y había atendido al paciente y á sus farniliares, ilustra mu-
c·;rnisrnos y el simholismn de L1 psicosis. La nariz, por snpucsto,
cho mejor este punto. Wulff dijo : "Ya no representa el papel de
repn'>l'nla el f(e1iital; y es un hecho que el paciente siempre había
la madre; él es la madre, hasta el menor detalle".
considerado Í>equeño a sn pene y a su nariz. La herida de .su nariz·
f ue infli~idn primero por t'.•1 mismo y después por X. La imposi- Lds elementos de la identificación con la madre eran sorpren-
l~ ilitLul dC'l pa~·ic·nte de sal i~f accrse con su aufocastración revela dentes. El paciente comenzó a tener ideas sobre su nariz después

214 215
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<le la llegada de la madre con una verruga en la suya. El destino se Aunque el cambio de caráctet actual del paciente era más
puso de su parte al permitir que su mujer hlviera el mismo proble- profundo que el de su niñez, de todos modos se p(lrecía .al ante-
ma y en el mismo lugar. Su hermana había sufrido enfermedades rior. A los tres años y medio, a raíz de la seducción por la hermana
<le la piel y, como el mismo paciente, se preocupaba por su apa- y la resultante activación de su pasividad, el niño se había vuelto
riencia. Esta preocupación por el cutis constituye en sí misma un irritable y agresivo, y atormentaba a las personas y a los anima-
rasgo femenino. La queja estereotipada del paciente derivaba di- les. Detrás del carácter irascible se encuentra el deseo masoquista
rectamente de su madre: "Así me es imposible vivir". La histérica de ser castigado por el padre; pero en aquel momento la fÓrma
ansiedad de la madre por su propia salud aparecía reflejada en el exterior ele su carácter era sádica. Un elemento ele la identificación
paciente en el curso de su niñez y en su vida posterior, como, por con el padre estaba presente. En el cambio de carácter actual se
ejemplo, durante su enfermedad actual, en su temor a resfriarse. presentaba la misma regresión a nivel sádico-anal o masoquista,
Más aún; la deshonestidad del paciente con el dinero era en parte pero el rol del paciente era pasivo. Se lo atormentaba y se abusaba
una identificación con la madre, a quien tan a menudo había acu- de él, en lugar de ser él el atormentador. Vivía completamente la
sado injustamente de engañarlo y de sustraerle la herencia. fantasía de Pedro el Grande y del hijo asesinado; X .cayó en la
Tal vez la identificación con la madre llegó a su más alto trampa y activó la fantasía cuando en.la primera visita aceptó dis~
gra<lo cuando, en éxtasis, vio correr su propia sangre bajo la mano cutir con él acerca de otro Zar y de su hijo ... La fantasía de ser
de X. Recordamos también el miedo infantil a la disentería, el te- golpeado en el pene se reflejaba en Q} delirio donde culpaba a X
mor de evacuar sangre, que habían seguido a la queja de la ma- de haber dañado su nariz. Ningún e'ernento del rol paternal se
dre, escuchada por el niño, sobre sus "hemorragias" (probable- halla presente aquí. Del mismo modo que las escenas del niño
mente vaginales). El niño pensó entonces que la enfermedad pél- irascible eran intentos por provocar el castigo (en otras palabras,
vica de la madre había sido ocasionada por el coito con el padre. la seducción) del padre, también lo eran las persistentes visitas a
De esta manera fue una fantasía de coito pasivo lo que causó su X y las constantes demandas de un tratamiento que equivalía,
éxtasis cuando el profesor X tornó sus instrumentos y extirpó la sin duda, a la castración.
g)!rndula. Es obvio qne también están presentes elementos como Lo que Freud denomina la oscilación de tipo pendular de la
d'cH a luz, parir. actitud sádica a la masoquista se refleja, dice, en su ambivalencia,
El rasgo más femenino del paciente era el hábito de sacar un presente en todas sus relaciones. Así, ambos elementos son el re-
t''Lll'ͺ de bolsillo, mirarse en él y empolvarse la nariz. La primera sultado de su fu erte bisexualidad.
vez hab ía pedido el espejo a su mujer; más tarde adquirió uno, La significación libidinal de los regalos atraviesa como un
una cajita completa. con polvo, y se comportaba exactámente co- filam ento rojo la historia entera del paciente. El sueño de los
mo una mujer de nuestra época, en que las cajas de polvo com- lobos que se presentó justamente. antes de su cuarta Navidad (y
pacto traen un espejo. cumpleaños), contenía como idea principal la expectativa ele ob-
Si los síntomas nasales significaban una identificación con la tener satisfacción sexual por parte de su padre corno regalo de
madre, los síntomas dentales resultaban una identificación con el Navidad. El vehemente deseo ele recibir regalos del padre constitu-
padre, pero una identificación con el padre castrado. La interven- yó la primitiva expresión ele la pasividad del hijo. La idea de la
ción quirúrgica sufrida por Freud era de carácter dental y fue rea- muerte ele Freud se relacionaba con la es pera infundada de una
lizada por un cirujano dental. Por lo mismo, tanto Freud com.:> herencia; esta herencia, en especial durante la vida ele Freud , te-
.~:
el padre del paciente -como consecuencia de su larga enfermedad nía el significado de un regalo, y provocaba justamente los mismos
y la consiguiente incapacidad-, estaban castrados en cierto sen- sentimientos que la Navidad provocara en la infancia del paciente.
tido. Deberá recordarse asimismo que el criado a quien tanto ha- ! ,as sumas anuales de dinero recibidas de Freud representaban un
bía querido de niño se suponía que se había hecho extirpar la len- papel similar: la pasividad inconsciente que no había sido re-
gua. suelta durante el primer tratam iento encontraba en esos donativos
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·solvió sus reacciones contra el padre en el curso del primer aná~
una fuente de satisfacción. Si el paciente hubiera estado tan cura-
lisis. Era el primer caso en que un analista fijaba un límite de
do de su actitud femenina hacia el padre como parecía estarlo;
tiempo para el análisis. Freud recurrió a esta decisión después de
·.esas contribuciones 1-ÍUbrían carecido ele significación emocional.
meses y meses durante los cuales el análisis se hallaba completa-
Debemos agregar, todavía, una observación ulterior sobre la
mente estancado, y se vio recompensado por el material decisivo
actitud del paciente con respecto a la pérdida de su fortuna. Pue- 1
que apareció entonces. Hasta el momento de la fijación de un lí-
de extrafiarnos que puc.litTa acomodarse tan fácilmente a las con-
mite de tiempo, el paciente sólo había demostrado estar poco más
diciones de posguerra c1ue tr::r nsformaban por completo su modo
que preparado para el análisis, y muy poco era lo que se había
de vida. Pero este elem ento e.l e indiferencia se debía a su nacio-
elaborado. En ese momento una verdadera corriente fluye del in-
nalidad más 4ue a la enfcrmeclacl. Quienes conocieron refugiados
consciente y se aclara por completo la significación del sueño de
rusos de entonces, se asombraban ante la rapidez con que se adap-
los lobos.
taban a la nueya situaciún. Era difícil imaginar, viéndolos en su
Cuando uno recuerda cómo los pacientes se afanan por retener
nueva vida. cuán cliforcnte había sido la anterior. ·
un último fragmento de material y, a cambio de esto, se mues7
tran muy dispuestos a brindar todo lo demás, se puede entender ·
una de las razones de la efectividad del límite de tiempo del a1ü-
lisis. La presión puede hacer aparecer, en algunos casos, todo el
ProlJlemas material, pero es imaginable que una inaccesibilidad que necesiLi
la fijación de un límite de tiempo muy a menudo utilizará ese
Ciertos prnblemas surgen de este caso que brinda una opor- tímite para sus propios fines. Tal parece ser el caso del Hombre
tunidad sin igual de observación por el hecho de que nos mues- de los Lobos. Habría sido inútil continuar el análisis por más tiem-
tra la historia ele dos enfermedades sufridas por la misma persona po sin utilizar uno de los grandes medios de presión que poseemos:
» tratadas ambas con aparente éxito mediante el análisis. Un tra- la fijación de un límite de tiempo. Nuestro paciente se encontraba
tamiento fe li ;~ en sus resultados es aquel donde el material incons- demasiado cómodo en la situación analW.ca. No existía otra ma-
ciente pasa a ser conscirnte y clonclt' se aclara la motivación de la nera de tratar la resistencia sino por la jesaparición de la situa-
,• nfermedad. ción misma. El resultado fue que el paciente aportó suficiente ma-
El segundo análisis corrobora en todos sus detalles el primero terial como para permitir la cura, pero al mismo tiempo retuvo
~ - además no proporciona la menor partícula de material nuevo. el núcleo que más tarde produciría la psicosis. En otras palabras,
:\osotros nos ocupamos por ent~ro de un residuo de la transferen- su atadura al padre era demasiado fuerte: por una parte habría
;.'Ía co11 Frcud. Naturalmente , este residuo implica que el pacien- impedido todo análisis, y por la otra tornaba al paciente inaccesi-
te no se hallaba completamente liberado de su fijación al padre; ble en su fortaleza final. ~
pero la causa de b ligazón existente no era la presencia de ma- Es difícil decir por qué el e1úermo desarrolló una paranoia ·
terial inconsciente, sino que ln transferencia misma no había sido en lugar de volver a su primitiva neurosis. Tal vez el primer aná~
<::ompletamcnte elaborada. Digo esto en vista de que el paciente lisis lo había despojado de los habituales modos neuróticos de so-
st~ había analizado con Freud durante cuatro años y medio y se lución. Cabe preguntarse tal vez si el paciente fue siempre un
había mantenido en buen estado <lurante los doce años siguientes. paranoide latente. Apoyan esta hipótesis la tendencia hipocon-
l'n•l ciisa e' que el psicoanalista considere terminado el tratamien- dríaca que demostró en toda su nifiez, la timidez y el carácter re-
to y ol ra es que lo decida el paciente. Como analistas podemos traído de su adolescencia, lo mismo que las preocupaciones de esa
estar en posesión completa de los hechos históricos de la enfer- época por la nariz. Queda el hecho, en cambio, de que en ningún
medad, p('rn no podemos sahcr qué grado de elaboración ( dur- momento desarrolló delirios ni perdió el sentido de la realidad.
charlJeiten) rl'qt1icre el p;1cienll' para su crn-r1. Y la prueba principal contr~ tal teoría es su conducta durante el
Un hecho apoya nuestra suposición <le. que el paciente no re- análisis con Freud. Es cierto que la transfere1icia hace aparecer

218 219
1as cosas que teme; el paciente psicótico realmente tem'~ que se
todos los mecanismos que el paciente es capaz de producir, espe-
cialpiente los de naturaieza paranoide; y si bien una parte de la le corte el pene y no en algún acto simbólico por parte del ana-
neurosis obsesiva infantil hace que Freud recuerde a Schreber, no lista. La fantasía se ha tornado realidad. De ese modo la situación
existió sin embargo durante el curso del primer análisis Ja más leve ·es muy peligrosa para el paciente. Tal vez sea esta la única situa-
maríifestación de un mecanismo paranoide. ción en la que el sexo del analista tiene importancia. Al evitbrse ·
la transferencia homosexual, la intensidad misma de la transfe-
Entiendo que la forma paranoide de la enfermedad del pa- rencia -que constituye muchas veces la condición del é:¡:ito tera-
ciente sólo puede explicarse por la profundidad y el consiguiente péutico- se ve sacrificada. De este modo peligra el efecto global
grado de expresión de su apego al padre. Gran parte de esta fi- del tratamiento. Debido ni contacto indirecto con Freud a travé.;
jación estaba representada por las enfermedades neuróticas nume-
·del primer análisis, el caso en cuestión constituyó un compromiso
ros;,is y variadas que padeció tanto durante la infancia como ulte-
ideal en ese punto. Para este paciente el análisis era rreud. Era
riormente. Estas manifestaciones de su femineidad resultaron cu-
: como si una dosis suficiente de influencia paterna estuviera pre-
rables. Sabemos que la pasividad del hombre puede expresarse de
. sente y fuera eficaz sin el grado adicional que habría sido fatal pa-
tres maneras: el masoquismo, la homosexualidad pasiva y la pa-
ra el tratamiento. Puede verse que mi propio papel en el presente
ranoia. Ellas corresponden a ex¡;iresiones neuróticas, perversas y
análisis casi no tuvo importancia; no fui más que una mediadora 1
'i
psicóticas de una actitud. En nuestro paciente la parte de pasivi-
·entre el paciente y Freud.
dad expresada por su neurosis era curable. La porción más profun-
da, en cambio, que permaneció intacta, constituiría la paranoia. Me parece que dos puntos ti enen particular importancia. El
primero es el mecanismo de la cura. Carezco de explicación sobre
La pérdida del equilibrio logrado después del primer análisi;;
·el giro producido por el sueño de los íconos. El cambio sólo me
se debió a la enfermedad de Freud. Ello no es difícil de compren-
parece atribuible al hecho de que el paciente habría elaborado
der. El peligro de muerte de un ser amado moviliza todo el amor
·suficientemente sus reacciones hacia el padre, y que desde enton-
ele una persona. Pero el amor del paciente por C'l padre -repre-
. oes era capaz de liberarse de ellas. Los modos de la terapia ana-
sentado por Freucl- constituye la mayor amenaza para su mascu -
'Htica son dobles: por un lado, hacer consciente la reacción hasta
linidad; su satisfacción implica la castración. El narcisismo del pa-
l ahora inconsciente; por el otro, lograr la elaboración ( durcharbei-
c·íente reacciona con una fuerza tremenda contra ese peligro; el
ten) de esas reacciones.
amor queda en parte reprimido, y en parte se convie~te en odio.
'El odio, a su vez, genera el deseó de la muerte del padre. A!'Í la El segundo punto implica la bisexualidad primaria del pacien-
enfermedad ele Freu<l, al exaltar el peligroso amor pasivo del pa- ·te, causa obvia de su enfermedad. Su masculinidad siempre había
cient~, con la consiguiente tentación ele someterse a la castración, 1 encontrado su salida normal; su femineidad parece haber sido
lleva Ja hostilidad a un punto donde se hace necesario un nuevo ·constitucionalmente fue1te, tan fuerte, que el complejo de Edipo
mecanismo que proporcione una salida; este nuevo mecanismo es normal fue sacrificado al complejo de Edipo negativo. El desarro-.
1 llo de un complejo de Edipo positivo, vigoroso, habría sido el sig-
la proyección. El paciente se libera de su antagonismo cuando 5e
lo atribuye a otro y al mismo tiempo se provee de una situación '110 de una salud mayor de la que en realidad posefa el paciente.
en la que su propia hostilidad queda justificada. No hay necesidad de decir que un complejo de Edipo positivo,
1 ·exagerado, a menudo enmascara la existencia de su opuesto. Por
Creo que la comprensión que nuestro paciente adquirió du-
otra parte, aun esta reacción presupone una salud biológica ·mayor
rante su primer análisis determinó su accesibilidad ulterior. Sin em- .,1 que la de nuestro paciente.
bargo, me parece improbable que su segundo análisis hubiera sid'.l
posible con un psicoanalista masculi~o. Una cosa es adoptar el No es posible prever si el paciente, quien se encuentra bien
1
papel de perseguidor con una mujer paranoica -¡ya castrada!- desde hace un año y medio, lo seguirá estando en el futuro. Me
y otra es hacerlo con un hombre, para quien la castración todavía siento inclinada a pensar que su salud depende en gran medida del
es posible. No debe olvidarse c1ue el psicótico cree ele verdad en 1
grado de sublimación de que sea capaz.

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Encuentros con el Hombre
de los Lobos
(1938 .. 1949)

A comienzos de la primavera de 1938, poco después de que


los nazis se apoderaran de Austria, me di de manos a boca con el r·
Hombre de los Lobos en una de las bulliciosas calles de Viena.
No me saludó con sus acostumbrados módales ceremoniosos, sino
que empezó a llorar 'y retorcerse las manos, dejando escapar un
torrente de palabras que, debido a su emoción y sus sollozos, eran
totalmente ininteligibles. Alarmada al ver que su actitud nos esta-
ba poniendo en evidencia en la calle, en una época en que tal cosa
no sólo era desaconsejable sino hasta peligrosa, le pedí que cami-
náramos los pocos pasos que nos separaban ele mi departamento.
donde podríamos hablar sin testigos. Cuando atravesamos el ves-
tíbulo de entrada de la casa de departamentos, a la encargada le
llamó la atención la alterada voz del Hombre de los Lobos, que
era casi un alarido, y nos miró desde su puerta con aíre de sos-
pecha.
De manera un ,POCO distante, yo había tratado al Hombre ele
los Lobos durante varios años después de terminado su análisis
con Ruth Mack Brunswick En uri principio los dos solíamos tomar
juntos el té todos los miércoles a la tarde, mientras él se eSforzaba
pacientemente por enseñarme ruso. En esas ocasiones, des~ués de
consagrar escrupulosamente una hora a la gramática rusa, nos dis-
tendíamos para hablar de cosas más interesantes: de Dostoievski,
de Freud o de los impresionistas franceses. El conocía poca gente
con la cual pudiera hablar de esos temas que le eran muy quer·i-
dos, y yo siempre disfrutaba con sus agudas observaciones, para

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·lllÍ muy provechosas, ciue surgían de una comprensión realmente gimen de los nazís y su práctica implicaba ocultamiento y riesgo
profunda de la naturaleza humana, el arte y el psicoanálisis. personal. Yo sabía que Ruth Mack Brunswick, que poco antes de
·. Más adelante, cuando yo estudiaba medicina y ya no podía
l
la anexión había viajado a los Estados Unidos, se propo~'l pasar
continuar con las lecciones d e ruso, él seguía viniendo una o dos el verano en Francia e Inglaterra y le pregunté al Hombre de
veces por año a renovar mis pólizas de seguro, pues trabajaba en los Lobos qué le parecía la idea de ir a verla allí, si es que la
una agencia de seguros. Todavía encontrábamos tiempo para ha- doctora Brunswick podía tomarlo en análisis durante esas sema-
blar un poco d e psicoanúlisis y de literatura rusa, y después él nas de verano. Se aferró de mi sugerencia con la proverbial deses-
me bes aba ccremonios;1111cntt' la mano ·c intercambiábamos salu- peración del náufrago que se aferra de una tabla. ~e escribí y le·
(los: "Auf \\.'iedcrsclu·11, J7rn11 Doktor"; "Auf \Viedersehen, Herr cablegrafié a la doctora Brunswick, y ella contestó que con mu-
Doktor". '. cho gusto lo vería, de modo que después empez6 la tarea de re·
solver los aspectos prácticos. ·
En ese lurninoso día <le abril de 1938 me senté en la sala del
departamento y mientras él, incapaz de contenerse, se movía sin Ahora me maravillo de haber tenido el valor de emprender
cesar, procuré entender las palabras que pronui1ciaba entre sollo- algo que parecía tan imposible en la primavera de 1938. Conse-
zos y 1:1grirnas. Finalmente ent endí : "1\[i mujer se mató. Acabo de guir un pasaporte y obtener la autorización para salir de Austria
venir del cementerio. ¿,Por qu é hizo eso? ¿,Por qué tenía que pa- eran cosas que requerían interminables visitas a las oficinas gu-
sarme esto a mí!' Siempre tuve mala suerte, siempre me pasaron bernamentales. Una visa para un país extranjero era algo mucho
las peores desgracias. ¿.Qué hago ahora, Frau Doktor? Dígame más valioso que el oro puro. Todos los consulados se veían ase-
qué hago. DígamC' por cp1é se mató." Un <lía había vuelto de su diados por multitudes de personas cuya vida misma dependía de
trabajo y había encontrado a su mujer muerta en la cocina llena poder escapar de los nazis. El Hombre de los Lobos no corría otro
de gas. En los primeros días ele la dominación nazi en Austria los peligro inmediato que el de ser destruido por sus propios pro-
suicidios eran cosa común, como yo bien lo sabía por la experiencia blemas íntimos. Había sido miembro de la adlneracb clase de los
de mi trabajo <le patología en las salas de autopsia del hospital terratet)ientes rusos antes de la revolución de 1917 y ya no era
general, de manera qu e naturalmente lo pdmero que se me ocu- ciudadano de ningún país, sino que formaba parte de esos miles
rrió fue pensar en motivos políticos. Pero al parecer eso no venía de personas olvidadas a quienes la primera guerra mundial había
al caso; ni el Hombre <le los Lobos ni su mujer eran judíos y en dejado en la condición de "apátridas'', y vivía en forma retraída y
lo político su actitud era de completa indiferencia. Con gran asom- anónima en una vivienda vienesa. A diferencia de él, Jos judío.;,
bro descubrí que él apenas sabía que los nazis se encontraban én socialistas, comunistas, monárquicos y todos los qne por cualquier
el poder. razón, buena o mala, fueran antinazis corrían peligro de muerte
si no salían de Austria.
Ese encuentro casual fue el primero de una serie en cada uno·
de los cuales él hablaba y hablaba; parecía que no hubiera nadie Les escribí a los Freud en Londres, le escribí a París a la
más que yo con quien pudiera compartir su dolor y hablar de su princesa Marie Bonaparte, escribí a todos los amigos personales de
problema, que era siempre el mismo: "¿Por qué tenía que pasarme qmenes pensé que podían ayudarnos, pidiéndoles las cartas y re-
esto a mí? ¿Por qué se mató' mi mujer?" Y por más que yo no comendaciones que exigían los cónsules arites de considerar la po~
pudiera tener respuesta para tales preguntas, parecía que para sibilidad de conceder aunque más no fuera una visa temporaria.
él representaba algún alivio expresar en voz alta sus pensamien- Cuando hubimos reunido todos esos papeles y el Hombre de los
tos. Lobos había conseguido ya un documento que se llamaba pasaporte
de Nansen, lo acompañé a probar suerte en los consulados de In-
Bien se veía que el Hombre <le los Lobos necesitaba ayuda,
glaterra y de Francia.
y era natural que tanto él como yo pensáramos en el psicoanálisis.
Pero todos los analistas se habían ido de Viena o estaban a punto Recuerdo que una mañana a las seis nos encontramos frente ~¡
de partir; además el análisis como tal era inaceptable para el ré- consulado británico, o mejor dicho a dos cuadras de él, porque

