Está en la página 1de 26

UNIVERSIDAD NACIONAL DE MAR DEL PLATA

FACULTAD DE HUMANIDADES

DEPARTAMENTO DE HISTORIA

V JORNADAS DE HISTORIA MODERNA Y CONTEMPORÁNEA

SIMPOSIOS

16. HISTORIA CULTURAL, HISTORIA INTELECTUAL,


HISTORIA POLÍTICA: DEBATES Y PROPUESTAS
COORDINADORA: DRA. MARÍA LUZ GONZÁLEZ MEZQUITA

EXPOSITORES
LIC. HILDA RAQUEL ZAPICO
DR. RUBÉN DARÍO SALAS

PONENCIA
CLASICISMO ILUSTRADO Y MODERNIDAD:
PERFIL EPISTÉMICO
1

PRÓLOGO
I. El siglo XVIII y la Modernidad occidental resultan objeto de singular atención en el
marco de las ciencias humanas. No obstante, los estudiosos de las distintas disciplinas no
recalan (o no lo hacen de manera contundente) en una perspectiva epistémica; hacerlo
supondría plantear cuestiones que se internan en la dimensión del saber dominante en
cada paradigma o (para decirlo con palabras de Michel Foucault) en el ámbito de cada
episteme. En tal sentido, la erudita y vigorosa propuesta teórica que el filósofo e historia -
dor francés planteara en la década de los años sesenta del siglo pasado en su obra Las
palabras y las cosas, quedó como solitario referente, al que se acude para dar cuenta de
un fenómeno y al que rápidamente se abandona soslayando los valiosos argumentos que
se esgrimen en la obra.
Podría afirmarse con toda certeza que no pocas obras de valor científico padecie-
ron esta particular y paradójica suerte, a la que se exalta y margina en el mismo acto;
exaltación devenida de un imperativo académico, marginación en virtud del agobio re-
flexivo que supondría remontar los aportes hermenéuticos del narrador. Abdicar de una
actitud noética de cara a Las palabras y las cosas conforma un obstáculo epistemológico
frente al mayor aporte que se hiciera en la centuria pasada a efectos de alcanzar el um -
bral ontológico del Clasicismo y de la Modernidad. Y esto importa porque la lectura her-
menéutica de su obra (su mensaje) permitiría una mirada menos impresionista frente a los
desafíos de nuestra Post-modernidad.1
Este trabajo sólo intenta mostrar (poner delante de nuestros ojos) el escenario en
el que transcurre la comedia humana ; en suma, la «episteme» (Foucault) / el «paradigma
(Kuhn), la Weltanschauung. Un escenario por el cual veremos transitar a algunos sujetos,
pero sólo como expresiones de un «ideal-tipo».
II. La hipótesis básica sustentada aquí parte de considerar que instalarnos en la Moderni-
dad plena es ubicarnos en el paraje del abstracto HOMBRE, lo cual supone el comienzo
de la fragmentación del ente humano, de cuya realidad ilustra elocuentemente el discurso
de nuestra época post-moderna.
Retomando algunos lineamientos planteados en la obra citada de Michel Foucault
nos interesa decir (y decir es mostrar algo) que en el marco del Clasicismo ilustrado se
agota el concepto de lo humano (entendido ya como ente religioso ya como ente riguro-
samente natural) definido en términos de animale rationale (ente que tiene lenguaje).
Quien intente verificar los efectos finales de este proceso de desintegración de lo humano
deberá objetivarse (plantearse como objeto de estudio), porque tal proceso sólo se en -

1
Cf. Rubén D. Salas, El discurso histórico-jurídico y político-institucional en clave retórico-hermenéutica. Del
Clasicismo ilustrado a la Post-Modernidad, Buenos Aires, Instituto de Investigaciones de Historia del Dere-
cho, 2004, pp. 69-76.
2

cuentra plenamente conformado en nuestro suelo post-moderno; suelo donde imperan las
voces reductivas devenidas servomecanismos; instancia que bloquea toda efectiva dis-
cursividad pues el portador del discurso bloqueó toda actitud compresora del «otro», blo -
queó la posibilidad de escucha (que es presupuesto del habla). En fin, el lenguaje devino
mera herramienta comunicacional desconociendo el sentido de la conversación.
En el lenguaje, en su red de significados, encontramos el ámbito donde despunta
la ontología de cada episteme o paradigma. Es por tal razón que escogimos (como refe-
rente del presente estudio que se interna en consideraciones sobre el Clasicismo ilustrado
y la Modernidad) esta dimensión específicamente humana, en tanto, lenguaje y pensa-
miento se imbrican. Desde la plataforma lingüística nos es dable atravesar el umbral (sólo
atravesarlo) hacia ambas epistemes (paradigmas) a efectos de rescatar algunas de sus
claves. Observaremos entonces que para la «visión del mundo» clásica la estatura
humana vale por su andamiaje lógico (que siempre es también ontológico), en tanto para
la modernidad la plenitud del humano se edifica históricamente.
Empleamos las voces discurso y texto (siguiendo una tradición lingüística) como
equivalentes léxicos.

DESARROLLO
1. El CLASICISMO ILUSTRADO COMO FILOSOFÍA DEL SIGNO
Los siglos XVII y XVIII se escriben en Occidente con sintaxis clasicista. Referir al
clasicismo ilustrado es hacerlo de la radicalización (en el siglo XVIII) de reflexiones gesta-
das en la centuria barroca. Siglo cuya «visión del mundo» podría encuadrarse (echando
mano de parámetros históricos) entre 1715 y 1830: límites marcados por la muerte de
Luis XIV y el inicio de las revoluciones burguesas. Muerte de Luis XIV que supone el cie-
rre del sentir barroco francés que nunca se identificó con el páthos del desgarro anímico
(pietas et dignitas) que caracterizó al barroco itálico, fiel expresión del espíritu del Concilio
de Trento. Contrariamente, halló su refugio en la escala ético pedagógica tanto del sentir
heleno y latino así como en la «arquitectura a escala estática y monumental» de la Roma
imperial.2 Barroco francés que (desde sus comienzos) se inclinó por el “espejismo de be-
lleza” del ideal apolíneo3.
En su decurso, la retórica del modelo clasicista francés expresó el apogeo del Anti-
guo Régimen, para luego ser testigo del eclipse de la ética nobiliaria y del nacimiento de
la ética burguesa, culminando (en clave neoclásica) bajo la forma de liturgia de la Revolu-

2
Cf. Bruno Zevi, Saber ver la arquitectura. Ensayo sobre la interpretación espacial de la arquitectura [Saper
vedere l’architettura]. Buenos Aires, Poseidón , 1951, pp. 57-61.
3
Friedrich Nietzsche, El origen de la tragedia [Die Geburt der Tragödie aus dem Geiste der Musik (El origen
de la tragedia en el espíritu de la música), 1872]. Madrid, Espasa-Calpe (Colecc. «Austral»), 1975, § 3 y 16,
pp. 35 y 95.
3

ción y del Imperio napoleónico 4. En mayor o menor medida, el clasicismo francés dejó
huellas en toda la cultura europea: el imperio de la gramática general o razonada (filosó-
fica) da cuenta de esa dominancia que aseguró la fecundidad del pensamiento del siglo
XIX aún frente a la fuerza arrolladora del sentir tecnológico. La gramática general se
planteó como patrimonio genético del ente humano, como expresión natural “siempre
igual a sí misma contra la densidad de la experiencia histórica”. 5
El clasicismo (interpretación libre de la Antigüedad clásica 6) es patrimonio francés7
y fue su ambición sostener que “hay verdades intangibles”, que toda obra debe ser
“eterna y universal” sustentada en verdades profundas. 8 Las tragedias de Corneille y de
Racine capturan ese sentir clásico que encontraría lugar en el espíritu de la filosofía ilus -
trada y en la liturgia neoclásica. El clasicismo traduce con igual fuerza el ritual monárquico
y el republicano (interpretado en clave clásica), pues se trata de evocar la virtus de la res
publica, ética pedagógica exaltada en las cortes católicas del barroco pero a la vez con-
signa antimonárquica de la Francia revolucionaria (“ética de la Revolución con sus ideales
patriótico-heroicos, sus virtudes cívicas romanas y sus ideales republicanos de libertad” 9).
El Clasicismo ilustrado persigue profundizar los principios filosóficos amasados en
la centuria barroca, principios que traducen certeramente la retórica de la simetría como
expresión de la «conciliación de opuestos» y la visión estoica de la Naturaleza. El «ideal-
tipo humano» concebido por el clasicismo se representa dentro del cuadro armónico de
las identidades y diferencias dispuestos racionalmente por el orden natural. «Visión del
mundo» que se define teleológicamente (como «deber ser»), como aquello que el sujeto
debe alcanzar en el marco de la mathesis universalis, en suma, conocimiento «como
productor de éthos, como conocimiento de los otros». 10 En tal razón asistimos, desde el
ámbito de la política y del derecho, al despliegue de expresiones metafóricas vinculadas a
las «formas mixtas», a la «federación de estados», a la «paz perpetua», al «derecho cos -
mopolita»; todas figuras augurales del nuevo orbe europeo.
La posibilidad de llevar a cabo esta idea [...] de una federación que se extienda poco a poco a todos
los Estados y conduzca, en último término, a la paz perpetua [...] constituyendo así un Estado de
naciones —civitas gentium— que, aumentando sin cesar, llegue por fin a contener en su seno a
4
Cf. sobre el rumbo que imprime la burguesía a la cultura en Europa occidental: Perry Anderson, El Estado
Absolutista, Buenos Aires, Siglo XXI, 1972, pp. 50-54.
5
Cf. Paolo Virno, «Historia natural [...] La disputa entre Foucault y Chomsky sobre la “naturaleza humana”»,
en Ídem, Gramática de la multitud. Para un análisis de la formas de vida contemporánea, Buenos Aires, Co-
lihue , 2003, p. 151; cf. p. 147.
6
Arnold Hauser, Historia social de la literatura y el arte [The social history of art]. Madrid, Guadarrama,
1974, v. III, p. 260.
7
Jacques Combe, «El Clasicismo francés y su prolongación» (pp. 100-119), en René Huyghe (dir.), El arte y
el hombre, París, Larousse, 1967, v. III, p. 100-s..
8
Cf. V—L. Saunier, La literatura francesa del siglo clásico, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos
Aires, 1977, pp. 67-68, 70.
9
A. Hauser, Historia social ... cit., v. III, p. 323. Cf. Roger Chartier, Espacio público, crítica y desacralización
en el siglo XVIII. Los orígenes culturales de la Revolución francesa, Barcelona, Gedisa, 1995, pp. 190-192.
10
Michel Foucault, Hermenéutica del sujeto («Quinta lección, 10 de febrero de 1982»). Prólogo de Fernando
Álvarez-Uría. La Plata, Altamira, s/d., p. 71.
4

