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Telar

REVISTA DEL INSTITUTO INTERDISCIPLINARIO


DE ESTUDIOS LATINOAMERICANOS

UNIVERSIDAD NACIONAL DE TUCUMÁN


FACULTAD DE FILOSOFÍA Y LETRAS
IIELA
Núm. 5 v Año IV v 2007

Telar 1
Telar
Carmen Perilli
Directora
María Jesús Benites
Secretaria de Redacción

Consejo Editorial
Victoria Cohen Imach
Rossana Nofal
Alan Rush

Comité de Referato
Sonia Mattalía (Universidad de Valencia)
Nuria Girona (Universidad de Valencia)
Nora Domínguez (Universidad de Buenos Aires)
Andrés Rivas (Universidad Nacional de Santiago del Estero)
Ludmila da Silva Catela (Universidad Nacional de Córdoba-
CONICET-Núcleo Memoria)
María del Pilar Vila (Universidad del Comahue)
Emilio Crenzel (Universidad de Buenos Aires-Núcleo Memoria)

© 2007
Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos
Facultad de Filosofía y Letras - UNT
Av. Benjamín Aráoz 800 - 4000 San Miguel de Tucumán
ISSN Nº 1668-3633
Correspondencia y Canje: Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos
Facultad de Filosofía y Letras - e-mail:
iiela1@webmail.filo.unt.edu.ar

Diseño de tapa: Lic. Pablo Adrís

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Índice

Prólogo ..................................................................................................... 5
Carmen Perilli, Alan Rush

1. LUGAR DE AUTOR
El intelectual en América Latina ........................................................... 9
Noé Jitrik

¿Existe una identidad literaria? Apuntes para la construcción de


una respuesta .......................................................................................... 16
Juan Martini

2. POSICIONES
¿Intelectuales? ¿Hoy? ............................................................................. 23
Alan Rush

Intelectuales y arte (“recaídas y persistencias de la


ciudad letrada”) ...................................................................................... 41
Miguel Dalmaroni

Intelectuales y praxis emancipadora. Apuntes para


un manifiesto .......................................................................................... 57
Miguel Mazzeo

3. REPRESENTACIONES
De los '70 a los '90
Un combate para armar: Mario Vargas Llosa y Ángel Rama ......... 69
Carmen Perilli

Intelectuales, universidad y política en Las Cartas de Arguedas ....... 86


Aymará de Llano

Tamara Kamenszain o las paradojas del linaje de los talmudistas ... 101
Denise León

Entre la vida y la poesía. Francisco Urondo y los


dilemas del escritor .............................................................................. 115
Mariana Bonano

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Genealogías
El Norte y la Nación en Juan B. Terán, Ricardo Rojas y
Alfredo Coviello ..................................................................................... 137
Soledad Martínez Zuccardi

Liberalismo, izquierda y nacionalismo en los


debates de 1936 en Buenos Aires ...................................................... 161
Celina Manzoni

Pedro Sarmiento de Gamboa: Brujo, historiador y poeta ............. 173


María Jesús Benites

4. PRÁCTICAS
Intelectuales marxistas en Latinoamérica. La experiencia de la
revista Herramienta ................................................................................ 187
Aldo Casas

¿Qué pasa cuando la Historia alcanza al historiador?


El regreso de “Lorenzo”, el primo de mi mamá ............................. 198
Federico Lorenz

Transmisiones generacionales y luchas de sentido ......................... 214


Susana Kaufman

5. RESEÑAS
Una república de las letras. Lugones, Rojas, Payró.
Escritores argentinos y Estado. Miguel Dalmaroni............................ 221
Rossana Nofal

Cosa de Negros. Washington Cucurto ................................................ 224


Sonia Páez de la Torre

Países de la memoria y el deseo. Jorge Luis Borges y


Carlos Fuentes. Carmen Perilli ............................................................. 225
María del Pilar Vila

Colaboradores ....................................................................................... 229

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PRÓLOGO

Esta edición de Telar se centra en la problemática de los intelectuales en


América Latina. Dos antecedentes académicos de esta iniciativa son el
proyecto de investigación “Representaciones de los intelectuales en la lite-
ratura y la cultura latinoamericanas. Posiciones y prácticas” dirigido por
Carmen Perilli y financiado por el CIUNT y el Coloquio sobre “Los intelec-
tuales y la Cultura en América Latina”, realizado en mayo de 2006. Como
causa y consecuencia del abordaje de la cuestión de los intelectuales en
Latinoamérica, se expresaron en estos espacios las inquietudes y perpleji-
dades acerca de nuestra propia condición como miembros de una comuni-
dad crítica. Doble preocupación: acerca de la responsabilidad que conlleva
nuestra tarea cotidiana como trabajadores universitarios o activistas pen-
santes inmersos en la crisis que nos acercó, de modo más apasionado, a
intentar encontrar el contenido preciso y la pertinencia –o falta de ella,
hoy–, del concepto mismo de intelectual. La función de crítica y represen-
tación política clásicamente atribuida a los intelectuales están hoy cuestio-
nados en un mundo socialmente fragmentado, a la vez recubierto globalmente
por la lógica de la mercancía y el espectáculo mediático.
Repensar nuestra tarea académica en el contexto social más amplio que
lo abarca nos permitió abrir este volumen de Telar a un abanico de experien-
cias que van desde la creación artística pura a la militancia social y política
más comprometida. Buscamos que la teoría que se extiende reflexivamente
hacia la práctica sea enriquecida por la práctica capaz de reflexionar sobre
sí misma, y viceversa.
El lector encontrará en todos los casos intervenciones meditadas y
medulosas a las que por su temática cabe atribuirles acaso más que nunca el
adjetivo de cautela científica habitual. Textos inacabados, abiertos, que
deben leerse atravesados por nuestros encarnados dilemas conceptuales y
auto-cuestionamientos sociales y políticos como … ¿intelectuales? afecta-
dos por y enmarañados en las crisis y utopías de nuestro país y Latinoamé-
rica, de sus universidades y sistemas científicos, sus creaciones y su merca-

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do cultural, sus organizaciones sociales y políticas, etc.
Se trata de una primera convergencia que acoge contribuciones desde
la crítica e historia literaria, desde el psicoanálisis y la historiografía social,
desde la epistemología y el pensamiento político, desde la experiencia mi-
litante, editorial y artística. El arco geográfico abarca toda nuestra Améri-
ca, y el arco temporal abarca desde el letrado colonial hasta el crítico y el
escritor contemporáneo, la gran mayoría habitante de nuestras derruidas
universidades. Fue necesario volver sobre las décadas calientes de los gran-
des debates intelectuales –encendidos por la revolución cubana y su estela
de guerrillas latinoamericanas– acerca del tipo de relación que le cabían al
teórico, al artista, al poeta respecto de la transformación radical. Un espa-
cio importante lo ocupan los estudiosos de la memoria, aquellos que re-
construyen ese doloroso tejido de la represión y la violencia.
Acaso el lector pueda encontrar algunas orientaciones o climas teóri-
cos comunes a todos o la mayor parte de este arco iris de contribuciones. Un
tópico recurrente es la puesta en cuestión de la validez, hoy, del concepto
mismo de intelectual capaz de ser a la vez académico –o académicamente
formado, o especialista– y políticamente representativo más allá de la aca-
demia o su especialidad como creador. Este cuestionamiento generalmen-
te, pero no siempre, va de la mano con la revaloración del trabajo específico
del artista, el crítico literario, el académico o científico. Otro tópico recu-
rrente es la preocupación por Latinoamérica, Argentina, la región del NOA
y Tucumán, unida a una actitud crítica frente al imperio, el imperialismo o
la globalización. En algunos artículos, también desde un rechazo del capi-
talismo.
Pero más exuberantes son las diferencias y tensiones entre los trabajos,
tensiones incluso al interior de un mismo artículo. Sería deseable proyectar
estas diversidades y diferencias hacia intercambios más estrechos en nue-
vos coloquios y escritos. Entre ellas señalamos posibles claves: compatibi-
lidad o no entre academia y pensamiento crítico –o simplemente válido,
objetivo–, entre academia e intelectualidad militante; carácter comprome-
tido e interesado del conocimiento como aplicable a los intelectuales públi-
cos y también a académicos y científicos, inclusión de las posiciones de los

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sujetos-género, raza, clase. El poeta César Vallejo nos interpela “Confianza
en el anteojo, no en el ojo; / en la escalera, nunca en el peldaño” para
agregar “Confianza en muchos, pero ya no en uno/ en el cauce, “jamás en la
corriente”. Este volumen es sólo un momento más en la tarea de construir
nuestros propios anteojos, aquellos que nos permitan encontrar las pregun-
tas adecuadas en estas nuestra latitudes.

Carmen Perilli y Alan Rush

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1. LUGAR DE AUTOR

El intelectual en América Latina1


NOÉ JITRIK

Pregunta: Mientras en América Latina emergen algunos liderazgos


políticos y sociales, se fomenta la antipolítica. ¿Cómo explicamos la para-
doja?

Respuesta: Yo creo que no hay tal paradoja, y si la hay sus términos


serían los siguientes: por un lado, la desconfianza en la política y en los
políticos existió siempre en los países de América Latina pero en los tiem-
pos que corren adquirió una fisonomía más homogénea, más gente es im-
permeable a lo político, ayudada en ese sentimiento por la desconfianza que
producen todos los malos políticos y la estructura política misma, cerrada,
sin horizontes, procurando sólo autoalimentarse y perdurar, más que regir,
administrar o sencillamente gobernar; por el otro, como pareciera que las
sociedades actuales siguen teniendo instituciones y el Estado, por más dis-
minuido que esté, sigue siendo un referente indispensable, o al menos es
difícil prescindir de él, todos los que abominan de la política terminan por
favorecer la aparición de determinados liderazgos que son frutos de una
indecisión social que puede explicarse de la siguiente manera: no se cree en
nadie pero como no se puede prescindir de las instituciones, quienes asu-
men esa responsabilidad y aparecen encarnando al mismo tiempo lo antipo-

1
Entrevista a la Revista Quorum, gentilmente cedida por Noé Jitrik.

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lítico y un programa de acción salvacionista son más escuchados, al menos
por un tiempo, y apoyados de una manera ambigua, no porque se hayan
establecido compromisos que salen de lo personal sino porque no hay más
remedio y a algo hay que aferrarse para que el todo social no se derrumbe.
Pero esos mismos líderes necesitan, para conservar el poder, fomentar
una antipolítica, como si sólo ellos tuvieran en sus manos la política. Una
frase que corrió bastante indicaba ese estado de ánimo: “a mí no me interesa
la política, yo soy peronista”. ¿Qué entenderán por política quienes pien-
san de ese modo? ¿Y qué los que formulan preguntas como éstas?

P.: ¿Cómo considera usted posible actualmente para un escritor una


forma de militancia más allá de la literatura? ¿Acaso cree que solamente
sigue siendo posible creando un discurso que deconstruya el discurso del
poder constituido?

R.: Me parece difícil que el escritor pueda llevar a cabo una militancia
fuera de la literatura; esto, la literatura, es una práctica muy absorbente,
tanto o más que lo que en las pregunta se denomina “militancia”, palabra de
sentido amplio aunque se pueda intuir, cuando se la invoca –y no sin cierto
tufillo moral– que se trata de política.
Esto quiere decir que el escritor que decida hacer política, militancia,
o militancia política, debe si no abandonar la literatura al menos suspender
su ejercicio. De todos modos, y en todos los tiempos, muchos escritores,
que ponían su nombre, y nada más que eso, para apoyar determinadas cau-
sas, “adherían”, creían que por eso hacían militancia o eso les confería un
estatuto político especial, más prestigioso por ser escritores, sobre todo
famosos.
No puedo ignorar que los discursos tienen diferentes pesos en la socie-
dad: el de los prestigiosos o famosos más que el de los poco o nada conoci-
dos pero el tema de la responsabilidad política los afecta por igual, no más
a los escritores que a los demás que, en definitiva, son los que deciden. Y
este razonamiento no sólo tiene que ver con la actualidad sino que siempre
ha sido así aunque hubo algunos momentos, contradictoriamente favora-

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bles, en que se podía ser escritor y poner el cuerpo, como ocurrió durante la
guerra civil en España. También puede uno preguntarse si Hemingway
apreciaba más su participación bélica que “¿Por quién doblan las campa-
nas?, aunque tal vez Miguel Hernández tendría dudas, sobre todo instantes
antes de que lo fusilaran.
Por otra parte, “todo” discurso auténticamente literario “deconstruye”
los saberes que preceden su aparición y, en consecuencia, también el del
poder aunque lentamente, subterráneamente, de manera diferida pero, des-
de luego, tiene que ser un discurso literariamente poderoso que detenga el
lugar común y corte la respiración. No creo que un discurso, así se llame a
sí mismo literario, hecho de consignas y de lugares comunes, tenga esa
capacidad. ¿Pero quién determina lo que es literario? Ni la voluntad de los
escritores ni la perspicacia de los lectores sino una intuición poderosa,
capaz de reconocer lo literario aunque sea incapaz de definirlo.

P.: ¿Qué temas considera que el discurso intelectual hoy debería poner
en el centro del debate, pero que quizás están silenciados, ocultos u olvida-
dos, por el conformismo, la resignación o la frustración?

R.: Para un escritor los “temas” son necesarios pero no suficientes: se


requiere algo más para que un tema socialmente importante sea literaria-
mente importante y, por consecuencia, incida sobre las mentalidades, los
hábitos y las estructuras: durante la Colonia el tema importante de la gran-
deza de los reyes engendró penosos poemas mientras que el silencioso re-
buscamiento de Sor Juana Inés de la Cruz dio lugar a expresiones de la más
alta poesía; Rubén Darío, por dar otro ejemplo, manejaba temas fútiles, que
los comprometidos de su época condenaron, pero él cambió la poesía y su
estatuto mientras que nadie recuerda a quienes lo censuraban.
Además, en cuanto a temas fundamentales para la sociedad, como me-
moria y olvido, por ejemplo, me parece que no reina el silencio, el oculta-
miento o el olvido sino, por el contrario, existe un abuso temático que les
quita efectividad, percusión y que se corre el riesgo de que, como temas en
sí mismo valiosos, pierdan fuerza; quienes así los frecuentan pueden en el

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mejor de los casos “sentirse” contentos consigo mismos porque han dicho
expresamente lo que hay que decir para estar bien colocados en el horizonte
de la honestidad política, pero eso no les quita el carácter de contribuyentes
al desgaste.
Lo mismo ocurre con las declaraciones –un grupo de nombres presti-
giosos y luego siguen las firmas: ¿qué significa eso desde una perspectiva
crítica que puede iluminar la conciencia de alguien?– que ya son retórica
aunque, lo reconozco, todavía es preciso hacerlo. Pero, yendo a lo concreto,
cada escritor o intelectual se ocupa de lo que puede y el elenco de temas que
aparecen en sus textos resulta de una rara combinación; a veces interpretan
o asumen temas que están en el aire pero la mayor parte de tiempo los
construyen como temas; si lo hacen bien, honestamente, con descubrimien-
to, pronto se ve que han percibido algo que ocurre en la sociedad y lo
descubren.
En lo que me concierne, mis temas predilectos pueden parecer muy
abstractos y despegados del elenco preferido pero siento que vuelvo al de-
bate desarrollándolos; así, por ejemplo, si reflexiono sobre la “conversa-
ción”, por ejemplo, creo que aludo a profundos asuntos relacionados con la
comunicación o la incomunicación lo cual, a nadie escapa, es algo más que
un tema oculto o silenciado: es un rasgo propio de una época; el que sea
imperfecta, por ejemplo, es un indicio del estado actual de las relaciones
sociales. ¡Y vaya que eso es un tema!

P.: Usted ha reflexionado sobre los deberes del intelectual. ¿Sobre qué
bases surgen estas responsabilidades y cuáles serían las fundamentales?

R.: Es cierto que alguna vez he pensado y escrito sobre este asunto; lo
hice tomando como eje la idea de “corrupción” de la escritura; dicho de
otro modo, el primer deber del intelectual es rechazar esa corrupción que
funciona como una permanente amenaza, sus tentaciones son grandes y es
preciso hacer un esfuerzo para neutralizarla.
Pero aún así, no es fácil definirla aunque algunos elementos saltan a la
vista: el facilismo, el lugar común, las ideas preconcebidas, el excesivo

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respeto al lenguaje del poder y, como matiz, a la opinión dominante, la
resignación del elemento de crítica, sin la cual ningún intelectual podría
ostentar ese nombre y, por supuesto, el ponerse al servicio de dictadores,
opresores, torturadores, etcétera.
Esto no quiere decir que el cuidarse de la corrupción conduzca a una
idea de pureza absoluta e incontaminada sino tan sólo constituiría el requi-
sito mínimo de su sentimiento de autorrespeto.
En cuanto a las “bases” se presenta un vasto problema: ¿en nombre de
qué debe neutralizar la corrupción? Y otro: ¿es un intelectual el dueño de un
saber que lo obliga a ponerlo al servicio de una causa que no es definida por
él mismo y que, por ser como es, lo preservaría de la corrupción? ¿Cuáles
son las voces de la sociedad que le indicarían un camino seguro para cum-
plir con su papel y, en su cumplimiento, lo llevarían al dilema que presenta
la posibilidad de corrupción?

P.: ¿Cómo contempla la actual situación hegemónica de Estados Uni-


dos? ¿Cree que quizás se está instalando una nueva idea dominante, traman-
do un destino, con el consentimiento de la sociedad de Estados Unidos, a
partir de esta manera paranoica, mesiánica y de dominio mundial?

Es verdad que en los actuales momentos los Estados Unidos tienen una
posición hegemónica, tanto militar como financiera y económica pero eso
es quizás lo menos importante: lo más importante, a mi juicio, es el poder
tecnológico y científico que poseen y que los hace dueños de un instrumen-
to poderosísimo, tanto que, pese a todos los agravios que le hacen al mundo,
sigue siendo el referente principal: medicina, comunicación, nuevas cien-
cias, espacio, etcétera. Por supuesto que la sociedad norteamericana refren-
da y avala, por ahora, este papel pero acaso lo haga temporariamente por-
que se siente amenazada –lo del 11 de setiembre es clave para entender el
sentimiento de amenaza– y luego, como ocurrió otras veces, cambie y reti-
re su apoyo al mesianismo que hoy por hoy caracteriza la política exterior
de los Estados Unidos.
Sucedió cuando lo de Vietnam y por qué suponer que no va a suceder

Telar 13
otra vez, cuando tal política empiece a afectar los intereses más elementales
de los ciudadanos norteamericanos que terminarían por abandonar un
pseudo patriotismo, que no les garantiza nada real ni simbólico, si de una
manera u otra sintieran que su modo de vida puede ser afectado.

P.: ¿Qué tradiciones culturales y literarias le interesan especialmente


en estos tiempos? ¿Cuáles cree que reafirman mejor su propio espacio en
estos años en que se habla de una unidad monolítica llamada globalización,
que supuestamente puede diluir las tradiciones nacionales en una cultura
mundial? ¿Con qué otras literaturas considera que se dan ahora sobre todo
las conexiones, alianzas y parentescos, el diálogo de los autores?

R.: Por empezar, uno no elige las tradiciones en las que se inscriben los
proyectos; más bien las sigue aunque luche contra ellas y sea conciente del
peso que tienen, a veces negativo –las ideológicas–, a veces positivas –la
sintaxis–. De qué modo, además, uno se sitúa en el conflicto que entraña la
perduración de las tradiciones y los deseos de modificarlas.
Creo que de dos maneras: una, afirmativa, acrítica, que las acepta tal
cual: en nuestro caso, por un lado la tradición europea, por el otro, las
tradiciones, en plural, populistas; la otra, cuestionadora, crítica, que sin
renegar del idioma y de la forma, tiene como objetivo la innovación, la
búsqueda de la voz propia. Yo diría que intento pertenecer a este grupo,
intento ser nacionalista, en un sentido que nada tiene que ver con los nacio-
nalismos que, precisamente, adoran la tradición, sino que implica com-
prender el lugar en que se vive, la lengua que se posee, el espíritu de los que
componen esta sociedad y admiten que hay algo que hacer en ella.
Así, por ejemplo, me importa la literatura argentina pero no porque
sostenga irracionalmente que es la mejor del mundo sino porque siendo la
que tenemos da lugar a un trabajo de comprensión al cabo del cual lo propio
es susceptible de ser mejor. Me parece que algo así nos preserva de eso que
se llama, de manera harto aburrida, globalización y que penetra si la deja-
mos penetrar y cuyo objetivo no es construir una cultura mundial sino sólo
aniquilar el concepto de cultura entendida como modo de producción de la

14 Telar
identidad.
Aun admitiendo que se trata de una cultura mundial el concepto de
globalización tiene más que ver con modos de vida basados en sistemas de
producción unificada que con el aspecto de creatividad de lo que llamamos
cultura; no obstante, si pensamos en ciertos campos en particular –no en la
literatura y el arte– como la medicina o el correo electrónico es difícil
sostener que se trata de un ingreso a la barbarie.
En cuanto a las conexiones literarias yo creo que siempre deben ser
bienvenidas, salgan de donde salgan; el problema es que no llegan de mane-
ra fluida al conocimiento de los practicantes de literatura sea cual fuere el
lugar donde pretendan hacer literatura; las razones son múltiples, económi-
cas sobre todo y, en segundo lugar, de encierros nacionalistas; eso hace que
no haya traducciones y crea una ilusión espontaneísta, la de que se puede
hacer literatura en sí, sin conexiones ni aprendizajes.

Telar 15
¿Existe una identidad literaria?
Apuntes para la construcción de
una respuesta
JUAN MARTINI

¿Cuáles son hoy las fronteras de un país o de un continente? ¿En qué


consisten la soberanía de un país, la autodeterminación de los pueblos o los
derechos humanos? Estas preguntas, y otras –todas preguntas sobre la iden-
tidad, sobre la cultura, sobre el saber, preguntas sobre el orden de las nacio-
nalidades y sobre el orden internacional que gobernó como pudo al mundo
desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta el 11 de septiembre de
2001–, preguntas, en definitiva, sobre un orden indeseable que hoy rige a la
humanidad –orden que de ninguna manera llamaré nuevo sino, en el mejor
de los casos, repentino (puesto que no ha sido del todo imprevisible)–,
preguntas cuyas respuestas casi no existen o están en tránsito pero que for-
mulan sin embargo el amplio marco de una incertidumbre que tiene, en su
base, la crisis de nociones que parecían indiscutibles: la identidad personal,
la identidad de las naciones, las más amplias aún identidades culturales que
permitieron, por ejemplo, que la Unión Europea reordenara y reformulase
no sólo sus intereses económicos y políticos sino los enclaves que hoy le
permiten a los países miembros identificarse con una noción general de
Europa que la Unión reivindica como su identidad cultural.

En estos primeros años del siglo XXI estamos protagonizando un enor-


me cambio sin fronteras que quizá nos ponga frente a un futuro inmediato o
cercano completamente nuevo y casi con seguridad detestable, un futuro
que en sus expresiones polares podría ser dominado por las formas más
desarrolladas del capitalismo jamás imaginadas o por fundamentalismos
religiosos militarizados: ninguna de estas dos posibilidades, por lo demás,

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excluye a la otra... Sería de ilusos imaginar la posibilidad de un planeta
custodiado por un poder hegemónico, por sus ejércitos de ocupación o por
sus milicias terroristas, y que ese poder no tuviese por objetivos el control
de la política y de la economía mundiales a través del control de los recursos
financieros y humanos, los combustibles, el tráfico de armas y de drogas...
Nos toque lo que nos toque sería, en un escenario de tal naturaleza, prácti-
camente imposible zafar de dictaduras disfrazadas de adalides de las liber-
tades para las cuales serán necesarias y funcionales, además, nuevas e infi-
nitas guerras que mantengan en pie a las industrias, por un lado, y al miedo
por el otro... También conviene señalar que cuando se habla de formas
hiperdesarrolladas del capitalismo no se excluye el avance sobre nuevos
mapas geopolíticos de potencias económicas, militares, científicas y huma-
nas como China, Rusia, India o Japón...
La globalización, que un día nos cambió ideas básicas acerca de la
identidad de una persona o de un país, y de la identificación de las personas
y los países con fenómenos propios de las tradiciones, los mitos y las cultu-
ras, un día –con la misma rapidez y candor con que otro día habíamos
pasado de los discos de vinilo a los CD’s digitalizados o de los teléfonos
presos de sus cables a la liviandad de los celulares– nos cambió de golpe las
ideas sobre las fronteras, sobre las diversas bolsas de valores, y sobre los
mercados comerciales. Nos cambió también, por supuesto, o al menos puso
en crisis, valores no fungibles como la honradez, la tolerancia, el respeto
mutuo y la ética. En su lugar la hipermodernidad parece haber establecido
la noción de protectorados económicos y militares para el mundo entero, la
trivialidad en las ideas, y la comunicación masiva o mediática como la
esencia misma de una razón de ser fugaz, inerme, intrascendente: la cultura
no debe ser una forma de imaginar el mundo y sus utopías sino un entrete-
nimiento publicitario y funcional al consumo y a la pasividad.
Las unidades regionales, continentales o estratégicas, como la mencio-
nada Unión Europea, o los proyectos del Mercosur y del ALCA (Área de
Libre Comercio de las Américas), son uniones comerciales, económicas y
políticas que se disputan y se disputarán los mercados, la hegemonía de las
divisas y las políticas globales... En medio de esos bloques desaforados,
imperiales y masificados, la identidad, como una idea arcaica, es posible

Telar 17
que quede a la deriva o que sea homologada, como una trivialidad más, a
los valores entonces globalizados que reducirán toda noción consistente a
una noción ligera pero sobre todo inofensiva.
Conviene de todas maneras no perder de vista que este probable futuro
es por ahora sólo una posibilidad en progreso, y que en el caso argentino, y
en el caso hispanoamericano –por la comunidad de una lengua– o en el caso
latinoamericano –que incluye a Brasil–, los ideales de los próceres naciona-
les y continentales en cuanto a la construcción o el reconocimiento de iden-
tidades propias de cada país y otras propias de la región –aquella gran Na-
ción de Repúblicas imaginada por Simón Bolívar– no han pasado en gene-
ral de la expresión de ideales a los que se puede adherir o no según grados de
convicción o de duda que no han encontrado aún consensos objetivos... De
modo que desde otro ángulo, desde una perspectiva que acepte que la
globalización y todas sus subformulaciones se podrían constituir en un po-
der real y hegemónico nos encontraríamos casi en el fin de algo que no
hemos terminado de definir. Y eso sería nada más y nada menos que nuestra
identidad.

Si se cuenta desde la declaración de la Independencia, en la ciudad de


Tucumán, el 9 de julio 1816, la República Argentina no ha cumplido toda-
vía 200 años... Es un período histórico realmente breve para amalgamar a
los descendientes de los primeros pobladores –aquellos en verdad que lo-
graron sobrevivir a las expediciones de exterminio– con todas las variantes
de poblaciones sucesivas, de las más diversas procedencias, que posaron
sus pies en estas tierras dispuestas a quedarse aquí, a apropiarse de la nacio-
nalidad y de las riquezas disponibles, o a hacer cumplir, en definitiva, la
invitación con ínfulas fundacionales inspiradas en una suerte de hermandad
universal y establecida en la Constitución de 1853. De este modo convivi-
mos desde entonces en un territorio poblado por mapuches, guaraníes,
quechuas, kollas, tobas, criollos, diversos mestizajes, y los descendientes
de la inmigración que, entre 1850 y 1940 depositó en la Argentina a unos
siete millones de almas, italianos y españoles –predominantemente–, pero
también franceses, alemanes, británicos, polacos, rusos y sirios, entre otros,
y entre otras nacionalidades incluidas las hispanoamericanas.

18 Telar
La idea de que existe una identidad cultural supone una idea previa y,
obviamente, cierta: existe la cultura. Lo que no existe, sin embargo, es una
cultura única, común a todos los hombres. La cultura, en general, es una
fusión de culturas diversas. Y esa cultura no es patrimonio exclusivo de un
pueblo o de un país. La cultura es un bien sin límites y adquiere en cada caso
la forma y las condiciones de cada caso en particular. En este sentido se
puede pensar que no existe, por ejemplo, una cultura pura y exclusivamente
argentina. Es posible, desde luego, pensar en una identidad cultural, pero es
necesario tener en cuenta que un pueblo, una región o un continente no
comparten necesariamente todos los rasgos de la misma cultura.
Una identidad cultural puede pensarse para una comunidad que com-
parta una misma lengua, un mismo suelo, y las mismas tradiciones. Es
obvio que los actuales habitantes de la provincia de Chubut no comparten
las misma identidad cultural que los habitantes de Tucumán. Mientras los
mapuches de Chubut denuncian expulsiones de sus tierras por parte de la
empresa Benetton, que ahora no sólo es propietaria de un millón de hectá-
reas en la Patagonia y la mayor productora de ganado ovino del mundo sino
que se dedica también a exploraciones mineras en una exitosa búsqueda de
oro, un segmento de la población tucumana reivindica la lengua quechua
como un patrimonio cultural del noroeste argentino y el bilingüismo como
una condición de identidad... La lengua quechua se habló en la región hasta
fines del siglo XIX...

Y ahora, para redondear el intento de abordaje a la pregunta que presi-


de esta mesa, es necesario, me parece, preguntarse si se puede hablar de la
existencia de una identidad literaria...
La pregunta entonces se multiplica: ¿hablamos de una identidad litera-
ria argentina, hablamos de una identidad literaria de los escritores, habla-
mos de una identidad literaria de los lectores? O, por fin, ¿qué es una iden-
tidad literaria y, si existe, quién puede adjudicársela o reivindicarla?
Tal vez haya que descartar que exista una identidad literaria común a
todos los argentinos. En un país en el que la inmensa mayoría de sus 38
millones de habitantes no conocen, no han leído, a los escritores llamados

Telar 19
argentinos... De un país en el que apenas una muy delgada minoría alguna
vez leyó un libro de Olga Orozco (La Pampa), de Juan Filloy (Córdoba), de
Héctor Tizón (Jujuy), de Eduardo Belgrano Rawson (San Luis), de Héctor
Libertella (Bahía Blanca), de Ezequiel Martínez Estrada (Santa Fe), de Elvira
Orphée (Tucumán), de Juan L. Ortiz (Entre Ríos), de Antonio Di Benedetto
(Mendoza), o de Jorge Luis Borges (Buenos Aires), para citar apenas un
breve mapa federal de autores y obras, no creo que pueda decirse, en ningún
sentido, que tenga una identidad literaria.
Sí creo, en cambio, que cuando el suelo se acota, y cuando se acotan las
tradiciones, y cuando la lengua que se habla en toda una región se parece a
sí misma, quizá pueda hablarse de una identidad literaria. Y sin borrar la
posibilidad de que antes que de una certeza se esté hablando de una hipóte-
sis... En esta dirección me aventuraría un poco más todavía y me atrevería
a decir que, en tanto escritor, me gustaría considerar la hipótesis de que
existan numerosas identidades literarias, tantas como unidades que com-
partan las mismas condiciones, y que entre ellas exista algo así como una
identidad literaria rioplatense... una lengua más o menos común, en un
territorio más o menos común, con tradiciones en parte, y quizá sólo en
parte, comunes... Esta posibilidad abarcaría una literatura escrita, por ejem-
plo, en Buenos Aires, en Rosario o en Montevideo, y que tendría perfiles
definidos, tentativamente, por las obras de Juan Carlos Onetti, de Silvina
Ocampo, de Julio Cortázar, de Juan José Saer, de Jorge Luis Borges..., y de
otros, por supuesto.

Y en tal caso, ¿podría o debería oponerse, y con qué objeto, esa identi-
dad literaria a los productos globalizados de la industria editorial? Pienso
que la idea lineal de un enfrentamiento entre un concepto cultural y un
hecho económico no tiene mayor sentido. La creación artística, la creación
literaria, en este caso, no está en condiciones de, ni tiene por qué, competir
con J.K.Rowlling y su Harry Potter, El Código Da Vinci de Dan Brown, o el
próximo Zorro de Isabel Allende. Un escritor no debe perder de vista el
escenario de sus combates. Y ese escenario será siempre el de su escritura.
Si las condiciones industriales que dominan el negocio del libro global no
favorecen la circulación y el reconocimiento de los libros literarios el pro-

20 Telar
blema, es claro, no es un problema de los escritores. Por el contrario, desde
ese terreno propio, identificado, y opuesto a las ideologías de todos los
imperios quizá se logre resistir a la fuerza de estos primeros vendavales que
parece que lo arrasarán todo... Porque si no lo logran, si no borran del mapa
de una vez y para siempre a la creación artística, a la poesía, a la ética, a una
literatura que seguirá escribiendo en definitiva no contra el mercado sino a
favor de ella misma, entonces esa resistencia sin concesiones podría en
cualquier momento imaginarse y constituirse, nuevamente y otra vez, en
utopía.

Telar 21
22 Telar
2. POSICIONES

¿Intelectuales? ¿Hoy?
ALAN RUSH

I
El término “intelectual” tuvo algunos usos históricos salientes que
troquelaron en adelante su significado, aunque nunca de una manera entera-
mente clara. Se la aplicaron autorrreferencial y orgullosamente Émile Zola
y sus colegas de las letras y artes en protesta contra el caso Dreyfus en 1897,
la aplicó críticamente a otros Julien Benda al denunciar en 1927 la “traición
de los intelectuales”. Desde la cárcel en los 20’ y 30’ del siglo pasado,
Antonio Gramsci reflexionó sobre los “intelectuales orgánicos” que, afir-
maba, cada una de las clases fundamentales de una sociedad (moderna) se
da a sí misma como órganos reflexivos, organizadores y dirigentes. En la
segunda mitad del siglo XX la prensa y las revistas teóricas o políticas de
una u otra orientación, y muchos ciudadanos y lectores, llamaban intelec-
tual de izquierda a, por ejemplo, Jean-Paul Sartre e intelectual de derecha a
Raymond Aron, etc.

En estos usos clásicos del término, advertimos algunos significados


característicos. Significados en parte flotantes, autoaplicados o no, conferi-
dos o negados, disputados. Algunos individuos y grupos pueden autoapli-
carse –o recibir desde afuera– la denominación de intelectuales, pero que
sean colectivamente denominados como tales dependerá del reconocimiento

Telar 23
social de una al menos doble legitimidad en su pretendida funcionalidad
reflexiva y organizativa, representativa de los intereses de determinadas
clases, o de los valores en principio comunes a varias clases en una sociedad
democrática: 1) La legitimidad dada por la autenticidad social y ético-polí-
tica de origen o adopción, en el sentido de encarnar realmente en el discurso,
la práctica y la lucha los intereses o valores pretendidamente representa-
dos, de cara al sector social o sociedad –de origen o adopción–, y frente a
sus aliados y enemigos, y 2) La legitimidad dada por la calidad simbólica y la
eficacia práctica de la representación misma en el sentido de su expresión litera-
ria, política o científica, de la capacidad creadora de proyectos sociales,
culturales y políticos estratégicos que trasciendan la coyuntura inmediata,
y la capacidad de articulación con los intereses de grupos o clases potencial-
mente aliadas, y de antagonizar efectivamente a los grupos o clases enemi-
gos. De acuerdo a esta caracterización tentativa del concepto en su forma
clásica, un individuo o colectivo que cumpla sólo con la primera condición
será un imprescindible grupo de activistas o militantes con autenticidad
social y ético-política de origen o adscripción, pero a lo sumo un grupo
testimonial, de conmovedores voceros, no un grupo de intelectuales crea-
dores, sociopolíticamente dirigentes, orgánicos en sentido estratégico en
vista al futuro. A su vez –siempre según esta concepción clásica– aquellos
individuos o grupos que sólo cumplieren con la segunda condición consti-
tuirán un grupo de literatos, filósofos, etc., “meramente académicos” o
“bohemios” o “exquisitos” pero no un colectivo de intelectuales creadores
de estrategias colectivas y que las encabezan en la práctica, o al menos las
orientan intelectualmente desde muy cerca de la praxis. Un tercer caso
entre otros posibles es el de los individuos o colectivos que siendo sociocul-
tural y políticamente auténticos en su origen o adscripción, y activamente
comprometidos, no dan la talla intelectual en el sentido de carecer de sufi-
ciente creatividad estratégica y capacidad de persuasión articuladora hacia
adentro y fuerza antagonizadora hacia fuera, de su sector o clase de origen o
adopción. En este caso estaríamos ante intelectuales en algún sentido orgá-
nicos –pero no en sentido estratégico–, inmaduros o sectarios, coyuntura-
les, “corporativos” en la terminología gramsciana.

24 Telar
En ningún marxista anterior, y en pocos posteriores, la cultura y la
democracia tienen la importancia que adquieren en Gramsci. En su época
y desde su perspectiva, en las democracias capitalistas –centrales, al me-
nos–, el estado no es un único bastión de dominio despótico que pudiera
capturarse primero para luego remodelar la sociedad. Estado y sociedad
civil, como se sabe, constituyen para Gramsci un complejo entramado de
trincheras socioculturales que vehiculizan la explotación y el dominio
mediante la hegemonía cultural –moral, legal, política, artística, científi-
ca– además del poder material ubicuo y cotidiano de las relaciones sociales
legitimadas. Sólo excepcionalmente el Estado intervendría represivamente.
La legitimación de las relaciones de explotación y dominación, y la
administración concreta de la dominación clasista en la sociedad civil y el
Estado es función de los intelectuales orgánicos de las clases hegemónicas,
como paradigmáticamente el gran filósofo, terrateniente y parlamentario
Benedetto Croce. Pero la organicidad como funcionalidad reflexiva y diri-
gente estratégicas la encarnan no sólo ni principalmente individuos, sino
instituciones y colectivos. El sujeto depositario de las virtudes extraordina-
rias, titánicas de encarnar los valores obreros y populares, proyectarlos
creativamente hacia un futuro estratégico y concretarlas encabezando la
lucha coyuntural y estratégica, era para Gramsci el partido marxista como
intelectual y dirigente colectivo. Gramsci supone que en su interior este
colectivo tiene jerarquías que descienden hasta las funciones más simples.
“Todo hombre es intelectual” y “todo hombre es filósofo”, escribe en los
Cuadernos de la cárcel. La cultura popular de las clases subalternas y la de los
dirigentes máximos que –no dudaba Gramsci– “deben ser cultísimos” de-
berían entrelazarse dialécticamente en la construcción de una nueva cultu-
ra contrahegemónica. Se trata de una “reforma moral e intelectual” de las
mayorías populares, quienes en una larga y paciente –pero no necesaria-
mente siempre pacífica– “lucha de posiciones” deberían conquistar y cons-
truir trincheras en la sociedad civil –y política– aspirando a “devenir Esta-
do” alternativo ya desde el llano de la sociedad civil, para prefigurar ya en
el presente un futuro civilizatorio superior, antes del mero asalto al Estado
existente, y como condición para una transformación radical exitosa, ex-
tendida y duradera. Por eso, aunque Gramsci luego de atribuir intelec-

Telar 25
tualidad a cada hombre acota “pero no todos desempeñan la función social
de intelectual”, a mi juicio la primera parte, universal de su tesis es la im-
portante en proyección estratégica, emancipatoria: todos y cada uno de los
hombres y mujeres necesita desplegar en alguna medida su intelectualidad
si ha de construirse una contracultura hegemónica suficientemente profun-
da, sofisticada y poderosa como para reemplazar nada menos que al capita-
lismo. Ya sabemos dónde suele acabar la confianza en vanguardias, dirigen-
tes, comandantes o incluso sub-comandantes que no vaya acompañada por
la progresiva autoelevación cultural-política y autogobierno del conjunto
del pueblo y sus organizaciones.

¿Es esta reflexión gramsciana de la cárcel relevante hoy, o es una más


de la larga lista de bellas construcciones utópicas que admiramos para in-
mediatamente archivar? La visión y estrategia gramsciana supone que exis-
tan o se constituyan procesualmente clases sociales definidas objetivamen-
te y organizables políticamente como colectivos multitudinarios, pero orien-
tados por una estrategia común, supone que esas clases reconozcan como
sus representantes a dirigentes no sólo decididos en la acción sino cultísimos
y capaces de crear una ciencia, una política, una moral, una cultura supe-
rior a la del capitalismo, supone que el pueblo se entregue cotidianamente
al esfuerzo de elevarse a sí mismo social y culturalmente hasta devenir
sujeto colectivo autodeterminado y reflexivo, que los subalternos no sólo
puedan hablar sino empezar a construir en el presente de la miseria y opre-
sión y exclusión capitalista, una forma de vida social y cultural superior
saboreando desde ahora un adelanto de un futuro sin explotación ni opre-
sión.
Veamos en qué importante medida parecen haberse modificado las di-
versas condiciones sociales, políticas y culturales de un posible proceso
colectivo y liderazgo emancipatorio de tipo gramsciano, en los 80 años que
nos separan del comienzo de la reflexión de Gramsci en las cárceles de
Mussolini.

26 Telar
II
Es patente que la configuración de las sociedades ha cambiado mucho
desde los tiempos de Marx y aún de Gramsci. La economía atraviesa muta-
ciones: la organización posfordista de las fábricas de punta, coexistiendo
con formas fordistas y tayloristas anteriores, e incluso la explotación más
irracional y a veces esclavista en los arrabales del capitalismo. Según los
pensadores posmodernos, las clases se han licuado y tenemos una disper-
sión de asociaciones gaseosas estructuradas por discursos y mensajes mediá-
ticos en una sociedad post-industrial, a veces presentada como real o vir-
tualmente post-capitalista. Ningún colectivo intelectual-político podría ya
reunir los fragmentos, ni dirigirlos contra un centro ya inexistente. Sin
embargo, la ola posmodernista parece haber si no desaparecido, al menos
cedido la hegemonía cultural a los discursos sobre el neoliberalismo y la
globalización (o mundialización). Al menos las versiones más satisfechas y
apologéticas del posmodernismo han caído como un velo permitiéndonos
ver y sentir más claramente los efectos de un capitalismo mundializado
puro y duro, neoliberal y salvaje. El capital predominantemente financiero
aparece tan concentrado –y a la vez extendido planetariamente– y tan des-
piadado en su inclusión mercantilista o su exclusión violenta de uno tras
otro aspecto de la vida social y cultural, que él sí claramente constituye una
clase en sí y para sí. En consecuencia, se diría, la diversidad exterior a él,
que a falta de mejor nombre llamo “lo-otro-del-capital”, constituye tam-
bién una polimorfa clase en sí, o un conjunto de tales clases en sí, aunque no
aún una clase para sí –o articulación de ellas– organizadas y concientemente
antagónicas al capital. Pero ¿por qué no podría articularse lo diverso que está
o ha sido arrojado del otro lado del capital? ¿Los trabajadores empleados
con los desempleados y piqueteros –los excluídos sin-empleo, sin-techo,
sin-tierra, sin-papeles, etc.–, y todos ellos con los ecologistas y defensores
de los derechos humanos, los creadores, docentes e investigadores de la ya
casi inexistente clase media? Las fracciones del capital mundial sí se unen
para mercantilizar o excluir a todos y cada uno los de este otro lado, y para
antagonizarlos política y militarmente cuando es necesario –lo que es cada
vez más frecuente–. “Sólo” falta que la diversidad de lo-otro-del-capital se
articule en alter u ojalá anti-capitalismo.

Telar 27
Pero, esta articulación objetiva y subjetiva de lo-otro-del-capital no es
ningún proceso que tienda a darse espontánea y necesariamente, ya que las
condiciones de la producción y recepción de saberes y la cultura en general,
han sufrido también importantes transformaciones respecto de la época de
Gramsci. En los tiempos de Marx o Gramsci, las clases sociales estaban
bastante perfiladas en sí mismas, objetivamente, y los saberes y la cultura
bastante claramente jerarquizados en alta cultura y cultura popular. En
sociedades menos complejamente estructuradas, y con sectores populares
de escasa escolarización cuando no analfabetos, las tendencias moderni-
zadoras que comenzaban a encarnarse en los pueblos podían ser potencia-
das y orientadas por la dirigencia socialista, contrapesando o aún superan-
do la competencia de las iglesias, la escuela y la prensa burguesas. En 1847
en Miseria de la filosofía, Marx podía afirmar sencillamente: “Así como los
economistas son los representantes científicos de la clase burguesa, los socia-
listas y los comunistas son los teóricos de la clase proletaria” (mis cursivas).
El pasaje de la conciencia individual y colectiva de ser explotado, a la orga-
nización y conciencia sindical, y luego a la organización y conciencia polí-
tica anticapitalista revolucionaria, es concebida como un proceso conti-
nuo, esencialmente aproblemático por Marx y Engels en el Manifiesto (1848)
en tanto proceso paralelo al crecimiento cuantitativo y la homogeneización
salarial de los trabajadores, y su oposición más acentuada respecto de una
burguesía cada vez más concentrada.
Visionariamente, en los Grundrisse (1857-8) Marx había señalado la
creciente importancia del conocimiento científico aplicado a la industria
relativamente al esfuerzo muscular, y ya antes en el Manifiesto, Marx y
Engels genialmente habían anticipado que “La burguesía ha despojado de
su aureola a todas las profesiones que hasta entonces se tenían por venera-
bles y dignas de piadoso respeto. Al médico, al jurisconsulto, al sacerdote, al
poeta, al hombre de ciencia, los ha convertido en sus servidores asalaria-
dos”. De modo que en el proceso de modernización, siempre contradicto-
rio e impregnado de una nueva barbarie específicamente capitalista –la
destrucción de multitud de jóvenes vidas en las fábricas, el arrasamiento de
culturas y recursos naturales apropiados colonialmente, etc.– el capitalis-
mo y las luchas obreras en su seno resultaron en una más o menos progresi-

28 Telar
va expansión del sistema educativo y la alfabetización, en la conquista de
derechos ciudadanos y electorales, en una creciente capacitación técnica de
la fuerza laboral, y una inmersión progresiva de la “alta cultura” en el
metabolismo social: la ciencia natural en la industria productiva y bélica, la
ciencia social en la gestión estatal, y algo más tarde el arte en el diseño pro-
ductivo y la propaganda comercial.

Estas son algunas de las causas de que Lenin en su famoso ¿Qué hacer?
(1902) afirmara que los obreros por sí solos no pueden superar la concien-
cia corporativa, sindical. Estos obreros ya tenían mayores grados de alfabe-
tización y mayor capacitación técnica, y podemos suponer mayor disposi-
ción a cierta autorreflexión y autodeterminación, pero por eso mismo esta-
ban más expuestos a las influencias de no sólo la prensa liberal, sino a la de
académicos marxistas economicistas y sus seguidores políticos, personajes y
grupos éstos inexistentes en la época de Marx (salvo la excepción no des-
atendida del profesor Eugen Dühring). Por eso, como sabemos, Lenin con-
sidera que sólo una vanguardia de revolucionarios marxistas profesionales,
que preserve y recree el filo crítico original de la teoría y la práctica marxis-
ta a salvo de su domesticación académica o sindicalista, puede introducir
“desde fuera” la conciencia política revolucionaria en los obreros. (Esta es
una simplificación que Lenin mismo consideró necesaria en el contexto de
la autocracia zarista rusa; pero en el capitalismo desarrollado de aquella
época, el sector obrero mejor pagado, la “aristocracia obrera”, se aburgue-
saba en su modo de vida, habían observado ya Marx y Engels, y por tanto
aún en ese caso más complejo la intelectualidad militante profesional tenía
la función indelegable de organizar a los sectores obreros más explotados
contra el reformismo de sus compañeros de clase privilegiados).

En los 20’ y 30’, en la Italia de Gramsci, la escolarización, la influencia


periodística e incluso el marxismo –junto a diversos socialismos, anarquis-
mos, etc.– han llegado ya aún más ampliamente al pueblo. Los ideales y
teorías socialistas ya formaban parte, en aquella época y tierra, de la cultura
popular, asegura Gramsci, mezclándose la ola expansiva propagandística
originada en Rusia con las creencias católicas y las tradiciones autóctonas.

Telar 29
Por condición antropológica pero también por circunstancia histórico-cul-
tural, ahora más que nunca “todo hombre es intelectual” y “todo hombre es
filósofo”, al decir de Gramsci. Advierte en los pueblos de Italia y Europa
un híbrido cultural de catolicismo, folklore y marxismo vulgarizado, que
son una base históricamente inédita para la autoelevación intelectual y moral
de las masas. En un largo proceso de autoeducación –en dialéctica con el
“intelectual colectivo” partidario– debería el pueblo separar y depurar su
propio mineral marxista popular de la ganga folklórica y religiosa, no sin
rescatar algunas combinaciones químicas nuevas y valorables de esos in-
gredientes.

Después de las guerras mundiales, el proceso de inmersión de ciencias


naturales, ciencias sociales y arte en el metabolismo social y político se
acelera. Ya en los “30 años gloriosos” y aún antes, los Estados de Bienestar
son a la vez Estados Científicos y Estados Guerreros. Las clases sociales
conceptualizadas –organizadas y administradas– por las modernas ciencias
sociales académicas, entablan negociaciones colectivas con perfiles aún
bastante definidos y clásicos. Una nueva y numerosa clase media asalariada
del sector servicios, sumada a la pequeña burguesía clásica en decadencia,
son piezas del tablero político que ya no pueden ignorarse. Ya Trotsky en
sus análisis del fascismo y el nazismo en los 30’, afirmó que ninguna revo-
lución socialista actual podía triunfar si los obreros no acercaban a su órbita
socialista, o al menos alejaban de la órbita de la reacción, a estos sectores
medios.
La aún mayor diferenciación y complejización de la estructura social
con la aparición del desempleo estructural, el angostamiento de la clase
obrera –al menos en los países centrales– debido a la tecnología científica
expulsora de mano de obra, y la toma de conciencia primero de la irrever-
sible burocratización y luego de la crisis y declinación de las –mal llama-
das– economías “socialistas”, alentó las teorías de la sociedad pos-indus-
trial a fines de los 60’ y y en los 70’, y de la sociedad y cultura posmoderna
especialmente desde fines de los 70’. La sociedad posindustrial posmo-
derna, según Lyotard, es una disgregación de nubes asociativas discursi-
vamente constituidas, que flotan en una atmósfera en que tanto los ideales y

30 Telar
relatos de la modernidad capitalista como los de la modernidad socialista,
han caído en la deslegitimación. Nadie cree demasiado en el capitalismo,
pero no ve alternativa a él. Como dijo Margaret Thatcher al aplastar la
huelga de los mineros ingleses en 1985: “There is no alternative” (TINA),
no hay alternativa.

Derrumbado el competidor geopolítico “comunista”, la ofensiva


neoliberal global desmonta los estados nacionales de bienestar, especial-
mente en la periferia capitalista. En nuestros países, los estados retienen
prioritariamente funciones políticas y militares de control y represión, cada
vez menos de integración y asistencia social, salud y educación públicas.
Los estudiosos sociales de la ciencia como Dominique Pestre, físico e histo-
riador del CNRS de Francia, describen la mutación hacia una tecnociencia
casi inmediatamente aplicable y cada vez más privatizada no sólo en su
difusión y aplicación, sino en su financiamiento y producción. Si la ciencia
clásica de las universidades estatales y los grandes centros privados de in-
vestigación giraba en gran medida en torno a los laboratorios de –típica-
mente– física de partículas, la tecnociencia posterior a 1970 está centrada
en la biotecnología, la ingeniería genética, los sistemas caóticos y comple-
jos –como el clima alterado por la devastación capitalista de la naturaleza–.
Se trata de una ciencia interdisciplinaria plenamente inmersa en prácticas
tecnológicas, y que al afectar profundamente la salud y la biología humana,
la agricultura y el ecosistema, tiene una dimensión inmediatamente políti-
ca que la ciencia universitaria estatal y clásica, aún podía simular no tener.
En los 90’, los EE.UU. preocupados por la competencia tecnológica
japonesa que aprovecha la ciencia básica predominantemente norteameri-
cana, promulga el Bayh Dole Act para privatizar primero la tecnología y
ciencia aplicada, luego la ciencia básica misma. Algunos historiadores con-
sideran que este “cercamiento” de los conocimientos tiene una significa-
ción comparable a la enclosure o cercamiento de las tierras comunales en el
amanecer capitalista en Inglaterra. Dominique Pestre informa que en 2003
en una universidad francesa de provincia, un tercio de las tesis doctorales
de química no sólo eran financiadas privadamente, sino defendidas y apro-
badas en sesiones secretas, lo que supone apropiación y control de calidad

Telar 31
discrecionales por parte del financiador. (Como había dicho Lyotard ya en
1979, en la cultura posmoderna se establece una ecuación entre dinero,
verdad y poder). El elevado ethos que idealizadamente pero no sin pertinen-
cia se atribuía a sí misma la ciencia moderna académica, tiende a desapare-
cer. Hay que decir que de todos modos los EE.UU. retrocedieron parcial-
mente en la aplicación del Bayh Dole Act a la ciencia, al descubrir que hacer
seguir a los científicos por abogados que patentan y privatizan cada uno de
sus pasos preliminares o productivos, tiende a ahogar la creatividad, la
productividad del negocio científico.
Si a comienzos del siglo XX el arte aún “descendía” ocasionalmente
de su pedestal para embellecer las mercancías y articular su publicidad,
gradualmente la prensa escrita y la industria editorial, luego la radio, des-
pués la televisión y ahora internet no sólo impregnan sino que constituyen
ya al propio mundo de circulación y producción de mercancías. Asimismo
la lógica de la mercancía y de las imágenes son ahora fuerzas creadoras
internas, íntimas de las nuevas subjetividades, de los nuevos cuerpos
anoréxicos o bulímicos, siliconados, transexuales, etc. Para los sectores de
la humanidad alfabetizados y con acceso a las nuevas tecnologías, se instaura
una nueva democracia cultural populista que mezcla la anterior alta cultura
y la cultura popular. En principio cada usuario puede ser un participante
creador y reconocido en nuevas estructuras de relación y producción que
van desde los reality shows hasta los colectivos en red por internet del movi-
miento antiglobalizador o el neozapatismo. “Todo hombre es intelectual”y
“todo hombre es filósofo” al menos en tanto puede llamar a Susana Giménez
o televotar con Mariano Grondona, crear su propia página web o web-blog,
insertando allí sus propios pensamientos e imágenes, y así hasta las cadenas
de mails o mensajes de texto telefónicos de, por ejemplo, los estudiantes
secundarios chilenos que en mayo de 2006 se citaban para protestar ante
Michèlle Bachelet.

Si Marx, convencido de tener frente suyo una clase obrera en expan-


sión numérica y organizativa, podía identificar sin dudar a los “represen-
tantes teóricos” de esa y otras clases en lucha, si Sartre podía aún creer en
tales clases-en-sí en transición a clases-para-sí, y se presentaba o era visto

32 Telar
como un “intelectual universal” en relación con el conjunto de los explota-
dos asalariados y los oprimidos colonialmente, en cambio Foucault en el
post-mayo francés de los 70’ y 80’, y seguramente experimentando tanto la
bancarrota ético-política y teórica del universalismo marxista estalinista o
maoísta, como la mayor complejidad y diferenciación interna de las socie-
dades capitalistas avanzadas, aboga ya por “intelectuales específicos”, y de-
nuncia “la indignidad de hablar en nombre de otros”. En verdad, esta últi-
ma actitud puede ser bastante inspiradora para nosotros, universitarios ar-
gentinos de hoy, en un momento en que nuestras “casas de altos estudios”
atraviesan una de sus peores crisis. Esta crisis no es ya sólo de financiamiento
externo –aspecto vital que como afiliados de nuestras CONADUs atende-
mos, pero con orientaciones todavía predominantemente economicistas,
creo–. Es una crisis integral financiera, política y ético-cultural, de interno
autoritarismo, corrupción, clientelismo y erosión casi total del ethos cientí-
fico clásico. Quiénes más que nosotros podemos resolver la crisis de nues-
tras universidades, nuestras fábricas estatales de conocimiento. Pero esta
obviedad es engañosa. La afirmación es sólo parcialmente válida en tanto
tal propuesta –la del intelectual específico–, si aspira a ser estructural y
duradera, supone algún diagnóstico y proyecto no sólo de universidad y
sistema educativo sino de país, etc., y una delimitación de enemigos y
posibles aliados. Desde luego, no por eso la exhortación de Foucault deja de
tener un inmenso valor. Pero sus límites son los del clima de escepticismo
y disgregación pos-moderna que su reflexión respiraba.
Como ya dije, la profundización y creciente visibilidad del neolibera-
lismo globalizado empieza a delinear mejor las siluetas de enemigos y po-
tenciales aliados en un campo de antagonismos nacional y mundial. No es
casual que en 1995 Pierre Bourdieu como vocero –adviértase– no del con-
junto de los oprimidos sino de la intelectualidad académica francesa, habla
a los ferroviarios en huelga, en una intervención que sorprendió, y motivó
indignación por derecha y burlas por izquierda. Y en sus últimos años de
vida Bourdieu crea el colectivo y sitio web de intelectuales-activistas Raisons
d’agir, razones para actuar. La justificación teórico-política de Bourdieu es
muy interesante: los ferroviarios y los intelectuales universitarios tienen en
el neoliberalismo un enemigo común. Adviértase que según Bourdieu sin

Telar 33
abandonar su interés corporativo los académicos necesitamos articular esfuer-
zos con los otros sectores devastados por la lógica mercantil del gran capi-
tal. Otro aspecto interesante, más complejo –y polémico– de su fundamen-
tación es que como “sector dominado de la clase dominante”, los intelec-
tuales desarrollan una alta cultura de validez y fuerza emancipatoria poten-
cialmente universales, y la lógica neoliberal de la mercancía amenaza las
condiciones de producción de estos altos valores culturales.

