Está en la página 1de 2

¿A QUIÉNES VIENE A BUSCAR EL SEÑOR JESUCRISTO?

(1 Tesalonicenses 4: 16-18) “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios,
descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos
quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre
con el Señor. Por tanto, alentaos los unos a los otros con estas palabras”.

Creo firmemente, porque así lo dice la Escritura, que el Señor Jesucristo va a volver, no sólo en gloria poniendo Sus pies
sobre el monte de los Olivos en Jerusalén (Zac. 14: 4), sino antes, desde el aire, a llevarse a su Novia, la Iglesia (1 Ts. 4: 17).

Este será para nosotros, los creyentes, un evento glorioso, en el cual se cumplirá lo dicho por el apóstol Juan: “Amados,
ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste,
seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es” (1 Juan 3: 2)

Se manifestará nuestra salvación; es decir, se hará evidente en todos los sentidos, cosa que de momento no es así todavía.

1. La pregunta importante

Nos hacemos una pregunta que parece de Perogrullo, pero no lo es. ¿A quién viene Cristo a llevarse? La respuesta sin
ambages, es: a los suyos; a todos aquellos que han sido justificados por Sus méritos en la cruz:

“a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él
sea el primogénito entre muchos hermanos. Y a los que predestinó, a éstos también llamó; y a los que llamó, a éstos
también justificó; y a los que justificó, a éstos también glorificó” (Romanos 8: 29, 30)

Entonces, todos a los que Cristo viene a buscar, tienen algo en común. Tienen la fe que vence al mundo: “Porque todo lo
que es nacido de Dios vence al mundo; y esta es la victoria que ha vencido al mundo, nuestra fe. ¿Quién es el que vence al
mundo, sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios?” (1 Juan 5: 4, 5)

Por lo tanto, podrá entre ellos haber personas más avivadas, más santificadas, o menos, pero independientemente de su
fidelidad, y teniendo en cuenta que la Escritura nos enseña que somos infieles por naturaleza (2 Ti. 2: 13; Ro. 7: 14, 15), son
de Cristo, porque un día nacieron de nuevo (Jn. 3: 3), y ese fue un acto de Dios, no humano.

Todos los santos; y santo es aquel que ha nacido de Dios (Jn. 3: 3; 1 Juan 3: 9), es parte del cuerpo de Cristo, por lo tanto,
resucitará en Cristo, y si vive para ese día glorioso para la Iglesia, será transformado (1 Co. 15: 50-52)

2. Una idea que hay que desechar

¿Por qué digo todo esto? ¿Acaso para fomentar alguna actitud laxa o algo parecido en los cristianos? ¡Jamás! Todo aquel
que tiene esta esperanza en Él, se purifica a sí mismo, así como Él es puro (1 Juan 3: 3).

Digo todo esto porque es necesario exponer la verdad y toda la verdad. Allá voy.

Por pretender forzar a los creyentes hacia una santificación, más bien llevada en la carne, que en el Espíritu (legalismo), en
el más que evidente contexto arminiano, se ha hecho del Rapto o Arrebatamiento una especie de vara de medir, por la cual
y acerca de los creyentes, unos se irían con el Señor, y otros se quedarían en tierra, y que para que eso último no ocurriera,
el creyente debería hacer un esfuerzo singular para alcanzar una cuota suficiente de santidad (nadie sabe exactamente
cuánta). A tal punto ha llegado esto, que muchos, por su sensibilidad y temor, no saben si aplican para ser llevados por
Cristo, o por lo contrario han llegado a creer que lo más probable es que se van a quedar en tierra.
¡Hermanos, eso no es búsqueda de santidad, sino puro y simple legalismo!

Si el ser arrebatados dependiera de un esfuerzo humano en agradar a Dios, y de no producirse suficientemente, llegara a
ser causa de apartamiento de Cristo, entonces la salvación sería por obras y no por gracia (Ef. 2: 8, 9).

Este mensaje hay que desecharlo, no es de Dios, aunque pretenda la santificación del oyente. El fin no justifica los medios.

La diferencia entre la santidad de Dios en nosotros, y el proceso de santificarnos para Dios

Si bien es cierto que la Palabra nos exhorta en esta vida a ocuparnos en nuestra salvación con temor de Dios, lo cual
significa ser diligentes en buscar crecer en santificación, que es nuestro fruto en Cristo y voluntad explícita de Dios, y siendo
de esta manera que nos será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo
(2 Pr. 1: 11) - hermanos - por mucho que un hijo de Dios se esfuerce, no va a ser más santo. Déjenme explicar esto último.

La santidad que un hijo de Dios tiene, no es suya ni es ganada por él, por su hipotético esfuerzo, de otra manera la salvación
sería por mérito, lo cual es imposible. La santidad del creyente es Cristo en él: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya
no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se
entregó a sí mismo por mí” (Gl. 2: 20)

De esa santidad estamos hablando, la de Cristo en el creyente.

Otra cosa es el proceso de santificación, en el cual lógicamente entra el esfuerzo del creyente y su voluntad de agradar a
Dios, en el poder y guía del Espíritu Santo.

Pero hablando de la santidad por la cual el creyente es santo, esta que es la de Cristo en él, por ella será, o bien resucitado,
o bien transformado en aquel día (Fil 2: 12, 13; Ro. 6: 22; 1 Ts. 4: 3; 2 Pr. 1: 10, 11; Gl. 2: 20; 1 Ts. 4: 13-17; 1 Co 15: 50-53)

Hermanos, o se es de Dios, o no se es; no hay punto intermedio. Los de Dios se van con Dios; los que no son de Dios, no. Así
de sencillo.

Los hijos de Dios se van con su Padre celestial; los que no son hijos, no.

Así como no podemos añadir un codo a nuestra estatura, tampoco podemos ser más hijos de lo que somos todos y cada
uno de los hijos de Dios. Un hijo no puede ser más hijo; podrá ser mejor hijo, pero no más hijo de lo que ya es.

Nótese que Cristo viene a por los Suyos. O se es de Cristo, o no se es de Cristo. O se es hijo de Dios, o no se es.

Por lo tanto en el Arrebatamiento de la Iglesia, nos vamos todos los que somos de la Iglesia, la de todos los tiempos; la
Iglesia que conoce el Señor (2 Ti. 2: 19), el verdadero cuerpo de Cristo. De la misma manera que hay en el cielo
innumerables santos que en esta vida sus obras no pasaron la prueba de fuego, y van a ser resucitados como todos los
demás (1 Co. 3: 15), habrá en el momento del Arrebatamiento cristianos de la misma índole, que también serán
transformados junto con los demás... ¿o es que aquellos cristianos del pasado no van a ser resucitados?, lo serán porque
son hijos, quizás a la manera de aquel hijo pródigo, pero hijos de todos modos.

Por tanto también, hermanos, no hagamos de la doctrina del Arrebatamiento una causa de división entre nosotros. Paz de
Cristo.

SOLI DEO GLORIA

También podría gustarte