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INTRODUCCIÓN
Cuando creíamos que Occidente, como cuna de la democracia liberal, exportaría el modelo al
resto del mundo, nos encontramos con que disminuye el número de países democráticos. Y en
distintos países emergentes, que si bien no tenían una democracia consolidada, hemos visto
un giro brusco hasta convertirse en regímenes autoritarios como: India, Filipinas, México,
Brasil, Turquía. En otros con democracias asentadas, desde los años 90 del pasado siglo se
viene observando un “rebrote” de partidos populistas como es el caso de Hungría, Polonia,
España y Francia. Con visos de contagio a países del entorno. (Vallespín, Youtube)
Este fenómeno del populismo, ha despertado un gran interés y preocupación entre los
observadores en cuestiones sociopolíticas y en círculos académicos por la amenaza que
supone para la democracia liberal y los principios que se le presuponen, que tanta libertad,
desarrollo económico y progreso social ha aportado a nuestras sociedades occidentales.
EXPOSICIÓN
DEFINICIÓN DE POPULISMO:
Como máximos teóricos y estrategas del movimiento populista, encontramos a Ernesto Laclau
y Chantal Mouflfe.
Veamos ahora cual es “el mínimo común denominador” (según Fdo. Villaspín pag.35), de este
movimiento:
1. El populismo no es una ideología política, se trata más bien de una acción política.
2. Responde a procesos de brusco cambio social;
3. Dicha reacción se expresa con tintes dramáticos.
4. La restitución se busca a través de una apelación al pueblo.
5. Para que cuaje dicho político totalizador es necesario buscar un antagonista.
6. En la administración de esta polarización es donde todo populismo pone sus mayores
esfuerzos, porque reniega de la visión pluralista de la sociedad.
7. La apelación al pueblo y el señalamiento del enemigo o antagonista se envuelve en
emocionalidad.
8. El discurso del que se valen es, así, profundamente simplificador.
9. La emocionalidad y la simplificación del discurso obligan a sus promotores a entrar en
una guerra de representaciones, con quienes compiten con ellos por dar cuenta del
mundo.
10. Todos los rasgos anteriores ponen en cuestión la tradicional comprensión de la
democracia liberal.
Vemos que el populismo apela “al pueblo” como una unidad indisoluble, estableciendo su
identidad a partir de su antagonista. Según Nadia Urbinati (pág. 9): “’el pueblo’ es un
constructo sociológico: se lo identifica con una porción del pueblo, o con la mayoría, o con los
menos ricos, o con la clase baja. Por lo tanto, el populismo no prefigura una política de la
inclusión, sino de la exclusión”.
POPULISMO Y LIBERALISMO
Nos adentraremos a analizar en los espacios en los que el populismo se contrapone a los
principios constituyentes del liberalismo.
Si bien el núcleo central del populismo es el “pueblo”, como una sola unidad, un todo
homogéneo, pretendiendo dar voz “a los sin voz”, el elemento esencial del liberalismo es el
ciudadano como sujeto de derechos, dónde la opinión de cada ciudadano debe ser escuchada
y tenida en cuenta, como sujeto de derechos y libertades.
El populismo se opone a la política institucional, con expresiones tales como: “no nos
representan”. Crean cauces de diálogo al margen de las instituciones, ejerciendo un bloqueo a
la dialéctica de partidos políticos y ciudadanos, propiciando hostilidad a la libertad individual.
El poder social se manifiesta de forma directa con movilizaciones callejeras, asambleas,
reuniones informales, siempre evitando los cauces legales de las instituciones.
El líder se arroga la verdadera representación del pueblo, rechazando toda autoridad que no
provenga del “pueblo” como un todo homogéneo. Para la comunicación directa con las masas,
utiliza las emociones y la simplificación. Consigue de este modo crear expectativas de
resolución de problemas complejos, con soluciones simples, carentes de cualquier meditación.
A la par que provoca la reacción emocional políticamente movilizadora. Todo lo dicho se
antepone a la representación, la mediación y al sistema de contrapesos de la democracia
liberal.
De esta forma el “pueblo” es utilizado como instrumento de apoyo para conseguir su objetivo
de alcanzar el poder. Convirtiéndolo en “público en vez de actor”, en palabras de Nadia
Urbinati. Una vez que el populismo llega al poder, si la democracia es débil gobierna para el
“nosotros” y solo para nosotros (pese a que sus proclamas iniciales son la de incluir a los
excluidos).Es posible que se produzca quiebra de la división de poderes, una desautorización
del opositor y, como consecuencia, derivar en un gobierno iliberal. Si por el contrario la
democracia está consolidada, serán las instituciones, junto a la sociedad civil, las que puedan
obligar a aceptar la lógica institucional.
POPULISMO Y SOCIALISMO
Es pertinente hacer referencia al contexto sociopolítico para entender como dicho marco se
presta al discurso populista. Según Fernando Vallespín (pág.5): “la social democracia ha sido
imbuida por el neoliberalismo económico y los mercados desregulados”.