Mientras los intelectuales que formamos parte del variopinto campo


de lo otro-del-capital estamos en general más o menos fragmentados en
parcelas de la producción artística, científico-técnica o periodística, con un
espacio –siempre hablando en general– pequeño o nulo en los mass media
que otros controlan, y nos dirigimos predominantemente a la parcialidad
alfabetizada y escolarizada de nuestros sectores socioculturales fragmenta-
dos, en cambio nuevos “intelectuales universales”, nuevos formadores de
opinión tienen de hecho una audiencia y una representatividad general apa-
rente o real, legítima o ilegítima, por la sola fuerza de su maridaje con los
grandes multimedios de comunicación y sus anunciantes, las grandes edito-
riales, los negocios deportivos y de entretenimiento, etc. Así como las reli-
giones eran la versión para consumo popular de las más sofisticadas siste-
matizaciones ideológicas y razones de estado, hoy tenemos los santuarios
populares de Tinelli, Pettinatto, CQC, Maradona y los metafísicos tele-
visivos del fútbol en un extremo del espectro religioso argentino, y Nelson
Castro, Grondona –ex profesor de Harvard, como no se cansa de recordar-
nos– y el presidente televisivo de turno en el otro extremo de nuestro
posmodernismo vernáculo. Con las ya señaladas mezclas populistas entre
uno y otro extremo que no cabe condenar simplistamente, como el historia-
dor Felipe Pigna en CQC o en canales deportivos.
En el revoltijo cultural neoliberal-populista, el capital y los medios
necesitan, y cada vez más científicos y creadores se prestan a, levantar el
nivel real o aparente de los discursos de legitimación –en las dosis, las
franjas de audiencia y horarios pertinentes–. Así es como expertos en todas
las ciencias, incluso las tradicionalmente llamadas “duras”, las ciencias
naturales, se ven tentados por el capital biotecnológico, farmacológico y

34 Telar
editorial-mediático a hacer afirmaciones espectaculares sobre milagrosas
curas –¡hasta llegar en algún caso delirante a la inmortalidad personal!– que
derivarían del desciframiento del genoma humano, por ejemplo. Hay edito-
res como John Brockmann que ponen a hablar a varios de “sus” científicos
naturales como el gran biólogo Stephen Jay Gould, el premio Nobel en
física Murray Gell-Mann y otros, y se coloca a sí mismo como prologuista
pontificando que los nuevos intelectuales de lo que llama la “Tercera Cul-
tura” (en su versión, no la de C. P. Snow) ya no son los avinagrados huma-
nistas críticos formados sólo en el marxismo y el psicoanálisis, sino los
científicos naturales mismos. Estos intelectuales-científicos naturales mediá-
ticos, pertenecen en general al primer mundo y mayoritariamente a EE.UU.,
indiscutible faro civilizador y democratizante del mundo contemporáneo,
según Brockmann. Brockmann se olvida que para legitimar su imperio, el
capital también necesita el permanente bombardeo discursivo mediático de
intelectuales académicos especialistas en humanidades y ciencias sociales y
políticas como Savater o el mencionado Grondona, de voz, razones y manos
tan claras y suaves como oscuros y violentos eran sus empleadores pasados.
Si en la mayoría de la población el predominio de las imágenes mediá-
ticas parece constituir subjetividades infantilizadas, en medida importante
dificultadas para la argumentación crítica y por eso más o menos manipu-
lables como masas dóciles, este polo imaginario no existe sin un variable
grado de estructuración racional y argumentativa. A menudo tenemos la im-
presión de que la minoría de edad y alienación en que los mass media y la
cultura consumista y populista sume a los pueblos tiene un poder más for-
midable que el de las religiones que combatía el socialismo científico de
Marx, Lenin y Gramsci. Parecería que esta cultura seduce mediante imáge-
nes y símbolos imaginarizados a las mayorías antes de que pudieran persua-
dirlas los argumentos de la izquierda o incluso la derecha. Por ejemplo el
patriotismo de los argentinos a menudo nos parece más intenso a propósito
del reciente 2 a 1 futbolístico contra Costa de Marfil –Mundial de Fútbol
2006– que en la protesta contra la privatización de Ferrocarriles y Aerolí-
neas, YPF, etc. Creo que la concepción de la subjetividad de Marx y sus
discípulos, aunque compleja en relación con el iluminismo o racionalismo
liberal de los siglos XVIII y XIX, hoy resulta insuficientemente compleja,

Telar 35
y requerida de enriquecimientos provenientes del psicoanálisis y el estudio
de las industrias culturales, por ejemplo. (En particular, la barbarie fascista,
nazi, los apartheids sudafricano, sionista, etc. que pueblos del siglo XX no
sólo padecieron sino en medida no desdeñable consintieron o en ocasiones
eligieron o promovieron activamente, no puede dejar de iluminarnos acer-
ca de las regiones oscuras, sado-masoquistas de nuestra humana subjetivi-
dad, que los marxistas casi invariablemente subestimaron –con la única y
valiosísima excepción de los teóricos de la Escuela de Frankfurt–.)
Sin embargo, como ya se dijo, somos no sólo espectadores seducidos
sino que todos o casi todos hablamos y debatimos sobre todo, a nuestro
modo y nivel, acerca del fútbol local o internacional, a favor o en contra del
nuevo evangelio según Da Vinci y Dan Brown … y así hasta los sesudos
debates en los MTD (Movimientos de Trabajadores Desocupados) argenti-
nos acerca de si deben ser autónomos respecto del gobierno, si democracia
directa y/o representativa, si es necesario construir una nueva izquierda o
basta la que hay –si tan sólo se uniera–, etc., etc.

III
Voy concluyendo. En un sentido somos todos intelectuales como afir-
maba Gramsci, y en otro sentido no lo somos aún individualmente, ni
tenemos aún colectivamente, el o los colectivos intelectuales y dirigentes
persuasivos y eficaces para que la diversidad de lo-otro-del-capital se orga-
nice en anti-capital. Pero parecería que la organicidad de el o los intelectua-
les orgánicos debe pensarse hoy de otra manera. Para Lenin e incluso
Gramsci se trataba de construir un órgano colectivo reflexivo y dirigente
auténticamente perteneciente al organismo obrero y popular, y en tal senti-
do no externo, sino precisamente orgánico, pero colocado en la posición
jerárquica e indiscutida de, digamos, un cerebro, de una corteza cerebral.
Esta metáfora organicista clásica deberíamos, creo, reemplazarla al menos
por un buen tiempo por una red plural de órganos actuantes y pensantes de
este otro lado del capital, de modo que no haya centro apriorísticamente
privilegiado. Sin duda, los obreros ocupados y los recientemente desocupa-
dos o que se encuentran aún bajo la influencia organizativa y cultural deri-

36 Telar
vada del mundo laboral, tendrán siempre una enorme importancia como
agentes centrales en la producción de plusvalía, o la paralización de tal
producción. Pero sus limitaciones corporativas y economicistas se han re-
forzado respecto de las ya señaladas por Lenin a comienzos del siglo pasa-
do. Por ejemplo, tienen el privilegio de ser incluidos en la trama de explota-
ción, y no directamente excluidos. (Los viejos partidos de, por ejemplo, la
izquierda marxista argentina, que suelen hacer pie sólo o principalmente en
algunas parcelas del mundo del empleo y el desempleo asalariado, ya no
basta que superen su congénita incapacidad de unirse, sino que –en mi
opinión– deberían ya extinguirse, repensar toda su orientación teórico-po-
lítica y organizativa. Pero como buenas sectas autorreferenciales, son esca-
samente afectadas por el curso de la realidad, de modo que podrían ser lo
único eterno que nos queda en esta era desacralizada, al menos les reconoz-
camos ese mérito.)
La relación salarial engloba ya, como anticipó Marx, a científicos,
artistas, periodistas, médicos, hombres de leyes, más una legión de emplea-
dos estatales. Por fuera de la trama del trabajo asalariado, la barbarie de la
exclusión, el hambre y la guerra devora vidas, mentes, continentes enteros
como África, pero no deja de penetrar en nuestro mundo de los incluidos
bajo la forma de mil y una patologías culturales, psicosomáticas, mentales.
Un único opio de los pueblos se ha democratizado en una multitud de
adicciones a las que cada individuo activamente da su sello personal para
entregarse a ella sacrificialmente. Como escribió Gramsci desde la cárcel:
“La crisis consiste precisamente en el hecho de que lo viejo muere y lo
nuevo no puede nacer: en este interregno se verifican los fenómenos mor-
bosos más variados”.

Una nueva izquierda anticapitalista podría y debería gestarse, en mi


opinión, con el aporte de activistas, intelectuales y creadores individuales y
colectivos que partiendo de su inclusión en un sector específico de la vida
social –o de su exclusión respecto de la sociedad–, articule sus aportes a la
construcción de primero una red de organizaciones y discursos plurales
anticapitalistas, que quizá a la larga pueda y deba encaminarse –o no– hacia
una mayor centralización, dado que el capital sí se encuentra centralizado

Telar 37
además de diferenciado funcionalmente y extendido espacialmente. No se
puede en efecto ya hablar universalmente por otros, ni basta el pedagogismo
leninista de “explicar pacientemente” a los otros. En lugar de la instrucción
a otros inferiores, la construcción con otros iguales aunque diversos. Nadie
puede “bajar línea” (se dice en singular, o sea: línea única), pero todos
podemos y queremos construir y compartir y debatir con otros –que están
al lado, no abajo ni arriba– diversas líneas, superficies, volúmenes, redes.
No es casual que las izquierdas de orientación leninista, estalinista,
trotskista, maoísta, guevarista o castrista hayan subestimado, censurado u
olvidado los aportes de Gramsci, por un lado, y el del marxismo consejista
y autonomista, así como la profunda crítica cultural de la Escuela de
Frankfurt, por otro. El rescate de estas corrientes ya antes y especialmente
después del derrumbe de la URSS y las mutaciones de China y Cuba, están
contribuyendo a renovar la reflexión y la acción de la izquierda. No sólo en
los MTD y en los sectores menos dogmáticos de la izquierda argentina y
latinoamericana, sino en todo el mundo se examina críticamente la tendencia
estatista y burocrática de gran parte del marxismo precedente, se debate
acerca de la relación entre socialismo y democracia, y se marcan los límites
de la democracia representativa y su necesaria complementación o subor-
dinación respecto de la democracia directa, en fin hay nuevos y frescos
debates acerca de las posibles vías de una transformación anticapitalista. Si
hasta hace poco el modelo ruso de subordinar las luchas democráticas al
objetivo estratégico de la captura armada del Estado era canónico, hoy la
voz de Gramsci se une a las de John Holloway y el Sub-Comandante Mar-
cos –cada una diversa de la otra– en un debate que nos da una visión más
compleja de la relación entre reforma y revolución, del vínculo entre cam-
biar la sociedad desde abajo y tomar –o no– el poder del estado, entre
democracia –directa y/o representativa– y socialismo.

El proceso de desguace de los Estados Nacionales de Bienestar pro-


movido por la mundialización neoliberal, su virtual reducción –más pro-
nunciada en la periferia– a estados político-militares de dominación y re-
presión, su sometimiento a los Estados centrales –liderados por EE.UU.– y
los grandes organismos internacionales de poder financiero, comercial,

38 Telar
político y militar: FMI, BM, OMC, ONU, OTAN, cuyos ejecutivos y deci-
siones no surgen del voto de los pueblos, coloca a estos pueblos de todo el
mundo, especialmente la periferia capitalista, en una situación de abando-
no, injusticia, violencia y carencia de representación política, histórica-
mente inéditas. La democracia representativa adquiere un carácter más y
más vacío, formal y de espectáculo. Atilio Boron ha hecho la cuenta ordinal
de poderes internacionales y afirma que al votar a presidentes, votamos a
funcionarios de sexta jerarquía en la escalera del poder. Si Aristóteles apli-
cara sus categorías políticas clásicas a nuestros regímenes, afirma Boron, no
les llamaría democracias, sino plutocracias con sufragio universal. Por eso,
no casualmente en todo el mundo se evidencia la protesta y auto-organiza-
ción, a menudo la rebeldía activa, de la sociedad civil. Los pueblos tienden
–¿deberíamos decir más y más o sólo de tanto en tanto?– a exigir activa y a
veces violentamente, o tomar en sus propias manos allí donde es posible, la
defensa de sus intereses. En este sentido, en nuestras actuales democracias
capitalistas prácticamente vaciadas de contenido, las teóricamente lentas y
pacientes luchas gramscianas de posiciones o de trincheras en la sociedad
civil, las luchas democráticas y reformistas, se imbrican ya estrechamente
con la lucha social y política de acción directa y democracia directa desde
abajo, acción ante y contra lo que queda de los estados nacionales y, en la
escena mundial, en el movimiento anti- o alter-globalizador, contra los
verdaderos mandantes de los gobiernos nacionales, los organismos finan-
cieros, comerciales, militares internacionales y sus miembros preferenciales
de los estados imperiales. Por lo mismo, como ya habían avizorado Trotsky
y Gramsci, puesto que el capitalismo necesita ser cada vez más antidemo-
crático –en la sustancia, más allá de lo formal y retórico–, las luchas demo-
cráticas de los ciudadanos y pueblos tienden a ser cada vez más anticapi-
talistas, pero por ello mismo más radicales e incluso a menudo temibles
para sus propios protagonistas.

En Nuestra América esta rebeldía autoorganizada de los pueblos tiene


uno de sus escenarios principales. Los gobiernos de la región emergentes de
las recientes crisis y explosiones sociales, presentan alguna variedad y mez-
cla de orientaciones en relación a promover –o intentar cooptar y desacti-

Telar 39
var– lo que se gesta dificultosamente desde abajo. Acertadamente en mi
opinión, el documento conjuntamente elaborado por los Movimientos So-
ciales Latinoamericanos reunidos en la etapa venezolana del último Foro
Social Mundial en enero de este año 2006, propone la independencia de
esos movimientos desde abajo respecto de los actuales gobiernos, sin des-
cartar el aprovechamiento táctico de aperturas favorables que se ven obliga-
dos a conceder. El MST (Movimiento de Trabajadores Sin Tierra) brasile-
ño, desencantado con Lula, fue una voz decisiva en estas sesiones.
Desde nuestra perspectiva latinoamericana, la tarea de articular la di-
versidad de lo-otro-del-capital en dirección no sólo al alter- sino al anti-
capitalismo no parece imposible, aunque desde luego tampoco nada fácil.
No es nada seguro que colectivamente queramos y podamos lograrlo. Sí en
cambio parece bastante probable que de no hacerlo, la devastación ambien-
tal, el saqueo de los recursos naturales y energéticos, y la barbarie social y
militar del capitalismo nos conduzcan bastante más rápido de lo que que-
rríamos creer, a crisis ecológicas y civilizatorias de enorme magnitud. (Pero
una vez más, esta perspectiva se parece demasiado al famoso pronóstico
alternativo de Trotsky, “socialismo o barbarie” como para no refrenar nues-
tro instinto futurológico, y evitar limitar, una vez más, nuestra imaginación
política).

40 Telar
Intelectuales y arte
(recaídas y persistencias de
“la ciudad letrada”)
MIGUEL DALMARONI

Un dilema de “Sujeto”
Se me permitirá que comience con una advertencia relativa a la posi-
ción desde la que puedo pensar en el problema “intelectuales”. Los críticos
de la literatura que, como en mi caso, entramos al problema “intelectuales”
desde las interrogaciones acerca de la politicidad de la literatura y del arte a
que conduce el acontecimiento de la experiencia literaria, tenemos en men-
te un doble dilema conceptual que está en la base del problema pero que
suele desdibujarse: por una parte, “intelectuales” es una dimensión de la
historicidad de nuestro campo de estudio indefectiblemente atada a una
condición de la cual, a mi modo de ver, se escapan las prácticas y los efectos
de las prácticas que llamamos arte y literatura: me refiero a la subjetividad;
“intelectuales” es un tema-problema que se atiene a lo que de la literatura se
encuadre en las fronteras del sujeto o –mejor– de “Sujeto”, esa invención
poderosa pero histórica de nuestros modos de estar en el mundo y de ha-
blarlo; por otra parte, o en otro nivel de la misma divergencia, “intelectual”
y “artista” son nociones inconmensurables, y no –por supuesto– porque
una pueda pensarse con mayor espesor social que la otra; el tipo de escritor
que en principio me interesa, es decir el “escritor-artista” –para usar una
fórmula de Ángel Rama– puede convertirse en intelectual o, en cambio, no
hacerlo, como ha sabido distinguir con claridad Claudia Gilman (2003) al
estudiar a los escritores intelectuales vinculados con la revolución entre los
60 y los 70 en América Latina. Me interesa pensar los efectos de la conver-
sión de los escritores en intelectuales, pero el arte me interesa antes de que

Telar 41
sus productores se conviertan en intelectuales y también cuando no lo ha-
gan. Para la posición crítica que creo ocupar cuando lo pienso, suponer que
el problema de los vínculos entre literatura moderna y política conduce por
fuerza a adoptar la noción de “intelectuales” es una posición teórica entre
otras, y no considero que sea la preferible. Creo que una posición como esa,
y en situaciones culturales como la de nuestra era, puede conducir a aban-
donar la experiencia literaria, o a lamentar su desaparición o a celebrarla,
según el caso; lo cual, me parece, constituye respecto de las prácticas mate-
riales presentes en que eso que llamamos literatura o arte sigue sucediendo,
un tipo de ceguera diferente pero no menos severa que la de creer que
podemos seguir pensando la literatura como la pensaban los escritores-
intelectuales de hasta hace, digamos, veinte o treinta años. Carlos Fuentes,
por ejemplo, dijo en 1967 que “cuando los escritores no se ocupan de la
política, la política termina ocupándose de los escritores” (Gilman, 2003:
72); la sentencia habla sin dudas de las ansiedades de un tipo de sujeto en
que se mezclan –en medidas diferentes para cada caso– narcisismo, com-
pulsión de control y legítimas o nobles convicciones. Pero la sentencia de
Fuentes no dice en principio nada acerca de lo que hubiesen dejado escrito
los escritores ni de los efectos no previstos de esos escritos en contextos de
uso no controlados (aunque la sentencia insinúe algo de lo que podría suce-
der con lo que tales sujetos habrían de escribir, o con lo que ya no podrían
escribir de ningún modo, una vez que la política se hubiese ocupado de
ellos). Para decirlo de otro modo, lo que por razones diferentes ocurre en
los sucesivos contextos del apogeo, la nostalgia o la impugnación radical de
“la ciudad letrada” es una doble reducción: por una parte, disminuye la
creencia en los poderes de las prácticas artísticas –que, entre el romanticis-
mo y las neovanguardias, las sucesivas modernidades agigantaron de muy
diversas maneras–; por otra parte y correlativamente, se atribuye a la domi-
nación y a sus dispositivos culturales una compacidad más o menos alarma-
da o fatalista, según los casos. Para citar apenas un ejemplo: Edward Said,
una de las firmas más citadas en la crítica académica hegemónica de los
años recientes, ha puesto los más sofisticados análisis narratológicos al ser-
vicio de una tesis sobre la que insistió con la tenacidad del activista: “la
novela decimonónica europea es una forma cultural que consolida, pero

42 Telar
también refina y articula, el statu quo imperialista” (1996: 137). No hay que
ser muy avezado para advertir, nomás con una modesta predisposición prag-
mática, que late una contradicción entre el enunciado y la enunciación de
Said: en su experiencia de lectura, la novela decimonónica europea ya no es
una forma cultural que meramente reproduce y fortalece la dominación
imperialista (por supuesto, tengo para mí que, además, nunca lo habría sido
del todo para los lectores de Austen, de Dickens, o de Conrad). Pero me
gustaría notar además que la lectura de Said es una lectura social efectuada,
esto es que ignoro de dónde saldría la autoridad de un sujeto que diese por
irremediablemente cierto que casi nadie o muy pocos pueden leer la novela
europea con la agudeza crítica de Said, y que entre esos muy pocos más vale
no esperar que se cuente la, digamos, common people. Lo que quiero decir es
que tenemos por lo menos la obligación metódica de sospechar que algunos
énfasis e insistencias de los intelectuales de nuestra era, y tal vez sobre todo
los de algunos universitarios, dicen algo respecto de sus propias condicio-
nes de aislamiento o de distancia respecto de las experiencias culturales y
políticas no directamente vinculadas con la Universidad o con la república
de las letras, por una parte lo que respecto de las ideas sobre el arte de
alguien como Said –activo militante de la causa palestina– puede resultar a
primera vista paradójico por otra, que tales énfasis e insistencias podrían
estar concediendo a las operaciones de violencia simbólica de la cultura
dominante una compacidad que no siempre tiene, además de una eficacia
exagerada o demasiado extendida; en el modo efectivo, histórico y social,
en que se desarrolló la cultura, la construcción de eso que algunos llaman
“canon” o de la propia “ciudad letrada” latinoamericana pudo resultar
menos poderosa de lo que suele postularse; es probable, en este sentido, que
algunos críticos proyecten la eficacia disciplinaria que cierta “alta cultura”
tuvo en la modelización de las competencias culturales de algunas regiones
dominantes (o hasta en sus propias biografías intelectuales) al resto del
planeta. En este sentido, puede ser históricamente erróneo suponer que –se-
gún cierta idea demasiado homogénea de la modernidad– la tan europea
“educación estética del hombre” haya sido, con pareja consistencia, la regla
de hierro de las formaciones culturales en general.
Desde esa ubicación, me propongo recordar de modo formulario lo

Telar 43
que para especialistas en el problema “intelectuales” son seguramente luga-
res comunes, presupuestos crítico-historiográficos del tema (me refiero al
carácter colectivo de la noción, a dos de sus propiedades –responsabilidad
y representación– y a una de sus tradiciones más próximas a nosotros, la de
“la ciudad letrada”); a partir de ese repaso, intento esbozar algunas conjetu-
ras más o menos situadas a propósito de un episodio y de un libro imantados
por Cuba y la Revolución Cubana (me refiero al ensayo de Jean Franco de
2002, y a la ruptura del Consejo Editor de Punto de vista en 2004). En un
trabajo que ahora imagino como la segunda parte de éste, me gustaría volver
a salir del problema “intelectuales” recordando cómo algunos críticos
(Bajtín, Williams, Georges Didi-Huberman) pudieron razonar las cuestio-
nes de la representación y la responsabilidad en constelaciones problemáti-
cas no tributarias del ideologema “intelectuales”; me interesan esas pers-
pectivas porque creo posible aprovecharlas para una cierta política de la
crítica –una política que por supuesto, traducción mediante, alguien podría
calificar de intelectual– y que se propondría razonar los efectos críticos que
la literatura o el arte tienen sobre la cultura.

Primer lugar común: nosotros


“Los intelectuales están de moda, privilegio que no implica mayor
claridad. En efecto, actualmente es casi tan difícil hablar con serenidad de
los intelectuales como antaño de los jesuitas” (Bodin, 1965: 5). Así comen-
zaba la traducción que hizo Eudeba en 1965 de una breve monografía pu-
blicada en París en 1962 y titulada precisamente Los intelectuales. Ese co-
mienzo me interesó menos por el fastidio de su tono que por el énfasis con
que introduce una de las notas distintivas de la noción moderna de “intelec-
tuales”: el carácter a la vez plural, gregario y confabulatorio de la compara-
ción con “los jesuitas”. Un breviario de divulgación universitaria confir-
maba a comienzos de los años 60, entonces, uno de los rasgos constitutivos
del tema “intelectuales”: siempre se trata de un sujeto plural o, mejor, de un
sustantivo colectivo. Un grupo, una “comunidad de estatus y objetivos”,
“una fracción de clase”, un campo de competencia, una “corporación”, un
“estrato”, una “minoría privilegiada” como anotó Chomsky en alguna de

44 Telar
sus arengas contra la intervención norteamericana en Vietnam, un “mundi-
llo aparte”, o hasta una hermandad y una “familia”. Desde la invención
moderna de la figura y de la palabra en el “Manifiesto” de 1898 firmado por
Zola, Anatole France y varios otros, “intelectuales” define una colectivi-
dad autoinstituida. Para enfatizar este aspecto definitorio de la palabra,
Zigmunt Bauman ha utilizado la figura del “toque de reunión”. Bauman
vincula la emergencia de la colectividad “intelectuales” a dos procesos que
parecen fases de la división social capitalista del trabajo: “el divorcio entre
el estado y el discurso intelectual” que se produjo a partir de la era iluminista,
y la división de les philosophes o la république des lettres (…)

en enclaves especializados con sus intereses parciales y preocu-


paciones localizadas. La palabra [intelectuales] fue por ello un to-
que de reunión, que resonó por encima de las celosamente vigila-
das fronteras de las profesiones y los genres artísticos; un llama-
miento a resucitar la tradición (o materializar la memoria colecti-
va) de los “hombres de conocimiento” que encarnaban y ponían en
práctica la unidad de la verdad, los valores morales y el juicio
estético. (…) La comunidad de intelectuales iba a unirse a través de
la respuesta al llamamiento y la aceptación de los derechos y res-
ponsabilidades que éste implicaba (Bauman, 1997: 9).

Invitados a una mesa propia que quedaba tendida por la invitación


misma, autorreclutados, voluntarios, adherentes a una lealtad autodefinida.
Claudia Gilman utilizó la figura de Bauman en su estudio sobre los
“debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina” entre
los 60 y los 70. La campana, por supuesto, repicó cada vez más desde Cuba,
pero venía resonando en la copiosa serie de encuentros y congresos que
precedieron a los que tendrían lugar en La Habana, y sobre todo en las
efectivas y crecientes relaciones e intercambios entre escritores y críticos,
que conformaron no sólo una sólida red de sociabilidad y de amistades sino
también un entramado institucional en revistas, asociaciones, comités, pre-
mios, declaraciones y manifiestos.
Poco antes de conocerse el estudio de Gilman, cuando José Luis De

Telar 45
Diego buscaba un título para la edición en libro de su tesis doctoral sobre
“Intelectuales y escritores en Argentina (1970-1986)”, se decidió por una
significativa y típicamente pigliana cita de Ricardo Piglia: “¿Quién de no-
sotros escribirá el Facundo?”. La cita completa de Piglia que De Diego pone
como epígrafe del libro dice: “A veces (no es joda) pienso que somos la
generación del 37. Perdidos en la diáspora. ¿Quién de nosotros escribirá el
Facundo?” (De Diego, 2001: 7). Creo que ya forma parte de nuestro sentido
común histórico al respecto, la idea de que uno de los últimos intentos de
tocar a reunión en la literatura argentina fue precisamente la prolongada
intervención de Piglia en el proceso de reconstrucción del campo literario,
digamos entre Respiración artificial y la encuesta de la revista Humor de 1987
que ubicó su novela, junto con el Facundo, entre las diez mejores de la
historia argentina del género (JCM/Rubén Ríos, 1987: 97). Por supuesto,
las conjeturas a que incita el caso son muchas, pero una de ellas bien podría
decir que la operación de Piglia –o la operación Piglia–, que consistió sin
dudas en re-unir la diáspora en torno de una cierta figura de escritor-intelec-
tual, pagó caro, y pronto, el precio de su anacronismo.

Segundo lugar común: nosotros, los representantes,


respondemos
La historia de la noción de intelectual es la historia de un relato hetero-
géneo que sin embargo parece unificarse no sólo en torno de esa autoinsti-
tución de un colectivo sino también alrededor de un calificativo: “respon-
sable”. En su acepción primera y más usual, responsable es el sujeto que
está obligado a responder por una situación derivada de una falta: debe
satisfacer, reparar, restituir. Es aquel sobre quien pesa el cargo o el encargo,
porque la palabra arrastra, además, el matiz delegatorio: el responsable
responde por sí y sobre todo por otros, se autodefine obligado a rendir
cuenta de su respuesta reparadora ante alguna autoridad superior: la ver-
dad, o aquellos que lo mandan o de quienes se pretende mandatario. Pero
hace falta todavía una especificación más: la respuesta de que se habla cuan-
do se habla de intelectuales es no sólo una respuesta deliberada sino, sobre
todo, una respuesta inespecífica. Resulta de un reconocimiento explícito,

46 Telar
que lleva a una decisión por intervenir, y por hacerlo en un campo externo
a la competencia del que interviene (externo a la ciencia, a la filosofía, al
arte), y mediante prácticas que otros –los gobernantes, los políticos, los
medios de comunicación– reclaman como propias.
Por supuesto, sabemos que una de las paradojas que afectan histórica-
mente al intelectual como sujeto responsable es el carácter de esa falta que
debe restituir, porque lo que falta, falta siempre en otros, en los otros, y eso
que falta en los otros es siempre la capacidad para advertir la falta, para
identificarla y para constituirla en prácticas de representación. En este sen-
tido, la tan citada frase de Marx, “no pueden representarse a sí mismos,
necesitan ser representados”, condensa, diría de un modo poderoso y casi
masivo, los itinerarios que típicamente recorrieron las discusiones acerca
de los intelectuales que los propios intelectuales, como sabemos, protago-
nizaron y pusieron en el centro del proceso cultural que conocemos como
modernidad. Si la frase de Marx condensa esos itinerarios, no es sólo por lo
mucho que se la ha citado, sino sobre todo porque recuerda que el problema
“intelectuales” se construyó desde antes de la Revolución Francesa por
analogía con las batallas por la representación política secular. Si única-
mente la sujeción a la verdad moral, al gusto y a la Razón fundan un ejerci-
cio de libertad sin restricciones, quienes gobiernan sus prácticas por el
imperio soberano de esa sujeción –científicos, filósofos, artistas– quedan
obligados a exigir su expansión al gobierno de la entera vida pública.
Pero América Latina, conviene apuntarlo, fue entre los 60 y los 70 uno
de los contextos en que de modo más vertiginoso esa lógica de los intelec-
tuales como representantes de quienes carecían de representación alcanzó
su clímax, es decir su autoliquidación: la máxima verdad que había consen-
suado el discurso de los intelectuales sostenía precisamente la plenitud re-
presentativa de la Revolución y de sus líderes. La Razón de lo público –repe-
tía ahora el discurso de las vanguardias intelectuales– estaba completamen-
te de ese lado y ya no había, por tanto, quien necesitase mejor representa-
ción que esa. El intelectual debía lisa y llanamente dejar de serlo y hasta
dejar de escribir, dejar de representar y pasar a la acción, conducida tam-
bién por la voz y las manos de otro: el pueblo en armas, el comandante, el
horizonte de la victoria.

Telar 47
Tercer lugar común: la ciudad letrada
“La construcción de una literatura”, una de las primeras formulaciones
del programa al que Ángel Rama se entregaría con la tenacidad de quien
encara la empresa de su vida, suena sin dudas como esos toques de reunión
que mencionábamos. Paradigmático y a la vez ejemplar, el escrito articula
con claridad asertiva los lugares comunes del ideologema “intelectuales”
porque reinventa la noción de “literatura”, y a la vez la prescribe: ya no la
especificidad de los resultados de una práctica que, como tal, carece de la
articulación mínima mientras no responda, por un proyecto adoptado y
actuado en público por ciertos sujetos, a las necesidades del resto de las
prácticas sociales; ya no el mero conjunto de unas obras de arte que hayan
alcanzado calidad y circulación, sino en cambio, a partir de esos logros, la
construcción deliberada de una creación estética que responde a una fun-
ción social, por parte de un nosotros calificado una y otra vez como respon-
sable:

Si tuviera que decir con toda precisión cuál entiendo es la tarea


más importante del momento actual y nuestra responsabilidad cul-
tural, diría que es la construcción de una literatura (...), un proceso
en el cual podemos incidir con eficacia, que se encabalga sobre el
arte y sobre la sociología, y que llamamos “literatura”: una crea-
ción estética que promueve el desarrollo histórico de una sociedad
merced a un conjunto de escritores que en ella actúan y a ella se
dirigen (...). No basta que haya obras literarias, buenas y exitosas,
para que exista una literatura. Para alcanzar tal denominación, las
distintas obras literarias y los movimientos estéticos deben respon-
der a una estructura interior armónica, con continuidad creadora,
con afán de futuro, con vida real que responda a una necesidad de la
sociedad en que funcionan (...). Mientras que a las grandes creacio-
nes sólo podemos esperarlas y desearlas, y responder a los dones
íntimos de los individuos, en cambio podemos crear esto: una lite-
ratura,(...) un servicio público muy sui generis donde en escritor
cumple una tarea social (Rama, 1960: 24-26).

48 Telar
El texto, que se refiere en principio a la literatura uruguaya, propone
precisamente desprenderla de las fronteras nacionales, construirla en el
interior de la “literatura americana”, y ponerla en manos de una subjetivi-
dad que estratifica y a la vez aúna modelos de artista, de crítico y de intelec-
tual: los tres primeros nombres propios que puntúan el ensayo son los de
Rubén Darío, Antonio Candido y Sartre. Falta mencionar, sin embargo, un
dato decisivo: Angel Rama profiere esta exhortación en diciembre de 1960,
y en un escrito organizado en torno de la mención explícita de la Revolu-
ción Cubana como el acontecimiento cultural ineludible del presente-futu-
ro. Es a la luz de ese suceso, puesto explícitamente en el lugar de una clave
de bóveda que reorganiza por completo un edificio nuevo, que Rama define
el proyecto colectivo de construir una literatura y pide en su favor que los
escritores se conviertan en intelectuales.

Treinta años no es nada


¿Qué vigencia podría mantener la tradición de la ciudad letrada des-
pués de los más de cuarenta años transcurridos? Antes de examinar el relato
de Jean Franco acerca de lo que denomina la “declinación y caída” de ese
proyecto, me gustaría aunque más no sea anotar la curiosa persistencia de
algunos de sus criterios de legitimidad como matriz de autoinstitución de
un colectivo intelectual latinoamericano, aun en el marco de un cambio
drástico de las posiciones políticas e ideológicas. En el episodio de la ruptu-
ra del Consejo de Dirección de Punto de vista ocurrido en 2004, la concep-
ción moderna paradigmática del intelectual del subcontinente como colec-
tivo responsable obligado a intervenir, parece retornar con sus notas origi-
narias; como si dijésemos, un modelo residual reemerge (o un anhelo in-
cumplido retoma las legitimaciones de un pasado del que se quiere severa-
mente crítico). A esta conjetura me condujo menos la idea ya más o menos
generalizada entre nosotros acerca de la declinación o la inoperancia de los
intelectuales en la cultura global, que una curiosa simetría: en las últimas
dos páginas del mismo número de Punto de vista que ocupa las dos primeras
en explicar la ruptura y transcribir las cartas de los que se alejan, leemos un
pronunciamiento, colectivo, sobre Cuba: “Cuba y los derechos humanos”.

Telar 49
En efecto, por una parte, en la página 1 del n° 79, de agosto de 2004, la firma
no de la directora de la publicación, ni una nómina de firmas, sino la de
“Punto de vista”, rubricaba el texto titulado “Un nuevo colectivo intelec-
tual” (Punto de Vista, 2004: 1). El escrito, que explica “la ruptura” ocurrida
en el “Consejo de Dirección” a fines de marzo a causa de la renuncia de tres
de sus miembros, insiste sobre algunos presupuestos: se había roto la “uni-
dad” de un “grupo intelectual” o de “un núcleo de intelectuales” que, en
torno de “un proyecto” se proponía “intervenir” en la “coyuntura, política
o estética”. El texto daba por “cerrado” ese “capítulo” y señalaba “el desa-
fío de construir un nuevo colectivo intelectual”. La declaración sobre Cuba
que cierra el número fue redactada por algunos de los miembros de la revis-
ta y enviada a mediados de junio a quienes habíamos colaborado en sus
páginas en los últimos años, y es, obviamente, el gesto directo e inicial de
esa voluntad por construir un nuevo colectivo intelectual expresada en la
página 1; se publicó con veinticuatro firmas, entre las que figuran siete de
los nueve miembros del nuevo staff, y también siete de los nueve colabora-
dores argentinos del número: el toque repetido se mostraba capaz de reunir
rápidamente a muchos; la amenaza derivada de la ruptura parecía conjura-
da.1 A la vez, interesa señalar sobre todo que, para hacerlo, el texto invoca
la serie de denuncias conocida como “el caso Padilla”, es decir un momen-
to preciso en la tradición de la ciudad letrada, que está no cuarenta sino
“treinta” años atrás, y que representaría, por lo menos como lo recuerda
Punto de vista, un nuevo toque de reunión que retrocedía respecto de la línea
de autodisolución de los intelectuales bajo su asimilación al revolucionario
liso y llano; pero además, a partir del caso Padilla el pronunciamiento
habla de “una tradición” que hace llegar hasta el presente, y en la que
quedan incluidos la trayectoria y el proyecto de Punto de vista:

1
Me parece conveniente aclarar que mi posición respecto de este tema no es meramente
la del analista: por una coincidencia entre el episodio de la ruptura que menciono y las
fechas de entrega y de cierre de la revista, ese número de Punto de vista incluye una cola-
boración sobre la obra de Raymond Williams que lleva mi firma y que algún improbable
lector interesado en el asunto podría incluir en la discusión que algunos de mis escritos
mantienen con la publicación. En cambio, que mi firma no se incluya en la declaración
sobre Cuba no se debe por supuesto al azar sino a un desacuerdo con la declaración
misma.

50 Telar
La cuestión de los derechos humanos en Cuba no es nueva ni
salta a la opinión pública por la acción de los Estados Unidos. Ha
surgido hace más de treinta años a partir de las críticas nacidas de
sectores políticos e intelectuales que comenzaron apoyando la re-
volución y que no renegaban de sus valores y objetivos. (...) A
partir del caso Padilla y hasta las últimas denuncias (...), es larga la
lista de intelectuales de izquierda, desde Sartre en 1971, a Saramago,
el año pasado, que han condenado el vuelco represivo en la dicta-
dura cubana.(...) El problema de las libertades y los derechos en
Cuba puede y debe ser encarado a la luz de esa tradición intelectual
y política. Y no puede disociarse de un conjunto de problemas que
han ocupado las páginas de Punto de vista: las ideas, iniciativas,
transformaciones, que han acompañado el debate sobre el “socia-
lismo real” y la renovación del marxismo y de los partidos de
izquierda en Europa y América Latina (AAVV, 2004: 47).

Por supuesto que, si fuese por las ideas, las posiciones de Punto de vista
sobre Cuba podrían haberse publicado en la revista antes de la ruptura, o si
ésta no hubiese ocurrido. El espesor del gesto y su apuesta, en cambio,
reside en que suceda en el número de la ruptura y escenifique así, del modo
más manifiesto y deliberado y en uno de los géneros más clásicos que conocen
los estilos de los intelectuales modernos, que la voluntad de la página 1 no
es voluntarismo y ha comenzado a cumplirse.

Cuarenta años lo es todo


El dilema irresoluble con que se enfrenta, creo, una crítica del arte y la
literatura que se apegue a la tradición de la “ciudad letrada” –sea para
impugnarla o para lamentar su ocaso– es el dilema de la expectativa más o
menos excluyente por el sentido, y el olvido consecuente de la producción
artística de incertidumbre, es decir el dilema de la política como “dadora de
sentido” (Terán, 1991: 15). La sujeción de las razones políticas, la sujeción
de la razón pública como vara para examinar el arte produce siempre un
malentendido, a excepción de que se crea que el arte es uno más entre los
predios de la reproducción del Sujeto. La tradición abierta por Ángel Rama

Telar 51
(y en la que sería posible, por supuesto, reunir muchas otras firmas) es esa
sujeción, o más bien se transforma inevitablemente en un cerrojo en torno
de ideas como clausura, fracaso, derrumbe, declinación o caída cuando se la
sigue adoptando en contextos como el nuestro, precisamente porque se
trata de una tradición cuyo a priori es la implicación necesaria entre arte y
sujeto político público, es decir entre artista e intelectual. Implicación o,
más bien, imperativo de legitimación de lo primero en lo segundo: el arte se
valida si es la práctica de un artista que se ha transformado en intelectual
(quiero decir que de ese paradigma queda excluida una validación del arte
por lo que puedan efectuar los resultados desujetados de su ejercicio). Por
supuesto, se trata de un a priori histórico: cuando Rama formuló su progra-
ma a principios de los 60, él y tantos otros tenían motivos materiales inme-
diatos para creer que podría cumplirse. Podemos más que conjeturar qué
giro crítico daría Rama tras lo que empezó a entrever con bastante claridad
y sin concesiones, esto es tras advertir todo lo funcional a la dominación
que habían resultado las prácticas letradas de representación en América
Latina desde la emergencia de las nacionalidades hasta los años sesenta,
pasando por el salto modernista del 900. Sabemos también cómo buena
parte de la crítica latinoamericana hegemónica se apegó a la prevención
política contra cualquier atribución de cualidades no reproductivas al arte
y a la literatura de las elites, plegándose a veces a las “agendas” nordhemisfé-
ricas de la impugnación del llamado “canon” (una noción que nos enclaustra
en la deprimente alternativa entre veneración cultual y sacrilegio), o a una
condena por momentos ahistórica de la escritura como tecnología comuni-
cacional de la dominación. Jean Franco ha intentado hace poco retomar la
problemática abierta por Rama, o más bien darla por perimida y lamentar-
lo, en su libro Decadencia y caída de la ciudad letrada (2003). No se trata de la
autobiografía de Jean Franco, pero sus memorias políticas e intelectuales
puntúan el libro, que comienza con el recuerdo de su llegada a La Habana
en 1953, “pocos días después del asalto al cuartel Moncada encabezado por
Fidel Castro” (2003: 9). En el último párrafo del volumen, Franco recapitula:
su ensayo “se ha ocupado principalmente de las numerosas versiones de
utopía que han naufragado a lo largo de los últimos cuarenta años, y sobre
todo del abandono de ‘la ciudad letrada’”. Pareciera, sin embargo, que el

52 Telar
naufragio no terminó de ahogar a todos, porque Franco concluye: “Esto
dista mucho de ser un escenario negativo, pues algo vive aún entre los
escombros, aunque sólo sea la fuerza de voluntad” (2003: 357). En la voz
de Franco, la voluntad parece más bien nostalgia, si tenemos en cuenta por
ejemplo algunas orientaciones de lectura que la autora antepone a su texto:
el epígrafe de la introducción del libro es una cita de Michael Hardt y
Antonio Negri que dice: “Este lugar limítrofe ya no existe” (2003: 9); el
último capítulo se titula “En el interior del Imperio” y está encabezado por
una frase de Diamela Eltit según la cual “Nada escapa al neoliberalismo. El
arte y la literatura no están excluidos. Están incluidos” (2003: 337). Por
supuesto: desde el paradigma “intelectuales”, casi nada ni nadie se ha salva-
do del derrumbe, y lo que sobrevive entre los escombros parece más bien el
arqueologema residual de aquellos ardorosos y erróneos tiempos idos. El
paradigma de Franco es claramente el de la responsabilidad de los sujetos,
es decir el de la eficacia política de las figuraciones deliberadas, y no tanto
el de las prácticas como respuestas ocurridas: “De un día para el otro la
ciudad se convirtió en un territorio hostil”; fue el escenario de un “drama
de pérdida y ruptura” en el que la literatura fue protagonista “no sólo por
haber dado expresión a lo utópico, sino también por estar implicada en su
extinción” (2003: 9). En el libro de Franco “la literatura” es menos Casa
tomada o Rayuela que Julio Cortázar y el Libro de Manuel; Neruda es menos
la firma de autor del Canto general que el sujeto ideológico –visionario,
demiúrgico, utopista– que se autoafirma en el poema con el mismo sospe-
choso candor político hacia el comunismo y el stalinismo que se lee en su
actuación pública o en sus prosas autobiográficas; el Canto general es leído
como uno de los “manifiestos comunistas”, antes que por las desujeciones
que produce la enunciación poética en las fugas del habla que inventa (2003:
81 y ss.). Por supuesto, Franco demuestra que sabría leer lo que en el poema
se escapa de esas sujeciones, como cuando señala casi al pasar la paradoja
entre la aspiración de monumentalidad del texto y su composición frag-
mentaria, discontinua y –contra las aspiraciones de unicidad del sujeto–
ventrílocua (2003: 102). Pero lo que persigue aquí el discurso crítico es
principalmente otra cosa. La utopía y el manifiesto, como sabemos, son
géneros del discurso social: nombran ideologemas y consisten en su repre-

Telar 53
sentación. Como para el Ángel Rama de “La construcción de una literatu-
ra”, para Jean Franco “literatura” sigue definiendo ciertos “proyectos esté-
ticos y políticos” (2003: 10) construidos por escritores que se han hecho
intelectuales: sujetos que “ejercían influencia sobre lo que se leía, sobre
cómo se entendía la historia y cómo se valoraba el lenguaje” (2003: 13), y
que se proponían escribir ficciones o poemas según los compromisos ex-
presados en esas manifestaciones (o de quienes debería esperarse –parece
suponer Franco– que así lo hicieran, que escribieran siguiendo sus propias
prescripciones políticas). Lo que se olvida, se secundariza o se pierde cuan-
do se analizan los resultados del arte en esa perspectiva es lo que muchos
consideramos el núcleo del espesor político del arte: la producción de in-
certidumbre, el atasco de la representación y el descalabro de la subjetivi-
dad. Como durante el apogeo de la ciudad letrada, en el libro de Franco las
novelas y los poemas son importantes, pero actúan en un segundo grado,
como pruebas de cumplimiento o fracaso del compromiso público de los
escritores como intelectuales.2
Podríamos además interrogar por exageradas algunas proposiciones de
Franco que parecen destinadas a enfatizar la responsabilidad política efec-
tiva que tuvieron los escritores de literatura, como cuando afirma que no
sólo “fueron más importantes que los críticos y los académicos como árbi-
tros del gusto literario” sino también que resultaron “más importantes que
los políticos en cuanto guías de la corrección política” (2003: 14).3
Por supuesto, la literatura puede concebirse como la “expresión” de
discursos sociales, y se puede leer en ella exclusivamente cuánta eficacia
tenga para producir, mantener o reproducir una cierta ideología. Según una

2
Parafraseo a Gilman: “Sin duda, las novelas y los poemas fueron importantes, pero
actuaron –si pudiera decirse así– en un segundo grado, en una suerte de acumulación
histórica y de lecturas que era diferente de la intervención fulgurante y coyuntural” (2003:
74).
3
Aun para un contexto como el de la Argentina de los semanarios como Primera Plana,
resulta muy difícil acordar con esa proposición de Jean Franco; la idea de que –para
mencionar un par de casos fuertes– las voces de Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa
hablando de política tuviesen más legitimidad o más pregnancia que las cintas magnetofó-
nicas que llegaban desde Madrid con la voz de Perón –pongamos por caso–, o que los
discursos y textos del Che Guevara, parece históricamente errónea.

54 Telar
perspectiva como esa, por supuesto que Franco tiene razón: además de
haber merecido la impugnación tenaz de cierta nueva crítica académica
desde mediados de los 80, “la ciudad letrada” es un proyecto fracasado que
pertenece al pasado.
Me gustaría apenas insinuar que, en cambio, eso que persiste en las
experiencias que no me importaría demasiado llamar de otro modo y no ya
literarias o artísticas, lo que persiste en ciertas experiencias donde intervie-
nen prácticas “canónicas” o “no canónicas”, institucionalizadas o apenas
emergentes, puede seguir nombrándose –incluso ya sin teleologías ni can-
dores optimistas– con la figura de aquel animal subterráneo, ciego y aún
más anacrónico, que el canon ideológico nos dejó escrito con literatura sin
dudas de la buena: “el viejo topo cava la tierra”.

Telar 55
Bibliografía
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de cultura, XXVII, 79, agosto, pp. 47-48.
Bauman, Zygmunt (1997): Legisladores e intérpretes. Sobre la modernidad, la
posmodernidad y los intelectuales. Buenos Aires: Universidad Nacional de
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Bodin, Louis (1965): Los intelectuales. Buenos Aires: Eudeba (1ª edición en
francés: Presses Universitaires de France, Paris, 1962).
De Diego, José Luis (2001): ¿Quién de nosotros escribirá el Facundo? Intelec-
tuales y escritores en Argentina (1970-1986). La Plata: Ediciones Al Mar-
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Franco, Jean (2003): Decadencia y caída de la ciudad letrada. La literatura
latinoamericana durante la guerra fría. Barcelona: Debate, traducción de
Héctor Silva Miguez (1ª edición en inglés: 2002).
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revolucionario en América Latina. Buenos Aires: Siglo XXI.
JCM/Rubén Ríos (1987): “Las 10 novelas más importantes de la literatura
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señalador”, “Tabla final”.
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Revista de cultura, XXVII, 79, agosto, p. 1.
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XXII, N° 1041, 30 de diciembre, 2ª. Sección; reproducido en Antelo,
Raúl (ed.). Antonio Candido y los estudios latinoamericanos. Pittsburg: IILI,
2001, Serie “Críticas”, pp. 21-34.
Said, Edward (1996): Cultura e imperialismo. Barcelona: Anagrama, traduc-
ción de Nora Catelli.
Terán, Oscar (1991): Nuestros años sesentas. Buenos Aires: Puntosur.

56 Telar
Intelectuales y praxis emancipadora.
Apuntes para un manifiesto
MIGUEL MAZZEO

La condición serial
Sin negar la importancia de los enfoques que exploran la intersección
entre el lenguaje y la construcción de la praxis (en sentido estricto corres-
ponde decir las praxis), lo cierto es que el pensamiento sobre la realidad
social, a partir de los años 80, comenzó a diluirse en “textualizaciones”, a
desorientarse en el “decontructivismo” o el positivismo de los símbolos, lo
que llevó a abandonar las explicaciones totalizadoras y a la crítica radical
de la realidad.
Se fueron fortaleciendo así las miradas reduccionistas y empobrecedoras
que a veces eran también eurocéntricas. El minimalismo, entró en un perío-
do de auge y aún sigue consolidado. Desde estas condiciones se reeditó una
producción intelectual y artística displicente y uno de los males endémicos
de la intelectualidad local: el lugar aristocrático en una nueva versión traba-
jada por el espectáculo, consistente en una banalidad ennoblecida superfi-
cialmente contrapuesta a la otra banalidad, la rústica, en que se sostiene el
otro régimen de lo espectacular pero con la que comparte evidentemente la
misma matriz.
Pero para explicar el deterioro del pensamiento crítico, la ausencia de
audacia política y poética, no alcanza con echarle la culpa al “giro lingüís-
tico” y a lo que de él se deriva: la primacía de los significantes sobre el signi-
ficado y el descentramiento del sujeto.
Norberto Bobbio decía que los intelectuales son expresión de la socie-
dad en la cual viven. Los intelectuales argentinos, incluyendo a los de iz-
quierda, críticos, marxistas, etc. habitan una sociedad fragmentada. Esa

Telar 57
fragmentación o condición serial de la sociedad, es el fundamento de las
nuevas formas de dominación. Y aunque se trata del resultado de un proce-
so histórico, que involucra una dura derrota del campo popular, ha cons-
truido una eficaz condición de naturalidad.
En efecto, también los intelectuales de izquierda se han afincado en un
determinado lugar de la serie y muestran escasa capacidad para cuestionar,
no sólo el propio lugar, sino la serialidad misma. Con resignación asumie-
ron (o por lo menos sospecharon) que la realidad en su conjunto era irrepre-
sentable y decidieron trabajar en una parte de la realidad relativamente
pública y convencional.
Un ejemplo: esta situación hace que la identificación del Grupo Clarín
como parte fundamental del “establishment” pueda convivir con la aspira-
ción al reconocimiento (“legítimo”) del Suplemento Ñ. Lo interesante es
qué situación puede ser vivida como no esquizofrénica, no funcional ni
orgánica.
Al aceptar la condición serial desaparece la necesidad de afirmar el
desencuentro con la realidad. La condición serial aplaca todas las furias y
confunde a los intelectuales a lo hora de formular alternativas frente al
discurso del poder. Ahora cuesta cada vez más determinar por donde pasa
la negatividad de un discurso o una práctica.
Los intelectuales, a partir de los 80, comenzaron a pensar no sólo den-
tro de los límites impuestos por la realidad, sino al interior de los límites de
un fragmento de esa realidad. Los intelectuales de izquierda no escaparon a
estas formas afásicas. Incluso los marxistas cumplieron con las exigencias
de intervención práctica, actuando en una exclusiva serie.
Aunque suene a paradoja el denominado “pensamiento único” que
impuso el capitalismo en la era de la globalización neoliberal es en alto
grado pluralista. No debemos confundir el pensamiento único con una ver-
sión ultraconservadora y fundamentalista. La pelea es mucho más compli-
cada.
El pensamiento único, es su versión más eficaz, no sólo acepta lo diver-
so, sino que erige la convivencia de lo diverso en horizonte y proyecto. Ese

58 Telar
pluralismo, amplio y superficial a la vez, es su principal base de sustentación.
El pensamiento único es la naturalización de la condición serial. Ofrece la
posibilidad de pensar y hacer desde distintas identidades y definiciones
pero sin afectar el núcleo duro que asegura la reproducción del sistema.
Ofrece la posibilidad de asumir el lugar seductor de la herejía y la heterodo-
xia pero sin pagar las consecuencias que conllevan las verdaderas puesto
que se trata de herejías y heterodoxias siempre falsas o de baja intensidad y
efectos controlados.

La no representación (importancia de las


anticipaciones)
Una posible certeza: no queremos ser administradores del conocimien-
to existente. En la Argentina abundan los intelectuales alejados de la vida
práctica, cultores de los conceptos vacíos y los discursos altisonantes, espe-
cialistas en algún fragmento del mundo, cuando no apologistas más o menos
encubiertos del infame estado de las cosas. Abundan también los artistas
que producen fetiches en serie, los artistas del clisé y el fatuo, los artistas del
realismo acabado (se olvidan que el realismo cambia con la realidad), los
fabricantes del vacío. Los exhibidores de íconos. Abundan los que se nie-
gan a las anticipaciones, a las creaciones de realidades nuevas, a la perma-
nente aporía, a la subversión.
En fin, intelectuales (en sentido tradicional) hay muchos, incluso los
hay con pretensiones radicales, especialistas en trascripciones de un siste-
ma a otro, establecedores de correspondencias. Lo que escasea es la volun-
tad y la capacidad de comunicar la inteligencia teórica de las acciones y
reacciones del campo popular (dentro del campo popular y en su periferia)
y de organizar la unidad sintética de la experiencia de las clases subalternas.
Escasea la voluntad de desarrollar el trabajo de hormiga de reconstruir
(aportar a la reconstrucción) de imaginarios sociales plebeyos-populares.
No se trata de contraponer nuevos guiones políticos a los viejos y ago-
tados guiones de la izquierda. Sino de elaborar el “nuevo texto” de modo
diverso, a partir de la acción. La política que preexiste a la lucha corre el
riesgo del dogmatismo, la ingenuidad, lo convencional, la previsibilidad.

Telar 59
Corre el riesgo de convertirse en un medio para anular la potencia de la
lucha popular.

