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¡INMERSIÓN! ¡ARRIBA EL PERISCOPIO!

A BORDO DEL SUBMARINO S-31 ARA SALTA

Por Fernando Rodríguez


(Enviado Especial)

Para los no iniciados, las profundidades del mar suponen un misterio atrayente.
Como tantas veces, en el decurso de la Historia, ficción y realidad se
entrelazaron y alimentaron mutuamente. Así, el genial Julio Verne, con sus
fantásticas 20.000 leguas de viaje submarino a bordo del "Nautilus" se da la
mano con David Bushnell, que con su célebre "tortuga" de madera esférica
propulsada a pedal, dio vida en 1776 al primer artefacto sumergible del que se
tiene conocimiento.
Doscientos años de historias y sucesivos saltos tecnológicos cuali-cuantitativos,
transformaron a los submarinistas, en su doble condición de marinos y buzos, en
elegidos. Ellos y sus formidables máquinas han logrado dar el paso. Niños
mimados de las armadas del mundo, los tripulantes de los submarinos conviven
con el medio líquido y se internan en él sin temores.
La vida dentro de esos gigantes cilindros de acero se les antoja diferente,
raramente fascinante. Es que lo cotidiano, en el interior de un submarino, se
redefine hasta desafiar las convenciones de la vida terrestre, muta para
convertirse en una realidad acuática.
Lo primero que llama la atención al entrar en un submarino es la opresión que
causa la escasez de lugares habitables. Esta impresión aumenta de modo
dramático si -como en este caso- se trata de uno de la clase 209, uno de los más
pequeños que operan en la actualidad.
Lejos de amedrentarse, los iniciados en los misterios de las profundidades
advierten, a modo de consuelo: "No hay que preocuparse demasiado. Lo que se
pierde en comodidad, se gana en otros aspectos". El desafío lanzado por el
experimentado navegante poco a poco se cumplirá con precisión de relojería.

En busca del medio ideal

A diferencia del marino de superficie, el submarinista sabe que su barco tiene la


capacidad de moverse en tres dimensiones. Como en un avión, aunque en
distinto medio.
Pero, en contraste con las naves del aire, la resistencia del medio acuoso hace
que en el submarino los movimientos sean lentos.
Al igual que en la concepción y desarrollo de los aviones, los diseños de naves
submarinas se sucedieron en busca de la optimización. Y, como en el caso de
aquéllos, la naturaleza ofreció el modelo viviente: los cetáceos.
Por eso, los submarinos parecen en la actualidad enormes ballenas, de las que se
diferencian únicamente por la gran vela que, sobre la cubierta, encierra la torreta
desde la que el comandante del barco dirige la navegación en superficie.

Hacia las profundidades

Los 35 tripulantes del Salta se aprestan para la partida. Cada uno conoce su
trabajo y lo ejecuta con precisión. En el diente de submarino -el muelle de
amarre-, a minutos de zarpar, las tareas cobran un ritmo febril.
Es una tarde de sol en la base naval Mar del Plata, asiento de la fuerza de
submarinos argentina. El S-31 suelta su cordón umbilical y apunta la proa con
decisión hacia Cabo Corrientes, en una maniobra que no por conocida y
practicada deja de ser arriesgada.
Desde tierra, cientos de visitantes y curiosos agitan sus manos saludando la
partida del gran cigarro metálico. Desde la vela, el comandante del ARA Salta,
el capitán de fragata Jorge González, responde el agasajo enarbolando su gorra
con la grácil cortesía propia de su rango.
"El mar está bravo, vamos a tener cuatro horas movidas", advierte su segundo, el
capitán de corbeta Gustavo Haczek que, parado sobre la vela, en lo más alto del
submarino, dirige los aprestos de guardado de amarres y cierre de aberturas, en
la cubierta de libre circulación.
El pronóstico se cumple y comienzan los escarceos. La proa del Salta se hunde,
tozuda, en las olas desafiantes que provocan el rolido -ese movimiento de vaivén
transversal propio de las embarcaciones- cada más acentuado del submarino.
Hacia la popa, sobre la banda de babor -digamos, hacia atrás y hacia la
izquierda-, Mar del Plata comienza a declinar su grandeza. Playa Grande, el
muelle de los pescadores y el Torreón del Monje se convierten en puntos que el
ojo humano se obstina en divisar desafiando la bruma marina.