todos los pueblos de la tierra.11

Pero metáfora es entidad viviente y estos lugares comunes (topos) lo son en el


auténtico sentido clásico de la expresión, pues atienden a “las relaciones comunes y ge -
nerales que son de aplicación a todos los casos («inferencia que todos tienen que admi-
tir»)”12. En su recurrencia discursiva (se trata de un “esquema de argumento que se aplica
a los datos más diversos”), dicen de la nervadura de una determinada cultura; técnica-
mente se opone a «lugar propio» (“tipo de argumento particular a un género de discur-
so”13).
«Lugares comunes» (estereotipos léxicos) forjados en la fragua del racionalismo.
Filosofía del cogito que elevó al rango de categoría universal el principio de simetría (espí-
ritu geométrico, ya claramente planteado en el siglo XVII 14) y, por tanto, al lenguaje como
representación o expresión del pensamiento, cobijo del ser del ente humano. Lenguaje
con sello ático, esto es, dotado de delicadeza y elegancia pero a la vez de rigor. Y hablar
de estilo es hacerlo (en palabras del conde de Buffon) del hombre mismo.
Los ideales de una «paz perpetua», de un «derecho cosmopolita», eran logros de
la fe en la razón como ámbito de «conciliación de opuestos»; logros de los que el lenguaje
era testimonio. El humano era posible en tanto lenguaje.
El lenguaje por vez primera (en el siglo XVII y desde Francia) aparecía como la
clave de bóveda en la cual se inscribía la auténtica naturaleza racional. Por eso el siglo
ilustrado fue el siglo de la filosofía del signo, «episteme» donde el ente humano hizo un
culto de la lengua pues todo lo claro y distinto encontraba en ella su morada.
La ideología gramatical clasicista ilustrada concibe al «mundo» en términos de
gramática filosófica: la gramática material (oracional) se adivina como auténtico «camino
hacia el habla»15 (camino a la ontología del ente): camino que conduce al ámbito lógico
argumental (nivel proposicional del lenguaje) cuya textura es ontológica. La lingüística
cartesiana al redescubrir el «yo soy», al advertir que en el encadenamiento deductivo de
la razón se encontraba el posible acceso a la verdad, no hacía otra cosa que verse como
habitando en la esencia del lenguaje (en el decir mismo). Vaciada en el molde escolástico,
rememoraba la sacralidad del lenguaje; el racionalismo reconocía la divinidad creadora en
11
Immanuel Kant, La paz perpetua [1795] («Secc. Segunda. Artículos definitivos de la paz perpetua entre
los Estados [...] Segundo artículo definitivo de la Paz Perpetua. El derecho de gentes debe fundarse en una
federación de Estados libres»), Madrid, Espasa-Calpe («Colecc. Austral»), 1957, pp. 111 y 113.
12
“Lugar común” (tópos koinós): se trata de “reglas generales de relación, de las que se puede echar mano
para demostrar la validez de todas las formas particulares de relación entre enunciados (sea cual sea su
materia), como si tales formas estuviesen, en efecto, clasificadas y depositadas en determinados habitácu-
los o lugares lógicos.” (Quintín Racionero, «Introducción, traducción y notas», en Aristóteles, Retórica, Ma-
drid, Gredos, 2000, p. 56, a nota 67).
13
Olivier Reboul, Introdução à Retórica, São Paulo, Martins Fontes, 1998, p. 52.
14
Ernst Cassirer, Filosofía de la Ilustración [1932]. México, Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 31.
15
Cf. Martín Heidegger, «El camino al habla» [1959]. En Ídem, De camino al habla, Barcelona, del Serbal,
1990, pp. 180-200.
5

el es cogitante. El humano participaba a través del lenguaje de la dimensión sacral, pues


decir animal racional era apuntar que se trataba de «un ser que tiene lenguaje» 16. En
suma, la lingüística cartesiana opera el giro copernicano al recuperar el concepto de
humano como verbo. Desde entonces el orden gramatical que la Escolástica entendía en-
capsulado en la figura de Dios se vive como donación (como obsequio que siempre es
compartido). “La palabra es donante”, “y según la más antigua tradición del pensamiento,
la palabra da: el ser”17.
Quien dice discurso ilustrado dice paradigma causal y ético, actitud analítica, dice
(en fin) discurso lógico. Lenguaje (apunta Ludwig Wittgenstein) menta “imaginar una
forma de vida”.18 La «forma de vida» trasuntada por el discurso clasicista es trágica y ese
ser trágico surge pleno en el lenguaje, de singular manera en los textos vertidos en un
«estilo medio o elevado»19. Puede afirmarse (parafraseando a José Ortega y Gasset) que
el humano no se concibe como buscando cualquier destino sino un «destino peraltado».
La conciencia lingüística es nota que define a quien entiende que todo se gana o se
pierde discursivamente, que todo humano es en tanto amasado aristocráticamente. Ten-
sión de un texto de trama dominantemente elegíaca, tensión hacia un fin que no puede
sino encerrarse en notas solemnes (lo vulgar le es ajeno), donde por el entresijo optimista
de la razón siempre asoma la nota de la duda del ser, de allí que la forma interrogativa se
identifique con esta forma de discursividad; de allí (igualmente) que las formas condicio-
nales, subjuntivas (el siglo XVIII las entiende ensambladas 20), potenciales e infinitivas con
valor de futuro o matiz condicional, sean aquellas que lo definen como ente que se debate
entre la afirmación rotundamente indicativa y la humilde condicionalidad de un «yo» que
se sabe finito.21
El texto que sigue exhibe el juego verbal paradigmático del Clasicismo; se trata de
un «movimiento mental» siempre presente en esta modalidad epistémica, aun cuando el
texto no se vierta en explícitas formas materiales condicionales: la duda trágica, el com-
promiso ético y la elegancia proposicional son un sello que retrata ese momento llamado
Clasicismo:
En términos abstractos tanto el gobierno como la libertad son buenos. Pero ¿podría yo [...] haber
felicitado a Francia hace diez años por su gobierno [...] sin investigar cuál era la naturaleza de aquel
gobierno [...] ¿Puedo felicitar ahora a la misma nación por su libertad? [...] ¿puedo felicitar
seriamente a un loco [...] por haber recobrado el goce de la luz y de la libertad? [...]

16
Hans-Georg Gadamer, «Acerca de la fenomenología del ritual y el lenguaje» [1992] (pp. 63-133), en Ídem,
Mito y razón, Barcelona, Paidós, 1993, p. 73.
17
M. Heidegger, «La esencia del habla» [1957-1958], en Ídem, ... cit., p. 143.
18
Cf. Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas [1945]. Barcelona, Altaya («Colecc. Grandes Obras del
Pensamiento Contemporáneo»), 1999, § 19, p.31
19
Cf. sobre los estilos de la Oratoria: Cicerón, El orador [46 a.C.]. Introducción y notas de E. Sánchez Salor.
Madrid, Alianza, 1997, § 69-79, pp. 65-79.
20
Cf. Roland Donzé, La Gramática General y Razonada de Port-Royal. Contribución a la historia de las
ideas gramaticales en Francia, Buenos Aires, Editorial Universitaria de Buenos Aires, 1970, p. 114.
21
Cf. sobre interacción verbal en el discurso clasicista: R. D. Salas, El discurso ... cit., pp. 261-292.
6

Si hubiesen establecido este nuevo gobierno experimental como sustituto necesario de la tiranía
revocada, la humanidad podría prever el tiempo de prescripción que, por el largo uso, convierte en
legales a los gobiernos que eran violentos en su origen. 22

El humano clasicista es aquel del espíritu analítico, aquel que entiende el progreso
como continuum: es ente lógico y ontológico.
¿Qué podía significar el acontecer histórico en este orden del saber? El acontecer
histórico no era otra cosa que el accidente, aquello propio de los dramatis personae, puro
efecto de superficie que acontecía en el escenario infinito de la Naturaleza, inscripto en un
trozo de tiempo del eterno continuum; se trataba de algo que se conjugaba como toda
historia (historiae) en el pretérito imperfecto del Modo Indicativo bajo la consigna del
«había una vez...».23 En suma: “las acciones humanas, están determinadas por leyes uni-
versales de la naturaleza, tanto como cualquier otro acontecimiento natural.” 24
Sustancia, cópula, predicación: he ahí la ecuación que define al humano clasicista.
Se trata de un sujeto empírico que no sólo hace gala de aquello que dice (que lo degusta)
y quiere rendir cuenta del rigor causal de su argumentación, sino que hace cuestión de
definirse en el decir.
Escrita la «episteme clásica» en términos ontológicos y lógicos, todo lo humano
histórico era mirado desde la perspectiva del valer de las acciones. Dentro de la óptica
clásica que advierte en la Naturaleza las reglas del «deber ser», el quehacer humano (el
estricto actuar en el mundo) era observado con ojo amonestador. Fe en la razón supone
ver con mirada escrutadora (ver con mirada lógica y ética), de ahí que toda historia refe-
rida a lo acontecimental concluya a manera de historia pragmática; historia ético pedagó-
gica que requiere del método comparativo el cual, históricamente hablando, echa mano
de actantes ideales (v.gr., ciudades, militares, legisladores). Este cuadro admite combina-
ciones que suponen identificar lo virtuoso con el «mundo antiguo» griego y latino, en tanto
el «mundo propio» prefigura lo vicioso. Otra variante (la dominante) consiste en construir
un referente con actantes virtuosos y réprobos a la hora de ejemplificar aquello que debe-
ría imitarse o desecharse.25 En cualesquiera de las modalidades se advierte en las histo-
rias un esquema determinista que no se aparta de las leyes newtonianas.
Eco de su «episteme», la voz de Montesquieu nos dirá (al atender a la grandeza y
decadencia de los romanos):
La historia moderna nos ofrece un ejemplo de lo que entonces ocurrió en Roma, y esto es muy

