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FACULTAD DE HUMANIDADES
DEPARTAMENTO DE HISTORIA
SIMPOSIOS
EXPOSITORES
LIC. HILDA RAQUEL ZAPICO
DR. RUBÉN DARÍO SALAS
PONENCIA
CLASICISMO ILUSTRADO Y MODERNIDAD:
PERFIL EPISTÉMICO
1
PRÓLOGO
I. El siglo XVIII y la Modernidad occidental resultan objeto de singular atención en el
marco de las ciencias humanas. No obstante, los estudiosos de las distintas disciplinas no
recalan (o no lo hacen de manera contundente) en una perspectiva epistémica; hacerlo
supondría plantear cuestiones que se internan en la dimensión del saber dominante en
cada paradigma o (para decirlo con palabras de Michel Foucault) en el ámbito de cada
episteme. En tal sentido, la erudita y vigorosa propuesta teórica que el filósofo e historia -
dor francés planteara en la década de los años sesenta del siglo pasado en su obra Las
palabras y las cosas, quedó como solitario referente, al que se acude para dar cuenta de
un fenómeno y al que rápidamente se abandona soslayando los valiosos argumentos que
se esgrimen en la obra.
Podría afirmarse con toda certeza que no pocas obras de valor científico padecie-
ron esta particular y paradójica suerte, a la que se exalta y margina en el mismo acto;
exaltación devenida de un imperativo académico, marginación en virtud del agobio re-
flexivo que supondría remontar los aportes hermenéuticos del narrador. Abdicar de una
actitud noética de cara a Las palabras y las cosas conforma un obstáculo epistemológico
frente al mayor aporte que se hiciera en la centuria pasada a efectos de alcanzar el um -
bral ontológico del Clasicismo y de la Modernidad. Y esto importa porque la lectura her-
menéutica de su obra (su mensaje) permitiría una mirada menos impresionista frente a los
desafíos de nuestra Post-modernidad.1
Este trabajo sólo intenta mostrar (poner delante de nuestros ojos) el escenario en
el que transcurre la comedia humana ; en suma, la «episteme» (Foucault) / el «paradigma
(Kuhn), la Weltanschauung. Un escenario por el cual veremos transitar a algunos sujetos,
pero sólo como expresiones de un «ideal-tipo».
II. La hipótesis básica sustentada aquí parte de considerar que instalarnos en la Moderni-
dad plena es ubicarnos en el paraje del abstracto HOMBRE, lo cual supone el comienzo
de la fragmentación del ente humano, de cuya realidad ilustra elocuentemente el discurso
de nuestra época post-moderna.
Retomando algunos lineamientos planteados en la obra citada de Michel Foucault
nos interesa decir (y decir es mostrar algo) que en el marco del Clasicismo ilustrado se
agota el concepto de lo humano (entendido ya como ente religioso ya como ente riguro-
samente natural) definido en términos de animale rationale (ente que tiene lenguaje).
Quien intente verificar los efectos finales de este proceso de desintegración de lo humano
deberá objetivarse (plantearse como objeto de estudio), porque tal proceso sólo se en -
1
Cf. Rubén D. Salas, El discurso histórico-jurídico y político-institucional en clave retórico-hermenéutica. Del
Clasicismo ilustrado a la Post-Modernidad, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Dere-
cho, 2004, pp. 69-76.
2
cuentra plenamente conformado en nuestro suelo post-moderno; suelo donde imperan las
voces reductivas devenidas servomecanismos; instancia que bloquea toda efectiva dis-
cursividad pues el portador del discurso bloqueó toda actitud compresora del «otro», blo -
queó la posibilidad de escucha (que es presupuesto del habla). En fin, el lenguaje devino
mera herramienta comunicacional desconociendo el sentido de la conversación.
En el lenguaje, en su red de significados, encontramos el ámbito donde despunta
la ontología de cada episteme o paradigma. Es por tal razón que escogimos (como refe-
rente del presente estudio que se interna en consideraciones sobre el Clasicismo ilustrado
y la Modernidad) esta dimensión específicamente humana, en tanto, lenguaje y pensa-
miento se imbrican. Desde la plataforma lingüística nos es dable atravesar el umbral (sólo
atravesarlo) hacia ambas epistemes (paradigmas) a efectos de rescatar algunas de sus
claves. Observaremos entonces que para la «visión del mundo» clásica la estatura
humana vale por su andamiaje lógico (que siempre es también ontológico), en tanto para
la modernidad la plenitud del humano se edifica históricamente.
Empleamos las voces discurso y texto (siguiendo una tradición lingüística) como
equivalentes léxicos.
DESARROLLO
1. El CLASICISMO ILUSTRADO COMO FILOSOFÍA DEL SIGNO
Los siglos XVII y XVIII se escriben en Occidente con sintaxis clasicista. Referir al
clasicismo ilustrado es hacerlo de la radicalización (en el siglo XVIII) de reflexiones gesta-
das en la centuria barroca. Siglo cuya «visión del mundo» podría encuadrarse (echando
mano de parámetros históricos) entre 1715 y 1830: límites marcados por la muerte de
Luis XIV y el inicio de las revoluciones burguesas. Muerte de Luis XIV que supone el cie-
rre del sentir barroco francés que nunca se identificó con el páthos del desgarro anímico
(pietas et dignitas) que caracterizó al barroco itálico, fiel expresión del espíritu del Concilio
de Trento. Contrariamente, halló su refugio en la escala ético pedagógica tanto del sentir
heleno y latino así como en la «arquitectura a escala estática y monumental» de la Roma
imperial.2 Barroco francés que (desde sus comienzos) se inclinó por el “espejismo de be-
lleza” del ideal apolíneo3.
En su decurso, la retórica del modelo clasicista francés expresó el apogeo del Anti-
guo Régimen, para luego ser testigo del eclipse de la ética nobiliaria y del nacimiento de
la ética burguesa, culminando (en clave neoclásica) bajo la forma de liturgia de la Revolu-
2
Cf. Bruno Zevi, Saber ver la arquitectura. Ensayo sobre la interpretación espacial de la arquitectura [Saper
vedere l’architettura]. Buenos Aires, Poseidón , 1951, pp. 57-61.
