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EL POPULISMO

INTRODUCCIÓN

Cuando creíamos que Occidente, como cuna de la democracia liberal, exportaría el modelo al
resto del mundo, nos encontramos con que disminuye el número de países democráticos. Y en
distintos países emergentes, que si bien no tenían una democracia consolidada, hemos visto
un giro brusco hasta convertirse en regímenes autoritarios como: India, Filipinas, México,
Brasil, Turquía. En otros con democracias asentadas, desde los años 90 del pasado siglo se
viene observando un “rebrote” de partidos populistas como es el caso de Hungría, Polonia,
España y Francia. Con visos de contagio a países del entorno. (Vallespín, Youtube)

Este fenómeno del populismo, ha despertado un gran interés y preocupación entre los
observadores en cuestiones sociopolíticas y en círculos académicos por la amenaza que
supone para la democracia liberal y los principios que se le presuponen, que tanta libertad,
desarrollo económico y progreso social ha aportado a nuestras sociedades occidentales.

Observamos que el fenómeno del populismo no es uniforme y se presenta tanto en ideologías


de izquierda como de derecha. No todos ellos utilizan las mismas estrategias electorales y
comunicativas, pero sí que todos ellos, presentan una misma lógica de articulación.

Aparece como síntoma claro de una crisis estructural. Es la reacción al desencanto y


descontento de los ciudadanos, ante la precepción de la mala gestión política de los dirigentes
y su falta de rendimiento de cuentas a la ciudadanía. Esto tiene implicaciones en lo económico,
lo cultural, lo psicosocial y lo político.

Con este trabajo me marco el objetivo de acercarme al concepto de populismo, conocer su


marco teórico, sus orígenes, conexiones, manifestaciones y ver como se articula con las
distintas ideologías de la cultura democrática, que son centrales en el estudio que nos ocupa:
tal como el liberalismo, el socialismo y el nacionalismo.

En primer lugar, estableceré la definición de los conceptos: “populismo” y “pueblo” que


considero imprescindible y mencionaré los elementos comunes del fenómeno, que como
hemos dicho no es homogéneo. Posteriormente, partiendo de las ideologías de nuestro
estudio, analizaré los componentes básicos del populismo y de qué forma estos conexionan y
confrontan con dichas ideologías. Esto me permitirá comprenderlo en toda su dimensión en el
ámbito de la globalización.

EXPOSICIÓN

DEFINICIÓN DE POPULISMO:

Si bien utilizamos el término populismo de forma peyorativa frecuentemente como


descalificativo de la gestión de partidos y líderes, dejaremos este uso de lado, para centrarnos
en la definición de Nadia Urbinati (pág.4), que lo determina de este modo: “El populismo es un
proyecto de poder cuya aspiración consiste en lograr que la opinión de la mayoría se
identifique con la autoridad del Estado Soberano; en la práctica, pretende que sus dirigentes y
funcionarios elegidos utilicen el Estado en su favor para poder consolidar y ampliar sus bases
de apoyo ”.

Como máximos teóricos y estrategas del movimiento populista, encontramos a Ernesto Laclau
y Chantal Mouflfe.

Veamos ahora cual es “el mínimo común denominador” (según Fdo. Villaspín pag.35), de este
movimiento:

1. El populismo no es una ideología política, se trata más bien de una acción política.
2. Responde a procesos de brusco cambio social;
3. Dicha reacción se expresa con tintes dramáticos.
4. La restitución se busca a través de una apelación al pueblo.
5. Para que cuaje dicho político totalizador es necesario buscar un antagonista.
6. En la administración de esta polarización es donde todo populismo pone sus mayores
esfuerzos, porque reniega de la visión pluralista de la sociedad.
7. La apelación al pueblo y el señalamiento del enemigo o antagonista se envuelve en
emocionalidad.
8. El discurso del que se valen es, así, profundamente simplificador.
9. La emocionalidad y la simplificación del discurso obligan a sus promotores a entrar en
una guerra de representaciones, con quienes compiten con ellos por dar cuenta del
mundo.
10. Todos los rasgos anteriores ponen en cuestión la tradicional comprensión de la
democracia liberal.