Mar adentro, bajo las aguas

Ya es de noche cuando el S-31 llega al sitio que las cartas de navegación indican
como apto para sumergirse.
"¡Prepararse para inmersión. Verificar instrumentos y planos!" La voz del
comandante atruena en el interior del submarino. Una coreografía de hombres de
mameluco azul y de manivelas rojas que abren y cierran válvulas y conductos
avizora el momento clave de la travesía.
En contraste con lo que vulgarmente se cree -y esto quizás desilusione a más de
un lector-, el cuerpo humano no experimenta ninguna sensación al ir a
inmersión. Quizás pueda existir ansiedad, pero no hay una respuesta física al
sumergirse.
Las viejas y bruscas maniobras de inmersión, en las que parecía que el
submarino se zambullía en el agua, están en desuso. Hoy, los navegantes optan
por dejar "caer" el barco por la popa y, al sumergirse ésta, completan la
maniobra hundiendo la proa. Así evitan la innecesaria exposición a los golpes de
la tripulación.
En pocos minutos, el Salta está cubierto por las aguas. Y se percibe el primer
cambio significativo de condición: reina la quietud absoluta. Es que el
submarino está ahora en su hábitat natural, debajo del agua.
Finalizada la maniobra de inmersión, con el barco controlado y estabilizado a 12
m de profundidad, el comandante echa un vistazo a través del periscopio de
observación y, con una mano en uno de los manubrios del aparato óptico y con
su codo rodeando el otro, gira lento, pero sin pausas, y escudriña el horizonte a
360°.
"Todo bajo control. Descendemos a plano 30", ordena. Sin posibilidad de mirar
hacia el exterior -los submarinos militares no tienen ventanillas ni ojos de buey-
el cuerpo percibe que la maniobra se cumple. El S-31 se convierte en un plano
inclinado, sin punto de apoyo, que nos hace ir hacia adelante, como en el tren
fantasma de los parques de diversiones.
Ahora, a 30 m de profundidad, comienza la verdadera estadía en el barco.
Aquella que, lentamente, cambia la vida de los hombres embarcados, trastoca la
realidad de la superficie.