226 227
~
liasl'1 alJí era flonde llegaba la cola. !\lucha· gente que había hecho Hombre de los Lobos y su comportamiento neurótico, pero pDco 11
1
~ola 'el día a11terior sin haber conseguido atravesar las puertas se
había quedado toda la noche en la calle; otros habían venido du -
¡ poco fue percibiendo la excepc ion al inteligencia y la finísima com-
prensión c1ue se ocultaba tras el invalidante muro de obsesiones
rante la noche con frazadas. Parecía .no haber esperanza alguna. y buscó su propia manera de derr ibar ese muro. Insistió en que
· Los c1u e han visto la ópera El có11s11l pueden imaginarse la fmstra- jugarau juntos al ajedrez y le obligú al Hombre de los Lobos •l
ción y la desesperació-6; general que en esa época caracterizaban informarse ele los sucesos achiales y ele los as untos ele interl-s co-
·a los consulados, pero la mayor tragedia fue la de las personas tidiano. D urante el período de rnús de tres ai'ios que transcurrió
que jamás llegaron a atravesar esas puertas. e ntre e l Pacto ele ;\lunich y Pea rl H:nbo r recib í esporádicame nte
Yo me había quedado e n Viena no sólo para completar la> cartas del Hombre ele los Lobos, bastante limitadas en cuanto a
últimas semanas de los cursos de medicina sino también porque, su con ten ido, pero coherentes y ll enas de gratitud por e l saludabl e
en ·mi condición de norteamericana, podía ayudar a escapar a apoyo que le brindaba ese amigo. D espués los Estat.los Unidos
algunas personas que pudieran estar en peligro. Por lo tanto, a entraron en la guerra y toda cornuni caci c·m se inte rrumpi<'>.
veces se me ocunía que el tiempo dedicado a intentar conseguir-
le esas dos preciosas visa¡> a un ario apolítico que a nadie le re-
s~iltarja sos pechoso, era un lujo ;xtravagante. Pero eso me sucedía 1 1945. La gu e rra bahí a l<:nn inac1o . :\uslria y los Est ados l ' iii-
s ~ en;1~c cua.ndo no estaba con el. A su lado , es~uchando la repe- d os habían vuelto a es ta b lecer contacto, que ya no era el de l"s
t1c1on pbses1va de sus dolorosas, preguntas, .volvia a darme cue'.1f:a cañones y las bombas. Albi~ volvió a Viena del frente oriental y
de que era un hombre ~ue c?rria. ta~to peligro de verse destr~udo : me escribió u na el e esas largas y dolorosas cartas de 1945, con ··
cles~e ·adentro como mis amigos iud~?s por obra de la brutalidad tándomc cuáles de los amigos comune s habían mu erto y quiénes
nazi y . de los campos de conce9_tracion. habían sobrevivido. Había visto al Hombre cll' los Lohos , que st'
Úe alguna manera, ya no recuerdo cómo, todo se consigui<'>. encontraba bastante bi en físicamente v cu ya salud lllental pareCÍ<t
A fines de junio salí de Viena r~fmbo a París y pocas semanas des- l h aber mejorado por las penurias de l·~is aííos Je g uerra. :\o p11de
pll,és el Hombre de los Lobos me seguía. dejar de pensar en la "No ta adicional" de Freud a la lfísturia d r
Creo que durante unas seis semanas tuvo una hora diaria de '. una neurosis infantil, escrita en 192.), do nd e co ment a e l es tad o
sesión con la do?tora ~runswick, primero en Pa~·ís, y ,después en I; . anímico \' esp irit~ial c.~el Hombre ele los Lobo~ después de la prirn<' -
Londres. En Pans lo v1 unas pocas veces y camme c~n él por el , ra guerra mundial: Desde en ton ces <'l paciente, que h_alm1 pe r-
Bois o a Jo largo del Sena, escuchando siempre la pregunta atar- 1 dido e n la guerra su patria, su fortuna y toda rt'hcit'rn co n st1s Í:1-
lllC!ltada y atormentadora: "¿Por qué, por qué, por qué se mató l miliares, se ha s<' nti<lo normal :· se h::i conduc ido irreproc h::ihl c-
mi ;mujer?" Ya no había cabida para el arte ni la arquitectura, y ¡
1
mente. Es muy pnsilil e que su mi sma d esgrac ia hava co ntrilllli cin
lo mismo hubiera sido que anduviéramos por la bulliciosa Spital- ; a afirmar su rc~tablccimiento, satisL1ciendo su .-;cnti111ic11 lu dl'
gasse de Viena. . . ., Í cu lpabilidacl. ~ (O. C .. p. 150). .
El Hombre de los Lobos se l·ue a Londres cuando part10 la 1 Pronto empezaron ¡¡ llega rnw carlas del propw Holllbrc d e
doctora Brünswick y desput!S volvió solo a Viena, por e ntonces j los Lobos , y yo tamhi<.'·11 le escrihí y k c nvit'.· e ncom ie nda s. S11 \·id a
algo así. como la segunda capit~l de A~emania, que en esos .días j no h::ihía cambiado d,c·111asiado; ~cgu í a trabajando e 1~ la con.1 t1<11-1 ía
se tembnnos del Pacto el e Murnch bullia de poder y brutalidad. 1 de seguros y mantcma a su :rnciana madre, qu e v1v 1<1 con e l. J ,a,
El Hombre ele los Lobos no se dio cuent(l de nada de eso. Un ex- cartas indicaban cp1e de alguna nia1H'L1 h;1 hía apre ndido a accp -
celente amigo mío, Albin, con quien yo lo había relacionado un 4
tar todo lo que k habí a pasado y que hahí:1 vuelto a tener buc11
poco, hizo el sacrificio (porqu e en esa época era un sacrificio) contacto con el mundo r1ue lo roclcaha, por mús q u e éste le oín· ·
de verlo y escucharlo un pa_r de veces por mes . ·Al principio Albín : ciera poco que pudiera hacerlo feliz. L as primeras ca rlas que l1 ·
'º eneont<ó ~rplejo onte la falta de contacto con- lo <C'Hdod :i_lkgITT~~~ lo,füla<lo~l oidn' r~prmnt,ooo pma él olrn golp" hr
22~ :I2D
:\
"

lioticia de la muerte prematura y repentina de Ruth Mack Bruns-


wick.
,- 1l sias111ado, me contestó a vuelta de correo proponiendo que nos
\'iéramos en Linz, aproximadamente a mitad de camino, y envián-
~1
La única distracción y alegría del Hombre de los Lobos, la dome, de acuerdo con su modalidad ordenada, el horario exacto
sublimación en la cual tantas esperanzas de recuperación perma- ele los trenes que ambos teníamos que tomar para llegar más ;1
nente había depositado la doctora Brunswick, era la pintura, pero 1
menos a la misma hora por la mañana y salir al anochecer.
una contracción de la mano derecha hacía que esa actividad le Una hermosa mañana soleada, un domingo ele agosto de 1949,
resultara físicamente imposible durante largos períodos. Por má~ lo encontré esperándome en la estación de Linz, denuida por las
que acusara al destino de que también eso tuviera que sucederle bombas. Once años muy difíciles habían pasado sin que nos vié-
a él, no dejaba de considerar la posibilidad de que su necesidad de ramos, pero su apariencia había cambiado poco. Su figura alta y
autocastigarse pudiera desempeñar un papel en la producción de bien construida se mantenía erguida, su rostro expresivo ·mostrab.1
ese síntoma. Empezó a escribir, ocasionalmente, artículos en los resignación pero no amargura. El tupido pelo castaño y el bigote
qne enfocaba el arte y algunos problemas filosóficos desde un mostraban trazos de gris, pero me pareció que no representaba sus
punto de vista psicoanalítico. Lo hacía porque le interesaba y ..;esenta años. Me saludó entre lágrimas y sonrisas.
también en la esperanza de ganar algún dinero. Las cartas que me Como es de suponer, pasamos el día conversando, caminando
enviaba, escritas en excelente alemán, daban pruebas de una in- a ratos de una cafetería al banco de un parque para después vol-
teligencia de primer orden, gran claridad de expresión y mucho ver a un café. El Hombre de los Lobos me preguntó con auténtic<>
más sentido del humor de lo que yo le habría atribuido. Conte- interés por mi familia, mi trabajo, lo que me había pasado durante
nían siempre un preciso relato de su trabajo y su estado de sa- esos años, y por la doctora Brunswick. Estaba ansioso por contarnie
lud y detallaban las minúsculas desviaciones de la monótona ru- sus experiencias y en especial por saber lo que yo pensaba de lo->
tina ele la vida cotidiana. Demostraba más interés personal que motivos y el significado que se ocultaban tras ellas. Dado que
antaño por mí, por mi trabajo y por mi hija, a quien había conocido nunca habíamos tenido gran intimidad, se mostró sorprendente-
de pequeñita. Preguntaba por sus estudios, actividades e intere- mente abierto, y sin dnda me asignaba el rol ele analista, ya que
ses, y cuando yo le hablé en una carta de su gran amor y conoci- sus dos analistas hahían muerto.
miento de los animales, respondió felicitándola por esa cualidad.
Quizá había padecido menos que muchas otras person:ts bajo
"Nada", escribía, "puede ser mc'1s valioso para una persona joven
la dominación de los nnzis, puesto que no tenía intereses políticos
que el amor de la naturaleza y el conocimiento de la ciencia na-
ni él tampoco presentaba para ellos interés alguno, aparte el hecho
tural, especialmente de lo' animalrs. Los animales también de-
de qne su edad lo eximía ele participar activamente en la ludia.
sempeñaron un papel muy importante en mi niñez. En mi caso fue-
Pero al final de la guerra, cuando el ejército rojo entró en Viena,
ron los lobos."
se, sintió naturalmente amenazado, dada su condición de exili<ldo
Durante los años que siguieron al final de la segunda guerra ruso. Sin embargo , los rusos habían tenido que ocuparse Lle pro-
muúdial las cartas del Hombre de los Lobos me lo mostraron como blemas más inmediatos y le habían prestado muy poca atención,
él nunca se había mostrado personalmente. Sin que lo supiéramos, ~alvo el hecho de haberlo utilizado como intérprete en al!!;imas
nos habíamos hecho amigos por carta, de modo que cuando fui ocasiones. Así que pasaron semanas y meses, él y su madre.~ se
a Austria en el verano de 1949 estaba ansiosa por verlo, no por tranquilizaron y aceptaron agradecidos el hecho lle no ser rnt>les-
curiosidad sino porque me gustahan su mentalidad ordenada, su t:-i<los. Para venir a Linz durante ese <lía de agosto, cuatro añ.,s
nafnraleza sensible y el humor y la ironía con que ese solitario después de la ocupación, había cruzado por primera vez la zo1!,1
enfrentaba una vida .qué nunca había siC:lo bondadosa con él. Le rusa para llegar a la norteamericana, lo que significaba pedir auto-
escribí al Hombre de los Lobos avisándole que pasaría unas sema- rización y exhibir sus documentos de ii:.lenticla<l; eso le había pro-
nas ·en Salzburgo y que me gustaría que si él estaba de acuerdo vocado cit>rta inquil"tml, pern todo se había desarrollado sin incon-
nos ;encontráramos en algún lugar entre Salzburgo y Viena. Entu- venientes.

230 231
l
Me confirmó lo que aparecía insinua<lo en sus cartas, que su 1
enseñaría pai:a que yo pudiera ver por mí rriisma que las enco -
trabajo en h~ compañía de seguros era cans;1clnr y aburrido, lleno ·I miendas de alimentos que les hahía enviado los habían salvado
l. realmente de morirse de hambre.
<le insignificantes trivialidades. Por lo demús, en poco más de un
año se juhilaría, cosa que esperaba con una mezcla de anticipa- L as se is o siete horns que pasamo' juntos transcurrieron rápi-
ción placentera y de temor; ele ahí que cada vez confiara más en damente y al atardecer me acompañó a torna r el tren, despicft,ién-
bs satisfacciones que podía obtener ele la pintura. Los períodos dome más cálidamente que nunca. Para mí había sido un .dí..i
durante los cuales no 1:iodía usar la mano habían siclo cnormement<' rico y gratificante, y el Hombre de los Lobos rebosaba de agra-
frustrantes. Alwra podía pintar d e nuevo, pero durante meses se decimiento por Psa oportuniclacl ele hablar de cosas importantes y
había sentido insatisfecho con todo In ciue producía. H acía poco recibir una bocanada ele aire de l mundo exterior, del cual se habí~r
tiempo que había descubierto por qué: había estado rnezclanc10 visto aislado durante onc e años por la dictadura, la gnerra y los.:
demasiado pigmento castaño con todos los colnrcs, con lo cual los ejércitos <le ocupación.
embarraba y ensuciaba sin clarsc cuenta de qué era In que esta -
ba mal.
El Hombre ele los Lobos me habló d e la muerte dr' su mujer,
que sólo muy lenta y gradualmente había llcg:tdo a aceptar. Se
daba cuenta de lo d esesperado que había sido su estado en el
verano de 1938 y me <lijo que sus horas de te rapia con la doc-
tora Brunswick lo habían reconstrniclo realmente, "aurntue", agre -
gó comprensivamente, "en realidad no se puede hablar de un Yer-
dadero anúlisis; e ra ná; bien Trost ícons11elo1". Dijo que en su
caso un nuevo matrimonio era impensable; a ello se oponían .; u
eclad, el hecho ele (1ue la madre dependiera de él y s11 situación
fina ncie ra · marginal. Sin t>mhargo, mús de una mujer había dl·s-
pertado su interés desde la muerte ele su cspos;1, y al hahlarnw d ::
esas relaciones me preguntú si yo 11:1 pensaba cp1e se ;1 .i11staban to -
davía a las mismas pautas establecíclas en s11 niñez por la iníluen ·
cia que sobre él había ejercicio su hennan;1 y por la atracción qu,~
é l experimentaba hacia las sirvientas o las muchachas campesinas
ele la finca , a lo cual hube de res ponclcrlc que ~; Í.
1\'(e dijo también que es taba ahora mús cerca de su madn'.
E lla había vu elto a hal1lar con él de su vida, ele la familia, dt: s11
infancia, y le había aclarado algunos problcJllas q11e t'I nunca.ha ·
bía entendido . No negaba el h echo ele (1ue ocupars e ele su maclr('
que tenía ya ochenta y cinco ai'íos y C'Staba muy delicada y ca si
ciega , fuera una carga, pero jam:ts se le ocurrió cúestionar su
obligación o su deseo de asumirla corno tal, y hablaba de ella co;i
conmovedora devoción. Me mostró una fotografía de ella y d(' \-
pués sacó tímidamente una ele él Jllismo, tornada en 194G, en Li
cual se lo veía tan ojeroso y enflaquecido que costaba reconocerlo.
Me explicó q11 e su madre le había hecho prometer qu e me l.t

2.'32 .2.3.3
., :1';,'.';i
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• 1,'i:j¡JA WéY.ú1~ · f

··. 11•::
Otro enc11entro con el I-lo1nbre
de los Lobos
(1956)
:1
1

Introducción ¡
¡

El artículo que sigue fue esbozado en marzo de 195G, inmediata-


mente después del encuentro con el Hombre de los Lobos que en
él se describe. Le dí su forma actual en 1959, con la intención
de publicarlo entonces. Cuando ví al Hombre de los Lobos pocq
después de haber completado el artículo, le hablé de él, pero no
lo tenb conmigo para mostrárselo. Como de todas maneras él no
quería que fuera publicado e11 ese momento, el asunto quedó en
suspenso. En setiembre de 1967, en otra reunión con el Hombre ,
<le los Lobos, me había própuesto preguntarle si entonces estaría
dispuesto a que el artículo apareciera, y me alegró que él mismo
sacara el tema, expresando su deseo de que fuera publicado.
Le sugerí que escribiera un relato autobiográfico de su expe-
riencia con los rusos durante la ocupación, ya que sería intere ·
~ante tenerlo con su:; propias palabras, y también con el fin d e
cmregir cualquier error que yo pudiera haber cometido. En nues-
tro encuentro de 1956 había sido tanto lo que me contó en pocas
horas que yo temía haberme confundido con algunos detalles,
aunque estaba segura respecto del estado de ánimo general y ele
los sentimientos que me había descripto. En realidad, ése era el
caso. El Hombre de los Lobos aceptó con entusiasmo la idea de
escribir el episodio. Para entonces tenía ya escritas varias seccio -
.nes de su Memorias.