3
Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia [Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik (El origen
de la tragedia en el espíritu de la música), 1872]. Madrid, Espasa-Calpe (Colecc. «Austral»), 1975, § 3 y 16,
pp. 35 y 95.
3
ción y del Imperio napoleónico 4. En mayor o menor medida, el clasicismo francés dejó
huellas en toda la cultura europea: el imperio de la gramática general o razonada (filosó-
fica) da cuenta de esa dominancia que aseguró la fecundidad del pensamiento del siglo
XIX aún frente a la fuerza arrolladora del sentir tecnológico. La gramática general se
planteó como patrimonio genético del ente humano, como expresión natural “siempre
igual a sí misma contra la densidad de la experiencia histórica”. 5
El clasicismo (interpretación libre de la Antigüedad clásica 6) es patrimonio francés7
y fue su ambición sostener que “hay verdades intangibles”, que toda obra debe ser
“eterna y universal” sustentada en verdades profundas. 8 Las tragedias de Corneille y de
Racine capturan ese sentir clásico que encontraría lugar en el espíritu de la filosofía ilus -
trada y en la liturgia neoclásica. El clasicismo traduce con igual fuerza el ritual monárquico
y el republicano (interpretado en clave clásica), pues se trata de evocar la virtus de la res
publica, ética pedagógica exaltada en las cortes católicas del barroco pero a la vez con-
signa antimonárquica de la Francia revolucionaria (“ética de la Revolución con sus ideales
patriótico-heroicos, sus virtudes cívicas romanas y sus ideales republicanos de libertad” 9).
El Clasicismo ilustrado persigue profundizar los principios filosóficos amasados en
la centuria barroca, principios que traducen certeramente la retórica de la simetría como
expresión de la «conciliación de opuestos» y la visión estoica de la Naturaleza. El «ideal-
tipo humano» concebido por el clasicismo se representa dentro del cuadro armónico de
las identidades y diferencias dispuestos racionalmente por el orden natural. «Visión del
mundo» que se define teleológicamente (como «deber ser»), como aquello que el sujeto
debe alcanzar en el marco de la mathesis universalis, en suma, conocimiento «como
productor de éthos, como conocimiento de los otros». 10 En tal razón asistimos, desde el
ámbito de la política y del derecho, al despliegue de expresiones metafóricas vinculadas a
las «formas mixtas», a la «federación de estados», a la «paz perpetua», al «derecho cos -
mopolita»; todas figuras augurales del nuevo orbe europeo.
La posibilidad de llevar a cabo esta idea [...] de una federación que se extienda poco a poco a todos
los Estados y conduzca, en último término, a la paz perpetua [...] constituyendo así un Estado de
naciones —civitas gentium— que, aumentando sin cesar, llegue por fin a contener en su seno a
4
Cf. sobre el rumbo que imprime la burguesía a la cultura en Europa occidental: Perry Anderson, El Estado
Absolutista, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, pp. 50-54.
5
Cf. Paolo Virno, «Historia natural [...] La disputa entre Foucault y Chomsky sobre la “naturaleza humana”»,
en Ídem, Gramática de la multitud. Para un análisis de la formas de vida contemporánea, Buenos Aires, Co-
lihue , 2003, p. 151; cf. p. 147.
6
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte [The social history of art]. Madrid, Guadarrama,
1974, v. III, p. 260.
7
Jacques Combe, «El Clasicismo francés y su prolongación» (pp. 100-119), en René Huyghe (dir.), El arte y
el hombre, París, Larousse, 1967, v. III, p. 100-s..
8
Cf. V—L. Saunier, La literatura francesa del siglo clásico, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos
Aires, 1977, pp. 67-68, 70.
9
A. Hauser, Historia social ... cit., v. III, p. 323. Cf. Roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización
en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 190-192.
10
Michel Foucault, Hermenéutica del sujeto («Quinta lección, 10 de febrero de 1982»). Prólogo de Fernando
Álvarez-Uría. La Plata, Altamira, s/d., p. 71.
4
16
Hans-Georg Gadamer, «Acerca de la fenomenología del ritual y el lenguaje» [1992] (pp. 63-133), en Ídem,
Mito y razón, Barcelona, Paidós, 1993, p. 73.
17
M. Heidegger, «La esencia del habla» [1957-1958], en Ídem, ... cit., p. 143.
18
Cf. Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas [1945]. Barcelona, Altaya («Colecc. Grandes Obras del
Pensamiento Contemporáneo»), 1999, § 19, p.31
19
Cf. sobre los estilos de la Oratoria: Cicerón, El orador [46 a.C.]. Introducción y notas de E. Sánchez Salor.
Madrid, Alianza, 1997, § 69-79, pp. 65-79.
20
Cf. Roland Donzé, La Gramática General y Razonada de Port-Royal. Contribución a la historia de las
ideas gramaticales en Francia, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1970, p. 114.
21
Cf. sobre interacción verbal en el discurso clasicista: R. D. Salas, El discurso ... cit., pp. 261-292.
6
Si hubiesen establecido este nuevo gobierno experimental como sustituto necesario de la tiranía
revocada, la humanidad podría prever el tiempo de prescripción que, por el largo uso, convierte en
legales a los gobiernos que eran violentos en su origen. 22
El humano clasicista es aquel del espíritu analítico, aquel que entiende el progreso
como continuum: es ente lógico y ontológico.
¿Qué podía significar el acontecer histórico en este orden del saber? El acontecer
histórico no era otra cosa que el accidente, aquello propio de los dramatis personae, puro
efecto de superficie que acontecía en el escenario infinito de la Naturaleza, inscripto en un
trozo de tiempo del eterno continuum; se trataba de algo que se conjugaba como toda
historia (historiae) en el pretérito imperfecto del Modo Indicativo bajo la consigna del
«había una vez...».23 En suma: “las acciones humanas, están determinadas por leyes uni-
versales de la naturaleza, tanto como cualquier otro acontecimiento natural.” 24
Sustancia, cópula, predicación: he ahí la ecuación que define al humano clasicista.
