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Características esenciales

del sistema presidencial e


influencias para su instauración
en América Latina

Jorge CARPIZO

Sumario: I. Sistemas presidenciales y parlamentarios. II.


Características esenciales del sistema presidencial. III. Princi-
pales influencias en los sistemas presidenciales originales de
América Latina. IV. Algunos autores que influyeron en
nuestros sistemas presidenciales. V. Principales factores que
alejaron a nuestros sistemas presidenciales del modelo esta-
dounidense. VI. El caudillo.

I. Sistemas presidenciales y parlamentarios

A. Hay que preguntarse cuáles son las características que distinguen al


sistema presidencial del parlamentario y cómo funcionan el uno y el
otro; en dónde reside realmente el quid de la diferencia entre ambos
sistemas de gobierno.
Estas cuestiones han sido abordadas por infinidad de autores. Re-
cuerdo a tres que expusieron su pensamiento en las décadas de los
años cincuenta a setenta del siglo XX.
Maurice Duverger afirmó que el sistema presidencial se caracteriza
por el principio de la separación de poderes, la elección del presidente
a través del sufragio universal, el nombramiento y la remoción de los
ministros por parte de aquél, y porque todos ellos no son responsables
1
políticamente ante el parlamento.
1
Duverger, Maurice, Instituciones políticas y derecho constitucional, Barcelona, Ariel,
1962, p. 319.

Revista Latinoamericana de Derecho


Año III, núm. 6, julio-diciembre de 2006, pp. 91-123
JORGE CARPIZO

Joseph LaPalombara escribió que en el sistema presidencial: a) El pre-


sidente, quien es jefe de estado y de gobierno a la vez, es independiente
del Poder Legislativo y, por tanto, no depende mayor ni continuamente
de éste para su existencia o sobrevivencia; b) Los poderes Legislativo y
Ejecutivo son independientes: el primero no está obligado a aprobar los
proyectos de ley que provienen del Ejecutivo, pero éste puede vetar los
proyectos de leyes del congreso; c) El presidente tiene la facultad de rea-
lizar nombramientos; d) El Ejecutivo puede apelar directamente al pueblo
a través de plebiscitos y referendos; e) El Legislativo puede juzgar y remover
al presidente; f) Éste posee facultades para designar a los miembros del
gabinete, para presentar iniciativas de ley y para preparar el presupuesto;
g) El pueblo elige al presidente y espera que sea su líder.2
Paul Marie Gaudemet caracteriza al sistema presidencial como aquel
en el cual: a) El presidente concentra la integridad de las competencias
ejecutivas y es, a la vez, jefe de Estado y jefe de gobierno, b) Los jefes
de los departamentos ministeriales dependen únicamente de la autoridad
presidencial, por lo cual generalmente se les denomina secretarios y no
ministros, c) El principio de la separación de poderes se encuentra rigu-
rosamente aplicado, d) El presidente no es políticamente responsable ante
el congreso, pero tampoco puede disolverlo.3
B. Considero que la manera más clara de captar las características
que configuran el sistema presidencial es contrastando sus notas con las
del sistema parlamentario; ésta es la forma en que he procedido en ensayos
anteriores.
En principio, las características del sistema parlamentario son las si-
guientes:
a) Los miembros del gabinete (Poder Ejecutivo) son también miembros
del parlamento (Poder Legislativo).
b) El gabinete está integrado por los dirigentes del partido mayoritario
o por los jefes de los partidos que por coalición forman la mayoría par-
lamentaria.
c) El Poder Ejecutivo es doble: existe un jefe de Estado que tiene

2
LaPalombara, Politics within nations, Nueva Jersey, Prentice-Hall, 1974, pp. 198 y 199.
3
Gaudemet, Paul Marie, Le pouvoir exécutif dans les pays occidentaux, París, Editions
Montchrestien, 1966, p. 16.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

principalmente funciones de representación y protocolo, y un jefe de go-


bierno; este último conduce la administración y al gobierno mismo.
d) En el gabinete existe una persona que tiene supremacía y a quien
se suele denominar primer ministro.
e) El gabinete subsistirá, siempre y cuando cuente con el apoyo de la
mayoría parlamentaria.
f) La administración pública está encomendada al gabinete, pero éste
se encuentra sometido a la constante supervisión del parlamento.
g) Existe entre parlamento y gobierno un control mutuo. El parlamento
puede exigir responsabilidad política al gobierno, ya sea a uno de sus
miembros o al gabinete como unidad. Además, el parlamento puede negar
un voto de confianza u otorgar un voto de censura al gabinete, con lo
cual éste se ve obligado a dimitir; pero el gobierno no se encuentra des-
armado frente al parlamento, debido a que tiene la atribución de pedirle
al jefe de Estado, quien accederá —salvo situaciones extraordinarias—,
que disuelva el parlamento. En las nuevas elecciones, el pueblo decide
quién poseía la razón: el parlamento o el gobierno.4
En principio, las características del sistema presidencial son las si-
guientes:
a) El Poder Ejecutivo es unitario. Está depositado en un presidente
que es, al mismo tiempo, jefe de Estado y jefe de gobierno.
b) El presidente es electo por el pueblo y no por el Poder Legislativo,
lo cual le da independencia frente a éste.
c) El presidente generalmente nombra y remueve libremente a los
secretarios de Estado.
d) Ni el presidente ni los secretarios de Estado son políticamente
responsables ante el congreso.
e) Ni el presidente ni los secretarios de Estado, como regla general,
pueden ser miembros del congreso.
f) El presidente puede estar afiliado a un partido político diferente al
de la mayoría del congreso.

4 Esta enunciación está basada en la que realiza Loewenstein, Karl, Teoría de la

Constitución, Barcelona, Ariel, 1965, pp. 105-107.

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JORGE CARPIZO

g) El presidente no puede disolver el congreso, pero éste no puede


darle un voto de censura.5
Todas estas notas no se dan en la totalidad de los sistemas presiden-
ciales, mucho menos en forma pura, pero establecer sus principios sirve
para precisar si un sistema es presidencial o parlamentario, o si es pre-
dominantemente presidencial o viceversa. En un sistema presidencial, el
equilibrio de poderes pretende ser más diáfano, ya que se trata de realizar
un deslinde entre los poderes Ejecutivo y Legislativo, aunque entre ellos
existen múltiples vínculos de colaboración, y que miembros de uno no
sean al mismo tiempo miembros del otro, pero existen excepciones.
C. A finales de los años ochenta del siglo XX surge especial interés
por el análisis de los sistemas de gobierno, por profundizar en el funcio-
namiento de los regímenes presidenciales y parlamentarios, y en el pro-
blema de su estabilidad. A esos estudios se debe renovada inquietud por
el conocimiento de aquéllos. El distinguido tratadista Juan Linz abrió
brecha en este sentido.
También, al caracterizar al sistema presidencial en dicho análisis, se
trató de señalar cuáles son los elementos esenciales del sistema, aquellos
que realmente lo conforman y que lo diferencian del parlamentario.
Así, para Linz, las características representativas del presidencialis-
mo son:
a) La legitimidad democrática dual, debido a que tanto el presidente
como el congreso son electos por el pueblo; característica que no se des-
virtúa incluso cuando el presidente es designado por un colegio electoral,
el cual es electo por el pueblo con ese único propósito.
b) La rigidez del sistema, en virtud de que ambos poderes son electos
para un periodo fijo, y la permanencia del presidente en el cargo es in-
dependiente de la voluntad del Legislativo, cuya existencia, a su vez, es
independiente de la intención del presidente.
Las otras características y problemas que presenta el sistema presiden-
cial, afirma, derivan de las dos mencionadas.6

5 Carpizo, Jorge, El presidencialismo mexicano, México, Siglo Veintiuno Editores, 2002,

pp. 13 y 14.
6 Linz, Juan J., “Presidential or Parliamentary Democracy: Does it Make a Difference”,

en Linz, Juan J. y Valenzuela, Arturo (eds.), The failure of Presidential Democracy. Com-
parative Perspectives, Baltimore, The Johns Hopkins University Press, 1994, vol. 1, p. 6.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

Arend Lijphart agrega a las características apuntadas por Linz una


tercera: el presidente constituye el Ejecutivo de una persona; en cambio,
el primer ministro y el gabinete configuran un Ejecutivo colegiado o co-
lectivo.
Lijphart no debió agregar esta tercera característica como esencial,
porque en la mayoría de los sistemas parlamentarios, si el partido del
primer ministro cuenta con mayoría en el órgano Legislativo, tiene pre-
dominancia real sobre éste y el gabinete. En cambio, en los sistemas
presidenciales de coalición, cada día más frecuentes, el presidente, de
acuerdo con las circunstancias, tendrá que tomar en cuenta a los dirigentes
y a los ministros de los partidos coaligados.
En otras palabras, en la realidad, en este aspecto, los sistemas parla-
mentarios y presidenciales funcionan en forma cercana; lo definitorio es
si el partido del jefe de gobierno cuenta con mayoría en el parlamento
o congreso, y si su gabinete es de coalición o no.
Lijphart, que se inclina por el sistema parlamentario sobre el presi-
dencial, no deja de reconocer que en este último la separación de poderes
implica mayor independencia del Legislativo, y un vínculo Ejecutivo-Le-
gislativo más balanceado, debido a que en el sistema parlamentario, los
legisladores votan sobre los proyectos legislativos del gobierno no sólo en
relación con los méritos de los mismos, sino teniendo en cuenta la esta-
bilidad del gabinete, lo cual le otorga a éste un fuerte peso en el proceso
legislativo.
No obstante, este tratadista, siguiendo su esquema de democracias de
mayoría y consensuales, afirma que el sistema presidencial implica la con-
centración del poder en una persona, configurando un régimen de mayoría,
razón por la cual es muy difícil que el presidente comparta el poder, lo
que es diferente a lo que acaece en los sistemas parlamentarios.7
La anterior afirmación no es correcta. En los sistemas presidenciales
de América del Sur es frecuente que existan coaliciones de gobierno, y
es esa coalición la que obtiene mayoría en el congreso, con lo cual, de
acuerdo con la terminología del propio Lijphart, se estaría frente a go-

7 Lijphart, Arend, “Presidentialism and Mayoritarian Democracy. Theoretical Obser-

vations”, op. cit., nota anterior, pp. 92-93, 96.