22
Edmund Burke, «Reflexiones sobre la Revolución de Francia y sobre la actitud de ciertas sociedades de
Londres respecto a ese acontecimiento, en una carta destinada a un caballero de París [1790]» (pp. 41-
258). En Ídem, Textos políticos, México, Fondo de Cultura Económica, 1942, pp. 184-s..
23
Cf. Umberto Eco, Sei passeggiate nei boschi narrative, Milano, Bompiani, 1994, p. 15.
24
Immanuel Kant, «Idea de una Historia Universal desde el punto de vista cosmopolita», en Ídem, Filosofía
de la Historia [1784]. Estudio preliminar de Emilio Estiú sobre «La filosofía kantiana de la Historia». Buenos
Aires, Nova, 1958, p. 39.
25
Cf. Peter Gay, «Gibbon: Um cínico moderno entre políticos antigos» (pp. 33-62), en Ídem, O estilo na
Historia, São Paulo, Companhia das Letras, 1990, pp. 36, 44-s..
7

notable; porque como los hombres han tenido en todo tiempo las mismas pasiones, aunque difieran
las ocasiones que provocan los grandes cambios, las causas son siempre las mismas. 26

La narrativa literaria (v. gr., aquella que lleva el sello de Jonathan Swift) no ahorró
críticas a la política de su tiempo y se sirvió de la materia histórica para observar “cuánto
había degenerado la raza humana en los últimos cien años”, realidad que, confesaba,
determinaba su disgusto “muy principalmente [por] la historia moderna”. 27
Importa precisar el carácter semántico que (en la muestra precedente como en
otras de su época) reviste la voz «moderno». Ésta no refiere a la categoría histórica nomi -
nada Modernidad, sino al tiempo propio del narrador como opuesto a lo «antiguo»: refiere
a “«tiempo moderno». El concepto de Modernidad se implantó en el último cuarto del siglo
XIX; “sólo está documentado según Grimm desde 1870”. 28
¿Por qué la historia de los hechos humanos no avanza hacia un plano protagó-
nico? La explicación está en el carácter excluyente que reviste la fuerza deductiva de la
razón; el lugar preeminente concedido al juicio como motor del razonamiento y a la lógica
argumentativa como expresión totalizadora del ente humano. Desde esta perspectiva de
rigor conceptual, lo humano pretérito rescatado por la historia sólo encuentra lugar conce-
bido bajo la forma de la figura retórica denominada visión («personificación») o «presente
histórico», también (si de hechos presentes se tratara) como desdoblamiento (v.gr., los
representantes ante Cortes o Asambleas). En todos los casos el ser evocado por la histo-
ria es representación, entendida esta voz como representación teatral. Vale recordar, si
atendemos al orden de lo político, que el poder (potestas) opera siempre como represen-
tación de algo (del pueblo, de Dios, de la Naturaleza, del pueblo ciudadano); opera como
doble en la muerte de los reyes (pues el «cuerpo mortal» no arrastra consigo al «cuerpo
místico» —Estado—): el segundo de los cuerpos es el continente que recibe a la sucesión
de los reyes. 29
¿Cuáles son las claves en las que se asienta la episteme (paradigma) clásica?
Las claves son lógicas, éticas y estéticas y de ellas da efectivamente cuenta el dis-
curso (texto), lugar de encuentro del ser (lugar de la ontología).
Discurso ontológico por antonomasia, desde mediados del siglo XVII se lo entiende
26
Montesquieu, Grandeza y decadencia de los romanos [1734]. Madrid, Alba, 1997 (cap. I «Primeros tiem-
pos de Roma. Sus guerras), p. 7.
27
Jonathan Swift, Viajes de Gulliver, Buenos Aires, Centro Editor de América Latina, 1969, Parte 3ª, pp. 160,
158.
28
Cf. R. Koselleck, «Modernidad. Sobre la semántica de los conceptos modernos del movimiento» (pp. 287-
332), en Ídem, Futuro pasado. Para una semántica de los tiempos históricos, Barcelona, Paidós, 1993, pp.
289-292.
29
Cf. sobre los valores de la voz representación: Hans-Georg Gadamer, Verdade e Método. Traços
fundamentais de uma hermenêutica filosófica [Wahrheit und Methode,1986]. Petrópolis, Vozes, 1998, pp.
229-s (a nota 251). Cf. Ralph E. Giesey, «Modèles de Pouvoir dans les rites royaux en France» (pp. 579-
597), en Annales. Économies. Sociétés. Civilisations. Revue bimestrelle publiée avec le concours du
C.N.R.S. et de l’École des Hautes Études en Sciences Sociales. Paris, Armand Colin, 41e. Anné, Núm. 3,
Mai-Juin, 1986, pp. 584,587. También: R. D. Salas, El discurso histórico-jurídico ... cit., pp. 341-s..
8

desde una perspectiva rigurosamente lógica pues la gramática no se concibe separada de


la lógica. Desde esta concepción filosófica “el discurso se compone de conceptos o de
términos concatenados en tal forma, que dicen algo acerca de algo”. En suma, la defini-
ción de discurso se identifica con «juicio» y también con “proposición” (“producto lógico
del acto de juzgar, esto es, lo pensado en dicho acto”) 30.
En suma, fueron los lógicos de Port-Royal quienes dejaron de lado la distinción que
la filosofía aristotélica mantenía (v. gr., entre juicio y proposición) y entendieron la propo -
sición como acto de juzgar31 a la vez que observaban que el acto de juzgar se desplegaba
en el lenguaje. Este reconocimiento los llevó también a advertir que en el mismo acto de
enunciar el ser del ente humano se ocultaba.
Sustancia, cópula, predicación, ecuación que dice de un humano que se reconoce
en el terreno del discurso enunciado, inhabilitado de reconocerse en el puro acto de la
enunciación. Acto enunciativo que captura la lógica del discurso pero al que se le oculta la
ontología del mismo: sólo el pronombre QUE dice algo de su esencia. QUE (sujeto enun -
ciado) se convierte en el puente que opera como fantasmagoría del auténtico «yo»: todo
discurso es imago (imagen borrosa), supone un decir previo, supone un «yo digo que ...».
De este esquema da cuenta la muestra que sigue:
¿Qué me importa, en efecto, que se estime todo lo que se quiera la Retórica de los colegios [...];
que se considere con el P. Le Cointe a un tal Virgilio [...] como un hombre malísimo por haber tenido
razón pese al papa Zacarías; que se pretenda que varios teólogos de la Iglesia romana no han
hecho esfuerzos reiterados por erigir en dogmas opiniones absurdas [...]; que se me reproche, en
fin, hasta los elogios que he hecho de algunos grandes hombres de nuestro siglo [...] y que la in -
triga, la ignorancia o la imbecilidad se esfuerzan en desacreditar u oscurecer? 32

El humano del Clasicismo es aquel que comprueba (en la rigurosidad de su pensar


y por la naturaleza rigorista del mismo) que todo conocimiento humano es siempre provi -
sional. Ese estado de provisionalidad es el indicador que advierte sobre la fuerza de los
elementos antihomeostáticos que entran en juego en todo acto humano de manera sin-
gular en aquellos que alientan desafíos temerarios.
Es esta concepción de la limitación del ente racional la que cimenta el suelo epis-
témico del clasicismo. Cognitivamente este humano construirá su «mundo» en términos
de «antítesis» (simetría).33 Así, v.gr., la prosa exaltada de Maximilien Robespierre (en sus
alocuciones de encendido patriotismo ciudadano) no abandona el esquema simétrico que
muestra la provisionalidad de todo acto humano, pues aún el humano más indiscutible-
mente justo siempre será acechado por las pasiones innobles: el «destino» (que para el
clásico es intrínseco al ente humano) guarda ambos rostros.
30
José Ferrater Mora, Diccionario de Filosofía (2 v.). Buenos Aires, Sudamericana, 1975, s.v., «discurso».
31
Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario ...cit., s.v., «proposición».
32
Jean Le Rond D’Alembert, «Nota preliminar del autor» (aparecida en las ediciones de 1759 y 1763), en
Ídem, Discurso preliminar de la Enciclopedia [1751]. Madrid, Sarpe (Colecc. «Los grandes pensadores»),
1985, pp. 31-s..
33
Cf. sobre el concepto de simetría: R. D. Salas, El discurso ... cit., pp. 228-235.
9

Adviértase (en la muestra 1) el eje de simetría en la marca de los «dos puntos». En


la muestra 2 el efecto simétrico se ofrece apenas iniciado el parágrafo consignado por
«punto seguido» (“en medio de las tempestades ...”):
(1) La finalidad del gobierno constitucional es conservar la República: mientras que la del gobierno
revolucionario es fundarla.
La revolución es la guerra de la libertad contra sus enemigos: la Constitución es el régimen de la
libertad victoriosa y pacífica.
[...]
(2) Os hemos presentado con toda pureza el fundamento moral y político del gobierno popular.
Tenéis, pues, una brújula que puede indicaros la ruta en medio de las tempestades de todas las
pasiones y en medio del torbellino de todas las intrigas que os rodean.34

Desde el siglo XVII en el ámbito de las escuelas de Port-Royal (y de manera insis-


tente en el siglo XVIII), el tema gramatical se instala en el centro de los estudios filosófi -
cos; estudios que parten de una inquietud ontológica que podría traducirse en estos tér -
minos: el «ser» asoma en el lenguaje. ¿Cómo desentrañar los enigmas que oculta? ¿A
través de qué «movimientos de la mente» el pensamiento se representa en palabras?
La relevancia de la gramática filosófica no residió en intentos de refinar o mejorar el
lenguaje, sino en tratar “de descubrir sus principios básicos y de explicar los fenómenos
particulares que se observan.”35
La proposición (juicio, enunciado), el verbo «ser» (al que se considera como su-
puesto de todos los verbos) y el pronombre relativo «que» (principio de todas las partícu -
las subordinantes) constituyen los temas que acaparan la atención de los lógicos y gra-
máticos de Port-Royal. En tanto el «ser» se desliza en el lenguaje, se hará necesario
adentrarse en esa materia significante para develar sus claves; para describir la “legalidad
específica” de su estética.36
¿Por qué importa atender a esta preceptiva desplegada por el cartesianismo? Por-
que en los códigos de una lengua se escribe el pensamiento de una época.
Se trata de un modelo de pensar que quiere mostrarse a manera de los silogismos.
Orden de conocimiento que, operante en la práctica discursiva de las escuelas, en las ex-
presiones teatrales o en la prensa periódica, conformará las grandes fuentes de entrena -
miento intelectual.
¿En qué consistió la gran innovación gramatical planteada desde Port-Royal?
Consistió en haber ligado la gramática material o particular a la Gramática general o razo-
nada, lo cual iniciaba el camino que concluiría y alcanzaría su máxima expresión en el si-
glo XVIII; consistió en entender que las gramáticas particulares (aquellas que son propias