Se trata de un sujeto empírico que no sólo hace gala de aquello que dice (que lo degusta)
y quiere rendir cuenta del rigor causal de su argumentación, sino que hace cuestión de
definirse en el decir.
Escrita la «episteme clásica» en términos ontológicos y lógicos, todo lo humano
histórico era mirado desde la perspectiva del valer de las acciones. Dentro de la óptica
clásica que advierte en la Naturaleza las reglas del «deber ser», el quehacer humano (el
estricto actuar en el mundo) era observado con ojo amonestador. Fe en la razón supone
ver con mirada escrutadora (ver con mirada lógica y ética), de ahí que toda historia refe-
rida a lo acontecimental concluya a manera de historia pragmática; historia ético pedagó-
gica que requiere del método comparativo el cual, históricamente hablando, echa mano
de actantes ideales (v.gr., ciudades, militares, legisladores). Este cuadro admite combina-
ciones que suponen identificar lo virtuoso con el «mundo antiguo» griego y latino, en tanto
el «mundo propio» prefigura lo vicioso. Otra variante (la dominante) consiste en construir
un referente con actantes virtuosos y réprobos a la hora de ejemplificar aquello que debe-
ría imitarse o desecharse.25 En cualesquiera de las modalidades se advierte en las histo-
rias un esquema determinista que no se aparta de las leyes newtonianas.
Eco de su «episteme», la voz de Montesquieu nos dirá (al atender a la grandeza y
decadencia de los romanos):
La historia moderna nos ofrece un ejemplo de lo que entonces ocurrió en Roma, y esto es muy
22
Edmund Burke, «Reflexiones sobre la Revolución de Francia y sobre la actitud de ciertas sociedades de
Londres respecto a ese acontecimiento, en una carta destinada a un caballero de París [1790]» (pp. 41-
258). En Ídem, Textos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1942, pp. 184-s..
23
Cf. Umberto Eco, Sei passeggiate nei boschi narrative, Milano, Bompiani, 1994, p. 15.
24
Immanuel Kant, «Idea de una Historia Universal desde el punto de vista cosmopolita», en Ídem, Filosofía
de la Historia [1784]. Estudio preliminar de Emilio Estiú sobre «La filosofía kantiana de la Historia». Buenos
Aires, Nova, 1958, p. 39.
25
Cf. Peter Gay, «Gibbon: Um cínico moderno entre políticos antigos» (pp. 33-62), en Ídem, O estilo na
Historia, São Paulo, Companhia das Letras, 1990, pp. 36, 44-s..
7
notable; porque como los hombres han tenido en todo tiempo las mismas pasiones, aunque difieran
las ocasiones que provocan los grandes cambios, las causas son siempre las mismas. 26
La narrativa literaria (v. gr., aquella que lleva el sello de Jonathan Swift) no ahorró
críticas a la política de su tiempo y se sirvió de la materia histórica para observar “cuánto
había degenerado la raza humana en los últimos cien años”, realidad que, confesaba,
determinaba su disgusto “muy principalmente [por] la historia moderna”. 27
Importa precisar el carácter semántico que (en la muestra precedente como en
otras de su época) reviste la voz «moderno». Ésta no refiere a la categoría histórica nomi -
nada Modernidad, sino al tiempo propio del narrador como opuesto a lo «antiguo»: refiere
a “«tiempo moderno». El concepto de Modernidad se implantó en el último cuarto del siglo
XIX; “sólo está documentado según Grimm desde 1870”. 28
¿Por qué la historia de los hechos humanos no avanza hacia un plano protagó-
nico? La explicación está en el carácter excluyente que reviste la fuerza deductiva de la
razón; el lugar preeminente concedido al juicio como motor del razonamiento y a la lógica
argumentativa como expresión totalizadora del ente humano. Desde esta perspectiva de
rigor conceptual, lo humano pretérito rescatado por la historia sólo encuentra lugar conce-
bido bajo la forma de la figura retórica denominada visión («personificación») o «presente
histórico», también (si de hechos presentes se tratara) como desdoblamiento (v.gr., los
representantes ante Cortes o Asambleas). En todos los casos el ser evocado por la histo-
ria es representación, entendida esta voz como representación teatral. Vale recordar, si
atendemos al orden de lo político, que el poder (potestas) opera siempre como represen-
tación de algo (del pueblo, de Dios, de la Naturaleza, del pueblo ciudadano); opera como
doble en la muerte de los reyes (pues el «cuerpo mortal» no arrastra consigo al «cuerpo
místico» —Estado—): el segundo de los cuerpos es el continente que recibe a la sucesión
de los reyes. 29
¿Cuáles son las claves en las que se asienta la episteme (paradigma) clásica?
Las claves son lógicas, éticas y estéticas y de ellas da efectivamente cuenta el dis-
curso (texto), lugar de encuentro del ser (lugar de la ontología).
Discurso ontológico por antonomasia, desde mediados del siglo XVII se lo entiende
26
Montesquieu, Grandeza y decadencia de los romanos [1734]. Madrid, Alba, 1997 (cap. I «Primeros tiem-
pos de Roma. Sus guerras), p. 7.
27
Jonathan Swift, Viajes de Gulliver, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969, Parte 3ª, pp. 160,
158.
28
Cf. R. Koselleck, «Modernidad. Sobre la semántica de los conceptos modernos del movimiento» (pp. 287-
332), en Ídem, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, pp.
289-292.
29
Cf. sobre los valores de la voz representación: Hans-Georg Gadamer, Verdade e Método. Traços
fundamentais de uma hermenêutica filosófica [Wahrheit und Methode,1986]. Petrópolis, Vozes, 1998, pp.
229-s (a nota 251). Cf. Ralph E. Giesey, «Modèles de Pouvoir dans les rites royaux en France» (pp. 579-
597), en Annales. Économies. Sociétés. Civilisations. Revue bimestrelle publiée avec le concours du
C.N.R.S. et de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales. Paris, Armand Colin, 41e. Anné, Núm. 3,
Mai-Juin, 1986, pp. 584,587. También: R. D. Salas, El discurso histórico-jurídico ... cit., pp. 341-s..