Al tiempo que utiliza un discurso cargado de emociones que se manifiesta en las calles
(Primavera Árabe), que transforma la desafección de los desencantados en un rechazo
explícito de lo político, que bloquea toda posibilidad de diálogo con los interlocutores de las
sociedades plurales.
Vemos, por tanto, cuáles son los puntos en los que conecta con el populismo:
POPULISMO Y NACIONALISMO
“Pero una sociedad que busca o promueve una homogeneidad cultural y lealtad patriótica,
difícilmente podrá dar respuesta satisfactoria a la diversidad cultural” (Ciudad y ciudadanía,
pág. 59).
“Comportarse como un villano a la vez que uno se presenta como víctima es la firma de la
arrogancia del nacionalista populista” (Krastev, pág. 83).
CONCLUSIONES:
El surgimiento de los populismos “constituye una amenaza cierta para la democracia tal y
como la conocemos, en particular para sus imprescindibles elementos liberales” (Vallespín,
pág. 8). Implicando a todos sus componentes constitutivos, transforma la representación en un
proceso de unificación del pueblo. Prefiere el referéndum frente a las elecciones, el
presidencialismo frente al parlamentarismo, cuestiona el régimen político y los derechos que
presupone, no concede soberanía al pueblo, prefiere el lenguaje informal al de las
instituciones y, al bloquear el diálogo, se muestra hostil a la libertad política.
Todo lo anterior nos debe hacer reflexionar sobre el hecho de que las conquistas y los avances
de nuestras sociedades occidentales no son ni continuas, ni eternas.
Vemos que el populismo no tiene un gran cuerpo teórico y se ha ido incrustando en todas las
ideologías adaptando sus discursos según el contexto y los objetivos, mediante proclamas,
consignas retóricas y la apelación continua al “pueblo”.
El discurso populista ha ocupado la calle e incluso ha cogido cuerpo en los partidos políticos no
populistas, que se han subido a este mismo carro. A diario en la prensa, vemos claros ejemplos
de la discursiva populista, que lo mismo funciona para pedir cuentas a las élites financieras por
los desalojos de viviendas, para tergiversar la historia de Cataluña, para cuestionar el Poder
Judicial (caso de Juana Rivas), para posicionarse a favor o en contra de las declaraciones del
ministro Garzón sobre las macrogranjas, o para manifestarse por la deportación de Novak
Djokovic de Australia. Todo ello, despreciando cualquier mínimo espacio de razonamiento y
reflexión a golpe de clics o tuits.
El artículo 7 del Tratado de la Unión Europea pone límites al populismo para preservar sus
valores fundamentales. Este artículo 7 también recoge un carácter preventivo y otro
sancionador, que fue utilizado por primera vez contra Polonia cuando fue propuesta para
sanción por vulneración de derechos de ciertas minorías (la comunidad LGTBI es su última
víctima), sin bien la propuesta no llegó al parlamento. En 2018, Hungría fue sancionada
económicamente por la vulneración de la libertad de prensa y por debilitar la independencia
del poder judicial. Todas estas medidas de presión a los países infractores hasta ahora, no han
tenido el éxito deseado, pues los problemas de fondo siguen patentes.
Si bien, la amenaza del populismo podría valer para que los teóricos del pensamiento político
pudiesen abrir una línea de reflexión sobre los espacios donde nuestro orden organizativo
hace aguas en la era de la globalización. Igualmente como tirón de orejas a nuestras élites
políticas y financieras por su práctica continuada en la toma de grandes decisiones de espaldas
a los ciudadanos. Este mismo tirón de orejas podría servir, asimismo, para sacarnos del
individualismo donde permanecemos cómodamente instalados, no apreciando ni la necesidad
ni la obligación moral y ética de participar en asuntos que son de vital importancia para
nuestro devenir convivencial, pues pone en serio peligro los logros de otros tiempos, nuestros
derechos y libertades. Lo que sería bueno para proporcionar cierto vigor a nuestra política.
Pericles nos dice sobre la práctica ineludible de la función pública: “Somos los únicos, en
efecto, que consideramos al que no participa de estas cosas, no ya un tranquilo, sino un inútil”
(Cuidad y ciudadanía, pág. 95).
BIBLIOGRAFÍA
1. “El Fenómeno Populista”, Nadia Urbinati, Desarrollo Económico, vol. 55, nº 215 (mayo-
agosto 2015).
2. “Populismos”, Fernando Vallespín, Mariam M. Bascuñán, Alianza Editorial, 2017.
3. “Ciudad y ciudadanía, Senderos contemporáneos de la filosofía política” Fernando
Quesada, Editorial Trotta, S.A., 2008
4. “La luz que se apaga, Cómo Occidente ganó la Guerra Fría pero perdió la Paz”. Ivan
Krastev, Stephen Holmes, Debate.
5. “La fragilidad de la democracia (I)”, Fernando Vallespín, Youtube
(https://www.youtube.com/watch?v=hAglZ0LD_gY), último acceso 21/01/22-
6. Bernardo de Miguel, El País, 16 de julio, 2021