34
Maximilien Robespierre, «Sobre los principios del gobierno revolucionario», París, 25 de diciembre de
1793; «Sobre los principios de la moral política que deben guiar a la Convención Nacional en la administra-
ción interna de la República», París, 5 de febrero de 1794, en Ídem, La revolución jacobina. Prólogo de
Jaume Fuster. Barcelona, Península, 1973, pp. 123, 14-s..
35
Noam Chomsky, Lingüística cartesiana. Un capítulo de la historia del pensamiento racionalista [1969]. Ma-
drid, Gredos («Biblioteca Románica Hispánica», II, Estudios y Ensayos, 135), 1984, p. 118.
36
E. Cassirer, Filosofía de la Ilustración ... cit., p. 328.
10

de las lenguas naturales) reposan en una lógica gramatical que les otorga sentido.
La consigna lógico ontológica de Port-Royal, que encontró en los philosophes a sus
más consecuentes seguidores, parecía resumirse en una frase: todo el «ser» reside en el
lenguaje y en el lenguaje «somos». Port-Royal observó que las gramáticas particulares
constituían el lugar privilegiado que permitía al «ser» anunciarse. La lógica se servía del
«orden oracional», o sea, de la articulación material de las palabras, para proyectar el or -
denamiento a la vez lógico y ontológico de la dimensión proposicional (lugar del «juicio»
mismo). Que todos los verbos no fueran otra cosa que la manifestación del verbo «ser»,
denota hasta qué punto para Port-Royal el humano se definía en términos de lenguaje. De
igual manera que el verbo «ser», el pronombre «yo» se encuentra presente en toda pro-
posición aunque no se encuentre enunciado y en ello radica el planteo ontológico que re -
corre toda la Lógica y la Gramática de Port-Royal: detrás de toda sentencia material pal -
pita un «Yo ontológico» y un «ser» del verbo —un «Yo pienso-Yo soy»—, instancias que
dicen de la palabra como apropiación.
Este juicio [acto de afirmar o negar las ideas] se llama proposición, y es fácil de ver que debe tener
dos términos: uno del cual se afirma o del cual se niega, el cual se llama sujeto; y el otro, que se
afirma o se niega, el cual se llama atributo o praedicatum.
No basta concebir estos dos términos, sino que es necesario que el espíritu los una o los separe. Y
esa acción de nuestro espíritu está indicada [...] en el discurso por el verbo es, o solo, cuando
afirmamos, o con una partícula negativa cuando negamos.37

A partir de mediados del siglo XVII la ideología gramatical (cuyo motor es Port-Ro -
yal) adopta un carácter eminentemente filosófico. La idea de una correspondencia funda-
mental entre el pensamiento y la lengua le “valió a la Gramática y a la Lógica un nuevo
auge de celebridad en el siglo XVIII”. 38 Llega a su cenit el concepto según el cual el «bien
hablar o escribir» está ligado al «bien pensar», pues se entiende que el Arte denominado
Gramática “no obedece al capricho de los hombres; es la razón misma la que regula y di -
rige los movimientos de la palabra.”39

2. «HOMBRE» E «HISTORIA»: CLAVES MODERNAS DE LA DISCURSIVIDAD


El año 1830 marca de manera contundente el inicio de la Modernidad que transitó
por un período de oscilación entre 1780-1830, advirtiéndose hacia 1820 muchas notas del
«primer momento moderno» que, bajo el nombre de Romanticismo, culminaría en torno a
1850, instancia en que (bajo el imperar de la ciencia y de la técnica) comienza el reinado

37
Antoine Arnauld et Pierre Nicole, La Logique ou l’art de penser, 1662 (pp. 158-595) («Deuxième Partie,
contenant les reflexions que les hommes ont faites sur leurs jugements», chap. III «Ce que c’est qu’unes
Proposition, et des quatre sortes de Propositions»), en Antoine Arnauld et Claude Lancelot, Grammaire
Générale et Raisonnée, contenant les fondements de l’art de parler, expliqués d’une maniére claire et natu-
relle; les raisons de ce qui est commun a toutes les langues, et des principales diférences qui s’ y recontrent,
etc., 1660. Paris, De L’Imprimerie D’Auguste Delalain, Libraire Éditeur, 1830, p. 296.
38
R. Donzé, La Gramática ... cit., p. 186. Cf. R. D. Salas, El discurso ... cit., pp. 326-331.
39
«Claude Irson, Nouvelle méthode pour apprendre facilement les principes et la pureté de la langue fran -
çaise (Paris, 1656)», en E. Donzé, La Gramática ... cit., p. XVIII.
11

la «Modernidad plena», aquella que (en torno a 1870) mostrará su perfil más rotundo.
Consignar un período de oscilación dice de una lenta ruptura hacia un suelo epis-
témico del todo diferente, no sólo con respecto a lo que denominamos Clasicismo, sino
respecto de la «visión del mundo» occidental de origen helénico. En suma, hablar sin am-
bages de inicio de la Modernidad supone afirmar el comienzo de una nueva genealogía
del saber. Se trata de una genealogía histórica, cuyo referente excluyente es el hombre.40
El hombre, su historia, sentido evolucionista (mecánico) del progreso, resultan las
consignas con las que se escribe por vez primera el orden epistémico de la Modernidad.
Frente al orden natural del que participaban todos los seres y cosas, la Modernidad
levanta la muralla de la humanidad y de lo histórico (que la explica). Para el sujeto mo-
derno todo comienza y todo acaba en la dimensión de un humano devenido ente pura-
mente abstracto definido por la voz abstracta hombre, sentido último de toda existencia;
voz abstracta que menta superioridad antropológica. En el exceso de autodeterminación y
autoestima del humano devenido «hombre» se agota la potencia cósmica del lógos.
Las voces hombre e historia (entendida como historia crítica) definen el rumbo de la
Modernidad, particularmente de aquella realidad occidental que el anecdotario mundano41
traduce en términos de «Segunda Revolución Industrial» y en «ismos» de variada violen-
cia sintetizados en el oxímoron «paz armada». Su discurso expresa la «edad del darwi-
nismo», proyectado a la esfera social por Herbert Spencer: discurso de «política positiva»
sustentado en el principio de evolución o selección natural 42, discurso filosófico auténtica-
mente positivista que deja atrás los residuos románticos (entramado idealista fraguado
con jirones de Kant y Hegel) explanados por Augusto Comte. El Positivismo es expresión
indubitablemente empírica, donde la voz «humanidad» ya no resulta equivalente léxico de
«género humano» sino abstracto «hombre» 43.
El sistema epistémico moderno, con su visión historicista del saber, se alza como
“abismo intransponible”44 frente al sistema materialista lógico ontológico clasicista. El refe-
rente que entendía siempre un «yo ontológico» se disuelve y resuelve en riguroso «yo
empírico»; todo acto de enunciación (todo decir) es ahora estricto acto enunciado. El decir
cede paso a lo dicho; el tiempo inmóvil de las esencias se trueca en el tiempo dinámico de
los acontecimientos. Llega a su fin la concepción del tiempo como marcha gradual, como
40
Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario... cit., s.v. «Genealogía. Génesis. Genético».
41
Cf. M. Heidegger, El ser y el tiempo [1927]. Barcelona, Biblioteca de los Grandes Pensadores, 2002
(«Primera Parte [...] Primera Sección. III. La mundanidad del mundo [...] § 14. Idea de la mundanidad del
mundo en general (3.)», p. 67.
42
Cf. Jean Touchard, Historia de las ideas políticas, Madrid, Tecnos, 1979, pp. 509-s..
43
Cf. Antonio Rodríguez Huéscar, «Prólogo», en Augusto Comte, Discurso sobre el espíritu positivo [1844].
Buenos Aires, Aguilar («Biblioteca de iniciación filosófica»), 1965, pp. 23-31; cf. A. Comte, Discurso ..., cit...,
(«Primera Parte, Superioridad mental del espíritu positivo, cap. III. Atributos correlativos del espíritu positivo
y del buen sentido», pp. 89-94.
44
Hans Kelsen, Über Grenzen zwischen iuristischer und soziologischer Méthode, Tubingen, 1911, p. 6.
12

retórica de la «gradación (progressio)»; en la «civilización moderna de la industria» el


tiempo adviene como progreso evolutivo (“mejoramiento continuo” “de nuestra naturale-
za”: “dogma verdaderamente fundamental de la razón humana” 45).
El paradigma moderno se resuelve (por primera vez) como historia del «hombre».
El singular colectivo «hombre» es la voz abstracta que sintetiza todo lo humano identifi-
cado por su factualidad. Un sexto sentido lo separa de todo ente viviente: la historia. Dis -
ciplina que encontró en la Escuela histórica (con Leopold von Ranke) su expresión más
contundente; expresión de lo objetivo, historia «crítica» que entiende al historiador captu -
rando la realidad (cosa) pretérita en su sentido más prístino. Expresión que registra otro
referente portentoso en Johann G. Droysen, quien más preocupado por el principio her-
menéutico (fundó la hermenéutica moderna) de la escritura histórica, con la construcción
de un sujeto lector identificado con la dogmática burguesa (y, entendiendo la historia
como «disciplina de lo plausible»), no logró que la actitud mental de la época apreciara su
Historik.46
Decimos «hombre» e historia crítica. Para la episteme entramada en términos
mecanicistas, la historia se convierte en registro eminente de un «hombre» entendido co-
mo parámetro de todo lo existente. Esta «visión del mundo», cuya teleología encontró su
referente en la historia crítica, completó la sintaxis de la «discursividad de los orígenes»
con los aportes provenientes de la Antropología, la Filología, la Sociología, en suma, a-
quellas expresiones que, arribabas al suelo del saber al concluir el siglo XVIII o en los ini-
ios de la siguiente centuria, se esforzaron por dotar al «hombre» de genealogía material.
«Hombre»: consigna propia de una «visión del mundo» que ha roto el continuum de
todos los seres y todas las cosas que formaban parte de la teoría de la representación
clasicista: aquella que suponía identidad entre imagen (idea) y cosa representada. Este
«orden universal» se caracterizaba por construir un dominio de «lo mismo» donde siem-
pre quedaba reservado un lugar a «lo otro». El concepto de «hombre» puede surgir
cuando se concibe la realidad humana como distinta y superior a los demás seres y co -
sas: se crea entonces un dominio empírico separado, discontinuo, como negación o ale-
jamiento del «otro».
Clasicismo y Modernidad, ambos responden a una concepción del mundo materia-