8
34
Maximilien Robespierre, «Sobre los principios del gobierno revolucionario», París, 25 de diciembre de
1793; «Sobre los principios de la moral política que deben guiar a la Convención Nacional en la administra-
ción interna de la República», París, 5 de febrero de 1794, en Ídem, La revolución jacobina. Prólogo de
Jaume Fuster. Barcelona, Península, 1973, pp. 123, 14-s..
35
Noam Chomsky, Lingüística cartesiana. Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista [1969]. Ma-
drid, Gredos («Biblioteca Románica Hispánica», II, Estudios y Ensayos, 135), 1984, p. 118.
36
E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración ... cit., p. 328.
10
de las lenguas naturales) reposan en una lógica gramatical que les otorga sentido.
La consigna lógico ontológica de Port-Royal, que encontró en los philosophes a sus
más consecuentes seguidores, parecía resumirse en una frase: todo el «ser» reside en el
lenguaje y en el lenguaje «somos». Port-Royal observó que las gramáticas particulares
constituían el lugar privilegiado que permitía al «ser» anunciarse. La lógica se servía del
«orden oracional», o sea, de la articulación material de las palabras, para proyectar el or -
denamiento a la vez lógico y ontológico de la dimensión proposicional (lugar del «juicio»
mismo). Que todos los verbos no fueran otra cosa que la manifestación del verbo «ser»,
denota hasta qué punto para Port-Royal el humano se definía en términos de lenguaje. De
igual manera que el verbo «ser», el pronombre «yo» se encuentra presente en toda pro-
posición aunque no se encuentre enunciado y en ello radica el planteo ontológico que re -
corre toda la Lógica y la Gramática de Port-Royal: detrás de toda sentencia material pal -
pita un «Yo ontológico» y un «ser» del verbo —un «Yo pienso-Yo soy»—, instancias que
dicen de la palabra como apropiación.
Este juicio [acto de afirmar o negar las ideas] se llama proposición, y es fácil de ver que debe tener
dos términos: uno del cual se afirma o del cual se niega, el cual se llama sujeto; y el otro, que se
afirma o se niega, el cual se llama atributo o praedicatum.
No basta concebir estos dos términos, sino que es necesario que el espíritu los una o los separe. Y
esa acción de nuestro espíritu está indicada [...] en el discurso por el verbo es, o solo, cuando
afirmamos, o con una partícula negativa cuando negamos.37
A partir de mediados del siglo XVII la ideología gramatical (cuyo motor es Port-Ro -
yal) adopta un carácter eminentemente filosófico. La idea de una correspondencia funda-
mental entre el pensamiento y la lengua le “valió a la Gramática y a la Lógica un nuevo
auge de celebridad en el siglo XVIII”. 38 Llega a su cenit el concepto según el cual el «bien
hablar o escribir» está ligado al «bien pensar», pues se entiende que el Arte denominado
Gramática “no obedece al capricho de los hombres; es la razón misma la que regula y di -
rige los movimientos de la palabra.”39
37
Antoine Arnauld et Pierre Nicole, La Logique ou l’art de penser, 1662 (pp. 158-595) («Deuxième Partie,
contenant les reflexions que les hommes ont faites sur leurs jugements», chap. III «Ce que c’est qu’unes
Proposition, et des quatre sortes de Propositions»), en Antoine Arnauld et Claude Lancelot, Grammaire
Générale et Raisonnée, contenant les fondements de l’art de parler, expliqués d’une maniére claire et natu-
relle; les raisons de ce qui est commun a toutes les langues, et des principales diférences qui s’ y recontrent,
etc., 1660. Paris, De L’Imprimerie D’Auguste Delalain, Libraire Éditeur, 1830, p. 296.
38
R. Donzé, La Gramática ... cit., p. 186. Cf. R. D. Salas, El discurso ... cit., pp. 326-331.
39
«Claude Irson, Nouvelle méthode pour apprendre facilement les principes et la pureté de la langue fran -
çaise (Paris, 1656)», en E. Donzé, La Gramática ... cit., p. XVIII.
11
la «Modernidad plena», aquella que (en torno a 1870) mostrará su perfil más rotundo.
Consignar un período de oscilación dice de una lenta ruptura hacia un suelo epis-
témico del todo diferente, no sólo con respecto a lo que denominamos Clasicismo, sino
respecto de la «visión del mundo» occidental de origen helénico. En suma, hablar sin am-
bages de inicio de la Modernidad supone afirmar el comienzo de una nueva genealogía
del saber. Se trata de una genealogía histórica, cuyo referente excluyente es el hombre.40
El hombre, su historia, sentido evolucionista (mecánico) del progreso, resultan las
consignas con las que se escribe por vez primera el orden epistémico de la Modernidad.
Frente al orden natural del que participaban todos los seres y cosas, la Modernidad
levanta la muralla de la humanidad y de lo histórico (que la explica). Para el sujeto mo-
derno todo comienza y todo acaba en la dimensión de un humano devenido ente pura-
mente abstracto definido por la voz abstracta hombre, sentido último de toda existencia;
voz abstracta que menta superioridad antropológica. En el exceso de autodeterminación y
autoestima del humano devenido «hombre» se agota la potencia cósmica del lógos.
Las voces hombre e historia (entendida como historia crítica) definen el rumbo de la
Modernidad, particularmente de aquella realidad occidental que el anecdotario mundano41
traduce en términos de «Segunda Revolución Industrial» y en «ismos» de variada violen-
cia sintetizados en el oxímoron «paz armada». Su discurso expresa la «edad del darwi-
nismo», proyectado a la esfera social por Herbert Spencer: discurso de «política positiva»
sustentado en el principio de evolución o selección natural 42, discurso filosófico auténtica-
mente positivista que deja atrás los residuos románticos (entramado idealista fraguado
con jirones de Kant y Hegel) explanados por Augusto Comte. El Positivismo es expresión
indubitablemente empírica, donde la voz «humanidad» ya no resulta equivalente léxico de
«género humano» sino abstracto «hombre» 43.