DEFINICIÓN DE “EL PUEBLO”:

Vemos que el populismo apela “al pueblo” como una unidad indisoluble, estableciendo su
identidad a partir de su antagonista. Según Nadia Urbinati (pág. 9): “’el pueblo’ es un
constructo sociológico: se lo identifica con una porción del pueblo, o con la mayoría, o con los
menos ricos, o con la clase baja. Por lo tanto, el populismo no prefigura una política de la
inclusión, sino de la exclusión”.

POPULISMO Y LIBERALISMO

Nos adentraremos a analizar en los espacios en los que el populismo se contrapone a los
principios constituyentes del liberalismo.

El populismo utiliza la estrategia de adherirse a la democracia y sus instituciones para alcanzar


sus planes. Promete devolver el poder al “pueblo”, que creen le han arrebatado, pero esto
supone el cuestionamiento mismo de los presupuestos básicos de la representación
democrática.

Si bien el núcleo central del populismo es el “pueblo”, como una sola unidad, un todo
homogéneo, pretendiendo dar voz “a los sin voz”, el elemento esencial del liberalismo es el
ciudadano como sujeto de derechos, dónde la opinión de cada ciudadano debe ser escuchada
y tenida en cuenta, como sujeto de derechos y libertades.

Su estrategia principal, es crear antagonismo separando al “pueblo” de los otros, de forma


excluyente, ya sean los ricos o las élites, olvidando que solo representan a una facción de la
sociedad. De este modo, se cuestiona la legitimidad y la representación que se les presupone
al resto de los partidos en el juego democrático. En oposición al liberalismo, el cual logró
compatibilizar las mayorías con el respeto de los derechos individuales, a las minorías y el
pluralismo de las sociedades complejas.

El populismo se opone a la política institucional, con expresiones tales como: “no nos
representan”. Crean cauces de diálogo al margen de las instituciones, ejerciendo un bloqueo a
la dialéctica de partidos políticos y ciudadanos, propiciando hostilidad a la libertad individual.
El poder social se manifiesta de forma directa con movilizaciones callejeras, asambleas,
reuniones informales, siempre evitando los cauces legales de las instituciones.

El líder se arroga la verdadera representación del pueblo, rechazando toda autoridad que no
provenga del “pueblo” como un todo homogéneo. Para la comunicación directa con las masas,
utiliza las emociones y la simplificación. Consigue de este modo crear expectativas de
resolución de problemas complejos, con soluciones simples, carentes de cualquier meditación.
A la par que provoca la reacción emocional políticamente movilizadora. Todo lo dicho se
antepone a la representación, la mediación y al sistema de contrapesos de la democracia
liberal.

De esta forma el “pueblo” es utilizado como instrumento de apoyo para conseguir su objetivo
de alcanzar el poder. Convirtiéndolo en “público en vez de actor”, en palabras de Nadia
Urbinati. Una vez que el populismo llega al poder, si la democracia es débil gobierna para el
“nosotros” y solo para nosotros (pese a que sus proclamas iniciales son la de incluir a los
excluidos).Es posible que se produzca quiebra de la división de poderes, una desautorización
del opositor y, como consecuencia, derivar en un gobierno iliberal. Si por el contrario la
democracia está consolidada, serán las instituciones, junto a la sociedad civil, las que puedan
obligar a aceptar la lógica institucional.

POPULISMO Y SOCIALISMO

Es pertinente hacer referencia al contexto sociopolítico para entender como dicho marco se
presta al discurso populista. Según Fernando Vallespín (pág.5): “la social democracia ha sido
imbuida por el neoliberalismo económico y los mercados desregulados”.

En nombre de la justicia social, pretenden una homogenización socioeconómica que les


permita resarcir los agravios perpetrados de las élites capitalistas. En este caso el “pueblo” se
identifica con la lucha de clases. Lo que implica el antagonismo del “nosotros” y del “ellos”, o
bien, el “pueblo” y la “trama”.
En el socialismo al igual que en el populismo, la noción de “pueblo” es explicada como un todo
hegemónico, como una “voluntad colectiva”, a la que se le atribuye la superioridad moral que
le capacita para movilizarse para recuperar la soberanía que creen arrebatada de manos de la
globalización y de los organismos internacionales.