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JORGE CARPIZO

biernos consensuales8 y, desde luego, entonces no existe concentra-


ción del poder en una persona.
Shugart y Carey exponen que el sistema presidencial posee cuatro
características que lo conforman:
a) La elección popular del Ejecutivo.
b) Los periodos del Ejecutivo y del Legislativo son fijos, y la existencia
de estos poderes es independiente de la voluntad política del otro.
c) El Ejecutivo nombra y dirige la integración del gobierno.
d) El presidente tiene constitucionalmente alguna intervención en el
procedimiento legislativo, primordialmente con su facultad de veto, a
través de la cual se trata de asegurar que el programa por el que fue
electo, lo va a poder llevar a la práctica.
De acuerdo con estos dos autores, todos los sistemas presidenciales
satisfacen dichos requisitos, salvo Venezuela que no lo hace con el cuarto.9
Las observaciones de Mario Serrafero sobre este específico punto me
parecen interesantes, cuando indica que en el sistema parlamentario la
función legislativa la realiza fundamentalmente el gobierno, el cual se
convierte en algo así como un apéndice del parlamento y una especie de
comisión legislativa, y que la identidad política entre la mayoría parla-
mentaria y el gobierno dificulta las funciones de control del primero,
viéndose las minorías con frecuencia reducidas a criticar, presentar quejas
y exponer los defectos del gobierno. Este autor indica que, por el contrario,
en el sistema presidencial, el congreso debe crear la ley como instrumento
de gobierno, el presidente ejecutarla y el Poder Judicial controlar su cons-

8 La bibliografía es amplia. Entre otros pueden citarse a: Gargarella, Roberto, “El

presidencialismo como sistema contramayoritario”, en varios autores, El presidencialismo


puesto a prueba —con especial referencia al sistema presidencialista latinoamericano—, Madrid,
Centro de Estudios Constitucionales, 1992, pp. 94-96; Lanzaro, Jorge (comp.), Tipos de
presidencialismo y coaliciones políticas en América Latina, Buenos Aires, Consejo Latinoa-
mericano de Ciencias Sociales-Agencia Sueca de Desarrollo Internacional, 2001, 359 pp.;
especialmente los trabajos de Jorge Lanzaro, René Antonio Mayorga y Alonso Lujambio.
También Nohlen, Dieter y Fernández B., Mario (eds.), El presidencialismo renovado. Ins-
tituciones y cambio político en América Latina, Caracas, Nueva Sociedad, 1998, 390 pp.;
especialmente los trabajos de Bernhard Thibaut, Grace Ivana Deheza, Petra Bendel, Bolívar
Lamounier, Jorge Lazarte, Mario Fernández B., Carlos H. Filgueira y Fernando Filgueira.
9 Shugart, Mattew Soberg y Carey, John M., Presidents and Assemblies. Constitutio-

nal Design and Electoral Dynamics, Nueva York, Cambridge University Press, 1992, pp.
19-20, 22.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

titucionalidad. Además, propio del sistema es la realización, por parte del


congreso, del control político-institucional al Ejecutivo.10
D. Existe tendencia en los sistemas presidenciales, especialmente en
los de América Latina, y desde su creación, a introducir matices o ins-
trumentos parlamentarios; tendencia que se ha venido fortaleciendo, por
ejemplo, actualmente, en varios países de la región, se aceptan diversas
modalidades de censura o falta de confianza al gabinete o a los ministros
individualmente; incluso en ciertas situaciones, en tres de nuestros países,
el presidente puede disolver el congreso. Esta última institución, en la
realidad, ha sido utilizada excepcionalmente, cuando menos hasta ahora.
También se ha venido creando la figura de jefe de gabinete o premier.
Al respecto, el panorama es variado y disímbolo.11
Lo anterior ha llevado al conocido jurista argentino Pedro Sagüés a
preguntarse ¿qué es lo que hace a un Estado parlamentario o presidencial?
Su respuesta es, por demás, original.
Sagüés se contestó con dos indicadores: el primero, la bipartición del
Poder Ejecutivo entre un jefe de Estado y un jefe de gobierno, sin importar
el nombre que este último reciba. A cada uno de ellos, la Constitución
debe atribuirle el 50% de las competencias del antiguo Poder Ejecutivo.
Si el jefe de gobierno tiene menos de ese porcentaje, por ejemplo, úni-
camente un 20%, entonces ese régimen es sustantivamente presidencial
con vestigios de parlamentarismo. Al contrario, si el jefe de gobierno,
por ejemplo, posee el 70% de las facultades y el presidente las restantes,
ese régimen es sustancialmente parlamentario. ¿Qué será, entonces, un
sistema que reparte las competencias ejecutivas en un 45 o 55%?

10 Serrafero, Mario, “Presidencialismo y parlamentarismo en América Latina: un debate

abierto”, Revista Mexicana de Sociología, México, UNAM, año LX, núm. 2, abril-junio de
1998, p. 179. Véase Alcántara Sáez, Manuel y Sánchez López, Francisco, “Veto, insistencia
y control político en América Latina: una aproximación institucional”, Perfiles Latinoa-
mericanos. Revista de la Sede Académica de México de la Facultad Latinoamericana de Ciencias
Sociales, México, Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, año 9, núm. 19, 2001,
pp. 159-161.
11 Valadés, Diego, El gobierno de gabinete, México, UNAM, Instituto de Investigaciones

Jurídicas, 2003, pp. 103-117. En esta obra se encuentran interesantes cuadros comparativos
de las Constituciones latinoamericanas sobre diversos temas, tales como la composición
del gabinete presidencial, la designación de los miembros de éste, sus funciones y su
coordinación; la concurrencia de los ministros al congreso; la interpelación y censura al
gabinete, así como el voto de confianza al propio gabinete.

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JORGE CARPIZO

El segundo indicador se refiere a la atribución del congreso de remover


al jefe de gobierno y su gabinete mediante censura o negación de confianza.
Si dicha competencia la posee el congreso en forma restringida, como
sería que sólo la puede ejercer una vez al año y con mayorías calificadas,
como las dos terceras partes de los votos, entonces, el régimen es esen-
cialmente presidencial.12
Esta idea de Sagüés muestra hasta dónde ha llegado la confusión entre
sistemas presidenciales y parlamentarios en América Latina. Cabe pre-
guntarse, desde el punto de vista de la gobernabilidad y del funcionamiento
del sistema, si es factible la existencia de un Ejecutivo bicéfalo, cada uno
con la mitad de las competencias que corresponden al Poder Ejecutivo.
Todo parece indicar que los sistemas híbridos son los más inestables.13
Además, ¿con qué parámetros se van a medir esos tantos por ciento?
Considero que en este aspecto existe entre los políticos y los académicos
inmensa confusión. No está de más traer a colación la reflexión de Sartori
de que respecto a las cuestiones institucionales la pregunta esencial es:
¿sabemos qué reformar y cómo lo vamos a hacer? Su preocupación consiste
en dilucidar si conocemos qué es lo que debe cambiarse y cómo cambiarlo,
a lo cual contestó que no, lo que ha acarreado como consecuencia que
“las reformas realizadas llevan la huella de reformadores muy incompe-
tentes”.14 Estoy de acuerdo con el distinguido tratadista.

II. Características esenciales del sistema presidencial

La forma más accesible para captar la esencia de un sistema presidencial


o parlamentario es enumerando y contrastando sus características, tal y
como lo he realizado desde hace décadas, y he recordado en el inciso B
del número anterior de este ensayo.
No obstante, es posible simplificar el esquema y hacer el esfuerzo de

12 Sagüés, Néstor Pedro, “Parlamentarismo y presidencialismo. Un ensayo sistémico

para la gobernabilidad democrática: El “minipremier” en el Perú y en Argentina. Expe-


riencias y perspectivas”, Revista Peruana de Derecho Público, Lima, Editora Jurídica Grijley,
año 4, núm. 7, julio-diciembre de 2003, pp. 44 y 45.
13 Shugart, Mattew, Soberg y Carey, John M., op. cit., nota 9, pp. 161-165.
14 Sartori, Giovanni, Ingeniería constitucional comparada. Una investigación de estructuras,

incentivos y resultados, México, Fondo de Cultura Económica. 1994, p. 12.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

señalar las características esenciales de esos sistemas y, aun desde esta pers-
pectiva, queda claro en dónde se encuentra el problema actual o la con-
fusión que se está dando al tratar de diferenciarlos.
El sistema presidencial, en contraste, con el parlamentario, presenta
tres características esenciales:
a) La separación de poderes entre el Legislativo y el Ejecutivo es
nítida sólo desde el punto de vista de que cada uno de ellos es electo
por el voto popular, origen de su legitimidad. Es decir, el congreso, como
regla general, no designa, directa o indirectamente, al presidente. Ni la
original Constitución de Estados Unidos de América intentó una división
tajante de poderes. Al respecto, existen múltiples ejemplos como la in-
tervención del Ejecutivo en el procedimiento de elaboración de la ley
con su facultad de veto.
b) Los periodos para los cuales son electos, tanto el Ejecutivo como
el Legislativo, son fijos y, en principio, uno de ellos no puede modificar
el periodo del otro.
c) Existen entre esos dos poderes controles mutuos, los que son diversos
de aquellos que se dan en un sistema parlamentario.
Ahora bien, esas características requieren de algunas precisiones:
a) El significado de voto popular no cambia, aunque la elección la
realice un colegio electo por el pueblo con el propósito de designar pre-
sidente. Sin embargo, los colegios electorales están afortunadamente de-
sapareciendo. El voto directo es método superior. El colegio electoral aún
subsiste en Estados Unidos de América. El gran inconveniente que dicho
método presenta consiste en que puede ser electo presidente el candidato
que no obtuvo la mayoría de los votos populares, tal y como ha sucedido
en dicho país, lo cual es profundamente antidemocrático.
b) Los controles mutuos en el sistema parlamentario consisten, como
es sabido, en que el parlamento puede censurar o negarle un voto de
confianza al gabinete o a un ministro; entonces aquel tendrá que renunciar.
A su vez, el primer ministro puede solicitar al jefe de Estado, quien nor-
malmente aceptará, la disolución del parlamento y la convocatoria a nue-
vas elecciones.
c) En un sistema presidencial, en principio, esos controles no existen,
en virtud de que el sistema estructura otros de naturaleza distinta. Si un
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JORGE CARPIZO