El sistema epistémico moderno, con su visión historicista del saber, se alza como
“abismo intransponible”44 frente al sistema materialista lógico ontológico clasicista. El refe-
rente que entendía siempre un «yo ontológico» se disuelve y resuelve en riguroso «yo
empírico»; todo acto de enunciación (todo decir) es ahora estricto acto enunciado. El decir
cede paso a lo dicho; el tiempo inmóvil de las esencias se trueca en el tiempo dinámico de
los acontecimientos. Llega a su fin la concepción del tiempo como marcha gradual, como
40
Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario... cit., s.v. «Genealogía. Génesis. Genético».
41
Cf. M. Heidegger, El ser y el tiempo [1927]. Barcelona, Biblioteca de los Grandes Pensadores, 2002
(«Primera Parte [...] Primera Sección. III. La mundanidad del mundo [...] § 14. Idea de la mundanidad del
mundo en general (3.)», p. 67.
42
Cf. Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, Madrid, Tecnos, 1979, pp. 509-s..
43
Cf. Antonio Rodríguez Huéscar, «Prólogo», en Augusto Comte, Discurso sobre el espíritu positivo [1844].
Buenos Aires, Aguilar («Biblioteca de iniciación filosófica»), 1965, pp. 23-31; cf. A. Comte, Discurso ..., cit...,
(«Primera Parte, Superioridad mental del espíritu positivo, cap. III. Atributos correlativos del espíritu positivo
y del buen sentido», pp. 89-94.
44
Hans Kelsen, Über Grenzen zwischen iuristischer und soziologischer Méthode, Tubingen, 1911, p. 6.
12
45
A. Comte, Discurso ..., cit...,(«Segunda Parte, Superioridad social del espíritu positivo, cap. I, Organización
de la revolución»), pp. 112-s..
46
Cf. sobre el método en la historiografía romántica, liberal y positivista: Jorge L. Cassani y Antonio J. Pérez
Amuchástegui, Del ‘epos’ a la historia científica. Una visión de la historiografía a través del método, Buenos
Aires, Nova, 1961, pp. 136-158. Sobre el positivismo historiográfico: Gérard Noiriel, Sobre la crisis de la
historia, Madrid, Frónesis, Cátedra, Universitat de València, 1997, pp. 112-122, 205-230. Sobre el método
histórico en Droysen: Emilio Lledó, «La metodología histórica de Droysen», en Ídem, Lenguaje e Historia,
Barcelona, Ariel, 1978, pp. 157-169. También: Hayden White, «La Historik de Droysen: la escritura histórica
como ciencia burguesa» (pp. 103-121), en Ídem, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representa-
ción histórica, Barcelona, Paidós, 1992, pp. 104-107. Sobre el estilo histórico de Ranke: Peter Gay, «Ranke.
O crítico respeitoso», en Ídem, O estilo na Historia, São Paulo, Companhia das Letras, 1990, pp. 63-93.
13
47
Cf. Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable sociedad. Cuestiones de epistemología de las
ciencias sociales, Buenos Aires, A—Z, 1998, pp. 84-90.
48
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas [1945]. Barcelona, Altaya (Colecc. «Grandes Obras del
Pensamiento Contemporáneo»), 1999 (§ 241, 242), pp. 217-s..
49
Georges Duby, «Historia social e ideologías de las sociedades» (v. I, pp. 155-177), en Jacques Le Goff y
Pierre Nora (dir.), Hacer la Historia, Barcelona, Laia (3. v.), 1978, p. 169.
50
R. Koselleck, «Historia magistra vitae», en Ídem, Futuro pasado ... cit., p. 56.
14
53
René Descartes, Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las cien -
cias [1637]. Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar. Buenos Aires, Orbis, 1983 («Cuarta Parte. Prueba de la
existencia de Dios y del alma humana o fundamentos de la Metafísica»), p. 72.
54
R. Descartes, Meditaciones metafísicas [Título original: Meditationes de prima philosophia, in qua Dei exis-
tentia et animae inmortalitas demonstratur (1641)]. Prólogo de José A. Míguez. Navarra, Folio, 1999
(«Meditación Segunda: sobre la naturaleza del alma humana y del hecho de que es más cognoscible que el
cuerpo»), p. 37.
55
M. García Morente, Lecciones ... cit., p. 289. Cf. I. Kant, «De la principal cuestión trascendental. Primera
Parte. ¿Cómo es posible la matemática pura? (§ 1-13. Primera, Segunda y Tercera Observación)», en Ídem,
Prolegómenos a toda Metafísica futura [Prolegomena zu einer ieden kïnftigen Metaphysik die als
Wissenschaft wird auftreten können, 1783]. Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar. Buenos Aires, Aguilar
(«Biblioteca de iniciación filosófica»), 1965, pp. 77-96.
56
M. García Morente, Lecciones... cit., p. 322.
57
M. Foucault, Las palabras ... cit., p. 241.
58
Cf. John Randall, La formación del pensamiento moderno. Historia intelectual de nuestra época, Buenos
Aires, Mariano Moreno, 1981, pp. 508, 510.
16
Ese avance hacia lo más complejo y menos exacto encerrado por la objetividad
kantiana (síntesis objetiva a priori) se convirtió en el sustento del a posteriori de los princi-
pios de las ciencias empíricas. El no admitir otra realidad que no responda a los hechos
está en la base del positivismo 59, no obstante, y aún reconociendo las limitaciones herme-
néuticas, tanto la obra de Ranke como (menos críticamente) la de Droysen no dudan en la
objetividad de su proceder historiográfico. 60 La denominación de ciencias (para designar el
ámbito de los estudios del hombre) sólo resulta posible bajo el rótulo de objetividad in -
augurado por el idealismo trascendental. De allí que los estudiosos de las Ciencias So-
ciales reivindiquen igual status que la ciencia matemática; interés por las etapas filogené-
ticas en detrimento de las etapas ontogenéticas del saber.
Hablar del origen material de la «vida» (biología), de los «orígenes de las lenguas»
(filología), en fin, del «hombre» y de la «historia», como su legítima representante, es
hacerlo del espacio discontinuo en que se define toda posible existencia en el siglo XIX.
En suma, la nueva positividad de las ciencias de la «vida» y del «lenguaje» está en co -
rrespondencia con la instauración de una filosofía trascendental 61, o, mejor, con los jirones
que la Modernidad arrancará a la filosofía idealista kantiana.