235
.'\11s <'scribi11 1m crn1 regularidad y para dici embre de 1967 mentó de sorpresa muy favorable. También fue m,uy buena su
rec ibí una · carta de <'.·I en la que h<lcÍa rckrencia a est e proyecto. idea de mostrar diapositivas, ya c1u e en un auditorio ho se pued en
L a carta es larga v se refit·1-c tambi(m a otras cosas, pero la trans - hacer circular fotos, y por otra parte bs diapositivas en una con-
cribid· toda porque es mu y caract erísr·ica y habla tamhi(·n de su ferenc ia aum entan siempre el interés del público.
actividad pi ctórica y de sus <'scritos. Vu elv'o a felicita rla , estimada F rnu Doktor, por el éxito d e
su conferencia y le agradezco d e corazón el [dinero) que usted
me envi ó ...
Ahora bien , usted me dic e qu e ( con el fin de no influirm e)
Vi e na , diciemb re lS 19ffi no me envía el te xto d e la conferencia, ya que supon e que pronto
he d e escribir sobre mi experi encia con los rusos y piensa q ue _
Es timad :1 Fr:u 1 Doktor: e ntonces será interesante comparar los dos relatos. Con esa id ea,
empezaré a escribir sobre la experi encia no hicn terminad as las
Hecibí su apr eciada carta c\el 4 de dici embre ele HJG"; \ ml' es fiestas. Me represento el asunto de la manera sigui ente: cuan do
imposibl e expr es arle la al egda que me dio todo lo qu e llstec1 me reciba m i re lato, lo prim ero qu e u sted te ndrá qu e hacer ser:'1
d ice. También d eho d ecirl e cuánto le agrad ezco qu e me enviara d ecidir si su narración ant erior neces ita algún agregJdo o si es
los honorJrios pnr una conferencia c¡u c no di yo, sino usted, y necesario alterarla de algún mod o. Ya le he di cho expresamen te
q ue ust ed h;1bí a escrito ant~s. 1 Igu <llm entc me ll e nó d e alegría q ue estoy de acuerdo con qu e usted esc riba un artículo sobre
q ue usted hubi era vendido seis cuadros míos y qu e me transmi- mi exp.erienci a con los rusos . C orno es natural, tambi én es to y
tiera su opinión de que mis últimos trabajos son mejores que los completamente d e acu erdo e n qu e usted publique lo que yo escri -
anteriores. E s un hecho que me anima grandemente y me estimula ba ahora. Lo único qu e quisiera es qu e al publi car mi experiencia
p ara volver a dedicarm e con más intensidad a la pintura. Como con los rnsos no se me des igne como autor d el artículo, ni ta;11poco
11sl:ed me di ce en su cart a r¡ue el p;1isajc con la vista de Viena con el seudónimo de "Hombre d e lo s Lobos"; preferiría que usted
y del Danubi o d espertó especial inlt>rés, en el verano vol ve ré misma , con su propio nombre, aparec iera como la persona qu e es-
a p intar algo sem e jante y le lH\ré ll egar el cuadro. cribió el trabajo. Es claro que ust ed se referirá al relato que le
Tambi én llH' dio g ran satisfacción enterarme por su carta <le hizo el "Hombre de los L obos", ya c1ue sólo de esa manera pu ede
r¡ ue mi trabajo "Castillos en el aire"" fu e aceptado por el B11J/eti11 haberse enterado de la experiencia. E n todo caso, tengo la sensa-
of tlie Phil0clelp/1 i11 Assoc iofio11 fnr Psychoanalusis y aparec:erú en ción de que la public ación de dos artículos -uno de usted y el
enero o febrero. otro mío - es tá fuera de la cuesti ón, ya que dos artículos sobre
Pienso (lllC usted t1 1vo 111w excelente idea - como ha sucedido el mismo suceso provocarún seguramente en el lector la dud a
mu chas veces- al tomar como terna ck su conferencia en la Aso- de cuál de ellos es el qu e en rea1icbd describe con precísión el
ci ac ión el e Filadelfia, el 27 <.le octuhre, no mi artículo "Castillos asunto.
en el aireº' sino mi experi encia con los ru sos. Como ahora estoy Ahora estamos en 1967 y muy pronto será 1968. Mi "encu en-
escribiendo mu cho sohre T eresa , en mi~ artk-11 los, y el a11ditorio tro" con los rusos se proc:lujo en agos to de 1951, . es decir haca
de sus confere ncia s no tenía la menor id ea de mi experiencia con más de dieciséis años. Sin duda fu e una suerte que usted escri-
los rusos -o corno lo expresó mi madre ele man era tan elocuente, biera todo lo que le conté al respecto cuando todavía la experi en-
de "es e disparatado as11nto que nadie pu ede entender''_ su últirn.1 cia era reciente. Pero fue algo que me impresionó de tal madera
confert'ncia del 27 de octubre debe ele haber contenido un C' k'- que no creo haber olvidado mucho. E n todo casó, ser:í muy inte-
1 "Otro encu entro con el Hombre de los Lohos", leída en 1:1 Aso ciación p.1r,1 resante comparar los dos relatos.
el Psico;111:1li~is , rle Fibdf:'lfia. Me alegro de saber que usted y su marido van a pasar In,s,,
" S(• lr;1la d(" L1 primn :1 p ;1rl<" dl' lns Min11orio s, 1.<108 . 'tiestas de Navidad en Aspen, con la familia de su hija :.Connie.

:23G 237
JCM~i'1lf $~~-·.:.,
__ ... ~ ., 1
··--··-··.. ····--·---~ - --~----·~------- ------- - --~-- --
T
Sin duda se va a sentir muy feliz allí y tené:rá oportunidad de dis-
frutar del excelente aire y de los hermosos alrededores de Aspen.
T
\
Una de las primeras cosas que hice durante esos poeos días
fue ver al Hombre de los Lobos; era nuestro primer encuentro
Tengo la esperanza de que esta carta le lk:gue antes de Navidad '¡ desde el de 1949; en Linz. Me saludó gozosamente, ansioso de
y vuelvo a desearle a usted, a su marido y a In familia de su hija hablar, escuchar y volver a hablar. Unos años antes me había teni-
una feliz Navidad y toda clase de cosas buenas y hermosas para do al tanto por carta de lo,s detalles de la enfermedad y la muerte
el año que viene. de su madre, y me había hablado también ele su jubilación. Ahora
Con un cálido saludo para usted, su marido y la familia de me contó algunas circunstancias más íntimas de su vida actual.
su hija, co nsidéreme sil;mpre su mús agradecido. Tenía pocos amigos en sentido estricto, y parecía que todos
' aqfuellos con quienes intimaba más tuvieran dificultades neuróti-
A comienzos del verano siguiente, en 1968, mi marido estuvo en
cas o trastornos de carácter que, sumados qnizás a los suyos pro-
Viena y pasó una hora muy agradable con el Hombre de Jos Lobos. 1
pios, daban un carácter precario a la amistad. Con frecuencia
El Hombre de los Lobos me envió varios mensajes, en uno de los
había alguna complicación con una mujer. Me habló, por ejemplo,
cuales me avisaba que no había escrito ai'm el Ppisodio con los
de una mujer joven, la esposa de un antiguo amigo, que se había
rusos. En realidad, había estado ocupado con otras partes de sus
enamorado de él y quería divorciarse de su marido para casarse
Memorias y también había tenido períodos de mala salud. Me 1 con él. Eso le parecía increíble e incomprens ible, pues ya contaba
sugería que le enviara mi artículo y que (~l me mandaría entonces 1
sese~ta y nueve años y se conocía a sí mismo lo bastante bien para
las correcciones o sugerencias que pudiera hacer. Por Jo tanto le
saber que tenía también otras desventajas. Por último la mujer le
hice llegar la segunda mitad del artículo "Otro e'ncuentro con el \1 había hablado de una relación amorosa que había tenido antes
Hombre de los Lobos", la que se refiere a su experiencia con los
con un soldado norteamericano, de quien le mostró una fotogra-
rusos. El artículo estaba en inglés, pero el profesor Y. se lo tradujo
fía. El Hombre de los Lobos observó que el joven se parecía indis-
oralmente al alemán. A continuación el Hombre de los Lobos.
cutiblemente a él y se dio cuenta ele que la atracción que él
me escribió la carta del 23 de octubre de 1968, con la "Breve eles-
ejercía sobre la mujer era de naturaleza semejante a la transfe-
eri~ión del episodio del cuadro", que aparece después de "Otro.
rencia. El haber logrado este insight le dio, al parecer, considera-
encuentro con el Hombre de los Lobos". A pesar ele lo que el
ble satisfacción.
Ho1{1bre de los Lobos considera mis errores "externos" -cierta con-
fusión de personas y lugares-, no he modificado mi artículo, excep- Había otra mujer que quería casarse con él, pero con quien él
to en (nanto suprimí los dos pasajes, breves y sin importancia, que no quería casarse; la relación de ambos, difícil y enredada, se
él me pidió que omitiera. Sus correcciones se verán en la carta había exteudido durante un largo período. Había habido v;nias
que sigue al artículo. crisis y de nuevo él había pasado por un perío<lo ele duelas y vacila-
ciones obsesivas que lo ll evaban . ele una actitud a otra. Había ,
hablado de sus problemas con todos aquellos a quienes en algún
sentido podía llamar amigos, y con varios psiquiatras y psicólogos.
Otro enC1Jentro con el Hombre de los Lobos
Los consejos recibidos de tan diferentes personas abarcaban todo
el espectro, y después de haber hablado con ellos estaba tan lejos
Mi primer regreso a Viena después de la guerra se produjo en
marzo de 1956, pocos meses después del retiro de las fuerzas de como siempre de hallar una solución. Se había encontrado en un
estado de profunda depresión e inactividad y se preguntaba si
ocupación rusas. Sentía que el retorno a una ciudad donde había
habría que cons iderarlo "melancolía". Después ele haber oscilado
viviqo durante once años antes <le la anexión nazi era algo extrafio
de un extremo a otro, buscando para su problema soluciones a
y doloroso, pero en el aire seguía habiendo un hálito primaveral y
cuál más drástica, y de haberse encontrado disconforme e insatis-
un a promesa, tras el largo y trist e invierno que Viena había pade-
fecho con todas, había terminado por establecer una solución d0
cido desde 1938 y las amenazadoras tormentas otoñales de los
años anteriores. compromiso que se mantenía desde hacía aproximadamente seis

238 2:39
1
meses. A ella había llegado en parte por obra de un encuentro Desde t•l vernno anterior el Ho mbre de los Lolms había
.casual, en la calle, con la mujer en cuestión, en una época en que n1elto a experimenta r gran place1· en pintar, )' me mostró alre -
había roto con ella y pensaba que jamás volvería a verla. En dC'dnr dt' unn clol·enn ele pel1ue11os paisnjf'S, insistiénclorne para
-general, encontré que estaba muy impresionado por el "azar" y •(lit' nw Jlevnrn los que mt1s me gustnbnn .. Yo queda nceptnrle dos,
parecía ver en muchos sucesos casuales el dedo del destino. Qui- pero cuando <·I vio que me costf\ba decidirme entre los vinco que
zá fuera su manera de resolver sus dudas y vacilaciones obsesivas me gustaban mús, nw instó a lllle me l)evnra los c•incn. Como sent,í
·una forma más inteligente de tirar la moneda. Desde que estable· <¡ue pnrn él ern un verdadero plncer durme las telas, las acepté
-ciera la solución de compromiso se había encontrado de mejor con alegría. En renlidacl, tenía muchn más libertad estilística y en
ánimo, la depresión lo había abandonado y estaba pintando con el uso del color, y me contó que antes de eso, durante mucho
mucho más entusiasmo que antes. Como es de suponer, quería tiempo lrnbía siclo demasiado escrupuloso ( gewissenha~) en su
-saber si yo pensaba que había hecho bien, y como de costumbre trabajo. "La escrupulosidad es enemiga del arte, por lo menos de
tuve que ser muy general en mis comentarios y Je dije que proba- la pint11rn", clestncó. "Uno est{1 insatisfecho. hace un cambio nqu f
blemente la mejor forma de juzgar fuera esperar los resultados. y otro allú y de pronto descubre que perdió la espontaneidad y
Como ninguna de las soluciones drásticas que había intentado le el estado de (mimo y <¡ue arruinó sus efectos de color al tratar de
había dado satisfaccióú, parecía que Jo mejor fuera no forzar una ser demasiado exacto."
<lecisión sino dejar que ésta se desarrollara por sí misma, sin Pero de lo que más le inter<.>saba hablar al Hombre de los
violencia. La palabra violencia ( Gewalt) le agradó evidentemente Lobos en esta primera reunión después de siete años era ele un
y se aferró a ella. "¡Eso es!", exclamó. "Todo lo que hice con vio- incidente con las autoridades militares rusa'.'i- Me contó la histori a
lencia resultó falso. No puedo forzar mis decisiones." completa, ele manera muy sentida, y esa misma noche al volver :i.
Después de hablarme de varias otras relaciones, la mayoría rni habitación del hotel tomé nota de lo esencial, reproduciendo
de las cuales se caracterizaban por el interés de la mujer y la con la mayor exact itud posible sus palabr,1s, aunque traduciéndolas
nítida ambivalencia de parte de él, el Hombre de los Lobos llegó al inglés y, como es ele imaginar, nhreviando bastante. He aqu í
a la única relación que parecía fácil, sin complicaciones y estable.
.. :'>. l i ;ima de lla1 es, 1:r:i11l ei n Cabv, qu e alcanzó últimamente la elevada
"Tengo una mucama que se ocupa de mí mejor de lo que cualquier
edad de setenta y cinco, es tá cada ve~ peor de salud. Padece w1a cnfenrn;-
hombre podría desear", me contó. Por más que no habló de nin- llad ósea ele la cadera, y como es incurabl e, ningún tratamiento ni cma ..le
gún elemento erótico en la relación, se veía que era muy importan- los que !fe han intentado ha servido de n;ida. Al mismo tiempo se ha puesto
te para él. Sentía la devoción y el cuidado ele esa mujer en todas taciturna ~· melancólica, y como es de imag inar , mis propias depresiones no
las minucias cotidianas de su vida, y tal vez eso le haya ayudado nwjoran cuando ella empieza a quejars e de sus sufrimientos y <le su clesdi-
d1:1da s11crte. y a llornr amargamente. Pero si intento consolarla, de poco
a aceptar la pérdida de su mujer y, dieciséis años más tarde, la de >in'<': por el cont1';Hio, eso la pertmba rn:'is ,. se queja de que nadie la
su madre. En Austria es más común que en los Estados Unidos en- entiencle ni simpatiza con ella. Esta situación se me hace especialmente difí -
contrar una mujer que se convierta en mucama o ama de llaves y cil porque Fr:iulein Gaby siempre se ha ocupado ele mí desde la muerte de
se dedique de todo corazón a atender a la persona o personas para mi nllljer, es honesta y escrupu losa v me ha acompa1iado valientemente r,n
las circunstancias más difíciles. También para mi madre fue unri enfermera
quienes trabaja. A veces se trata evidentemente de amor material ejemplar. Ilace nños qu e dependo d e e!L1 v la apreci11 ele ,·eras; sus exce-
por parte de ellas, a veces el vínculo es filial y en ocasiones tiene lentes •'.11aliclades jamás encontrarírrn reemplazante. Pero rihora repite cada ·
la cualidad de una amistad verdadera y profunda. Tuve la sen- vez rnús que está vieja y enferma y que yo debo buscar alguien que ocupe
sación de que esos tres elementos intervenían en la devoción de su lt1gar porque ella ya no es capn de atend er mi casa. No quiero mencio-
nar siquit•ra el aspecto material v la desventaja financiera que sería para mí
·esa mujer hacia el Hombre ele los Lobos.' si ella ~e fuera, pues todo el mundo sabe que en Viena es casi imposible
encontrar mucama y que si se la encuentra, el sal:irio, alimentación, seguridad
3 Una cart,1 fechada el 5 de diciembre de 1959, que recibí del Hombre :le
social, seguros y otros rubros son sin duda espantosamente altos.
'los Lobcis poco después de haber escrito este artículo, ilumina mejor su depen- Pese a esta desdichada situación procmo, como es natural, distraerme '. y
.dencia de su ama de llaves: - mantener despierto mi interés por la lectura." ·: '

240 241
. .!
..·.: · p;f,•

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....

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:·¡·:····¡····

las notas que redacté esa tarde sobre el incidente que se produjo l'¡
durante el verano de 1951: ¡ Cosa rara , podía dormir c11ando había oportunidad, y era un alivio hun-
dirme clmantc algunos minutos o algunas horas en el olvido.
t Naturalmente, estudiaron hasta el último trocito ele papel que yo llevaba
Un día tomé mi caja de pinturas y mis telas y me dirigí a uno de los subur- .1
bios de Viena, a los prados que hay cerca del canal. De pronto el paisaje encima, examinaron anotaciones y números telefónicos, de modo que hasta
me hizo acordar de Husia y de mi infancia y me sentí abrumado por la llegué a temer que podía estar poniendo en peligro también a mis amigos.
nostalgia. Vi el edificio de una fábrica q11e solía ser la panadería más grande Repetidas veces le dije al oficial que podía mostrarle mis otros cuadros, para
de Austri.1, pero parecía totalmente desierto, o tal vez yo, emb:1rgado por que viera que la pintura era mi vocación y no persegu~a otro fin que un
el únimo de l pasado, dominado por los recuerdos de mi jm·entud, r.o nrn placer inofensivo. Al final, me dijo que podía irme a c:isa y que volviern
· ha,·a fijado bien. Quería captar esa escen:1 en la tela ,. sar¡ué mis pinturns con los cuadros. Pensé q11e me diría que se los llewra al día signiente o u lo
y mi equipo. Lo primero que sucedió fue que se me rompió el lxmquillo d(•
sumo en 1111 par de días. ¡Pero no! l\le ordenó que volviera en veintiún días.
pintar, y ése fu e el primero de una serie de siguos ominosos, p!"rn nacfo podía ¿Puede ustrd im:tginarsl11 lo que fue para mí ese período de espera? Creo
que hasta tu\'e delirios de persecución; pensaba que la gente hablaba el~
det enerme y empecé a trabajar. Las nubes se amontonaron, l:i l11z c:unhiú,
mí o me miraba c11:111do sin duda no era así, aunque en realidad nunc:t
v yo pintaba como un poseído, sin atender a otra cosa q11e al p:1isajc ,. mi
tuve la sensnción de q11e :tlguien me siguiera. Pero simplemente na podia
estado de ánimo. Después ele un rato aparecieron dos figuras desde atrás del
edificio; no les presté atención. Después se me aproximaron cinco hombres; pensar en nada mi1s. Era como la vez que fui a consultar a la doctora Brnns-
eran soldados rusos. La única explicación para que haya estado tan des- wick el problema de h rwriz, súln que entonces temía una deformidad ( E11ts-
tellung) física y en ·esta ocasión una deformidad moral. Y no sabía qué hacer o
prevenido era que no estaba viviendo en el presente sino en el pasado, pero
·para el momento en que los soldados me habían visto ya rr:1 dem<isiacl.i qué decir. \le parecía qne cualquier vinc•.ilaciún con los norteameric:111os
·tarde. Y (.creerá usted, Frau Doktor, que aunque sólo me di cuenta de es<> me pondda en situación más peligrosa, pcm lo cw'ioso era que los rusos
'. inucho después, ese dí.1 rra el aniversario de la muerte de mi hernuna? no me habían preguntado si tení;:i amigos en los Estados Unidos. A eso n'1
habría sabido qué contestar, y cavilaba constantemente preguntándome qué
Había ido a d:ir a !:1 zona rusa; los rusos usaban la panadería co11Hl debía responder si cuando volvía me planteaban esa cuestión. Esas tres sem:1-
puesto militar. Los sold:1dos me lle\'aron adentro, me quitaron el cinturón, nas ele espera fu e ron b más terrible de las pesadillas. Durante ese tiemp\)
.. Jos cordones de los zapatos v los anteojo'.; y empezaron a interro.'-!;arnw. ln:n1'- perdí alrededor ele cinco kilos y, como es ele suponer, también mi pobre
aiatamente se \"ÍO (jllC yo les res ultaba sospechoso de espionaje. En 1 :liltl madre est:iha afligidísima.
· intenté explicarles qu e pintaba únicamente por placer; eso les resultab:t in-
·.. .comprensihle. Los soldados niisrnos eran en su mayoría gente sencilla v Por fin ( parccí:m haber transcmrido años) llegó el día en que tenía
~Jeccnte, pero lo terrible f11c q11c trajeron oficiales de la policía secreL1. 1Ht111- que volver con mis cuadros al puesto militar ruso. ¿Puede imaginarse en
:bres que saben torturar, confundir y aplastar el ánimo de cualquiera. "Pem qué estado ele Animo me encontrnba? Sabía que tal vez nunca volvería J.
ust ed tiene un. verdadero apellido rnso'', me dijo el oficial. "¿Cómo c·s pusi - salir y que ése podía ~er el fin. Cuando llegué, nadie parecía esperarme.
·hle que un verdadero ruso pueda trab:ijar en conlm de su país?" Yo me El oficial quP me había in~errogado la vez anterior ni siquiera estaba y quedé
sentía horriblemente culpable; era sin duda una culpa desplazada. ya <pi1' a cargo de alglin otro que no parecía tener In menor noticia de rní 1 y n.i
jamás había hecho cosa semejante, pero me hicieron seutir como si lu1liif'ra siq1úera conocía mi nombre. Le expliqué todo y le mostré los cuadros ; que
traicionado a mi país. En ese mom ento entendí perfectamente cúmo las mu- le interesaron mucho porque tenía un hijo artista y él mismo pintaba un
.chas víctimas d e los procesos en Rusia firmah:in la confesión de crímenes <pi<' poco. Hablamos un rato de pintura y después me dejó ir sin haber demos-
nunca habían cometido. Indudablemente yo habría hecho lo mismo. 1\!(' t1t - trado ningún verdadero interés en mi caso.
vjeron detenido y me interrogaron clur:lllte dos días y medio, nada más. ;ic•ro Durante un tiempo no pude creer en mi buena suerte. Seguía temiendo
e.n esos dos días y medio no sólo estt11·c :iterrorizado (se sabía de bast:lll'.<' que vinieran a buscarme. En realidad, sólo después que pasaron muchos
gente que en situación semej,111te había desaparecido sin que jamás se 'ni· meses sin que nada sucediera pude empezar a convencerme de que el peligro
viera a s:iber de ellos), sino (!lle sentí una espantosa carga de culpa rnor:d. había pasado.
como si fuera un espía o un crimi11al. Cada vez perdía más la fe en mí mismo ¿Qué piensa usted, Frau Doktor? ¿Cree que fue mi enfermedad ment.1!
y; la capacidad de defcndt•rm e. P:idecín constantf's dolores de cabeza, alg,) lo que me hizo tomar tan en serio ese incidente?
.q(ie me sucede de tocios. modos, ind11>0 <•1 ·1 l:ts circunstancias más fovornbk'.