presidente disuelve el congreso, como ha acontecido en la realidad, está


efectuando un golpe de Estado, porque está rompiendo el orden consti-
tucional al actuar anticonstitucionalmente, suprimiendo el principio de
la separación de poderes. No desconozco que en América Latina existen
tres países en los cuales esta situación se permite por la Constitución,
como ya asenté.
d) El congreso no puede censurar al presidente, porque éste no es
responsable políticamente ante él, y debido a que el presidente ha sido
electo por el pueblo para un periodo fijo.
e) El juicio político o impeachment es de carácter excepcional, difícil
de llevarse a cabo; es instrumento para situaciones extremas y su contenido
es de carácter penal o casi penal, no político, aunque ciertamente, al
final de cuentas, el asunto se resuelve si se reúne o no el número de
votos requeridos por la Constitución para ese fin.
f) En el sistema presidencial existen controles propios. El control más
importante en manos del presidente es la facultad de veto de las leyes,
mismo que para ser realmente tal, el congreso sólo lo debe poder superar
por mayoría calificada, que generalmente es de dos terceras partes de los
votos de los legisladores presentes. Si el veto presidencial puede desecharse
por simple mayoría, el veto no implica mecanismo alguno de control.
Desde luego, el veto presidencial tiene también otras finalidades, como
el análisis de la constitucionalidad de un proyecto de ley aprobado por
el congreso.
g) El Poder Legislativo, generalmente, posee diversas facultades que
asimismo realizan funciones de control; entre las más importantes se en-
cuentran: la ratificación de nombramientos y actos realizados por el pre-
sidente; el poder de la bolsa, que incluye la ley de ingresos, el presupuesto
de egresos y el límite de la deuda pública, las comisiones de investigación
y el control extremo y extraordinario que es el impeachment. En esta
concepción de control está implícita la de responsabilidad, que es esencial
al sistema democrático.
h) Cuando me refiero a sistemas parlamentarios y presidenciales, parto
del supuesto que se trata de gobiernos democráticos, excluyendo cualquier
degeneración, como son los de facto, dictaduras, tiranías, teocracias o
gobiernos militares.
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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

i) En principio, en un sistema presidencial los controles operan mejor


y con mayor eficacia que en uno parlamentario, porque en este último
la mayoría legislativa cuida que el gabinete, que es parte de ella, subsista
y no vaya a ser censurado, lo que traería consigo nuevas elecciones en
las que no se tiene asegurada la mayoría parlamentaria. Por esta razón,
un primer ministro se convierte en el más importante legislador.
j) Casi no existen sistemas puros. Los sistemas presidenciales y parla-
mentarios adoptan diversas modalidades de acuerdo con su evolución
política y su realidad. No hay recetas, pero sí principios generales que
definen al sistema.
k) Los sistemas presidenciales y parlamentarios funcionan en forma
diferente, de acuerdo con el número de partidos políticos que existe en
ese Estado; es decir, si se configura un bipartidismo, tripartidismo, mul-
tipartidismo moderado o multipartidismo extremo.
l) En cualquier sistema presidencial, el funcionamiento de los controles
mutuos es esencial. De este aspecto depende en mucho la calidad de la
democracia y la gobernabilidad del país.
ll) No funciona en un régimen presidencial hacer a un lado los controles
propios del sistema e introducir los que son inherentes al parlamentario, o
realizar un híbrido. La realidad ha demostrado que no se obtienen buenos
resultados.
m) Lo anterior no implica que no sea posible introducir matices parlamen-
tarios en un sistema presidencial. Desde luego que sí, siempre y cuando no se
confundan los mecanismos de control de uno y otro sistema. Existen diversos
instrumentos para perfeccionar un sistema presidencial.
n) Lo que muchos autores han confundido o relegado en sus análisis y
propuestas sobre este tema es la cuestión de los controles, la que es esencial
para evitar construir sistemas que no funcionan o mal funcionan.
ñ) Si en un país, el sistema presidencial no marcha o no marcha bien,
deben examinarse cuáles pueden ser las soluciones, incluso el paso al
sistema parlamentario, siempre y cuando estén dadas las condiciones para
ello, y se esté seguro que lo que se está construyendo es un sistema
parlamentario, no un asambleísmo de por sí inestable y desestabilizador.
Si las condiciones se dan, es preferible dar los pasos hacia un sistema
parlamentario o semi-presidencial que establecer sistemas híbridos, cuya
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JORGE CARPIZO

experiencia no es alentadora, o estar, peor aún, confundiendo los controles


propios de un sistema con los del otro, y aderezando una ensalada que
tiene los defectos de los dos sistemas, y ninguna de sus virtudes. Aclaro,
cuando me refiero a sistemas híbridos pienso en los presidenciales-parla-
mentarios, no en los semi-presidenciales, cuya naturaleza es la alternancia
entre los dos sistemas clásicos, dependiendo si el jefe de Estado cuenta
o no con el apoyo de la mayoría parlamentaria.
o) Para que un sistema presidencial opere bien, hay que ser cuidadoso
de la ingeniería constitucional y evitar los excesos que han entorpecido
el buen funcionamiento del mismo, como la abundancia de facultades
legislativas atribuidas al Poder Ejecutivo; por ejemplo, los llamados de-
cretos ley o leyes de emergencia, los cuales deben limitarse a los indis-
pensables.
p) No me canso de repetir: parte de la confusión actual que existe
en la cuestión de los sistemas de gobierno se encuentra en el desarreglo
respecto de los controles propios de cada sistema, lo que cada día se hace
con mayor desparpajo.
q) Si se quieren superar los problemas que presenta el sistema de
gobierno de un país, es necesario, en primerísimo lugar, realizar un diag-
nóstico acertado, para no recetar correctivos que, por ineficaces, lo único
que logran es multiplicar y complicar los problemas.
r) No se conciben médicos o ingenieros impreparados o que actúen
por intuiciones o chispazos. En la ingeniería constitucional acontece lo
mismo, a pesar del ruido constante y agudo de los charlatanes.

III. Principales influencias en los sistemas


presidenciales originales de América Latina

A. El constitucionalismo latinoamericano tuvo, en sus albores, pri-


mordialmente cuatro influencias en la configuración de las instituciones:
la estadounidense; la española liberal proveniente de la Constitución de
Cádiz; el pensamiento francés, en forma principal, las ideas de Rousseau,
Montesquieu y Sièyes, y la de los códigos fundamentales de 1791, 1793
y 1795; e indirectamente la inglesa en las obras de Locke, Blackstone y
102
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

otros; en algunos documentos de la época se afirma que los constituyentes


tuvieron como guía a la Constitución inglesa.15
En términos generales, puede afirmarse que la Constitución estadou-
nidense influyó en América Latina en la parte orgánica, y la Constitución
de Cádiz en la dogmática y en algunos aspectos precisos como la noción
de soberanía nacional, de origen francés; la incorporación de garantías;
el sistema de reformas constitucionales; el régimen electoral indirecto de
varios grados; el monopolio de la religión católica; el refrendo ministerial;
algún grado de descentralización política proveniente de las diputaciones
provinciales.
No puede desconocerse que, en las corrientes conservadoras latinoa-
mericanas de entonces, está presente, con diversos matices, la influencia
del absolutismo español, incluso en el pensamiento de Simón Bolívar,
quien fue un gran libertador, un gran visionario, pero no un gran demó-
crata.
B. Los originales sistemas presidenciales de América Latina se inspi-
raron claramente en el de Estados Unidos de América; algunos estruc-
turaron un presidente muy fuerte o fuerte a secas, pero controlado por
el congreso; otros fortalecieron al Poder Legislativo como el centro del
poder, aunque posteriormente la primera corriente haya prevalecido.
Resulta interesante conocer cuáles fueron los antecedentes y algunas
fuentes de los constituyentes estadounidenses, debido a que, indirecta-
mente, tuvieron presencia en América Latina, precisamente a través de
la ley fundamental estadounidense:
a) El derecho público inglés, ya que en parte trataron de imitar,
aunque deformándolo, el sistema monárquico de Inglaterra; en lugar de

15 Torre Villar, Ernesto de la y García Laguardia, Jorge Mario, Desarrollo histórico del

constitucionalismo hispanoamericano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas,


1976, pp. 61, 63, 142; también vale la pena examinar las pp. 37-40, 45-46, 51, 59-63,
136-137; Hernández Ruigómez, Manuel, “Las raíces históricas del presidencialismo ibe-
roamericano”, Revista Parlamentaria Iberoamericana, Madrid, Cortes Generales, 1998, núm.
7, pp. 246-248. Restrepo Piedrahita, Carlos, “El héroe del Barroco. Imagen del presiden-
cialismo latinoamericano”, Revista Parlamentaria Iberoamericana, Madrid, Cortes Generales,
1986, núm. 2, p. 71; Hernández Valle, Rubén, “El sistema constitucional costarricense”,
en García Belaunde, D. et al. (coords.), Los sistemas constitucionales iberoamericanos, Madrid,
Dykinson, 1992, p. 214; García Laguardia, Jorge Mario, “El sistema constitucional gua-
temalteco”, en García Belaunde, D. et al. (coords.), op. cit., en esta misma nota, p. 535.