Soledad y naufragio
Existe una imagen, cada vez más extendida, que exhibe al intelectual
“radical” como sujeto excepcional, aislado, en un contexto degradado, don-
de predomina el “transformismo”, la integración, la tristeza ideológica y la
pasividad popular. Intelectual radical sería todo aquel que asume una acti-
tud a contramano de la infamia generalizada y está a la expectativa de algu-
na irrupción o signo proveniente “desde abajo”. Es la princesa proletaria
cautiva del ogro burgués en la torre del castillo. Es el hombre que está solo
y espera.
Se trata de la construcción de un estado de soledad que se asume positi-
vamente, es decir, como resultado de la ética y de una inalterada fidelidad a
los principios y valores. Los intelectuales náufragos se dedican a arrojar, al
inmenso océano del pueblo, botellas con sus mensajes, con la expectativa
de que estas lleguen ¿redentoras? ¿esperanzadoras? ¿esclarecedoras? ¿concien-
tizadoras? a uno o a muchos.
Esta imagen y la función que la construye no deja de ser una forma de
expresar política y-o artísticamente el desencanto. Es una actitud casi de
fuga.
Una imagen nueva (aunque un tanto indecorosa) surge del siguiente
interrogante: ¿No será mejor usar las botellas para partir cabezas?
Nuestra condición marginal no vivida como condena debe ser la res-
puesta necesaria respecto de un orden dominante. No debe confundirse con
vocación, o con una actitud neorromántica. Nosotros no tenemos que ha-
blar desde el resentimiento o el orgullo del excomulgado. No, porque nues-
tro campo de acción es otro. Hemos elegido otro territorio y asumimos las
consecuencias de nuestras elección.

60 Telar
El viejo idealismo que persiste:
(anti)política y cultura
El intelectual de izquierda, no ha podido apartarse, por lo menos no lo
suficiente, de la concepción Croceana, o sea: de la concepción idealista.
Aunque lo niegue cada vez que se le presenta la oportunidad, se sigue con-
cibiendo como el conductor de la historia, y considera que el terreno en el
que se libra la batalla esencial es un terreno de ideas, cultural, no político.
La “batalla cultural”, exigiría armas específicas, bien diferentes a las
del arsenal político. La cultura aparece así como el medio para realizar los
fines de la política. ¿Se pueden alcanzar los fines de la política a través de la
cultura? La respuesta afirmativa conduce al Utopismo como forma de eva-
dirse de la responsabilidad. De este modo, el intelectual de izquierda salta
de Croce a Ortega y Gasset, alimentando un espíritu de casta.
Esta es una época dominada por el Intelectual “de cubículo”. La polí-
tica significa poder, y el intelectual le rehuye, aún asumiendo “compromi-
sos sociales”. Hoy proliferan los intelectuales de izquierda “antipolíticoos”,
muchos de ellos vinculados a los movimientos sociales. Estos intelectuales
subordinan la política a la cultura e incluso llegan a contraponer cultura y
política.
Frente a un poder político visto como algo emporcado por naturaleza y
como puro esquematismo, la cultura aparece como lo transparente y eleva-
do. La batalla cultural se perfila como lance caballeresco, sin riesgo, sin
drama, sin conflicto sustancial. Esta actitud también tiende a expresarse en
un teoricismo vacuo, del tipo: “Mi reino no es de este mundo”.
En tiempos donde predomina el uso indiscriminado del término “pro-
fesional”, sin tener presente que la “profesionalización” puede ser una de
las formas de la reproducción del sistema de dominación, el intelectual de
izquierda aspira a un aporte profesional o técnico, se considera un especia-
lista, un asesor. Además refuerza la idea de que el campo exclusivo del
intelectual es la superestructura. Reproduce así una concepción burguesa la
cultura. La batalla es esencialmente política pero cuando la política es re-
volucionaria es expresión de una cultura potencial enfrentada a la real.

Telar 61
La academia o la estrategia de la autopsia.
Sacerdotes y profetas
La academia recorta, distribuye, disecciona, compite, disciplina, auto
disciplina, formaliza y diseca. Entre el plano académico y el plano de la
militancia política de izquierda que aspira a la condición de revoluciona-
ria, existen tensiones que hacen, sino imposibles, por lo menos improba-
bles las combinaciones. A uno y otro campo les corresponden distintas
instancias proveedoras de autoridad. La militancia iguala, la academia
jerarquiza. La autoridad de la academia provee en buena medida de un
conjunto de garantías institucionales y ortodoxas. La Academia es el habitus
que preexiste, es el despliegue del nivel de la realidad que la realidad tiene.
La academia alimenta un conjunto de formas del conformismo cultural,
produce ilustración nunca lenguaje.
Como los espacios constituyen, existen además procesos de academiza-
ción. Un tema puede ser academizado, esto es, ingresa al terreno de lo que
prescribe, se formaliza. La academia promueve las vocaciones de taxider-
mistas y necrófilos (se trata de una metáfora polisémica).
En muchos ámbitos con vocación alternativa, se puede percibir una
tendencia a la construcción de un mercado de prestigio paralelo. Lo alterna-
tivo, en los últimos años, ha asumido la forma de la academia paralela. Es
común que los “espacios alternativos” reproduzcan compartimentaciones
típicas de la academia. O sea, se parte de la aceptación política de los esca-
ques. Las pulsiones burocráticas han profundizado estas tendencias.
La academia conserva, no crea, y organiza bajo la relación de ortodo-
xia. Pierre Bourdieu se refería a la oposición y complementariedad entre
profesores y creadores como la estructura fundamental del campo intelec-
tual. La comparaba con la oposición entre el sacerdote y el profeta. Los
primeros serían los conservadores de la cultura y los segundos los creado-
res. Ambas funciones pueden ser importantes. Sólo que ahora necesitamos
profetas.

62 Telar
Los límites de la “radicalidad” de los contenidos
Somos conscientes de la insuficiencia de la radicalidad de los “temas”,
pero también de los “contenidos” como sostén de un pensamiento emanci-
pador. La condición serial nos permite ser muy revolucionarios sin sacar
los pies del plato, sin exponernos a la detractación y sin cometer “crímenes
de lesa ciencia”, hay un lugar para todos en el infolio de la civilización. Pier
Paolo Passolini, en los años 70, ya identificaba un conformismo de la con-
testación.
Este problema ocupó a Herbert Marcuse hace cuarenta años, y hoy, en
nuestro país y en nuestro continente, merece una atenta rediscusión. Jean P.
Sartre, antes, había identificado un marxismo para burgueses. Mientras que
los contenidos radicales, son asequibles y tolerados socialmente, legitima-
dos académicamente, y hasta fetichizados, en la sociedad se clausuran sus
espacios de eficacia. Existe un “sistema de traducción” que asimila y neu-
traliza los contenidos radicales y las propuestas alternativas, que los cons-
triñe a un repertorio de imágenes limitado, que les succiona toda trascen-
dencia cualitativa y crítica y que relega la cuota de verdad que portan al
terreno de lo subjetivo –que siempre termina edificando algún elitismo
intelectual– cuando no los arroja directamente al campo de lo inviable.
Dicho sistema, recurre a:
1) la figura del intelectual como traductor de lo “objetivo”;
2) la primacía de la garantía del objeto de las ciencias sociales sobre los
riesgos del sujeto de la historia concebido por la dialéctica;
3) al espectáculo, entendido como relación social y estrategia de comunica-
ción y no sólo como puesta en escena o parafernalia. El espectáculo simpli-
fica, reduce y desdramatiza. El espectáculo contribuye a “cristalizar el
mundo” y a oscurecer lo real, favorece las ontologías vacuas y autoritarias
y la producción de clisés como organizadores de la experiencia humana. La
política y las modernas industrias culturales se dedican a fabricar clishés en
serie que parodian vulgaridades o se basan en la burla elitista. El sujeto
espectador de la política, del arte y de la vida, es un sujeto (des)armado. Ese
sujeto debe ser desilusionado. Hay que desilusionar espectadores para ilu-

Telar 63
sionar sujetos activos y mostrarles, a través de diferentes intervenciones, la
vacuidad de su condición.
De esta manera, los contenidos y temáticas radicales, las producciones
“comprometidas” terminan siendo funcionales al sistema, porque no dejan
de interpelar a “espectadores” y “consumidores”, porque se mantienen
diversas formas de delegación de poderes hacia los “personajes”, los “escri-
tores”, etc., porque no sirven para la negación concreta de la realidad esta-
blecida. Les falta el plus de la utopía y la voluntad para identificar y romper
ese sistema de traducción. Les falta el macro clima para sus ideas, una línea
de abastecimiento, fundamentalmente les falta un movimiento, un vínculo
orgánico con un movimiento. O sea, les falta lo que decide en última instan-
cia: la praxis. Les falta la lucha (y las formas de cooperación que sólo la
lucha puede instituir) que es la principal forma de comunicación, del pue-
blo y con el pueblo, y por lo tanto el medio para alterar el sistema de
traducción.
La novela de Enrique Fogwill, En otro orden de cosas, muestra intelec-
tuales aprisionados por las redes del poder. Ahora bien, el modo a través del
cual el poder los disciplina, no consiste en la integración. El poder no les
otorga fama ni beneficios materiales, sólo les permite organizar vanas uto-
pías humanísticas. Esa es la forma de controlar a los intelectuales de iz-
quierda.
Los contenidos para ser críticos necesitan una resistencia interior. Ade-
más de los contenidos, importa su “más allá”: el mundo de las relaciones
sociales y de los modos de construcción de los modos de percepción de la
realidad y la hegemonía.

El Pensamiento emancipador es performativo


La experiencia de las clases subalternas no refleja la “historia del mun-
do” (aunque se desarrolla en forma paralela). La “historia del mundo” vive
como “exis” (lo contrario a la praxis) y la conservan los órganos especiali-
zados. Si el pensamiento emancipador (en el marco de la praxis emancipa-
dora) cabalga en la experiencia de las clases subalternas, en sus fracasos, sus

64 Telar
resurrecciones (sus momentos de autoorganización y de integración) y sus
contradicciones, tiene que negarse al objetivo de reflejar la “historia del
mundo” y asumir su carácter cuasi subterráneo puesto que lo que debe
reflejar es el arduo trabajo de inserción de los subalternos en el mundo que
los rechaza.
La otra opción (una tentación en muchos intelectuales de izquierda y
tal vez la peor forma del didactismo) es tratar de introducir su versión de la
subalternidad en la historia del mundo, en la historia oficial. Una forma de
jugar a ser maestro del pensamiento e instructor de las clases subalternas al
mismo tiempo que se disputa por un espacio en las instancias oficiales de
consagración y difusión cultural.

¿Serán posibles las vanguardias?


Nuestra aspiración es la de desarrollar permanentemente un “espíritu
de vanguardia” y alimentar nuestra praxis con una pizca de la política y la
estética de las vanguardias, necesarias para dejar bien sentado que uno quie-
re cambiar la vida, pero teniendo siempre presente que la idea de Vanguar-
dia vale sólo como eterna aspiración. Por ende la condición vanguardista,
es una condición nunca corroborada por el “sujeto vanguardista”. Sólo la
historia puede determinar esa condición que además suele ser fugaz.
Pero esa aspiración exige recuperar algunas estrategias. Por ejemplo la
de ubicarse siempre en tarimas incomodas para mirar el futuro, o la del
movimiento que tiende al “mestizaje”. Las vanguardias mezclan, fusionan,
mestizan, (o simplemente ponen a dialogar), arte, política, vida. La espe-
cialización y la profesionalización están decididamente en contra de la van-
guardia. La vanguardia rompe con esas separaciones. Cada uno cultiva su
fetiche hasta que aparece una vanguardia. Otra estrategia es la que prioriza
la faceta que se basa en la experimentación y el estallido desde una interio-
ridad con-en el campo popular y a la vez sujeta a su veredicto.
Se trata de fecundar el campo de la práctica y de construir tarimas para
saltar hacia otro lado sin mezquinar el cuerpo y favorecer, en otros órdenes,
una institucionalidad paralela. Se trata de potenciar hechos de vanguardia

Telar 65
despersonalizados y orgánicos, sin sujetos permanentes, de construir nú-
cleos de empuje hacia lo diverso. Se trata de instituir un conflicto interno
permanente para evitar que la vanguardia sea el camino para una nueva
conformidad.

Reducto innegociable y punto ecuménico:


la perspectiva de la transformación revolucionaria de
la sociedad
Nuestro objetivo debe ser el de importunar, con lenguajes ásperos y con
acciones contundentes (con nuestro trabajo) a todos los templos cerrados
con el candado de la pacatería literaria, académica, política y alterar los
mecanismos de la banalidad rústica o ennoblecida del espectáculo. Quere-
mos establecer una jerarquía de valores (y de poder) diferente, y por lo tanto
estamos obligados a cuestionar siempre axiomáticas fundamentales. De
seguro, buena parte de nuestra tarea consistirá en descubrir los lenguajes
adecuados para la expresión y creación de valores nuevos que sostengan un
proyecto emancipador.
Tenemos que tener siempre presente que sólo los hombres y las muje-
res intentan y (ocasionalmente) hacen lo que no pueden ni deben hacer. De
este modo, con una gramática siempre a contramano y fuera de la ley, heréti-
camente, la humanidad, cada tanto, se salva y se redime en un instante pleno
de futuros y encrucijadas.
Estas disrupciones han suministrado cierto basamento a las concepcio-
nes de algunos insurrectos y han justificado versiones heterodoxas y no
infamantes de eso que generalmente se denomina progreso o utopía (en su
versión no restaurativa, claro está).
Nosotros, almas plenamente conscientes del vacío inconmensurable y
de todas las carencias. Nosotros, cuerpos arrojados a un mundo tan opaco y
tan poco maternal. Nosotros, a pesar de tanto recule, no tenemos otra alter-
nativa –descartando a la muerte– que seguir confiando en los buenos oficios
de esas disrupciones y en la proyección de algunas señales sublimes que
hemos visto en los suburbios.

66 Telar
Somos fieles a la tentación del movimiento. No necesitamos del con-
curso del universo o el de alguna mezquina comunidad religiosa, literaria,
o política para dar el paso de la creación. Lejos de toda adoración y obe-
diencia, la creación es parte de la adopción de un plan magnífico que consis-
te en no dejar la vida para más adelante.
Debemos comprometemos a producir textos, imágenes y acciones que
no muestren jardines donde hay cloacas o campos de batalla, textos, imáge-
nes y acciones que den cuenta de la desdicha pero que intuyan algún hori-
zonte. Que traigan alguna noticia intranquila, que digan alguna palabra
fundamental. Que denuncien todo lo que deshumanice o celebre la deshuma-
nización y todo lo que yugula la acción transformadora de las clases popu-
lares. Que teoricen sin proponer ninguna teoría definitiva. Deseamos pala-
bras e imágenes que eludan el lugar narcisista, teóricos sin teoría (por aho-
ra).
Prefiguramos una pizca de la estética del reculadero, necesaria para
dejar bien sentado que uno vive en este mundo. Que las fuerzas de la eman-
cipación se desarrollan dentro de este sistema, y que por eso el proceso de
liberación (incluyendo la construcción de las herramientas que le son inhe-
rentes) debe cabalgar sobre la contradicción.

Telar 67
68 Telar
3. REPRESENTACIONES
De los '70 a los '90

Un combate para armar:


Mario Vargas Llosa y Ángel Rama
CARMEN PERILLI

El imaginario histórico y literario de la segunda mitad del siglo XX


latinoamericano propone potentes figuraciones en un relato contradictorio
y violento. Los 60 se caracterizan por entronizar al escritor, y, de modo más
particular, al novelista, como el intelectual por antonomasia. La condición
heroica del artista, sólo comparable a la del guerrillero, resulta rápidamen-
te opacada, por las demandas de la política cultural cubana. La urgencia de
definiciones disipa los efectos del “toque de reunión” que aglutina a los
intelectuales latinoamericanos. Los críticos, que disputan con los creado-
res, de modo creciente, el poder de interpretar y consagrar, también sufren
el impacto de esta disolución.
La mayoría de los debates culturales circulantes giran en torno a la
difícil y ansiada convivencia entre arte y política. Me interesa trabajar dos
momentos en el diálogo / contienda entre dos intelectuales: Mario Vargas
Llosa y Ángel Rama. Los personajes coinciden en la necesidad de moderni-
zación del campo literario y cultural desde modelos estéticos y proyectos
políticos diferentes. La lucha por la interpretación de los textos forma parte
de ese intercambio, transformado, a veces, en combate.
Ángel Rama surge dentro de la primera promoción de la generación
crítica uruguaya (1936-1960), una época cultural que coincide con la crisis

Telar 69
del Uruguay liberal en la que la apertura de la revista Marcha es determinan-
te: “El Uruguay no había conocido, desde la eclosión novecentista ningún
período de tanta y tan variada creatividad intelectual” (Rama, 1985: 233).
Si bien escribe novelas y obras de teatro, su producción se centra en el
campo de la crítica y la historiografía literaria y cultural. Busca armar una
historia social de la literatura latinoamericana y consolidar una tradición
literaria necesaria para América Latina. La Biblioteca Ayacucho, su crea-
ción venezolana, es piedra fundacional de esa memoria histórico literaria
continental. En uno de sus últimos textos opina:

Ocurre que si la crítica no construye las obras, sí construye la


literatura, entendida como un corpus orgánico en que se expresa
una cultura, una nación, el pueblo de un continente, pues la misma
América Latina sigue siendo un proyecto intelectual vanguardista
que espera su realización concreta (1986: 16).

El investigador reconoce en el marxismo su matriz teórica, especial-


mente en Walter Benjamín para quien “el crítico es un estratega en el com-
bate literario y la obra es un arma blanca” (2004: 45-46). La concepción de
la literatura y de la critica como combate domina su obra. El título original
de la ponencia que dio origen a “El Boom en perspectiva” fue “Informe
logístico (anti-boom) sobre las armas, las estrategias y el campo de batalla
de la nueva narrativa latinoamericana” (Blixen y Barros Lemez, 1986: 200).

Rama concibe la imaginación como fuerza transformadora, y


todo discurso estético como portador de ideología. De ahí también
que la crítica –o, desde su particular perspectiva, sobre todo la críti-
ca– deba necesariamente usar el recurso de la imaginación: ser a la
vez creadora y re-creadora. En cierto modo, Rama asignó a la críti-
ca la difícil función (a la vez poética y sociológica) de revelar los
cuerpos en su relación con la corriente que los arrastra: no sólo
como afluentes que acrecientan y enriquecen esa corriente sino
también como fuerzas de cambio que modifican su color y desvían
su curso (T. E. Martínez en Rama, 1985: 32).

70 Telar
Mario Vargas Llosa, pertenece, de modo ancilar, a la generación perua-
na del medio siglo. Su iniciación en la literatura peruana coincide con lar-
gos períodos dictatoriales. En el comentario a Una piel de serpiente de Luis
Loayza escribe “Nosotros, en cambio, los adolescentes de esa tibia clase
media a los que la dictadura se contentó con envilecer, disgustándolos del
Perú, de la política, de sí mismos, o haciendo de ellos conformistas y cacho-
rros de tigre, sólo podríamos decir: fuimos una generación de sonámbulos”
(1984: 65). “ni actor, ni profesor, ni bibliotecario, ni periodista, ni político
profesional: el escritor había ido abriéndose paso a través de estos distintos
fugaces personajes, había ido cobrando forma, imponiéndose a ellos, rele-
gándolos” (1984: 92).
En su obra se pueden distinguir dos grandes ciclos enlazados por un
periodo de transición (Kristal). El primero se caracteriza por la adhesión
socialista y la visión moral de una sociedad corrupta. La transición, entre
1971 y 1974, coincide con su distanciamiento de Cuba y un autoanálisis de
su proyecto estético y político. A partir de ese momento el narrador se
posiciona de modo diferente. Declara su fe flaubertiana, e intenta aprove-
char la lección de la cultura mediática. En el segundo ciclo gira, casi brutal-
mente, hacia el liberalismo, abraza las doctrinas de Karl Popper, Isaiah
Berlin y Jacques Revel y reivindica la literatura como transgresión de
Georges Bataille.
Los dos actúan de modo simultáneo en los campos intelectuales nacio-
nales y en el campo latinoamericano. La etapa anterior a los 60 los encuen-
tra integrados de modo más activo en las literaturas nacionales. La dictadu-
ra uruguaya expulsa a Rama en 1976 a una Venezuela en pleno auge petro-
lero. Vargas Llosa se radica, por propia voluntad en Europa en los 60.
Ambos se pronuncian públicamente no sólo ante hechos literarios sino
políticos. Vargas Llosa se convierte en presidente del PEN Club Interna-
cional y Rama preside la Comisión de Derechos Humanos de Detenidos y
Desaparecidos. Las dos figuras responden a la definición del intelectual
como legislador más que como intérprete, aunque el peruano insiste en su
condición de artista. Despliegan una larga actividad como periodistas y
profesores. Rama trabaja, de modo incansable, en la organización del archi-
vo latinoamericano.

Telar 71
El modernismo hispanoamericano y la idea de compromiso social son
parte de sus auto representaciones identitarias. El uruguayo dedica a Rubén
Darío su primer libro y otorga una gran importancia a la renovación que el
modernismo opera en la prosa. La tesis de Vargas Llosa en la Universidad
de San Marcos versa sobre los cuentos del nicaragüense (la beca que lo lleva
a España se vincula a este tema).
La gestación de Rama tiene fuertes lazos con la geografía rioplatense,
profundamente influida por la presencia de Buenos Aires, la cosmópolis.
Su antagonista crítico será: Emir Rodríguez Monegal. Ataca las concepcio-
nes idealistas de la literatura que impregnan a escritores latinoamericanos
“más huérfanos que sus colegas europeos, viviendo en sociedades donde la
función intelectual nunca llegó a ser jerarquizada y justificada independien-
temente” (1973: 9).
La generación peruana del 50 coincide con la de otros países latinoa-
mericanos. Integrada por autores como Sebastián Salazar Bondy y Julio
Ramón Ribeyro. Busca una modernización de la literatura y se estrecha
contra las limitaciones y su escritura tiene un tono pesimista y desesperan-
zado. El Perú es un país desgarrado por sus tensiones internas, una nación
que no logra pensarse a sí misma como tal. Los complejos problemas étnicos
la desgarran. Vargas Llosa, desde el espacio limeño y criollo, mantiene una
continua lucha con el Perú. En el Perú “lo notable es ser leal a ella (la voca-
ción) contra viento y marea ... seguir nadando contra la corriente” (93) ya
que “es un país subdesarrollado, es decir una jungla donde hay que ganarse
el derecho a la supervivencia a dentelladas y zarpazos” (95), “qué significa,
en el Perú, ser escritor?: Un individuo pintoresco y excéntrico, una especie
de loco benigno al que se deja en libertad porque, después de todo, su de-
mencia no es contagiosa (93)”. El pueblo no puede, definitivamente, dentro
del campo nacional devenir público.
Su concepción del escritor tiene un fuerte sesgo romántico. Lo concibe
como el esclavo una pasión excluyente, solitaria que lo condena a una exis-
tencia aislada del medio social, que pone la realidad a su servicio. La vasta
realidad le es entregada “Para alimentar a la bestia interior que lo avasalla,
que se nutre de todos sus actos, lo tortura sin tregua y sólo se aplaca, mo-

72 Telar
mentáneamente, en le acto de la creación, cuando brotan las palabras” (51).
La certeza de la superioridad de la cultura occidental (cuya meca es
París) se complementa con la visión, por momentos catastrófica, de Améri-
ca Latina como continente joven. Para Vargas Llosa, el cosmopolitismo de
los “ creadores” se opone al provincianismo de los “primitivos”. Rama es
consciente de la distancia que nos separa de Europa y del doble movimien-
to de apropiación y diferenciación que marca nuestra cultura. En todo
momento afirma la necesidad de desprovincializar la literatura latinoame-
ricana y el papel central que tiene la crítica.
Escritores y críticos conforman una comunidad cultural enfrentada a
un mundo que, según Mario Vargas Llosa, está “inmunizado contra el mal
de la literatura porque no sabe leer” (1984: 87). Son los cruzados y apósto-
les de un mundo atrasado, protagonistas de una guerra “misteriosa, invisi-
ble, muy cruel, refinadamente sutil”, casi tan violenta como la que libran
las masas de postergados. Rama no cae en afirmaciones como éstas pero
señala todo el tiempo la distancia existente entre el pueblo y el público
(Poblete): En su Diario de Caracas escribe verdaderas diatribas contra los
intelectuales venezolanos. Refiriéndose a los profesores de la Universidad
Central de Venezuela les atribuye “ignorancia de valores, falta de respeto
para la cultura, (a) un horizonte tan estrecho, simplista e interesado, que
parece imposible que pueda existir. Otra vez con la provincia hemos dado,
Sancho” (2001: 114).
La moral del intelectual latinoamericano como héroe moderno conjuga
las funciones de crítico con las del escritor, la de artista con la del político.
Considera que “cumple simultáneamente todas esas funciones en el centro
de la vida social, estatuyendo el principio de reverencia al intelectual como
guía, maestro, estudioso, profeta y, en ocasiones, hombre de acción” (Rama,
2001: 120). Se trata, como señala Alberto Giordano de una “figura magis-
tral que encarna la conjunción de dos series de valores que en la vida cultu-
ral se presentan por lo general como alternativas: la del estudio riguroso y la
del compromiso apasionado, la de la búsqueda de objetividad y la de la
intervención partidaria. En la tradición iluminista, que llega a Latinoamérica
a través del influjo de la cultura francesa, el ethos del intelectual con el que

Telar 73
se identifica Rama es el de la modernidad, entendida como un compromiso
lúcido, del pensamiento y la sensibilidad, con la actualidad en la que se está
inmerso, que supone además la decisión de modificarla” (170). Rama ataca
a los intelectuales venezolanos como xenófobos, flojos hasta borrachos,
dando golpes a derecha e izquierda. Se comporta como el único intelectual
sobreviviente.
El duelo de interpretaciones se centra en la problemática de la expre-
sión literaria latinoamericana. Resultan emblemáticos de dos momentos
diferentes de esa “agenda”: el realismo “mágico” y la reivindicación de la
heterogeneidad. Antes de la polémica Vargas Llosa y Rama coinciden de
modo reiterado en las páginas de Marcha. En la batalla contra el Mundo
Nuevo el novelista otorga todo su apoyo al crítico.1 Hay una colaboración
que no se interrumpe con el debate. En el magno proyecto de la Biblioteca
Ayacucho, Vargas Llosa prologa Los ríos profundos.
La polémica se inicia con las fuertes críticas a la teoría de los demonios
expuesta a propósito de Gabriel García Márquez. Historia de un deicidio. El
debate se extiende desde mayo a septiembre de 1972. Es interesante tener
en cuenta la importancia de la figura del colombiano. Rama participa acti-
vamente en la consagración de la obra de García Márquez. A su vez los
novelistas sostienen una estrecha amistad que acaba abruptamente. En el
libro editado posteriormente la escena describe el duelo como “caballeres-
co” y atenúa cualquier violencia.

El intercambio polémico dignificó en todo momento a ambos


contendores, no sólo por ratificar en él las notorias y brillantes
dotes intelectuales sino porque, a partir de un chispazo de des-
acuerdo, se vieron obligados a discutir en el más alto nivel, uno de
los temas esenciales de la literatura... Puede afirmarse que muy
pocas veces como ésta un debate intelectual ha llegado, con todas

1
Desde 1937 hasta el exilio que en 1976 obligó a su editor a continuar sus actividades en
México, el semanario uruguayo Marcha salió interrumpidamente bajo la supervisión del
espíritu riguroso y sistemático de Carlos Quijano, que estimulaba la investigación y el
debate en las más diversas áreas de la vida intelectual de aquellos años.

74 Telar
las reglas del jugo, a explicitar con claridad y audacia, diferentes
concepciones sobre la escritura novelesca (Rama y Vargas Llosa,
1973: 5).

Aunque se trata de iguales, Rama plantea la asimetría. El crítico aveza-


do reprende al autor “joven” y encuentra arcaica su tesis sobre los demo-
nios. Señala que se trata de un peligroso ejemplo para las letras hispanoame-
ricanas: “Contrariando la idea del arte como trabajo humano y social, que
aporta el marxismo, Vargas Llosa reedifica la tesis idealista del origen irra-
cional –sino divino, al menos demoníaco– de la obra literaria” (1973: 8). El
uruguayo defiende la idea del autor como productor.

La obra no es entonces espejo del autor ni de sus demonios sino


mediación entre un escritor mancomunado con su público y una
realidad desentrañada libremente, la que solo puede alcanzar cohe-
rencia y significación a través de una realidad verbal (1973: 10-11).

El novelista insiste en la individualidad del artista y la especificidad del


objeto literario. Si para Rama se trata de definir nuevos géneros literarios,
Vargas Llosa defiende la concepción clásica de los géneros y acusa a su
contendiente de diluir diferencias.

Su definición vale lo mismo para “la obra literaria” que para


una película, una teoría filosófica, una revista de tiras cómicas, un
manual de zoología, un catecismo, un reportaje periodístico y un
folleto con instrucciones para el uso de un insecticida. (Rama y
Vargas Llosa, 1973: 21)

El intelectual uruguayo extrema su afirmación de que el texto literario


es una producción social y no obra individual de un genio. “La concepción
de Mario Vargas acerca de la creación narrativa no sólo es irracional. Tam-
bién es restrictamente individualista, carente de una percepción social del
escritor y sus obras, y es encarecedora de la excepcionalidad individual”

Telar 75
(Rama y Vargas Llosa,1973: 28) Lo acusa a Vargas Llosa de ser un mal
ejemplo, apuntando a una nueva concepción de la heterogeneidad del siste-
ma literario. Resulta curioso que, si Vargas Llosa defiende su teoría del
“elemento añadido” expuesta en el prólogo a Tirant Lo Blanc, Rama señala
en el estudio sobre José María Arguedas “la importancia y pervivencia de
(la obra literaria) responderá al significado artístico”.

Vargas Llosa desplaza la interpretación del objeto al sujeto, de la mate-


ria literaria a la historia de vida. Actualiza un modelo tradicional de la
historiografía literaria en el que tanto la obra como el lector quedan en un
segundo plano. El ensayo sobre Gabriel García Márquez está en el límite
con el tratado por su volumen. El escritor es un creador que trabaja con sus
obsesiones, un disidente de la realidad que compite con Dios creando una.
El mundo exterior es el principal opositor de la creación de carácter indivi-
dual y la importancia de la experiencia personal excluye cualquier compro-
miso. La visión romántica del escritor como genio inspirado se comple-
menta con la del escritor como productor, en una coexistencia de paradigmas
distintos, el idealista y el materialista. El amigo / creador y crítico accede
a la historia de vida del escritor estrella e ilumina la obra. Esta figura omni-
potente le devuelve su propia imagen. Hay un nosotros implícito: un grupo
de amigos que recorre el mundo entre premios y conferencias. Los dos
pasaron por la experiencia parisina, se comprometen con Cuba y escogen el
exilio para poder escribir lejos de los lectores.

Y son precisamente las sociedades en crisis donde el ejercicio de


la literatura ha adoptado el carácter de empresa religiosa y
mesiánica, donde se han concebido las ficciones más atrevidas y
totales (Vargas Llosa, 1973: 45).

Uno de los apartados de la última respuesta de Rama se llama “Un arma


llamada novela”. Su discurso se torna severamente crítico: los géneros son
formas históricas que se imponen no sólo en disidencia sino en coinciden-
cia con una episteme. En ese sentido sostiene que “la novela de García
Márquez se parece más a la poesía de Álvaro Mutis que a la narrativa de

76 Telar
José Eustaquio Rivera; la poesía de Parra del Riego no se parece a la de Juan
Ramón, sino a la cuentística de Felisberto Hernández” (Rama, Vargas Llosa:
1973,77). Son muchas la conjeturas que se tejieron sobre el final de este
debate. Años más tarde dirá Ángel Rama, refiriéndose a La guerra del fin del
mundo: “Una vez polemizamos Mario Vargas Llosa y yo a propósito del
género novela. El estaba entonces imbuido del subjetivismo astuto de sus
primeras creaciones, más atraído por la génesis oscura de las fuerzas desenca-
denantes (los dichosos fantasmas o demonios) que por los productos objeti-
vos y sus efectos sobre el medio. Yo trataba de argumentar, recurriendo a las
fuentes del género, acerca de que la novela ha sido y es un arma. Pienso que
con esta obra (La guerra de fin del mundo) me ha dado la razón, pues ella está
construida como un arma”.2
El segundo duelo de interpretaciones es virtual. Se trata de las lecturas
de José María Arguedas. En este caso Vargas Llosa toma posición hacia el

2
Introducción a La guerra del fin del mundo, Barcelona: Círculo de Lectores, 1983, p.15.
Cuando aparece La guerra del fin del mundo Rama marca la relación entre Sarmiento, Da
Cunha y Vargas Llosa. No ahorra adjetivos para considerarla obra maestra por la síntesis
cultural que implica su elaboración. A la muerte de Rama, Vargas Llosa expresa: “Los
Congresos de Literatura serán más aburridos ahora que Ángel Rarna no puede asistir a
ellos. Verlo polemizar era un espectáculo de alto nivel, el despliegue de una inteligencia
que, enfrentándose a otras, alcanzaba su máximo lucimiento y placer. Me tocó discutir con
él algunas veces, y, cada vez, aun en lo más enérgico de los intercambios, aun mientras nos
dábamos golpes bajos y poníamos zancadillas, admiré su brillantez y su elocuencia, esa
fragua de ideas en que se convertía en los debates, su pasión por ¡os libros, y siempre que
leí sus artículos sentí un respeto intelectual que prevalecía sobre cualquier discrepancia.
Tal vez por eso, ni en los momentos en que nuestras convicciones se alejaron más,
dejamos de ser amigos. Me alegro haberle dicho, la última vez que le escribí, que su
ensayo sobre la guerra del fín del mundo era la que más me había impresionado entre
todas las críticas a mi obra. Desde que supe su muerte, no he podido dejar de recordarlo
asociado con su compatriota, colega y contrincante de toda la vida: Emir Rodríguez
Monegal. Todo organizador de simposios, mesas redondas, congresos, conferencias y
conspiraciones literarias, del Río Grande a Magallanes, sabía que conseguir la asistencia
de Ángel y Emir cm aseguran el éxito de la reunión: con ellos presentes, habría calidad
intelectual y pugilismo vistoso. Ángel mí. sociológico y político; Emir, más literario y
académico; aquél más a la izquierda, éste más a la derecha, las diferencias entre ambos
uruguayos fueron providenciales, el origen de los más estimulantes torneos intelectuales a
los que me ha tocado asistir, una confrontación en que, gracias a la destreza dialéctica, la
elegancia y la cultura de los adversarios, no había nunca un derrotado y resultaban
ganando, siempre, el público y la literatura” (Vargas Llosa en Rama, 1984: 5).

Telar 77
interior del campo literario nacional peruano enfrentándose a dos de las
narrativas nacionales más potentes: el andinismo y el indigenismo inten-
tando mostrar su condición de ficciones. Arguedas es su antagonista dentro
del imaginario nacional. Sus incursiones en la escritura del escritor perte-
necen a distintas épocas.
Ángel Rama, quien encuentra en José María Arguedas al otro latino-
americano, el indígena presentará una lectura diferente. La convertirá en
emblemática del modelo narrativo transculturador, aquel que vuelca lo
regional en modelos experimentales, que conjuga la letra con la voz. En ese
sentido mientras Vargas Llosa prefiere emplear la metáfora de utopía arcai-
ca Rama habla de la novela-ópera de los pobres y, a partir de la lectura de
Arguedas, sostiene su teoría de la transculturación narrativa. En un caso
hay una versión deceptiva y en el segundo eufórica. Uno califica como
revolucionario lo que el otro considera conservador.
Vargas Llosa se dice discípulo y admirador de Arguedas pero procede a
destruir la imagen del escritor: “Mi interés por Arguedas no se debe sólo a
sus libros; también a su caso, privilegiado y patético” (1996: 9). Convierte
al autor en paradigma del escritor víctima de la enfermedad y del Perú. La
perversa novela familiar aparece como determinante del comportamiento
del creador. Hay una teoría del trauma que convierte al escritor en un min-
usválido afectivo. El personaje biográfico, identificado con las criaturas de
la ficción, se encuentra violentamente controlado por el discurso crítico
que funda su metodología en la figura del autor.
En la bibliografía de Vargas Llosa la temática Arguedas comienza a
aparecer en 1955 hasta 1996. A lo largo de cuarenta años la figura reaparece
como fantasma, y se inscribe de manera obsesiva. Al integrar los textos en
el libro las huellas de sus posiciones anteriores no se suturan. La historia y
la lectura de los textos de Arguedas aparece en contrapunto con su crítica al
indigenismo peruano, cuyas tesis principales expone someramente al mis-
mo tiempo que intenta mostrar su carácter reduccionista: “En la vieja línea
de Mariátegui y de Valcárcel defiende el ‘colectivismo’ y la “fraternidad
comunal” del indio como algo que debe resistir “lo devorador del indivi-
dualismo” occidental” (Vargas Llosa,1996: 82). El indigenismo redunda

78 Telar
en una exaltación del primitivismo, en un país que se rehúsa a aceptar la
modernidad. Sus ficciones legitiman la visión de una sociedad clausurada
en oposición a las sociedades “abiertas”.
La “utopía arcaica” propuesta como metáfora se presenta como térmi-
no peyorativo y no como concepto estético flexible. Arguedas incurre en un
racismo al revés, con una ideología nacionalista y conservadora, no progre-
sista que le hace concebir al niño Ernesto, como autofiguración. Se nutre de
un mundo que “está incontaminado de modernidad” (Vargas Llosa, 1996:
273). La violencia es una de las características de esos mundos ”una cruel-
dad que, encubierta o impúdica, comparece en todas las manifestaciones de
la vida” (Vargas Llosa, 1996: 86). Posee, como la literatura puritana, una
visión moral del sexo.
El resto cae en el cono de sombra de lo regional. Para Vargas Llosa,
Arguedas mira hacia el pasado y no hacia el futuro. En el análisis de Los ríos
profundos, la única obra “moderna”, la escritura construye la oralidad, el
manejo de la lengua castellana posibilita la traducción de universos indíge-
nas. Ernesto/Arguedas señala la existencia de dos narradores, un narrador
traductor y un narrador personaje.

Ese niño que el autor evoca y extrae del pasado, en función de


una experiencia anterior de su vida, está presentado en una actitud
idéntica: viviendo también del pasado. Como en esas cajas chinas
que encierran, cada una, una caja más pequeña, en Los ríos profun-
dos, la materia que da origen al libro es la memoria del autor, de
ella surge esa ficción en la que el protagonista, a su vez, vive ali-
mentado por una realidad caduca, viva sólo en su propia memoria
(Vargas Llosa, 1996: 181).

Hay una identificación entre autor y personaje. Por otro lado, en el


nivel individual, Ernesto reproduce un proceso que el indio ha cumplido
colectivamente. El zumbayllu cumple una función totémica a lo largo de la
novela. Lo mágico religioso actúa como defensa frente a la realidad.

Telar 79
Es lícito exigir a cualquier escritor que hable de los Andes dar
cuenta de la injusticia en que se funda allí la vida, pero no exigirle
una manera de hacerlo. Todo el horror a las alturas serranas está en
Los ríos profundos, es la realidad anterior, el supuesto sin el cual el
desgarramiento de Ernesto sería incomprensible (Vargas Llosa,
1996:194).

El trabajo de Ángel Rama sobre José María Arguedas está incluido en


Transculturación narrativa en América Latina. Es evidente el apremio de dar
respuesta a la cuestión de la heterogeneidad cultural. Para suturar las dife-
rencias apela a la fórmula del mestizaje, bajo el nuevo ropaje de transcultu-
ración. Habla de la gesta del mestizo y cambia la noción de autor como
productor a la de autor como compilador, con un fuerte sesgo antropológico.
Es curiosa la inclusión de Gabriel García Márquez en un espacio inter-
medio entre transculturadores y cosmopolitas.

Ese sector masivo que ha logrado cierta educación (y que es


mera consecuencia de cualquier proyecto de desarrollo burgués o
proletario) apenas comenzaba a aparecer cuando Arguedas inició
su obra literaria: eso explica lo tardío del reconocimiento nacional
(Los Ríos profundos tardó casi veinte años en reeditarse) y la ausen-
cia de un público que acompañara al escritor a lo largo de su obra.
Por eso la operación que intentará Arguedas sólo podía asentarse
en los círculos rebeldes (intelectuales, estudiantes) del hemisferio
de la cultura dominante, sin encontrar la contrapartida en el hemis-
ferio cultural dominado que se encontraba marginado de los bienes
espirituales y donde los sectores mestizos, que habrían de ser los
legítimos destinatarios del mensaje, todavía no habían accedido a
un horizonte artístico estimable.” (Rama, 1982: 204-205).

El conflicto cultural central de la historia que este último libro recons-


truye enfrenta regionalismo y modernización. Al mismo tiempo que plan-
tea la vinculación entre la literatura y otras prácticas culturales. Sobre su
objetivo declara:

80 Telar
nuestro propósito es registrar los exitosos esfuerzos de compo-
ner un discurso literario a partir de fuertes tradiciones propias me-
diante plásticas transculturaciones que no se rinden a la moderni-
zación sino que la utilizan para fines propios. Si la transculturación
es la norma de todo el continente, tanto en la que llamamos línea
cosmopolita como en la que específicamente designamos como
transculturada, es en esta última donde entendemos que se ha cum-
plido una hazaña aun superior a la de los cosmopolitas, que ha
consistido en la continuidad histórica de formas culturales profun-
damente elaboradas por la masa social, ajustándola con la menor
pérdida de identidad, a las nuevas condiciones fijadas por el marco
internacional de la hora (Rama, 1982: 75).

Este discurso nacional sería diferente al que encontramos en otros es-


critos, aquí se incorpora una dimensión culturalista y antropológica al aná-
lisis. Para Juan Poblete los cosmopolitas son ejemplo de una de las formas
de cultura regional en América Latina y el énfasis de Rama en los llamados
transculturadores tiene que ver con nuevas necesidades críticas y la volun-
tad de incluir a quienes quedaron bajo la sombra del boom. Para ello afirma:

la existencia de dos diálogos culturales simultáneos que se tra-


maban entre términos distintos: uno, interno, religaba zonas des-
equilibradas de la cultura del continente, pretendiendo alcanzar su
modernización sin pérdida de los factores constitutivos tradiciona-
les …; y otro externo, establecía una comunidad directa con los
centros exteriores. (...) Ambos son diálogos auténticamente ameri-
canos, con un desarrollo varias veces secular (1986: 339).

Se refiere a los 60 y 70 como “una época de cosmopolitismo algo pue-


ril”. Resulta contradictorio su rechazo a la profesionalización del escritor
latinoamericano en su relación de mutua dependencia con las demandas del
mercado editorial de la prensa del cambio de siglo. La literatura y en parti-
cular de la novela siguen manteniendo su centralidad, forma superior capaz
de captar y expresar las formas más altas de la cultura de un pueblo ‘desa-
rrollado. Lo que Rama llama “la gesta del mestizo” es más una expresión

Telar 81
cultural que étnica, es un estado de cultura al cual se puede acceder. Sin
embargo otorga al mestizo el papel de sujeto nacional y síntesis de todos los
componentes.

Se ha llegado a justificar el éxito de la novela latinoamericana en


el exterior por su ascenso a patrones técnicos universales …quizás
este razonamiento … pueda darse vuelta y decirse que ha triunfado
gracias a que, a pesar de su modernización, sigue estando vinculada
a operaciones tradicionales, incluso a contaminaciones folklóricas,
que todavía puede responder a las apetencias del lector común que
en cambio no se satisface en los productos vanguardistas de una
narrativa de punta que se adecua al más rígido proceso de tecnifi-
cación seguido por las sociedades desarrolladas (Rama, 1986: 333).

En la relación entre la investigación, la palabra cosa del quechua y el


canto y la música, es que según Rama se puede leer Los ríos profundos más
que como un la novela inserta en el cauce regionalista-indigenista (pero
obviamente superándolo) como una partitura operática de tipo muy espe-
cial (Rama, 257). En la que las estructuras musicales se emparentan con la
poéticas. Una doble lectura con la que Arguedas resuelve el problema de la
transculturación. La novela de Arguedas, es una ópera de los pobres en un
teatro vacío. Sin embargo Rama la postula como síntesis perfecta. El escri-
tor surge en Rama entonces, simultáneamente como un creador original y
como un compilador, como dice Augusto Roa Bastos; mientras la cultura
aparecía, por su parte, a veces como un proceso ascendente con formas y
actores privilegiados y otras como una realidad de suyo heterogénea y múl-
tiple en donde los cruces entre pueblos y públicos (ahora en plural) siguen
caminos multiformes. El gran problema es cómo dar cuenta de la diferen-
cia. La palabra es aquí, nuevamente, música, es canto, ése del que dice en
Los ríos profundos, “que es seguramente, la materia de que estoy hecho, la
difusa región de donde me arrancaron para lanzarme entre los hombres”
(Rama, 1985: 252).

Es interesante el hecho de que la novela es síntesis entre mito e historia,

82 Telar
canto y concepto, música y palabra. Postula la feliz conjunción entre mito e
historia que permite engarzar lo individual y lo social en una verdadera
gesta mestiza.
Continúa definiendo el mundo indígena como el espacio del mito. En
última instancia Arguedas le sirve para demostrar la posibilidad de cons-
truir un espacio de diálogo entre la literatura y el pueblo.

Es Ernesto quien se transforma en una “ópera fabulosa” dentro


de la gran partitura operística que es la novela. Es él quien danza,
canta, odia, grita, ama, corriendo sin cesar detrás de los personajes
y conjuntos para enlazarlos a todos con una interpretación que es,
en definitiva, la interpretación de sí mismo que busca oscuramen-
te” (Rama, 1985: 252).

Es mi interés mostrar a dos intelectuales en algunos de sus encuentros y


desencuentros a lo largo de una década. Esta lectura en diálogo puede conti-
nuarse. Lo cierto es que, si la cultura es un campo de batalla, la crítica
también lo es. Los principales estrategas son sus escritores. “Quien no pue-
da tomar partido, debe callar” (Benjamín, 2005: 45).

Telar 83
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Telar 85
Intelectuales, universidad y política
en Las Cartas de Arguedas
AYMARÁ DE LLANO

Es impresionante observar cómo las


cosas se malogran por la mezquindad de
las gentes, aquí, en la Universidad, don-
de el reino de la generosidad debiera ser
pleno.
José María Arguedas

I
Construir discursivamente el campo intelectual de una figura como
Arguedas implica optar por un enfoque entre tantos otros también pertinen-
tes. Para comenzar con el recorte seleccionado consideramos que los docu-
mentos, las cartas y otros manuscritos del autor nos ofrecen un corpus
confiable para estudiar su campo intelectual. Por ello, este trabajo se basará
en el análisis de los documentos contenidos en tres volúmenes a saber:
ARGUEDAS, documentos inéditos (1995) con introducción de Roland Forgues,
Las cartas de Arguedas (1996) editadas por John V. Murra y Mercedes López-
Baralt y Cartas de José María Arguedas a Pedro Lastra (1997) con edición,
prólogo y notas de Edgar O´Hara; entre las cuales nos centraremos en las
editadas por los antropólogos Murra y López-Baralt, cuyo contenido per-
mite un tratamiento más amplio, en términos sociales y públicos, mientras
que los otros dos documentos escogidos remiten a experiencias referentes a
la intimidad del escritor. Se trata, en los tres casos de publicaciones de los
años noventa, década en la que la crítica comenzó a revalorizar los textos
ficcionales de José María Arguedas. Como consecuencia de esta revalori-
zación se mostró un nuevo interés por desentrañar sentidos ocultos hasta
ese momento, de manera tal que la revelación de testimonios personales

86 Telar
prometía alcanzar explicaciones tranquilizadoras. Sin embargo, después de
su aparición y circulación cundió sólo el comentario referido a algún dato
biográfico, a la obra de ficción y a la conflictiva relación que esos testimo-
nios ponían en evidencia respecto de intelectuales que aún estaban vivos en
la década del noventa. Por el contrario, nuestro trabajo se centra en indaga-
ciones acerca de la manera en que se puede reconstruir el campo intelectual
que el propio Arguedas pergenió desde estas cartas que en la actualidad se
toman, según ya hemos referido, como textos testimoniales. Estudiaremos
tanto el entramado y las interrelaciones textuales de los actores en el campo
como la evolución de ciertas problemáticas, además, de la indagación en la
semiosis que se genera entre la ida y vuelta del mensaje epistolar. En el caso
que nos ocupa no es de menor importancia que quien emite el discurso es un
ser que se debate entre momentos de profundas depresiones anímicas y
otros en los que el instinto de sobrevivencia triunfa –aunque sólo por un
período breve– y, en la mayor parte de los casos, es rescatado por los recep-
tores de las cartas –sus parientes, John Murra, la Dra. Hoffman, su psiquia-
tra, o Pedro Lastra–, a quienes les pide ayuda, consejo, protección, aliento
para seguir adelante con la escritura y la vida académica.
Entonces, advertimos que Arguedas siempre se presentó como un hom-
bre existencialmente escindido entre dos mundos culturales distintos. En
consecuencia, no intentó negarlos sino presentarlos, tampoco quiso que lo
identificaran con un “mestizado”. En el discurso pronunciado en el acto de
entrega del premio “Inca Garcilaso de la Vega” (1968) declara que no es un
aculturado sino un peruano que “habla en cristiano y en indio, en español y
en quechua” (Epílogo a El zorro de arriba y el zorro de abajo: 282). Las polari-
dades, los dobles son constantes, conforman figuraciones reiteradas en la
escritura de Arguedas y, por ende, también así ocurre en sus cartas. Con esto
nos referimos no sólo a la dualidad existente entre el quechua y el castellano
sino a los contrastes, los ritmos y las particularidades existenciales mani-
fiestas en este género testimonial, en especial al binomio vida/muerte:1
“…estoy gastado por 26 años de opresión a veces dulcísimo y más a veces

1
No queremos hacer una lectura psicoanalítica por eso obviamos la jerga respectiva: Eros,
Tanatos, Pulsión. Nos ubicamos en un análisis enmarcado en la semiótica del discurso.

Telar 87
cruel e implacable” (125).2 Es una dualidad que funciona complementaria-
mente ya que se trata de ritmos que lideran su forma de expresarse según
fuerzas interiores que lo determinan y contra las que Arguedas lucha deno-
dadamente. De manera que, aun cuando se trate de dos polos, nunca niega
uno de ellos, sino que ambos se reafirman en el mismo acto. Estas tensiones
responden tanto a factores internos como externos que comienzan a actuar
y actualizan, en forma constante, elementos de una cultura o de la otra. La
exacerbación del impulso hacia la muerte determina un discurso autorrefe-
rencial que rige el texto en extensión y densidad.
En otras oportunidades mientras analizaba sus textos de ficción visualicé
la construcción de una “zona límite”, “de frontera” entre el discurso litera-
rio y el referente, o bien entre la escritura y la vida. Ese “borde, límite o
frontera” instala una zona de riesgo para la mirada del crítico que puede
caer en el vértigo de la vida del “yo” y en la identificación de la vida del
autor con el discurso autobiográfico. En el caso de las cartas no existe tal
riesgo por la implicancia genérica, sin embargo construye discursivamente
otra zona de frontera o borde entre la vida y la muerte que es determinante en
la existencia de Arguedas, en su forma de manejarse como etnólogo, en las
distintas actividades de su diario quehacer. Lo que es más interesante aún es
que el grado de auto-conciencia de este estado existencial le ha permitido
volcarlo en escritura volviéndose auto-referente de esa zona de riesgo en la
que vive, en permanente agonía. Agonía que podemos tomar, según William
Rowe, “…no sólo en el sentido de conflicto mortal sino en cuanto a su
posible relación con la idea, no necesariamente cristiana, del sacrificio”
(168). Arguedas se sacrifica para hacer la novela, también, para su trabajo
en el Instituto de Etnología y Arqueología de la Facultad de Letras de la
Universidad Mayor de San Marcos, hasta para vivir con su última mujer,
Sybila Arredondo con quien se une buscando un remanso amoroso pero
termina siendo un sacrificio por amor.
Los temas centrales que nutren esta correspondencia fueron ejes polé-
micos en la década del sesenta: la relación cultura política y política institu-

2
Las citas textuales corresponden solamente a Las Cartas de Arguedas. Edición de J. Murra
y M. López-Baralt.

88 Telar
cional, la Revolución Cubana, el posicionamiento ante EE.UU., las rela-
ciones con el mundo editorial, todos abordados siempre a partir de su expe-
riencia y el devenir de los acontecimientos de su vida personal. Estas temá-
ticas responden al marco de época, puesto que las cartas y documentos
están fechadas en los últimos años de la década del cincuenta hasta días
antes de su muerte en 1969. La ideología de esas décadas impera aunque
con variantes impresas por un hombre radicalmente independiente pero
agobiado al punto de sentirse muerto en plena vida. Latinoamérica estaba
sumida en conflictos diversos tales como dictaduras al frente de los gobier-
nos nacionales o democracias muy deterioradas, la insurgencia de los mo-
vimientos de liberación nacional, la función del intelectual en gran parte
debida al posicionamiento ante la Revolución Cubana, los primeros postu-
lados teóricos en torno a la interdisciplinariedad, así como los plantea-
mientos sobre la profesionalización del escritor latinoamericano como de-
rivación del boom editorial.

II
Nos resulta curioso, a quienes hoy trabajamos en la Universidad, en-
contrar, en una carta de Arguedas dirigida al antropólogo de origen rumano
y nacionalidad norteamericano, el Dr. John Murra, el 28 de septiembre de
1960, apreciaciones sobre la política universitaria que remiten a nuestro
presente y a nuestro contexto. En otra oportunidad le sintetiza a Murra los
últimos acontecimientos acerca del Instituto de Etnología y Arqueología
de la Facultad de Letras de la Universidad Mayor de San Marcos del que
fuera Director, aunque sólo por un tiempo breve, dada su marcada indepen-
dencia de los grupos políticos conformados.

La asamblea universitaria fue presidida por Luis Alberto Sán-


chez y casi elegida por él, redactó e hizo aprobar el estatuto de la
Universidad de San Marcos. Y este estatuto hace tabla rasa de todas
las instituciones de la Universidad. No van a existir ya los Institu-
tos como hasta hoy; la enseñanza será organizada por Departamen-
tos; los Institutos se dedicarán únicamente a la investigación y de-

Telar 89
penderán del gran Consejo de Investigación. Todo ha estado dirigi-
do a remover a las personas de sus puestos a fin de que las nuevas
autoridades puedan disponer de estos puestos en el 61. Sánchez
está seguro de que será el nuevo Rector (…) Aquí se legisla no en
función de los principio sino de las personas. Se producirá, según
todas las apariencias, una captura de la Universidad por un grupo
que desea el control de las cosas y que ahora tiene muy escaso
poder (45).

Es evidente que el prestigio académico de Sánchez no lo amilanó para


criticarlo. Más allá de las cuestiones interpersonales esta temática es rele-
vante porque adviene como conflicto de lo que, por sí, no debiera serlo: los
riesgos que el universitario debe asumir cuando sostiene proyectos de ges-
tión académica. Con diferencia de años entre un país y otro, en Latinoamé-
rica, se comienzan a perfilar estos problemas en el campo universitario
tergiversando en más de un caso la verdadera función académica. La Refor-
ma Universitaria, estandarte de la democracia universitaria en Latinoamé-
rica desde el Manifiesto de Córdoba de 1918 –dirigido a los “hombres
libres de América del Sud”–, su espíritu originario fue falseándose hacia los
sesenta a partir de distintas líneas políticas de la dirigencia universitaria, lo
que posibilitó el ingreso de la corrupción que fue tomando lugar en el siste-
ma. En Perú, concretamente en la Universidad Nacional Mayor de San
Marcos también se vivió ese clima enrarecido desde el claustro de alumnos
y también desde aquellos docentes que, carentes de poder, prefirieron que-
darse fuera del país en espera de mejores pagas.