Modernidad, en fin, tiene su equivalente lexical en las voces «hombre» e «historia»;
ambos singulares colectivos la definen; se convierten en claves de la textualidad mo-
derna, esto es, claves del estilo de la Modernidad. Singulares colectivos que facilitan la
articulación (en la plenitud de la época) del pensamiento sintético.
El pensamiento sintético se explana en la gramática de superficie, que lo es de
cláusulas breves a manera de consignas que requieren de la generalización. Sintaxis
compuesta de predicaciones que prefieren la rapidez de la conclusión a la rigurosidad
conceptual. Atrapan en su malla la concepción del tiempo histórico, de ese tiempo que
asoma en el eclipse del Clasicismo, que la conciencia técnica (por un lado) y la Revolu -
ción de 1789 (por otro) impulsan. El tiempo acelerado es el tiempo del «hombre» que se
enorgullece de su accionar histórico (de su accionar mundano), que ya deja de ver en lo
pretérito (durante la Modernidad plena) el topos que le advierte y le aconseja el recto sen-
dero y, en cambio, se abandona a los designios enigmáticos del futuro. El futuro desplaza
a lo pretérito como guía; tránsito desde el ejemplo concreto de lo acaecido a la seguridad
absoluta de lo que acaecerá.
Para el pensamiento moderno la historia como res gestae se identifica con la histo-
ria como rerum gestarum; la historia entendida como «cosa-en-si» se disuelve en térmi-
nos de construcción mental. Desde allí podrá diseñarse ese futuro de supremacía antro-
59
J. Ferrater Mora, Diccionario ... cit., s.v., «positivismo».
60
Cf. J. Randall, La formación ... cit., pp. 509-512.
61
M. Foucault, Las palabras ... cit., pp. 238-s..
17
pológica; convicción firme de que el género humano (cada vez más «humanidad» a me -
dida que avanza la centuria) se halla en constante progreso hacia lo mejor, entendido lo
mejor, como progreso material indefinido.
Antes del reinado de la Historia, en los dominios de la Razón, Kant se preguntaba
si “¿es posible una historia a priori?”, si es posible históricamente plantear una “narración
profética”. Su respuesta resultará afirmativa: “si el profeta mismo hace y dispone los
acontecimientos que anuncia de antemano”. 62 Pero el progreso del que habla Kant en su
Filosofía de la Historia nada tiene que ver con la historia factual, sino con la historia moral.
En tal sentido (siguiendo la tradición aristotélica de la causa eficiente) no dudará en afir-
mar que el género humano es «constante progreso hacia lo mejor».
Progreso es una voz que arraiga en el siglo XVIII y, junto a revolución, se convierte
en el rostro temporal de la voz reforma. Sólo esta última voz opera un cambio hacia su
valor actual en los inicios de la centuria ilustrada.
La voz revolución conserva plenamente (aún en el siglo XVII) semántica astronó-
mica: John Locke habla de “las revoluciones anuales del Sol”, “las revoluciones regulares
y al parecer equidistantes”;63 y la lexicografía la registra como “una vuelta completa; un
giro y vuelta al primer punto o lugar, el término de un curso circular” 64. La voz reforma y re-
volución se entendieron en el siglo XVII como equivalentes léxico semánticos. Finalmente,
reforma quedaría consignada como voz técnica que designaba una alteración religiosa65,
pudiendo considerarse dicha «alteración», “desde la segunda mitad del siglo XVII, como
un período cerrado”.66
Desde el paradigma clasicista operar una reforma suponía plantear una progresión
revolucionaria. En suma, reforma era la mudanza o revolución dispuesta por la Natura-
leza.
Para el orden clasicista, progreso menta (en puridad temporal) regreso, continuum
(dentro de la mathesis universalis). El progreso clasicista opera fuera del orden mensura-
ble en el que se inserta el progreso moderno (orden de la técnica industrial). Si en el pri -
mer caso nos encontramos frente a un fluir temporal apenas conmovido, en el segundo se
trata de «aceleración».
El texto moderno (discurso de singulares colectivos, de progreso evolutivo, de
historia), es texto que dice en un mismo acto de «aceleración temporal», de «síntesis».
62
I. Kant, «Reiteración de la pregunta de si el género humano se halla en constante progreso hacia lo me -
jor», Der Streit der Fakultäten (El conflicto de las Facultades), secc. II «Conflicto entre la Facultad de Filoso-
fía con la de Derecho» [1798]. En Ídem, Filosofía ...cit., p. 180.
63
John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano [1690]. Prólogo de José A. Robles y Carmen Silva.,
México, Fondo de Cultura Económica, 1986, lib. II, cap. XIV. «De la duración y de sus modos simples», §
19. Las revoluciones del sol y de la luna son las medidas más propias del tiempo», p. 168.
64
«Dictionaire de Cotgrave (1611), s.v., Revolution», en Melvin J. Lasky, Utopía y revolución, México, Fondo
de Cultura Económica, 1985, p. 314.
65
Cf. M. J. Lasky, Utopia ... cit. p. 307.
66
R. Koselleck, «Modernidad ...»... cit., p. 296.
18
Texto que (por lo dicho) abreva en la cláusula breve; realidad que muestra el desplaza-
miento del paradigma escrito del texto clasicista hacia el paradigma oral que acabará im -
perando y marcando el rumbo de la escritura. Que, por ejemplo, el discurso moderno de
Thomas B. Macaulay fuese resistido por muchos de sus contemporáneos, encuentra fun-
damento en su recurrencia al estilo analítico, en suma, en la recurrencia a una modalidad
textual en la cual el espíritu moderno ya no se reconoce. 67
El discurso del parlamentario e historiador británico (que en 1831 realiza su alegato
en defensa de la ley electoral sobre el sufragio universal masculino) comienza a vivirse
como una expresión anacrónica para su época.
Una mirada hermenéutica permite notar (desde la crítica de sus contemporáneos a
su despliegue argumental) la ruptura epistémica que el positivismo de la segunda mitad
del siglo XIX exhibirá de manera rotunda.