45
A. Comte, Discurso ..., cit...,(«Segunda Parte, Superioridad social del espíritu positivo, cap. I, Organización
de la revolución»), pp. 112-s..
46
Cf. sobre el método en la historiografía romántica, liberal y positivista: Jorge L. Cassani y Antonio J. Pérez
Amuchástegui, Del ‘epos’ a la historia científica. Una visión de la historiografía a través del método, Buenos
Aires, Nova, 1961, pp. 136-158. Sobre el positivismo historiográfico: Gérard Noiriel, Sobre la crisis de la
historia, Madrid, Frónesis, Cátedra, Universitat de València, 1997, pp. 112-122, 205-230. Sobre el método
histórico en Droysen: Emilio Lledó, «La metodología histórica de Droysen», en Ídem, Lenguaje e Historia,
Barcelona, Ariel, 1978, pp. 157-169. También: Hayden White, «La Historik de Droysen: la escritura histórica
como ciencia burguesa» (pp. 103-121), en Ídem, El contenido de la forma. Narrativa, discurso y representa-
ción histórica, Barcelona, Paidós, 1992, pp. 104-107. Sobre el estilo histórico de Ranke: Peter Gay, «Ranke.
O crítico respeitoso», en Ídem, O estilo na Historia, São Paulo, Companhia das Letras, 1990, pp. 63-93.
13

lista. Pero en tanto el materialismo clasicista se centra en el estudio de los mecanismos


de la RAZÓN como forma de concluir en un entendimiento «claro y distinto» de las cosas;
el materialismo de la Modernidad es rigurosamente materialismo histórico, en tanto la
HISTORIA HUMANA (lo puramente fáctico) se convierte en parámetro de toda realidad.
De la teoría de la representación (identidad entre idea y cosa y dominio de la visión
analítica sobre la sintética), se pasa a una visión estrictamente sintética de la realidad.
Nuestro propósito es enumerar aquellas variables significativas que apuntalan la
«episteme moderna»; en suma, aquellas que (como lo hicimos respecto del Clasicismo)
contribuyen al equilibrio de este sistema de pensamiento 47 .
En tal sentido, concluimos: el hombre moderno es aquel del espíritu sintético y del
progreso evolutivo: es ente histórico.
Digamos algo obvio, o sea, coloquemos delante de nuestra vista ese algo nomi-
nado lenguaje, a fin de subrayar que concordar en un lenguaje no es mera concordancia
de opiniones, sino de “forma de vida”, pues “a la comprensión por medio del lenguaje
pertenece no sólo una concordancia en las definiciones, sino también [...] una concordan-
cia en los juicios”48
Decir lenguaje es decir retórica («arte de la persuasión por medio de la palabra»,
como quería Aristóteles); es atender a la gramática (a su sintaxis) y a las figuras que lo
animan. Hablar de gramática es hacerlo de ideología (en el sentido de Louis Althouser),
entendida la voz como “sistema (con su lógica y rigor propios) de representaciones (imá -
genes, mitos, ideas o conceptos según los casos) dotado de una existencia y un papel
histórico en el seno de una sociedad dada” 49.
Hemos anotado los códigos axiales del sistema epistémico moderno, y uno de ellos
nos dice que el «hombre» que se reconoce por su mundanidad (por su historia externa)
responde a la trama sintética de las generalizaciones y abstracciones, aquella de las con-
signas contundentemente indicativas, tanto por traducirse en términos nomológicos como
por singularizar los plurales; singularización requerida social y políticamente para opo -
nerse a la sociedad estamental: “de las libertades se hizo libertad”, “de los progresos ( les
progrès, en plural), el progreso”.50
Para oponerse a la sociedad estamental la burguesía triunfante en buena parte de
Occidente traduce las singularidades en abstracciones (abstracción que siempre denota
incompletud). Ahora bien, una nueva «visión del mundo» es obra de una actitud mental

47
Cf. Gregorio Klimovsky y Cecilia Hidalgo, La inexplicable sociedad. Cuestiones de epistemología de las
ciencias sociales, Buenos Aires, A—Z, 1998, pp. 84-90.
48
Ludwig Wittgenstein, Investigaciones filosóficas [1945]. Barcelona, Altaya (Colecc. «Grandes Obras del
Pensamiento Contemporáneo»), 1999 (§ 241, 242), pp. 217-s..
49
Georges Duby, «Historia social e ideologías de las sociedades» (v. I, pp. 155-177), en Jacques Le Goff y
Pierre Nora (dir.), Hacer la Historia, Barcelona, Laia (3. v.), 1978, p. 169.
50
R. Koselleck, «Historia magistra vitae», en Ídem, Futuro pasado ... cit., p. 56.
14

que ha venido modificándose lentamente hasta que finalmente ya no se reconoce en los


códigos lingüísticos del Clasicismo: que los seres vivientes devengan «vida» y que pronto
«vida» sea casi dominio excluyente del «hombre», es muestra de la mudanza cognitiva
por efecto de una mirada diferente en la construcción del «mundo». El punto de vista dis-
cursivo ya no se reconoce en la matriz analítica del continuum.
De la concepción de tiempo eterno (tiempo natural) se ha pasado a la concepción
del tiempo histórico. El «discurso moderno-tipo» es discurso indicativo en tanto «modali-
dad que afirma simple y directamente la cosa». La indicación es marca rotunda (con o sin
matiz imperativo) auténticamente válida para el lenguaje filosófico y científico, aquél al
que se le impone decir de algo que es. Tiempo de la superioridad antropológica (antropo-
metría), discurso de un «hombre» que al peraltar su historia entiende haberse apropiado
de la «verdad»: no contempla una «forma de vida» fuera de la contundencia indicativa y
del requisito imperativo.
Esta «visión» del tiempo entendido desde la óptica de Immanuel Kant como intui-
ción a priori de la sensibilidad (esto es, como «idea de tiempo» en oposición a la concep-
ción realista del tiempo como «cosa-en-sí»), significó el movimiento final iniciado por el
cogito cartesiano. La observación de Kant permitía operar de manera reversible con el
tiempo al entenderlo como «construido», concepción de la que echaría mano el positi-
vismo (tanto orientándose hacia lo pretérito en busca de orígenes materiales del hacer del
hombre como para aspirar al porvenir maravilloso del progreso).
Tiempo y espacio construido permiten que la realidad («cosa-en-sí») también lo
sea: nace, de la “correlación del conocimiento”, “la objetividad del objeto del conoci -
miento”. Tiempo y espacio no son cosas, sino “la condición de la posibilidad de las cosas”
que, en tanto proyectadas sobre los objetos (inyectados de a priori), advienen como juicio
sintético, como síntesis objetiva —realidad que pierde el carácter de tal y deviene posibili-
dad de conocimiento, o sea, deviene objetividad—51.
Lo que clausura la lógica de Kant es el largo camino de realismo filosófico iniciado
en torno al siglo VI a.J.C..
Los presupuestos de la reflexión kantiana contribuirán a sellar (dentro del contexto
moderno) la suerte del orden clasicista de la representación donde todos los seres y co-
sas encontraban su identidad con algún objeto claramente demarcado: donde una cierta
voz se correspondía de alguna manera con el objeto que representaba. Su pensamiento
“marca el umbral de [la] época moderna”, 52 pero no lo cruza. Kant rompe con el último
bastión del realismo, pero él se mantiene dentro del contexto clasicista, más allá de la
51
Cf. Manuel García Morente, Lecciones preliminares de filosofía [1938]. Buenos Aires, Losada, 1968, pp.
255-260.
52
Michel Foucault. Las palabras y las cosas. Una arqueología de las ciencias humanas, Buenos Aires, Siglo
XXI, 1968, p. 238.
15

«inversión copernicana» planteada por su teoría del conocimiento.


Mientras Descartes arrastra residuos realistas (“yo era una sustancia cuya com-
pleta esencia o naturaleza consiste sólo en pensar” 53 [...] “soy [...], en definitiva, una cosa
que piensa, esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una razón” 54) y sustenta el pensar
en un material «yo»; en Kant cuando el «yo» resuelve “ser sujeto de conocimiento”,
cuando el humano siente la curiosidad de saber qué son las cosas, «en el acto mismo en
que el humano dice: ¿qué son las cosas?, ya este yo no es el yo biológico, sino que se
convierte en sujeto de conocimiento, en sujeto cognoscente». 55
Si bien la concepción kantiana del tiempo y del espacio (como construcciones
mentales y no como «realidades-en-si») hace posible la historia como disciplina (hace po-
sible la idea de la historia, idea de períodos históricos que pueden disponerse en un orden
de progreso o regreso56), se trata de un problema de futuro (moderno) del cual Kant se
encuentra tan ajeno como otros humanos de su tiempo.
El enigma del a priori recorrerá el pensamiento positivista en muchos de sus pos-
tulados: cuando se atiene a leyes no demasiado rigurosas para dar razón de algo, cuando
muchas veces el hallazgo de un oscuro origen material sirve para dar cuenta de la géne -
sis humana. La misma abundancia de voces abstractas (de síntesis objetivas) suponen la
derogación del auténtico procedimiento de rigor científico para conformarse con alguna
regularidad aceptable en el plano del conocimiento; «ciencias empíricas que sólo utilizan
las formas deductivas fragmentariamente y en regiones estrechamente localizadas». 57
La paradoja positivista consiste en exhibir una superficie de riguroso empirismo
sustentado por consignas idealistas; de suyo, las ciencias empíricas comienzan a exhibir
como veraz lo que resulta sólo plausible. De ello da cuenta el «evolucionismo social» que,
partiendo de ciertas premisas supuestas, construía sistemas ordenados: Herbert Spencer
(figura emblemática del «darwinismo social») trató de probar que todo el universo estaba
a favor de la teoría individualista de la sociedad. Partiendo del principio de la evolución
pretendió deducir las leyes de todos campos (desde la astronomía hasta la sociología) 58.