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JORGE CARPIZO

un jefe de Estado hereditario, querían uno de elección popular, con


funciones limitadas en el tiempo.
b) La Constitución de Nueva York de 1777 y, en menor medida, la
de Massachussets de 1780, que configuraron ejecutivos independientes
con los rasgos principales que después estructuraron la presidencia esta-
dounidense. A su vez, descartaron los modelos de las Constituciones de
Carolina del Norte y Rhode Island donde existían legislativos sin mayores
frenos.16
c) Las obras de Locke, Montesquieu y Blackstone, en las cuales “el
Poder Ejecutivo no está delineado en términos de suspicacia o aversión”.17
Estos elementos fueron los que principalmente ayudaron a crear el
sistema en cuestión, y todo parece indicar que Paolo Biscaretti di Ruffia
puede tener razón, al afirmar que, de manera completamente casual, nació
la nueva forma de gobierno presidencial,18 sin ignorarse que los consti-
tuyentes de Filadelfia deseaban alejarse, en parte, del sistema monárquico
inglés; no obstante, que naturalmente los haya influido, porque lo conocían
bien. Lo “casual” se encuentra en que los constituyentes estadounidenses
buscaban crear un Ejecutivo electo periódicamente por el pueblo.
C. La inspiración que las primeras Constituciones de los países recién
independizados del continente americano recibieron de Estados Unidos
de América y que se reflejó, entre otros aspectos, en la incorporación
del sistema presidencial en sus regímenes políticos, puede considerarse
lógica y natural por las siguientes razones:
a) Antes de la aprobación de la Constitución estadounidense de 1787,
se produjo un amplio debate en ese país, el cual parece ser que fue conocido
por algunos constituyentes latinoamericanos.19
b) Estados Unidos de América fue el primer país que alcanzó su in-
dependencia en el continente, por lo cual se le admiraba y se le contem-
plaba como ejemplo, debido a que se consideraba que su Constitución
16 Rossiter, Clinton, The American Presidency, Nueva York, Harvest Book, 1960, p. 75.
17 Corwin, Edward S., El Poder Ejecutivo. Función y poderes. 1787-1957, Buenos Aires,
Ed. Bibliográfica Argentina, 1959, p. 8; Duverger, Maurice, op. cit., nota 1, p. 322; Servicio
Español del Profesorado de Enseñanza Superior, Regímenes políticos contemporáneos. Curso
de formación política, Barcelona, Editorial Bosch, 1958, pp. 169-171.
18 Biscaretti di Ruffia, Paolo, Introducción al derecho constitucional comparado, México,

Fondo de Cultura Económica, 1996, p. 170.


19 Hernández Ruigómez, Manuel, op. cit., nota 15, p. 246.

104
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

aseguraba las libertades, al alejarse de gobiernos monárquicos de corte


absolutista. Por ejemplo, la comisión redactora de la Constitución cen-
troamericana de 1824 declaró: “Al trazar nuestro plan, nosotros hemos
adoptado en la mayor parte el de Estados Unidos de América, ejemplo
digno de los pueblos independientes”.20
Además, los diplomáticos estadounidenses hicieron política activa a
favor de la adopción de principios constitucionales similares a los suyos,
lo cual se reforzó a partir de la doctrina Monroe, manifiesta en 1823.
Los ejemplos abundan; cito únicamente la labor de Joel R. Poinsset en
Chile y México, en las dos primeras décadas del siglo XIX.
No me olvido que la corriente absolutista obtuvo triunfos al lograr
concentrar el poder en una persona, como las grotescas monarquías de
Dessalines y Christophe, en Haití, desde su independencia y hasta 1820;
la corta experiencia del emperador Agustín de Iturbide en México de
1822 a 1823; de Francisco de Paula Santander en Colombia de 1819 a
1828, o de Gaspar Rodríguez de Francia en Paraguay de 1814 a 1840.
En estos casos, y en otros, las fuerzas políticas provenientes de la Colonia
obtuvieron el triunfo, entre las que sobresalían: la Iglesia Católica, los
grandes hacendados que constituían la alta clase española y criolla, y el
ejército, cuyos jefes principales pertenecían a dichas clases.
c) La existencia de una gran corriente liberal que sufrió derrotas, pero
que también obtuvo triunfos importantes, la cual no quería sustituir al
monarca absoluto español con uno autóctono, sino que luchaba para que
la autoridad ejecutiva fuera electa, basada en el principio de la soberanía
popular, aunque en algunos casos fue designado por el Poder Legislativo,
así como que este poder sirviera de contrapeso a las facultades del pre-
sidente, los conocidos checks and balances, y que se garantizaran los prin-
cipios republicano y de separación de poderes.21
d) No obstante, tampoco se perseguía instaurar un Ejecutivo débil,

20 Véanse Torre Villar, Ernesto de la y García Laguardia, Jorge Mario, op. cit., nota

15, p. 142; Gros Espiell, Héctor, “El predominio del Poder Ejecutivo en América Latina”,
en varios autores, El predominio del Poder Ejecutivo en Latinoamérica, México, UNAM,
Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1977, p. 10; Valencia Carmona, Salvador, El Poder
Ejecutivo latinoamericano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1979,
pp.34, 42-44.
21 García Laguardia, Jorge Mario, “El sistema…”, op. cit., nota 15, p. 535; Alcántara

Sáez, Manuel y Sánchez López, Francisco, op. cit., nota 10, p. 158.

105
JORGE CARPIZO

lo cual no correspondía a la concepción estadounidense, debido a que


existía temor a que los congresos pudieran degenerar en asambleas de-
magógicas, como había acontecido en Francia, y pudiera instaurarse la
dictadura de la mayoría.
e) En consecuencia, si se buscaba instaurar un sistema republicano y
de elección del Poder Ejecutivo, no existían varios modelos para escoger.
El sistema parlamentario, en las primeras décadas del siglo XIX, tal y
como lo concebimos actualmente, no se conocía. Incluso en Gran Bretaña,
el gabinete era responsable ante el rey, cuya autoridad era independiente
del electorado. Esta situación cambió claramente hasta el reinado de Vic-
toria durante los gobiernos de Disraeli y Gladstone. Walter Bagehot, en
1867, se percató de que los ministros habían adquirido un poder superior
al del rey y al del parlamento. Aun si se considera que dicho sistema se
había definido desde 1782, el rey conservaba múltiples e importantes
facultades materiales.
El sistema parlamentario, como bien se ha dicho, no fue edificado,
construido o diseñado, es producto conformado en la historia y lenta-
mente; en los años alrededor de 1820, aún le faltaban algunas décadas
para finalizar el proceso22 que iba limitando el poder del monarca a favor
del parlamento, poder que posteriormente fue ejercido por el gabinete y
el primer ministro.
Entonces, ¿En cuál sistema se iban a inspirar las Constituciones lati-
noamericanas? ¿En el de la convención francesa? ¿En el presidente vitalicio
de Bolívar que poseía tufos monárquicos?
D. No debe pasarse por alto que la Constitución de Cádiz de 1812
tuvo alguna influencia en nuestros sistemas presidenciales.
Es probable que el aspecto más relevante, en este sentido, lo constituya
el refrendo, institución por medio de la cual los actos del presidente
deben ser firmados por el ministro del ramo para ser válidos. Esta insti-
tución nos proviene de dicha ley fundamental, aunque ella, a su vez, se

22 Duverger, Maurice, op. cit., nota 1, p. 20; Gaudemet, Paul Marie, op. cit., nota 3,

pp. 7 y 8; Shugart, Mattew Soberg y Carey, John M., op. cit., nota 9, pp. 4-6; Vergottini,
Giuseppe de, Derecho constitucional comparado, México, UNAM-Segretariato Europeo per
le Pubblicazioni Scientifiche, 2004, pp. 376 y 377; Burdeau, Georges, Hamon, Francis y
Tropel, Michel, Manuel de Droit Constitutionnel, París, Librairie Générale de Droit et de
Jurisprudente, 1997, pp. 118 y 119.

106
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

inspiró en la francesa de 1791 y, en cuanto formalidad de cancillería,


tiene su origen en las antiguas monarquías asiáticas, cuya finalidad era
autentificar el sello del monarca, y que, de tal forma, la decisión no fuera
expresión arbitraria de poder personal.23
El refrendo, en las Constituciones francesa y española mencionadas,
no implicaba que los ministros eran copartícipes del poder, sino que fun-
cionaban como “una salvaguardia de las leyes y una traba al Poder Eje-
cutivo al no poder éste expedir órdenes o decretos sin la firma del secretario
respectivo”.24 No obstante, para valorar su exacto alcance, no debe ol-
vidarse que los ministros o secretarios eran designados y removidos libre-
mente por el rey o el presidente.
E. En la configuración de los sistemas presidenciales en América Latina
hay tres aspectos que vale la pena comentar:
a) El congreso estadounidense representaba, y representa, intereses
locales; lo mismo pasó con esos órganos en América Latina. Este aspecto
no era, no es, singular del sistema estadounidense, porque dicha situación
acontecía igualmente en Gran Bretaña. Los intereses locales tuvieron, y
tienen, peso en algunos países de nuestra región.
b) Se ha sostenido que en los presidencialismos latinoamericanos in-
fluyó la herencia prehispánica, en virtud de que los emperadores azteca
e inca concentraron el poder; aunque existían diferencias entre ellos, las
similitudes fueron mayores, ya que fueron monarcas, jefes militares, sumos
sacerdotes y ejercían funciones administrativas, legislativas y judiciales.
El emperador azteca era electo por una oligarquía, el inca por derecho
hereditario.25
Sin embargo, difícilmente algo subsistió de aquella organización política
absolutista, misma que se destruyó con la conquista, y cualquier vestigio
que hubiera quedado, desapareció en tres siglos de dominación colonial.