~42
243
¿Qué podía decir? Que sin duda había una base muy real para Carta del Hombre de los Lobos
sus temores, que cualquier persona normal y realista habría expe-
rimentado preocupación y temor en esa situación . Quizás esos te- Viena, octubre 23, 1968
mores normales fueron intensificados hasta hacerlos terribles por Estimada Frau Doktor:
su neurosis; bien podría ser así. Le hablé de un paciente mío
cuya neurosis había disminuido sus temores en situaciones de peli- ... el profesor Y me tradujo oralmente su artículo sobre mi expe-
gro similares, un joven judío que se hallaba en Polonia durante la riencia con los rusos. El artículo es muy bueno y está escrito en
ocupación nazi 'Y que sobrevivió, ileso y sin sentir temores, pro- un estilo muy vívido, y como psicoanalista comprende usted de
bablemente por la única razón de que su neurosis lo impulsaba 1 · manera excelente los motivos inconscientes del episodio. Me refie-
moverse de un lugar a otro, cambiando constantemente de iden- ro como es nahual a lo <J.Ue usted llama en su artículo noshllgia y ·
tidad y personificando atrevidamente a s11s enemigos. El Hombre añoranza. Por lo que toca a los sucesos externos, encuentro que
de los Lobos se mostró fascinado por la historia y quiso saber mús hay algunos errores en la mención de los personajes rusos. pero
detalles, interesándose especialmente por mi explicación de lo~ de todos modos carecen de importancia. Sin embargo le incluyo
mecanismos neuróticos que operaban. Por la expresión de su sim- una breve descripción del episodio. que se ocupa principalmente
patía y por sus preguntas tuve la impresión de que lo .<'1ue le inte- de las circunstancias externas, es decir del orden cronológico de ·
resaba no eran sólo los principios psicoanalíticos en juego y la Jos acontecimientos y de los rusos individualmente. Quizás en esa
comparación del caso con el suyo propio, sino también ese desco- descripción encuentre usted algo que le r<:>sulte útil.
nocido paciente mío como ser humano vivo y dotado de senti - Ahora quisiera pedirle, Frau Doktor, que excluya dos pasaje:;
mientos. La libido del Hombre de los Lobos se extendía ahora, de su artículo ... ·1
saliendo de él, hasta otros seres vivos, incluso a los que no conocía Queda un punto más por mencionar, y son los reproches que
personalmente. Era una actitud de b que no habría sido capaz me hice a mí mismo después de esta experiencia.
en sus períodos más neuróticos. Concordaba con esa mayor aper- El profesor Y me dijo (había leícln por segunda vez su manus-
tura el cálido interés que había expresado no sólo por mí y por crito) que en su artículo usted indica que yo me reprochaba el
mi trabajo, sino también por mi familia y mis amigos. Como es haber actuado incorrectamente con los rusos al pintar la casa. Si
natural, no dejamos de hablar también de la doctora Brunswick, usted realmente lo entendió así, entonces hubo un error. Yo no
y él se refirió con entusiasmo a lo joven, activa y enérgica que estaba pintando la casa misma, sino el paisaje que se extendía.
· había sido y a la prontitud y generosidad con que lo había ayu- ante mí, en el cual la casa no era más que un accesorio, algunas
dado cuando él más lo necesitaba. manchas de color apenas bosquejadas. Además, la "casa" consis-
Fueron muchos los temas que tocamos en esas pocas horas, tía en realidad nada más que en una pared en la cual se veían
pero de manera característica, al té1mino de las mismas el Hombre agujeros negros en vez de ventanas (completamente voladas por
de los Lol;>os volvió sobre la cuestión que seguía acosándolo: en las bombas) . De hecho, los rusos terminaron por decirm e que ~¡
qué medida sus temores de la policía secreta rusa eran realistas y les hubiera pedido permiso me habrían autorizado a pintar esa
hasta dónde eran causados por su neurosis. Como todos sabemos, derruida casa vieja de dos pisos. Y por más versados que sean, o ·.
la respuesta sólo se podría encontrar mediante un nuevo aná- más bien que fueran, los oficiales interrogadores rusos en su ofi -
lisis, aplicando todo el conocimiento de la neurosis y de la realidad cio, jamás podrían haberme persuadido de que pintar esa casa.
con que contamos. significara peligro alguno para ellos. Los autorreproches que rn e
torturaron durante los meses que s.iguieron al episodio eran de
naturaleza muy diferente. Eran muy similares a los de mis prime-
ras depresiones (por ejemplo, la época de mis problemas con la
4 Se refiere a dos breves pasajes que consiguientemente omití.

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1
1
·- ------ ---·-- - - - - - - - -
r~·
· ~·

1
' nariz, con la doctora l\Jack). Lo l'sencial era que había perdido el 1
me tomé dos sellos para el dolor de cabeza y salí con mi caja de
control de mí mismo, que había perdido el contacto con la reali- pintmas. Me proponía pintar únicamente en el distrito ocupado
. dad, como lo habría interpretado Freud, y actuado como no lo por las tropas inglesas. Pero la zona inglesa era adyacente a la
habría hecho una persona a medias normal. Me refiero, por supues- rusa, y el paisaje me hacía recordar tanto mi hogar, que impen-
to, al hecho de que yo -un ru so- me haya metido a pintar en la sadamente fui pasando ·a la zona rusa.
zona n1sa. Al principio quise pintar una casa sobre la cual la luz del sol
Estaba seguro <le que los psicoanalistas entenderían muy bien jugaba de manera muy atrayente. Le pregunté a alguien qué casa
qué era lo que me había llevado a la zona n1sa: simplemente la era y me contestaron que era un lugar dedicado al deporte. Si en
nostalgia y sentimientos similares. Pero yo me preguntaba qué realidad hubiera pintado esa casa, estoy seguro de que nada des-
dirían y qué pensarían mis amigos si les contaba tan estúpida agradable me habría sucedido. Sin embargo, apenas si estaba por
historia. Y mi ma<lrl' echaba m:1s le1ía al fuego cuando insistía en empezar a pintar cuando una nube oscura ocultó el sol y despojó
hablar de ese "acto de locura que nadie puede entender" (elegir, de todo interés al tema, de modo que volví a reunir mi equipo de
entre todos los lugares, la zona rusa para ir a pintar) . Desde el pintura con la intención de buscar un modelo nuevo. Entonces vi
punto de vista psicoanalítico se podrían interpretar los autorrepro- que estaba al pie de una colina escarpada, de modo que me di
ches como un conflicto enrre el yo y el superyó. La observación vuelta y e mpecé a trepar por ella. Desde la cima pude ver un ria-
que anota usted en su artículo sobre la "deformidad moral " con- cho y al lado opuesto de éste algunas casas de aspecto vulgar, que
trap11c·; ta a la "física" ( el asunto de la nariz) se :ubptaría muy habían sido claíí.adas por las bombas (no había allí fábrica alguna) .
bie n a eso. Las nubes oscuras le daban un aspecto bastante romántico a1 pai -
\1e gustaría hablar ele un punto más de s11 artículo, el lugar saje que tenía ante los ojos, de manera cp1e decidí pintarlo.
clon<le digo que ahora puedo entender cómo es que la gente puede Pinté durante tres horas sin que nadie me molestara y des-
confesar un crimen que no ha cometido. Recuerdo muy bien pués recogí mis c:os;1s ,. YOl\'Í en dirección a la línea de tranvías
haberle dicho eso .. Como es natural, ahora entienclo mejor esos con la cunl habí.1 llegado hasta el canal. De pronto me encontré
casos porque sé cómo se sient e uno durante un interrogatorio de rodeado p1w cinco soldados rusos que caminaban a mi lado y de-
ese tipo. Creo, sin embargo, qu e en aquel momento me expresé de trás de rn í. Cuando llegamos a un punto desde el cual yo quería
man era <ll'masiaclo categórica. Porqu e , con frecuencia, en un pro- seguir dfrec:tamente hasta el tranvía, los soldados me lo impidie-
ceso esos crímenes no com e tidos se confiesan para poner término, ron y me obligaron a tomar por una calle lateral que seguía una
aunque sea por un tiempo , a tan doloroso interrogatorio. Después dir~cción muy diferente . Entonces les e.lije a los soldados, en ruso,
es pos ible q11e el reo se re tracte d e esas "confesiones". También a que iba a mostrarles el cuadro para (p1e pudieran ver que mi pin-
veces uno puede admitir algo porque ha perdido toda esperanza tura era totalmente inocente, pero me contestaron que no era cosa
de que alg11na vez lo escu c he n . .. de ellos decidir, sino de sus superiores. (En su artículo ustecl dice ,
Creo que ahora le he dicho todo lo que quería decirle sobre que esos soldados se mostraron amistosos conmigo; sin embargo,
s11 artículo referente a mi experienc ia con los rusos. l\fe pregunto en realidad los que se mostraron amistosos fueron otros soldados,
si esos detalles suplementnrios van a serle de alguna utilidad ... los que cuando estuve detenido me llevaban de comer.)
Con los mejores deseos y un cúlido saludo para usted y su Entonces advertí que en el lugar a donde habíamos llegado
marido , me reitero su agrade:cido hahía muchas milicias n1sas. Se decía que allí había una panade-
ría rusa. '.:'\acla de eso había sido visible para mí desde el lugar don-
de estalxt pintando. Entramos en una amplia casa o casa-quinta
La descripci6n del episodio del wadro por el Hombre de los Lobos donde al parecer vivían los oficiales rusos. Me condujeron a una
habitación donde había dos personas, una de ellas con uniforme
Ese día, cuando q11ise salir a pint:'lr, me dolía la cabeza, de manera de oficial, la otra vestida de civil. Empezó entonces el interrogato-
que mi madre me aconseji'i qt1l' rne qu~dara en casa. No obstante, rio, que se prolongó durante varias horas. Una vez terminado,

246 247
entró un oficial que estaba a cargo de las habitaciones de la casa que el asunto había concluido, al día siguiente fui a ver al coman-
y a quien me referiré como el comandante. Me llevó al sótano y dante y le pedí que mirara los cuadros. Me quedé casi dos horas
me asignó una habitación donde tenía que pasar la noche y donde con él, pues se mostró muy interesado en mis paisajes. Me contó·
tendría que permanecer hasta que el asunto se aclarara. En la habi- que su hijo era pintor y que él mismo había pintado en cierta
tación había una cama de madera y el comandante me la sefialó, ép0ca. Antes de que me fuera, me d ijo: "Su error consistió en
cliciénclome que me tendiera allí sin pensar en nada más que C'll no preguntarnos si podía pintar esta casa. Si hubiera preguntado,
descansar. En · realidad, ni la hora ni el lugar eran adecuados par;~ podría haberla pintado sin más inconvenientes . Pero ahora ya no·
descansar, pero el consejo era bi e n intencionado y desde ese mo - importa, porque todo el asunto se ha aclarado." De modo que todo
mento me gustó el comandante. resultó ser una tormenta en un vaso de ag11a, aunque podía habett
Al día sigu ient e,. miércoles, me llevaron frente al oficial que. terminado de manera muy diferente.
junto con el hombre vestido de civil. me había intqrogado el día
anterior. El oficial me tomó declaración. es d ecir que anotó todo
lo que yo dije para justificarme durante el interrogatorio. Me
acuerdo, por ejemplo, de la frase: "No vine aquí para hacer dibu-
jos de ningún objeto ruso, sino simplemente para pintar un her -
moso cuadro." I\fo habían quitado los anteojos, de modo que no
p11de leer todo y me limité a verificar un poco al azar el inform e
escri to. Como lo que alcancé a leer coincidía con lo qnt· rne hah ían
.leído en voz alta, firm é la declaración sin haberla kíclo toda.
Al día siguiente, jueves , nadie me hi zo llam ar.· Lm so ldados
me llevaron la comida )' estuvieron muy cordiales.
El viern es me llevaron ante el fnncionario vesl'iclo de ci\·il
qu e me había interrogad o el martes j1111to con el oficial. Par<l gran
sorpresa mía, empezó a hablarme amistosament e el e literatura
rnsa y después no tardó en explicarme c¡n e no estah;1 arn':>( ;tcl.1
:;ino únicamente "deten ido" y que ese mismo día me pnmlria11
en libertad . Se d espidió de mí con estas palabras: "Váyase a '1 1
casa y siga viviendo como hasta ahora." Como es de imaginar c;;n
i11 c alegrú mu cho. pero un mom ento después me pidió algo menos

agradable: si no quería encontrarme con él pasad as tres sem;-ina,.


llcv<'rndolc mis paisajes y mis documentos personal e,~ . Naturalmcn-
le, acced í.
L;-is tres semanas fueron para mí motivo de zm.ohra, va que
no podía decidir si debía o no concurrir n la cita. Lo hablé con
mi madre y llegamos a la conclusión de que como el asunto habh
quedado totalmente aclarado no había motivos para temer. Por

l
lo tanto embalé mis paisajes en una valija pequeña y me fui al
lugar co nvenido . domlP esperé cas i una hora sin que nadie apare-
ciera, de man era que supuse que los rusos habían dado por tcnni- '¡

''ª"'·
,.,do el Pern eomo queda "''"' completamente 'egurn de ·
248 249 ~ \ ; ... i)

: ·~ t~ ~ ~ ~j ·< ~ ~' ~~
" ' . ~;f ';
El Hombre de los Lobos envejece

Aunque entre mi encuentro con el Hombre de los Lobos en


Linz, en 1949, y el siguiente de 1956 en Viena hayan transcu-
rrido casi siete años, nuestra correspondencia ha sido siempre
·regular e ininterrumpida, cosa que es para ambos motivo de pla-
cer. "Como tengo tantas pruebas de su sincera amistad", me escri-
'bía el Lombre de los Lobos, "puedo expresar libremente mis sen-
timientos en cada carta que le escribo y eso alivia mucho mi
·corazón."
En los primeros años de la posguerra las cartas del Hombre
de los Lobos estaban llenas de "pr9blemas de la realidad'', como
él los llamaba: su propia salud deficiente, el cuidado de su madre
que con frecuencia estaba enferma y sobre todo la lucha contra
el hambre. El período de hambre en Viena se prolongó durante
varios años después de terminada la segunda guerra mundfal.
Durante esa época hubo también escasez de combustible, de ~opa
i y prácticamente de toda clase de productos. Sin embargo, la lucha
.con la realidad no eliminó los problemas internos del Hombre de
los Lobos. En una de sus cartas escribe: "A veces ¿,no se ve uno
forzado a actuar en contra del principio ·de realidad, para poder
escapar de la abrumadora presión del inconsciente? Quiero decir
que uno se dice 9.ue es mejor transformar un conflicto interno en
uno externo, ya que a veces es más fácil manejar una situación
real difícil que seguir reprimiendo ciertos complejos inconscientes."
Incluso durante esos primeros años sus cartas pontenía11 mu•
. chas referencias a su actividad . pictórica y párrafos enteros sobre

251
la pintura en general, sobre las diferencias entre el arte antiguo jubilarse, cosa q¡ie sucedió un año y medio antes de lo que él
y el moderno y en ocasiones sobre algún pintor determinado. :E:ste esperaba, dada la gran cantidad de desocupados que había en
ha sido un tema constante a lo largo de los años y, en los períodos. ese momento en Viena. Se vio entonces enfrentado con un gran
de mala salud o de depresión que atravesó el Hombre de los cambio en su vida, al mismo tiempo que con una razón muy espe-
Lobos, en casi todas sus cartas se lamenta de no ser capaz de cial para darse cuenta de que estaba envejeciendo.
p intar. Después de los primeros ai"íos hay también frecuentes refe- En 1953, a los ochenta y nueve años, murió la madre del
rencias a los libros que ha leído, y en ocasiones eshoza brevemen- Hombre de los Lobos. 11:1 había sido muy apegado a ella, y mucho
te el tema. Después de los clásicos rusos, especialmente Dostoievs- más desde la muerte de su mujer, quince años atrás. En las car-
ki, el Hombre de los Lobos tiene preferencia por las biografías tas que me escribía hablaba muchas veces de "nosotros'', con lo
y las novelas históricas. En una carta escribe: "Hace poco leí un cual quería decir su madre y él. En esa época no tenía muchas
libro muy interesante sobre César Augusto. Cada vez que termino otras relaciones cercanas y duraderas, excepción hecha del ama
un libro como éste me siento huérfano [ü erwaist] de padres. Pre- ·de llaves, Fraulein Gaby, de quien habla en sus Memorias y que
fie ro vivir en el pasado y no en el presente, lo que tal vez sea 'llegó a ser más importante para él después de la muerte de la
un signo de edad." madre.
Durante todos esos años el Hombre de los Lobos tuvo pro- Algunos de los pasajes que he tomado de las muchas cartas
blemas de salud, viejos y nuevos: sus conocidos catarros, especial- ·que me escribió en esos años contienen reflexiones sobre el enve-
mente del aparato respiratorio, reumatismo, que él atribuía al jecer. Otros se refieren · a sus depresiones, que el propio Hombre
hecho de haber trabajado durante años en una oficina sin cale- de los Lobos compara con Ja ancianidad, dada la similitud de
facción alguna, dolores de cabeza, problemas dentarios y también, ambas actitudes ante la muerte, ya que en ambas situaciones se
en algunas ocasiones, temores de padecer en el futuro algún glau- 1a teme, aunque uno no desea vivir. Estas cartas hablan también
coma y problemas de próstata, por más que ese temor no parecía ·de su sensación de ir¡utjlidad y de ser superfluo.
tener mucha más base que una advertencia de su médico en el
sentido de que algo podría ocurrirle. Sus depresiones han sido
frecuentes y a veces graves. Raras veces lo han incapac itado por
completo, pero en cambio lo han privado de toda alegría de vivir. Julio 9, 1948
A veces duraban algunas semanas; en olrns ocasiones se prolonga · Nosotros y el resto del mundo vivimos en un estado de agitación
ha n durante meses. En esas épocas no podía pintar, y cuando in- constante, y cuando uno ya es de avanzada edad, como nosotros,
tentaba escribir era frecuente que no pudiera hacerlo o bien tn- reacciona de manera especialmente intensa a todo lo negativo.
viera que escribir con r.itmo más lento. Sin embargo, cuando tenía Mi madre va declinando poco a poco. Incluso moverse por la
que terminar algo urgente para una fecha fija, generalmente era habitación le resulta difícil y tiene qu e apoyarse en una mesa y
capaz de lograrlo. Y al parecer, mientras estuvo empleado en la más allá en una silla. Coino tiene la presión muy alta, hay que
compañía de seguros muy pocas veces tuvo que faltar al trabajo. estar preparado por si sucede algo malo. Mentalmente anda muy
El período de 1948 a 1953 fue difícil para el Hombre de los bien; está animada y se interesa por todo lo que pasa en el mun-
Lobos : estaba evidentemente preocupado por el problema del en- do, pero tiene dificultades para leer los periódicos.
vejec imiento, tanto en lo que se refería a él mismo como a su En mi oficina no es mucho lo que ha cambiado. Todavía no
madre. 1948 fue el décimo aniversario de la muerte de su mujer, tenemos reemplazante para el colega que murió, y por eso yo ten-
y ya sabemos que los aniversarios eran especialmente significati- go que quedarme todos los días después de hora. y ahora, cuando
vos y dolorosos para el Hombre ele los Lobos. Creía que los afios. de todos modos tenemos mucho trabajo que hacer, es la época en
que contienen la cifra 8 eran siempre años malos para él. que empiezan las vacaciones. El resultado de todos estos hechos
En 1950, cuando tenía sesenta y tres años, se vio obligado ;:¡. desdichados es que me encuentro en un estado de excesiva ten-