El neoliberalismo ha venido a frustrar las expectativas puestas en la democracia y en el estado


de bienestar, envidiado por todo el mundo. Ahora la democracia está en franco retroceso y el
estado de bienestar (construcción socialista) se presenta insostenible para las próximas
generaciones. Ante este panorama las generaciones de jóvenes bien preparados piensan que
vivirán peor que sus padres. Estas demandas (“cadena de equivalencias” de Laclau) son
recogidas y aprovechadas por el populismo para crear un discurso hegemónico esgrimiendo
una superioridad moral a la vez que simplificador para señalar a su antagónico (“la trama”)
como chivo expiatorio.

Al tiempo que utiliza un discurso cargado de emociones que se manifiesta en las calles
(Primavera Árabe), que transforma la desafección de los desencantados en un rechazo
explícito de lo político, que bloquea toda posibilidad de diálogo con los interlocutores de las
sociedades plurales.

Vemos, por tanto, cuáles son los puntos en los que conecta con el populismo:

 La creación de una identidad colectiva (la clase)


 Homogeneización del pueblo en lo socioeconómico
 La creencia de pérdida de soberanía
 Rechazo de lo político
 La idea de un enemigo externo
 El antagonismo
 La hegemonía, superioridad moral
 Discurso emocional para provocar la movilización (los indignados) contra el enemigo
 Bloqueo del diálogo

POPULISMO Y NACIONALISMO

“El nacionalismo no puede desaparecer… porque la lealtad a la nación es un requisito


necesario para cualquier democracia liberal estable” (pág. 83, Krastev).

En el nacionalismo el “nosotros”, el “pueblo” ha sido agrupado bajo una bandera dotándolo de


una identidad nacional. De esta forma el “pueblo” somos un “nosotros”, los depositarios de
una identidad, una lengua, unos valores morales superiores, de unos símbolos, fiestas,
tradiciones y mitos nacionales. Como antagonistas están “ellos”, los inmigrantes, las élites, el
Estado, el Estado multinivel o supraestado. Todos los que son apreciados como los causantes
de la pérdida de su identidad, de sus valores, de poder económico, del estado de bienestar.

El discurso de los nacionalistas es un discurso hegemónico, donde los “significantes flotantes”


(según Lacrau) se han resignificado a su conveniencia. Colmado de emotividad y exento de
toda racionalidad, aparece la rabia y el odio ante la percepción de la pérdida de poder. No se
prestan a analizar, a dialogar o a buscar un consenso. Todo esto, también es parte de la lógica
del populismo.

“Pero una sociedad que busca o promueve una homogeneidad cultural y lealtad patriótica,
difícilmente podrá dar respuesta satisfactoria a la diversidad cultural” (Ciudad y ciudadanía,
pág. 59).

Si bien todo nacionalismo no es populista, sí que podemos apreciar en algunos nacionalismos


que existen elementos básicos del populismo, tales como: falta de teoría, falsificación de la
historia, desprecio a la pluralidad, antagonismo, utilización del lenguaje democrático para sus
fines, la figura del líder carismático, la superioridad moral, victimismo, oposición a la dialéctica,
a las instituciones, bloqueo a los sistemas de control, como a los tribunales, o los medios de
comunicación. Lo que se opone a los principios básicos de una sociedad democrática liberal y a
los valores que representa.

“Comportarse como un villano a la vez que uno se presenta como víctima es la firma de la
arrogancia del nacionalista populista” (Krastev, pág. 83).

CONCLUSIONES:

En este estudio queda patente que:

El surgimiento de los populismos “constituye una amenaza cierta para la democracia tal y
como la conocemos, en particular para sus imprescindibles elementos liberales” (Vallespín,
pág. 8). Implicando a todos sus componentes constitutivos, transforma la representación en un
proceso de unificación del pueblo. Prefiere el referéndum frente a las elecciones, el
presidencialismo frente al parlamentarismo, cuestiona el régimen político y los derechos que
presupone, no concede soberanía al pueblo, prefiere el lenguaje informal al de las
instituciones y, al bloquear el diálogo, se muestra hostil a la libertad política.

Todo lo anterior nos debe hacer reflexionar sobre el hecho de que las conquistas y los avances
de nuestras sociedades occidentales no son ni continuas, ni eternas.

Vemos que el populismo no tiene un gran cuerpo teórico y se ha ido incrustando en todas las
ideologías adaptando sus discursos según el contexto y los objetivos, mediante proclamas,
consignas retóricas y la apelación continua al “pueblo”.

