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Desde 1524, comienza para los pueblos originarios de esta región de Mesoamérica, hoy
llamada Guatemala, una historia que todavía no conoce final. El encubrimiento iniciado en
1492 ha ocultado la existencia, la identidad, el ejercicio de los derechos, el carácter de sujetos
políticos… de los pueblos Maya, Xinka y Garífuna. Durante la Colonia, la relación entre
españoles, primero, y criollos y mestizos, después, fue de sometimiento en todos los órdenes
de la vida, además del desprecio del que los “indios” fueron víctima de forma permanente.
Por eso, y a partir de las reflexiones realizadas en distintos ámbitos, incluyendo el académico,
los Pueblos Indígenas tienen claro que deberán impulsar por sí mismos sus propios
movimientos de emancipación.
Guillermina Herrera, a cargo del discurso marco del congreso, se refirió al Bicentenario de la
Independencia como “oportunidad para entender la educación intercultural bilingüe y
repensarla”. Oportunidad también para “reconocer que han sido los pueblos originarios los
que han provocado reflexiones en cuanto a la construcción de sociedades diversas que ejerzan
una auténtica participación ciudadana” (cursivas nuestras).
Por una parte, en el acto de la firma del Acta de Independencia en 1821 había representantes
del poder político y de la Iglesia y de otros sectores de la élite del momento. El pueblo había
hecho acto de presencia, pero en las calles, en la plaza, en el patio, en los correderos y en la
antesala del palacio para repetir el grito de “viva la Independencia”. La población indígena
estaba ausente, ocupada en satisfacer las exigencias de los colonizadores, sin tiempo para
ocuparse de construirse un lugar en las decisiones públicas.
La independencia de 1821 es una acción de la élite criolla, la cual se define a sí misma como
“el pueblo de Guatemala”, y considera la independencia del gobierno español como “su
voluntad”. La afirmación de que “la independencia es voluntad general del pueblo de
Guatemala” es una falacia como las que suelen utilizar funcionarios de gobierno cuando
atribuyen alguna decisión a toda la sociedad para darle una legitimidad que todo mundo sabe
que no tiene.
No tenemos esa versión, efectivamente. Lo que tenemos es un acta que identifica a los
presentes en el acto de proclamación de la independencia. Y entre ellos no hay referencia a
personas indígenas ni afroguatemaltecos. No puede ser de otra manera, tomando en cuenta
“el desprecio que los mayores recomendaban para con estos seres descalzos y raídos, que
olían a sudor”. Este desprecio era recomendado por padres y abuelos cuando llegaban a las
casas de españoles como “portadores de algún beneficio, sudorosos y jadeantes” y se les veía
“descargar de sus espaldas la leña, los granos, las legumbres, la leche, la panela y muchos
otros bienes sin los cuales la existencia no habría sido todo lo agradable que en realidad era”
(Martínez, La patria del criollo).
Para las instituciones que convocan a la conmemoración, la idea fundamental es que “el
Bicentenario de la Independencia de Guatemala es una oportunidad para repensar la acción
del Estado y de la República” (Gobierno GT y UNESCO, 2010, Presentación). Consideran
también que es “una señalada oportunidad para abrir la reflexión entre todos los ciudadanos
en torno al Estado de la nación”. Por ello, debe “estimular la discusión entre los
guatemaltecos”.
El tema de la discusión es nada menos que el Estado que, tras doscientos años de existencia,
aún “no se consolida como institución rectora de la nación”. La naturaleza del Estado, como
la institución política de la nación guatemalteca, es un tema presente desde hace algún tiempo
en distintos ámbitos de la sociedad. Especial atención ha ocupado en la agenda de
organizaciones y comunidades de los Pueblos Indígenas. Estas coinciden con otras
organizaciones e instituciones al considerar al Estado de Guatemala como un Estado fallido.
Aunque su carácter fallido desde la perspectiva indígena se debe también a que no ha
logrado, o no ha querido lograr, reconocer la ciudadanía de los Pueblos Indígenas.