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s10n nerviosa que ya ha durado varios meses y que me provoca 1 en la ancianidad podría pasar mis últimos años distanciado de las
tormentas emocionales que tantas veces he tenido en mi vida. Pero
insomnio y dolores de cabeza. i al parecer éstas también son ilusiones. Todavía estoy le'jos de la
Como en nuestra vida las sombras ocupan mucho más lugar
que el sol, no necesito decirle, querida Frau Doktor, la alegría capacidad para la vida contemplativa. Ante mí se yerguen diver-
que nos da cada vez que recibimos una nota del correo avisán- sos problemas íntimos que me tienen completamente desconcertado.
donos que ha llegado una encomienda de usted. Nos da una sen- Teóricamente, es interesante lo insidioso que puede ser el
sación de seguridad y nos hace sentir que no estamos tan viejos, Ello, cómo puede disimular, siguiendo en aparienci;l las órdenes
solos, ni abandonados. del Yo y del Superyó, pero prepararnlo en secreto su "venganza"
Debido al trabajo extra en la oficina, mis o~ras actividades para triunfar súbitamente sobre esas instancias aparentemente su-
se han paralizado por completo. Este verano no salí ni una sola. periores. Entonces estalla el antiguo conflicto emocional, y el duelo
vez a disfrutar de la naturaleza, tan bella y libre, ni a pintar. -que parecía atenuado- por la gran pérdida que uno padeció
Y eso es algo que extraño mucho. Usted sabe que mi trabajo en- tantos años atrás se hace sentir de nuevo. Freud dice que el incons-
la oficina no me ofrece absolutamente ninguna satisfacción inte- ciente no sabe del tiempo; pero como consecuencia, el inconsciente
rior, ni siquiera cuando tengo mucho que hacer y veo que apre- nada puede saber de envejecer. Ésos son los peligrosos impulsos
cian mi capacidad. De mi padre heredé ese espíritu inquieto, ª' [Momentle] que uno teme para sus adentros , pues en tal estado-
diferencia de 1ni madre, que se inclina más a una vida contem- psíquico las· asociaciones, : transferencias y todos los demás pro-
plativa. De no ser así, difícilmente podría haber llegado a edad . cesos iµconscientes sacan yeotaja. .
tan avanzada, si tenemos en cuenta las muchas decepciones y gol- · E~timada Fra'u DoktÓr; espero que no le moleste que le escri-
pes del destino que la han alcanzado. ba tan abiertamente sobre todas estas cosas. Pero usted es psico-
;malista, demostró antes mucha comprensión sobre esos ternas y, en
la hora más tremenda de mi vida, después de la muerte de mi
Agosto 18, 1948 mujer, me ayudó mucho. Si vuelve a venir a Viena, espero poder
hablar con usted de todas estas cosas, pero desdichadamente ahora·
últimamente he tenido que destruir de nuevo muchas ilusiones,
tengo que conformarme con simples indicaciones.
algo que siempre se vincula con estados anímicos muy alterados.
Pronto llegarán mis vacaciones: tal vez el aire libre y la na-
En realidad, la vida no es buena. Quizás esto se deba a que estoy
turaleza me ayuden a r~novarme y a recuperar mi equilibrio emo-
en exceso cansado, porque todavía tengo que hacer tanto como
antes . . . En este momento soy un "oficinista burocrático" ciento cional.
por ciento, pr~cisamente lo que siempre desprecié. E incluso si·
completo mis tareas oficinescas y hasta me descubro cierto talento·
para la organización del que antes no tenía la menor idea, tampo- Enero 4, 1950
co eso me da satisfacción alguna. No me queda tiempo para pen--
sar en las cosas que me interesan personalmente, y ya nunca ten- Pues bien, querida Frau Doktor, ahora tengo que darle una noticia
go oportunidad de pintar. Pero lo peor de todo es que he perclid0· importante, que por una parte me hace feliz y por otra me mor-
hasta el deseo de tomar un pincel. r...fo pregunto cuál es el sentido tifica ...
de todo. Probablemente mi madre no viva mucho tiempo. Y yo Cumplí sesenta y tres años para Navidad [pronto me jubi-
también estoy cada vez más viejo, aunque debo confesar con tris- laré] ... Sin duda usted sabe que nunca me interesaron los nego-
teza que no más sabio. Durante muchos años pensé que por obra: cios y que para mí no fue fácil mantenerme en esa actividad du-
de los muchos y duros golpes que me asestó el destino, por lo me- rante estos treinta años. En la sazón de mis treinta y tres años-
nos la edad me pondría un poco más maduro y que podría alcan- tuve que empezar una nueva vida en tierra extranjera, teniendo <l!
zar una especie de perspectiva filosófica ele la vida. Pensaba que mi lado a una esposa enferma, todo esto: después de haber pade-

254 255
ciclo una neurosis grave y <le sufrir la pérdida completa de la gran especie de tediuni vitae, ele ri-íodo que cuando me despierto a la
fortuna que poseíamos. Pero en verdad no fue la pérdida de mi mañana me estremezco al pensar que me espera un "día entero",
fortuna lo que me resultó doloroso, sino más bien la pérdida de de la mañana a la noche. Me acometen entonces, como olas que se
mi libertad y de la posibilidad de dedicarme a alguna actividad estrellan, ataques de desesperación en los cuales la vida me pare-
intelectual o creativa que result.a ra satisfactoria. ¡Y ahora, en ce espantosamente fea y la muerte redentora se me presenta como
sPís meses más, volveré a ser libre! Sin duda es un alivio, por más hermosa. ¿Es esta la "melancolía ele la ancianidad"? Pero es reai'-
que no se puedan recuperar los treinta años que pasé en la ofici- mente deprimente saber que uno se acercél a los últimos años de
na, y ¿,cómo cm.pieza uno ele nuevo a los sesenta y tres. v en épocas su vida , que en realidad no ha logrado nada en la vida, que siem-
Lm difíciles') pre ha padecido desdichas y, finalmente, r1ue tal vez uno esté con-
}
Sin embargo, ese suciío de treinta años - para nada agrada- clenaclo a vivir muchos años mús solo, sin propósito ni meta. ¿Para
ble- ya toca a su fiu. Ademús m0 alegrará jul;lilarme porque mis qué? Quizá fuera una costumbre muy sensata, en el primer perío-
~fol,nTs ele cabeza no mejoran y sólo puedo aliviarlos tomando do de ia historia humana, la ele ll e var a los ancianos al desierto y
sc lln-.;. IP rp 1e no se p11ccll' mantener inclefini(brnente. Este es el dejarlos allí para que se murieran el e hambre.
. . d e l ·11s1111to.
:1 specto positivo (
El negativo sóld se aclara cuando uno torna Lí.piz y papel \'
empieza a hacer cuentas. Entonces parece que voy a perder alrc-
Jedor de un tercio ele mí ingreso actual. Aparte la Cuestión de
la ropa, n1Í departamento está en 1111 estado larncntnble . .. Y ten- !\ larzo 23, 19.53
::() que pensnr también que mi madre va a csL1r rnús v iej;1 y 111(1:;
delicada . . . En una palabra. q 1H' Li l11cha por la vida v11elve .t En mi última carta le informé en d etall e sobre el estado de mi
." mpezar. madre. Lamentablemente no se trata el e un d e terioro pasajero ele
su salud, sino de un "marasmo ele la ancianíclacl" que no hace más
que empeorar con el tiempo. Lo que resulta especialmente entris-·
tecedor es que mi madre analiza sin cesar su estado y de esa ma-
Jul if1 24. LCJ::ííl nera exélgera incluso las cosas insignifi cantes hasta que llegan a
parecerle enormes. No sé si todo esto ha <le considerarse como una
l'or lo que a mí se refiere, una y otra vez advierto que jamús me
especie de enfermedad mental o si es lo más natural que una per-
.·ccuperaré realmente de b pérdida de mi mujer. Y con frecuencia
sona de su edad y en su estado físico se hu ncla e n la desesperación.
l1 ienso en lo soJitario que va a ser el crepúsculo ele mi vida. Estas
A clecir verdad, debo confesar que si yo est uviera en su lugar
tristes ideas se me hacen nrncho m<'ts conscientes ahora que dis-
es probable que no me sintiera mucho mejor. U no de los proble-
pongo ele rn(ts tiempo. Todo esto contribuye al hecho de que esté
mas es el hecho de que su juicio se manti ene intacto y ella se cla
pasando de nuevo por una nisis emocional v me enciientrc casi
cuenta de que en vista de su edad avanznda no son muchas las
siempre en estado de melancolía.
posibilidades de ayudarla. Por lo tanto debe esperar un deterioro
progresivo de la vista -que es lo que m{is la tortura- junto con
una disminución general de sus fuerzas. En su caso se puede decir
realmente que . .. "la comprensión provoca sufrimiento".
Setiembre 21, HFíO
Como es de suponer, el estado de mí madre no influye el e
Lamentalilemente tengo <1ue decirle que el haberme jubilado. manera favorable sobre mi espíritu . !\lis dolores de cabeza ... han
t'osa que snced ió hace cuatro meses, ha tenido un efecto catas- empeorado decididamente ... Pese a todo me esfuerzo en lo })O-
~:i-ófico sobre mi estado emocional. Se ha apoderado de mí una sible por ocuparme de distintas cosa,, de la pintura entre f'llas.

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.Mayo 12, 1953 mucho y me confirmó en la creencia de haber tomado la decisión


[La primera carta del I ¡,;1 1il m.' de los Lobos después de la muerte correcta." Aproximadamente un año más tarde el Hombre de los
de s11 madre] Lobos recur:ió efectivamente al analista y desde entonces fue oca-
sionalmente ayudado por él, y tiempo después y en forma más ·
Por más que el estndo el e mi madre provocara tantos problemas regular, por otro analista. La ayuda consiste en medicación y en
realmente difíciles. y qu e s11 vida ya no fu era otra cosa que sufri- la discusión de problemas más que en un verdadero análisis.
mi ento , su mu erte ha el e.ind o en rní un gran vacío. Lamento que
En aigunas ocasiones el Hombre de los Lobos escribía artícu-
precisamente los dos últim os <U'ios ,fu eran tal vez los más tristes
los sobre temas bastante abstractos. Me hizo llegar uno ele ellos,
en la vida de mi mnclre. Prim e rn la grnve depresión 1 que expe-
titulado "Psicoanálisis y libre albedrío" que intenté publicar con
rimenté y d e la cual hubo ele se r testigo, y después, precisamente
ayuda de Paul Fedem, pero sin éxito. Cuando fui a Viena a co -
cuando mi estado había mejorado , la desintegración de sus pro -
mienzos de 1957, poco después que el Hombre de los Lobos cum-
p ias capacidades, su enfermed ad y lu ego la muerte que al co-
mienzo ella había desendo l;111lo. pero que después -supongo que pliera los setenta años, le pregunté si no había escrito nada sobre
cuando sintió qu e el fin c•; taha cada vez mús próximo- tanto él mismo,· y mucho me alegró que polios días después me trajera
temía. Y sin e111liargl1 C' ITn <11H ' rni madre, en el último momento , el manuscrito de Misl1 recuerdos de Sigmund Freud. El artículo
experime ntó la muertl' co 1w i u 11;1 l ibcración , pues cuando yo la era de fines de 1951, escrito pocos meses después del episodio con
miraba en el fé retro ;lpe nns si pmlía cree r ([ll e In mue rte pudiera los rusos, durante las noches de insomnio pasadas cuando se en-
imprimir a un rostro h11111a nn tan l:1 bell eza. Jamás había visto en contraba "en la más profunda depresión". Por lo menos eso me
mi madre nna apari e ncia de t':111 sublim e qui etucl ·y tranquilidad , escribió en 1957 y después en 1961. Es difícil creer que una per-
una belleza cnsi cl{1sica. sona gravemepte deprimida pueda haber escrito ese artículo, pero
tal vez escribir sobre su análisis y sobre Freud fuera un intento
del Hombre de los Lobos por salir de su depresión, intento que
En esos aiios, clurnnlc todti l <J.'54, el Hombre el e los L obos se que- al parecer tuvo éxito una vez dado el primer paso. (Vi suceder
j<1ba ele que en \'iC'na 111i l'xislil'r.1 L1 posibilidad de un "verdadero" algo similar en la primavera de 1970, cuando el Hombre de los
tratamiento psicoanalítico. Jl ac ia la Navidad ele 1954 hubo de Lobos había pasado muchos meses deprimido. Entonces le escribí
enfrentar una crisis persona l \' se clepri mió de tal manera que en para preguntarle si podía escribir un capítulo sobre su niñez en
· ocas.iones pasaba todo el día e11 ca nn , excepto alguna breve cami- el término de un mes, de modo que alcanzara a aparecer en este
nata cuando se sentía co n.· ft1 erzas. P,ua el verano se sentía "un libro. En su respuesta me decía que había empezado a escribir el
hon1bre nu evo" y k1bí ;1 rn elto a pintar. En el otoño pudo final- capítulo pese a su depresión, y en realidad pocas semanas después
mente establ ecer conLlctri con un p<; icoanalista . El H ombre d e los me lo enviaba por correo. Cuando lo vi dos meses después de
\'•!
Lobos no creía necesitar tratami ento en ese mom ento, pero quería este episodio ya no lo encontre profundamente deprimido.)
contar con esa posibilitbcl p;1rn el caso ele otra crisis. Aunque el En 1957 traduje una parte de los Recuerdos ele Sigmund
a1wlista estuvo ele acuerd o con esto , el Hombre de los Lobos vol- Freud que me había entregado el Hombre de los Lobos, coh el
vió a empezar con sus <tco -; t u 111 Jir,1clas eludas obsesivas respecto a título de Cómo llegué a analizarme con Freud. En mayo de 1957
si había siclo acertada Lt :1clr11H·i,'i11 de unn "actitud el e espera". leí ese pequeño artículo en la reunión anual de la Asociación Psi-
Pocas sem;1nas cle.-;pu (·s 1nt' L's cribía: "E11 su carta usted observa coanalítica Norteamericana. Es claro que mantuve informado d ~
con mucho acierto c1uc el solo hecho de saber que uno puede re- eso al autor y le hice llegar un pequeño honorario. También le·
currir a la terapia en el momento en que la necesite puede hacer dije que era probable que el artículo fuera publicado por una re-
q11 e la terapia result0 innecesaria. Esn observación me tranquilizó vista ·psicoanalítica. Me respondió con una carta llena de agrade-
Cimiento y de una felicidad extática: "Desde que recibí su ca1ta
' En Hl."íl, a <'' ll1lin11wi{1n cl<'l episodip con las autoridades militares rnsas. todo se me muestra bajo una luz mucho más cordial, porque áhora:

:?.:)8 259
.
~-

i] .
puedo asegurarme que no todo lo que hice ha sido en vano. Este :anglosajón, y también con el mio. Dediqué igualmente cierto es-
éxito, q~.e debo agradecerle a usted, justifica su opinión de que pacio al doctor D., ya que hasta donde yo sé los ingleses y supongo
mis expé'iencias personales pueden despertar mucho más interés: que también los norteamericanos disfrutan de un toque de humor
general que mis artículos de carácter teórico o de divulgación .. . áspero, y en la literat\lra de esos países es fácil encontrar excén-
Pero en tanto que uno no alcanza éxito, no tiene fuerzas para tricos inofensivos como era en realidad el doctor D. Por lo demás
luchar y convertir en un hecho tan juiciosa idea. Ahora será <life- fue parte del psicoanálisis y también por eso es digno de .mención."
. rente." Y en la carta siguiente: "Con~idero el éxito de usted . . .
. · Desde esa época la actividad de escritor del Hombre de lo<>
que tan feliz me hace, como un signo Con que el destino me seüa-
Lobos ha sido m~o de los ternas principales de sus cartas, así com°'
Ja la dirección que debo tomar ... "
de nuestras conversaciones en las ocho visitas que hice a Viena.
Yo h<tbía estado insistiéndole al Hombre de los Lobos para entre 1960 y 19i0. En repetidas ocasiones me ha dicho qlle escribir-
que escribiera sobre sí mismo y ahora, después del "signo del es algo que le ha dado sentido y propósito a Sll vida. ·
destino", se decidió a hacerlo. Trabajó primero con la sección
Si~ embargo, todos los temas anteriores se mantuvieron tambi én
Memorias, 1914-1919. El 22 de setiembre de 1958 me informaba
en sus cartas y en nuest~as conversaciones. Hablando, el Hombre
que no había progresado tan rápido como lo esperaba. "En parte
de los. Lobos es vivaz, ameno y con frecuencia dramático. Es tá
hay que culpar a mis depresiones, en parte ·a algo más. Cuando
siempre en busca del significado y el motivo de la conducta per-
empecé a escribir me pareció necesario, para comprender mejor
sonal, suya o ele sus amigos. Su condición ele narrador y de dibu-
personajes y situaciones, profundizar más de lo que inicialmente
jante de personajes, aunque se manifiesta mejor en la conversa-
había pensado algunos temas tales como el suicidio de mi her-
cíón que por escrito, no se halla ausente de sus cartas. Cito un
mana, dónde y cómo conocí a mi mujer, informar más sobre el
pasaje característico de una carta del 4 de abrí! de 1960: "Le hablé
doctor D., que desempeñó un papel tan importante en mí vida y
del pintor de quien me hice amigo. Es sin duda hombre educado
era un personaje tan cu.rioso, etcétera. De tal manera, siempre
y bien dotado, pero tiene una personalidad tan excepcional y tan
tenía que insertar nuevas secciones. También tenía que mencionar elevada opinión de sí rnísrno qt1e bordea la megalomanía. Tiene
'ª Revolución rusa y la ocupación <le Odesa por las potencias cuarenta y cinco aüc">s y has ta ahora ha vívido de la pensión de
extranjeras, de modo que mis Memorias, por más que me esforcé su madrr., que era maestra. Todas sus relaciones, y él también, tem-
por hacerlas tan concisas corno fuera posible, han crecido más de blaban al pensar en el momento en que la madre muriera y él per-
lo que originariamente me proponía. Se podría decir que son algo diera el beneficio. Desdícbadamente, ese momento hrt llegaclo. Hace
<JSÍ como una breve novela de familia."
dos semanas nada indicaba que algo grave pudiera succderlc n la
Finalmente me volvió a escribir el 10 de diciembre de 1958, madre, pero unos días después fui a su casa y me encontré sobre
ya con el manuscrito terminado: "Como últimamente me estuve la puerta una nota muy característica de él: 'Mamá está · en el
ocupando con intensidad de tareas literarias, y con un propósito hospital; }'O estoy en la taberna, cruzando la calle.' Pocos dfo>
muy definido, esto ha influido favorablemente sobre mi estado después ella moría, al parecer debido a la ruptura de una úlce r;1
emocional y es evidente que me ha ayudado, por lo cual le estoy péptica'. La relación entre madre e hijo era muy próxima y nrnv
muy agradecido. Ahora quisiera decirle que finalmente llegué a tierna; ambos dormían incluso en la mísma pequeña habítació n,
la conclusión de que las memqrias de experiencias reales son muy pese a que en su departamento tenían <los habitaciones grandes
diferentes de una novela y que por lo tanto no se ha de con- y dos pequeñas. Se podía, pues, esperar que el hijo presentara u n
fundir el estilo de una con el estilo de las otras. De tal manera completo derrumbe emocional, pero, cosa sorprendente, nad a d,;
me atuve a la realidad, sin mezclar poesía y verdad (Dichtung eso pasó. Se comporta como si nada en particular hubiera suce-
1md W ahrheit) y sin ornamentar la verdad con fantasías. También dido. Parece raro, especialmente, qu e no dé la sensación de tener
dí preferencia al elemento 'épico' más que al sentimental o teatral conciencia de su catastrófica situación material y quiera s ~gLtir
porque -según me imagino- está más de acuerdo con el gusto representando el papel de gran caballero." ...