53
René Descartes, Discurso del método para conducir bien la propia razón y buscar la verdad en las cien -
cias [1637]. Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar. Buenos Aires, Orbis, 1983 («Cuarta Parte. Prueba de la
existencia de Dios y del alma humana o fundamentos de la Metafísica»), p. 72.
54
R. Descartes, Meditaciones metafísicas [Título original: Meditationes de prima philosophia, in qua Dei exis-
tentia et animae inmortalitas demonstratur (1641)]. Prólogo de José A. Míguez. Navarra, Folio, 1999
(«Meditación Segunda: sobre la naturaleza del alma humana y del hecho de que es más cognoscible que el
cuerpo»), p. 37.
55
M. García Morente, Lecciones ... cit., p. 289. Cf. I. Kant, «De la principal cuestión trascendental. Primera
Parte. ¿Cómo es posible la matemática pura? (§ 1-13. Primera, Segunda y Tercera Observación)», en Ídem,
Prolegómenos a toda Metafísica futura [Prolegomena zu einer ieden kïnftigen Metaphysik die als
Wissenschaft wird auftreten können, 1783]. Prólogo de Antonio Rodríguez Huéscar. Buenos Aires, Aguilar
(«Biblioteca de iniciación filosófica»), 1965, pp. 77-96.
56
M. García Morente, Lecciones... cit., p. 322.
57
M. Foucault, Las palabras ... cit., p. 241.
58
Cf. John Randall, La formación del pensamiento moderno. Historia intelectual de nuestra época, Buenos
Aires, Mariano Moreno, 1981, pp. 508, 510.
16

Ese avance hacia lo más complejo y menos exacto encerrado por la objetividad
kantiana (síntesis objetiva a priori) se convirtió en el sustento del a posteriori de los princi-
pios de las ciencias empíricas. El no admitir otra realidad que no responda a los hechos
está en la base del positivismo 59, no obstante, y aún reconociendo las limitaciones herme-
néuticas, tanto la obra de Ranke como (menos críticamente) la de Droysen no dudan en la
objetividad de su proceder historiográfico. 60 La denominación de ciencias (para designar el
ámbito de los estudios del hombre) sólo resulta posible bajo el rótulo de objetividad in -
augurado por el idealismo trascendental. De allí que los estudiosos de las Ciencias So-
ciales reivindiquen igual status que la ciencia matemática; interés por las etapas filogené-
ticas en detrimento de las etapas ontogenéticas del saber.
Hablar del origen material de la «vida» (biología), de los «orígenes de las lenguas»
(filología), en fin, del «hombre» y de la «historia», como su legítima representante, es
hacerlo del espacio discontinuo en que se define toda posible existencia en el siglo XIX.
En suma, la nueva positividad de las ciencias de la «vida» y del «lenguaje» está en co -
rrespondencia con la instauración de una filosofía trascendental 61, o, mejor, con los jirones
que la Modernidad arrancará a la filosofía idealista kantiana.
Modernidad, en fin, tiene su equivalente lexical en las voces «hombre» e «historia»;
ambos singulares colectivos la definen; se convierten en claves de la textualidad mo-
derna, esto es, claves del estilo de la Modernidad. Singulares colectivos que facilitan la
articulación (en la plenitud de la época) del pensamiento sintético.
El pensamiento sintético se explana en la gramática de superficie, que lo es de
cláusulas breves a manera de consignas que requieren de la generalización. Sintaxis
compuesta de predicaciones que prefieren la rapidez de la conclusión a la rigurosidad
conceptual. Atrapan en su malla la concepción del tiempo histórico, de ese tiempo que
asoma en el eclipse del Clasicismo, que la conciencia técnica (por un lado) y la Revolu -
ción de 1789 (por otro) impulsan. El tiempo acelerado es el tiempo del «hombre» que se
enorgullece de su accionar histórico (de su accionar mundano), que ya deja de ver en lo
pretérito (durante la Modernidad plena) el topos que le advierte y le aconseja el recto sen-
dero y, en cambio, se abandona a los designios enigmáticos del futuro. El futuro desplaza
a lo pretérito como guía; tránsito desde el ejemplo concreto de lo acaecido a la seguridad
absoluta de lo que acaecerá.
Para el pensamiento moderno la historia como res gestae se identifica con la histo-
ria como rerum gestarum; la historia entendida como «cosa-en-si» se disuelve en térmi-
nos de construcción mental. Desde allí podrá diseñarse ese futuro de supremacía antro-

59
J. Ferrater Mora, Diccionario ... cit., s.v., «positivismo».
60
Cf. J. Randall, La formación ... cit., pp. 509-512.
61
M. Foucault, Las palabras ... cit., pp. 238-s..
17

pológica; convicción firme de que el género humano (cada vez más «humanidad» a me -
dida que avanza la centuria) se halla en constante progreso hacia lo mejor, entendido lo
mejor, como progreso material indefinido.
Antes del reinado de la Historia, en los dominios de la Razón, Kant se preguntaba
si “¿es posible una historia a priori?”, si es posible históricamente plantear una “narración
profética”. Su respuesta resultará afirmativa: “si el profeta mismo hace y dispone los
acontecimientos que anuncia de antemano”. 62 Pero el progreso del que habla Kant en su
Filosofía de la Historia nada tiene que ver con la historia factual, sino con la historia moral.
En tal sentido (siguiendo la tradición aristotélica de la causa eficiente) no dudará en afir-
mar que el género humano es «constante progreso hacia lo mejor».
Progreso es una voz que arraiga en el siglo XVIII y, junto a revolución, se convierte
en el rostro temporal de la voz reforma. Sólo esta última voz opera un cambio hacia su
valor actual en los inicios de la centuria ilustrada.
La voz revolución conserva plenamente (aún en el siglo XVII) semántica astronó-
mica: John Locke habla de “las revoluciones anuales del Sol”, “las revoluciones regulares
y al parecer equidistantes”;63 y la lexicografía la registra como “una vuelta completa; un
giro y vuelta al primer punto o lugar, el término de un curso circular” 64. La voz reforma y re-
volución se entendieron en el siglo XVII como equivalentes léxico semánticos. Finalmente,
reforma quedaría consignada como voz técnica que designaba una alteración religiosa65,
pudiendo considerarse dicha «alteración», “desde la segunda mitad del siglo XVII, como
un período cerrado”.66
Desde el paradigma clasicista operar una reforma suponía plantear una progresión
revolucionaria. En suma, reforma era la mudanza o revolución dispuesta por la Natura-
leza.
Para el orden clasicista, progreso menta (en puridad temporal) regreso, continuum
(dentro de la mathesis universalis). El progreso clasicista opera fuera del orden mensura-
ble en el que se inserta el progreso moderno (orden de la técnica industrial). Si en el pri -
mer caso nos encontramos frente a un fluir temporal apenas conmovido, en el segundo se
trata de «aceleración».
El texto moderno (discurso de singulares colectivos, de progreso evolutivo, de
historia), es texto que dice en un mismo acto de «aceleración temporal», de «síntesis».
62
I. Kant, «Reiteración de la pregunta de si el género humano se halla en constante progreso hacia lo me -
jor», Der Streit der Fakultäten (El conflicto de las Facultades), secc. II «Conflicto entre la Facultad de Filoso-
fía con la de Derecho» [1798]. En Ídem, Filosofía ...cit., p. 180.
63
John Locke, Ensayo sobre el entendimiento humano [1690]. Prólogo de José A. Robles y Carmen Silva.,
México, Fondo de Cultura Económica, 1986, lib. II, cap. XIV. «De la duración y de sus modos simples», §
19. Las revoluciones del sol y de la luna son las medidas más propias del tiempo», p. 168.
64
«Dictionaire de Cotgrave (1611), s.v., Revolution», en Melvin J. Lasky, Utopía y revolución, México, Fondo
de Cultura Económica, 1985, p. 314.
65
Cf. M. J. Lasky, Utopia ... cit. p. 307.
66
R. Koselleck, «Modernidad ...»... cit., p. 296.
18

Texto que (por lo dicho) abreva en la cláusula breve; realidad que muestra el desplaza-
miento del paradigma escrito del texto clasicista hacia el paradigma oral que acabará im -
perando y marcando el rumbo de la escritura. Que, por ejemplo, el discurso moderno de
Thomas B. Macaulay fuese resistido por muchos de sus contemporáneos, encuentra fun-
damento en su recurrencia al estilo analítico, en suma, en la recurrencia a una modalidad
textual en la cual el espíritu moderno ya no se reconoce. 67
El discurso del parlamentario e historiador británico (que en 1831 realiza su alegato
en defensa de la ley electoral sobre el sufragio universal masculino) comienza a vivirse
como una expresión anacrónica para su época.
Una mirada hermenéutica permite notar (desde la crítica de sus contemporáneos a
su despliegue argumental) la ruptura epistémica que el positivismo de la segunda mitad
del siglo XIX exhibirá de manera rotunda.
Lord Macaulay cabalga entre dos paradigmas, pero aún no vive la plenitud mo-
derna, de allí que la clave lógico argumentativa de la discursividad que lo retiene en sus
dominios lo conmine a desplegar en la superficie del texto un complejo orden relacional.
En el lenguaje «somos», y el paradigma clásico que se define como ontología del
lenguaje lo entiende como apropiación vital. En la narrativa clásica la palabra aparece
siempre interrogando, se plantea en la quietud temporal del sentir ético, en el ritmo con -
dicional y en el decir anafórico. Sin embargo, en el discurrir de Macaulay, el tiempo se
acelera en algunos tramos (su época está presente en la vía alternativa 68): en su «visión
del mundo» se advierten las dos velocidades (clásica y moderna), pero la segunda no lo -
gra imponerse en su espíritu (como actitud mental).
[...] algunos hay que, según yo creía, deberían recordar siempre, durante toda su vida, la
humillación que sigue a la resistencia obstinada y altiva contra aquellos cambios que ha hecho
necesarios el progreso de la sociedad y el desarrollo del espíritu humano. ¿Es posible que esas
personas quieran volver a ocupar una posición que no puede ser defendida ni entregada con honra?
[...]
[...] ahora, cuando por todas partes vemos caer las antiguas instituciones [...]; ahora, mientras el
corazón de Inglaterra está todavía sano [...]; ahora [...] tomad consejo [...] no del ignominioso orgullo
de una fatal obstinación, sino de la historia, de la razón, de las edades pasadas, de los signos que
evidencian nuestra portentosa época.69