Lord Macaulay cabalga entre dos paradigmas, pero aún no vive la plenitud mo-
derna, de allí que la clave lógico argumentativa de la discursividad que lo retiene en sus
dominios lo conmine a desplegar en la superficie del texto un complejo orden relacional.
En el lenguaje «somos», y el paradigma clásico que se define como ontología del
lenguaje lo entiende como apropiación vital. En la narrativa clásica la palabra aparece
siempre interrogando, se plantea en la quietud temporal del sentir ético, en el ritmo con -
dicional y en el decir anafórico. Sin embargo, en el discurrir de Macaulay, el tiempo se
acelera en algunos tramos (su época está presente en la vía alternativa 68): en su «visión
del mundo» se advierten las dos velocidades (clásica y moderna), pero la segunda no lo -
gra imponerse en su espíritu (como actitud mental).
[...] algunos hay que, según yo creía, deberían recordar siempre, durante toda su vida, la
humillación que sigue a la resistencia obstinada y altiva contra aquellos cambios que ha hecho
necesarios el progreso de la sociedad y el desarrollo del espíritu humano. ¿Es posible que esas
personas quieran volver a ocupar una posición que no puede ser defendida ni entregada con honra?
[...]
[...] ahora, cuando por todas partes vemos caer las antiguas instituciones [...]; ahora, mientras el
corazón de Inglaterra está todavía sano [...]; ahora [...] tomad consejo [...] no del ignominioso orgullo
de una fatal obstinación, sino de la historia, de la razón, de las edades pasadas, de los signos que
evidencian nuestra portentosa época.69
«Cambio» y «progreso»: voces que conmueven la quietud temporal y que dan lugar
a decisiones humanas, pero cuyo efecto se ve disminuido en contundencia pues se trata
de aceptar algo inevitable. «Historia/razón», «edades pasadas»/«nuestra portentosa
época»: «juego de lenguaje» («modo de usarlo» 70) construido en estricta simetría; el
67
Cf. P. Gay, «Macaulay. Sibarita intelectual», en Ídem, O estilo.... cit., pp. 95-97.
68
Discurso: del latín discurro («correr de una parte a otra») y de discurso («ir y venir»); sustantivo discursus
(«acción de correr de una parte a otra»). Diccionario ilustrado latino-español / español-latino, Barcelona, Bi-
blograf, 1958.
69
Thomas B. Macaulay, «Discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes, 2 de marzo de 1831» (pp.
43-61), en Lord Macaulay, Reforma parlamentaria. Prólogo de Daniel López. Buenos Aires, Tor, 1943, pp.
58, 61. N.B.: subrayo nuestro. Cf. P. Gay, O estilo...cit, pp. 95-120.
70
L. Wittgenstein, Investigaciones ... cit., («Parte I, § 10»), p. 27. Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario ..., cit., s.v.
19
efecto simétrico (clave de la retórica clásica) recorre todo su discurso. En tanto la voz
historia lo remite a su época, el efecto simétrico de sus cláusulas lo proyecta en el eje cla -
sicista.
El paradigma moderno, superado ese obstáculo epistemológico representado por el
Romanticismo, se impone al mediar el siglo XIX. El humano devino «hombre», la historia
natural, historia específicamente humana y, el tiempo eterno, progreso evolutivo.
Eminente registro de los paradigmas, el lenguaje moderno denota la ruptura epis-
témica al sedimentar nuevos códigos que dejan atrás todo residuo de Clasicismo, cuando
el nuevo concepto de tiempo y espacio ya no permite concebir «mundos» analíticos. La
imagen (que claramente anuncia las mudanzas antes que la idea las defina) da cuenta de
ello. El impresionismo pictórico recepta el nuevo sentir ideológico (el nuevo sentir cultural)
y, desde su soporte, se advierte la captura del instante, de lo mudable, de la apariencia de
las formas; fragmentación del espacio, notación de la naturaleza como fenómeno cam-
biante, tiempo heraclítico del mundo. Expresión artística que pretende reflejar un mundo
burgués que, habiendo alcanzado su cima, se repliega sobre si mismo y busca el reposo
en el poder multiplicador de la técnica; público burgués que, por otra parte, no se reco-
noce en la mirada psicológica de las manchas impresionistas. 71
Cuando en 1885 el novelista francés Paul Bourget en Essais de psychologie con-
temporaine sostenía (a propósito del estilo literario de su tiempo) que la impresión “de una
frase [es] más profunda que la de una página, y la de una palabra aislada más conmove-
dora que la de la frase”, lo que hacía era definir «el método del impresionismo», esto es,
«el estilo de una concepción del mundo atomizada». 72
El texto moderno del último tercio del siglo XIX, que el post-impresionismo (Cé-
zanne, Van Gogh, Gaughin) completará, es correlato de esta visión, la cual recoge gran
parte de su caligrafía, pero cuyos efectos finales (el lenguaje como mancha que domina
sobre la forma) se efectivizarán en nuestra Post-modernidad. Se trata de ese lenguaje
que resultaba críptico para el público de la centuria positivista, pues (apunta Pierre Fran -
castel) “es el arte de una nueva era, época de mecanización de las fuerzas de la natura -
leza, abrazando de más cerca la evolución humana que la sociedad aún en retraso.” 73
Que las escuetas muestras modernas escogidas en este estudio se inserten (en gran me-
dida) en el momento final del siglo XIX o en las tres primeras décadas del siglo XX, res-
ponden al propósito de verificar mejor el sentir de la Modernidad.
La virtud de la palabra, y más aún de la escritura, me parecía residir en la facultad de abreviar de
modo sorprendente la exposición [...] de un pequeño número de hechos [...] de los que yo constituía
la sustancia.74
74
André Breton, «Primer manifiesto del surrealismo [1924]», en Ídem, Los manifiestos del surrealismo. Bue-
nos Aires, Nueva Visión, 1965, p. 35.
75
Cf. Emile Benveniste, Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI, 1985, p. 213. Cf. R.D. Salas, El
discurso ..., cit., pp. 128-137.
76
Carlos Marx - Federico Engels, La ideología alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en las
personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner, y del socialismo alemán en las de sus dife-
rentes profetas («I. Feuerbach. Contraposición entre la concepción materialista y la idealista» ... «[1] Histo -
ria») [1845-1846], Buenos Aires, Pueblos Unidos-Cartago, 1985, p. 31.