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do de eso con la niñera de nuestro primito y qµe ella le había


El Hombre de los Lobos se refería con frecuencia en sus car,
explicado todo, pero que de ninguna manera podía dejarme par-
tas a ese y a otros amigos, hombres y mujeres, y a las múlt;iples
ticipar de tal secreto. Yo me sentí decepcionadísimo, pero mi
vicisitudes de sus relaciones con ellos. Me preguntaba también
hermana mantuvo su actitud, de modo que hasta entrar al secun-
por lo amigos comunes y por mi familia y mi trabajo, y siempre
dario,2 cuando me sacaron de la ignorancia mis compañeros, seguí
contestaba meditadamente a lo que yo le contaba. El 6 de diciem-
en la ignorancia sobre el tema.
bre de 1962 me decía, comentando mi trabajo como consultora
psiquiátrica en escuelas: "Estoy totalmente de acuerdo en que la
mejor forma de combatir las neurosis y las enfermedades mentales
es tomarlas en la infancia, en el momento de su formación. Cuando Hasta que el Hombre1 de los Lobos dio comienzo a sus Memorias
mno intenta reconstruir una neurosis infantil después de v~inte, daba la impresión de. que evitaba totalmente hablar no sólo de
'.treinta o más años, depende de pruebas circunstanciales .. Ya· se su infancia sirio de su pasado en general, excepción hecha de la
sabe por la práctica legal con cuánta frecuencia las pruebas cir- muerte de su mujer. En ocasiones se refería a temas con los cuales
cunstanciales llevan a conclusiones falsas, puesto que uno se ve él sabía que yo estaba familiarizada, como el suicidio de su her-
obligado a deducir la causa a partir del resultado. Pero los mismos mana, su análisis y su regreso a Viena al terminar la segunda gtie-
.hechos· podrían conducir retrospectivamente a diversas causas o, rra mundial. Pero poco me contaba sobre su vida anterior; yo :no
para el caso, surgir de diversas circunstancias que todo el mundo conocía siquiera, por ejemplo, el nombre de su hermana o dé su
·. · es demasiado propenso a olvidar. Aparte de esto, debe ser mucho esposa. Al hablar se refería principalmente a sus problemas per-
. más fácil tratar con éxito una enfermedad ·emocional en el mo- sonales actuales o del pasado inmediato, aunque no se limitara
. mento en que se gesta que décadas después, cuando se han con- a lo personal y concreto, pues siempre se interesaba por las artes
solidado toda clase de anormalidades que, en cierto sentido, se y por todo lo relacionado con el psicoanálisis. En cambio su interés
han convertido en la segunda naturaleza del neurótico." En otrn en ciertos ('ampos de alcance general, especialmente los problemas
parte el Hombre de los Lobos escribe: "A mí también me intere- políticos e internacionales, parecía muy limitado. En el momento
. san mucho las neurosis infantile's, especialmente la mía. Pues por de Ja muerte de su mujer yo pensé que esa falta de contacto resul·
'· una parte, esas primeras perturbaciones emocionales contienen taba del hecho de que su tragedia lo absorbía de tal modo que
.tantas cosas enigmáticas, y por la otra son muy esclarecedoras en excluía cualquier otro interés. Sin embargo, esa característica falta
·lo que respecta a la neurosis posterior.'' de interés no se limitó al período de la muerte de su mujer sino
Salvo estas observaciones, en las cartas del Hombre de los que se puso de manifiesto antes y después también. Sus Memo~
. Lobos se encuentran pocas referencias a su infancia, pero hay una rias, 1914-1919 no hablan mucho de los sucesos que conmovieron
· ,carta muy interesante, escrita corno las ya citadas en respuesta , al mundo en esos años funestos. Es . verdad que yo había.J pedido
··.a algo que yo misma le había dicho, en la que llena nna pequefia al autor que hiciera un relato persor1al y que tal fue su hitención;
brecha en sus Recuerdos de mi infancia: sin embargo, a muchas personas les resultaría difícil, en un relilto
personal, descuidar los acontecimientos nacionales y mundiales en
Ja medida en que lo hace el Hombre de los Lobos. Esa relativa
falta de interés se refleja· incluso en el efecto de tales aconteci-
Julio 6, 1963 mientos sobre su vida personal. Se busca en vano alguna queja
Recuerdo muy bien que en mi infancia me devanaba los sesos con . referente a la Revolución rusa o a la pérdida de su fortuna. Una
el problema de cómo llegaban los niños al mundo. Mi hermana vez el Hombre de Jos Lobo~ me contó que tanto Freud como otros
y yo hablábamos mucho de eso y hasta llegamos a hacer un pacto: se habían sorprendido de que ese cambio de una gran riqueza a
el primero que tuviera la solución del enigma se la contaría imne- la pobreza hubiera significado tan poco para éL "Es porque era
diatamente al otro. Mi hermana me dijo después que había habla- 2 Aproximadamente a los doce años.

262 263
simplemente algo que me pasó", me explicó. "Yo no era el res- Como era de prever, lo que él responde a mis preguntas no nos
ponsable; no tenía que preocuparme por haber hecho algo mal; dice tanto como las observaciones espontáneas que le invité a
no tenía que sentirme culpable. Los rusos somos así. Todos nos hacer.
adaptamos con bastante facilidad, aceptamos cualquier trabajo
que podemos conseguir y no nos sentimos abrumados." Estuve
de acuerdo con él en que., en realidad, así sucedía con todos Jo:;
Pmigrados rusos que yo había conocido. La relativa indiferencia Marzo 23, 1963
del Hombre de los Lobos ante los sucesos mundiales se mantuvo
aún después de 1938 (salvo que a nadie puede serle indiferente En lo que se refiere a contestar las preguntas de su carta, como
morirse de hambre). Hacía pocas alusiones a la guerra fría o a es natural, me da gran alegría satisfacer su deseo y me sentiré
la Revolución húngara, y menos aún a los movimientos de ,.\frica muy contento si usted puede hacer uso de esta información . ..
o de otros países. Sin embargo en los últimos años obsPrvo una De modo que empezaré inmediatamente a contestar sus preguntas.
diferencia. Sus cartas y sus conversacionE's hacen más referencias 1~ pre'gunta: "¿Ha habido algún cambio en sus sueños, y en
a lo que sucede en el mundo, y E'n ocasiones comenta que ha leído qué consiste?"
algún libro sobre Austria o ·el Cercano Oriente o incluso sobre Respuesta : No advierto cambio en el contenido. Quizás ahora
Vietnam. s~an un poco menos plásticos. Lo que sin embargo me sorprende
Este es uno de los sutiles signos de cambio que vengo advir- e·s el hecho de que los olvido más rápidamente que antes, y pro-
tiendo en los últimos afios en el Hombre de los Lobos. Nu podría bablemente por esa razón y pese a que existan, con frecuencia
decir cuándo empezó, ni siquiera con precisión en qué cons iste tal <!reo no haber soñado paira nada.
cambio, aparte de un ensanchamiento <le sus. intereses y ele una ,21,l pregunta: "¿Tiene la sensación de que su vida libidinal
actitud un tanto más esperanzada . . . o menos desesperada. Tal ha cambiado, o de que sus deseos y fantasías han cambiado?"
vez haya advertido algo semejante en sus cartas después de 1957, Respuesta: Mis deseos y fantasías de naturaleza libidinal no
cuando se mostró tan lleno de alegría ante :;u primera publicación parecen haber cambiado, pero durante los tres o cuatro últimos
en una revista psicoanalítica y empezó a sentir que entonces su años mi libido ha perdido intensidad, de modo que todo lo sexual
vida tenía sentido. Además, en esa época estuvo viendo a un ana- es decididamente más débil y ya no desempeña el papel que
lista, por lo menos en forma ocasional, durante un año más o antes tenía.
menos, y tal vez eso lo haya ayudado. Mi primer encuentro con
el Hombre de los Lobos después de 1957 fue en la primavera 3\1 pregunta: "Sus impulsos (sexuales , agresivos) ¿,son má s
de 1960, y lo encontré entonces gozando <le buena salud y de fuertes o más débiles? ¿Desde cuándo?"
buen ánimo. Esa mejoría no ha sido constante en modo alguno y Respuesta: En lo referente al impulso sexual, ya he respon·
desde entonces el Hombre de los Lobos ha pasado por varias dido. Pero, a diferencia del sexual, parece que mis impulsos agre·
depresiones. Sin embargo creo que, en general, su estado anímico sivos se hubieran fortalecido más bien que debilitarse.
ha sido más sano. 4\1 pregunta: "¿Tiene usted conflictos nuevos? ¿Tiene toda-
En marzo de 1963, mientras preparaba un artículo sobre vía los antiguos conflictos? ¿Más débiles o más fuertes?"
'Consideraciones psicoanalíticas sobre la ancianidad" para some- Respuesta: Los conflictos siguen siendo los mismos, excepción ·
terlo a un jurado en 1a reunión anual de la Asociación Psicoana- hecha de mi hipocondría, que ha disminuido de manera notabl e
lítica Norteamericana, le escribí al Ho¡11bre de los Lobos para (desde la muerte de mi mujer). Por lo que toca a mis otros con -
plantearle ciertas preguntas referentes a su actitud ante el enve- flictos, son menos agudos que antes , pero en cambio tienen u.n
jecimiento; le pedía también permiso para publicar ese material. .carácter más crónico .
.Citaré palabra por palabra su larga y característica respuesta. 5f1. pregunta: "¿Es usted más o menos narcisista?"

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: ·~ ~: ~l ' ~ e.·. \ .+ ·~ ~ :; ~ ( ~ '. ¿4 .. ~· :~ '.; ·... ; ... (·:;, =;/' !~ \ : ~' 11i·

Respuesta: En un sentido positivo, menos narcisista, porque uno por la vida. En relación con e~;to quisiera señalar que en mi
uno ya no es tan vanidoso en la vejez como en la juventud. Pero juventud y durante la madurez, por más grave que fuera mi depre-
en 'un sentido negativo el narcisismo aumenta, porque uno se pone sión psíquica, nunca iba acompañada de síntomas físicos. Incluso
más sensible ante cualquier crítica personal, sospechando que después de la muerte de mi mujer, cuando el dolor emocional ern
contiene referencias a los signos y las desventajas de la edad, de tan intenso, mis síntomas eran puramente psíquicos y no físicos.
los cuales uno no quiere que le hagan acordar. Pero cuando volví a padecer una fuerte depresión en el año 1951
· ' · 6~ pregunta: "¿Observa usted signos de regresión?" me sentí físicamente tan dé>bil y cansado que con frec11encia pasa-
Respuésta: No he advertido en mí mismo signos de regresión \ ba el día entero en cama. También mi grnvísima depresión de 1955
7~ prégunta: "¿Su vida es ahora más o menos armoniosa? ¿En'' estuvo acoinpañada de agotnmiento físico.
qué aspectos?
Respuesta: Decididamente menos armoniosa. Al aumentar la .,
edad, el interés por la vida disminuye y por lo tanto dísminuye¡ Y ahora, es timada Fra11 Doktnr. c·t)mo usted me pide en su carla,
también el interés por el mundo que lo rodea a uno y por sus · que le comunique todas mis otras observaciones y cnnclusione>:
manifestaciones. Todas .nuestras metas están sometidas a las limi- ref ercntt's <1 1 envejecer, rnc g11sLíri;1 agrpgar algunas L·osas. .
taciones del tiempo, y el tiempo que a uno le queda o que uno A menudo se oye decir q11e a 11H:<lida c1ue uno envejece vive
espera que le queda, se hace cada vez más corto. ¿Y qué es lo principalmente en sus hijos ~' en sus nietos. Creo que hay en e1lo
que queda por desear? Uno pierde cada vez más la capacidad de una buena dosis de verdad , ya que en la ;111cianidad las posibi-
consolarse con ilusiones. Así me pasa, por ejemplo, en cuanto a lidades del propio yo se debilitan en todo sentido, y por lo tanto
mi capacidad para· gozar de la belleza de la naturaleza. Antes uno siente necesidad ele ampliar y enric1uecer ese yo empobrecido·
era frecuente que un paisaje me fascinara de tal manera que sen- por medio de sus propios descendientes. C11anclu faltn esa amplia-
tía una necesidad casi irresistible de pintarlo lo más rápido posi- ción o posibilidad ele vivir en los hijos, uno se si ente especialmen ·
ble, pero ahora advierto que voy perdiendo cada vez más esa te solitario y abandonado. Con los que nunca han practicado u1n
capacidad de entusiasmarme de ese modo con un paisaje. Agré- profesión hny una dificulta<l adicional : un se ntimiento mucho 1rnís
guese a ello el deterioro de las fuerzas físicas; uno se cansa muy fuerte de ser superfluo después ele j11bihrse, que tamhién yo he
rápido en esas excursiones a la naturaleza, cuando va cargado con experimentado. ·
uria pesada caja de pinturas y el resto del equipo, y así se reduce A menudo me ha intrigado el hecho <le que en una profunda·
su deleite en la naturaleza y en el arte. depresión emocional uno no c¡11icra vivir y sin t'mb<irgo tema a
, fP pregunta: "¿,Cuá]es son los cambios internos y externos más la muerte. Por el contrario, cuando uno está sano quiere vivir, pern·
importantes en su vida?"' no tiene mi edo a la muerte. Por lo menos así ha skfo en mi cnso,
y 'al envejece r experimento algo similnr. La vida ha perdido bucn'a i
Respuesta: Externamente poco ha cambiado desde la muerte
parte de su encanto y por consiguiente buena parte de s11 valor;
de mi mujer y de mi madre y desde mi jubilación. Sin embargo
los pensamientos de uno · revolotean en torno del problema de la
mi ama de llaves, una mujer que vive en el mismo edificio de
muerte, que nos inspira más temor en la ancianidad que en la
departamentos 'que yo y que inanej~ la casa desde la muerte-·de
mi muje_r, ha sufrido durante varios años una grave deformación
juventud, tal como se ve en el hecho de que en la vejez uno seu·
mucho más cauteloso y ansioso y ni de lejos tan nudaz como en·
e inflamación crónica de la cadera izquierda, como consecuencia
la juventud. Sin embargo, es bastante obvio que uno haya de
de Ío cual me vi obligado a tomar una mucama. Debo agregar que
preocuparse mús por la muerl<' en la vejez, que es cuando la
· tuve suerte en encontrarla, ya que en Viena es poco menos que
muerte se acerca.
imposible encontrar a alguien. ·
Pienso además que el problema del envejecimiento depende·
, Por lo que se refiere a los cambios internos, al responder a
mucho del individuo. Mi madre, por ejemplo, me decía que ern
la .pregunta 7f indiqué cómo disminuye con la edad el interés de
más feliz en la ancianidad que en la juventud, por más que había:
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perdido toda su fortuna y, ya mayor, tuvo que vivir en barrios que haber tenido hijos hab'ría significado una tremenda diferen-
pobres y rodeada de extranjeros. Sus familiares, a quienes era muy i:.. cia en su vida y en su felicidad, y con frecuencia expresó su pena
apegada, se habían quedado en Rusia o habían muerto. Eran porque su mujer no pudo tener hijos. Siempre quería tener noti-
todas circunstancias muy desdichadas. Pero en su juventud ella cias de mi hija y de mis nietos, de sus personalidades e intereses;
había sufrido bastante con mi padre y con muchos sucesos des - varias veces me pidió fotografías de ellos y me envidiaba las va -
:agradables acaecidos en su familia, en tanto que en la vejez pudo caciones que yo pasaba con ellos.
llevar la vida tranquila y contemplativa a la que siempre se había Un punto interesante de la carta es la afirmación de que
-inclinado. De tal modo, se elaboró una filosofía propia que se su hipocondría disminuyó no tablemente desde la muerte de su
adecuaba a su naturaleza y estaba mucho más satisfecha que en mujer. Como es de suponer, esa muerte marca un punto en el
su juventud o durante la edad madura. Después de todo, cuando tiempo, pero uno se pregunta si no la da también, inconsciente- ·
-es joven uno le pide a la vida mucho más que en la ancianidad, mente, como una razón. Tal vez el Hombre de los Lobos no haya
y de ahí que tenga que experimentar muchas desilusiones. necesitado más su hipocondría al verse abrumado por la tragedia .·
No deja de tener interés el hecho de que mi madre hubiera del suicidio de su 1)1Ujer; puede que simplemente haya necesitado·
-sufrido antes una grave hipocondría que sin embargo desapareció el sufrimiento, de cualquier clase que fuera.
por completo después que cumplió los sesenta años. Reapareció Su sensación de ser ''.superfluo" es otro tema que el Hombre
-después, cuando tenía alrededor de ochenta y cinco y tenía que de los Lobos tocó con frecuencia. Una vez me escribió: "Su vida
~ometerse a una operación ocular (glaucoma). Como me dijo el está ocupada por un trabajo que aporta ayuda y consuelo a sus
director médico del hospital, el profesor Pilat, jefe de la Clínk,1 semejantes. Eso debe darle a usted mucha satisfacción. En reali-
Oftalmología de Viena, que fue quien realizó la operación, la dad, pienso que la causa profunda de toda neurosis y toda depre-
consideraba un éxito tal que acostumbraba describírsela a los estu- sión debe ser la falta de relación con el mundo que lo rodea a
diante5. Pero mi madre estaba tan disconforme con el resultado uno y el vacío que de ello resulta. "
<le la operación que siempre la consideró un fracaso. Como el otro Los analistas se han asombrado de que el Hombre de los
ojo estaba completamente intacto, no era cuestión de "haberse . Lobos, después de emigrar a Austria en 1919 y haber perdido todo
quedado ciega"; sin embargo mi madre se quejaba de que la Jo que poseía, no fuera capaz de encontrar un trabajo que le
vista le empeoraba después de la operación y su lamento cotidiano , hubiera hecho posible no !!entirse superfluo y q_ue hubiera sido
era siempre: "Ayer podía ver todo, hoy nada en absoluto." Con más satisfactorio y gratificante tanto desde el punto de vista inte-
]a excepción de esos síntomas hipocondríacos, su salud mental fue lectual como desde el financiero. Algunos lo atribuyen a su pasi-'
perfectamente normal hasta los ochenta y ocho años, y sólo du- vidad y su masoquismo. Independientemente de que tales fac~
rante su último año de vida -murió a los ochenta y nueve- decli- tores hayan desempeñado un papel o no, estoy convencida de que.·
nó también su capacidad mental, de modo que, por ejemplo, con pai:a un extranjero que sólo tenía su título en Derecho habría
frecuencia me confundía con otras personas. sido imposible encontrar semejante tarea en Viena por lbs años
Para completar estas notas, agregaré que nací el 24 de di- veinte. La inflación y el desempleo eran tremendos. El Hombre
ciembre de 1886, según el calendario juliano, o el 6 de enero de los Lobos consiguió de hecho un trabajo en el cual fuero n
de 1887, según el calendario gregoriano. .ascendiéndolo gradualmente y que le permitía incluso usar en
parte su formación de abogado y, por más que no le resultara
El Hombre de los Lobos termina la carla como corresponde, dán- satisfactorio; no tenía otra alternativa. Fuera de las horas de tra-
donos con su habitual exactit11d la frcha más importante de su bajo pintaba; a veces daba lecciones y escribió una .cantidad de
vid a: la de su nacimiento. artículos. Vendió unos pocos artículos y unos pocos cuadros, que
Muchas veces he oído al Hombre de los Lobos insistir en la le reportaron an beneficio económico despreciable. Sin embargo,
necesidad de enriquecer el yo empobrecido en la ancianidad, vi- dieron una módica satisfacción a sus impulsos intelectuales y crea•
viendo en los hijos y en los nietos. Siempre estuvo convencido de tivos.
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Después de haber completado sus Memorias, 19.l4-1919 en me había dado el Hombre de los Lobos, pero le escribí a él pre-
diciembre de 1958, el Homb re de los Lobos comenzó a pensar guntándole si tenía otros que quisiera vender. Se mostró encanta-
en continuarlas. El terna que elig ió fue el suicidio de su mujer. do con la posibilidad. "¿Cómo puedo agradecerle, querida Frau
Esa parte debía ir prr?cccl ida por la historia de cómo había cono- Doktor, la excelente idea de mostrar mis cuadros en su conferen-
c ido a Teresa, y ésta, a su vez, por los hechos que culminaron con cia? Claro q ue acepto agradecido su propuesta de enviar mis cua-
su es t:iclía e n el .-;an.üorio de M unich. A fines de 1961 todo eso ·dros para que usted los venda en los Estados Unidos. Bien se
.estaba aún bastant e nebuloso, como se advierte por una carta puede imaginar lo contento que estoy de poder aprovechar de
<le! 12 de diciembre de ese ai1o: "l'vlis recuerdos de la mu erte de ·esa manera mis paisajes."
mi mujer ... co nsi st irán en tres capítulos : mi viaje al Cáucaso El modesto ingreso resultante de los cuadros le vino muy bien
después de la muerte d e mi hermana Ana, el período ele San al Hombre de los Lobos, pero más importante fue que tuviera la
Pe ters b urgo y úni camente después ele eso el encuentro con Tere- sensación de que su pintura era apreciada y de que a los psico-
sa y su suicidio. H ic e un p ri mer b osquejo de la primera y el e h analistas les interesaba. A pedido de un analista, pintó al óleo -la
segunda parte .. . (Jl tirnam c nt c volví a echarl es un vistazo y qu e- escepa de los lobos de su sueño infantil. A mí me gustó tanto que
clé bastante satisfecho \' Oll el p eríodo de San Petersburgo ... Pero Je pedí que hiciera una copia para mí. Me daba la misma impre-
en lo referente al viaj e al C<íucas o, al volver a leerlo tuve la sen- sión que al profesor Y, 8 quien según me escribía el Hombre de los
sación d e que a Psa par te le fa lt a un <l verdackrn cmwx ión 11a\11ral Lobos, Ja encontraba "amenazadora y realmente parecida a un
y orgánica con el terna principal, qtw es Teresa." mal sueño". La venta de los cuadros ha seguido siendo una satis-
Seis meses d espués el H ombre el e los Lobos habí a comple- facción para el Hombre de los Lobos.
tado las Memorias, WUS-1908 , y me es cribiú sugiriendo varios títu- Para la época en que el Hombre de los Lobos empezó a escri-
fos posibles parn esa sección. "Se la podría llamar 'Duelo incons- bir las Memorias, 1908, había comenzado a escribir sobre sí mismo
.ciente', ya que mi d uelo de ~;p u <'.>s de la muerte de mi hermana fue de manera más libre y ~rsonal que en los dos capítulos anterio-
completamente diferente del que siguió al suicidio ele Teresa .. . res. No es sólo el tema lo que hace que esta sección resulte más
·b se podría considerar q tH' toda la sección es simpl emente la pri- interesante, sino más bien la emoción que él pone al escribir. En
;m era y segunda p:nte del trahajo completo 'Castillos e n el ai- las memorias que compuso con anterioridad se nos presenta el
.· re'. . . Pienso en esos recu erdos com o un prl'lud io al tPrna prin- hogar del Hombre de los Lobos , su familia, sus compañeros y,
cipal el e! suicidio de mi mu je r." naturalmente, se nos presenta él mismo, pero en realidad él no
se muestra al lector. Escribe sobre él e incluso describe meticu-
Por más que el H om b re de los Lobos ya había escrito sobre
losamente su estado de ánimo y sus emociones, .pero aparece con
!os años de 1914-1919. es interes ante que no pensara en los años
más frecuencia como una sombra que como un ser humano qu e
que van de 1919 a 1938 como parte de su historia. Fueron años ,. ' vive y siente. En Castillos en
el aire el Hombre de lds Lobos
. tra nquilos y faltos ele acontec imi entos dramáticos , excepto du-
cobra vida. Los artículos anteriores nos han familiarizado ya con
rante el breve período de su a1ülisis con la doctora Brunswick,
su melancolía y sus turbulentas oscilaciones anímicas. Estas ca-
sobre el cual sabía qu e ella habb realizado un trabajo. Entre 1961
racterísticas se destacan fuertemente en las Memorias, 1908, pero
. y julio de 1968 escribi1'1. en orden cronológico, las M emorios,
aquí hay algo más que nos resulta menos conocido: su osadía,
. ).90$-1908, las 'Memorias, 1.908 (originariamente en dos partes),
la energía y la decisión que pone al servicio de sus deseos.
cY las hlemorias 190.9-1.91 4.
El ambiente, un sanatorio para europeos acomodados de la
El Hombre ele los Lobos me había clacln muchos de sus cua-
época anterior a la primera guerra mundial, es de convincente
dritos con paisajes a 1 úlco . a lo largo de los ai'íos, y a veces se lo~
reaJismo. Sólo Teresa, que se mueve sin ruido y abnegadamente
mostré a mis discípulos o a rnis colegas. En el otoño de 1963
en m~dio de esa sociedad ~le enfermos, es un poco misteriosa, y
; algunos de ellos preguntaron si no sería posihle comprar esós cua-
dros. Yo no estaba dispnestn a s<'pararrne clE' ninguno ele lns que 'B E( psicoanalista a quien veía el Hombre de los Lobos.