«Cambio» y «progreso»: voces que conmueven la quietud temporal y que dan lugar
a decisiones humanas, pero cuyo efecto se ve disminuido en contundencia pues se trata
de aceptar algo inevitable. «Historia/razón», «edades pasadas»/«nuestra portentosa
época»: «juego de lenguaje» («modo de usarlo» 70) construido en estricta simetría; el
67
Cf. P. Gay, «Macaulay. Sibarita intelectual», en Ídem, O estilo.... cit., pp. 95-97.
68
Discurso: del latín discurro («correr de una parte a otra») y de discurso («ir y venir»); sustantivo discursus
(«acción de correr de una parte a otra»). Diccionario ilustrado latino-español / español-latino, Barcelona, Bi-
blograf, 1958.
69
Thomas B. Macaulay, «Discurso pronunciado en la Cámara de los Comunes, 2 de marzo de 1831» (pp.
43-61), en Lord Macaulay, Reforma parlamentaria. Prólogo de Daniel López. Buenos Aires, Tor, 1943, pp.
58, 61. N.B.: subrayo nuestro. Cf. P. Gay, O estilo...cit, pp. 95-120.
70
L. Wittgenstein, Investigaciones ... cit., («Parte I, § 10»), p. 27. Cf. J. Ferrater Mora, Diccionario ..., cit., s.v.
19

efecto simétrico (clave de la retórica clásica) recorre todo su discurso. En tanto la voz
historia lo remite a su época, el efecto simétrico de sus cláusulas lo proyecta en el eje cla -
sicista.
El paradigma moderno, superado ese obstáculo epistemológico representado por el
Romanticismo, se impone al mediar el siglo XIX. El humano devino «hombre», la historia
natural, historia específicamente humana y, el tiempo eterno, progreso evolutivo.
Eminente registro de los paradigmas, el lenguaje moderno denota la ruptura epis-
témica al sedimentar nuevos códigos que dejan atrás todo residuo de Clasicismo, cuando
el nuevo concepto de tiempo y espacio ya no permite concebir «mundos» analíticos. La
imagen (que claramente anuncia las mudanzas antes que la idea las defina) da cuenta de
ello. El impresionismo pictórico recepta el nuevo sentir ideológico (el nuevo sentir cultural)
y, desde su soporte, se advierte la captura del instante, de lo mudable, de la apariencia de
las formas; fragmentación del espacio, notación de la naturaleza como fenómeno cam-
biante, tiempo heraclítico del mundo. Expresión artística que pretende reflejar un mundo
burgués que, habiendo alcanzado su cima, se repliega sobre si mismo y busca el reposo
en el poder multiplicador de la técnica; público burgués que, por otra parte, no se reco-
noce en la mirada psicológica de las manchas impresionistas. 71
Cuando en 1885 el novelista francés Paul Bourget en Essais de psychologie con-
temporaine sostenía (a propósito del estilo literario de su tiempo) que la impresión “de una
frase [es] más profunda que la de una página, y la de una palabra aislada más conmove-
dora que la de la frase”, lo que hacía era definir «el método del impresionismo», esto es,
«el estilo de una concepción del mundo atomizada». 72
El texto moderno del último tercio del siglo XIX, que el post-impresionismo (Cé-
zanne, Van Gogh, Gaughin) completará, es correlato de esta visión, la cual recoge gran
parte de su caligrafía, pero cuyos efectos finales (el lenguaje como mancha que domina
sobre la forma) se efectivizarán en nuestra Post-modernidad. Se trata de ese lenguaje
que resultaba críptico para el público de la centuria positivista, pues (apunta Pierre Fran -
castel) “es el arte de una nueva era, época de mecanización de las fuerzas de la natura -
leza, abrazando de más cerca la evolución humana que la sociedad aún en retraso.” 73
Que las escuetas muestras modernas escogidas en este estudio se inserten (en gran me-
dida) en el momento final del siglo XIX o en las tres primeras décadas del siglo XX, res-
ponden al propósito de verificar mejor el sentir de la Modernidad.
La virtud de la palabra, y más aún de la escritura, me parecía residir en la facultad de abreviar de
modo sorprendente la exposición [...] de un pequeño número de hechos [...] de los que yo constituía

«Lenguaje (Juegos de)».


71
Cf. A. Hauser, Historia social ... cit. , v. III, p. 204.
72
A. Hauser, Historia social ... cit., v. III, p. 210.
73
Pierre Francastel, Pintura y sociedad. Nacimiento y destrucción de un espacio plástico. Del Renacimiento
al Cubismo [Peinture et Société]. Buenos Aires, Emecé, 1960, pp. 214-s..
20

la sustancia.74

La fibra moderna aflorará en expresiones doblemente breves (por la extensión de la


cláusula y por el carácter generalizante). Aun cuando el suelo discursivo se resista a
abandonar la impronta analítica, las claves temporales del mundo de la industria (y de la
celeridad que encierra atravesado por la premura del cambio y la consecuente marcha
progresiva de la Civilización) serán las que definan las expresiones intelectuales del
nuevo paradigma. La gramática abandonará (al culminar el siglo) todo residuo especula-
tivo o filosófico deviniendo en estricta gramática de superficie.
El «discurso moderno-tipo» es tributario de una expresión oral preocupada sólo por
arribar a una conclusión, de allí que siempre se suponga un lector cómplice del mensaje,
cualquiera sea la forma que éste revista. Pocas palabras deben bastar para resolver la
discursividad pues el tiempo siempre apremia, de allí que el estilo descriptivo quede re-
servado a la literatura de ficción. La estética lingüística se asocia con la brevedad argu-
mentativa, en suma, la lógica argumentativa sólo encontrará su nicho en textos específi-
cos del orden parlamentario o judicial.
Estética lingüística caracterizada por la predicación acotada, cuyo entramado rela-
cional se aparta del paradigma «que» de la trama analítica; topos discursivo clásico donde
la generalización encuentra el camino vedado y las voces abstractas personificadas re-
sultan una excepción.75 El lenguaje deviene instrumento material que aísla al animal
«hombre» de los demás seres vivos. Dentro de tal concepción filosófica, donde el empleo
de los signos de puntuación resulta de un imperativo de carácter gráfico, el lenguaje inicia
la deriva hacia su valoración como elemento fónico comunicativo. ¿Acaso (apuntan Karl
Marx y Friedrich Engels) «el “espíritu” no nace ya tarado con la maldición de estar «pre -
ñado» de materia que se manifiesta bajo la forma de capas de aire en movimiento, de so-
nidos, o sea, bajo la forma de lenguaje; lenguaje que nace de los apremios del intercam -
bio con los demás hombres?».76
El lenguaje deviene esmerada herramienta de superficie recorrida de singulares
colectivos (orden, progreso, masa, proletario, insurrección, «ismos» de variada violencia),
cuyo campo semántico reconoce su eje en la voz «industria». La historia de la humanidad
(en virtud de los elementos con que se amasa), conjugada en términos del tener propio de
las clases sociales y no del ser de la pertenencia, requerida de búsqueda de orígenes

74
André Breton, «Primer manifiesto del surrealismo [1924]», en Ídem, Los manifiestos del surrealismo. Bue-
nos Aires, Nueva Visión, 1965, p. 35.
75
Cf. Emile Benveniste, Problemas de lingüística general, México, Siglo XXI, 1985, p. 213. Cf. R.D. Salas, El
discurso ..., cit., pp. 128-137.
76
Carlos Marx - Federico Engels, La ideología alemana. Crítica de la novísima filosofía alemana en las
personas de sus representantes Feuerbach, B. Bauer y Stirner, y del socialismo alemán en las de sus dife-
rentes profetas («I. Feuerbach. Contraposición entre la concepción materialista y la idealista» ... «[1] Histo -
ria») [1845-1846], Buenos Aires, Pueblos Unidos-Cartago, 1985, p. 31.
21

materiales que con celeridad evolutiva certifiquen el nacimiento del «hombre», podría de-
finirse como mundo de impresiones. Si el saber clásico remeda el saber del filósofo en la
metáfora del ascenso por la escalera de caracol, el saber moderno, por boca de sus críti-
cos, plasma en la metáfora del abismo. Las generalizaciones empíricas (cuando dominan
como actitud mental) culminan en superficies enigmáticas donde todo se ve como a través
de una «reja impresionista»; el texto no dice en su superficie, para que diga es preciso
cortarlo en procura de aquellos significados que siempre se suponen ocultos.
Dentro de este esquema, Vladimir Lenin podrá decir: “La necesidad objetiva del ca-
pitalismo, transformado en imperialismo, ha engendrado la guerra imperialista.” 77 He aquí
objetos inertes personificados y devenidos en extensos «ismos» (o figuras equivalentes)
engarzados: importante síntesis cuya auténtica significación habrá que perseguirla a tra -
vés de los estratos arqueológicos de la estructura discursiva.
En la Europa moderna la claridad, la severidad lógica de la proposición (del pen-
samiento) ceden, aunque se preserva la compostura sintáctica y el estilo elegante. El pa -
radigma moderno de esa Europa «política e industrial, utilitaria y positivista» (donde impe -
ran materialismos de diverso signo) puede todavía construir utopías y diseminar ideas ro-
bustas, pues el pensamiento (el lenguaje) se halla aún impregnado del sentir narrativo
que obliga al compromiso caballeresco del decir; el lenguaje aún es escogido (aunque se
78
haya perdido la frase amplia, rica y orgánica del clasicismo) . El discurso político se
muestra elocuente llevado de la mano de una burguesía y nobleza ilustrada que contribu-
yen a dar vida a las tradiciones frente al historicismo evolucionista del tiempo acelerado.
Parafraseando a José Ortega y Gasset, las «masas» aún encuentran referentes en las
«minorías» reflexivas (cualquiera sea su signo).
En dominios de la Modernidad, el debate de los comuneros de París resulta tan
fértil en ideas como el sentimiento de nacionalidad de los pueblos del Imperio de los
Habsburgo o el irracionalismo de Friedrich Nietzsche. En esa dimensión discursiva, en
aquella que recorre el pensar de las élites del saber y del poder (como en aquellas que
hablan desde el texto no hegemónico), el lenguaje es cuidado y fértil: no asoma en el siglo
XIX la «plebeyización lingüística», porque el registro de la plebeyización intelectual consi-
guió menguados avances en el proceso socializador. Si bien la arquitectura del mecani -
cismo industrial comienza a perforar las estructuras discursivas, habrá que esperar a la
mitad de la centuria siguiente para verla imponerse.
Sí quedó sepultada la mirada ontológica del pensamiento. Las «maneras sabias»
del lenguaje explicativo (en suma, del referente de la lengua francesa que es siempre ex-
77
Vladimir I. Lenin, «Las tareas del proletariado en nuestra revolución», § 19. [1917] , en Ídem, Obras
completas, Buenos Aires, Cartago, 1957, t. XXIV, p. 78.
78
Cf. Fernando Brunetière, «Sobre el carácter esencial de la literatura francesa» [1892], en Ídem, El carácter
esencial de la literatura francesa y otros ensayos, Buenos Aires, Espasa-Calpe Argentina, 1947, pp. 19, 23.
22