Otro hábitat, otros hábitos

Mientras se navega en inmersión, sólo un tercio de la dotación del Salta


permanece en puestos de servicio. El resto queda librado para ocupar su tiempo,
hasta que deba cumplir guardia, del modo que más le plazca.
Pero una breve descripción del área habitable de un submarino de esta clase
demuestra que las posibilidades de utilización del tiempo ocioso son por demás
reducidas.
En el S-31, sólo unos 40 de sus 56 m de eslora -la longitud- están envueltos en el
casco resistente, la parte en la que el barco está protegido de la presión externa.
Por otra parte, el Salta tiene poco más de 6 m de manga (diámetro), y sólo la
mitad superior está preparada para ser habitada. En ese escaso lugar conviven 35
hombres. Allí trabajan, comen, duermen y satisfacen sus necesidades, en medio
de centenares de manómetros, equipos y manivelas.
Es aquí donde estriba uno de los detalles que caracteriza la vida a bordo de un
submarino. La palabra privacidad no existe en el manual del submarinista. Esta
circunstancia los convierte en seres especiales, que deben estar dotados de un
espíritu y de un estado anímico muy especial.
A diferencia de los barcos de superficie, en los que oficiales y suboficiales
tienen su propio ámbito, casi imposible de franquear, en un submarino el
tripulante de más bajo rango se cruza en innumerables oportunidades, y en
diversas situaciones, con el comandante, N° 1 del buque.
Ni siquiera éste tiene la privacidad que, en otra unidad de mar, le confiere su
rango. Pese a que dispone de su propio camarote -de dos metros por uno, con
una litera, un armario, un escritorio con un lavabo rebatible y una silla- debe
salir de él si el cocinero necesita sacar algún alimento de la cámara frigorífica,
situada justo debajo de su cuarto.
Los seis oficiales y el segundo comandante tienen sus literas en otro pequeño
cuarto, situado frente al camarote del Número Uno. Entre este cuarto y la cocina
-punto neurálgico del barco-, está la Cámara, lugar de estar, de deliberaciones y,
a la vez, comedor de la plana mayor.
Hacia proa, un pasillo de unos 6 m agrupa a 16 camas para los suboficiales, en
dos grupos de cuatro literas superpuestas -separadas unos 60 cm una de otra- a
cada lado. Al final del corredor está la Camareta, el correlato, para suboficiales y
cabos, de la Cámara de oficiales. A la vuelta de esta sala de estar, otras catorce
literas completan las vacantes para el sueño.
Por eso, cualquier entretenimiento ruidoso es inaceptable y atenta contra la
convivencia. El esparcimiento se reduce, así, a jugar a las cartas , a ver películas
en video y a leer. Algunos prefieren dar un paseo, 30 pasos para allá, 30 para
acá.

La realidad en el fondo del mar

Pero, cuando se prolonga la travesía, cualquier entretenimiento se torna


aburrido. Es entonces cuando aflora el espíritu curtido de años de submarinista.
Es el tiempo de los nuevos hábitos de mar.
Cuando no están de guardia o durmiendo, los hombres piensan. Y les sobra
tiempo. Entonces, la camaradería y la confianza entre los tripulantes salen a la
luz, y se convierten en la clave de la vida a bordo.
Se dice que el cocinero no sólo es el encargado de la alimentación, sino que es el
sostén anímico de la tripulación. Por eso, los comandantes son muy cuidadosos
al elegirlos.
Otro tanto ocurre con el tratamiento de los desechos orgánicos e inorgánicos del
submarino. Con sólo dos baños, el racionamiento del agua y la expulsión de
desperdicios son tareas que se programan de forma tan minuciosa como una
batalla.
Con tantos pormenores, de vital importancia para la vida en el barco, el
comandante instruye a sus oficiales para que trasciendan la rigidez de la
estructura jerárquica, sin perder las formas propias de la fuerza armada y el
respeto por el rango. Les pide que se acerquen a la dotación y sepan escuchar
reclamos o, simplemente, dar apoyo anímico al que lo necesita. Es que, a veces,
la sensación de que se está solo es más fuerte en las profundidades.
Durante la travesía, los sentidos se reacomodan: Los ojos pierden profundidad
de campo, las imágenes pierden dimensión; no hay nada para ver más allá de los
cuarenta metros. Lo mismo sucede con el olfato, que rápidamente se acostumbra
a la mezcla de sudor y aceites que conviven en el submarino. O con la
percepción de temperaturas, homogeneizadas en los quince grados por el aire
acondicionado que, lejos de proveer confort, funciona para evitar la
condensación de vapor de agua y para mantener los equipos de la nave en
perfecta operación.
Y, lentamente, el oído se convierte en el sentido clave del submarinista. No sólo
porque debe escuchar las órdenes que deberá llevar a cabo, sino porque con él,
reconstruirá el mundo exterior. Así, cualquier tripulante sabe diferenciar, por su
sonido, un cardumen de camarones de uno de langostinos.
El mundo exterior se vuelve relativo, a falta de otra referencia más allá de la
auditiva. A tal punto que, para seguir los dictados del reloj, se imprime mayor o
menor iluminación dentro del barco para recordar que afuera -allí arriba- es
alternativamente de día y de noche.
Para muchos, la del submarinista es una vida extraña. Pero si bien en algún
punto esto es verdad, cierto es también que pocos lograrían distinguir a un
submarinista de una persona común si se lo cruzaran en una fiesta o en el
supermercado.
La vida en el submarino les impone retos. Y a la lucha por dominar un barco que
desafía las profundidades del mar se sobrepone otra: la lucha consigo mismo. En
el barco, a cincuenta metros de la superficie, es cuando aparecen los hombres de
mar en toda su dimensión.