Cuando alcanzan el poder, se produce una nueva conformación de las relaciones de


pueblo/casta. La casta no desaparece, solo es sustituida por otra nueva casta. Y las demandas
de la ciudadanía quedan frustradas por las promesas incumplidas. Es el caso de Ada Colau,
alcaldesa de Barcelona. Fue aupada al poder por las plataformas contra el desahucio de
viviendas, pero una vez en el gobierno las promesas de “no más desahucios” singuen sin
cumplirse. Lo que realmente importa es la captación de votos y si las medidas que se deben
adoptar son impopulares, simplemente se incumplen.

El discurso populista ha ocupado la calle e incluso ha cogido cuerpo en los partidos políticos no
populistas, que se han subido a este mismo carro. A diario en la prensa, vemos claros ejemplos
de la discursiva populista, que lo mismo funciona para pedir cuentas a las élites financieras por
los desalojos de viviendas, para tergiversar la historia de Cataluña, para cuestionar el Poder
Judicial (caso de Juana Rivas), para posicionarse a favor o en contra de las declaraciones del
ministro Garzón sobre las macrogranjas, o para manifestarse por la deportación de Novak
Djokovic de Australia. Todo ello, despreciando cualquier mínimo espacio de razonamiento y
reflexión a golpe de clics o tuits.

El artículo 7 del Tratado de la Unión Europea pone límites al populismo para preservar sus
valores fundamentales. Este artículo 7 también recoge un carácter preventivo y otro
sancionador, que fue utilizado por primera vez contra Polonia cuando fue propuesta para
sanción por vulneración de derechos de ciertas minorías (la comunidad LGTBI es su última
víctima), sin bien la propuesta no llegó al parlamento. En 2018, Hungría fue sancionada
económicamente por la vulneración de la libertad de prensa y por debilitar la independencia
del poder judicial. Todas estas medidas de presión a los países infractores hasta ahora, no han
tenido el éxito deseado, pues los problemas de fondo siguen patentes.

Si bien, la amenaza del populismo podría valer para que los teóricos del pensamiento político
pudiesen abrir una línea de reflexión sobre los espacios donde nuestro orden organizativo
hace aguas en la era de la globalización. Igualmente como tirón de orejas a nuestras élites
políticas y financieras por su práctica continuada en la toma de grandes decisiones de espaldas
a los ciudadanos. Este mismo tirón de orejas podría servir, asimismo, para sacarnos del
individualismo donde permanecemos cómodamente instalados, no apreciando ni la necesidad
ni la obligación moral y ética de participar en asuntos que son de vital importancia para
nuestro devenir convivencial, pues pone en serio peligro los logros de otros tiempos, nuestros
derechos y libertades. Lo que sería bueno para proporcionar cierto vigor a nuestra política.

No parece que los expertos en cuestiones sociopolíticas tengan a la vista la solución a la


desafección y el desencanto de la ciudadanía con la gestión política. Pero sí que sería necesaria
una sociedad civil participativa con formación e información de calidad, que ayude como
barrera protectora ante el avance de los populismos, porque no cabe duda de que merman la
democracia y constriñen la visión cosmopolita que nos aportó el liberalismo.

Pericles nos dice sobre la práctica ineludible de la función pública: “Somos los únicos, en
efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil”
(Cuidad y ciudadanía, pág. 95).

BIBLIOGRAFÍA

1. “El Fenómeno Populista”, Nadia Urbinati, Desarrollo Económico, vol. 55, nº 215 (mayo-
agosto 2015).
2. “Populismos”, Fernando Vallespín, Mariam M. Bascuñán, Alianza Editorial, 2017.
3. “Ciudad y ciudadanía, Senderos contemporáneos de la filosofía política” Fernando
Quesada, Editorial Trotta, S.A., 2008
4. “La luz que se apaga, Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la Paz”. Ivan
Krastev, Stephen Holmes, Debate.
5. “La fragilidad de la democracia (I)”, Fernando Vallespín, Youtube
(https://www.youtube.com/watch?v=hAglZ0LD_gY), último acceso 21/01/22-
6. Bernardo de Miguel, El País, 16 de julio, 2021

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