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en realidad así le parecía al propio Hombre de los Lobos y a fos suadirlo de que visitara varios hogares con miras a planear su'
demás pacientes. Misteriosa pero vivaz, hermosa y femenina. El futuro.
Hombre de los Lobos consigue aquí dai"nos un retrato de la mujer La depresión del Hombre de los Lobos en ese momento no·
que habría de ser su mujer y de sí mismo como amante joven y era excesiva. Mentalmente estaba tan despierto como siempre; al
ardiente, con el fondo de una sociedad desaparecida, de hace más parecer su pensamiento no había perdido rapidez, por más que le-
de medio siglo. costara un poco obligarse a escribir o a pintar. El domingo 30 de
Desde 1968 hasta la primavera de 1969 el Hombre de Jo::; marzo nos despedimos después de una charla grata y amistosa. A
Lobos trabajó ~n sus Memorias, 1938, relatando el suicidio de Ja mañana siguiente -mi último día en Viena- me llamó por telé-
Teresa, la trágica culminación para la cual, al parecer, él sentía fono para preguntarme si sería posible que me viera unos minu-
· que toda su vida anterior no había sido más que un preludio. tos para aclarar algo que habíamos hablado el día anterior, y sobre-
Acababa de completar este capítulo cuando lo vi en Viena, el 30• io cual se le habían ocurrido algunas cosas. Nos encontramos :··
de marzo de 1969. De ochenta y dos años en ese momento, el aclaramos el problema, café de por medio, en la tarde del 31 de·
Hombre de los Lobos parecía físicamente de bastante buena salud, marzo, justo antes de que yo saliera para el aeropuerto. Sólo más
pero se lo veía delgado, preocupado y levemente deprimido. Ern tarde me di cuenta de que ese día era el trigésimo primer aniver-
evidente ~y es claro que el propio Hombre de los Lobos se daba sario de la muerte de Teresa.
cuenta de eso- que el haber escrito durante los meses anteriores Cuando meses después le pregunté en una ca~ta si había visi-
ese capítulo profundamente personal y doloroso de sus Memorias tado algunos hogares para ancianos, el Hombre de los Lobos me
había contribuido a su depresión. Al leer el conmovedor relato contestó que no, explicando sus razones. "Mi ama de llaves ti ene
del suicidiO de su mujer uno tiene la sensación de que al escri- ahora ochenta y cinco años y padece una grave y dolorosa enfer -·
birlo debe de haber revivido una a una esas horas de angustia. mediad de la cadera. Sólo apoyándose en los muebles puede andar
Al recordar mis encuentros con el Hombre de los Lobos despué:; por su departamento, medio piso debajo del mío. En ocho años-
de la muerte de Teresa, puedo confirmar lo que él escribe sobre no ha salido de casa y vive como un prisionero, en una prisión.
sus sentimientos y su actitud en ese momento, salvo que entonces No es de asombrarse que en esas circunstancias esté s01netida ·.a.
estaba tal vez más aturdido de lo que parece en las Memorias. graves depresiones. Otra tnujer se habría ido hace mucho tiempo
En nuestro encuentro del 30 de marzo hablamos durante un al Hogar Lainzer para ancianos, pero Fraulein Gaby no quiere oír
par de horas de las actividades de pintor y escritor del Hombre hablar del asunto. Se ha pasado toda la vida trabajando para otros
de los Lobos, de su salud emocional y física y de su futuro. Estaba y tiene un enorme sentido del deber, de modo que su queja cofü-
preocupado por su anciana arna de llaves, la misma fiel Früulein tante es lo mucho que le gustaría trabajar. pero ... lo poco que
Gaby que aparece en las Memorias y que ahora apenas si podía puede hacer por mí. Así ·y todo, se las arregla para hacerme la
caminar. El Hombre de los Lobos, dándose cuenta de que era comida al mediodía y vigilarme un poco la casa. También tengo
posible que ella tuviera que internarse en un hogar para ancia- que agradecerle el haberme encontrado una muchacha que viene
a limpiar una vez por semana ... Mediante esa actividad, __ Frau-
nos, intentaba enfrentar el hecho de que en ese caso él tendría
lein Gaby, que está perfectamente sana salvo su dolencia de la
que hacer lo mismo. Parecía incapaz ele aceptarlo y decía que
cadera, por lo menos tiene la sensación de que todavía está ocu-
no podía permitirse pagar un hogar tolerable, y que en realidad
pándose de alguien y de que su vida sigue teniendo significado.
no había hogares donde pudiera seguir teniendo libertad e inti-
Si ahora yo me fuera a un hogar para ancianos, ella se sentíría
midad para poder pintar. Como yo sabía que en Viena hahía \'a-
muy dolida, de modo que he decidido que mientras Fraulein
rios hogares donde podía tener intimidad, estar cómodo y libre,
Gaby se mantenga más o menos en las mismas condiciones no
y creía además que su naturaleza esencialmente sociable respon-
voy a dejar· el departamento. Es verdad que el espectliculo d~
dería bien y se enriquecería más en compaiiía de otros que en la
alguien tan enfermo como ella no es muy alegre, pero ¿qué se
relativa soledad a que estaba acostumbrado, intenté sin éxito per-
puede hacer en ese caso?" La carta sigue refiriéndose a los proble-
272 273 ':}-
' ;:'.{
;. ~;;· ~! ~j ~! ~s: ·. ~. \; .·.
-· ----r-----·- - ··-·----·------·- ··--------··--

.·. mas prácticos que se plantearían si él dejara el departamento y a de los Lobos me escribía: "Su carta del 4 de abril me estimuló
·· la dificultad o imposibilidad -de pintar en un hogar para ancianos. de tal manera que decidí escribir mis Rec11erdos de mi infancia
Otra carta aproximadamente de la misma época contiene más pese a mi depresión, que esta vez, debido a diversas razones entre
Teflexiones sobre el envejecimiento. "Estoy muy contento de ha- las cuales me imagino que pesa mi edad avanzada, fue especial-
ber podido finalmente concluir mis Memorias, ya que a mi edad mente persistente ... Le envié a usted el capítulo por correo el
·uno tiene que contar con todas las posibilidades, de modo que 30 de abril ... Se lo había mostrado al profesor Y, a quien le gustó
. -siempre tenía miedo de que sucediera algo que me impidiera · mucho; tiene la sensación de que sin él habría una considerable
terminarlas. Es natural, claro, que a mi avanzada edad uno piense brecha en mis Mérrwria!s', lo que las habría perjudicado mucho.
<!on frecuencia en las enfermedades que pueden aparecer de pron· Estoy muy contento de haber conseguido esta vez, a pesar de mi
· to y en el fin que se aproxima, y que esté en general muy preocu- depresión, escribir tan rápidamente ese capítulo."
pado con ideas de muerte. Me preocupa especialmente el hecho Cuando vi al Hombre de los Lobos poco tiempo después,
'de que en los últimos años he rebajado más de diez kilos, y como parecía que se hubiera recuperado un tanto de la depresión, pero
· he perdido el apetito es difícil tener la esperanza de recuperar presentaba dudas obsesivas acompañadas de angustia. Estaba de
mi peso normal . . . Es interesante que usted me escribe que su veras contento con la próxima publicación del libro, pero se mos-
amigo ruso, por más que tenga noventa y cinco años, se siente traba preocupado y vacilante respecto de muchas cosas. Parecía
fuerte y sigue trabajando como escultor. Yo conozco a una . .. más viejo y más frágil que en nuestro encuentro anterior en mar-
lmujer] de ochenta y ocho, y cuando le pregunté si se sentía zo de 1969, pero mentalmente se mantenía completamente despier-
vieja, lo negó. Es evidente que eso de sentirse viejo es cosa muy to. No pudo hablar de mucho más que del libro, lo que tal vez era
individual."
natural puesto que había muchas cosas que resolver, pero su con-
El 20 de setiembre de 1969 el Hombre de los Lobos me escri- versación tenía una cualidad un tanto obsesiva y répetitiva. Le
b ió: "Ahora usted me pide, estimada Frau Doktor, si podría es- señalé que había una amplia brecha en las Memorias, que se
cribir algo sobre mi infancia., El pedido me viene muy bien, ya extendía de 1919 a 1938, y él estuvo de acuerdo en escribir un
que al haber terminado el capítulo sobre. el suicidio de Teresa y capítulo referente a este período. Esa breve sección, que se refiere
no tener otra cosa que escribir, sentía cierto vacío interior. Ade-. a los años más sanos y serenos de su vida, no le costó el mismo
más tiene usted mucha razón cuando dice que las memorias son esfuerzo que él capítulo sobre la infancia 4 •
incompletas si no incluyen los recuerdos de la infancia, cosa que Sólo después de haber recibido los Recuerdos de mí infancia
es mucho más cierta en mi caso, ya que en los Estados Unidos se me di cuenta de que, por segunda vez, el Hombre de los Lobos
sabe muy poco de la vida en Rusia meridional a fines dei siglo .:i..'IX se había visto enfrentado con un "límite de tiempo". Esta vez tam-
y comienzo del xx." bién, como con el límite de tiempo, incomparablemente más im-
Debido a su depresión, durante el invierno siguiente el Hom- , portante, que Freud estableciÓ 'para su análisis, estuvo a la altm!i.
bre de los Lobos no pudo empezar ese trabajo que, según expresó, de las circunstancias.
le vendría tan bien. En Ja primavera de 1970 le anuncié que el • En octubre de 1970 nuestro común amigo Albín, que desde 1954 v1via e11
libro, incluyendo sus Me-moriaS, sería pronto publicado por Basic los Estados Unidos, fue a Viena y vio al Hombre de los Lobos. Albín me
•]Jooks, con el capítulo sobre su infancia o sin él. Si él podía man- contó que, por más que el Hombre de los Lobos no lo reconoció inmedia-
<i'arme el capítulo en el término de un mes, yo tendría tiempo tamente debido a los cambios que pueden producirse en dieciséis años, él
. para traducirlo de modo que apareciera en el libro. La noticia de habría reconocido al Hombre de los Lobos en cualquier parte. "Apenas si
ha cambiado", comentó Albín, "salvo que está más delgado. Mental y fls¡.
que se había concretado la aparición del libro Jo Uenó de alegría camente parecía igual que antes de que yo me fuera de Austria, con los
y mé expresó: "Todo lo que usted me escribe sobre el libro excede mismos altibajos. Se quejó sobre todo de dolores de cabeza, v ahora qne
. con mucho mis esperanzas y expectativas". El 4 de mayó, exac- ha terminado sus Memorias siente una especie de vacío en s~ vida. Sedll
.t.~mente un tnes después de la carta que yo le envié, el Hombre bueno que pudiera segu ir escribiendo. Pasnmos juntos una ta1:d¡o mnv pl LI·
centera e interesante."

274 275
I 111 presiones diagnósticas l..

"¿.Qut'· pas"1 <·n11 el llornbre de los Lobos?", me preguntan a


menudo lo> amigos. "¿,Cómo es? ¿,Es sano? ¿,Es psicótico? ¿Qut'
res u ltaclo dieron sus análisis con Freu<l y con Ruth t-.fae Bn111s -
wickr"
Para dar una verdadera imagen de la personalidad del Hom-
bre de los Lobos tengo que describirlu tanto en sus períodos mú->
sanos como en los que lo son menos . Desde la primera vez que
me encontré con Pl Hombre de los Lobos e 11 1927 hasta la muerte ,
de su mujer en 1938 jamás había observado nada <]UC yo colls i-
<lerara anormal en su comportamiento ni en su conversaciún. Daha
impresión de ser ordenado y confiable al máximo; sic111pr(' Sl' lo
veía adecuada y c11idadosamenll' vestido; era muy l'1>rlt'S y con -
siderado con los d e más. Era un conversador excelente, a111H1u.e
era poco lo que hahlúhamos ele nosotros mismos, ya que los tcm;\s
principales eran el arte, la literatura y el psicoauálisis. Era u n
escrnpuloso profesor d e lengua rusa. por mús que <·sper<tl>a 11.n
poco demasiado <le mí. Su ale111iu1 - nuestra lengua común- er;1
excelente y el mío bastante inad<:'cuado. Hccuerclo haber encalla -
do con el equivalente ruso de palabras corno Kolonialu;arenges-
clúift~ ya que no tenía la rn;\s remota idl'a ele lo qt1l' signific:1ha
la palabra alemana.
Cua ndo vi al Hombre ele los Lobos en 1938, después del sui-
cidio de su mujer, como los dos hemos contado, su conducta, su
conversación y su relación conmigo l1nbían cambiado completa-
mente. No podía hablar ni pensar en otra cosa que en sí mismo,