CÓMO VIAJA EL HOMBRE POR LA PROFUNDIDAD DE LOS MARES

Como un pez: principios físicos apoyados con los avances técnicos hacen que el
submarino sea tan ágil y rápido como un delfín.

Se ha dicho que, a diferencia de los barcos, los submarinos se mueven, cuando


están en inmersión, en tres dimensiones. Así, en el ARA Salta, al clásico timón
que corrige la derrota del barco a babor o estribor -izquierda o derecha-, se
suman dos pares de timones horizontales, uno en proa y otro en popa,
denominados planos, que lo guían, mientras está en propulsión, hacia arriba o
hacia abajo.
Pero, en contraste con lo que ocurre con los aviones, que caen a pique si falla su
propulsión, los submarinos pueden mantenerse a flote sin dificultad -o emerger
si está en profundidad- pese a que fueron ideados para navegar principalmente
debajo del agua.
La explicación de que un submarino flote o se hunda, y que no sucumba ante la
presión del agua, se basa en los principios físicos de Arquímedes que estudian el
comportamiento de objetos dentro de fluidos.
Primero, los submarinos modernos tiene forma cilíndrica porque éstas son las
que mejor distribuyen la presión externa. El casco resistente es de acero,
envuelto por una semiesfera en la proa, un cono truncado en la popa y una
estructura en forma de vela que recubre la torreta central. Salvo en el casco
resistente, el agua tiene libre circulación en el resto de las secciones.
Después, un barco flota pues tiene una reserva de flotabilidad que hace que se
hunda hasta que desplace un volumen de agua igual a su peso. Con esto, para
que un submarino se sumerja su peso debe ser mayor que el del volumen de
agua que desplaza para anular el empuje que lo mantiene a flote.
Para ello, los submarinos cuentan con depósitos denominados tanques de lastre o
balastro, que están alojados en la zona de libre circulación, a proa y a popa, y se
inundan o vacían para lograr que el barco se sumerja o flote, respectivamente.
Es muy fácil llenar los tanques de lastre: basta con abrir las válvulas para que el
agua del mar entre en ellos, provocando la flotabilidad negativa del barco. En
cambio, vaciarlos no es tan sencillo: el agua se expulsa al inyectar en los
depósitos inundados, aire comprimido a muy alta presión.

Bajo el agua

Ya en inmersión, hay dos formas de determinar la profundidad a la que se


llevará el submarino. Si hay propulsión, la profundidad se ajusta a través de los
planos de proa y popa; pero si los motores están apagados, se la corrige con los
tanques de compenso.
Situados cerca del centro del barco, varían el peso específico del submarino; si
se altera el peso de la nave, se puede modificar su profundidad;así, al inundar los
tanques de compenso se le confiere menor flotabilidad al submarino y
expulsando líquido de ellos, se logra que el barco ascienda.
En inmersión, el balance del submarino es muy sensible. Es necesario mantener
la quilla en posición horizontal, ya que cualquier redistribución de pesos dentro
del barco produce desequilibrios. Esto se consigue con los tanques de balanceo.
Situados en los extremos de la nave, es posible pasar agua de un tanque a otro
para contrarrestar los desequilibrios.