Con el cogobierno, los alumnos han empezado a intervenir en la


elección de profesores y lo están haciendo con un criterio absoluta-
mente político. Los profesores han empezado ya a temer esta inter-
vención y a tratar de congraciarse con el grupo –APRA– que pare-
ce ahora el dominante, porque existe una perfecta coordinación
entre el voto de alumnos y profesores (…) (refiriéndose al Dr. Al-
berto Tauro, historiador peruano)… lo han derrotado tres veces los
apristas en coalición con el Dr. Porras, porque su elección se hizo
con la intervención del tercio estudiantil, diez alumnos, que asis-

90 Telar
ten disciplinadamente al Consejo, mientras que muchos profesores
faltan (38).

Matos acaba de anunciar que se quedará un mes de paseo en


Europa (…) Ahora que ya no tiene poder en San Marcos y lo que se
espera de él es sacrificio (…) parece que esto ya no le gusta, porque,
además, tiene harto dinero (63).

De tal manera que los verdaderos maestros universitarios fueron que-


dando aislados; algunos, los que aceptaron ciertas prebendas, subsistieron a
merced de negociaciones oscuras sólo para permanecer. Acomodar los car-
gos a circunstancias personales para favorecer a ciertos profesores en des-
medro de otros. La cuestión del dinero como material vil que corrompe a
los seres humanos inertes ante su poder también fue otro de los móviles de
época sostenidos por varias generaciones. La voluntad de participación de
algunos actores sociales –tal fue el caso de Arguedas– invitaba al resto a una
gesta desinteresada con ideales compartidos, sin ansias de dinero desde
América Latina

…nada me aterra y me preocupa más que la comprobación cons-


tante, casi fatal de cómo la acumulación de la riqueza corrompe al
hombre, lo convierte en verdaderamente enemigo de los hom-
bres.(…) Odio desde la infancia el poder fundado en la riqueza
material (65).

En ese paradigma ideológico, el poder monetario y todas las derivacio-


nes que implican la mercantilización de lo simbólico encabezaban las procla-
mas de los intelectuales comprometidos de los sesenta. El caso que relata
Arguedas refiere la carrera de Elías Flores, antropólogo que a su regreso de
Santiago de Chile, después de haber obtenido una beca para especializarse
en FLACSO, afirma “rotundamente que todos los trabajos de etnología que
se habían hecho en el Perú no valían nada” (39) pero a pesar de sus opinio-
nes logró seguir trabajando en el Instituto de Etnología. En opinión de
Arguedas había empezado a cundir un ambiente sumamente sociologizado

Telar 91
que contribuía a que estas conjeturas fueran bien recibidas entre los investi-
gadores, desestimando estudios valiosos, resultado de años del trabajo de
campo. Derivado de su cargo en el Instituto, Arguedas estaba en contacto
con sociólogos y, ya en el año 1960, se preguntaba: “¿Hasta dónde es posi-
ble la pacífica convivencia y colaboración en un mismo Instituto de soció-
logos y etnólogos?” (39). Su vinculación con algunas sociólogos, funciona-
rios de instituciones limeñas, fue pésimo desde el principio.

...estos tres sociólogos no tienen ninguna experiencia en la in-


vestigación. Están atiborrados de teoría, ufanos y sumamente vani-
dosos de tanto saber teoría y no pretenden enseñar sino eso: las
definiciones generales, los principios, la historia de las ideas; insis-
ten en la “necesidad fundamental” de crear un curso básico sobre la
sociología del conocimiento. (...) (recordando a los pedagogos)
mucha metodología, habían memorizado conocimientos sobre la
psicología del adolescente, pero desconocían casi por entero las
materias que debían enseñar (47).

Encuentra carencias en su aproximación a los casos concretos, que es la


materia de estudio de los etnólogos; en realidad es algo mutuo, un rechazo
entre ambas disciplinas que se desautorizaban mutuamente. Son los años en
los que comienza el auge por los estudios interdisciplinarios y la necesidad
teórica de encontrar puntos en común. En esos tiempos se empiezan a ar-
mar los grupos de trabajo en las Ciencias Sociales, precisamente para abor-
dar ciertas temáticas fronterizas o factibles de ser estudiadas desde ángulos
diferentes pero, al mismo tiempo, se presuponía que esa forma de abordaje
sería enriquecedora tanto para llegar a un contexto teórico sólido y amplio
como para el desarrollo de cada disciplina en sí misma. Quizá por un inten-
to de interdisciplinariedad mal entendido, en el seno de Instituto, había
problemas de vinculación. Por ello opina Arguedas que “…los sociólogos
(…) siguen intrigando para la creación del Instituto de Ciencias Sociales
que absorba a Etnología y que Arqueología se funda con Historia” (67).
Negociaciones convenientes para los integrantes que no tuvieron en cuenta
el campo disciplinar sino los actores de turno.

92 Telar
Si Flores fuera honesto, y tampoco habría problemas o si el otro,
Mejía Valera, no pareciera deseoso de hacer desaparecer el Institu-
to y supeditarlo a la Sociología (43).

Los sociólogos van amansando, aunque desgraciadamente hay


entre ellos un hombre ambicioso que se ha hecho aprista y anda al
pie de Luis Alberto Sánchez que parece que será sin duda el nuevo
Rector (52).

El problema suscitado con los sociólogos y Arguedas siguió un proceso


dramático que culminó en la mesa redonda sobre Todas las sangres, celebrada
el 23 de junio de 1965. Esta mesa fue parte de una serie que propuso el
Instituto de Estudios Peruanos (IEP) un año después de su fundación. Ya en
aquel tiempo, ese grupo de intelectuales intentaba poner las Ciencias Socia-
les al servicio del Perú mediante la realización de investigaciones científi-
cas que esclarecieran los procesos socioeconómicos y, además, se proponía
impulsar la difusión de los resultados de los trabajos. Jorge Bravo Bresani
–a quien en las Cartas nombra como Zorro bellaco, un nonato, “un espéci-
men académico peruanísimo, un doctor” (171)– sostenía que algunas obras
literarias eran de gran valor por las descripciones acerca de la realidad
social peruana y, por ello, ameritaban la difusión necesaria con un debate
previo. En ese marco, Todas las sangres de José María Arguedas, La ciudad y
los perros de Mario Vargas Llosa, Lima la horrible de Sebastián Salazar Bondy
y el “Ensayo sobre la cholificación” de Aníbal Quijano, surgieron como
textos que llevaban a la reflexión sobre los problemas sociales de la época.
El ciclo se cumplió sólo en parte y uno de los motivos fue el giro que
tomaron los acontecimientos después de esta reunión. Lo que queda como
elemento positivo del debate es la puesta a prueba de ciertos presupuestos
con los que trabajaban las disciplinas por aquellos años. Desde la crítica
literaria, un enfoque muy delimitado por el texto mismo; desde la sociolo-
gía, una marcada indiferenciación entre discurso y realidad. Lo lamentable
fue la situación de José María Arguedas, quien fue acusado por algo de lo
cual no tenía por qué rendir cuentas. Así se entiende el documento produci-
do por Arguedas esa misma noche, cuya frase inicial le da título a la publi-

Telar 93
cación del IEP: ¿He vivido en vano?, que es parte de una intervención suya
durante el debate. Este texto se mueve en la línea de lo testimonial y funcio-
na plenamente tanto en el contexto del debate, cuanto en la existencia agónica
de Arguedas. Por otro lado, aunque no era la intención de los participantes,
el encuentro se transformó en una interpelación al autor, que así lo vivió, ya
que los ataques no fueron tanto a la obra como, por desplazamiento, a su
persona. Por ello, el resultado del encuentro expresa ideológicamente lo
opuesto a lo que Arguedas vivió, defendió y postuló toda su vida.
También el accionar del escritor comenzó a tener validez fuera del
ámbito universitario y a funcionar como actor social, como intelectual.
Arguedas ejercía esa función pero también rehuía de ella por sentirse avasa-
llado por lo social, la exposición pública y las tareas burocráticas. Recono-
cía la importancia de relacionarse y comunicarse con el mundo pero, al
mismo tiempo deseaba la soledad para poder escribir.

Sólo en estos días he comprendido el bárbaro daño que me hi-


cieron esos casi cincuenta días que estuve a cargo del Departamen-
to de Sociología de la Universidad Agraria (…) las sesiones de hasta
siete horas seguidas en que se debatía la suerte de profesores bajo
presiones que hacían daño (178).

Por ello se recluía en las afueras de Lima o cerca de Chimbote en casa


de amigos y hasta de sacerdotes norteamericanos, fuera de los conflictos
familiares de turno y gozando de variadas licencias o calculaba hasta qué
fecha él y su familia podían vivir sin cobrar un sueldo con el único fin de
escribir sus novelas, especialmente la última –El zorro de arriba y el zorro de
abajo– en la que volcó no sólo la corrupción económico-social de un mundo
en permanente degradación, motivo de los Capítulos, sino su propia angus-
tia existencial y agonía hacia la muerte en los Diarios, en los que –igual que
en la Cartas– aparecen sus miedos, entre tantos otros, a la exposición públi-
ca, al poder del dinero, a los mujeres. Sin embargo conocía muy bien su
trabajo y lo ejecutaba con responsabilidad y eficacia, había editado varias
revistas como etnólogo y antropólogo y era muy respetuoso como traduc-
tor del quechua, aunque conocía sus limitaciones y necesitaba la colabora-

94 Telar
ción de otros, entre ellos John Murra y Alfredo Torero, para aclarar con-
ceptos no muy claros en el texto de Ávila.3 También tenía trato con edito-
riales por la venta de sus libros, así como por la traducción de sus novelas a
otros idiomas y con Instituciones que lo invitaban a encuentros y reuniones
de escritores cuyas agendas culturales, características de aquellos años, re-
corrían temáticas relativas al escritor, la sociedad, sus intervenciones y
problemáticas. Este posicionamiento, lo que se llamó profesionalización del
escritor, estuvo íntimamente ligado al boom y al mercado editorial pero,
también, a la consciencia del propio escritor como tal y de su capacidad
para operar con editores y empresas. Los escritores pudieron comenzar a
vivir de su trabajo como tales, aunque precariamente en el caso de Arguedas
(Cfr. Carta a Murra del 17/12/1968; pp. 181-3). Arguedas llega a solicitar-
le a Losada un subsidio para poder terminar su novela que, dada la decisión
de poner fin a su vida, sería la última (Cfr. Carta a Murra del 17/03/1968;
pp. 168-9) y Gonzalo Losada acepta el trato.
La Revolución Cubana se transformó en una institución continental,
que dividió aguas entre la intelectualidad, y, como tal, debía ser visitada. Su
viaje a Cuba fue muy meditado y premeditado. No había aceptado ir antes,
aunque había sido invitado tres años consecutivos para ser jurado de novela
en el concurso anual de la Casa de las Américas, porque era funcionario
oficial. Manifiesta en sus cartas: “Creo que es indispensable tener la expe-
riencia directa de la Revolución Cubana” (163). Y remata luego: “Qué luz
se puede encontrar allí con respecto al porvenir del ser humano, especial-
mente de América Latina” (166). Su necesidad de conocer el mundo socia-
lista lo lleva a ilusionarse también con una invitación a Rumania (Cfr. Carta
a Murra del 22/12/1968: pp.187-8).
Sin desmedro de su afinidad con el socialismo, también le interesaban
los EE.UU. Su viaje fue dilatado varias veces porque, durante años, su
entrada había sido prohibida pero, después del primer intento de suicidio,
el Ministro de Educación le prometió ayuda y culminó en una invitación
por dos meses para visitar varias Universidades –Cornell, Bloomington y

3
Arguedas traduce “Religión en Huarochirí.” Crónica escrita por el Presbítero Francisco
de Avila en el año 1608. Francisco Loayza Editor.

Telar 95
otras–. A sabiendas de que sería muy criticado comenta: “Yo sé que los
comunistas dirán que me he vendido al imperialismo. Nada de eso me
importa. No soy sectario” (111).
Su experiencia en el país del Norte le resulta sumamente interesante a
tal punto que influye en la escritura de El zorro de arriba y el zorro de abajo.
Sabe que será criticado por mantenerse como un ser independiente en un
contexto donde las consignas en contra de imperialismo de EE.UU. eran
compartidas por toda la intelectualidad latinoamericana de izquierda.
Arguedas es consciente de ello y advierte que la independencia no es bien
vista desde ningún sector en el Perú, son épocas en las que hubo que alinear-
se y él se negaba incluso comportándose con cierta ingenuidad frente a
posicionamientos muy fuertes.

Resulta riesgoso mantenerse independiente. No soy un pro-nor-


teamericano incondicional. Proclamaré cada vez que se me obli-
gue a ello todo lo bueno y malo que pienso y he experimentado en
los Estados Unidos (137).

Se mantuvo al margen de posturas enfrentadas entre APRA y comunis-


mo, aunque siempre se declaró socialista, calificaba a ambos partidos como
“rígidos, excluyentes e implacables” y, aunque luchaban por la justicia
social, Arguedas opinaba que “estaban embriagados de mesianismo exclu-
yente” (53). Sin embargo, a pesar de ser muy criticado era, al mismo tiem-
po, escusado por sus adversarios dada su marcada militancia a favor de los
desprotegidos.

La política se ha hecho durísima en el Perú. Ambos bandos en


lucha: la izquierda y la derecha plantean la cosa en forma bastante
inhumana: o se está con ellos o contra ellos; al que pretende ser
libre le disparan de los dos frentes (54).

Sin fanatismos ni fetichismos políticos su conducta recorría solamente


sendas que favorecieron las investigaciones dirigidas a conocer más al otro

96 Telar
cultural. Su objetivo mayor consistía en armar un campo de saberes desde
donde visualizar la heterogeneidad, sin jerarquizaciones, reconociendo a
todas las culturas con idéntico estatuto; en definitiva, construía una utopía
coincidente con ideologemas latinoamericanos que llevaba sus postulaciones
hasta las últimas consecuencias.

Yo estoy en una situación especial; defiendo la independencia


de la Universidad cada vez que es necesario pero al mismo tiempo
permanezco libre de fanatismos y creo que se debe aprovechar la
cooperación extranjera, la que se ofrece de buena fe (165).

Sin prejuicios aceptó subsidios extranjeros aunque vinieran de EE.UU.


“…me aventuré a conseguir de la Casa Grace esa pequeña suma de 45
dólares, pequeña para ellos, por un año.” (37). La Casa Grace se fundó en el
Perú y tuvo amplios intereses actuando como agentes internacionales des-
pués de la Guerra del Pacífico, donde el Contrato Grace consolidó la deuda
externa peruana. El ferrocarril y un complejo azucarero fueron parte de
esos intereses en el Perú. Sin embargo, Arguedas se manejaba sin aceptar
convencionalismos exigidos por el contexto y recibía este tipo de financia-
miento mostrándose orgullosamente independiente ante sus colegas. Siem-
pre adoptaba miradas e interpretaciones de la realidad en relación con lo
cultural, cuestión complicada en Perú por la interacción de culturas y la
politización de la sociedad. Él mismo da un ejemplo para comprender su
posición diferente de la mayoría:

…mientras todos los demás profesores han analizado la ley den-


tro del sacerdocio académico yo me atreví, algo audazmente a ex-
poner todo el contexto del intento de cerrar tan bruscamente la
Universidad, a su propia tradición y a lo que es, quiérase o no esa
realidad, lo que es el Perú (206).

El signo de los tiempos era el cambio radical que conduciría a la libera-


ción definitiva, a un mundo nuevo. Para Arguedas, otro mundo nuevo esta-
ría en marcha y daría vuelta las normas; los signos se invertirían: lo que

Telar 97
estaba abajo, estaría en lo alto; lo que estaba prohibido, estaría permitido.
Al mismo tiempo, esta visión revolucionaria se asocia rápidamente al mito
de “pachakuti”, que en quechua o aymara significa: la revuelta o conmo-
ción del universo. Pacha quiere decir tiempo-espacio y Kuti es turno o revo-
lución. Como es frecuente en estos idiomas andinos, pachakuti puede tener
dos sentidos divergentes pero complementarios, aunque a veces antagóni-
cos: catástrofe o renovación. Casi siempre el “pachakuti” es traducido como
“mundo al revés” y ha sido tomado como denominación genérica y hasta
como nombre propio de los movimientos revolucionarios campesinos en
los Andes centrales. Esta experiencia mítica se emparenta con la ideología
revolucionaria a la cual Arguedas adhería aunque sabía de sus auto-limita-
ciones. De alguna manera, veía en la figura de Hugo Blanco, guerrillero
cuzqueño, su contracara. Así lo hizo explícito: “esas cosas hemos hecho; tú
lo uno y yo lo otro”. Blanco había dejado el mundo universitario para ser
lustrabotas en el Cuzco; Arguedas hizo el recorrido inverso: de la margina-
ción en la casa de su madrastra, a recibirse de etnólogo, de antropólogo y
luego obtener el grado de Doctor, máximo título académico. Desde ese lugar,
duramente construido, podrá narrar el mundo indígena e intentará las reivin-
dicaciones que más le interesan. Sin embargo, aunque consciente de su impo-
sibilidad de luchar por la revolución, se identificaba como propagador de la
buena imagen del Perú, reivindicaba a los habitantes de las capas marginales
de su país, tanto desde Lima, como desde los pueblos serranos.
Si ampliamos la mirada, en ese punto reside la polémica de aquella
época acerca de la función del arte. Mientras algunos reclamaban del escri-
tor la producción a pedido con compromiso social expreso para respaldar
las acciones bélicas que otros sostenían en el campo de batalla, muchos
defendían la libertad absoluta para el creador, sin dejar de lado el compro-
miso, incluyendo las ideas de Jean Paul Sartre. Guerrilleros como Hugo
Blanco sostenían la primera posición. En “La hora del desafío” se reprodu-
ce una carta a los poetas de Perú y de América, en la que se los reta a tomar
las banderas de la revolución y a hacer poemas a pedido.4 Por todo ello,

4
Publicada en la revista publicada en Buenos Aires: Uno por Uno. Nº 4, febrero de 1970:
4-5. También cfr. Mario Benedetti en Letras del continente mestizo, 1969 y en El escritor lati-

98 Telar
manifestó un gran deslumbramiento ante la figura de Blanco mientras soste-
nía que “para ser revolucionario de veras se requiere (…) la más firme e
indestructible conciencia honesta” (191).
Precisamente como consecuencia natural se manifiesta en contra de los
intelectuales “cientificistas” quienes consideraban sólo la cultura hegemó-
nica como tal y despreciaban las otras. Refiere el caso de José Matos Mar,
antropólogo quien no reconoce a la “cultura quechua ya que, según su opi-
nión, el Perú no es dual culturalmente, las comunidades de indios participan
de una subcultura a la que será difícil elevar a cultura nacional” (sic) (162).
Más adelante manifiesta que Matos ha caído de la audacia y del arribismo
excesivo a la demagogia demostrando, así, que sus opiniones estaban sesgadas
por intereses mezquinos (196). A pesar de sus estados anímicos, siempre se
manifestó comprometido con su trabajo y unos pocos amigos. En esa senda
están cuando se presentan en San Marcos con Alberto Escobar encabezando
la lista para la elección de Rector y, aunque no ganan, profetiza: “Será una
pequeña revolución en este revuelto mundo en que los peores mandones
reinan” (157) “Si eso ocurriera podríamos planear cosas serias” (196). Todos
sus sacrificios sociales tienen ese mandato: darle un espacio al que permanece
en el margen o, mejor dicho, al que no le permiten salir de los márgenes. En
eso reside su revolución “pequeña”, no es la del guerrillero pero es la de un
hombre que expone su propia vida para lograr un avance socio-cultural: “El
cerco podía y debía ser destruido; el caudal de las dos naciones se podía y
debía unir” (Epílogo de El zorro de arriba y el zorro de abajo: 282).
Como hemos tratado de plasmar en este trabajo, el rumbo de su vida
deambuló en medio de contradicciones que no pudo resolver, esas parado-
jas lo devoraban internamente y aniquilaban sus energías. Esos fantasmas
lo acosaban mientras él se debatía en el intento de acercar los mundos
heterogéneos conocidos y desconocidos. De alguna manera las palabras de
los Zorros, personajes míticos de su última novela, materializan su utopía
discursiva, su “pequeña” revolución: “… hablemos y digamos, como sea
preciso y cuanto sea preciso” (58).

noamericano y la revolución posible, 1987. En la revista citada ver la entrevista a Severo


Sarduy, “Sarduy por Sarduy” (Uno por Uno, 6-7).

Telar 99
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100 Telar
Tamara Kamenszain o las paradojas
del linaje de los talmudistas
DENISE LEÓN

Sin reducirla a una nómina, a una escuela, a un modo unívoco de perci-


bir la poesía, puede localizarse la escritura de Tamara Kamenszain relacio-
nándola con una zona de la poesía contemporánea en Argentina denomina-
da neobarroco. Su nombre ha sido vinculado frecuentemente por la crítica
a los de otros poetas reconocidos de este movimiento como Néstor Perlon-
gher, Arturo Carrera y Osvaldo Lamborghini. Podría pensarse al neobarroco
argentino como heredero de muchos rasgos estilísticos vinculados a una
línea poética anterior que, desvinculándose de lo que suele denominarse
como “poética del desencanto” propia de la década de 1970, se agrupó en
los “poetas del lenguaje” o experimentalistas. Este grupo enfatizó la des-
confianza en un lenguaje satisfecho de sí mismo como medio de comunica-
ción, el culto a la opacidad y la simulación y la búsqueda formal.1
Si bien es inexacto hablar de una única “manera” barroca, en general la
crítica ha tomado las apreciaciones del escritor cubano Severo Sarduy so-
bre el barroco para pensar muchos textos de los neobarrocos argentinos. Lo
indecible, lo desmesurado, el oro, el despilfarro, los juegos de espejos, lo
monstruoso y lo gesticulante, son todas figuras del exceso que Sarduy vin-
cula con el barroco español y traslada luego a la expresión de un arte latino-
americano. “Discípulo de Roland Barthes, y por lo mismo de tradición

1
En su estudio La doble voz, Alicia Genovese dedica un apartado a las principales líneas
poéticas que caracterizan la década de 1980 en la Argentina y reconoce principalmente
tres: el neobarroco, el neorromanticismo y el objetivismo. De con esta crítica, en la línea
neobarroca parece fundirse la corriente anterior de los poetas experimentalistas: “La
denominación “experimentalismo” o “poetas del lenguaje” prácticamente desaparece
hacia la segunda mitad de los 80 cuando el neobarroco aparece más cristalizado” (1998:
44).

Telar 101
saussuriana, para la que la lengua no es motivada sino arbitraria, he intenta-
do ver el barroco como otro artífice” (2000: 93). Para Sarduy el lenguaje
barroco adquiere una calidad de superficie metálica, espejeante, en la que
los significantes, a tal punto ha sido reprimida su economía semántica,
parecen reflejarse a sí mismos, degradarse en signos vacíos. Los escritores
barrocos trabajarían entonces para el escritor, con esta superficie como algo
opuesto a la profundidad que busca la poesía realista.
Me interesa recuperar en el presente trabajo los aportes de otro poeta
cubano que ha reflexionado sobre el barroco y el neobarroco: José Kozer.
Considero sobre todo oportuno recuperar las reflexiones de este poeta, ya
que la propia Tamara Kamenszain encuentra en su escritura elementos que
definen su propia poética. En su ensayo sobre Kozer, “El esposo judío”,
Kamenszain menciona ciertos temas recurrentes de su obra: el libro como
patria, la inscripción de la genealogía (esta idea del poeta fascinado- atrapa-
do por las mismas escenas familiares) y la escritura como artesanía (vincu-
lada con la labor de los talmudistas). “Sólo le quedaba –ardua tarea del
talmudista– inclinar la cerviz a pie de página para anotar los comentarios.
Así fue enumerando, sobre los márgenes del Libro, una vida por escrito.
Nacimientos, defunciones, bodas le fueron dando al apellido Kozer una
pertenencia intercambiable porque la patria de los judíos es un texto sagra-
do en medio de los comentarios que ha suscitado” (2000: 87). Este modo de
Kamenszain de leer a Kozer, puede pensarse como un modo del autorretrato.
Tal como lo entiende Kozer, y según mis lecturas de Kamenszain, lo
barroco no es una superficie sino una profundidad, “es un lenguaje sierpe,
un lenguaje que se retuerce dentro de sí mismo y se ovilla y se distiende, se
lanza en mil direcciones para tratar de captar la multidimensionalidad que
de pronto le presenta la nueva realidad” (2005: 2). Este retorcimiento, que
Kamenszain figura en la imagen de la serpentina, debe entenderse como
búsqueda, no como ornato superficial, sino como auténtica manera de cap-
tar la voluta, lo espiral, el estallido, las diversas esquirlas que estallan en
todas direcciones. ¿Cómo decir? Planteada de un modo paradojal, la rela-
ción del poeta que basa su oficio en el lenguaje que al mismo tiempo que le
permite nombrar la realidad la despoja, la desfigura:

102 Telar
[el lenguaje] El nuestro, digamos que neobarroco, lo es porque
está dando tumbos en la maraña, golpeándose, hiriéndose, cicatri-
zando: lenguaje hendidura, cicatriz; lenguaje orificio, por el que
salen expelidas las palabras, renovadas, fétidas, insolentes, deses-
peradas. Yo siento un odio profundo hacia el lenguaje, es mi enemi-
go: porque siento un amor profundo por el silencio, del que no soy,
nunca, capaz (…) El lenguaje, que es mi instrumento, me da vida y
me mata: arma de dos filos, bestia de doble antifaz. Sin él, estoy
perdido, ciego y mudo, muerto: por eso también lo amo, porque me
acompaña día y noche en el tránsito, que es este valle de lágrimas y
de tedios (…). El lenguaje me obliga a ser una cifra, me convierte en
un número: me oculta su letra, cabalística, y me entrega (juguetón)
un espejismo, su número: kozer escribe como respira, kozer ha
hecho más de cuatro mil poemas: un loco, está loco. No, no estoy
loco; sencillamente se trata de que no he escrito ningún poema, de
que sólo he escrito números; no la letra, mucho menos el intersti-
cio de la letra, ahí donde habita la chispa primera de la creación,
sino letras, sílabas, palabras, conjuntos, poemas. Mi reino por un
poema, diría. Y no tengo, no recibo ni el reino ni el poema. A
seguir, pues, escribiendo (José Kozer, 2005: 2).

El poeta sería quien empuja, quien horada el punto de resistencia de las


lenguas hasta situarse donde no hay más lenguas. La palabra poética se
vuelve testimonio en el sentido que le otorga Giorgio Agamben, testimonio
como imposibilidad de decir.2 Los que lograron salvarse hablan en nom-
bres de los hundidos, verdaderos testigos. Pero los hundidos no tienen me-
morias para transmitir. “Quien asume la carga de testimoniar por ellos
saber que tiene que dar testimonio de la imposibilidad de testimoniar. Y
esto altera de manera imprevista el valor del testimonio, obliga a buscar su
sentido en una zona imprevista” (2000: 34).

2
Esta paradoja funciona como punto de partida del ensayo de Agamben Lo que queda de
Auschwitz. El archivo y el testigo. Homo sacer III. Cabe señalar que la imposibilidad de
testimoniar como un aspecto que desestabiliza el concepto mismo de testimonio fue
señalada ya por Primo Levi en Los hundidos y los salvados.

Telar 103
Si se considera como neobarroco a la lucha del lenguaje que persigue
los modos de encontrar lo complejo, lo difícil que estimula (como pensó
Lezama Lima) entonces la escritura de Kamenszain presenta elementos
neobarrocos. El lenguaje se disgrega porque la realidad es disgregación,
rizoma. El barroco repudia las formas que sugieren lo inerte o lo permanen-
te, colmo del engaño. Enfatiza el movimiento y el perpetuo juego de las
diferencias, en el cual las emociones no son jamás transparentes ¿Existe
acaso para estos poetas una lengua a la que puedan llamar “plenamente”
materna?3 En una situación similar a la poeta que estamos trabajando (y de
muchos otros intelectuales judíos) afirma Kozer respecto del hogar de su
infancia: “En aquella casa había un lenguaje para dirigirse a Dios (el he-
breo), otro para hablar de las cosas de la vida diaria (el yiddish), otro por si
algún día nos tocaba de nuevo la diáspora (el inglés) y otro para reír, vivir,
luchar, desangrarse, recuperarse, hacer el amor, ser “nativo” (el español
cubaneado). Súmese a ese lenguaje de la casa el de la calle: otro arroz con
mango, otra mezcolanza” (2005: 3).
Para la filósofa Rossi Braidotti el políglota, es decir quien se encuentra
en contacto con distintas lenguas, se vuelve un especialista de la naturaleza
engañosa de cualquier lengua, se vuelve consciente de que el “estado de
traducción” es la condición común de todos los seres pensantes.4 Además
de recoger en su producción esta “espectralidad”5 del lenguaje producto de
su contacto con voces múltiples, ajenas y oriundas, Kamenszain retoma el
legado de otro poeta, Nestor Perlongher, quien acuñó la expresión
“neobarroso” para referirse a esta línea poética local: “En su expresión
rioplatense, la poética neobarroca enfrenta una tradición literaria hostil,
anclada en la pretensión de un realismo de profundidad que suele acabar

3
En su ensayo El monolingüismo del otro, Jaques Derrida basándose en su propia experien-
cia como judío argelino sostiene que en realidad no existe tal cosa como una “única lengua
materna”, sino que se trata más bien del cruce tenso y problemático de una serie de
herencias en disputa (1997: 54-55).
4
Afirma Braidotti: “Mi propia obra de pensadora no tiene una lengua materna y es sólo
una sucesión de traducciones, de desplazamientos, de adaptaciones a condiciones cam-
biantes” (2000: 46).
5
Pienso la espectralidad tal como la entiende Derrida en el ensayo citado.

104 Telar
chapoteando en las aguas lodosas del río. De ahí el apelativo de neobarroso
para denominar a esta nueva emergencia” (1992: 7).
En el segundo apartado de La edad de la poesía, titulado “Neobarrocos
en su tinta”, la autora establece una cadena significativa que le permite
vincular, desde la estética del tango el “barro” y el “barrio” como ese
“hábitat mítico de la infancia que el tango define como hondo bajofondo
donde el barro se subleva” (2000: 110). “Barrio, barro, piso movedizo para
un baile cuya estricta arquitectura de pliegues y repliegues lo vuelve inasi-
ble, inexplicable, casi hermético. Siguiendo su enloquecido compás de dos
por cuatro (múltiplo siempre impar de una metáfora al cuadrado), haciendo
ochos como equilibrista por las huellas de una analogía perdida, se puede
ahora volver a caminar por los vericuetos de la métrica, o recuperar los
despojos de aquella rima lugoniana o de esa otra armazón modernista que
los letristas del tango que tanto leyeron a Darío” (110).
Considerada una poeta adscripta al movimiento neobarroco, Tamara
Kamenszain no lo desmiente, pero advierte que el suyo es un caso raro: una
neobarroca sobria, de pocas palabras. No podría hablarse en su caso de
estallido o exceso, sino más bien un trabajo con un saber opaco, nocturno,
con una irreverente utilización de deshechos textuales que Sarduy ya había
reconocido como otra manera del barroco.6 Se ha observado acertadamente
que el abigarramiento neobarroco de la escritura de Kamenszain tiene que
ver con este trabajo de los detalles y los pliegues de una materialidad que se
sabe fugitiva, pasajera. En estos recorridos que inventa, la poeta incorpora
al espacio del poema materiales efímeros y descartables, impulsada por un
imposible y nunca resignado deseo de totalidad. La pasión que guía esta
arqueología de un pasado cotidiano perdido se alimenta precisamente del
deseo de completud y de saber que esto es siempre, provisorio, imposible.

6
En su ensayo dedicado a Tamara Kamenszain, Alicia Genovese realiza una observación
similar señalando que lo barroco en esta escritora tiene que ver más bien con un trabajo
focalizado sobre ciertos recursos como la elipsis o la elisión y no con la superabundancia
(1998: 86).

Telar 105
(Al estampado de la infancia
un cuerpo mínimo lo espesa.
Quien desgasta su vestido
por la vida pasa, empieza
en los orillos a marcar
deseos, pálidas letras.
Increadas, fascinadas.
Ganoso hilván analfabeto
del ropaje débil anverso,
aprende en lo raído, por la
faena encuentra su destreza.)7
(1986: 11).

Walter Benjamin descubrió en Proust algo que sería también la marca


de su propia obra: nada puede ser terminado por completo. Todo trabajo
supone una construcción en abismo, en la que cada pliegue remite a otro
pliegue. Desplegar el abanico de un recuerdo o de un texto, conduce al
encuentro de nuevos pliegues. Alisar una imagen es encontrar en la nueva
superficie las líneas de la superficie anterior pero modificadas. Como en las
colecciones que apasionaban a Benjamin, el trabajo de la lectura es acumu-
lativo e infinito, siempre incompleto.8
En los textos de Kamenszain, las marcas del barroco tienen que ver con
esta pasión por el detalle, con un trabajo artesanal de la palabra que privile-
gia y reivindica saberes y tareas considerados femeninos, transmitidos por
madres y abuelas como el bordado y la costura. Desde los ensayos que
componen El texto silencioso (1983), donde trabaja las relaciones entre tradi-
ción y vanguardia en la poesía sudamericana (pienso sobre todo en los
“Apéndices”: “Bordado y costura del texto” y “El círculo de tiza del
Talmud”), la autora comienza a elaborar una imaginería del “escritor-arte-
sano” que se encierra en un lugar legendario y como el obrero en el taller,

7
Las cursivas pertenecen al original.
8
En su ensayo sobre Walter Benjamin titulado “Verdad de los detalles”, Beatriz Sarlo
analiza estos aspectos de la producción de Benjamin deteniéndose en la ilusión de sintaxis
que genera el arte mismo de la colección (2001: 33-39).

106 Telar
pule, talla y engarza las formas haciendo surgir el arte de la materia a partir
de horas de esfuerzo compartido y silencioso. En la “Introducción a las
provincias de la lengua” afirma:

Lejos, donde el uso del español se hizo sureño, habitaron algu-


nos escritores silenciosos. Como los talmudistas anónimos que
daban vueltas sobre el mismo texto bíblico, vivieron en la provin-
cia de su lengua destilando una obra lenta, artesanal y de difícil
traducción. Mudos, femeninos, permanecieron dentro de la casa.
Imitando el trabajo artesanal de las abuelas, bordaron y cosieron
un texto poco apto para el intercambio (2000: 171).

Este valor-trabajo colectivo y silencioso, vinculado con la oralidad,


con lo femenino y con la ausencia de firma, reemplaza un poco el valor-
genialidad vinculado a la letra, lo masculino y lo individual. Hay una espe-
cie de coquetería en reivindicar este aspecto artesanal de la escritura, este
oficio que proviene de otros más despreciados, que trabaja siempre pegado
a los restos, a las hilachas de otros textos, ya que no hay originalidad posi-
ble: “todo texto es un tejido nuevo de citas pasadas”9 (Roland Barthes,
2003:146).
“El círculo de tiza del Talmud”, un ensayo mucho menos visitado por
la crítica que “Bordado y costura del texto”, se construye aplicando una
interpretación del concepto de intertextualidad. En la paradoja de los
talmudistas con la que comienza el ensayo, puede leerse una concepción de
la escritura como absorción y réplica de textos previos de los que sería al
mismo tiempo reminiscencia y transformación. Los talmudistas pasan su
vida discutiendo los detalles insignificantes del único texto legible para
ellos: la Torá. Lejos de discutir conceptos se detienen en las minucias crean-

9
A propósito de las relaciones entre silencio y escritura, Carmen Perilli ha señalado cómo
las afirmaciones de Kamenszain “arman representaciones de la madre, como soporte
material y biológico y de su palabra como silencio y mudez, ficciones de identidad que no
difieren demasiado del Eterno Femenino que recorre la cultura occidental” (http://
www.mdp.edu.ar/matecosido/lecturas1.htm).

Telar 107
do una narración paralela que oficia como muralla de protección preser-
vando a la Torá de violaciones interpretativas. Esta telaraña de notas crea-
das por los talmudistas distrae a los buscadores de verdades haciéndoles
perder la pista. Discutir lo más insignificante mantiene vivo el pleno del
sentido, he aquí la paradoja.
Sabemos que la práctica de los talmudistas fue durante mucho tiempo
exclusivamente oral, ya que “El que escribe, máximo hereje, imprime su
propia Verdad sobre las escrituras, borrándolas” (Kamenszain, 2000: 214).
Estos susurrantes guardianes nos recuerdan a las mujeres silenciosas de
“Bordado y costura del texto”, el otro ensayo contenido en la sección “Apén-
dice”, donde la plática de mujeres funciona como una cadena irrompible de
sabiduría transmitida oralmente, que de alguna manera sostiene y permite
la escritura.
Cuando la dispersión, la guerra y el exilio ponen en riesgo la memoria,
los rabinos deciden renunciar a la oralidad y escribir el Talmud. Pero,
apoyados en otro texto, no acceden jamás a la tentación de firmar y se con-
vierten en escritores anónimos. Aquí, nuevamente, la labor de los talmudistas
aparece vinculada con lo artesanal y lo femenino. Kamenszain sostiene que
toda escritura es femenina y judía, ya que siempre proviene de la madre y
del texto original de las escrituras. La boca que habla (lo oral) remite tam-
bién a la boca que succiona, afirma, relacionando al Talmud con la figura
materna. Así como el cuchicheo, la plática sin sentido y el silencio de las
mujeres prefiguran la escritura, así los artesanos del Talmud prefiguran el
goce de la firma, la universalización de la escritura, como si la cadena de la
tradición escrita (masculina) se alimentara de la tradición oral (femenina)
que al mismo tiempo que vive de ella, la sostiene.
El ensayo presenta algunos problemas. Kamenszain generaliza a partir
de un caso (el de los talmudistas) sobre toda escritura, o al menos sobre toda
escritura poética. ¿Resulta posible extender lo femenino a todo origen y lo
judío a toda ficcionalidad? Las vinculaciones entre Talmud y figura mater-
na resultan, en mi opinión, un tanto forzadas, o al menos problemáticas.
Kamenszain vincula en su escritura dos universos distantes en la realidad,
ya que el estudio del Talmud estuvo ligado históricamente con un ámbito

108 Telar
religioso y además masculino, alejado absolutamente del universo femeni-
no profano de la plática o de la cocina.
Muchas veces se establecen condensaciones en el ensayo, es decir, una
cantidad de ideas no completamente desplegadas, que a pesar de su poder
sugestivo, por momentos vuelven oscuro al texto.10 Se observa como marca
en la producción de esta autora una fuerte apuesta a la escansión, una ten-
dencia a elidir como “un modo de decir más diciendo menos”. Dijimos que
la crítica la ha ubicado dentro del neobarroco latinoamericano, más que por
“estallido”, “superabundancia” o “exceso”, por el trabajo con significados
ausentes o replegados detrás de otro.
Fuera de estas dificultades, me interesa señalar aquí los modos posibles
en los que una escritora establece lazos con la tradición inventando un hilo
que la unirá a un pasado deseable y prestigioso. Para eso, aprovecha la
riqueza del concepto de intertextualidad que le permite invertir los térmi-
nos: leer el Talmud como una obra en clave que se gesta a partir de otra y
vive para sostenerla, pero sin cuya presencia sería imposible conservar la
tradición y la lengua. Vinculándolo a la artesanía de la recomposición,
Kamenszain relaciona el Talmud con prácticas femeninas, que desde el
silencio y el cuchicheo, hacen posible la palabra y rescata así una función
prestigiosa para la repetición o la reescritura de lo dado.
La autora recupera un sentido activo, productivo, de apropiación que
forma parte de la historia del concepto de la lectura: leer es también “reco-
ger”, “recolectar”, “espiar”, “reconocer las huellas”, “coger”, “robar”.
La lectura (y por lo tanto la escritura) implica una participación agresiva,
una activa apropiación de lo otro, que supone un estatuto de productividad
y no de mera reproducción de los materiales utilizados. La etimología de la
palabra texto (tejido) también revisada por los teóricos de la intertextualidad,
le permite a Kamenszain recuperar este valor artesanal o metafórico de la
escritura, es decir la escritura como unida a la mano, al cuerpo, que le sirve
para reivindicar las prácticas femeninas.

10
“El ensayo acepta algunas formas de la argumentación y tiende a expulsar otras.
Presenta una condensación: una idea no completamente desplegada (a la cual le falta a
veces la historia, a veces los pasos lógicos)” (Beatriz Sarlo, 2001: 19).

Telar 109
Por otro lado, el concepto de intertextualidad le permite pensar la repe-
tición. La repetición en el sentido de un libro infinito y ya escrito, dónde
sólo se puede anotar comentarios, pero también en el sentido de una serie
de escenas o temas que atrapan al poeta y que este se ve obligado a reescribir.
“Porque para un poeta no hay juventud: nunca inventará nada nuevo (nun-
ca escribirá una novela) y siempre, de espejismo en espejismo, quedará
atrapado en la fascinación de las mismas escenas familiares”, afirma
Kamenszain en su ensayo sobre Kozer.
Si en los poemas de Kozer estas escenas son escenas de amor, en los
textos de Kamenszain se trata de escenas de familia. Jorge Panesi ha reitera-
do en sus ensayos sobre esta poeta y ensayista cómo su escritura se ve
acechada por el deseo familiar: familia de escritores a los que se vuelve
siempre, familiaridad de la casa natal y los afectos, palabras familiares en
las que se vive como extranjera, ghetto y novela familiar. Sabemos que las
metáforas genealógicas han permitido pensar desde la cultura elementos
que se repiten, transmitiéndose de generación en generación. Es notable
cómo muchas prácticas sociales y culturales están impregnadas aún hoy de
un vocabulario genealógico que toma las consignas de filiación y fabrica a
partir de allí líneas de descendencia, filiaciones y parentescos.
La repetición es una estrategia empleada para analizar las continuidades
y las recurrencias de la historia humana, pero ¿cómo vincular los patrones
repetitivos con las evidencias de la dispersión, divergencia o diversificación
natural, hermenéutica y cultural? Entre las generaciones de los padres y la de
los hijos, tanto la diferencia como la repetición, se generan mediante la lucha.
La filiación es recurrencia desde un determinado punto de vista, pero desde
otro es diferencia. Lo familiar en tanto proceso implica un doble mecanismo
de enlace y separación, de atadura y corte, de identidad y diferencia. Sabemos
que antes que una afinidad sentimental plena, suele ser la violencia el signo de
la perpetuación de los linajes y las sucesiones.11

11
En “Figuras y políticas de lo familiar”, ensayo incluido en Lazos de familia, Ana Amado
y Nora Domínguez trabajan sobre las violencias del origen vinculando la imagen de
familia a la imagen de nación y estudiando las retóricas familiaristas de distintos gobiernos.
Antes que una afinidad plena, suele ser la violencia el signo de la perpetuación de los lina-

110 Telar
En el centro mismo de la realidad humana se mantiene el hecho de la
continuidad de la especie, ligada a la repetición y a la generación humana.
Si aceptamos las imágenes procreadoras y genealógicas para analizar la
repetición dentro de los fenómenos literarios, es necesario tener en cuenta
las ironías que lleva en su seno. Tanto en la cultura como en las familias, el
pasado pesa poderosamente sobre el presente formulando demandas y ofre-
ciendo ayudas.
Que seamos rebeldes o escépticos frente a lo que nos ha sido legado y en
lo que estamos inscriptos, que adhiramos o no a esos valores, no excluye
que nuestra vida sea más o menos deudora de ese conjunto que se extiende
desde los hábitos alimentarios a los ideales más elevados, y que han consti-
tuido el patrimonio de quienes nos precedieron. Ahora bien, resulta evi-
dente que, salvo excepción lo que se hereda se modifica constantemente de
acuerdo a las vicisitudes de la vida, del exilios, de los deseos. De aquello
que se ofrece como herencia el sujeto conserva unos elementos y no otros.
Y sin embargo es en esta serie de diferencias en donde se inscribe aquello
que va a transmitir.
En su primer poemario De este lado del Mediterráneo (1973), quizás el
más impregnado con imágenes de la repetición, el sujeto12 afirma: “toda
palabra es un círculo, una flecha que vuelve sobre sí misma” (28) y tam-
bién: “mi historia se repite porque no hay historia”. Cada rincón es un
caleidoscopio cuyas partes le recuerdan las partes de su vida, “los fragmen-
tos endebles de mi memoria, los espacios por los que caminaron las imáge-
nes, se asentaron los paisajes de otras edades y todo esto se entrecruzó en un
punto que es el presente” (18). El tiempo ha sido abolido, sólo hay presente
y eterna repetición. Esta “existencia redonda” de la creación nos remite a
Bachelard y a su fenomenología del espacio. El filósofo entiende que las
imágenes de redondez absoluta nos ayudan a recogernos sobre nosotros

jes y las sucesiones. Los términos de este conflicto no sólo son privados, sino, como
venimos analizando, sobre todo políticos” (2004: 20).
12
La frontera entre prosa y verso, siempre difícil de trazar, se vuelve muy tenue en este
primer libro de Kamenszain, donde su prosa es rítmica, como cercana al flujo del verso.
En este sentido he preferido el término sujeto y no yo lírico para referirme a la voz que
habla en los textos.

Telar 111
mismos, a darnos a nosotros mismos una primera constitución. Porque
vivida desde dentro, la repetición sólo puede ser redonda.
Este modo de entender la creación poética se vincula con la concepción
que Kamenszain tiene del yo lírico. Si la poesía es ese terreno pantanoso
donde yo siempre es otro, la “centralidad del yo”, propia de “ciertos escri-
tores modernos”, dominadora de musas y metáforas, de formas que persi-
guen lo original y lo permanente, constituye una estética que Kamenszain
repudia. A diferencia del delirio de grandeza que la poeta ejemplifica en la
figura de Pablo Neruda, ella prefiere los escritores de lo poco de lo peque-
ño, los talmudistas, artífices de la repetición, escritores “silenciosos”, en
fin “femeninos”.
Sin embargo, si bien Kamenszain rechaza la posibilidad de una origina-
lidad absoluta, y reivindica a través de toda su obra distintas herencias que
tienen que ver con lo fragmentario, con las hilachas y los restos del banque-
te, a partir de las cuales la creación se vuelve posible, también sostiene que
el único modo de saber quién se es lo constituye la posibilidad de diferir.
“Tendrá que hacer crecer, desde los fondos húmedos del oficio paterno, una
habilidad propia” (2000: 77) y “La diferencia se va a dirimir en la promis-
cuidad horizontal de una misma tela” (2000: 77), considera Kamenszain
sobre Kozer, en un gesto que su poemario El ghetto inscribe para sí misma.
Para reflexionar respecto de las relaciones del escritor judío con la
tradición, Sergio Chejfec elige un relato jasídico en el que la literatura toma
la forma de un laberinto. Más allá de las simbologías posibles, afirma, la
literatura, en tanto marcas en el tiempo, ha construido un laberinto que
tiende a la preservación de su misterio por medio de las obras. Las obras
deben mantener la complejidad del diagrama del laberinto como promesa
de las futuras marcas. No hay solución ni salida posible, fuera de seguir
dibujando marcas. “De este modo, el laberinto asimila lo complejo y recha-
za lo simple. Es enemigo del éxito de los caminantes no sólo por la dificul-
tad de su dibujo, sino también porque asigna a ellos la tarea de expandirlo,
o sea de preservarlo” (2005: 133).

112 Telar
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114 Telar
Entre la vida y la poesía. Francisco
Urondo y los dilemas del escritor
MARIANA BONANO

En mayo de 1969, un grupo de escritores latinoamericanos (la mayor


parte de ellos, de ascendencia cubana o residentes en ese país) se reunieron
en La Habana con el objetivo de intercambiar ideas sobre “hechos recientes
en el campo de la cultura y la política”, de acuerdo con lo puntualizado en
el escrito que se dio a conocer.1 La discusión retomaba la polémica desple-
gada en el Congreso Cultural de La Habana –realizado en 1968– en torno al
papel que le cabía desempeñar al intelectual en un proceso revolucionario;
esto es, como bien lo sintetizaba Ambrosio Fornet, la pregunta acerca de “si
es posible ser un intelectual sin ser revolucionario y, más concretamente, si
es posible ser intelectual en una revolución sin ser revolucionario” (en
Dalton y otros 1988: 30). Lo interesante del documento final es que, lejos
de homogeneizar las diferentes posiciones de los autores bajo la forma de
una “elaboración colectiva”, permite distinguir claramente las voces de los
escritores que tomaron parte en el debate. En su calidad de partícipes de un
proceso de transformación político-social, ellos orientaron sus interven-
ciones hacia el intento de delimitar, desde sus disímiles experiencias, cómo
se definía la tarea del intelectual ligado a la Revolución, y, en vinculación
con ello, qué imperativos debía regir su labor en el futuro.
La escritura ensayística y de crítica literaria perteneciente a Francisco

1
Firman este documento los escritores cubanos Roberto Fernández Retamar, Edmundo
Desnoes y Ambrosio Fornet, el salvadoreño Roque Dalton, el haitiano René Depestre y
el argentino Carlos María Gutiérrez. Todos ellos, con la excepción del último, residen en
la década de 1960 en Cuba y toman parte en el proceso revolucionario desencadenado
diez años antes en ese país. En su totalidad, el texto puede ser estimado como un “docu-
mento” de época, en la medida en que presenta, sin intermediación de un tercero externo
al debate, el intercambio polémico de los propios agentes del campo.

Telar 115
Urondo (Santa Fe, 1930-Mendoza, 1976) puede ser pensada a partir del
gesto, tan frecuente en la época, consistente en la problematización de la
propia labor, y de su función en la sociedad. La adopción de este tipo de
discurso posibilita al autor no sólo dar cuenta del poeta en tanto figura
social cuya tarea reside en la producción y la administración de bienes
simbólicos (Altamirano, 2002: 148), sino exponer las preocupaciones que
lo aquejan en su condición de escritor que conjuga la producción literaria
con la voluntad de intervención en la esfera pública. Como otros narrado-
res y artistas argentinos de la década de 1960, Urondo se perfila como
intelectual2 cuya práctica se liga a un incesante ejercicio de autocuestiona-
miento.3 Conciencia artística y responsabilidad social se conjugan en la
obra del escritor que se impone como tarea “sacudir el polvo de la reali-
dad” queriendo respirar/ trozos de esperanzas, bocanadas de aliento; salir/
volando para no hacer agua, para/ ver toda la tierra y caer en sus brazos
(1998: 153-154).
En 1954, el autor inicia su actividad como colaborador de la revista
Poesía Buenos Aires, publicación que, como se sabe, aglutinó a un sector
importante de la vanguardia poética articulada en Argentina durante la
década de 1950.4 Tal como su nombre señala, esta empresa cultural otorgó

2
Seguimos las conceptualizaciones elaboradas por Silvia Sigal (1991). Esta autora carac-
teriza a los intelectuales como productores de “discursos y prácticas que se apoyan en la
posesión de un saber para legitimar pretensiones de intervención en la esfera social –ideológica o
política–” (19). En su condición de “agentes de circulación de nociones comunes que concier-
nen al orden social” (22), la posición de intelectual no depende solamente de asumir ese
papel, sino también del sentido ideológico-político que adquiere el ejercicio de las activi-
dades culturales en la sociedad. Las cursivas son de la autora.
3
En efecto, la demanda de intervención en la esfera pública o política impulsada por los
propios creadores, como también la constitución de un espacio de reflexión sobre la
propia práctica, son dos de los gestos que los estudiosos del período señalan como carac-
terísticos del escritor-intelectual de la década de 1960 en Argentina. Cfr. los estudios de
Sigal (1991), Claudia Gilman (2003), Sergio Olguín y Claudio Zeiger (1999), Andrea
Giunta (2001), entre otros.
4
Esta publicación constó de 30 números editados entre 1950 y 1960. Su director perma-
nente fue Raúl Gustavo Aguirre, quien estuvo acompañado en algunos períodos por Jorge
Enrique Móbili, Wolf Roitman, Nicolás Espiro y Edgard Bayley.
Urondo se convierte en colaborador permanente de Poesía Buenos Aires, y edita sus
primeras obras líricas por el sello editorial de la revista. En 1956 aparece Historia Antigua,

116 Telar
un lugar privilegiado a la producción lírica. Si tenemos en cuenta la filia-
ción estética de la publicación, no resulta sorprendente que Urondo, en sus
colaboraciones, ensaye sobre la actividad poética y la situación del creador
en la sociedad. Sin embargo, el recorrido de lectura realizado ha permitido
delimitar que la preocupación del escritor por la poesía también está pre-
sente en sus textos ensayísticos y de crítica literaria recogidos en publica-
ciones culturales de aparición más tardía,5 así como en su trabajo Veinte
años de poesía argentina. 1940-1960, publicado en 1968. Las constantes obser-
vadas autorizan a afirmar la posición central que esta modalidad literaria,
en tanto objeto de problematización, asume en su obra ensayística, en con-
traposición con el lugar subsidiario ocupado por otras.
A partir del análisis de los textos, el presente trabajo se orienta a delimi-
tar las modulaciones en las concepciones de la praxis poética formuladas
por el autor en diferentes momentos de su producción, y en vinculación con
ello, deslindar sus posicionamientos estéticos e intelectuales.

La poesía como tarea: entre la fatalidad y la redención.


El malditismo del poeta y el ímpetu de comunicación
Desde sus primeras reflexiones aparecidas en Poesía Buenos Aires, Urondo
define a la poesía como una tarea dotada de especificidad: la búsqueda y la
conquista de un sentido. En los artículos incluidos en la sección “El poeta y

cuyos poemas, si bien ya se inscriben dentro de la modalidad coloquial que caracteriza la


mayor parte de su producción lírica, presentan todavía elementos de las vanguardias
invencionista y surrealista que confluyeron en la revista. Sus obras Dos poemas (1958),
Breves (1959) y Lugares (1961) también son editadas por Poesía Buenos Aires.
5
Además de los artículos sobre escritores y cineastas aparecidos en el semanario Leoplán
y de las críticas teatrales recogidas en Damas y damitas, Urondo ejercitó el ensayo desde las
páginas de la revista Zona de la poesía americana (4 números, 1963-1964). A comienzos de
la década de 1970, colabora en Panorama y en el suplemento literario del diario La Opi-
nión, en el que se multiplican sus artículos sobre poetas argentinos. En 1973, ya compro-
metido con las organizaciones revolucionarias, es responsable político y jefe de redacción
del diario Noticias –órgano de difusión de Montoneros–; no obstante ello, sigue vinculado
con el periodismo cultural, y publica en 1974 el artículo “Algunas reflexiones” en la
revista Crisis.

Telar 117
los días”,6 retrata la vida de poetas –el irlandés Turlough O’Carolan7 y el
santafecino Miguel8– mediante la descripción pormenorizada de su infan-
cia y de su vida familiar. La imagen que presenta de estos creadores es la de
hombres pueblerinos, de temperamento melancólico y espíritu libre,
frecuentadores de tabernas e incapacitados para la vida conyugal; se trata,
en suma, de seres marginales, desaparecidos o muertos de manera misterio-
sa. La estrecha relación que en estos textos el autor establece entre creación
poética y vida participa del ideario estético del grupo de escritores de Poesía
Buenos Aires. Daniel Freidemberg (1988/1989) postula que la concepción
vitalista de la poesía –el poema es un resultado y, a la vez, un desencadenante
de un modo “poético” de vivir– y la actitud rebelde y radicalmente crítica
hacia la sociedad contemporánea, constituyen dos de los rasgos caracte-
rizadores de este movimiento llamado a sintetizar y a revelar el espíritu de
la “nueva poesía argentina”. La vinculación entre poesía y vida y la creen-
cia en el lenguaje como eficaz instrumento de comunicación humana exhi-
ben una conciencia y una actitud comunes a las vanguardias surrealista e
invencionista que confluyen en la revista.9 Las vidas presentadas por Urondo

6
Esta sección se inaugura en el número 16-17 de la revista. Urondo participa de ella con
dos artículos: uno dedicado Turlough O’Carolan (incluido en el número 16-17, invierno-
primavera de 1954), y otro, a un poeta santafecino identificado como Miguel (incluido en
el número 19-20, 1955).
7
O’Carolan fue un compositor y músico irlandés nacido en 1670. De familia de granjeros,
a los dieciocho años quedó ciego a causa de la viruela. Su habilidad musical residió no
tanto en la ejecución de un instrumento, sino en la composición de las melodías y de sus
letras. De espíritu alegre, bebedor y mujeriego, viajaba de ciudad en ciudad, y tocaba, para
ganarse a vida, en las casas de familias adineradas de Irlanda. A menudo, escribía una
consonancia en honor del hombre de la casa, o su esposa o su hija. Éstas se llamaron
“planxties”. O’Carolan ganó fama gracias a ellas y, además, por su forma de componer las
melodías: en lugar de escribir primero la letra y luego arreglar la melodía, como se
procedía en la práctica irlandesa tradicional, él creaba primero la consonancia y después
ideaba las palabras.
8
El apellido de este poeta no aparece especificado en el texto. Sin embargo, de acuerdo
con la caracterización de Urondo, podemos deducir que se trata de Miguel Brasco, poeta
santafecino junto a quien el autor realiza sus primeras incursiones en el mundo del arte.
Entre las experiencias compartidas, figura la creación del teatro de marionetas llamado
“Retablillo de Maese Pedro”, con el que recorren diferentes pueblos de la provincia de
Santa Fe.
9
Tanto Mariano Calbi (1999) como Daniel Freidemberg (1999) señalan que los integran-

118 Telar
exponen la “imagen del escritor divorciado de su medio, que no cuenta más
que consigo mismo, tanto en lo que se refiere a los estímulos intelectuales
como a los de carácter material” (Bayley 1954: 1).10 Frente a una sociedad
que esteriliza y que aplana “las más profundas potencias del espíritu, funda-
mentalmente por medio del sentido común” (Freidemberg 1988/1989:
22), la empresa del poeta parece radicar, a los ojos del autor, en la conquista
de un sentido propio, liberador.