Como se echa de ver, la convocatoria de conmemoración del bicentenario, con todas las
buenas intenciones que pretende mostrar, desconoce sin más a los Pueblos Indígenas en su
condición de sujetos políticos con identidad propia, con voz propia, con aspiraciones,
demandas y propuestas propias. Y no puede decirse que se incluyen en la “comunidad
nacional” o en las “organizaciones de la sociedad civil”. En el acto de declaración de la
independencia en 1821 y en la convocatoria de conmemoración del bicentenario de dicha
independencia, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones simplemente son dejados al
margen. O, encubiertos. Con todo lo que el encubrimiento implica de minorización,
subordinación, subalternidad, discriminación, desprecio, exclusión, racismo.
Dicho de otra manera, son los Pueblos Indígenas y sus organizaciones las que tienen una
visión responsable con el devenir histórico de las relaciones interétnicas y de las relaciones
del Estado nacional con los Pueblos Indígenas. Un tema en el cual cuentan con apoyo de
organizaciones y organismos no indígenas, nacionales e internacionales, afines a las
aspiraciones de los Pueblos Indígenas.
Lo que piensan los Pueblos Indígenas, así como intelectuales y organizaciones indígenas,
sobre la necesidad de transformar el Estado monoétnico y monocultural en un Estado
multinacional o plurinacional, es de conocimiento del liderazgo político del país. No
obstante, los Pueblos Indígenas y sus organizaciones son ignorados en la convocatoria a la
conmemoración del bicentenario. Ello, a pesar de la intención (dudosa por esto mismo) de
que “queremos darle un nuevo y profundo impulso a dinámicas de reflexión crítica y creativa
que den paso a nuevas conceptualizaciones que inauguren una época de reforma del Estado,
de innovación política y de refundación de la República” (documento de convocatoria).
Hasta hoy, afirma Cojtí (2004), “se desconoce casi por completo el lento proceso de
multiculturalización del Estado y de la democracia guatemaltecas”. Con excepción del
aspecto legal, el “más conocido y avanzado”. Lo que no implica que la promulgación de
leyes lleve automáticamente al reconocimiento de los Pueblos Indígenas como naciones con
pleno derecho de formar parte, participar y beneficiarse de los bienes del Estado (en cuya
producción tienen una amplia participación). Por esto, como señala Cojtí (2004), no existen
avances en “la formulación, implementación, institucionalización de políticas, planes,
programas y proyectos, ni la adaptación de las estructuras estables del Estado a la
multietnicidad del país”. Si multiculturalizar el Estado ha sido complejo y es un proceso de
lento avance, pensar en la construcción del estado plurinacional seguro requerirá un drástico
reajuste en las relaciones estructurales de poder en todos los órdenes.
Y tampoco es suficiente con que el Congreso de la República, mediante una iniciativa de ley
relacionada con la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, asegure que su
intención principal es “contribuir a robustecer el conocimiento del pasado y fortalecer el
futuro del país, constituyéndose como un punto de partida para fundar un modelo social más
incluyente”. Las características del Congreso de la República en las últimas legislaturas,
cooptado por alianzas criminales, le resta legitimidad y credibilidad.
Con este reconocimiento, y en su calidad de “foro ético y moral” (por excelencia) del Sistema
de las Naciones Unidas, al “promover la justicia social, la cultura de paz y la solidaridad entre
los pueblos”, la UNESCO “ve con satisfacción las acciones que se desarrollan en el ámbito
nacional con motivo de la celebración de este bicentenario, por la trascendencia histórica que
trajo consigo la fundación de nuevas repúblicas. Según esta resolución de la UNESCO, los
movimientos de independencia trajeron consigo “la abolición de la esclavitud en el continente
y la inclusión de las comunidades negras y Pueblos Indígenas en las sociedades nacientes”.
Al decir de Montiel (2010), “con la política de los ‘traslados’ forzados, la población indígena
fue diezmada, expoliada, alcoholizada y una masiva ocupación de sus tierras dio lugar a
nuevas fortunas del personal político”. Los “indios” en las nuevas naciones “fueron blanco de
persecución, expoliación y desagregación de sus comunidades, instalándose un proceso de
colonización interna que no ha concluido en nuestros días”. Desde La Pampa argentina y la
Patagonia chilena hasta la sierra mexicana y las praderas norteamericanas, pasando por la
Amazonía brasileña, la selva venezolana y Centroamérica.