23 Hauriou, Maurice, Derecho público y constitucional, Madrid, Instituto Editorial Reus,

s. f., p. 448.
24 Martínez Báez, Antonio, “El Ejecutivo y su gabinete”, Revista de la Facultad de

Derecho de México, México, UNAM, t. II, núm. 6, 1952, pp. 59-62; Carpizo, Jorge, El
presidencialismo…, cit., nota 5, pp. 33-36; Quiroga Lavié, Humberto, Derecho constitucional
latinoamericano, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1991, p. 284.
25 Valencia Carmona, Salvador, op. cit., nota 20, pp. 15-21; Colomer Viadel, Antonio,

Introducción al constitucionalismo iberoamericano, Madrid, Ediciones de Cultura Hispánica,


1990, p. 119.

107
JORGE CARPIZO

No existe testimonio que los constituyentes latinoamericanos hubieran


aludido o recordado antecedente alguno de origen indígena en la confi-
guración de sistemas presidenciales con Ejecutivo fuerte o muy fuerte.
c) Asimismo, se afirma que la tradición política y administrativa co-
lonial-española inspiró el presidencialismo latinoamericano. No se puede
dudar que durante los tres siglos de dominación, la política que imperó
fue el absolutismo y el centralismo que puede existir en territorios tan
extensos y mal comunicados. No obstante, el poder era piramidal y pro-
venía del monarca hacia los virreyes, los capitanes generales y, posterior-
mente, los intendentes. Desde luego que existieron vestigios de algún
equilibrio de poder en estos últimos tres cargos, y que la llegada de la
Casa de Borbón al trono español implicó una centralización no conocida
con anterioridad. Las relaciones de las colonias eran directas con Madrid,
y tenían poco contacto entre ellas. Esta “tradición centralista se fue im-
poniendo llevando a concentrar en una sola persona, la del presidente
de la república, la práctica totalidad del poder de decisión, incluido el
territorial”.26
La tesis anterior posee su lógica propia. Tres siglos de existencia de
un sistema son muchos; además, en la realidad, múltiples presidentes
latinoamericanos acabaron concentrando los poderes en su persona, con
lo cual dicha tesis se comprobaría.
Empero, aunque las tendencias ideológicas al inicio de la existencia
independiente de los Estados latinoamericanos incluyó la absolutista y
monárquica, la misma no fue predominante; prevaleció la idea de esta-
blecer repúblicas, y el modelo estadounidense se tomó como un ideal
democrático, que perseguía el equilibrio de los poderes, tal y como he
asentado en este mismo artículo. Es más, varias Constituciones estructu-
raron un sistema en el cual el centro del poder lo constituía el Legislativo.
Como ejemplos se pueden citar: la Constitución Federal de Centro Amé-
rica de 1824, la del Uruguay de 1830, la de México de 1857, y las de
Costa Rica de 1825, 1844 y 1859.27

26 Hernández Ruigómez, Manuel, op. cit., nota 15, pp. 248, 252-253.
27 Vescovi, Enrique, “El predominio del Poder Ejecutivo en América Latina”, en
varios autores, El predominio del Poder Ejecutivo en Latinoamérica, México, UNAM, Instituto
de Investigaciones Jurídicas, 1977, p. 439; Carpizo, Jorge, Estudios constitucionales, México,
Porrúa-UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 2003, pp. 275-285; Torre Villar de

108
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

En todo caso, el antecedente del gobierno colonial de carácter abso-


lutista no estuvo presente en los congresos constituyentes que constru-
yeron las repúblicas, como sí aconteció respecto a la Constitución liberal
de 1812.
Si el absolutismo del gobierno colonial influyó en la psicología colectiva
o individual, y hasta dónde, no lo preciso. La ambición por el poder
desborda sistemas y épocas; así lo confirma la historia.

IV. Algunos autores que influyeron en


nuestros sistemas presidenciales

A. Aludí ya a las principales influencias que se manifestaron en el


constitucionalismo latinoamericano. Ahora, unos párrafos respecto a al-
gunos autores que pudieron ser fuente de inspiración para los sistemas
presidenciales de la región.
Hamilton, Madison y Jay publicaron, de octubre de 1787 a mayo de
1788, setenta y siete artículos en tres periódicos para explicar y defender
la nueva Constitución estadounidense, mismos que, más otros ocho, de
inmediato fueron editados en dos volúmenes con el nombre de El Fede-
ralista.
Gustavo R. Velasco considera que dicha obra no tuvo mayor influencia
en el constitucionalismo latinoamericano, debido a que fue traducida al
portugués hasta 1840 y al español en 1868, aunque no descarta que se
haya conocido a través de la traducción francesa de 1792, la cual en ese
año fue reimpresa, y reeditada tres años después.
El autor mexicano escribió que únicamente encontró citas de El Fe-
deralista en Alberdi y Sarmiento, aunque aclaró que no investigó la im-
portante folletería de las primeras décadas del siglo XIX, la prensa ni las
discusiones en los congresos constituyentes. Respecto a México, encontró
citado a Hamilton en dos ocasiones, en documentos constitucionales al-
rededor de la segunda mitad del siglo XIX.
En relación con Sarmiento, Velasco apunta que su obra Cartas de un

la, Ernesto y García Laguardia, Jorge Mario, op. cit., nota 15, pp. 203-206; García Laguardia,
Jorge Mario, “El sistema…”, cit., nota 15, p. 535; Gros Espiell, Héctor, op. cit., nota 20,
pp. 14 y 15.

109
JORGE CARPIZO

americano sobre las ventajas de los gobiernos federativos, publicada en Londres


en 1826, en buena parte, está basada en El Federalista, obra de la cual
transcribe numerosos párrafos.28
Como el propio Velasco apunta, no puede descartarse que El Federalista
haya sido conocido a través de la citada traducción francesa de 1792.
Desde luego, en aquellos años, muchas obras fueron descubiertas en Amé-
rica Latina a través de París.
B. El pensamiento de Thomas Paine fue estudiado por la elite lati-
noamericana, varios de sus libros fueron traducidos y publicados en Ve-
nezuela, Perú y Filadelfia y distribuidos en otros países de la región.
García Laguardia y de la Torre Villar resaltan la traducción al español
que realizó el venezolano Manuel García de Sena de La Independencia de
la Costa Firme justificada por Thomas Paine treinta años ha. Extracto de sus
obras, publicada en 1811, y en la cual se incluyeron diversos textos legales
estadounidenses, tales como la Declaración de Independencia de 1776,
los Artículos de la Confederación y Perpetua Unión de 1778, la Relación
de la Constitución de Connecticut y las Constituciones de Nueva Jersey,
Massachussets, Pennsilvania y Virginia.
C. También fue conocido el pensamiento de Jefferson. Locke y Mon-
tesquieu fueron estudiados y aceptados ampliamente.
El ayuntamiento de Guatemala elaboró unas Instrucciones Constitu-
cionales en 1810 para su diputado en las Cortes de Cádiz, mismas que
incluyeron una Declaración de Derechos del Hombre y un proyecto de
Constitución. La influencia de Montesquieu es notoria, nada menos que
la última parte de dichas instrucciones contiene como epígrafe la ora-
ción de este pensador: “Todas las instituciones humanas tienen el sello
del siglo en que se hicieron”, y se aceptó su teoría de la división de
poderes.29
Morelos, el gran dirigente de la independencia mexicana, en el proyecto
de la Constitución de Apatzingán, incorporó con claridad meridiana la
concepción del autor de El espíritu de las leyes en los artículos referentes

28 Hamilton, Madison y Jay, El Federalista, trad. y pról. de Gustavo R. Velasco, México,

Fondo de Cultura Económica, 1957, pp. XV-XVII.


29 Torre Villar, Ernesto de la y García Laguardia, Jorge Mario, op. cit., nota 15, pp.

50-61.

110
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

a la división de poderes;30 concepción modificada de la misma se incorporó


en la Constitución federal de 1824.
Las ideas de Locke y Montesquieu se encuentran en otros de los
primeros documentos constitucionales de América Latina. Al respecto,
se pueden mencionar, sin ánimo exhaustivo:
a) En Argentina, el Reglamento orgánico del 22 de octubre de 1811,
que no llegó a estar vigente; la Constitución de las Provincias Unidas en
Sudamérica de 1819; la Constitución de 1826.
b) En Chile, la Constitución de 1823.
c) En Perú, las Bases de la Constitución Política de la República Pe-
ruana de 1822; las Constituciones de 1823 y 1826.
d) En Uruguay, las Instrucciones del año XIII de Artigas; la Consti-
tución de 1830.
e) En Bolivia, la Constitución federativa de 1826 o Constitución bo-
liviana, en virtud de que fue obra de Simón Bolívar.
f) En Venezuela, la Constitución de 1811.
g) En la Constitución de Cúcuta de 1821, por medio de la cual se
unieron Nueva Granada, Quito y Venezuela.31
Sin duda alguna, Rousseau, en forma excepcionalmente importante,
y el pensamiento español de Feijoo, Mariana y Suárez, influyeron en otros
aspectos, no en éste del sistema presidencial.
D. El tratadista irlandés William Burke, quien residió en Venezuela,
publicó, en la Gaceta de Caracas, múltiples artículos, los cuales fueron
agrupados en su obra Derechos de la América del Sur y México, una invi-
tación a alcanzar la independencia y a seguir el ejemplo de la organización
estadounidense “tan cerca como las circunstancias lo permitan”, para
lograr igualmente la libertad y la felicidad.