La vida del poeta es fácil. Es difícil. Atractiva, maldita, mila-


grosa. Vida que admite todos los matices y actitudes. (...) Vida
fundamentalmente semejante a la de cualquier hombre. Vida co-
mún, en cuyo desarrollo la conquista de un sentido se convierte en
la empresa por excelencia. A esa conquista concurren esfuerzos
contradictorios –con frecuencia perjudiciales para él mismo, para
la tranquilidad pública, para las buenas maneras–, y pocas veces
conscientes. Entre esos esfuerzos por conquistar un sentido surge,
en ocasiones, el poema. (1954: 2)

La caracterización del creador como ser marginal, desafiante de los


valores sociales institucionalizados se integra a una de las líneas de van-
guardia desarrolladas en Argentina que recoge la tradición romántica de los
poetas llamados “malditos” “para quienes la poesía es un modo de vida y,
a la vez, un modo de conocimiento” (Aguilera 2006: 69). La delimitación
de la poesía como tentación y necesidad que Urondo expresa en reiteradas
ocasiones,11 refuerza la idea de cierto trascendentalismo poético, manifies-
ta en las conceptualizaciones del autor pertenecientes a la década de 1950 y

tes de Poesía Buenos Aires se postulan a sí mismos como grupo que sintetiza las estéticas
surrealista e invencionista desplegadas en la década de 1950.
10
La cita extractada pertenece al artículo de Bayley, “Riesgo y ventura del poeta contem-
poráneo”, publicado en el número 16-17 de Poesía Buenos Aires. Este texto precede la nota
que Urondo dedica al poeta Turlough O’Carolan.
11
En los textos pertenecientes a la primera mitad de la década de 1960 se explicita esta
concepción: “Hablar de poesía es una tentación. A lo mejor una necesidad (...)” (1963:
173); “Su poesía así ha tomado forma. O ambos –poeta o poesía– se han conformado en
virtud de una necesidad, de una voluntad expresiva (...)” (1964: 2).

Telar 119
primera mitad de la de 1960. Después de esta etapa, si bien esta imagen del
creador y de la praxis lírica se desplaza, no deja de estar ausente. La figura-
ción de la poesía como praxis redentora perdura en sus escritos.
La representación del creador como ser aislado de su medio que Urondo
forja en estos textos coexiste con otra imagen desplegada por él hacia la
segunda mitad de la década de 1950. En 1956, escribe una nota en conme-
moración de los veinte años de la muerte del escritor español Federico
García Lorca. El retrato que presenta de este autor es el de un trovador
universal, un hombre bondadoso y carismático, conocedor y amante de la
cultura de su pueblo, profundamente enraizado en su época. Lorca se perfi-
la como figura opuesta a la del hombre divorciado del medio que Urondo
presenta en las notas de Poesía Buenos Aires. El valor de la lírica practicada
por él reside en su poder de comunicación con los más dispares pueblos y
épocas. Poetizar en este escrito ya no es ir a la conquista de un sentido, sino
“comunicar, hablar, es interesarse, inclinarse, tener una actitud bondadosa,
amar las cosas o los hombres” (1956: 50). En este sentido, la tarea del
creador “está mucho más allá de toda contingencia política” (50). El com-
promiso del escritor con su sociedad y, más ampliamente, con la humani-
dad, radica en su poesía, en la medida en que ésta constituye una fuerza
comunicativa y, por ende, una potencia capaz de liberar al hombre. La
reivindicación de Lorca por su labor y no por su “trágico fin” ligado a su
posición política da cuenta del lugar prioritario –e inalienable– que, en el
momento de escritura del texto, el escritor santafecino confiere a la crea-
ción lírica. Si bien, como se ha mostrado, la voluntad de comunicación con
los hombres y la inserción en el pueblo constituyen en este artículo impon-
derables de la labor poética, no está todavía presente la idea de la praxis
artística como acción ligada a la transformación política o social, que sí
aparecerá en escritos posteriores.

La empresa del poeta: entre los imperativos


vanguardistas y el compromiso con la realidad
La concepción de la poesía como práctica liberadora se reitera en la
entrevista que Urondo concede a la revista Punto y Aparte en 1957, recogida

120 Telar
por Pablo Montanaro en la biografía del autor (2003). Allí, aparece con
mayor precisión la idea del compromiso del creador con la realidad circun-
dante. El compromiso es una característica de la poesía de cualquier época;
sin embargo, cobra fuerza en la poesía que Urondo caracteriza como “ac-
tual”, pues, alude, su “mayor grado de lucidez le exige mayores responsabi-
lidades” y un “contenido fundamentalmente ético” (34). Considera que
para el poeta contemporáneo “no existen privilegios sino tan sólo exigen-
cias”, y por ello, éste “rechaza cualquier actitud pasiva”: “inmerso hasta en
los más ínfimos problemas de la realidad de su tiempo”, “no puede olvidar
que él debe otorgar las armas para establecer entre los hombres la más
honda comunicación, un conocimiento esencial, capacidad de justificación
o de redención, de conquista de una inocencia perdida, de una libertad
profunda” (34). Tanto la acción liberadora como el imperativo de comuni-
cación que el escritor reclama para la creación lírica, se encuentran próxi-
mos a los postulados sobre el lenguaje poético elaborados por Edgard Bayley,
uno de los escritores más influyentes del movimiento Poesía Buenos Aires.12
De acuerdo con lo anteriormente especificado, podemos postular que,
en el momento de realización de la entrevista, las proposiciones sobre la
poesía desarrolladas por el autor todavía se inscriben dentro del horizonte
estético e ideológico articulado por esa revista de vanguardia. Sin embargo,
ya se perfilan algunas de las ideas que permiten vincular su pensamiento
con el posicionamiento estético de otro grupo poético, el que se aglutina en
la revista Zona de la poesía americana (4 números, 1963-1964), y del que
Urondo participa como miembro fundador.13 La afirmación de que el poeta
está inevitablemente inserto en la realidad de su tiempo, estrechamente
“comprometido” con él, es uno de los núcleos presentes en el pensamiento

12
En “Realidad interna y función de la poesía”, Bayley afirma: “En este lenguaje poético,
la palabra entra en relaciones, que en vez de reducir o encerrar su poder poético, como en
el discurso lógico, tienden a liberarlo, dotándolo de una consistencia nueva, inventiva. Es
en este acto de liberación ordenadora de la energía emocional de las palabras, donde
parece residir la operación poética.” (...) “Tal invención, sino aparece encerrada en un
tono vital coherente y perceptible por todos, será sólo una acumulación sin sentido de
palabras a lo sumo un juego sin trascendencia.” Citado en F. Urondo (1968: 42).
13
Además de Urondo, integraron el grupo fundador los poetas Noé Jitrik, Edgard Bayley,
César Fernández Moreno, Ramiro de Casasbellas, Alberto Vanasco y Mario Trejo.

Telar 121
de los integrantes de Zona, y emparienta a esta última formación cultural
con los postulados sartreanos sobre la función del arte y de la literatura. De
acuerdo con Freidemberg (1999), en los escritores de Zona, la demanda de
redefinición del trabajo lírico, impulsada por la búsqueda de una poesía
autónoma –no epigonal respecto a modelos extranjeros–, y por la voluntad
de una mayor vinculación con la sociedad, anima desde comienzos de la
década de 1960 un programa teórico semejante al trazado por Contorno para
la narrativa en el decenio de 1950.
Como en la experiencia delineada por los creadores de Zona, el com-
promiso de la poesía con la realidad no implica en las afirmaciones de
Urondo una sumisión de lo estético al terreno de la política o de lo social;
tanto para el escritor santafecino como para los otros integrantes, la autono-
mía de la poesía constituye un postulado a la vez necesario e inapelable.14
En un artículo incluido en el segundo número, el autor problematiza la
función del poeta en el contexto de la situación política nacional. Critica la
concepción del creador como “vate”, en tanto ser excepcional, y la de la
poesía como “oficio milagroso o sobrenatural o de loquitos o de elegidos”,
y afirma en cambio que la creación lírica “es una tarea que cumple la gen-
te”, “toca lo esencialmente humano” (1963: 1). Esta proposición que a los
ojos de Urondo se presenta como verdadera, se opone sin embargo a la
“versión exagerada, ampulosa del poeta y de su trabajo”, erigida tanto por
los propios creadores, “quienes colocan las cosas, su oficio, en este terreno
pringoso, de auto adulación”, como por el medio, que “en un país hasta
ahora dependiente como el nuestro, y en consecuencia un poco provincia-
no”, considera a la poesía como “una actividad de excepción, prístina” (1).
De allí que el título del artículo, “Contra los poetas”, pueda ser resignificado
como “contra un tipo de poeta”, el que, de manera semejante a un publicista,

14
Recordemos que en los postulados sartreanos, el “compromiso” de la literatura tampo-
co implica la subordinación de esta práctica al terreno de lo político. Sartre postula que el
intelectual comprometido es aquél que escribe para sus contemporáneos, pero sin dejar de
operar desde su campo específico: la actividad reflexiva y creativa. De allí que mediante
la asunción de una obra comprometida, el escritor actúe sobre su tiempo, eligiendo
siempre el cambio, que opera en y desde la literatura misma. En la concepción del
pensador francés, la escritura es en sí misma praxis, acción. Ver Sartre (1962).

122 Telar
inventa un slogan: el de la “vaca sagrada” o el de la “poesía escrita con
mayúscula”.
Es claro que la preocupación por la situación del creador en la sociedad
argentina y la “crisis de conciencia” originada por el sentimiento de aisla-
miento del público para el que escribe, no resultan novedosas en la tradi-
ción de los movimientos poéticos vanguardistas. Como se vio más arriba,
tal problemática está ya presente en las conceptualizaciones de Bayley apa-
recidas en Poesía Buenos Aires. Lo que sí resulta novedoso en los ensayos de
Zona es el peso que adquiere lo histórico y lo político en el abordaje de los
problemas poéticos.15 El análisis de la coyuntura del poeta argentino que
Urondo expone en “Contra los poetas” incorpora uno de los problemas que
hacia la década de 1960 devienen en hegemónicos dentro de algunos secto-
res de la “nueva izquierda” intelectual: el fenómeno de la dependencia.16
En el ensayo Veinte años de poesía argentina. 1940-1960, el autor estrecha
el vínculo entre creación poética y coyuntura política. La creciente con-
ciencia política17 que en el momento de producción de este texto no fagocita

15
La apertura hacia el contexto operada por los poetas de Zona ha sido designada por
Freidemberg (1999) con el nombre de “realismo”.
16
En efecto, en este texto, Urondo afirma: “(...), esta gratificación en el terreno práctico,
no ocurre con los poetas, ya que ninguno, al menos en Argentina, vive de su profesión de
poeta. (...) Si bien el poeta es un bicho raro, lo es por sus limitaciones y no porque escriba
poemas. Cuando hace poesía, cuando escribe, no se pone raro ni solemne, se pone serio,
concentrado. No necesita hacer –aunque lo haga– chiquilinadas, o travesuras, o canalladas,
o estupideces, por más simpáticas o envidiables o censurables o tolerables que ellas
puedan parecer. Tampoco cabe el trascendentalismo. Además, ser poeta en un país hasta
entonces dependiente como el nuestro, y en consecuencia un poco provinciano, es toda-
vía una actividad de excepción, prístina; aunque se lo rechace, sigue siendo ‘el vate’.”
(1963: 1).
La denominación de “nueva izquierda” intelectual o “franja denuncialista” pertenece,
como es sabido, a Oscar Terán (1991). El autor utiliza el nombre de “franja denuncialista
o contestataria” para referirse al sector del campo intelectual que hacia la segunda mitad de
la década de 1950 y comienzos de la de 1960 concibe un modo de intervención cercano
al existencialismo sartreano Estos intelectuales definen a la literatura por su función social
y conforman una cultura crítica, fuertemente atravesada por “lo político”.
17
En el año 1968, Urondo viaja a Cuba para participar del Congreso Cultural de La
Habana. Esta experiencia, según Rodolfo Baschetti, parece ser determinante de la asun-
ción por parte del escritor de un compromiso político. En ese mismo año, al regreso de
Cuba, Urondo se integra al Movimiento de Liberación Nacional (Malena) y colabora

Telar 123
todavía la conciencia estética del autor (García Helder 1999: 230), forja una
escritura en la que la lectura sociohistórica de la poesía argentina se conjuga
con la postulación de una vanguardia estética ligada a un proyecto de trans-
formación política y social. Sin embargo, como en escritos anteriores, no
asoma todavía la caracterización de la praxis revolucionaria en términos de
lucha armada o militancia partidaria. El escritor proclama la síntesis de
posiciones estéticas e ideológicas, sin subordinar las primeras a las últimas.
Concibe el cambio en la poesía desde dentro de la práctica misma, a partir
de “su estética de continua subversión”. Simultáneamente, reivindica para
aquélla un lugar privilegiado en el proceso social, al ser capaz de actuar
sobre la realidad, modificándola.
El ensayo, que se abre con la caracterización de los poetas de la genera-
ción de 1940, se detiene en los movimientos invencionista y surrealista, así
como en el proyecto articulado por el grupo de Poesía Buenos Aires en la
década de 1950 y en la producción del decenio de 1960. En el último
capítulo, deja planteadas las perspectivas futuras de la poesía en Argenti-
na.18 Respecto de la lírica de la década de 1940, el autor focaliza la labor
desarrollada por los poetas de las revistas Sur y Canto. Estos escritores son
calificados en el texto como “muchachos más bien mansos, poco inquietan-
tes”, todos ellos “oficialistas”, no sólo en el sentido de que “muchos fueran
funcionarios del gobierno”, “sino también por los que se colocaron en la,
por así decirle, oposición oficial: de la revista Martín Fierro a Sur se ha

como redactor en el semanario CGT de la CGT de los Argentinos –organización sindical


que nuclea, como se sabe, a la resistencia obrera y a la cual se vinculan escritores y
periodistas del sector radicalizado de la izquierda intelectual–. Un vez disuelto el Malena,
el autor se incorpora a las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR), y en 1970 es uno de
los treinta y seis combatientes que participan de la primera acción guerrillera de esta
organización, la toma de la ciudad de Garín en la provincia de Buenos Aires. Más
adelante, en 1973, cuando las FAR se fusionan con Montoneros, Urondo se une a esta
última estructura revolucionaria. Estos datos biográficos están consignados en Rodolfo
Baschetti (2000). También en Montanaro (2003).
18
Incluyo a continuación algunas de las proposiciones sobre el ensayo de Urondo elabo-
radas en el marco del trabajo “En búsqueda de la poesía nacional. El ensayo Veinte años de
poesía argentina. 1940-1960, de Francisco Urondo, y las modulaciones de la crítica”,
expuesto en el XIII Congreso Nacional de Literatura Argentina (Tucumán, 15,16 y 17 de
agosto de 2005), inédito.

124 Telar
producido una suerte de solemnización; se institucionaliza la expresión
literaria aunque sea desde la ‘resistencia’, como luego fue designado el
antiperonismo” (1968: 11-12). La escisión entre la vida y el arte que estos
poetas experimentan, su extrema institucionalización, su alejamiento de
cualquier preocupación política y social, constituyen factores conducentes
a una “suerte de enfermedad poética” que signa al grupo, y lo incapacita
para “actuar” sobre la realidad.
Frente a los principios consagrados que, a los ojos del autor, nutren la
labor poética de Sur y de la generación de 1940, Urondo reivindica una
concepción de la poesía como praxis fuertemente historizada, capaz de
accionar sobre el contorno.19 Define al escritor verdadero como aquél que
adopta una actitud de rebeldía frente a su coyuntura.

(...) la rebeldía, el enfrentamiento, la no aceptación, es una bue-


na pauta para reconocer si se está frente a un verdadero escritor o
no, un escritor que ama su vocación, que libra “las treinta y dos
guerras del coronel Aureliano Buendía (personaje de la novela “Cien
años de soledad”, de Gabriel García Márquez), aunque como a él,
nos derroten en todas (16).20

Guiado por esta “pasión por lo concreto” que Terán (1991) anota como
característica del programa de los intelectuales de la “franja denuncialista”,

19
Esta concepción de la tarea simbólica es señalada por Terán (1991) respecto del progra-
ma delineado por los escritores de la revista Contorno: “(...), esta concepción haría de su
ahincada tematización de las cuestiones político-sociales una suerte de programa alterna-
tivo dentro de la disciplina filosófica, y si es en nombre del espíritu como se ha pretendido
enmascarar la realidad y eludir ese toque de piedra de la política, en alguna de sus deri-
vaciones –como la ejemplarmente representada por el grupo de la revista Contorno– se
diseñará una ideología que en su rechazo del espiritualismo liberal construyó una concep-
ción corporalista (con una oposición análoga hacia lo que Sartre en un difundido artículo
había llamado “la maloliente salmuera del Espíritu”) y al mismo tiempo fuertemente
historizada, así como encuadrada –al igual que en la propia producción sartreana– en una
visión de la política que la torna atendible cuando a través de ella se generan situaciones
existenciales que confrontan a los individuos con los límites de conductas fuertemente
moralizadas.” (19).
20
La frase entrecomillada incluida en el original pertenece a Mario Vargas Llosa.

Telar 125
el autor explora los movimientos de vanguardia de la década de 1950,
posicionándose respecto de ellos. Simultáneamente, intenta dar cuenta de
los procesos económicos, sociales y políticos en los que éstos se desarro-
llan. Considera que la vanguardia en tal período se canaliza aparentemente
en dos caminos: “(...) uno seguido por los surrealistas y que configuraría
una tendencia vitalista; el otro por la revista ‘Poesía Buenos Aires’, donde
residiría la poesía cerebral” (27). Al analizar la labor de esta publicación,
ensaya respuestas a las preocupaciones que lo acucian como poeta e intelec-
tual comprometido con su coyuntura. En su condición de partícipe de los
procesos que describe, se permite polemizar con las posiciones de los otros
integrantes de la revista. Frente a la separación establecida por Raúl Gusta-
vo Aguirre (director de la publicación) entre un “lenguaje poético”, intuiti-
vo, afectivo y un “lenguaje convencional”, lógico, conceptual, Urondo sos-
tiene que “el problema no es de vocabulario sino de una estructura verbal
no discursiva. La poesía admite todas las palabras y las significaciones; lo
que designa ya es de por sí material poético (...) Precisamente del intricado
mecanismo que produce el hecho poético, no es ajeno el significado de las
palabras, su carga conceptual, aunque después de sustanciado el hecho poé-
tico, pueda modificar esa significación que tenía o reemplazarla” (41).21 En
coincidencia con las concepciones de Bayley, el autor aboga por una poesía
comunicativa que, “sin desmedro de su cometido expresivo” “aparece
inmersa en un tono vital coherente y perceptible por todos” (42).
Examina luego la labor del movimiento surrealista. La focalización de
la producción desarrollada por el núcleo de poetas agrupados en la revista

21
El particular posicionamiento que el escritor adopta respecto de las declaraciones del
director de Poesía Buenos Aires puede ser examinado a la luz del recorrido delineado por
el escritor santafecino durante la década de 1960. En el momento de producción del
ensayo, la poesía practicada por Urondo se inclina hacia una modalidad coloquial, ten-
diente a borrar los límites o establecer una continuidad entre la vida concreta y la práctica
artística, entre el poeta y la sociedad en la que está inserto. De allí que rechace la concep-
ción de lo poético como invención carente de estructura verbal, aun cuando, de acuerdo
con su perspectiva, se trate de una “estructura verbal no discursiva”. Ésta es, acorde con
la definición proporcionada por Edgard Bayley, la estructura que “asentada en la combi-
nación del valor emocional de las palabras”, se aleja de la del discurso lógico, fundamen-
tada en cambio “en elementos descriptivos o en la transposición de atributos” (Citado en
Urondo, 1968: 42).

126 Telar
A partir de cero (tres números, 1952-1956), le permite delimitar con mayor
precisión su concepción de lo que debe ser una vanguardia poética. La
actitud de rebeldía que define al “escritor verdadero” anima la empresa. El
humor exhibido en A partir de cero conforma, a su entender, un instrumento
de burla, de agresión, apto para profanar la literatura nacional. No obstante
ello, estima que los surrealistas incurren en inconsistencias cuando procla-
man el cambio por medio de la palabra poética. Desde su perspectiva, la
praxis artística en sí misma resulta insuficiente para alcanzar el objetivo de
modificación de lo establecido; la transformación de la vida no puede sus-
tentarse únicamente en las palabras, aunque éstas pueden propiciar o abas-
tecer el cambio; es necesario convertir la actitud poética de subversión en
una propuesta concreta de lucha, “como todo lo que ésta tiene de transfor-
madora” (48).
En esta etapa, la idea de la literatura como praxis comprometida es,
como se señaló, de raigambre sartreana, y responde al generalizado impera-
tivo de los poetas coloquiales de 1960 “de lanzarse al mundo, salir del
ghetto, de la secta o del Parnaso, participar de la sociedad como uno más, no
siempre, aunque sí frecuentemente en función de un explícito compromiso
político de izquierda, y en algunos casos con la esperanza de hacer de la
poesía un instrumento que contribuya a producir cambios en la sociedad”
(Freidemberg, 1999: 190-191). Sobre la base de esta concepción, Urondo
articulará en los capítulos finales un proyecto para las nuevas promociones.
Frente a lo que delimita como “poesía oficialista”, aquélla que responde al
mecanismo colonialista de la cultura, declara la necesidad de fundar una
“poesía nacional” que “aunque marcada por los movimientos europeos, no
esté sometida por ellos” (87). Afirma que esta nueva poesía será “orgánica
en la medida en que la libertad expresiva no desplaza la existencialidad que
la sustenta, en el orden personal y colectivo”, y “afirmativa” en cuanto
expresa “una forma de ver la vida sin resignaciones, sin culpa o autocompa-
sión” (84).
El rechazo a la tradición europeizante de la cultura argentina y la de-
manda de lectura de la realidad a partir de los datos que el propio entorno
ofrece, son dos de los requerimientos que el autor plantea a la producción
poética de su tiempo. En el capítulo “Cambios y confluencias”, señala el

Telar 127
importante papel desempeñado por la revista Contorno en el campo intelec-
tual argentino, al nacionalizar la literatura e incorporar el problema políti-
co a sus páginas. Anota que a partir de este fenómeno de politización de la
cultura, los intelectuales y los poetas adoptan una posición respecto de la
dicotomía “reformismo o revolución, que para el caso también podrá ser
enunciada como frustración o injusticia –con su consecuente mala concien-
cia–, o revolución” (78). Califica a la producción poética posterior al frondi-
zismo como afirmativa, orgánica, con tendencia “a alcanzar un equilibrio,
una integración entre posiciones estéticas e ideológicas; se advierte que
ambas no eran, no tenían por qué serlo, posiciones excluyentes, tampoco
castraban la libertad creadora” (84). La prescindencia política ya no cons-
tituye, a los ojos del autor, una opción válida para la labor poética.

Son estos al parecer los caminos de la libertad o al menos de un


concepto de vida y de poesía vertebrados dentro de un orden más
amplio que responde a la concepción que rechaza como lo señala la
interpretación del mundo (sic) y procura su modificación; que cada
vez tolera menos el padecimiento a distancia y se inclina por la
participación en las desgracias de este mundo que vivimos; no con
intenciones expiatorias, sino con el propósito de hacerse cargo, de
solucionar esas desgracias; empezar a “correr la suerte del agredi-
do”. Todo esto que entonces era larval incitación, comienza a con-
formar nuestra poesía y de allí que parezca más consistente, más
orgánica, menos declamatoria; alejada del populismo, es una poe-
sía que, más que idealizar, tiene mucho que ver. Y mira de una
manera especial. Quiere ver y señalar, que es una manera de procu-
rar una conciencia, de aspirar a un cambio: (...) (85).22

En búsqueda de la acción revolucionaria.


El poeta como militante
En 1968, Urondo participa, junto a Rodolfo Walsh y Juan Carlos Por-

22
Las comillas son del autor.

128 Telar
tantiero, de una mesa redonda organizada por el Centro de Investigaciones
Literarias “Casa de las Américas” en La Habana.23 El debate, que gira en
torno a la literatura argentina en el siglo XX, da cuenta del posicionamiento
que hacia fines de la década de 1960, adoptan estos escritores-intelectuales.
Las intervenciones del autor recogen muchas de las proposiciones de su
ensayo. Es notable, sin embargo, la relevancia que adquiere en ellas la no-
ción de la praxis estética como actividad ideológica, fuertemente marcada
por la política.24 Urondo no sólo examina los movimientos poéticos a la luz
de la coyuntura política sino que “lo político” se convierte en el criterio
excluyente para la valoración estética.
A comienzos de la década siguiente, sus reflexiones muestran una radi-
calización al respecto. De acuerdo con Montanaro (2003), hacia 1971 el
autor se propone “no escribir más ficción, sino libros testimoniales” por-
que, afirma, “‘la realidad que vivimos me parece tan dinámica que la pre-
fiero a toda ficción’” (91). Esta declaración, que puede ser inscripta dentro
del proceso de depreciación de la práctica simbólica correlativa a la radicali-
zación política de una fracción del campo intelectual,25 revela el dilema del
escritor que se enfrenta a demandas de eficacia práctica inmediata, desga-
rrado entre la tarea simbólica y la disolución de esta labor en la lucha
política y militar. Sin embargo, la actividad poética nunca es devaluada en
las declaraciones del autor. En 1973, en una entrevista realizada por Vicen-
te Zito Lema, Urondo reniega del término “intelectual” para calificarse a sí

23
Publicada originariamente en Panorama de la actual literatura latinoamericana, Casa de
las Américas, La Habana, 1969. El moderador es Mario Benedetti y el tema de la charla
es “La literatura argentina del siglo XX”.
24
“Ahora, a través de este proceso de enfrentamiento con el oficialismo, que no es
solamente una literatura, sino toda una actitud de vida, toda una ideología, concretamente
frente a los problemas del país y del mundo. Y a partir del proceso, que evidentemente se
realiza en un nivel estético, comienzan a surgir las implicaciones que esta situación estética
supone. Entonces, al enfrentar al oficialismo, paulatinamente se va tomando conciencia de
que no es solamente enfrentar la retórica del tipo de producto cultural que segrega, sino
que es otra cosa mucho más profunda, es toda una suposición, es toda una ideología.”
(Walsh, Urondo, Portantiero 1994: 48).
25
Claudia Gilman (2003) postula que el desarrollo de los sentimientos e ideas
antiintelectualistas caracteriza una de las posiciones dominantes del campo intelectual
latinoamericano en la década de 1970.

Telar 129
mismo y opta por los de “poeta” y “militante”. Si en la declaración de
1971, la producción ficcional resulta invalidada como medio de transfor-
mación de la realidad, ahora la práctica poética constituye una tarea seme-
jante a la política. Ambas son formas de acción, praxis inmediatas, y, por lo
tanto, se oponen a la tarea intelectual entendida como teorización y re-
flexión abstractas.

Poética en griego quiere decir acción, en este sentido no creo


que haya demasiadas diferenciaciones entre la poesía y la política,
(...), por la poesía, por la necesidad de usar las palabras en toda su
precisión y significación he llegado al tipo de militancia que actual-
mente hago (Citado en Montanaro 2003: 104).

Como el militante revolucionario, que trabaja con la realidad y busca


su modificación, el poeta actúa a la manera de un pintor: cuando compone
una frase, crea el objeto imaginario, considera a las palabras como cosas y
no como designaciones de objetos (signos) (Sartre, 1962: 46 y ss.). La con-
cepción de la poesía como acción permite a Urondo modificar la fórmula
sartreana del compromiso del escritor,26 según la cual es imposible recla-
mar un compromiso al poeta. Para el autor, en cambio, la palabra lírica es
una afilada arma que, semejante a un fusil, maniobra sobre la realidad para
modificar lo establecido.
La relación entre creación y militancia revolucionaria se torna el pro-
blema central de sus reflexiones de la década de 1970. En 1974, el número
17 de la revista Crisis incluye una nota de Urondo, donde éste expone un
programa de acción para la vanguardia estética. Afirma que “los intelectua-

26
Recuérdese que para Sartre, la poesía, a diferencia de la prosa, no puede –ni debe–
comprometerse. Mientras el narrador trabaja con significados, el poeta, si bien se sirve de
palabras, lo hace de manera diferente. El prosista utiliza signos que lo acercan a la cosa
significada; el poeta, en cambio, es un hombre que se niega a utilizar el lenguaje; para él,
las palabras son cosas y no signos. Cuando el poeta pone juntos varios cosmos, actúa
como el pintor: crea un objeto. Por ello, el filósofo francés considera que no se puede
reclamar un compromiso poético; la “empresa” del poeta consiste en contemplar las
palabras de modo desinteresado. La emoción y la pasión misma participan en el origen del
poema, pero no se expresan en él, sino que son.

130 Telar
les y artistas que se aboquen a la construcción de una vanguardia cultural”,
“tendrán que identificarse con el campo popular –sin idealizarlo– aunque
no pertenezcan naturalmente a la clase productiva” (36). En la opinión del
autor, el mayor desafío del intelectual argentino es superar el individualis-
mo que lo ha sumergido en el aislamiento social y encontrar los caminos
para insertarse en el campo del pueblo. Considera necesaria su militancia
revolucionaria, a través de la participación en las organizaciones popula-
res. Define a los “intelectuales” como “trabajadores de las ideologías”,
cuyo “pecado original” reside “en su práctica y no en su origen de clase”
(36), y propone la superación de su propia ideología (de clase) como una de
las condiciones indispensables para la construcción de la vanguardia cultu-
ral. Establece la diferencia entre “vanguardia” y “vanguardismo”, y en su
condición de productor cultural, se distancia del último. Desde su perspec-
tiva, el arte vanguardista, a pesar de proponerse como renovador, favorece
la alienación capitalista, en la medida en que es individualista, solitario, y
conserva la ideología de su clase de origen, la burguesía. Para el autor, el
“vanguardismo” conforma un arte sectorizado, destinado a una elite social;
la “vanguardia”, en cambio, se funda en una construcción colectiva y pro-
pone la transformación de la realidad sin desvincularse de la sociedad. En
este sentido, ésta última siempre es construida desde una ética política,
nunca puede ser neutral, como a veces se postula el vanguardismo.

En la tarea cultural, en la producción cultural, ocurre lo mismo


que en la política. Sin un referente a la realidad, no habrá verifica-
ción práctica. Y este referente debe ser visto con una ética política,
determinante de las posibles modificaciones de la realidad. Porque
condicionarse a una situación dada, tanto en lo estrictamente cultu-
ral como en lo político, es aceptar un estado de cosas. Y las cosas
están como están y la gente –incluso ideológicamente– está como
está, para favorecer la explotación, el sometimiento social y políti-
co. El populismo siempre aceptó las cosas como estaban. Lo con-
trario, desentenderse del estado de cosas, arrastra a posiciones ultra
izquierdistas. En cultura, esto suele conocerse con el nombre de
vanguardismo. Y ahora se trata de conformar una vanguardia, no
de hacer vanguardismo (37).

Telar 131
Como se ve, en este último pasaje, el artista o escritor es concebido
como un intelectual cuya tarea es la construcción de una vanguardia cultu-
ral ligada a un proyecto revolucionario. En esta dirección, la actividad
simbólica se define en función de su eficacia política y de su acción revolu-
cionaria. Como afirma Claudia Gilman (2003), en esta etapa, la noción de
compromiso sigue estando presente, pero adquiere otros matices. Del com-
promiso de la obra se pasa al compromiso concreto del escritor con la mili-
tancia política o revolucionaria. La figura del “escritor comprometido”
–asemejado ahora al “escritor burgués” o “consagrado”, “traidor” de la
causa revolucionaria– pierde fuerza frente a la del “escritor-intelectual re-
volucionario”/“hombre de acción”, aparentemente más adecuada para res-
ponder a la exigencia de intervención práctica inmediata y pasaje a la ac-
ción demandadas por la coyuntura. De allí que, a los ojos del autor, el refor-
mismo cultural no constituya un modelo legítimo de transformación.
Parafraseando a Andrea Giunta (2001), podemos postular que, para Urondo,
la praxis creadora no debe esperar la Revolución para adquirir un sentido
político, sino que puede aspirar también a integrar las fuerzas capaces de
provocarla. Parece no haber diferencias entre escritura poética y acción
revolucionaria para el hombre que ha afirmado que “los compromisos con
las palabras llevan o son las mismas cosas que los compromisos con las
gentes, depende de la sinceridad con que se encaren tanto una actividad
como la otra, siempre hay lugar para la retórica en el sentido estrictamente
ornamental de la palabra. De esta manera pienso seguir trabajando riguro-
samente en ambos terrenos, que para mí es el mismo. Espero algún día
llegar a ser un poeta y un militante digno de llevar esos nombres” (Citado en
Montanaro 2003: 104).

El recorrido desplegado intentó dar cuenta de las definiciones y


redefiniciones tanto de la praxis poética como de la figura del poeta o del
escritor en diferentes pasajes ensayísticos y declaraciones de Francisco
Urondo. En este sentido, se pudo determinar que la pregunta respecto a la
relación entre creación poética y sociedad constituye una problemática
recurrente en su pensamiento y es el interrogante en torno del cual él ensaya
diferentes representaciones de su tarea simbólica. De manera semejante a

132 Telar
lo que ocurre con otros escritores del período, el ejercicio del ensayo cons-
tituye un vehículo privilegiado para reflexionar sobre las circunstancias y
problemas de la época; simultáneamente, es un modo de intervención inte-
lectual que le permite posicionarse en el campo cultural del período y pole-
mizar con otras posiciones articuladas en él. De alguna forma, de modo
semejante a la poesía, conforma en la práctica del autor una manera de
solucionar el dilema originado por la tensión entre producción simbólica y
práctica política, o, más precisamente, entre escritura y acción.

Telar 133
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Telar 135
136 Telar
Genealogías

El Norte y la nación en
Juan B. Terán, Ricardo Rojas y
Alfredo Coviello
SOLEDAD MARTÍNEZ ZUCCARDI

En las primeras décadas del siglo XX el Norte aparece como objeto


frecuente de representación en las intervenciones teóricas de algunos secto-
res del campo intelectual argentino. El interés por tal espacio, que en esos
años comienza a definirse y reconocerse en los textos como región, se ve
íntimamente vinculado con la necesidad de justificar la fundación y el desa-
rrollo de una Universidad para esa parte del país:1 la Universidad de
Tucumán, proyectada en 1909, inaugurada en 1914 y nacionalizada en
1921. Con la creación de esta casa de estudios Tucumán parece afianzarse
como centro cultural del Norte del país. La provincia constituía ya el cen-
tro económico de la región a partir del espectacular crecimiento de la indus-
tria azucarera. Desde los últimos años de la década de 1870 y, de modo
especial, durante el decenio del ochenta, tal industria se había visto benefi-
ciada por ciertos gobiernos nacionales, a cuyos funcionarios el empresariado
tucumano estaba muy ligado, y que, de acuerdo con una política de fomento
de las industrias regionales ejecutada como un modo de conservar la paz y

1
Así lo ha señalado ya Gaspar Risco Fernández (1991), quien afirma precisamente que en
el Norte “el origen y desarrollo del planteo regional a nivel crítico está íntimamente ligado
a la existencia de la Universidad de Tucumán” (165).

Telar 137
de promover la consolidación nacional, impulsaron una serie de medidas
tendientes a favorecer el proceso azucarero.2 Con la industrialización Tucu-
mán exhibió un significativo desarrollo urbano y rural y experimentó una
rápida modernización de su fisonomía. En este sentido, constituiría para
algunos autores, y al igual que Mendoza, una excepción en relación con
otras provincias del interior, todavía incapaces de incorporarse al mercado
mundial (Romero 2004: 22-23). Al calor de ese clima de prosperidad, algu-
nas figuras cercanas a la elite industrial local comienzan a revelar en los
primeros años del nuevo siglo una hasta entonces inédita inclinación por la
organización cultural y se abocan, entre otras tareas, a la gestación de la
Universidad de Tucumán.
Este trabajo pone en diálogo un corpus textual articulado luego de un
detenido rastreo y compuesto por una serie de escritos –de tono y extensión
diversos– ligados a distintas etapas del ciclo de creación y evolución de la
Universidad tucumana: “Origen de una nueva Universidad” (1909), de
Juan B. Terán, La Universidad de Tucumán (1915), de Ricardo Rojas y El
sentido integral de las universidades regionales (1941), de Alfredo Coviello. Su
objetivo es mostrar el modo en que estos textos fundan, construyen o bien
legitiman el Norte argentino, y postulan a Tucumán, “cuna de la Universi-
dad”, como el centro de la región. El análisis intenta asimismo resaltar el
carácter estratégico que esas representaciones adquieren en relación con los

2
Ver Guy (1981). La ampliación de las redes ferroviarias, el proteccionismo aduanero, la
creación del mercado de mano de obra y la facilitación del acceso al crédito son algunas
de las medidas consideradas por la autora. Ella afirma que el fomento de las industrias
regionales formó parte de una campaña política del régimen del ochenta que se interesó
particularmente por promover la paz en provincias como Córdoba, Mendoza y Tucumán,
por cuanto constituían, además de “centros regionales naturales”, importantes ciudades
militares que requerían gobiernos leales capaces de impedir movimientos separatistas
(13). En el caso de Tucumán, la nación buscaba crear una provincia “adicta” que abaste-
ciera y vigilara a las provincias vecinas (17). En lo que atañe a la elite provincial, ver
Bravo y Campi (2000) y Herrera (2006). En sendos estudios específicos, los autores
examinan, desde diferentes enfoques, la constitución durante la segunda mitad del siglo
XIX de ese sector consolidado a partir del crecimiento de la industria azucarera, que
concentraba el poder político y económico de la provincia a la vez que gozaba del mayor
status social, y que en ocasiones estuvo muy ligado al aparato estatal nacional.

138 Telar
proyectos impulsados por sus autores.3
La reflexión sobre el Norte presente en este corpus se inscribe en el
marco de una problemática más vasta que atraviesa de modo obsesivo el
campo intelectual argentino desde su delineación como tal en los años del
Centenario, según han descripto Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo (1997:
161-162), y que gira en torno a la pregunta por la identidad nacional. En
una época en que los intelectuales de entonces perciben la presencia de una
grave crisis moral y de la sombra amenazante de la disolución nacional,
responder esta pregunta se convierte en tarea perentoria y urgente para
contribuir a los anhelos de un desarrollo armónico del país y al afán de
consolidación del “espíritu nacional”. Entre las diversas respuestas ensa-
yadas, interesan aquí sobre todo aquellas que implicaron volver la mirada
hacia el “interior” del país, supuesto reservorio de la “auténtica” tradición
nacional en tanto era pensado como un espacio no contaminado por los
influjos disolventes de la civilización y del cosmopolitismo.4 En relación
con tal horizonte de ideas y sentidos –que constituye, a su vez, un compo-
nente significativo del ideario nacionalista afianzado hacia 1910–, las pági-
nas que siguen procuran también analizar los términos en que el Norte es
visualizado y propuesto como un instrumento de equilibrio nacional en los
textos mencionados.

3
Con el término representación me refiero en este trabajo a esas construcciones discursivas
efectuadas como un modo de aprehender una realidad dada pero que revelan acaso más
acerca de los sujetos que las construyen que de aquello que buscan representar. En este
sentido, considero particularmente iluminador el enfoque desplegado por Edward Said en
su conocido estudio sobre las representaciones del orientalismo en la cultura europea. El
autor cuestiona el hecho de que pueda haber una verdadera representación de algo en la
medida en que las representaciones, en tanto constituyen precisamente representaciones,
“están incrustadas primero en la lengua y después en la cultura, las instituciones y el
ambiente político del que las hace”, y se ven, por lo tanto, comprometidas y entrelazadas
con muchas otras realidades además de con la “verdad” de la que ellas mismas son una
representación (2004: 360-361). Agrega además que las representaciones actúan “con un
propósito, de acuerdo a una tendencia y en un ambiente histórico, intelectual e incluso
económico específico” (361). Bajo esta luz, procuro examinar los términos en los que
Terán, Rojas y Coviello representan el Norte argentino teniendo en cuenta la relación que
liga esas construcciones con las iniciativas apoyadas o impulsadas por sus autores.
4
Esta valoración del interior del país fue expresada, según afirman Carlos Payá y Eduardo
Cárdenas (1978), por algunas figuras del grupo nucleado en torno a la revista Ideas (Bue-

Telar 139
Juan B. Terán. Fundación de una Universidad y
de un espacio regional
Miembro conspicuo de la elite política, industrial e intelectual tucu-
mana, Juan B. Terán (1880-1938) fue el ideólogo, fundador y primer rector
de la Universidad de Tucumán.5 “Origen de una nueva Universidad” cons-
tituye la exposición de motivos presentada en 1909 en la Legislatura pro-
vincial para fundar el proyecto de ley de creación de la casa de estudios,
sancionado en 1912. Publicado originariamente por Terán en 1918 en el
libro Una nueva Universidad, el escrito fue incluido luego en La Universidad y

nos Aires, 1903-1905) y constituido por Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Juan Pablo
Echagüe, Ricardo Olivera, Alberto Gerchunoff, Emilio Becher, entre otros. Muchos de
ellos habían nacido en el interior o habían pasado largas temporadas de su infancia o
adolescencia en las provincias, pero se habían desplazado muy jóvenes a Buenos Aires
(19). Por su parte, Rodolfo Borello (1968) afirma que “en general, los ensayistas del
Centenario (Gálvez, Rojas, Lugones) asientan la argentinidad en el interior, intocado,
provinciano, no inficionado por el exotismo importado del Litoral” y que tal actitud, que
“tiene raíces románticas que no excluyen la utilización de ideas a veces claramente
positivistas”, revela “una indiscriminada tendencia a creer firmemente en valores no
objetivamente demostrados: el pasado, la tradición” (1034). Por citar un ejemplo, las
provincias son descriptas en El diario de Gabriel Quiroga de Gálvez como ámbitos privile-
giados para guardar la tradición colonial y la moral de “nuestro pasado” y aparecen
definidas, de ese modo, como “refugio del alma nacional” (citado en Altamirano y Sarlo
1997: 192-193). Dos décadas después, la explosión de la literatura de ideas y el movi-
miento del revisionismo histórico reforzarían, como advierte Oscar Terán (2004), la idea
de un interior resistente a la modernización que se torna en paradigma de la verdadera
argentinidad (56). Es interesante observar que en el caso de Europa, valoraciones simila-
res a éstas surgen desde las postrimerías del siglo XVIII y se vinculan con la “pasión
romántica por el campesinado puro, sencillo y no corrompido” que analiza Eric Hobsbawm
(2000: 113).
5
Acompañaron a Terán en el proceso de organización y puesta en marcha de la institución
el poeta modernista afincado en la provincia Ricardo Jaimes Freyre, el sabio naturalista
Miguel Lillo, así como un grupo de jóvenes miembros de la elite provincial como Alberto
Rougés, José Ignacio Aráoz, Juan Heller, José Padilla, entre otras figuras que integraron
el primer Consejo Superior de la casa de estudios. Por otra parte, es necesario mencionar
que el proyecto de Terán se apoya en una serie de instituciones ya existente en Tucumán
y se concibe como continuación de algunas iniciativas antes desarrolladas allí. La Facultad
de Jurisprudencia y Ciencias Políticas, de breve vida, el Colegio Nacional y sus “cursos
libres de Derecho”, los cursos libres de la Sociedad Sarmiento, la labor desplegada desde
la Revista de Letras y Ciencias Sociales (1904-1907) son, entre otros, algunos de los antece-
dentes de la creación de la Universidad considerados por Carlos Páez de la Torre (h)
(2004: 7-26).

140 Telar
la vida, editado en Buenos Aires en 1921 y recogido posteriormente con el
mismo título en el tomo V de las Obras completas del autor, aparecidas en
1980. Se trata de un texto breve, de carácter argumentativo y programático,
y que, de acuerdo con los señalamientos de la bibliografía consultada, pue-
de considerarse pionero en la reflexión sobre la idea de región en el Norte.6
Terán organiza sus fundamentos a partir de la manifestación de lo que
concibe como dos necesidades: la necesidad de una Universidad para el
Norte argentino y la necesidad que tiene el país de una región norteña con
Universidad. Conjuga así de modo estratégico los intereses regionales y los
nacionales. Afirma que la fundación de la Universidad, erigida en una zona
azucarera e intensamente industrial, constituye una etapa lógica en la histo-
ria económica de la región “como también necesaria desde otro punto más
amplio y nacional”. Desde su perspectiva, la institución proporcionaría los
medios idóneos para desarrollar científicamente la industria azucarera y
evaluar su producción y, de ese modo, permitiría legitimar el proteccionis-
mo del que tal industria gozaba. Por este motivo, la iniciativa es presentada
como “una obra de armonía y de solidaridad nacional, no obstante su as-
pecto regional”.
La argumentación en favor de la creación de la Universidad está estre-
chamente ligada a la postulación del Norte como región. Además del factor
económico con el que inicia sus fundamentos, Terán proporciona argumen-
tos demográficos, geográficos, históricos, y “espirituales” para probar la
existencia de una unidad regional. Describe el Norte como una extensa
zona poblada, cuyas provincias –menciona a Tucumán, Santiago del Este-
ro, Salta, Catamarca y Jujuy– representan más de un millón de habitantes.
Su centro “de atracción natural” sería la ciudad de San Miguel de Tucumán,
que representa como una capital de “vida industrial y agrícola activa e inte-

6
Raúl Armando Bazán (1986) afirma que en la fundamentación de Terán para la creación
de la Universidad aparece manifestada “originariamente” la “idea de estructura regional”
(11). Por su parte, Elena Perilli de Colombres Garmendia (2000) nombra a Terán en
primer término al mencionar los orígenes del planteo regional en Tucumán (205) y a él
atribuye, junto al filósofo Alberto Rougés y a Ernesto Padilla –cuyo gobierno provincial
aprobó la creación de la casa de estudios–, el haber despertado la conciencia regional
(214).
gto
Telar 141
ligente”, y que “tiene una tradición escolar”, a la que dedica unos breves
párrafos. Pero Terán se detiene sobre todo en demostrar la unidad histórica
del Norte, cuya división política sería un hecho “relativamente moderno”,
que “en todo momento intervino con acción común en la evolución argen-
tina”:

Lo hizo durante la guerra de la independencia; constituyó luego


su autonomía el año 20, con Santiago y Catamarca; durante diez
años tuvo una dirección política única y fue en su consecuencia a
una guerra internacional que sólo el norte soportó –con Santa Cruz
el año 37; el año 40 constituyó la liga contra Rosas, y existe entre
sus poblaciones un sentimiento indefinido, pero cierto, de afini-
dad, nada extraordinario, sin duda, desde que lo explica la comuni-
dad de la tradición histórica, del medio geográfico, de una estrecha
semejanza étnica y de una evolución moral conjunta (Terán 1980:
17).

Terán imagina el Norte como una comunidad, cuya geografía, etnia, y,


sobre todo, historia comunes la dotarían de unidad, a la vez que otorgarían
a sus miembros el sentido de pertenencia a una entidad compartida. Una
“misión” central de la Universidad que proyecta sería precisamente la de
“revelar esa unidad en el pasado” –que, a su juicio, “ha quedado oscurecida
en la vaguedad o unilateralidad de la historia oficial”– para “hacer su fuerza
y conciencia”. En su “Proyecto de ley de creación de la Universidad”
(1909)7 Terán plantea ya esta idea. Señala la necesidad de emprender la
investigación histórica y sociológica de Tucumán y del Norte argentino,
región que presenta “fenómenos propios”, como el haber sido colonizada
por una corriente distinta de la que pobló el resto del país, pero cuyo papel
en la historia posterior “ha quedado a la sombra”. La puesta en práctica de
tales estudios permitiría sacar a la luz

7
Este texto fue incluido en la Compilación histórica de la Universidad Nacional de Tucumán.
Desde su fundación hasta el 31 de diciembre de 1936, editada en 1964.

142 Telar
una tradición desconocida para el país, que será una fuerza so-
cial nueva con sus ejemplos, con sus virtudes. Hará amar el pasado,
el pasado común a cinco provincias argentinas: Santiago, Tucumán,
Catamarca, Salta y Jujuy (Terán 1964: 22).

Lo expuesto hasta aquí permite advertir que son diversas las operacio-
nes que realiza Terán para fundar su proyecto: a) procura probar la existen-
cia de rasgos propios para postular la unidad del Norte como región; b)
establece la necesidad de estudiar e investigar este espacio; c) señala que
tales investigaciones permitirían revelar la tradición de la región; y d) su-
giere que el conocimiento de esa tradición estimularía los sentimientos y la
conciencia regionales. Siguiendo esta línea de razonamientos, sugiere ade-
más que las provincias del Norte serían, en contraste con otras zonas del
país y en tanto espacios donde se preserva la tradición, “sociedades genui-
nas”:

La distribución de las casas de estudios superiores que favorecía


tan singularmente al litoral, aunque por razones muy claras en el
pasado, en su injusticia política afectaba especialmente a la pobla-
ción nativa, las sociedades tradicionales y genuinas, las provincias
mediterráneas de los confines del norte y oeste de la Nación (Terán
1980: 16).

En la medida en que constituye, a juicio de Terán, un órgano forjado en


el seno de una sociedad “genuina”, y que tiene como uno de sus objetivos
centrales el rescate de la tradición regional, la Universidad de Tucumán
permitiría contribuir, desde su perspectiva, a la recuperación del auténtico
espíritu nacional y de sus valores morales. Con una Universidad con carac-
terísticas y propósitos como los que concibe, la región aparece visualizada
como un instrumento útil y necesario para la nación, por cuanto ayudaría a
combatir la situación crítica por la que ésta atraviesa. En efecto, Terán
reitera hasta el cansancio que “los sentimientos e intereses que infantan (sic)
la fundación son también sentimientos e intereses nacionales, y la Univer-
sidad será un órgano de equilibrio y armonía para ellos, proporcionándolos

Telar 143
y correspondiéndolos para cumplir el voto histórico y constitucional que
quiere el país uno y vario al mismo tiempo” (1980: 19). Como tantos otros
intelectuales de la época, Terán considera que uno de los principales pro-
blemas que afecta al país es la “crisis moral”, provocada por los cambios
introducidos por la creciente inmigración y por los procesos de moderniza-
ción de la sociedad experimentados desde las últimas décadas del siglo XIX
y durante los primeros años del XX, y se muestra preocupado por proponer
soluciones al respecto:

Al proyectar la Universidad he entendido considerar otro pro-


blema capital de nuestro momento histórico: el problema moral
que plantea nuestra civilización que se desarrolla sin ideales.

La Universidad tiene, en efecto, un aspecto moral, porque nada


como ella propaga fines superiores para la conducta. (…)

Es obra de previsión nacional fundar con esas esperanzas mora-


les la Universidad de Tucumán, colocada como estaría, dentro del
país, en condiciones singulares para cumplirlas. No ha sufrido, al
igual del Litoral, la acción disolvente del cosmopolitismo ni se
halla esclavizada por sentimientos tradicionalistas: no es ajena al
progreso de las ideas que aquél aporta, y conserva sin desmedro el
culto de los sentimientos domésticos, sociales y patrióticos, sine-
gésicos del alma argentina. Estaría destinada a cultivar y acendrar
esos sentimientos, que son una fuerza de que la Nación dispone
hoy y que está expuesta a perder mañana, a servir de eximio órgano
del programa calurosamente expuesto por Ricardo Rojas y que el
llama, acertadamente, de restauración nacionalista (Terán, 1980:
19-20).

Además de constituir otra muestra de la preocupación permanente de


Terán por mostrar la perfecta adecuación de su proyecto regional a los
intereses nacionales, estas palabras contribuyen a forjar la imagen del Nor-
te como espacio incontaminado que conserva auténticos sentimientos pa-
trióticos y valores morales –de acuerdo, en parte, con la visión del interior
antes descripta– aunque rescatan los aspectos positivos de la civilización y

144 Telar
del progreso.8 En este sentido, la región es representada como un instru-
mento capaz de combatir los efectos de la amenazante crisis moral. Al
tratar este problema, Terán define de modo explícito a la Universidad re-
gional proyectada como un órgano al servicio del programa nacionalista
impulsado por Rojas. Si se contrastan las ideas presentes en el proyecto de
Terán con las propuestas desarrolladas en La restauración nacionalista (1909),
pueden advertirse, en efecto, diversos puntos de contacto. Como se sabe, la
restauración que Rojas propone implica una renovación entendida en tér-
minos espirituales y que, por lo tanto, sólo puede realizarse, según afirma el
propio autor, a partir de una reforma educativa (1909: 358). Así, establece
pautas acerca de cómo debe desenvolverse la educación argentina en sus
distintos niveles: primario, secundario y universitario. Si bien no se detiene
especialmente en este último nivel, define a las universidades como “cen-
tro de la vida científica y moral del país” (437). Y es de ese modo que Terán
planifica la creación de la Universidad de Tucumán, con su aspiración de
recuperar la tradición y los valores morales del Norte y proyectarlos al país
como ideales positivos frente a la amenaza de disolución nacional. Para
Terán, tal recuperación es posible, según se señaló ya, a partir de la indaga-
ción en la historia de la región. Esta idea de desarrollar el conocimiento de
las regiones está también presente, aunque no alcanza un despliegue signifi-
cativo, en el libro de Rojas, quien advierte específicamente acerca de la
necesidad de formar las historias regionales (1909: 423). A la reconstruc-
ción del pasado del Norte se abocaría, precisamente, la Universidad que
Terán imagina.
Pero acaso el mayor punto de contacto entre el proyecto de Terán y el
programa de Rojas sea la presencia de unos mismos anhelos y de un modo
similar de concebir la nación que recorre los textos de ambos. Se trata de un
repertorio de sentidos y creencias propias del nacionalismo, movimiento

8
Con este rescate de ciertos aspectos positivos de la civilización y del progreso Terán
imprime un importante matiz en la idea de un interior puro y paradigma de la argentinidad
a la que, como se ha señalado en la nota 4 de este trabajo, suscribían los principales autores
del Centenario y posteriormente ciertos historiadores y ensayistas de la década de 1930.
Terán, que quizás revela todavía una impronta ochentista, destaca que Tucumán conserva
la “tradición nacional” pero que a la vez no constituye una zona ajena a la modernización.