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en la muerte de su mujer y e u b crueldad del destino . A partir de pasión, cuando habla de esas situaciones es frecuente que man-
'de ese momento me ha colocado hasta cierto purito en el rol de tenga una inesperada objetividad. Eso no sólo parece relacionarse
analista, a la vez que en los ele consejera y amiga. Creo que me con su insight, sino con la ambivalencia que lo obliga, o poco
ha dejado ver todos sus esta dos de ánimo, sin intento alguno de menos, a ver las dos caras de la moneda. Incluso durante su perío-
disfrazarlos. Sin embargo, e n las crrr tas del Hombre de los Lobos do de mayor perturbación, cuando le preocupaba la lesión en la
el acento siempre est:i puesto sobre sus desdichas y problemas. nariz en 1926, se daba cuenta, como dice Ruth Mack Brunswick,
.Así como cuando un niiío está cn un C•lmpamento o pupilo en "de que su reacción ante eso era anormal". En los períodos más
·1.1na escuela, sus cartas a c;1sa se refieren a b mala comida o a sanos es habitual que esté mentalm ente dispuesto a considerar.
la lluvia, a ese chico 1nal o o a aquel maestro estúpido, más bien por lo menos dos interpretaciones de cualquier hecho o idea,
·q ue a todas las cos[ls gr¡¡l•1s e inte resantes que hay para ver o Tal ambivalencia puede .contribuir también a otro rasgo c~l~
~prender, el Hombre ele los Lobos, cuando escribe libremente a racterístico del Bombre de los Lobos en todos sus estados de
un analista sustituto, d est <\Ca nnturalmente lo negativo mucho más ánimo : su constante búsqueda del consejo de los otros, y si es posi-
qu e lo positivo. ble de varios. Ya hemos visto cómo consultó al doctor D. en lo
El Hombre ele los Lohos e:; u 11 hombre intelige nte y atrac- tocante a la inversión de su dinero a fines de la primera guerra
t ivo, ya anciano pero qu e tcHhvía parece mucho más joven de mundial, e incluso cómo siguió su consejo de jugar, por más que
lo que es e n rea lidnd. En sus períodos el e salud es sociable y uno podría haber pensado que su propio sentido común lo habría
t'xpansivo y se interesa fra ncam en te por sí mismo y también por llevado a rechazar semejante intento de solución. Por la historia
los demás, con aparente tolerancia d e sus inofensivas -y a veces de Freud y la de la doctora Brunswick sabemos que el Hombre
no tan inofensivas- exccntr ic:ic.bdes. Quizá sea ésta una carac- de los Lobos fue de un sastre a otro, como después fue de uno a
terística rusa. (Tanto F rcucl co rno la doctora Brunswick m encioc otro dentista y de un dermatólogo a otro y a otro más. No era
naron lo s rasgos ru sos dt: \!t paciente.) No hay más qtie pe 1~sa~ difícil recoger diversas opiniones, y el Hombre de los Lobos es
e n la actit ud de la fami li a cl el Hombre de los Lobos hacia ,V, y un genio para contraponer una persona a otra. Más adelante, por
la Í.llarnorgana de los pozos artesianos . A nadi e pareció importar- lo menos con respecto a uno de sus rrsuntos amorosos, se las arregló
le r¡11 e la idea de los pozo<; se hubi era esfumado sin más ni más . :; para encontrar un consejero que le dijo: "Si alguna vez llegas a
En crrrn bio, con la cortesía auté nti ca me nte magnánima que tan' casarte con esa mujer, te matarás", en tanto que otro expre~ó:
frecuentemente exhiben los perso najes el e Dostoievski, aceptarnn~ "Seguro que te suicidas si no te casas con ella." Así es fácil enc<m-
a\\'. tal como era, sin demostrar jamás la menor sorpresa o des- . trnr que todos los consejos son erróneos. Yo necesité de to<ln mi
::i.grado. Muy rara vez h e oí<lo al Hombre de los Lobos enunciar ingenio para no d e jarme arrastrar al rol de consejera.
una crítica con verdadk?ro resentimiento, pero algunas de sus ,. O tro rasgo que vemos en todos los períodos es la actitud (hd
insinuaciones, por más que parezcan tolerantes e inofensivas, en Hombre cle los Lobos ante el destino. Cuando de joven t~ vo ; 1•1r.
realidad pueden ser devas tad oras. Sin embargo, cuando habla de abandonar su p1imera imagen de sí mismo como hijo predikl'ln
persona~ y de problemas personale~ siempre se tiene la semación de la fortuna, adoptó el punto de vista opuesto y creyó r¡ u .· el
de que intenta comprend er. Busca los motivos y el significado del destino lo había signado para la desdicha. Por más qu e este tc· 1rnt
comportamiento, tanto del suyo propio como del ele los dem{is . aparece en repet idas ocasiones en sus cartas y en su conversac: h'n1,
con un espíritu verdaderamente psicoanalítico. Eso no significa también algunas veces me ha dicho, oralmente y por escrito: "l fo
que no tenga temperame nto . Me ha hablado de escenas y situa- tenido grandes desdichas, pero también gran felicidad e n mi vicl11 ."
ciones que incluyen violentas querellas en sus relaciones oon Por lo que hace a la personalidad del Hombre de los Lobns
mujeres, que harían pensar que su "vidú instintiva completam ente en sus períodos de mayor peiturbación, es probable que el l<' ctor
desenfrenada", como la caracterizó Freucl , todavía puede mani- tenga de ella una imagen bastante vívida gracias a las hislorin s
festarse. Pero por más desenfrenado que pueda ser en las escenas clínicas, las Memorias y las cartas. El rasgo que la ca ra cterizo es

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la· prominencia de las dudas obsesivas, las cavilaciones, el cuestio- que la gente hablaba de mí o me mirnba cuando sin duda no era
namiento, el verse totalmente absorbido por sus propios probkmas así, aun cuando en realidad nunca tuve la sensación de que alguien
e incapaz de relacionarse con· los demás, y la incapacidad para me siguiera. Era como la vez que fui a consultar a la doctora
leer o pintar. Por otra parte, prácticamente nunca, desde su anáHsis Brunswick el problema de la nariz, sólo que entonces temía una
con Freud, ha sido del todo incapaz de funcionar. En los dos deformidad [Entstellung] física y en esta ocasión una deformidad
períodos de mayor perturbación, su primer análisis con la doctora moral." Sin embargo, de lo que más habló el Hombre de los Lobos
Brunswick y los meses que siguieron al suicidio de su mujer, siguió en la primera oportunidad en que volvimos a encontrarnos no fue
trabajando en la··compañía de seguros, se movió activamente en tanto del temor de lo que podía haberle sucedido a él (que, de
busca de ayuda y mantuvó una razonable salud física. Sus depre- paso, tenía bastante fundamento en la realidad), como de los
~siones no lo dejaron inactivo hasta después de haberse jubilado, reproches que se formulaba por "esa locura" de ir a meterse en
t:uando a veces pasaba la mayor parte del día en cama. En épocas Ja zona rusa como si buscara que lo arrestaran, de las torturantes
anteriores la depresión apenas si disminuía su ritmo, y cuando se dudas respecto de por qué lo había hecho y <le la preocupación
trataba de su propio interés podía incluso ser muy activo. Sus por su propio estado mental. Se atormentaba diciendo que "había
depresiones tienen cierta periodicidad y las más graves se han perdido el control de mí mismo, que había perdido el contacto
prQducido generalmente a intervalos de dos a cuatro años. Pero con la realidad, como lo habría interpretado Freud, y actuado como
por lo común, y probablemente siempre, están relacionadas con no lo habría hecho una persona a medias normal. Me refiero, por
algún acontecimiento que las desencadena. Sin embargo, en algu- supuesto, al hecho de que yo -un ruso-, me haya metido a
nos casos el propio Hombre de los Lobos ha sido el motor que pintar en la zona msa."
pone en movimiento la causa desencadenante. En mi opinión no Cabe objetar que habían transcurrido cuatro años y medio
se trata de depresiones psicóticas. Lo que el Hombre de los Lobos entre el episodio con los rusos y el encuentro durante el cual el
experimenta como depresión es a veces una reacción ante una pér- Hombre de los Lobos me lo relató. Es verdad. Pero en esos cuatro
dida real y a veces la desesperación que le provocan sus dudas años y medio él me había enviado muchas cartas y en ninguna
obsesivas, su culpa, sus autorreproches y su sensación de fracaso. de ellas había indicios de psicosis. Y durante los tres años qu e
"Nunca pude, durante una observación que se prolongó durante siguieron inmediatamente al episodio, nuestro común amigo Albín
varios afios, detectar ningún cambio anímico desproporcionado con visitó regularmente al Hombre de los Lobos y se vio sometido a to-
la situación psicológica aparente, ya fuera en su intensidad o en das sus dudas y cuestionamientos. Albín no cometió la indiscreció n
las circunstancias de su aparición", expresaba Freud. ele escribir una palabra sobre ello en sus cartas, pero cuando nos
Siete años después de haber terminado su análisis con Freud, encontramos en Suiza seis meses después del episodio me hizo un
el Hombre de los Lobos presentó los síntomas que indujeron a fiel relato oral. Por más que no sea psiquiatra, Albín es bastante
Ruth Mack Brunswick a considerarlo paranoide. Cuando esos sín- conocedor de la naturaleza h umana como para detectar cualquier
tomas desaparecieron después de cuatro meses de análisis, el anormalidad. Hacía tiempo que tenía conocimiento de las eludas
Hombre de los Lobos volvió a su personalidad "normal". Desde y cavilaciones obsesivas del Hombre de los Lobos, y en su reac··
entonces, en los muchos años que lo conozco, jamás observé sig- ción frente al episodio con los rusos vio la reiteración de las
nos o síntomas que pudiera considerar verdaderamente paranoi- mismas más bien que un rasgo nuevo. En realidad, el mismo Albin
des . Algunos analistas podrían pensar que en 1951, después del se hallaba sometido a las condiciones de la ocupación rusa y no
episodio con los rusos, estuvo próximo a la paranoia. Durante las veía que en la actitud del Hombre de los Lobos hubiera ningun~t
tres angustiosas semanas de espera, incapaz de decidir si debía falta de realismo, excepción hecha de su vacilación y sus autorre-
o no volver a presentarse a las autoridades militares que lo habían proches. Yo diría que el rasgo menos "realista" del episodio es el
interrogado y le habían dicho que volviera, el Hombre de los tiempo durante el cual se prolongó la inquietud del Hombre dé
Lobos tuvo, según me contó, "delirios de persecución; pensaba los Lobos. Hasta 1967 no se mostró dispuesto a permitir que yr:

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· P,~i!Jli cara lo que había C>éTÍ[() 'obre t··I, y todavía e ntonces i1iuslra - Tanto el analista a quien el Hombre de los Lobos vio cada
b~ rastros de ansiedad. Estu concuerda con las observaciones de tantos mesesi desde 1956 corno el que ha estado atendiéndolo más
· , Freud sobre b "tenacidad ele h fijación" en el Hombre de los regularmente durante los últimos años han diagnosticado su tras-
Lobos y sn característica d e '·rechazar todas las novedades". El torno como una personalidad obsesivo-compulsiva. 2 En los últi-
Hombre de los Lobos estaba tan fijado en su cuestionamiento ob- mos quince años o más, el Hombre de los Lobos ha sido visitado
sesivo y la ansiedad concomitante, que incluso doce años <lespué:' por un analista del extranjero que casi todos los veranos pas&
que las fuerzas rusas habían s;ilido de Austria no podía abandonar varias semanas en Viena para verlo diariamente. Este breve pe- ·
por completo s11 actitud anterior. ríodo anual de "conversaciones dirigidas analíticamente" es · el!
· En agosto de 1955. mientra s el Hombre <le los Lobos pasaba tratamiento más parecido a un psic;oanálisis "regular" que ha te-
sus vacaciones en S;ilzkamm ergul, fue visitado por el doctor Fre- nido 'el Hombre de los Lobos desde su análisis con la doctora
deHc:k S. " .'eiJ , psicoanalista y especialista en Rorschach, que des- Brunswick Este últitno analista también me dijo de manera
pues escribió un interesante y esclarecedor informe 1 sobre los inequívoca que lo considera como un obsesivo-compulsivo y que
<lós días que pasaron juntos. Además <le aplicarle al Hombre de excluye completamente la esquizofrenia actual o pasada. Perso -
los Lobos un test ele Horschach , el doctor \Veil pasó la mayor nalmente, en los cuarenta y tres años -más de la mitad de su
paite de los dos días escuclündolo. Sus impresiones fueron muy vida- que conozco al Hombre de los Lobos jamás he visto prue-
similares a las mías cuando lo vi en 1949, salvo que con el doctor bas de psicosis.
W eil el Hombre de los Lobos no habló más que de sí mismo. El ¿,Qué debemos pensar entonces de sus síntomas y de su diag-
primer día no parecía deprimido y a la mañana siguiente mostró nóstico en 1926-1927, cuando fue por primera vez a ver a la doc··
una depresión muy leve, pero se quejó insistentemente de sus de- tora Brunswick? Los síntomas son indudables, pero tal vez, en
presiones y de la naturaleza compulsiva de algunas ck sus rcb- vista del espléndido éxito de este análisis y del rápido restableci-
cioncs con mujeres. Le preguntó repetidamen.te al doctor Weil miento de la personalidad anterior del Hombre de los Lobos, haya
si no se podía hacer nada para ayudarlo. que volver a considerar el diagnóstico que fundamentan. "El pro-
· El interés del Ilomhre el e los Lobos por sí mismo, hasta el pio paciente", nos dice la doctora Brunswick, "al 111isrnn tiempo
punto de exclu ir toclo lo d emás. en esta ocasión era sin eluda el que insistía en que la lesión (de la nariz] era de111;1 siado visible,
residuo de 11na depresic\n r1u e se había prolongado desde el ante - se daba cuenta sin embargo de que su actitud ante ella era anor-
rior mes el e diciembre hast a uno o clos meses aÍ'ltes de la visita mal ... Si no se podía hacer nada por su nariz, e1J1tonces había
del doctor \Veil. Dmantr' ese período de depresión no recibí más que hacer algo por su estado de ánimo, fuera la causa real o im a-
qu e dos cartas de t'.: l, lwro en julio , cuando se hubo recuperado ginaria." No se trata aquí del delirio fijo, totalmente inaccesible
lo suficiente, el Hornhre d e los Lobos me escribió una carta excep- a la corrección, que se considera típico de una psicosis paranoide.
cionalmen te larga en la q11 e rn e contaba detalladamente las difi- La doctora Bnmswick nos dice que el i11sight del paciente era
cultades qu e se habínn planteado en su relación con una mujer "responsable de la única característica atípica del caso: que en
y que al parecer eran la cau sa de su perturbación. Un mes des- última instancia fuera accesible al análisis, cosa que de otro mod o
pués de la visita del doctor \Vc il me escribió con evidente placer sin eluda no habría sucedido." Yo diría que tanto el insight como
:-il ~:especto y me lrnhló ele la administración del Rorschach . "El la accesibilidad al análisis contradicen la psicosis. Tampoco pu e-
cloc:tor \Vcil me dijo que todavía tiene que calcular los resultados do considerar la sensación del paciente de s('r "el hijo favorito"
del test. A juzgar por la primcrn impresión, dijo, mis asociaciones ele Freud como megalomanía o delirio de grandeza. St.1 :-inálisis
señ.a lan 1111:-1 neurosis obsesivo-compulsiva. Me entendí muy bien con Freud, excepcionalmente largo para la época· y que incluyó
con el doctor \Vcil y tengo la impresión de que es un analista un largo período de "educación", clespnés Ja historia del caso qu''
rnny, experimentado."
" El segundo analista agregó q11e ¡mclí:i sC'r 11n:1 personalidad "fronteri7.a, Ci)ll
1 Este infornl(' no fnf• pu hlic;itlo. pern me fne posible ,·er el manuscrito
tendencia a la actuación".
en 1970.

282 283
el mismo Freud dio a conocer al Hombre de los Lobos y poste- bajo. No tenía relaciones satisfactorias con ninguna mujer ni una
riormente la ayuda financiera de Freud cuando su paciente se verdadera ami~tad con hombres ni con mujeres (a menos que se
encontró necesitado, son todas razones bastante lógicas para que pueda considerar sn relación con su hermana como una amistad).
él se sintiera favorecido. El hecho mismo de que Freud derivara Estaba gravemente inC'apacitado en tres ele los aspectos más impor-
el paciente a la doctora Brunswick, probablemente refiriéndose en tantes de la vida: el trabajo . el amor y la asunción de respon-
términos muy elogiosos a la capacidad de ella, constituye una sabilidades.
base natural para que él siguiera creyendo que el interés de F reud Después de su anális is con Freud, el Hombre ele Jos Lobos
se mantenía, creencia que puede entenderse sin considerarla deli- completó en breve tiempo sus estudios, se diplomó en Derecho
rante ni calificarla de completa "regresión al narcisismo". Creo ~· obtuvo l::i correspondiente licP.ncia para ejercer. Tras haber sáli-
que el propio Freud habría sido el último en negar su interés clo de Rus ia y haber perdido todo lo que poseía, consiguió t.ra-
por el bienestar de su paciente. Sin embargo, mi juicio no se bajn Pn una compañía de seguros. para empezar en un puesto
funda tanto en el cuadro clínico de ese momento, que es difícil suho!di11:1d1l que debe de hab er sido difícil ele aceptar para u;1
evaluar retrospectivamente, sino en la personalidad anterior del hombre qul' había sido rico y a quien habían servido toda la vida.
Hombre de los Lobos tal como la conocemos gracias a la historia Fu<' progresando continuamente en su trabajo y, por más qu e
·clínica de Freud, y en su personalidad posterior tal como yo y nunca k resultó interesante, fue capaz de mantenerlo fielm ente
muchos otros psicoanalistas la hemos observado durante muchos dur:mte treinta años hasta jubilarse. E l Ho mbre de los Lobos llegó
años. Es menester tener en cuenta ambas personalidades para diag- ~r casarse y mantuvo a su mujer v se ocupó de ella durante los
nosticar la perturbación aguda que en 1926 llevó al Hombre de veintitrés años de su matrimonio. Tam bi én se interesó auténtica
los Lobos al consultorio de la doctora Brunswick y a la que -inde .. \' afectuosamente pór la hijita ele Teres a y se dolió ante su tem -
pendientemente de los nombres con que designemos sus síntomas prana muerte. Después el e] suicidio ele su muj er , el Hombre ele
v su estado- ella aportó tan profunda comprensión psicoanalítica los Lobos se ocupó tiernamente d e su madre a lo largo de quince
y a la que de manera tan brillante supo tratar y curar. años , y desde la muerte de és ta ha protegido fielmente a Fraulein
Por lo que se refiere a la enfermedad del Hombre de los Gaby, que tanto hahía hecho por él antes de enfermarse y con-
Lobos en la edad adulta, no creo que se la pueda definir con mejo- vertirse ella misma en un ser dependiente. Desde su análisis, el
res palabras qu e las que usa Freud en su Historia de' una 11eurosis Hombre ele los Lobos ha sido capaz de mantener una cantidad
infa11til : "A mi juicio, este caso, como muchos otros diversamente rlP relaciones \' ha llegado a ser menos intolerante y más conside-
diagnosticados por la psiquiatría clínica, debe ser considerado rado con los clernús. Ha dominado en cierta medida su agresión .
como un es tado consecutivo a una neurosis obsesiva llegada es- Por m ~ís q11e el análisis no haya impediclo su reacción agresiva an te
pontáneamente a una curación incompleta" (O. C., p. 694). h; traumas, reforzó su i'esistencia al st ress. Y la~ tensiones y p ér-
Algunas manifestaciones d e tal d efec to se mantien en aun des- didas reales en la vida del Hombre el e los Lobos han sido muchas
pués del análisis del Hombre ele los Lobos: períodos de depresión, y grandes.
de duda y de vacilación, ambivalencia, sentimientos ele culpa y No cabe duda d e que el análisis con Freud salvó al Horribre
fuertes necesidades narcisistas. Ta les manifestaciones fueron mo- de los Lobos de una existenc.i:1 mutilada y d e que su nuevo aná -
dificadas y reducidas por el psicoanálisis, pero no destruidas. Sin lisis con la doctora Brunswick le permitió superar una grave crisis.
embargo, los resultados positivos del análisis del H ombre de los . Ambos permitieron al pac iente ll eva r una larga vida, aceptable -
Lobos son verdaderamente impresiona~tes. mente sana.
Cuando el Hombre de los Lobos recurrió a Freud estaba "to·
talmente incapacitado y completamente dependiente de otras per-
sonas". Se nos informa que no era siquiera capaz de vestirse solo.
No podía estudiar ni estaba preparado para ninguna clase de tra -

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La vida cotidiana. 1919 -19:38 133
El clímax. 19:38 1:39
Parte l l
El psicoánálisis u el /Jom/Jrc de los Lo!JQS 157
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Su pknwnto a la "Historia de una ne urosis inLmtil" 1


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Encue 11lros con el Ho mbre de los Lobos ( 19:38-1949) 22.5
Otro encuentro con e l Hombre de los Lobos (1956) 235
El Ilom hr<' d e los Lobos enve,iece 251
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