Llegados a este punto, queda claro que ninguna conmemoración de la independencia de 1821
puede valorar los aportes históricos de los Pueblos Indígenas a la diversidad del país, ni sus
aportes a la economía, ni a la construcción de una ciudadanía multicultural, ni a la
conservación del equilibrio ambiental. El discurso que afirma que “hoy todos somos
Guatemala, todos somos independientes y libres”, como dijera el ministro de Cultura en el
acto de inicio de la conmemoración, choca frontalmente con la realidad que viven los Pueblos
Indígenas en su relación con el Estado de Guatemala. Es una afirmación que no se puede
sustentar desde ninguna perspectiva: ni histórica, ni política, ni cultural, ni económica. La
vida cotidiana que viven las personas indígenas, hombres, mujeres, jóvenes, en el campo y la
ciudad muestra una realidad distinta.
A partir del trabajo de grupos como este, se ha posicionado la convicción de que no debe
“prohijarse un nuevo encubrimiento del otro, como ocurrió con memorias y festejos del
llamado ‘descubrimiento de América’”. O, como ocurrió también con la celebración del
primer Centenario de la Independencia de los países de América Latina. Una celebración
promovida por las élites como “una fecha que anuncia su propio y exclusivo progreso
ininterrumpido”.
¿En qué consiste esta segunda independencia? ¿Cómo implica a los Pueblos Indígenas una
segunda independencia de la nación criolla/mestiza/ladina? ¿Podría un movimiento por una
segunda independencia de los países latinoamericanos incluir de manera natural a los Pueblos
Indígenas? ¿Pueden los Pueblos Indígenas hablar de una segunda independencia, si no han
tenido una primera independencia? ¿Cómo pueden aprovechar los Pueblos Indígenas los
caminos que sean construidos desde el pensamiento decolonial hacia una segunda
independencia, en la línea de Arturo Roig?
Roig considera la búsqueda de una segunda emancipación como un proceso con varios
momentos. En esa línea, es necesario someter a crítica situaciones derivadas de la
apropiación y la utilización de los símbolos, la cultura, en general, los bienes tangibles e
intangibles, de la vida misma, de los Pueblos Indígenas en función de los intereses de las
élites y de los sectores de poder legales y paralelos. Para desnaturalizar tales situaciones, es
preciso reconocer el carácter intramundano de las acciones que las producen. Que no son
producto de ninguna voluntad divina, ni se dan por “culpa” de los propios afectados, porque
son perezosos, borrachos…
En 1492 los pueblos originarios de Abya Yala fueron sepultados bajo la imagen del “otro”
europeo. Por ello se habla de “encubrimiento”, y no de “descubrimiento”. De ahí también
el rechazo a la denominación de “descubrimiento” aplicada a la llegada de Cristóbal Colón a
tierras de Abya Yala en 1492, y a otros conceptos como “encuentro”, por ejemplo.
En el mundo académico, fue Enrique Dussel quien, en 1984, introdujo el concepto
de encubrimiento en los debates sobre la validez de los conceptos
de descubrimiento y encuentro (de culturas, de dos mundos). Introdujo también “la necesidad
del ‘desagravio’ al indio” (Dussel, 1994).
Entre las sugerentes ideas de Dussel alrededor del tema del encubrimiento, dos llaman la
atención: por una parte, la centralidad del sujeto europeo, alrededor del cual se hace girar la
percepción de los hombres y mujeres, habitantes de las tierras de Abya Yala, y la relación con
ellas y ellos. Esta percepción, basada en el pensamiento heideggeriano, ha evolucionado
hacia la cosificación del otro. A la llegada de Colón a Abya Yala, sus habitantes fueron
considerados como seres subhumanos, idea reforzada por algunos filósofos y teólogos de la
época, como Juan Ginés de Sepúlveda[1] y Cornelius de Paw[2], entre otros. Según Dussel,
con el tiempo se ha ido afianzando la idea de que todo lo europeo es el centro del mundo.
Todo lo demás, incluyendo las y los habitantes originarios de Abya Yala, no son más que
“entes”, cosas, que pueden ser utilizados y luego ser desechados, y que no merecen respeto
como un “otro” semejante (Dussel, 1994/2).
Por otra parte, el encubrimiento del indígena es una necesidad connatural al sistema. Es una
condición necesaria para conservar el estado de cosas y el estatus de los sectores de poder.
Desde el surgimiento del otro en el horizonte, que irrumpe en el mundo del europeo, se hizo
necesario en-cubrirlo. Para ello, se crearon mecanismos, con sus respectivos dispositivos, que
se activan cada vez que hay que aplastar las cabezas que pretenden salir a la superficie.