Telar 145
de ideas que, como es sabido, comienza a definirse en la Argentina de los
primeros años del siglo XX y ha recibido denominaciones tales como “pri-
mer nacionalismo”9 o “nacionalismo cultural”, para establecer distincio-
nes respecto del nacionalismo político que se perfila ya avanzada la década
de 1920 y que desde entonces hasta los primeros años de la década de 1940
fija con mayor fuerza y claridad sus rasgos distintivos (Zuleta Álvarez,
1975: 13). De acuerdo con las observaciones de Carlos Payá y Eduardo
Cárdenas (1978: 13), el nacionalismo cultural, entendido como una doctri-
na coherente que interpreta el país y su historia, encuentra su expresión
definitiva en dos obras: La restauración nacionalista ya citada y El diario de
Gabriel Quiroga (1910) de Manuel Gálvez, cuyos autores piensan “el pro-
blema social desde una perspectiva nueva: la de la nación, considerada ésta
como una personalidad histórica, animada de un alma propia, fruto de la
emoción de sus paisajes, la fuerza de sus razas y el tesoro de sus tradiciones”
(10). Al igual que estos nacionalistas “culturales”, Terán parece concebir la
nación en el texto que aquí se analiza de ese modo intuitivo y emocional,
que atiende sobre todo a los anhelos y deseos. Cree, además, en la existencia
de un alma y un espíritu nacionales auténticos, que permanecen ocultos en
regiones como la del Norte, y que es preciso recuperar para lograr el equi-
librio nacional tan ansiado.
Al fundar la Universidad, Terán funda también un espacio y un proyec-
to de estudio sobre ese espacio. Tal proyecto comenzaría a concretarse
pronto, a partir de la conformación de todo un movimiento de investiga-
ción de la historia de Tucumán y del Norte que cobra un notable impulso a
partir de la publicación de libros y documentos vinculados con el pasado

9
Cabe mencionar que esta denominación ha sido objeto de un interesante cuestionamiento
en un artículo de María Teresa Gramuglio (2002). Para la autora, el “primer nacionalismo
argentino” “no sería el que predicaron Manuel Gálvez y Ricardo Rojas en sus libros del
Centenario, sino el que puso en práctica el Estado liberal modernizador con sus progra-
mas educativos y otras estrategias culturales y sociales” (49). Advierte asimismo acerca
del papel liminar de la generación del 37 en la configuración de la tradición interpretativa
de la cuestión nacional. Del mismo modo, en su estudio específico sobre el nacionalismo,
Fernando J. Devoto (2006) se remonta igualmente a los textos de Domingo F. Sarmiento,
Juan Bautista Alberdi y Bartolomé Mitre para analizar el problema en un capítulo titulado
de modo significativo “Contextos. El nacionalismo antes del nacionalismo”.

146 Telar
provincial y regional, y de la organización sistemática de archivos históri-
cos en la provincia.10 Este movimiento implicó la producción de un nutrido
conjunto de textos que compone un discurso en el que se fija una historia y
una tradición para Tucumán y para el Norte argentino. Con la creación de
la Universidad y la consecuente delineación de este programa de investiga-
ción, Terán no sólo anhela forjar una conciencia regional, sino también
sacar al Norte de la oscuridad en que desde su perspectiva se encontraba y
exhibirlo a los ojos de la nación como un instrumento de salvación. En este
sentido, Terán parece concebir su labor –aunque no lo manifieste en estos
términos– como una misión heroica cuya finalidad es rescatar y arrojar luz
sobre un supuesto espacio oscuro. En el caso del Norte argentino, tal oscu-
ridad estaría dada por la ausencia de una mirada nacional capaz de advertir
el pretendido valor oculto en la región. La misión de Terán consiste enton-
ces en lograr que la nación sumida en la crisis vea en el Norte un horizonte
de esperanza. Esta representación heroica de la propia labor se verá acen-
tuada en las palabras pronunciadas por Rojas a propósito de la inauguración

10
Se ha señalado que los primeros años del siglo XX constituyen una etapa central en la
historiografía de Tucumán que implica el punto de arranque de la “historia científica en la
provincia”, a partir de los estudios realizados por Terán, Ricardo Jaimes Freyre y Julio
López Mañán, entre otros, y del impulso oficial brindado a la edición de textos de
investigación histórica y a la organización de archivos (Leoni Pinto, 1995: 71ss). Algunos
de los libros publicados en este período son: Tucumán y el Norte argentino (1910) del
mismo Terán, Tucumán antiguo (1916) de López Mañán, los cinco libros de Jaimes
Freyre aparecidos entre 1909 y 1916: Tucumán en 1810, Historia de la República de Tucumán,
El Tucumán del siglo XVI, El Tucumán colonial, Historia del descubrimiento de Tucumán (los
tres últimos publicados por la flamante universidad), las ediciones oficiales realizadas
durante el gobierno de Ernesto Padilla (1913-1917): Tucumán a través de la historia. El
Tucumán de los poetas de Manuel Lizondo Borda, El Congreso de Tucumán de Paul Groussac,
el lujoso Álbum del centenario, etc. En cuanto a la organización de archivos, en 1913
Padilla nombra a Jaimes Freyre –que había sido enviado en 1910 por el gobierno provin-
cial a los archivos de Salamanca y Sevilla para realizar investigaciones y copias de docu-
mentos coloniales vinculados con Tucumán– organizador del Archivo Histórico de la
Provincia (Carilla, 1962: 61-62). Con respecto a la publicación de documentos históri-
cos, la Universidad continuaría una iniciativa de la Revista de Letras y Ciencias Sociales
(1904-1907), fundada por Jaimes Freyre, Terán y López Mañán, que había desplegado
un proyecto sistemático de divulgación de material inédito ligado a distintas etapas del
pasado provincial y regional, y constituido por actas del Cabildo, reglamentos, proyectos
de ley, códigos y antecedentes de las reformas de la constitución provincial, piezas relati-
vas a la vida social tucumana de comienzos del siglo XIX, etc. (Martínez Zuccardi, 2005:
161).

Telar 147
de la Universidad que a continuación se analizan.

Ricardo Rojas. “El Tucumán” y su destino heroico


Aunque nacido en Tucumán, Ricardo Rojas (1882-1957) vivió su in-
fancia y su adolescencia en Santiago del Estero y, muy joven, emigró a
Buenos Aires. Allí, este “hidalgo provinciano” –según lo define David
Viñas (1996: 34)– llegaría a ocupar, como se sabe, un lugar central en el
campo intelectual porteño de las décadas iniciales del siglo XX. Al inaugu-
rarse la Universidad de Tucumán en 1914, el entonces gobernador de la
provincia, Ernesto Padilla, invita a esta figura, que gozaba ya de una sólida
consagración a nivel nacional, a ocupar la cátedra de extensión universita-
ria. En ese marco, pronuncia tres conferencias que al poco tiempo serían
reunidas en el libro La Universidad de Tucumán, editado en Buenos Aires al
año siguiente. A los fines de este trabajo, interesa sobre todo la primera de
esas conferencias, titulada “El ambiente geográfico y el nombre de la Uni-
versidad de Tucumán”, por cuanto intenta legitimar la existencia de una
casa de estudios en el Norte a partir de la postulación de esta región como
un espacio históricamente “destinado” a ser cuna de una Universidad y de
un proyecto de recuperación de la tradición nacional. Si bien esta idea ya
está presente en los fundamentos de Terán, para quien Tucumán, centro de
la región del Norte, se erige en un “asiento señalado por la geografía y la
historia de la Nación” (Terán, 1980: 17) para el establecimiento de una casa
de altos estudios, el texto de Rojas se detiene de modo específico en el
trazado del pasado ilustre de la región que él prefiere llamar “el Tucumán”,
y, de ese modo, exalta aún más la idea de destino esbozada por Terán.
Rojas comienza su conferencia, pródiga en figuras retóricas y frases
grandilocuentes, asumiendo el punto de vista afectivo desde el que explíci-
tamente declara pronunciarla:

Mas no mi largo estudio, que poco vale, sino mi grande amor es


lo que invoco; mi amor por estas tierras legendarias del Tucumán
donde he nacido, y a donde ya hombre aleccionado por el pensa-
miento y por el mundo, torno para decir que aquí se esconde la

148 Telar
fuente más pretérita, más acendrada y más fecunda de las esperan-
zas argentinas… Órgano esclarecido de ese destino que está inma-
nente en vuestra tierra histórica, habrá de ser esta Universidad que
acaba de erigirse en el norte de la república para trasmutar aquel
sino territorial en cultura nativa por el sabroso fruto de la ciencia y
la suntuaria flor de la belleza, tal como el propio bosque tucumano
trasmuta el zumo de esta misma tierra en dulzura de pulpa nutricia
y en decoro de liana y orquídeas sobre sus anchas tipas seculares
(1915: 21-22).

No resulta extraño que Rojas elija para hacer referencia al Norte el


nombre histórico de la región cuyo pasado intenta reconstruir. Afirma que
“el Tucumán” es un nombre anterior a la nacionalidad argentina, a la con-
quista española y a la expansión incaica, y que se halla, además, indisolu-
blemente adherido al suelo que designa, “como si fuera un bautismo de
Dios”. Se detiene largamente en la reconstrucción de la “antigüedad prísti-
na de vuestro nombre regional” y cita algunos escritos coloniales donde el
vocablo aparece. Considera distintas teorías construidas en torno al posible
origen de la voz “Tucma” y concluye destacando el misterio que rodea tal
origen:

Por eso digo que ese nombre del Tucumán surge desde el miste-
rio de la prehistoria americana, brillante ya en las páginas de
Garcilaso, pero que tiene, como un astro a la noche, por fondo de su
luz la noche ignota de los más remotos tiempos americanos (1915:
34).

En efecto, existen abundantes controversias en torno a la etimología de


la voz “Tucumán”, que parecen haber “alentado la imaginación de los
historiadores” (Páez de la Torre, 1987: 15). Sin embargo, llama la atención
la postura elegida por Rojas que, a pesar de proponerse esbozar un panora-
ma histórico de la región, prefiere resaltar el carácter inexplicable y remoto
de ese nombre que cree mágicamente adherido a la tierra y conferido direc-
tamente por Dios. Exhibe, así, una actitud más bien a-historicista que con-

Telar 149
tribuye a forjar una imagen casi mítica y épica de “el Tucumán”, afín a la
idea de destino que proclama. Si Rojas concede tanta importancia a esta
denominación es porque cree, según declara, que la Universidad lleva en
ella su definición y tiene, por lo tanto, como principal misión restaurar la
génesis de este “nombre legendario”. Muestra que “el Tucumán” del siglo
XVII

no designaba una región administrativa de límites precisos, sino


una entidad espiritual, especie de numen de la nacionalidad argen-
tina que estaba encarnándose en un cuerpo geográfico, quien, a
través de integraciones y pérdidas parciales, vendría a constituir el
territorio del “virreinato” primero, las “provincias unidas” más
tarde, la “confederación” posteriormente, y, por fin, la “nación
argentina” de nuestros días (1915: 41-42).

Así, este nombre, “que adjetivaba casi todos los pueblos y los seres que
su gran territorio contenía” –Rojas menciona que se hablaba de “Córdoba
del Tucumán” o de “La Rioja del Tucumán”– es presentado como un sím-
bolo de la unidad nacional. Si bien advierte que más tarde esta unidad se
desgranaría, afirma que, no obstante, la ciudad de San Miguel de Tucumán
se convertiría en “la heredera del nombre, las responsabilidades y la gloria
de aquel sucesivo Tucumán de los incas, de los reyes y de los héroes”. No
sería entonces casual para Rojas que en esta ciudad heroica, a la que, por
otra parte, le tocó iniciar la fundación de una república regional, según
evoca, naciera una Universidad. Por el contrario, él manifiesta un afán
evidente por mostrar la creación de la casa de estudios como un hito más en
el linaje de los grandes sucesos acontecidos en Tucumán.
La Universidad creada en este espacio postulado como numen de la
nacionalidad argentina y donde se escondería la fuente de las esperanzas del
país, tiene, desde luego, “un destino nacional que cumplir”, que estaría
centrado, precisamente, en la restitución del espíritu de esa unidad primi-
genia contenida en el nombre que designa la región. Para Rojas, la recupe-
ración de este destino adquiere particular importancia en el contexto de las
circunstancias históricas que entonces se viven. A su modo de ver, la pers-

150 Telar
pectiva de la culta Europa en guerra obligaría a la Argentina a consolidar su
cultura. Afirma que la “catástrofe europea” deja “a nuestro país, hijo hasta
ahora de aquella, en la inminencia de una nueva emancipación nacional”:
“crear una cultura propia en el nuevo mundo por la autonomía de la riqueza
y del ideal” (1915: 54). La Universidad surgiría así “en un momento provi-
dencial”. “Providencia”, “Dios”, “destino”, “advenimiento”, son algu-
nos términos a los que Rojas recurre con frecuencia para reforzar la idea de
que la Universidad y el Norte están “llamados” a salvar la nación:

(…) concibo los orígenes de esta escuela como una germinación


de invisibles simientes vitales. De ahí que los iniciadores de esta
Universidad exceden ante mis ojos (…) el límite de los simples
aciertos burocráticos, para entrar en la zona de lo sacerdotal y lo
misterioso, como inspirados intérpretes de un gran destino. Por eso
la Universidad de Tucumán es más que una fundación: es un adve-
nimiento!

(…) porque ella surge en hora propicia y alentada por la fe de


una misión necesaria, como síntesis intelectual de todas las fuerzas
cósmicas e históricas que ennoblecieron la fama de esta comarca en
la conciencia argentina (Rojas 1915: 22).

La representación del intelectual heroico encargado de rescatar el Nor-


te de la oscuridad que la exposición de Terán apenas sugería aparece no sólo
explicitada con claridad en estas palabras de Rojas, sino sensiblemente exal-
tada hasta alcanzar ribetes sacros y casi sobrenaturales. Los impulsores de
la nueva Universidad serían intermediarios en el cumplimiento de un des-
tino histórico latente en el Norte y de consecuencias positivas para la na-
ción. Es posible inferir que el mismo Rojas se incluye en esa representa-
ción, por cuanto se muestra capaz de ver y comprender los, a su juicio,
vastos alcances del advenimiento del que habla, que se encontrarían ocul-
tos a los ojos de otros. Su propio discurso se convierte así en una suerte de
anuncio de una verdadera profecía. La asunción de esta posición que, por
otra parte, parece fundarse en la centralidad conferida a la cultura en esta

Telar 151
etapa –para Rojas la salvación del país pasa por la educación– torna al
intelectual en verdadero profeta.

Alfredo Coviello y la “regionalidad” como


cura para un país enfermo
Si bien careció de títulos universitarios, la trayectoria de Alfredo
Coviello (1898-1944) se ve, paradójicamente, muy ligada a la Universidad
de Tucumán, a cuya labor como consejero de la institución se debe la crea-
ción de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales y la modernización de la
Facultad de Bioquímica. Aunque su acción universitaria se despliega hacia
finales de la década del treinta, cuando Terán ya estaba ausente, Coviello se
postula como una suerte de continuador de la obra del fundador y como un
hombre también preocupado por conjugar los proyectos universitarios y
regionales con las necesidades del país. Los problemas nacionales que in-
quietan a Coviello parecen ser los mismos que preocupaban a Terán y a
Rojas, a pesar de los años transcurridos entre la articulación de las propues-
tas de cada uno de ellos. En efecto, la preocupación por la disolución nacio-
nal y por el avance de la crisis moral seguía a la orden del día, aunque
cobraba nuevos matices en el contexto inaugurado por la crisis económica,
política e institucional de 1929-1930, que, como advierte Oscar Terán,
“afectó autoimágenes nacionales largamente construidas”, en especial, la
creencia en el inexorable ascenso social de los argentinos y en el lugar
privilegiado de la Argentina en el mundo (2004: 51).
Para inaugurar la primera entrega de Sustancia, la revista cultural que
fundó y dirigió en Tucumán desde junio de 1939 hasta su muerte, Coviello
recurre a un miembro de la generación anterior como Rojas, quien escribe
una colaboración especial presentada por el director de la publicación como
un “mensaje inequívoco dirigido a nuestra juventud provinciana”, cuyos
conceptos declara compartir con amplitud. Se trata de un breve texto cuyos
reclamos no difieren demasiado de aquellos esbozados por Rojas en sus
ensayos del Centenario: hace referencia a la pérdida de cohesión moral y de
conciencia histórica, critica la “barbarie confortable” y sin ideales en la
que ha devenido el país por acción de la civilización y del progreso, y

152 Telar
afirma la consecuente urgencia de “restaurar la conciencia americana de las
provincias y su anhelo de creación regional”. Declara que “para superar el
materialismo cosmopolita y frívolo de nuestro tiempo, los pueblos del inte-
rior deben empezar por constituirse en centros de autonomía cultural” (Ro-
jas, 1939: 7).
Es interesante observar que el discurso y la figura de Rojas aparecen
como un punto de unión entre los proyectos universitarios y las reflexiones
sobre la región desarrollados tanto por Terán como por Coviello. Ambos
parecen encontrar en el programa de Rojas un espacio de legitimación de
sus propias iniciativas, que a la vez confieren a éstas una dimensión nacio-
nal. En efecto, las declaraciones de Rojas incluidas en Sustancia expresan el
mismo anhelo que Coviello repite hasta el cansancio en muchos de los
numerosos libros que escribió así como en las páginas de su revista, y que
intenta también poner en práctica a partir de su acción universitaria: la
“descentralización de la cultura”, esto es, el desarrollo de la cultura en las
regiones. Desde su perspectiva, tal proyecto encuentra en la Universidad
un órgano central. Así lo manifiesta en El sentido integral de las universidades
regionales (1941) –libro extenso editado en Tucumán que el autor presenta
no como “un producto intelectualista”, sino como “simple crónica vivien-
te en el problema de la Universidad argentina”– que traza un panorama de
los principales problemas que aquejan al país y propone la idea de “regiona-
lidad” como una salvación del destino nacional.
En otro libro de su autoría, Geografía intelectual de la República Argenti-
na, aparecido en el mismo año, Coviello establece que el país está dividido
“naturalmente” en cinco regiones, además del área cubierta por la Capital
Federal: “norte, centro, cuyo, litoral, y sud”. En El sentido integral de las
universidades regionales retoma esta idea y desarrolla con mayor amplitud su
concepto de región. Distingue las regiones de las provincias, por cuanto no
están delimitadas constitucional, legal y políticamente ni dibujadas en la
carta magna o descriptas en ley alguna, pero son “formaciones naturales”
que impulsan el destino de una zona (1941: 22-23). Afirma que cada región
se caracteriza por “una serie de factores naturales, económicos, industria-
les y aun por una serie de hechos históricos” (21), y por poseer “un alma,
una conciencia, plena o parcialmente desarrollada” que es necesario esti-

Telar 153
mular. Fiel a la idea nacionalista de un interior puro e incontaminado, afir-
ma que es en las regiones donde “más se halla cimentada la tradición, en el
más esencial sentido de la argentinidad” (22). A su criterio, cada región
aspira a un desarrollo integral y, ávida de “integralizar” (sic) su cultura,
aspira siempre a ser asiento de una Universidad.
Sin embargo, para Coviello, las regiones no están en la Argentina sufi-
cientemente desarrolladas. Para explicar esta idea, compara el país con un
organismo: la capital sería la cabeza, de crecimiento desproporcionado, y
las regiones, el débil cuerpo. La “anormalidad” de la Argentina estaría
provocada por una “excesiva acumulación sanguínea en la cabeza”. Así,
para “un desarrollo proporcional y armonioso de todo el organismo” ad-
vierte la necesidad de una “sangría metropolitana” y de impulsar “la irriga-
ción sanguínea en las regiones, para no dejar languidecer el cuerpo” (23).
Coviello juzga central la “proporcionalidad geográfica” del país y afirma
que de ella depende su equilibrio cultural. Establece así un cruce entre
geografía y cultura, que se advierte con claridad en su concepto de “regio-
nalidad”, término que, según sus palabras, “ha de interpretarse como pro-
porcionalidad, como armonía cultural, como equilibrio del desarrollo in-
telectual, como desarrollo normal –no hipertrofiado– de la salud espiritual
del país” (32). En este sentido, la regionalidad sería una responsabilidad
nacional:

La Nación, como entidad de conjunto, debe tener un interés


extraordinario en armonizar, en equilibrar la formación del cuerpo
que constituyen las provincias. Y el mejor modo es fomentando el
desarrollo gradual, intenso, profundo, integral de la región. Quizá
aquí resida su más grave responsabilidad para la argentinidad del
futuro nacional (Coviello, 1941: 32).

Las universidades regionales son representadas como el principal ins-


trumento de este anhelo de regionalidad que Coviello visualiza como
“auténticamente argentino e indesvirtuablemente patriótico”. Para él, al
igual que para Terán y para Rojas en el caso de la Universidad de Tucumán,
las universidades regionales constituyen órganos de equilibrio nacional:

154 Telar
El desarrollo integral de las universidades regionales es, pues,
una contribución paralela a otras que tienden a conquistar el esta-
blecimiento de un equilibrio interno que no existe actualmente en
el país. No son solamente faros que iluminarán vastas regiones,
sino focos de luz que atraerán con fuerza propia (Coviello, 1941:
189).

El concepto de Universidad esbozado por Coviello presenta algunos


puntos de contacto con el de Terán, por cuanto habla de una “Universidad
de la región, con hombres de la región”, con “conciencia de su responsabi-
lidad local”, que tenderá a “arraigar a la juventud en su propia zona”, y que
“ha de estudiar sus propios problemas”. En efecto, Coviello parece querer
continuar el proyecto de investigación sobre la región que Terán iniciara, a
partir de la organización del Departamento de Investigaciones Regionales,
que se ocuparía del estudio integral del Norte del país desde distintas áreas
y campos disciplinarios, según advierte en el proyecto de creación del de-
partamento incluido en El sentido integral de las universidades regionales.11 Sin
embargo, también se muestra preocupado por que la Universidad tucumana
quede circunscripta a límites exclusivamente regionales. Desde su punto
de vista, lo regional debe conjugarse con lo que denomina “integral”, cuyo
sentido asimila a “universal”. Justifica así la necesidad de crear también
facultades “integrales”, como las de Derecho y Ciencias Sociales y Bioquí-
mica, constituidas, según se indicó ya, por su iniciativa.
En sus reflexiones sobre la cuestión universitaria, Coviello se detiene
especialmente en el aspecto político. Define a la Universidad como un
“ente super-cultural” que no debe inmiscuirse en política. Afirma que si en
su ámbito ha de reinar la ciencia pura, es absolutamente imprescindible la

11
El Departamento de Investigaciones Regionales fue creado en 1937. Coviello lo pro-
yectó como un órgano dedicado exclusivamente a fomentar las investigaciones regionales
en la zona Norte del país, cuyo objeto era “hacer revivir el espíritu regional de la Univer-
sidad” (Coviello, 1941: 44). El departamento se compondría de varios institutos, unos
existentes y otros a crearse, que abarcaban las áreas de medicina, historia, lingüística,
folklore, investigaciones botánicas, económicas, sociológicas, técnico-industriales, entre
otros campos.

Telar 155
libertad de pensamiento, y advierte que el investigador necesita “una sere-
nidad de espíritu que puede ser desvirtuada por la pasión política” (165).
Este “pensamiento apolítico” de la Universidad que Coviello percibe como
característico de su época y al que él mismo declara adherir se relaciona con
el modo de concebir la cultura y la labor intelectual dominante en la década
de 1930. Como ha mostrado Jorge Warley (1985), se trata de un modelo
que acusa la influencia de las posiciones de autores como Julien Benda y
José Ortega y Gasset, “que repudian la sociedad de masas y la politización
de la vida pública que ha arrastrado a los intelectuales, y aspiran a que ellos,
en un movimiento arcaizante, vuelvan a ocupar su lugar de voz rectora,
reflexiva y ética, ajena y por sobre lo político” (53). Esta concepción, seña-
la Warley, supone la teoría de las elites intelectuales como “células de
reserva de la cultura; el sostenimiento de pequeños pero luminosos espacios
de la inteligencia en un mundo que ven precipitarse en la barbarie” (53). En
los escritos de Coviello, y también en los de Terán y en los de Rojas, la
educación, la cultura y la labor intelectual son representadas, al igual que el
Norte y las regiones, como espacios de esperanza a los que aferrarse en un
mundo y un país cuyo derrumbe confían evitar.

Conclusiones
El análisis desplegado ha procurado realizar una lectura de los textos
de Terán, Rojas y Coviello que tuviera en cuenta distintos niveles. En pri-
mer lugar, se ha advertido que se trata de escritos que presentan una finali-
dad pragmática fácilmente identificable y que gira en torno a la necesidad
de justificar o apoyar planes ligados a la creación y el desarrollo de la Uni-
versidad de Tucumán. Dadas las numerosas críticas que estas iniciativas
recibían desde Buenos Aires,12 tal finalidad no resulta en modo alguno un

12
En efecto, a poco de presentado el proyecto de creación de la Universidad en la Cámara
de Diputados, el diario La Nación le asestaba una fuerte crítica que negaba la existencia en
Tucumán de un ambiente adecuado para una fundación universitaria (Paéz de la Torre,
2004: 43-47). Por su parte, Coviello hace frecuentes referencias a los juicios contrarios a
sus iniciativas que veían, por ejemplo, como “superposición de escuelas” la creación de
facultades como las de Derecho y Bioquímica, ya existentes en la Universidad de Buenos
Aires (Coviello, 1941: 157ss).

156 Telar
dato desdeñable. Si bien las argumentaciones al respecto se centran en dife-
rentes aspectos, los tres autores coinciden en tener siempre presente una
perspectiva nacional, y plantean sus proyectos –en el caso de Terán y de
Coviello– o los legitiman –en el de Rojas–, mostrándolos como beneficio-
sos para el equilibrio nacional. Estas operaciones estratégicas se ven, por
otra parte, fortalecidas por la visión esperanzada del interior como espacio
de surgimiento de la salvación del país a la que se aludió al comienzo de este
trabajo. Es posible advertir en este punto la presencia de cierta sintonía
ideológica entre visiones como éstas que circulaban en el campo intelectual
porteño –a partir de textos como los de Gálvez y el mismo Rojas, entre
otras figuras aglutinadas en torno a la revista Ideas, y, más tarde, a partir de
las propuestas de algunos historiadores y ensayistas ligados al revisionismo
histórico y a la explosión de la literatura de ideas durante la década de 1930,
según se indicó ya13– y las intervenciones gestadas en el Norte. Se trata de
una sintonía que, paradójicamente, serviría para legitimar la construcción
de un polo de cultura alternativo al de la capital del país como el que co-
menzaba a gestarse en Tucumán durante esa etapa.
Por otra parte, los textos han sido leídos también como componentes
de un discurso que diseña un mapa en el que aparecen las siluetas de Tucu-
mán, de la región y de la nación. Estos espacios, que son construidos sobre
todo como anhelos, constituyen verdaderas comunidades imaginadas, según
la conocida expresión de Benedict Anderson. La nación es imaginada como
una entidad espiritual dotada de un alma y de una tradición, cuya unidad se
halla, sin embargo, amenazada. En este marco, el Norte es propuesto, de
acuerdo con una tradición romántica y decimonónica europea, como un
horizonte de regeneración para el país, porque él, cuyo pasado condensa la
unidad originaria, guardaría la “verdadera” tradición y los “auténticos”
valores nacionales.
Se han reconocido además en el corpus algunos índices del modo como
se autorrepresentan sus autores. En sus construcciones discursivas del Nor-
te, Terán, Rojas y Coviello, que tienen un objetivo que lograr, se represen-

13
Ver nota 4 de este trabajo.

Telar 157
tan a sí mismos como artífices o participantes de una misión heroica centra-
da en la salvación moral del país a partir de la educación y de la cultura. En
efecto, sus textos dan cuenta acaso menos del Norte “real” que de la colec-
ción de sueños, anhelos e intereses que, al imaginarlo, habita a cada uno de
sus autores. Conviene advertir no obstante que aunque representaciones
como éstas operan mayoritariamente en el plano del deseo y la imagina-
ción, ellas pueden tornarse –según revelan de distintos modos autores como,
entre otros, los ya citados Anderson y Said– extremadamente eficaces y
poderosas. El curso de la historia ha mostrado que sueños homogeneizadores
de armonía, equilibrio y unidad como los nacionalistas pueden engendrar
verdaderos monstruos.

158 Telar
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160 Telar
Liberalismo, Izquierda y
Nacionalismo en los debates de
1936 en Buenos Aires
CELINA MANZONI

En septiembre de 1936 tuvieron sede en Buenos Aires dos reuniones


internacionales que congregaron a numerosos y calificados intelectuales
europeos y latinoamericanos; el análisis de algunas articulaciones de los
debates de entonces se constituye en el objeto de esta presentación que es
parte de un proyecto más amplio y sobre el cual ya he adelantado algunas
reflexiones (Manzoni, 2005: 3-17). La primera reunión, el XIV Congreso
Internacional de los P.E.N. Clubs, se realizó entre el 5 y el 15 de septiem-
bre, tuvo carácter público y se constituyó en un acontecimiento mediático
por el papel que desempeñaron en su difusión la prensa, la radio y las
revistas. La segunda, realizada entre el 11 y el 16 de septiembre, convocó a
algunos de los participantes de la asamblea del PEN Club al Septième
Entretien de l’Organisation de Coopération Intellectuelle de la Sociedad de las
Naciones bajo el lema “Rapports actuels des cultures d’Europe et d’Amérique
latine”.
En esta oportunidad voy a presentar una síntesis de los discursos que se
despliegan en la asamblea del PEN Club y en la revista Claridad, una de las
publicaciones más populares del espectro de la izquierda. Muchas de las
discusiones de esos días incidieron de manera perdurable en el interior del
espacio que Jean Guéhennó definió como “la república de las letras”, esa
zona de cruce en la que la comunidad de los artistas y los intelectuales
realiza el debate de las ideas. Las voces de los delegados operaron entonces
sobre el límite de diferencias que llevaron a la postulación y, en algunos
casos, a la concreción de profundos cambios en la cultura y en el concepto
hasta entonces vigente de nación. En la Argentina, a partir del punto de

Telar 161
viraje que se inicia con el golpe de estado de 1930 comandado por el general
José Félix Uriburu, había comenzado una década señalada por la inciden-
cia directa del militarismo en los asuntos públicos, «la república conserva-
dora», hegemonizada por grupos nacionalistas seducidos por el fascismo en
lucha con una creciente oposición liberal, democrática y de izquierda (Ro-
mero, 1971: 78-83). Es, por lo demás, un momento particularmente intere-
sante en toda América Latina, donde, en consonancia con los cambios que
se están produciendo en el mundo, se elaboran en los distintos países res-
puestas nacionalistas con efectos diversos pero seguramente duraderos.
La complejidad del momento se redimensiona a partir de julio de 1936
por el fuerte referente en que se constituye la guerra civil española cuyas
alternativas provocaron una intensa polarización entre los sectores demo-
cráticos y liberales, por una parte, y los conservadores partidarios del
franquismo, por otra. Las figuraciones y autofiguraciones de los intelectua-
les atraviesan entonces un campo cuyos límites por momentos no tienen
una definición precisa; entre septiembre y octubre de 1936, momento en
que se realizan los debates, se condensa uno de esos momentos que puede
ser calificado como de crisis o período crítico. La comisión organizadora
del Congreso presidida por Carlos Ibarguren, reúne una heterogénea cons-
telación de nombres bajo el manto de la organización de los escritores, y es
indicativa de la peculiaridad del momento histórico caracterizado por un
grado de inestable equilibrio entre fuerzas que pronto se enfrentarían de
manera radical.1
Si bien en la reunión del PEN Club se expresan con claridad el pensa-
miento liberal y el pensamiento nacionalista, la izquierda parece estar au-
sente si se exceptúa el papel desempeñado por el público asistente a las
reuniones como lo recuerdan observadores privilegiados: Domingo Melfi
rememora el papel desempeñado por la prensa, las manifestaciones ruido-
sas de la barra, los chismes en los corrillos, además de diseñar semblanzas
de los oradores (1936) y, por su parte, Roberto F. Giusti (1936) recuerda

1
Uno de los objetivos de la investigación en curso consiste en el análisis de los agrupamientos
de los intelectuales en torno a cada uno de los dos polos de esta contradicción.

162 Telar
que el público “izquierdista” se multiplicó “a partir del día en que se plan-
teó la dramática disensión entre los delegados franceses e italianos –demo-
cracia versus dictadura–”.2 Los escritores más conocidos eran esperados a
las puertas de los hoteles o del Concejo Deliberante, recinto de los debates,
por admiradores que coleccionaban sus autógrafos; las sesiones fueron se-
guidas por un público numeroso y seguramente calificado que no vacilaba
en expresar ruidosamente sus adhesiones y rechazos, al punto de ser amena-
zado con la expulsión del recinto en varias oportunidades.
Sin embargo, una consideración, así sea somera, de las publicaciones
marxistas o influenciadas por el marxismo que circulaban en esos años,
modifica la impresión de la falta de representatividad de la izquierda en los
debates. Dos artículos publicados en la revista Dialéctica, una publicación
mensual dirigida por Aníbal Ponce que circuló entre marzo y septiembre
de 1936, ponen en el centro de la escena algunas reflexiones orientadas a
una caracterización de la época: un artículo de Máximo Gorki sobre el
Congreso de los escritores de París y una elaboración de Aníbal Ponce que
realiza un recorrido histórico de las vicisitudes sociales y políticas de Espa-
ña a partir de las conocidas afirmaciones derogatorias de Domingo F. Sar-
miento recogidas en sus Viajes. Dividida en cuatro partes: “Sarmiento y
España”, “La España del siglo XIX”, “La república del 14 de abril” y “La
crisis actual”, debió de constituirse en la bitácora de la izquierda marxista,
si no en el Congreso, durante un largo período de discusiones en diversos
foros, siendo uno de los más importantes sin duda la AIAPE (Asociación de
Intelectuales, Artistas, Periodistas y Escritores). Fundada en julio de 1935
y presidida por el mismo Aníbal Ponce, durante su primer año, se constitu-
yó en el espacio de reserva moral de una forma de frente cultural que repre-
sentó la oposición contra el avance del fascismo en actos públicos, declara-
ciones políticas y protestas: “(...) estamos en condiciones de afirmar que no
ha ocurrido un solo atropello a la cultura nacional sin que AIAPE, no lo
haya denunciado a la opinión del país”, recuerda Aníbal Ponce cuando re-

2
Lo mismo podría decirse de la derecha católica, cuyo órgano de expresión, la revista
Criterio, publicó, entre otros comentarios, un balance del encuentro firmado por Gustavo
J. Franceschi (1936): año IX, núm. 446.

Telar 163
seña en “El primer año de A.I.A.P.E.”, la breve trayectoria de la agrupa-
ción en un discurso pronunciado en nombre de la comisión saliente publi-
cado en el número 6 de Dialéctica (agosto de 1936).
En ese recuento, además de destacar el indudable avance de la organiza-
ción que pasó de sólo ochenta adherentes a dos mil en el término de un año,
recuerda también los tres números de Unidad, órgano de AIAPE; más que
analizar el papel cumplido por esta organización en la lucha antifascista, ya
realizado entre otros por James Cane (1997: 443-482), será de interés rele-
var el de Aníbal Ponce como ideólogo en el momento de un debate funda-
mental. En parte debido a que entonces no parece haber logrado un espacio
en la asamblea de los P.E.N. Clubs, se analizan en cambio, entre otros
motivos por su inmediata relación con los acontecimientos, algunas articu-
laciones con los debates publicadas en el número de la revista Claridad
dedicado al encuentro. En el editorial: “El Congreso de los P.E.N. Clubs y
la función social del escritor”, firmado por Antonio Zamora, director de la
publicación, se atribuye el interés del público a la ingente suma destinada a
costear los viajes y estadías de los delegados, una manera oblicua de cues-
tionar la realización del congreso pero que también puede ser leída como el
reconocimiento de una pérdida de perspectiva de algunos representantes de
la izquierda que de pronto se encontraron ante un fenómeno masivo que no
habían previsto y que incluso permitió que Roberto Giusti hiciera la com-
paración con los fastos del Congreso Eucarístico realizado también en Bue-
nos Aires en 1934 y todavía no olvidados.
Zamora se presenta como muy crítico del PEN: “una institución con
más aspectos de sociedad recreativa que de organización de hombres de
pensamiento y acción” y califica al presidente del congreso, el argentino
Carlos Ibarguren de “fósil cavernícola” y a su secretario Antonio Aita, de
“momia”. Acusa a los delegados argentinos Juan Pablo Echagüe, Manuel
Gálvez y Eduardo Mallea de no haber estado en condiciones de represen-
tarse siquiera a sí mismos, además de que según él, “no han podido hacer
otro papel más desgraciado que el que han desempeñado” en la medida que
no pueden ir más allá de su propia producción “reaccionaria o soporífera de
los últimos tiempos”. En ese panorama calamitoso, para Zamora, sólo se
salva Victoria Ocampo quien trascendió “por el empeño puesto a favor de

164 Telar
las ideas que deben primar en el escritor contemporáneo”. Un elogio empa-
ñado porque en un alarde de antifeminismo que hoy resulta sorprendente,
lamenta que la ausencia de los escritores argentinos verdaderamente valio-
sos haya reducido la representación a “la acción de una mujer”.
Con la excepción de los nombres de los invitados Jules Romains, Emil
Ludwig, Stefan Zweig, Benjamín Cremieux, Jacques Maritain, Sofía Wadia
y Georges Duhamel, no encuentra valores en las delegaciones extranjeras a
las que acusa en general de haberse dedicado sólo al turismo, mientras que
reserva a la delegación italiana representada por Filippo Tomasso Marinetti
y por Giuseppe Ungaretti, el papel de “bufos destinados a representar [un]
grotesco papel” en la medida que bajo la “tiranía fascista” los escritores
sólo “desempeña[n] una función puramente mecánica”. En un discurso que
menosprecia el orden argumentativo para elegir la calificación de los con-
tendientes acusa a Ibarguren de haber pronunciado un discurso reacciona-
rio y ambiguo, al tiempo que rescata las intervenciones de Jules Romains y
de Emil Ludwig como críticos de la barbarie actual “levantada por el capi-
talismo ante el estrepitoso derrumbe de su arbitraria organización”.
Concluye con un balance ecléctico en el que resume su opinión en el
sentido de que la mayoría de la delegación argentina, representativa de la
reacción, no logró todo lo que quería para terminar reafirmando su convic-
ción de que el deber del escritor consiste en “crear, recoger y dar los frutos
de su inteligencia al pueblo, en cuya grandeza y profundidad de emociones
residen todos los valores humanos”. Una forma del populismo de izquierda
tal como se presentaba en esos años y que paradójicamente refuerza el con-
cepto de los escritores como élite, su carácter excepcional frente a lo popu-
lar. Aunque considera que los resultados del congreso son magros, la apro-
bación de una declaración a favor de la paz que concluye con un compromi-
so de “ayudar a salvar la civilización, nuestro patrimonio común, de un
desastre que esta vez sería definitivo”, lo alienta a esperar que sus miem-
bros trabajen para “realizar los postulados que se han votado.”
En el mismo número se incluye una “Carta a Emil Ludwig”, quien
como se verá más adelante tuvo una destacada participación en las delibera-
ciones, y un polémico artículo firmado por Costa Iscar: “El discurso que

Telar 165
faltó en el XIV Congreso de Escritores”, más “Cuatro comentarios sobre el
XIV Congreso de los P.E.N. Clubs”, documentos que no voy a analizar en
esta oportunidad.
Esas opiniones no recogidas en las actas de la reunión incorporan voces
fundamentales para la comprensión de la complejidad del campo cultural
argentino en el período casi inmediatamente anterior a la segunda guerra
mundial y posibilitan una reconstitución ampliada del campo intelectual
que hasta el momento parece escindido entre dos sectores predominantes
en la cultura argentina, nacionalistas y liberales. Uno de los principales
representantes del sector nacionalista, Carlos Ibarguren, en 1934, dos años
antes del cónclave, había analizado la situación nacional e internacional a
partir de un diagnóstico que atribuía la sensación de vacío, que consideraba
característica de la época, al fracaso del liberalismo tanto en el campo eco-
nómico como en el político (1934: 60). Según él:

Una formidable lucha ha comenzado entre las dos grandes co-


rrientes, que son las que ahora ocupan principalmente la escena
política mundial: el comunismo internacional y materialista y el
fascismo, o corporativismo nacionalista y espiritualista. Estas dos
poderosas corrientes combaten encarnizadamente a la democracia
liberal para ultimarla. Tal es la evidencia innegable de la realidad
actual.

Apoyado en una profusa bibliografía, principalmente de hoy descono-


cidos publicistas, en su mayoría franceses, y probatoria de la debilidad del
sistema democrático así como de la peligrosidad del comunismo emblema-
tizado en “la insignia roja internacional del socialismo marxista”, concluye
que sólo “Una mística nacionalista eleva y conmueve a los pueblos que
reclaman, buscan y están encontrando nuevas instituciones en reemplazo
de las demo-liberales que yacen derruidas” (1934: 139). Con ese mismo
espíritu abre los debates del XIV Congreso Internacional de los PEN Clubs
en el que también realiza una caracterización de la época, aunque ahora
adaptada a las circunstancias (1937: 15-24).
Ibarguren considera que así como el siglo XIX se caracterizó por el
166 Telar
dominio del intelectualismo y del racionalismo, la segunda década del XX
aparece marcada por corrientes que en el gesto anti-racionalista, anti-técni-
co y anti-cartesiano expresan una reacción contra la existencia industrial y
materialista. Surge un nuevo espíritu que, con el desarrollo del intuicionismo
y de la vibración espiritualista, propone nuevas formas que rechazan la
vieja retórica y recurren a una literatura “que muestra la realidad históri-
ca”.
De un modo que podría parecer contradictorio con el imaginario que
configura, propone que la solución radica en el dominio de una mística ya
que, según su razonamiento, los mitos y la mística son factores morales que
empujan a los hombres a la realización de las grandes empresas. Reúne en
un haz la mística religiosa y los mitos políticos, de los cuales la época estaba
presentando manifestaciones casi diarias y estremecedoras. En ese sentido,
y creo que conscientemente, el discurso de Ibarguren desmiente la cualidad
crítica esperable en un intelectual según la definición de Julien Benda, ya
que no sólo se coloca en el lugar de los estereotipos en boga sino que refuer-
za las “consolidaciones míticas” características del nacionalsocialismo y
del fascismo. Desmiente también una de las autofiguraciones más acaricia-
das por los intelectuales respecto de sí mismos y más discutidas en la re-
unión, la de su autonomía e independencia de los grupos sociales dominan-
tes (Antonio Gramsci, 1960).3
La ansiedad que le provoca su propio diagnóstico se disuelve, en el
discurso de Ibarguren, en la confianza que otorga a la capacidad de los escri-
tores y los artistas para salvar la cultura amenazada por los factores disol-
ventes que enumera. En el espacio ecuménico del PEN Club se cuida mu-
cho de explayar los beneficios de la solución política que dos años antes le
ha atribuido al nacionalsocialismo y al fascismo. Sin embargo, no puede
dejar de señalar su preocupación por la calidad que adquiere una adecuada
solución del problema literario en tanto lo considera uno de los aspectos del
problema espiritual de cada nación. En una época en que el desequilibrio

3
Quiero destacar que mientras los intelectuales nacionalistas parecen tener muy clara su
función activa en la sociedad, son los intelectuales liberales los que parecen adherir con
mayor convicción a la función de la clericatura.

Telar 167
democratista y cosmopolita afecta todos los órdenes, concluye que: “El
nacionalismo en la literatura radica tanto en una peculiar visión de la belle-
za, cuanto en la sustancia moral que el alma de cada pueblo aporta al patri-
monio de la cultura universal”.4
En la lógica protocolar que debe cumplir una reunión internacional, al
discurso de recepción corresponde otro en nombre de los invitados. Ante
las máximas autoridades nacionales presentes el día de la inauguración,
Jules Romains habla en representación de las delegaciones extranjeras (1937:
25-32). Después de reconocer, de manera previsible, la hospitalidad argen-
tina y la atención recibida por la prensa, destaca la “clarividencia” implíci-
ta en el gesto de otorgar valor “a las manifestaciones de los representantes
del espíritu”. Elabora un espacio de coincidencia con el discurso de Ibar-
guren en la zona de la crítica al desmedido enriquecimiento de la humani-
dad, al maquinismo y a la embriaguez de la especialización, pero su apela-
ción a la libertad del hombre y su denuncia de la manipulación de las emo-
ciones de las muchedumbres, no sólo lo proyectan a la popularidad del
público asistente sino que marcan la línea sobre la que arduamente se desa-
rrollará el encuentro. Melfi recuerda para sus lectores chilenos: “Cuando
Jules Romains pronuncia en la sesión inaugural del Congreso de los P.E.N.
Club, en Buenos Aires, las primeras palabras de afirmación de la libertad,
en medio de atronadores aplausos, queda de hecho fijada la línea que ha-
brán de seguir en lo sucesivo los debates” (1936: 11).
La más profunda zona de acuerdo, sin embargo, parece radicar en el
convencimiento, que comparten, acerca de la excepcionalidad de la condi-
ción del escritor frente al universo y acerca de su carácter de guías indiscu-
tibles, al margen de las diversas estrategias puestas en juego. Romains ima-
gina la traza de una futura “organización de un poder espiritual” y augura
que las asambleas con sede en Buenos Aires recuperarán el espíritu de los
concilios, entendidos ahora como reuniones de clérigos laicos. Sin que nin-
guno de los discursos utilice hasta ese momento el término popularizado
por el influyente texto de Benda, muchas de las intervenciones, giran

4
Como se verá es una postura típica de la hora que entre otras cuestiones implica la
rediscusión de la relación entre nacionalismo y cosmopolitismo.

168 Telar
alrededor de su concepto de “clerc”, que, traducido como intelectual o
intelectuales, definiría a esos hombres capaces de guiar a sus semejantes
hacia otras regiones que no sean las puramente temporales (Benda, 1951).
Dice Romains: “En otros tiempos, en épocas poco más o menos tan difíci-
les como la nuestra, la humanidad cristiana confiaba a concilios el cuidado
de elaborar la claridad y la unión en el seno de lo que era división y tinie-
blas”.
Como héroes abrumados por la confusión de las muchedumbres, los
escritores participantes en el encuentro se imponen la reflexión en un mo-
mento en que la sociedad no había todavía aprendido a definir el lugar de los
intelectuales (Walzer, 1993). Jules Romains recupera aquí su teoría del
unanimismo cuya base reside en el reconocimiento de que ante el empuje de
lo colectivo es imposible mantener un individualismo nostálgico. Si bien el
desarrollo de los acontecimientos le ha demostrado que el unanimismo, al
revés de lo que había propuesto a principios de siglo, se ha convertido en un
hecho de barbarie ciega y fanática, aunque inconsciente, los hombres de
razón deberían construir otro unanimismo: “consciente, permeabilizado a la
luz y a la razón, instruido sobre sus propios móviles y sus propios peligros,
capaz de crítica y de libertad; en suma, un unanimismo tendido hacia el
espíritu. No cabe otra elección”.
Es la solución liberal y responde al tono apocalíptico y regresivo del
discurso de Ibarguren que eleva los mitos y la mística a suprema ratio, si se
me permite la incongruencia. No es posible renunciar –dice Roumains– ni
dejarse arrebatar lo que la humanidad ha conquistado desde el Renacimien-
to, por encima de todo, la libertad de pensar, hija y madre a su vez de todas
las otras libertades. En un momento de definiciones, la elección no le pare-
ce oscura ni confusa: “No hay literatura contra la libertad, porque no hay
literatura contra el espíritu”.
En este tono se inician las deliberaciones presididas además por otros
dos mensajes absolutamente contradictorios, el de H.G.Wells, presidente
del P.E.N. Club, que no ha podido viajar a Buenos Aires y recomienda a la
asamblea que no se deje perturbar por las urgencias políticas del momento
y el de André Gide que insta a defender la cultura. “Es sorprendente –dice

Telar 169
Gide– que la cultura necesite ser defendida, pero hoy la fuerza brutal tiende
a imponerse al espíritu y, en muchos países, los valores intelectuales se
encuentran en grave peligro”.5
Después de una inauguración que se ha mostrado tan conflictiva, las
sesiones ordinarias comienzan con una discusión propuesta por Victoria
Ocampo sobre un tema que ya se presentaba como ríspido: “Función posi-
ble del escritor en la sociedad; posible acción de los P.E.N. a este respecto”.
Victoria Ocampo recupera como espacio de enunciación el propuesto por
una tradición inglesa a la que respondería Virginia Woolf, la del “common
reader”. Se confiesa lectora ávida que ha vivido a la sombra de los libros
personificados en sus autores: “Los libros, señoras y señores, son ustedes”.
Si esta declaración podía parecer un gesto cortés y entusiasta ante la presen-
cia de famosos y admirados autores europeos, recupera su verdadero dra-
matismo cuando Emil Ludwig tensa las alternativas de la discusión a partir
de su denuncia de las cárceles del Tercer Reich, de las persecuciones a
judíos, comunistas y “arios” [entre comillas en el original] democráticos y
sobre todo cuando expresamente identifica los libros quemados por el na-
zismo con la persona de sus autores: “(…) una tarde del mes de mayo de
1933 he tenido el alto honor de compartir el destino de mis mejores compa-
ñeros en cierta hoguera. Ocupé un buen lugar entre Enrique Heine y Espinoza,
y me parecía más digno ser quemado entre dos genios de raza que ser laurea-
do por unos profesores racistas” (1937: 76).
En otro momento de su discurso Emil Ludwig formula a la asamblea
una pregunta que en su contexto parece bastante alejada de la pura retórica:
“Los límites entre la política y la literatura, ¿dónde están?” A partir de esta
intervención, que puede pensarse como emblemática, se intensifican todas
las contradicciones en que estaban inmersos tanto los protagonistas como
los participantes de la reunión. Para terminar este acercamiento a los deba-
tes iniciales, diré que una parte fundamental del congreso, leído hoy, con
una experiencia de la historia, la magnitud de cuyo horror era difícil enton-

5
Gide no asiste al congreso porque se ha comprometido a visitar la URSS. A su vuelta
publica Regreso de la URSS, un texto que provocó escándalo y que la Editorial Sur traduce
casi de inmediato.

170 Telar
ces prever, podría llegar a ser pensado como la escenificación de los límites
que cercaron a los intelectuales reunidos para reflexionar sobre las afliccio-
nes que les deparaba su lugar en la sociedad.

Telar 171
Bibliografía
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ciones Ercilla. Traducción de Luis Alberto Sánchez de La trahison des
clercs [1927] Paris, Bernard Grasset.
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the Cultural Politics of Argentine Antifascism, 1935-1943”. HAHR 3,
pp. 443-482.
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puertas cerradas”. Nosotros, Segunda Época, 6, pp. 48-64.
Gorki, Máximo (1936): “A propósito de la cultura”. Dialéctica 5.
Gramsci, Antonio (1960): Los intelectuales y la organización de la cultura.
Buenos Aires: Lautaro. Traducción de Raúl Sciarreta.
Ibarguren Carlos (1934): La inquietud de esta hora. Liberalismo. Corporativis-
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Dr. Carlos Ibarguren sobre el momento espiritual del mundo en la lite-
ratura”. XIV Congreso Internacional de los P.E.N. Clubs. Buenos Aires:
pp.15-24.
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cional de los P.E.N. Clubs. Buenos Aires: p.76.
Manzoni, Celina (2005): “Buenos Aires 1936. Debate en la República de
las letras”. En: Hispamérica 100, pp.3-17.
Melfi, Domingo (1936): El Congreso de Escritores de Buenos Aires (notas e
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las delegaciones extranjeras”. XIV Congreso Internacional de los P.E.N.
Clubs. Buenos Aires: pp.25-32.
Romero, José Luis (1971): Breve historia de la Argentina. Buenos Aires:
Eudeba.
Walzer, Michael (1993): La compañía de los críticos. Intelectuales y compromi-
so político en el siglo XX. Buenos Aires: Nueva Visión.
Zamora, Antonio (1936): “El Congreso de los P.E.N. Clubs y la función
social del escritor”. Claridad 305.

172 Telar
Pedro Sarmiento de Gamboa:
Brujo, historiador y poeta
MARÍA JESÚS BENITES

La inclinación que he tenido y tengo de


servir a Vuestra Majestad muéstranlo veinte
y seis años que en las Indias he gastado, sin
ocio ninguno, notable y provechosamente,
así en lo espiritual y civil como en descubri-
mientos de muchas y grandes tierras en mar
y tierra, aclarando y facilitando navegacio-
nes no sabidas antes, poblando provincias,
castigando rebeldes, persiguiendo tiranos
corsarios, enemigos de Dios Nuestro Señor y
Vuestra Majestad, en toda buena ocasión y
función de guerra y paz, con la lanza y con la
pluma. (Carta de Pedro Sarmiento de Gam-
boa al rey Felipe II).1

Estas palabras enumeran los múltiples roles, de quien considero, desde


mi perspectiva y como comienza a desprenderse de esta enumeración, una

1
El alcance de esta frase me remite al memorable discurso de Don Quijote de la Mancha.
Si bien sus palabras son conocidas, me permito reproducir un aquí un fragmento en el que
se combinan, de manera insospechada, las razones que para cada uno de los términos
Sarmiento reitera en sus cartas. “Dicen las letras que sin ellas no se podrían sustentar las
armas, porque la guerra también tiene sus leyes y está sujeta a ellas, y que las leyes caen
debajo de lo que son letras y letrados. A esto responden las armas que las leyes no se
podrán sustentar sin ellas, porque con las armas se defienden las repúblicas, se conservan
los reinos, se guardan las ciudades, se aseguran los caminos, se despejan los mares de
corsarios (...)”. El ingenioso hidalgo Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes
Saavedra, Buenos Aires: EUDEBA, 1969. Edición a cargo de Celina Sabor de Cortazar e
Isaías Lerner. p. 325.

Telar 173
de las más atrayentes y contradictorias figuras que ofrece la conquista y
colonización del Nuevo Mundo: Pedro Sarmiento de Gamboa.
Si bien la escritura fue utilizada, por un número importante de españoles
que cruzaba el mar “tenebroso” huyendo de la miseria y la ignonimia, para
relatar hazañas o suplicar mercedes, lo interesante en Sarmiento de Gamboa
es que la letra trasciende en un oficio. Éste se ejerce durante más de veinte
años y comprende diversas formas discursivas tales como los cuatro relatos
de sus viajes al Estrecho de Magallanes, una historia sobre los incas, un grupo
de veintiún un cartas de súplica y postrimeros e insignificantes poemas.
En este ejercicio compulsivo de la letra es central el protagonismo que
adquiere en el cuerpo mismo de los textos el sujeto que los escribe. Este
trabajo recorre sus escritos atendiendo el modo en que en ellos Sarmiento se
inscribe como un hombre de saber, un letrado.
El Diccionario de Autoridades (1732) define, en primer lugar, al letrado
como el docto en las ciencias que “porque estas se llamaron letras se les dio
este nombre”. No sólo el conocimiento de las ciencias, las artes y la erudi-
ción es lo que permite identificar, en el contexto de las colonias del Nuevo
Mundo, a un grupo determinado de hombres como letrados, también con-
fluyen en esta caracterización las relaciones que mantienen con el poder.
Desde su arribo a Perú, aproximadamente en 1560, Sarmiento se vin-
culó con sucesivos virreyes. Mientras enseñaba gramática latina en algún
colegio dominico o en la Universidad de Lima –no olvidemos que la adqui-
sición del griego y el latín representaba ya desde la Edad Media una manera
formal y racionalizada de educación–, trabó una estrecha amistad con Diego
López de Zúñiga y Velasco, conde de Nieva con quien compartía su interés
por la astrología. Esta afición por la “ciencias ocultas” lo enfrentará, en
diversas ocasiones con los temibles tribunales inquisitoriales.
Las acusaciones no hacen más que reforzar, podría decir hasta metafó-
ricamente, esa idea del acto de escribir como un oficio donde términos
como mano y pluma son intercambiables. La primera es por haber ofreci-
do, parte del acta inquisitorial “una tinta que lo escripto con ella forzaba a

174 Telar
la mujer que la leyese a querer bien al que se la enviaba”.2
La segunda acusación es más grave, pues objeta la tenencia de unos
anillos a los que atribuía poderes mágicos tales como ganar la simpatía de
los poderosos y obtener suerte con las mujeres y en las guerras. En su defen-
sa Sarmiento no hace más que poner en escena su erudición.

