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I

Gwyneth no estaba segura si este era el camino correcto, o si se tratara siquiera del
rumbo que deseaba para su vida, no obstante, poco le importaba lo correcto o lo
incorrecto, aun tratándose de una decisión desesperada, el único sentimiento que la
obligaba a mirar hacia atrás y reconsiderar sus acciones, era la culpa.

¿Cuándo comenzó? No podía pensar un momento, o un hecho que hubiese marcado


completamente la diferencia. ¿Fue la muerte de su madre? ¿Fue su insensible padre
quien la comprometió con un hombre treinta años mayor que ella? ¿Fueron las
terribles heladas que mataron al ganado? ¿La pobre cosecha que los sumió en la
pobreza?
Gwynet no era más que una joven hija de granjeros en un empobrecido condado
escocés, no sabía ver más allá de lo que estaba frente a sus ojos, no se le ocurría
desobedecer a su padre, no se le ocurría ofrecerse a sí misma como mano de obra, no
tenía idea de cuando fue que dejó de ver su pequeño pueblo como un hogar, para
comenzar a compararlo con una prisión, tal vez, al igual que las enfermedades,
comenzó como algo pequeño e indetectable que se introdujo discretamente en su
interior, y comenzó a contaminar sus pensamientos, a comérsela por dentro, a
atormentándola con pesadillas, susurrando palabras indignas de una dama en su
mente, resaltando siempre lo malo, lo asqueroso, lo cruel, y lo injusto, hasta que, para
cuando notó lo horrible que se sentía su vida, era demasiado tarde, comprendió que
no era más que un pequeño colibrí encerrado en una jaula de hierro.

No obstante, el momento en el que, por primera vez en mucho tiempo, encontró un


ínfimo rayo de luz al final del abismo, era demasiado claro, imposible de confundir.

Dos semanas atrás, un circo itinerante había llegado al condado, y desde entonces, su
popularidad no hacía más que crecer, sus atracciones eran tan variopintas, que más
allá de la vulgaridad de la plebe, nobles y burgueses asistían a las mismas,
describiéndolas como espectáculos refinados digno de una ópera. Al final del día, el
mayor número de personas que asistían eran de bajos recursos, pero esta era una
forma de codearse con la alta sociedad, con solo mencionar el hecho de haber
participado en una función, bastaba para ganar las miradas de asombro y envidia de
cualquiera.

El día que Gwyneth asistió al circo junto a una amiga, se sentía dentro de un cuento
de hadas, todas las personas a su alrededor eran fuera de lo común, no solo aquellos
con deformidades, o los pequeños acróbatas similares a duendes, sino que las ropas
de los mismos visitantes eran tan extravagantes y coloridas, como si vinieran de todas
partes del mundo solo para asistir al circo, que la hacían sentir avergonzada de
desgastado vestido grisáceo. El olor a caramelo invadía el aire, volviéndose casi
embriagante, era imposible concentrarse en un solo sonido, desde los diferentes tipos
de música que llegaban de todos lados, las risas, voces, demás se mezclaban en una
canción única.

— ¡Gwyn, vamos a ver allá! —Exclamó Tessie, su amiga, al tiempo que tiraba de su
brazo para atraerla.

Señaló un bello cartel tallado en mármol, que rezaba con letra cursiva llena de curvas
"No se pierda la presentación de las inigualables hermanas Moon", y debajo de este,
el tallado de siete mujeres de largas cabelleras, Gwyneth desvió su vista de un hombre
sin brazos y con las dos piernas pegadas en una sola extremidad, conocido como "El
hombre morsa" para prestar atención al cartel.

— ¿Qué tiene de interesante? —Respondió Gwyneth, cuya curiosidad era más voluble
ante el morbo y lo extraño, por lo que siete mujeres perfectamente normales, no le
llamaban lo absoluto la atención.

— ¿No te das cuenta? —Enfatizó Tessie, señalando nuevamente el cartel, con la


misma mano que sostenía una pequeña bolsa con almendras tostadas.

Gwineth aprovechó el descuido para arrebatarle la bolsa y tomar un puñado de


almendras, mientras negaba reiteradas veces con la cabeza.

— No es la presentación en sí lo que importa, sino el público. —Aclaró Tessie,


llenándose la boca de almendras, — Mira sus ropas, son gente refinada,
¡Definitivamente encontraremos esposos ricos!

— ¡Teresa! —La reprendió Gwineth, pellizcando su mejilla con fuerza.

— ¿Quieres casarte con el reverendo? — Recriminó Tessie.

— ¡Por supuesto que no, quien quiere casarse con ese viejo feo!
Luego de una larga discusión, Gwynet terminó cediendo, no porque estuviese de
acuerdo con Tessie, sino porque esta era terca como una mula y le había ganado por
cansancio.

Al adentrarse en la carpa de las siete hermanas, el aroma caramelizado del exterior


fue inmediatamente remplazado por la fragancia de flores primaverales, casi daba la
sensación de estar en un mágico jardín. Debido a que ambas muchachas eran
pequeñas y de contextura delgada, no les fue difícil moverse dentro del mar de gente,
hasta encontrar dos asientos cercanos al escenario.

— ¿Qué crees que sea? —Inquirió Tessie, observando a su alrededor, denotando que
su interés principal era el mismo público.

— Más te vale que sea espectacular, nos estamos perdiendo cosas realmente
interesantes por esto. —respondió Gwyneth de mala gana, reclinándose en su asiento.