Esta es una práctica que pervive en la actualidad. Se ponen en juego mecanismos que van
desde tratar de convencer a indígenas de que su permanencia en la subalternidad les puede
resultar beneficioso, pues puede acceder a bienes que le permitirán disfrutar de la vida
moderna, hasta la amenaza y el recurso del miedo, para inmovilizarlos. De hecho, la amenaza
es real. Y va desde la criminalización de líderes indígenas, hasta el genocidio, como
efectivamente ha sucedido, con el exterminio de comunidades enteras por parte de las fuerzas
de seguridad o la persecución y el asesinato selectivo de lideresas y líderes comunitarios.
En Guatemala, el recurso del miedo va dirigido no solo de manera directa a los Pueblos
Indígenas, a sus organizaciones y a su liderazgo. Va dirigido también a otros sectores de la
sociedad, con la finalidad de promover el rechazo social del indígena, por el miedo que
inspira o por la repulsa que provoca. Es obvio que ninguna de estas reacciones que produce la
presencia indígena es real o tiene una base real. Son más bien herramientas del poder
hegemónico para garantizar la sumisión permanente del indígena.
A este respecto, es muy iluminador el siguiente texto que Anabella Giracca ha preparado para
este artículo. Lo reproducimos aquí con su autorización.
Entre los dispositivos a los que me refiero están, por ejemplo, el paternalismo que se activa
en todas las estructuras sociales, culturales y económicas, y respalda la idea de que unos son
padres de otros, “unos” tienen el poder sobre esos “otros” que ven como amenaza. Esos
pocos “unos” definen el futuro de los muchos “otros”. El solo hecho de llamar “mis
indígenas” lo pone todo claro.
La infantilización del “otro” es un dispositivo más y muy presente en todos los ámbitos.
Tiene como fin justificar dominio minimizando al que se quiere dominar sin tomar en cuenta
su voz y su palabra. Los diminutivos lo ponen más claro aún.
La invisibilización de aquellos que quiero dominar y explotar es igual de grave. “Si no están
en el discurso de poder, no existen”. Consiste en anular no solo la presencia de ese “otro” que
desconozco, sino de apartarlo de los espacios de poder.
El folclorismo es el dispositivo que utiliza el Estado para hacer uso y abuso de la diversidad.
Es quedarse en lo estético y jamás asumir lo ético, donde ese “otro” se convierte en un valor.
Acá vemos la valoración del arte, por ejemplo, pero jamás por quién la produce, sin
reconocimiento ni derechos legales.
Entre estos dispositivos básicos que se activan sistemáticamente para justificar dominio y
poder ante una sociedad “mentalmente colonizada”, está el retorno a lo monstruoso. Desde
hace siglos se construye una imagen que hace del “otro conquistado” un monstruo, un riesgo
que hay que dominar. Las imágenes que se han construido durante siglos tienden a reciclar la
misma idea: el retorno a la barbarie. Es criminalizar al “otro” que representa un riesgo para la
sociedad. Consiste en insistir en semejantes imágenes deshumanizantes, para “deshumanizar”
existencias. Durante los siglos XV y XVI se representó una imagen que ilustraba a los
indígenas americanos sin cabeza, por ejemplo, o exaltaban un canibalismo voraz o les daban
atributos físicos animalescos.
Según mi opinión, esa es la raíz del racismo, porque con el fin de criminalizar, desdibujar,
infantilizar y barbarizar a ese “otro”, se cometieron los primeros grandes genocidios de
nuestra historia. Con el pasar de los siglos, esa idea de fondo prevalece, siempre con el fin de
garantizar el etnocentrismo, el dominio y la utilización del “otro” como un instrumento y no
como un ser humano. Basta con hacer análisis cuidadoso de los medios para ver cómo se
representan los Pueblos Indígenas que sistemáticamente son invisibilizados, infantilizados,
utilizados y vistos como amenaza a la “estabilidad social”. El estudio del imaginario
(conjunto de imágenes que circulan insistentemente y que crean identidad, seducen y apelan a
lo verosímil y jamás a lo verdadero), se hace imperante. Porque únicamente
“deconstruyendo” ese imaginario vamos a lograr entender y crear uno propio, donde
quepamos todos y todas.