30 Carpizo, Jorge, La Constitución mexicana de 1917, México, Porrúa-UNAM, Instituto

de Investigaciones Jurídicas, 1997, pp. 188 y 189. Véase Madrid H., Miguel de la, “División
de poderes y forma de gobierno en la Constitución de Apatzingán”, en varios autores,
El decreto constitucional de Apatzingán, México, UNAM, Coordinación de Humanidades,
1964, p. 524.
31 Stoetzer, O. Carlos, Iberoamérica. Historia política y cultural, t. II: Periodo de la

Independencia (1808-1826), Buenos Aires, Editorial Docencia y Fundación Universidad a


Distancia “Hernandarias”, 1996, pp. 165-175; véase Herrero, Vicente, La organización
constitucional en Iberoamérica, México, El Colegio de México, s. f., p. 45.

111
JORGE CARPIZO

Para Burke resultaba esencial la división tripartita de los poderes, y


que el Ejecutivo estuviera limitado y controlado:
El establecimiento de un Poder Ejecutivo fuerte y permanente, cualquie-
ra que sea la denominación bajo la que está disfrazado, es el primer paso
para que el ejercicio de la soberanía del pueblo sea usurpado; y terminará
como todas las grandes monarquías del día, o en un manifiesto y absoluto
despotismo o, lo que es tan injurioso y más insultante, en una tiranía
producida por corrupción y en nombre del derecho constitucional.32

E. Aunque Tocqueville fue muy conocido en América Latina, la pri-


mera parte de La democracia en América se publicó en 1835, y la segunda
en 1840. En 1836 apareció en París la traducción al español que realizó
Sánchez de Bustamante. Este libro influyó en aspectos relacionados con
lo que actualmente denominamos defensa de la Constitución. En conse-
cuencia, con cuestiones cercanas a la efectividad de los derechos y al
Poder Judicial, mismas que se relacionan con el funcionamiento del Poder
Ejecutivo.33
Jorge Mario García Laguardia ha encontrado evidencias en Guatemala

32 Torre Villar, Ernesto de la y García Laguardia, Jorge Mario, op. cit., nota 15, pp.

38 y 39, 45-50.
33 La columna vertebral del pensamiento de Tocqueville se encuentra en la idea de

la igualdad en la libertad. Es un estupendo desarrollo de su apreciación de la realidad


estadounidense y de las ideas de Jefferson, contenidas en la Declaración de Independencia
de ese país. Tocqueville temía más la tiranía de los legisladores que la del propio Ejecutivo;
en consecuencia, está a favor de un gobierno fuerte que respete los derechos y las libertades
de los individuos. Tocqueville, Alexis de, La democracia en América, Madrid, Ediciones
Guadarrama, 1969, pp. 171, 333, 338-339, 370-372. Asimismo, este autor encontró en
Inglaterra, según su visión, entre otras características, la independencia del Poder Judicial
y la preeminencia de los jueces sobre todas las autoridades, a las que obligaban con sus
decisiones al imperio de la ley (pp. 354 y 355). Véase Mayer, J. P., “Alexis de Tocqueville
y su obra”, en Tocqueville, Alexis de, La democracia…, cit., en esta misma nota, p. 25.
Este libro desempeñó importante papel, aunque en forma paulatina, en la aceptación
latinoamericana de la revisión judicial de la constitucionalidad de las leyes, de acuerdo con
el denominado “sistema americano” y sus características de difuso, de oficio o a petición
de parte y sentencia con efectos relativos, a quien solicitó la protección. Véase Fix-Za-
mudio, Héctor, “Estudio preliminar”, en Biscaretti di Ruffia, Paolo, op. cit., nota 18, p.
30. En 1842, en París, se editó La democracia en América, traducida por Leopoldo Borda.
En 1843, en Madrid, apareció la traducción de Roado Brandaris; y en 1855 se publicó
en México la traducción de Sánchez de Bustamante; datos que he tomado de la edición
de México, Fondo de Cultura Económica, 1984, pp. 739-740. Véase la “Introducción”
de Enrique González Pedrero, p. 17.

112
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

de que, en 1835, la obra de Tocqueville fue leída en su idioma original,


antes de las respectivas traducciones.

V. Principales factores que alejaron a nuestros sistemas


presidenciales del modelo estadounidense

A. Se puede afirmar que una gran corriente liberal impulsó el sistema


republicano frente al monárquico; al titular del Poder Ejecutivo electo
frente al hereditario; al Ejecutivo fuerte, pero no omnipotente, frente al
despótico; el equilibrio de poderes frente a su concentración y menos en
un solo gobernante; a la democracia frente a la oligarquía o al gobierno
de un personaje con facultades incontroladas.
Entonces, ¿por qué los sistemas presidenciales latinoamericanos, unos
más, otros menos, fueron acercándose o cayeron en sistemas, con algunas
excepciones, en los cuales se concentraron la mayoría de las competencias
en una persona hasta las dos últimas décadas del siglo XX?
Cada uno de los países de América Latina presentó sus peculiaridades.
Las generalizaciones son casi siempre inexactas y se cometen errores gra-
ves. No obstante, en diversos grados, existen algunas coordenadas que
son válidas para muchos de ellos. Con cautela, intento señalarlas única-
mente como una aproximación al tema, y teniendo en cuenta que varios
países, y algunos de ellos durante décadas, contaron con sistemas demo-
cráticos y un alto grado de equilibrio entre los poderes políticos.
1. Consumada la independencia, los Estados-nación no existen. Lo que
encontramos son los intereses de los grupos oligárquicos, como la burguesía
agrícola o la minera, el alto clero y el ejército. La sociedad, muy hete-
rogénea, no se encontraba articulada, no se tenía idea ni proyecto de
nación; urgía la estructuración y organización de las energías y los grupos
para fortalecer al incipiente Estado sobre las facciones que se disputaban
el poder en beneficio de sus propios intereses.
Jacques Lambert, al respecto, escribió:
La transposición del régimen presidencial en la América Latina ha sido
muy criticada: ciertamente, ha sido incapaz de impedir los golpes de
Estado y las dictaduras, pero sería absurdo buscar la causa de estas
dictaduras en los amplios poderes concedidos al presidente, por el con-
113
JORGE CARPIZO

trario reside en el atraso de la estructura social, en la insuficiente


integración de las poblaciones en la nación, en la inorganización de la
vida política y en la frecuencia de los estados de urgencia que de ello se
derivan.34

2. Fuerte inestabilidad política que se agravó debido a guerras externas


entre los países, como en el caso de fronteras imprecisas; conflictos internos
que fueron el resultado de luchas cruentas por el poder, que degeneraron,
a menudo, en violencia y caos o intentos separatistas, e invasiones e
intervenciones de potencias extranjeras.
Lo anterior constituyó factor trascendente para otorgar poder y pre-
eminencia a la clase militar. Existía la necesidad de dominar efectivamente
el territorio estatal.35
El presidente, en muchas ocasiones, parecía muy fuerte por el cúmulo
de competencias que la Constitución le concedía; no obstante, su campo
de acción estaba restringido por el de los grupos oligárquicos, los que si
sentían que ya no los representaba, o temían por la preservación de sus
intereses, conspiraban para derrocar al presidente, originándose múltiples
asonadas, revoluciones de palacio, golpes de Estado, lo que, a su vez,
reforzaba el poder militar, aparentemente garante del orden social, que
ese mismo poder no respetó en múltiples ocasiones. En consecuencia, los
presidentes fuertes o muy fuertes, no todos lo fueron en la realidad, os-
cilaban, como un péndulo, de la dictadura al caos y de éste a la tiranía.
Los países se encontraban mal comunicados y sufrían la inseguridad
que traía la existencia de gavillas y bandoleros, vestigios de las guerras
de independencia, de la impunidad y de la incapacidad del Estado para
exterminar a esta última, a menudo acompañada de corrupción.
Dillon Soares afirma que:
La historia de Latinoamérica ha estado marcada, desde sus inicios, por la
inestabilidad política y económica. El periodo inmediatamente posterior
a la independencia fue particularmente inestable… Hubo guerras civiles
y guerras entre las unidades nacionales recién creadas. Aunque la ines-

34 Lambert, Jacques, América Latina, Barcelona, Ariel, 1964, p. 403.


35Nohlen, Dieter y Fernández B., Mario, “El presidencialismo latinoamericano: evo-
lución y perspectivas”, en id. (eds.), El presidencialismo renovado. Instituciones y cambio en
América Latina, Caracas, Nueva Sociedad, 1998, p. 117.

114
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

tabilidad se dio en mayor o menor grado en toda América Latina fue


particularmente intensa en el territorio hoy ocupado por Bolivia, Perú,
Colombia, Ecuador y Venezuela. En América del Sur hubo, hasta cierto
punto, dos excepciones a la regla: Chile, donde la aristocracia rural
aseguró su hegemonía y creó un estado fuerte por medio de la llamada
República de Portales, y Brasil, con la institución del Imperio. En Chile
los mandatos presidenciales tenían una duración de diez años y sólo en
una ocasión hubo una interrupción completa de uno de ellos. En Brasil,
desde 1822 hasta 1889, hubo sólo dos emperadores. Con todo es preciso
relativizar la estabilidad política de esos dos países toda vez que se
produjeron innumerables movimientos armados internos, rebeliones y
guerras externas. Las guerras de independencia, las guerras entre los
países, las rebeliones y las revoluciones internas son caras y muchos
países latinoamericanos destinaron a gastos militares un porcentaje ele-
vadísimo de su presupuesto (con frecuencia superior al 80 por 100).
Aquél fue un periodo de gran endeudamiento internacional… En Amé-
rica Latina, históricamente, la regla ha sido la inestabilidad, no la estabi-
lidad.36

Esa inestabilidad política se muestra durante los primeros 150 años


de vida independiente en inestabilidad constitucional: las 19 naciones de
América Latina contaron con 227 Constituciones en ese periodo, aunque
en ocasiones son casi la misma Constitución, a la que se agrega el programa
del partido, o son realmente reformas que persiguen principalmente la
reelección del presidente o la ampliación temporal de ese cargo.37
3. La inestabilidad económica acompañó a la inestabilidad política.
Las economías de los países de la región se centraban en unos cuantos
productos importantes, generalmente agrícolas, lo que hacía a estas eco-
nomías muy vulnerables a los vaivenes de los precios de exportación de
los mismos, especialmente en aquellos países en los cuales uno, dos o
tres productos constituían la base de sus exportaciones. Por ejemplo, Cen-
troamérica: En Costa Rica, el café representaba el 52%, el plátano el

36 Soares, Dillon y Ary, Gláucio, “Las relaciones entre el Ejecutivo y el Legislativo:

los programas de estabilización en América Latina”, Revista de Estudios Políticos, Madrid,


Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, núm. 106, octubre-diciembre de 1999,
pp. 45 y 46.
37 Hernández Ruigómez, Manuel, op. cit., nota 15, p. 258; Torre Villar, Ernesto de

la y García Laguardia, Jorge Mario, op. cit., nota 15, pp. 234 y 235.