Propulsión

En la actualidad, existen dos tipos de propulsión de submarinos:la nuclear y la


convencional o diesel-eléctrica. La primera confiere a la nave mayor velocidad y
autonomía, aunque resulta ruidosa. No obstante, la segunda -por obvias
cuestiones presupuestarias- es la más difundida entre las armadas del mundo.
El ARA Salta, por ejemplo, tiene una hélice impulsada por un motor alimentado
por baterías que, al mismo tiempo, proveen de energía al resto del buque. Este
motor eléctrico es el que hace que los submarinos convencionales sean
silenciosos.
Para recargar estas baterías se utilizan cuatro motores diesel. Pero, obviamente,
éstos sólo funcionarán si tienen oxígeno para realizar la combustión.
Antiguamente, la operación de recarga se realizaba en superficie, con la
consiguiente indiscreción que eso significaba. Hasta que, a fines de la Segunda
Guerra Mundial, apareció el snorkel, un tubo de medio metro de diámetro que se
iza cuando el submarino está a profundidad de periscopio y permite la entrada de
aire para que funcionen los motores diesel mientras se navega bajo la superficie.
La operación de snorkelling, que se realiza cada doce horas, permite además
renovar el aire en el interior del submarino.
Los logros tecnológicos en materia de propulsión avizoran un futuro promisorio
para los submarinos convencionales. Nuevos sistemas llamados AIP (Air
Independence Propulsion) permitirán que los submarinos eléctricos no necesiten
salir a la superficie. Este sistema les permitiría equilibrar la balanza, con un
beneficio de costo y de protección de la ecología.

Pro y contra

Ventajas: los submarionos diesel eléctricos, como el ARA Salta, tienen


importantes virtudes sobre sus pares a propulsión nuclear, tales como tener
mayor maniobrabilidad, en particular en aguas poco profundas; son mucho
menos ruidosos y, en consecuencia, más discretos ante el sonar del enemigo; los
costos de mantenimiento son más razonables. Es por ello, que muchas armadas
de los países de mayor poder bélico siguen construyéndolos.
Desventajas:
los submarinos nucleares se destacan por su versatibilidad, mayor tiempo de
permanencia bajo el agua, importante autonomía y dimensiones, mayor
profundidad de inmersión y velocidad. También llevan armamento nuclear.

Tripulación del submarino

Estos son los 36 tripulantes del submarino de la clase 209 ARA Salta: *
Comandante: capitán de fragata Jorge González; Segundo comandante; capitán
de corbeta Gustavo Haczek; Jefe de Operaciones: teniente de navío (TN) Carlos
Acuña; Jefe de Armas: TN Gonzalo Prieto; Jefe de Propulsión: TN Edgardo
Montes; Jefe de Electricidad y Máquinas: TN Víctor Ortíz; Jefe de
Comunicaciones: teniente de fragata Germán Michelis Roldán; Jefe de
Navegación: teniente de corbeta Gabriel Graziano.
* Suboficial de Buque: suboficial principal Juan Rocha; Máquinas: suboficial
segundo (SS) Juan Carlos Dirazar; Electricidad: SS Hugo Rojas; Sonar: SS
Gerardo Abajo; Armas: SSEdgardo Arias; Radio: SS Vicente Alvarez;
Máquinas: Jorge Chocobar; Navegación: SS Roberto Mañas; Control Tiro: SS
David Lagar y SS Marcelo Acosta; Enfermero y Timonel: SS Jesús González
Márquez; Auxiliar Control: SS Jorge Luis Núñez; Planos: SS Claudio Meza.
* Dotación: Reparaciones eléctricas y plano de popa: cabo principal (CP) Aníbal
Carrizo; propulsión: CP Ricardo Vázquez, cabo primero (CI) Pablo Cañete y CI
Raúl Plaza; Timonel: CP Juan Córdoba; Comunicaciones: CI Dante Meza;
Sonar: CI Raúl Cascallares y CI Aníbal Romero; Planos: CI Pablo González, CI
Alberto Oviedo y CI Marcelo Gutiérrez; Auxiliar de Guardia: CI Raúl Valles y
CI Andrés Ulloga; Cocinero: CI Eduardo Tello y Camarero: CI Luis Vizcarra

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