Hay que insistir en que, en 1821, los pueblos originarios fueron nuevamente encubiertos. En
1821, la “llamada independencia o emancipación” fue solo un “cambio” de sector de clase
dominante, pero del mismo “bloque histórico en el poder”, que de colonial hispánico pasó a
ser “neocolonial criollo”. La llamada Independencia patria es realmente encubrimiento de los
Pueblos Indígenas, en su condición de oprimidos, violentados, asesinados o reducidos a la
encomienda, a la mita, a la hacienda, a las reducciones (Cf.: Dussel, 2007).
Paro hay más. En el acto de inauguración de los eventos de conmemoración del bicentenario
de la independencia, el presidente Alejandro Giammattei pidió, entre otras cosas, que “hay
que dejar de quejarse y echarse culpas”. Recalcó que “no podemos perder más tiempo
echándonos las culpas y quejándonos allá afuera, en el mundo”. Para ello, “tenemos que
fortalecer la justicia, luchar por la igualdad de oportunidades… Somos una república
democrática, pero tenemos que esforzarnos para defender esos derechos, (para) vivir en
democracia, pero con responsabilidad”
Pero los gobernantes piden que cesen los resentimientos, los traumas y los rencores producto
de la violación permanente de derechos. Cargan asimismo a todos, Pueblos Indígenas
incluidos seguramente, con la responsabilidad de construir la Guatemala en la que queremos
vivir. Mientras tanto, el presupuesto nacional se desvía para cubrir necesidades distantes de
las verdaderas necesidades de los Pueblos Indígenas, que siguen sufriendo las peores
carencias porque los recursos se pierden en los bolsillos de funcionarios.
Por eso, con la celebración del Bicentenario de la “independencia patria”, con asignaciones
presupuestarias desorbitantes, solo se seguirá alimentando la resistencia indígena. Y con ello
el Estado encontrará la excusa perfecta para continuar con las acciones represivas contra las
comunidades indígenas, las organizaciones indígenas y el liderazgo indígena, al mejor estilo
de la contrainsurgencia de los 36 años de conflicto armado interno.
Tampoco una propuesta de una segunda independencia podría ser la vía más apropiada para
la construcción de espacios de libertad de los pueblos. Podría, eso sí, mediante procesos de
empoderamiento, aprovecharse el instrumental teórico, conceptual y metodológico derivado
de las reflexiones decoloniales. Muchas luces han dejado trabajos como los del Grupo
Modernidad/Colonialidad, así como los de intelectuales guatemaltecos que han aportado su
conocimiento a la comprensión de la situación de los Pueblos Indígenas y las posibles rutas
para la construcción de su propio destino y su reafirmación civilizacional.
Superar la condición de resistencia. Por 500 años los Pueblos Indígenas han resistido los
diversos intentos de sometimiento y exterminio por los agentes del poder, al amparo de o con
el respaldo efectivo del aparato estatal. Imposible pensar que la resistencia durará otros 500
años. Por eso, deben darse pasos consistentes para pasar a la condición de pueblos libres para
asumir la construcción de su propia historia.
Recuperar como modelo el papel de los líderes y las lideresas que promovieron y condujeron
los muchos levantamientos que tuvieron lugar a lo largo y ancho del continente durante los
cinco siglos de coloniaje. En esa línea es importante impulsar la reapropiación de las figuras
de las y los líderes del Pueblo Maya y de otros Pueblos Indígenas. No solo para convertirlas
en símbolos, sino en ejemplos vivos a seguir en la construcción del futuro posible. Tkum
Umam, Ka’ib’il B’alam, Manuel T’ot’, para mencionar algunos. Es necesario refrescar la
historia de los Pueblos Indígenas con las figuras de sus lideresas y líderes, los de antes y los
de ahora. Mención especial se le debe a Atanasio Tzul, quien lideró un movimiento para
establecer un gobierno propio. Ajeno totalmente a cualquier participación en el “movimiento
independentista”, por lo que no puede ser considerado “prócer de la independencia”, ni la
ciudad de Chwimeq’ena’ debe llamarse más “ciudad prócer”. En este sentido, Atanasio Tzul
ha marcado el camino para la construcción de la autodeterminación de los Pueblos Indígenas.
FUENTES BIBLIOGRAFICAS