Dijo que en los dichos anillos pusieron ciertas letras y nombres


y caracteres astronómicos y que los nombres no están en lengua
latina sino en caldea (…). El dicho Pedro Sarmiento exhibió ante
Su Señoría dos cuadernillos escritos en pergamino, de marca me-
nor. (…) y exhibió un anillo de plata con ciertas letras y caracteres,
que dijo ser el planeta Marte, el cual anillo y cuadernillos el dicho
Pedro Sarmiento dio espontáneamente (…) (263).3

Es la llegada del virrey Francisco de Toledo la que marca el momento


en el que acusado afianza su pertenencia a ese grupo social especializado al
servicio del proyecto imperial y que se constituye, como señala Ángel Rama
(1984), el anillo protector del poder y ejecutor de sus órdenes. Sarmiento
detenta un poder, el de la letra, que pondrá al servicio del poder institucional
de Toledo y de la Corona de Ultramar.
En 1572, el Virrey envió, desde Cusco, una carta a Felipe II en la que
avalaba el manuscrito que adjuntaba junto a unos paños pintados: el texto en
cuestión era Historia Índica.

Por haberse hecho la verificación desta Historia con tanta


examinación del hecho de la verdad della y haber habido, ansí en

2
En el “Apéndice Documental” de la edición preparada por Ángel Rosenblat (1950,
Tomo II: p. 262). Todas las citas del proceso inquisitorial corresponden a esa edición.
3
“Fuele preguntado si al tiempo que el dicho platero hizo los dichos anillos, este confesante
hacía algunos movimientos con los ojos o con las manos o otra parte de su cuerpo y decía
algunas palabras y que palabras eran. Dijo que no hacía movimiento ninguno aplicado ni
enderezado a la obra de los anillos, ni decía palabras para el dicho efecto más de dar prisa
para que se acabasen presto” (263). El delito de hechicería comprendía las siguientes
prácticas: la nigromancia, la quiromancia, la astrología, los sortilegios.

Telar 175
estos reinos como en esos y fuera de ellos, oposiciones tan falsas y
con tan poca examinación y fundamento donde han resultado tan-
tos daños, y parece que sería reparo del saneamiento dello y de la
justificación, (...) que la verdad de esta Historia anduviese impresa,
como lo han andado otros libros de mentiras y falsas relaciones en
partes que han hecho el daño que vemos.4

Sarmiento, nombrado Historiador y Alférez de la comitiva que lo acom-


pañó en su conocida Visita General por los Andes, emprendió la redacción
de una historia sobre el incario para apoyar explícitamente el proyecto
político del Virrey y demostrar con argumentos válidos la ilegitimidad de
los incas como soberanos y dueños de la tierra. En la región de Cusco esta
necesidad se potencia aún más debido a la persistente actitud de resistencia
que encabeza Titu Cusi Yupanqui, descendiente de Manco Inca. El letrado
escribe condicionado por el pedido oficial y explicita claramente los fines
de su obra.

Y para que Vuestra Majestad fuese con poco cansancio y con


mucho gusto informado, y los demás que son de contrario parecer
desengañados, me fue mandando por el Virrey Don Francisco de
Toledo, a quien yo sigo y sirvo en esta visita general, que tomase a
mi cargo este negocio y hiciese la historia de los hechos de los doce
ingas desta tierra y del origen de los naturales della hasta su fin, la
cual yo hice, y es ésta (77).5

Este mandato es el que autoriza y legitima, desde el espacio de poder del


que emana, a quien ejerce el acto de escribir. El autor es conciente de que, al
emprender la tarea de una escritura, orientada políticamente, para referir la
historia del incario debe dejar constancia de su erudición y de la pertenencia
tanto de quien escribe como de su texto a una clase determinada.

4
Párrafo extraído del estudio preliminar a La Historia Índica de Richard Pietchsmann
(1964: pp. 57-58).
5
Todas las citas corresponden a la edición preparada por Ángel Rosenblat bajo el título de
Historia de los Incas (1947).

176 Telar
Por ello, desde distintos planos, adscribe su Historia Indica al discurso
historiográfico. Si bien demuestra su posición de letrado en el respeto de las
normas y condiciones que suponen la escritura de una obra historiográfica,
la impronta del tono autorial es fundante. Esta condición se impone como
una necesidad inexcusable para trascender a la letra impresa: “Por tanto
oya con atención el lector, y lea la más sabrosa y peregrina historia de bárbaros
que se lee hasta hoy de nación política en el mundo” (100).
Sarmiento escribe en el momento del apogeo del humanismo, cuyo
paradigma es el libro impreso como fuente material para la difusión de
conocimientos. Así, con citas eruditas de fuentes irrefutables el autor re-
afirma su posición de historiador sobre cuya obra “nadie tiene que dudar
sino que está bastantísimamente averiguado y verificado todo lo deste volu-
men, sin quedar lugar a réplica o contradición” (116). Para ello incorpora
un vasto repertorio de autores y obras clásicas, medievales y del humanis-
mo italiano.
En la dedicatoria a modo de prólogo el autor explicita un variado cono-
cimiento de obras de escritores clásicos que, desde las primeras líneas,
invaden el texto: Pro rege de Cicerón, fragmentos de Bartolomeus Marlianus,
de la Odisea de Homero, Suetonio, versos de Virgilio y Salustio. Todas las
citas redundan en alusiones laudatorias a las figuras reales.6 A las figuras
señaladas se agregan Xenofonte, Filón, Godefridus Viterbiensis (Godefri-
do),7 Volaterranus (Volaterano),8 Dante Aligero (por Alighieri) y Pero Antón
Beuter, “notable historiador valenciano” (98), entre otros.
El dominio de la cultura clásica occidental lo habilita para referirse a
los antecedentes históricos y políticos que otorgan a España los derechos
territoriales sobre América. Señala el arbitraje del Papa Alejandro VI en

6
En su Historia de las ideas estéticas en España (1944), Marcelino Menéndez y Pelayo
señala la influencia de filósofos y escritores como Platón, Aristóteles u Homero durante el
siglo XVI en España.
7
Autor de una crónica universal titulada Pantheon que abarca desde la creación hasta
1186.
8
Humanista italiano de nombre Raphael Maffei, autor de una enciclopedia Commentariotrum
rerum urbanorum libri de 1506.

Telar 177
1493, que concedió a España la mitad del mundo, y las complicaciones que
acarrearon las posturas de algunos hombres de la Iglesia y del gobierno,
quienes influyeron en Carlos V para que abandone las colonias del Nuevo
Mundo. Los argumentos que permitan “Desengañar a todos los del mundo
que piensan questos dichos ingas fueron reyes legítimos y los curacas seño-
res naturales desta tierra (77)” se sostienen en el modelo filosófico y jurídi-
co de interpretación propuesto por Francisco de Vitoria en su Relectio de
Indis (1537).
El escritor se funda en esta obra para remitir su escritura a una autori-
dad indiscutible que le permita legitimar su descripción del mundo de los
incas y justificar el rol que como soldado cumple en el proceso de domina-
ción colonial en los Andes.
Es que en la representación de Sarmiento de Gamboa se fusiona el ideal
del buen vasallo: por un lado la demostración de las virtudes de su intelecto
y conocimiento, por otro, la de su capacidad como soldado. El concilium de
su buen saber y el auxilium militar (Antonio Maravall: 1953). El historiador
se atribuye la captura del rebelde Túpac Amaru y encabezará las luchas
contra los chiriguanos.
Este doble aspecto, el de la corte y el de las huestes, el de las letras y las
armas, se proyecta en Historia Indica. El primero se advierte en la adscrip-
ción de la escritura a una tradición cultural que exige un determinado mo-
delo historiográfico. El segundo, condiciona su mirada sobre el pasado
incaico. Su posición de letrado guía la estructura del texto, el rol de soldado
transciende en el criterio de selección y manipulación de los acontecimien-
tos del relato.

En 1579 Toledo otorga a Sarmiento un nuevo cargo, el de Capitán


Superior y General de la Armada que emprenderá un viaje al Estrecho de
Magallanes. Esta empresa, a la que se sumarán numerosas e infortunadas
incursiones, se ubica en un contexto determinado. Luego de cincuenta años
de sucesivos fracasos la corona decidió suspender los intentos colonizado-
res en ese inhóspito territorio. Sin embargo, la incursión de Francis Drake,
asolando los barcos anclados en los puertos del Pacífico, replanteó la nece-

178 Telar
sidad de fortificar esa zona.
Sarmiento, designado también Cosmógrafo mayor de los Reinos del
Perú, rescatará del olvido la travesía en cuatro relatos de viajes. Me detengo
en el escrito de esta primera incursión (1580).9 En él se advierte que el
navegante, a pesar de que el ejercicio de la escritura está pre-establecido y
reglado por una instrucción oficial, es movido por un afán interpretativo.
La observación e interpretación de la naturaleza guía la escritura hacia
la discusión intelectual ya que se establece un diálogo (directo en unos
tramos, indirecto en otros) con el horizonte científico del momento. Por
esto ingresa al texto un nuevo gesto que se suma al de la narración y la
descripción de lo producido: el discernimiento. El mundo referido no se
caracteriza por el tipo de objeto referido sino por la forma inicial de cono-
cimiento de ese objeto: la experiencia sensible. La posición del sujeto como
un explorador y cosmógrafo se evidencia en que los conocimientos cientí-
ficos que posee, se adquirieron inicialmente mediante la experiencia sensi-
ble, aunque no provengan exclusivamente de ella.
Además, el viajero cuenta con dos instrumentos de navegación esencia-
les que recorren su escritura y guían el rumbo del barco y el trazado de las
cartas marítimas y los mapas, representaciones centrales en el proceso de
apropiación territorial: la aguja de marear y el astrolabio.10
Su percepción del mundo supera el saber puramente teórico y pondera
el empírico. Así, el viajero establece una relación científica con el espacio
que trasciende en una permanente actitud de búsqueda experimental.

9
“Relación de Pedro Sarmiento de Gamboa sobre su primer viaje al Estrecho de
Magallanes”. Todas las citas pertenecen a la edición preparada por Ángel Rosenblat
(1950, Tomo I: pp. 3-176).
10
La primera es sinónimo de brújula, el segundo es definido por Rosenblat, en el “Glosa-
rio de Voces Marítimas” que acompaña la edición de los Viajes de Sarmiento de Gamboa,
como un instrumento de metal que se usaba antiguamente para observar en el mar la altura
del polo y los astros. El Diccionario de Autoridades señala que con él se “describen
geométricamente los círculos celestes, que representan los que pertenecen al primer mó-
vil, de tal manera que se pueden considerar y meditar todos sus puntos y arcos, con no
menos perfección que el globo verdaderamente redondo, que se refiere en el primer
móvil”. Esta actitud indagatoria de los sistemas de medición de las distancias se origina en
el momento mismo del descubrimiento de América.

Telar 179
Pero la verdad es ser tal regla falsa [se refiere a las agujas de
marear], por la experiencia que yo he hecho, y muchas, varias y
diferentes partes del mundo, orientales, occidentales (...) y los relo-
jes que no son hechos generales, sólo son precisos para aquella
altura para donde se hacen, o para poca más o menos, aunque algu-
nos piensan que al mediodía todos los relojes sirven bien; lo uno y
lo otro es error notabilísmo y dañoso, que conviniera haber adver-
tido y emendado (22).

Las fuentes medievales repiten con frecuencia la idea de que hay que
usar, ejecutar y probar el saber que se recibe, sin embargo el entendimiento
que admira el hombre medieval no trabaja investigando zonas nuevas de la
naturaleza sino probando y comunicando lo ya conocido. En Sarmiento se
advierte la necesidad del hombre moderno de saber para cuestionar los
hechos, para encontrar nuevas respuestas a los fenómenos de la naturaleza.
El viajero valida su texto en la incuestionada superioridad de la experien-
cia sensible como forma de conocimiento y lo prestigia con la narración de
las dificultades que su adquisición implicó. Desde el momento mismo en
que toma la decisión de producirlo considera su mundo referido como la
imprescindible reparación de un defecto de los discursos anteriores.
Es por esto que el texto refleja una “ruptura epistemológica” (Jitrik,
1983) con el saber anterior y el discurso remite a otros con los cuales se
enfrenta. El viajero, quien asume, desde un comienzo, su empresa como
descubridora, traslada a su escritura también un carácter fundante.

Cuando veníamos navegando sobre la costa del Paraguay y San


Vicente, y con los puntos íbamos embistiendo en tierra y no la
tomábamos, echábamos la culpa a las cartas, que estaban falsas y mal
pintadas y descriptas. (...) Algún día yo pondré esta regla, de mane-
ra que se puedan aprovechar della los que quieran, y al cabo pondré
alguna notable regla de esta navegación (140).11

11
Las cursivas son mías.

180 Telar
Recordemos que en el siglo XVI, como señala el Tesoro de Covarrubias,
descubrir implicaba no sólo “quitar la cubierta a alguna cosa, destaparla,
ponerla de manifiesto”, sino además “equivale a registrar o alcanzar a ver”.
Para el letrado y navegante viajar no sólo es ver, sino también apropiarse del
espacio que se descubre y recorre. Escribir un relato con información pro-
vechosa para futuras navegaciones se constituye entonces, en un servicio.
Sostener una navegación a pesar de las inclemencias climáticas, de los
laberínticos contornos, de la pobreza del territorio y las flaquezas humanas
y la amenaza de motín, en un deber.
comillas
Yo no quiero ni pretendo tentar a Dios, sino confiar en su mise-
ricordia, haciendo de nuestra parte lo que fuere posible a nuestras
fuerzas (y lo que él decía era desconfiar), y no me trate más desta
materia, que al que dello me tratare lo castigaré poderosamente, y
con esto no tengo más que decir, sino que luego nos hagamos a la
vela (87).

En 1580 Sarmiento recibe de Felipe II, luego de su auspicio retorno a


España, el título de “Gobernador General de la Provincias del Estrecho de
Magallanes” y de sus inexistentes ciudades. A partir de este momento y por
más de diez infortunados años las circunstancias de esta segunda incursión
serán el centro excluyente de su escritura reflejadas en sus relatos de viajes
y cartas.
En la realización de las relaciones de viaje, el expedicionario (letrado)
entremezcla la descripción del paisaje con el sufrimiento, el penoso vaga-
bundeo con la exploración de las costas, aspectos múltiples de una escritura
guiada siempre por una mirada imperial. El viajero, en su afán constate de
cumplir con el deber asignado, no se aparta de los objetivos colonizadores
aferrándose a la concreción de la empresa. Incluso aunque los años lo hayan
transformado, parafraseando sus palabras, en una figura fantasmal, en una
estantigua, destentada y encanecida, sigue construyéndose en su escritura,
sobre todo en último relato de viaje, como un fiel vasallo.
Sarmiento es conciente de lo que representan años de servicio incondi-

Telar 181
cional a la Corona. Esta guía la escritura de las cartas. En ellas el sujeto
letrado apela a estructuras propias de la retórica y el ars epistolandi y organi-
za el material discursivo alrededor del gesto del petitum.
Por eso la suya es una escritura impetuosa donde el letrado, posicionado
en sus diversos roles, no se representa desde la humilitas, sino desde la
desmesura y la exaltación de sus hechos, que no encuentran parangón ni
siquiera en las figuras emblemáticas de la leyenda heroica de la conquista.

Cuando me han menester que arremeta en la mar y en la tierra


nunca yo lo regateo y por el menor servicio de lo que yo he hecho
había yo de tener ya mucho descanso y honra. Ha venido a tiempo
que he de decir lo que Reynaldos12 en Francia, que ni Colón ni Cortés
ni Pizarro descubrieron tanto como yo ni pelearon más que yo ni sirvieron
tanto tiempo ergo arreo como yo. Una cosa tiene más: que lució su
trabajo más que el mío y en el mío en mil cosas ha sido de más
provecho que los suyos. Y cuando en el Perú Pedro Sarmiento se
halla delante de los Virreyes no procuran otro en todo el reino ni lo
ha habido menester porque yo, con el favor de Nuestro Señor, he
hecho en servicio de mi rey y señor, lo que todos juntos los del
reino.13 (Carta 7 de agosto de 1581 al Secretario del Rey, Antonio
de Eraso).

Hay un último cargo que ocupa el letrado: el de censor literario. Resul-


ta paradójico que, quien ha dedicado gran parte de su vida a escribir una
historia sobre los incas, cartas, relatos de viajes y memoriales donde se

12
Considero que Sarmiento se refiere al personaje del mismo nombre protagonista de la
muy difundida novela de caballerías Trapisondas de Don Reynaldos. Véase el cap. VIII
“Los libros siguen al conquistador” en Irwing Leonard (1995): Los libros del conquistador.
México: Fondo de Cultura Económica.
13
De todos modos, es importante considerar que Sarmiento recurre a figuras emblemáticas
como las de Colón, Cortés y Pizarro que a pesar de los grandes descubrimientos y
conquista realizados sus finales no fueron los más auspiciosos. Colón muere en 1506
después de perder el favor de la Corona; Cortés, quien llegó a poseer el título de Marqués
del Valle de Oaxaca, en una carta de febrero de 1544, reclama una compensación material
a sus esfuerzos. Pizarro, en 1541, es asesinado en su casa de Lima. Las cursivas son mías.

182 Telar
exponen sus hazañas y padecimientos, y ofrecido sus “flacas fuerzas” para
continuar con empresas colonizadoras, sea encontrado corrigiendo, rescri-
biendo y tachando el libro Elegías y Elogios de Varones Ilustres de Indias de
Juan de Castellanos en el cual no figura.
Advierto una disolución, así como el cuerpo del letrado queda reduci-
do a “unas pellejos”, la escritura pierde densidad y contundencia. Los tri-
llados poemas que escribe antes de su muerte son sólo una excusa para
desplegar sus saberes sobre la cultura clásica adornando sus versos con
figuras del Parnaso y del Olimpo. En ellos predomina la rima consonante
en octosílabos que evidencian un estilo forzado no sólo en la melodía de las
frases sino también en la profusión de paralelismos e imágenes líricas recu-
rrentes y gastadas.

Al Autor
Perdonad, buen Garcés, mi atrevimiento.
Recibid chico don de pobre mano
Imitad (si vu plé) a Alejandro Magno,
Que par no tiene tu merescimiento.
Años ha que conoces a Sarmiento
Ser más descubridor que cortesano.

“Este descubridor, más que cortesano” es también el hombre de saber


que usa la lanza para sustentar la hegemonía colonial, es el que al mismo
tiempo que escribe beneficiosos relatos y traza cuidados portulanos, exhibe
en cubierta, para escarmiento, los cuerpos ahorcados de quienes tramaron
motines.
Los roles que proyecta la figura de Sarmiento de Gamboa se sintetizan
en el espacio en blanco que muestra, en los manuscritos, su rúbrica envol-
vente. Su firma ha dejado en el papel esa rajadura - intersticio que marca la
compulsividad con que ejerce el oficio de la escritura y el ímpetu, violento
muchas veces, con el que se lo sostiene.
Existe un inventario de los bienes sarmientinos secuestrados por el

Telar 183
Tribunal de la Inquisición en Lima.14 En la sola enumeración trascienden,
de manera inapreciable, sus ocupaciones como navegante, historiador, sol-
dado, poeta, cosmógrafo y nigromante.

primeramente en un cofrecito biejo lo seguiente


dos libros de latin y otras cartas y papeles que estaban dentro de el.
un conpas de plata sin quintar (...)
unos manteles biejos (...)
un tocino
dos quesos

otra petaca y dentro della lo seguiente


dos libros con otros muchos papeles y cartapacios
quatro pares de alpargatas, id unos çapatos biejos
otras calças de rraya biejas con canones de tafetan rrotos
una capa bieja de rraya con fajas de tafetan rrotos
una gorra de terciopelo bieja.

en otra petaca lo seguiente


tres lienços pintados de lugares de yndios y tierras
seys libros y otros muchos papeles e informaciones (...)
un lio que tiene dentro muchos papeles y algunos libros (...)
una talega con unos ydolos de barro
una lança
una espada

En este trabajo traté de rescatar un objeto ausente en este patrimonio de


“restos”, a uno que ni siquiera entra en el detalle redactado por el Alguacil
inquisidor pero que de manera sinecdótica involucra a los inventariados: la
pluma.

14
En el Apéndice Documental de Historia del Tribunal de la Inquisición en Lima de José
Toribio Medina (1956: pp. 455-459).

184 Telar
Bibliografía
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de Gamboa (1586-1592)”. En: Boletín Academia Chilena de la Historia,
Santiago: Academia Chilena de la Historia.
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indiana”. En MLN, Vol. 96, pp. 358-402.
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Aires: Emecé.
---------- (1950) [1580-1590]: Viajes al Estrecho de Magallanes. Buenos Aires:
Emecé. Edición y notas de Ángel Rosenblat. Introducción a cargo de
Armando Braun Menéndez. Dos tomos.

Telar 185
186 Telar
4. PRÁCTICAS

Intelectuales marxistas en
Latinoamérica. La experiencia de la
revista Herramienta
ALDO CASAS

Aportar a una reflexión sobre América Latina y sus intelectuales pare-


ce una empresa desmesurada para alguien que no ha trabajado sobre esta
cuestión de manera más o menos regular. Sólo me atreveré a intentarlo
introduciendo, desde el comienzo mismo del artículo, un radical “recorte”
en tan compleja temática. Y una precisión terminológica.

Comenzaré por esta última, haciendo mías las palabras de Gramsci en


una de sus Cartas desde la prisión: “He amplificado muchísimo la idea de lo
que es un intelectual y no me limito a la noción vigente referida sólo a los
intelectuales más preeminentes”. Considero que es un enfoque fecundo
porque desplaza la atención desde la consideración del intelectual como
individuo, al “conjunto del sistema de relaciones” donde se producen cono-
cimientos, y permite inscribir esta actividad “dentro del complejo general
de las relaciones sociales”. En lugar de centrar el interés en tales o cuales
pensadores aislados, se jerarquiza la consideración de las instituciones y las
prácticas que producen conocimiento socialmente reconocido, atendiendo
a la posición de los individuos en ella y a la relación que esta producción de
conocimiento mantiene con los procesos de hegemonía / contrahegemonía
inscriptos en la lucha de clases, y con la organización y “visiones del mun-

Telar 187
do” construidas por las clases en conflicto (Crehan, 2004: 152/157). Entién-
dase que no trato de proponer una definición, ni ampararme en la autoridad
del filósofo de la praxis: lo antedicho es apenas una aclaración sin pretensio-
nes normativas, precisamente porque quiero escapar a las definiciones y a
las frecuentemente aburridas discusiones de los intelectuales sobre sí mis-
mos.
Por lo demás, no escribiré sobre los intelectuales y Latinoamérica “en
general”, sino sobre una particular empresa intelectual llevada a cabo en
Argentina. Será una opinión claramente situada, una reflexión sobre y des-
de la experiencia ganada en la producción de una publicación un tanto
insólita: Herramienta. Revista de debate y crítica marxista.

Herramienta
El lanzamiento en 1996 de esta revista con formato de libro, pareció a
muchos algo descabellado (recuérdese que apenas unos meses antes, Menem
había sido reelecto Presidente). Las organizaciones de izquierda la ignora-
ron o le dedicaron penas algún sarcasmo, posiblemente porque considera-
rían que eso de “debate y crítica” era perder un tiempo que preferían dedi-
car a intensificar la agitación revolucionaria para que las masas los escucha-
ran. Por razones muy distintas, la inmensa mayoría de lo que podríamos
llamar “opinión pública ilustrada” (incluido el grueso de los considerados
intelectuales y, entre ellos, una legión de izquierdistas desalentados o arre-
pentidos), consideraba que la crítica radical de lo existente constituía un
empeño anacrónico y sin futuro. Tanto más cuanto que la iniciativa no
contaba con el patrocinio de ilustres apellidos y era absolutamente externa
a todas las capillas académicas.
Los promotores de la publicación, en cambio, considerábamos que la
misma respondía a la necesidad (nuestra, que sabíamos también de otros)
de expresar una visceral y a la vez reflexiva resistencia al asfixiante conser-
vadorismo neoliberal que se presentaba como horizonte insuperable de la
humanidad. Y hacerlo con la convicción de que persistir en un empeño
emancipatorio, requería también desprenderse de dogmas y tradiciones fosi-
lizadas, para poder efectivamente abrirnos a pensar y luchar con otros.

188 Telar
En ese momento, no perdimos energías tratando de quebrar el estrepi-
toso silencio que “saludó” la publicación. Pero ahora, luego de una década
de trabajo, puede ser oportuno hablar de la rica y transformadora experien-
cia de una revista que, para lograr una crítica efectiva al orden de cosas
existente como totalidad, procura aunar en sus páginas diversidad temática,
pluralidad de enfoques y convergencia de trabajos con distintos “registros”.
Una revista que se distanció de la chatura dogmática y consignista que
algunos confunden con compromiso militante, sin alejarse empero de las
vicisitudes de la lucha de clases; interesada en lo que de valioso puede
surgir desde autores relacionados con la Academia, pero “atropellando”
los límites políticos y cánones “disciplinarios” de esta. Una revista1 teórica
que buscó y encontró lectores comprometidos (bajo formas diversas y en
ámbitos distintos) con la muy práctica empresa de cambiar el mundo.

Continuidad y cambio
Ha transcurrido una década desde aparición del primer número de He-
rramienta. Allí, “A modo de presentación” esbozamos una perspectiva de
trabajo que en gran medida conserva vigencia:

(…) en los umbrales del siglo XXI, ni los más optimistas ideó-
logos del capital pueden ocultar el desarrollo rampante de viejas y
nuevas calamidades. En este presente pleno de amenazas, afirma-
mos que es mas actual que nunca el antiguo “pronóstico alternati-
vo” de Socialismo o Barbarie. Y la experiencia secular subraya
también que la liberación de los trabajadores mismos será obra de
los trabajadores mismos, o no será. Vale decir, si el movimiento
obrero y socialista no forja el camino de su emancipación, la barba-
rie del capital reinará sobre la creciente destrucción de la humani-
dad y la naturaleza.

1
En realidad, Herramienta es hoy bastante más que la versión en papel de la revista. Existe
la página Web (http:/herramienta.com.ar) que, con unas quinientas visitas diarias, lleva la
publicación a decenas de miles de lectores virtuales en todo el mundo, ganando persona-
lidad y vida propia. Se suma Ediciones Herramienta, con veintiún títulos (algunos coedita-

Telar 189
Resulta urgente comprender cabalmente el estado actual del ca-
pitalismo, sus contradicciones y tendencias. Simultáneamente, el
movimiento obrero y revolucionario está impelido a reflexionar
sobre el conjunto de experiencias acumuladas. […] Esta labor […]
sólo puede llevarse adelante mediante un esfuerzo colectivo de
reflexión crítico-práctico-constructiva. Aportamos esta Herramienta
para contribuir en el trabajo, y por eso mismo la concebimos como
una revista abierta a diversos aportes del pensamiento marxista o
que aún sin provenir del marxismo propongan respuestas fundadas
a los problemas que enfrentamos. Una revista que difunda opinio-
nes, un terreno de debates constructivos, un acicate para nuevas
investigaciones. Buscaremos confrontar ideas y experiencias, sin
otra exigencia que la seriedad y el tratamiento respetuoso y leal de
las diferencias.

Estamos lejos de creer que una revista sea lo único por hacer. La
lucha de clases se desarrolla a través de múltiples frentes, pero por
eso mismo, nos permitimos recordar la aguda observación de Marx:
Es cierto que el arma de la crítica no puede sustituir a la crítica de las
armas, que el poder material tiene que derrocarse por medio del poder
material, pero también la teoría se convierte en poder material tan pronto
se apodera de las masas. Y la teoría es capaz de apoderarse de las masas
cuando argumenta y demuestra ad hominem, y argumenta y demuestra
ad hominem cuando se hace radical. Ser radical es atacar el problema por
la raíz. Y la raíz, para el hombre, es el hombre mismo. (1996: 4-5)

Mas allá de lo sintético del enunciado, se trataba de un ambicioso “pro-

dos: con las Universidades Autónomas de Puebla, Veracruz y México; con la Facultad de
Filosofía y Letras de la UBA; con la italiana Universidad de Salerno; con Imago Mundi y
el TEL). Seminarios, talleres y encuentros de discusión, frecuentemente organizados con
otras publicaciones e instituciones, han sido una constante y su cantidad desalienta cual-
quier intento de enumeración (a título ilustrativo, y limitándome a recordar visitantes del
exterior, diré que por ellos pasaron Ricardo Antunes, Werner Bonefeld, François Chesnais,
Enrique Dussel, John Holloway, Ricardo Gómez, Domenico Losurdo, James Petras,
Cyril Smith, Charles-André Udry…). Y su sede es, además del espacio físico para nuestro
equipo de trabajo, un ámbito acogedor para charlas, talleres y reuniones abierto a otros
colectivos.

190 Telar
grama de investigación” que estamos muy lejos de haber agotado. Pero
después de treinta y un entregas podemos apreciar algunos resultados y
compartir reflexiones que podrían ser útiles a otros o, al menos, dar lugar a
un fructífero debate sobre los intelectuales y sus quehaceres.
Lo primero, es constatar que la revista tuvo una notable regularidad y
continuidad. Y cabe destacarlo, porque en el caso de una revista teórica,
por añadidura marxista y sin respaldos institucionales y/o partidarios, per-
durar ya tiene su mérito. No es sencillo producir una publicación con auto-
nomía intelectual y material, en un contexto donde las instituciones públi-
cas y académicas son hostiles al pensamiento crítico y no existen ni las más
mínimas facilidades para el desarrollo de empresas culturales autónomas (y
mucho menos contrahegemónicas). A despecho de las penurias materiales
propias de un país tercermundista, con “ajustes”, “corralito”, devaluación,
desocupación y pobreza, tres veces por año se pudo hacer llegar a manos de
los interesados (que existen) un material cuyo nivel y calidad resiste la
comparación con las mejores publicaciones similares a nivel internacio-
nal.2
Menos evidente pero igualmente remarcable, es el hecho de que la
revista supo, amén de perdurar, cambiar. Relativamente anónimos pero no
por ello menos comprometidos, los editores fuimos también protagonistas
de las convulsiones sociales y políticas que transformaron durante el pasa-
do decenio la fisonomía de la lucha de clases en Argentina y Latinoamérica.
Y, junto con nosotros, la revista es partícipe de esta transformación en cur-
so. Basta repasar la colección para advertir en ella el registro crítico de una
parte importante de los acontecimientos, experiencias colectivas y debates
que jalonaron dicho período. En suma, la revista logró continuidad en el
cambio o, si se prefiere, continuidad para el cambio.
Esto ocurrió porque la realidad nos empujó, sin duda. Pero contribu-
yó, asimismo, nuestra íntima convicción de que también las revistas, si se

2
Los reconocimientos recibidos no han sido demasiados. Razón de más para señalar uno
especialmente significativo: el Dictionnaire Marx Contemporain incluye a Herramienta en el
“Panorama des revues” que presenta las principales publicaciones marxistas en el mundo
(Bidet-Kouvélakis, 2001).

Telar 191
pretenden revolucionarias, deben ser capaces de sujetarse a la anti-norma
(valga la expresión) de las revoluciones mismas, que:

(…) se critican constantemente a sí mismas, se interrumpen cons-


tantemente en su propia marcha, vuelven sobre lo que parecía ter-
minado, para comenzarlo de nuevo desde el principio, se burlan
concienzuda y cruelmente de las indecisiones, de los lados flojos y
de la mezquindad de sus primeros intentos. (Marx, 1972: 20).

Diez años, dos siglos


En el decenio que dejamos atrás, tendido entre dos siglos, el tiempo
vivido de la revista chocó con “el tiempo lineal, vacío y homogeneo”, redu-
cido a calendario y reloj, tan funcional al Capital. Enfocando procesos
seculares, o concentrándose en el análisis concreto de una situación concre-
ta. Tiempo de derrota. Tiempo de Esperanza. Tempo dispar en flujos y
reflujos socio-históricos que discurren a diversos niveles del tejido social y
en ocasiones se entrecruzan o chocan. Ciclos largos y acontecimientos que
habilitan posibles imprevistos. Tiempos y ritmos desacordes, desajusta-
dos. Aprendimos a ser intempestivos, asumiendo que intempestivo es el
genuino despliegue del legado marxiano. Y esto, no sólo porque después
que se lo diera por muerto y enterrado pueda advertirse su presencia en las
luchas y las viejas o nuevas discusiones de hoy, sino porque Marx, rom-
piendo con las ideas establecidas sobre el tiempo y su relación con la histo-
ria, con el capital y con la sociedad, entreabrió la puerta para una nueva
concepción de la historia y del tiempo como construcción social y otra
percepción de las complejas relaciones entre pasado, presente y futuro.
(Bensaïd, 2003: 115-150; Tischler, 2005: 67-97)

Aprendiendo a desaprender
Otra cosa que en estos diez años advertimos, muy concretamente, es
que para aprender hay que saber desaprender. No basta para ello desprender-
se del “sentido común” que continuamente destila el sistema en el conjunto

192 Telar
de la sociedad: es preciso también y muy específicamente aprender a rom-
per con el peculiar “sentido común” que impera en las ciencias sociales. Y
junto con ello, sacarnos de encima el peso muerto de marxismos que se
dogmatizan o adocenan perdiendo filo crítico y autocrítico. Para aportar a
la construcción de una subjetividad dotada de instrumentos que ayuden a
escudriñar la realidad en busca de los diversos posibles que en ella bullen y
puedan ser puntos de apoyo en la lucha por transformarla. En suma, asumir
consecuentemente el doble proceso de pensar por fuera de dogmatismos y
cercos disciplinarios, y de pensar poniendo en juego la propia subjetividad
de intelectuales comprometidos en la lucha.

El antagonismo social desde el Sur


Nacimos en tiempos de derrota y mirando de frente las dificultades,
pero siempre atentos a las cambiantes expresiones del antagonismo social.
En las sucesivas entregas se buscó poner a prueba la vitalidad del legado
marxiano confrontado con las elusivas formas espectrales del fetichismo y
la explotación capitalista, así como con las estrategias imperiales en sus
desplazamientos geopolíticos y militaristas más recientes. Tratamos de
hacerlo en forma dialógica, apoyándonos en la polifacética tradición mar-
xista e integrando en ella la riqueza del pensamiento crítico latinoamerica-
no y los vitales aportes de los nuevos movimientos y procesos de resisten-
cia, insumisión y rebelión que recorren el continente y lo cambian “desde
abajo”.
Sin desdeñar el imprescindible e inestimable apoyo y estímulo de cola-
boradores de primer nivel de Europa y de los Estados Unidos, en tanto
publicación marxista latinoamericana intentamos aportar al combate antica-
pitalista un desarrollo teórico y político en ruptura con el eurocentrismo.
Exponiendo desde nuestra historia y sufrimientos la colonialidad del poder y
la inextricable relación entre modernidad, capitalismo y sistema mundial
de estados asimétrico y jerarquizado. (Dussel, 2000: 41-52). Y denuncian-
do que las “razones de Estado” esgrimidas por los gobiernos de la región
(incluidos los de la nueva ola la “izquierda” o “centroizquierda” institucio-
nalizada) son meras formas de naturalizar y eternizar las relaciones de clase

Telar 193
y de fuerza impuestas desde el Centro y Norteamérica. Frente a tal “razón
de Estado”, otra política (y otro poder) buscan abrirse paso: la memoria y la
razón de los vencidos de ayer, la insumisión de las víctimas y clases traba-
jadoras de hoy, anuncian lo que podría llegar a ser la “apertura de un nuevo
siglo histórico latinoamericano” (Gandarilla, 2003:83).

Socialismo y Barbarie
Hemos registrado con satisfacción el extendido agostamiento del neolibe-
ralismo y las crecientes –aunque muy desigualmente desarrolladas– luchas
y movimientos de enfrentamiento a las políticas de guerra, explotación y
dilapidación de recursos naturales del capitalismo. Pero no dejamos de
advertir que la realidad muestra también la extensión y multiplicación de
inequívocos elementos de militarización y barbarismo.
“Socialismo o Barbarie”, escribimos en la “presentación” de hace diez
años, recuperando lo que no era una frase ingeniosa, ni una consigna, sino
“un pronóstico alternativo” que planteara Rosa Luxemburgo. El siglo XXI
llega marcado por esta disyuntiva más que nunca antes:

Si tuviera que modificar las dramáticas palabras de Rosa Luxem-


burgo, debido a los peligros que enfrentamos ahora, agregaría a
“socialismo o barbarie” “barbarie con suerte”, en el sentido de que
la exterminación de la humanidad es una consecuencia inherente al
destructivo curso de desarrollo del capital (Mészáros, 2003: 94).

No creemos que la crítica deba distraerse en distinguir (y mucho menos


elegir) entre “el lado bueno” y el “lado malo” de la realidad, como hace ya
mucho se le señalara a Proudhom (Marx, 1987: 95). Por el contrario, lo que
urge es advertir la violencia extrema del antagonismo en todas sus expresio-
nes, como punto de partida para buscar el modo de cambiar el mundo. Al
“pragmatismo” acomodaticio de quienes predican que las asimetrías impe-
riales y el orden del capital son infranqueables, no cabe oponer un ingenuo
optimismo. Por el contrario, se trata de poner en evidencia que la fuerza del
“principio esperanza” y las construcciones contrahegemónicas, sólo pue-

194 Telar
den surgir y eventualmente desarrollarse como rechazo radical a la
barbarización de las relaciones sociales.

Pensar y actuar con otros


Hemos señalado algunos logros y/o progresos prácticos y teóricos rela-
cionados con la producción de una revista que, sin embargo, no presume ser
una “escuela” original, ni busca disimular que en sus páginas se cruzan
opiniones diversas y muchas veces encontradas. Combatimos lo que esti-
mamos fueron groseras deformaciones del marxismo bajo las presiones de
la socialdemocracia y el estalinismo, pero no tenemos la vana esperanza de
volver a un Marx “puro”, como si no existieran las mil y una lecturas e
interpretaciones que alentó, inspiró o posibilitó, como si no existieran prác-
ticas políticas referenciadas (para bien y para) mal con su obra, como si su
crítica no adquiriese alcances y connotaciones nuevas con la extensión del
fetichismo de la mercancía y la dictadura del capital a todos los rincones del
planeta y la praxis social. Por el contrario, asumimos que, en cierto sentido,
es inevitable que el “marxismo” exista a través de interpretaciones, porque
lo que Marx legó en gran medida fue un lenguaje, una propuesta, un proyec-
to, un combate en desarrollo. Una empresa crítica basada en la hipótesis
estratégica de la caducidad del capitalismo y la posibilidad de la revolu-
ción: hipótesis estratégica que es necesaria para un conocer que es indisociable de
transformar y luchar.

Un colectivo, una red…


Llegado a este punto, resulta imprescindible una precisión: el colectivo
que de modo directo produce la revista (el “Consejo de Redacción”, según la
fórmula convencional aunque imprecisa que utilizamos) constituye apenas
una parte de un colectivo mucho mas vasto. Un colectivo con “fronteras”
porosas que se va conformando como producto de la praxis que implica la
publicación. La revista consigna los nombres de algunas decenas de “cola-
boradores” nacionales e internacionales, pero esa mención es un pálido
reflejo de la realidad: porque algunos de los mencionados son mas bien

Telar 195
mentores e inspiradores, porque el listado de todos lo que nos ayudaron
seria demasiado extenso y, sobre todo, porque nos resultaría imposible
hacer acá el debido reconocimiento a lo cualitativo de ciertos aportes. Sin
hacer entonces mención de nombres, debo afirmar simplemente que Herra-
mienta existe porque existe una red nacional e internacional de compañeros
que nos abruman con sus colaboraciones y estímulos. Estos lazos con dece-
nas de intelectuales (argentinos, latinoamericanos, estadounidenses y euro-
peos) provenientes de muy diversas “disciplinas” y tradiciones teórico-
políticas, posiblemente sean el resultado más promisorio del camino reco-
rrido, y una señal anticipatorio de que por esta senda puede avanzarse mu-
cho más aún.
Es una red de relaciones teóricas, políticas y humanas que existe y se
extiende porque, independientemente de discrepancias y discusiones más o
menos fuertes, aprendimos a respetar y valorar la comunidad del esfuerzo digno,
solidario y comprometido con las expresiones emancipatorias colectivas. Porque
nos sentimos hermanados con todos los que se atreven a desarrollar una labor
intelectual desde la vereda de enfrente del capital y su Estado.
Semejante “red” es una construcción que nos supera y desborda. A
través de ella, Herramienta se articula e integra con otras publicaciones e
incontables emprendimientos sociales (teórico-político-culturales), con los
que nos relacionamos mas o menos desordenada y empíricamente, pero
tratando en todos los casos de aprender y aportar lo que podemos.

Por eso y para eso nos atrevimos a aceptar la gentil invitación de escri-
bir para Telar y comunicar nuestra experiencia a sus lectores.

196 Telar
Bibliografía
Bensaïd, Daniel (2003): Marx Intempestivo. Grandezas y miserias de una aven-
tura crítica. Buenos Aires, Ediciones Herramienta.
Bidet, Jacques y Eustache Kouvélakis (Dir.) (2001): Dictionnaire Marx
Contemporain. París, Actuel Marx / PUF.
Crehan, Kate (2004): Gramsci, cultura y antropología. Barcelona, Edicions
Bellaterra.
Dussel, Enrique (2000): “Europa, modernidad y eurocentrismo”. En: La
colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociales Edgardo Lander
(Com.), Buenos Aires, CLACSO / UNESCO.
Gandarilla S., José G. (2003): Globalización, totalidad e historia. Ensayos de
interpretación crítica. Buenos Aires, Ediciones Herramienta / Universi-
dad Nacional Autónoma de México.
Herramienta (1996): “A modo de presentación”. En: Herramienta 1, agosto.
Marx, Carlos (1972): El dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Buenos Aires,
Editorial Polémica.
---------- (1987): Miseria de la Filosofía. Buenos Aires, Editorial Cartago.
Mészáros, István (2003): El siglo XXI ¿socialismo o barbarie?. Buenos Aires,
Ediciones Herramienta.
Tischler, Sergio (2005): “Abrir la historia: constelaciones y luchas en la
elaboración del tiempo nacional. Una aproximación desde la historia
de Guatemala”. En: Marxismo Abierto. Una visión europea y latinoameri-
cana vol. I, Alberto Bonnet, John Holloway y Sergio Tischler (Comp.):
Buenos Aires, Ediciones Herramienta / Universidad Autónoma de Pue-
bla.

Telar 197
¿Qué pasa cuando la Historia
alcanza al historiador?
El regreso de “Lorenzo”, el
primo de mi mamá
FEDERICO GUILLERMO LORENZ1

En memoria de Hugo Luis Onofri,


“Lorenzo”, combatiente montonero
desaparecido el 20 de octubre de 1976.

Uno puede escoger sus antepasados


más remotos. Y aun a veces se presen-
tan en forma imprevista.
Augusto Monterroso, Los buscadores
de oro.

... Mírelos. Casi todos tienen un


pariente muerto. El pariente más jo-
ven, el loco de la familia. Se consuelan
unos a otros como si se los hubiera
matado la epidemia.
–¿Y usted qué hacía cuando la epidemia?
–¿Yo? Lo mismo que ellos. Ver, oír
y callarme la boca.
Osvaldo Soriano, Cuarteles de Invierno.

La tradición de todas las generacio-


nes muertas oprime como una pesadi-
lla el cerebro de los vivos.
Karl Marx, El 18 Brumario de Luis
Bonaparte.

1
Agradezco las lecturas a versiones iniciales hechas por Silvina Jensen, Roberto Pittaluga,
Darío Olmo, Elizabeth Jelin y Susana Kaufman.

198 Telar
Introducción
¿Qué sucede cuando la Historia alcanza al historiador? ¿Qué pasa cuan-
do la pérdida, acaso la demanda de venganza, el estupor, son propios, y no
los de un entrevistado? ¿Cuáles son las tensiones que estas emociones plan-
tean a nuestro rol como “profesionales”? ¿Qué sucede cuando el pasado ya
no es un “país extraño”, sino el lugar que uno habita?
Durante casi cuatro años entrevisté a cerca de cien afectados por el
terrorismo de Estado, y he investigado acerca de la historia reciente argen-
tina por más de una década.2 Pero sólo a fines de 2002 enfrenté un dato de
mi propia historia: mi madre tiene un primo desaparecido. Lo descubrí en
la prensa, en un recordatorio, un domingo por la mañana. Pero en realidad,
recordé que ya lo sabía: se trataba de un dato de la historia familiar que yo no
desconocía, pero con el que había convivido mecánicamente durante años,
aún a pesar de mi interés como historiador en la historia de la represión. En
un primer momento sentí asombro y vergüenza frente a un proceso que
había analizado socialmente, pero no en el espacio familiar. E inicié una
búsqueda de respuestas movido por esos primeros sentimientos.

La Historia reclama su lugar


El domingo 20 de octubre de 2002, recorriendo los recordatorios de
desaparecidos que habitualmente publica Página 12, me encontré con este:

Hugo Luis Onofri. Desaparecido 20-10-76. Nos gustaría verte


sonreír una vez más. Nuestro compromiso sigue siendo exigir jus-
ticia y mantener viva tu memoria. Tus hijos Luis Guillermo y
María Lucía y tu compañera Ana.

Mis preocupaciones temáticas e ideológicas, mi compromiso como


historiador y profesor me vinculan hace tiempo al “tema de los derechos
humanos” y al “terrorismo de Estado”. Una de mis constantes inquietudes,

2
Las entrevistas forman parte del Archivo Oral de la Asociación Civil Memoria Abierta.

Telar 199
en tanto criado en una familia de “no afectados” durante la dictadura mili-
tar (tengo actualmente 34 años), había sido la de saber por qué me interesa-
ban estos temas. Me refiero al intento por superar las explicaciones políti-
cas o meramente culturales (“contextuales”, acaso) e incorporar la variable
subjetiva a la hora de explicar una orientación profesional. Me parecía –me
parece– importante analizar la incidencia de la subjetividad en la toma de
decisiones políticas o científicas, o tal vez científico-políticas.
A partir de este aviso –nada “novedoso” para mí, en tanto aparecen
decenas por mes, que archivo prolijamente como insumo para mi trabajo–
esas preguntas generales se transformaron en un objeto analítico devenido
en cuestión existencial.
Porque “Hugo Luis Onofri” era primo hermano de mi mamá, y sólo
hace muy pocos años (en 1999), al obtener yo una beca para investigar
sobre las memorias de la represión, mi madre me contó el porqué de su
ausencia en la familia. En 2002, a la vez, era la primera vez que "su" familia
publicaba uno de esos recordatorios. Entre esos años, investigué sobre la
represión, leí testimonios de sobrevivientes y me relacioné con ellos sin
hacer el puente entre el hueco en mi familia y esas historias.
El “tema de Hugo” puede ser dimensionado como un gigantesco silen-
cio familiar que generó divisiones y enfrentamientos a los que yo llegué
tarde. En su momento, que mi abuelo no se hablara con uno de sus herma-
nos (padre de Hugo) no llamaba mi atención de chico: era una cosa de
grandes –y así era explicado– que no tenía por qué arruinar un festejo fami-
liar. Durante años, siendo un niño, jugué con sus hijos, Lucía y Luis, a
quienes veía una o dos veces por año porque vivían en Ramallo (Norte de la
provincia de Buenos Aires). Jamás me pregunté –ni pregunté a nadie– por
qué no tenían papá, y ellos no lo mencionaban tampoco.
Su “parte” de la familia nunca había publicado unos recordatorios, al
menos desde que yo comencé a prestar atención a la fecha a partir de la
revelación de mi mamá.
Lo cierto es que en 1999 incorporé lo que mi madre me contó como un
dato más a mi pasado. La mañana de 2002 en que me encontré el recordato-
rio en el diario, repuesto de la sorpresa creí ver en el hallazgo la forma de

200 Telar
problematizar cuestiones que me interesaban hacía tiempo: mi subjetivi-
dad como investigador, y las memorias de aquellos sectores sociales que no
se consideraron afectados por la dictadura militar, que aprobaron lo que se
hizo, que lo ignoraron, o que no lo vieron. Más ampliamente, que lo incor-
poraron en una forma distinta al discurso actualmente dominante acerca
del período del terrorismo de Estado.

(La) Curiosidad (mató al gato)


De los párrafos anteriores se deduce que lo primero que hice fue tradu-
cir “profesionalmente” el impacto emocional del reencuentro con Hugo.
Rápidamente delineé algunos ejes de trabajo para explorar el silencio ante
la dictadura a partir de la historia familiar. Pero bien pronto iba a encontrar
algunas dificultades en esta tarea.
Al principio avancé velozmente. Por mis contactos, y gracias a las habi-
lidades desarrolladas durante mi trabajo como entrevistador, a los veinte días
de la publicación de recordatorio ya había averiguado gran cantidad de cosas
sobre Hugo. Inicialmente, incluí estas indagaciones personales en el contexto
de mi trabajo para el archivo oral, que consistía precisamente en contactar
entrevistados y recabar datos para realizar posteriormente las entrevistas.
Pude ubicar a algunos de los antiguos compañeros de militancia de
Hugo y saber que su nombre de guerra era “Lorenzo”. Inclusive estuve con
quienes compartieron su cautiverio en la Escuela de Mecánica de la Arma-
da. Supe que el nivel de responsabilidad de “Lorenzo” en Montoneros
había sido importante, y hasta pude establecer algunas acciones en las que
participó, entre ellas, con bastante certeza, un asesinato político resonante
en el año 1973. la fecha de su desaparición, por otra parte, es uno de los “hi-
tos” en la historia de los Montoneros y la ESMA: fue el día de las citas nacio-
nales, el 20 de octubre de 1976, un día en el que la organización haría sus
contactos de nivel federal en todo el país. Los grupos de tareas de la ESMA
obtuvieron ese dato bajo tormento, y organizaron una gigantesca cacería.3

3
En Avenida La Plata e Inclán, “Lorenzo” fue secuestrado.

Telar 201
En el verano de 2003 conocí a la mujer de “Lorenzo”, “Rosita” y a sus
dos hijos. La expresión no es exacta, ya que con ellos había jugado muchas
veces hacía años, como ya conté. Pero llegué a estas tres personas desde el
lugar del historiador. Este me dio una gran comodidad para hablar con
“Rosita”: mi experiencia como investigador me permitía ensayar modos
de aproximación y confianza que favorecieron el vínculo. Conocía algunos
aspectos de su historia personal como si hubiera sido un contemporáneo.
Ella también había estados secuestrada en la ESMA, aproximadamente
seis meses después de la desaparición de “Lorenzo”, cuando sus dos hijos
eran muy pequeños. Inclusive, una de mis compañeras de trabajo había
compartido el cautiverio con “Rosita”, y fue gracias a su ayuda que hice el
primer contacto por mail.
Una demanda concreta salió de ese (re) encuentro: que yo les haría
saber todo aquello que pudiera averiguar. Pero esta fue una promesa más
fácil de formular y prometer honrar que de cumplir efectivamente.
Mientras tanto, la figura del primo de mi mamá iba experimentando
cambios que me sorprendían: la imagen de la víctima, por ejemplo, debía
ser redimensionada incorporando el dato de su participación en hechos de
violencia, muy posiblemente en episodios que habían implicado la muerte
de otra persona. El descubrimiento personal acompañó y se alimentó de
discusiones que se vienen dando hace unos años, fundamentalmente en
torno a la identidad política de los desaparecidos y la violencia armada de
los años setenta.
En ese proceso, mi lugar profesional también experimentaba cambios:
si para el archivo una premisa fundamental era aportar elementos para la
explicación y la comprensión de un proceso –y esta certeza era un reaseguro
profesional frente al dramatismo de algunas historias que debíamos escu-
char para que fueran registradas–, la búsqueda de la verdad acerca de lo que
había pasado con Hugo cuestionaba este lugar de intervención. No estoy
planteando que ambas voluntades sean antagónicas, pero sí que generan
preguntas diferentes, que a la vez producen actitudes metodológicas (la
forma y el tipo de preguntas) distintas y en muchos casos divergentes.
Uno de los motores que guiaba el trabajo de los entrevistadores del

202 Telar
archivo de Memoria Abierta era el de tener presente la necesidad de produ-
cir testimonios lo más completos posibles, pero a la vez respetar el silencio
de los que no quieren hablar. Esto hacía a la integridad tanto del testimoniante
como del historiador. De este modo, por ejemplo, los relatos acerca de la
tortura sólo eran parte de una entrevista en forma explícita mediante un
sistema de preguntas que daba al entrevistado la iniciativa a la hora de
habilitar o no el tema. Lo que se intentaba era no reproducir la situación de
sometimiento, sino todo lo contrario: que la entrevista cumpliera de algún
modo una función reparadora.
En el transcurso de mis averiguaciones sobre “Lorenzo”, precisamen-
te, llegué a entrevistarme con quienes estuvieron muy cerca de él a conti-
nuación de sus interrogatorios bajo tortura. Toda mi habilidad y experien-
cia de historiador fueron puestas a prueba frente a personas condenadas
socialmente como “colaboradores” de los militares. Pienso que el desarro-
llo de alguna capacidad profesional para sostener este tipo de situaciones es
lo que me permitió a obtener datos que esta vez hacían a mi necesidad de
saber en tanto pariente del desaparecido. Llegué a palpar lo que sostiene
Cathy Caruth cuando señala que el verdadero conocimiento es aquel que se
obtiene cuando uno conoce los límites del conocimiento.
La adquisición de esta certeza tuvo mucho de (auto) conocimiento como
profesional. Porque efectivamente llegué a hablar con una de estas personas
merced a todo un resguardo desde la metodología y la disciplina profesio-
nales, y fue por ellas que sostuve una conversación (no grabé el encuentro)
en el tono de otras entrevistas que había hecho, sin dejar que pesaran sensa-
ciones contradictorias y rápidamente cambiantes: el dolor transformó la ira
en pena por quien volvía a su pasado para mí. Actuaba como el historiador,
pero está claro que no sólo eso era yo esa tarde en que escuché prácticamen-
te las últimas horas de “Lorenzo”. Porque yo conocía los huecos en el
relato desplegado ante mí, y el rostro cambiante como un rompecabezas de
emociones me señalaba los esfuerzos que la persona hacía por no explicitar
lo que yo sabía por estar en el mismo momento cruzando sus palabras con
otros testimonios: que esta persona había sido una de las que “definió” con
su palabra que “Lorenzo” no viviera. La pena nació de ese saber que yo
tenía: mi testigo estaba indefensa, sin saberlo, frente a mí. Y a la vez, si yo

Telar 203
hubiera explicitado ese saber, la verdad que como familiar buscaba no hu-
biera sido posible.
Por otra parte, mi interés personal en saber sobre mi pariente generaba
una gran cantidad de preguntas que estaban ausentes, en general, de los
cuestionarios del archivo: eran preguntas que buscaban reconstruir a la
persona antes que al actor histórico, eran preguntas sobre Hugo Luis Onofri
antes que sobre una víctima del terrorismo de Estado en la ESMA. Aunque
queda claro que son lo mismo, el matiz era claramente visible en el tipo de
preguntas.
Los datos y relatos que yo iba incorporando y reuniendo introdujeron
una nota compleja en la relación con “Rosita” y mis primos, los hijos de
Hugo. Si tenemos presente su demanda porque yo compartiera aquello que
fuera averiguando con ellos, puede tomarse una idea de la dimensión que
algunas de las averiguaciones que yo hacía daban a un pedido de ese tipo. En
muchas ocasiones, sobre todo en el caso del hijo menor de Hugo, se plantea-
ron preguntas que no pudieron hacerle a su madre. Y la perplejidad y la
angustia frente a encontrar el límite para responderlas, hasta dónde contar,
qué parte de la historia de su padre estaba yo habilitado a contarles, pone
blanco sobre negro el impacto a veces terrible que nuestra investigación
tiene sobre los sujetos, las contradicciones entre la búsqueda de explicación
histórica y las narrativas personales, esta vez en seres queridos, y no meros
testigos. ¿Hasta dónde seguir? Vivir en carne propia estas contradicciones a
través de una historia devenida en personal realza la idea que siempre tuve
consistente en que a veces perdemos las dimensiones de las consecuencias
sociales e individuales de nuestro trabajo, tanto sobre nosotros como sobre
los actores.

¿Son contradictorias la Historia y las emociones?