21
materiales que con celeridad evolutiva certifiquen el nacimiento del «hombre», podría de-
finirse como mundo de impresiones. Si el saber clásico remeda el saber del filósofo en la
metáfora del ascenso por la escalera de caracol, el saber moderno, por boca de sus críti-
cos, plasma en la metáfora del abismo. Las generalizaciones empíricas (cuando dominan
como actitud mental) culminan en superficies enigmáticas donde todo se ve como a través
de una «reja impresionista»; el texto no dice en su superficie, para que diga es preciso
cortarlo en procura de aquellos significados que siempre se suponen ocultos.
Dentro de este esquema, Vladimir Lenin podrá decir: “La necesidad objetiva del ca-
pitalismo, transformado en imperialismo, ha engendrado la guerra imperialista.” 77 He aquí
objetos inertes personificados y devenidos en extensos «ismos» (o figuras equivalentes)
engarzados: importante síntesis cuya auténtica significación habrá que perseguirla a tra -
vés de los estratos arqueológicos de la estructura discursiva.
En la Europa moderna la claridad, la severidad lógica de la proposición (del pen-
samiento) ceden, aunque se preserva la compostura sintáctica y el estilo elegante. El pa -
radigma moderno de esa Europa «política e industrial, utilitaria y positivista» (donde impe -
ran materialismos de diverso signo) puede todavía construir utopías y diseminar ideas ro-
bustas, pues el pensamiento (el lenguaje) se halla aún impregnado del sentir narrativo
que obliga al compromiso caballeresco del decir; el lenguaje aún es escogido (aunque se
78
haya perdido la frase amplia, rica y orgánica del clasicismo) . El discurso político se
muestra elocuente llevado de la mano de una burguesía y nobleza ilustrada que contribu-
yen a dar vida a las tradiciones frente al historicismo evolucionista del tiempo acelerado.
Parafraseando a José Ortega y Gasset, las «masas» aún encuentran referentes en las
«minorías» reflexivas (cualquiera sea su signo).
En dominios de la Modernidad, el debate de los comuneros de París resulta tan
fértil en ideas como el sentimiento de nacionalidad de los pueblos del Imperio de los
Habsburgo o el irracionalismo de Friedrich Nietzsche. En esa dimensión discursiva, en
aquella que recorre el pensar de las élites del saber y del poder (como en aquellas que
hablan desde el texto no hegemónico), el lenguaje es cuidado y fértil: no asoma en el siglo
XIX la «plebeyización lingüística», porque el registro de la plebeyización intelectual consi-
guió menguados avances en el proceso socializador. Si bien la arquitectura del mecani -
cismo industrial comienza a perforar las estructuras discursivas, habrá que esperar a la
mitad de la centuria siguiente para verla imponerse.
Sí quedó sepultada la mirada ontológica del pensamiento. Las «maneras sabias»
del lenguaje explicativo (en suma, del referente de la lengua francesa que es siempre ex-
77
Vladimir I. Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución», § 19. [1917] , en Ídem, Obras
completas, Buenos Aires, Cartago, 1957, t. XXIV, p. 78.
78
Cf. Fernando Brunetière, «Sobre el carácter esencial de la literatura francesa» [1892], en Ídem, El carácter
esencial de la literatura francesa y otros ensayos, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1947, pp. 19, 23.
22
mudanza, ruptura, el lugar para la mesura y el cuidado en los detalles resulta un estilo en
extinción, pues para esta disposición de ánimo se requiere del otium, concepto del que
carece el humano moderno. “Términos genéricos y voces abstractas” es la pasión de la
Modernidad; uso de expresiones que “ensanchan el pensamiento” y, por tanto, ayudan en
el trabajo de la inteligencia. “Para decir las cosas más rápidamente, personifican al objeto
de esas palabras abstractas y le hacen obrar como a un individuo real. Dirán que la fuerza
de las cosas requiere que las capacidades gobiernen.”
En el marco de un paradigma que rinde culto al cambio, el «hombre» de la Moder -
nidad plena reniega de las opiniones de tiempos pretéritos y prefiere pagar el precio de
sostener ideas vacilantes. Sucede que este nuevo ente gestado en los «tiempos demo-
cráticos» se identifica plenamente con el vacilar, todo su ser es vacilación; de allí la pa-
sión por las voces abstractas, ya que no puede saber si la idea que expresa hoy conven-
drá mañana. “Una palabra abstracta es como una caja de doble fondo: se puede meter en
ella toda clase de ideas y sacarlas sin que nadie lo vea”.
Paradigma moderno es tendencia a tomar las palabras abstractas “aisladamente en
su acepción más abstracta y en hacer de ellas un uso constante, incluso en aquellos ca-
sos en que el discurso no lo requiere.”86
EPÍLOGO
Este trabajo intentó trazar el perfil de dos paradigmas o epistemes (dos concepcio-
nes del saber). La elección del tema (contraste de dos «ideal-tipos») nos pareció rele-
vante porque entendimos que con el cierre del Clasicismo ilustrado llegaba a su fin una
«visión del mundo» que, más allá de sus diferencias, había encontrado (durante 2.500
años) en la razón, la clave ontológica. Con la Modernidad se abre un abismo filosófico,
pues su clave ontológica se define en términos del abstracto hombre, singular colectivo
que supone al humano como mera entidad biológica.
El orden lógico ontológico y retórico gramatical cedió pasó al orden de lo antropoló-
gico, de lo histórico y de lo biológico. Tránsito desde la dimensión lógica del saber a la de
los dominios empíricos. Abandono de la patria ontológica (la de las esencias, de la verdad
y del ser) y desembarco en la patria de las positividades en cuyo suelo “la verdad ya no
puede salvar al sujeto”.87
El lenguaje (que adquiriera el punto cimero durante la centuria ilustrada concebido
86
Cf. A. de Tocqueville, La democracia ... cit., v. II. pp. 60-64.
87
M. Foucault, Hermenéutica ... cit. («Primera lección, 6 de enero de 1982»), p. 41.
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