Pasaron largos minutos, el barullo general del lugar fue desapareciendo, hasta no
quedar ni un solo susurro, solo entonces, el telón carmesí se levantó, todo era
oscuridad y silencio, solo una luz se encendió en el centro del escenario, dejando ver a
siete hermosas doncellas, dos de ellas en sillas, una tocando el piano, la otra con una
viola. Todas ellas llevaban el mismo estilo de vestido blanco sencillo, lo que se robaba
toda la atención, eran sus vastas cabelleras, una más larga que la otra, todas bien
cuidadas, con brillantes y sedosos risos que arrastraban por el suelo e incluso
parecían reflejar la luz como si fuesen espejos.

Gwynet podía oír su propia respiración en tan aplastador silencio, miró a su alrededor,
sin comprender como un lugar lleno de personas podía ser tan silencioso y sentirse
tan vacío, todos parecían estatuas de mármol, observando fijamente a las siete
hermanas en el escenario, como si carecieran de vida. Tiró levemente del vestido de
Tessie para decirle algo al oído, pero esta se veía igual de abstraída que el resto del
público, y respondió únicamente con un fuerte "shhhhhhh" mientras ponía el dedo
sobre sus labios.

En cuanto sus propios ojos se fueron hacia las siete jóvenes, también cayó presa del
mágico trance que parecían ejercer, había algo onírico, fuera de lo normal en ellas,
pero no lograba comprender que, era esa sensación de saber que algo no está bien, a
pesar de no verlo a simple vista, y al pensar en ello, Gwyneth no pudo evitar asociarlo
a las leyendas donde las hadas se disfrazaban de seres humanos.
Siendo una muchacha de carácter soñador que encontraba gran diversión en la
fantasía, esta idea no le resultó en lo absoluto descabellada, porque de otra forma no
entendía como las hermanas podían desprender tan embriagante encanto aun cuando
no habían hecho absolutamente nada, ni siquiera mantenían los ojos abiertos,
pareciendo hermosas estatuas de mármol carentes de vida.

Las hermanas estaban organizadas con la más alta de ellas en el medio, cuatro de pie
separadas en dos a cada lado, y las últimas dos sentadas como si cerraran la fila.
La del medio abrió los ojos, enseñando un hermoso color miel que combinaba con sus
cabellos dorados, y tras dedicar una tenue y delicada sonrisa al público, comenzó a
cantar una bella y nostálgica melodía de amor, a pesar de no ser muy fuerte, su dulce
voz llenó la sala, salvo por ella, el resto permanecío sin realizar el más minimo
movimiento, ni abrir los ojos.

Unos instantes después, como si la música les hubiese concedido vida, las dos
hermanas a cada lado, abrieron los ojos, enseñando ambas ojos tan verdes como la
mente, y se unieron al canto de su hermana, con un coro.

La canción avanzaba, Gwyneth no sabía si estaba conmovida por la letra, la belleza, o


todo en general, pero sus ojos se habían llenado de lágrimas, entonces las siguientes
dos hermanas cobraron vida y abrieron sus ojos acompañando a sus hermanas en el
canto, todas las voces se complementaban a la perfección, dando incluso la ilusión de
ser un coro de voces blancas, para el final, las últimas dos hermanas que se
mantenían inmóviles demostraron tener vida, pero no abrieron los ojos, sino que se
limitaron a tocar sus instrumentos, durante las últimas tres estrofas. Gradualmente, las
voces se fueron apagando, y mientras que las hermanas volvían a cerrar sus ojos y
quedar inmóviles, como si estuviesen dormidas, hasta que solo quedó una de ellas,
quien cerró la canción con el piano.

En cuanto la melodía se detuvo por completo, todo quedó nuevamente en silencio,


nadie se atrevía a respirar siquiera con demasiada fuerza, la maravillosa música los
había transportado a un lugar mágico, y al regresar nuevamente a esos cuerpos
mortales, la mayoría del público estaba tan conmovido que sus ojos lagrimeaban, pero
casi nadie sabría decir el porqué, de alguna manera, ese melancolico sentimiento de
pérdida, de amantes que saben que jamás podrán estar juntos y se atreven a confesar
sus sentimientos sabiendo que es la última vez que se verán, había infestado a todos
como si se tratara de una enfermedad.
Pasaron al menos cinco minutos, antes de que el aletargamiento general comenzara a
disiparse, primero unas pocas personas, con la mirada perdida aplaudían levemente,
los aplausos gradualmente iban llenando la sala, hasta que algunos se atrevieron a
ponerse a de pie, y el escenario se llenó de impetuosos vítores.

Como la música había acabado, las hermanas ya no podían moverse, aún si lo


deseaban, no podrían corresponder a tantas muestras de admiración.

La siguiente canción comenzó con una de las muchachas sentada, tocando el violín,
con tal maestría a pesar de sus ojos cerrados, que no sería difícil imaginarla como
aprendiz de algún famoso prodigio. Nuevamente, cada una de ellas fue dotada de vida
al cantar, abriendo sus ojos, con este acto se llevaron a cabo trece canciones.

Así como no se presentaron, tampoco se despidieron, su música fue lo único que


habló por ellas, hasta que el telón se cerró repentinamente tras la última canción,
privando al público de un último vistazo, como si fuesen ninfas que se desvanecieron
ante los ojos humanos.

II

Independientemente de si fuesen hadas o no, el canto de esas mujeres era tan


embriagante logró hacer que al menos por un instante se olvidase de su dolor, decir
que estaba conmovida no sería erróneo, pero el término "agradecida hasta las
lágrimas" resulta más acertado. 

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