Con mi perplejidad frente al lugar en el que ponerme frente a mi pasado
–que a la vez era el pasado social elegido como objeto más amplio de mi
interés profesional– se produjo un fenómeno interesante: actué tanto las
dificultades sociales para aprehender un pasado controversial como las di-
ficultades que algunos historiadores encuentran para reconocer su discipli-

204 Telar
na en relación con el presente.
Desde el sentido común de numerosos historiadores acerca de la prác-
tica profesional, la expresión “historia oral y emociones” debería ser en-
tendida como un oxímoron. Entre los historiadores, un cierto neopositi-
vismo que tiene mucho de autoexculpatorio frente a la responsabilidad
social de los investigadores parecería hallar en el resguardo del método y la
crítica de los pares el antídoto contra las desviaciones inducidas por las
segundas sobre la primera.
La noción de historia reciente ya pone en cuestión esta defensa corpo-
rativa, acaso desde un punto de vista antes ideológico que epistemológico.
Dentro del terreno de la historia del tiempo presente, y más ampliamente,
de la historia contemporánea, la historia oral fuerza al límite las relaciones
entre la práctica profesional y la propia subjetividad. Quisiera llamar la
atención sobre la idea de que aunque existen numerosos trabajos que se
ocupan de estos temas, en general lo han hecho mucho más desde el punto
de vista de las preocupaciones ideológicas de los entrevistadores –y del
cuidado por sus entrevistados– que desde el punto de vista de sus sentimien-
tos.
Dos preguntas aparecen como centrales: ¿Qué papel desempeñan las
emociones en nuestro trabajo como historiadores con fuentes orales? ¿Qué
consecuencias epistemológicas derivan de esta relación?
La historia personal que aquí resumí ha influido en mi trabajo desde
que comenzó a desenvolverse conscientemente. Pensar en las entrevistas
acerca de situaciones límites desde esta experiencia asigna una nueva di-
mensión a las emociones. El tránsito doloroso de este descubrimiento me
ha obligado a revisar mis preguntas y supuestos, abriendo una nueva di-
mensión analítica a mi trabajo, aquella que lleva a revisar el papel que
juegan las emociones no sólo en las respuestas y en la inquietud temática,
sino sobre todo en las preguntas del historiador.
Tener en cuenta estas cuestiones otorga una nueva dimensión a las dis-
cusiones acerca de la autoridad y la autoría en los testimonios. Las fronteras
entre la disciplina y su circulación social aumenta en porosidad. La vieja
pregunta de Michael Frisch (1990) sigue vigente:

Telar 205
What is the relation between interviewer and subject in the
generating of such histories –who is responsible for them and where
is interpretative authority located? How are we to understand
interpretations that are, essentially, collaboratively produced in an
interview, whether the relationship is one of cooperation or tension?
How can this collaboration be represented, and how, more
commonly, is it usually mystified and obscured, and to that effect?

¿Desde dónde preguntaba cuando preguntaba por “Lorenzo”? ¿Para


quién o quiénes preguntaba? Al reflotar esta pregunta creo que estoy res-
pondiendo a la perplejidad profesional que señalaba: más que negar el vín-
culo entre historia y presente, y entre el quehacer del historiador y sus
emociones, el desafío consiste en la construcción de legitimidad epistemoló-
gica y social a partir del reconocimiento de que estas fronteras son difusas.

Reflexionar sobre las emociones, reflexionar sobre la


política de la práctica
¿Para qué preguntaba? ¿Para qué preguntamos? Quisiera retomar algu-
nas de las reflexiones iniciales. Como señalé, en un primer momento el
silencio familiar acerca de Hugo se me apareció como una posibilidad de
exploración temática y metodológica. Pues si uno de nuestros objetivos es
el de lograr establecer que la dictadura militar fue un intento de reestructu-
ración de la sociedad (aunque focalizó la represión más cruenta en algunos
de sus sectores), a partir de problematizar casos como el de mi familia,
pensé, podríamos incorporar nuevos actores sociales a la narrativa acerca
de la dictadura, analizando los matices de una gran variedad de respuestas
posibles a esa coyuntura histórica, desde la indiferencia, pasando por la
negación, para llegar al beneplácito y la agencia, por ejemplo, en la mesa de
torturas.
El silencio familiar que me propuse analizar, entonces, podía ser una
forma de encontrar herramientas analíticas que permitieran dar cuenta de
la experiencia de actores aludidos en los estudios sobre la represión (ya
desde la condena, ya implicados, por ejemplo, en estudios acerca de los

206 Telar
medios durante la dictadura, en tanto “público”) pero escasamente toma-
dos como objeto.4
Al mismo tiempo, este sector debe ser analizado teniendo en cuenta lo
siguiente: en tanto “zona gris”, por no considerarse afectados o posibles
blancos de la represión, recibieron en forma alternada fundamentalmente
dos discursos: durante el período dictatorial (1976-1983) uno fuertemente
condenatorio “a la subversión”, que definía claramente acerca de qué lado
estar y advertía acerca de los riesgos de cruzar una barrera que separaba lo
social y políticamente aceptable de aquello que amenazaba las razones mis-
mas de ser de la sociedad. Pero luego de iniciado el gobierno democrático,
el discurso cambió, poniendo el énfasis sobre las violaciones a los derechos
humanos y condenando a cómplices y ejecutores. Este discurso, sostenido
inicialmente por los organismos de derechos humanos y actualmente domi-
nante, no dejó espacios para la inserción de las experiencias de los “testi-
gos”, que podían ser vistos en una gama que iba desde indiferentes hasta
cómplices.
Un objeto analítico, entonces, debe ser el de ver cómo recuerdan los
“testigos” la violencia de los años dictatoriales, qué piensan sobre las vícti-
mas y los victimarios, y sobre su propia cotidianeidad durante la dictadura.
Discurso difícil de recortar, puesto que, como señalé, la visión actualmente
dominante en el espacio público es la de condena al régimen militar y su
accionar. Entonces, ¿qué condicionamientos pone esto a la hora de recoger
respuestas sobre los puntos anteriores?
Por otra parte, si nos atenemos a la definición de terrorismo de Estado,
mi objetivo político es precisamente el de romper la noción de que la repre-
sión “sólo afectó a los afectados”. Paradójicamente, en este recorte social
confluyeron tanto la propaganda dictatorial como el discurso de los orga-
nismos por lo menos hasta la década del noventa. En un primer momento,

4
Esa escasez de estudios pueden deberse a dos cuestiones. En primer lugar, la dificultad de
delimitar un objeto: ¿cómo se pregunta sobre la represión a alguien que no se consideró
afectado por ella? O, desde el punto de vista inverso, ¿hasta dónde pesarán en sus respues-
tas el saberse "condenados" por una visión dominante sobre el período? Luego, en segun-
do lugar, la matriz cultural desde la que parten/ partimos los investigadores.

Telar 207
como una forma de señalar “al enemigo”, pero luego invirtiendo ese dis-
curso, como una forma de legitimar las voces para relatar el pasado.
Cuando investigamos el período lo hacemos desde una cierta empatía
con el objeto, sin hablar de la que uno pueda sentir ante la situación humana
de la pérdida y el dolor. Es más difícil acercarse a objetos ya no distantes o
“extraños”, sino que criticamos moral o políticamente. Frente a un discur-
so acerca de la dictadura concentrado en las familias de las víctimas (ahora
más abierto a la militancia política) en soledad frente al aparato represivo,
¿cómo se construyen los relatos acerca de y desde aquellos “no afectados”?
Mi familia, queda claro, perteneció a esa clasificación. Puedo afirmar
que esto no es dicho desde una posición culposa, pero sí con el interés de
construir –y responder– una cuestión analítica. Me parece que uno de los
verdaderos problemas que enfrentamos quienes trabajamos con el período
es precisamente el de estos casos, y en consecuencia me pregunto hasta qué
punto es útil movernos con un criterio de “otredad” muy absoluto.
Pero para quienes trabajamos con temas relacionados con la historia
reciente, entran toda una serie de condicionamientos para nada menores a
la hora de plantarse frente a un auditorio, ante los colegas, y en relación con
el discurso dominante en los distintos ámbitos en los que nos desenvolve-
mos. En cuestiones relativas al terrorismo de estado, los setenta y las orga-
nizaciones armadas, es posible señalar una serie de tópicos sobre las que
hay algunos acuerdos, a veces más o menos tácitos. Sin que suene peyorati-
va la expresión, la preocupación por el tema de la represión y los derechos
humanos aparece actualmente como “políticamente correcta”. Existe hoy
un discurso dominante en general condenatorio a los crímenes de la dicta-
dura militar y de la violencia y revalorizador de la democracia (cada vez
más autocrítico) y de los derechos humanos. No creo estar señalando nada
novedoso si digo que en general los investigadores nos movemos bajo ese
paraguas de temas y objetos, sobre todo porque ideológicamente comparti-
mos muchos de los valores que nuestros objetos implican, o respetamos la
lucha de aquellos a quienes, en mi caso, entrevistamos.
Un gran esfuerzo científico debería ser el de explicitar, en el caso de los
estudios relacionados con el terrorismo de Estado y las desapariciones, el

208 Telar
grado en que se han venido construyendo desde una visión normativa y a
partir de una escala de valores más o menos implícita en los objetos y
metodologías. Espero que quede claro que al plantear esto mi intención no
es ni relativista (en el sentido de negar las dimensiones de la tragedia, ni sus
consecuencias políticas ni morales) ni revisionista (en el sentido historio-
gráfico “argentino” del término y específicamente cuestionando la visión
hegemónica que mencioné antes, por ejemplo, desde un hipotético “punto
de vista militar”).
En relación con la zona de los “no afectados”, pienso que no hay cate-
gorías analíticas que permitan un abordaje sobre un universo clave desde el
punto de vista científico y político, ya que sin él toda la entera trama de la
dictadura (como proyecto remodelador de los lazos sociales) se hace ininte-
ligible (o sólo explicable a partir de respuestas tan canónicas como simplifi-
cadoras). La falta de estas categorías debe ser también parte de cualquier
investigación que se plantee este objeto: ¿o acaso la práctica historiográfica
quedó al margen de las consecuencias del terrorismo de estado? Las formas
que asumió –sinuosas a veces, obstruccionistas otras, “ciegas” a los efectos
de sentido sobre su propia discursividad que tomaba como herencia de un
campo cultural reconfigurado por el terror– también delatan en la misma
práctica historiográfica las inscripciones de esa “remodelación del lazo
social”.
La imbricación entre lo subjetivo y lo profesional puesta sobre el tapete
requiere de un paso simultáneo: definir la práctica historiográfica en rela-
ción a los objetivos políticos que uno pretende, haciéndolos explícitos. La
empatía que señalo no surge “naturalmente”: es producto de la subjetividad
del investigador, que se funda en la fraternidad (o sea en la solidaridad para
la generación de un vínculo humano en el que ya no perviva una dimensión
aniquilante del otro). Esa fraternidad ya es parte necesaria de una práctica
historiográfica que quiera construir un conocimiento verdadero, y a la vez
puede responder a una identificación política.5

5
A fuerza de ser sincero, en todo este proceso el averiguar acerca de la identidad peronista
de “Lorenzo” ha reforzado esta fraternidad y ha influido en mi voluntad por saber más
acerca de él. No puedo hablar de orgullo, pero sí de satisfacción por su militancia desde

Telar 209
¿Es posible diferenciar, desde las emociones, entre conocimiento ver-
dadero y verdad? Respondo con una pregunta: ¿qué verdad es la que quere-
mos recuperar de las garras exterminadoras tanto de la represión como de
versiones de la historia y la ciencia que no compartimos, y que buscamos
combatir?
En las preguntas hacia el pasado reciente se ponen en juego diversas
legitimidades: la del investigador, la del sobreviviente, la del deudo, la del
testigo, pero sobre todo, las de las generaciones futuras para intervenir en el
pasado. Cuando le conté a mi coordinadora en el archivo acerca de “Loren-
zo”, me dijo en broma: “ahora ya sos uno de los nuestros”, pues ella misma
es sobreviviente de un campo, es decir, una “afectada”. Pero aunque dicha
en tono de gracia, la frase refleja lo complejo de acercarse a este pasado
reciente.
Debo decir que yo no me considero un afectado, al menos entendiendo
por tal a quienes a partir de su condición de víctimas han desplegado una
actividad política o social. No he construido mi identidad social en base a
esa condición, sino todo lo contrario: como historiador profesional he vivi-
do las tensiones derivadas de la convivencia entre la lógica del investigador
y la del afectado en el trabajo de construcción de un archivo, lo que a veces
es muy poco grato.
Pero esa ambigüedad revela la complejidad del problema. Pues si bien
al principio de este texto enuncié que mi primera respuesta al (re)descu-
brimiento de “Lorenzo” había sido formular un plan de trabajo, este es aun
sólo eso. No he podido avanzar en su concreción. Y aunque esto puede ser
atribuido también a mis otras ocupaciones, sin duda un componente impor-
tante en la parálisis se debe a las dificultades para diseñar una forma profe-
sional de aproximarme a ese caso concreto.
¿De qué modo entran las emociones a la hora de diseñar nuestros
acercamientos hacia el pasado? Desde un punto de vista metodológico an-
tes que meramente psicológico, este item debería ser un componente im-

una identidad política que comparto. Al mismo tiempo, esta identidad ha sido un elemen-
to importante a la hora de que numerosos testigos abrieran sus recuerdos para mí.

210 Telar
portante en nuestras reflexiones.
Al momento actual de mis reflexiones –y sensaciones, pienso que exis-
te un punto de incompatibilidad entre un proyecto explicativo que raciona-
lice el horror y las demandas de verdad de los individuos originadas en
necesidades personales. Es decir, que no existe una traducción ni literal ni
lineal entre una necesidad existencia de saber y una voluntad analítica de
explicación. Esto no deviene sólo de la diferencia en los puntos de partida
o entre los actores (en este caso que describí, el actor soy yo en ambos
roles), sino en un punto donde acaso el conocimiento sea llegar a la certeza
de la imposibilidad de alcanzarlo:

It is enough to formulate the question in simplistic terms –Why


have the Jews been killed?– for the question to reveal right away its
obscenity. There is an absolute obscenity in the very project of
understanding. Not to understand was my iron law during all the
eleven years of the production of Shoah. I clung to this refusal of
understanding as the only possible ethical and at the same time the
only possible operative attitude. This blindness was for me the
vital condition of creation. Blindness has to be understood here as
the purest mode of looking, of the gaze, the only way to not turn
away from a reality which is literally blinding…

“Hier ist kein Warum”: Primo Levi narrates how the word
“Auschwitz” was taught to him by an SS guard: “Here there is no
why”. Primo Levi was abruptly told upon his arrival at the camp.
This law is equally valid for whoever undertakes the responsibility
of such a transmission (…) Because the act of transmitting is the
only thing that matters, and no intelligibility, that is to say no true
knowledge, preexists the process of transmission. (Claude
Lanzmann, 1995: 204).

Acaso la tensión entre saber y entender sea, en su límite, un antagonismo


insalvable. Pero hasta que dilucidemos ese punto, reflexionar sobre las
emociones que alimentan las intenciones que llevan a la búsqueda de am-

Telar 211
bos resultados permite ajustar nuestras herramientas metodológicas y con-
ceptuales. Si lo que nos alimenta es la voluntad de preservar al otro aun a
costa de alcanzar una verdad, no es poco hacerse estas preguntas, que llevan
además al resguardo de la propia persona. Pues lo que predomina como una
constante en la realización de entrevistas acerca de situaciones límite sigue
siendo la sensación de dolor permanente, de herida abierta, aunque inte-
rrumpida por momentos de placer, temor, sorpresa, felicidad, y orgullo.

212 Telar
Bibliografía
Frisch, Michael (1990): A Shared Authority. Essays on the Craft and Meaning
of Oral and Public History. Albany, State University of New York, XX.
Lanzmann, Claude (1995): “The Obscenity of Understanding”, en Cathy
Caruth (Ed.): Trauma. Explorations in memory. Baltimore, the John
Hopkins University Press, p. 204.

Telar 213
Transmisiones generacionales y
luchas de sentido
SUSANA KAUFMAN

En el final de un bellísimo cuento llamado La memoria como resistencia,


Elie Wissel1 (1) sentencia y propone que entre todas las luchas y conquistas
para enfrentar los males de humanidad: “se puede tomar a un niño de la
mano, pasear con él y decirle: ven te voy a contar una historia”. Un desafío
que ilumina la transmisión como camino posible, la narrativa como cons-
trucción y la historia como fuente. Un pasaje que más allá de la meta ética
que enuncia, plantea el tema de la transmisión generacional y abre a inte-
rrogaciones sobre procesos y dinámicas en la circulación de relatos, man-
datos, pertenencias y capital cultural entre generaciones.
La transmisión como proceso abarca planos y escenarios diferentes,
todos ellos complejos y donde las miradas teóricas y las implicaciones ideo-
lógicas se ponen a prueba al tratar de dilucidar el sentido y los caminos no
previsibles que las narrativas toman cuando se trata de entender al sujeto en
su espacio de experiencias vitales y a la relación entre un presente desde el
cual se reconstruye la historia y los hechos determinantes del pasado. Se
trata de inscripciones subjetivas, prácticas sociales y la gestión de discursos
que crean y se recrean en los lazos sociales entre jóvenes y mayores dando
entidad al enlace generacional.
En lo relativo a la reconstrucción de pasados marcados por violencias
sociopolíticas y a su comprensión, el proceso de transmisión de relatos y
memorias, en países como el nuestro y los de la región, estará atravesado
por fracturas narrativas devenidas de los efectos y de los duelos irresueltos
a causa de esas violencias y de sus marcas desubjetivizantes para las genera-

1
E. Wissel (2001) D’où viens-tu?, Editions du Seuil, Paris.

214 Telar
ciones protagonistas y para sus sucesores. Transmisiones que a veces han
podido expresarse, que han tenido acceso a las palabras, y otras a las que la
violencia se las arrebató y en consecuencia vació de narrativas posibles y en
las que se produjo un doble quiebre, el de lo irrecuperable de la experiencia
y el de su sentido.
La transmisión funda pertenencias, y recrea tradiciones, nos hace suje-
tos de determinaciones históricas y de significaciones que hemos recibido,
y sobre las que nos interrogamos para entender, explicar o interpelar nues-
tro presente. Las preguntas recurrentes acerca del origen e historias vividas
por las generaciones precedentes producen repeticiones y desafíos frente a
lo dado como parte de las construcciones de sentido, de la constitución
subjetiva y de la búsqueda creativa de espacios vitales de los más jóvenes y
de sus proyectos de futuro.
Me refiero al proceso de construcción de identidades en su doble enti-
dad, tanto en lo referido a lo singular de la inscripción subjetiva como a la
comprensión de la alteridad. La Identidad describe algo ligado al núcleo
mismo de lo personal-subjetivo como al núcleo de la cultura. Una dialécti-
ca que funda la vida en común y que nos constituye como sujetos. Y que
incluye la creación de sentido dando veracidad a representaciones, a creen-
cias y a prácticas sociales. Abarca las estructuraciones de significación e
interpretación de vivencias que desde el primer momento de la vida expo-
nen al sujeto a un mundo cuyos códigos deberá dominar para entrar en el
universo del sentido y de la experiencia.
Entre lo nuevo y lo viejo, entre lo recibido y lo apropiado, lo singular
de una generación al ser dado a otra revertirá versiones y creará otras en la
que segmentos de la historia y nuevos sentidos se combinan. Y esto desafía
voluntades perpetuadoras y viejas determinaciones que estallan en narrati-
vas sujetas a un presente marcado por la realidad vigente y por los imagina-
rios de actualidad. Reinscripciones y transformaciones constantes en que
cada generación construye sus referentes de identidad y sus relatos inscri-
biéndose en la continuidad generacional. Desde esta perspectiva, en la trans-
misión hay reproducción experiencial e histórica, resignificación y creati-
vidad en que ideales de época abren a nuevas identidades y concepciones

Telar 215
del mundo. Un eslabonamiento que se hace posible a través de la conexión
entre subjetividades, discursos compartidos, y significaciones que cada su-
jeto acomoda en su mundo de representaciones singulares y en sus deseos.
Desde ellas la historia individual construye sentidos, caminos y relatos de
identidad, pertenencias e inserción social.
La transmisión no es un terreno llano ni marcado por voluntades, para
quienes intervienen en su dinámica, incluye intrigas y silencios, experien-
cias que no pudieron ser manifestadas o compartidas entre quienes compar-
ten la vida en común, padres e hijos, por ejemplo. También ocurre esto en
otros ámbitos de transmisión como la escuela por estar sujeta a versiones
hegemónicas de discursos vigentes y políticamente determinados. Estos
silencios y quiebres comunicativos y vinculares muestran sus huellas en
huecos de significaciones tanto grupales como individuales.
Con estas rupturas semánticas y comunicativas me refiero a las conse-
cuencias traumáticas de violencias sociales, en forma de padecimientos
individuales y comunales. Sufrimientos que se constituyen expresión per-
sonal y en marca de tiempos sociales. Lo que se escenifica tanto en ámbitos
públicos y en las políticas del silencio, de la mano de voluntades que mani-
pulan la memoria social con versiones dominantes, como en el plano indi-
vidual con formas sintomáticas de sufrimientos y patologías persistentes,
que al no encontrar canales sociales para su expresión multiplican clausu-
ras y reparaciones psíquicas. Un campo que la investigación psicológica y
psicoanalítica ha trabajado en cuanto a sus dinámicas y en sus patologías.
Estudios que estallaron a partir de guerras, exilios forzosos y campos de
exterminio y diferentes formas de represión sistematizadas.

Escenarios y vínculos de transmisión


Jóvenes y mayores entrelazan temporalidades y experiencias que se
articulan en narrativas y lo hacen en distintos escenarios o ámbitos. El
ámbito familiar remite a lo íntimo, a lo privado, a las relaciones de cuidado
y crianza, a las dinámicas vinculares entre padres e hijos, y a la historia
familiar en sus mitos e imaginarios. En la infancia los padres y otros adultos
que pertenecen a la esfera afectiva son los garantes del cuidado y los trans-

216 Telar
misores de relatos, saberes y mitos de fundación para la constitución subje-
tiva. Bajo esas miradas, bajo esas palabras y determinaciones históricas y de
época, las nuevas generaciones se posicionan en lo que de repetición y de
creatividad tiene la vida humana. Un origen que inaugura y construye en
alteridad dando resguardo a las vicisitudes psíquicas y a los procesos sim-
bólicos que el lenguaje y la experiencia pondrán en escena frente a las lógi-
cas sociales transmitidas a través de códigos y del capital cultural.
En la adolescencia y la juventud es ese mundo de garantías infantiles y
de los nuevos espacios los que sostienen los procesos de diferenciación y
confrontaciones para la estructuración de deseos, proyectos y horizontes de
sentidos. Los ideales y promesas de la infancia suelen ponerse a prueba en
esta etapa.
Como parte del eslabonamiento generacional, la mirada curiosa de los
jóvenes al escuchar narrativas sobre personajes y circunstancias contingen-
tes del tiempo pasado convierten esas historias en imaginarios de época y a
la vez en figuras de identificación, que de manera reconocible o silenciada,
configuran parte de las tensiones entre lo legado y lo que se apropia y rein-
terpreta.
En este sentido los grandes relatos, los testimonios, la lectura u otros
géneros discursivos son decisivos en las lógicas grupales y en la imagina-
ción adolescente y juvenil. También lo son los emblemas, ropajes o ideas
como parte de los imaginarios éticos y estéticos. La idealización de líderes
o personajes, aún de signos muy opuestos se convierten en iconos o héroes.
Mistificaciones o rechazo que, siempre en voltaje extremo, pueden llevar a
identificaciones masivas.
Un campo esencial en la constitución y sostén de la identidad de los
jóvenes es la ideología, un horizonte de creencias y discursos, que acomo-
dan deseos e ilusiones, que se convierten en núcleos significantes de con-
cepciones para armar cosmovisiones y verdades que construyen idearios
para imaginar cambios y perspectivas emancipatorias desde las cuales los
jóvenes fundan lugares y gestiones personales y comunitarias. Momento
vital y conceptos como crítica y conciencia social en general confluyen y el
par binario ilusión / desilusión toma escena radicalizada.

Telar 217
La ideología –noción que requeriría un examen exhaustivo en el cam-
po de las concepciones intelectuales– se refiere aquí a un conjunto de siste-
mas de interpretaciones que operan en forma de percepciones del mundo y
que son relevantes para los grupos que las producen y para la distribución
del poder.
Sin duda el interés por el espacio público, la ideología, la política, la
militancia y las formas de nucleamiento se convierten en claves de la inte-
gración y conquista identitaria.
Pero no se trata sólo de un campo sublimatorio que repara las incom-
pletudes del mundo interno, se trata de una entrada al mundo social consti-
tuido en sus claves establecidas, que plantean desafíos y que convierte a los
jóvenes en una doble figura: la dorada esperanza de cambio generacional, y
al mismo tiempo el grupo mas vulnerable para las determinaciones del
campo productivo e institucional.
Desde esta mirada, la gestión política puede brindar un lugar de acceso
y dominio de la escena pública, implementa crítica, gestión e ideales y filo-
sofías de cambio. Y la práctica de militancia garantiza en la grupalidad
pertenencias, ofrece modelos de nucleamiento, eficacias políticas e ideales
encarnados. Una grupalidad con reglas, códigos, contención y policiamiento
adquirido, en que ideas y valor toman la fuerza del yo del conjunto.
Es indudable que las nuevas generaciones están involucradas en sus
propios campos de intereses y en las determinaciones que la época impone.
Y para incluir una perspectiva en nuestros países: la violencia trae la di-
mensión del miedo como parte de la participación en la vida pública y en la
idea de política que se transmite en piases con pasados violentos y con tanto
miedo vivido. Desafíos y fantasmas se ponen a prueba en épocas de políti-
cas represivas y discursos centrados en el control autoritario, en que violen-
cias y estrategias amenazantes tienen entre sus objetivos fracturar al sujeto,
romper con la capacidad crítica y someter en miedo y terror a la condición
de pasividad y vulnerabilidad. La herencia de miedos y terrores puede pro-
ducir subjetividades amenazadas o aplastadas.
El intercambio generacional plantea controversias y dilemas si se trata
de revisar el pasado, y poner a los más grandes en la mira de los más jóvenes.

218 Telar
Muchos interrogantes y puntos dilemáticos se plantean en este intercam-
bio. Y diálogos posibles e imposibles. Luchas entre sentidos a crear o a
perpetuar, entre palabras y silencios. Un desafío para los que se propongan
revisar el pasado en Argentina, en términos de pensar la mirada crítica
frente a saberes consagrados, hegemónicos o estatificados. Y revisitar la
historia desde una perspectiva crítica que se repregunte por la ideología y
las prácticas políticas y los sentidos de militancia de los setenta, no solo en
sus consecuencias dolorosas o en la victimización, sino en sus herencias
políticas. Y sobre todo en los horizontes de la política como forma de
mediación en los conflictos sociales.
Una tarea que varias generaciones venimos compartiendo en experien-
cias de transmisión de relatos y memorias acerca de la dictadura argentina.
Discursos y dilemas que transitan en las políticas de la memoria, en versio-
nes y determinismos que plantean sus luchas en diferentes escenarios ínti-
mos y públicos. Un debate que comenzó en el final de los setenta al reguardo
de entornos privados y protegidos y que se abrió y tomó la esfera pública en
las décadas siguientes y sigue vigente en toda la gama de interpretaciones
tanto perpetuadoras como críticas.
No cabe duda de que el diálogo y la necesaria revisión de los años de la
dictadura es difícil, por el dolor de las víctimas y los duelos irresueltos, por
la violencia irreparable del terrorismo de estado y por que, en algunos
casos, los propios actores de esos años, resisten esa revisión pues parece
amenazar pertenencias e ilusiones que en las tramas de transmisión repro-
ducen mas clausuras de sentidos que interrogaciones y aperturas.
En el debate acerca del pasado, me pregunto acerca de la persistencia de
un tipo de relato muy cerrado marcado por los silencios e imposibilidades
de recuerdo por parte de los que ocuparon el centro de la escena en los
setenta. Se suman a esta compleja red el silencio de los descendientes que no
preguntan sobre la historia personal de los involucrados y de los que murie-
ron. Tampoco se abrieron preguntas sobre sus proyectos políticos. Una
primera mirada que surge de mi observación, revela en esos silencios las
marcas traumáticas en miedos y terrores transmitidos que parecen blo-
quear la curiosidad y el acceso a la historia de las tensiones y luchas de esa

Telar 219
época. Y otra mirada incluye la voluntad política de sostener el pasado
intacto.
En el armado de memorias existe un enlace permanente entre las expe-
riencias de transmisión privadas y la vigencia de versiones que la memoria
social construye. El espacio de lo íntimo refleja y recrea narrativas colecti-
vas sobre el pasado y reformula las interpretaciones privadas sosteniendo
una dialéctica permanente entre lo privado y lo público.

220 Telar
5. RESEÑAS

Una república de las letras. Lugones, Rojas, Payró. Escritores


argentinos y Estado. Miguel Dalmaroni. 2006. Rosario: Bea-
triz Viterbo.

Este nuevo y provocativo texto de Miguel Dalmaroni se inaugura con


un postulado desafiante: “la literatura argentina es corta y es mala”. Luego
del escándalo inaugural, el crítico sale a buscar esquinas para encontrarse
con los textos fundacionales de la literatura argentina. La primera escena de
lectura acontece en una clase universitaria y los estudiantes “que han sopor-
tado mis cursos” se convierten en privilegiados lectores imaginarios del
libro. Ante el reconocimiento de una carencia sale a la palestra el profesor
con “un impulso antológico magnánimo si pretendemos no quedarnos con
las manos vacías”.
El diálogo inunda el texto, su autor va marcando las puertas de entrada
a su propia escritura y provoca a su curioso lector con avisos, desvíos,
anexos y una coda. “A excepción del final del punto 3, y del 4, estas notas
reúnen alguna información disponible y más bien básica, de modo que
podrán ahorrar trabajo a los legos que fatiguen los temas de este libro pero
resultarán ociosas para los especialistas. Creo no obstante que recuerdan
cuestiones técnicas cuya consideración es necesaria para entender con qué
materia Lugones procuraba construir una política de la lengua” (197).
A la manera de Cortázar, el libro se organiza en los capítulos del lado de
acá del crítico, del lado de allá del escritor y los capítulos prescindibles,
rincones en los que se explicita la urdimbre de la escritura. Con distintos
tonos narrativos explora las principales tesis de Ángel Rama sobre las posi-
ciones de los escritores-artistas durante el fin de siglo de la modernización
y las vinculaciones de los cuadros profesionales con el Estado y la política.
Dalmaroni trabaja en la emergencia de las obras preguntándose sobre

Telar 221
el proceso mismo que siguen las letras, juzgando sobre la marcha, organi-
zando colecciones de libros distintos. “Nosotros también tuvimos un raro.
Es lo que vienen a decirnos, cuando narran la vida de Emilio Becher, algu-
nos jóvenes escritores argentinos del 900”. Revisita los lugares comunes de
la historia de la literatura argentina y explicita los modos de construcción
de los mitos nacionales y de los mitos generacionales en el momento de su
emergencia. En los casos paradigmáticos de Rojas y Lugones, señala
Dalmaroni, mientras inventan figuras de escritor en las que es constitutiva
la imagen de un pacto con el estado, trabajan para el gobierno. Ocupan una
nueva posición en la ciudad modernizada, son los organizadores y los ad-
ministradores de su cultura: escriben libros por encargo, planifican refor-
mas educativas o se desempeñan como docentes.
“En la experiencia de lo que llamamos arte pasa algo que no pertenece
al orden de la comunicación”. El autor se ubica políticamente frente a las
definiciones de literatura como arte. Compromete los conceptos de juego
revertido, de “descomposición-composición” y polemiza con la “reduc-
ción comunicológica” de la literatura. La polémica es feroz, cuando habla
de la “reducción lingüística” como de un campo que ha sido capaz de ridi-
culizar la idea, un tanto curiosa por cierto, de la existencia de un pasado
material, acerca del cual “podemos alcanzar a saber algo”.
Arte y literatura son, para Dalmaroni movimientos de fractura y de
quiebre. Se definen como modulaciones del conflicto que se produce “entre
las lógicas de intercambio y un tipo de acontecimiento que precisamente
corta el circuito, interrumpe la comunicación y es ajeno al régimen de re-
presentación” (13). Si el artista moderno es asocial, “los compromisos que
se estudian aquí entre nuevos escritores y nuevo estado subrayan la distan-
cia, la confrontación o la ajenidad” (14). La investigación reedita dos pro-
blemas de la historia de la literatura argentina: la profesionalización de la
escritura y los sueños democratizadores de la educación.
Otro aporte importante del libro es la delimitación de la expresión
“república de las letras”. Dalmaroni adopta esta figura para referirse a un
proceso histórico particular. No se trata de la repetición de la alegoría del
gobierno de la ciudad en manos de poetas sino más bien “de una concesión

222 Telar
que lo corrige al destinar para el jefe de Estado o el hombre de acción un
suministro espiritual imprescindible que sólo el escritor-artista moderno,
su ventrílocuo, podría proporcionarle” (16). Esta alianza entre escritores y
Estado que se organiza en torno a 1910, se rompe en la figura de Juan José
Saer, el último gran escritor modernista de la literatura argentina, autor de
Glosa, “nuestra mejor novela moderna” (227). Saer compone la figura de un
escritor responsable en tanto persigue la “moral de la forma”, la suya es una
moral puramente artística y por lo tanto, antiestatal. El otro corte de esta
tradición organizada por el prolijo itinerario de Dalmaroni se representa
con la escritura de Aira y la emergencia de una imagen del artista irrespon-
sable. “El artista Aira, persigue una subjetividad completamente desanuda-
da, no confrontada sino más bien ajena a nociones edificantes cono responsa-
bilidad, estrategia o gusto. Aira, en efecto, busca atontar con “brillitos”
diminutos cualquier razón que no sea él mismo” (230).
La crítica no construye obras pero sí una literatura entendida como
corpus orgánico, fue la sutil sentencia de Ángel Rama en los complejos años
70, cuando la revolución se sentía próxima. Dalmaroni, en el 2006 hace
una apuesta aún más fuerte y diseña los prolegómenos de un proyecto inte-
lectual vanguardista. Se alega de las prefiguraciones del canon e incorpora
un nuevo lector y sus mediadores: el sujeto secundario.
“Escribimos crítica porque enseñamos literatura en las universidades;
y allí, casi todos nuestros alumnos se preparan para trabajar como docente
de lengua y literatura en la escuela secundaria. Podemos tratar de expandir
nuestro trabajo hacia otros territorios, y a menudo lo hacemos; podemos
probar otras formas de intervención crítica o inventarlas, pero no porque
carezcamos de laguna: improbablemente entusiasmados, apasionados,
conflictuados, fastidiados o, en el peor de los casos indiferentes, el modo
principal en que de hecho intervenimos es ese –el de mayor alcance–, y
nuestro interlocutor, apenas indirecto, el sujeto secundario, está allí” (18).
El libro se escapa del manual de cátedra y se ubica en los “arrabales”
identificados por Gustavo Bombini, pocas escrituras tan localizadas como
ésta. Se inscribe en su tiempo histórico, en el país al que pertenece, en la
sociedad en la que vive, coordenadas que explican las decisiones funda-

Telar 223
mentales de su tarea intelectual. Se debate entre el juego abierto y el juego
regulado por la academia en la que el mismo Dalmaroni participa y organi-
za sus saberes.

Rossana Nofal
Universidad Nacional de Tucumán-CONICET

Cosa de Negros. Washington Cucurto. 2003. Buenos Aires:


Interzona.

Excesos, corrupción y marginalidad son los pilares que, según Santiago


Vega en Cosa de negros, marcaron la década de los noventa. Con el seudóni-
mo de Washington Cucurto –personificado en su propio relato– busca crear
un nuevo espacio para dar voz a una marginalidad silenciada.
La novela recrea el contexto del esplendor menemista, una fiesta en la
que conviven pobres y ricos, empresarios y obreros. El autor explora la
oralidad de personajes cotidianos y anónimos. Los relatos de Cucurto in-
gresan a un mundo delirante con un lenguaje vertiginoso y barroco. El
background de la cumbia, sumado a las escenas de sexo violento y descarna-
do, construye una atmósfera inverosímil en donde todo puede suceder, dan-
do lugar al “realismo atolondrado” una estética creada por el mismo autor
para inscribir los extremos “Noches vacías” y “Cosa de negros” son los dos
relatos que integran la novela.
Atravesado por el “argot callejero”, la primera parte –que lleva el títu-
lo de una canción de Gilda–, refleja una mirada crítica sobre la vida de las
bailantas, lo efímero del amor y la construcción de las relaciones. La músi-
ca acontece mientras todos son felices, mientras son pobres, mientras son
violentos y violentados, la cumbia pasa a ser centro de la periferia en el
margen de la gran ciudad. En el segundo relato el autor busca una represen-
tación del “otro” con lemas peronistas en una Argentina tipificada y revela-

224 Telar
da desde el humor y lo grotesco.
Santiago Vega nos devuelve la reconstrucción del imaginario de los
excluidos que en otro momento estuvieron en los relatos de Arlt y Puig. El
Buenos Aires de Cosa de negros exacerba la marginalidad generada por el
sistema económico, agregándole el ingrediente de la cumbia como un ele-
mento que permite el ingreso a una igualdad ficticia.
“La cumbia no es de nadie. Ni de las discográficas, ni de las bailantas,
ni de los autores. La cumbia es del hogar donde suena, es de aquél que lo
sabe bailar”, sostiene el narrador en la novela y es esta su apuesta más fuerte
de una lite-ratura en la que ingresa, de una manera violenta, un mundo
violentamente excluido.

Sonia Páez de la Torre


Universidad Nacional de Tucumán

Países de la memoria y el deseo. Jorge Luis Borges y Carlos Fuen-


tes. Carmen Perilli. 2004. Tucumán: Instituto Interdiscipli-
nario de Estudios Latinoamericanos, Facultad de Filosofía y
Letras, Universidad Nacional de Tucumán.

Los múltiples ingresos que permiten las obras de Jorge Luis Borges y
Carlos Fuentes generan en los críticos una particular atracción por revisar
sus obras. La vastedad de temas y la resignificación de muchos de ellos
conforman una zona pródiga al momento de proponer nuevas lecturas.
Carmen Perilli asume el reto y aborda con solvencia un nuevo recorrido
nacido de la idea de que ambos escritores cartografían geografías reales,
imaginarias, políticas, heterogéneas pero fuertemente imbuidas de la magia
de la metáfora pródiga.
La autora de Países de la memoria y el deseo. Jorge Luis Borges y Carlos
Fuentes muestra su propia cartografía de lectura y se inscribe como sujeto

Telar 225
lector deseante de un lenguaje que examina trayectorias de escritura naci-
das de dos aspectos centrales para la literatura latinoamericana: la memoria
como expresión del deseo en Borges y el memorioso como voz del mestiza-
je en Fuentes. El cruce de materiales teóricos –en particular los aportes de
Barthes– con la obra de los dos escritores resulta sumamente productivo. El
lector se enfrenta, así, con torsiones interesantes en el desarrollo de temas
ejes para ambas producciones, especialmente a partir de líneas teóricas que
permiten repensar la escritura de ambos autores. En este camino, la pro-
puesta de Marc Augé para el tratamiento del ‘lugar’ resulta un aporte sus-
tantivo aunque por momentos este aspecto queda subsumido por otros te-
mas ya más frecuentados por la crítica.
El libro está organizado en dos secciones: “El país de Borges” y “El
país de Fuentes”. Ambas están ligadas por el propósito central que guía a
todo el trabajo: efectuar una recorrida por esos países que, desdibujando los
límites geográficos, ofrecen una travesía por sitios simbólicamente cons-
truidos. Los mismos remiten a ciertas constantes temáticas: la tradición, la
patria, el linaje en el caso del argentino y el mestizaje, la lengua, la conquis-
ta, la identidad en la obra del mexicano. La línea teórica que sustenta ambas
partes del libro es deudora de Michel de Certeau en especial en lo referido
a la “función simbolizadora” de la escritura. Los materiales analizados son
vastos y, tal vez, excesivos, en la medida que esa vastedad impide profundi-
zar en el tratamiento de algunos temas. En la primera sección aborda a
Borges desde Borges mismo: algunos componentes centrales para el desa-
rrollo de este tema están en la obra del argentino y desde ese lugar revisa el
papel de la memoria, de los dobles, de los libros en un interesante trazado
para mapear un territorio que alberga, desde su perspectiva, el eje de la
escritura borgeana: “trabajar el pliegue como lugar de memoria” (33).
En estrecha relación con la autobiografía, el capítulo titulado “Geogra-
fías míticas” despliega otra de las obsesiones de Borges: la condición de
escritor unida a la condición de argentino. Desde esta perspectiva, lo auto-
biográfico y el ‘ser argentino’ conforman un lugar concebido como un espa-
cio simbólicamente geográfico. La autora remite tanto al concepto de histo-
ria literaria como de lectura para abordar estas cuestiones y fija su atención

226 Telar
en el modo en que Borges impregna el espacio con mitos. La sección se
completa con “El imperio del papel” donde se despliega la relación de
Borges con los libros, con la palabra, con Occidente y Oriente centrando el
análisis en el modo en que “los mundos del autor ponen en juego el poder de
topologías y cronologías, topografías y cartografías” (49-50)
La segunda sección está focalizada en la obra de Carlos Fuentes y cons-
ta de tres partes. “Entre orillas y fronteras” atiende a la resignificación
realizada por el mexicano en lo referido a problemáticas centrales vincula-
das con América Latina. En tal sentido, los lazos de Fuentes con la vanguar-
dia mexicana y El Ateneo son considerados de modo relevante, al igual que
la inclusión lateral del escritor en el “proyecto moderno” aunque “sin aban-
donar una posición crítica” (60). Perilli aborda gran parte del corpus narra-
tivo de Fuentes, hecho que le posibilita desarrollar el modo en que el escri-
tor considera un tema eje para su proyecto creador: la identidad. La varie-
dad de textos analizados genera un abordaje sucinto, cuestión que impide a
la autora avanzar y profundizar en temas que por momentos sólo deja plan-
teados. Dado que el tópico referido a la identidad conforma un nudo narra-
tivo destacado en la obra del escritor mexicano, Carmen Perilli propone
nuevos ingresos para analizarlo, en particular a partir de la afirmación de
que “El escritor se propone ser el memorioso de México, el escritor nacio-
nal que construye la literatura e imagina la historia” (57). Los entrecruza-
mientos de la crítica y la cultura y la teoría y la ficción en la obra de Fuentes
son observados y considerados en función del papel que éste le atribuye a la
cultura y a la literatura en tanto forma posible de “resistencia a los proyec-
tos imperiales” (55). En “El reto de la esfinge” retoma la herencia de Fuen-
tes, es decir, de sus deudas con la vanguardia mexicana y con El Ateneo,
dando así sustento a la idea de que el proyecto del mexicano busca inscribir-
se en la “tradición hispánica compartida” (75). El recorrido de lectura,
queda explicitado en las interesantes asociaciones establecidas con escrito-
res como Octavio Paz o críticos como Edward Said. En “La máquina de
leer y escribir”, relee la obra desde la crítica de la lectura, el rearmado de la
cultura mexicana mediada por la literatura, tejido de nuevas genealogías.
La autora se detiene en los pares civilización y barbarie; traición y
tradición, conceptos que con frecuencia son revisitados por los estudiosos

Telar 227
de estos escritores. El libro ofrece nuevas vías de interpretación, logrando
interesantes expansiones de perspectivas de lecturas. Al mismo tiempo
Perilli restituye interrogantes acerca de las ficciones sobre la cultura conti-
nental. Pese a que el corpus abordado es excesivo, Países de la memoria y el
deseo. Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes es un estudio relevante dentro de los
estudios literarios latinoamericanos.

María del Pilar Vila


Universidad Nacional del Comahue

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COLABORADORES DE ESTE NÚMERO

María Jesús Benites: Doctora en Letras. Docente de la Facultad de Filoso-


fía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán. Pertenece, como miembro
investigador, al Instituto Interdisciplinario de Estudios Latinoamericanos. Ha
publicado el libro Con la lanza y con la pluma. La escritura de Pedro Sarmiento de
Gamboa y artículos sobre la escritura de los viajeros al Estrecho de Magallanes
durante el siglo XVI.

Mariana Bonano: Profesora y Licenciada en Letras, egresada de la Facul-


tad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán, donde se
desempeña como docente. Fue becaria del Consejo de Investigaciones de dicha
universidad. Actualmente cursa la carrera de Doctorado en Letras con el apoyo
de una beca de postgrado del CONICET.

Aldo Casas: Licenciada en Antropología social, miembro del consejo de


redacción de HERRAMIENTA Revista de debate y crítica marxista, secretario de la
sección argentina de la International Gramsci Society, investigador en el Proyec-
to Resistencia y Protesta Social (UBACYT). Dirigente del PST primero y luego
del MAS, colaboró también con organizaciones marxistas en Venezuela, Portu-
gal, España y Francia y es actualmente integrante del colectivo político Cimien-
tos y su publicación Nuevo Rumbo. Es autor (con el seudónimo Andrés Romero)
del libro Después del estalinismo. Los estados burocráticos y la revolución socialista y de
numerosos trabajos publicados en revistas nacionales y del exterior. 

Miguel Dalmaroni: Investigador del CONICET. Profesor Titular de Me-


todología de la Investigación Literaria y Adjunto de Literatura Argentina II en
la Universidad Nacional de La Plata. Ha publicado numerosos estudios en
revistas especializadas, y en Punto de vista, Revista de Crítica Cultural, Otra parte. Ha
colaborado en los tomos VIII y XI de la Historia Crítica de la Literatura Argentina
dirigida por Noé Jitrik, y en las ediciones críticas de la Colección Archivos del
Martín Fierro de Hernández y de El entenado y Glosa de Juan José Saer. Entre sus
últimos trabajos se cuentan los libros La palabra justa. Literatura, crítica y memoria
en la Argentina, 1960-2002, (2004), y Una república de las letras. Lugones, Rojas, Payró
(2006).

Aymará de Llano: Dicta Literatura y Cultura Latinoamericana II en las

Telar 229
Carreras del Departamento de Letras en la Universidad Nacional de Mar del
Plata, así como Seminario de grado y posgrado del área y de Escritura Académi-
ca. Es investigadora del CE.LE.HIS. (Centro de Letras Hispanoamericanas)
perteneciente a la Facultad de Humanidades de su Universidad. Participa en
Congresos y Jornadas nacionales e internacionales. Ha publicado y publica
artículos en revistas académicas. Sus libros recientes son: Pasión y agonía. La
escritura de José María Arguedas (2004) y es co-editora de Animales Fabulosos. Las
revistas de Abelardo Castillo (2006).

Noé Jitrik: Escritor y ensayista. Director del Instituto de Literatura Hispa-


noamericana de la UBA. Doctor Honoris Causa de la Universidad de Puebla,
México. Profesor de numerosas universidades de prestigio en América Latina y
Europa. Dirige la colección Historia Crítica de la Literatura Argentina. Entre sus
numerosas publicaciones se destacan: El mundo del 80, Muerte y resurrección del
Facundo, Las armas y las razones, La vibración del presente, La memoria compartida,
entre muchas otras.

Susana Griselda Kaufman: Licenciada en Psicología, especializada en te-


mas de infancia y juventud. Profesora Adjunta del Departamento de Psicoaná-
lisis en la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, docente e
investigadora en el área de subjetividad y construcción de memorias ligadas a
períodos de violencia política. Autora y coautora de artículos vinculados al
tema. Ha compilado, junto a Elizabeth Jelin, el volumen Subjetividad y figuras de
la memoria (2006). Es miembro permanente del Núcleo de Estudios sobre me-
moria del IDES, Buenos Aires.

Denise León: Magíster en Lengua y Literatura y Doctora en Letras por la


Universidad Nacional de Tucumán. Ha publicado artículos en revistas naciona-
les e internacionales. En este momento es Becaria Posdoctoral de CONICET y
se encuentra realizando una investigación sobre el poeta judeo-cubano José
Kozer.

Federico Guillermo Lorenz: Es historiador y docente. Ha publicado diver-


sos trabajos sobre la historia argentina reciente, particularmente sobre la guerra
de Malvinas, el período de la dictadura militar y la transición democrática, y
acerca de las relaciones entre historia, memoria y educación. Es autor del libro
Las guerras por Malvinas (2006). Ha compilado, junto a Elizabeth Jelin, el volu-
men Educación y memoria. La escuela elabora el pasado (2004). Entre 2001 y 2004

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formó parte del equipo del Archivo Oral de Memoria Abierta y del Programa de
Historia Oral de la Facultad de Filosofía y Letras (UBA). Es Profesor en CEPA,
la Escuela de Capacitación del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.

Miguel Mazzeo: Profesor en Historia por la UBA, y docente de esa univer-


sidad. Miembro del comité editorial de la revista Periferias (Argentina) y Lutas
Sociais (Brasil). Participa en espacios de formación de sindicatos, organizaciones
populares y cátedras libres universitarias. Ha publicado entre otras obras Volver a
Mariátegui (1995), Cooke de vuelta, el gran descartado de la historia argentina (1999,
compilador), Piqueteros. Notas para una tipología (2004), ¿Qué (no) hacer? Apuntes
para una crítica de los regímenes emancipatorios (2005).

Celina Manzoni: Doctora en Letras (UBA). Profesora Titular Consulta de


Literatura Latinoamericana en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universi-
dad de Buenos Aires. Becaria de la DAAD en el Instituto Iberoamericano de
Berlín y de la UBA en la Universidad de Princeton. Premio Ensayo Internacio-
nal 2000 Casa de las Américas, La Habana. Numerosos artículos publicados en
libros y en revistas de la especialidad; cursos y conferencias en América Latina,
Estados Unidos y Europa. Libros: Un dilema cubano. Nacionalismo y vanguardia
(2001). Roberto Bolaño: la escritura como tauromaquia (2002). La fugitiva contemporanei-
dad. Narrativa latinoamericana 1999-2000 (2003). Violencia y silencio. Literatura lati-
noamericana contemporánea (2005).

Juan Martini: Novelista argentino de gran repercusión. Entre sus novelas


se destacan La vida entera, Composición de lugar, El fantasma imperfecto, La construc-
ción del héroe, El enigma de la realidad, El autor intelectual, Fuerte apache, Colonia.

Soledad Martínez Zuccardi: Profesora y Licenciada en Letras. Docente de


la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Tucumán y
becaria de postgrado del CONICET. Su tema de investigación es Literatura,
vida intelectual y revistas culturales en Tucumán (primera mitad del siglo XX). 

Carmen Perilli: Doctora en Letras. Profesora Titular en la cátedra Literatura


Hispanoamericana de la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina. Investi-
gadora Independiente del CONICET. Directora del Instituto Interdisciplinario
de Estudios Latinoamericanos y de la Revista Telar. Libros: Imágenes de la mujer en
Carpentier y García Márquez. (1991); Las ratas en la Torre de Babel. La novela argentina
entre 1982-1992 (1994); Historiografía y ficción en la narrativa latinoamericana,
Humanitas-UNT. (1995); Colonialismo y escrituras en América Latina. IIELA,

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Tucumán, (1998); Países de la memoria y el deseo. Jorge Luis Borges y Carlos Fuentes
(2005); Cartografía de ángeles mexicanos. Elena Poniatowska (2006).

Compilaciones: Las Colonias del Nuevo Mundo (1996); Escrituras alternativas


(1997); Fábulas del género. Sexo y escritura en América Latina (1999) en col.; Discursos
Imperiales, (1999). Libros editados: El sueño argentino de Tomás Eloy Martínez,
(1999) y numerosos artículos.

Alan Rush: Profesor en Filosofía por la UNT, y docente e investigador de


esa universidad. Miembro del IIELA y colaborador de Telar desde su fundación,
y del Instituto de Epistemología de la UNT. Ha publicado Latinoamérica y el sínto-
ma posmoderno. Estudios políticos y epistemológicos (IIELA, 1998), y artículos de epis-
temología –especialmente del psicoanálisis y el marxismo– y sobre pensamien-
to social y político. Colaborador de la revista Herramienta, ex militante del Movi-
miento al Socialismo, y actual miembro del colectivo socialista Cimientos.

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Normas para la entrega de artículos

1. Los trabajos tendrán una extensión máxi- de las mujeres. Georges Duby y Michelle Perrot
ma de veinte páginas (Times New Roman eds. Tomo 3. Del Renacimiento a la Edad Mo-
12 a doble espacio). derna. Arlette Farge y Natalie Zemon Davis
2. Las referencias correspondientes a las citas eds. Madrid: Taurus, pp. 33-74. Si se tratase
bibliográficas se ofrecerán parcialmente en de una obra en varios volúmenes de un
el cuerpo del texto, incluyendo, entre pa- mismo autor, se citará de la siguiente forma:
réntesis, el apellido del autor o autora, el año Cutolo, Vicente Osvaldo (1985): Nuevo dic-
de publicación y el número de página cionario biográfico argentino (1750-1930). Tomo
(Auerbach, 1942: 36). Si el nombre y el apelli- 7 SC-Z. Buenos Aires: Elche.
do del autor hubiesen sido mencionados en e. Las aclaraciones respecto a colección, a
el texto sólo se consignará entre paréntesis el fecha de edición original de la obra, o bien a
año y el número de página (1942: 36), o sólo la edición utilizada de una obra se harán de
el año. El resto de los datos se brindará en la la siguiente forma: Santa Teresa de Jesús
bibliografía colocada al final del artículo, de (1986): Obras Completas. Transcripción, intro-
acuerdo con el siguiente orden: Autor/a/ Año/ ducciones y notas de Efrén de la Madre de
Título/ Ciudad/ Editorial/ Número de pági- Dios, O. C. D. y Otger Steggink, O. Carm.
na, y tomando en cuenta los modelos ex- Biblioteca de Autores Cristianos. 8ª ed.
puestos a continuación: Madrid: La Editorial Católica. O: Butler,
a. Ejemplo para aludir a título de libro: Mer- Judith (2001): El género en disputa. El feminismo
cado, Tununa (1994): La letra de lo mínimo. y la subversión de la identidad. 1990. México:
Rosario: Beatriz Viterbo. Paidós/Universidad Nacional Autónoma de
México.
b. Ejemplo para aludir a título de artículo
incluido en libro: Domínguez, Nora (1998): Si se incluyesen dos o más títulos de un/a
“Extraños consorcios: cartas, mujeres y si- mismo/a autor/a editados en idéntico año,
lencios”. Fábulas del género. Sexo y escrituras en se los distinguirá mediante las letras a, b, etc.:
América Latina. N. Domínguez y Carmen 1995a, 1995b.
Perilli eds. Rosario: Beatriz Viterbo, pp. 35-58. 3. Las notas deben colocarse preferiblemente
c. Ejemplo para aludir a título de artículo a pie de página y se reducirán, en lo posible,
incluido en revista: Castilla del Pino, Carlos a las indispensables. Las referencias biblio-
(1996): “Teoría de la intimidad”. Revista de gráficas se harán en ellas del mismo modo
Occidente 182-183, pp. 15-30. O bien, si la re- que en el texto; si debiera citarse, eventual-
vista se numera de acuerdo al volumen: mente, el conjunto de los datos, estos serán
Croquer, Eleonora (1994): “Artificios del de- consignados de igual manera que en la biblio-
seo: la formación del sujeto en Querido Diego, grafía final.
te abraza Quiela”. Estudios. Revista de Investi- 4. Los artículos podrán ser enviados en un
gaciones Literarias II/3, pp. 111-134. disquete 3.5”, procesado en Microsoft Word
d. Ejemplo para aludir a título de artículo 97, 2000 o XP, y en copia impresa, a Carmen
incluido en uno de los volúmenes o tomos Perilli- Catamarca 170- 2 2do. Piso Dpto. 15
de una obra colectiva aunque editada al cui- (4107) San Miguel de Tucumán o bien, por
dado de ciertos autores: Hufton, Olwen e-mail a la siguiente dirección electrónica:
(2000): “Mujeres, trabajo y familia”. Historia carmenperilli@arnet.com.ar

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Telar Nº 5

Se terminó de imprimir en el Departamento de Publicaciones


de la Facultad de Filosofía y Letras - UNT, en el mes de mayo de 2007.
Tucumán - República Argentina

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