plicación79), su dimensión lógico causal y teleológica, el decir de la condicionalidad, la


fuerza de la interrogación como metáfora del ser inquisidor, todo ello sucumbe frente a la
idea del progreso positivista del tiempo acelerado y de su disciplina laudatoria: la historia.
Sin embargo, la misma matriz biológica (requerida de causalidad, de método riguroso de
exposición, de imperativos de observación y experimentación) del discurso moderno dota
de vigor reflexivo al flujo de ideas del siglo XIX.
Sólo cuando en el siglo XX los técnicos impongan sus premisas, la opacidad en el
«juego del lenguaje» (opacidad del pensamiento) resultará inevitable: éste quedará atra -
pado en los compartimientos estancos de las especialidades y la lógica argumentativa re-
sultará (para tal actitud mental) un enigma; la más rápida entre las disciplinas será enton-
ces la que imponga sus códigos.
Cuando la Modernidad haya encontrado su sima y comience su curva descen-
dente, el suelo discursivo exhibirá signos de acentuada celeridad, de la que dará cuenta
(producido el «corte epistemológico») el nuevo vocabulario. Palabras como «revolución»,
cuya semántica política databa de la centuria ilustrada, así como otras de antigua prosa -
pia («insurrección», «patria») operarán un auténtico giro copernicano. «Insurrección» ad-
quirirá una axiología positiva en el ámbito del materialismo histórico; «patria», en cambio,
sufrirá mutaciones semánticas según se trate de uno u otro de los materialismos en
pugna.
Ya no sólo se hablará de «revolución», sino que ésta (en clave marxista) deberá
serlo «permanente» deviniendo «arte de la insurrección» 80. Como continente esta «revolu-
ción» requiere un ámbito más amplio que el propio de las historias nacionales, requiere el
de la «historia universal», pues la historia “del comunismo sólo puede llegar a cobrar rea -
lidad como existencia histórico-mundial (universal)» 81. En la voz «patria» no encuentra ca-
bida el moderno proletariado industrial según sentencia Karl Marx en El Manifiesto comu-
nista: “Los obreros no tienen patria”. 82 «Patria», desde otra vertiente ideológica, ya no evo-
cará tierra de los antepasados (de ámbito íntimo y reflexivo) diciéndose «imperial» (en
palabras de Chamberlain83).
Una nueva constelación de voces y expresiones firmemente arraigadas hablan de
una nueva época, más aún, de un orden epistémico nuevo. La palabra moderna, en tanto
inconmensurable, comienza a perder sustancia humana, pues lo humano se resuelve en
79
Cf. F. Brunetière, «Sobre el carácter... » ... cit., p. 23.
80
Cf. León Trotski, «El arte de la insurrección», en Ídem, Historia de la Revolución rusa [1932]. Buenos Ai-
res, Tilcara, t. II («La Revolución de Octubre»), pp. 568-s..
81
C. Marx - F. Engels, La ideología alemana [...] («I. Feuerbach. Contraposición entre la concepción materia-
lista y la idealista» ... «[2] Sobre la producción de la conciencia»), p. 38.
82
Marx-Engels, Manifiesto del Partido Comunista («II. Proletarios y comunistas») [1848]. Buenos Aires,
Polémica, 1975, p. 57.
83
Cf. «Joseph Chamberlain, Discurso pronunciado en la cena anual del Instituto Real de Colonias, en el
hotel Metropole, Londres, 31 de marzo de 1897» (pp. 9-13), en El Imperialismo: defensa y crítica, Buenos
Aires, Centro Editor de América Latina (Colecc. «Siglomundo»), 1968, p. 13.
23

su finitud. El nuevo vocabulario prescinde de toda preceptiva de «identidad» o «seme-


janza» con su referente extralingüístico; no es dable sentir a la palabra como dotada de
alma (de animación) cuando comienza a identificarse con el mundo de los servomecanis-
mos. El discurso moderno hegemónico delata en su declive signos de astenia creadora,
ausencia de élan vital.
El lenguaje de la naturaleza se plantea como lengua de la razón (universal); el len -
guaje de la historia se plantea como lenguaje empírico, pero otorga a las generalizaciones
empíricas el carácter de regla de verdad.
El texto moderno, en tanto portador de paquetes sintéticos de expresiones, es asi -
métrico, pero su discurso se ofrece (sobre todo desde la perspectiva del materialismo
dialéctico) a manera de una ley física que encontrará en algún nivel su corroboración.
Cuando Marx sentencia que «la historia es la verdadera historia natural del hombre», re -
coge el sentir de su tiempo, más allá de que la expresión resista el rigor de los tres pasos
del silogismo lógico y se resuelva en el marco del entimema. Así como para el sentir cla -
sicista en las leyes de la Naturaleza reside el fundamento de todo saber, para el sentir
moderno éste acaba encontrando el dominio empírico que mejor lo cobija en el ámbito de
la Psicología. El moderno necesita abismarse en el mundo psíquico para encontrar res-
puestas a sus interrogantes (“queda abolido el lazo del hombre con su ser natural”); con -
trariamente, el clásico busca las respuestas que lo acosan en el orden claro y distinto de
las leyes físicas del Universo (sustenta sus respuestas en una “subjetividad natural”). 84 En
el momento en que el humano se entiende superior a todo lo existente y sólo se reconoce
identificado en el ídolo de su historia, más allá de cualquier confesión cientificista (o, me -
jor, en razón de ella) abre el camino al imperio del psicoanálisis; el clásico, en cambio, en -
vuelto en su panteísmo, en razón de su mismo culto a la Naturaleza, es sujeto pleno de
razón.
Fue Alexis de Tocqueville quien, en su obra La Democracia en América, advirtió
sobre los efectos de una lengua que (entendía) avanzaba aceleradamente hacia la «ple-
beyización cultural»; reflexiones que (colocadas en perspectiva) permiten entender aca-
badamente la ambigüedad de las constelaciones lingüísticas de la «Modernidad plena»:
sucede que el nuevo estado de confusión social de los tiempos democráticos influye de
igual manera “en la lengua que en la sociedad”. 85
Movidos los humanos modernos por la premura, regidos por la aceleración que im-
ponen un mundo de técnicas y de negocios, apasionados por todo lo que supone cambio,
84
Cf. M. Foucault, Historia de la locura en la época clásica [1964]. México, Fondo de Cultura Económica,
1967, pp. 260-269.
85
Alexis de Tocqueville, La democracia en América [v. I —publicado en 1835—; v. II –publicado en 1840—],
Madrid, Sarpe, 1989, v. II, pp. 63-s.. En el segundo volumen (que aquí nos ocupa) el autor se interesa por
los aspectos sociológicos de la cultura estadounidense y de los peligros que conlleva la cultura democrática
indicando la forma de contenerlos.
24

mudanza, ruptura, el lugar para la mesura y el cuidado en los detalles resulta un estilo en
extinción, pues para esta disposición de ánimo se requiere del otium, concepto del que
carece el humano moderno. “Términos genéricos y voces abstractas” es la pasión de la
Modernidad; uso de expresiones que “ensanchan el pensamiento” y, por tanto, ayudan en
el trabajo de la inteligencia. “Para decir las cosas más rápidamente, personifican al objeto
de esas palabras abstractas y le hacen obrar como a un individuo real. Dirán que la fuerza
de las cosas requiere que las capacidades gobiernen.”
En el marco de un paradigma que rinde culto al cambio, el «hombre» de la Moder -
nidad plena reniega de las opiniones de tiempos pretéritos y prefiere pagar el precio de
sostener ideas vacilantes. Sucede que este nuevo ente gestado en los «tiempos demo-
cráticos» se identifica plenamente con el vacilar, todo su ser es vacilación; de allí la pa-
sión por las voces abstractas, ya que no puede saber si la idea que expresa hoy conven-
drá mañana. “Una palabra abstracta es como una caja de doble fondo: se puede meter en
ella toda clase de ideas y sacarlas sin que nadie lo vea”.
Paradigma moderno es tendencia a tomar las palabras abstractas “aisladamente en
su acepción más abstracta y en hacer de ellas un uso constante, incluso en aquellos ca-
sos en que el discurso no lo requiere.”86

EPÍLOGO
Este trabajo intentó trazar el perfil de dos paradigmas o epistemes (dos concepcio-
nes del saber). La elección del tema (contraste de dos «ideal-tipos») nos pareció rele-
vante porque entendimos que con el cierre del Clasicismo ilustrado llegaba a su fin una
«visión del mundo» que, más allá de sus diferencias, había encontrado (durante 2.500
años) en la razón, la clave ontológica. Con la Modernidad se abre un abismo filosófico,
pues su clave ontológica se define en términos del abstracto hombre, singular colectivo
que supone al humano como mera entidad biológica.
El orden lógico ontológico y retórico gramatical cedió pasó al orden de lo antropoló-
gico, de lo histórico y de lo biológico. Tránsito desde la dimensión lógica del saber a la de
los dominios empíricos. Abandono de la patria ontológica (la de las esencias, de la verdad
y del ser) y desembarco en la patria de las positividades en cuyo suelo “la verdad ya no
puede salvar al sujeto”.87
El lenguaje (que adquiriera el punto cimero durante la centuria ilustrada concebido

86
Cf. A. de Tocqueville, La democracia ... cit., v. II. pp. 60-64.
87
M. Foucault, Hermenéutica ... cit. («Primera lección, 6 de enero de 1982»), p. 41.
25

como gramática filosófica) devendrá sólo esmerada y pulida herramienta en la Moderni-


dad (devendrá sólo gramática histórica). En el lenguaje el ser del ente humano se retrata;
el lenguaje es el pensamiento mismo, y con esta premisa intentó este trabajo advertir so -
bre la relevancia de la materia significante del soporte documental, que exige (desde
nuestra plataforma epistémica) la lectura hermenéutica (la actitud exegética) que supone
leer entendiendo los mensajes que el narrador plasma en su texto (la miríada de sus cla -
ves), que obliga (en fin) al esfuerzo decodificador, más allá de capturar la anécdota que el
narrador ocasional despliegue.
___________________________________________________________

LIC. HILDA RAQUEL ZAPICO DR. RUBÉN DARÍO SALAS

También podría gustarte