115
JORGE CARPIZO

24% y el cacao el 7%. En El Salvador, el café representaba el 66% y el


algodón el 11%. En Guatemala, el café el 66% y el plátano el 17%. En
Honduras, el plátano el 45%, el café el 19%, y la madera el 13%. En
Nicaragua, el café el 34% y el algodón el 26%.
En Brasil, de 1889 a 1930, el café representó aproximadamente el
75% de sus exportaciones.38 Fácil es notar que eran economías compe-
titivas entre ellas.
Entre 1929 y 1930, las exportaciones cubanas se redujeron en 70% y
las chilenas y bolivianas en casi 80%.
El campo se trabajaba principalmente en grandes extensiones o lati-
fundios, en manos de una minoría, mientras la mayoría los laboraba casi
como esclavos, y en varios sistemas las deudas de los campesinos o jor-
naleros pasaban de padres a hijos.
La pobreza era y es agobiante. Masas enteras casi muertas de hambre.
Hoy, aproximadamente la mitad de la población de la región se encuentra
en niveles de pobreza o de pobreza extrema.
América Latina es socialmente la región más desigual del mundo. Los
rezagos sociales son enormes en educación, protección de la salud, vivienda
y trabajo.
La deuda externa es colosal y esteriliza los recursos que debían cana-
lizarse al gasto social.
La hiperinflación llegó a cifras increíbles. Por ejemplo, en Argentina
alcanzó el 4.923,3 por ciento en 1989; en Brasil el 2.489,1 por ciento en
1993, y en Perú el 7.649,6 por ciento en 1990.39
4. En términos generales, los poderes legislativos y judiciales, así como
los partidos políticos, no lograron prestigio ni confianza sociales. En mu-
chos casos se les identificó con corrupción y sufrieron un desgaste inmenso;
no se les contemplaba como parte de la solución de los problemas, sino
como pieza integrante de los mismos.
Muchos países latinoamericanos contaron con sistemas pluripartidistas
moderados o extremos, muy ideologizados; todo lo contrario del biparti-

38 Pinto Ferreira, Luiz, “El predominio del Poder Ejecutivo en América Latina”, en

varios autores, El predominio del Poder Ejecutivo en Latinoamérica, México, UNAM, Instituto
de Investigaciones Jurídicas, 1977, pp. 52 y 53.
39 Soares, Dillon y Ary, Gláucio, op. cit., nota 36, pp. 53 y 54, 59.

116
CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

dismo estadounidense, en el cual las orientaciones políticas de esas or-


ganizaciones no son profundas y son fluctuantes; son realmente maqui-
narias electorales.
La desesperación social ante las inestabilidades políticas y económicas,
ante la creciente pobreza y carencias sociales, abrió las puertas al “cau-
dillo”, que supuestamente iba a resolver todos los problemas. El “caudillo”
en América Latina fue un fenómeno de todo el siglo XIX y buena parte
del XX. Con elementos cambiantes y “modernos” llegó hasta las últimas
décadas y años del siglo pasado, como lo demuestra el neocaudillismo de
Menem en Argentina, Fujimori en Perú, o Chávez en Venezuela, para
no referirme a Castro en Cuba.
5. Los factores descritos con anterioridad propiciaron que a los pre-
sidentes se les concedieran amplias facultades legislativas, mismas que los
ejecutivos estadounidenses no poseen, y extensas atribuciones para el es-
tablecimiento de estados de emergencia, de sitio o de necesidad, y para
actuar en dichos procesos. En varios países, los casos de excepción se
convirtieron en cotidianos.40
Dentro de este contexto, varios presidentes lograron, y hasta ahora
la práctica continúa, la reforma constitucional para ampliar el periodo o
para cambiar las reglas de la no-reelección presidencial.
6. La fuerte injerencia externa en los asuntos políticos y económicos
de la región, primero, especialmente de Gran Bretaña y Francia, y muy
poco después de Estados Unidos de América. Las injerencias fueron de
toda naturaleza, desde los favores de los embajadores a grupos políticos,
el control de aspectos económicos hasta intervenciones armadas y apoyos
a dictadores o caudillos afines con los intereses de la potencia o poten-
cias. Sólo habría que recordar el imperio de Maximiliano en México, la
separación de Panamá de Colombia, o la protección a tiranos como Tru-
jillo en República Dominicana, Somoza en Nicaragua o Stroessner en

40 Véanse Valadés, Diego, La dictadura constitucional en América Latina, México,

UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1974, 213 pp; Bacelar Gouveia, Jorge, O
Estado de Excepçâo no Direito Constitucional, Coimbra, Almedina, 1998, t. I, pp. 530-541.
En relación con la diferencia entre los sistemas de partidos políticos latinoamericanos y
el estadounidense, véase Burdeau, Georges, Hamon, Francis, Troper, Michel, op. cit., nota
22, pp. 245, 263 y 264.

117
JORGE CARPIZO

Paraguay. O, por el contrario, para derrocar a presidentes no-afines como


Jacobo Árbenz en Guatemala o Salvador Allende en Chile.
7. La necesidad de enfrentarse a nuevos y graves problemas como son
por ejemplo: el crimen organizado, especialmente, el del narcotráfico;
guerrillas que, en ocasiones, son financiadas por el propio narcotráfico,
y las presiones inmensas de organismos financieros internacionales.
8. Sainz Arnaiz, a los factores enunciados, recuerda otros que han
sido expuestos por diversos autores, y que realmente se encuentran in-
cluidos en la enumeración realizada, tales como: el subdesarrollo técnico,
el predominio agrario y la semicolonización por parte de Estados Unidos
de América, el porcentaje de analfabetismo, la debilidad y personalismo
de los partidos políticos, la actitud conservadora del clero, la garantía del
orden social y público, y la ausencia de control institucional suficiente.41
B. Es probable que únicamente uno o dos de los factores mencionados
hubieran alterado profundamente el funcionamiento del sistema presi-
dencial inspirado en Estados Unidos de América, y en muchos de los
países de la región, se presentaron y presentan más de dos de esos factores.
Entonces, nuestras realidades alteraron la estructura propia del sistema
presidencial y casi, o sin el casi, nulificaron los controles mutuos que
deben existir entre los poderes Legislativo y Ejecutivo, con el agravante
de un Poder Judicial débil, y generalmente no independiente.
En el camino para reencontrar los cauces de la democracia, esos dos
aspectos —equilibrio de poderes y controles mutuos— son esenciales para
la ingeniería constitucional; hay que tenerlos muy claros, para no perdernos
en el bosque y continuar cometiendo errores, que nos alejen de la meta
actual: la consolidación de los sistemas democráticos para evitar retrocesos.
C. Sobre esta cuestión, aún deseo hacer una última reflexión. Una
dictadura jamás, y por ningún motivo, podrá ser justificada, especialmente
por los atropellos a los derechos humanos y a las libertades. Siempre hay
que luchar por sistemas democráticos, en los cuales el poder se encuentre
al servicio de la comunidad y de la dignidad humana.
Los fracasos de los sistemas presidenciales y de la democracia en Amé-
41 Saiz Arnáiz, Alejandro, “Forma de gobierno y estructura del Poder Ejecutivo: el

presidencialismo argentino tras la revisión constitucional de 1994”, Revista de Estudios Po-


líticos, Madrid, Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, julio-septiembre de 1997,
pp. 197-199.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

rica Latina son muy criticados y criticables y, desde luego, que así debe
y tiene que ser. Sin embargo, no queda claro que las explicaciones y
objeciones tradicionales al respecto sean omnicomprensivas.
Los países de la región se independizaron y enfrentaron los graves
problemas a los que he aludido, y pareciera que los mismos se ignoran o
minimizan para exigir que, en unas cuantas décadas, esos Estados hubieran
alcanzado regímenes democráticos y sistemas de gobierno estables. ¡Ojalá
así hubiera sido! Hubiera sido un milagro.
Si pensamos únicamente en Europa, ¿cuántos siglos, cuántos conflictos
armados, cuántos sufrimientos y cuántas vidas humanas fueron necesarias
para la creación del Estado-nación?
Y creado éste, ¿cuántas luchas, cuántos siglos, cuántos sacrificios para
alcanzar un cierto nivel democrático? ¿Cuántos países europeos podían
ser considerados democráticos a fines del siglo XIX? Tal vez, orientándose
hacia la democracia se encontraban Gran Bretaña, Suiza, algunos países
nórdicos y Francia por breves periodos ¿Alguno más?
En la propia Europa, ¿cuántos países poseían un régimen democrático
antes de la Segunda Guerra Mundial? ¿y los millones de seres humanos
que fueron consciente y fríamente asesinados por Hitler —en la patria
de Beethoven, Goethe y Schiller—, y por Stalin —en la nación de Dos-
toievski, Tolstoi y Gogol?—.
En Estados Unidos de América, hasta después de la segunda mitad del
siglo XIX, existió esclavitud; todavía en la década de los sesenta del XX se
sufría espantosa discriminación racial —una especie de apartheid—, y su
sistema electoral permite que sea electo presidente el candidato que obtuvo
el menor número de votos, como ha acontecido en varias ocasiones, y tan
recientemente como en 2000. Es un país en el que actualmente la gran
mayoría de la población acepta las Patriot Acts, que vulneran derechos
humanos que se consideraban intocables en cualquier país civilizado.
Pero a los países de América Latina se les fustiga en virtud de que,
a pesar de sus gravísimos problemas de toda índole y el acoso de las
potencias estadounidense y algunas europeas, no alcanzó a asegurar la
democracia ni el buen funcionamiento de sus sistemas presidenciales con
estabilidad y respeto a los derechos de las personas, durante décadas, y
la justicia social es aún materia pendiente.
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JORGE CARPIZO

No obstante, algunos países de la región consiguieron estabilidad, ré-


gimen de libertades y democracia política por periodos de más de vein-
ticinco años, como Costa Rica, Colombia, Chile, Uruguay y Venezuela.
México durante siete décadas del siglo XX fue gobernado por un partido
predominante; fue un sistema donde existió respeto, aunque deficitario
y con problemas, de las libertades, y algunos avances sociales, con esta-
bilidad política.
Hoy en día, al menos desde la óptica de la democracia electoral, los
países de la región, excepto Cuba, califican satisfactoriamente, aunque
con obstáculos. Pero la democracia no está asegurada, debido a los graves
problemas sociales y económicos que persisten, agravados por un contorno
internacional muy injusto.
Es probable que las democracias actuales de América Latina la hayan
logrado con menos costos humanos que las europeas. Cuando menos
entre nosotros no han existido holocaustos o gulags, cuyas sombras aún
están recientes en varias de las regiones que integraron la ex-Yugoslavia,
aunque sí hemos sufrido dictaduras poco respetuosas de los derechos hu-
manos, arbitrarias y sanguinarias.
Mi punto de vista es que no resulta acertado condenar sin más a
América Latina ni reprocharle que no hubiera alcanzado en unos cuantos
años o decenios, lo que Europa no logró sino después de siglos,42 y que,
en parte, a la región latina del continente todo se le dificultó y obstaculizó
por las intervenciones militares, económicas y políticas de Estados Unidos
de América y de las propias potencias europeas. Lo anterior me recuerda
al ladrón que grita, a voz en cuello, que se agarre al ladrón; o quien sólo
ve la paja en el ojo del vecino, pero no en el propio.
Respecto a este tema, también me pregunto ¿si nuestros países hubieran
optado por un sistema como el inglés de la segunda década del siglo XIX,
la convención o el asambleísmo francés, o cualquier otro que no conozco
cuál pudiera ser, hubiese sido mejor que el modelo presidencial estadou-
nidense? Lo más probable es que no, porque el problema no fue el sistema
de gobierno, sino los factores que apunté párrafos arriba. Por el contrario,

42 Véase García Belaunde, Domingo, “Perú: veinticinco años de evolución político-

constitucional (1950— 1975)”, en varios autores, Evolución de la organización político-cons-


titucional en América Latina, México, UNAM, Instituto de Investigaciones Jurídicas, 1979,
vol. II, p. 234.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

tal vez, la inestabilidad política se hubiera profundizado, y los cambios


de gobierno y los dictadores hubieran sido aún más frecuentes. Imposible
saberlo.
Lo que sí conozco es que el sistema presidencial forjó algunos regímenes
con democracia y estabilidad en la región, y que la ola democratizadora
de mediados de la década de los ochenta del siglo pasado, en muchos
países del área, fue impulsada por las sociedades, pero también por los
presidentes de la república dentro de los marcos de sistemas presidenciales.
El gran problema consiste en que estos avances, cuando menos en varios
países de la región, no son irreversibles, por la persistencia de muchos y
complicados problemas ya descritos en forma sucinta.
No es correcto que, en la valoración de los sistemas democráticos y
de gobierno, se empleen parámetros diferentes, si la referencia es a países
desarrollados, ricos y poderosos, a si los aludidos son Estados en vías de
desarrollo, pobres y con débil presencia internacional. Un solo ejemplo
de nuestros días: las leyes antiterroristas recientes en Estados Unidos de
América y Gran Bretaña, que lesionan gravemente múltiples derechos
humanos.

VI. El caudillo

A. En el contexto social, político, económico y cultural que he bos-


quejado de América Latina, no resulta sorprendente que se buscara quien
pudiese resolver dichos problemas y, desde luego, casi siempre existieron
abundantes candidatos, a nivel nacional o regional, con frecuencia au-
toproclamados: el líder carismático que realiza promesas al por mayor,
aunque conozca que es imposible cumplirlas.
La figura del caudillo es anterior a la instauración del sistema presi-
dencial. Es probable que el primer caudillo latinoamericano haya sido
Bolívar y su concepción de un Poder Ejecutivo vitalicio y concentrador
de las competencias gubernativas que, a su vez, centralizara el poder para
evitar los diversos caudillismos locales y la fragmentación de los territorios.
El caudillo latinoamericano representa la personalización del poder,
en virtud de que en múltiples ocasiones el hombre goza de mayor prestigio
que las instituciones, debido a que se considera que es la persona que el
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JORGE CARPIZO

país necesita, la que va a resolver los problemas, la que goza de la confianza


nacional, alrededor de la cual se forman los partidos políticos o se le
subordinan, sin importar si la ideología de estas organizaciones es liberal
o conservadora, de derecha o de izquierda. En una palabra, el caudillo
es la representación y la simbiosis de las instituciones.
El caudillo carismático generalmente alcanzó la presidencia y ejerció
el poder, ya fuera con despotismo, de manera paternalista o, en muchas
ocasiones, demagógicamente, impregnada de populismo de derecha o de
izquierda, según fueran sus inclinaciones ideológicas o las conveniencias
políticas del momento. En muchas ocasiones, el caudillo fue jefe militar
a quien el ejército apoyó.43
El caudillo acumuló poder y subordinó a los poderes Legislativo y
Judicial. No fue extraño que se aliara con los grupos oligárquicos internos
y con fuerzas externas.
Varios de los factores que alejaron a los sistemas presidenciales lati-
noamericanos del modelo estadounidense contribuyeron a crear caudillos,
con lo cual el sistema democrático se pulverizó, y en muchos casos dio
lugar a dictaduras, gobiernos militares o a una mezcla de éstos.
Bien sabido es que el poder corrompe, y el poder total corrompe to-
talmente. Esto les aconteció a la mayoría de los caudillos latinoamericanos,
como ha sucedido con los dictadores de todas las latitudes.
En consecuencia, no existe una caracterización uniforme del caudillo;
éste revistió múltiples modalidades. Más allá de los elementos que permiten
definirlo, se encuentran diversos aspectos que hacen posible establecer
una tipología del caudillo, tal y como se desprende de párrafos anteriores.
François Chevalier, con prudencia y preguntándose si tal tipología es
posible, la ha construido al distinguir entre el caudillo terrateniente, el
macho, el dictador positivista, el cómplice de intereses extranjeros o el
protector de los nacionales, y las diversas clases de dirigentes de las mu-
chedumbres rurales o urbanas.44

43 Serrafero, Mario D., “Presidencialismo y reforma política en América Latina”, Revista

del Centro de Estudios Constitucionales, Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, ene-


ro-abril de 1991, p. 219; Hernández Ruigómez, Manuel, op. cit., nota 15, pp. 254-256;
Gros Espiell, Héctor, op. cit., nota 20, p. 11.
44 Chevalier, François, L’Amérique Latine de l Indépendence à nos jours, París, Presses

Universitaires de France, 1993, pp. 322-326.

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CARACTERÍSTICAS ESENCIALES DEL SISTEMA PRESIDENCIAL

En la tipología de Chevalier se comprende al caudillo militar y al


civil, al populista y al socialista.
El caudillo gobierna al margen, en contra o a pesar del orden cons-
titucional, aunque éste se preserve formalmente.
Los sistemas presidenciales sólo pueden darse en contextos democrá-
ticos; sus degeneraciones no son regímenes presidenciales, sino precisa-
mente degeneraciones y aberraciones políticas, llámeseles como se quiera.
Estas aberraciones no fueron consecuencia del establecimiento de los sis-
temas presidenciales, sino de la realidad social, política, económica y cul-
tural de muchos de los países de América Latina, y de factores externos,
tales como las intervenciones militares, políticas o económicas que la
región ha sufrido y sufre.
B. El caudillo o “César democrático” interesó, como es natural, a la
historia, ciencia y sociología políticas.
Casi a mediados del siglo XIX comenzó a publicarse, por entregas,
Facundo de Domingo Faustino Sarmiento, la historia de un célebre caudillo
regional de Argentina. Sarmiento, a su vez, aprovechó la ocasión para
desnudar a su enemigo el caudillo y dictador Juan Manuel de Rosas,
figura polémica aun en nuestros días.
Desde los primeros años del siglo XX, existen obras interesantes sobre
este tema, como Les démocraties latines de l’Amerique que el peruano Fran-
cisco García Calderón escribió en francés, o el Cesarismo democrático del
venezolano Laureano Vallenilla Lanz.
Este fenómeno ha llamado la atención también a la literatura lati-
noamericana. Muchos de los mejores novelistas de la región han dejado
obras de singular importancia, no sólo desde el punto de vista artístico,
sino también desde el histórico y el sociológico. Entre ellos se pueden
citar al Premio Nobel Miguel Ángel Asturias con El señor presidente;
Alejo Carpentier con El recurso del método; Augusto Roa Bastos con Yo,
el Supremo; Arturo Uslar Pietri con Oficio de difuntos; al Premio Nobel
Gabriel García Márquez con El otoño del patriarca; Mario Vargas Llosa
con La fiesta del chivo; y a Carlos Fuentes con La silla del águila.
No debe olvidarse, al respecto, la obra que el literato español Ramón
María del Valle-Inclán escribió en 1926 sobre el mismo tema, y que intituló
Tirano Banderas.
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